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Cuando somos niños nos inclinamos con admiración hacia esos cuentos que
nos ayudan a descubrir la magia, fascinante y horrible, que subyace en nuestro
interior.... y allí afuera: en la naturaleza. Quizás por eso se ha dicho que los
antiguos son primitivos e infantiles, porque se ocupan de cosas que a los ojos
de la razón parecen fantásticas y absurdas. Los textos seleccionados nos
descubren otras maneras de ver y de sentir.
Este libro no es para buscar razones sino para encontrar sentidos. También
vale aclarar que este no es uno de esos modernos libros para encontrarse a
uno mismo; es más bien un libro para perderse, para sumergirse y, si se quiere,
para flotar, como cuando uno se acomoda en el pasto y se distrae mirando las
nubes y la luz. A mis hermanos y hermanas debo decirles que se encontrarán
con un país diferente al que vemos y al que nos muestran, Será, tal vez, como
sentarse de nuevo al fogón, con los abuelos, para escuchar sus palabras que
vienen caminando desde adelante, aunque no las veamos, como a las estrellas,
debido al resplandor eléctrico que nos circunda en los pueblos y ciudades.
Los textos presentados provienen en su mayoría del arte verbal oral, conectado
como están con formas de escritura familiares a otros objetos, seres y espacios,
como los tejidos, las vasijas de barro, las figuras de oro y tumbaga, y las
pinturas y relieves rupestres, los animales, las plantas, las piedras, las
montañas, los ríos y en fin, todo tipo de «libros» en donde el pensamiento y las
historias se han guardado, escrito y cantado desde hace mucho pero mucho
tiempo.
Hasta hace pocas décadas se creía que las personas éramos
substancialmente diferentes por la forma y el color de nuestros cuerpos. Pero
no es así. Los seres humanos somos una gran familia que ha estado
caminando por largo tiempo y por muchas partes, adquiriendo de tal suerte
rasgos y características propias. Cuando los españoles llegaron a la actual
Colombia, a finales del siglo XV, incontable generaciones de hombre y mujeres
ya había pasado y «cobrado forma» aquí. Comenzaron entonces nuevos
tiempos; y en ellos, para unos se hizo de noche mientras que para otros se hizo
de día.
Las siguientes historias y canciones guardan lecciones de vida que han pasado
de generación en generación. A la vez, son textos que reflejan procesos de
rehacerse como personas y comunidades, lo cual quiere decir que son más
que memorias; son rememoraciones y recreaciones a las que es importante
dejar de ver como «cosas del pasado». Aquí no encontraremos un español
refinado como el de las literaturas clásicas y contemporáneas en castellano.
Hallaremos con frecuencia traducciones que nos dan ideas, y quizás solo
rastros de lo que es elaborado en otras lenguas que probablemente nunca
hayamos escuchado... sin embargo, tampoco hemos escuchado a los rapsodas
de Homero, y quizás no leamos en la lengua en que supuestamente escribió,
pero aun así podemos viajar con Odiseo y tejer, pacientemente, con Penélope.
Estas son solo algunas formas en que se han nombrado muchas de estas
tradiciones mítico-literarias, que hoy en día adquieren nuevos sentido con el
surgimiento continental de un significativo grupo de escritores en lenguas
indígenas, quienes les vienen dando continuidad y actualidad nacional y
mundial. Soy un gran admirador de las palabras mayores que aquí presento y
estudio. Estamos ante un conjunto de literaturas tradicionales y sapienciales
que poseen valores literarios especiales, los cuales no se basan en una
supuesta oralidad improvisada o «primitiva», sino en múltiples oralidades
elaboradas que se complementan con diversas formas de escritura, no
necesariamente alfabética. Con todo, la mayoría de los textos seleccionados
fueron trasvasados alfabéticamente a partir de artes verbales que se transmiten
de generación en generación, y se actualizan en el día tras días de las
comunidades originarias con diversos propósitos y por innumerables
narradores(as) y cantores(as) tradicionales. El arte verbal oral también se
escribe, a su manera, en el cuerpo y en el territorio, y de ahí en adelante sobre
múltiples soportes que son verdaderos libros, si es que concebimos los libros
como espacios en los que confluyen las palabras, historias e ideas antes que
las letras propiamente dichas. Un narradora wiwa dijo que los mamas o
sacerdotes no tenían algo así como un libro escrito, pero que tenían libros, por
ejemplo, en los pájaros, a cuya vista y sonidos la memoria recrea los relatos y
canciones de los antiguos.
Las cosas siempre son lo que son y más de lo que son. Uno comienza
aproximándose a elaboraciones de otras culturas y termina encontrándose
consigo mismo. Para muchos es un «hecho fatal» que la ciencia moderna
procura corregir. Pero no soy un científico moderno. Solo quiero resaltar
algunas potencias simbólicas de las oraliteraturas indígenas ampliando, si es
posible, nuestras interacciones multiculturales. Este es un llamado a la
recreación, que es importante no confundir con la diversión ni con el
entretenimiento, pues en la re-creación reposa una de las claves que dan
sentido a estas lecturas.
En tal orden de ideas, aunque lo que solemos leer en muchos de estos textos
no es la oralidad sino su elaboración gráfica –sobre todo cuando se trata de
textos etnoliterarios-, es válido reconocer su origen, y su probable destino, con
la colaboración del prefijo –ora. Esto no significa desconocer las dinámicas
propias del texto escrito, sino acoger la propuesta de numerosos escritores
indígenas para que se reconozca que en sus comunidades tiene más valor la
palabra hablada y contada-cantada que la palabra escrita y leída-recitada. Con
todo, no me parece conveniente que nos concentremos en un solo estilo de
decir o pensar las cosas: por eso alterno entre oraliteraturas y literaturas
indígenas para referirme a los conjuntos de textos seleccionados. En cambio,
prescindo del prefijo –etno, a menos que sea para aclarar su modo de
transvase, su periodo o su recopilador.