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Juan Jover Martínez Grupo 4

Principio non refoulement


La figura del refugiado ha sido objeto de regulación convencional en el seno de la ONU,
siendo dos los instrumentos adoptados a este respecto. Las principales aportaciones de la
Convención de Ginebra son, por un lado, que recoge una definición del refugiado de carácter
general, y por otro lado, que establece la obligación del non refoulement. Así, conforme a lo
dispuesto en el art. 1 A.2. de la convención de Ginebra, se entiende por refugiado: “[…]
aquella persona que debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza,
religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se
encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera
acogerse a la protección de tal país; o que, careciendo de nacionalidad y hallándose, a
consecuencia de tales acontecimientos, fuera del país donde antes tuviera residencia habitual,
no pueda o, a causa de dichos temores, no quisiera regresar a él.”.
El principio non refoulement (deriva del término francés refouler, que quiere decir
“empujar hacia atrás, hacer retroceder a las personas”) podríamos conceptuarlo brevemente
en una norma que impide devolver a un individuo a un territorio en el que su vida o libertad
corran peligro. Por lo que se refiere al principio, el art. 33 de la Convención de Ginebra
dispone que “ningún Estado Contratante podrá, por expulsión o devolución, poner modo
alguno a un refugiado en las fronteras de los territorios donde su vida o su libertad peligre por
causa de su raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social, o de sus
opiniones políticas.”. Además, el Estado suele conceder una protección territorial efectiva al
asilado, el reconocimiento del estatuto de refugiado sólo garantiza al beneficiario, en principio,
la garantía básica del non refoulement. Es un proceso distinto de la expulsión y de la
extradición.
Con respecto al ámbito de aplicación de la norma, está generalmente aceptado que el
artículo 33 resulta de aplicación a todos los refugiados, independientemente de que hayan
sido reconocidos formalmente como tales o no. La prohibición recogida en el artículo 33, sin
embargo, no es absoluta, ya que admite dos excepciones, recogidas en su párrafo segundo:
“... no podrá invocar los beneficios de la presente disposición el refugiado que sea
considerado, por razones fundadas, como un peligro para la seguridad del país donde se
encuentra, o que, habiendo sido objeto de una condena definitiva por un delito
particularmente grave, constituya una amenaza para la comunidad de tal país”.
Desde la adopción de la Convención de Ginebra en el año 1951, el principio ha
evolucionado hasta convertirse en una norma de carácter absoluto, es decir, que no admite
excepción ni derogación alguna. Así, el artículo 3 de la Convención contra la Tortura y otros
Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, de 1984: “Ningún Estado parte procederá
a la expulsión, devolución o extradición de una persona a otro Estado cuando haya razones
fundadas para creer que estaría en peligro de ser sometida a tortura”. Asimismo, los artículos
6 y 7 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de 1966 y los artículos 2 y 3 del
Convenio Europeo de Derechos Humanos de 1950, que recogen el derecho a la vida y la
prohibición de la tortura respectivamente, han sido interpretados por sus correspondientes
órganos de control en el sentido de cubrir también situaciones en las que la salida forzosa de
un extranjero del territorio de un Estado Parte tenga como resultado el riesgo para la vida o la
integridad física del individuo. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha manifestado
expresamente que la protección del Convenio en estos casos es mayor que la de la Convención
de Ginebra (casos Chahal contra Reino Unido, Ahmed contra Austria y Paez contra Suecia, por
ejemplo).
En conclusión, el principio de no devolución constituye la piedra angular de la
protección de los refugiados.

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