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BIBLIOTECA DE LA RELIGIONES

20

EL SACRIFICIO MOLK

Carlos González Wagner


Luis A. Ruiz Cabrero
Colección
Religiones y Textos
Director:
Francisco Diez de Velasco

Primera edición 2007

© Carlos González Wagner y Luis A. Ruiz Cabrero


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ÍNDICE

I. CUADRO CRONOLÓGICO ...................................... 7


II. EL SACRIFICIO MOLK ........................................... 11
Introducción ............................................................. 12
Historia de la investigación....................................... 14
El molk en Fenicia e Israel ...................................... 21
La información de los autores clásicos .................... 25
La arqueología de los tofets .................................. 30
La epigrafía del molk ............................................... 35
La hipótesis funeraria ............................................... 42
El debate ................................................................... 44
Una interpretación del molk en clave
sociodemográfica ..................................................... 51
III. ANTOLOGÍA DE TEXTOS..................................... 67
IV. BIBLIOGRAFÍA ..................................................... 89
I
CUADRO CRONOLÓGICO
8 Molk
Cuadro cronológico 9

c. 1200 "Pueblos del Mar". 509 Primer tratado entre Car-


Destrucciónde Ugarit y Tiro. tago y Roma.
Hegemonía de Sidón (Re- Expedición fenicia del faraón
construcción de Tiro). Necao para circunnavegar
1104-1 Fundación, segúnla'tra- África (Finales del s. VI
dición de Gadir junto a las a.C.).
Columnas de Heracles. Viaje c. 500 Periplos de los cartagi-
de Uen-Amón a Biblos (s. neses Hanón e Himilcón por
XI a.C.).f) el Atlántico. Inscripción de
969-35 Reinado de Hiram I en Pirgos que conmemora un
Tiro (s:X,.a.C.). Alianza con ritual de Ashtarté en la ciu-
el rey Salomón. dad etrusca de Ceres.
875-50 Fundación de Morro de 480 Derrota cartaginesa en
Mezquitilla (Málaga), la más Himera (Sicilia).
antigua de las colonias occi- 474 Batalla de Cumas. Fin del
dentales detectadas arqueo- poderío marítimo etrusco.
lógicamente. Estela de Nora, 449 Conquista persa de Chipre.
Cerdefia (s. IX a.C.). 348 Segundo tratado entre
814 Fundación de Cartago. Cartago y Roma.
753 Fecha tradicional de la 332 Asedio y conquista de Tiro
fundación de Roma. por Alejandro Magno.
671 Asedio de Tiro por el rey 310 Agatocles desembarca en
asirio Asarhadón. el norte de Africa y ataca
667 Destrucción de Sidón por Cartago.
Asarhadón. Tratado de Asar- 306 Tercer tratado entre Carta-
hadón con Ba'al de Tiro. Fin go y Roma.
de la "independencia" fenicia. 279 Cuarto tratado entre Car-
653 Fundación de Ibiza. tago y Roma.
573 Capitulación de Tiro ante 264 Comienzos de la Primera
el babilonio Nabucodonosor Guerra Púnica.
II. 241 Paz de Lutacio.
535 Batalla de Alalia. Victoria 237 Amílcar Barca desembarca
de cartagineses y etruscos en Gadir. Inicio de la con-
sobre los griegos foceos de quista cartaginesa de laPe-
esta localidad. nínsula Ibérica.
10 Molk

219-218 Asedio y caída de 202 Batalla de Zama. Fin de la


Sagunto ante Aníbal. Co- guerra.
mienzos de la Segunda Gue- 150-146 Tercera Guerra Púni-
rraPúnica. ca. Destrucción deCartago.
216 Tratado de Aníbal con
Filipo V de Macedonia.
II
EL SACRIFICIO MOLK,
12 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

INTRODUCCIÓN.
El sacrificio molk fue practicado en la Antigüedad
por los fenicios, los hebreos y los púnicos. Su compren-
sión ha suscitado desde tiempo atrás numerosos estudios
y una gran controversia. Conocido por el gran público
desde la publicación del Salambó de Flaubert, sigue
gozando de enorme actualidad entre los estudiosos.
Básicamente se ha discutido, y aún se discute, sobre su
frecuencia, carácter y naturaleza. Muy esporádico o
habitual, cruento o incruento, practicado originariamente
en Fenicia o propio sólo del ámbito colonial mediter-
ráneo, constituyen los términos en que se ha producido el
debate, no exento de otras implicaciones.
Los fenicios, que colonizaron una buena parte del
Mediterráneo, tuvieron fama de sacrificar niños pe-
queños para alcanzar el favor de los dioses. Textos de la
Biblia y noticias de autores griegos y latinos nos hablan
de esta costumbre y los arqueólogos han descubierto a lo
largo del pasado siglo un buen número de sitios con los
restos incinerados de niños de corta edad. En principio se
pensó que era la confirmación de la espantosa práctica
que en la Antigüedad ya mereció reprobación casi
unánime. Pero pasados los años, algunos investigadores
han querido exculpar a los fenicios de esta lacra, argu-
mentando que en realidad se trataba de muertes naturales
acompañadas de ciertos ritos que fueron mal interpreta-
dos por sus detractores.
El sacrificio Molk 13

Tal divergencia de opiniones es consecuencia no sólo


del carácter de los documentos, de por sí controvertidos,
sino también, y en no menor medida, del enfoque con
que se ha abordado su estudio. Así, pese a lo importante
de los análisis de tipo filológico sobre el término molk y
su contextualización en las fuentes literarias antiguas, a
lo imprescindible de las indagaciones arqueológicas y
epigráficas que han aportado gran parte de la informa-
ción de que disponemos, se hace patente la conveniencia
de una perspectiva amplia e interdisciplinaria que ni la
Fenomenología ni la Historia de las Religiones, a pesar
de su importante contribución, han podido colmar de
forma satisfactoria.
La mejor prueba de que esto es así queda constituida
por la incapacidad de llegar a explicar, desde dichos
enfoques, los aspectos culturales y sociales del sacrificio
molk, lo que ha llevado finalmente, en un loable pero no
bien dirigido intento de librar a los fenicios de semejante
“aberración”, a cuestionar su misma existencia mediante
un reinterpretación que lo convierte en un rito iniciático
e incruento, que ha suscitado entusiastas adhesiones y no
menor rechazo.
Todo ello se comprenderá mejor si atendemos a que
se trata de un tema que concierne a aspectos tan polémi-
cos como el sacrificio humano y el infanticidio, con toda
su tremenda carga ideológica y cultural. El tema del
sacrificio humano ha sido y continua siendo controver-
tido. Durante el siglo XIX los antropólogos, filósofos e
historiadores evolucionistas concibieron, de una manera
que hoy nos puede parecer ingenua, la teoría de que la
14 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

práctica originaria de sacrificios humanos era propia de


gentes “salvajes” o “primitivas” y por lo tanto daría
lugar con el tiempo y el “progreso” a sacrificios de susti-
tución, en los que la víctima humana era reemplazada
por un animal, siendo finalmente sustituidos éstos por
diversas y elaboradas formas de sacrificios simbólicos.
Fruto de esta visión evolucionista, filósofos y antropólo-
gos encontraron en la línea de desarrollo que conducía
del sacrificio humano al sacrificio animal y a la oblea y
el vino de la eucaristía cristiana, una reivindicación de la
doctrina del progreso moral y la ilustración que luego ha
sido compartida por muchos historiadores de la religión.

Historia de la investigación.
Planteado en un principio desde la información que
proporcionan los textos bíblicos, por entonces los únicos
documentos disponibles, el hallazgo de las estelas púni-
cas y neopúnicas de El-Hofra (Argelia) en el último
tercio del siglo XIX marcó el inicio de la moderna inves-
tigación sobre el molk. Más adelante, el descubrimiento
del tofet de Cartago, en el invierno de 1921-22, hizo
recaer la atención en los resultados de las excavaciones.
Los hallazgos procedentes de Cartago, que de inmediato
suscitaron la polémica, apoyaban la idea de que el molk
como sacrificio cruento era conocido desde antiguo en
Fenicia y desde allí se habría difundido por el vecino
Israel y el occidente fenicio-púnico. Tal era en síntesis la
tesis de R. de Vaux (1964: 49-81), uno de los autores
que con más autoridad ha tratado el tema, pero que no
El sacrificio Molk 15

tardó sin embargo en ser contestada (Deller, 1965: 382-


386) con una contra-argumentación, fundamentada en
ciertos textos neoasirios, que proponía una interpretación
figurativa y no literal de los pasajes bíblicos con-
cernientes a “pasar los hijos e hijas por el fuego”. Tam-
bién Schaeffer (1956: 67) había ya sostenido que los
restos humanos encontrados en el tofet de Cartago no
correspondían a víctimas de sacrificios, sino a mortali-
dad atribuible a causas naturales, por lo que se le puede
considerar pionero de la hipótesis funeraria.
No obstante, tales proposiciones obtuvieron escasa
acogida y los estudiosos siguieron considerando el molk
como un sacrificio cruento, que desde tiempo atrás venía
además siendo asociado muy estrechamente con el sacri-
ficio semita del primogénito (Eissfeldt, 1935: 46ss.;
Buber, 1967:113ss.; Dupont-Sommer, 1973; Warming-
ton, 1974: 187; García Cordero, 1977: 468) con pocas
excepciones, entre las que destaca por su significación la
del propio De Vaux.

La errónea identificación con el sacrificio de los


primogénitos.
La confusión entre estos dos tipos de sacrificios ha
tenido una contribución importante en la dificultad para
conciliar los datos literarios con los arqueológicos, ya
que de los diversos tofets excavados proceden también
urnas que contienen restos de más de una incineración
infantil, y ha supuesto igualmente una cortapisa para
cualquier intento de interpretación “demográfica” del
16 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

sacrificio molk. ya que su errónea identificación con una


versión humana del sacrificio de las primicias, que
siguió gozando de algún crédito durante un tiempo
(Xella, 1978; Benichou-Safar, 1981: 9) anulaba la posi-
bilidad de pensar en términos de infanticidios por mo-
tivos demográficos y/o económicos. Tal confusión se
debe en gran parte al paralelo, artificiosamente esta-
blecido, con episodios como el sacrificio de Isaac o el
del hijo del rey de Moab, si bien en este último caso se
trata de muerte por precipitación, una forma temprana-
mente atestiguada entre los semitas occidentales, y no de
un holocausto, así como con las prescripciones de
Éxodo, 22, 28-29, y otros pasajes del Pentateuco, relati-
vas a la ofrenda de las primicias. A la confusión ha con-
tribuido también un pasaje de Ezequiel (20.26), que
además es el único texto bíblico en el que se menciona a
los primogénitos como víctimas del rito de “pasar a los
hijos por el fuego”. La información del profeta, en el
caso probable de que se trate de una alusión al molk,
puede ser interpretada en el sentido de que, si bien los
primogénitos podían ser ofrecidos en dicho sacrificio,
éste no constituía un rito específico de tales. Como ha
sido observado, la propia evidencia bíblica es tajante al
respecto (Day, 1989: 67) Así mismo, es muy interesante
la observación de Lipinski (1988:152 ss) sobre las dis-
crepancias en el empleo de verbos y términos con sen-
tido sacrificial en los textos bíblicos, según se trate de la
ofrenda de los primogénitos o del molk. Tampoco hay
argumentos de peso en los autores clásicos, ni en la
epigrafía procedente de los tofets occidentales para man-
El sacrificio Molk 17

tener dicha identificación, por lo que se ha ido abriendo


paso una distinción neta entre la práctica del molk, al
margen de la interpretación que de ella se haga, y el
sacrificio de primogénitos, con el que no presenta conex-
iones sólidas (Heider, 1984: 254; Ribichini, 1987: 25 ss.;
Lipinski, 1988: 157 ss.; Olmo Lete, 1990: 68).

El final del dios Moloch.


Antes de 1935 nadie objetaba seriamente la existen-
cia de culto a una divinidad llamada Moloch, que parecía
evidente según se desprendía de las noticias contenidas
en diversos textos bíblicos. Pero ese año Eissfeldt (1935)
publicaba un trabajo en el que, a la luz de la utilización
del término mlk en las inscripciones púnicas, pretendía
probar que en los textos del Antiguo Testamento el vo-
cablo Moloch designaba un tipo de sacrificio y no el
nombre de una divinidad. Tal interpretación alcanzó un
éxito notable. Fue seguida, aunque con ciertas correc-
ciones, por Dussaud (1946) Albright (1953: 161ss.)
Fevrier (1953) y otros muchos. A partir de entonces se
rechazó mayoritariamente la existencia de un culto es-
pecífico a una divinidad de tal nombre, si bien Albright
admitía originariamente la presencia en el norte de
Mesopotamia y de Siria de un dios (Muluk o Malik) al
que se sacrificaban niños como prenda de santidad de
una promesa, estableciéndose, en cambio, el carácter
técnico de la palabra vinculado con el acto del sacrificio
(Moscati, 1972: 558). Las inscripciones de las estelas
cartaginesas encontradas en el tofet así lo corroboraban,
18 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

pues en ellas las ofrendas se ofrecían a Ba´al Hammon y


Tanit, ambas importantes divinidades del panteón
púnico.
Pese a ser mayoritaria durante muchos años, esta
interpretación del sentido del término moloch en los
textos bíblicos no ha dejado de ser discutida (Dronkert,
1953). En una posición intermedia de Vaux (1964: 79 ss)
consideraba que la palabra en cuestión había tenido en
principio un sentido sacrificial, siendo utilizada luego de
forma equivocada en el Antiguo Testamento como un
nombre divino debido a una confusión de los redactores
hebreos.
Lo cierto es que la tesis de Eissfeldt se apoya sobre
todo en la evidencia de las inscripciones púnicas, pero
parece que fuerza, en algunos casos, la lectura de los tex-
tos bíblicos (Day, 1989: 10 ss). Si bien buena parte de los
autores que han tratado recientemente el problema se
atienen a ella (Moscati, 1987: 1; Lipinski, 1994: 275) no
faltan tampoco en los últimos años quienes han vuelto a
encontrar argumentos para defender la existencia de un
culto a un dios Moloch/Molech (Weinfeld, 1972; Heider,
1984; Day, 1989; Levenson, 1993: 18 ss) que unas veces
ha sido identificado con Ba`al o con el mismo Yahvé, y
otras con el dios cananeo Mot, el amonita Milcom, el
arameo Adad-milki, o el sirio Hadad (cfr: Day, 1989: 29
ss), aunque también hay quien interpreta mlk como “rey”
y lo consideran un epíteto de Yahvé, aplicado, así mismo,
aunque de forma degradada a otros dioses menores o
diablos (Lust, 1991; contra Lipinski, 1994: 276), y hasta
quien hace desaparecer la misma palabra molek del texto
El sacrificio Molk 19

hebreo más antiguo que sólo conocería el nombre de la


divinidad amonita Milcom (Trebolle, 1987). No falta
quien considera Molech una divinidad cananea del mundo
inferior con sus orígenes atestiguados en Ugarit, que no
sería otro que Malik, documentado en Siria y Mesopota-
mia como una forma de Nergal (Day, 1989: 46 ss).

La hipótesis del sacrificio incruento (simbólico).


También se ha insistido con diversos argumentos en
la ausencia de testimonio alguno sobre el molk en Feni-
cia, de donde se suponía que era originario (Weinfeld,
1972: 140; Green, 1973: 360ss, Katzestein, 1991: 190),
así como en el precedente ambiente cultural ugarítico
durante la Edad del Bronce (Xella, 1978 y 1985). Según
Weinfeld, la presencia del molk entre los hebreos se
debería, y aquí sigue la opinión de Deller (1964), a una
influencia de Mesopotamia y Siria septentrionales a
través de los asirios y los arameos. Este autor identifica
el molk bíblico como una manifestación del culto a Ha-
dad, pero de carácter incruento. Según él (y Deller) se
trataba en realidad de sacrificios simbólicos en los que la
acción de “pasar por el fuego” debe ser interpretada
figurativamente, como la consagración de los hijos al
culto de aquella divinidad. Al mismo tiempo rechaza
toda conexión con los sacrificios infantiles de los feni-
cios y púnicos, que atribuye a situaciones excepcionales,
y por consiguiente poco frecuentes, y que no estarían
además institucionalizados.
20 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

Semejante argumentación, entre otras deficiencias


que luego serían señaladas (Smith, 1975), no tiene en
cuenta el horror, no sólo ante una manifestación de
idolatría, que provocaba la práctica del molk entre ciertos
círculos de la población israelita (Picard, 1990: 87), de
los que los profetas constituían sus más genuinos repre-
sentantes, ni la utilización que aquellos hicieron del tofet
como símil de lugar de muerte y desolación (Jer. 19. 12-
13), todo lo cual no se explica fácilmente si en realidad
el rito era, como se pretende, incruento. Muy por el
contrario, el carácter cruento de este rito se desprende de
la propia información que nos proporciona la Biblia
(Jer.7.31), que resulta bastante explícita al respecto
(Ez.16.20-22).

El molk como sacrificio cruento pero restringido.


La argumentación de Weinfeld fue objeto de la ré-
plica de Smith (1975), insistiendo en el carácter cruento
del molk, a la que se añadiría poco después un trabajo de
Kaufmann (1978) en el que se determina la imposibili-
dad ortográfica de conciliar el dios Adrammelek bíblico
(corregido en Adadmelek por Weinfield) con el Adad-
milki asirio. Pero cabría añadir aún la dificultad que por
diversas razones rodea todo lo referente a la docu-
mentación porcdente de las ciudades de Fenicia, ya que
no se reconoce como parte del problema que los textos
fenicios originales no se conservan, y que la arqueología
fenicia oriental resulta, por motivos sobradamente cono-
cidos, claramente deficitaria en hallazgos. A este re-
El sacrificio Molk 21

specto hay que decir, que pese a que a menudo se afirma


lo contrario, se han señalado indicios que permiten con-
siderar que el sacrificio de niños estaba difundido en la
zona de sirio-palestina (Maccoby, 1982; Levenson,
1993: 3-52) en relación con cultos de fertilidad y en
demanda de lluvia (Ruiz, 1993: 90). Es significativo
observar como en otros lugares del mundo antiguo la
existencia de divinidades asociadas a una montaña, a la
lluvia y a la fertilidad, como era el caso del Zeus Likeyos
en la Arcadia (Platón, Rep. VIII, 16 565 DE, Plinio, N.H,
VIII, 82) eran relacionadas también con la creencia en la
existencia de sacrificios infantiles que formaban parte de
su culto.
En general, aunque muchos han aceptando la práctica
de sacrificios infantiles en el molk, se ha tendido a re-
ducir su frecuencia hasta convertirlos en manifestaciones
episódicas y esporádicas ante situaciones críticas que
implicaban grave peligro colectivo como guerras, plagas,
hambrunas, etc., sobre la base de las noticias de Filón de
Biblos (Porfirio, Abst. 2.5.6), Diodoro de Sicilia (XX,
14, 4) o Q. Curcio Rufo (4, 3) o los propios textos bíbli-
cos que parecen recoger su apogeo durante el periodo de
la amenaza asiria (Day, 1989: 62), así como a circun-
scribirlo a un círculo social restringido muy próximo a la
realeza e identificado con ella (Heider, 1984: 223;
Baumgarten, 1981: 222 y 248; Aubet, 1987: 216; Olmo
Lete, 1990: 70 ss; Katzestein, 1991: 191).
22 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

El molk en Fenicia e Israel.


Los textos bíblicos.
Los textos del Antiguo Testamento aluden en unas
ocasiones al sacrificio de las primicias (“no diferirás la
ofrenda de tu cosecha y de tu vino nuevo; me darás el
primogénito de tus hijos. Así harás con el primogénito de
tus vacas y tus ovejas; quedará siete días con su madre y
al octavo me lo darás”, Éx.22.28-29), del que pronto
quedarían exentos los seres humanos (“...consagrarás a
Yahvé todo cuanto abra la vulva; y de todo primer parto
de los animales que tengas, el macho lo consagrarás a
Yahvé. el del asno lo redimirás por un cordero, y si no lo
redimes, lo desnucarás. También redimirás a todo pri-
mogénito humano de entre tus hijos”, Éx.13.12.14), si
bien en circunstancias excepcionales, y sobre todo los
miembros de las élites dirigentes, podían verse abocados
a tal práctica en beneficio de toda la comunidad (“Vi-
endo el rey de Moab que llevaba lo peor en la batalla,
hizo una salida con setecientos guerreros para ver de
desbaratar al rey de Edom. No pudo conseguirlo; y en-
tonces, tomando a su primogénito, al que había de reinar
después que él, le ofreció en holocausto sobre la mu-
ralla”. 2 Re.3.26.27).
No obstante, el sacrificio de los primogénitos no
puede ser identificado con el molk, que en la Biblia
aparece como Moloc, si bien en una sóla ocasión se
mencionan primogénitos. Tales holocaustos eran reali-
zados en un lugar denominado tofet, que en Jerusalén se
El sacrificio Molk 23

encontraba a las afueras de la ciudad, junto al barrio de


los ceramistas, en el llamado Valle de Ben Hinón.
El carácter cruento de este rito parece desprenderse
de la propia información bíblica que resulta bastante
explícita al respecto, como cuando se utiliza el símil del
tofet, lugar siempre de muerte y desolación, para profeti-
zar la futura destrucción de Jerusalén o como cuando
Isaías (30. 33) compara con un tofet la destrucción total
de Asiria, así como en la identificación del tofet con
Gehenna, el infierno ardiente.
Otra cuestión de singular importancia concierne al
origen de tal sacrificio practicado, como vemos, en un
tiempo por los israelitas antes de su definitiva prohibi-
ción en época del rey Josías. La cuestión estriba en esta-
blecer si se trata realmente de una contaminación proce-
dente del entorno cultural cananeo, como en ocasiones
afirman los textos bíblicos, o si, por el contrario, se en-
contraba ya presente en la primitiva religión hebrea que,
según mantienen algunos investigadores, no diferiría
tanto en un principio de la de los paises y pueblos veci-
nos. El debate sigue abierto.

La cuestión de la ausencia de documentación ar-


queológica.
La ausencia de vestigios arqueológicos de tofets en
Oriente, al menos en el estricto sentido que los cono-
cemos en el ámbito colonial mediterráneo, no es un
hecho único, sino que guarda mucha semejanza con lo
que ocurre en la Península Ibérica y Baleares. En ambos
24 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

casos se trata no de un problema histórico o cultural,


sino arqueológico (Wagner, 1993: 116 ss, 1994), aunque
motivado por circunstancias distintas en cada caso.
Tanto allí como aquí las ciudades habitadas por los feni-
cios en la Antigüedad son ciudades aún vivas, y no un
conjunto de ruinas abondonadas, lo que ha dificultado de
forma extraordinaria los descubrimientos que se han
producido, en cambio, en otros lugares del Mediterráneo,
pese a lo cual reputados investigadores (Moscati, 1991:
106 y 111) han considerando extraña la ausencia de
hallazgos de estelas, elementos arqueológicos vincu-
lados, como veremos, al tofet.
Esta ausencia es, sin embargo, similar a la del re-
stante material epigráfico escasamente documentado, por
el momento, tanto en Oriente como en España. Ello hace
que no pueda ser atribuible únicamente a la problemática
concreta del tofet, que se ha considerado últimamente
resultado de una “innovación precoz” producida en Cart-
ago desde donde irradiaría a sus colonias (Moscati,
1991: 112), con lo que su ausencia en la Península
Ibérica, más que constituir un hecho que la vincula de
forma directa con Fenicia y no con el Mediterráneo
central, corresponde, en realidad, a un problema de
documentación. Y es en este contexto de conocimientos
parciales y, en todo caso, insuficientes que adquieren
significación la posible, aunque discutida, identificación
de un caso de molk en Fenicia (Delavault y Lemaire,
1976, Gianto, 1987; cfr: Heider, 1985; 182 ss) por la
inscripción de Nebí Yunis, así como la probable locali-
zación de un tofet de comienzos de la Edad del Hierro en
El sacrificio Molk 25

Soukas (Riss, 1983: 511), y tal vez en Akko, Akhziv y


Meggido (Prausnitz, 1986: 466 ss, Lipinski, 1988-90:
244 ss).

El origen fenicio oriental del molk.


Parece razonable acordar con aquellos que consid-
eran que la evidente y temprana implantación del molk
en el ámbito colonial mediterráneo responde a la exis-
tencia anterior del mismo en Fenicia (Warmington,
1974: 187; Decret 1977: 141; Baumgarten, 1981: 222 y
248; Aubet, 1987: 215), y con los que, como Day (1989:
26, 29 ss), sostienen que toda la evidencia contenida en
el Antiguo Testamento sugiere con fuerza que se trata de
un rito de origen cananeo. Pero no parece, en cambio,
tan convincente la hipótesis de que el molk hubiera con-
stituido en Oriente una práctica poco frecuente y minori-
taria, propia de los grupos elitistas y la realeza
(Baumgarten, 1981: 248; Heider, 1985. 223, Aubet
1987: 214ss.; Olmo Lete, 1990: 70ss.), ya que entonces
resulta difícil explicar la gran difusión y popularidad que
llegó a alcanzar entre los israelitas. El hecho de que los
profetas lo combatieran con dureza una y otra vez habla
bien a las claras de su arraigo entre los hebreos, y aunque
los textos bíblicos aluden en ocasiones a la práctica del
molk por algunos miembros de la realeza, también
señalan en otras a un conjunto más amplio de la po-
blación israelita, sino a toda ella de forma indeterminada,
como responsable de tales abominaciones al haberse
apartado de la religión de Yavé.
26 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

La información de los autores clásicos.


Exageraciones y tergiversaciones.
Los textos clásicos también concuerdan en el carácter
cruento del mlk, si bien en ocasiones aluden (Porfirio,
Abst. 2.56) a sacrificios ante situaciones de excepcion-
alidad que tienen poco que ver con éste. Al hacer énfasis
sobre estos últimos, posiblemente Filón de Biblos, cuyo
testimonio recoge Porfirio, intenta defender a los feni-
cios y púnicos de las frecuentes acusaciones de barbarie,
que también encontramos en otros autores (Q. Curcio
Rufo, IV, 3; Tertuliano, Apolog. 9.2-3), haciendo notar
que aquellos no eran los únicos que, en virtud de alguna
creencia y práctica religiosa, sacrificaban a sus hijos a
los dioses.
Con todo, este tipo de fuentes, incluye evidentes
exageraciones y tergiversaciones influidas seguramente
por la propaganda antipúnica, como cuando aluden a la
gigantesca estatua broncínea y al descomunal brasero
que caracterizarían el tofet (Clitarco y Diodoro, XX.
14.4), y que arqueológicamente no han sido detectados.
También parece falsa la aseveración (Plutarco, De su-
perst, 13) de que la música estruendosa pretendía ahogar
los gritos de la víctima. Los estudios realizados, per-
miten abrigar la fuerte sospecha de que ésta llegaba ya
inmóvil, muerta o narcotizada, a la pira donde se re-
alizaba el hlocausto (Benichou-Safar: 1988).
El sacrificio Molk 27

La supuesta confusión entre sacrificios y asesinatos


rituales.
Otra de las líneas argumentales utilizadas reciente-
mente insiste en que las fuentes clásicas que aluden al
molk, además de estar contaminadas en muchos casos
por prejuicios que permiten atribuir a los pueblos bár-
baros prácticas como los sacrificios humanos, confunden
y mezclan ocasionales asesinatos rituales que sólo ten-
drían lugar en circunstancias muy extraordinarias, y en
los que las víctimas no serían únicamente niños, con
sacrificios regulares que formarían parte de un culto
religioso como práctica habitual. La no adecuación de
las modernas teorías sobre el sacrificio aplicadas al rito
del molk (Ribichini, 1990: 45 ss) justificarían su aban-
dono para centrar su estudio “con una riconsiderazione
preliminare dei dati, che giui verso un ripensamento
delle questioni e dei metodi, per una migliore delimitazi-
one problematica di tutto il discorso” (p. 46). Ahora
bien, la distinción entre “sacrificios humanos” y “asesi-
natos rituales” es tan arbitraria como el mismo concepto
de “sacrificio” que se critica. Este último aspecto es
sumamente significativo, ya que en palabras de un cono-
cido antropólogo: “...en las sociedades grupales alde-
anas, la guerra es el asesinato ritual, al margen de que el
enemigo sea liquidado en el campo de batalla o en casa.
Antes de lanzarse a la batalla, los guerreros se pintan y
se adornan, invocan a los antepasados, toman drogas
alucinógenas para contactar con los espíritus tutelares y
fortalecen sus armas mediante hechizos mágicos. Los
28 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

enemigos matados en el campo de batalla son 'sacrifi-


cios' en el sentido de que se afirma que sus muertes
satisfacen a los antepasados o a los dioses bélicos, del
mismo modo que se afirma que los antepasados o los
dioses bélicos se sienten satisfechos por la tortura y
muerte de un prisionero” (Harris, 1978: 143).
Expresándolo de otra forma, no parece que existan
apenas contrastes significativos entre sacrificios hu-
manos y asesinatos rituales, ya individualizados o en
masa, por más que difieran en su formalización y en sus
procedimientos. La única diferencia consiste en que en
los sacrificios se concreta él o los destinatarios sobrena-
turales de la ofrenda, que en los asesinatos rituales per-
manecen en abstracto, lo que no quiere decir que no los
haya. A diferencia de las muertes y asesinatos desacrali-
zados, sacrificios humanos y “asesinatos rituales”, com-
parten, sea cual sea su frecuencia, el beneficio de la
integración mediante la normativa religiosa y la aquies-
cencia de los dioses, así como servir de puente entre lo
sagrado y lo profano por mediación de la víctima. Y ésto
es realmente importante, ya que sobre tal pretendida
diferencia se apoyan, en parte, quienes intentan negar
recientemente toda evidencia acerca del carácter cruento
del molk (Xella, 1978: 128; Simonetti, 1983: 93;
Ribichini, 1987: 25), alegando que se confunde la prác-
tica de lo que según ellos sería un sacrificio simbólico,
con ocasionales y muy esporádicos asesinatos rituales
ante situaciones de gran peligro y emergencia. El “asesi-
nato ritual”, ya que el rito constituye también una re-
memoración escenificada del tiempo mítico, una “vuelta
El sacrificio Molk 29

a los orígenes”, y dado su carácter propiciatorio, está tan


dentro de las prácticas religiosas transformativas que
apenas puede ser diferenciado del sacrificio.

¿Sacrificios esporádicos?
Por otra parte, las noticias que nos han transmitido
los autores antiguos no producen precisamente tal impre-
sión de confusión. Diodoro es explícito cuando afirma
que la práctica había caído en desuso entre los cartagine-
ses en tiempos de la invasión de Agatocles, en lo que
coincide con la noticia de Quinto Curcio Rufo sobre la
situación en Tiro, en época de Alejandro, de lo que se
infiere, por pura lógica interna de ambos relatos, que en
el pasado había gozado, tanto en Cartago como en la
metrópolis, de una frecuencia mucho más regular. La
noticia de Tertuliano (Apolog, IX, 2-4) es también sig-
nificativa. Por más que se quiera insistir en su presunta
excepcionalidad dentro de una práctica ritual regular,
parece bastante claro que la prohibición de las autori-
dades romanas no estaba destinada a episódicas e infre-
cuentes, como a veces se pretende, manifestaciones de
carácter cruento, sino a impedir un uso regularizado por
la costumbre. Pese a la prohibición los sacrificios con-
tinuaron en secreto, lo cual sugiere más una práctica
habitual (que no forzosamente masiva) que un ocasional
ritual de asesinato ante circunstancias de grave excep-
cionalidad. Otros testimonios, como el de Ennio (An. fr.
221) o el de Varrón citado por S. Agustín (De civ. Dei,
Vii, 19 y 26) producen la misma impresión.
30 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

El valor de los textos clásicos.


Sin duda hay exageración en los autores griegos y la-
tinos que se han referido a esta costumbre religiosa de
los fenicios y cartagineses, como en el celebrado tema de
la estatua broncínea de la divinidad que presidiría los
sacrificios, por cuyos brazos inclinados caería la pequeña
víctima hacia la pira, originada probablemente en una
contaminación con el mito de Talos, y cuyos vestigios no
han podido ser encontrados en ninguno de los tofets,
pero en otros casos sus informaciones se corresponden
bastante bien a los observado en el registro arqueológico.
Así ocurre con el comentario de Diodoro cuando alude al
sacrificio de niños pertenecientes a las mejores familias
de Cartago, esto es: a la aristocracia, que lo había des-
cuidado en tiempos anteriores, lo que se interpreta como
una de las causas del enfado de la divinidad. Pues bien,
existe constatación arqueológica y epigráfica de ello en
Cartago, donde a partir del siglo IV a.C. el tofet acoge
ofrendas procedentes de amplios sectores sociales, per-
diendo ese carácter elitista que lo había caracterizado
hasta entonces (Stager y Wolf, 1984: 47).
En cualquier caso podemos admitir el carácter con-
trovertido de los textos clásicos, que sin duda acusan el
impacto de la propaganda antipúnica y los efectos de una
interpretación de ritos que no comprenden bien, por lo
que es preciso volver la vista hacia el contenido de las
urnas y el carácter de las inscripciones que en tales recin-
tos han aparecido en diversos lugares del Mediterráneo.
El sacrificio Molk 31

La arqueología de los tofets.


El descubrimiento.
El término tofet aparece únicamente en la Biblia. Con
esta palabra se designa en algunos pasajes del Antiguo
Testamento el lugar, situado a las afueras de Jerusalén,
en el valle de Ben Hinón, donde los hebreos hacían
“pasar a sus hijos e hijas por el fuego”. Su significado ha
sido y es aún objeto de discusión (Saracino, 1981; Day,
1989: 24 ss). Cuando en 1921 se descubrió en Cartago
un recinto que contenía innumerables estelas, cipos y
urnas con restos de incineraciones infantiles, la palabra
tofet , inmortalizada por otra parte gracias al Salambó de
Flaubert, pareció la más adecuada para designarlo.
Luego fueron apareciendo otros recintos similares en el
norte de Africa (Susa, Constantina, Sabratha) así como
en Sicilia (Motia) y en Cerdeña (Tarros, Sulcis, Monte
Sirai, etc), lugares todos ellos habitados antiguamente
por los fenicios. Esta es la razón por la que es utilizado
para referirnos a los recintos que los arqueólogos han
excavado en todos esos sitios. Nuestro conocimiento de
los mismos es muy desigual resultando los de Cartago,
Tharros y Motia, los que más información han propor-
cionado hasta el momento.

Semblanza arqueológica del tofet.


El paisaje arqueológico del tofet es muy carac-
terístico. Constituye un recinto a cielo abierto pero de-
limitado por muros, que alberga sucesivos estratos de
urnas de cerámica que contienen las incineraciones,
32 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

acompañadas de monumentos como son los cipos y las


estelas. Su ubicación resulta canónica y topográfica-
mente estable en el conjunto de la ciudad (Bondi, 1979;
Moscati, 1991: 107), próximo a la muralla, en ocasiones
pegado a ella, y no siendo modificado por ulteriores
construcciones. En una lectura institucional podríamos
decir con Ribichini y Xella (1994: 31) que constituye un
espacio público destinado a deposiciones privadas, lo
que se observa por el carácter individual de la ofrenda
según las inscripciones de las estelas. En cualquier caso,
conviene tener presente que estas, a diferencia de las
urnas, no constituyen un elemento esencial del tofet, en
el que aparecen en el transcurso del siglo VI a. C. (Ama-
dasi Guzzo, 1986: 192). La tipología de dichos monu-
mentos es variada así, como su iconografía. Esta última
es rica en motivos simbólicos, entre los que destaca el
signo de Tanit pero también los betilos, el “idolo bo-
tella”, motivos astrales como el disco solar alado o el
creciente lunar, y aquellos otros de procedencia griega,
sobre todo a partir del siglo V a. C., como el caduceo,
pero tembién en naturalistas, como flores de loto,
guirnarldas, palmas o representaciones humanas, y ar-
quitectónicos, como capillas con frontones triangulares,
acróteras, cornisas o capiteles. En unas pocas estelas
cartaginesas se representa a un sacerdote que lleva en
brazos a un niño pequeño.
Como ya se ha dicho, en ninguno de estos espacios
sagrados excavados hasta el momento han aparecido
vestigios de la estatua broncínea ni de la fosa que men-
cionan algunas fuentes literarias antiguas. Si hay, sin
El sacrificio Molk 33

embargo, restos de pequeñas construcciones (sacello) en


Motia, Sulcis y Monte Sirai. En algunos lugares, como
en Motia, se han documentado terracotas antropomorfas
cuya función no está aún bien establecida. Podría tratarse
de representaciones simbólicas de los oferentes, en cuyo
caso las de carácter femenino plantean el problema del
predominio de dedicaciones masculinas en las inscrip-
ciones que contienen las estelas, o, tal vez, de ofrendas
on un sentido similar al de estos monumentos. También
han aparecido máscaras de terracota de expresión “gro-
tesca” a las que se les atribuye un valor apotropaico y
que algunos autores (Garbini, 1975) han creído que
ocultaban el rostro de las pequeñas víctimas durante su
incineración.

El contenido de las urnas.


Los resultados de los análisis efectuados sobre
muestreos amplios procedentes de Cartago y Tharros
arrojan resultados similares. Una proporción muy ele-
vada de las urnas contiene restos de niños de muy corta
edad, entre un mes y un año de edad dental, siendo im-
posible por ahora averiguar su sexo (Stager, 1980: 4). Un
tanto por ciento reducido contiene restos de niños de más
edad, hasta tres años, y hay casos, aunque en un porcen-
taje mínimo, de edades superiores que alcanzan los
seis/siete años. También hay una proporción variable,
según los estratos, de urnas que sólo contienen restos de
pequeños animalillos, lo que se ha interpretado general-
mente como sacrificios de sustitución. Los análisis de los
34 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

restos de las incineraciones infantiles sugieren que las


pequeñas víctimas llegaban ya muertas o narcotizadas a
la pira (Benichou-Safar, 1988: 60), lo que contrasta con
la imagen, también difundida por algunos autores en la
Antigüedad de los címbalos y flautas destinados a tapar
los llantos y gritos de los sacrificados.
De las últimas investigaciones en el tofet de Cartago
(Stager, 1980 y 1982; Stager y Wolff, 1984) procede una
constatación de no poco interés; de acuerdo con los
análisis efectuados, las urnas mas antiguas suelen con-
tener los restos de víctimas infantiles de muy corta edad
(neonatos) y se da un porcentaje elevado (uno de cada
tres) de “sacrificios de sustitución”, mientras que las más
recientes contienen en mayor abundancia los restos de
niños de más edad y el porcentaje de sustituciones es
mucho más escaso (uno de cada diez). Otro tanto parece
que puede decirse respecto del tofet de Tharros (Moscati,
1987: 5; Ribichini, 1990: 56) y del de Motia (Ribichini y
Xella, 1994: 81 ss).
Un especial problema de interpretación plantean la
presencia de deposiciones múltiples. Además, conviene
señalar que cuando las urnas contienen los restos incin-
erados de más de una pequeña víctima se da siempre el
mismo esquema:
a) El porcentaje de este tipo de hallazgos es sensi-
blemente inferior al de aquellos que sólo contienen
restos de una única incineración (25% en Cartago y sólo
un 1% en Tharros, aunque en este ultimo caso el
muestreo es menor).
El sacrificio Molk 35

b) Una de las víctimas incinerada es un niño de poca


edad (un año o menos) o incluso un neonato, mientras
que los restantes corresponden a edades claramente
superiores (entre dos y cuatro años).
c) Los restos de una de las víctimas están bien repre-
sentados, mientras que los restantes lo están por uno o
dos fragmentos de huesos.
Cabría esperar de todo ello la incidencia de un factor
aleatorio durante la recogida de los restos de la incin-
eración (Benichou-Safar, 1988: 63), luego depositados
en las urnas, con lo que no habría que pensar necesaria-
mente en la muerte simultánea (provocada o natural) de
más de un niño en el seno de una misma familia. Sobre
todo si consideramos que los restos que se han preser-
vado sugieren un esfuerzo muy preciso para recogerlos y
depositarlos dentro de una urna (Stager, 1980: 4). Si esto
es así, ¿como se explica entonces que uno de los indi-
viduos, en el caso de las deposiciones múltiples esté
frecuentemente tan mal representado?.
Los análisis efectuados en un conjunto de urnas pro-
cedentes de Motia arrojan, sin embargo, resultados di-
vergentes. Hay una mayor presencia de incineraciones de
animales (61, 3 %) siendo el porcentaje de las incinara-
ciones humanas más reducido (24 %) que en Cartago y
Tharros. Las incineraciones mixtas representan, por su
parte, un 14, 7% del total, siendo en ellas absolutamente
predominantes los neonatos.
36 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

La epigrafía del molk.


Las inscripciones son parte de los documentos hal-
lados en los tofets. Los caracteres en que se hallan escri-
tos corresponden en su mayor parte a la lengua fenicia,
púnica y neopúnica, aunque también hallamos algunos
casos en lengua griega y latina. La técnica empleada para
su consecución es la incisión sobre un soporte de piedra
(generalmente un cipo o una estela) o bien, junto a la
incisión o en sustitución de ésta, por medio de la pintura,
sistema del cual poseemos un menor número de restos
debido a los problemas de perdurabilidad del mismo.
Algunas inscripciones cartaginesas tardías hablan de
“don de piedra” (CIS, 3777), portando incluso fórmulas
de maldición contra aquel que la mueva o robe (CIS,
3783, 3784 y 3785).

Un ritual no colectivo.
La evidencia epigráfica, como la procedente en este
caso de Motia, no demuestra la existencia de ofrendas
múltiples en el desarrollo de una misma ceremonia, pese
a que alguna inscripción alude a la posibilidad de re-
alizar más de una ofrenda por los miembros de una
misma familia, y subraya igualmente el carácter no
colectivo del rito (Amadasi Guzzo, 1986: 199 y 204 ss).
Por lo general la información del ritual que se puede
deducir de las inscripciones apuntan hacia un carácter
individual de la ofrenda, siendo generalmente realizada
por un oferente masculino, aunque también encontramos
dedicaciones de mujeres, llegándose incluso a la utili-
El sacrificio Molk 37

zación de un sistema de genealogía regido por un ma-


tronímio en vez de por un patronímio (CIS, 253 y 902).
El sacrificio era ejecutado como respuesta a un ruego
“porque ha escuchado su voz” y tenía un carácter noc-
turno: sacrum magnum nocturnum, como evidencian las
inscripciones neopúnicas de Ngaous.

El término mlk.
El empleo de la palabra mlk representa un punto cru-
cial en la problemática del sacrificio. Pertenece a una
raíz homógrafa de palabras diversas con el sentido de
reinar. Chabot (1917) tomando como referencia el vo-
cabulario siriaco, malak, propuso un significado de pro-
meter. Eissfeldt (1935) manifestó que la palabra hace
referencia a un término sacrificial. Vön Soden (1936),
incidiendo sobre esta hipótesis, llegó a la conclusión que
la etimología pertenece a una raíz de primera débil hlk
con un prefijo m. Por tanto, a un verbo con el significado
de “andar”, en su forma causativa, “hacer andar”, que al
ser prefijada da lugar a un nombre verbal, “aquel que
hace andar”. Su vocalización en hebreo daría malik en su
forma activa (hiph‘il), y en su hipotética forma pasiva
molâk (hoph‘al). En fenicio no se sabe la vocalización
de la posible forma pasiva, pero de molâk pasaría a mo-
lōk. La existencia en el mundo semita nordoccidental de
verbos con sentido de movimiento para reflejar un sacri-
ficio es bien conocida. No solo el caso de hlk en el ám-
bito fenicio, sino el caso de ‘olah “andar sobre” en el
ámbito hebreo proporcionan un claro ejemplo. En ambos
38 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

casos sería la constatación del término técnico referente


a holocausto (oferta totalmente quemada). Por contra,
nuevas posiciones optan por una etimología y signifi-
cado diverso, así Dussaud (1946) llegó a la conclusión
que hace referencia a una persona poseída; o Benichou
Safar (1995) que presenta una correspondencia con for-
mulaciones latinas en el sentido de “aquel que entra”.

El formulario epigráfico.
En lo que a la variedad del formulario epigráfico
concierne, los términos empleados para designar el rito
son los de mlk’dm, mlk‘bl, mlk’mr y mlkt.. Antes que
nada es preciso señalar que la interpretación fundada
sobre la presencia de las fórmulas mlk‘bl y mlk’dm, y
según la cual la primera habría de ser leída como “sacri-
ficio de un (niño) noble”, mientras que la segunda, que
no se constata en Cartago, significaría “sacrificio de un
(niño) común”, debe ser descartada ante la evidencia
contrastada de diversos lugares. En algún caso la fór-
mula mlk’dm acompaña a oficios y profesiones, como la
de sacerdote, que no pueden ser considerados “comunes”
(Charlier, 1953: 15-17; cf.: Amadasi Guzzo, 1986: 202).
Además, hasta ahora, no han aparecido las dos fórmulas
utilizadas conjuntamente en un mismo tofet. La expre-
sión mlk’dm se traduce como “sacrificio (ofrecido) por
un hombre”. Hay menos consenso sobre como hay que
traducir mlk‘bl; “sacrificio (en honor) a Ba‘al”, “sacrifi-
cio (ofrecido) por un ciudadano”, “sacrificio en lugar de
un recién nacido” son las propuestas al respecto, mien-
El sacrificio Molk 39

tras que la unanimidad es mayor en relación a mlk`mr que


debe entenderse como “sacrificio de un cordero” o “sacri-
ficio votivo”, en cualquier caso un sacrificio de sustitución
(Lipinski, 1988-90: 243). El femenino mlkt se interpreta
como una variante dialectal menos frecuente que mlk que
no parece que pueda ser relacionado con el género de la
víctima del sacrificio (Garbini, 1982: 127 ss).
De ahí que se pueda proponer para nsb mlk “estela
del sacrificado” o “estela de la víctima sacrificada”. Por
otra parte la palabra, en un primer momento, es acom-
pañada de b‘l formando la expresión mlk b‘l. Eissfeldt
(1935) propuso “oferta de Ba‘al” o Gibson (1982), con el
mismo sentido, “oferta de uno que está ligado a un
voto”. Fevrier (1953, 1955 y 1960) esperaría un lamed
delante de Ba`al si fuese un sacrificio dirigido a esta
divinidad, por el contrario lo interpreta como b ‘ul,
“aquel que sube”, con la finalidad de un sacrificio por un
lactante, dando el nombre específico para el sacrificio de
sustitución, siendo aceptado por Röllig (1965) y Müller
(1984). Charlier (1953) afirma que debe entenderse
como un epíteto divino. Benichou Safar (1995) sostiene
una nueva hipótesis “aquello que ha entrado bajo el
yugo”, pero el problema es que esta expresión era usada
por quien llegaba a alcanzar el grado de sacerdote, es
decir, un adulto y no un niño. De esta manera pues si,
como se ha dicho, mlk tiene el sentido de sacrificio de
holocausto, b‘l sería el objetivo genitivo al cual va dedi-
cado: “holocausto de Ba‘al”.
40 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

La evolución.
Resulta igualmente interesante la evolución obser-
vada en el empleo de los verbos en lugares como Cart-
ago y Motia. En las inscripciones más antiguas se utiliza
el verbo yaton, mientras que el empleo del verbo nador
se generaliza a partir del siglo V a.C., en ambos lugares.
Lipinski (1988) subraya que una similar disparidad se da
en los textos bíblicos que se refieren al sacrificio de
primogénitos y aquellos otros que aluden más concreta-
mente al molk. Según él cabría interpretar todas estas
variaciones de acuerdo con una evolución en las prácti-
cas rituales asociadas al tofet. Así, en los tiempos más
antiguos se daría un predominio de la ofrenda de pri-
mogénitos junto con un elevado número de sacrificios de
sustitución. Posteriormente, y a consecuencia de pre-
siones de índole demográfica, el molk como forma de
infanticidio ritualizado alcanzaría una mayor incidencia
mientras las sustituciones disminuían drásticamente.

Las divinidades destinatarias de las ofrendas.


Por último, queda señalar que son varias las divini-
dades que son objeto de la dedicatoria realizada en los
tofet. La mayor parte de las inscripciones están dedicadas
a la pareja compuesta por Ba<al ·ammon y Tanit. No
obstante la evolución cronológica muestra como la inicial
preponderancia de Ba‘al-Hammón, bien documentada en
las inscripciones más antiguas del tofet, comienza a ser
desplazada desde finales del siglo V y comienzos del IV a.
C., por la de la diosa Tanit. A partir de entonces, la impor-
El sacrificio Molk 41

tancia que va adquiriendo es cada vez mayor, apareciendo


incluso sola en las inscripciones. Estas le dan el epíteto de
“cara de Ba‘al” y por una de ellas sabemos de la existen-
cia en Cartago de un templo dedicado a Ashtarté y a Tanit
del Líbano. En Motia, en cambio, Ba‘al Hammon es la
única divinidad mencionada.
Ba‘al Hammon es atestiguado también en las estelas y
dedicatorias del N. de Africa, Sicilia, Cerdeña y Malta.
Originario de Oriente, algunos investigadores señalan sus
relación con el fuego o el calor, “el Señor del altar de los
perfúmes” o, más bien, “el Señor de las ascuas”, mientras
que otros lo interpretan como “Señor del Amanus”, una
divinidad atmosférica relacionada con la tormenta y la
lluvia. Otra interpretación distinta lo reconoce como el
“Señor del baldaquín”, atribuyéndole un carácter protector
de la familia y las unidades domésticas. Su identificación
posterior con el Saturno romano, bajo cuya forma pervivió
en el norte de Africa mucho tiempo después de la destruc-
ción de Cartago, sugiere que era el protector y garante de
la prosperidad de la ciudad y que al mismo tiempo poseía
aspectos relacionados con la regeneración y la fecun-
dación. Su iconografía era la de un dios barbado tocado
con la tiara y sentado sobre un trono.
La diosa Tanit, de origen oriental aunque durante
mucho tiempo se creyó que era una divinidad exclu-
sivamente africana, y considerada a veces como una de las
manifestaciones de Ashtarté, alcanzó una gran populari-
dad en las colonias occidentales, particularmente en Cart-
ago. Se trataba de una divinidad ctónica, protectora de la
vida más allá de la muerte. Era la consorte de Ba´al
42 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

Hammon en el panteón cartaginés. Fuera de Cartago


aparece asociada a Ashtarté en el templo de Tas es-Silg,
en Malta, y en una inscripción de comienzos del siglo VI
a. C. procedente de Sarepta. Su nombre aparece también
en la atroponimia religiosa de Sidón y Kition, en Chipre.
Su iconografía es rica pero de difícil interpretación, desta-
cando sobre todo el famoso “signo de Tanit”, un triángulo
coronado en su vértice por una raya horizontal, que en
ocasiones tiene los extremos levantados, y rematado por
un círculo, en el que se ve una esquematización realista de
la imagen oriental de la diosa desnuda o de la hieródula de
los brazos extendidos, muy frecuentes en Siria y Canaán a
finales de la Edad del Bronce.
También existe constancia de otras divinidades a las
que se ofrecen las dedicatorias en el tofet. En el caso de
Cartago a los dioses en general (CIS, 3775) y a una
tríada compuesta por Shamash, Sakon y Ba‘al (CIS,
4963), a Reshef en Soussa (T4) y Nebí Yunis (RES,
367), o Ba‘al ’Addir.

La hipótesis funeraria.
La interpretación que los estudiosos han hecho del
molk lo ha venido caracterizando a menudo como una
práctica circunstancial, esporádica y restringida, que solo
afectaría a un sector específico de la población. Se
trataría, según esto, de un ritual propio sobre todo de la
realeza y de las familias nobles ante situaciones espe-
cialmente críticas que implicaran grave peligro colectivo
para la comunidad. Una argumentación de este tipo, que
El sacrificio Molk 43

se hace descansar sobre las noticias proporcionadas por


algunos autores antiguos o sobre algunas referencias
bíblicas, deja planteada la incógnita acerca de la natu-
raleza de las abundantes incineraciones descubiertas en
los tofets . No es de extrañar, por tanto, que el siguiente
paso que se produzca consista, como veremos, en re-
chazar la naturaleza cruenta del molk y en convertir
aquellos en necrópolis infantiles. Así, como magistral-
mente lo ha expresado Amadasi Guzzo (1986: 189 ss):
“E infatti particolarmente arduo riuscire ad ammettere
che popoli a noi relativamente vicini,sia nel tempo, sia
nello spazio, abbiamo regolarmente praticato riti che non
ci appaiano giustificabili: limitare il sacrificio dei bam-
bini a casi eccezionali, se nom eliminarlo completa-
mente, apare perciò come uno sgravio di coscienzia”.

Génesis de la hipótesis funeraria.


La hipótesis que defiende la idea de un sacrificio in-
cruento, de un rito meramente simbólico ha alcanzado en
las dos últimas décadas un éxito considerable. En reali-
dad se trata de una idea bastante antigua, formulada
tiempo atrás en el marco del debate sobre la naturaleza y
el carácter del molk, y que no aporta apenas nuevos
argumentos a los ya conocidos. Así el precedente más
inmediato se puede encontrar en un trabajo de Benichou-
Safar (1981) en el que la autora se interroga a cerca de la
escasez de restos de niños en las necrópolis púnicas de
Cartago y plantea la hipótesis de una posible utilización
del tofet como necrópolis infantil. Un poco después
44 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

Simonetti (1983) realizaba una reinterpretación de los


textos antiguos en los que pretendía diferenciar entre
noticias, las más abundantes, relativas a asesinatos ritu-
ales, que serían sumamente episódicos, y a sacrificios
humanos. A partir de ahí y de acuerdo con una interpre-
tación que ha llegado a contar con un buen número de
adeptos (Simonetti, 1983; Moscati, 1987; Ribichini,
1987; Olmo Lete, 1990; Grass, Rouillard y Teixidor,
1991: 185 y Ss.; Moscati y Ribichini, 1991, Benichou-
Safar, 1993: 133 ss) el sacrificio molk se considera un
rito religioso que no constituyó en realidad una practica
cruenta, y los tofets albergarían por consiguiente las
víctimas ocasionadas, no por tales sacrificios, sino por la
alta mortalidad infantil de la época, idea que, como ya se
dijo, había sido expuesta tiempo atrás, y sin demasiado
éxito entonces, por Schaeffer (1956: 67).

El tofet, supuesta necrópolis infantil.


De hecho la escasa novedad argumetal que han intro-
ducido los detractores del carácter cruento del molk es
quizá su rasgo más sobresaliente, pues no es sino una
relaboración de ideas que ya habían sido utilizadas por
otros autores en el seno de este debate. La principal
novedad radica, frente a todo lo ya conocido, en poner el
énfasis en la ausencia de tumbas infantiles en las ne-
crópolis fenicias y púnicas, así como en la corta edad de
los niños incinerados en los tofets. El molk ha sido con-
cebido incluso como un rito de paso post mortem en
relación con un supuesto rito cananeo de “pasar bajo el
El sacrificio Molk 45

yugo” de la divinidad (Benichou-Safar, 1993) en un


intento de despojar al molk de cualquier atisbo de sacri-
ficio cruento. La idea en sí no es original, pues ya había
sido antes aplicada a la “necrópolis” infantil de Thys-
drus, que si bien revela algunas influencias que podrían
proceder de los antiguos tofets púnicos de la región,
también presenta manifiestas divergencias con ellos
(Slim, 1983: 80 y 84).
Esta iniciación funeraria pretendería conseguir para
los fallecidos, situados bajo la protección de la(s) divini-
dad(es) del tofet, un bienaventurado destino en el más
allá, que por su condición de miembros excluidos o no
integrados en la comunidad de adultos, no tendrían ple-
namente garantizado.

El debate.
Pese a la insistencia en presentar el “viejo nuevo
punto de vista” en numerosas y sucesivas publicaciones,
los partidarios de la hipótesis funeraria no han terminado
por convencer a otro sector de estudiosos e investi-
gadores, por lo que el debate sigue abierto. Persisten
quienes sostienen que el molk era, muy por el contrario,
un sacrificio infantil de carácter cruento (Stager y Wolf,
1984; Lipinski, 1988; Day, 1989; Picard, 1990; Clifford,
1990: 279; Brown, 1991; Wagner, 1991; Levenson,
1993: 18 ss; Lancel, 1994: 231 ss), si bien las interpre-
taciones que se hacen del mismo no siempre son coinci-
dentes. Son, desde luego, minoría quienes, en este lado,
consideran que la práctica del molk se inscribe en un
46 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

contexto mucho más amplio, que no sería otro que aquel


del infanticidio en el mundo antiguo, no por muchas
veces silenciado, negado incluso, por ello menos real.

¿Necrópolis o santuarios?
Como ya dijimos, se parte de la constatación previa de
la ausencia de niños en las necrópolis fenicio-púnicas,
pero también aquí la argumentación resulta forzada. Un
examen detenido de los datos publicados muestra la
presencia de enterramientos de niños junto a los adultos en
las necrópolis fenicias y púnicas, no sólo del Mediterráneo
(Tejera Gaspar, 1975: 782), como Malta (Schwidetzky y
Ramaswamy, 1980: 111, 113 y 115), Ibiza (Gómez Bel-
lard, Hachuel Fernández y Marí i Costa, 1992: 87 ss) y la
misma Cartago (Lancel, 1982: 333) sino también de Ori-
ente (Smith, Horwitz y Zias, 1990: 140-143). Por su-
puesto, la proporción es siempre menor que la de los adul-
tos, pero esto mismo se observa en cualquier otra parte del
mundo antiguo (Clifford, 1990: 58), por lo que no resulta
un argumento convincente. A esto hay que añadir la es-
casa atención que los arqueólogos han prestado muchas
veces a este tipo de tumbas, lo que seguramente ha influ-
ido en que conozcamos un número menor de las realmente
existentes, con lo cual el problema se va perfilando de una
manera bien distinta.
Una buena forma de avanzar en el conocimiento de
todas estas cuestiones pasa necesariamente por la elabo-
ración de una metodología clasificatoria de las tumbas
infantiles en las necrópolis fenicias y púnicas así como
El sacrificio Molk 47

de sus ajuares. Algunos aproximaciones se han realizado


a este respecto, tanto para un ensayo de la tipología de
las sepulturas (Tejera Gaspar, 1975: 787 ss) como para
las asociaciones significativas que éstas presentan con el
tipo de tumba, el ritual funerario, los ajuares y su con-
tenido (Goméz Bellard, Hachuel Fernández y Mari i
Costa, 1992).
Además, si bien es cierto que en el mundo antiguo, y
en muchas otras sociedades preindustriales, parte de los
niños muertos a temprana edad ocupan espacios funer-
arios distintos a las necrópolis destinadas a los adultos,
por lo común se trata de formas de enterramiento (en
muchos casos bajo el suelo de las mismas viviendas) que
no constituyen propiamente necrópolis diferenciadas. Se
diga lo que se diga, las necrópolis infantiles son siempre
una excepción (Slim, 1983: 77 y 84), y no deja de ser
elocuente que en los trabajos en que con más empeño se
defiende el presunto carácter de necrópolis infantiles
para los tofets del mundo fenicio-púnico (Moscati, 1987;
Ribichini, 1987: 47 y 49) sólo se puedan citar dos ejem-
plos (Atenas y Thysdrus).
Por otra parte, el mismo hecho en sí del pequeño por-
centaje de tumbas infantiles en las necrópolis de la An-
tigüedad, en contraste con los índices de mortalidad in-
fantil que se manejan (40/50 %), sugiere una muerte dis-
tinta para aquellos que no están enterrados con los adultos.
La explicación iniciática pierde entonces bastante fuerza.
¿Que ocurre con los niños enterrados en las necrópolis?,
¿como y por que habían sido admitidos en el espacio
funerario reservado a los adultos?, ¿por qué no precisaban
48 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

iniciación post mortem? ¿qué es lo que realmente impide a


los otros estar presentes en las necrópolis?.
Aún más, en contra de algunas pretensiones de ver
un elevado numero de fetos entre las incineraciones
infantiles de los tofets, como argumento de apoyo a la
hipótesis funeraria, es preciso señalar que no hay
manera de distinguir entre un niño nacido muerto pre-
maturamente y uno que muere al poco de nacer
(Ribichini y Xella, 1994: 82). Además, la evolución por
edades que parece darse en algunos sitios, como Cart-
ago, es difícil de explicar desde la perspectiva de la
mortalidad infantil. En efecto, se ha observado en el
tofet cartaginés que las urnas más antiguas son las que
contienen un porcentaje mayor de niños de muy corta
edad (prematuros o neonatos), mientras que las más
recientes incluyen un mayor número de niños de un año
y aún mayores (Stager, 1980: 7). ¿Como explicar tal
contraste desde la mortalidad infantil?

Incógnitas no resueltas.
Atribuir a los tofets el carácter de necrópolis in-
fantiles introduce, como se ve, más incertidumbres que
incógnitas resuelve, ya que hay que explicar entonces el
contenido votivo de las inscripciones y la presencia de
urnas que sólo tienen restos de animales, o bien de niños
y animales. Todo ello pretende, no obstante, resolverse
invocando el supuesto carácter iniciático de los rituales
funerarios que allí habrían tenido lugar (Moscati y
Ribichini, 1991: 34-37), de tal forma que los tofets resul-
El sacrificio Molk 49

tarían espacios funerarios destinados a un rito específico


de iniciación reservado a los niños de corta edad que
fallecían por causas naturales, y no santuarios donde se
practicaran sacrificios. Se pretende, incluso, que el ritual
es el mismo para los niños enterrados en el tofet y en las
necrópolis (Benichou-Safar, 1995: 100), lo que refor-
zaría el carácter funerario de los primeros. Pero esto no
siempre es así. De hecho la situación es mucho más
compleja, ya que los niños enterrados en las necrópolis,
junto con los adultos, unas veces son incinerados mien-
tras que otras muchas son inhumados (Tejera Gaspar,
1975: 782, 784 y 786). Por otra parte, como ha sido
observado, el supuesto carácter iniciático del molk no
tiene por que ser contradictorio con su naturaleza cruenta
(Picard, 1990: 86-88).
La presencia de inscripciones votivas sobre monu-
mentos (cipos, estelas), en las que los oferentes manifi-
estan su intención de hacer una ofrenda a los dioses, es
un impedimento serio para concederle a los tofets el
carácter de espacios funerarios, siquiera iniciáticos, ya
que este tipo de epígrafes corresponde a los santuarios
más que a las necrópolis. Ante ello, se argumenta que no
existe una evidencia real que permita relacionar tales
monumentos con las urnas a las que parecen acompañar
(Ribichini, 1987: 38; Moscati y Ribichini, 1991: 27-31),
por lo que se opta por la explicación de que las estelas
podrían no haber sido colocadas siempre en el tofet en el
mismo momento en que lo fueron las urnas, sino en
aquel en que se solicita el don o se agradece su conce-
sión, que no sería otro que el que la divinidad acogiese
50 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

en su seno protector al pequeño fallecido y protegiese a


los que aún seguían con vida. La hipótesis es seductora
pero resulta forzada. Por otra parte, la presencia de restos
incinerados de pequeños animales, por lo común
ovicápridos, que a la luz de los testimonios convergentes
(mlk'mr) es interpretada como sacrificios de sustitución,
convierte en sumamente improbable la caracterización
de todos estos recintos en necrópolis infantiles (Stager y
Wolff, 1984: 39; Fedele y Foster, 1988: 33 y 42), pero se
considera cómo ofrecimiento de ex-votos en honor de las
divinidades protectoras por los defensores de la hipótesis
funeraria (Moscati y Ribichini, 1991: 34).
El mismo número de deposiciones en algunos tofets
hace ciertamente improbable su utilización como ne-
crópolis infantil, como observa Bondi respecto a Monte
Sirai (cfr: Ribichini y Xella, 1994: 118). El escaso por-
centaje de incineraciones infantiles observado en Motia
en contraste con las deposiciones que sólo contienen
restos de animales tampoco parece encajar muy bien con
una mortalidad natural que se considera elevada. Por
supuesto, todo ello contrasta con los cálculos que se
efectúan para Cartago, unas 20.000 urnas entre el 400 y
el 200 a. C, que no son sino la extrapolación al conjunto
del tofet de la densidad de hallazgos obtenidos por el
equipo de arqueólogos norteamericanos bajo la dirección
de L. Stager en el sector excavado (1980: 3), pero enton-
ces ¿debemos suponer que algunos tofets funcionaban
como necrópolis infantiles mientras que otros no?.
A todo ello se puede aún añadir los datos obtenidos
acerca de la posible, aunque discutida (Moscati y
El sacrificio Molk 51

Ribichini, 1991: 30) estacionalidad de los ritos de


acuerdo con la edad de los animales y las plantas utili-
zadas en la combustión (Nisbet, 1980; Acquaro, 1980: 7
81; Fedele, 1983: 641; Fedele y Foster, 1988: 41; cfr:
Picard, 1990: 83), que de comprobarse, en modo alguno
encajaría con la hipótesis de los cementerios (iniciáticos)
de niños. Por el contrario dicha estacionalidad, de claros
visos equinocciales, podría ser puesta en relación con el
carácter y naturaleza de Ba`al-Hammon, la divinidad
masculina que presidía los ritos que tienen lugar en el
tofet, “señor del Amanus” y dios de la fertilidad y del
cereal así como de la montaña y de la atmosfera (Lipin-
ski, 1988-90: 229 ss).

Una posición intermedia.


Seguramente es debido al carácter forzado y contradic-
torio de buena parte de los argumentos sobre que reposa la
hipótesis funeraria, que últimamente algunos de sus de-
fensores parecen haber adoptado una posición un tanto
más moderada que incluye el significado del tofet como
santuario y la posibilidad de que se hayan producido real-
mente algunas incineraciones cruentas (sacrificios), aquel-
las que corresponderían a los restos de niños de mayor
edad (Ribichini y Xella, 1994: 82 ss). Así, el tofet sería un
lugar sagrado donde se realizan ritos diversos presididos
por dos divinidades tutelares de la vida familiar, Ba`al
Hammon, “señor de la capilla doméstica” y su paredra
Tanit, lo que excluiría los holocaustos frecuentes ofrecidos
a dioses terribles y sedientos de sangre. Una posición
52 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

similar ha sido mantenida por algunos autores (Suder,


1991) que, si bien rechazan el carácter de infanticidio
generalizado para el sacrificio molk y la mayoría de los
restos de las urnas que aparecen en los tofets, consideran
sin embargo que no se puede excluir del todo la posibili-
dad de sacrificios de niños deformes o enfermos. Como se
ha dicho: “Historical and sociological data from elsewhere
in the ancient world suggest that Phoenician infant sacri-
fice was not simply a religous rite but a mechanism of
population control; Animal substitution became less
fequent with the increase of the Carthaginian population”
(Clifford, 1990: 279).

Una interpretación del molk en clave sociode-


mográfica.
El sacrificio molk, como cualquier otro hecho re-
ligioso, posee unas connotaciones en significado y fun-
ción que rebasan el fenómeno religioso en sí, para alcan-
zar otros aspectos del sistema sociocultural, por lo que es
preciso un enfoque que trascienda sus aspectos filológi-
cos e histórico-religiosos. La Historia de las Religiones
es una disciplina histórica que, utilizando el método
comparativo, intenta comprender la originalidad de cada
religión interesándose por los problemas de su génesis y
su desarrollo. Su aproximación es imprescindible, pero
ni única ni definitiva.
El sacrificio Molk 53

La aproximación multidisciplinar.
Una alternativa eficaz puede proceder de la perspec-
tiva multidisciplinar, cuya principal novedad, respecto a
los estudios tradicionales, radica en la valoración de los
cometidos y funciones socioculturales de las creencias y
prácticas religiosas, esto es: un enfoque antropológico y
social de la religión, y en su debida contextualización en
un marco más amplio al que por su propia problemática
pertenece, como es el debate sobre la incidencia del
infanticidio en las sociedades del mundo antiguo. Reali-
dad, como otras tantas, controvertida pero no por ello
menos cierta (Angel, 1972: 100; Eyben, 1980-1: 12 ss;
Harris, 1982: 114 ss; Picard, 1982: 162 ss; Carcopino,
1989: 110 ss; Lerner, 1990: 141 y 296; Suder, 1991:
409), lo que hace menos comprensible que las ciudades
fenicias, tanto en Oriente como en el Mediterráneo,
hayan quedado al margen de una problemática común a
muchas sociedades preindustriales e incluso modernas
(Freemaan, 1971; Langer, 1974; Harris y Ross, 1991).

El factor demográfico.
Estimando muy improbable que los tofets hayan sido
realmente necrópolis infantiles, el sacrificio molk
aparece, a la luz de los testimonios procedentes de los
distintos hallazgos, como un rito individual y en absoluto
episódico (Stager y Wolf, 1984: 44; Benichou-Safar,
1988: 63) en el que, al menos en los casos de Cartago
(Stager, 1982: 159 y 162) y Tharros (Fedele y Foster,
1988: 33) la existencia de sustituciones por víctimas
54 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

animales, que son detectadas por el análisis de los restos


que contienen las urnas y por la fórmula epigráfica mlk
mr, es mayor en los estratos mas antiguos y menor en los
mas recientes. Esto, junto a la amplia distribución
geográfica, y la larga pervivencia del molk en el tiempo
puede entenderse como el resultado de la flexibilidad
que la ritualización brindaba para posibilitar diversas
formas de instrumentalizar tales sacrificios infantiles, ya
que por ritualización no hay que entender obligatoriedad.
Así, sí la presión demográfica y las tensiones reproducti-
vas pueden haber constituido los factores de fondo a lo
largo de todos estos procesos, la regulación ha podido
ser dirigida, gracias a la capacidad manipuladora de las
élites sacerdotales, hacia objetivos diversos en según que
coyunturas, que sitios y que épocas.

Argumentos en contra del infanticidio.


Por supuesto, no pocos investigadores negarán que
hallan existido problemas de “presión demográfica”, no
sólo entre los fenicios, sino en cualquier otra parte del
mundo antiguo, y sobre todo negarán que tales proble-
mas se hayan podido resolver o atenuar alguna vez me-
diante el recurso al infanticidio. Su argumentación des-
cansa, fundamentalmente, en que la mortalidad infantil
por causas naturales era ya lo suficientemente elevada
como para no precisar de más muertes adicionales pro-
vocadas, ya que entonces el riesgo inmediato era el de la
despoblación (Engels, 1980). Pero olvidan que, si la
mortalidad infantil por causas naturales era realmente
El sacrificio Molk 55

alta, también lo eran las tasas de fertilidad por lo que los


nacimientos eran numerosos. Si la mortalidad infantil era
tan alta y no se encontraba contrarrestada por una fertili-
dad igualmente alta, entonces ¿para que recurrir al
aborto provocado y a diversos métodos anticonceptivos
más o menos eficaces que sabemos fueron empleados en
Oriente, Egipto y el mundo greco-romano? (Preus, 1975:
251 ss; Eyben, 1980-1; Pangas, 1990).
Tampoco tienen en cuenta la capacidad de las so-
ciedades antiguas de regular el tamaño de la población
mediante procedimientos culturales pues comparten con
los demógrafos conservadores “la hipótesis no opera-
cionable de que la existencia de un régimen de fecundi-
dad culturalmente controlado depende de un cálculo
deliberado y consciente de un número explícitamente
pretendido de hijos deseados. El origen de esta hipótesis
se halla en idealizaciones etnocéntricas, y especialmente
eurocéntricas, del comportamiento de sociedades “pro-
gresivas” posteriores a la transición demográfica, en
comparación con el comportamiento reproductivo de
sociedades “atrasadas” pre-trasnsicionales. Se considera
que las sociedades post-transicionales que practican
generalizadamente el control de los nacimientos son las
únicas que tienen la capacidad de hacer cálculos racion-
ales acerca del número óptimo de hijos que crían. En
consecuencia, los indicios del empleo de toda una gama
de procedimientos culturalmente modelados que tienen
el efecto demostrable de controlar la fecundidad en so-
ciedades no contraceptivas -el aborto, la abstinencia, la
lactancia- son categorialmente degradadas a la condición
56 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

de de conductas cuyo “objetivo” nada tenía que ver con


el control de la fecundidad, y que en consecuencia no
podía ser verdaderamente un control auténtico de la
fecundidad en su pleno sentido noble e idealista” (Harris
y Ross, 1991: 25 ss).
Olvidan, además, que la alta mortalidad infantil que se
atribuye a “causas naturales” puede en realidad estar en-
cubriendo pautas de conducta que, como la discriminación
asistencial o nutricional, difícilmente podríamos clasificar
a primera vista como infanticidas, aunque no dejen de
resultar eficaces para contrarrestar el elevado número de
nacimientos provocado por las altas tasas de fertilidad, ya
que cada sociedad realiza su propia definición de los que
es y no es “natural” (Peña, Ruiz y Wagner, e. p.), que no
tiene porque coincidir con la nuestra.
En Mesopotamia, donde la preocupación por lo prob-
lemas derivados de la presión demográfica se manifestó
muy pronto (Kilmer, 1972), se solían atribuir las muertes
prematuras y tempranas a la acción de determinados
“demonios”, como Pazuzu o Lamashtu (Leichty, 1971),
lo que dejaba un amplio margen para encubrir cualquier
actitud que incidiera de forma más o menos directa en
acortar la vida de los recién nacidos o en impedir que
nacieran. Todo ello en unos ambientes culturales que,
tanto aquí como allá, se caracterizaban por una sensibili-
dad muy distinta hacia la infancia e incluso por una
absoluta ausencia de la misma, lo que se concretaba
frecuentemente en una falta de atención y de estima
(Peyronnet, 1973) que puede resultarnos difícil de com-
prender. La cuestión se complica, por tanto, por un prob-
El sacrificio Molk 57

lema añadido de mentalidad que nos impide enjuiciar


correctamente al proyectar nuestros valores sobre la
infancia a realidades con las que no se corresponden.

Mentalidades y comportamientos.
Nuestros modelos de comportamiento caracterizados
por la protección, la estima y la ternura hacia los niños
no son sino adquisiciones históricamente recientes que
no deben hacernos olvidar las palabras de uno de los más
sobresalientes especialistas en historia de la infancia
cuando afirma que: “la historia de la infancia es una
pesadilla de la que acabamos de despertar hace poco”
(De Mause, 1982: 15).
Una clara manifestación de la distinta sensibilidad de
los antiguos hacia el niño se percibe en el tiempo que
transcurría entre el alumbramiento y el momento en que
se le reconocía como tal, esto es: cuando era considerado
por primera vez socialmente, aunque no en igualdad con
los jóvenes y adultos, lo que no se producía hasta pasar,
a una edad determinada, los ritos correspondientes, por
lo que si perecían antes solían ocupar un espacio funer-
ario distinto. Dicho momento no coincide con el parto,
sino con el reconocimiento paterno posterior que impli-
caba su anuncio al resto de la comunidad. Como en
muchas otras sociedades preindustriales, el nacimiento
no era un hecho biológico sino social (Polgar, 1972:
206). Entre ambos se extendía un lapso temporal en el
que el recién nacido carecía de existencia como tal, y en
el que su supervivencia quedaba enteramente a disposi-
58 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

ción de la voluntad de su padre. Entonces era más fácil


que fuera víctima del infanticidio, generalmente reali-
zado de forma encubierta o disimulada. Los límites im-
precisos entre salud y enfermedad constituían otro de los
factores de riesgo que podían actuar aún después del
momento del reconocimiento inicial del niño. La escasa
preocupación de la medicina antigua contribuía notable-
mente a ello. Como se ha afirmado en un estudio por-
menorizado del tema: “La médicine de la première en-
fance semble bien la parente pauvre de la médicine an-
tique. Aucun médicin ne semble s’intéresser vraiment à
fond” (Etienne, 1973, pág. 42).

¿Infanticidio ritualizado?.
Al contrario de lo que piensan los defensores de la
hipótesis funeraria, la baja edad de la mayoría de los
niños incinerados en los tofets es otro argumento a favor
de la hipótesis del infanticidio ritualizado. Los primeros
días del recién nacido constituyen, de acuerdo con una
concepción bastante generalizada en la Antigüedad que
diferencia entre parto y nacimiento, lo que convierte a
este último en un hecho social más que biológico, el
momento más adecuado para poner término a su vida.
Ello explica que muchas de las víctimas, incineradas en
el molk sean neonatos.
Frente a la posible objeción de lo extremadamente in-
frecuentes que resultan en la Antigüedad los infanticidios
ritualizados, la ritualización del infanticidio entre los feni-
cios oudo obedecer a la mayor capacidad de las autoridades
El sacrificio Molk 59

públicas para inmiscuirse en la esfera familiar y limitar


incluso la, en otras partes, casi absoluta autoridad patriarcal.
Así ocurría en Oriente donde las leyes babilónicas limitaban
las prerrogativas del padre para castigar y desheredar a sus
hijos y del marido para castigar a su esposa. Esto, que fre-
cuentemente se ha interpretado como un rasgo humanizador
de la legislación babilónica, no es sino una muestra de la
capacidad del poder público para regular las atribuciones
del patriarca. Las leyes asirias igualmente prevén la partici-
pación de la autoridad pública en el castigo de una mujer
que se provoque un aborto (LMA, 35), no dejando la cues-
tión, que se enfoca como un delito contra la propiedad
patriarcal y no como un crimen contra la vida, al arbitrio del
marido. Mientras que entre los griegos y romanos el infan-
ticidio era propio del ámbito estrictamente doméstico y, por
tanto responsabilidad exclusiva del padre, por lo que
muchas veces permanecía en la sombra, en Oriente y
posiblemente también entre los fenicios, tal responsabilidad
se encontraba recortada y regulada por un poder público
mucho más fuerte y capaz de ejercer el control social aún en
el seno mismo de las familias.
El templo, que poseía el censo y por tanto la informa-
ción pertinente para hacer los cálculos demográficos, era
la institución responsable del infanticidio, por lo que este
adoptó una cobertura religiosa que lo enmascaraba, caso
de los demonios Pazuzu y Lamashtu (Kilmer, 1972: 160
ss; cfr: Leychty, 1971), o se ritualizó convirtiéndose en un
sacrificio de carácter no expiatorio, de acuerdo con los
testimonios epigráficos, que constituía básicamente una
ofrenda de solicitud o de agradecimiento a los dioses.
60 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

Entre los fenicios, sin perder su carácter de decisión


familiar, el infanticidio se traslada, por medio de la ritu-
alización, a un espacio público en el que, pese al carácter
individual y privado del rito que allí se celebra, se mani-
fiesta también, mediante su misma existencia, la potestad
de las autoridades ciudadanas. En realidad, citando las ya
lejanas palabras de Picard (1958: 152), los griegos y
romanos reprocharon a los fenicios y púnicos encubrir
mediante la ritualización del sacrificio algo que ellos
mismo realizaban de manera vergonzante.
Aún coincidiendo con Suder (1991) en el rechazo de
la interpretación que hace Stager (1982: 161 ss), -según
la cual la diferencia de edad en las deposiciones múlti-
ples correspondería al intervalo intergenésico propio de
sociedades que no practican la regulación de los
nacimientos, correspondiendo los restos del niño de más
edad a un sacrificio que remplazaba al del más pequeño
que, tras haber sido ofrecido como ofrenda, había nacido
muerto o fallecido prematuramente- no parecen acept-
ables las razones demográficas que arguye. La alta fer-
tilidad, en la que influía también la temprana edad en
que las mujeres accedían al matrimonio, compensaba por
término medio el elevado porcentaje de mortalidad in-
fantil por causas “naturales”. Dos o tres muertes en el
seno de una misma familia no la condenaban por tanto a
desaparecer.
Frente a todos estos argumentos subsisten, cierta-
mente, algunas dificultades. Así, en la caso de Motia el
número de muertes infantiles no habría pasado, a lo
sumo, de dos al año, según el cálculo realizado sobre el
El sacrificio Molk 61

porcentaje de urnas analizado y su distribución a lo largo


de los cuatro siglos de utilización del tofet (Ciasca, Di
Salvo, Castellino y Di Patti, 1996). Demasiadas pocas
para una práctica infanticida habitual, pero también, por
supuesto, para una mortalidad infantil por causas natu-
rales. El problema radica, sin embargo, en que este
cáculo se ha realizado a partir de la extrapolación de los
datos obtenidos en la excavación de un sector del santu-
ario que representa 1/4 o un 1/3 del mismo a todo su
conjunto. Un cáculo similar efectuado para Cartago
arroja una cifra de unas cien muertes infantiles al año, al
menos para el periodo comprendido entre comienzos del
siglo IV y II a. C. Esta disparidad se explicaría mejor
desde una perspectiva sociodemográfica distinta para
cada sitio que desde una mortalidad infantil “natural”
que se supone muy similar en todas las sociedades anti-
guas. Con todo, conviene no olvidar que tales datos son
meras aproximaciones basadas en la suposición de que
los sectores no excavados de ambos tofets hayan tenido
un comportamiento idéntico a las zonas investigadas.

Sobrepoblación y socioeconomía.
En las ciudades orientales fenicias las condiciones
ecológicas, demográficas y socioeconómicas que hici-
eron plausible el molk como una forma de infanticidio
ritualizado no debieron ser posteriores al siglo X a.C. Se
concretaron entonces, sino antes, en un grave deterioro
ambiental producido por deforestación combinada (pas-
toreo y aprovechamiento de los recursos forestales) e
62 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

intensificación de la producción agrícola; en un progre-


sivo crecimiento de la población y la pérdida de acceso a
las tierras fértiles del interior, ante la presencia de nuevas
poblaciones, como los israelitas y los arameos; en fin, en
una insuficiencia de autoabastecimiento agrícola que
forzó a los fenicios a buscar alimentos en los paises de
su entorno y a diversificar, al mismo tiempo, su produc-
ción manufacturera y los elementos de su comercio,
incentivando también su temprana expansión mediter-
ránea (Wagner, 1991: 412 ss). Todo ello no quiere decir
que la necesidad de recurrir al infanticidio en ambiente
cultural cananeo-fenicio no haya podido incluso ser
anterior a la mencionada fecha. Precisamente se ha de-
tectado un incremento de la población que originó pre-
sión demográfica y acentuó la deforestación, más al sur,
en Israel, desde comienzos de la Edad del Hierro (Stager,
1985: 4 ss). Presumiblemente la situación afectaría a una
zona más amplia. Lo cierto es que la evidencia proce-
dente de contextos previos suficientemente bien conoci-
dos, como Ugarit, parece negativa, o al menos dudosa en
lo que al sacrificio molk se refiere (Xella, 1978: 128-9;
1985), pero su ausencia no representa una objeción
grave, ya que la ritualización ha podido producirse pos-
teriormente y como consecuencia de una más acusada y
frecuente tendencia al infanticidio bajo una mayor pre-
sión demográfica y más fuertes tensiones reproductivas,
provocadas por unas condiciones ecológicas, demográfi-
cas, políticas, y económico-sociales cada vez más desfa-
vorables (Angel, 1972: 99). La existencia de rituales
destinados a provocar la lluvia y la fertilidad que
El sacrificio Molk 63

preveían sacrificios humanos, entre los que no faltaban


los niños y jóvenes, aún de forma esporádica, ha podido
proporcionar el soporte ideológico necesario en que
basar tal ritualización. Esto no se contradice con el
carácter de dioses ctónicos y protectores de la fertilidad
de Tanit y Ba`al Hammon. Si bien los textos de Ugarit
no parecen apoyar esta hipótesis (Xella, 1988) el ambi-
ente hebreo refleja una situación que sin duda tiene con-
comitancias con el mundo cananeo de su entorno (Day,
1985: 29 ss; Ruiz, 1993: 79 ss, cfr: Levenson, 1993).
Significativamente el contexto histórico que produce
el auge del molk entre los israelitas se encuentra también
caracterizado, entre otras cosas, por una situación de so-
brepoblación que se manifiesta incluso en el crecimiento
urbano de Jerusalén, con un nuevo área de asentamiento
sobre la “colina occidental”, todo lo cual está apoyado por
los hallazgos arqueológicos, y como consecuencia muy
probable de la llegada de refugiados ocasionada por la
guerra en el reino del norte (Ahlström, 1982: 78 ss: Lipin-
ski, 1988: 160). La sobrepoblación también figura entre
las causas que en Cartago ocasionaron un aumento de las
deposiciones en el tofet junto con una disminución de los
“sacrificios de sustitución” a partir del siglo IV a C. en
contraste con el panorama típico de la época arcaica en el
que las “sustituciones” son mucho más abundantes
(Lancel, 1994: 233). Sin duda hubo otras razones, como
también se ha apuntado, y las de tipo económico no de-
bieron de ser menos importantes ya que la consolidación
de la economía esclavista supuso, seguramente, un em-
peoramiento de las condiciones de vida para muchas fa-
64 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

milias. Es lógico considerar, por otra parte, que la práctica


del molk como infanticidio ritualizado excluía muy
probablemente otras formas alternativas de regular el
número de nacimientos y de hijos, como el aborto o el
abandono. Por ello mismo la práctica del infanticidio
ritualizado en el tofet bajo la forma del molk no tenía por
qué conducir a Cartago hacia la despoblación, al contrario
de lo que piensan algunos.

La eficacia de la ritualización.
Todo ello nos lleva a considerar que la sobrepo-
blación y la presión demográfica que origina no debe ser
nunca entendida de una manera simple o mecanicista,
sino en combinación con las realidades sociales y
económicas. Es en el seno de unas relaciones sociales
determinadas que la soprepoblación adquiere uno u otro
sentido. Así las condiciones de la Cartago aristocrática
arcaica no parecen haber sido las mismas que las de la
ciudad oligárquica de los siglos siguientes. La estandari-
zación de las urnas en el tofet y las inscripciones que
muestran cortas genealogías y ocupaciones y oficios
comunes, frente al predominio de los cargos públicos y
de prestigio en el siglo VI a. C, es un claro indicio de la
“democratización” de un rito que en tiempos anteriores
parece haber involucrado principalmente a las grandes
familias cartaginesas (Stager y Wolf, 1984: 47). La
tentación de establecer una hipótesis, que por lo demás
concuerda con la información proporcionada por Dio-
doro, es casi irresistible. De acuerdo con ella, en época
El sacrificio Molk 65

arcaica el infanticidio habría correspondido sobre todo a


la aristocracia que de esta manera pretendía impedir,
ante los exiguo de sus dominios territoriales, la
disolución de su patrimonio. Las clases populares ten-
drían, por supuesto, acceso al tofet, que como se ha visto
constituía un elemento importante en la vertebración de
la comunidad ciudadana, pero, siendo en aquella época
la población escasa o, en todo caso careciendo del prob-
lema de la sobrepoblación, lo hacían a través de los
sacrificios sustitutorios, lo que no quiere decir que una
familia de la élite no pudiera también ofrecer alguno en
un momento dado.
Así, el sacrificio de niños pequeños, en realidad un
infanticidio encubierto mediante ritualización, constituía
en los primeros siglos de Cartago un rasgo propio de la
aristocracia, que solo en un momento posterior, como
consecuencia de la adquisición de dominios más exten-
sos tras la conquista del territorio africano, de la intro-
ducción de la economía esclavista, de la sobrepoblación
que se pretendía moderar mediante el envío de colonos a
los asentamientos fenicios occidentales, como informa
Aristóteles (Pol. 273b 19), del empobrecimiento en fin
de un buen número de ciudadanos, llega a alcanzar a
sectores sociales más amplios, perdiendo su carácter
aristocrático originario. Ello explicaría la drástica dis-
minución de las “sustituciones” que choca con la preten-
dida helenización de la ciudad (Lancel, 1994: 232), otro
de tantos tópicos sobre la civilización fenicio-púnica
(Wagner, 1986).
66 Carlos González Wagner - Luis A. Ruiz Cabrero

Todo esto que no quiere, ni mucho menos, decir que


la situación de Cartago haya caracterizado también a
otras ciudades fenicias en Oriente o en el Mediterráneo.
Precisamente la ritualización explica que pudiera ocurrir
lo contrario. Por paradójico que pudiera parecer, la ritu-
alización y con ella los sacrificios de sustitución, pu-
dieron aportar una mayor flexibilidad (Stager, 1980: 8
ss) en la práctica del molk como infanticidio encubierto,
que bajo control sacerdotal se podía adecuar mejor a las
condiciones de cada momento y de cada lugar, que en
los casos de infanticidio efectuado en ámbito privado, de
manera vergonzante y semiclandestina, o no reconocido
como tal, como frecuentemente ocurría en el mundo
greco-romano.
La pervivencia de los sacrificios molk en el Africa
romana, según se desprende de la noticia de Tertuliano,
ha podido muy bien conjugar el aspecto demográfico de
tales infanticidios con una ideología de resistencia na-
cionalista frente a la agresión cultural impuesta por la
dominación de Roma. Y el recurso a la sustitución era
siempre posible cuando razones demográficas o socio-
económicas así lo aconsejaban (Lipinski 1988: 158 ss.).
Ello explicaría que en determinados contextos, como
Mote Sirai, en Cerdeña, o Motia, en Sicilia, el número de
urnas depositadas en el tofet no avale la hipótesis funer-
aria. Las presiones demográficas y las tensiones repro-
ductivas que conllevan, no eran seguramente las mismas
en todos los sitios, ya que las tasas de fertilidad y mor-
talidad no constituyen tampoco factores estáticos.
III
ANTOLOGÍA DE TEXTOS
68 El sacrificio de Molk

El Antiguo Testamento:
Texto 1

“Todo primogénito es mio. Y todo primogénito


macho de los bueyes y de las ovejas , mio es. El
primogénito del asno lo redimirás con una oveja, y
si no redimes a precio, lo desnucarás. Redimirás al
primogénito de tus hijos, y no te presentarás ante
mí con las manos vacías”.
Exodo, 34, 19.

Texto 2
“No darás hijo tuyo para ser ofrendado a Moloc;
no profanarás el nombre de tu Dios. Yo, Yavé”
Levítico, 18, 21.

Texto 3
“Yavé habló a Moisés, diciendo: “Di a los hijos de
Israel: Quien quiera que entre los hijos de Israel, o
de los extranjeros que habitan en Israel, ofrezca a
Moloc un hijo suyo, será castigado con la muerte;
el pueblo lo lapidará. Yo me volveré contra ese
hombre y le exterminaré de en medio de su pueblo
por haber entregado a Moloc a uno de sus hijos,
manchando mi santuario y profanando mi santo
nombre. Si el pueblo cerrase lo ojos respecto de
este hombre que ofreció a Moloc a uno de sus hijos
y no le diera muerte, yo me volveré contra él y
contra su parentela y le exterminaré de en medio
Textos 69

de su pueblo y a cuantos como él se prostituyan


ante Moloc”.
Levítico, 20, 1-6.

Texto 4
“No obres así con Yavé, tu dios; porque cuanto hay
de aborrecible y abominable a Yavé, lo hacían
ellos para sus dioses; hasta quemar en el fuego a
sus hijos y a sus hijas en honor suyo”
Deuteronomio, 12, 31.

Texto 5
“El año diecisiete de Pecaj, hijo de Romelía,
comenzó a reinar Ajaz, hijo de Jotam, rey de Judá;
tenía Ajaz veinte años cuándo comenzó a reinar, y
reinó diecisiete años en Jerusalén. No hizo lo recto
a los ojos de Yavé, su Dios, como lo había hecho
David, su padre. Marchó por el camino de los
reyes de Israel, y hasta hizo pasar a su hijo por el
fuego, según las abominaciones de las gentes que
Yavé había expulsado ante los hijos de Israel. Of-
recía sacrificios y perfumes en los altos, en los
collados y bajo cualquier árbol frondoso”.
2 Reyes, 16, 2.

Texto 6
“Pero las gentes aquellas se hicieron cada una sus
dioses en las ciudades que habitaban y los pusieron
en los altos edificados por los de Samaria. Las
gentes de Babilonia se hicieron su Sucot Benot; las
de Cuta, su Nergal; las de Jamat, su Asima; las de
70 El sacrificio de Molk

Ava, su Nibján y Tartac, y las de Sefarvaim pasa-


ban a sus hijos por el fuego, en honor de Adrame-
lec y Anamelec, dioses de Sefarvaim”
2 Reyes, 17, 29.

Texto 7
“Doce años tenía Manasés cuando comenzó a re-
inar, y reinó cincuenta y cinco años en Jerusalén...
Hizo el mal a los ojos de Yavé, según todas las
abominaciones de las gentes que Yavé había arro-
jado ante los hijos de Israel. Reedificó los altos que
su padre, Ezequías, había destruido; alzó altares a
Ba`al, levantó una asera, como había hecho Acab,
rey de Israel, , y se prosternó ante todo el ejército
de los cielos y le sirvió. Alzó altares en la casa de
Yavé, de la que Yavé había dicho: “Pondré mi
nombre en Jerusalén”. Alzó altares a todo el ejér-
cito de los cielos en los dos atrios de la casa de
Yavé. Hizo pasar a su hijo por el fuego; se dio a la
observación de las nubes y de las serpientes, para
obtener pronósticos, e instituyó evocadores de los
espíritus y adivinadores del porvenir”
Reyes, 21, 1.

Texto 8
“El rey (Josías) profanó el Tofet del valle de los
hijos de Hinón, para que nadie hiciera pasar a su
hijo o a su hija por el fuego en honor de Moloc,...
Profanó el rey los altos que había a Oriente de
Jerusalén, al mediodía del monte de los Olivos, que
Textos 71

Salomón, rey de Israel, había erigido a Astarté, la


abominación de los sidonios; a Camos, la abomi-
nación de los moabitas, y a Milcon, la abominación
de los amonitas.
Destrozó los cipos, derribó las aseras y llenó
los lugares donde estaban los huesos humanos”.
2 Reyes, 23, 10.

Texto 9
“Y hará Yavé oir su voz majestuosa, y mostrará el
descenso de su brazo, en el ardor de su ira, en me-
dio de un fuego devorador, en tempestad, en
aguacero y en granizo. A la voz de Yavé temblará
Asur y será herido con el palo. Y sucederá que
cada golpe de palo que Yavé descargue sobre él, se
dará al son de los tambores y arpas, y en luchas
agitadas les combatirá. Está desde hace mucho
tiempo preparado un tofet, está también destinado
al rey. Honda y ancha es la hoguera, fuego y leña
hay en abundancia, que el soplo de Yavé va a
encender como torrente de azufre”.
Isaías, 30, 30.

Texto 10
“Acercaos, pues, vosotros, hijos de la bruja, gen-
eración de la adúltera y la prostituta. ¿De que os
burláis, a quién hacéis muecas y sacáis la lengua?.
¿No sois vosotros hijos del pecado, raza de mentira
encendidos de concupiscencia bajo el teberinto y
72 El sacrificio de Molk

bajo todo árbol frondoso, sacrificando niños en el


lecho de los torrentes, en los huecos de las peñas?.
Los lisos chinarros del torrente serán tu parte,
he ahí tu porción. A ellos hiciste tus libaciones y
elevaste ofrendas. ¿Me voy a consolar con eso?.
Sobre un monte alto, bien alto, pusiste tu cama;
también subiste allí para sacrificar. Detrás de la
puerta y el umbral pusiste tu distintivo, pues, lejos
de mí, te descubriste y subiste a tu lecho, lo en-
sanchaste y te prostituiste con aquellos cuyo
comercio deseaste, compartiendo su lecho. Con-
templaste la estela, corriendo a Moloc con ungüen-
tos, multiplicando tus unciones, enviando lejos tus
embajadores, haciéndolos descender hasta el seol”.
Isaías, 57, 3.

Texto 11
“Y edificaron los altos de Tofet, que está en el
valle de Ben-Hinón, para quemar allí sus hijos y
sus hijas, cosa que ni yo les mandé ni pasó siquiera
por mi pensamiento. Por eso he aquí que vienen
días -oráculo de Yavé- en que no se llamará más
Tofet y valle de Ben-Hinón, sino valle de la mor-
tandad, y se enterrará en Tofet por falta de lugar...”
Jeremías, 7, 31.

Texto 12
“Así dice Yavé de los ejércitos, Dios de Israel: he
aquí que traeré sobre este lugar males que a cuan-
tos los oigan les restiñiran los oídos, por haberme
Textos 73

dejado a mí y haberme enajenado este lugar, ofre-


ciendo incienso en él a dioses ajenos, que no
conocían ni ellos, ni sus padres, ni los reyes de
Judá, llenando este lugar de sangre de inocentes, y
edificando los lugares altos a Ba`al, para quemar a
sus propios hijos como holocausto a Ba`al, lo que
yo no había mandado ni me había venido a la
mente. Por eso, he aquí que vendrán días - oráculo
de Yavé- en que no se llamará ya a este lugar “To-
fet” y “Valle de Ben´Hinón” sino “Valle de la mor-
tandad”.
Jeremías, 19, 3.

Texto 13
Así haré yo con este lugar y con sus habitantes -
oráculo de Yavé- convirtiendo a esta ciudad en un
“Tofet”. Las casas de Jerusalén y las de los reyes
de Judá quedarán inmundas como el lugar del “To-
fet”, todas las casas en cuyos terrados quemaron
incienso a toda la milicia celeste y libaron a dioses
extraños”
Jeremías, 19, 12.

Texto 14
“Y, a más de esto, tomaste a tus hijos y a tus hijas,
los que habías engendrado para mí, y se los sacrifi-
caste para que les sirvieran de comida. Te parecían
poco tus prostituciones, y sacrificaste a mis hijos,
haciéndolos pasar por el fuego”.
Ezequiel, 16, 20.
74 El sacrificio de Molk

Texto 15
“Por eso les dí yo también a ellos ordenaciones no
buenas y decretos que no son de vida, y los con-
taminé en sus ofrendas cuando pasaban a sus hijos
por el fuego, a todo primogénito, para desolarlos y
hacerles saber que yo soy Yavé”
Ezequiel, 20, 25.

Texto 16

“Di, pues, a la casa de Israel: Así habla el Señor,


Yavé: ¡Qué! Os contamináis vosotros a la manera
de vuestros padres, fornicáis con sus ídolos, y,
ofreciendo vuestras ofrendas y pasando a vuestros
hijos por el fuego, os contamináis con vuestros
ídolos hasta el día de hoy...”
Ezequiel, 20, 30.s

Texto 17
“Díjome Yavé: Hijo del Hombre, ¿no juzgarás tú a
Oholá y a Oholibá? ¿No les echarás en cara sus
abominaciones?. Diéronse al adulterio y man-
charon de sangre sus manos. Adulteraron con sus
ídolos, y aun los hijos que me parieron los pasaron
por el fuego para que les sirviesen a ellos de co-
mida. Hasta eso hicieron, contaminando también
mi santuario y profanando mis sábados, pues luego
de sacrificar sus hijos a sus ídolos, entraban el
mismo día en mi santuario, contaminándolo”
Ezequiel, 23, 36.
Textos 75

Los autores clásicos:


Texto 18
“Los fenicios en los peligros más graves, ya de
guerra, ya de escasez, ya de pestilencia, mataban
algunos de sus (seres) mas queridos ofreciéndolos
a Saturno. Y la historia de los fenicios esta llena de
este tipo de sacrificios: historia que, escrita por
Sanshuniaton en lengua fenicia, fue traducida al
griego y redactada en ocho libros por Filón de
Biblos. Este mismo en otra parte, en su relato sobre
los sacrificios de los cretenses, dice que los Cu-
retes acostumbraban antiguamente a sacrificar
niños a Saturno...”
Porfirio, Abst., 2, 56.

Texto 19
“Era costumbre entre los antiguos, en caso de
grave peligro, que los jefes de la ciudad o de la
población llevaran al sacrificio, para evitar la de-
strucción de todos, los más queridos de sus propios
hijos como ofrenda para apaciguar a los demonios
vengativos. Aquellos que eran elegidos eran inmo-
lados en el curso de una ceremonia misteriosa. Por
aquel entonces Cronos, que los fenicios llamaban
El, que reinaba sobre el país y que después de su
muerte fue divinizado para identificarse con el
astro de Cronos, tenía un hijo único nacido de una
ninfa del lugar llamada Anobret, - por lo que el
hijo era llamado Ieoud que es todavía hoy el modo
de llamar a los hijos únicos entre los fenicios -;
76 El sacrificio de Molk

entonces, a causa de una guerra, amenazando al


país graves peligros, aquel hizo vestir al hijo la
indumentaria real y, preparando el altar, lo sacri-
ficó”.
Eusebio, Praep. evang. I, lO, 44.

Texto 20
“Los fenicios y sobre todo los cartagineses, cuando
desean que suceda alguna cosa importante, pro-
meten que, si obtienen aquello que desean, sacrifi-
caran un niño a Cronos. De hecho cerca del lugar
hay una estatua de bronce del dios con las manos
vueltas a lo alto y dispuesta sobre un brasero, en el
cual cae el pequeño. Cuando las llamas muerden el
cuerpo, los miembros se contraen y la boca apar-
enta reír, hasta que el cuerpo contraído se consume
en el brasero. Por lo que esta risa es llamada sarda,
porque se mueren riendo”.
Clitarco, Schol. Plat. Rep. 337 A.

Texto 21
“Estimaron que Cronos les era hostil. En efecto,
aquellos que antes habían sacrificado a este dios
los mejores de sus hijos, compraban ahora secre-
tamente niños que alimentaban para después envi-
arlos al sacrificio. Según se averiguó, se supo que
algunos de los niños inmolados habían sido sacrifi-
cados en lugar de otros. Considerando estas cosas
y viendo al enemigo acampado delante de sus
muros, experimentaron un temor religioso oca-
Textos 77

sionado por la idea de haber descuidado los hon-


ores tradicionales debidos a los dioses. Ardiendo
en deseos de reparar sus errores, eligieron doscien-
tos niños de entre los mas considerados y les sacri-
ficaron a nombre del Estado. Otros, que habían
sido acusados, se ofrecieron ellos mismos; su
número llegó a alcanzar trescientos. Había en Cart-
ago una estatua de Cronos en bronce, las manos
extendidas, la palma en alto, e inclinadas hacia el
suelo, de forma que el niño que era allí colocado
rodaba y caía en una fosa llena de fuego”.
Diodoro de Sicilia, XX, 14, 4.

Texto 22
“Entre los muertos estaba también Hanibal, el gen-
eral, y entre los exploradores que habían sido en-
viados había algunos que contaron que en la noche
habían sido vistos espíritus de los muertos. Himil-
car, viendo como la multitud era acosada por un
temor supersticioso, primero de todo puso término
a la destrucción de los monumentos, y luego su-
plicó a los dioses según la costumbre de su pueblo
sacrificando un joven muchacho a Cronos y una
multitud de ganado a Poseidón, sumergiéndolo en
el mar”.
Diodoro de Sicilia, XIII, 86, 3.

Texto 23
“Los cartagineses...sacrificaban sus propios hijos a
Cronos, y aquellos sin hijos los compraban a los
78 El sacrificio de Molk

pobres como si fueran animales. La madre asistía


sin lagrimas ni gemidos; si lloraba se deshonraba,
sin poder impedir por ello el sacrificio. El ambi-
ente estaba lleno de sonidos de los que, ante la
estatua, tocaban tambores y tímpanos, para ahogar
los gritos”.
Plutarco, De superst., 13.

Texto 24
“Hubo otros que propusieron practicar de nuevo
una antigua costumbre religiosa, caída en desuso
durante muchos siglos y que yo ciertamente no la
estimaría muy grata a los dioses: la inmolación de
un niño de condición libre a Saturno. Esta infamia,
mas que sacrificio, que habían heredado de sus
fundadores, se dice que fue practicada por los cart-
agineses hasta la destrucción de su ciudad. Y
(ahora) sin la oposición de los Ancianos, cuyo
consejo era decisivo en todos los asuntos, se
hubiera impuesto sobre las consideraciones mas
humanitarias”.
Quinto Curcio Rufo, De rebus gestis Alexandri
Magni, IV, 3.

Texto 25
“Los niños eran publicamente inmolados a Saturno
en Africa hasta el proconsulado de Tiberio, el cual
hizo poner crucificados vivos a los propios sacer-
dotes en los arboles de su templo que habían dado
sombra a sus crímenes; según han testimoniado los
soldados de mi padre que siguieron la orden del
Textos 79

procónsul. A pesar de ello semejante crimen es


preservado en secreto”.
Tertuliano, Apolog., IX, 2-3.

Texto 26
“Los púnicos sacrificaban según costumbre a sus
hijos varones”.
Ennio, fr. 221.

Texto 27
“Cito las palabras de Varrón: había sido dicho que
Saturno solía devorar sus vástagos, porque la
simiente retornaba al lugar del cual habían
nacido...A continuación dice que la razón por la
que ciertos pueblos, como los cartagineses, practi-
can el sacrificio de niños a él, y otros, como los
galos, incluso adultos, es a causa de que la mejor
de todas las simientes es la humana”.
S. Agustín, De civitates dei, VII, 19.

Texto 28
“Saturno devoró a sus hijos, como los poetas cuen-
tan la historia; y los filósofos físicos hacen de la
historia lo que quieren. Como la historia relata, el
los mató, aunque la practica cartaginesa de sacrifi-
car sus hijos a él no fue adoptada por los ro-
manos”.
S. Agustín, De civitates dei, VII, 26.
80 El sacrificio de Molk

Texto 29
“Dicese que Talos, el guardián construido por
Hefesto y dado por Zeus a Europa, castigaba sin-
gularmente a aquellos extranjeros que arribaban a
Creta: saltaba al fuego y, después de haber calen-
tado su pecho hasta volverlo incandescente, los
abrazaba; y sonreía mientras aquellos se quema-
ban. Algunos dicen que en Cerdeña hay un hierba
que mata a los extranjeros que la comen, y mues-
tran los dientes debido a los espasmos. Timeo dice
que los sardos llevan a sus ancianos padres junto a
un abismo y les empujan hacia el, y aquellos ríen
como si murieran felizmente. Los Cartagineses que
habitaban la Cerdeña tenían una costumbre bar-
bara, muy diferente de aquella de los griegos. Pues
sacrificaban a Cronos, en días establecidos, no solo
alguno de los prisioneros sino también los viejos
que habían pasado de los setenta años. Al sacrifi-
cado el llorar le parecía cosa torpe y vil, mientras
el alegrarse y reír le parecía digno de coraje y her-
moso. Por eso la risa simulada en circunstancias
dolorosas es dicha sarda”.
Clitarco, Schol. Hom. Od. XX, 302.

Texto 30
“Desde allí se dirigieron a Creta, pero Talos les
impidió acercarse; unos dicen que éste era de la
raza de bronce, otros que había sido entregado a
Minos por Hefesto; era un hombre de bronce, pero
según algunos era un toro. Tenía una sola vena que
Textos 81

se extendía desde el cuello a los tobillos, y el ex-


tremo de la vena estaba cerrado con un clavo
igualmente broncíneo”.
Apolodoro, Biblioth. I, 9, 26.

Texto 31
"Entre nosotros no hay una ley que prescriba los
sacrificios humanos: por el contrario, tal cosa sería
abominable; aunque los cartagineses realizan tales
sacrificios como algo sagrado y lícito, y ciertos de
entre ellos llegan incluso a sacrificar sus propios
hijos a Cronos, como también debes haber oído”.
Pseudo Platón, Minos, 315e.

Texto 32
“La nación que Dido fundó cuando se estableció en
Libia, donde se acostumbraba a satisfacer a los
dioses con sacrificios humanos y a ofrecer a sus
niños pequeños -horrible de contar- sobre altares
ardientes. Cada año la suerte era echada y la trage-
dia se repetía, recordando los sacrificios ofrecidos
a Diana en el reino de Thoas”.
Silio Itálico, Punica, IV, 766.

Texto 33
“Dicen que los antiguos acostumbraban a ofrecer
víctimas humanas a Cronos, igual que en Cartago
durante tanto tiempo como la ciudad existió, y
como los celtas y algunas otras naciones occiden-
tales hacen aún hoy”.
Dionisio de Halicarnaso, I, 38.
82 El sacrificio de Molk

Texto 34
“En Cartago se realizaba cada año el asesinato de
dos aristócratas, sacrificando niños al viejo Sat-
urno; los padres que se lamentaban tristemente
cerca del altar eran afeados”.
Dracontio, Carmina, V, 148-150.

Texto 35
“Tales prácticas siguen desde luego los prece-
dentes establecidos por vuestros dioses. Saturno no
expuso a sus hijos, sino que los devoró. No sin
razón en algunas partes de Africa los niños eran
sacrificados a él por sus padres, y sus llantos cal-
mados con palabras cariñosas y besos por miedo a
que una víctima fuera sacrificada en lágrimas”.
Minucio, Octavius, XXX, 3.

Texto 36
“A Cronos es sacrificada una víctima humana (en
Cartago), aunque esto es considerado por muchos
como un acto impío”.
Sexto Empírico, Hypot. III, 221.

Inscripciones:
Texto 37
“Para prosperidad, salud y felicidad!
Para el santo señor Saturno
un gran sacrificio nocturno morchomor
por un voto de Aquilius Victor y su esposa Aelia
Rufina
Textos 83

obedeciendo su mandato”.
Inscripción procedente de Constantina...

Texto 38
“¡Para prosperidad, salud y felicidad!
Para el santo señor Saturno
un gran sacrificio nocturno,
ánima por ánima, sangre por sangre, vida por vida
por la salud de Concessa
- por una visión y un voto han hecho un sacrificio
molchomor
Felix y Diodora con ánimo dócil,
un cordero como vicario”
Inscripción procedente de Constantina...

Texto 30
“[A la señora a Tani]t cara de Ba[‘al]
[y al] señor a Ba‘al ·ammon lo que
[ha de]dicado Lubit hija de ‘Azruba‘al
sufete hijo de Bodmelqart
sufete hijo de Bod‘ashtart sufete”
Inscripción procedente de Cartago,
Vassel e Icard, 1922, p. 19.

Texto 40
“A la señora Tanit cara de Ba‘al y
al señor Ba‘al ·ammon (ello) que ha dedicado
‘Abdmilkat hijo de ‘Ashtartyaton
que pertenece al personal del templo de Melqart”.
Inscripción procedente de Cartago, KAI, 086
84 El sacrificio de Molk

Texto 41
“Estela molk ba‘a[l]
que ha dado Magón
[hi]jo de ·anno’ para Ba‘al ·ammon”
Inscripción procedente de Cartago, CIS , I, 5685.

Texto 42
“A la señora a Tanit cara de Ba‘al
y al señor a Ba‘al ·ammon
que ha dedicado Matanba‘l
hija de Bodmelqart hijo de Magón
porque ha escuchado su voz”
Inscripción procedente de Cartago,Cartago, IV-146.

Texto 43
“A nuestra señora a Tanit cara de Ba‘al
y al señor a Ba‘al ·ammon aquello que
era dado por Eshmunhalaß hijo de Yittenmelek,
hijo de Ba‘alamas, hijo de Melekyitten,
hijo de ·ami hijo de Ba‘al™anna
(porque) han escuchado su voz
(y) lo han bendecido”.
Inscripción procedente de Cartago (Kelsey, 1926, p. 37)

Texto 44
“A la señora a Tanit [cara]
de Ba‘al estela de [piedra]
[que ha dedicado] Esh[moun ...]”
Inscripción procedente de Cartago, CIS, I, 0408
Textos 85

Texto 45
“[A la se]ñora a Tanit cara de Ba<al
estela de piedra que ha dedicado tu servidor
Ba‘alyaton hijo de [Ba‘]al≈at
porque ella ha escuchado su voz ¡lo bendiga!”
Inscripción procedente de Cartago,
Vassel e Icard, 1922, p. 112-114.

Texto 46
“[A la se]ñora a Tanit cara de Ba‘al
y al señor a Ba‘al ·ammon que ha dedicado
’Arishatba[‘]al hija de ‘Amatmelqart
hija de ‘Abdmilr siervo de ‘Ashtarté de Eryx”
Inscripción procedente de Cartago, CIS, I, 3776.

Texto 47
“Estela de molk de b<l
que ha puesto Na™um
para Ba-‘al ·ammon
señor porque ha escuchado
la voz de sus palabras”
Inscripción procedente de Malta, CIS, I, 0123.

Texto 48
“Estela de molk de b<l
que ha puesto Na™um
para Ba-‘al ·ammon señor
porque ha escuchado
la voz de sus palabras”
Inscripción procedente de Mozia,
Amadasi Guzzo, 1990, p. 88.
86 El sacrificio de Molk

Texto 49
“Al señor a Ba‘al Hammon
don que ha dedicado Ykn≈lm
hijo de ‘Abdmelqart porque ha escuchado
la voz de sus palabras”
Inscripción procedente de Mozia,
Amadasi Guzzo, 1986, fig. 8; tav. IX, 1.

Texto 50
“Cippo de molk Ba‘al
esto al señor, a Ba‘al ammon
que ha dado Arish hijo de Labo hijo de ’l‘m
porque ha escuchado la voz
de sus palabras”
Inscripción procedente de Sulcis, CIS, I, 0147.
IV
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