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CONTRAPUNTOS - CUENTO
LO INVISIBLE
CLÍNICA LITERARIA ROI
CONTRAPUNTOS - CUENTO
EDITORIAL DUNKEN
Buenos Aires
2016
Coordinado y Compilado por:
Marita Rodríguez-Cazaux
maritarodriguez1978@yahoo.com.ar
Ricardo Tejerina
ceprofis@yahoo.com.ar
Marita Rodríguez-Cazaux
R icardo Tejerina
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OMBÚ
La brisa de esa tarde era única y acariciaba los cabellos rizados de aque-
lla joven dentro del auto. Sobre la carretera se podía sentir ese desahogo; las
lágrimas no cesaban de caer de sus enormes ojos color café. Sacaba el brazo
por la ventanilla para sentir que aún estaba viva, el aire la vivificaba y el sol
radiante le garantizaba calor, ese mismo calor que empezó a recordar.
–¡Dale, confía en mí! –sonriente le dijo el muchacho.
–¡No!, ¡tengo miedo de caerme! ¡Mirá si termino en el hospital! –le contestó.
–¡Dale, tirate Chlóe!, ¡no pasa nada! –aseguró.
–Bueno, esperá, ahí voy. –Y de la hamaca Chlóe decidió tirarse.
–Te tengo. –Y los dos se cayeron uno encima del otro riéndose sin parar.
El ruido de un chimango la despabiló de ese encuentro. Cuando abrió sus
ojos se dio cuenta que tenía que hacerlo antes de que anocheciera, tenía que
terminar aquel viaje que se había propuesto comenzar. Subió nuevamente al
auto y arrancó despacio.
El viento dejó de cesar y el sol empezó a deslumbrar, pintaba cada nube
de un matiz diferente, dándole lugar a un pintoresco paisaje que la hizo añorar
una vez más.
–...Ya no puedo más, me encantaría pero no creo que pueda soportar esta
situación, quiero que estés conmigo pero te veo cansado, ya no te importa
acompañarme al médico para seguir con el tratamiento, siento que te has
resignado. Me parece que voy a seguir esto sola... –expresó.
–¿Qué decís Chlóe? Estás loca, no sé qué más hacer para verte bien, te
apaño, te doy todo lo que querés, pero nada alcanza. No quiero verte mal.
Lamentablemente, no podemos hacerlo, quiero que lo entiendas. Ya probamos
un montón de alternativas, y nada ha resultado. No pienso dejarte sola, ¿me
entendiste? –agregó devastado.
Y en llanto la mujer se rindió en sus brazos, sabía que él tenía razón, que
quizás tendrían que aflojar la situación, y no dejar de lado la pareja que se es-
taba derrumbando lentamente, sino permitirle al tiempo que lo decidiera todo.
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Volvió en sí. Ya faltaba poco para ese lugar tan apreciado, ese lugar donde
renovaron sus votos, y no porque habían cumplido realmente años, sino por
una cuestión de avivar la pareja que lentamente se desvanecía.
Se estaba escondiendo el sol y allí estaban los dos, él sentado apoyando
su espalda en el tallo de aquel reluciente ceibo y ella, recostada en su pecho
explorando el limitado atardecer.
–Si mañana llegara a pasarme algo quisiera que me enterraras, como si
enterraras a la planta más linda del mundo.
–¿Por qué dices eso? Aunque sé que es una idea disparatada, sabes que
tus deseos son órdenes. –Le contestó Chlóe.
–Quisiera que me enterraras aquí, cerca de este árbol... es grandioso
pensar cómo después de dejarlo todo, nuestra alma puede dar vida a algo
más; quisiera dar vida, y sé que puedo hacerlo.
Chlóe con los ojos llenos de brillo, le sujetó la cara y lo miró fijamente.
Sin decirle nada lo besó intensamente, sin saber del trasiego inesperado que
vendría después.
***
Ha llegado al fin. Vestida con aquel solero blanco que llevaba aquella
tarde de campo, se arrodilló y sacó de su cartera una pala de mano. Comenzó
a hacer un orificio de al menos unos diez centímetros y colocó el polvo gris
dentro de aquel hueco. Llorando, vació del todo un cofre de madera, con una
foto presente. Roció unas diez mil lágrimas, regando lo suficiente. No quiso
levantarse del suelo, ni quiere dejarlo a él. Fue todo tan repentino, que maldice
ese día del accidente.
Mirando hacia el sol, con el llanto en su mano acarició su vientre y de-
cidió marcharse. Algo la detuvo. Un árbol empezó a ascender desde el suelo,
era un ombú, solitario y de grandes tallos huecos jamás antes vistos. No sabía
si estaba soñando o era una ilusión, solo pudo sentir en aquel momento que
realmente él había logrado dar vida como prometió.
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ALAS
Yésica, echada en posición fetal sobre un camastro sucio, tenía los ojos
cerrados y una baba pegajosa lamía su rostro y sus cabellos. Hurgué los trapos,
para darle una mejor posición y descubrí espantada que no tenía control de
esfínteres. Semejaba un pájaro con las alas rotas. Con veinticinco kilos menos.
No sabiendo qué hacer resolví encarar al hombre, a riesgo de perder mi trabajo:
–¿Por qué está así? –pregunté como un inquisidor con derecho a saberlo todo.
La fuerza de mi palabra lo tomó de sorpresa. Respondió que había tomado
varios frascos de pastillas, no sabía de qué.
–¿Y usted no ha llamado a un médico? ¿Cuántos días lleva así? ¿Quiere
verla muerta, o qué?
El hombre trató de hablar con ella, que en un esfuerzo desesperado, quiso pa-
rarse y cayó redonda al piso, mientras gritaba: ¡no quiero verte más, animal infiel!
Yo estaba desquiciada, por lo sucedido. Después de levantarla dije al
hombre, con toda la autoridad de la desesperación:
–Ella no puede hablarle, ha destruido su ilusión; váyase de la casa; yo me
haré cargo; me mudaré aquí para que usted no vuelva; lo tendré al tanto.
No podía creer lo que estaba haciendo: llamé un cerrajero y cambié las
llaves de la casa.
Mansamente él se fue y yo me mudé con Yésica. La atendí hasta que pudo
recobrarse. Pero ella no era la misma, aún decía incoherencias; empezó a co-
mer un poco, pero era un esqueleto con piel. A veces me miraba con recelo,
sin reconocerme.
Pasado un mes, ella mejoró y yo regresé a mi hogar. Días después, titu-
beante, me llamó por teléfono. Me avisaba que le había dado a él, las nuevas
llaves.
–No te enojes –dijo–, yo lo quiero y creo que él también.
¡Revelación de pesadilla! Volví sobre mis telas que me repetían aquellas
palabras de Borges, “sólo una cosa no hay, es el olvido”.
Rezumando experiencia de locura, dolor y traición, mis alas no estaban
rotas, pero no eran las de antes. No eran más pesadas, sólo distintas.
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CAYETANO
pués nos volvimos más observadores y vimos también marcas en sus hombros
y cuello. Supongo que habrá sospechado, acertadamente, nuestra complicidad
para hacer lo que luego hizo. Cayetano nos pagaba los fines de semana y, junto
a la paga propuesta, iba un rollo de billetes que deslizaba en los bolsillos de
nuestras camisas, guiñándonos un ojo cómplice, macabro.
El trabajo terminó pero Martinez siguió yendo a la isla y supimos, por el
mismo Martinez, que Cayetano no había regresado del viaje emprendido dos
meses antes de que nosotros partiéramos.
Nunca volvió y, como andaba metido en eso de la militancia, su ausencia
se transformó en desaparición.
“Lo tuve que hacer”, le dijo Petrona, un rato antes de morir a Martinez.
Y mientras Martinez nos contaba lo que le había dicho, en nuestra película
del recuerdo, comenzamos a oír sus gritos, sus pedidos de ayuda durante cinco
sucios meses. Y después nosotros, cobardes y canallas, que cuando los alaridos
se hacían insoportables, tomábamos la botella de grapa y nos íbamos lejos.
“Lo tuve que hacer y lo disfruté mucho”, le repitió a Martinez, economi-
zando el aire.
Ricaño me miró y encendió otro cigarro con la colilla del anterior.
“El silencio se paga caro y vaya si lo pagaron ustedes”, nos contó Marti-
nez que le había dicho.
Entonces, como si el tiempo fuera capaz de volver atrás, nos vimos sen-
tados en el alero, con Petrona ante nosotros, estirando los brazos para entre-
garnos el almuerzo.
Martinez giró la punta del pie con bronca sobre el cigarro y escupió con
asco. Estuvo a punto de decirlo, pero no hizo falta, porque la imagen del
recuerdo se hizo nítida en nuestra memoria: Petrona frente a nosotros, alcan-
zándonos los vasos con vino y preguntándonos con una sonrisa:
–¿Estaban ricas las empanadas?
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EL TIEMPO
Cada primer domingo del mes, la vieja feria del barrio se armaba en las
calles. Todo el vecindario se agrupaba para comprar lo que fuera. Y también
los vecinos, de otros barrios, más lejanos se hacían presentes, ya que era la
más importante en varios kilómetros a la redonda.
Algunos compraban ropa, otros, comida. Los niños pedían juguetes y
los menos, artesanías y diversas chucherías. Pero Melián se fascinaba con el
puesto de relojes. Podía pasarse el día contemplando y admirando cada uno de
los que allí vendían. Y siempre, o casi siempre, su padre le complacía con uno
de ellos. Él era el hijo único de Fouster, el relojero del barrio. Quizás el haber
crecido entre cuerdas y gongs lo introdujo al mundo de la exactitud temporal.
–¡Quiero ése, papá! –dijo Melián señalando un reloj de arena de aspecto
antiguo.
–Se ve muy bonito –respondió Fouster acariciándole la cabeza.
Sin dudarlo pidió al artesano se lo envolviera para llevar.
El rostro de felicidad del niño era impagable. Al fin de cuentas era su
único hijo y él podía darle los gustos que mereciera ante las faltas que la vida
le había cobrado. Así, abrazado a su nuevo reloj, el chico recorrió junto a su
padre los siguientes puestos, para luego encaminarse de vuelta a casa.
–A mamá le hubiera gustado este reloj... ¿Verdad papá? –le preguntó.
–Claro que si hijo... –respondió su padre.
–Ojalá al dar vuelta el reloj, el tiempo pudiese volver atrás... –murmuró
tristemente Melián.
–Cuando tú sonríes, ella sonríe, ella está aquí. El tiempo siempre vuelve,
no se va. El tiempo no pasa, el tiempo... no existe Melián.
Ese día, esa tarde, de esos tantos años atrás, llovió incansablemente. Y esa
lluvia, y ese día pudieron ser insignificantes hojas de un calendario arranca-
dos sin más. O anécdotas perdidas de una feria en un barrio común del sur de
Buenos Aires. Sin embargo los ojos vidriosos de Melián reflejaban las gotas
incesantes del afuera. E intercalando la mirada entre la ventana y los granos
de arena que caían incansablemente por el fino vidrio de su reloj, algo le llamó
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LA MUDANZA
ÉBANO
LA MUECA EN EL ESPEJO
ESPEJO
I.
Derecha, izquierda dos cuadras, el bar del cartel de neón que nunca van
a arreglar y de ahí una cuadra a la derecha. Así llegaba yo a la imprenta de
Noradino. Cada media tarde, él escribía su novela y me la leía. Yo me veía
limitada a escuchar, ya que no sabía leer. Inmediatamente, le contaba como
seguía la historia. Y Noradino, otra vez, la escribía, porque yo tampoco lo
sabía hacer.
Así se nos escaparon dos años. Setecientas treinta medias tardes. Vein-
ticuatro meses en que parecía haberme olvidado de mi analfabetismo. Escri-
bíamos juntos. Que él manejara la máquina, era una mera circunstancia. Que
solo él pudiera releer lo escrito, también.
Un día, la novela llegó a su fin. Y llegó no porque la dejáramos, sino
porque las historias simplemente piden cerrarse. Nos resistimos tanto que
ese día la media tarde se hizo tarde-noche, y dejé el sucucho de Yrigoyen y
Combate de los Pozos cuando el cartel del bar parecía titilar con más esmero,
en la oscuridad.
Volví al día siguiente esperando encontrarlo, pensando en que quizás po-
dríamos empezar algo nuevo. Derecha, izquierda dos cuadras, el bar del cartel
de neón que nunca van a arreglar y de ahí una cuadra a la derecha. No había
nadie. No atendía el teléfono, nadie atendía en su casa. Nadie parecía saber de
él. Durante casi un año, de él no supe nada. En medio de esa búsqueda deter-
miné lo siguiente: necesitaba valerme de mis propios ojos y de mi propia voz.
No depender de nadie para ser feliz. Tenía que aprender a leer y a escribir.
Pronto. Y ni bien pudiera, me devoraría las bibliotecas.
II.
Una media tarde ocho años después, cuando iba camino a inscribirme en
la universidad, quedé petrificada frente a una vidriera. “Las medias tardes,
por Noradino Andrada”, yacía en el estante de una pequeña librería en una
calle angosta...
Empecé a leerlo en la misma librería. Cada párrafo me empalagaba con
ese azucarado de palabras que habían salido de nosotros, de esas tardes en
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Balvanera. Esa era mi historia. No cambiaba la nueva libertad, pero algo ex-
trañaba de esos años. No podía entender como él pudo borrarse de mi mundo
sin siquiera una excusa.
A la mitad, quise desacelerar todo, como el último momento en la ducha,
como la última respiración sobre el agua antes de sumergirse, como el último
bocado del plato favorito de la abuela. Fue difícil. Las palabras se leían solas.
Y a tan solo un capítulo del final, me decidí: llamé a la editorial y le escribí
una carta.
Esa misma noche terminé “Las medias tardes”. Sería un eufemismo de-
cir que mi sorpresa fue grande al incorporar los últimos renglones. Los releí,
incrédula. Un final abierto. Noradino había borrado mi final. Ya no había
manera de extrañarlo: él había decidido dejar inconclusa nuestra historia. Yo
le daría mi propio cierre.
III.
Nos sentamos ahí por Corrientes. El lugar me producía una desagradable
sensación a encierro, aunque algo de luz del sol todavía entraba por la ventana.
Fue algo de consuelo.
Ella pidió una lágrima, yo un cortado y tostadas para compartir. Me fas-
cinó verla leer la carta: no supe si alegrarme por su logro o enterrarme en mi
vergüenza. El mozo la incomodó con sus longevas respuestas a las insaciables
preguntas que yo, nervioso, le hice. Su expresión era la de siempre, con esa
inocente felicidad que la hacía ser sencillamente distinta. A pesar de esto, su
voz le corría carreras al tiempo, y la charla no pudo más que tropezarse justo
cuando saboreaba el último sorbo de café.
–Hablando en serio, la vida muchas veces me dio la espalda. A vos tam-
bién. Pero poder leer y escribir... ahora todo es color de rosas. Bah, más bien
casi todo, –dijo.
Asentí sonriendo un poco, atento porque sabía que algo, aunque fuese
algo, yo tenía que ver. Con ella todo era dulce para mí, no me sorprendería
que fuera recíproco. Sin embargo, el “casi” me hacía ruido, e intenté escuchar
lo que buscaba decirme. Mi silencio le dio la palabra:
–¿Sabés qué? Realmente es cierto aquello de que podemos tenerlo todo
pero no al mismo tiempo –sentenció.
Sin obtener respuesta, se levantó con asombrosa delicadeza, le dio propina
al mozo y se fue, dejando a nuestro libro abandonado y triste junto a mí, en
la mesa del café.
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EL ABRAZO ANHELADO
que murmuran, le hacen saber que no es una pesadilla, esos rostros son los de
su esposo y su amante respectivamente que están al pie de la cama.
Los días sucesivos todo se desarrolla de manera pausada y equilibrada,
ellos acuerdan el cuidado de ella, junto a dos amigas de toda la vida, y logran
estipular un horario corrido de seis horas cada uno. Fue así que entre su es-
poso, dos amigas y él, la cuidarán alternándose cada seis horas por turno, de
seis a doce del mediodía su amiga de la infancia, de doce del mediodía a las
dieciocho su esposo, de dieciocho a cero hora su otra gran amiga de la vida,
y de cero hora a seis de la mañana él. Nadie pide explicaciones y ella no está
dispuesta a darlas. Ya sin esos aparatos que cumplan sus funciones vitales, se
siente aliviada. No se ha dignado a emitir palabra, si bien los médicos asegu-
ran que sus funciones bocales están afectadas, pero no al punto de impedirle
el habla. La única persona con la que con un hilo de voz charla, lee y debate
entre Nietzsche, Jung, Lacan; Balzac, Tolstoi, Alighieri, Kafka, Borges,
García Márquez, Pérez Reverte, y cuando la nostalgia de ese amor los invade
nada como Neruda, Bécquer, Storni, Allende, Benedetti. Las palabras sólo se
hacen presentes ante él y los tres hijos de ella. Nunca puede hacerlo con otras
personas, a pesar de las largas sesiones de fonoaudiología, su limitada voz sólo
puede ser descifrada por ellos cuatro, y su energía no está dispuesta a malgas-
tarla en quien no puede escuchar. Pues la necesita para sus largas sesiones de
rehabilitación, y así poder cumplir con su ilusión de volver abrazarlos, más
allá de las palabras.
29
JUBILACIÓN ANTICIPADA
EL SUEÑO DE OLGUITA
Como todos los días, tomó su changuito verde floreado y salió a la vere-
da. La mañana estaba luminosa y cálida, con ese calorcito de noviembre que
anuncia el verano próximo. Caminaba despacio, no tenía apuro, ni tampoco
sus piernas cansadas parecían tenerlo.
No tuvo que esperar mucho en la verdulería, y con dos tomates y cuatro
peras salió del local aprovisionada para dos días. En la carnicería de la misma
cuadra tuvo que hacer una fila de cerca de diez personas. “Pase, señora”, le
dijo una mujer joven. Pero ella no quiso.
“Todos quieren asado hoy, parece”, pensó, complacida de que nadie se
llevase las milanesas de pollo. “Medio kilo”, y completó la compra del día, que
también le alcanzaría para la cena. Al momento de pagar le costó recordar cuál
de los billetes era el de cien pesos, pero el carnicero, gentilmente, le indicó el
correcto. “No se preocupe, Olguita, todos nos olvidamos las cosas hoy día”, la
consoló, al ver su expresión apesadumbrada.
El peso no era mucho, pero sus brazos débiles tironeaban el carrito con
dificultad por las veredas desparejas del barrio. La camperita que llevaba sobre
la blusa ya le molestaba, y se detuvo a los pocos metros para sacársela.
La calle estaba tranquila pero con movimiento. Autos que llegaban a las
casas, gente que bajaba, con bolsas y paquetes. Otra gente que subía al vehí-
culo y se iba. Parecía que todos se reunían en familia. Tal vez fuera domingo.
¡Cómo le gustaban las reuniones familiares! Sus cuatro hermanos a la
mesa, su padre en la cabecera, su madre sirviendo los tallarines desde una
gran fuente enlozada. Su mirada se perdió en su interior, y una sonrisa la llevó
a esa infancia tan lejana.
Un bocinazo la despabiló y retomó su andar. “Pensar en una familia no es
suficiente para que la tengas, Olguita, no sueñes”, se dijo.
Ya en la casa la salió a saludar su gato, compañero de las tardes de sol y
las noches frías.
Mientras esperaba que la milanesa se cocinara en el horno eléctrico, apro-
vechó para regar las plantas del fondo. No recordaba si ya lo había hecho, pero
con el calor no les iba a venir mal un poco más de agua.
32
Él
Esos hombres se reunían en el cuarto de Camilo donde entre alcohol y
marihuana, dejaban danzar los demonios de un pasado desagradecido. Solos,
absolutamente solos, con las palabras como compañeras, sujetos ya no eran.
Las palabras, no se las lleva el viento –dijo a sus compañeros mientras re-
cogía su maleta– se las lleva el tiempo, el silencio, hasta la mismísima nada–.
Y así, por las calles sin dueño, le dio la bienvenida a la soledad citadina. Allí,
mientras él miraba su cerveza, ella pasaba por sus pensamientos igual que un
tráiler manipulado por intenciones.
Ella
Esas mujeres se reunían en el bar de Catalina donde entre alcohol y
cocaína aprehendían los demonios de un presente reconocido por lágrimas
y suspiros. Solas, absolutamente solas, con las palabras como adversarios,
individuos ya no eran.
El que las hace las paga, así no tenga un solo centavo, con solo hacer ya
estamos en deuda y lo hecho, hecho está –dijo a sus compañeras. Y así, en el
andén de siempre, se desahogó con su gavilla. Allí, ella cantaba, reía entre sus
ojos irritados por las lágrimas; prometía una nueva vida mientras agarraba con
fuerza la cerveza que tomaba.
Él
Primero, orinó en la calle. ¡No más! –gritó al ver su reflejo en un char-
co– Estoy maldito, maldita sea esta puerca vida, ya todos estamos malditos.
Segundo, golpeó una reja. Sí, por su culpa gran huevón –se dijo así mismo–
por querer tenerlo todo, pero incapaz de soltar algo. Tercero, pateó una bolsa
de basura. –¡No más! Tengo que irme... bah –soltó una carcajada– si me quedo
me enfermo. Cuarto, fumó un cigarrillo en silencio.
Y, fumó otro.
34
Ella
Primero, tomó un trago de cerveza y luego improvisó cantando: –Si pudie-
ra te mataría todos los días hasta hacerte el muerto de mis sueños. Segundo,
fue al baño y se dijo al espejo: –por tan poco me he estancado, por un error
perfecto. Tercero, se metió otra línea de cocaína: –lo importante es que esté
donde no pueda alcanzarlo, bien adentro. Cuarto, lloró en silencio.
Y, lloró otro poco.
Ellos
Se encontraron frente a frente, con el cuerpo tullido por el frío y el mundo
dando vueltas.
–¡Jueputa! –dijo Yamile.
–Ajá –musitó Juan.
La puerta se abrió y ella entró primero. Pasaron por el pasillo principal
de la residencia y ella volteó a la izquierda, sacó sus llaves y abrió la puerta
de su cuarto. A su espalda sintió la mano de Juan quien le dio media vuelta
para besar sus labios. El forcejeo del rechazo terminó empujándolos hacia el
oscuro interior de la habitación. Cuando ella estuvo a punto de decir algo, Juan
le tapó la boca con su mano, cerró la puerta con la pierna derecha y agarró su
cuerpo entre sus brazos. Los ojos de Yamile se abrieron de sorpresa, tan gran-
des que dejaron entrar la luz de la luna que se colaba por la delgada división
de las cortinas. Juntaron sus bocas y por el portal de sus besos mezclaron el
aliento de sus hábitos. –No Juan, por favor –dijo mientras sus manos decían lo
contrario. –Shh... no digas nada –respondió Juan mientras besaba sus senos.
Una tormenta de intensas respiraciones se apoderó del momento, sus
siluetas danzaron en todas las direcciones y el forcejeo tuvo su final sobre la
cama. Los cuerpos vestidos reclamaron ser liberados. Otra vez en la costum-
bre, rogando por volver al pasado en el que por una temporada se desearon
solamente el uno al otro. Juan batía sus caderas, como si dentro de Yamile
estuviera recogiendo y tejiendo el goce de su camino. Ella empujaba las nal-
gas de Juan hacía su interior, dirigiendo la fuerza y el movimiento, como si se
estuviera esculpiendo de placer.
20 minutos después Juan estaba golpeando el colchón con sus puños y
Yamile mordiendo la sábana que tapaba su cuerpo desnudo.
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PENA EN SUSPENSO
Querido Geoffrey:
No me andaré con rodeos, seré franca y directa como no lo he sido nunca
contigo, y será doloroso. Te he visto. Ya sabes de qué manera es que yo veo las
cosas, y te he visto muerto, las circunstancias no importan, no te haré descrip-
ciones. Estabas muerto. Me habrás de odiar en este instante. Te preguntarás
por qué soy tan cruel. Y aquí mi respuesta, porque no puedo permitir que te
vayas de este mundo sin saber lo enamorada que he estado de ti desde que
nos conocimos.
Qué sorpresa. Nunca has notado nada, lo sé. Nunca me has visto de esa
manera. He sido tu amiga incondicional. He escuchado tantas confidencias,
incluso algunas impropias para el oído de una dama. He sido yo la que te
alentó a hablarle a Amy, morías de amor por ella y no te animabas. Lo hu-
biera hecho mil veces con tal de verte feliz. Y todo lo he hecho queriéndote.
Siempre queriéndote.
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Pero ahora morirás, y decidí ser egoísta, por una vez pensar en mí y no
dejarte partir sin que supieras de mi amor. Te prometo cuidar de Amy y llorar
con ella tu muerte, ya que un poco viuda seré yo también.
Te pido perdón, ojalá me equivoque. Y si no me equivoco espero que la
muerte te llegue suave y te dé un momento para pensar en mí.
Te quiere,
Milena.
TINTA CHINA
Sentada en una mesa del antiguo bar, mira a través del gran ventanal la
actividad revoltosa de calle seis, tal como una pantalla de cine: gente escapan-
do de la lluvia, autos con luces encendidas en plena mañana, el brillo encen-
dido de los árboles, verde intenso naranjas y amarillos contrastan al cielo gris,
es un otoño melancólico. Pide café con leche y medialunas. Busca su reflejo
en el vidrio y acomoda su cabello desprolijo. Señoras viudas, de maquillaje
exagerado, repiten la congregación con masas finas, gerentes de oficina,
viajeros haciendo tiempo, parejas en silencio, Y ella que huye del mundo en
pleno corazón de la urbe. Garabatea con tinta en un cuaderno manchándose los
dedos, es frágil, podría ser una niña, pero la delatan sus ojos cansinos, que se
llenan de luz al mirar el blanco resplandor de la tormenta: “las nubes también
son marcas de tinta y agua”.
Un leve temblor de vidrios y un chillar de la puerta anuncia la llegada de
nuevos transeúntes, una mirada rápida y curiosa de reojo, estudia a quienes
están de paso. Entrecorta su sorbo de café, quemándose los labios, deja la taza
en el plato de cerámica gruesa y toma sus lentes oscuros del bolso poniéndo-
selos de forma arrebatada; no importa que no haya sol, espía al hombre que
entra acompañado por una mujer, ambos ríen, él la resguarda de la lluvia con
su abrigo, y a medida que avanzan ella va encogiéndose en su silla, queriendo
desaparecer, siente hormigueos en su espalda, cosquillas que terminan por
doler en su cabello, no deja de mirarlo, nota que lleva la camisa de pequeños
cuadros rojos y blancos, le queda bien a su piel madura. La mujer que lo
acompaña es elegante, de amplia sonrisa perfecta, gestos de dama, juntos son
la publicidad de una compañía de seguros, tan universitarios, tan maduros y
correctos. Intenta concentrarse en su libreta, repara vergonzosamente en sus
dedos manchados de tinta, siente que es una gota de tinta negra que invade la
marca de agua traslúcida en la que se convirtió el lugar.
Anota: “Falta un botón, a tu camisa le falta un botón”, uno pequeño que
prende al cuello, y lo sabe porque ella lo arrancó con sus dientes, meses atrás,
dejando un pequeño hilo vacío e inútil en su memoria. Portero eléctrico: sép-
timo piso departamento “A”, hall de entrada, ascensor (ver sus imágenes por
cuadruplicado en los espejos) no perder el tiempo en charla. Cerrada la puerta el
camino hasta la cama sufre un pequeño tsunami de ropa. Al fin el juego máximo
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CAMARADAS
Desde muy temprano supe que mi vida terminaría a una joven edad, sí
sé por qué pero no cuándo sucedería. Éramos un selecto grupo, que iban a ser
inyectados en diferentes países emergentes a fin de protegerlos. Sabríamos que
nuestra tarea debía realizarse cuando diéramos por eventualidad con alguno de
nuestros viejos camaradas. Una noche de clima social agitado, logré dar él. Ha-
bía sido programada para olvidar todo lo vivido, recordé mi preparación y supe
que mi vida terminaría, asumí el cumplimiento de la misión para la cual nací.
Logré entender que el fantasma del pasado estaba entre nosotros, debía
responder ¿Cómo se mide la traición? Luego de saber los resultados y las
consecuencias que traía aparejado el mismo, el sentimiento de dolor, llanto,
impotencia, desgano y derrota. Qué haríamos ahora que la culpa nos carcomía,
le fallamos a nuestro pueblo o él nos falló a nosotros.
Luego de enviar a nuestros mejores soldados a luchar por ellos. El primero
de ellos perdió la vida en su ferviente persecución de la conquista social. El
segundo soldado era ella, a la que dieron por sentado, pensando que al igual
que él iba a ser eterna, especularon y no se la jugaron. La dejamos ir, no la es-
cuchamos, desobedecimos sus mandatos, cuestionamos sus decisiones porque
no las supimos entender. Ella estaba adelantada, nos sentamos en la prospe-
ridad de que iba a realizarlo todo por nosotros y que nuestra inoperancia no
iba a tener consecuencias. Pero no podemos pretender que los pueblos todo lo
razonen o entiendan. Nunca debíamos confiar en la lealtad de los oprimidos.
El asunto estaba en nuestras manos y se escapó por esa cualidad de la inexpe-
riencia de altercar a nuestros líderes.
Mi misión era evitar que lo conseguido por mis iguales fuera arrebatado,
si bien me había acostumbrado a vivir en mi mediocridad y soñar que estaba
preparada para algo mayor, mi tiempo había llegado. Estas eran mis discul-
pas, que pensaba que todo lo que había conseguido era gracias a mi esmero
personal, iba a ser mi forma de pedirte perdón por hacerte perder lo que más
amabas en la vida, por haber creído en nosotros, te fallé pero no lo volveré
hacer. Iba a llevar tus banderas con orgullo y hacer brillar tu doctrina. No
volveríamos al pasado.
El alto comandante debía junto a mí derrotar a un encantador enemigo,
que su falta de intelecto mitigaba con gracia y sin carisma, uno ideológico
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que destrozaría todo lo luchado por unos miles, quién arruinaría todo y nos
pondría otra vez como el contrario colorado, él era un mercenario. El objetivo
era resistir y inmiscuirnos en sus células débiles para lograr derrotarlo, el plan
no era terminarlo, sino eso haría la tarea de la gente demasiado factible y no
era solución, ya que si no se equivocan no crecen. Con apenas un mes recibi-
mos ayuda de nuestros mejores aliados aquellos que coquetearon con el lado
sombrío, nunca sabremos si lo hicieron porque la tentación fue más fuerte.
Tuvimos la oportunidad de liquidar esa forma de pensamiento, no lo hicimos.
Luego de meses de lucha, llegó la noche del escrutinio definitivo, con mi
camarada nos encontrábamos en la mesa del enemigo a la espera de los resul-
tados, había dos opciones: La primera era combatir desde afuera y esperar si
los resultados nos eran desfavorables; la otra terminar nuestras vidas y las de
ellos desobedeciendo las ordenes de la cúpula. La mesa se hacía más grande
a nuestros ojos, fuimos entrenados para no demostrar ninguna emoción no
lograban dar cuenta que no sabíamos qué hacer. A medida que pasaban los
segundos la brecha entre el bien y el mal era cada vez más grande a favor del
último. Nos fuimos y decidimos que la primera se pondría en práctica.
Luego de minutos comenzamos a dudar de nuestra sentencia, nos fuimos
y dimos un paso al costado y que el futuro hiciera lo que debía, esa fue nuestra
redención, dejar en manos de sus propios dueños el destino.
Caminamos cuadras en la noche,hasta que logramos descubrir que sin
nuestra intervención se había tomado una buena decisión, esperábamos que
nuestro tercer soldado lograra la igualdad de sus pares.
Mientras tanto, seguiríamos en las sombras a la guarda que una nueva
misión nos llamara, no deseábamos estar vivos para ver al mal triunfar o ha-
cernos tambalear.
41
MAMÁ
y eligió una música tipo hip hop en el menú del equipo instalado sobre el anti-
guo mueble. Subió el volumen –total no molestaba a nadie en varios kilómetros
a la redonda– y se puso a bailar llena de energía. Bronco, el ovejero alemán,
ladraba y daba saltos como si conociera el ritmo de moda.
Al día siguiente se fue a Solvan, esta ciudad siempre le aturdía. Marita
tenía turno para la ecografía y se había ofrecido a acompañarla. Si todo iba
bien, esta sería la última antes del parto.
–Mamá, estoy feliz con el doctor Carlen, el obstetra que me recomendó
Sandra, es muy buena persona, te explica con paciencia y cualquier cosa que
le digas la toma como un dato a tener en cuenta.
Al entrar al consultorio, el médico saludó con un beso a su paciente y con
un gesto de la cabeza estrechó la mano a Daya. Sus miradas se cruzaron como
diciendo: “Yo soy la madre si no la cuida lo mato” y “yo soy el médico tengo
la última palabra”. Les aseguró que estaba todo en orden, le dio unas indica-
ciones a Marita para que estuviera atenta a los síntomas de las contracciones
y las despidió. Todo fue muy rápido, al día siguiente concurrieron a la clínica
para el parto.
Después del nacimiento de Gaspar toda la familia se comprometió para ir
a ver el mural terminado. Se reunieron en el Torreón para organizar el Bautis-
mo. Marita llegó muy retrasada. Algo había pasado. Gaspar envuelto entre sus
brazos, tenía los ojitos cerrados. Estará durmiendo, pensó la abuela.
–Mamá, hoy fuimos a ver al doctor Carlen y me confirmó algo que yo
suponía –no podía hablar tranquila, los sollozos sacudían su cuerpo–, Gaspar
nació ciego.
Como un cachetazo le llegaron las palabras. Atinó a rodear el cuerpo de
su hija con un abrazo envolviendo al niño que parecía dormido. Calladas, su-
bieron las escaleras, al entrar al cuarto: libélulas volando, árboles que movían
sus hojas, peces burbujeando y el piar de las aves llenaban el silencio de la
vista.
45
***
Siempre le había molestado saber que los números nos regían. Para ella
las cifras hacían que los demás nos valoraran o no. Como buena rebelde que
era, se oponía a eso y ésta, finalmente, no había sido la excepción, en absoluto.
Esa mañana de sábado se sorprendió sentada en esa editorial, expectante
de lo que iba a comenzar a transitar: escribir, acompañada de otros, en bús-
queda del mismo sueño.
Como todo lo que le sucedía, la vida la colocaba en ámbitos que jamás
hubiera imaginado.
Hacía algún tiempo un amigo le decía: “¡Tenés que largarte a escribir!”
En general escribía relatos de cosas que le pasaban en lo cotidiano, de
experiencias propias en el observar a los otros, esas chispas de aconteceres
que le hacían sentir que, a pesar de todo, estaba viva y que vivir valía la pena.
El desarrollo de los temas era claro y preciso. Le encantó escuchar con qué
pasión esos dos profesores los estaban acercando al encuentro de la inspiración.
Al final de la jornada dieron las bases: debería escribir un cuento. Ella
sintió que los temas propuestos hablaban de religión. Por algunos segundos
pensó: ¡No! ¡no me gustan! Pero inmediatamente una voz interior le susurró:
“Tranquila, ya algo te va a inspirar”.
Antes de partir, una participante se le acercó y le preguntó:
–Te publican el escrito, ¿no?
–No sé, –dijo.
En realidad eso no le importaba. Lo que le atraía de esta travesía era que iba
a escribir para otros, lectores imaginarios, porque no los conocería pero reales al
fin y al cabo; los primeros serían los profesores que les estaban dando el taller.
Ya dejaría de ser una escritora pasiva para que otros ojos desconocidos
atravesaran sus historias.
Buscó dentro de lo que tenía ya escrito y encontró el texto que le iba a
permitir no sólo comenzar a caminar por los senderos de las palabras, sino que
podría también recordar a una persona que ya no estaba y que le había tocado
el alma, Alejandro.
46
SIETE MINUTOS
rendida sobre la cama, se negaba a cerrar los párpados, pero las fuerzas la
abandonaron... Sucumbió y ese ser implacable nuevamente la tomó del brazo,
esta vez estaba desesperado, sediento, se acercó clavando cuchillos, tajándole
la piel... ¡qué espanto!, lágrimas... una última oportunidad para implorar pie-
dad, gritó... hasta desgajar su garganta. Ese abominable ser la arrancó, golpeó
su carne pálida hasta que la desesperación la dejó envuelta en una tormenta
de gritos y corridas. La playa, al fin la playa, el sonido del mar, la arena es-
taba tibia, el dolor cesó, terminó la agonía, otra vida comenzaba, tenía todo
por hacer, el camino nunca era fácil y este viaje tampoco. Su nueva madre la
abrazó con ternura y dijo algunas palabras que aún no comprendía, no tuvo
miedo, llevaba el sonido del mar en su pecho y la arena tibia en sus brazos.
Todo había terminado al fin, ya podría descansar.
49
LA GRAN OPORTUNIDAD
REVELACIONES OSCURAS
Trece eran las puertas, trece el número de mi maldición, trece veces reso-
naron esas palabras, ese llamado o ese augurio maldito antes de que pudiera
despertar. Otra vez el color de mi habitación regresaba lentamente de un gris
mortuorio a la normalidad mientras abría los ojos. El sonido que provenía de
afuera reingresaba en la atmósfera con algo de retraso. No podía yo imaginar
otra cosa que no fuera un lento marchitar hacia la locura. Estaba tan horro-
rizado como fascinado. Mis sueños se volvían cada vez más profundos, me
transportaban a rincones que desconocía de mi mente. Al principio me decía
a mi mismo que todos estos fenómenos eran proyecciones del inconsciente,
sin embargo con el tiempo comprendí que estaba accediendo a una dimensión
siniestra y caótica.
Abrí doce puertas rompiendo o resolviendo cada uno de los sellos que las
mantenían herméticamente selladas. Tal vez cueste crearse una imagen mental
de mis palabras, pero las puertas que abrí eran en una dimensión literalmente
puertas, mientras que en otras dimensiones eran aspectos reprimidos de mi
personalidad, recuerdos, miedos y mis negaciones. Tuve que enfrentarme a la
realidad interior que me mantenía cautivo en la ilusoria mentira que elegí vivir
para desenvolverme en el mundo ordinario. Cambié a medida que los sueños
se fortalecían y las puertas se derribaban, me alejé de todas las relaciones fun-
damentadas en falsedades y en intereses banales. Me perdí en mis reflexiones
y me entregué a la totalidad absoluta de mí ser.
En la primera y segunda puerta que abrí me topé con mis propias con-
tradicciones. Tuve que resolver el conflicto entre la dualidad de mis deseos,
reconociendo que por mucho que me esforzara en ayudar a otros, siempre
busqué beneficiarme secretamente de ello. La tercera y cuarta puerta me
guió por el mundo de mentiras que había construido, donde yo era parte de
un mecanismo funcional que me permitía vivir con comodidad manteniendo
una imagen respetable pero me impedía mostrarle a las personas como era
realmente. La quinta y sexta puerta fue confusa, imágenes de eras paganas y
místicos paisajes cubrían mis sueños, comprendí que mi alma estaba ansiosa
de recuperar la libertad y el poder liberador de la imaginación. La séptima y
octava puerta la experimenté como una fuerza que fluctuaba a través de mí
pero de la que no podía sacar provecho, entonces reconocí que hasta ahora
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Dolores estaba con las manos apoyadas sobre la valija y su mirada per-
dida en la sala de espera del aeropuerto. Habían proyectado el viaje a Ferrel,
condado de Peniche, Portugal, a orillas del mar, pero todo se precipitó con la
muerte de su tía, por lo que decidieron ir también con su hermano Miguel. El
vuelo estaba demorado, a su lado su esposo, ignorándola como siempre. Antes
de salir habían cruzado tres o cuatro frases, su vida juntos era un diálogo de
monosílabos. El altavoz anunció que los pasajeros del vuelo LH510 superados
los inconvenientes climáticos podían abordar.
Dolores y Miguel se apresuraron, Félix se demoró, ella lo llamó y él sin
mirarla, le dijo:
–Yo no viajo, no viajo con ustedes.
–¿Pero no reservaste todos los pasajes juntos?
–Sí, pero no con ustedes. Esto ya no va, soluciona tu herencia –aclaró
Félix irónicamente– Tengo una carrera por delante, no puedo perder el tiempo
en mediocridades–. Acto seguido tomó su valija y se fue.
Sentada en el avión no entendía lo ocurrido, su relación estaba desgastada,
pero esto y así, no. Sin darse cuenta estaba llorando. Miguel trató de saber qué
había ocurrido. Ella prefirió no hablar, necesitaba comprender lo ocurrido.
Al llegar a Lisboa alquilaron un auto, tenían dos horas hasta su destino, el
Surf Castle, un viejo castillo hecho hotel, propiedad de su tía.
Quedaron deslumbrados, era muchísimo más de lo que imaginaron, Do-
lores supo que era su lugar en el mundo.
Fueron recibidos por el administrador que les mostró orgulloso todas las
instalaciones.
Los trámites legales llevaron varios días, era un buen negocio. Dudaban
qué hacer, les tentaba la idea de no vender. Se dedicaron a recorrer la ciudad,
la playa, acantilados y el faro, conocieron el centro de arte donde funcionaban
grupos de apoyo para niños y a su director, un escritor de considerable fama
que trató de que ella se uniese como profesora de arte.
Una mañana Dolores recibe una llamada:
–Hola –dijo Félix desde el otro lado de la línea.
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–Félix ¿Ya estás en Buenos Aires? –respondió Dolores. “Si fuera así, esta-
ría en mi casa”, pensó indignada.
–Como suponía, no podés comprarme la mitad del departamento, vos me
dirás dónde te mando tus cosas –dijo Félix sin ningún preámbulo y cortó.
Estaba furiosa, no podía creer el cinismo y la crueldad, ¿Quién era ese
hombre con el convivió seis años? ¿Qué necesidad de menospreciarla?
–¿Qué te pasa? –dijo Miguel–. Parece que estás por matar a alguien,
¿Hablaste con Félix?
–Digamos que lo escuché, no se molestó en saber qué pensaba ni expli-
carme la decisión de separarnos, ni dónde fue ni con quién, quiere comprarme
el departamento –estaba llorando.
–Y eso qué importa ahora ¿Y si te quedas acá? Para mi sería una renta
interesante, el hotel funciona bien. Podrías empezar una nueva vida.
–Si, lo estaba pensando –dijo Dolores dubitativa.
Su hermano regresó a su casa y ella se complementó con el personal del
hotel, hizo algunos cambios que fueron tomados de buen grado. Aceptó el
puesto de profesora en el centro de ayuda, y lo más importante volvió a pintar.
Alentada por Javier, el director, hasta tal punto que le ofrecieron hacer expo-
siciones en distintas ciudades de Europa. En una de ellas, el destino quiso que
el diario donde trabajaba Félix lo asignara como crítico.
Félix vio a Dolores conversando con otros periodistas y se acercó.
–Soy...
–¿Cómo estás? –y dirigiéndose al hombre que estaba parado a su lado: –Te
presento a Félix, mi ex.
Javier estrechó su mano y sonriente se limitó a decirle: –Gracias.
–¿Gracias? ¿Por qué? –alcanzó a articular el ex.
–Por dejarla. Para mí.
Atónito se retiró, comenzó a recorrer la exposición, en un lugar destacado
un cuadro reflejaba una mujer sentada en una silla, apoyando un brazo en el res-
paldo, con el cabello a medio recoger, un vestido gris, en una habitación oscura,
descascarada y a sus espalda se veía a través de la ventana un soberbio paisaje de
una playa bañada por un mar calmo bajo un cielo diáfano, el paisaje de Ferrell.
Debajo de la pintura, como en todos los otros cuadros una frase:
¡La mujer de gris, se asomó a la ventana y dejó caer de su alma el vestido
de la mediocridad!
54
BRONCA
con el marco. Se paró frente a Ricardo, recuadro de por medio. Él, harto de su
propia voz, hizo silencio.
–¿Me ves? –le preguntó ella.
–Sí.
–¿Ahora? –Se había corrido completamente del recuadro.
–No –contestó Ricardo.
–Eso es lo que está pasando hoy. Me corrí del marco de tu realidad. Las
creencias que fuiste incorporando a lo largo de tu vida conforman el modelo
mental con el que ves las cosas, las personas, el mundo. Todos hacemos eso.
Bien o mal, de acuerdo a ese marco de la realidad, interpretamos todo y por
más que no entendamos algo, hacemos intentos forzosos por encajarlo en lo
que ya conocemos como bien o mal. Por lo que es muy fácil sufrir cuando algo
no logra encajar con “ese” marco de la realidad. Eso es el sufrimiento. Miráte.
Llegaste hasta aquí, casi sin nada de lo que sostenía tu mundo ¿Vos pensás que
te sirven esas creencias para crear uno nuevo?
Sus ojos se llenaron de lágrimas:
–No.
Emocionadas Luna y su madre, la brujita de la casa, se miraron con un
dejo de complicidad.
–Quiero que sepas que eres un Ser maravilloso lleno de Luz. Tienes todo
lo que necesitas en tu interior. Tu nombre refleja tu esencia: Ricardo “Rey
Poderoso” “Rey corazón de León”.
Las lágrimas recorrían sus mejillas. Sonreían, eran lágrimas de felicidad.
Mientras la magia del poder del amor los abrazaba, los tres se fundieron en
un abrazo eterno.
Así fue que Ricardo “corazón de león” comenzó a conocerse a sí mismo,
caminando para adentro encontró Luz. Su Luz. Decidido a dejar atrás sus años
de oscuridad poco a poco fue conectándose con su Divinidad.
Feliz de haber encontrado las puertas de su propio cielo y recuperadas sus
alas, agradeció por aquel milagro, levantó la mirada y se echó a volar.
57
EL EXTREMO DE LA TRAMA
En uno por arriba, en el siguiente por abajo, los pálidos hilos iban forman-
do los entramados en el telar. Las uñas levantaban el hilo para que la aguja
pudiera pasar con mayor facilidad y luego lo volvían a acomodar en el lugar.
Solo la débil luminosidad del tejido hacía posible la tarea en aquella ha-
bitación en penumbras. Ella proseguía a pesar del cansancio de sus ojos por
forzar la vista, no pensaba en descorrer las cortinas para que entrara el sol,
del cual un rayito se filtraba en el cuarto; ni en prender la luz. Ella trabajaba,
solo el tejido importaba. Los hilos se entretejían formando imágenes, paisajes
e historias. A veces su pelo, largo y descuidado, era enlazado entre las hebras,
tan enfocada estaba en su labor que ella lo ignoraba.
Callados, en el escritorio se encontraban desparramados los otrora locu-
tivos libros de Cortázar, Borges, Poe, Quiroga, y tantos otros que la habían
hecho soñar; abandonados, silenciosos y empolvados. Ella ya no leía, lo único
que hacía era tejer en el telar, el trabajo de su vida, sus sueños.
Un golpe seco se escuchó en la puerta, seguido por otro y un tercer, con el
chirrido del picaporte impulsado hacia abajo, pero sin llegar a abrir. La mujer
solo podía tejer. Finalmente la puerta se abrió, un gato se descolgó del pica-
porte del que se había agarrado para que su cuerpo hiciera peso para bajarlo,
aunque debido a su escaso peso, el objeto había tardado en ceder.
La oscuridad no afectaba los ojos del felino que con un vistazo al cuarto
la vislumbró y se acercó a ella, maullando para atraer su atención, sin acer-
carse demasiado al telar. Ante la falta de efectividad de esa táctica, le gruñó al
tejido y se acercó aún más para restregarse contra las piernas de la mujer. Ella
siguió su labor sin percatarse de su entorno, uno por arriba el otro por abajo...
Entonces, el animal trepó a su regazo y apoyó la patita en el cuello, maullando,
sin efecto. En ese momento, el felino fijó sus ambarinos ojos en el luminoso
tejido. Con un salto, subió al telar, espalda enervada, y las uñas...
–¡Push, no! –El grito generó una mueca muy similar a una sonrisa en el
gato, que guardando sus garras se acercó al borde del telar. Ella lo bajó, el
animal volvió a refregarse en sus piernas; pero ella lo ignoró, centrándose nue-
vamente en su trabajo. Push, esta vez, se aproximó a la bolsa que estaba al pie
del telar, sacó un ovillo y huyó con él, y se ocultó en la habitación. Esta vez la
mujer se levantó y los cabellos entretejidos le dieron un fuerte tirón que la hizo
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gritar de dolor. Volvió a acercar su cabeza al tejido y agarrando una tijera cortó
los mechones. Una vez libre se volteó para buscar al delincuente, sin embargo,
el negro pelaje le permitía al felino camuflarse en el oscuro cuarto donde la
puerta y el telar eran los únicos puntos de luz, además del rayito de sol que
se filtraba por las cortinas. Molesta, descorrió las cortinas lo que levantó una
gran nube de polvo. Pero permitió entrar al sol, que lastimó su vista. Un nuevo
maullido la hizo girar.
Push la esperaba en el medio de la habitación, había dejado el ovillo y se
revolcaba en la alfombra, pero la imagen del felino la contrarió. Las costillas
del pequeño animal se notaban a pesar del espeso pelaje.
Lo tomó en brazos y lo llevó hasta la cocina.
En la cocina, sucia y abandonada, lo único que encontró para el gato fue un
pote de crema sin vencer en el frizzer, que calentó junto con unos fideos para ella.
Al terminar retornó al cuarto para continuar con su labor, seguida por el
gato que volvió a gruñir al ver el telar. Ella tomó la aguja y retomó su ritmo.
Faltaba poco, uno por arriba, el otro por abajo, con Push en su regazo.
Con el último suspiro terminó de rematar y la aguja cayó de su inmóvil
mano al suelo.
El tejido se liberó del telar con suavidad y envolvió el cuerpo absorbiendo
el último vestigio de calor. Push, atrapado, furioso y asustado, no dejaba de
dar zarpazos a la criatura de hilos, rasguñando todo a su paso, hasta que todo
se inmovilizó.
La policía clasificó el caso como un “ataque animal”, el gato, loco, había
atacado a su dueña, destrozando el tejido y asfixiándose en el proceso. No
encontraron otra explicación.
59
SIMBIOSIS
Había tenido otros pero ninguno tan inteligente como éste. Los anteriores
(dos o tres no más) eran más pequeños, más sencillos, tal vez con menos luces
pero ella era una adolescente y cada uno, en su momento, fue la mejor elección
para sus intereses. Ellos supieron enamorarla y con todos vivió en cada etapa
un feliz idilio, aunque con ninguno la relación llegó a la magnitud de lo que
estaba ocurriendo con el actual.
El primero la conquistó por su aspecto exterior y aunque interiormente
era bastante básico logró hacerla sentir una mujercita, una muchacha que ya
gozaba de ciertos permisos y dejaba atrás a la nena. Con él aprendió los pri-
meros pasos, se sintió un poco más cerca de sus amigas, que también vivían
la experiencia con otros aunque muchas veces se sintió más controlada por sus
padres desde que él había entrado a su vida.
Pasado el tiempo, de la mano de su propio crecimiento y ante la deman-
da generada por sus nuevas actividades sintió que ya no se adaptaba a sus
expectativas y aunque le tenía cariño ya no lo quería tanto como cuando de-
seaba tenerlo, cuando soñaba que fuera suyo y estuviese junto a ella en todo
momento. Se dio cuenta de que él se había quedado en el tiempo y que ya no
respondía a sus requerimientos como en un principio. Así fue que tomó la
decisión de un cambio.
Llegaron otros pero con los siguientes se repitió la historia; con algún que
otro episodio que marcó la diferencia en líneas generales ocurría siempre lo
mismo: se deslumbraba, la conquistaban y al cabo de un tiempo se daba cuenta
de que eran poca cosa para ella.
Con el actual, la cuestión fue totalmente distinta.
Desde un primer momento él se mostró mucho más atractivo que los
anteriores. Tenía tanto para ofrecerle, contarle y mostrarle que ella se sintió
embelesada ante su presencia. Se mostraba tan servicial que parecía venir a
solucionarle todos los problemas. Estaba siempre atento a todo que hasta le
recordaba los cumpleaños de sus amigas. De una u otra manera siempre cap-
taba la atención de la muchacha, tanto que con un simple guiño, un llamado,
un silbido o una canción lograba distraerla de cualquier conversación o acti-
vidad y acaparar su mirada solo para él. Se preocupaba en disipar todas las
dudas que ella le manifestaba, la tenía al tanto de todas las noticias, incluso le
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aconsejaba como viajar si tenía que hacer algún trámite, le mostraba fotos de
lugares paradisíacos adonde ella soñaba viajar. Muchas veces pasaban horas
enteras compartiendo juegos de ingenio.
Era tal el magnetismo que su presencia provocaba en la joven que cada día
empezaron a pasar más tiempo juntos. Cuando comían y aunque estuviesen
con familiares o amigos ella lo colocaba muy cerquita suyo y no podía alejar
su mano de él. Lo acariciaba, deslizaba sus dedos sobre su cuerpo y él se en-
cendía expandiendo un brillo especial.
Todos los que la conocen coinciden en que ya no es la de antes. Dejó de ser
conversadora, sociable y ahora sólo tiene ojos para él. Piensan que él está domi-
nando su vida y que de a poco irá consumiendo toda la energía que ella posee.
SIMPLE TURISTA
Roberto abrió los ojos lentamente, con mucho esfuerzo y dolor, sentía los
párpados muy pesados.
Acostado en una cama y tratando de despertar sus cinco sentidos. Lo pri-
mero que percibió fue una pared de color gris desgastado y aburrido; también
había un pequeño televisor colgado de la pared y una tenue luz que provenía
de lo que parecía ser un baño. Sin entender bien dónde estaba y porqué tenía
tremendo dolor de cabeza. Le pareció que era la habitación de un hotel, pero
¿qué hotel? ¿Era de noche o de día? Imposible saberlo... Vio un fino haz de
luz solar que se escapaba cómplice entre la ventana y la cortina y eso ayudó
a darse cuenta que era de día, ¡al fin un dato! Recordó que luego de la reu-
nión de negocios había ido a comer con sus socios al elegante restaurante del
quinto piso del hotel Meliá, en pleno corazón del Bajo porteño. Todo estaba
bien hasta ahí, pero ¿cómo es que terminó en ese hotel tan deslucido? Volvió
a recordar que al finalizar el almuerzo, aprovechó el recorrido desde el res-
taurante hasta a su hotel para caminar un poco y estirar sus piernas. Fue allí
cuando se cruzó con una dama muy bella, alta y delgada, de cabello rubio y
lacio, que casi le llegaba hasta la cintura. Con ojos de color celeste muy, muy
suave, que armonizaban perfectamente con su esbelta figura, con curvas sua-
ves, pero atrapantes. Cuando ella pregunto qué hacía por ahí, en un principio
no supo qué responder, ya que estaba aún procesando todas los detalles de
esa belleza de mujer. Cuando le dijo su nombre, María Sol, pensó bien qué
tenía que contestarle, ya que hacía tiempo que no hablaba con ninguna mujer
que no conocía y menos en plena calle. Sólo atinó a decirle: “Caminando ¿y
vos?”. Se puso nervioso al hablar con una chica tan linda y desconocida. Esos
segundos le parecieron eternos... y escucho: “estoy trabajando y vos”. Por un
lado, le gustó que lo tratara con un tono juvenil y no con un “usted” más cere-
monioso, pero lo malo fue darse cuenta del tipo de “trabajo” que hacía. No era
casual su espléndida figura, el maquillaje perfecto, el perfume cautivante, la
simpatía, el trato excesivamente amable. Instintivamente preguntó: “¿Cuánto
sale tu trabajo?”. Ella sin perder su hermosa sonrisa le dijo: “mil quinientos”.
La sensación de frustración inicial que tuvo Roberto, se fue transformando en
una sensación de bienestar y sintió correr la adrenalina en sus venas. A pesar
de que la primera reacción que tuvo fue dar media vuelta e irse, pensó: “por
lo menos, le tendría que dar una excusa gentil”, aunque cada vez estaba más
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lejos de esa idea. Justo cuando iba por abrir la boca y explicarle que no podía
irse con ella, una oleada del fino perfume, ingresó en sus fosas nasales y casi
bloquea todos sus pensamientos de rechazo... Y fue ahí que aceptó el ofreci-
miento. Se fueron juntos al hotel que ella aconsejó, a pocos metros de donde
se hallaban. Subieron al tercer piso y al fondo de un largo y oscuro pasillo
estaba la habitación. Cuando ingresaron, ella amablemente le preparó un trago
y comenzó a desnudarse y mostrar sus exquisitas curvas. Cuando empezó a
beber y ver el espectáculo enfrente de él, no se percató del amargo sabor de su
bebida, estaba muy ocupado viendo a esa hermosa mujer sacándose sus ropas.
Fue en ese preciso momento que perdió todo recuerdo de la noche anterior. Ya
algo más lúcido, entró a la ducha y el fuerte chorro de agua le golpeó la cara,
se alegró de haber encontrado a esa mujer, tan atractiva y simpática. Esta eu-
foria, le duró muy poco, cuando regresó a la habitación, se empezó a vestir y
notó que le faltaba, no solo su reloj Rolex sino también, su celular iPhone y su
billetera. En ese momento sospechó que María Sol, le había preparado un tra-
go muy “especial”, colocándole alguna droga fuerte para dejarlo inconsciente
por doce horas. Al salir del hotel y luego de saludar al conserje y agradecer a
Dios, pensó: “me engañó como a un simple turista”, y emprendió su camino
frustrado hasta su hotel.
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JUEGO DE SEDUCCIÓN
Le mostraban de nuevo que estaba vacía. Cuando se apagaban las luces, la piel
tomaba un blanco fantasmal. Era casi resplandeciente. Brillaba en la oscuridad.
Un mediodía celestial, se dio cuenta que empezaba a flotar cuando logró
abrir un ojo para espiar. De pronto, se vio a pocos centímetros del techo. Flo-
taba como en el agua pero en el aire.
Su amor abrió la puerta del cuarto con el pie, porque traía una bandeja en
las manos. Se esperanzó cuando no la vio en la cama, pero se dio cuenta que
algo andaba mal al ver la sábana colgando en la manija de la ventana.
Primero miró al jardín, a ver si había ido a caminar descalza en el pasto,
como le gustaba hacer las mañanas de sol. Pero algo subnormal lo hizo mirar
para arriba. Y así fue que sus ojos la encontraron, volando en un remolino de
hojas tan secas como ella. Bailaba en espiral con su camisón blanco, mezclado
con las hojas marrones y doradas. Era una visión hermosa y fatal al mismo
tiempo. Tenía una sonrisa liberadora dibujada en la cara angulosa. Seca.
Y se fue. Para siempre. Se fue volando. Le decía adiós con la mano seca
y el pelo seco y la última humedad que salió de ella fueron unas lágrimas que
cayeron directo en la cuna. Vacía.
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por completo con la música del lugar. Cada encuentro acentuaba la atracción
entre ellos; cada encuentro los perdía en la tempestad de sentimientos frágiles.
Jamás intercambiaron palabras, solamente esos besos dados desde el alma con
la intensidad fugaz de la juventud, de una inocencia moribunda que se aferraba
a los excesos para no morir.
Las horas de la mañana trajeron cansancio y desolación. Cuerpos exhaus-
tos y destruidos por una guerra libertina marchaban rendidos en busca de la
salida; algunos perdidos, otros simplemente desesperanzados. La victoria no
había sido de nadie esa noche. Pero uno de ellos, de jean y remera blanca, so-
bresalía del resto para cualquier espectador de la obra; algo se le había perdido
y lo buscaba con tormento. Era la desesperación que nace de haber perdido
algo que nunca se tuvo. No lo había visto antes, no hablaron, pero aun así su
alma había quedado dañada y lo reclamaba a gritos. –¿Dónde estás? –llegó a
escuchar alguien que pasó por su lado. Caminó unos metros hasta la parada
del colectivo, resignado, pero con una sola certeza, una marca que se repetiría
hasta el infinito: no habría ni un instante de allí en más en que no buscara, en
vano, esa figura ahora abstraída en un recuerdo, ese primer amor, ese primer
beso de labios de aire caliente.
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Ríe incrédula, sabe que ese siempre ha sido el comportamiento del ser
vivo más inteligente cuando tiene el agua hasta el cuello.
El esperado sol nunca salió. El día lluvioso y ventisco se mostró como
parte de un invierno que no está listo para irse y una primavera que se toma
su tiempo para llegar. El nuevo amante maneja las cosas de manera distinta,
de una forma muy sui generi e impredecible, al igual que su pareja.
Ahora es el Calentamiento Global quién controla las cosas. Alguien des-
cuidó a la Naturaleza, dejó de interesarse en ella y su reacción fue como la de
cualquiera en su situación: buscó lo que le negaron, en el calor de otro.
Ella se deja llevar, iría al infierno por su nuevo compañero. El Calentamien-
to Global la posee y hace que ella se humedezca toda, derramándose en gigan-
tescas oleadas por todas sus costas y sacudiéndose hasta lo más profundo de
sus placas tectónicas. Sabe que eso hace daño al humano y disfruta haciéndolo.
Mientras tanto, exhibidas en las vidrieras, permanecen con presencia re-
valorizada, las camperas, los sweaters y abrigos. Ellos también le han robado
protagonismo a las prendas de la primavera y el verano.
Se muestran con cierto aire de renacimiento y esperanza, porque, al igual
que el Calentamiento Global, mueren por abrazar una piel a la intemperie.
71
LA CITA
SUSANA EN EL DIARIO
La lectura rápida del centenario diario vespertino del pueblo, de los po-
cos que persisten en el país, era la última acción previa a un dormir que, hace
mucho, se empeñaba en ser continuo, profundo y sin sobresaltos. La vida de
solterón ordenado y laborioso era su mayor contribuyente, pero atrás le seguía
el trote aeróbico, que con regularidad sostenía día a día.
Después de una cena ligera y dar cuerdas al despertador tempranero, ya
en la cama y con luz tenue, desplegaba las anchas páginas para recorrer noti-
cias que arrancaban de atrás hacia adelante. Esa noche las rutinas cambiaron,
vio lo titulares de la primera página y se detuvo como nunca en la última, qui-
zás la más leída. La de las noticias Sociales. Casamientos, cumpleaños, bau-
tismos y aniversarios convocaban el interés pueblerino y no podían ausentarse
los comentarios al día siguiente, cuando el obligado café de la media mañana,
juntaba sillas de amigos alrededor de la mesa esquinera del Gran Café, frente a
la plaza principal. La única. La bella, la que rodeada de rosas, invitaba a los jó-
venes a esconderse tras las pérgolas que en primavera, se techaban de glicinas.
Las noticias sociales por abundancia de comentarios, eran extensas, a
diferencia de la columna derecha, donde las necrológicas regalaban espacio.
Pareciera que en los pueblos pequeños, la muerte llega de tanto en tanto. Se
detuvo en el aviso de participación de deudos, que comunican una muerte ya
sucedida. Leyó y releyó el nombre de la fallecida, con ojos grandes y creduli-
dad vacilante. La boca abierta, sin embargo, otorgó certeza. Murió Susana, en
la gran ciudad. Donde hacía tiempo formó familia después de cortar lazos con
el pueblo, cuando el desamor le quitó sonrisas. Detrás del proyecto de estudiar
danza, escondió las penas de no ser querida, aún querida. Porque su madre,
padre y hermanas la lloraron por tiempo largo. Hasta su abuela enfermó por
la ausencia. Susana no volvió al pueblo. Nunca más lo hizo.
El diario abierto quedó sostenido como si aún leyera. Pero impávido, solo
leía sus recuerdos, que cruzaron décadas y llegó al salón de baile donde a los
quince años recién cumplidos, sobre la barra se ahogó tal vez por el humo
del primer cigarrillo o quizás, porque se atragantó de belleza cuando la vio a
Susana llegar con botas blancas y shorts estrechos. De sonrisa amplia y ojos
verdes de gringa linda, se detuvo un instante cuando pasó al lado y la cara se
desacomodaba pretendiendo terminar la impertinente tos. Así fue el comienzo:
73
LA CARTA
María cruza con dificultad la calle empedrada para llegar hasta el correo
de su barrio. A pesar de sus 82 años, todas las semanas lleva fielmente una
carta para Daniel, su nieto.
El joven está como misionero en África y a pesar del avance tecnológico,
María prefiere escribir con su prolija letra, todo lo que le sucede en la semana
y le recuerda travesuras de cuando era pequeño.
Aunque María tiene una computadora en su casa, tiene mail y lo usa, con
su nieto prefiere el correo tradicional. Ella dice que la letra no solo expresa
palabras, sino sentimientos, emociones y cree que hasta se siente el abrazo
cuando escribe: Te quiero.
Todos los lunes a la mañana, se levanta, se perfuma y sale con su carteri-
ta hacia la oficina de correo. Los padres de Daniel murieron en un accidente
de tránsito cuando él tenía cinco años. Siempre estuvieron juntos y ahora les
tocaba estar lejos.
Para Daniel, retirar sus cartas era un trámite difícil sin embargo las espe-
ra con ansias. La abuela siempre tenía algo bueno para contarle, le dejaba un
pasaje bíblico y una palabra de aliento.
Pero un día, Daniel llegó al correo y no había carta. Extrañado, pensó, que
quizá el envío se había atrasado un poco, y decidió volver al otro día. Pasaron
cinco días y esa carta que durante cinco años nunca había fallado, ahora no estaba.
Allí, en la aldea donde vivía, no había líneas de teléfono, mucho menos
Internet, por lo que decidió ir a la ciudad más cercana y tratar de llamarla. Por
más que esperaba que alguien atendiese, no lograba encontrar a nadie, hasta
que decidió dejar un mensaje en el contestador. “Abue soy Dani, quería saber
como estabas”.
Inquieto y preocupado, volvió a la aldea con la esperanza de encontrar su
carta. Su esposa lo notó preocupado pero intentó calmarlo con algunas frases
hechas no muy convincentes. Le prometió que ella iría nuevamente al correo
para revisar su casilla y hablaría con el personal por si quizá se les traspapeló
con algún otro documento.
75
POR LA BANQUINA
EL FRÍO
ESA VOZ
Actividad Grupal1
1
“Lo Invisible” fue el resultado de una actividad práctica que se desarrolló en la etapa
final de la Cínica Literaria Contrapuntos.
A partir de la lectura de un mismo cuento, cada autor creó una oración breve que posterior-
mente fue utilizada para elaborar el cadáver exquisito: “Lo invisible”.
En la sección siguiente se detallan estas frases, junto con el seudónimo del autor y el grupo
al que perteneció el mismo en la etapa creativa de la Clínica Literaria Contrapuntos.
82
GRUPO: FICCIONARIOS
Inés V. (Milagros Gallegoos Del Santo): Todos nuestros actos producen consecuencias.
El Cartero Maldito (Sergio Federico): ¿Cuál es la parte oculta de mi alma que se completa
en la venganza?
Nuevo (Luis Roberto Guariniello): La ilusión de ser el mejor lo llevó a ser ignorado.
Aleria (Ana Paula Perugini): Inmenso en el torbellino de sentimientos que la envolvía, final-
mente lo comprendió, dejó todo lo que solía ser y comenzó a vivir.
Eneída (Paola Chaveros): La solitaria vida de un vestido pasado de moda.
¡EUREKA! – 2
Mefistófeles (David Murstein): ¿Cómo enseñarle a hablar a un mono, sin haber aprendido a
sentirse humano?
Samaluc (Sandra M. Lucero): Un amor perdido no crece a la sombra de la indiferencia; pero
sí hace florecer el rencor y el deseo de convertirse en una planta carnívora que lo devora.
Mardeamores (Marcela Roldán): Mi cuentista nace cada vez que yo muero un poco.
Melody (Marcela Sinturión): Hacer visible lo invisible.
Celina somellera (Bárbara Jantus): Es evidente que ni el cuento hace al título, ni el título
procrea al cuento. Deuda con sangre, escrito aprovechado.
Alquimia (Adriana Vascelli): El engaño genera venganza.
Merlina (Liliana González): Las venas se traslucían en su rostro; era difícil que así pudiera
llegar a mentir.
EL LIBRO NEGRO
Dok-Tor-B (Alejandro Gastón Balato): Y entonces volveré a someterte al único eje que me
convence trepar. Al muro que visten tus ojos, cuando dejaron de sonreír.
Dissaor (Marcos Martínez): La humanidad manifiesta en sus actos los que corrompen su
espíritu.
Selene (Sabrina Natalia Chiruchi): “Sumergir el inconsciente en mundos oscuros para contar
un cuento a un niño inocente”, Saki.
Eleuterio Del Río (Carlos Suárez): Algunos no los he leído, de otros no me acuerdo. Sólo
digo que me siento bien, aquí me siento así.
Ezequiel Hénada (José Alfredo Rothar): Lo universal, inmenso, puede comprimirse en la
palabra breve de venganza.
SUR
Milly (Andrea Flammini): Pensó que, tal vez, su vida había sido tan imaginada como su vestido.
Permanganto (Ricardo Álvarez): Nunca estoy preparado correctamente para leer, menos un
cuento, sigo leyendo, me atrapó, y creo, una justa decisión, de los dos...
Néstor Fuentes (Cristian Avaca): El tiempo lo dirá todo. Los claroscuros y el tiempo. Los
claroscuros de la humanidad. La humanidad entre luces y sombras.
Juan De Arco (Nuria Acosta Szekcly): Los niños en la estancia le vendieron curitas y se
llevaron un libro de regalo.
MAESTROS APRENDICES
Carla Novais (Adriana Lucrecia Salinardi): Cada uno drenó desde lo más profundo aquello
provocado por los acontecimientos precedentes, y se lanzó al vacío de la muerte.
Salamandra (Mercedes Raquel Enrique): La desnudez nos produce venganza.
Lore Nieva (Cintia Lorena Del Valle Nieva): Transitando el mundo de los cuentos veo luz.
Me hundo en mi interior y conecto con la inspiración, El canal vibracional creó un puente. Hoy
revelación. Transitando el mundo de los cuentos veo luz.
Monisa Rey (Mónica Isabel Reiriz): Por culpa de esa deuda ya tenía el rostro de color verde
aceituna y comenzaba a andar por la vida como un autómata.
Alboroto (Fabricio Rodríguez): Voy a vengar esta situación de no poder reflexionar sobre los
cuentos leyendo cada uno en mi casa.
Amapola (E. Josefina Antoni): Vestida de sangre decidió escribir su cuento.
TRANSMUTACIÓN
Luciana Mariel González: No puedo escribir con la luz del día.
Jorge A. Fonseca Rodríguez: Hambre sin antojo concreto, así canta la inconmesurable bola
de nieve arrastrando palabras de ensueño.
Abril (Edith G. Migliaro): El dolor de no ser queridos nos hace y nos justifica en las más
bajas actitudes ante nosotros mismos.
J. C. Rocco (Juan Carlos Rocco): La importancia de compartir verdaderos pensamientos.
Bello Destino (María Florencia Aguirre): De procrastinación a incentivarme a escribir
aún más cuentos.
INSOMNIO
Traslúcida (Tatiana G. Dore): La vergüenza hace avanzar y también avanzar al retroceso.
Alas (Mónica Macri): Y finalmente pensó que después de la tormenta venía la calma. Miró al
cielo y sonrió.
Coral (Cecilia De Vecchi): En esta gélida noche de verano, hundida en la arena al lado del
mar, tu voluntad espera cauta dentro de la luna.
Eloy Baviem (Mario A. Sarli): Sumisión artística, creativa y feroz.
Antro De Poetas (Ricardo J. Abvin): Despertó la inquietud de avanzar sobre el conocimiento
de nuevos textos.
Mariposa París (Laura Beztriz Lazo-Padula): Un viaje temporal que restaura heridas escritas.
Notorius (Edwing Germán Salas Romero): En el supermercado de las palabras me hice de
cereales de Quiroga.
SOBRE LOS COORDINADORES
Marita Rodríguez-Cazaux
Nació en Buenos Aires en el seno de una familia de emigrantes gallegos.
Es escritora y poeta en lengua castellana y gallega. Formada en Letras y
Psicopedagogía, ha cumplimentado Lingüística, Oratoria y Coordinación de
Talleres Literarios. Dirige el taller literario “Andamios en tinta”.
Primer Premio Mesa Redonda Panamericana en la OEA (2004 y 2005).
Primer Premio 2006 de Fundación de Psicólogos Travesía. Primer Premio
OSPOCE (2005 y 2006) Concurso Anual Cuento. Mención de Honor Club de
Leones de la República Argentina, 2004 y 2006 por sus trabajos narrativos.
Distinción Creadores Argentinos en “Mini cuento 2009”. Primer Premio
FEDESPA (2012) por su cuento “De Remanguillé Xeitoso” que titula la Anto-
logía editada por la Entidad. Primer Premio Poesía (2012) Certamen Literario
Argentina-Italia Rotary, por el poema “Tango” editado en Antología bilingüe.
Integra la antología “Poetas Latinoamericanos” (2015) Editorial Imaginante y
“Ecos del Grito” (2014-2015) de Mujeres Poetas Internacional.
Su obra literaria incluye los ensayos “Los niños y las niñas de la emigra-
ción gallega”, “Cartas de éxodos y lejanías” y “Las voces de los niños emi-
grantes”. Es autora de “De amores y desamores”, cuentos de realismo fantás-
tico (2010) “Del glamour a la ciénaga” Cuentos (2013), “Poesía Congregada”,
antología que compila los poemarios “Pasos Desnudos”, “Luz raída” y Pulso
sensual” (2014), “Las amantes son rubias” Cuentos (2015).
http://maritarodriguezcazaux. blogspot.com.ar/
R icardo Tejerina
Nació en la ciudad de Buenos Aires en 1968. Es escritor, ensayista y
compilador literario.
la tentación tiene nombre de mujer (2014), El Carnaval del Diablo (2012)
y la recopilación de ensayos REPLICARTE. Hablemos de Arte y Cultura
(versión digital). Reconocido en la Argentina y en el exterior, ha escrito, co-
laborado y dirigido distintos medios de comunicación. Como artista y gestor
cultural diseñó las muestras “El Carnaval y su sombra” y “Las 12 lunas de
Federico”, esta última declarada de interés cultural, al cumplirse los 75 años
del asesinato del poeta andaluz Federico García Lorca. (Ha publicado gran
cantidad de obras de ficción y no ficción. Se destacan entre ellas las novelas
LILITHLA): Se formó en humanidades y se especializó en políticas culturales
públicas. Egresado de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF),
es Técnico en Gestión del Arte y la Cultura, además de Director del Centro
de Profesionales por la Identidad Social (Ceprofis) y de Vitamina C Digital.
http://rtyelojocriptico. blogspot.com.ar/
ÍNDICE
Prólogo. .......................................................................................................... 7
Ricardo Jesús Abuin - La rebelión de los enfermos y su ilusión de curarse .9
María Florencia Aguirre - Ombú ...............................................................11
Elsa Josefina Antoni - Alas ........................................................................ 13
Cristian Avaca - Cayetano .......................................................................... 15
Alejandro Gastón Balato - El tiempo ........................................................17
Graciela Bulwik - La mudanza .................................................................. 19
Paola Chaveros - Ébano .............................................................................. 20
Sabrina Chiruchi - La mueca en el espejo .................................................. 22
Cecilia De Vecchi - Espejo .......................................................................... 24
Tatiana Gabriela Dore - Las medias tardes .............................................. 25
Mercedes R aquel Enrique - El abrazo anhelado ........................................ 27
Sergio Federico - Jubilación anticipada ..................................................... 29
Andrea Flammini - El sueño de Oguita .......................................................31
Jorge Fonseca - Una lenta decisión ............................................................. 33
Milagros Gallegos del Santo - Pena en suspenso .................................... 35
Liliana Gonzalez - Tinta china ................................................................... 37
Luciana Mariel González - Camaradas .................................................... 39
Luis Roberto Guariniello - Mamá ..............................................................41
Bárbara Jantus - Un mural para mi niño ................................................... 43
Laura Beatriz Lazo Padula - *** ............................................................... 45
Sandra Marina Lucero - Siete minutos ...................................................... 47
Mónica Macri Ahuntchain - La gran oportunidad .................................... 49
Marcos Martínez - Revelaciones oscuras .................................................. 50
Edith Graciela Migliaro - La mujer del vestido gris ................................. 52
David Murstein - Bronca ............................................................................ 54
11 Lore Nieva 8 - Recuperando las alas ...................................................... 55
Ana Paula Perugini - El extremo de la trama ............................................. 57
Mónica Isabel R eiriz - Simbiosis ................................................................ 59
Juan Carlos Rocco - Simple turista ............................................................ 61
Ave Alboroto - Juego de seducción ........................................................... 63
Marcela Roldan - Una Juana más ............................................................. 65
Jose Alfredo Rothar - Labios de aire caliente .......................................... 67
Edwing Salas - Lo más hot del momento .................................................... 69
Adriana Salinardi - La cita ........................................................................ 71
Mario Sarli - Susana en el diario ............................................................... 72
Marcela Gladys Sinturion - La carta ........................................................ 74
Carlos Suarez - Por la banquina ................................................................. 76
Adriana Vascelli - El frío ........................................................................... 77
Juan Martín Vidal - Esa voz ....................................................................... 79
Lo invisible.................................................................................................... 81
grupos, seudónimos y frases ......................................................................... 83
Sobre los coordinadores.............................................................................. 85