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Qué es el pragmatismo

Charles S. Peirce

Por su vasta experiencia, el autor de este artículo ha llegado a creer que


cada físico y cada químico y, en pocas palabras, cada maestro de cualquier
división de la ciencia experimental, ha llegado a moldear su mente de
acuerdo a su vida en el laboratorio hasta un grado que es poco sospechado.
El experimentalista mismo, apenas puede llegar a ser plenamente
consciente de ello, debido a que los hombres cuyo intelecto realmente
conoce son muy parecidos a sí mismo en este aspecto. Nunca llegará a
intimar interiormente con intelectos de una preparación muy diferente a la
suya, cuya educación ha sido mayoritariamente obtenida a través de libros,
aunque llegue a mantener relaciones familiares con ellos; porque él y ellos
son como el agua y el aceite, y aunque se revuelvan, es notable la rapidez
con que vuelven a sus distintos modos mentales, sin haber obtenido más
que un débil sabor de la asociación. Si esos otros hombres pudiesen sondear
con habilidad la mente del experimentalista -que es precisamente aquello
para lo que no están capacitados, en su mayoría- pronto descubrirían que,
exceptuando quizá aquellos tópicos en que su mente está trabada por sus
sentimientos personales o por la forma en que fue criado, su disposición
apunta a pensar acerca de todo del mismo modo en que se piensa todo en
el laboratorio, es decir, como una cuestión de experimentación. Por
supuesto, ninguna persona viva posee por completo todas las características
de su tipo: no es el doctor típico a quien veremos pasar cada día en su coche,
ni es el pedagogo típico a quien encontraremos en la primera sala a la que
entremos. Pero cuando se ha encontrado, o se ha construido idealmente
sobre la base de la observación, al típico experimentalista, se hallará que
cualquier aseveración que se le pueda hacer, él la entenderá ya sea como
significando que si una prescripción para un experimento puede ser alguna
vez y alguna vez puede desarrollarse en acto, resultará una experiencia de
una descripción dada, o de otro modo él no encontrará en absoluto sentido
alguno a lo que se le dice. Si se le habla como Mr. Balfour habló no hace
mucho a la Asociación Británica, diciendo que "el físico busca algo más
profundo que las leyes que conectan los objetos de experiencia posibles",
que "su objeto es una realidad física" no revelada en los experimentos, y
que la existencia de tal realidad no experiencial "es la inalterable fe de la
ciencia", se encontrará frente a todo ese significado ontológico que la mente
del experimentalista está ciega al color1. Lo que se añade a esa confianza
en esto, que el escritor debe a sus conversaciones con los experimentalistas,
es que casi se podría decir que él mismo ha habitado en un laboratorio desde
la edad de seis años hasta muy pasada la madurez; y habiéndose relacionado
toda su vida con los investigadores mayormente, ha sido siempre con una
confiada sensación de comprenderlos y de ser comprendido por ellos.

Esa vida en el laboratorio no impidió que el escritor (quien aquí y en


lo que sigue simplemente ejemplifica el tipo del experimentalista) llegara a
interesarse en los métodos de pensamiento; y cuando llegó a leer
metafísica, aunque mucha de ella le pareció ampliamente razonada y
determinada por predisposiciones accidentales, sin embargo en los escritos
de algunos filósofos, especialmente Kant, Berkeley y Spinoza, encontró a
veces esfuerzos en el pensamiento que recordaban los modos de pensar del
laboratorio, de manera que sentía que podía confiar en ellos; todo lo cual
se ha demostrado también cierto en otros hombres de laboratorio.

Intentando formular lo que así aprobó, como haría naturalmente un


hombre de ese tipo, estructuró la teoría de que una concepción, es decir, el
significado de una palabra u otra expresión, yace exclusivamente en su
efecto concebible sobre la conducta de vida; de manera que, como
obviamente nada que no pueda ser el resultado de un experimento puede
tener un efecto directo sobre la conducta, si uno puede definir con precisión
todos los fenómenos experimentales concebibles que la afirmación o
negación de un concepto pueda implicar, se tendrá por consiguiente una
definición completa del concepto, y no hay absolutamente nada más en
ello. Para esta doctrina él inventó el nombre de pragmatismo. Algunos de
sus amigos querían que la llamara practicismo o practicalismo (tal vez
sobre la base de que praktikos es mejor griego que pragmatikos). Pero para
alguien que había aprendido filosofía a través de Kant, como el escritor lo
había hecho, junto con diecinueve de cada veinte experimentalistas que se
habían volcado hacia la filosofía, y quien aún pensaba muy fácilmente en
términos Kantianos, praktisch y pragmatisch estaban tan alejados como
los dos polos, perteneciendo el primero a una región del pensamiento en la
que la mente de tipo experimentalista no puede nunca estar seguro de
encontrar terreno firme bajo sus pies, y el último expresando una relación
con propósitos humanos definidos. Por otra parte, una de las características
más impactantes de la nueva teoría era su reconocimiento de una
inseparable conexión entre cognición racional y propósito racional; y esa
consideración fue la que determinó la preferencia por el
nombre pragmatismo.

En cuanto al tema de la nomenclatura filosófica, hay unas pocas


consideraciones sencillas que durante muchos años el escritor ha deseado
someter al juicio deliberado de aquellos pocos colegas estudiosos de
filosofía que deploran el estado actual de esos estudios y que se han hecho
el propósito de rescatarla de allí y traerla a una condición similar a la de las
ciencias naturales, donde los investigadores, en lugar de condenar cada uno
el trabajo hecho por casi todos los demás como si estuviera mal conducido
de principio a fin, cooperan, se apoyan sobre los hombros de los otros y
multiplican los resultados indiscutibles; donde cada observación es
repetida, y las observaciones aisladas son menores; donde cada hipótesis
que merece atención es sometida a un examen severo pero justo, y sólo
cuando las predicciones hacia las que conduce han sido notablemente
probadas por la experiencia son dignas de confianza, y aún entonces, sólo
en forma provisional; allí donde raras veces se da se da un paso
radicalmente en falso, hasta las más imperfectas de aquellas teorías que
adquieren una amplia credibilidad son verdaderas en sus principales
predicciones experienciales. A aquellos estudiantes se propone la idea de
que ningún estudio puede llegar a ser científico en el sentido descrito hasta
que se provee así mismo de una apropiada nomenclatura técnica, en la que
cada término tiene un solo significado definido universalmente aceptado
por los estudiosos del tema, y cuyos vocablos no tengan la dulzura ni el
encanto que pudiera tentar a los escritores imprecisos a abusar de ellos, -lo
que es una virtud de la nomenclatura científica demasiado poco apreciada.
Se propone que la experiencia de esas ciencias que han conquistado las
mayores dificultades de terminología, que son incuestionablemente las
ciencias taxonómicas, la química, la mineralogía, la botánica, la zoología,
ha demostrado sin lugar a dudas que el único modo en que se puede lograr
la unanimidad requerida y las rupturas requeridas con los hábitos y
preferencias individuales es dar forma de ese modo a los cánones de la
terminología, que ganarán el apoyo del principio moral y del sentido de
decencia de todo hombre; y que, en particular (bajo precisas restricciones),
existirá el sentimiento general de que todo aquél que introduzca una nueva
concepción en la filosofía está bajo la obligación de inventar términos
aceptables para expresarla, y que cuando lo haya hecho, el deber de sus
colegas es aceptar esos términos, y de expresar su molestia ante cualquier
uso torcido de sus significados originales, no sólo como una grosera
descortesía hacia aquel a quien la filosofía le ha quedado en deuda por cada
concepción, sino también como un perjuicio a la filosofía misma; y además,
que cuando una concepción ha sido provista con las palabras apropiadas y
suficientes para su expresión, ningún otro término técnico que denote las
mismas cosas, considerado en las mismas relaciones, debería ser aceptado.
Si esta sugerencia encontrase aceptación, podría estimarse necesario que
los filósofos en congreso adoptasen, luego de la debida deliberación, los
cánones convenientes para limitar la aplicación del principio. Así, tal como
se hace en la química, podría ser sensato asignarle significados fijos a
ciertos prefijos y sufijos. Por ejemplo, podemos acordar, tal vez, que el
prefijo prope- debería marcar una extensión amplia y más bien indefinida
del significado del término del cual es prefijo; el nombre de una doctrina
terminaría naturalmente en -ismo, en tanto -icismo podría marcar una
acepción más estrictamente definida de esa doctrina, etc. Entonces, tal
como en la biología no se toman en cuenta los términos anteriores a
Linnaeus, así también en la filosofía sería mejor no retroceder más allá de
la terminología escolástica. Para ilustrar otra suerte de limitación,
probablemente nunca ocurrió que algún filósofo haya intentado dar un
nombre general a su doctrina sin que ese nombre haya adquirido pronto, en
el uso filosófico común, una significación mucho más amplia de lo que se
pretendía originalmente. Así, sistemas especiales llevan el nombre de
kantianismo, benthamismo, comteanismo, spencerianismo, etc., mientras
que trascendentalismo, utilitarismo, positivismo, evolucionismo, filosofía
sintética, etc., se han elevado irrevocable y muy convenientemente a
dominios más amplios.

Después de aguardar en vano, durante una buena cantidad de años, una


conjunción de circunstancias particularmente oportunas que pudieran
servir para recomendar sus nociones de la ética de la terminología, el
escritor ha podido ahora, por fin, sacárselas de encima en una ocasión en
que no tiene ninguna propuesta específica que hacer ni sentimiento alguno
que no sea satisfacción por el curso que ha tomado el uso, sin canon alguno
ni resoluciones de un congreso. Su palabra "pragmatismo" ha logrado
reconocimiento general en un sentido generalizado que parece sostener el
poder del crecimiento y la vitalidad. El afamado psicólogo, James, lo tomó
primero, viendo que su "empiricismo radical" respondía sustancialmente a
la definición de pragmatismo del escritor, aunque con una cierta diferencia
en el punto de vista2. Luego, el admirablemente claro y brillante pensador,
Sr. Ferdinand C. S. Schiller, buscando un nombre más atractivo para el
"antropomorfismo" de su Enigmas de la Esfinge, en el más notable artículo
sobre su "Axiomas como Postulados"3, dio con la misma designación
"pragmatismo", que en su sentido original estaba de acuerdo genéricamente
con su propia doctrina, para la que desde entonces ha encontrado la
especificación más específica de "humanismo", mientras que conserva aún
"pragmatismo" en un sentido algo más amplio4. Hasta aquí todo transcurría
felizmente, pero en la actualidad se empieza a encontrar la palabra
ocasionalmente en los periódicos literarios, donde se abusa de ella del
modo impío que las palabras deben esperar cuando caen en las garras
literarias. A veces los modales de los británicos han florecido como regaños
ante la palabra por estar mal elegida, esto es, mal elegida para expresar
algún significado que debía más bien excluir. De modo que, el escritor, al
encontrar su dichoso "pragmatismo" promovido de esa forma, siente que
ya es tiempo de dar a su criatura un beso de despedida y permitirle ascender
hacia su más elevado destino; mientras que para servir al preciso propósito
de expresar la definición original, tiene el gusto de anunciar el nacimiento
de la palabra "pragmaticismo", que es lo suficientemente fea para estar a
salvo de secuestradores5.
A pesar de lo mucho que el escritor ha ganado de la cuidadosa lectura
de lo que otros pragmatistas han escrito, aún piensa que hay una ventaja
decisiva en su concepción original de la doctrina. Desde esta forma original
puede deducirse toda verdad que siga de cualquiera de las otras formas, y
al mismo tiempo pueden evitarse algunos errores en que han caído otros
pragmatistas. La perspectiva original parece, también, ser una concepción
más compacta y unitaria que las otras. Pero su mayor mérito, a los ojos del
escritor, es que se conecta muy rápidamente con una prueba crítica de su
verdad. Muy de acuerdo con el orden lógico de la investigación,
generalmente sucede que uno primero formula una hipótesis que parece
más y más razonable mientras más se la examina, pero que sólo mucho
después se ve coronada con una prueba adecuada. Habiendo tenido la teoría
pragmatista bajo consideración durante muchos años más que la mayoría
de sus seguidores, el presente escritor le habrá prestado naturalmente
mucha mayor atención a su prueba. De todos modos, al tratar de explicar el
pragmatismo, se le podrá excusar por el hecho de limitarse a aquella forma
de él que conoce mejor. En el presente artículo sólo habrá espacio para
explicar únicamente en qué consiste realmente esta doctrina (que en tales
manos como las que ha caído ahora puede probablemente jugar un rol muy
prominente en la discusión filosófica de los próximos años). Si la
exposición fuese de interés para los lectores de The Monist, seguro que
estarán mucho más interesados en un segundo artículo6 que les dará
algunos ejemplos de las múltiples aplicaciones del pragmaticismo
(suponiéndolo verdadero) a la solución de diversas clases de problemas.
Después de eso, los lectores podrían estar preparados para interesarse en
una prueba de que la doctrina es verdadera7, una prueba que le parece al
escritor que no deja duda razonable sobre la materia, y que es la
contribución de valor que tiene que hacer a la filosofía, puesto que ella
implicaría esencialmente el establecimiento de la verdad del sinequismo8.

La definición de pragmaticismo por sí sola no proporcionaría una


comprensión satisfactoria de él a las más inquieta de las mentes, sino que
requiere el comentario que se hará más abajo. Más aún, esta definición no
toma en cuenta una o dos doctrinas sin cuya previa aceptación (o aceptación
virtual) el pragmatismo mismo sería una nulidad. Están incluidas como
parte del pragmatismo de Schiller, pero el presente escritor prefiere no
mezclar proposiciones diferentes. Habría sido mejor establecer en el acto
las proposiciones preliminares.

La dificultad para hacer esto radica en el hecho de que nunca se ha


confeccionado una lista formal de ellas. Todas podrían estar incluidas bajo
la vaga máxima "Desechar las ficciones". Filósofos de muy diversas
tendencias proponen que la filosofía establezca su punto de partida desde
uno u otro estado mental en que ningún hombre, y menos un principiante
en filosofía, se encuentra realmente. Uno propone que comience dudando
de todo, y dice que hay una sola cosa que no puede dudarse, como si dudar
fuera "tan fácil como mentir"9. Otro propone que deberíamos comenzar
observando "las primeras impresiones del sentido", olvidando que nuestras
percepciones mismas son el resultado de la elaboración cognitiva. Pero en
verdad no hay sino un estado mental desde el que se puede "comenzar", a
saber, el preciso estado mental en el que uno en realidad se encuentra en el
momento de "comenzar" -un estado en que se está cargado con una masa
inmensa de conocimiento ya formado, de la cual uno no podria despojarse
si lo quisiera; ¿y quién sabe si, si se pudiera, uno no habría hecho imposible
todo conocimiento para sí mismo? ¿Llama usted dudar al escribir en un
pedazo de papel que usted duda? Si es así, la duda no tiene nada que ver
con ningún quehacer serio. Pero no finja; si la pedantería no se ha comido
toda la realidad fuera de usted, reconozca, como es debido, que hay mucho
de lo que usted no duda ni en lo más mínimo. Ahora, aquello que usted no
duda en absoluto, usted debe, y lo hace, considerarlo como una verdad
absoluta, infalible. Aquí irrumpe el Sr. Fingimiento: "¡Qué! ¿Quiere usted
decir que uno tiene que creer lo que no es verdad, o que lo que un hombre
no duda es ipso facto verdadero?". No, pero a menos que pueda hacer que
algo sea blanco y negro al mismo tiempo, él tiene que mirar lo que no duda
como absolutamente verdadero. Ahora usted, hipotéticamente, es ese
hombre, "Pero usted me dice que hay veintenas de cosas que yo no dudo.
No puedo convencerme realmente de que no haya alguna de ellas acerca de
la cual yo esté equivocado". Usted está aduciendo una de sus realidades
fingidas, la que, aun si estuviera establecida, sólo a mostraría que la duda
tiene un límite, es decir, sólo es llamada a la existencia por un cierto
estímulo finito. Uno solamente se confunde a sí mismo al hablar de esta
"verdad" metafísica y "falsedad" metafísica de la que no se sabe nada. Todo
aquello con lo que uno trata son sus dudas y creencias10, con el curso de la
vida que fuerza nuevas creencias en uno y le da poder para dudar de las
viejas creencias. Si sus términos "verdad" y "falsedad" se toman en sentidos
tales que puedan ser definibles en términos de duda y creencia y del curso
de la experiencia (como serían, por ejemplo, si se fuera a definir la "verdad"
como una creencia hacia la que la creencia tendería si hubiera de tender
indefinidamente hacia una fijeza absoluta), pues muy bien: en ese caso sólo
se está hablando de duda y creencia. Pero si por verdad y falsedad se quiere
significar algo no definible en ningún sentido en términos de duda y
creencia, entonces se está hablando de entidades de cuya existencia nada se
puede saber, y a las que la navaja de Ockham afeitaría limpiamente. Los
problemas se simplificarían grandemente si, en lugar de decir que se quiere
conocer la "Verdad", simplemente se dijera que se quiere alcanzar un
estado de creencia inatacable por la duda.

La creencia no es un modo momentáneo de la consciencia; es un hábito


mental que permanece esencialmente por algún tiempo, y en su mayor parte
(al menos) inconsciente; y como otros hábitos, se satisface a sí mismo
perfectamente (hasta que se encuentra con alguna sorpresa que da
comienzo a su disolución). La duda es de un género completamente
contrario. No es un hábito, sino la privación de un hábito. Ahora, una
privación del hábito, para poder ser alguna cosa, debe ser una condición de
actividad errática que de algún modo debe llegar a ser reemplazada por un
hábito.

Entre aquellas cosas que el lector, como persona racional, no duda, está
el que él no sólo tiene hábitos, sino que también puede ejercer una medida
de auto control sobre sus futuras acciones; lo que no significa, sin embargo,
que les pueda impartir cualquier carácter asignable arbitrariamente, sino, al
contrario, que un proceso de auto preparación tenderá a impartir a la acción
(cuando surja la ocasión para ello), un carácter fijo, que es indicado y tal
vez medido a grandes rasgos por la ausencia (o levedad) del sentimiento de
auto crítica, cuya subsecuente reflexión inducirá. Ahora, esta reflexión
subsecuente es parte de la auto preparación para la acción en la siguiente
ocasión. Consecuentemente, hay una tendencia, en tanto la acción se repite
una y otra vez, a que la acción se aproxime indefinidamente hacia la
perfección de ese carácter fijo, que estará marcado por la total ausencia de
auto crítica. Mientras más cerca se aproxima a esto, menos espacio habrá
para el auto control; y donde no haya posibilidad de auto control, no habrá
auto crítica.

Estos fenómenos parecen ser la característica fundamental que


distingue a un ser racional. La culpa, en todo caso, aparece como una
modificación, frecuentemente lograda por una transferencia o "proyección"
del sentimiento primario de auto crítica. Consecuentemente, nunca
culpamos a alguien por aquello que está fuera de su poder de auto control
previo. Así, el pensar es una especie de conducta que está ampliamente
sujeta al auto control. En todas sus características (que no tenemos espacio
para describir aquí), el auto control lógico es un perfecto espejo del auto
control ético,-a menos que sea más bien una especie bajo ese género. De
acuerdo a esto, lo que no se puede en lo más mínimo evitar creer, no es,
hablando con justicia, una creencia errónea. En otras palabras, para uno es
la verdad absoluta. Es verdad que se puede concebir que lo que no se puede
evitar creer hoy, se puede descreer completamente mañana. Pero hay
además una cierta distinción entre las cosas que "no se pueden" hacer,
meramente en el sentido de que nada lo estimula a uno a realizar el gran
esfuerzo y los intentos que serían requeridos, y las cosas que no se pueden
hacer porque por su propia naturaleza ellas no son susceptibles de ser
puestas en práctica. En cada estado de sus excogitaciones hay algo de lo
que sólo puede decirse "no puedo pensar de otra manera", y tu hipótesis,
basada en la experiencia, es que la imposibilidad es de la segunda clase.

No hay razón alguna por la que el "pensamiento", en lo que se acaba


de decir, debiera tomarse en ese restringido sentido en el que el silencio y
la oscuridad son favorables al pensamiento. Debería entenderse más bien
como cubriendo toda vida racional, de modo que un experimento sea una
operación del pensamiento. Por supuesto, ese último estado de hábito hacia
el que la acción de auto control tiende finalmente, donde no queda espacio
para posterior auto control, es, en el caso del pensamiento, el estado de
creencia fija o conocimiento perfecto.

Dos cosas aquí son de la máxima importancia para asegurarse y para


recordar. La primera es que una persona no es absolutamente un individuo.
Sus pensamientos son lo que se está "diciendo a sí mismo", es decir, lo que
está diciendo a ese otro yo que está llegando a la vida en el flujo del tiempo.
Cuando se razona, es a ese yo crítico a quien se está tratando de persuadir;
y todo pensamiento cualquiera es un signo, y es principalmente de
naturaleza lingüística. La segunda cosa a recordar es que el círculo de la
sociedad del hombre (no importa cuán ampliamente se entienda esta frase),
es una especie de persona flojamente compactada, en algunos aspectos con
un rango más alto que la persona de un organismo individual. Son estas dos
cosas solamente las que le hacen posible a uno -pero solo en lo abstracto, y
en un sentido pickwickiano11- distinguir entre verdad absoluta y lo que no
se duda.

Apresurémonos a la exposición del pragmaticismo mismo. Aquí será


conveniente imaginar que alguien para quien la doctrina es nueva, pero con
una perspicacia bastante preternatural, hace preguntas a un pragmaticista.
Todo lo que pueda dar una apariencia dramática debe eliminarse, de modo
que el resultado sea una especie de cruce entre un diálogo y un catecismo,
pero bastante más parecido a lo último, -algo más bien dolorosamente
evocador de las Preguntas Históricas de Mangnall12.

Interrogador: Estoy muy sorprendido por su definición de


pragmatismo, porque el año pasado mismo me aseguró una persona por
encima de toda sospecha de distorsionar la verdad -pragmatista él mismo-
que su doctrina precisamente era "que una concepción debe probarse por
sus efectos prácticos". Seguramente, entonces, usted debe haber cambiado
por completo su definición muy recientemente.

Pragmaticista: Si usted revisa los Vols. VI y VII de la Revue


Philosophique, o la Popular Science Monthly de noviembre de 1877 y
enero de 1878, podrá juzgar por sí mismo si la interpretación que menciona
no quedó entonces claramente excluida. Las palabras exactas de la
enunciación inglesa (reemplazando solamente la primera persona por la
segunda), fue: "Considere qué efectos que pudieran concebiblemente tener
consecuencias prácticas concibe usted que pueda tener el objeto de su
concepción. Entonces su concepción de esos efectos es la TOTALIDAD de
su concepción del objeto"13.

Interrogador: Bien, ¿qué razón tiene usted para afirmar que esto es así?

Pragmaticista: Eso es lo que especialmente quiero decirle. Pero es


mejor que se posponga la cuestión hasta que usted entienda claramente lo
que esas razones profesan probar.

Interrogador: ¿Entonces cuál es la raison d’être de la doctrina? ¿Qué


ventaja se espera de ella?

Pragmaticista: Servirá el mostrar que casi toda proposición de


metafísica ontológica o es un galimatías sin sentido -una palabra definida
por otras palabras, y éstas por otras más, sin que se alcance alguna vez una
concepción real-, o es del todo absurda; de modo que una vez barrida toda
esa basura, lo que quedará de la filosofía será una serie de problemas que
pueden ser investigados por los métodos de observación de las ciencias
verdaderas- acerca de las cuales puede alcanzarse la verdad sin esos
interminables malentendidos y disputas que han hecho a la más alta de las
ciencias positivas un mero divertimento para intelectos ociosos, una suerte
de ajedrez -su propósito el placer del ocio y su método la lectura de un libro.
En este aspecto, el pragmaticismo es una especie de prope-positivismo.
Pero lo que lo distingue de otras especies es, primero, su retención de una
filosofía purificada; segundo, su total aceptación del cuerpo principal de
nuestras creencias instintivas; y tercero, su tenaz insistencia en la verdad
del realismo escolástico (o una cercana aproximación a ello, bien
establecida por el difunto Dr. Francis Ellingwood Abbot en la Introducción
de su Teísmo Científico)14. Entonces, en vez de meramente mofarse de la
metafísica, como otros prope-positivistas, ya sea mediante largas y
dilatadas parodias o de otras maneras, el pragmaticista extrae de ella una
esencia bastante preciosa que servirá para dar vida y luz a la cosmología y
a la física. Al mismo tiempo, las aplicaciones morales de la doctrina son
positivas y potentes; y tiene muchos otros usos que no son fácilmente
clasificables. En otra ocasión se podrán dar ejemplos para mostrar que
realmente tiene estos efectos.

Interrogador: Apenas necesito ser convencido de que su doctrina


destruiría a la metafísica. ¿No es tan obvio que debe barrer cada
proposición de la ciencia y todo lo que tiene que ver con la conducta de la
vida? Porque usted dice que el único significado que, para usted, tiene
cualquier afirmación es que un cierto experimento ha resultado de una
cierta manera: Nada más sino un experimento entra en el significado.
Dígame, entonces, ¿cómo puede un experimento, en sí mismo, revelar algo
más que algo le ocurrió alguna vez a un objeto individual y que
subsecuentemente ocurrió algún otro evento individual?

Pragmaticista: Esa pregunta es, en verdad, muy a propósito -siendo el


propósito corregir cualquier equívoco del pragmaticismo. Usted habla de
un experimento en sí mismo, enfatizando "en sí mismo". Evidentemente
usted piensa en cada experimento como aislado de todos los otros. Usted
no ha pensado, por ejemplo, que uno podría atreverse a conjeturar que cada
serie de experimentos constituye un único experimento colectivo. ¿Cuáles
son los ingredientes esenciales de un experimento? Primero, por supuesto,
un experimentador de carne y hueso. Segundo, una hipótesis verificable.
Esta es una proposición15 que se relaciona con el universo que rodea al
experimentador o con alguna parte bien conocida de él y afirmando o
negando de éste sólo alguna posibilidad o imposibilidad experimental. El
tercer ingrediente indispensable es una duda sincera en la mente del
experimentador en cuanto a la verdad de esa hipótesis. Pasando sobre
varios ingredientes en los que no necesitamos detenernos, el propósito, el
plan, y la resolución, llegamos al acto de elección por el cual el
experimentador individualiza ciertos objetos identificables sobre los que se
operará. Lo siguiente es el ACTO externo (o quasi-externo) por medio del
cual él modifica esos objetos. En seguida viene la subsiguiente reacción del
mundo sobre el experimentador en una percepción; y finalmente, su
reconocimiento de la enseñanza del experimento. Aunque las dos partes
principales del evento mismo son la acción y la reacción, la unidad de
esencia del experimento descansa en su propósito y plan, los ingredientes
que se pasaron por alto en la enumeración.

Otra cosa: al representar al pragmaticista como haciendo que el


significado racional consista en un experimento (del cual usted habla como
un evento en el pasado), usted falla sorprendentemente en captar su actitud
mental.

En verdad, se dice que el significado racional no consiste en un


experimento, sino en los fenómenos experimentales. Cuando un
experimentalista habla de un fenómeno, tal como el "fenómeno de Hall", el
"fenómeno de Zeeman" y su modificación, el "fenómeno de Michelson" o
el "fenómeno del tablero de ajedrez", no se refiere a ningún evento
particular que le ocurrió a alguien en un pasado ya enterrado, sino lo que
con toda seguridad le ocurrirá en el futuro vivo a cualquier persona que
cumpla ciertas condiciones16. El fenómeno consiste en el hecho de que
cuando un experimentalista llegue a actuar de acuerdo a un cierto esquema
que tiene en mente, entonces algo más ocurrirá y destruirá las dudas de los
escépticos, como el fuego celestial sobre el altar de Elías.

Y no se pase por alto el hecho de que la máxima pragmaticista no dice


nada de los experimentos aislados o de los fenómenos experimentales
aislados (pues lo que es condicionalmente verdadero en el futuro apenas
puede ser singular), sino que habla solamente de clases generales de
fenómenos experimentales. Su seguidor no duda en hablar de los objetos
generales como reales, ya que cualquier cosa que sea verdad representa una
realidad. Ahora las leyes de la naturaleza son verdaderas.

El significado racional de cada proposición descansa en el futuro.


¿Cómo así? El significado de una proposición es él mismo una proposición.
En verdad, no es sino la proposición misma de la que ella es el significado:
es una traducción de ello. Pero de las miríadas de formas en que una
proposición puede ser traducida, ¿cuál es aquella que debe llamarse su
significado mismo? Es, de acuerdo al pragmaticista, aquella forma en la
que la proposición deviene aplicable a la conducta humana, no en estas o
aquellas circunstancias especiales, ni cuando se toma en consideración este
o aquel diseño especial, sino aquella forma que es más directamente
aplicable al auto control bajo cada situación y para cada propósito. A esto
se debe que él sitúe el significado en tiempo futuro; pues la conducta futura
es la única conducta que está sujeta al auto control. Pero para que esa forma
de la proposición que debe ser tomada como su significado sea aplicable a
cada situación y a cada propósito con el que la proposición guarde alguna
relación, debe ser simplemente la descripción general de todos los
fenómenos experimentales que la afirmación de la proposición
virtualmente predice. Pues un fenómeno experimental es el hecho
aseverado por la proposición de que la acción de una cierta descripción
tendrá una cierta clase de resultado experimental; y los resultados
experimentales son los únicos resultados que pueden afectar a la conducta
humana. Sin duda, una idea que no cambia puede llegar a influir en un
hombre más de lo que lo había hecho; pero solo porque alguna experiencia
equivalente a un experimento le ha hecho llegar su verdad más íntimamente
que antes. Siempre que un hombre actúa con un propósito determinado,
actúa bajo una creencia en un fenómeno experimental. Consecuentemente,
la suma de los fenómenos experimentales que implica una proposición
constituye su efecto completo sobre la conducta humana. Su pregunta,
entonces, de cómo puede un pragmaticista atribuir algún significado a
alguna afirmación que no sea aquella de ocurrencia singular está
substancialmente respondida.

Interrogador: Veo que el pragmaticismo es un fenomenalismo


completo. Solo que, ¿por qué debería uno limitarse a los fenómenos de la
ciencia experimental en lugar de abarcar todas las ciencias de la
observación? El experimento, después de todo, es un informante no
comunicativo. Nunca se extiende: sólo responde "sí" o "no"; o más bien,
suelta generalmente un brusco "¡No!" o, en el mejor de los casos, sólo emite
un gruñido inarticulado para la negación de su "no". El experimentalista
típico no es muy observador. Es al estudiante de historia natural a quien la
naturaleza le abre el tesoro de su confianza, en tanto trata al
experimentalista cuestionador con la reserva que merece. ¿Por qué debería
su fenomenalismo tocar la pobre arpa judía del experimento en vez de tocar
el glorioso órgano de la observación?

Pragmaticista: Porque el pragmaticismo no es definible como


"fenomenalismo completo", aunque esta última doctrina puede ser un tipo
de pragmatismo. La riqueza de los fenómenos yace en sus cualidades
sensitivas. El pragmaticismo no intenta definir los equivalentes
fenoménicos de las palabras e ideas generales, sino que, por el contrario,
elimina su elemento sensible y se dedica a definir el significado racional, y
esto lo encuentra en el comportamiento intencional de la palabra o
proposición en cuestión.

Interrogador: Bien, si usted elige convertir al hacer en lo más


importante de la vida humana, ¿por qué no hace que el significado consista
simplemente en hacer? El hacer tiene que ser hecho en un cierto tiempo
sobre un cierto objeto. Los objetos individuales y los eventos singulares
cubren toda la realidad, como todos saben, y como un hombre práctico
debería ser el primero en insistir. Aún así, su significado, como usted lo ha
descrito, es general. Así, es de la naturaleza de un simple palabra, y no una
realidad. Usted mismo dice que su significado de una proposición es solo
la misma proposición con otro traje. Pero el significado de un hombre
práctico es la cosa misma que él quiere significar. ¿Cuál hace usted que sea
el significado de "George Washington"?

Pragmaticista: ¡Palabras muy forzadas! Una buena media docena de


sus puntos deben ser admitidos, ciertamente. Debe admitirse, en primer
lugar, que si el pragmaticismo realmente convirtiera al hacer en lo más
importante de la vida humana, esa sería su muerte, ya que decir que vivimos
por el mero propósito de la acción, como acción, independientemente del
pensamiento que conlleva, sería decir que no existe algo como el
significado racional. En segundo lugar, debe admitirse que cada
proposición profesa ser verdadera de un cierto objeto real individual,
frecuentemente del universo que le rodea. Tercero, debe admitirse que el
pragmaticismo falla en proveer alguna traducción o significado de un
nombre propio, u otra designación de un objeto individual. Cuarto, el
significado pragmaticista es indudablemente general; y es igualmente
indiscutible que lo general es de la naturaleza de una palabra o signo.
Quinto, debe admitirse que los individuos solo existen; y sexto, se puede
admitir que el significado mismo de una palabra u objeto significante
debería ser la misma esencia o realidad de lo que significa. Pero cuando,
una vez que esas admisiones se han hecho sin reservas, encontramos al
pragmaticista aún forzado muy seriamente a negar la fuerza de nuestra
objeción, debemos inferir que hay alguna consideración que se nos escapó.
Juntando las admisiones, se percibirá que el pragmaticista concede que un
nombre propio (aunque no se acostumbra a decir que tiene un significado)
tiene una cierta función denotativa peculiar, en cada caso, para ese nombre
y sus equivalentes; y que concede que cada afirmación contiene tal función
denotativa o de señalar. En su individualidad peculiar, el pragmaticista
excluye a ésta del significado racional de la afirmación, aunque las
semejantes a ella, siendo comunes a todas las afirmaciones, y por tanto,
siendo generales y no individuales, pueden entrar en el significado
pragmaticístico. Cualquier cosa que exista, ex-siste, es decir, actúa
realmente sobre otros existentes, así obtiene una identidad propia y es
definitivamente individual. En cuanto a lo general, será de ayuda al
pensamiento el notar que hay dos maneras de ser general.

Una estatua de un soldado en el monumento de un pueblo, con su


sobretodo y su mosquete, es para cada una de cien familias la imagen de su
tío, su sacrificio por la Unión. Esa estatua, entonces, aunque es en sí misma
única, representa a cualquiera de quien un cierto predicado pueda ser
verdadero. Es objetivamente general. La palabra "soldado", ya sea escrita o
hablada, es general en la misma manera; mientras que el nombre "George
Washington" no lo es. Pero cada uno de estos dos términos permanece
como uno y el mismo nombre, ya sea escrito o hablado y toda vez y en todo
lugar en que sea dicho o escrito. Este sustantivo no es una cosa existente:
es un tipo, o forma, a la cual los objetos, tanto aquellos que son existentes
externamente como aquellos que son imaginados, pueden conformarse,
pero que ninguno de ellos puede exactamente ser. Esto es generalidad
subjetiva. El significado pragmaticístico es general en ambos sentidos.
En cuanto a la realidad, uno la encuentra definida de diversos modos;
pero si ese principio de ética terminológica que se propuso fuera aceptado,
el lenguaje equívoco desaparecería muy pronto, pues realis y realitas no
son palabras antiguas. Fueron inventadas para ser términos de filosofía en
el siglo trece, y el significado que se pretendió expresar con ellas está
perfectamente claro. Que es real lo que tiene tales o cuales características,
tanto si alguien piensa que tiene esas características o no. En cualquier caso,
ese es el sentido en que el pragmaticista usa la palabra. Ahora, así como la
conducta, controlada por razones éticas, tiende a fijar ciertos hábitos de
conducta, cuya naturaleza (como para ilustrar el significado, hábitos
pacíficos y no hábitos agresivos) no depende de circunstancias
accidentales, y en ese sentido puede decirse que están destinadas, así, el
pensamiento, controlado por una lógica experimental racional, tiende a la
fijación de ciertas opiniones, igualmente destinadas, cuya naturaleza será
la misma al final, sin importar cómo la perversidad del pensamiento de
generaciones completas pueda causar la postergación de la fijación última.
Si esto fuere así, como cada uno de nosotros virtualmente supone que es,
en cuanto a cada materia cuya verdad discutimos seriamente, entonces, de
acuerdo a la definición adoptada de "real", el estado de las cosas que serán
creídas en esa opinión última es real. Pero, en su mayor parte, tales
opiniones serán generales. Consecuentemente, algunos objetos generales
son reales. (Por supuesto, nadie pensó nunca que todos los generales eran
reales; pero los escolásticos solían suponer que lo general era real cuando
tenían poca, o más bien ninguna evidencia experimental para apoyar su
suposición; y su fallo está justo ahí y no en sostener que lo general podría
ser real). Uno se asombra con la inexactitud del pensamiento incluso de los
analistas de poder, cuando se refieren a los modos de ser. Uno encontrará,
por ejemplo, la presunción virtual de que lo que es relativo al pensamiento
no puede ser real. ¿Pero por qué no, exactamente? El rojo es relativo a la
vista, pero el hecho de que esto o aquello esté en esa relación con la visión
que nosotros llamamos ser rojo, no es relativo a la vista en sí mismo; es un
hecho real.

Los generales no sólo pueden ser reales, sino que también pueden ser
físicamente eficientes, no en todo sentido metafísico, sino en la acepción
del sentido común en que los propósitos humanos son físicamente
eficientes. Aparte del sinsentido metafísico, ningún hombre cuerdo duda
que si yo siento que el aire en mi oficina está enrarecido, ese pensamiento
puede ser causa de que abra la ventana. Mi pensamiento, concédase, fue un
evento individual. Pero lo que lo llevó a tomar esa particular determinación,
fue en parte el hecho general de que el aire enrarecido es malsano, y en
parte otras Formas, en relación a las cuales el Dr. Carus ha hecho que tantos
hombres reflexionen con ventaja17 -o más bien, por las cuales, y la verdad
general en relación a la cual la mente del Dr. Carus estaba determinada a la
firme enunciación de tanta verdad. Pues las verdades, en promedio, tienen
una mayor tendencia a ser creídas que las falsedades. Si fuera de otro modo,
considerando las miríadas de falsas hipótesis que pueden dar cuenta de
cualquier fenómeno dado contra una sola verdadera (o si lo prefiere, contra
cada una verdadera), el primer paso hacia el conocimiento genuino debe
haber estado muy cerca del milagro. Así, entonces, cuando se abrió mi
ventana, debido a la verdad de que el aire enrarecido es malsano, se trajo a
la existencia un esfuerzo físico por la eficiencia de una verdad general y no
existente. Esto suena gracioso porque no es familiar; pero el análisis exacto
está con ello y no contra ello; y tiene, además, la inmensa ventaja de no
cegarnos ante los grandes hechos -tales como que las ideas "justicia" y
"verdad" son, a pesar de la iniquidad del mundo, las más poderosas de las
fuerzas que lo mueven. La generalidad es, en verdad, un ingrediente
indispensable de la realidad; pues la mera existencia o actualidad individual
sin regularidad alguna es una nulidad. El caos es la nada pura.

Lo que afirma cualquier proposición verdadera es real, en el sentido


de que es como es sin importar lo que usted o yo podamos pensar de ella.
Deje que esta proposición sea una proposición condicional general en
cuanto al futuro, y es una generalidad real tal como se calcula realmente
que influye la conducta humana; y el pragmaticista sostiene que ese es el
significado racional de cada concepto.

En consecuencia, el pragmaticista no hace que el summum


bonum consista en la acción, sino que hace que consista en ese proceso de
la evolución por el que lo existente llega cada vez más a encarnar esos
generales para las que se decía justo ahora que estaba destinado, que es lo
que procuramos expresar al llamarlas razonables. En sus estados
superiores, la evolución tiene lugar cada vez más extensamente a través del
auto control, y esto da al pragmaticista una suerte de justificación para
hacer que el significado racional sea general18.

Hay mucho más en la elucidación del pragmaticismo que podría


decirse de provecho si no fuera por el temor a fatigar al lector. Habría
estado bien, por ejemplo, mostrar claramente que el pragmaticista no
atribuye ningún modo esencial de ser a un evento en el futuro diferente de
aquel que atribuiría a un evento similar en el pasado, sino solamente que la
actitud práctica del pensador hacia los dos es diferente. También habría
estado bien mostrar que el pragmaticista no hace que las Formas sean
las únicas realidades en el mundo, no más de lo que hace que el significado
razonable de una palabra sea la única clase de significado que existe. Estas
cosas están, sin embargo, implícitamente contenidas en lo que se ha dicho.
Hay sólo una observación en cuanto a la concepción del pragmaticista sobre
la relación de su fórmula con los primeros principios de la lógica, que
necesitan que el lector se detenga.

La definición de predicación universal de Aristóteles19, que es


comúnmente designada (como una bula papal o un auto de una corte, desde
sus palabras iniciales) como el Dictum de omni, puede ser traducida como
sigue: "Llamamos a una predicación (sea afirmativa o negativa) universal,
cuando, y sólo cuando, no hay nada entre los individuos existentes al cual
el sujeto pertenezca afirmativamente, sino al cual lo predicado no se referirá
del mismo modo (afirmativa o negativamente, según si la aseveración
universal es afirmativa o negativa)". El griego es: legomen de to kata pantos
katêgoreisthai otan mêden hê labein tôn tou hupokeimenou kath' ou
thateron ou lechthêsetai. Kai to kata mêdenos hôsautôs. Las importantes
palabras "individuales existentes" se han introducido en la traducción (ya
que el idioma inglés no permite aquí ser literal): pero es claro que
individuales existentes era lo que Aristóteles quiso decir. Los otros desvíos
de la literalidad solo sirven para dar formas modernas de expresión inglesa.
Por otra parte, es bien sabido que las proposiciones en la lógica formal van
en pares, pudiendo las dos de un par ser convertibles la una en la otra
mediante el intercambio de las ideas de antecedente y consecuente, sujeto
y predicado, etc. El paralelismo va tan lejos que frecuentemente se
considera perfecto; pero no es tan así. La pareja apropiada de esta suerte
de Dictum de omni es la siguiente definición de predicación afirmativa:
Llamamos a una predicación afirmativa (sea universal o particular)
cuando, y sólo cuando, no hay nada entre los efectos del sentido que
pertenecen universalmente al predicado (universalmente o particularmente,
de acuerdo a si la predicación afirmativa es universal o particular) que no
se diga que pertenece al sujeto. Esta es substancialmente la proposición
esencial del pragmaticismo. Por supuesto, su paralelismo con el dictum de
omnis será admitido solamente por alguien que admita la verdad del
pragmaticismo.

Permítanme agregar una palabra más en este punto20 -pues, si uno se


preocupa realmente en saber en qué consiste la teoría pragmaticista, debe
comprender que no hay otra parte de ella a la que el pragmaticista otorgue
tanta importancia como al reconocimiento en su doctrina de la completa
inadecuación de acción, o volición o incluso de resolución o propósito real,
como materiales con los cuales se construya un propósito condicional o el
concepto de propósito condicional. Si se hubiera escrito alguna vez un
artículo intencionado en cuanto al principio de continuidad y sintetizando
las ideas de los otros artículos de una serie en los primeros volúmenes
de The Monist21, habría aparecido cómo, con total consistencia, esa teoría
involucraba el reconocimiento de que la continuidad es un elemento
indispensable de la realidad, y que la continuidad es simplemente lo que la
generalidad llega a ser en la lógica de los relativos, y así, como la
generalidad, y más que la generalidad, es un asunto del pensamiento y es la
esencia del pensamiento. Así, aún en su truncada condición, un lector extra-
inteligente podría discernir que la teoría de esos artículos cosmológicos
hizo que la realidad consistiera en algo más que lo que el sentimiento y la
acción podían proporcionar, en tanto que se demostró explícitamente que
el caos original, donde esos dos elementos estaban presentes, era la nada
pura. Ahora bien, el motivo para aludir a esa teoría precisamente aquí, es
que de esta manera uno puede someter a una fuerte luz una posición que el
pragmaticista mantiene y debe mantener, ya sea esa teoría cosmológica
finalmente sustentada o refutada, a saber, que la tercera categoría -la
categoría del pensamiento, representación, relación triádica, mediación,
Terceridad genuina, Terceridad como tal- es un ingrediente esencial de la
realidad, aunque no constituye realidad por sí misma, puesto que esta
categoría (que en esa cosmología aparece como el elemento del hábito) no
puede tener un ser concreto sin acción, como un objeto separado sobre el
cual pueda trabajar su gobierno, tal como la acción no puede existir sin el
ser de sentimiento inmediato sobre el cual actuar. La verdad es que el
pragmaticismo es un cercano aliado del idealismo absoluto hegeliano, del
cual, sin embargo, está separado por su vigorosa negación de que la tercera
categoría (que Hegel degrada a un mero estado de pensamiento) es
suficiente para hacer el mundo, o es incluso tanto como auto suficiente. Si
Hegel, en vez de considerar los primeros dos estados con su sonrisa de
desprecio, se hubiese mantenido en la idea de ellos como elementos
independientes o distintos de la Realidad trina, los pragmaticistas lo
podrían haber tenido como el gran vindicador de su verdad. (Por supuesto,
los aderezos externos de su doctrina sólo son aquí y ahí de mucha
significación). Pues el pragmaticismo pertenece esencialmente a la clase de
doctrinas filosóficas triádicas, y es mucho más esencialmente así que el
hegelianismo. (En verdad, en un pasaje, al menos, Hegel alude a la forma
triádica de su exposición como una simple vestimenta de moda).

POSTSCRIPTUM22. Durante los últimos cinco meses me he


encontrado con referencias a varias objeciones a las opiniones expuestas
arriba, pero al no haber podido obtener los textos de estas objeciones, creo
que no debería tratar de responderlas. Si los que atacan tanto al
pragmatismo en general como a la variedad que yo sostengo me pudieran
enviar copias de lo que escriben, podrían encontrar fácilmente lectores más
importantes, pero no encontrarían a nadie que examine sus argumentos con
una avidez más agradecida por la verdad aún no aprehendida, ni a alguien
que aprecie más su cortesía.

Traducción de Norman Ahumada (2004)


Notas

1. Arthur James Balfour, Conde de Balfour (1848-1930), Reflections


Suggested by the New Theory of Matter, conferencia presidencial, British
Association for the Advancement of Science, 17 de agosto 1904 (Nueva
York: Longmans, Green, 1904). [Nota de EP]

2. James definió el "empiricismo radical" al principio de su prefacio


a The Will to Believe (diciembre 1896) como una actitud filosófica que
considera sus más seguras conclusiones acerca de las evidencias,
incluyendo el monismo, como hipótesis sujetas a modificación en el curso
de la experiencia futura. La definió posteriormente en su ensayo de 1904
"A World of Pure Experience" (véase la edición de Harvard de 1976
de Essays in Radical Empiricism, pp. 22-23). Al final de su prefacio
a Pragmatism (las Lowell Lectures de 1906-7), James advertía: "para evitar
al menos un malentendido, permítanme decir que no hay conexión lógica
entre pragmatismo, tal como lo entiendo, y una doctrina que he visto
recientemente expuesta como 'empiricismo radical'. Esto último se
sostiene. Uno puede rechazarla del todo y ser todavía un pragmatista. [Nota
de EP]

3. F. C. S. Schiller (1864-1937), Riddles of the Sphinx: a Study in the


Philosophy of Evolution, by a Troglodyte (Londres: S. Sonnenschein,
1891). El artículo de Schiller "Axioms as Postulates" es el segundo ensayo
en Personal Idealism: Philosophical Essays by Eight Members of the
University of Oxford, Henry Cecil Sturt (ed) (Nueva York: Macmillan,
1902), especialmente p. 63. [Nota de EP]

4. Véase Humanism: Philosophical Essays de Schiller (Londres:


Macmillan, 1903, 1912; 2ª edición reimpresa por Greenwood Press, 1970).
En el prefacio a la primera edición (p. xxv), Schiller escribió: "El
pragmatismo en sí mismo está en el mismo caso que el Idealismo Personal,
el Empiricismo Radical y el Pluralismo. En realidad sólo es la aplicación
del Humanismo a la teoría del conocimiento…Por lo tanto, grande como
será el valor que debemos reclamar para el pragmatismo como método,
debemos sin embargo conceder que el hombre es más grande que cualquier
método que haya hecho, y que nuestro Humanismo debe interpretarlo".
Schiller también publicó, al mismo tiempo que aparecía el artículo de
Peirce, un corto artículo, "The Definition of 'Pragmatism' and 'Humanism'"
en Mind 14 (abril 1905): 235-40, y le envió a Peirce una copia. [Nota
de EP]

5. Para mostrar qué reciente es el uso de la palabra "pragmatismo", el


escritor puede mencionar que, hasta donde sabe, nunca la usó en copia para
la imprenta antes de ahora, excepto por una petición particular, en
el Diccionario de Baldwin. Hacia fines de 1890, cuando apareció esta parte
del Century Dictionary, no consideró que la palabra tuviera el suficiente
status como para aparecer en esa obra. Pero la ha usado continuamente en
conversaciones filosóficas desde, tal vez, mediados de los setenta. [Nota de
CSP]

6. El segundo artículo al que aquí se refiere no es "Issues of


Pragmaticism" (que Peirce no tenía todavía en la mente), sino "The
Consequences of Pragmaticism" (MSS 288-89); también puede
incluir MS 326, "Some Applications of Pragmaticism". [Nota de EP]

7. Peirce no escribió el tercer artículo mencionado aquí, que había


planeado titular "The Evidences for Pragmaticism", como le dijo a William
James en una carta fechada el 28 de septiembre de 1904. [Nota de EP]

8. Sobre el sinequismo véase "The Law of Mind" en EP1: 312-33 e


"Immortality in the Light of Synechism" EP2:1-3 (traducción castellana
en http://www.unav.es/gep/ImmortalityInLightSynechism.html). [Nota
de EP]

9. Shakespeare, Hamlet, acto 3, escena 2 (Hamlet suplica a


Guildenstern que toque la flauta: "tis as easy as lying". [Nota de EP]

10. Es necesario decir que "creencia" ha sido usada aquí solo para
nombrar lo contrario de duda, sin considerar los grados de certeza ni la
naturaleza de la proposición sostenida como verdadera, esto es, "creída".
[Nota de C. S. P.]

11. Con "en sentido pickwickiano" Peirce usualmente quiere decir "en
un sentido que no tiene efecto" (CP 8.277). La frase tiene su origen en The
Pickwick Papers de Dickens. [Nota de EP]

12. Richmal Mangnall (1769-1820), maestra inglesa que escribió


Historical and Miscellaneous Questions, For the Use of Young People.
Conocido como "Las cuestiones de Mangnall" apareció por primera vez en
1800 y fue muy usado en la educación de niñas inglesas en la primera mitad
del siglo XIX. [Nota de EP]

13. Véase EP 1: 109-41 (cita p. 132) o W 3:242-76 (cita p.266). [Nota


de EP]

14. F. E. Abbot (1836-1903), Organic Scientific Philosophy: Scientific


Theism (Boston: Little, Brown, 1885). Abbot define su "Relacionismo" o
"Realismo Científico" en la introducción (pp. 11-12, 23 y 25-29). [Nota
de EP]

15. El escritor, como la mayoría de los lógicos ingleses,


invariablemente no usa la palabra proposición del modo en que los
alemanes definen su equivalente, Satz, como la expresión idiomática de un
juicio (Urtheil), sino como lo que se relaciona con cualquier afirmación, ya
sea mental y auto dirigida o expresada exteriormente, del mismo modo en
que cualquier posibilidad se relaciona con su realización. La dificultad del
(en el mejor de los casos) difícil problema de la naturaleza esencial de una
Proposición ha sido acrecentada, para los alemanes, por su Urtheil,
confundiendo, bajo una designación, la afirmación mental con lo afirmable.
[Nota de CSP]

16. El efecto Hall (por el físico americano Edwin Hall) es el desarrollo


de un campo eléctrico en un sólido situado en un campo magnético. El
efecto Zeeman (por el físico alemán Pieter Zeeman) es la división de las
líneas de elementos del espectro en dos o más componentes de diferente
frecuencia cuando la fuente de luz está situada en un campo magnético
fuerte. Con el fenómeno Michelson, Peirce probablemente se refiere a un
efecto que ocurre en el experimento Michelson-Morley. El fenómeno del
tablero de ajedrez puede referirse probablemente a una de las ilusiones
ópticas del tablero de damas representada en el Baldwin's Dictionary. [Nota
de EP]

17. Paul Carus, "The Foundations of Geometry", en The Monist 13


(1903): 370. [Nota de EP]

18. Aquí termina la conversación entre el interrogador y el


pragmaticista. [Nota de EP]
19. Primeros analíticos, libro 1, cap. 1, 24b27-30. [Nota de EP]

20. El párrafo que comienza aquí fue añadido a final de septiembre de


1904, aproximadamente dos semanas después de terminar el artículo. [Nota
de EP]

21. Esta es la serie metafísica de The Monist de 1891-93, cuyos cinco


primeros artículos fueron publicados en EP1:285-371, y el sexto, "Reply to
the Necessitarians", está en CP 6.588-618. La frase de aquí fue reescrita
por Peirce, que originalmente la había expresado de una manera que
ofendió a Paul Carus, pues sugería injustamente que Carus había
desanimado a Peirce para escribir el "artículo propuesto" sobre la
continuidad. [Nota de EP]

22. Esta posdata fue añadida en febrero de1905. [Nota de EP]

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