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Deuda inflación déficit 2016 2018

1-Martes 29 de marzo, 2016


El sueño imposible de financiar el gasto con deuda externa- Por: Dardo Gasparre
Es peligrosamente unánime el criterio de que el país tome deuda externa con fines múltiples. Partiendo desde lo más
obvio, el pago a los holdouts, se llega a la aplicación de tales recursos a la financiación del plan Belgrano y otras obras, y
se corona con la utilización de esos ingresos para atender parte del gasto público. Esa unanimidad de criterio no es
técnica, sino que responde a la conveniencia y a los intereses de todos los factores, incluyendo al gran pueblo argentino
en su mayoría, que reclama a gritos el ajuste, pero sólo de todo aquello que no le afecte.
Es importante que se analicen las consecuencias y los efectos de cada una de estas posibles decisiones, cosa que trataré
de hacer sin apelar a fórmulas ni curvas ni terminología complicada, aunque utilizando los principios ortodoxos.
Las estimaciones del endeudamiento en 2016-2017 oscilan entre cuarenta y cincuenta mil millones de dólares,
supuestamente en plazos que van desde 5 a 30 años, si el mercado lo permite. Estas cifras no contabilizan totalmente la
emisión de nueva deuda provincial, que todavía no se ha sincerado.
Comencemos por analizar la deuda que se tomará para el pago a los holdouts, supuestamente 5 mil millones en esta
etapa y otro tanto en una segunda, para cancelar el total existente en todo el mundo y en cualquier estadio de litigio.
Esos montos no están considerados hoy en la información de deuda del país, ni en su valor original ni en el acrecido.
Consecuentemente, si bien el 60% de ese total no es técnicamente una deuda nueva, a todos los efectos de análisis y
contabilización estaremos agregando esos diez mil millones de deuda para cualquier cálculo de solvencia y repago, por
ejemplo, para calcular con base técnica el riesgo país o el valor de la tasa de interés que pagaremos.
Cualquier otra deuda que tomemos —nacional, provincial o municipal—, para cualquier destino —financiamiento del
gasto, obra pública u otros propósitos—, deberá convertirse en pesos, salvo en aquellos casos en que esa deuda sea para
pagar equipamiento o bienes importados.
Para convertir los dólares que ingresen por cualquier concepto, inclusive las inversiones, hay, como en cualquier caso,
dos caminos. Uno es que los dólares sean comprados como reservas por el Banco Central, es decir, que el banco emita
para pagar al Tesoro y que los pesos sean destinados a pagar gastos u otros conceptos. Tal movimiento, a efectos de la
presión inflacionaria, es equivalente a emitir lisa y llanamente. En este supuesto, tomando deuda en dólares para
financiar el gasto no se baja la presión inflacionaria del actual nivel de dicho gasto.
Si en vez de emitir pesos para comprar esos dólares, se los vende en el mercado sin intervención alguna del Banco
Central, eso implica esperar que particulares y empresas compren esos dólares. Para ello, deben usar sus pesos u
obtener pesos del mercado para comprarlos. En teoría, eso baja el circulante, es decir, la presión inflacionaria. Pero esa
oferta adicional de dólares, si es importante, bajará el tipo de cambio del dólar de todos los dólares que se compren. Eso
apreciará el peso, lo que puede tener un efecto muy desagradable, léase atraso cambiario. El peor de dos mundos:
el dutch disease sin aumento de exportaciones.
También hay que pensar si los privados estarán muy interesados en atesorar dólares cash, en un contexto donde habrá
desaparecido el estímulo para conservarlos. En otros términos, aumentar la oferta de dólares no implica crear
necesariamente una demanda adicional. Esto será más cierto cuanta más deuda externa se tome.
Igual disyuntiva surgiría con el posible ingreso de dólares vía un blanqueo con el que sueñan muchos. El gasto se paga en
pesos. ¿Cómo se conseguirán pesos con esos dólares sin emitir? ¿Vendiéndolos a quién? ¿Para qué los compraría
alguien? Cuantos más dólares ingresen por cualquier concepto, más cierta y más importante será la disyuntiva: emitir
más pesos, o sea, aumentar la inflación, o atrasar el tipo de cambio.
Esta especulación sirve para reforzar el concepto de que el gasto se debe bajar, con total prescindencia del mecanismo
de financiación del déficit. Que la tasa sea el 35% en pesos o el 8% en dólares no altera la necesidad de reducir el gasto,
como se ha explicado (No abundaré sobre el hecho de que además la deuda tomada para pagar gasto también debe
pagarse).
Distinto sería decir que se recibe una inversión externa en dólares, que creará demanda adicional laboral y que permitirá
absorber empleo público, pero, de todos modos, eso implica reducir el gasto del Estado.
La idea de que se puede emitir pesos contra dólares prestados que obran de respaldo y que eso no tendrá efectos
inflacionarios es la que se usó desde 1976 a 1983, con consecuencias desastrosas en el endeudamiento, la inflación y la
pérdida de competitividad. Esta afirmación valdría aun si los dólares que se tomasen pagaran tasa cero.
Esto significa que, de no bajarse el gasto, estaríamos jugados a que el crecimiento bajase la importancia relativa del
déficit como único camino. Por otros medios, estaríamos de nuevo en el corsé explosivo impuesto por la convertibilidad
(Por eso el sueño de Domingo Cavallo era usar el dólar como moneda nacional).
Está muy bien que dejemos de ser estafadores globales y cumplamos con nuestros compromisos. Está muy mal que
luego nos endeudemos creyendo que eso nos dará aire para no tener que bajar el gasto . Como he tratado de explicar,
no se trata de una cuestión conceptual. Simplemente no se puede lograr.
2- Por qué el país está condenado a vivir con un tipo de cambio falso. Por Dardo Gasparré 31 de marzo de 2018

Si se les pregunta a diez economistas locales qué opinan de la posibilidad de dejar flotar el tipo de cambio libremente,
ocho y medio dirán que la idea es inviable, irreal y solo un ejercicio de pura teoría. Un economista dirá que es
perfectamente viable, pero inmediatamente condicionará el concepto de libre con alguna clase de limitación
neutralizante. Solo medio economista de los diez dirá que la idea es viable y positiva, sin condicionarla.

Eso no es sorprendente en un país donde las universidades públicas se han ocupado durante la mayor parte de los
últimos 40 años en difundir con aterradora preferencia las ideas de los dos máximos predicadores de la manipulación de
mercados, Karl Marx y John Keynes. Ese sesgo académico y el temor atávico de los argentinos por la libertad con la que
no saben convivir explican buena parte de las frustraciones económicas que han afectado y afectan al país y lo han
llevado a celebrar como si fuera el gol del triunfo del mundial que la cuarta parte del país sea pobre.

Un tipo de cambio fruto de un mercado libre pondría en evidencia de modo instantáneo cualquier incoherencia o error
en la política económica, ya que es la variable que mejor resume tanto el accionar del Estado en el aspecto fiscal como
las expectativas de los factores económicos y cualquier manoseo a las reglas de seriedad económica por parte de
cualquier gobierno. Es por eso que, como máximo, los encuestados en la metafórica compulsa del comienzo dirán que,
para no crear un caos, se podría llegar a aplicar en un proceso gradual, que inevitablemente terminaría en la nada, como
todo proceso gradual en la economía argentina, desde el inicio de la historia nacional.

El tipo de cambio regulado por cualquier método es la consecuencia del proteccionismo, el estatismo, la corrupción
rampante e imparable en el gasto del Estado, el populismo que tampoco ha cesado, el negociado permanente en los
contratos y las licitaciones, el enriquecimiento de los funcionarios, que es inmutable, con mayor o menor prudencia o
desvergüenza. También es consecuencia de la incapacidad de los políticos que se atribuyen el monopolio de la
democracia. Y al mismo tiempo es funcional a todo ese sistema perverso, al ocultar por un tiempo los efectos de todas
esas prácticas. Por eso es que existe la creencia generalizada de que no es posible un mercado libre de cambios. Lo que
en realidad no es posible es que ocurra todo lo otro que se ha descrito.

Por supuesto que los millonarios parásitos de la economía nacional y sus profesionales empleados calificarán estas
afirmaciones de fundamentalistas, como lo han hecho siempre. En realidad tienen razón. Es fundamental partir de esa
premisa de libertad cambiaria si se quiere resolver este cuento de nunca acabar que justamente comienza de nuevo y
que va camino al mismo final que los otros cuentos.

En una reciente columna para Infobae, Roberto Cachanosky analizaba con gran justeza la situación grave que plantea el
déficit de cuenta corriente de la balanza de pagos frente a una deuda externa creciente. Un tipo de cambio libre no
habría permitido que se llegase a esa situación. Sencillamente por el libre juego de oferta y demanda que habría subido
el valor de la divisa, como otros "fundamentalistas" más talentosos lo han demostrado tantas veces y la realidad
también. Y cuando sube el valor de la divisa, aumentan las exportaciones y se produce el efecto inverso, y así se tiende al
equilibrio.

En su libro Volver a crecer, de 1987, Domingo Cavallo había propuesto pagar los intereses y la deuda con compra de
dólares en el mercado, lo que devaluaría la moneda local todo lo que fuera necesario. "Un dólar altísimo" predicaba.
Que luego al ser funcionario haya cambiado tan drásticamente no anula el acierto de su planteo como técnico.

Por supuesto que, una vez que se llega a niveles siderales de desfase, los argumentos de los becados del descalabro
parecen tener asidero: "Pero si se libera el dólar de golpe, se paraliza la economía", entre otros. Si hubiera existido un
tipo de cambio libre, el déficit se habría autocontrolado y reducido automáticamente. Es el manoseo el que hace que se
lleguen a cifras insolubles. Claro que, una vez sumergido en el festival de gasto-endeudamiento en dólares-emisión para
gastar y para comprar dólares, el Gobierno está en un zapato chino. Por un lado, fomenta la baja del dólar al crear las
condiciones para el carry trade con la absorción de la continua emisión con Lebacs. Por otro, fomenta el alza de la divisa
al crear desconfianza con su política de endeudamiento, gasto y déficit.

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