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Caos educativo por las exigencias de las autonomías

La caótica realidad de la educación en nuestro país es producto de un fracaso colectivo


que ni la clase política ni la sociedad han sabido solucionar en 40 años de democracia.
En este tiempo se han promulgado hasta siete leyes orgánicas, algunas de las
cuales no han llegado a implantarse. E incluso una de ellas, esta última, la Lomce,
lleva ya dos cursos derogada de facto. Un síntoma evidente de que este trascendental
problema no ha merecido la consideración de asunto de Estado ni por los gobiernos
centrales ni por los autonómicos, más preocupados por obtener réditos electorales
coyunturales que por la creación de un sistema de calidad y estable capaz de adaptarse
a una realidad social, política y económica cada día más exigente en el mercado global.
Necesitamos un sistema educativo, en definitiva, que cumpla la doble función de crear
ciudadanos libres y cultos, capaces de asumir sus responsabilidades cívicas en un
sistema democrático que requiere cada vez más de su participación. Y que asuma la
tarea de formar a trabajadores con la suficiente capacitación laboral para
competir.
Es cierto que el fracaso de la Lomce corresponde en primer lugar al Gobierno del PP,
que se mostró incapaz de redactar una ley de consenso, no pudo implantarla en algunas
autonomías y, perdida la mayoría absoluta, y en aras de un pacto de Estado, ha hecho
cesiones de tal magnitud que la han desnaturalizado. La eliminación de las reválidas
impedirá la homologación de los conocimientos en todo el territorio. La posibilidad
de acceder al Bachillerato con algunas asignaturas suspensas supone una
renuncia expresa a lograr un sistema basado en el esfuerzo y la exigencia. Y por
último, la dejación del Estado en sus funciones de supervisión a nivel nacional para
evitar conflictos con las comunidades autónomas es un reconocimiento de la falta de
voluntad política para encontrar un equilibrio entre las competencias de las CCAA y las
del Ministerio de Educación.
Precisamente esta falta de entendimiento entre el Gobierno central y los autonómicos
es uno de los principales escollos. Tal y como publicábamos ayer, la Asociación
Nacional de Editores de Libros de Texto (Anele) ha denunciado que las
exigencias de las autonomías les obligan a hacer hasta 25 ediciones diferentes de
un manual didáctico para una misma asignatura, ejemplo extremo pero elocuente
de la falta de homogeneidad que existe en los currículos en nuestro país. Además, añade
Anele, esto encarece el precio final de los libros, ya que las editoriales deben emplear
más recursos en producir las distintas versiones.
Para solventar esta deficiencia, el PP ha anunciado que llevará a las conversaciones del
pacto por la educación la propuesta de que en la próxima ley haya más enseñanzas
comunes para todas las CCAA, y así no exista tanta disparidad de contenidos. La
propuesta es loable pero habrá que ver cómo se concreta. Partidos políticos, sindicatos,
administraciones públicas y la comunidad educativa en general deben trabajar para
hacer frente a los retos a los que se enfrenta el sistema educativo. Entre todos han de
poner fin al mercadeo en que se ha convertido la educación, y ser conscientes de
que de ella dependen el bienestar de la sociedad y la competitividad de la
economía. También la formación de unos jóvenes cuyo futuro están poniendo en
riesgo con su irresponsabilidad.

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