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L. 322380 - "Zuffo, Magdalena B. c/ Martínez P., D. H.

s/ Daños y perjuicios" -
CNCIV - SALA G - 16/08/2001

En la Ciudad de Buenos Aires, Capital de la República Argentina, a los 16 días del mes
de agosto de Dos Mil Uno, reunidos en Acuerdo los Señores Jueces de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Civil, para conocer en el recurso de apelación
interpuesto en los autos caratulados:"Zuffo, Magdalena B. c/ Martínez P., D. H. s/
Daños y perjuicios", respecto de la sentencia de fs.296/304, el Tribunal estableció la
siguiente cuestión a resolver:
¿ES JUSTA LA SENTENCIA APELADA?

Practicado el sorteo resultó que la votación debía realizarse en el siguiente orden:


Señores Jueces de Cámara Doctores LEOPOLDO MONTES DE OCA-CARLOS
ALFREDO BELLUCCI- ROBERTO ERNESTO GRECO-

A la cuestión planteada el Señor Juez de Cámara Doctor Montes de Oca dijo:

I.- El Juez de la anterior instancia hizo lugar parcialmente a la demanda y condenó al


Dr.D. Hugo Martínez P. al pago de la suma de pesos veinte mil doscientos ($20.200))
con más sus intereses y las costas del juicio. Contra éste pronunciamiento se alzaron
ambas partes. En sus agravios el demandado procura de la revisión de la
responsabilidad que le fue adjudicada (ver fs.354/361) en tanto que los actores
pretenden obtener la elevación de la indemnización (conf. fs.362/366. Sólo los
demandantes respondieron las quejas del contrario a fs.368/370.//-

II.-Por razones de método corresponde examinar en primer lugar los agravios del
accionado. Es preciso adelantar que no obstante el empeño puesto en desvirtuar la
sentencia de la anterior instancia las críticas no resultan atendibles. En efecto, en ellas
se pretende demostrar que el "a quo" no ha valorado correctamente la prueba testifical
producida y que ha condenado al emplazado sin que los actores hubieran demostrado
ninguno de los elementos de la responsabilidad civil y que tampoco tuvo en cuenta la
conducta de los contrarios que, en todo caso, constituye una excusa válida para
liberarlo de la obligación. Cuestiona también las partidas por las cuales ha prosperado
el planteo, las que serán examinadas junto con las críticas vertidas al respecto por la
otra parte.-
III.- Si se trata de la inejecución o cumplimiento defectuoso del contrato de servicios
profesionales, lógicamente la responsabilidad es de origen contractual. Esta se
configura a partir de cuatro elementos esenciales: a) la antijuridicidad: se conforma
como elemento esencial u objetivo, con la violación de un deber jurídico preexistente
que está consagrado en una o más reglas normativas;; b) el factor de atribución, en
cuyo mérito el letrado debe responder por el resultado lesivo de su comportamiento,
sea éste doloso o por imprudencia o negligencia, es decir, culposo; c) el menoscabo o
"daño", tomado el mismo en sus diversas y tan variadas especies, que aquel
comportamiento -ya activo u omisivo- cause a su cliente; y por fin, d) la necesaria y
adecuada relación de causalidad que enlace la calificada conducta con la imputable
pérdida de la oportunidad o expectativa, tomada esta última como "chance malograda"
(Kemelmajer de Carlucci, Aída, en su trabajo "Daños causados por abogados y
Procuradores", en J.A. 1993-III-704; Andorno, Luis O. en "La responsabilidad de los
abogados" en "Derecho de Daños. Homenaje al Dr. Mosset Iturraspe", ed. La Rocca,
Bs.As. 1989, pág. 473, nº 1, pág. 479, nº 3; Trigo Represas, Félix A., "Responsabilidad
Civil de los Abogados", en " Responsabilidad Civil de los profesionales", pág. 62 y ss,;
del mismo autor, "La responsabilidad civil del abogado por dejar prescribir una acción",
en J.A. 1997-III-20 y ss., y numerosas citas más, esta Sala, L. 246.152, del 29-12-98;
ídem L. 313.2929).-

Todos estos elementos se encuentran reunidos en el caso. En efecto, cuando la


responsabilidad es -como en el caso- contractual, la antijuridicidad resulta de la
transgresión de las obligaciones pactadas en un convenio previamente concluido entre
el letrado y su cliente -y que para ellos tiene fuerza de ley (art. 1197 del código civil), a
lo cual debe adicionarse el incumplimiento a las normas que específicamente regulan
la profesión, entre las cuales merecen destacarse las de concurrir al tribunal los días
de notificación, presentar escritos, activar el procedimiento, entre otras (arts. 11 y
concs. de la ley 10.996). Estas obligaciones son exigibles también al abogado
patrocinante, pues aun cuando no hubiese asumido el carácter de apoderado, no
puede desentenderse totalmente de la marcha del litigio ni prescindir de tomar
contacto con las actuaciones judiciales. Es que, más allá del patrocinio jurídico
obligatorio que impone la ley, los particulares acuden a un "profesional liberal", esto es,
a quien se encuentra sujeto a una actividad reglamentada que requiere previa
habilitación, que tiene autonomía científica, sumisión a principios éticos y a potestades
disciplinarias (conf. Cazeaux-Trigo Represas, "Derecho de las Obligaciones", ed.
Librería Plantense, 3º edición, 1996, tº V, pág. 490; Alterini, Atilio- López Cabana,
Roberto, "Responsabilidad profesional: el experto frente al profano", en L.L. 1989-E.
Secc. Doctrina, pág. 848 y ss., ver también Alterni-Ameal-López Cabana, "Derecho de
Obligaciones", Abeledo Perrot, 1995, pág. 765 y sgtes.; Andorno, Luis O. "La
responsabilidad de los abogados", en "Derecho de Daños- Homenaje al Dr. Jorge
Mosset Iturraspe", ed. La Rocca, Bs. As. 1989, pág. 474) en busca de un adecuado
asesoramiento. Ponen en él su confianza y esperan que los informe debida y
legalmente, de conformidad con las pautas legales y éticas.-
De modo que en los casos como el presente, la misión del abogado no es sólo la de
preparar los escritos que deben llevar su firma, sino que el patrocinio implica asumir la
plena dirección del proceso, el cabal cumplimiento de los deberes que ello comporta y
el empleo de toda su diligencia para conducirlo de la mejor manera hasta su
terminación. En estas condiciones no puede considerarse liberado de actuar con la
suficiente diligencia y pericia y cuidar en no caer en inactividad procesal que pudiere
derivar en la caducidad de la instancia. Y si no puede cumplir fielmente su deber
profesional en razón de la supuesta falta de colaboración de sus clientes, un actuar
diligente le impone tratar de resguardar su propia responsabilidad y, a tal efecto,
renunciar por escrito en el expediente o por comunicación fehaciente a los actores
para que asuman su defensa por medio de otro profesional en tiempo oportuno (conf.
CNCiv., Sala E, del 26-12-91, L. 101492).-
Desde otro ángulo, la dirección letrada de un proceso no es en todos los casos de
medios, sino que en ciertas circunstancias la obligación que asume el letrado es de
resultado, con inversión de la carga probatoria, toda vez que el letrado se obligó a un
"opus" que no es otro que el de realizar todos los actos procesales de su específica
incumbencia (v.gr. presentación de escritos y peticiones que urjan la instancia, dejar
nota, ofrecer prueba en término, concurrir a Secretaría los días correspondientes, etc.)
(Kemelmajer de Carlucci, Aída, op.cit., pág. 714; Alterini-Ameal-López Cabana, op.cit.,
pág. 771; Andorno, Luis O., op.cit., pág. 481; Cazeaux, Pedro -Trigo Represas, Félix, "
Derecho de las Obligaciones", tº V, pág. 517; Trigo Represas, Félix, op.cit., pág. 62; del
mismo autor, nota a fallo citado en J.A. 1997-III, pág. 24; esta Sala, votos cit.; CNCiv.,
Sala A, c. 177.695, del 7-1-95, del voto del Dr. Molteni, ídem, íd., del 22-12-77, "in re" "
Malvasi", en L.L. 1978-A-585; E.D. 81-719; ídem, Sala E, "Pinheiro de Malerba, L.
Esther c/ Nostro, Alicia N. s/ ordinario", expte. 101.492; ídem, Sala H, del 13-3-96, en
J.A., del 24-9-97). De manera que si -como en el caso- se acreditó que el juicio
perimió, pesaba sobre su parte carga de desvirtuar la presunción de culpa que, no
puede sustentarse simplemente en la falta de cooperación de sus ex clientes, sino en
la existencia de una razón debidamente justificada que le hubiera impedido apartarse
del patrocinio con anterioridad al vencimiento del plazo de perención.-
IV.-Desde la perspectiva señalada encuentro que las declaraciones testificales
producidas en la especie resultan inconducentes para desvirtuar la responsabilidad del
letrado que surge a partir del momento que asumió el patrocinio hasta la declaración
de caducidad de la instancia, hechos que no fueron desconocidos y que también se
encuentran demostrados por las constancias que surgen del expediente caratulado
"Zuffo, Alberto Oscar c/ Galarza, Julio s/ daños y perjuicios". Los testigos propuestos
por el recurrente se han esmerado en demostrar el aparente desinterés de los actores
e, incluso, han hecho mérito de la larga demora que exhibía el expediente con
anterioridad a que el Dr. Martínez P. asumiera su conducción -corroborando así las
apreciaciones formuladas por éste al contestar la demanda- pero no han suministrado
ningún hecho que constituya una razón idónea para justificar el resultado final que da
cuenta del incumplimiento.-
Repárese, por ejemplo, que la testigo Smulovitz - que manifestó ser quien acercó a las
partes- dijo que cuando la entonces tutora y tía de los actores le preguntó si conocía a
algún abogado, ésta le manifestó que sus sobrinos sostenían un juicio que había sido
llevado por los anteriores letrados pero que estaba "fundido", "perdido" y "terminado"
"que no había más nada que hacer y que no se podía reclamar más nada" (fs.222 y
vta.) . No obstante ello, sostiene que le recomendó un abogado de su confianza -su
abogado personal, según expuso al contestar las generales de la ley (ver resp.1º, fs.
222), quien al tiempo le dijo que "esos chicos que usted me dio no aparecen" (conf.
resp. preg.2º, fs.222 vta.).-
La Dra. Balaban -que por la época en que existía el vínculo entre los actores y el
demandado dijo compartir el estudio con este último- suministró pormenores del caso.
Realizó primero una suerte de diagnóstico del expediente -menos pesimista que el
relatado por la anterior testigo- y señaló que al hacerse cargo del expediente el Dr.
Martínez P. era muy difícil de remontar "ya había caducidad de instancia prácticamente
y una prescripción" (conf. resp. preg.2º, fs. 230). Es cierto que la excepción de
prescripción incoada por la empresa de transporte con bastante probabilidad de ser
admitida y un demandado que no podía ser notificado importaba una situación "difícil
de remontar", pero resulta inadmisible -y hasta preocupante- que un letrado afirme que
un juicio estaba "prácticamente" perimido sin estarlo, como si se tratara de un hecho
fatal e inexorable, con caracteres de "fuerza mayor", frente a lo cual un profesional del
derecho nada podía hacer. Por el contrario, frente a la realidad que exhibía el
expediente, si el letrado aceptó seguir el caso no era para dejarlo fenecer y solicitar
después regulación de honorarios, sino para poner todo el empeño que la situación
exigía y obrar con diligencia y cuidado. Y aun cuando en modo alguno podía prever un
resultado favorable a sus clientes, era ineludible que al contratar asumió la obligación
de resultado mencionada anteriormente, una de cuyas facetas era el compromiso de
impedir que opere la caducidad de la instancia.-
A partir de lo expuesto, las conclusiones del " a quo" en punto a la fuerza de
convicción que surge del testimonio glosado -como la de los restantes testigos
propuestos por el demandado- me parecen acertadas, pues, analizados de
conformidad con el criterio de la sana crítica, de sus dichos se desprende una
razonable sospecha de parcialidad (conf. Devis Echandía, Hernando, " Teoría general
de la prueba judicial", Víctor P. de Zavalía editores, 1981, t°2, pág. 268).-
Está fuera de discusión que el hecho de haber compartido el mismo ámbito de tareas
no implica por sí mismo comunidad de intereses con proyecciones sobre las generales
de la ley (art. 441 del código procesal), ni tampoco genera una presunción de falsedad
de la declaración testifical que se realiza en favor de la parte con quien se tiene o tuvo
un vínculo próximo. Tampoco se trata de testigos excluidos (art. 427 código procesal),
sin embargo, tanto la Dra. Balaban como Dolia González -que fue empleada del
accionado durante muchos años (ver fs. 247) como el Dr. Quieto (fs. 247 vta.),
participaban muy activamente del seguimiento del proceso perimido. La primera en
cierto modo habría asesorado a los accionantes telefónicamente, al informarle que
había posibilidad de iniciar un nuevo juicio porque la causa penal estaba sin resolver y
le solicitó a uno de ellos que fuera al estudio para planificar una nueva estrategia (conf.
fs. 230 vta.). También manifestó conocer en qué forma habitualmente se acercaban los
escritos a los actores para la firma (conf. resp.preg. 15º, fs. 230 vta.). A ello se suma
que asistió al demandado a la audiencia de mediación, con lo cual con independencia
de cuál es el interés concreto que la declarante tiene en esta causa, sin duda el
resultado del juicio no le es indiferente.-
Dolia González, por su parte, había sido autorizada para retirar copias, cédulas para
diligenciar fuera de jurisdicción en el juicio caduco que se tiene a la vista (ver fs. 136 y
vta., 140). Precisamente, el último acto impulsorio de aquél trámite -el retiro de los
edictos- lo realizó la propia Dolia González (ver fs. 156). Quieto, en tanto, manifestó
ser socio de la Dra. Balaban y dijo que mientras compartió la oficina con Martínez P.,
tenía también el recado de tomar nota de los eventuales llamados telefónicos que
pudieran efectuar los actores (ver resp.preg. 7º, fs.247).-
Pero más allá de la endeble fuerza convictiva que surge de las declaraciones
reseñadas precedentemente, aun de ser cierto lo dicho por los testigos, tales
manifestaciones no contribuyen a desvirtuar la presunción referida anteriormente, por
cuanto si los actores eran remisos o no tenían interés o medios económicos para
hacer el trámite pendiente para hacer avanzar al proceso a la etapa siguiente, el
apelante debió adoptar las medidas adecuadas evitar su responsabilidad que -sin
duda- no consisten en comentar con un tercero que aquéllos no concurrían al estudio
ni lograr que los terceros estuvieran pendientes de las llamadas telefónicas para ver si,
eventualmente, los demandantes se decidían a comunicarse con el abogado que era
el único responsable de la dirección letrada.-
En suma, en tanto las quejas parten de una premisa inexacta, esto es, que incumbía a
los actores acreditar la culpa del accionado, con olvido de la inversión de la carga
probatoria operada como lógica consecuencia de la obligación de resultado asumida,
son insustanciales y deben ser desestimadas.-

V.- La frustración de un negocio jurídico por defecto de asesoramiento legal, o por la


pérdida de un juicio en razón de omisiones atribuibles a errores o negligencia del
profesional, configura la pérdida de una posibilidad, de una "chance" (conf.
Bustamante Alsina, "Teoría general de la responsabilidad civil", pág. 490; CNCiv., Sala
E, del 14-10-96, c. 198.097; ídem, Sala H, del 13-3-96, c. 182.293), entendida como la
frustración de una expectativa. Pero para que la "chance" perdida resulte indemnizable
es necesario demostrar que con motivo del hecho se ha frustrado en forma definitiva
una esperanza susceptible de apreciación pecuniaria.-
En la especie, es de resaltar el error en que se incurre en la sentencia al afirmar que al
no haberse dictado aún condena en sede penal, subsiste la "chance" de los actores de
promover un nuevo proceso en procura de la indemnización. En efecto, el art. 1101 de
la ley sustantiva se refiere a la imposibilidad de dictar sentencia en el juicio civil
mientras no hubiere condenación del acusado en sede criminal, con las excepciones
que allí se enumeran. Pero dicha imposibilidad transita por carriles paralelos a otro
instituto que puede frustrar definitivamente la posibilidad de obtener éxito en el
reclamo: la prescripción de la acción civil.-
La referencia que efectúa el juez penal a fs. 291 en cuanto a que no se ha dado inicio
al trámite de prescripción, está vinculada indudablemente a la que incidirá sobre la
causa criminal, pero en modo alguno debe asociarse a las eventualidades de la acción
civil que no fue deducida junto con aquélla. Por lo demás, los actores no se han
presentado como querellantes en el expediente penal y, por ende, no corre respecto
de ellos la suspensión de la prescripción regulada en el art. 3982 bis de la ley
sustantiva, pues dicho recaudo es condición inexcusable para que opere el beneficio
mencionado en dicha disposición.-
En tales condiciones, aparece con claridad meridiana la frustración de la "chance"
cuya reparación se solicita. Como uno de los requisitos del daño resarcible es que sea
cierto -por opuesto a hipotético o conjetural-, para verificar la existencia del perjuicio
debe valorarse primero si el damnificado estaba ubicado frente a la "chance" misma,
esto es, si llegó a emplazarse en la situación idónea para hacerse de la ganancia o
evitar la pérdida y cuál era la certidumbre de la probabilidad, esto es, qué posibilidades
existían para el damnificado de obtener el beneficio que esperaba: ganar el juicio. Y si
bien este factor es contingente, aleatorio, por cuanto depende en alguna medida de
circunstancias ajenas al abogado y no puede saberse a ciencia cierta si la sentencia
hubiera reconocido la totalidad de lo reclamado (conf. CNCiv., esta sala, L. 313.292;
Sala E,, del 26-12-91 en L.L. 1993-A-64; ídem, Sala M, c. 121.190, del 16-3-94; ), la
valuación de la chance ha de consistir en realizar un cálculo de las probabilidades que
tenían los actores de ganar el juicio (conf. Colombo, Leonardo, "Indemnización
correspondiente a la pérdida de las probabilidades de obtener éxito en una causa
judicial", L.L. 107, pág. 17 y ss.; Andorno, Luis O, op.cit., pág. 488). Por cierto,
tampoco puede soslayarse la valoración del estado en que se hallaba el expediente al
tiempo de la perención, la evolución de la jurisprudencia, la legislación aplicable y la
complejidad de la cuestión debatida (conf. Andorno, op.cit., pág. 490; Colombo,
Leonardo, op.cit., pág. 17).-
Del juicio penal que en fotocopia certificada se encuentra agregado al presente se
desprende que el día 6 de agosto de 1991, aproximadamente a las 18 hs., la madre de
los actores viajaba en un colectivo de la línea 60, conducido por Julio Galarza. A través
de la declaración de los testigos Lemee y Cavanna los hechos pueden ser
reconstruidos de la siguiente manera: el chófer del colectivo no habría detenido el
vehículo en la parada correspondiente, sino que dobló a elevada velocidad por la calle
Junín, provocando incluso el desasosiego de algunos transeúntes que casi fueron
embestidos. Una vez sobre esta arteria abrió la puerta para el descenso, pero arrancó
antes que la víctima hubiera descendido completamente. Esta -que se hallaba en el
último peldaño- perdió el equilibrio y cayó al suelo. En ese estado el ómnibus pasó por
encima de ella y le arrolló las piernas.-
El esposo, Alberto Oscar Zuffo, por sí y en representación de sus hijos entonces
menores, reclamó la reparación de los daños que el fallecimiento de Norma Beatriz
Dichiara les produjo. Enderezó la demanda contra Julio Galarza, Microomnibus Norte
S.A. y citó en garantía a "Belgrano Sociedad Cooperativa de Seguros". Las dos
últimas se presentaron a fs.49/53 de los autos "Zuffo, Oscar A. c/ Galarza, Julio y otros
s/daños y perjuicios" y opusieron excepción de prescripción. Nunca se trabó la litis con
el conductor y menos aún se abrió a prueba la causa. Por tanto, tampoco existen
elementos para acreditar los daños que los damnificados indirectos manifestaron
haber padecido, los cuales fueron negados por los sujetos presentados.-
A la luz de las constancias arrimadas a la causa penal antes citada, puede tenerse por
acreditado el hecho y el contacto de la víctima con la cosa productora del daño. Y si
bien en una primera aproximación -a tenor de lo dispuesto por el art. 855 del código de
comercio- la prescripción deducida por el porteador y la citada en garantía parecería
procedente (la demanda se inició el 12 de agosto de 1992, es decir pocos días
después de haber transcurrido un año del infortunio), no ocurriría lo propio con la
acción deducida contra el conductor cuya responsabilidad hubiera sido concurrente
con la de aquéllos. Es bien sabido que por la doctrina plenaria dictada "in re" "Corsetti
de Patrignani, Irene c/ Martínez, Regino y otros" del 26-10-93, en L.L. 1994-A,
pág.292, la prescripción de la acción deducida contra el chófer se rige por el plazo
establecido por el art. 4030 del código civil, toda vez que su responsabilidad es sin
duda extracontractual y queda gobernada, en principio, por la norma establecida en el
art. 1113 de la ley sustantiva.-
Bajo tales pautas, la "chance" de un resultado favorable a los actores se encuentra en
mi opinión debidamente acreditada, al igual que su frustración definitiva, por las
razones antes expresadas. Para ponderar su monto, no puede prescindirse de un dato
relevante, esto es, que el reclamo tiene en cuenta no sólo los perjuicios reclamados
específicamente en favor de los aquí actores, sino -además- por el padre de éstos
actualmente fallecido. De manera que como no se trata en el presente de la
continuación de la acción promovida por el causante, sino de un reclamo distinto que
tiene su origen en una causa sobreviniente -el incumplimiento del contrato de
prestación de servicios profesionales- no puede tomarse como parámetro de la
indemnización la suma global solicitada en aquél.-
Circunscripta así la cuestión, debe tenerse en cuenta que aun cuando no existe
ninguna prueba para demostrar los daños allí reclamados -subsistencia de los hijos,
daño moral y daño psicológico- ello no es óbice para estimar aproximadamente la
chance. Para ello, habrá de tenerse en cuenta que, por ese entonces, Juan Alberto y
Magdalena Beatriz Zuffo eran menores de edad (17 y 14 años, respectivamente) como
así también que el daño moral no requiere una prueba específica porque surge "in re
ipsa". Si se ponderan estos factores a la luz del estado procesal que exhibe el
expediente perimido, júzgase equitativo fijar por la pérdida de la "chance" la suma de
pesos treinta mil ($ 30.000), la que deberá distribuirse por mitades entre ambos
accionantes.-

VI.-Daño psicológico y gastos de tratamiento: La integridad física forma parte


inescindible del derecho a la personalidad, y es sin duda de carácter extrapatrimonial,
pero si esa afección produce concomitancias u efectos en la faz patrimonial, como la
incapacidad para el desarrollo de actividades productivas, o requiere del costo de
tratamiento para su recuperación, ello genera "daños patrimoniales indirectos". Por lo
tanto, si no los origina, trátase de un daño extrapatrimonial que amerita ser evaluado
para la fijación del renglón daño moral.-
Lo dicho no es más que una consecuencia de advertir que en nuestro ordenamiento
positivo de fondo no tiene cabida -al menos en su clara legislación actual- una tercera
categoría de daños o "tertius genus" (arts. 519, 522, 1068, 1069, 1083, 1078 y
conc.del Código Civil; esta Sala, "in re", "Tía c/Casagrande, José A.", publicado en
rev.La Ley del 6-12-95, fallo 93.808, con nota de "Xanthos"; íd. libre nº 188.812, del 14-
12-95; íd. nº libre 165.628, del 4-7-95; íd.libre nº 195.271, del 3-7-96; íd.libre nº
220.613, del 11-6-97; íd.libre nº 220.138, del 4-8-97;íd.libre nº 224.336 del 29-8-97;
íd.libre nº 225.131, del 26-8-97; íd.libre nº 227.023, del 30-9-97; íd. libre nº 232.921,
del 1-12-97; íd. libre nº 230.263, del 16-12-97; íd. libre nº 233.178, del 9-2-98; libre nº
229.594 del 21-11-97; libre nº 234.748, del 26-2-98, libre nº 257.287, del 28-6-99; libre
nº 275.711, del 7-9-99; libre nº 275.790, del 24-9-99; libre nº 267.793, del 29-10-99,
entre otros varios concordantes).-
Desde esta perspectiva es posible advertir que las conclusiones vertidas por el perito,
apreciadas según las reglas de la sana crítica (arts. 477 código procesal), no indican
en qué medida los síntomas de índole psicológica que evidencian los actores -y que se
atribuye al incumplimiento del contrario- les produce una incapacidad para
desempeñarse en la vida productiva o en la de relación. Tampoco queda claro cuál ha
sido la incidencia sobre las alteraciones sufridas por los actores con motivo del
fallecimiento de sus progenitores, pues a nadie escapa que la pérdida de la madre
primero y la del padre después en plena adolescencia, ha sido el punto
desencadenante sin el cual la frustración del "reclamo social" padecido como
consecuencia de la perención del juicio no se habría siquiera planteado (ver fs.139/141
y fs.152/155). Para corroborar lo expuesto, adviértase que un reclamo similar fue
realizado en el expediente perimido. La falta de precisión del peritaje, sumado a la
insuficiente fuerza de convicción que surge de éste, lleva a concluir que no se
encuentra acreditada una afección de naturaleza psicológica que amerite incluirla
como un capítulo del daño patrimonial indirecto -incapacidad sobreviniente-, sin
perjuicio de valorar más adelante los padecimientos sufridos al fijar el daño moral y al
analizar la admisibilidad del daño por los gastos futuros que deberán realizarse para
cubrir el costo del tratamiento aconsejado.-
El experto advirtió la conveniencia de que ambos actores realicen tratamiento para
propender a la remisión del estado psíquico-anímico actual o bien para aligerar la
intensidad de la sintomatología. En cada caso, estimó que debía llevarse a cabo
durante un plazo no inferior a treinta y seis meses, con una frecuencia de dos veces
por semana. Por lo tanto, júzgase prudente reconocer por esta partida la suma de
pesos siete mil ($ 7.000), la que deberá distribuirse por mitades entre los reclamantes
(art. 165 código procesal).-

VII.-Daño moral: El demandado se ha limitado a desconocer la procedencia de este


rubro con el único fundamento de que no se había demostrado la responsabilidad que
se le atribuye en estos autos, agravio que según se ha visto, corresponde desestimar.
Sólo resta examinar el "quantum indemnizatorio". El daño se produce "in re ipsa", y no
tiene por qué guardar proporción con los menoscabos materiales (esta Sala L.
282.602, del 16-2-01). A tenor del sufrimiento y frustración espiritual que se señala en
el peritaje antes mencionado, debe elevarse la suma admitida a pesos diez mil ($
10.000), de la cual el 50% corresponderá a cada uno de los damnificados.-

VIII.-También se queja el demandado por el reconocimiento en favor de la actora de


las sumas por las cuales fue condenada en costas. Cierto es que de las constancias
del juicio agregado por cuerda no surge que los accionantes hubieren desembolsado
los honorarios regulados a los profesionales. Pero es un hecho indiscutido que fueron
condenados al pago y que pesa sobre ellos la obligación abonarlos. La circunstancia
en que basa su defensa el letrado es insustancial, ya que los elementos mencionados
son suficientes para tener por acreditado el perjuicio cierto, aun cuando todavía no se
hubieren satisfecho dichos emolumentos ni la actora se encuentre sometida a una
concreta y efectiva ejecución, desde que no se trata de una condena contingente ni
aleatoria, sino real, sujeta en todo caso, a la iniciativa de terceros e incluso del propio
demandado. De ninguna manera puede presumirse el abandono del crédito por parte
de éstos ni la renuncia a hacerlo valer, antes de la prescripción decenal que
corresponde aplicar a la ejecutoria (art. 4023 Código Civil). Sin perjuicio de ello, y para
evitar cualquier sospecha sobre el destino de la indemnización correspondiente a este
rubro, corresponderá que una vez depositado su monto, se comunique al juzgado que
interviene en el proceso conexo que la actora ha percibido las sumas para atender a
los honorarios allí regulados, a sus efectos. Por lo tanto, debe mantenerse la
indemnización por esta partida.-
La forma en que se ordenó calcular los réditos sobre esta partida no ha merecido
objeciones, de modo que no corresponde efectuar ninguna observación sobre el
particular (art. 277 código procesal).-

IX.- Por último, en cuanto a las costas del juicio que en primera instancia fueron
aplicadas al demandado, las críticas tampoco resultan atendibles. No se trata de una
doble indemnización como erróneamente se sostiene, sino que la partida que se
menciona en el acápite anterior lo es a título de daño emergente en razón del
desembolso que deberá realizarse y reconocen fuentes distintas e inconfundible con
las que corresponde aplicar con motivo del criterio objetivo de la derrota en este juicio.
Por lo tanto, las objeciones al respecto no merecen ser atendidas.-

X.-En suma, corresponde revocar la sentencia apelada en cuanto desestima el ítem


"pérdida de la chance" el que se fija en la suma de treinta mil pesos ($ 30.000), para
ambos actores. También resulta procedente la admisión del acápite por futuros
tratamientos -cuya consideración fue omitida en la instancia de grado- y establecerla
por este renglón en la suma de pesos siete mil ($ 7000) , con más sus intereses, los
que habrán de liquidarse desde que quedó firme la declaración de caducidad de la
instancia, en el primer caso y, en el segundo, desde la sentencia de primera instancia,
según la tasa pasiva promedio que publica el Banco Central (CNCiv., en pleno,
"Vázquez, Claudia c/ Bilbao, Walter" del 2 de agosto de 1993 (en L.L. 1993-E, pág.
125 ) . En lo demás, el pronunciamiento debe confirmarse. Las costas de esta
instancia se impondrán a la demandada pese a la falta de respuesta útil a los agravios
de ésta, por el carácter que tienen en juicios de esta naturaleza aunque la pretensión
prospere parcialmente, criterio también aplicable a la segunda instancia (esta Sala, LA
LEY 1989-B, págs. 241/244 y sus citas, entre otros).-

Por razones análogas, los Dres. Carlos A. Bellucci y Roberto E. Greco adhieren al voto
que antecede.-

//nos Aires, de agosto de 2001.-


Y VISTOS:
Por lo que resulta de la votación de que instruye el acuerdo que antecede se confirma
la sentencia de fs. 296/304 en lo principal que decide ; 1) revocarla en cuanto
desestima el rubro "pérdida de la chance" el que se fija en la suma de PESOS
TREINTA MIL ($ 30.000), con más sus intereses desde que la declaración de
caducidad quedó firme, los que deberán ser liquidados a la tasa pasiva promedio del
Banco Central de la República Argentina, 3) fijar en concepto de "gastos de futuros
tratamientos" la suma de PESOS SIETE MIL ($ 7.000), con más sus réditos -a igual
rata- computados a partir de la sentencia de primera instancia;; 4) elevar la partida por
"daño moral" a la suma de PESOS DIEZ MIL ($ 10.000), con los intereses reconocidos
en el primer pronunciamiento. Con costas de alzada al demandado (art. 68 Código
Procesal). Vueltas que sean las actuaciones a primera instancia se tomarán las
medidas para el ingreso de la tasa de justicia (arts. 10, 14 y concs. de la ley 23.898) y
se comunicará al Juzgado Civil nº 29 en los autos conexos esta decisión. Notifíquese,
regístrese y devuélvase.//-

FDO.: LEOPOLDO MONTES DE OCA - CARLOS ALFREDO BELLUCCI - ROBERTO


ERNESTO GRECO

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