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Athenea Digital - 14(3): 79-103 (noviembre 2014) -ARTÍCULOS- ISSN: 1578-8946

LA VIOLENCIA DE GÉNERO EN LA INTERVENCIÓN PSICOSOCIAL EN QUITO.


TEJIENDO NARRATIVAS PARA CONSTRUIR NUEVOS SENTIDOS
GENDER BASED VIOLENCE AND PSYCHOSOCIAL INTERVENTION AT QUITO. WEAVING
NARRATIVES TO CONSTRUCT NEW MEANINGS

Paz Guarderas
Departament de Psicologia Social - Universitat Autònoma de Barcelona;
pazguarderas@gmail.com

Historia editorial Resumen


Recibido: 01-10-2013 Las investigaciones sobre la intervención psicosocial cuando se presenta la violen-
Primera revisión: 22-02-2014 cia de género son escasas en Ecuador. En este artículo contribuyo al debate sobre
Aceptado: 12-05-2014 el tema a través de la investigación realizada en Quito con quienes han vivido si-
tuaciones de violencia de género. Usando el método de las producciones narrativas
planteo construir nuevos sentidos sobre la intervención psicosocial y sobre este
Palabras clave tipo de violencia. Las participantes evidencian que las concepciones sobre la vio-
Intervención psicosocial lencia de género van más allá de las que se toman en cuenta en las leyes y servi-
Violencia de género cios; que la intervención psicosocial en los casos de violencia de género tiende a
Producciones narrativas homogeneizar a las mujeres y; que las concepciones en los servicios de atención se
reducen a mujer/víctima y hombre/victimario.

Abstract
Keywords Very few studies have been done in Ecuador on psychosocial interventions involv-
Psychosocial intervention ing gender violence. This article, based on research carried out in Quito with peo-
Gender violence ple who have experienced this type of violence, is intended to contribute to the
Narrative productions debate on the subject. Through narrative production methodology, we hope to
construct new meanings of psychosocial intervention and gender violence. The
participants offer conceptions of gender violence that go beyond aspects usually
taken into account in the creation of laws and services. They point out that cur-
rent psychosocial intervention in response to gender violence tends to homoge -
nize women, providing services that reduce these situations to woman/victim-
man/perpetrator scenarios.
Guarderas, Paz (2014). La violencia de género en la intervención psicosocial en Quito. Tejiendo narrativas para
construir nuevos sentidos. Athenea Digital, 14(3), 79-103. http://dx.doi.org/10.5565/rev/athenea.1269

Aquellas tardes cuando mi abuela se sentaba a tejer, yo sujetaba las hebras de distintos
colores mientras ella hacía los ovillos. Me maravillaba ver cómo, con su croché, trans-
formaba rápidamente la lana en retazos de colores y los juntaba convirtiéndolos en co-
loridas colchas. Escribir este texto me ha remitido a esas tardes, pues se compone de
las palabras de cuatro mujeres y de varios autores y autoras que uso como hebras de
colores, para tejer diversas narrativas sobre la intervención psicosocial en situaciones
de violencia de género.

La intervención psicosocial en esas situaciones ha sido un tema escasamente de-


batido en el Ecuador. Si bien desde mediados de la década de 1980 funcionan servicios
de atención, se cuenta con pocas publicaciones sobre la temática, entre las que desta -
can: un análisis sobre la ruta crítica de la atención escrito por María Cuvi (1999), otro

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La violencia de género en la intervención psicosocial en Quito

de Gloria Camacho, Kattya Hernández y Verónica Redrobrán (2010) sobre las Comisa-
rías de la Mujer y la Familia, y algunas sistematizaciones institucionales de las expe -
riencias de los servicios (por ejemplo Soledispa, 2007). Es necesario, entonces, profun-
dizar en el análisis crítico de estos servicios, más aún cuando en Quito, hay un proceso
de transición de la institucionalidad en la atención a la violencia de género. Se requiere
construir nuevos sentidos sobre la violencia de género y la intervención psicosocial
junto a quienes la enfrentan. Este debate, situado en un contexto específico, invita a
construir nuevas posibilidades de comprensión y práctica en relación con este fenóme-
no en otras latitudes.

En este artículo pretendo indagar sobre algunas cuestiones: ¿Qué concepciones


sobre la violencia de género, su origen y sus expresiones, tienen quienes la han enfren-
tado? ¿Cuáles concepciones emergen en su relación con los servicios de atención?
¿Qué ideas sobre los servicios y las usuarias surgen en la relación de las participantes
de la investigación con los centros analizados? Al referirme a concepciones aludo a lo
semiótico-material. Es decir no solamente a las ideas que las participantes plantean
sino a las nociones que desde las prácticas y relaciones emergen.

Para responder a estas preguntas he utilizado las Producciones Narrativas. Este


método apuesta a la construcción de nuevos sentidos a partir de la articulación con
quienes son protagonistas de los fenómenos sociales, como lo señalan Marcel Balasch
y Marisela Montenegro (2003). En referencia a lo metodológico planteo investigar la
violencia de género evadiendo la trampa de la representación, es decir, hablar por las
otras o “dar voz” (Balasch, et al., 2005).

Merece detenerse en dos precisiones conceptuales sobre la violencia de género y


la intervención psicosocial. La violencia de género, según la ordenanza local que rige
los servicios analizados, es “la violencia que se traduce histórica y socialmente, en la
violencia dirigida contra las mujeres, ya que (las) afecta en mayor nivel en base a su
rol social” (Ordenanza 235, 2012, artículo 4). A nivel nacional en el código penal se en-
cuentra tipificada la violencia hacia las mujeres y la familia como “toda acción que
consista en maltrato físico psicológico o sexual ejecutado por un miembro de la familia
en contra de la mujer o demás integrantes del núcleo familiar” (Código Orgánico Inte-
gral Penal. Registro Oficial No. 180, 2014, parágrafo primero, artículo 155) 1. El código
también contempla: trata de personas, explotación sexual, prostitución forzada, turis-
mo sexual y pornografía infantil; femicidio; inseminación no consentida; acoso sexual
(en relaciones laborales, religiosas, educativas o de salud, no establece el acoso sexual
callejero); estupro; abuso sexual; violación; actos de odio vinculados a la identidad de

1
Desde 1995 hasta el 2014 se contempló la violencia intrafamiliar en la ley 103. Esta ley fue derogada con la apro -
bación del Código Integral Penal en febrero del 2014.

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Paz Guarderas

género u orientación sexual; violencia sexual en conflicto armado. Son estos las con-
travenciones y los delitos vinculados con la violencia de género. Respecto a la inter-
vención psicosocial, utilizo la definición de Marisela Montenegro (2001, p. 66) “un con-
junto de prácticas que buscan incidir en un estado de cosas para transformarlo a partir
de la demanda hecha desde algún ente social que expresa un descontento con el estado
actual de cosas”.

En el texto están tejidas las narrativas de las participantes en la investigación, las


de autores y autoras y la mía. En la primera sección explico lo que hice en esta investi-
gación. Desde la segunda hasta la quinta presento cuatro narrativas elaboradas con
quienes han vivido la violencia de género. Abro cada sección con una breve descrip-
ción de las participantes, luego presento las narrativas escritas con ellas y cierro con
mi narrativa. La sexta sección contiene las puntadas finales que abren posibilidades de
combinar los diversos trozos de tejido.

Las colchas de mi abuela además de sus combinaciones osadas eran muy útiles. Yo
nunca aprendí a tejer con croché, pero en este artículo quiero aventurarme en la tarea
de tejer ideas.

Construir teoría desde las protagonistas


Las Producciones Narrativas (Balasch y Montenegro, 2003) siguen la propuesta episte-
mológica, metodológica y política de los “conocimientos situados” desarrollada por
Donna Haraway (1991/1995): el conocimiento se genera en unas condiciones semióti-
cas y materiales que dan lugar a una perspectiva parcial.

El método consiste en producir textos con quienes se investiga para responder las
preguntas del estudio. Quien investiga transforma su posición inicial del fenómeno re-
conociendo que su visión es limitada y profundizando en el análisis del proceso duran-
te el cual ha cambiado su posición de partida (Balasch, et al.,2005).

Realicé cuatro narrativas con personas que han vivido la violencia de género. Es-
cogí a quienes habían acudido a los centros públicos de atención destinados a “las víc-
timas de violencia de género, intrafamiliar e institucional”, (Ordenanza 286, 2009, artí-
culo I). En estos centros funcionaban las comisarías de la mujer y la familia 2, la fiscalía,
las policías especializadas en atención a la violencia intrafamiliar, la policía especiali-
zada en niñez, la policía judicial y un equipo técnico conformado por profesionales de
psicología, trabajo social y derecho. La intención de estos servicios era brindar aten-

2
En el momento en que realicé las narrativas las comisarías estaban en funcionamiento, actualmente atienden las
unidades judiciales de violencia contra la mujer y la familia.

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La violencia de género en la intervención psicosocial en Quito

ción integral y no únicamente legal. Las mujeres eran las principales usuarias de estos
servicios. Además incluyo la narrativa de una persona que si bien no utilizó los Cen-
tros aporta otros significados a las preguntas de esta investigación, que vale la pena
considerar.

Elaboramos las narrativas entre 2011 y 2013. Primero grabamos una entrevista de
una hora a una hora y media. Con este material no escribí un texto literal sino organi -
cé las ideas para crear un “relato coherente dotado de un argumento y una trama” y
recoger el “tono de nuestros diálogos”, como diría María Cuvi (2008, p. 39). Luego les
envié esta versión para que la leyeran y modificaran a su antojo, tras lo cual tuvimos
un nuevo encuentro, para leer juntas el texto, profundizar en algunos temas, recortarlo
y aumentarlo. Aunque una de las cuatro mujeres no acudió al encuentro decidí mante-
ner su narrativa. En una última sesión leímos y editamos la versión que es la que in-
cluyo en este artículo.

Siguiendo a Antar Martínez-Guzmán y Marisela Montenegro (2010) entiendo las


narrativas no como el material empírico que será analizado sino como teorías situadas.
La legitimidad de dichas narrativas, como indican las autoras, es que brindan com-
prensiones situadas sobre un fenómeno, por su mirada, por la experiencia y el conoci-
miento que ellas tienen al ser protagonistas (Martínez-Guzmán y Montenegro, 2010).
La intención de las producciones narrativas es crear nuevos sentidos mediante las arti-
culaciones. Por ello, con la narrativa que construimos juntas he tejido la mía hilando
sus aportes teóricos con los de otros autores y autoras.

Por cuestiones de espacio presento aquellas partes de la narrativa que se relacio-


nan directamente con las preguntas que pretendo responder en este artículo. En las
cuatro narrativas he utilizado sangría en los textos de las mujeres con el propósito de
diferenciarlos de los míos.

El coraje de asumirte
Cecilia3 se identifica como mestiza de clase media-baja. Tiene 44 años. Está casada.
Vive al extremo norte de Quito. Se dedica a la artesanía, bisutería y tiene un mini-
bazar de disfraces. Trabaja en una red comunitaria.

3
Nombre real, su uso fue autorizado, sin la inclusión de su apellido.

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Paz Guarderas

Las paredes no te escuchan ni te hablan


Todas las mujeres hemos recibido en algún momento violencia. Es triste pero
es así. La violencia de género es toda la violencia ejercida contra las mujeres.
El origen es cultural. Se debe a que las mujeres somos más sentimentales y
nos enamoramos, creo que tomamos más en serio la convivencia y la vida en
pareja. Cuando formalizamos una relación vamos más decididas a estar hasta
la vejez. Los hombres buscan una persona que les apoye pero en el momento
en que se cansan la desecha. No son todos así, pero hay un porcentaje alto.
Los hombres son más físicos y nosotras más sentimentales.

Fui usuaria de los Centros, del área de psicología. Llegué allí porque estaba
desestabilizada. Recibía violencia psicológica de mi esposo. También se invo-
lucraron mis hijos, mis cuñadas y mi suegra.

Las mujeres damos la vida por nuestros hijos y cuando ellos te dan la espalda
es lo peor. Fue una situación fatal. Estaba sumamente triste. Fue entonces que
acudí al Centro.

Recibí en el Centro lo que buscaba. Tuve alguien que me escuchara, me guia-


ra y me devolviera la autoestima, que la tenía por los suelos. En mi casa me
decían “vos no sirves para esto, ni para lo otro, no eres buena para nada”.
Empecé a asumir que era cierto. Me di cuenta que quedarme en casa era lo
peor. Estar sola con esas ideas es fatal. Las paredes no te escuchan ni te ha-
blan. Cuando estás así de sola crees que solo tú tienes esa mala suerte. Y no
se trata de eso. Hay personas con situaciones de vida mucho más difíciles y
logran salir adelante.

El proceso terapéutico duró dos meses. Necesité solo un poco de ayuda. Fue
importante. Yo siempre me había caracterizado por organizar mi casa y volví
a organizar a mis hermanos, primos, suegros, cuñadas. Todos dependen de
mí. La terapia me ayudó también a salir de la casa. Creo que trabajar en el
ámbito barrial ha sido clave en mi vida, porque he podido relacionarme con
otras personas y ahí ves cuánto vales.

Una vez que salí de la terapia volví a tener el liderazgo que siempre me había
caracterizado. Y no solo en mi familia, sino en el barrio, en la ciudad y ahora
incluso en el país. Mi marido me ha dicho “ves, lo que pasa es que tú estabas
yéndote por otros caminos”. Quizás tenía razón porque estaba metiéndome
en la política y eso sí te da malas experiencias. Te desvincula de lo familiar y
eso era lo que estaba pasando. También lo asumí así y ahí dividí mi tiempo.

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La violencia de género en la intervención psicosocial en Quito

Primero la familia, los hijos, la casa y luego todo lo demás. Ahora el tiempo
me alcanza para todo. Aunque a veces aún estoy “hecha ocho”. 4

La organización barrial siempre ha sido parte de mi vida. En mi barrio los ve-


cinos esperan que yo organice todo. Si no, nadie se hace cargo. Me alegra
mucho que así sea, porque en mi sector tengo policías y varios hombres que
esperan que les dirija. ¡Eso a mí me parece regio! Porque no siempre sucede
esto. (Cecilia, narrativa, 20 de mayo del 2013).

La terapia para asumirte


Las mujeres superan la violencia de género saliendo de las cuatro paredes de
su casa. No depender económicamente de la pareja es una de las claves. Hay
muchas profesionales que se quedan sin ejercer por cuidar a los hijos desa-
provechando sus capacidades. Pero en el caso de mujeres que no han podido
estudiar es importante encontrar las habilidades que tienen y aprovecharlas,
desarrollar alguna actividad que les brinde independencia económica. El
hombre debe aportar económicamente al hogar y debe mantenerlo. Pero es
importante que las mujeres tengan otros ingresos para ellas, que sean inde-
pendientes.

La atención psicológica es muy importante, sin esta atención las situaciones


de violencia se mantendrían. Muchas mujeres antes de hacer una denuncia
van a la psicóloga. Si no, no la harían. Vivir con un hombre muy manipula-
dor hace que las mujeres nos volvamos dependientes emocionales del cónyu-
ge y es difícil salir de esa situación. En la casa nadie te dice “oye cocinas bien,
estás alhaja” difícilmente puedes tener tu autoestima alta. Sales y ves otras
situaciones y ahí sí cambia tu visión. Muchas veces el ajetreo del día hace
que sea difícil una buena comunicación.

Yo creo que el psicólogo es una persona que te da confianza para hablar, que
no te criticará ni te dirá lo que tienes que hacer. A veces no hay confianza
con gente allegada y es muy positivo hablar con una persona desconocida
que no contará a nadie tus cosas. Si hablas con una persona conocida es pro-
bable que te diga: “es tu marido debes aguantarlo o qué dirá tu familia”. Hay
muchas cuestiones que pueden ponerse a favor o en contra. Una persona
desconocida es más imparcial al guiarte en relación con tus penas.

El que hayan recalcado en mi terapia que soy una persona valiosa y que soy
ejemplo para muchas otras mujeres me ayudó mucho. Eso lo asumí y volví a
tomar fuerzas. En realidad demostrar a tus hijos que vales mucho es impor-
tante. La familia mira más tus defectos que tus virtudes. La terapia sirve para
4
Expresión que denota la complicación de tener muchas actividades que realizar.

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Paz Guarderas

mirar tus virtudes, para tener coraje de asumir lo que eres y poder mostrarte
así a los demás. Y de esta manera los otros te ven de manera distinta. (Cecilia,
narrativa, 20 de mayo del 2013).

Sutiles expresiones de la violencia de género


La violencia de género no solo se expresa con marcas en el cuerpo y con humillaciones
e insultos. Como describe Cecilia, también aparece de maneras sutiles que calan pro-
fundamente en la subjetividad y minan los afectos. La narrativa de Cecilia, además de
abordar expresiones de violencia psicológica, es una reflexión sobre la violencia más
allá de la que aparece en los medios de comunicación, en las estadísticas y en las leyes.

Cecilia describe una arista de la violencia de género: la que ocurre en la familia


por la participación política de las mujeres. Para María Arboleda, Lola Gutiérrez y Ta-
nia López (2012, p. 15) la participación política de las mujeres pone en tensión el orden
hegemónico pactado: el patriarcado. Un entramado semiótico-material que coloca en
un lugar inferior y de alteridad a quien no representa una posición social de poder
ocupada por el hombre, blanco, burgués, heterosexual, colonizador, adulto. La escuela,
las leyes, la propaganda, los medios de comunicación, la ciencia han estado al servicio
de la construcción de esta alteridad subalternizada. Este “otro subalterno” debe ocupar
ciertas posiciones para mantener el status quo económico, político, ideológico, religio-
so en el mundo. Cuando nuevos órdenes emergen la tensión se instaura y se activan
diversos mecanismos para re-establecer el equilibrio, unos más sutiles que otros.

En la familia se usan mecanismos de vigilancia y control, como diría Michel Fou-


cault (1975/1996), muy sutiles y eficaces, pues apuntan a los afectos, a lo subjetivo y,
así, ganan efectividad. Según Cecilia cuando la familia te da la espalda es fatal; hijos,
cuñadas, suegra y marido son guardianas y guardianes del orden. La violencia no solo
se perpetúa por los actos cometidos por sus perpetradores sino por quienes guardan
ese orden.

Desde una perspectiva subjetiva Cecilia apunta los mecanismos de funcionamien-


to de ese control. Al romper el orden hegemónico se modifican los afectos de quienes
están cercanos. Dar la espalda o negar un halago transforma la mirada que tenemos
sobre nosotras, nos desvaloriza. La ruptura desgarra y trae consigo un malestar que se
encarna en nuestro cuerpo.

Sin embargo, Cecilia indica que es posible encontrar estrategias para mantenerse
en el lugar deseado. Es posible actuar de distintas maneras y socavar la fuerza norma -
lizadora. Como diría Judith Butler (1997/2001, p. 106) el sujeto nunca se constituye ple-
namente en el sometimiento, sino que se constituye repetidamente en él. Es esa repeti-

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La violencia de género en la intervención psicosocial en Quito

ción la que genera rupturas en contra de su origen y el sometimiento puede adquirir


su involuntario poder habilitador (Butler, 1997/2001, p. 107). Estamos sujetadas a la ca-
tegoría mujer pero no siempre repetimos lo que el rol impone, lo subvertimos y lo ex-
cedemos.

Cecilia afirma tajantemente que la manera de superar la violencia de género es sa-


lir de las cuatro paredes. Salir del cautiverio, en palabras de Marcela Lagarde
(1990/2011) es inminente. Es allí donde cobra sentido la actuación de la psicología y los
servicios, como un lugar semiótico-material que puede dar pautas para salir del encie-
rro, siempre que en este espacio de escucha llegue el coraje para asumir lo que se es,
como diría Cecilia. La terapia permitiría, entonces que emerja un nuevo (des)orden ne-
gado y soterrado.

Vivir sin miedo


Carmen5 tiene 52 años. Vive en un sector rural de Quito. Está divorciada, tiene dos hi-
jos y dos hijas. Se identifica como mestiza “pero más india” y de clase media. Estudia
para auxiliar de enfermería. Ha trabajado cuidando niños, niñas y adultas mayores y
en el comercio.

La violencia se da cuando permitimos


La violencia hacia las mujeres se da cuando permitimos que suceda. Lo digo
por mí. Antes de casarme sufría violencia. Él me trataba mal, me humillaba y
aun así “se mete las patas”. Se admite la violencia por diferentes factores. En
mi caso yo tuve mi pasado y a mi hija de soltera. Él se quiso casar y aceptó a
mi hija y por eso yo creía que debía aguantar su chirlazo. Luego se va reac -
cionando. Pasan los años, los hijos crecen y se van dando cuenta. Mi hijo ma-
yor me decía “mamá, no te puedes dejar pegar”.

La violencia se acepta por la culpa. Yo al menos sentí eso. Él fue tan manipu-
lador que le reconoció a mi hija y llevaba su apellido. Pero en la realidad no
era un buen tipo. No me dejaba que usara pantalón apretado o escote. Tenía
que usar calentador6, zapatillas, ropa floja. Si salía vestida de otra manera era
porque iba a buscar a otro. Él siempre fue el machista de la casa. El machis-
mo es cuando la mujer acepta todo lo que el hombre hace y dice. (Carmen,
narrativa, 5 de julio del 2013).

5
Nombre real, su uso fue autorizado sin usar su apellido.
6
Se refiere a chándal o traje deportivo.

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Paz Guarderas

En búsqueda de seguridad
Al llegar al Centro tenía claro que quería terminar de una buena vez con esa
situación. Al principio quería un apoyo para ver si él lograba cambiar. Fue
inútil. Al ver que no había interés definí que quería divorciarme. Mis hijos
mayores ya estaban casados. Ellos me habían dicho que no me dejara golpear
más. Pero quedaban los dos pequeños y ellos seguían diciendo “mi papito”.

En el Centro no encontré lo que buscaba inicialmente. Encontré más seguri-


dad cuando, con mi abogada del Centro, vinimos a la comisaría. Iniciamos el
proceso de sacarlo de la casa. Al mes se volvió a meter. El comisario dio una
orden en la que indicaba que el señor podía entrar siempre y cuando hubiese
una entrada independiente y un departamento disponible donde él pudiera
vivir. Los mismos agentes de la policía que le habían sacado de casa ahora le
hacían entrar, pese a que no había una entrada independiente. ¿Para qué ser-
vía entonces la boleta de auxilio7? Lo más incoherente era que quien me la
dio, al cabo de un tiempo permitió que él entrara. En una semana él constru-
yó un cuarto en la terraza. Compró hierro, “eternit”, 8 bloques y listo. Y que de
ahí no le saquen.

Entonces mi caso pasó a la fiscalía. La policía investigó, tomaron fotos del lu-
gar y se hizo todo el procedimiento. El fiscal, al conocer el hecho, dio la or-
den de tirar esa nueva construcción. Pero aun así la nueva comisaría le dio
toda la razón al señor.

El problema se siguió agravando. Intentó secuestrarme algunas veces. La pri-


mera vez él presentó pruebas para desmentir mi versión. La comisaria le cre-
yó, estaba de lado de mi ex marido. Creo que su abogada negoció con ella.
Probablemente hubo corrupción. Ella defendía su posición diciendo: “Esas
mujeres abusivas. Los maridos se van a España, se sacan la madre trabajando
y cuando vuelven ellas no les quieren dejar entrar en sus propias casas”. Ella
decía que había pruebas de que yo le había quitado la casa. Pero eso no era
cierto. Ya no era posible la convivencia. La comisaria quería tapar el sol con
un dedo y negar toda la violencia que había vivido; al final sabía que estaba
perdida. Incluso entiendo que la multaron. Yo quedaba como la loca, pero te-
nía mis testigos. Quien investigó fue el fiscal.

Hubo otros intentos de secuestro y el fiscal ordenó que el Programa de Vícti-


mas y Testigos me protegiera. Tenía dos agentes que cuidaban de mí y sí fun-
cionó, solo tenía que llamar y ellos iban. Me decían que si salía les llamara

7
Son las medidas de protección para las víctimas de violencia intrafamiliar que son de aplicación obligatoria de
acuerdo a la ley ecuatoriana contra la violencia a la mujer y la familia (Ley 103) vigente hasta febrero del 2014.
8
Se trata de la marca de cubiertas de fibrocemento usadas comúnmente en las construcciones populares.

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La violencia de género en la intervención psicosocial en Quito

para que me acompañaran. No sé por qué intentaba secuestrarme, creo que


quería deshacerse de mí. Mi vida estaba en riesgo.

La demanda continuó. Hace algún tiempo logré divorciarme y mi vida está


mucho mejor. Quienes más me han ayudado en este proceso legal han sido
mi abogada, el fiscal y la trabajadora social de Quitumbe. Tuve la suerte de
encontrarme con esas tres personas. Cuando no hay esa suerte se tiembla y
se vuelve a la situación de siempre. (Carmen, narrativa, 5 de julio del 2013).

Miedo a ser señaladas y quedarse solas


Salir de la violencia depende de una, pero hay muchas mujeres que no lo-
gran. Mis vecinas, por ejemplo, cargan culpas. Se preguntan: “¿cómo le voy a
dejar a mi maridito?”

También tienen miedo a la soledad. El miedo se da principalmente por los hi-


jos pequeños. Miedo de lo económico y de que crezcan sin padre. A veces
también es un chantaje de que los hijos se irán con el papá. Incluso los pro-
pios hijos a veces piensan “si el papito se va yo me voy con él”. Las mamás
tenemos miedo de quedarnos sin un hijo pequeño porque creemos que aún
necesita nuestro cuidado y atención. Pero los hijos crecen, se casan y se van
y el marido sigue igual. Esas ideas hacen que algunas mujeres piensen “aun-
que pegue o mate estamos juntitos y aquí no pasa nada”.

El miedo también es a ser señalada. Yo tenía amigas que ya no son más, tras
mi divorcio se alejaron. El otro día sucedió algo. Había una reunión y mi ve-
cina me dijo que no me invitaban porque las otras invitadas habían dicho:
“¿Es casada? ¿Tiene marido? ¡No! ¡Imagínate! No vale invitarla porque vaya
a ser que nos robe el marido”. Entonces comentamos con la vecina y le dije
que no quería que me llevara, que se quede tranquila y no se preocupe. Se-
guimos siendo amigas, conversamos, nos reímos, salimos a caminar, pero yo
no voy a sus fiestas ni reuniones.

Son las propias mujeres las que señalan. En mi barrio es así porque las perso-
nas se conocen. Y todo el mundo sabe lo que pasa en la manzana. Un día lle-
varon a una virgencita para rezarle el rosario en mi casa. Y justo toparon un
tema de la biblia de la samaritana. Fuimos opinando. Ellas empezaron a de-
cirme que el tema me ha dado en el clavo. Yo les paré el carro. Les dije que
efectivamente ese tema había tocado en mi casa, pero que eso no les autori-
zaba a juzgarme. Les aclaré que no vivía de sus opiniones y que tampoco
buscaba su amistad. Todas se quedaron mirándome sorprendidas.

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Paz Guarderas

Esto sucede también en la iglesia. Si vas sola te quedan viendo mal. Yo inclu-
so me he retirado. No voy a misa porque no me aceptan. Pero no me hago
problema porque puedo ir a caminar y tener mi contacto con dios. (Carmen 5
de julio del 2013).

Aprendí que nunca estaba sola


La fortaleza interna que tengo es fruto de un taller de sanación espiritual. En
el Centro me hablaron de este curso. Era caro y eran varios días. Les dije que
no tenía los recursos suficientes pero ellas me insistieron. Me inscribieron.
Fui con recelo. No tenía para comer y tenía que llevar los veinte dólares dia-
rios.

Era un curso con un hombre sabio. Participamos otras mujeres que también
habían pasado por situaciones de violencia, las personas que trabajaban en
los centros y había algunos chamanes.

El taller nos enseñó a sentir que nunca estamos solas y a la naturaleza como
compañía: el aire, el sol, la madre tierra, la lluvia, el fuego. A las piedras
como nuestras abuelas. Al principio me causaba chiste eso de tener el apoyo
de una piedra y hasta me dormía. Pensaba: es una estupidez, tanto charlatán,
ya no saben qué inventarse.

Pero había algo que me retenía. Así empezó mi sanación, basada en el trabajo
con piedras. Hicimos “temazcal”. Las piedras ayudaban a limpiar los chacras
y sacar las malas energías. Saqué todo ese sufrimiento, aquello que me hacía
pasar los días llorando. Escribimos lo negativo, lo quemamos en una fogata y
lo enterramos en el Ilaló. Esa fue mi sanación, mi limpieza espiritual. Tengo
que subir a agradecer a la loma.

Me di cuenta del cambio cuando un día que salí a la calle. Aún no había ter-
minado el curso. Y hubo un nuevo intento de secuestro. No tuve miedo ni re-
gresé a mirar, solo dejé que mi cuerpo fluya. Y de ahí nunca más.

Cuando terminé el curso fue increíble, no había nada de miedos, de temores,


resentimientos, ni odios hacia ese hombre. Fue un trabajo energético y de
conciencia. Fue espiritual y emocional. Me permitió ver tantas cosas bellas
que nos trae la vida. Y aquí estoy sin miedo. (Carmen, narrativa, 5 de julio del
2013).

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La violencia de género en la intervención psicosocial en Quito

El miedo: mecanismo de perpetuación de la violencia de género


Una de las líneas de debate en relación con la violencia de género es la que apunta a su
origen y perpetuación. Según Carmen, esta se origina en el machismo. En diversos en-
foques de los feminismos se sostiene que el machismo, como manera de relacionarse,
está legitimado por el sistema patriarcal y que éste sería el origen de la violencia (Mi -
llet, 1969/2010).

Tal afirmación sobre el origen y la perpetuación de la violencia no da cuenta de su


complejidad, por lo que se han desarrollado otros modelos explicativos. Unos conside-
ran múltiples variables, como lo plantea Sandra Stith y Sara Farley (1993): la observa-
ción de la violencia durante la infancia, el enfrentamiento a situaciones de estrés, la
actitud de aceptación de la violencia marital, el nivel de aceptación de la igualdad en
los roles sexuales, el nivel de alcoholismo y el nivel de autoestima. Otros modelos par-
ten de una “perspectiva ecológica”, como lo indica Lori Heise (1998), e intentan com-
prender la violencia considerando lo social, lo comunitario, lo familiar y lo individual.
Más recientemente Esperanza Bosch, Victoria Ferrer, Virginia Ferreiro y Capilla Nava-
rro (2013) han planteado un modelo piramidal con cinco escalones: sustrato patriarcal,
procesos de socialización, expectativas de control, eventos desencadenantes y violen-
cia desatada contra las mujeres. Estos estudios apuntan a la relación entre víctima/mu-
jer y victimario/hombre. Carmen alude a las relaciones sociales como responsables de
perpetuar la violencia, mostrando la violencia más allá de esta relación dicotómica.

Carmen destaca el control social que ejercen las vecinas y los feligreses. Sus argu -
mentos coinciden con los de Michael Hardt y Toni Negri (2002, p. 37-53) al referirse a
la “sociedad de control” como el poder de vigilancia extendido a los miembros del con-
junto social, pues implica que han internalizado las normas y criterios que definen lo
posible y aceptado, y lo que no lo es. Quienes instauran el miedo no solo son los per-
petradores de la violencia. Vecinas y feligreses establecen el orden y ejercen violencia
de género de maneras sutiles, escurridizas.

En su narrativa Carmen enfatiza en el miedo como parte de la dinámica que opera


en la perpetuación de la violencia. Este énfasis, en la reiteración de la palabra "miedo"
condensa los sentidos de la violencia, pero no aborda únicamente el miedo al que alu -
de Marcela Lagarde (1990/2011, p. 281): esa “fuerza (que) gira en torno al atemoriza-
miento y a la humillación de la víctima, (que) recalca las diferencias jerárquicas entre
los géneros y simboliza el sometimiento de la mujer al poder físico y político del hom-
bre”. Carmen va más allá de la relación con el agresor, que se expresa en el miedo al
golpe o la humillación, cuando menciona el miedo a ser señalada. Se trata entonces de
un miedo material y simbólico.

90
Paz Guarderas

Si el miedo es un factor perpetuador de la violencia, como indica Carmen, la fun-


ción fundamental de los servicios es la de proteger, argumento que coincide con lo
apuntado por Camacho y otras autoras (2010, p.205). La denuncia no se realiza necesa-
riamente para sancionar a los agresores, sino para obtener protección.

Los servicios, según Carmen, deben brindar seguridad. Esta es la protección mate-
rial y simbólica que requieren quienes viven situaciones de violencia. No porque son
débiles o incapaces, sino porque están tomadas por el miedo. Si bien, como diría María
Jesús Izquierdo (2007), las leyes y servicios alimentan los estereotipos de mujer y hom-
bre puesto que colocan a la mujer como quien debe recibir protección y al hombre
como quien debe recibir un castigo, no es menos cierto que el proceso de sometimien-
to cala profundamente en la subjetividad y en el cuerpo de las mujeres. El miedo es
una reacción frente a la posible ruptura del sometimiento. Se activa cuando se rompe
el orden por el temor al castigo simbólico pero también material. La protección de los
servicios es necesaria para preservar a quien enfrenta dichas situaciones.

Carmen indica que los servicios dotan de seguridad y protección de manera aza-
rosa. Es la suerte la que pauta el camino a recorrer. Los servicios son necesarios para
modificar la situación pero no siempre se activan de manera idónea. Depende, como
señala Carmen, de las relaciones que se establecen. En el caso de Carmen ella respon-
día a la “usuaria ideal”, su caso era considerado un hito en la actuación adecuada del
sistema. Actuación pautada también por la buena relación con la abogada, el fiscal y la
trabajadora social. Pero pese a ello la ruta sigue siendo crítica (Cuvi, 1999). Carmen
apunta hacia la corrupción como una posible causa para que ciertas funcionarias o
funcionarios no protejan a quien recibe la violencia, sino a quien agrede. Los servicios
pueden ser cómplices del mantenimiento del orden patriarcal o pueden modificarla,
dependiendo de la relación.

Aunque en los servicios se puede encontrar protección (si se activan las relaciones
adecuadas), ese miedo no se supera solo a través de los procesos institucionalizados
por el Estado. Para Carmen hay otros espacios curativos ancestrales que trabajan sobre
el cuerpo en los que se logra superarlo.

Años de persecución por mi orientación sexual


Nora9 tiene 42 años. Se considera blanca, de clase media y lesbiana. Vive con su pareja
hace más de diez años. Vive en el centro de la ciudad. Actualmente administra una ca-
fetería.

9
Nombre ficticio solicitado por la protagonista para que su identidad quede protegida.

91
La violencia de género en la intervención psicosocial en Quito

Quitarme mi “lesbianidad”
Esa vez se le pasó la mano a mi hermano. Me agredió al salir del baño. Yo es-
taba desnuda. Tenía una toalla en la cabeza y con la otra tapaba mi cuerpo.
Me cayó a palazos. ¿El motivo? Había comenzado a tener problemas con su
hija. Ella fue a vivir conmigo en el departamento de mi mamá. Llegó con sus
dos hijos. Eran ajenas para mí. Mi sobrina decidió contárselo a su papá.
Cuando él llegó, el descalabro fue total. Lo que querían es que dejara el de-
partamento, querían sacarme. Los dos me pegaban e insultaban. Luego llegó
mi mamá. Ella lo tomó como un conflicto de familia. No vio la dimensión del
problema. Pero yo creo que en realidad sucedió así porque mi mamá nunca
aceptó mi lesbianismo y más bien quería quitarme mi “lesbianidad”, sí esa es
la palabra. Siempre tuve conflictos con mi familia. Sobre todo tuve problemas
con mi hermano mayor. Esta no fue la primera agresión, desde niña él me
agredía.

Hace diez años que estoy con mi pareja y mi madre siempre creyó que yo an-
daba en pasos malos. Vinculaban mi relación con borracheras, con cosas ba-
jas. Siempre me molestaban. Pero ya era una mujer de treinta y pico, hecha y
derecha. Lo cierto es que siempre me contradecían en todas mis decisiones.
En otras palabras no me dejaron hacer lo que yo quería con mi vida. (Nora,
narrativa, 11 de mayo del 2012).

Entre prejuicios y buenas voluntades ninguna salida


Trabajé en Amnistía Internacional. Allí presenté el caso de la violencia en mi
familia y en el barrio por ser lesbiana. En ese entonces vivía con mi pareja en
el departamento de mi mamá. Allí las dos éramos mal vistas. Cuando ingresé
en Amnistía puse énfasis en el Informe de la situación de gais y lesbianas en
el Ecuador. Fue el primer informe presentado por sobre este tema. Esto fue
en 2002.

He hecho varias denuncias. La primera vez, hace ocho años, fuimos a poner
una denuncia en la comisaría llegamos mi pareja y yo y no nos “pararon
bola”.10 Nos hicieron caso en el momento en que mostré que estaba golpeada.
De tanto insistirles nos tomaron la denuncia. Creían que me había golpeado
mi marido. Cuando le dijimos que fue por ser lesbiana y que las dos éramos
pareja, empezó el maltrato. Era una comisaría nacional, en ese tiempo aún no
había las comisarías de la mujer y la familia. Me empezaron a preguntar lo
que había hecho para que me golpearan. Me decían “usted les debe haber di-
cho o hecho algo”. Ellos nos quedaban viendo, sus miradas eran de morbo. El

10
Expresión que significa "no nos prestaron atención".

92
Paz Guarderas

comisario en el momento que tenía que firmar desapareció. Y tuvimos que


esperar a que se dignara a volver. Se demoró el proceso como cuatro horas.

También he acudido a apoyo psicológico. Fui a una fundación donde el psicó-


logo me dijo: “tú no eres lesbiana”. Yo pensaba ¿por qué me quieren arrebatar
mi lesbianidad? Hay gente que me dice que soy lesbiana por mi historia de
violencia o porque no he encontrado al hombre indicado. Yo salí de este pro-
ceso más descuadrada de lo que llegué.

Volviendo a lo legal en la última denuncia, hace un año, fui a la policía judi-


cial. La chica me tomó la declaración. Pero nada de lo que le dije escribió.
Anotó “fue agredida por el hermano con un palo en el cuerpo desnudo”. Yo le
dije: “quiero que quede constancia que lo sucedido es por mi orientación se-
xual. Mi vida está siendo afectada por un miembro de mi familia. Quiero reci-
bir protección del Estado, que cambien mi identidad”. Pero la policía que me
atendió no escribió nada. Yo incluso me molesté. Cuando me entregó la hoja
de la denuncia solo estaban escritas tres líneas. De ahí también nos remitie-
ron a la comisaría de la mujer. Fuimos al centro, a Las Tres Manuelas. Allí co-
gieron nuevamente la denuncia.

Luego fuimos al abogado del centro de La Delicia. Llevamos la denuncia para


hacerle la citación. En ese momento nos llamó mi hermano para amenazar.
Nos dijo que si poníamos una denuncia les iba a pasar algo a mi pareja y a su
hija. Nos dijo que conocía dónde trabajaba. Esa amenaza nos amedrentó. No
le di trámite y me quedé con el escrito del abogado en las manos. Con protec-
ción hubiésemos seguido el proceso. Incluso el abogado nos dio la opción de
ir a Bélgica como asiladas. Pero no era seguro. Además necesitábamos tener
dinero. La falta de dinero y la amenaza nos hizo parar el proceso. Mi herma-
no es una persona de cuidado, está involucrado con coyoteros. 11

En una ocasión también hice una denuncia a nivel internacional a través del
Ministerio de Relaciones Exteriores con la Comisión Ecuménica de Derechos
Humanos (CEDHU). Presenté mi expediente con todas mis denuncias. De
esto se desprendió que en el Plan Nacional de Derechos Humanos de aquel
entonces se iba a incluir el tema de las lesbianas, a través de la participación
de organizaciones en este proceso. Yo estaba en Amnistía, pero esta instancia
no podía formar parte de una coalición de organizaciones. Ahí me pidieron
que me involucrara como fundación y creé la mía: Fundación Tina Brandon.
Ahí surgieron otras tensiones con las otras organizaciones de gais y lesbia-
nas.

11
Nombre que reciben quienes pasan a los migrantes de un país a otro de manera irregular, a cambio de cuantiosas
sumas de dinero.

93
La violencia de género en la intervención psicosocial en Quito

La CEDHU nos apoyaba para salir del país, pero todo quedó en nada porque
no teníamos recursos. Hemos salido incluso en medios de comunicación. Par-
ticipé en la rueda de prensa en la que expuse que en el Ecuador éramos vícti-
mas de violencia por nuestra orientación sexual. Llegó una representante de
Amnistía de Bélgica, hizo un reportaje de mi caso y otros. En el reportaje
muestra también que existe el día del orgullo gay, que una vez al año este
grupo puede salir a la calle y mostrar su orientación sexual. Abordaba tam-
bién las discotecas y lugares donde sí pueden estar las diversidades sexuales.
Pero no creo que estos ejemplos impliquen ningún avance. No se trata de te-
ner discotecas. Se trata, como le mencioné a una ex concejala que trabajaba
estos temas en el Municipio de Quito, de tener espacios culturales y educati-
vos donde se trate el tema abiertamente para romper estereotipos.

Es así que no he podido salir de esto. Doce años de persecuciones por mi


orientación sexual. Algunas buenas voluntades. (Nora, narrativa 11 de mayo
del 2012).

De la violencia de género al género como violencia


Nora pone en evidencia la violencia de género por orientación sexual, violencia expre-
sada en la noción de “quitar la lesbianidad”. Ella acude a los servicios por un caso de
violencia intrafamiliar, sin embargo, en su narrativa señala que la violencia es ejercida
no solo en el seno de su familia sino también en las instituciones.

Pese a que desde hace años Nora ha apoyado la problematización de este tipo de
expresión de la violencia de género, hasta el momento no se han dado pasos firmes a
nivel institucional para erradicarla. Ella denuncia cómo esta manera singular de la vio-
lencia de género es omitida y perpetuada en los servicios judiciales y psicológicos bajo
los cánones de la heteronormatividad.

Las instituciones pretenden quitarle su lesbianidad por invisibilización o por seña-


lamiento. En las relaciones con los funcionarios y funcionarias se activan interpelacio-
nes normativas (Butler, 1997/2001) que la marcan como “otra” y, por esta marca, las
instituciones no le han dado solución. Esta marca puede ser por transparencia o por
opacidad, como indican Carmen Romero y Silvia Dauder (2003). Por transparencia
cuando se omite la vinculación de su orientación sexual con la violencia. Por opacidad
cuando la interpelación de la orientación sexual es la que marca el tratamiento psico -
lógico o cuando el morbo entra en juego en la relación usuaria-funcionaria.

En el ámbito de la atención psicológica Nora plantea al género y su instauración


normativa como una violencia, y a la psicología como una forma de violencia de géne-

94
Paz Guarderas

ro. Es una violencia que actúa silenciosamente y es legitimada, que persigue a los
“cuerpos indisciplinados” que escapan de la heteronormatividad para normalizarlos
como diría Nicholas Rose (1998). Para Teresa Cabruja (2007) la psicologización, el si-
lenciamiento y la psicopatologización son formas de violencia de la psicología hacia
las mujeres. Y como Nora lo corrobora, el intento de quitarle su lesbianidad es una es-
trategia normalizadora de la práctica psicológica.

En relación con los servicios legales y sociales Nora abre nuevas lecturas en con-
sonancia con los trabajos de Bárbara Biglia y Conchi San Martín (2007), Eva Gil e
Imma Lloret (2007) y Adriano Beiras, Maristela Moraes, Roberta de Alencar-Rodriguez
y Leonor Cantera (2012, p. 42) referidas al sujeto de la violencia de género. En los ser-
vicios este sujeto es “la” mujer. El énfasis en el artículo singular se debe a que al tratar
este fenómeno, la categoría que se activa con mayor fuerza es la de “género”, limitando
su significado a la relación hombre-mujer. Esto no niega que efectivamente quienes
ocupan la posición de mujer enfrentan más comúnmente violencia y que esta situación
ha sido naturalizada. Pero como indica Nora, el énfasis en “el” género y la omisión de
otras categorías como la orientación sexual, marcan su trayectoria.

La ruta se vuelve más crítica cuando la persona que vive situaciones de violencia
se aleja del lugar “mujer víctima de violencia”: cuerpo de mujer, clase media o baja, he-
terosexual, mestiza. Nora muestra las innumerables veces que acudió a las más diver-
sas instituciones pero no obtuvo una respuesta. En algunos casos por prejuicios y este-
reotipos, en otros porque se quedaron en buenas intenciones.

No me sentí vulnerable
Daniela12 tiene 30 años. Es soltera y no tiene hijos. Nació en Quito. Vive en el norte.
No se considera de ninguna etnia, pues cree que es difícil marcar a las etnias en una
ciudad. Es de clase media-alta y trabaja en la universidad.

Terminé la relación
Una vez viví un episodio de violencia física con un novio. Fue hace dos años.
No acudí a ningún servicio. No lo estimé necesario. Fue una vez. Terminé con
la relación, ¡obviamente! No me sentí afectada emocionalmente. No tenía
tanto vínculo emocional con esa persona. Solo tenía rabia de que me hubiese
pasado. Además pude controlar bien la situación. Estaba sola en mi casa. No
dejé que se agrandase más de lo que debía y no volví a escuchar de él.

12
Nombre ficticio solicitado por la protagonista para que su identidad quede protegida.

95
La violencia de género en la intervención psicosocial en Quito

Nunca me demostró violencia antes. Si así hubiese sido no habría seguido


con él. No creo que haya sido una persona violenta. La violencia nació por-
que yo estuve en esa relación sin querer estarlo. Él se daba cuenta. A mi fa-
milia le gustaba, a mis amigos también. Fui la única que dejó que esto siga.
Las veces que intenté terminar con la relación no lo logré. Hasta que ese día
él explotó. Y de ahí creo que se originó su violencia.

Mirando en retrospectiva no siento que debí denunciarlo. No sé por qué. Si


una amiga viene con un caso así le diría que lo haga, que no deje que eso
pase. En mi caso quizás no lo hice porque me sentí culpable. Y porque creo
que él no lo repetirá. Es una persona inteligente. Seguramente se siente mal
por eso todos los días. No creo que ni su familia lo deje repetir eso. Ni él mis-
mo, no creo que sea así. Creo que reaccionó mal porque estaba guardando
muchas cosas que nunca las sacó.

La violencia nunca es la solución. Pero en nuestro caso fue lo mejor que pudo
pasar. Fue ese episodio el que permitió que termináramos. Ninguno de los
dos soltaba la relación. Para evitar esta situación debimos separarnos a tiem-
po. En realidad nunca debimos haber empezado. Creo que él sí sentía lo que
decía pero yo no. Yo fui la que buscó extrapolar la relación. Me dije: “capaz
que de allí surge algo”.

Durante el episodio de violencia actué tranquila. Cuando me di cuenta de


que no lo podía calmar, empecé a utilizar factores psicológicos para bajar su
agresividad. Eso funcionó. Reaccionó. No podía sacarlo de casa sin tener las
llaves y éstas estaban entre él y yo. Entonces cuando logré calmarlo pude sa-
lir del cuarto. Cuando salí del cuarto me moví alrededor de la mesa del come-
dor para que no se me acercase más. Agarré una escoba y le dije: “te largas”.
Al irse dejó su billetera. Tuve que llamarlo para que la recogiera. Volvió e in-
tentó abrazarme a la fuerza. Ahí le dije: “lárgate no te quiero volver a ver”. Al
día siguiente llamó a disculparse. Le dije que sus disculpas no me servían de
nada y que tenga una buena vida. Eso fue lo último que supe de él.

Esto sucedió en la madrugada. A la mañana siguiente mi hermano fue a mi


casa. Le conté lo sucedido. Antes no busqué protección ni apoyo. No creo que
sea una persona violenta. No creo que él sea capaz de hacerle eso a nadie. Tal
vez me equivoco, debí haber dejado un precedente y denunciarlo. Solo por
intuición no lo hice. No creía que pudiera entrar a mi casa sin mi permiso.
No me sentí vulnerable frente a él. Tampoco sentí necesario un apoyo psico-
lógico porque él nunca tuvo influencia sobre mí.

Esta situación no ha dejado en mí una huella consciente. Tal vez inconscien-


temente tengo alguna clase de miedo de hacer las cosas mal. No es por el he-
cho en sí mismo. Es por toda la situación. Por estar con alguien con quien no

96
Paz Guarderas

debía estar. Luego de esta relación he tenido dos relaciones importantes. Pero
creo que soy yo quien tiene un problema de fondo. Nunca he tenido una rela-
ción sana. No sé si es por esa situación específica, o si son otras experiencias,
o son mis propios miedos. Pero nunca he vuelto a vivir una situación de vio-
lencia. Al menos nunca he percibido violencia en mis relaciones. Tal vez ten-
go miedo de eso, de que me ofendan de alguna manera y que tenga que reac-
cionar. No sé si estos miedos son a partir del incidente o de antes.

He ido a varios psicólogos desde que tengo quince años. Ahora he encontra-
do alguien que ha hecho un efecto en mí. Sentía que los otros eran una pérdi-
da de tiempo y de dinero. En este espacio no he hablado del episodio de vio-
lencia porque este evento para mí no fue tan importante.

El otro día le vi al sujeto en mención en una discoteca. Él se fue, se siente


mal. Yo no le tengo ni resentimiento ni nada. (Daniela, narrativa, 8 de no-
viembre del 2011).

La inseguridad del hombre


El origen de la violencia es múltiple. En primer lugar es el machismo. Es una
cuestión cultural. Ahora las mujeres están tomando más fuerza y los hom-
bres se sienten menos hombres, debe ser duro para ellos. Necesitan mostrar
de alguna manera que siguen siendo los jefes de familia. En segundo lugar,
supongo que las familias como núcleo no están bien formadas. En tercer lu-
gar creo que influye la pobreza, pese a que sucede en todos los estratos eco-
nómicos. Pero creo que influye la parte económica. No sé cómo una mujer
que tiene un proceso de violencia permanece en él. En mi caso fue solo una
vez y nunca más volvería a dejar que suceda. Pero algunas mujeres tienen
que preocuparse por otras cosas también. Debe ser difícil pensar que tengo
que ir a denunciar a alguien que, aunque sea, me da dinero. En cuarto lugar
la inseguridad de los hombres. De mi experiencia, ellos no creen ser parte de
la familia, sino solo que aportan económicamente. Finalmente creo que es la
crianza, si un hombre ve violencia puede creer que ese es el modelo.

Creo que para salir de esta situación es importante que el hombre tenga más
seguridad y educación para darse cuenta de que está mal. (Daniela, narrativa,
8 de noviembre del 2011).

97
La violencia de género en la intervención psicosocial en Quito

Acomodando lo público a lo privado


Daniela aporta tres elementos: los efectos de la concepción de víctima en los servicios;
la necesidad de enfatizar la mirada en el rol del hombre como una estrategia para su-
perar la violencia de género; y la psicologización de la violencia de género.

Daniela evidencia lo que María Jesús Izquierdo (2007) plantea con respecto a las
leyes (y yo añadiría los servicios de atención en violencia). Éstas alimentan una falsa
dicotomía antes mencionada: la idea de mujer víctima, objeto de protección, versus la
de hombre victimario, objeto de castigo. Si no se responde a la “interpelación” (Butler,
1997/2001) de víctima, no se considera necesario denunciar la violencia. La concepción
de víctima necesariamente remite, como indica Daniela, a la de persona vulnerable ne-
cesitada de protección. En dos casos antes anotados, este sentido es necesario en los
servicios cuando el miedo se encarna. Pero cuando la violencia no responde a esta ca-
tegoría ocurre lo contrario: no se la denuncia ni se evidencia el problema.

En relación con el segundo aporte de Daniela es necesario volver la mirada a la


manera en que se construye “el hombre” en la sociedad ecuatoriana. Ella apunta al de -
bate de las masculinidades, debate poco aterrizado en los servicios. Si bien en algunos
Centros se ha intentado trabajar con los agresores, la experiencia ha sido compleja
porque, desde mi perspectiva, ha estado mediada por una concepción “familista” (Ca-
macho et al., 2010, p. 202): parte de la necesidad de devolver el equilibrio en el sistema
familiar; esta lectura no enfatiza en las relaciones de poder ni en el conflicto, sino en la
necesidad de mantener el orden.

Volviendo al punto de vista de Daniela, la erradicación de la violencia pasa por


considerar la inseguridad de los hombres. Daniela llega a la misma conclusión que Da-
vid Gilmore (2008) y Michael Kimmel (2008): la violencia de los hombres hacia las mu-
jeres radica en que él se siente inseguro e impotente y necesita mostrar su hombría o
su poder mediante la violencia. La violencia no solo proclama la masculinidad tradicio-
nal, también la restaura. Siguiendo a Adriano Beiras y Leonor Cantera (2012) “los
hombres solo son considerados «legítimos hombres» al aportar determinadas caracte-
rísticas tales como fuerza física, violencia, dominación del femenino y de otros hom-
bres que no presenten estas características hegemónicas” (2012, p. 256).

Otra arista de la violencia de género que se abre con los aportes de Daniela es la
de “la construcción patriarcal de la masculinidad” (Kimmel, 2008). Se trata de la violen-
cia simbólica que asigna roles aprisionadores a hombres y mujeres. La masculinidad
como dirá Victor Jorquera (2007, p. 133) es parte de códigos y prácticas insertos en un
“juego de relaciones estratégicas generizadas de poder”.

98
Paz Guarderas

Finalmente, Daniela devela otro elemento clave: la violencia de género no necesa-


riamente es un tema que deba ser abordado a nivel psicológico. No se trata de “acomo -
dar lo público a lo privado” en contraposición a la tarea que se ha propuesto el femi-
nismo, hay una “estrategia de poder que tiende a psicologizar la subjetividad, apre -
miándonos a buscar soluciones biográficas a contradicciones sistémicas” (Jorquera,
2007, p. 132). Se trata de politizar los cuerpos rompiendo con los dualismos identitarios
y los psicologismos, es en esta arena como diría Jorquera (2007, p. 137) en la que hay
que resituar a la violencia de género.

Puntadas finales
Construir nuevos sentidos sobre la intervención psicosocial en los casos de violencia
de género ha implicado, en primera instancia, ampliar el concepto. La violencia de gé-
nero no se reduce a la intrafamiliar. Esta violencia no es solo la que tiñe de rojo los pe-
riódicos o la que humilla o deja marcas en el cuerpo, la que se aborda en leyes y se
atiende en los servicios. También se expresa de maneras más sutiles, en ocasiones so -
terradas. Y de formas descarnadas pero omitidas.

La violencia de género aparece como un entramado complejo material y simbólico


constituido por discursos y prácticas hegemónicas heteropatriarcales atravesados por
concepciones racistas y clasistas que colocan a ciertas posiciones de sujeto en situa-
ción de inferioridad y desigualdad. Discursos que se activan en las relaciones familia-
res, de noviazgo, comunitarias, barriales, institucionales. Y es un mecanismo para, en
última instancia, perpetuar las relaciones desiguales de poder.

La concepción de dicha violencia y sobre las usuarias marcan las trayectorias en


los servicios. Las narrativas evidencian que si se ocupa las categorías esperadas de mu-
jer, heterosexual, “víctima” y se acude a los servicios por violencia intrafamiliar es pro-
bable que el camino sea menos tortuoso (si se logran buenos vínculos y se escapa de la
corrupción).

Las instituciones interpelan a quienes acuden en busca de protección. Si la perso-


na no responde a la categoría esperada la ruta se complica. Ser homosexual marca la
trayectoria por omisión o por señalamiento. Y no se logra obtener aquello que el servi-
cio puede y debe hacer. Es así que en estas relaciones institucionales la activación del
género como categoría normativa es lo que violenta. El ordenamiento de los servicios
resulta patriarcal.

Las narrativas evidencian que las instituciones conciben y actúan de ciertas ma-
neras y estas concepciones y prácticas pueden tener efectos alejados de lo esperado.

99
La violencia de género en la intervención psicosocial en Quito

Tal es el caso de la idea de “víctima”. Si bien en unas situaciones esta figura permitió
activar el sistema de protección, también es la que aleja a otras que no se conciben
como tales.

La violencia de género se sustenta en el mantenimiento de un orden heteropa-


triarcal hegemónico. Este sistema actúa con eficiencia porque las dinámicas del poder
calan en las subjetividades. Sujetadas y sujetados a esos discursos, subvertirlos o rever-
tirlos amenaza a la esperada narración unívoca de la identidad de “la” mujer o de “el”
hombre. Esto produce miedo y tristeza. Encarnar el miedo y el sufrimiento mantiene a
las mujeres en la violencia. Subvertir este orden puede requerir de apoyo y esta puede
ser una función de la intervención psicosocial. Pero no es una condición imprescindi -
ble.

También se plantea la ruptura de la dicotomía hombre/victimario y mujer/vícti-


ma. Esta idea no implica que no sean las mujeres las principales afectadas por esta vio-
lencia, pero hay dos elementos que las autoras/participantes indican los cuales com-
plejizan esta lectura. Por un lado hombres y mujeres están sometidos al poder patriar-
cal y a sus complejos mecanismos de funcionamiento. Y por el otro la familia, las veci -
nas, los miembros de la iglesia, los propios servicios ejercen violencia de género en la
cotidianidad, actuando como “guardianes del orden”, quizás sin quererlo ni saberlo, en
ciertos casos.

La intervención psicológica basada en la terapia individual —como espacio de es-


cucha que no orienta ni juzga—, es tan válida para salir adelante como otras experien-
cias ancestrales que privilegian los rituales colectivos. Ambas prácticas pueden estar al
servicio de la perpetuación del orden hegemónico, pero también al de la emergencia de
nuevos (des)órdenes sometidos, soterrados, creados y recreados.

Resta enunciar el desafío de los servicios para dejar de acomodar lo público a lo


privado y judicializar o psicologizar la violencia de género. La apuesta de las políticas
es trabajar en la construcción de nuevos discursos y prácticas emancipadoras para
hombres y mujeres; el sistema de justicia y la psicología deberían estar a su servicio.

Resumiendo, las producciones narrativas realizadas contribuyen a construir nue-


vos sentidos en relación a la intervención psicosocial en situaciones de violencia de
género. En primer lugar las concepciones sobre la violencia de género van más allá de
la violencia intrafamiliar; los servicios tienen el desafío de reconocer las diversas ex-
presiones de esta violencia para brindar una atención idónea. En segundo lugar la in-
tervención psicosocial en los casos de violencia de género tiende a homogeneizar a las
mujeres; es necesario complejizar sus miradas sobre quienes acuden a los servicios. En
tercer lugar, los servicios de atención reducen a la mujer como víctima y al hombre

100
Paz Guarderas

como victimario; se requiere romper esta dicotomía y mirar el entramado complejo


institucional, barrial, familiar que condicionan los roles de hombre y mujeres y que
perpetúan mediante diversas violencias un orden hegemónico.

Para cerrar, tejer narrativas ha sido desafiante y placentero. He evitado caer conti -
nuamente en la trampa de la representación como diría Gayatri Spivak (1988/1994),
destejiendo y entrelazando los hilos del texto varias veces. El disfrute de tejer a varias
manos ha sido la tónica de esta investigación. Es posible construir teoría desde las par-
ticipantes. Espero que este artículo provoque nuevas preguntas. También que sus na-
rrativas se perpetúen como las colchas de mi abuela que siguen cubriendo la cama de
mi hijo Lorenzo.

Agradecimientos
Este trabajo se ha realizado en el marco del programa de doctorado en Psicología So-
cial de la Universitat Autònoma de Barcelona. Agradezco a Marisela Montenegro, a
María Cuvi, a Nicolás Cuvi y a las lectoras o lectores de la Revista Athenea Digital por
sus agudos comentarios. Esta investigación ha sido realizada gracias al financiamiento
de la beca doctoral de la SENESCYT-Ecuador.

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