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CONTRA
EL MUNDO
Cuestiones, sospechas e idiosincrasias del
museo que nos habita
El museo espacial 5
Bibliografía 60
A modo de introducción: La eterna heterotopía
Estamos en la época del espacio, según Foucault1. La historia, la sacralización del tiempo, su
ordenación y estructuración que en otras épocas fueron de suma importancia toman hoy una
aspecto más trivial. Hemos descubierto sus trampas, hemos diseminado la construcción del
tiempo que ha tenido lugar dentro del mismo tiempo y nos ha hecho entrar en sospecha. Miramos
ahora con recelo aquello que en el XIX hacía alzar banderas, aquello que en el XVI producía
hermosas composiciones pictóricas o las historias mediante las que los romanos hacían Historia y
producían dioses de carne y hueso. Hemos aprendido (o tal vez estamos en ello) a dejar de
justificar el presente a través del pasado, a través del tiempo. El desarrollo del tiempo que en un
principio fue un potente causal con una clara finalidad, ya sea apocalíptica, revolucionaria o
libertaria, hoy se reduce a un elemento más que manipular. Hoy el tiempo ha dejado tal vez de ser
El espacio es el protagonista de nuestro tiempo, pues ha sido capaz de desenvolverse de forma tal
que, a lo largo del tiempo al que ha vencido, ha ido tomando formas distintas. De la localización
(“este es el Lugar, que importa a todos y que da un sentido a todo el entorno – la iglesia, el castillo,
el templo, la tierra que da sentido al cielo que la envuelve y que provoca el movimiento de astros y
cometas-”), a la extensión que abre Galileo por la cual la iglesia pasa a ser una iglesia, el castillo, un
castillo y la tierra un planeta más en un sistema solar infinito. Lugares que proyectan extensiones,
pero nada circunda nada. En nuestra época, según Foucault el espacio se ha metamorfoseado en
extensiones, sino que indica la distancia y la relación que se genera entre esos elementos, esos
lugares que ahora no son más que puntos de encuentro entre diversas proximidades. El espacio se
1 Michel Foucault. “De los espacios otros” Architecture, Mouvement, Continuité, nº 5, 1985 [trad: Pablo Blitstein y Tadeo Lima]
1
entiende ahora mediante relaciones de emplazamientos, que no son únicamente paredes
dispuestas en tal o cual modo o terrenos parcelados, sino que son también emplazamientos
humanos donde esas distancias se miden entre humanos que circulan, toman, transforman esos
Sin embargo, Foucault detecta ciertas anormalidades que se dan dentro del sistema de
emplazamientos que ha producido nuestro mundo contemporáneo. Existen aún espacios que no
se miden por las relaciones con otros espacios. Espacios que al no contemplar su forma de
emplazamiento, tampoco contemplan esas distancias, esos puntos de relación con el ser humano y
que se vuelven hacia sí de una forma autárquica. Son espacios sacralizados, contra-
emplazamientos que llama también heterotopías. Una de estas heterotopías es temporal y afecta a
aquellos espacios que de alguna forma acumulan el tiempo al infinito como las bibliotecas, como
los museos. Al entrar en ellos el hombre no encuentra una elementos para su uso cotidiano. Lo
que allí se dispone, no forma parte de la cotidianidad de su época. No puede usar sus
instrumentos, pues generalmente tampoc los hay, y si los hay como es el caso de las butacas y los
sofas, se ve impedido a utilizarlos de forma cotidiana. Un sofá en un museo no está hecho para
descansar (pero sí), ni para esperar (pero también), tampoco contemplar es su último fin.
Los objetos que se encuentran en el museo están llenos de otras miradas de otros hombres de
otros tiempos, todos ellos dispuestos y ordenados como cuando el mundo se vivía a través de
belleza, y:
(...) la idea de acumular todo, de constituir una especie de archivo general, la voluntad de
encerrar en un lugar todos los tiempos, todas las épocas, todas las formas, todos los gustos, la
idea de constituir un lugar de todos los tiempos que esté fuera del tiempo e inaccesible a su
2
mordida, el proyecto de organizar así una suerte de acumulación perpetua e indefinida del
tiempo en un lugar inamovible.... todo esto pertenece a nuestra modernidad. Son heterotopías
El museo se plantea así como un espacio extraño, fuera de la lógica contemporánea, pero creado a
su vez como efecto secundario, por la misma contemporaneidad. Es una anomalía involuntaria.
Aparece en el siglo XVIII después de la revolución francesa, cuando, ante el vandalismo ejercido
contra monumentos y obras que ostentaban el estandarte del poder, se decide (¿quién decide?)
todos tuvieran acceso. Cuando poco a poco la nación va pasando de ser un individuo para ser la
madre envolvente de todo ciudadano, la obra, tesoro nacional, cambia el significado como lo hace
la misma palabra “nacional”. El Louvre o el British Museum abren sus puertas y respiran aliviados,
pues nadie tendrá el valor de atacar sus propias pertenencias (¿las sienten realmente suyas? ¿son
realmente suyas?).
El siglo XVIII es también el siglo del inicio de la autonomía del arte. Después de siglos en los que el
arte vio siempre sus motivos subyugados a un dios, a un fin por y para el cual se producían obras,
los cambios políticos y sociales que se dan especialmente en Europa llevan inevitablemente a
profundos cambios en la manera de concebir y producir el arte. Se aparta de un dios para devenir
ilustrado, para devenir arte en sí y para sí, con sus propias reglas, que no vienen dadas a través de
una biblia sino del conocimiento y el estudio del mismo arte. Las academias racionalizan y
sistematizan sus estructura, nuevos géneros aparecen que dan cuenta de nuevas formas sociales
La curiosa anomalía que aparece entonces hace que justo cuando el arte se desliga, se libera, de
toda su teleología divina, decide encerrar su pasado, presente y probable futuro en el tiempo, en
2 Michel Foucault. “De los espacios otros” Architecture, Mouvement, Continuité, nº 5, 1985 [trad: Pablo Blitstein y Tadeo Lima] p. 5
3
la historia, decide explicarse mediante otro tipo de teleología, civil, nacional, iconográfica. Decide
que el arte, que antes explicaba, debe ser explicado. Mediante la creación del museo, se invierten
las perspectivas “medio/fin”, lo que anteriormente había sido un fin, la educación en los dictados
de la biblia, la comprensión moral de ciertos actos, pasó entonces a devenir un medio, una forma
más de explicar la historia de una sociedad, la nuestra, apresada por la religión. I al contrario, lo
que en su momento fue un medio, el mismo arte, la iconografía, el género, el color, poco a poco,
pasó a fin estricto. Su estudio, su análisis y su correcta disposición era aquello que se debía hacer.
La disposición cronológica, la clasificación por épocas, las denominaciones artificiales “edad media,
arte clásico, renacimiento”, crean una falsa relación causal, siendo el final, la perfección académica
adquirida a través de la experiencia, a través de la historia a la que ahora quedaba ligada el arte.
Para que la anomalía funcione se encierra en un espacio, en un edificio llamado museo, cuya
función será en primer lugar la de dar acceso a un arte que por descontextualizado, se cree
tiempo hasta llegar a nuestros días con la misma forma y una anomalía mucho mayor en su
4
El museo espacial
Brian O'Doherty3 plantea dos distancias desde las que percibir, una vertical y otra horizontal.
Mediante la vertical todo se hace pequeño, la nave espacial se aleja de la tierra y esta deviene
general, sus habitantes, devienen generalmente buenos, aportando así esta distancia cierta virtud
moral a aquello observado. Por otra parte encontramos la distancia horizontal, que corresponde a
la vida en su más intensa cotidianidad, la distancia horizontal es la que vivimos en nuestro día a
día. Al pasear por la calle, los objetos, las personas, se nos plantean una detrás de la otra, con
aquello posterior o más alejado. A la historia, según O'Doherty, le corresponde una visión vertical,
que sin embargo nunca es límpida como la esfera azul, verde y marrón que es el planeta tierra
desde el espacio, sino que al alejarnos, al tomar distancia, aparecen capas temporales que se
superponen y a través de las cuales “proyectamos perspectivas con las que recuperar y corregir el
pasado, por tanto es lógico que el arte quede enredado en semejante proceso. Su historia, leída a
través del tiempo, se confunde con el panorama que tenemos ante nuestros ojos (…) La historia y
la mirada libran una dura batalla en el centro de esa constante que denominamos tradición .” 4. Al
alejarnos, al tomar una vista general del arte, reconocemos la tradición, su estructura y sus capas
temporales. Pero sobretodo reconocemos su continente, que O'Doherty plantea como la galería,
pero que funciona también (o incluso mejor) para el museo. Ese continente tiene la propiedad de
eliminar todo lo que no sea arte, del mismo arte y por ese mismo motivo, consagrarlo una vez se
introduce en él.
El edificio del museo, tiene la capacidad de tomar ambas distancias con el observador. Por una
3 Brian O'Doherty. Dentro del cubo blanco. La ideología del espacio expositivo.CDEAAC, Murcia, 2011.p. 20-21
4 Íbid. p. 20.
5
parte, la distancia horizontal que aparece con la visita (que más adelante abordaremos). Las obras
se obstaculizan unas a las otras creando así una necesaria relación causal. La obra reciente, situada
al final del recorrido, se contempla de forma traslúcida con una mirada que llega atravesando toda
obra anterior. Por otra parte el edificio en sí nos proporciona una distancia vertical, general, buena.
Los primeros museos, Vaticanos, Británico, Hermitage, Louvre... presentan formas rimbomantes,
mayoría de objetos que contienen. Son escogidos por su posición, por contener ya ciertas
colecciones, pero sobretodo son elegidos a su vez como perfecta imagen-símbolo de su contenido.
Devienen grandes metonimias que a simple vista son capaces de sustituir lo interior mediante una
traslación de su significado al exterior, siempre dentro del mismo campo semántico del arte. La
autoridad primera, que desde el Renacimiento se refleja en la fachada del edificio, marcará la
Aún hoy al plantear un edificio museístico, se piensa en dar cuenta de sus contenidos artísticos a
través del su exterior. Según Maderuelo 5, la construcción de un museo es a día de hoy un paladín
achaca a los altos presupuestos concedidos para su construcción y el carácter carismático que
deben tener para la sociedad. Es el sueño del arquitecto, libertad para equipararse a los grandes
templos griegos o a los fastuosos palacios versallescos. Lo que el arquitecto tal vez no sabe es que
esos sueños están dados a producir edificios anómalos, grandes monstruos del sinsentido. Esos
5 Javier Maderuelo. El espacio raptado. Interferencias entre Arquitectura y Escultura. Editorial Mondadori, Madrid, 1990. p 222
6
El museo es anómalo porqué al contrario que otros edificios, sus funciones son díficilmente
definibles (¿Democratizar? ¿Educar? ¿Contener? ¿Coleccionar?). Esto le aporta una fuerte crisis de
identidad como bien identifica Duncan Cameron 6. El museo contiene en su interior el tiempo, todo
el tiempo, acumulado y detenido, la disposición del cual necesita de un espacio, que, dada su
indescriptibilidad, puede ser casi cualquier cosa, mientras sea en sí mismo. Aquello que debía ser
medio para ejercer una serie de funciones, deviene fin en sí mismo, deviene un edificio realizado
edificios que en otro tiempo tenían la función de monumento urbano, como es el caso de los
edificios religiosos, pasan a un segundo plano. (…) el museo es convertido en el hito que
determinado...7 pasando por el filtro de aquello que la burguesía convirtió en cultura, arte e
Porque no hay que olvidar, ante todo, que si el museo es un espacio anómalo, de funciones
grácilmente cedido al público (o no, más adelante entraremos en esta pequeña trifulca de
concesiones...). Como bien señala Bordieu, dando aún cuenta de la anomalía que aquí se propone:
Mientras que en otros sistemas económicos la práctica artística estaba entremezclada con el
donde los artistas ya no compiten por la aprobación religiosa o el encargo cortesano sino por la
“legitimidad cultural”8
El edificio del museo está determinado a ser una instancia en cuyo interior se produce el milagro
6 Duncan Cameron. “The musem, a temple or the Forum” en Reinventing the museum. Historical and contemporary
perspectives on the paradigm shift. Anderson, Gail. Ed. Altamira Press, cop.. Walnut Creek, 2004.
7 Javier Maderuelo. El espacio raptado. Interferencias entre Arquitectura y Escultura. Editorial Mondadori, Madrid, 1990. p 223
8 Pierre Bordieu. Sociología y Cultura. Editorial Grijalbo, Mexico D.F, 1990. p. 13
7
Llevan al arte a una autonomía que se desliga de la religión, de las creencias, de cierto poder
político, pero no del poder en sí, poder que se verá vehiculado a través del mismo museo. Este
espacio se configurará para responder a esa misma demanda de legitimación cultural que propone
la clase social que lo plantea. Al contemplar el edificio con esa distancia vertical percibimos el Arte,
sabemos que se encuentra ahí. Puede que haya obras de arte en otros lugares, puede que incluso
seamos conscientes de ello. Pero es este edificio el que señala la existencia de un sistema artística
Luego podemos entrar. Abrir las puertas y encontrar el espacio del museo, la distancia horizontal y
empezar a sospechar.
A la hora de configurar el espacio del museo hay dos aspectos fundamentales a tener en cuenta, el
primero que versa sobre los objetos allí contenidos. Las formas y volúmenes de los edificios tienen
que encajar o hacer encajar los objetos artísticos en él mostrados. En esta disposición objetual
aparece la Obra, como potencia estética o elemento gramatical dentro de una larga frase. La obra
que debe ser contemplada, que debe generar admiración y que finalmente será explicada a la vez
que puesta en relación con otras Obras. El segundo aspecto a tener en cuenta es como apunta
Zunzunegui9, el sujeto humano, que utiliza el espacio. La “visita” en el museo que está llamada a
crear una conexión entre el objeto y el visitante, de manera que éste se acople con la disposición y
la ordenación de los objetos. ¿Es el modo de usar el espacio el que determine su extensión? ¿O es
la extensión y ordenación del espacio el que determinará su uso ejerciendo una especie de
9 Santos Zunzunegui. El laberinto de la mirada. El museo como espacio del sentido. Cuadernos de la Facultad de Humanidades y
Ciencias Sociales - Universidad Nacional de Jujuy, núm. 17, 2001
8
Ordenar para contar
Abordemos pues el primer aspecto de ordenación, aquel que atañe a los objetos. Duncan F.
Cameron defiende en su artículo The Musem, a Temple or the Forum 10, la idea de que la creación
del museo está estrictamente ligada a la voluntad inherente a todo ser un humano en cualquier
época y en cualquier lugar de reunir objetos (también ideas). El solo hecho de reunirlos supondrá
una sistematización, una ordenación que dará lugar a relaciones significantes que dependen del
entorno y de la historia personal y social de quien colecciona. De esta manera, las colecciones nos
explican la forma en que el coleccionista percibe la realidad. La colección definía al sujeto como
científico metículoso, ricachón engreído, aventurero, intelectual... De ahí parte, según Cameron la
idea de museo que se problematiza cuando estas colecciones dejan de hablar de un singular y son
obligadas a hablar por boca del pueblo, cuando el museo deviene presuntamente democrático.
Sin entrar a ver si esta premisa de acumulación de bienes deja o no tras de sí, cierto tufillo a liberal
capitalista que tal vez funcione bien en la parte occidental del mundo en forma de eslogan “eres lo
que posees”, es el paso a ese museo democrático o democratizante lo que aquí nos atañe. La
apertura de estas colecciones privadas que contaban una historia de un sujeto privado y de su
acumulación de objetos a lo largo tal vez de generaciones, supuso una necesaria reordenación del
Hoy en día, en museos de arte tradicionales la disposición de los objetos es bastante clara. Se han
fórmula mágica que lleve al espectador a la apoteosis estética de manera más efectiva. Sin
embargo, la antigua colocación por ejemplo de pinturas en las paredes, dista mucho de la claridad
con que hoy la concebimos. Generalmente se admite que la posición ideal de un cuadro para ser
10 Duncan Cameron. “The musem, a temple or the Forum” en Reinventing the museum. Historical and contemporary
perspectives on the paradigm shift. Anderson, Gail. Ed. Altamira Press, cop.. Walnut Creek, 2004.
9
contemplado, supone situar su centro a aproximadamente un metro y medio del suelo. De esta
forma se llega a una democratización de la mirada que abarca no solo la posibilidad de distintas
medidas del género humano sino también de las distintas generaciones, haciéndola accesible
también a niños o a todo tipo de discapacidades físicas que lleven al sujeto humano a un tamaño
No obstante, en los siglos XVI y XVII aparecen pruebas evidentes de disposiciones diferentes.
Gracias especialmente a las casas de muñecas que se empiezan a comercializar al principio del
XVII, podemos saber hoy que entonces pegar los cuadros al techo era una práctica habitual en las
casas privadas de las clases altas, cubriendo así el espacio “sobrante” entre el marco de la puerta, y
En el ámbito de la exposición pública (que empieza más tarde), como cuenta O'Doherty 12, también
encontramos ideas muy diversas de como se debía mostrar el arte al público. El Salón de la época
es lo más cercano que encontramos a una galería, es decir una pared como superficie contenedora
de arte. Sin embargo esta pared se cubría enteramente de cuadros, de arriba a abajo, inclinando
muchas veces los más altos para que el público pudiera contemplarlos correctamente. Nadie
ordenaba los elementos, creando una narrativa, y sobretodo, nadie escogía un repertorio que
considerara necesario. La pared, a ser posible, devenía invisible, como si el arte fuese capaz de
sostenerse por si solo, como si se escondiera el artefacto que mantiene el todo, ¡qué inútil
desperdicio, enseñar pared cuando se puede enseñar arte! La pregunta obvia que asalta a
continuación tiene más que ver con esa parte humana que recorre el espacio museal y que a
continuación abordaremos. Sin embargo, no está de más cerrar aquí la disposición del salón
11 Ernst Gombrich. Los usos de las imágenes. Estudios sobre la función social del arte y la comunicación visual. Fondo de Cultura
Económica, México D.F, 2003. p 118
12 Brian O'Doherty. Dentro del cubo blanco. La ideología del espacio expositivo.CDEAAC, Murcia, 2011 p. 22
10
¿Qué ley de la percepción podría justificar (para nuestra mentalidad) tamaña barbaridad? Una
y solo una: cada cuadro era visto como una entidad en sí misma, totalmente aislado del cuadro
contiguo por el pesado marco que lo rodeaba y por un sistema de perspectiva cerrado. El
espacio era discontinuo y categorizable del mismo modo que las casas en las que esos cuadros
se colgaban tenían espacios diferentes destinados a usos diferentes. El siglo XIX tenía una
mentalidad taxonómica y el ojo reconocía la jerarquía de los géneros y la autoridad del marco. 13
Poco a poco se va llegando a la idea de que la obra necesita respirar, o es tal vez el ojo el que deja
de ser una máquina clasificadora para empezar a necesitar de espacios en blanco que le ayuden a
distinguir donde acaba una obra y donde empieza la siguiente? Entre el siglo XVII y XIX el marco
pierde su autoridad limítrofe y la obra empieza a empujar hacia sus costados. El mismo marco
excluir todo lo que hay a su alrededor, tomamos cierta consciencia del espacio que se
inevitable separar los cuadros en la pared, como si hubiera una fuerza magnética que les
¿Cuánto espacio necesita una obra para respirar? La pared deviene un mundo y una tierra de
nadie, dónde el cuadro, el objeto lucha por su espacio justo, donde no tiene que, o si más no, no
inocente, colgar una serie de cuadros, es un acto de alevosía con víctimas y verdugos. A través de
los siglos y de las transformaciones sufridas por los soportes se ha ido estableciendo una estética
aquello que se dispone sobre ellas. Todo ello dará paso a la estética del montaje donde se dan
13 Íbid. p 23
14 Íbid. p. 25
11
convenciones que acaban convirtiéndose en leyes. Leyes y convenciones que a base de repetirse
acaban por ser lógicas y permanentes en nuestras concepciones. Y como suele suceder, lo habitual
separa siquiera de los artistas más contemporáneos, como prueba Gombrich 15 cuando analiza una
fotografía de la habitación que tuvo a principios del siglo XX en París Gertrude Stein, donde hay
distintas obras de vanguardia francesa y un retrato de Picasso, todas ellas bien alineadas, con una
frecuencia continua, sin que nada rompa el ritmo, como si nada hubiera ocurrido en esos dos
decoración de estancias domésticas que un cuadro en una pared irrumpe, perturba. Abre una
ventana ilusoria, propone una nueva profundidad en la pared. ¿Qué sucede cuando no es un
cuadro el que irrumpe en la pared, sino una pared que irrumpe, pero de manera silenciosa, en un
conjunto de cuadros? Es decir, ¿Qué sucede cuando el cuadro, la escultura, la obra es el fin en sí
mismo, cuando el espacio es creado para ésta y no al revés? Sucede el orden. Y si este orden no es
alterado por una perturbación corre el riesgo de devenir monótono. La mirada no se detiene sino
que completa de forma automática y empieza a recorrer en lugar de detenerse. Comienza entonces
a visualizar el todo, no como una línea discontinua creada mediante la pared, sino como una
continuidad, a la que el mismo museo pero también la mirada da una relación causal, es decir, una
narrativa.
En The Birth of the Museum:History, Theory and Politics 17, Tony Bennett pone a los museos en el
15 Ernst Gombrich. Los usos de las imágenes. Estudios sobre la función social del arte y la comunicación visual. Fondo de Cultura
Económica, México D.F, 2003. p. 108
16 Íbid.
17 Tony Bennett. The Birth of the museum. History, theory, politics. Routledge Taylor & Francis Group, New York, 1995.
12
punto de mira de la sospecha analizando su creación como mecanismo disciplinario al servicio del
poder. Apunta él también a la monotonía creada por el museo, en cuanto éste queda subyugado a
cuenta como en el pasado eran los valores sensoriales los que organizaban disposicionalmente el
arte, buscando una armonía mediante cuadros, espejos, tapices, es decir, la obra estaba allí donde
debía según nuestro sentido visual. Posteriormente, con el museo de arte, esta disposición deja de
ser sensorial para racionalizarse dando lugar a sistemas que instruyen en historia, cultura, periodos
y escuelas. Conllevó el uso de la tecnología de las series, que tan bien funcionan narrativamente,
sin embargo, las consecuencias del uso de esta serialidad serian nefastas para la obra de arte como
objeto único, aureático, como objeto en sí, como arte en sí. Pasando de esta manera a formar
repertorios dentro de repertorios unidos por un lazo que iba de las causas a las consecuencias
simultáneamente.
The resulting technology of the series, Fisher argues, was inherently inimical to the logic of the
masterpiece. Whereas the masterpiece is “the quintessential complete and finished object”
(ibid: 174), a self-subsistent singularity existing outside the orders of time, the script of the art
museum necessarily deprives the work of art of any such status in subordinating it to the
effects of the technology of the series – that is, of works of art placed one after the other in a
sequential toil that is historicized. This technology forms merely a part of the modern
“machinery of a history of art which sequences each object and provides it with sources
(ancestors) and consequences (descendants) beyond itself!, hanging paintins in a row so that
13
El museo nos enseña a seguir el arte escondiendo la obra en su historia. Esta afirmación contradice
en parte la triple actividad que Zunzunegui advierte que el museo propone a su visitante modelo.
Según el autor hay una actividad pragmática “identificable con la «visita», con el desplazamiento, y
estructurada en una serie de acciones físicas más o menos reguladas” 19, que va directamente
ligada a la disposición que estamos analizando en este momento. La ordenación que se da de las
obras, no es ingenua, ni casual, no es una propuesta, es una afirmación. Así es la historia, así
evoluciona el arte: de forma lineal a través de un recorrido espacial donde la sala en que nos
que identifica dentro del modelo y recordemos, para su visitante modelo, es la cognitiva, es decir:
manifiestan los valores profundos de una cultura. En este sentido puede hablarse del museo
como espacio cognitivo en el que tiene lugar la búsqueda del sujeto que procura la conjunción
Esta segunda premisa muestra entre líneas uno de los aspectos en dónde más incide Bennett,
pues, ¿que es ese saber histórico y artístico garantizado por el museo, sino la autoridad y el poder
que bien podría traducirse en un poder. ¿Y qué representa el objeto de valor? Se trata de un valor
dado por la historia... y entonces entraríamos en debates eternos sobre quién hizo esa historia y
dio valor a esa parcela objetual que hoy guarda celosamente el museo... pero no es este el objetivo
del análisis. La tercera actividad, pero no por ello menos importante o tal vez sí, si es que el orden
así lo explicita, es la estética, “en la medida en que el visitante puede llegar a una esthesis en su
relación con ciertas obras de arte; esthesis, que en ciertos casos se encuentra reforzada por el
19 Santos Zunzunegui. El laberinto de la mirada. El museo como espacio del sentido. Cuadernos de la Facultad de Humanidades y
Ciencias Sociales - Universidad Nacional de Jujuy, núm. 17, 2001. p. 523
20 Íbid.
14
mismo dispositivo museal”21. Cabe preguntarse aquí finalmente, qué es lo que asegura esa
esthesis. Y entonces es dónde Zunzunegui choca de frente con Bennett, pues mientras el primero
da por sentado que la percepción estética del arte sucede - ¿a continuación, paralelamente, antes
de la cognición? – porque el museo así dispone sus recursos, el segundo asegura los sentidos dejan
de percibir el arte pues quedan subyugados bajo la fuerte presencia de la cognición, el recorrido
Sería profundamente ingenuo reconocer ese recorrido histórico del que constantemente se habla
como realidad, olvidando que la Historia (history) es siempre una historia (story), un relato. Sería
de locos pensar que el museo funciona solo a través del showing y no del telling. De hecho, el
showing, el repasar la historia a través del acto de mostrar, sin explicar, es ilusorio. Una historia
siempre está narrada, por mucho que se intenten esconder las marcas del narrador, siempre hay
alguien que dispone los elementos y configura un relato. Gérard Genette es considerado uno de
los creadores de la narratología, disciplina semiótica que analiza la estructura de los relatos. En su
ya mítico libro Figuras III22, disemina lo que él considera, son las tres características básicas del
relato (que son las mismas que las del verbo, pues el relato no es más que su amplificación
Ante la pregunta, ¿qué tipo de relato propone el museo?, un análisis de tipo genettiano podría
darnos algunas respuestas. Para empezar analizando el relato, cabe distinguir su composición.
Según el teórico francés, un relato se compone de la historia, es decir del significado narrativo, de
aquello que hay que contar, como podría ser un viaje extenuante por mares griegos o en nuestro
21 Íbid.
22 Gerard Gennette. Figuras III. Editorial Lumen, Buenos Aires, 1989
15
caso la historia del arte; de relato o discurso narrativo, que es la ordenación de los elementos de la
historia, no todos los museos eligen la misma cantidad y calidad de objetos para explicar esa
historia, entendemos que cada museo realiza una discurso diferente a partir de la misma historia 23;
La primera característica en la que nos detendremos será la de la voz, quién enuncia y desde
dónde lo hace. Cabe tener aquí en cuenta que el narrador y el autor nunca coinciden, el segundo
es una instancia narrativa, mientras que el primero es una instancia real. Un narrador puede ser
omnisciente mientras que un ser humano no. El museo narra siempre desde una posición ulterior,
cuando el arte ya ha sucedido, cuando cada obra que aparece en sus salas, ya ha sido introducida
con anterioridad en la historia del arte y proclamada como tal. En principio, ningún museo prueba
de predecir como será el arte del futuro (narración anterior) y solo en los museos de arte
Dicha narración ulterior se estructura en diferentes niveles, el primero de los cuales se sitúa
siempre fuera del relato o diégesis. El primer nivel por tanto será siempre extradiegético, es decir,
explicado desde fuera de la historia, y a partir de él se estructuran diversos niveles que formaran
una instancia superior que produce la narración. El narrador extradiegético, en este caso el museo,
que narra la historia del arte desde fuera de ésta, difícilmente aparece como agente, como
existencia24, cosa que tal vez sería interesante. A partir de ahí, cualquier narración que tenga lugar
dentro del relato marco que produce el museo o narrador extradiegético, pertenecerá a un nivel
23 Estamos aquí analizando los museos de arte generalistas, no monotemáticos, no contemporáneos, no de ciencias o
tecnología. Se trata de averiguar con qué mecanismos el museo cuenta (tells) la historia del arte.
24 Nos referimos aquí a su conversión o creación en instancia museística, no a la historia del edificio, de la colección o
de los fundadores, que sí suele aparecer en forma de folletos al inicio de la visita.
16
narrativo inferior. La pregunta sería ¿Explica la narración del museo otros relatos dentro de la
historia del arte? Es decir, ¿produce el relato del museo, narraciones metadiegéticas, donde un
personaje interno al relato explica otra historia? Se podría pensar que casi involuntariamente sí, lo
hace. Y el casi involuntariamente se expresa aquí porqué a base de analizar el relato del museo, el
de la historia del arte, caemos en la trampa ya anunciada por Tony Bennett, estamos escondiendo
el arte en su historia. ¿No son las obras, entre otras cosas, escenas que cuentan historias literarias,
técnicas, biográficas, del color, de la ciencia, del gusto...? ¿Qué función cumple la obra de arte
dentro de esta estructura narrativa? ¿Qué relación tiene su relato propio con el relato marco en
que el museo la engloba? Si pensamos en una historia de la técnica, podría claramente ser
una ésta una historia de la técnica, ni del color, ni de la perspectiva. Tampoco es una historia de las
historias que cuentan los cuadros (pese a como de interesante sería encontrar un museo cuya
disposición estuviera marcada por los relatos que cuenta), pues en este caso aparecería ante
nosotros una insensata locura de flashbacks y prolepsis constantes que volverían una y otra vez a
escenas míticas, para emplazarse a continuación en una estancia barroca regresando después al
martirio de algún santo durante la edad media. ¿Cuenta tal vez la historia del genio, cuyos
protaganistas son obviamente genios, que dentro de la historia te explican como procedieron un
día a llevar a cabo una genialidad? ¿Cuenta quizás la historia del gusto y el autor de cada obra nos
relata su peripecia personal a la hora de encontrarse con ese gusto? El museo tiene la historia de
su lado, tiene la información y sería muy interesante saber como y porqué gestiona de tal o cuál
manera esa información. Tal vez así recuperaríamos algunos “lectores” que quedaron perdidos en
la inmensidad del no saber qué exactamente le estaban contando, o que fueron directamente a
aquel capítulo recomendado por familiares y amigos, pero que no tuvieron la paciencia de reseguir
17
Es interesante aquí conocer también el trabajo que hace Genette sobre el tiempo en el relato cuya
aplicación en el museo es más que obvia, especialmente en cuanto a la duración se refiere. Hay
dos duraciones, la de la historia en sí, que en este caso serían los siglos que abarca el museo en
particular, y la duración del relato, que si en un libro se podría medir por páginas, en este caso, y
de forma maravillosa aparece en forma espacio. Como afirma Bennett, “If the essential
their temporalization of spatial differences, the museum’s accomplishment was to convert this
temporalization into a spatial arrangement”.25 La duración del relato del museo se mide
historia, pues no habría mundo suficiente si intentaramos cubrir con espacio el tiempo de nuestra
historia. Es por ello que el museo elabora lo que Genett llama sumario, cuyas elipsis, como no,
partir del siglo XX cuando aparece el espacio de la reserva, para aligerar la exposición permanente,
el museo deviene selectivo. Porque por mucho que algunos museos aspiren a la universalidad
deberían siempre ser muy conscientes que la suya, es una disposición parcial y selectiva. Dichas
elipsis forman parte del relato que fluye netamente entre la visibilidad y la invisibilidad de aquello
no mostrado. Lo mostrado, muchas veces explícita también aquello que no está. Se podría decir
que el museo trabaja en este caso con elipsis explícitas, implícitas y también hipotéticas, cuyo
pura es ilusoria pues siempre hay alguien detrás moviendo los hilos del relato. Lo que variará en
este caso es el grado en que la narración devendrá más o menos explicativa y por tanto ordenada
25 Tony Bennett. The Birth of the museum. History, theory, politics. Routledge Taylor & Francis Group, New York, 1995. p. 186
<<Si las innovaciones metodológicas esenciales en el siglo XIX en geología, biología y antropología consistieron en
la temporalización de diferencias espaciales, el logro del museo fue convertir su temporalización en disposición
espacial >>
18
mediante comentarios que explicitan la superioridad de conocimiento respecto a la historia
contada del narrador, o más o menos “mostrativa”, con un narrador que se esconde tras el relato
Sea como fuere, la narración que presenta resulta lineal, en cuanto al tiempo puede variar el ritmo
flashbacks/analepsis o prolepsis, sino que la idea es que una escena (obra) lleve a otra
(...)el arte no es sino uno de los avatares del desarrollo de la mente humana. Desarrollo,
despliegue en el que toman cuerpo las ideas de evolución (el arte acompaña a la humanidad
en sus transformaciones), de filiación (la evolución del arte tiene valor teleológico) y de orden
(el arte expresa el acuerdo en profundidad entre el hombre y el mundo). Estas ideas funcionan
por ende de un modo tranquilizador: el orden del mundo es reflejado por el orden del museo,
26 Santos Zunzunegui. El laberinto de la mirada. El museo como espacio del sentido. Cuadernos de la Facultad de Humanidades y
Ciencias Sociales - Universidad Nacional de Jujuy, núm. 17, 2001. p. 526
19
El museo que se percibe
El lazo causal que se va estableciendo de sala en sala es altamente respetado por el visitante. Una
vez dentro del museo debemos substituir la entidad real/ persona que se moviliza, paga una
entrada, deja la chaqueta en la taquilla, por la entidad lectora de la narración propuesta por el
museo: el visitante.
quién se le suele programar, tal y como se da en ámbitos de la robótica desde el principio, a través
de un folleto/mapa que indica algo así como “Inicie su visita AQUÍ”, tiene la información y la
sugestión, que termina siendo socialmente una imposición, de respetar el orden y la clasificación
impuestas por el museo/narrador. Respeta también, entre otras muchas cosas su posición frente la
disposición del espacio. El museo indica al cuerpo del visitante como posicionarse frente a un
cuadro, que está colgado en una pared a una altura homogénea. Nadie tendría que mirar hacia
arriba porque el arte se encuentra a la altura de los ojos. Si esto sucede, es porque como se
explicaba al principio, el mismo museo a veces se da dentro de arquitecturas artísticas, como una
generalización de lo que se haya en su interior. Como tal, el visitante tal vez alce la vista al cambiar
de espacio, de sala, para admirar el general, y a continuación retome su cómoda postura habitual y
Muchos autores a la hora de analizar la recepción dentro del espacio museográfico usan a menudo
codificación. Pese a que generalmente recibimos una explicación (telling) de aquello que estamos
20
aquello por lo que se paga la entrada, no es la explicación sino las obras. Aparece pues un discurso
Bourdieu es uno de los autores que más ha tratado está necesidad del código dentro del museo.
En 196627 realizó un estudio sobre el público de los museos obteniendo interesantes resultados
que tuvieron un fuerte reflejo en algunas de sus publicaciones. Analizando, entre otros, el tiempo
destinado a la visita y la dedicación a cada obra, Bourdieu dictamina la necesidad de un código que
relaciona con el nivel de instrucción, para disfrutar de aquello que el museo ofrece. Es decir
aquellos informados acerca del campo de conocimiento requerido, épocas, estilos, artistas,
influencias, particularidades históricas, serán capaces de hacer un uso más intenso del museo que
aquellos que no lo estén. Aquellos faltos de dominio del código cuentan con lo que el llama una
percepción mutilada”28. Mutilada por los sentidos, que mediante un discurso cartesiano, envelan la
estrato cultural, como si conociendo todos los conceptos que alguna vez se derivaron de dicha
obra el goce estético apareciera por sí solo. Sus argumentos se pueden contrarrestar fácilmente a
través de Hartmann, su estética y la teoría de estratos que en ella trata. Para empezar, según el
filósofo alemán, toda obra se compone de diferentes estratos que empiezan siempre en lo
inorgánico como es la materia en el caso de una obra pictórica o escultórica, sobre el cual van
apareciendo otros estratos: orgánico, psíquico y social principalmente a pesar de que pueden
estar aún más subdividos. El estrato inferior no es suficiente para explicar el porqué del superior
(es necesario, pero no suficiente), así como el contexto político, por ejemplo, no es suficiente para
27 Pierre Bourdieu, y Alain Darbel , L'Amour de l'Art : les musées et leur public, Paris, Éditions de Minuit, 1966.
28 Pierre Bourdieu et al. Sociología del arte Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1971. p 46
21
explicar la obra de arte. De la misma manera, no podemos explicar una obra a través de un solo
estética debería basarse en la libre relación entre esos estratos. Al pretender Bordieu que el
público disfrute el museo a partir de códigos culturales, está olvidando: que los códigos culturales
fueron los últimos en aparecer dentro de la estructura de estratos y que sí, tal vez son los que
siendo invisibles han terminado por quedar en la superficie de la obra, como si no existiera nada
más que la compusiera; y sobretodo, que la percepción estética no tiene nada que ver con el
conocimiento, el concepto o la teoría. Estos elementos aparecen a posteriori, y tal y como afirma el
en un lado estaba la palabra, el concepto, los escritos del pensamiento y del otro la obra del
artista. Los primeros se conservan trabajosamente en la historia; las palabras padecen cambios
de significado, los conceptos "se hunden", los escritos científicos están expuestos a la mala
tenazmente firme su trasfondo; lo deja aparecer en el transcurso del tiempo y de las culturas,
La obra de arte, no es concepto, no es teoría, no es historia. Por lo tanto que en un museo se subraye
tanto algo como la cartela, o el hecho de que cada sala venga precedida por una contextualización, no deja
de ser sorprendente. También cabe remarcar la cantidad de texto que a causa de actividades del tipo “la
obra del mes” o conmemoraciones de fechas, autores o eventos, se pone frente al visitante, a menudo
junto a la misma obra. Tal vez no sea la peor de las ideas, pero lo que seguramente nos indica es la presión
22
Seguimos pues con Hartmann para determinar qué es esa percepción estética que desde el museo tal vez,
se debería potenciar. El filósofo pone de manifiesto que para obtener un auténtico goce de la obra, cabe
hundirse en ella, olvidando el uno mismo, el yo (que tan de moda estuvo en el XIX a la hora de percibir
estéticamente y que hoy forma parte de un binomio con la obra mucho más interesante). No vamos a
ninguna parte, no vamos al mundo de las ideas o de las esencias o aparencias, sino que la obra se nos
aparece destacada de todo lo demás. Sí que desaparece o parece desaparecer el mundo de lo cotidiano,
pues la percepción cotidiana es prácticamente antiestética. Para sobrevivir, debe pasar por alto, no debe
destacar objetos ni perderse en ellos, sino seguir un patrón de practicidad, sino es práctico, sino tiene un
fin, no vale la pena percibirlo cotidianamente (cosa lógica, pues de ser al contrario, nos detendríamos ante
cada árbol, cada baldosa, cada diminuto trozo de materia y nos ensimismaríamos con él). Es de esa
cotidianidad de la que nos arranca la percepción estética y su efecto a veces llega a ser tan fuerte que,
Pensemos ahora en un museo, en una sala, en todas las obras que explican el Quattrocento y su
evolución, ¿cuántos despertares dolorosos podríamos sufrir en una misma sala? ¿Somos capaces de
soportar las doscientas o trescientas experiencias estéticas que algunos museos proponen? ¿Podemos
cansarnos de sentir dolor y empezar a aplicar indiferencia también a modo de protección? Ante estas
cuestiones no es de extranyar que ya en 2001, dentro de los II Encuentros de Arte y Cultura del museo
Guggenheim de Bilbao, en escritor italiano Umberto Eco propusiera para el futuro museos que exhibieran
una sola obra “incluiría también “copias fidedignas de la obra para que se pudiera disfrutar de ella sin
No sólo propone Eco una solución al dolor continuo que termina casi en molestia provocado por el
cúmulo de obras que se suceden una detrás de la otra sino que además, propone una forma de disfrutar
30 Íbid. p. 16
31 Ascensión Hernández Martínez. “Museos para no dormir: la postmodernidad y sus efectos sobre el museo como institución
cultural.” En Museología crítica y Arte contemporáneo. Coord. Jesús Pedro Lorente y David Almazán. Prensas universitarias de
Zaragoza, Zaragoza, 2003. p 141
23
de la obra distina a la que los museos nos tienen acostumbrados: al leer y no tocar, aprender de lo que
rodea el objeto, el texto, la sala, la cartela, con el objeto tras una vitrina o una línea roja. ¿Hay que abrazar
los cuadros para tener esa percepción estética? Probablemente no, pero puede que el hecho de tener el
objeto a nuestra disposición y no solo como mero plano de lectura, enfatice otros aspectos del mismo que
tal vez nos lleven por caminos muy distintos a los dados por la cartela. Si más no, poner de manifesto que
todo, absolutamente todo lo que rodea a la obra son estímulos y no únicamente las plataformas textuales,
también lo son los sentidos, a los que Hartmann libera de su condición de intermediarios, para
establecerlos como un componente más dentro de la percepción estética. Esta visión estética que se eleva
sobre lo cotidiano, lo hace también sobre lo sensible añadiendo algo nuevo a lo dado de inmediato por los
sentidos, algo que Hartmann sin ser del todo rotundo pone en relación con la imaginación. Siguiendo en
parte a Kant (pues deshecha la aparición del entendimiento en la percepción estética), desliga dicha visión
Lo que aquí cabe destacar es el hecho de que la percepción estética no necesita del concepto. El arte no
enseña nada. Si pasamos una obra por el filtro de unos parámetros, de una conciencia teórica aparece el
comprender, y la percepción estética se desvanece, para dar paso a una observación consciente. Esto no
quiere decir que toda la teoría que se ha escrito al respecto del arte sea inútil, ni tampoco que cualquier
persona sea cual sea su procedencia e historia vaya a tener una percepción estética ante una obra sí o sí.
Kant y Hartmann coinciden en la necesidad de ver correctamente, que lleva a la difícil pregunta ¿Qué hace
falta para ver correctamente? ¿Predisposición, experiencia…? Lo que sí que está claro es que ese aparecer
del que habla Hartmann o el libre juego de las facultades de Kant llegan sin necesidad de un concepto
mediador. Si queremos que nuestros museos de arte sean proyecciones de conceptos, tal vez debiéramos
cambiar su nombre a museos de historia del arte, o museos de teoría del arte, y aún así estaríamos
dejando fuera del relato algo imprescindible para dirimir el porqué esas obras están ahí, la percepción
estética.
24
Códigos, módulos y cómo aprender de la inteligencia artificial
Regresemos pues a los códigos que Bordieu proponía pero desde otro enfoque. En 1990 Rodney Brooks,
experto en robótica y cofundador de Rethink Robotics (empresa puntera en la industria del desarrollo de
Artificial (IA) clásica de la Nouvelle IA. La primera, que fue también la primera que se concibió y que ya sólo
por eso, es un manifiesto del pensamiento humano en relación con el aprendizaje, basa su
comportamiento. Ninguno de los módulos por separado genera el comportamiento total del sistema, es
siempre necesaria su combinación, carecen de autonomía. Este sistema, también llamado symbol system
hypothesis, precisa de una serie de símbolos, entidades que describan el mundo que rodea al sistema. El
mundo es percibido por la máquina a partir de nombres de cosas e individuos y sus relaciones. Su
principal problema aparece enseguida: es imposible asumir algo que no haya sido descrito previamente
como símbolo en el sistema. Brooks presenta la Nouvelle IA como aquella que basa su decomposición de
emerger comportamientos más complejos. Cada módulo genera comportamiento y las mejoras en el
sistema vienen por añadir más módulos. De esta manera se conecta el sistema con sensores a un mundo
Nouvelle AI is based on the physical grounding hypothesis. This hypothesis states that to build a system
that is intelligent it is necessary to have its representations grounded in the physical world. Our
experience with this apporach is that once this commitment is made, the need for traditional symbolic
32 Rodney Brooks . “Elephants Don't Play Chess” en USA Robotics and Autonomous Systems nº 6, MIT Artificial Intelligence
Laboratory, Cambridge, 1990. Pags 3-15
33 Íbid. <<La Nouvelle IA se basa en la hipótesis de la base física. Esta hipótesis constata que para construir un
sistema que sea inteligente, es necesario tener sus representaciones basadas en el mundo físico. Nuestra experiencia
25
Ante un cuadro un espectador puede percibir dos hombres, uno tocando un instrumento, dos
perros y una cabra muerta que entiende que acaba de ser cazada. Su percepción está incapacitada
para ir más allá de una mera visión cotidiana. Otro espectador delante del mismo cuadro podría
autorrepresentación del artista ya dada en otros cuadros), reconocer la cabra muerta y los perros
como una escena de caza, primera del autor (módulo 2 género de la caza) y reconocer también el
realismo con que el cuadro está realizado (módulo 3), mezclar los tres módulos para discernir que
el autor representa el esfuerzo físico y mental que supone la actividad de pintar. 34 ¿Sería capaz de
percibir ese esfuerzo, el tedio, la concentración sin conocer previamente los módulos? ¿Qué
sucederá el día que ese espectador se encuentre con símbolos, con módulos que no puede
reconocer – o porque no ha estudiado suficiente, o porque forman parte de una cultura que no es
Sin embargo Bordieu35 insiste en usar el término “comprender” cuando se refiere a una obra, y
ante todo en la necesidad de conocer la historia del campo de producción de la obra para que este
“comprender” se lleve a cabo. Quien se apropia del capital de ese campo es capaz de
comprenderlo y compartirlo con aquellos que hayan realizado la misma acción. Para Bordieu, los
dos espectadores descritos anteriormente serian una clara muestra de una diferencia de clase, que
a menudo supone una brecha en el nivel de instrucción. Claramente pone de manifiesto que
“Quienes hacen un uso más intenso del museo son los que ya poseen un largo entrenamiento
sensible, información sobre las épocas, los estilos e incluso los periodos de cada artista que dan
con este enfoque es que una vez hecho este compromiso, la necesidad de representaciones simbólicas tradicionales
se rápidamente se desvanece por completo. >>
34 Se intenta describir aquí el cuadro La Curée de Gustave Courbet, 1856-57
35 Pierre Bourdieu. Sociología y Cultura. Editorial Grijalbo, Mexico D.F, 1990. p 16
36 Íbid.
26
La diferencia entre estos dos espectadores es que uno de ellos tiene consigo códigos más amplios,
más número de módulos, es un robot más avanzado, pero ambos están “construidos” mediante
una tecnología obsoleta. Una obra de arte debería de ser capaz de crear nuevos elementos a partir
de lo que percibimos de forma inmediata, sin dejar un espacio de tiempo en el que recurrimos a
nuestra memoria37. Es obvio que en ningún caso se está hablando de que el androide tenga
capacidad de percepción estética, pero es interesante observar como cuando nos planteamos la
construcción de una percepción artificial, ya desde el principio se generan muros entre lo que se
debe y lo que no se debe percibir, de forma directa, en lugar de dejar que la información visual se
disponga en diferentes sedimentos que se agreguen uno encima del otro y que esta agregación
pueda presentarse como infinita, siempre que no olvidemos recurrir a la base de la cual parten.
Mediante la cartela, el museo da a entender que ahí se encuentran los módulos necesarios: título,
autor, fecha, período, técnica y procedencia para su percepción. Castrando de alguna forma la
las cartelas? ¿Tan grave sería salir del museo sin haber aprendido NADA?
El arte contemporáneo, como en casi todo, como en los mayoría de museos, merece un capítulo
aparte, otro edificio, otro nombre, otra estructura. Sin embargo, aquí Bordieu ataca de nuevo. Si
bien el arte previo a eso que llamamos contemporáneo tiene su componente académico y de
37 De alguna manera Bordieu se manifiesta en contra de este discurso, pues atribuye esa capacidad para la percepción
estética, a menudo no explicada por los filósofos que la defienden, a una burguesía que la toma como don, como
cualidad natural y no como el resultado de una división histórica de clases. Así se genera lo que el advierte como
etnocentrismo de clase, donde la burguesía considera como natural y propia de un determinado segmento de
población, una forma de percibir el arte, que no concibe como la única. Da a veces la sensación de que Bordieu
habla de un museo ya constituido, como si no cupiera en él la posibilidad de un otro museo. Analiza la institución
creada por la burguesía y para la burguesía que más adelante se analizará aquí también. Sin embargo, entre medias
entra casi sin darse cuenta en el profundo terreno de la estética y la teoría de la recepción, que nunca estuvo limitada
a las paredes de un museo.
27
sesgo para los analfabetos culturales, al menos es reconocible. Conecta con una parte cotidiana del
ser humano y si más no con una narración (bíblica, mitológica, histórica…) que de alguna manera
conoce, aunque sea superficialmente. A partir especialmente de las vanguardias, el arte empieza a
desligarse de lo que comúnmente se denominaba arte y juega primero con los colores para pasar a
sucede bastante rápido, tanto que en cincuenta años se acaba el arte tal y como se llevaba
pensando desde hacía siglos. El espectador ante el cambio fugaz, constante y radical queda sin
nada a lo que aferrarse, pues cada vez que lo hace el soporte se desvanece entre sus dedos.
búsquedas, alejan aún más a los sectores populares de la práctica artística. Se reformula así
tanto el lugar del público como el papel de los productores, la estructura entera del campo
cultural. Los artistas que inscriben en la obra misma la interrogación sobre su lenguaje, que no
solo eliminan la ilusión naturalista de lo real y el hedonismo perceptivo sino que hacen de la
se aseguran por una parte el dominio de su ,campo pero excluyen al espectador que no se
La inexistencia de un clasicismo de un tiempo a esta parte, de una estabilidad sobre la cual ejercer
un ruptura, el hecho de que precisamente sea esa ruptura la que se haya convertido en
protagonista constante del arte no deja tiempo al espectador a traducir lo que ve en códigos
que agarrarse. El burgués museo decimonónico, patrón de la gran mayoría de museos de arte
tradicionales, te indicaba como disponerte en su espacio: hacia donde mirar, que recorrido seguir,
como posicionarse ante una obra, qué leer para hacer un juicio correcto y qué obras merecían un
espacio mayor de tiempo contemplando (ya sea porqué las rodea una mayor seguridad o porqué
38 Pierre Bourdieu. Sociología y Cultura. Editorial Grijalbo, Mexico D.F, 1990. p 16
28
hay un grupo mayor de gente, supuestamente entendida, a su alrededor, aunque este pueda ser
un claro caso de un pez que se muerda la cola). En el lado opuesto nos encontramos con el museo
de arte contemporáneo donde nada es lo que parece, donde el tamaño de las obras no siempre
importa, tampoco el hecho que estén más o menos protegidas, es más, a veces requerirán la
intervención de un espectador que ni siquiera se sabe preparado para intervenir. Cómo afirma
Zunzunegui:
(…) podríamos decir que el Museo Tradicional se sitúa en el terreno de la tentación: en esta
configuración se propone al visitante un recorrido interesante, que gusta, fácil para identificar
un recorrido difícil, inclusive peligroso en el campo del arte (moderno). El visitante debe, sin el
apoyo del recorrido indicativo, vivir la amenaza de no poder aprehender el mensaje que allí se
De hecho este museo no tradicional plantea retos y riesgos de gran interés. En él se afirma a veces
con contundencia que el visitante no ha aprendido nada nuevo, la cartela a menudo no aporta
información útil, pese a haber copiado en numerosas ocasiones el modelo del museo tradicional.
Toda aquella información técnica que enumerábamos anteriormente (título, autor, fecha, período,
técnica, procedencia) deja de tener el mismo significado acompañando una obra de arte
contemporánea porque el visitante no puede relacionar ese autor con otros tantos, o clasificar en
periodos, la fecha no le va a decir gran cosa porqué tal vez sea un arte ligado a los movimientos
políticos y sociales contemporáneos, pero tal vez no, tal vez lo niega todo. El título también es todo
cosa, o una sobreinformación, o forma parte de la misma obra de arte y el espectador no lo sabe. Y
39 Santos Zunzunegui. El laberinto de la mirada. El museo como espacio del sentido. Cuadernos de la Facultad de Humanidades y
Ciencias Sociales - Universidad Nacional de Jujuy, núm. 17, 2001. p. 536
29
el espectador no lo sabe es una buena premisa por la que comenzar. Para no generalizar y
Es únicamente en el museo de arte contemporáneo donde puede estallar un juicio del tipo “¡Qué
piense. En él, se situará delante de la obra que le horroriza y adoptará actitudes que ve en su
entorno, tal vez asienta con la cabeza, tal vez ni siquiera permanezca unos pocos segundos (pese a
indiferente). Lo que es más que probable es que no suelte jamás la verdad que le carcome, y es
que ese cuadro barroco, esa virgen románica, le horrorizan. La legitimidad que lleva siglos
esculpiendo el museo tradicional no se puede borrar con una simple frase de desprecio, pues ese
desprecio, a menudo representa la vergüenza del no saber. El espectador comprende que no sabe
y por lo tanto no entiende y no aprecia esa obra de arte, pero la obra de arte existe, es tal y es
apreciable sin necesitar de su juicio. El museo de arte contemporáneo ofrece caminos mucho más
abiertos a diferentes juicios populares. Allí se encuentran rostros eruditos con caras de
incredulidad, y ambos batallan por una legitimidad que la historia no ha corroborado. Al vivir en un
periodo de constante ruptura la conexión con el público, que generalmente, no llega a tiempo,
Baudrillard dictó una conferencia en el Centro Documental de la Sala Mendoza de Caracas en 1994
que tituló muy acertadamente La simulación del arte. En ella cuestionaba la existencia aún hoy en
día de un campo artístico, sobretodo cuando campos como el político, el social, el sexual…
desaparecían de nuestra sociedad. El filósofo afirmó sentirse abrumado por la cantidad de valores
estéticos que le rodeaban de tal manera que le era ya imposible implicarse mediante un juicio
estético con alguna obra de arte. La cantidad pornográfica de imágenes que nos rodea, la
30
estetización del todo produce un efecto contrario al tal vez deseado, la desaparición de la
experiencia mediante arte “simulado”, entrando en una especie de círculo vicioso difícil de
erradicar.
público, que no es imbécil, sigue el juego falseado, pero no hay complicidad positiva, más bien
negativa. Ni el objeto está seguro de ser una obra ni el que mira está seguro de tomarlo por
Así, el museo de arte contemporáneo se convierte en una especie de rara atracción, que reaviva
nuevas élites y que aleja de sus salas un público masivo que no tiene ningún interés en saber como
ha proseguido eso que llaman arte, de un tiempo (museo tradicional) a esta parte. Es un museo
que, tal vez inconscientemente, y de la misma manera que lo hacen las obras que alberga en u
interior, se cuestiona a sí mismo. Pues si el arte tal y cómo lo conocíamos, ya no tiene sentido, qué
sentido tiene seguir albergando este nuevo arte, que muchas veces no pide paredes, ni pedestales,
recomponer, se ha virtualizado o se ha hecho más “real” que nunca. Ha lanzado sus más feroces
críticas contra el museo y las instituciones que lo rodean. Y sin embargo, ahí están, los museos de
arte contemporáneo, como últimos estandartes institucionales de que la cultura, el arte vive, sigue
40 Jean Baudrillard. “La simulación en el arte” en Centro Documental de la Sala Mendoza, Caracas, 1994. p. 25
31
museo: templo, útil, disciplinador
En el principio había el espacio. A lo largo del tiempo grupos de individuos fueron tomando ese
espacio que devino espacios, reconquistados una y otra vez. Hubo una conquista física que
cambiaba fronteras, funciones, gente, pero hubo también una conquista invisible, ideológica y
social de ciertos espacios de poder. Pese a que ambos triunfos puedan parecer ligados no
La conquista del espacio (y los espacios) cultural(es), ha significado en la mayoría de los casos
ejercer ambas conquistas. No sin motivo uno de los primeros espacios que pasa a ser controlado
directamente y sin otras vías de escape alternativas por un gobierno dictatorial es el cultural. Basta
ver como finalizada la II Guerra Mundial, el gobierno estadounidense apostó por lanzar y cubrir
una Europa que recogía sus restos de posguerra, con dos elementos clave: Hollywood y el
mundo, ser el centro absoluto ya no sólo económico o político, sino obviamente, cultural.
En una época, el siglo XVIII, de recuperación de autonomías y espacios por diferentes sectores de
la sociedad a quién hasta el momento no le era permitido el acceso, encontramos esa disparidad
de conquistas. La burguesía, que gana a pulso su batalla por acceder a lo político, a lo económico,
al reconocimiento social, tomará posesión casi exclusiva de su condición de élite cultural. Pero tal
vez porqué su historia era reciente y tenían aún consciencia de la misma, tal vez porqué ellos
también eran enanos subidos a la espalda de gigantes en la gestión del poder, fueron capaces de
ver más allá. Se abrieron las escuelas, los teatros, los museos, y el público, el pueblo llano, pudo
tomar esos espacios. Sin embargo reservaron para ellos la conquista social, el significante. Se habló
de pueblos educados, que serían libres, pero no se habló de qué educación, qué historia, qué
32
elementos iban a formar parte de esa educación.
The (...) tension (…) between materialist and discursive interpretations of museums; between
those that see museums as produced by a prior social and economic reality and those which
see it as produced by, and producing, discourses which constitute reality. Thus for historians of
industrialisation, and class formation; they can be understood by looking at their context and
how it shaped them. For others, though, museums are implicated in the creation of modern
urban society themselves, producing modern populations and identities, certain modes of
knowledge and authority, practices of consumption, which all constitute a capitalist society. 41
Cuando se abrieron los primeros museos, se decidió qué mostrar y qué ocultar (no hay más que
pensar en las salas reservadas de Fernando VII en el Museo del Prado, con pinturas que por
decencia no debían ser mostradas al gran público y sólo a aquellos con un pase especial). A lo largo
de los años la institución ha ido aumentando esa transferencia de objetos y cuerpos desde
dominios privados en los que eran dispuestos previamente hasta la plaza pública, sin embargo
dicha trasferencia no es inocua, dichos objetos y cuerpos se usan como vehículos para inscribir y
emitir mensajes de poder a través de la sociedad que los mira, que los usa, que los comprende o
Es evidente que el hecho de dar acceso a confrontar las obras de arte al gran público abrió puertas
a posibilidades de descubrimiento que previamente eran poco factibles. Sin embargo este acceso
se dio, tal y como se ha visto anteriormente, mediante una ordenación de un espacio concreto, a
través del filtro de un lugar diáfano e higienizado, como las grandes avenidas que se abrían en las
metrópolis que servían a su vez para dar un mejor acceso a las diferentes realidades motrices que
aparecían en la época pero sobretodo para despejar la posibilidad de una emboscada del propio
41 Kate Hill. Culture and class in english public museums 1850-1914. Historical urban studies, Ashgate. Aldershot., 2005. p.3
33
pueblo y poder controlar y atacar mejor los disturbios. ¿Qué le sucede al cuerpo al entrar este
espacio que no es suyo, que no posee, que otros han conquistado por él y que le es ofrecido
habitar efímeramente?
Fue Rosa Luxemburgo quién puso la voz más preeminente ante la pregunta ¿revolución o reforma?
¿Cabe destruir por completo para acelerar la evolución cronológica de los hechos o basta, como
afirmaba Bernstein una reforma gradual para llegar al objetivo político deseado? Si el siglo XX trajo
consigo está cuestión, probablemente tiene que ver con una estela ilustrada llena de reformas
para el pueblo pero sin el pueblo, con un terrible susto ante la crueldad humana de la revolución
francesa y una idea cada vez más clara de que con la separación de poderes y la preeminencia de
un poder económico cada vez más rutilante, el capitalismo entraba por la puerta grande. Esta idea
lo económico, en lo social o en lo cultural, las reformas que aparecen entonces y que casi de
inmediato serán refrendadas por el capitalismo, afectan también y ante todo al cuerpo y a su
En El ojo del poder, Foucault advierte que la “historia de los espacios” es a su misma vez la “historia
de los poderes”. Desvela así como la construcción de espacios especializados como hospitales,
cárceles y hasta las mismas viviendas para trabajadores, que indican los lugares dónde se tiene que
llevar a cabo un tipo de vida familiar concreta e inexistente hasta entonces, es una estrategia de
poder y control de la sociedad a partir de la relación que se establece entre visión y arquitectura. 42
42 Michel Foucault. “El ojo del poder” Entrevista en Bentham, Jeremías: “El panóptico”. Ed. La Picqueta, Barcelona 1980.
[Traducción de Júlioa Varela y Fernando Alvarez-Uría. p . 4
34
Tony Bennett43 deja muy claro como el museo jugó un papel primordial en dicho control del cuerpo
a través del principio de autoridad creado por aquellos que en un inicio, sí asistían asiduamente al
museo, en contra de aquellos que preferían otras actividades más ociosas y tendencialmente
corruptas. De esta manera, en un principio los museos sirvieron para distinguir el publico burgués
distinguido del burdo y maleducado populacho mediante la exclusión del círculo cultural de este
último. Sin embargo hacia la mitad del XIX los museos se reconceptualizan como recursos
culturales que pueden ser desplegados como instrumentos gubernamentales. Cuando el gobierno
da cuenta de como utilizar esa cultura ofrecida por los museos, en un principio para los más altos
gustos, para involucrar a toda la población en la recepción de un mismo mensaje, se revaluaran las
estrategias culturales.
Sin embargo, la división ya estaba hecha. Una división entre quién crea cultura y quién
posiblemente la consume, quién decide qué hay que ver y genera por lo tanto una cultura oficial, y
quién simplemente atiende a aquello que se deja ver. Bordieu a menudo se refiere al museo como
un lugar que se opone a lo cotidiano como lo sagrado a lo profano, Templos cívicos donde la
burguesía deposita lo mas sagrado que posee, las reliquias heredadas de un pasado que no es el
suyo, donde algunos elegidos acuden a alimentar una fe de virtuosos mientras que conformistas y
falsos devotos van a cumplimentar un ritual de clase. 44. Aquí el sociólogo indica lo que serán las
palabras clave para definir el control que se ejerce desde el espacio-museo: cívico, pasado, ritual y
clase. El pasado es el arte que nos mira desde los ojos de quien lo ha construido en el presente. El
presente decide como de rico es el repertorio con que el visitante acciona el pasado.
En cuanto al civismo, como afirma Bennett, el museo público resultó ser un aparato con dos
43 Tony Bennett. The Birth of the museum. History, theory, politics. Routledge Taylor & Francis Group, New York, 1995
44 Pierre Bourdieu et al. Sociología del arte Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1971 p. 72
35
funciones contradictorias: ser el templo de élite de las artes y ser el instrumento utilitario para la
educación democrática. A ellos se les sumaria una tercera función, al ser conformado como
producers and consumers of knowledge – a division which assumed an architectural form in the
relations between the hidden spaces of the museum, where knowledge was produced and
organized in camera, and its public spaces, where knowledge was offered for passive consumption
– the museum became a site where bodies, constantly under surveillance, were to be rendered
docile45. La primera finalidad del museo se acerca pues al ámbito de lo engreído, entendido como
excesivamente soberbio, espacio dedicado a reactivar el orgullo de una élite que se ha hecho a sí
misma. Sin embargo, pronto se darían cuenta de la contradicción que suponía reclamar para sí
cierta igualdad de oportunidades, sin ofrecer-las, aunque de una forma muy ligera, al total de la
población. Devino entonces la institución un espacio útil para la educación del común de la
sociedad. Una educación que, no obstante, nada tenía que ver con el pretendido enriquecimiento
cultural, que a manos de la élite, quedaba como consecuencia secundaria. La primera reforma de
la institución que aparece en el XIX tiene como target principal una clase obrera que había que
apartar del ocio corrupto al que dedicaba su escaso tiempo libre. De la misma manera que el
clase obrera, el museo servia de modelo para mejorar los gustos del hombre de la clase
trabajadora. Esa fase útil rápidamente se vio rebasada por una necesidad de la clase gobernante,
en la que no bastaba con que la gente mejorara sus gustos, había también que aplacar un
comportamiento incontrolable. ¿Qué iban a hacer con museos llenos de esa contradicción que es
un culto salvaje?
La institución se convertía entonces definitivamente en un medio servil a los deseos de control que
45 Tony Bennett. The Birth of the museum. History, theory, politics. Routledge Taylor & Francis Group, New York, 1995 p. 98
36
la nueva sociedad precisaba de su población obrera. Su estructura, su presentación, sus fórmulas y
su público modelo, el que estaba allí antes de que se abrieran las puertas, el que asistía a las
inauguraciones con invitación especial, todo ello se programaba de manera que suscitara en el
requerida. Mediante técnicas de repetición y con la idea siempre de reformar el cuerpo popular, se
impusieron reglas que prohibían comer, beber, proscribiendo la posibilidad de tocar las obras y a
menudo aconsejando incluso como vestir. Se creaba así un modelo propio de discriminaciones y
Se imitaba lo que tenía que ser, el comportamiento necesario que la institución, ligada a corrientes
oficiales demandaba del individuo. Estallaría en el mayo del 68' la proclama “la Gioconda al
metro”, por parte de una generación que ya no podía ejercer la mímesis que se le requería, para la
Se podría discutir si esa batalla que fue breve pero intensa, se ganó o simplemente empujó a
algunos museos a nuevas reformas que ocultaran su función aún servil a los intereses del
gobierno. Porque ir al museo, se convierte a partir del XIX en un ritual que tiene como elemento
básico el ejercicio de civismo llevado a cabo por el espectador. Un acto de civismo que sucede sin
la necesidad de una transformación cultural o educacional concreta, sino que embriaga el espacio
y penetra a través de la mirada modificando el comportamiento del individuo que mira a la vez que
es mirado. Una fórmula mediante la cual, como afirmará Foucault, la burguesía ha conseguido
mantener su hegemonía. No basta un cambio en la normativa, en la legislación sino que hay que
“inventar una tecnología nueva que asegure la irrigación de todo el cuerpo social de los efectos de
46 Michel Foucault. “El ojo del poder” Entrevista en Bentham, Jeremías: “El panóptico”. Ed. La Picqueta, Barcelona 1980.
[Traducción de Júlioa Varela y Fernando Alvarez-Uría. p. 13
37
Es evidente también que esta forma de ejercer el poder tiene sus dos consecuencias básicas que
van eternamente ligadas. Por una parte la modificación de la conducta generada y que a su vez
que coartaran las capacidades y pulsiones naturales de quien acuda a él: no tocar, no
manipular, no alterar, etc., es decir, no utilizar los objetos expuestos para articular otro discurso
que recupere o reinterprete la memoria de manera no concordante con el del museo. [el
visitante]… nunca tiene la capacidad de alterar, de matizar, de negar el discurso que, revestido
El visitante (palabra que por cierto, despierta en nuestro imaginario toda una serie de símbolos de
comportamiento que se desplegan cuando uno está de visita – no toca, pide permiso, se deja
guiar y antepone una conducta aceptable en un lugar que sabe que no es suyo – y que han sido
aprendidos dentro del primer espacio de reforma del comportamiento, el núcleo familiar) debe
absorber el buen gusto que propone el museo, pasando desapercibido, formando parte de la masa
No son pocos los autores que han puesto en relación instituciones dedicadas a la educación y
formación con instituciones creadas para la vigilancia y el castigo, es decir, prisiones. Ya Foucault,
que es bien conocido por su profundización en las características y consecuencias del Panóptico de
Bentham, señala a este último como complemento de Rousseau 48. El autor de Emilio o de la
Educación sueña con una sociedad transparente, visible y legible en cada una de sus partes, sin
desorden, sin espacios ocultos por privilegios, sin obstáculos para las miradas. Bentham propone lo
47 Ignacio Diaz Balerdi ;Arantza Unzu. “La mirada que construye. Competencias y extravios”. En Museología crítica y
Arte contemporáneo. Coord. Jesús Pedro Lorente y David Almazán. Prensas universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 2003. p. 190
48 Michel Foucault. “El ojo del poder” Entrevista en Bentham, Jeremías: “El panóptico”. Ed. La Picqueta, Barcelona 1980.
[Traducción de Júlioa Varela y Fernando Alvarez-Uría. p. 8
38
mismo a través del Panóptico dónde la visibilidad es absoluta y transparente, ya que el preso es
visible en todo momento, pero a su vez plantea lo contrario, pues dicha visibilidad absoluta está
organizada entorno a una única mirada que es la que controla, el vigilante último cuya presencia
física no es necesaria.
Bennett aún presentándolos como las dos carars de la moneda del poder reconoce ese hilo que los
For those who failed to adopt the tutelary relation to the self promoted by popular schooling
or whose hearts and minds failed to be won in the new pedagogic relations between state and
people symbolized by the open doors of the museum, the closed walls of the penitentiary
threatened a sterner instruction in the lessons of power. Where instruction and rhetoric failed,
punishment began49.
Considerando lo ya tratado anteriormente, aquí Bennett juega a dar al museo una descripción
pedagógica que no tendría porqué pertenecerle, y que es construida por aquellos que lo
gobiernan.
Un museo servil a los intereses de un Estado, de una burguesía y de un sistema económico que si
bien se han ido modificando con el tiempo, aún hoy vemos reflejados en las estrategias de
Se ha tenido en cuenta un museo engreído, un museo útil y un museo servil, pero para completar
el sistema dinámico que es o debiera ser el museo falta hallar el museo autónomo, el museo como
fin en sí mismo. El museo que obviamente recorra fases en las que se exceda y se autocorrija pero
que sea siempre capaz de fluctuar entre esas cuatro premisas. El problema de la mayoría de
instituciones museísticas es que se han quedado atrapadas en el vicioso círculo que va de lo servil
a lo útil. Éstas hacen un escueto uso de la exposición temporal que siempre viene dada por
49 Tony Bennett. The Birth of the museum. History, theory, politics. Routledge Taylor & Francis Group, New York, 1995 p. 86
39
instancias externas al museo (el gobierno de la región, el arrendatario del edificio…), y tienen una
En el otro extremo encontramos también museos que circulan entre lo autónomo y lo engreído.
Suelen ser museos de grande tirada, que saben de la calidad de su colección, y se caracterizan por
en las que dejan poco espacio al público para la asimilación y tampoco se preocupan por ello.
Probablemente, la experiencia de cada uno podemos encontrar nuestros propios museos inscritos
en uno u otro círculo. Es menos probable sin embargo, hallar museos que logren la intersección
efectiva entre ambos círculos, tal vez la respuesta a todas las sospechas esgrimidas hasta ahora.
40
Una colección de posibles conclusiones/ acciones
Antes de ir hacía una posible conclusión que acabe por dinamitar, o no, la idea de museo, merece
la pena dar cuenta de otras formas de concebir la institución, concediéndole capacidades que si
bien aquí han sido planteadas, no se han llegado a profundizar si más no desde una cierta
contemplar las distancias con otros emplazamientos, por no estar dentro del rizoma de relaciones
continuidad temporal. Es el museo un ente autárquico que ha evitado entrar en esta continuidad y
cuyos muros sí establecen un cerco, casi una localización. Es más, diria Deotte 50, el museo no sólo
es un aparato pasivo que recoge el tiempo y los tiempos entre sus muros, sino que también tiene
la capacidad de impedir que otros aparatos cumplan su función. Se activa pues con la voluntad de
desactivar el entorno.
La potencia que Deotte otorga al aparato museal es tal que llega a afirmar que sin él, la cuestión
del arte no es posible. Tiene este la capacidad de poner en suspensión la obra, pero no sólo
disposición democrática, queda aquí supeditada al imaginario del museo. La institución es la que
comprensión del mundo para la que fueron realizadas. Aludiendo a que no es hasta final del siglo
XVIII cuando se plantea realmente la cuestión del arte en sí mismo, pues previamente, cualquier
discusión habida (pone por ejemplo la famosa querella entre iconoclastas e inconodulos
41
bizantinos) al respecto del arte, de la representación, podía versar sobre ontología o cosmética,
Como aparato es capaz de desactivar la condición de aparatos que pueden tener otras obras y
ofrecerlas como tal para su contemplación, para su aparecer (de ahí que considere al museo
nuevo objeto, la obra de arte en sí misma; un nuevo sujeto, el sujeto estético; y una nueva relación
de la unidad nacional que genera (y sin entrar a discutir quién la genera) la institución, aquí ya
discutida, es decir cuando habla del museo como creador de un discurso cultural oficial se deshace
de ella rapidamente. El museo no cultiva una identidad regional o histórica, las obras habitan el
imaginario museal y por tanto no es este un lugar de memoria, sino al contrario, genera olvido.
Presenta obras sin atributos históricos, políticos, sociales o culturales. Presenta obras sin identidad
generando) la igualdad, la universalización del arte para un público que el filósofo francés no se
transformado por la perspectiva por el punto de fuga en que convergen sus rectas, que lo atrapan
Deotte parece plantear la idea de museo, límpida de condicionantes externos, históricos o sociales.
Es más, liga su existencia a la autonomía del arte, puede que sin plantear qué tipo de autonomía es
esa en la que participa. Sin embargo es interesante plantearse la cuestión también de esta forma
¿Qué es un museo y porqué está ahí? Obviando el hecho de que alguien lo construyó, alguien lo
dispuso, las obras llegaron a él de tal o cual manera, dentro se sucede un público que no es
sustituible por otro público, ¿cuál seria su función en el mundo de las ideas, de las esencias? ¿Es
como afirma el filósofo francés un aparato del olvido que limpia el arte de memoria para poder
42
contemplarlo como tal? Si eliminamos todo lo expuesto hasta el momento, puede que este museo
terrenal que aquí se intenta describir se aproxime un poco más al ideal de Déotte. Tal vez el museo
sea simplemente ideal y todo lo que le rodea accesorio y por tanto prescindible.
Sin embargo, lo expuesto con anterioridad existe, y si se puede concluir algo, es que el museo es
una institución enferma. Una institución que no parece querer formar parte de sí misma ni de
aquello que debiera representar. Todo el positivismo con el que alguna vez nos vendieron esos
edificios rellenos de arte, queda hoy en entredicho por la forma en que ayudan a perpetuar roles y
vende como experiencia, sí, se particulariza según el tipo de público, sí, pero siempre dentro del
propósito de conformar una cultura institucional fuerte, cohesionada y sin fisuras políticas 51.
¿Se puede combatir ésta enfermedad? Y en el caso positivo, ¿lo hacemos desde fuera o lo
dinamitamos desde dentro? A continuación se exponen dos casos de lo que podrían ser esas dos
posibilidades de lucha, que, sin dejar claro si queda esperanza o no para el museo, afirman que
Contra el museo se han disparado misiles, produciendo verbales atentados terroristas como tal vez
fueron aquellos de los futuristas y su manifiesto. Han tenido lugar linchamientos y boicots como
aquel del mayo del 68' donde la institución se puso en cuestión y se reclamó su arte a quién
realmente pertenecía, al metro, transporte emblema de una clase trabajadora que quería dejar de
51 Jesús Pedro Lorente y David Almazán Museología crítica y Arte contemporáneo..Prensas universitarias de Zaragoza, Zaragoza,
2003. p 51
43
serlo. Son estos, no obstante, ataques biliares sobre los cuales no existe un plan que lleve a un
objetivo concreto, si más no, de como y qué disponer en cuanto al arte se refiere. Pero el año 85
vio el nacimiento de una verdadera guerrilla armada con pósters y peludas máscaras de gorila. No
hacían la guerra, no era otra institución organizada para un enfrentamiento cara a cara. No estaban
estructuraradas en ejército, no tenían un lugar al que regresar, su único lugar de lucha era el del
otro, el del ente museográfico al que atacaban con su propios números, con su abanderada
Las guerrilla girls surgen como tal a raiz de la exposición An International Survey of Recent Painting
and Sculpture con la que el MoMA inauguraba su renovado edificio. Su comisario Kynaston
McShine proclamó que cualquier artista que no estuviera en dicha exhibición debería repensarse
su carrera. El museo hizo su reaparición intentando apropiarse del repertorio base del arte
contemporáneo. Su elección, probablemente muy planificada (porqué si algo sabe hacer el museo
es estrategia), quería marcar el punto cero del arte contemporáneo, aquí empieza el nuevo MoMA,
este es el arte base a partir del cual el resto se irá construyendo. Esta es la historia que hay que
explicar. Estos son los referentes hacia quien miraremos cada vez que hagamos una nueva
adquisición, o propongamos una nueva exhibición. Este será el clasicismo que después
pocos, la supuesta democratización del museo acabaría volviendo sobre ellos como un bumerang.
De los 169 artistas mostrados únicamente 13 eran mujeres. Se trataba de obras realizadas todas
ellas después de 1975, donde incluso un análisis como el de Nochlin, ¿Porqué no ha habido
44
En respuesta a ello se desplegó un sistema de protesta fundamentado en tácticas de guerrilla.
Porqué estas Gorilla Girls se sirvieron de la táctica cuyas características Claramonte 53 tranfiere al
terreno del arte. En primer lugar indica como la palabra proviene de taktos que “remite a un
conocimiento de proximidad, un conocimiento práctico necesario para lidiar con los aspectos
inmediatos de las situaciones”54 . A partir de entrevistas sabemos que las Guerrilla Girls proceden
de alguna manera del mundo contra el que luchan. Kollwitz, una de sus componentes, explica la
experiencia de verse enmascarada dentro de la institución rodeada de una serie de personas que
conoce, y que no pueden identificarla como tal. Igual de interesante, la situación inversa, cuando
ellas se mezclan entre la multitud con la invisibilidad del no disfraz, del rostro abierto. Las
posibilidades de proximidad que ofrece una doble identidad son de un modo obvio, dobles. Juegan
con la acción, con el momento apropiado. No producen teoría (o producen muy poca y siempre
cargada de una inmensa ironía), producen acciones que tienen un tiempo preparatorio mínimo,
pues su efecto debe darse en el momento en que los acontecimientos están sucediendo, no a
posteriori. Una publicación que remarca y profundiza en la desigualdad en la institución permite tal
vez una comprensión más amplia del problema y un espacio mayor para la justificación de la
lado la acción, la sorpresa, el impacto que buscan. De hecho muchos criticaron su anonimato y la
táctica de atacar y salir corriendo que utilizan, por no dejar lugar a la respuesta 55.
Junto a la inmediatez aparece la poética. Las acciones de las Guerrilla Girls se acaban inscribiendo
dentro de un propio sistema artístico. Han generado un repertorio propio al que recurren a
menudo, con un soporte habitual (el póster), el uso de un collage burdo, y de colores highlight,
destapar. No el gran genio, no la leyenda de su descubrimiento con ovejas de por medio sino la crueldad de un sistema que ha
vetado su acceso a una parte de la población.
53 Jordi Claramonte. La República de los Fines. Contribución a una crítica de la autonomía del arte y la sensibilidad. CENDEAC,
Murcia, 2010.p 173-175
54 Íbid p 173
55 Josephine Withers. “The Guerrilla Girls” 1988 < http://www.jstor.org/stable/3180154?
seq=5#page_scan_tab_contents >
45
que van en busca del ojo, del detenimiento de la mirada ante algo que no va con la pared. Son una
interrupción del muro que absorbe y resalta. También son una interrupción de la cotidianidad de
los mensajes sus frases subversivas, que usan el desconcierto de una sintaxis a menudo demasiado
común, como el cartel del 87' The advantages of being a woman artist, al que acompañan en una
tipografía mucho menor todas las falsas ventajas a las que en realidad se ve constreñido el género
femenino como el hecho de trabajar sin tener la presión del éxito. Su poética usa el repertorio del
lenguaje a menudo con figuras retóricas como el oxímoron, el eufemismo o la ironía y su éxito está
Citando a Certeau, Claramonte56 advierte como la táctica no tiene un lugar estable desde el que
planear sus movimientos, sino que actúa en el terreno del otro, en este caso el museo al cual no
en el mundo, no es de extrañar que el tiempos de autonomía modal, se deban usar contra él,
incomodaban, pero ¿trastoca realmente a la clase institucional que habita el museo? ¿transforma
el paisaje que ataca? A día de hoy, las Guerrilla Girls continúan como se diría “dando guerra” y
56 Jordi Claramonte. La República de los Fines. Contribución a una crítica de la autonomía del arte y la sensibilidad. CENDEAC,
Murcia, 2010 p. 176
57 Íbid. p. 176
46
recientemente han retomado antiguos posters que contenían estadísticas al respecto de la
cantidad de artistas femeninas exhibidas en diferentes museos para aplicar la obvia corrección
cronológica y de paso comprobar como han cambiado las cosas treinta años después de aquel 85'
donde empezó todo. El resultado es estremecedor, pues los números han aumentado de una
forma tan ridícula que pone de manifesto más que nunca, la necesidad de sacudir la institución, de
cuestionarla o de desbordarla.
Esto no quiere decir que el grupo feminista no sea efectivo, su impacto tal vez se produce más en
el visitante (al que muy a menudo se dirigen), que en la institución. Sin embargo, cabría apuntar
que hoy en día las Guerrilla Girls han expuesto en conocidas galerías, su obra forma parte de
algunos de los grandes museos que en su momento empapelaron. ¿No ha conseguido una especie
amaneciera empapelado y con los colores sacados por las Guerrilla Girls? Ellas mismas son muy
We agonize about this all the time because we think of ourselves as professional complainers,
but … perhaps the canon has expanded to include institutional critique,” Kahlo said. “We are
very happy to have our work in public collections because it means that we are part of the
record. There’s no way you can see the record of late 20th-century and 21st-century art
Recuperaremos aún la introducción que abría este trabajo dónde se exponía la idea de espacio
58 Ashton Cooper. “Guerrilla Girls speak on social injustice, radical art” en Columbia Spectator, sept 2010
< http://columbiaspectator.com/2010/09/22/guerrilla-girls-speak-social-injustice-radical-art >
47
contemporáneo que aporta Foucault, formado éste por las conexiones y distancias que se
establecen entre los distintos emplazamientos, por sus modos de relación. La concepción de un
tiempo a esta parte, filósofos y historiadores han sospechado que la forma en que venimos
alrededor. Sucedió con Nietzche y las palabras, así como con Picasso y la perspectiva, Focault y sus
“(…) cuando alguien habla de La Imagen, así, con mayúsculas, como suelen hacer los filósofos, yo
no entiendo de qué están hablando, y pregunto: pero ¿de qué imagen hablas?, ¿cuál imagen?,
imagen, mira hacia atrás y no le sirve la imagen como entidad aislada protegida por un marco real
o ficticio. Escarbando en otros modos de hacer, se encuentra precisamente con el olvidado método
creado por un historiador, Aby Warburg, a principios del siglo XX. Previo al estallido de la primera
guerra mundial, Warburg creó una enorme biblioteca compuesta por elementos de todo tipo: arte,
literatura, folklore… elementos que, ante los sucesos de la primera gran guerra del siglo XX, trató
de poner en relación para comprender de alguna forma el lazo entre la producción de imágenes y
la destrucción de los hombres. Su titánica empresa junto a los acelerados acontecimientos que se
sucedieron después de aquella guerra llevaron al historiador a la locura, ingresando al poco tiempo
en un sanatorio mental. El uso del adjetivo titánica para caracterizar su tarea, no es fortuito, pues
sería precisamente de manos de un titan que lograría fundar de alguna manera una iconografía
moderna. Un titan llamado atlas, encargado de sostener sobre su espalda el peso del mundo (y
48
dispares, una junto a la otra, a modo de resumen de sus intereses, y ahí Warburg descubrió lo que
décadas después Didi Huberman recogería como una concepción iconográfica distinta a la que los
inconógrafos nos tenían habituados. Una concepción muy cercana al espacio de Focault, basada no
potencias, nuevas imágenes. Una fórmula muy cercana al montaje que Einsenstein abanderó,
dónde dos imágenes puestas una junto a la otra, creaban una tercera imagen, con toda otra
El museo dispone sus obras también en conjunto, entonces ¿cuál es la novedad? La novedad radica
biblioteca, que no es enciclopedia. “No se puede hacer una verdadera historia de las imágenes
siguiendo simplemente el modo de la crónica lineal, de la crónica cronológica, por la simple razón
de que una sola imagen – al igual que un solo gesto-, reúne en sí misma varios tiempos
heterogéneos.” - ¿es la imagen una heterotopía temporal en sí misma? ¿Pueden las heterotopías
no ser autárquicas y modelar conexiones con otra formas heterotópicas? - “De manera que para
historizar las imágenes hay que crear un archivo que no puede organizarse como un puro y simple
relato puesto que es algo fatalmente más complejo” 60. Porque no existe un tiempo concreto en la
imagen, plantea Didi Huberman, ésta no se puede organizar cronológicamente, ni de ello extraer
conclusiones de tipo causal. Se distanciará él también del concepto como base del aprehender una
imagen.
platónico de la supremacía del concepto o la idea sobre la imagen (la sombra falseadora de la
60 Íbid. p. 19
49
cuestionan este sistema de jerarquías. (…) Walter Benjamin hablaba de Legibilidad (Lesbarkeit)
relaciones secretas”. Cuando Benjamin se refiere a “Leer lo nunca escrito (was nie geschriben
wurde, lesen), parece estar citando expresamente los procesos expuestos en las láminas del
Atlas.61
Para Didi Huberman las imágenes son como el aleteo de una mariposa, imposible de ver sino en un
es el aleteo, sino las alas lo que observamos, que es distinto y probablemente menos interesante),
ese destello es lo que el búsca en las imágenes, busca lo que llama síntomas, los indicios de que
algo ocurre, de que algo es, pese a no poder leerlo o clasificarlo en conceptos. El síntoma agrupa a
su vez semiótica y cuerpo en su significado y es por ello que le funciona tan bien, porque relaciona
la imagen con el mundo de los signos y con el mundo del cuerpo y establece relaciones entre ellos,
fuera del mundo de los conceptos. Y como ya se ha expresado, son estas relaciones, que se
multiplican exponencialmente en cada nueva constelación construida, las que interesan, las que
conforman nuestra iconografía contemporánea. De la misma manera que no existen más los
lugares a partir de los que se configuraba el mundo (ya sea por localización o por extensión),
puede que tampoco existan más las imágenes concretas y aisladas a través de las cuales
contemplar y percibir el arte, o sobre cuya extensión crear un sistema histórico. Tal vez para
perseguir un museo modal que se ajuste a la episteme actual, haga falta concebir la iconografía de
Otros modos de hacer que sin embargo, podrían encontrar sus raíces también en el orígen mismo
61 Cristina Tartas Ruiz. “Cartografías de la memoria. Aby Warburg y el Atlas Mnemosyne” en Expresión gráfica arquitectónica. Nº
21, 2013 pags 226-235 p 231
62 En la entrevista titulada “Un conocimiento por el montaje”, Didi Huberman acaba poniendo el ejemplo del flamenco
como otro modo de hacer. Lo define como una manera alternativa de componer las relaciones entre las artes. Su
jerarquía no forma parte de la academia. Es una manera no occidental, no ilustradaa (en cuanto a que no se rige por
sus mismas normas sino que proviene de un folklore nunca acaparado por la academia) producción de la forma
musical, de baile o vocal.
50
del museo, que al poco de su formación como tal, cuando se abre al público, se democratiza y
pretende educar, abandona. Se trata del coleccionismo. Warburg al final era un gran coleccionista,
un coleccionista moderno, que, lejos algunas colecciones reales o aristocráticas llevadas a cabo
calle, cual trapero, la fragmentación del mundo. Deotte describirá también a este coleccionista:
(...) la mirada del coleccionista ante un conjunto de objetos expuestos sin orden: su ojo
que no es otro sino un historiador del arte formado por la universidad, estará sometido a un
Estas similitudes son tal vez las afinidades de Goethe de las que habla también Didi Huberman 64.
(...)en el mismo espacio de la Goethes Haus, coexistían paisajes románticos con raíces
vegetales en frascos; un grabado de La Transfiguración de Rafael con una sencilla cesta de paja
trenzada; un dibujo de Rembrandt con un abecedario infantil; una Virgen de Schongauer con
un abanico pintado; un Triunfo de Mantegna con figuras populares de colores chillones; una
copia antigua con un juguete de niño; el Ulises de John Flaxman con un alfiletero, un autómata
Una colección que a primera vista puede parece incoherente, desordenada o caótica. Sin embargo,
esos son los elementos con los que el poeta jugaba para llevar a cabo un muestreo del mundo,
cuyo resultado lleva a una desclasificación que configura una ciencia de lo dispar basada en
afinidades que podían ser las veces morfológicas, dadas por la mirada, pero también dadas por el
51
Se cumplía así, escribe Carrie Asman, «un recorrido ondulante entre lo sublime y lo inepto que
permanecen uno cerca de otro en un estrecho intervalo» 194, y acaban infundiendo a todas
otras afinidades, otras formas de clasificar, otras formas de construir las semejanzas. 66
La cuestión aquí expuesta tiene mucho que ver con la otra forma la que no es oficial, ni clásica, ni
categórica. La que lanza las palabras al vuelo en busca de nuevos significados para el significante.
El mundo de la cultura de esta nuestra forma (y no la otra) nos ha acostumbrado por ejemplo a
separar unas artes que son bellas del resto, que son mecánicas, artesanales, que son menores. El
mundo del arte se ha focalizado tanto en sus capacidades aureáticas, en buscar su esencia y
suspenderla aislada del mundo para provocar una experiencia estética en el espectador que sus
filtros han llegado a devenir cada vez más y más estrictos. Luego un día todo estalló. Y con razón.
Cuando se trata de definir algo, se acota, se corte, se restringe y uno acaba quedándose con los
retales de lo que una vez fue un gran telar. Después el arte no representaba, después no era un
cuadro, ni una escultura ni arquitectura, después salió a la calle y a otros espacios, volvió a entrar
al museo apoderándose de parcelas de espacio inauditas como el suelo o el techo, después se hizo
casi incomprensible un síntoma que señala que hay algo en esa clasificación primera que chirría?
¿No entenderíamos mejor todo lo que ha sucedido en el mundo del arte en los últimos cincuenta
años, si mirásemos al pasado con un ojo otro, con una clasificación otra, reunida y expuesta de una
manera otra?
¿Pero como clasificar de una manera otra si el museo es un aparato del estado al cual la otredad le
66 Íbid citando a Carrie Asman “Le Trésor de goethe: Le Collectionneur et Ses Dons” Revue Germanique
Internationale. 1999, p 107
67 Georges Didi Huberman “La exposición como máquina de guerra” Minerva: Revista del Círculo de Bellas Artes. Nº 16, 2011.
pags 24-28
52
como máquina de guerra, como dispositivo para dinamitar el museo desde sus entrañas. El autor
es consciente de la problemática real que hoy en día presenta este artefacto llamado exposición
temporal. El museo, como se planteaba, es una institución al servicio del estado, con un lenguaje
centralizadora. “Los aparatos de Estado están del lado del poder, las máquinas de guerra están del
la posibilidad.
Sin embargo, todos los que hayan estado en contacto con una institución museística cualquiera,
podrán ratificar que, hoy en día, esta potencia de la que habla Didi Huberman, no pertenece como
tal a las exposiciones temporales. Él también detecta la situación en que se encuentra la máquina
hoy en día parece estar creada para ser adorada. No hay más que ver la cantidad de exposiciones
dedicadas a los highlights de tal o cual colección, pero no sólo eso. A menudo, estas exposiciones
se cobijan bajo grandes nombres con cierto gancho capaces de atraer a las masas a contemplar lo
que, por un breve espacio de tiempo, el museo les ofrece. Parece que hay que ir a ver eso que el
museo expone, de la misma manera que había que ir a ver a la mujer con esteatopígia que, con
La contingencia permite hablar de lo que podría ser, de la posibilidad. Esta máquina de guerra
misma. “Una exposición no guarda relación únicamente con la historia del arte. Se trata de un acto
68 Íbid. p. 25
53
político porque es una intervención pública e, incluso si ella misma lo ignora, se trata de una toma
de postura dentro de la sociedad.”69 Esta toma de postura no debe malinterpretarse aquí como una
referencia a los contenidos. No se esta hablando de un símil arte soviético de principios de siglo
XX. No se busca un arte político. Hacer política, cuando se es un artista, significa ocupar cierta
que se presenta la obra, sobre la puesta en cuestión de su propio arte, y del arte, del mundo del
que forma parte. Tener en cuenta que lo que se está planteando (y plantearlo) es o debiera ser una
tesis, una propuesta que se expone y a su vez se dispone para ser leída, interpretada, cuestionada,
corregida e incluso ninguneada. Una exposición donde, de nuevo, lo revulsivo sean los modos de
relación que se establecen entre el conjunto de lo dispuesto. La experiencia estética como el tercer
elemento que surge al poner en contacto dos elementos dispares. Al hacer montaje.
opera siempre en el lugar del otro), efímera, la carga efectivamente de una potencia que se hace
69 Íbid. p. 25
70 Íbid. p. 25-26
54
Epílogo con entrañas
De niña viví durante un tiempo en una casa enorme y llena de polvo, con suelos inclinados en los
que era imposible jugar al balón. Mi habitación tenía un techo altísimo y una ventana, que daba a
una escalera interior y que mi madre cubrió con una pesada lona para que no me molestara la luz
de emergencia exterior, encendida toda la noche. Leí mucho en aquella casa. Teníamos un pasillo
cubierto de libros y polvo que se posicionaban de forma abúlica en estanterías de madera mala.
Leía a todas horas, también de noche, cuando mi madre no me veía. Utilizaba a menudo el tenue
Recuerdo saberme de memoria la disposición de los libros en las estanterías. La mayoría de títulos
me eran extraños, algunos me provocaban risa. A veces cogía libros sólo porque me gustaba su
Una vez cada tanto, cuando me sabía sola, recorría con el dedo índice la estantería y tiraba del
lomo de un libro en concreto con sumo cuidado. Contemplaba su portada durante unos segundos
y luego lo devolvía, dejando intactas las huellas de mi atrevimiento. Era un libro de Terenci Moix,
No digas que fue un sueño. La portada la componía una pintura que a mi corta edad no sabía
distinguir de una fotografía. Una mujer sentada en un trono sobre una plataforma era transportada
mediante largos palos por esclavos de torso desnudo. Dos de ellos la abanicaban con gigantescos
pai-pai de plumas. Junto al carruaje humano, dos mujeres cargaban con una cuna de mimbre de la
que caían flores de largo tallo y en ella un bebe dormitaba ajeno a la procesión. La mujer, miraba
con inmensa ternura al niño que flotaba a apenas un metro de su cuerpo. No lo cogía, ni siquiera lo
tocaba, tan sólo lo contemplaba. La distancia accionaba un mecanismo de amor no resuelto y todo
estaba mal. Me preguntaba porque aquella mujer no llevaba el niño en brazos, me preguntaba si
los esclavos la tendrían cautiva y si los transportaban, a ella y al niño a un destino lleno de dolor.
55
Detrás estaba el mar y más allá las pirámides. Y yo miraba la portada y la devolvía y me
avergonzaba. Sublimaba aquellas figuras que me eran tan ajenas y me moría de vergüenza por
contemplar sus cuerpos, sus gestos, las flores que los rodeaban. Mantuve aquella pasión en
secreto durante años, porqué el placer estaba en la mirada y era oscuro, impropio.
Luego nos mudamos y muchos de aquellos libros desaparecieron, puede que aquel también. Hace
poco volví a encontrarme con la imagen entre un montón de postales y la compré por cincuenta
céntimos. En la parte posterior dí con todo esto: The Finding of Moses, 1904 Oil on canvas, 137,7 x
213,4. Private collection. Taken from the book Lawrence Alma-Tadema by RJ Barrow. Al parecer se
trata de una pintura victoriana que en los 60' había sido comprada por su marco, mientras que en
Yo no he hecho nada con toda esa información. Tengo la postal en una pared, ya no está cautiva
entre libros. De vez en cuando la miro unos segundos y me pierdo un poco y me recuerdo
avergonzada y pienso como de intensa era aquella contemplación, como de adictivo y doloroso me
No puedo pensar esa imagen colgada en la pared de un museo. No soporto la idea de alguien
explicando que forma parte de una época dónde el exotismo iba mucho de moda entre los
pintores ingleses. Que hablen de Claude Lorrain. Que me expliquen la historia del marco. Es un
vivo con ello. Pero tengo algunos problemas con los museos.
Los visito siempre, todos los que puedo. Estudio arte, me apasiona cuando leo sobre el
museo. He pensado y propuesto ideas para exponer obras, para generar actividad. Pero adoro y
me aburre el arte a partes muy iguales. Y me canso mucho en los museos. Y me avergüenza ir en
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busca de una experiencia estética que creo no haber tenido nunca en sus salas. Y entonces
recuerdo mis entrañas bombeando mucha sangre en aquel pasillo con aquel libro y me obligo a
pensar que es nostalgia, que tiene que ver con otra cosa fuera de la estética. ¿Pero no es la
Este trabajo está muy sesgado por esas entrañas, de nuevo, soy consciente y vivo con ello. Pero he
intentado disociarme de mi propia bilis y pensar de diferentes maneras el porqué y el qué del
preguntas y con respuestas muy vagas. Creo que eso es buena señal, para el arte, para los museos
y para mí. No hay apartados ni conclusiones brillantes, pero hay gente brillante con conclusiones y
Creo que hablar de arte contiene el riesgo del aleteo de mariposa del que hablaba Didi Huberman.
Para analizarla tienes que matarla y insertarle un alfiler. No obstante, sin ese alfiler no tendríamos
la biología y nos conoceríamos un poco menos. Hablar de museos tiene altos riesgos de confusión,
pues uno pone en tela de juicio mariposas que aletean y mariposas con alfiler a la misma vez. Uno
las querría a ambas en su interior y no está muy claro que esto pueda llegar a suceder. A veces
parece que se habla de las obras como conjunto, a veces de la obra como entidad. El conjunto es la
colección y está llena necesariamente de alfileres, pero la colección esconde obras, que es de lo
que se trata el arte y es de lo que debería tratarse el museo. O no. Tal vez yo querría un museo
diferente, un museo para mis entrañas, pero entonces se llenaría de entrañas de otra gente y ver
Nunca me gustaron las élites ni las torres de marfil, pero de un tiempo a esta parte tampoco me
gusta ver mi entorno mediatizado por la mediocridad. Me gustan las ideas, mucho, me gusta lo
mordaz, me gusta que me estallen cosas en la cara. Por eso tengo cierto cariño a un arte
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contemporáneo que nadie quiere como vecino y que tampoco sé explicar muy bien. Reconozco un
Picasso, un Dalí, un Modigliani, un Caravaggio, un Greco, más o menos un Rafael. Pero ya está. No
tengo mucho criterio y no sé reconocer una buena iglesia románica o un buen retablo ante mis
ojos, a veces no sé discernir un buen cuadro barroco de basura rimbombante, o una pintura
abstracta de un borrón, pero sé reconocer un buen libro cuando lo leo. Puede que esto sea porqué
me pasé horas leyendo bajo una luz de emergencia. Me pregunto que hubiera sucedido si cada
noche bajo esa luz, alguien hubiera colgado una obra distinta. Qué historia tendría ahora con el
Escribo esto con la postal de la imagen victoriana delante. Nadie mira a la mujer excepto los que la
abanican. Nadie parece darse cuenta de lo que allí está sucediendo. Las miradas de los esclavos
van a ninguna parte, hacia la nada, fuera del límite del cuadro. Solo ella y los abanicadores miran
hacia el interior, ellos la observan con cautela para no tocarla con los pai-pai de plumas. Ella
contempla al niño y tiene las manos ocupadas por un cetro y una flor. Nadie se toca. Nadie puede
encuentro que no puedo parar de mirarlos pese haberlos visto ya más de mil veces, pese a
Y pienso ahora que no sé si querría compartir todo este dolor cada vez que entro en un museo.
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Lawrence Alma-Tadema.
The Finding of Moses,
1904. Óleo sobre tela, 137.7 x 213,4 cm.
Colección privada
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