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Universidad de la Cuenca del Plata

Psicología Clínica – Unidad 1

“Psicoanálisis y Medicina”
(Lacan)
Preguntas guía:
 ¿Cómo sitúa Lacan la relación de psicoanálisis y medicina?
 ¿Qué dice de la función del médico y su personaje?
 ¿Qué cambios ocurrieron en tal función y que provocó tales cambios?
 ¿Cuál es la función propia del médico que plantea Lacan?
 ¿Qué dice acerca de la estructura de falla entre deseo y demanda?
 ¿Qué otro eje sitúa Lacan?

 ¿Cómo define inconsciente - deseo – sujeto - gran otro – placer – goce - sujeto supuesto saber

JACQUES LACAN, 1966


(INTERVENCIONES Y TEXTOS 1, PAGS. 86-99; ED. MANANTIAL, BUENOS
AIRES)
El tema de esta intervención realizada en el Colegio de Medicina, en febrero de
1966, es el del lugar del psicoanálisis en la medicina. Lacan sostiene que este
lugar es marginal y extra territorial. Es marginal, debido a la posición de la
medicina respecto del psicoanálisis, al que admite como una suerte de ayuda
externa, comparable a la de los psicólogos y a la de otros asistentes terapéuticos. Es
extraterritorial por obra de los psicoanalistas, quienes tienen sus razones para
querer conservar esta extraterritorialidad.
Propone considerar el lugar del psicoanálisis en la medicina desde el punto de vista
del médico y del rápido cambio que se está produciendo en su función y en su
personaje, ya que éste es también un elemento importante de su función.
Al considerar la historia de la medicina a través de las épocas, el gran médico, el
médico tipo, era un hombre de prestigio y autoridad: así el emperador Marco Aurelio
convocaba a Galeno para que le vertiese con sus propias manos la teriaca.
En el actual mundo de la ciencia, el médico ya no tiene nada de jerárquicamente
privilegiado dentro de un equipo de científicos diversamente especializados en las
diferentes ramas científicas. Desde el exterior de su función, le son provistos los
medios y al mismo tiempo las preguntas, para introducir las medidas de control
cuantitativo a través de las cuales se establecen las constantes biológicas. La
colaboración médica es bienvenida para mantener en funcionamiento tal o cual
aparato del organismo humano en condiciones determinadas, pero: ¿qué tiene que
ver todo esto con la posición tradicional del médico?

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El médico es requerido en su función de científico de la fisiología, pero sufre también


otros llamados. El mundo científico vuelca en sus manos gran número de “agentes
terapéuticos nuevos” químicos o biológicos, que coloca a disposición del público, y le
pide que los distribuya y los ponga a prueba.
¿Dónde está el límite en que el médico debe actuar y a qué debe responder? A
algo que se llama la demanda.
El desarrollo científico inaugura y pone en primer plano el derecho del hombre a la
salud, por ejemplo, en una organización mundial. Ese poder generalizado, que es el
de la ciencia, brinda a todos la posibilidad de ir a pedirle al médico su cuota de
beneficios con un objetivo preciso inmediato. Es en el modo de la respuesta a la
demanda del enfermo donde está la posibilidad de supervivencia de la
posición propiamente médica.
Cuando el enfermo va al médico, no espera de él pura y simplemente la curación. Lo
coloca ante la prueba de sacarlo de su condición de enfermo, lo que es totalmente
diferente, pues esto puede implicar que el enfermo esté por completo atado a la idea
de conservar su enfermedad. Va, a veces, a demandar que se lo autentifique
como enfermo, que se lo preserve como enfermo, que lo se lo trate del modo
que a él le conviene, modo que le permitirá seguir siendo un enfermo bien
instalado en su enfermedad.
Lacan cuenta aquí una experiencia propia: un sujeto, con un formidable estado de
depresión ansiosa lo va a ver, aterrorizado ante la sola idea de que hiciese con él la
más mínima intervención. A la sola proposición de volver al consultorio pasados dos
días, la madre temible, que durante la consulta había acampado en la sala de
espera, ya había tomado todos los recaudos para que esto no ocurriera.
Esta experiencia sirve para iluminar la significación de la demanda, dimensión
donde se ejerce estrictamente la función médica y para introducir la distancia
que existe entre la demanda y el deseo. No es necesario ser psicoanalista ni
médico para saber que cuando cualquiera, nuestro mejor amigo, sea hombre o
mujer, nos pide algo, esto no es para nada idéntico e incluso a veces es
diametralmente opuesto a aquello que desea.
El efecto que tiene el progreso de la ciencia sobre la relación de la medicina con el
cuerpo es una falla epistemo-somática y lo que está excluido de la relación
epistemo-somática es lo que el cuerpo le propone a la medicina. El cuerpo no se
caracteriza sólo por la dimensión de la extensión: un cuerpo está hecho para gozar,

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gozar de sí mismo. La dimensión del goce está excluida completamente de la


relación epistemo-somática, y la ciencia, al igual que el sujeto de la ciencia, puede
saber qué puede, pero no puede saber qué quiere.
La ciencia produce diversos productos que van desde los tranquilizantes hasta los
alucinógenos. Esto complica singularmente el problema de lo que suele calificarse
de modo puramente policial como toxicomanía. Desde el punto de vista del goce, el
uso ordenado de los tóxicos nada tiene de reprensible al menos que el médico entre
en la dimensión ética. La dimensión ética es aquella que se extiende en la dirección
del goce.
Hay, pues, dos puntos de referencia: primero, la demanda del enfermo;
segundo, el goce del cuerpo. Ambos coinciden en esa dimensión ética, pero
no hay que confundirlos. Aquí interviene la teoría psicoanalítica, que llega a
tiempo y no por casualidad en el momento de la entrada en juego de la ciencia,
con ese ligero avance que es siempre característico de las invenciones de
Freud.
Hay una diferencia entre demanda y deseo y sólo la teoría lingüística puede
dar cuenta de ello y puede hacerlo más fácilmente gracias a que Freud mostró
que el inconsciente está estructurado como un lenguaje.
El inconsciente no es monótono como afirman algunos; es variado y singular, astuto
y espiritual. No hay un inconsciente porque hubiese en él un deseo inconsciente,
obtuso, pesado, animal, surgido de las profundidades, primitivo y que debiese
elevarse al nivel superior de lo consciente. Muy por el contrario, hay un deseo
porque hay inconsciente, es decir, lenguaje que en su estructura y sus efectos
escapa al sujeto y hay siempre a nivel del lenguaje algo que está más allá de la
conciencia y es allí donde puede situarse la función del deseo.
Por eso es necesario hacer intervenir en todo lo concerniente al sujeto ese
lugar que es el lugar del Otro. Este es el campo donde se ubican esos excesos
de lenguaje cuya marca lleva el sujeto y que escapan a su dominio. Es en ese
campo donde se hace la juntura con el polo del goce, pues se valoriza en él lo
que Freud introdujo a propósito del principio del placer: que el placer es una
barrera al goce.
¿Qué nos dice Freud acerca del placer? Que es una excitación menor, es lo
que hace desaparecer la tensión, la tempera más y, por lo tanto, es lo que nos
detiene en un punto de alejamiento, de distancia respetuosa del goce. Pues el

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goce, en el sentido en que el cuerpo se experimenta, es siempre del orden de


la tensión, del forzamiento, del gasto, de la hazaña. Siempre hay goce en el
nivel donde empieza a aparecer el dolor y es sólo en ese nivel del dolor que
puede experimentarse toda una dimensión del organismo que de otro modo
permanece velada.
¿Qué es el deseo? El deseo permite llevar más lejos la barrera del placer. Pero
este es un punto fantasmático, es decir, donde interviene el registro imaginario
que hace que el deseo dependa de algo cuya naturaleza no exige
verdaderamente la realización.
No son problemas de interpsicología, sino problemas de una estructura que
concierne al sujeto en su doble relación con el saber.
El saber tiene para el sujeto un valor nodal, debido a que el deseo sexual tal como lo
entiende el psicoanálisis no es una tendencia orgánica: es algo infinitamente más
elevado y anudado, en primer término, con el lenguaje, en tanto que es el lenguaje el
que le da su lugar y en tanto que su primera aparición en el desarrollo del individuo
se manifiesta a nivel del deseo de saber. Este es el punto crucial donde arraiga la
teoría de la libido de Freud.
La posición que puede ocupar el psicoanalista es la única desde donde el médico
puede mantener la originalidad de siempre de su posición, es decir, la de aquel que
tiene que responder a una demanda de saber, aunque sólo se pueda hacerlo
llevando al sujeto a dirigirse hacia el lado opuesto a las ideas que emite para
presentar esa demanda. Si el inconsciente es lo que es, no una cosa monótona, sino
una cerradura lo más precisa posible cuyo manejo no es otro que abrirla con una
clave que está más allá de una cifra, esa abertura sólo puede servir al sujeto en su
demanda de saber. Lo inesperado es que el sujeto confiese el mismo su verdad y
que la confiese sin saberlo.
Es necesario que el médico se haya entrenado en plantear los problemas a nivel de
una serie de temas cuyas conexiones, cuyos nudos, debe conocer. No se trata de
una psicotécnica donde las respuestas están determinadas por ciertas preguntas ya
configuradas. Los límites que las preguntas de tipo utilitario definen nada tienen que
ver con lo que está en juego en la demanda del enfermo.
En la demanda, la función de la relación con el sujeto supuesto al saber revela
lo que llamamos “transferencia”. En la medida en que la ciencia tiene la palabra
más que nunca, ese mito del sujeto supuesto al saber se sostiene más que nunca, y

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esto es lo que permite el fenómeno de la transferencia en tanto que remite a lo más


arraigado del deseo de saber.
En la época científica, el médico, quiéralo o no, está integrado a un movimiento
mundial de la organización de una salud que se vuelve pública y, por este hecho,
nuevas preguntas le serán planteadas. Sólo podrá mantener su función propiamente
médica si es capaz de conducir al sujeto a aquello que está en cierto paréntesis,
aquello que comienza con el nacimiento, que termina con la muerte y que entraña
las preguntas que se despliegan entre uno y otra.
Si la salud se vuelve objeto de una organización mundial, se tratará de saber en qué
medida es productiva. ¿Qué podrá oponer el médico a los imperativos que lo
convertirán en un empleado de esa empresa universal? El único terreno es esa
relación por la cual es médico: a saber, la demanda del enfermo. En el interior de
esta relación está la revelación de esa dimensión que es la relación con el goce del
cuerpo. Los médicos tendrán que hablar precisamente de esa dimensión del goce
del cuerpo y de lo que él regula en el mundo.
Si el médico debe seguir siendo algo, que ya no podrá ser la herencia de su antigua
función que era una función sagrada, es continuar y mantener en su vida propia el
descubrimiento de Freud. La función del médico es una misión, como la del
sacerdote, y no se limita al tiempo que uno le dedica a ella.

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