Sunteți pe pagina 1din 113

El

desembarco
de Alhucemas

Carlos Maza Gómez




© Carlos Maza Gómez, 2016


Todos los derechos reservados

Índice

El abandonismo de Primo 5
…………………...
Incidente en Ben Tieb 11
……………………….
El Protectorado francés 19
……………………...
Conferencia franco-española 27
………………...
El desembarco 37
……………………………….
Morro Nuevo 51
………………………………...
Kudia Tahar 59
………………………………….
Monte Malmusi 71
……………………………...
Cerro de las Palomas 81
………………………...
Axdir, finalmente 89
……………………………
Crónicas de Valentín Gutiérrez de Miguel
Gutiérrez de Miguel, periodista 101
……………...
La deuda de sangre 103
…………………………..
Una tarde en Yazanen 109
……………………….
Una noche en el Peñón de Alhucemas 115
………
Una primera impresión 121
………………………
Después del desembarco 127
…………………….
La ocupación de Morro Nuevo 131
………………
En tierra de Alhucemas 135
……………………...
El campamento del Morro 139
…………………...
En espera de los avances 147
…………………….
Cómo se vive y se lucha en Morro 151
Nuevo …..
Comenzando el avance 157
………………………
Cómo fue herido Lezama 161
……………………
La tregua de los muertos 167
…………………….
Un nuevo relato de la pasada 173
operación ……..
Paz en la batalla 179
……………………………...
La operación de ayer 185
………………………...
En la casa de Abd-el-Krim 189
…………………..
Un resumen de las últimas jornadas 195
…………

























El abandonismo de Primo

El 13 de septiembre de 1923 el general jerezano Miguel Primo de
Rivera, a la sazón Capitán general de Cataluña, se hizo cargo de la presidencia
en un Directorio militar, con la aquiescencia del rey Alfonso XIII. Empezaba
un período de dictadura que se extendería hasta el 28 de enero de 1930.

Primo de Rivera
Varios problemas habían precipitado esta solución, quizá el último
recurso de la monarquía para seguir ostentando la Jefatura del Estado. Uno era
la tendencia separatista de Cataluña, que el general conocía muy bien; otro era
una tensión social que los sucesivos gobiernos liberales y conservadores no
habían sabido afrontar, además de ser incapaces de frenar el terrorismo
anarquista, particularmente en Barcelona.
El tercer problema y el que probablemente desencadenó el principio del
fin de la forma de gobierno a través de los partidos, fue el desastre de Annual
ocurrido entre finales de julio y principios de agosto de 1921. Entre ocho y
diez mil soldados españoles murieron en la desbandada hacia Melilla que se
produjo en aquellas fechas, desbordados los puestos militares por el acoso
rifeño, incapaces de sostener los suministros de una larga línea de ellos. Con el
expediente Picasso, que el rey se vio obligado a permitir junto a un gobierno
de concentración dirigido por Maura (que también caería en poco tiempo),
quedaron claros para la opinión pública los errores estratégicos del general
Silvestre, la imprevisión del Alto Comisario para el Protectorado español,
Berenguer, así como un sistema donde convivía la corrupción de muchos
mandos junto a la inexperiencia de los soldados de reemplazo que, sin apenas
formación, habían de enfrentarse a un enemigo conocedor del terreno.
De manera que la situación en África, que había llevado el luto a miles
de humildes hogares españoles, a la humillación a un ejército español que
deseaba vengar las derrotas de 1898 frente a Estados Unidos, era un asunto
capital en el momento en que Primo de Rivera se hizo cargo del poder. Su
misión estaba clara: Terminar con el conflicto africano, sea venciendo a las
tropas rifeñas de Abd el Krim, asunto harto espinoso por aquellas fechas, sea
abandonando el Protectorado en beneficio de otra potencia europea o bien
incluso dejando que naciera la República del Rif, posible estado que el
dirigente rifeño pugnaba por conseguir incluso acudiendo a la ONU.


El dictador español había hecho declaraciones en el pasado que parecían
indicar el camino que seguiría. En 1916 pronunció un discurso en Cádiz,
cuando era Comandante militar de la zona, proponiendo ceder el Protectorado
español a Gran Bretaña a cambio de Gibraltar. En el Senado, dos años antes de
su llegada al poder (25 de noviembre de 1921) declaró: “Yo estimo, desde el
punto de vista estratégico, que un soldado español más allá del Estrecho es
perjudicial para España”. De ahí que no fuera extraño que, nada más culminar
el pronunciamiento de 1923, redujera las fuerzas españolas en Marruecos de
92.000 a 78.000 hombres, licenciando al reemplazo de 1920.
Por estos motivos, los comentarios sobre la política abandonista de
Primo de Rivera se multiplicaron entre los mandos del ejército español en el
Protectorado. Los llamados militares africanistas, entre los que estaban figuras
señaladas que más adelante conspirarían contra el gobierno republicano,
habían hecho de la guerra en Marruecos su forma de ascenso en el cuerpo al
tiempo que deseaban vengar la muerte de tantos soldados y oficiales españoles
en manos de los moros de Abd el Krim. En ese sentido, se rebelaban ante la
idea de abandonar el Protectorado.
A finales de 1923, el Alto Comisario del Protectorado, general Aizpuru,
tuvo una conversación con el jefe de los Tercios de la Legión, Francisco
Franco. Éste le comentó que había sabido por un oficial del Estado Mayor, que
el presidente del Directorio militar estaba planeando retirar hombres y
abandonar posiciones a todo lo largo de la línea entre Ceuta y Melilla.
Adujo enérgicamente que aquello era un error puesto que, si esto se
producía, los rebeldes rifeños se crecerían, aumentarían sus ataques y aquello
podría dar lugar a un nuevo Annual. Entonces Franco dijo algo que alteraría
profundamente al general Aizpuru: El jefe legionario le aconsejó meditar
sobre la conveniencia de ese abandono y que, si llegaba el caso y pensaba que
podía ser un desastre militar, pensara en la posibilidad de incumplir esa orden.
Aizpuru quedó conmocionado por esa petición y replicó que si había llegado
donde había llegado en su vida militar había sido por saber obedecer las
órdenes recibidas.
Su intranquilidad fue tal que habló con el comandante general de Ceuta,
Montero. Llegaron al acuerdo de que en la tradicional recepción del día de
Reyes de 1924 en la Comandancia, se pidiese juramento a todos los mandos
(incluido Franco) para que asegurasen su obediencia a las órdenes del
Gobierno, fuesen cuales fuesen. Así se hizo, algo que extrañó a los presentes y
que llenó de tensión aquel momento que en principio había sido festivo.
Uno a uno fueron jurando hasta que llegó el turno del teniente coronel
Franco, uno de los fundadores de la Legión y amigo íntimo de Millán Astray.
Levantó la voz para afirmar que era norma de toda su conducta obedecer a sus
superiores. De todos modos, por la calidad de la pregunta (fuesen las que
fuesen las órdenes) se atenía a la respuesta de las Ordenanzas y, en caso de
duda, haría lo que dictase su honor. “El propio Código de Justicia militar”
afirmó, “me ampara para el caso de que me negase a secundar órdenes de
rendición que en sí pueden ser punibles”.
Ante su arrogante actitud, todos los mandos presentes, incluidos los que
habían prestado juramento, dijeron estar conformes con lo afirmado por el jefe
legionario ante lo cual el general Montero minimizó la importancia de la
pregunta formulada pero lo comunicó poco después al Directorio en Madrid.
Según el mismo Franco casi al final de su vida, este enfrentamiento fue
el motivo de que el dictador viajara hasta Marruecos en julio de 1924. Los
hechos parecen desmentir esta valoración. Primo de Rivera debió tomar nota
pero siguió con sus mismos planes, auspiciado también por una continua
ofensiva de las fuerzas rifeñas.
A comienzos del año 1924 Abd el Krim atacaba en Tizzi Azza y en
marzo repetía su ofensiva hacia Xauen y el Rif oriental. Ese mismo mes,
Primo concedía una entrevista a un periódico británico donde afirmaba:
“Personalmente, soy partidario de una completa retirada de Marruecos y de
permitir a Abd el-Krim la posesión de sus dominios. Hemos gastado
incontables millones de pesetas en esta empresa sin jamás recibir un solo
céntimo. Decenas de miles de hombres han muerto por un territorio cuya
posesión no vale”. Lejos estaba el tiempo en que los intereses mineros de la
oligarquía financiera española, con el conde de Romanones a la cabeza,
obtenía jugosos beneficios de la explotación de minas en el Rif.
Primo dio instrucciones de retirar a 26.000 combatientes más y
abandonar diversos puestos fortificados de difícil defensa. En mayo la línea
militar se retrasaba de nuevo en la línea de la costa evacuando la mayor parte
de Gomara y casi todo el Rif. Fue entonces, tras una fuerte ofensiva rifeña
hacia Xauen en julio de 1924 cuando el general Primo de Rivera decidió
enfrentarse a los militares africanistas en su propio terreno valorando la
situación y las actitudes que habría de encontrar.



Incidente en Ben Tieb

El 19 de julio de 1924 fue un día de calor en Melilla. Como la agenda
era intensa, el marqués de Estella, título nobiliario de Primo de Rivera, con el
Alto Comisario de la zona general Aizpuru, la máxima autoridad militar
general Sanjurjo y los séquitos respectivos, salieron de la ciudad norteafricana
a las ocho de la mañana.
Pasaron por Nador, Segangan y Beni-Sidel hasta llegar a la localidad de
Kandussi. Allí las fuerzas militares le tributaron honores pero el desfile fue
aún mayor en Dar Quebdani donde pasó revista a 6.000 soldados alineados
bajo el sol de justicia que hacía aquel día. Hasta los soldados de la harca amiga
dirigida por el caíd Ámarussen desfilaron con brillantez al tiempo que éste
comentaba al dictador: “He jurado ser leal a España, y lo seré hasta que muera
en defensa de la nación protectora, la cual espero cuidará de mis hijos”. Por
supuesto, las tribus eran amigas en cuanto recibían los beneficios económicos
oportunos, en muchas ocasiones mediante diversas sumas de dinero.
Después, la comitiva se dirigió al campamento legionario de Ben Tieb.
El diario madrileño “El Imparcial” resumía en breves líneas lo allí sucedido:

“En el campamento de Ben-Tieb, donde se halla el Tercio, se celebró
un banquete, ofreciendo el homenaje el teniente coronel Franco,
quien pronunció un patriótico discurso, al cual contestó con otro de
elevados tonos el general Primo de Rivera” (El Imparcial, 20.7.1924,
p. 2).

Sin embargo, allí sucedieron muchas cosas y, pese al férreo control de la
censura militar sobre las noticias aparecidas en la prensa, los rumores
corrieron muy pronto. De hecho, dos periodistas que presenciaron lo allí
acontecido fueron detenidos inmediatamente para evitar que se propalase la
noticia (Víctor Ruiz Albéniz y Emilio Herrero) y un tercero (Rafael Sánchez
Guerra) que comentó más tarde los insistentes rumores también conoció la
cárcel. El dictador siempre negó oficialmente cualquier tipo de desavenencia
con los mandos de la Legión a pesar de lo cual los rumores se dispararon,
llegándose a decir que Franco le amenazó con retenerle contra su voluntad
hasta que cambiara de política, lo cual era inverosímil y radicalmente falso.
Pero el incidente de Ben Tieb existió y transcurrió de la siguiente manera.
El general Sanjurjo había asignado a Franco la organización de la
comida, que tuvo lugar en un barracón de la tropa habilitado al efecto. En el
proceso de limpieza anterior se habían retirado numerosos letreros sin que se
pudiese quitar uno que rezaba: “El espíritu de la Legión es de ciega y
fervorosa acometividad”. Unos dijeron que se había hecho a propósito, otros
que fue imposible borrar ese lema en concreto por estar pintado.
Se hallaban en el acto los Generales de la comitiva, los del Protectorado
incluyendo el Alto Comisario Aizpuru, además de otros jefes legionarios
invitados, incluido el entonces comandante Varela, que por estar aprendiendo a
volar como piloto hizo allí escala. Hay que recordar que el gaditano José
Enrique Varela tenía por entonces 33 años y era novio de una hija del dictador.
Resultaba un militar excepcional. El futuro ministro del Ejército con Franco
contaba con dos Laureadas de San Fernando por su heroísmo en combate
durante la guerra de África, algo que solo ostentaban precisamente dos
militares presentes: el general Sanjurjo y el mismo Miguel Primo de Rivera.

Franco junto al coronel Liniers en Alhucemas



A los postres, como era tradicional, se levantó a hacer un brindis el
organizador de la comida, teniente coronel Francisco Franco. Ante el silencio
de los presentes su alocución descansaba en una confianza exigente hacia su
superior:

“Por ser ésta la primera vez que un Jefe de Gobierno pisa el solar de
la Legión, quisiéramos que la alegría rebosara en nuestros corazones;
pero no es así, porque una terrible duda nos inquieta. General:
nuestros legionarios desean mantener la línea, quieren llevar la
bandera donde reclama el honor y la memoria de Valenzuela,
González Tablas y tantos otros compañeros nuestros. Queremos
colaborar con el Directorio y ser fieles al Rey, pero que quienes nos
manden nos lleven a la gloria y no al fracaso. Como queremos que el
honor de España se sobreponga a toda conveniencia del Gobierno, la
Legión espera con ansia vuestras palabras (ovaciones prolongadas y
delirantes con vivas a la Legión)”.
Hay que recordar que el campamento legionario de Ben Tieb se levantaba
en pleno corazón del Protectorado, muy próximo a Tizzi-Azza, zona que había
sostenido duros combates contra las fuerzas rifeñas no hacía mucho tiempo.
Ante la expectación de todos los presentes, Primo se levantó para
responder al brindis:

“No ha podido abordar Franco más sinceramente la cuestión
palpitante y voy a corresponder con la misma sinceridad…”. Tras un
recuerdo a los héroes, prosiguió: “Después de haber estudiado este
problema en muchas horas de inquietud y amargura, afirmo más mis
convicciones de prescindir de esas posiciones que significan que nos
hemos excedido en construir bases fundamentales sin haber llegado a
un firme Protectorado. Creo que no debemos ir a Alhucemas, sino
que ésta sea la que venga a nosotros (siseos e interrupciones). La
aridez de esta tierra no merece que se aumente en exceso el sacrificio
y se inquiete a España con nuevos embarques… Afirmo que antes
que espíritu de ciega acometividad (el que figuraba en el salón), está
el de ciega obediencia al mando”.

Ante la hostilidad que se palpaba en el aire un teniente coronel
perteneciente al séquito del dictador prorrumpió en una exclamación: “¡Bien,
muy bien!”. Entonces, el comandante Varela, que seguía cerca de éste la
intervención del que podía ser su suegro, respondió: “¡Mal, muy mal!”.
Aquello causó un profundo malestar en el jefe del Directorio, que se
dirigió a él:

- ¿Qué le pasa a ese Oficial? ¿Qué quiere ese Oficial? ¿Quiere decir
algo?
Varela respondió:
- Yo, nada.
- Aparte de otras razones, las de cortesía le obligan a guardar respeto.
- Ya lo he guardado. Yo no decía nada a usted.
Primo de Rivera se extendió:
- No tenéis derecho a creer que monopolizáis la exclusiva del
patriotismo. He madurado el plan y he venido a sembrarlo en las
mentalidades de los Oficiales para que puedan discurrir, pero lo mismo
que hoy hago esa siembra, el día que ordenemos en firme no dejaremos
más derecho que el de la obediencia.

Este breve diálogo costó un matrimonio puesto que el compromiso con
su hija se rompió e incluso condujo a un temporal ostracismo de Varela, que
vio congelada su petición de ascenso a teniente coronel.
Al final se hizo el silencio que alguien rompió con vivas a España,
Millán Astray, Franco y Varela, no al dictador, en un olvido clamoroso.
Tras levantarse de la mesa Primo le espetó a Franco:

- Para esto no me debería haber invitado usted.
- Yo no le he invitado a usted. A mí me lo ha ordenado el comandante
general. Si no es agradable para usted, tampoco lo es para mí.
Primo, indignado por la atrevida respuesta, dijo:
- A pesar de todo, he de considerar que es una oficialidad… (iba a decir
buena, pero cambió de parecer) mala.
- Mi general, yo la he recibido buena. Si la oficialidad es mala la he
hecho mala yo.

Parece que fue en este contexto cuando Franco ofreció su dimisión como
jefe del Tercio, que no fue aceptada. Al día siguiente, el teniente coronel fue
citado en Melilla y, ante los reproches que le dirigió el general Aizpuru, Primo
de Rivera cortó el tenso diálogo: “No se preocupe, ha hecho usted bien”.
Luego pasaron al despacho donde tuvieron una conversación de casi dos
horas, en que Franco le explicó con todo detalle el ánimo y la situación de las
fuerzas legionarias en el Protectorado.
Ésta es la versión, de todos modos, del propio Franco muchos años
después, por medio del historiador Ricardo de la Cierva, como se sabe adicto
al régimen franquista. Incluso hace descansar en ese incidente y en la
conversación posterior el cambio de criterio de Primo de Rivera ante el
abandonismo que hasta entonces había preconizado.
Esto último no cuadra con los hechos posteriores y parece más un deseo
de dar importancia a posteriori a la figura de Franco que corresponderse con la
realidad. Al mes siguiente, en agosto de 1924, un fuerte ataque de Abd el
Krim sobre la zona de Xauen obligó a un repliegue desordenado de puestos
militares con el terrible saldo de casi dos mil muertos entre los soldados
españoles y marroquíes.
A finales de ese mismo año, tras el relevo del general Aizpuru como
Alto Comisario del Protectorado por el mismo Primo de Rivera, se decidió la
evacuación de la importante ciudad de Xauen (15 de noviembre) y el
abandono de hasta 180 puestos fortificados con un nuevo saldo, debido a las
emboscadas y a la desorganización del ejército, de algo más de mil muertos.
A comienzos de 1925 sólo se dominaban ciudades como Ceuta, Melilla,
Tetuán y Larache, quedando hasta las tres cuartas partes del antiguo
Protectorado español en manos de la República del Rif. Indudablemente, el
plan de abandono estaba casi culminado reduciéndose la presencia española a
estas cuatro ciudades más la de Tánger, que gozaba de un estatuto
internacional.
Sin embargo, algo habría de cambiar por completo la dinámica que había
seguido el Directorio militar español hasta ese momento. La caída de Xauen
otorgaba a Abd el Krim una posición privilegiada para enfrentarse al límite
entre el Protectorado español y el francés, separados por el río Uarga. La
misma dinámica de éxitos seguida por el rifeño frente a España, las muy
tensas relaciones entre el Residente General del Protectorado francés, general
Lyautey, y el del Protectorado español, Primo de Rivera, la ausencia de una
actividad conjunta de ambas potencias europeas, vista como improbable en ese
momento, alentaba las ambiciones de Abd el Krim para extender la república
rifeña obligando a Francia a aceptarle como contendiente en la región y
dándole así la legitimidad internacional que la ONU le negaba.












El Protectorado francés

Entre enero y abril de 1906 tuvo lugar en Algeciras una conferencia
entre las potencias europeas. Su objetivo era dirimir el conflicto colonial
surgido entre Francia y Alemania en torno al dominio de Marruecos. Para
entonces, los germanos aducían las elevadas deudas del sultán con sus bancos,
su interés en defender su pago mediante el control de los recursos
norteafricanos.
Gran Bretaña observaba con desconfianza las aspiraciones alemanas
desde el control del Estrecho en Gibraltar y la condición de Tánger de ciudad
internacional. Fue por ello, que en un primer paso de la entente franco-
británica que habría de caracterizar el siglo XX, decidió garantizar los fondos
bancarios alemanes a condición de negar su presencia militar en la zona
marroquí.
Sin embargo, Francia no pretendía cubrir con sus fuerzas militares tan
amplio espacio de terreno por lo que se buscó a otra potencia menor, como lo
era España a principios del siglo, para que se encargara de pacificar la zona
menos productiva en lo económico y más difícil en lo militar debido a la
presencia de las tribus rifeñas: el norte de Marruecos, excluido Tánger. De ahí
que una nación que pretendía revivir viejos sueños coloniales, truncados poco
antes, se implicara en la cuestión y se hiciera cargo del Protectorado español.
En agosto de 1921 culminaba el desastre militar español en Annual, algo
que se vio con gran preocupación por el Residente General (cargo equivalente
a Alto Comisario) general Lyautey. Era éste un experimentado y buen militar,
un africanista a la vieja usanza, que desconfiaba de que el mando español
protegiera adecuadamente el norte del Protectorado francés, particularmente la
estratégica ciudad de Xauen, posible puerta de entrada de los rifeños hacia el
norte del río Uarga, límite natural entre los dos protectorados.


Desde Annual el rebelde Abd el Krim redobló sus esfuerzos por ampliar
su influencia militar y, particularmente, conseguir su legitimidad internacional.
Un primer paso en ese sentido lo constituía Francia. Fue por ello que en mayo
de 1922 envió dos emisarios a Fez, sede del Protectorado francés, a fin de
entrevistarse con las autoridades galas. El objetivo público era el de llegar a un
acuerdo para comerciar libremente en la zona fronteriza.

Abd el Krim

Lyautey no cayó en la trampa tendida por los rifeños y se negó a admitir
conversaciones al mismo nivel ni llegar a acuerdo comercial alguno. A fin de
cuentas, Francia solo reconocía la autoridad del sultán de Marruecos, por
entonces un títere de sus intereses. Como tampoco se deseaba un
enfrentamiento, los emisarios fueron recibidos por autoridades coloniales
menores y se les aseguró que no hacía falta acuerdo alguno porque Francia
garantizaba el libre comercio en los mercados de su zona de forma individual
para todos aquellos que deseaban llevar sus negocios allí.
Al año siguiente, Abd el Krim reiteró sus deseos de llegar a acuerdos
comerciales con los franceses, alabando su obra en Marruecos al tiempo que
criticaba la labor española en los terrenos que él empezaba a dominar. Bien
sabía la mala consideración que tenía Lyautey de las autoridades españolas, así
que se ofrecía implícitamente como sustituto de una autoridad ibérica que
empezaba a no existir en la realidad.
Aunque Lyautey tenía una impresión deficiente de los españoles, que se
agravaría profundamente respecto a Primo de Rivera desde que observara su
afán de abandonar el Protectorado, siguió sin aceptar a la República del Rif
como un Estado con el que tener relación alguna.
Hacia 1924, cuando el abandono español de gran parte de su
protectorado se iba consumando, en el momento en que las fuerzas rifeñas
atacaban diversos puntos en el mismo, particularmente Xauen, la actitud de
Abd el Krim hacia Francia fue cambiando. Ya que la vía diplomática no daba
ningún resultado, habrían de ser los hechos consumados los que forzaran a
Francia a tratar a la República del Rif como un Estado independiente.
Es cierto que Abd el Krim deseaba comerciar con las tribus del norte del
Uarga, en particular la poderosa y francófila tribu de los Beni Zerual, pero en
realidad había un afán de dominio: pretendía controlar el norte del río
mostrándose amistoso con esta tribu, captándola para sus intereses,
garantizando un comercio fluido con el norte de Marruecos, imponiendo
tributos y captando voluntarios para sus fuerzas militares.

Abd el Krim con el empresario Echevarría


Estos avances fueron vistos con preocupación por las autoridades
francesas, que decidieron incrementar la presencia militar al sur del Uarga
instalando once batallones en Ain Aicha. La tensión se incrementó a ambos
lados del río. Abd el Krim mandó una carta a Lyautey en la que informaba de
que la República del Rif deseaba ser reconocida como tal, añadiendo la
advertencia de que si Francia cruzaba el cauce del río las consecuencias serían
imprevisibles.
Este desafío fue afrontado por los franceses cruzando efectivamente la
corriente fluvial mediante una columna dirigida por el general Chambrun. Su
objetivo era defender los intereses de los Beni Zerual, aliados tradicionales de
los franceses, pero al tiempo servía de demostración de fuerza frente a Abd el
Krim controlando el abastecimiento de víveres al tiempo que se socavaba
entre los habitantes de la zona el prestigio militar del caudillo rifeño.
Los enfrentamientos se generalizaron pero dentro de un ambiente militar
contenido. Las escaramuzas, alguna emboscada, se sucedieron pero los rifeños
no contaban aún con la suficiente fuerza para hacer frente al poderío militar
francés. Sin embargo, el tiempo y el abandono español jugaban a su favor. Las
sucesivas retiradas decretadas por Primo de Rivera, las decenas de posiciones
abandonadas hasta llegar a la entrega de Xauen, ocupada por los rifeños el 14
de diciembre de 1924, permitieron a estos enviar más de tres mil hombres a la
zona del Uarga sin el temor de recibir ataques en su retaguardia.
Esta dinámica condujo a que los Beni Zerual se decantaran por apoyar a
Abd el Krim hasta el extremo de que los que ahora atacaban los convoyes y
puestos franceses eran sus antiguos aliados, dirigidos por una minoría de
rifeños más avezados en la lucha contra los imperios coloniales. De ese modo,
como había sucedido en Annual, muchos puestos fortificados franceses
hubieron de ser abandonados, si bien ordenadamente. La mayoría de ellos se
habían diseñado para vigilar y hacer una demostración de poderío militar, más
que ser realmente efectivos. Sufrían los mismos males que los puestos
españoles: formar parte de una línea militar excesivamente larga y alejada
entre sí, necesitar el aprovisionamiento constante de agua y víveres con la
vulnerabilidad que los convoyes suministradores presentaban al recorrer sin
defensa largos trayectos entre un puesto y otro.

Paul Painlevé, primer ministro francés



Previendo que les pasara como a los españoles en Annual, los franceses
abandonaron entre abril y julio de 1925 cuarenta de los sesenta puestos
militares que tenían al sur del Uarga. Por entonces, el primer ministro francés,
Painlevé, integrante de una coalición de izquierdas, se veía incapaz de enviar
refuerzos ante la oposición socialista y comunista en el Parlamento francés.
Tuvo que aprovechar las vacaciones parlamentarias para enviar más hombres
ante el incremento de las hostilidades a ambos lados del río.
El Elíseo francés, finalmente, se vio obligado a dar un giro en su
política. La ayuda española era imprescindible para lo cual resultaba
imprescindible revertir la vocación abandonista de Primo de Rivera. En mayo
de 1925 el ministro francés de la Guerra visitó Madrid para que, poco después,
el ministro de Exteriores Briand tuviera conversaciones en París con el
embajador español Quiñones de León. La iniciativa francesa encontró una
buena recepción por parte del Directorio militar español, deseoso también de
apoyo en Europa. ¿Se acordaría Primo por entonces de la actitud de los
militares africanistas como Sanjurjo, Varela o Franco? Probablemente. No es
de suponer que fuera un elemento decisivo (habida cuenta de que habrían de
obedecer a sus mandos, según daba por descontado) pero sin duda colaboró en
la creencia de que las fuerzas militares en África afrontarían con ilusión y
renovadas fuerzas un espíritu de agresividad y reconquista del territorio. Se
anunció la realización próxima de una conferencia franco-española en Madrid.


Conferencia franco-española

El general Francisco Gómez Jordana, de 49 años por entonces, recibió a
los periodistas en Madrid el 16 de junio de 1925. Este destacado miembro del
Directorio militar estaba encargado de coordinar la acción española en
Marruecos con el Alto Comisariado hasta que el cargo fuera ocupado por el
mismo Primo de Rivera.

Protagonistas de la Conferencia

Gran conocedor de los problemas africanos, hombre discreto y buen
diplomático, habría de ser a su vez Alto Comisario tres años después, además
de recibir el título de conde de manos de Alfonso XIII por su destacado papel
en las próximas acciones bélicas. Ministro de Asuntos Exteriores con Franco
era descrito a su muerte como

“De corta talla y aire tranquilo, era hombre íntegro profesionalmente
y de gran probidad personal (murió sin un céntimo), provocando
sinceros tributos de admiración de Sir Robert Hodgson, agente
británico en Salamanca y Burgos; de sir Samuel Hoare (lord
Templewood) posterior embajador inglés, y de Mr. Carlton Hayes, el
embajador norteamericano, en sus respectivos libros”

Como encargado de presidir la Conferencia franco-española a celebrar
en Madrid quiso restar importancia militar al asunto frente a los reporteros. Se
limitó a afirmar que al día siguiente por la mañana llegarían tres expertos
franceses (el delegado Sorbier de Pougnadoresse, el técnico militar Coutard y
el técnico naval Saint Maurice) que se unirían al embajador en Madrid, conde
Peretti de la Rocca, para iniciar las sesiones de trabajo esa misma tarde.
Al ser preguntado por los temas a tratar recordó que la Conferencia se
celebraba a instancias del gobierno francés. Así pues, junto a dos temas
fundamentales que interesaban al Directorio, como eran el control del
aprovisionamiento de los rebeldes rifeños por mar y, sobre todo, por tierra,
habrían de tratarse todas aquellas iniciativas que el gobierno francés tuviese a
bien plantear.
Efectivamente, al día siguiente llegaron a las diez de la mañana por la
estación del Norte las tres personas que se esperaban para que a la tarde ambas
delegaciones posaran ante la prensa en un ambiente que siempre fue de gran
cordialidad, no en vano había intereses comunes.

Primera sesión de la Conferencia



Aquellos mismos días el primer ministro galo, Paul Painlevé, había
visitado el Protectorado propio para hacer unas jugosas declaraciones en
Rabat:

“Todo el mundo quiere la paz y lo antes posible; cuestión de
humanidad y de sana política; pero ¿sirven la causa de la paz los que
en París dicen a toda hora que Francia no quiere la guerra? Si Abd-
el-Krim se convence de que estamos dispuestos a ceder ¿va a pedir la
paz? Por el contrario, nos obligará a la lucha.
Debemos negociar un acuerdo con los españoles para llegar a una
paz estable, no a una tregua que los adversarios aprovecharían para
revolverse luego contra nosotros en mejores condiciones” (ABC,
18.6.1925, p. 9).

El planteamiento estaba claro: Si quieres la paz, prepara la guerra.
Obviamente la paz, el proceso de pacificación que se menciona repetidamente
en este tiempo por los gobiernos español y francés, se refiere al control del
territorio por ambos países europeos de común acuerdo con el que consideran
representante legítimo del pueblo marroquí (un sultán entregado a los
franceses) y con el objetivo de “civilizar” a las tribus marroquíes rifeñas,
bereberes, etc.
Painlevé era consciente de la oposición que se hacía presente en el
Parlamento francés y, sobre todo, entre las mismas fuerzas de izquierdas que le
sostenían como primer ministro. Tenía que hilar muy fino para presentar las
futuras acciones bélicas como una búsqueda de la paz necesaria. Desde que los
avances de Lyautey en Marruecos a partir de 1914 habían encontrado una
fuerte oposición socialista liderada por Jean Jaurés, la izquierda había
mostrado una clara resistencia a la explotación del territorio.
La necesidad de la colaboración española era apremiante para Painlevé,
que añadió en Rabat:

“No podríamos negociar útilmente con Abd-el-Krim, que está en la
zona de España. Este acto de paz (sin acuerdo con España) sería un
acto de fuerza contra los Tratados… Tenemos el derecho de seguir a
las tropas sublevadas, pero debemos ejercer ese derecho de acuerdo
con España” (Idem).

Los discursos iniciales de la Conferencia fueron más que cordiales, casi
hermanos. No se trataba, como dijo el delegado francés, de conquista alguna
ni de éxito a conseguir del vecino, sino búsqueda de la paz para poder
desarrollar la labor civilizadora que los Tratados habían encomendado a
ambos países europeos.
Pocos días después se había llegado a un acuerdo respecto al control
marítimo del contrabando de armas. Navíos franceses y españoles,
conservando su independencia de mando pero estando coordinados en su
acción, se repartirían la navegación por las aguas costeras. Los puertos
franceses más importantes (Orán y Nemours) estaban abiertos a los españoles
mientras estos ofrecían a los navíos franceses atracar libremente en Algeciras,
Málaga o Almería.
Esto no fue difícil de conseguir porque ambas naciones eran las únicas
en controlar la vía marítima de introducción de armas a los rifeños. Cosa
diferente y mucho más difícil era realizar dicho control en tierra, donde el
territorio estaba enormemente fragmentado entre las distintas tribus que, en no
pocos casos, jugaban a dos bandas con tal de obtener beneficios. Así, muchas
mostraban su mejor cara y su actitud colaboradora con los españoles siempre
que estos les surtieran de dinero y bienes que desearan pero, si las cosas se
torcían o incluso sin hacerlo, se comerciaba activamente para facilitar el paso
de armas o entregarlas a las harcas más rebeldes. ¿Quién podía controlar ese
tráfico cuando la presencia militar española se había reducido tanto y Abd el
Krim controlaba las tres cuartas partes del Protectorado español? Tras el
abandono sistemático del terreno decretado por Primo de Rivera ahora se
trataría de reconquistarlo, labor ardua que no podía realizarse en solitario.
La Conferencia, que durante los primeros días había aparentado bastante
transparencia y rapidez en cuanto a las conversaciones y los acuerdos
alcanzados, pareció discurrir desde entonces con gran lentitud y apelaciones a
la complejidad del proceso, además de la necesaria discreción respecto a los
detalles militares. Otras potencias europeas y en particular Gran Bretaña,
seguían con interés el desarrollo de las conversaciones mostrando su
preocupación.
El señor Gómez Jordana tuvo que intervenir frente a los rumores que
corrían por la prensa tras unas declaraciones del embajador inglés, para
asegurar que el deseo de controlar las fronteras terrestres por parte española no
llegaban a cuestionar el estatuto internacional de Tánger, ciudad clave para la
estrategia militar británica, deseosa de controlar el paso del Estrecho gracias a
Gibraltar por un lado y Tánger por la otra.
Ante la ausencia de noticias relevantes el interés de la prensa declinó
considerablemente, reflejándose en páginas interiores diversas reuniones,
actos protocolarios relacionados con la Conferencia y poco más. Mientras
Painlevé seguía peleando en el Parlamento francés para encontrar apoyo a sus
objetivos, se peleaba en Uazzan, en Tazza. Los enfrentamientos entre fuerzas
rifeñas y francesas empezaban a multiplicarse a ambos lados del río Uarga. El
objetivo evidente de los hombres de Abd el Krim era Fez, dentro del
Protectorado francés. Si Xauen en la parte española había sido la puerta para
ocupar el sur de dicho Protectorado y llegar al límite del mismo, la conquista
de Fez sería capital para asegurar la conexión ferroviaria entre el Atlántico y el
Mediterráneo. Con ello, la relación entre el Protectorado francés en Marruecos
y la Argelia francesa quedaría rota con grave riesgo de perder esta última, si
llegase a quedar aislada.
El día 2 de julio llegaba a Madrid el exministro y hombre de confianza
de Painlevé, el señor Malvy, viejo conocido y amigo también de Primo de
Rivera y Gómez Jordana. Aquello era relevante y parecía mostrar que el
acuerdo estaba próximo a ser completado, como él mismo afirmó:

“Ahora estamos en el momento culminante y sólo hay que meter el
‘bollo en el horno’ continuó sonriente. Tengo una impresión muy
optimista y creo que acertaremos, que es lo más importante” (ABC,
2.7.1925, p. 7).

Los periodistas le señalaron el rumor de que se estaba planeando una
acción militar enérgica ante lo cual la reserva del señor Malvy creció si cabía.
Tras un minuto de silencio, aclaró:

“Comprenderá usted que debo callar, entre otras razones porque no
he hablado con el general Primo de Rivera, que me espera a la una de
la tarde. Él y yo convinimos y firmamos solos el acuerdo de 4 de
junio, y hemos de seguir las conversaciones” (Idem).

Entrevista Primo-Malvy
La existencia de dicho acuerdo había sido mencionada por el delegado
francés en el discurso inaugural de la Conferencia pero sin detallar su
contenido, que seguía siendo reservado. De manera que los rumores sobre esa
posible acción militar crecieron.
El 21 de agosto el mariscal Petáin y el general Primo de Rivera se
encontraron en Algeciras. Estaban cercanos los ecos del banquete de
despedida que dio el general Gómez Jordana en nombre del gobierno español
a la delegación francesa el 9 de julio. Tan sólo una semana después era
relevado de su mando en Marruecos el Residente general Lyautey, que había
dirigido el Protectorado desde 1912.
Se eligió para sustituirle a un decidido simpatizante de su homólogo
Primo de Rivera: el mariscal Petáin, héroe de la Gran Guerra. De esa forma, el
Alto Comisario español y el Residente General francés forjaban una alianza
que habría de terminar con la autodenominada República del Rif.
Ambos dirigentes se reunieron en el hotel Cristina y departieron a solas
durante una hora. Después fueron a pasear por la playa hasta regresar al hotel
para almorzar en compañía del almirante de la escuadra francesa Yolif, el jefe
del Estado Mayor de la Marina española Joaquín Monteagudo, además del
alcalde de Algeciras como anfitrión del encuentro.
La importancia de esta conferencia que, al decir de sus protagonistas,
había terminado con un acuerdo completo, no se le escapaba a nadie. “Nos
proponemos llevar adelante la campaña hasta batir a Abd el-Krim por
completo” afirmó un renacido general Primo, aparentemente alejado de su
tesis abandonista gracias a la actitud francesa.
Tampoco se le escapaba al ausente jefe rifeño todo lo que se estaba
preparando contra él ni por dónde vendría el ataque. De hecho, el mismo día
de la conferencia en Algeciras tuvo lugar un ataque desde la costa sobre el
Peñón de Alhucemas, posición fortificada española, fuertemente artillada, y
que, a 700 metros de las posiciones rifeñas de la tribu de Abd el Krim (los
Beni Urriagel) en la costa, constituía una posición amenazante ante un posible
desembarco de tropas españolas.
El jefe del Directorio restó importancia a lo que entendía que era una
provocación, solucionada con la presencia de dos buques españoles (los
cruceros Extremadura y Alfonso XIII) y la misma artillería del Peñón.
Preguntado por los periodistas si pensaba que esta demostración de fuerza
pretendiera reafirmar el prestigio militar del jefe rebelde ante una posible
campaña militar franco-española, Primo de Rivera afirmó desconocerlo por
completo. Eso sí, afirmó que el acuerdo entre Francia y España era completo.
“Tenemos todo dispuesto para emprender la campaña” sostuvo tajante.













El desembarco

A primeros de septiembre se sabía que las operaciones militares eran
inminentes puesto que el trasiego de soldados, armas y municiones, la llegada
masiva de barcos a las ciudades de Ceuta y Melilla, así lo daban a entender. El
domingo 6 de septiembre se dictaba zafarrancho de combate y los miles de
soldados eran embarcados zarpando seguidamente en dirección a la bahía de
Alhucemas.

Arenga del general Sanjurjo a la Legión
Se ignoraba en cambio en qué momento ni lugar se efectuaría el
desembarco. No era una táctica para desorientar al enemigo sino que las
circunstancias y los reconocimientos aéreos mandaban gracias a la
información que proporcionaban. Así, se supo muy pronto que no soplaría ni
levante ni poniente fuerte, algo que hubiera hecho retrasar las operaciones.


El objetivo inicial era tomar la playa de Suani, hacia el centro de la
bahía, pero los aviones Bristol que sobrevolaban todos los objetivos detectaron
unas fuertes defensas artilleras, no en vano los rifeños también conocían las
bondades de dicho punto para el desembarco.
Tomada la decisión por el general Sanjurjo de cambiar el lugar escogido,
mientras navegaba en el acorazado París y comunicando con el alto mando en
el Alfonso XIII, el general Primo, se determinó que la playa de Cebadilla, en
el lado oeste de la bahía, habría de acoger la llegada de las barcazas.
A partir de ahí procedía realizar dos acciones para garantizar la
viabilidad del proyecto: bombardear masivamente las defensas artilleras
rifeñas en la costa y realizar maniobras desorientadoras para que desde tierra
se ignorase hasta el último momento dónde tendría lugar la acción principal.
El bombardeo fue muy intenso, tanto el lunes día 7 como el mismo
martes 8 a partir de las diez de la mañana. Desde buques españoles y franceses
se dispararon numerosos obuses contra los blancos determinados por los 70
aviones que volaban sobre los objetivos. Un total de 50 cañones desde las
embarcaciones y las 33 piezas de artillería radicadas en el Peñón de
Alhucemas, dispararon sin cesar durante ese tiempo.
El citado Peñón, que había sido objeto de un ataque días antes previendo
precisamente su acción en aquellos momentos, es una isla de apenas 170
metros de larga por 85 metros de ancha y se levanta a unos 700 metros de la
orilla, por lo que sus proyectiles llegaban fácilmente desde la playa Suani
hasta la península de Morro Nuevo y los altos de Malmusi.

Al anochecer del lunes se encendieron numerosas hogueras por parte de


los defensores rifeños, protegidos durante el día de los bombardeos como
buenamente pudieron. Su presencia fue así detectada por los aviones
españoles, que pudieron señalar dónde se encontraba la mayor concentración
enemiga, a fin de tomar la decisión del lugar adecuado del desembarco que
tendría lugar al día siguiente.

General Saro

El mismo día 8 por la mañana hubo simulacros de desembarco por parte
de las columnas de Melilla en el cabo Quilates, al otro lado de la bahía de
Alhucemas. De ese modo, cuando las columnas de Ceuta irrumpieron en la
playa de Cebadilla la oposición enemiga no era elevada.

Bahía de Alhucemas

Para tener una idea más cabal de las fuerzas empleadas en el desembarco
hay que aclarar que al final del día habría en total 9.000 hombres en tierra. Las
unidades de Ceuta, que fueron las primeras en intervenir, estaban dirigidas por
el general Saro de manera que al mando de las tres columnas existentes
figuraban el coronel Franco, el coronel Martín y el teniente coronel Campins.
Las de Melilla, que hicieron el primer simulacro en cabo Quilates y luego se
incorporaron a Cebadilla estaban dirigidas por el general Fernández Pérez y a
sus órdenes estaban el general Goded con la primera columna y el coronel
Vera con otra de reserva.
Todas estas fuerzas disponían de un total de 24 barcazas de origen
británico, pudiendo cada una transportar 300 hombres. Eran embarcaciones de
30 metros de eslora, 6 metros y medio de manga y capaces de abatir la proa
para dejar paso libre a los soldados. Eran lanchas históricas aquellas, porque
resultaban los restos que recuperaron los británicos en el fallido desembarco
de Gallípoli, en Turquía, durante la Primera Guerra Mundial.


Lanchones empleados

Embarcando en los lanchones

Mientras tanto los periodistas en Madrid asediaban al conde de Magaz,
presidente en funciones del Directorio. Fue a entrevistarse primero con el rey
y luego dio a conocer, al final del día, el telegrama enviado por Primo de
Rivera desde el acorazado Alfonso XIII:

La Legión, preparándose para el desembarco



“A las doce las tropas han puesto pie en la bahía de Cebadilla. A las
doce y media han coronado la posición, tras breve preparación de
fuego y sin gran resistencia.
Las fuerzas que han desembarcado en la bahía de Cebadilla, situada
en la península de Morro Nuevo (bahía de Alhucemas), son las
mandadas por el general Saro” (El Heraldo de Madrid, 8.9.1925, p.
1).

Algunos detalles, obviamente, no se transmitieron entonces. Había
periodistas embarcados en el buque “Lázaro” pero se mantenían lejos de la
acción. La columna dirigida por el coronel Franco fue la primera en acercarse
con las barcazas a la playa. Allí se dieron cuenta de algo que no habían
previsto por ignorarlo: presentaba rocas como a 50 metros de la orilla, lo que
imposibilitaba acercarse más. Tampoco las barcazas podían retroceder porque
su uso implicaba que eran “lanzadas” desde otras embarcaciones para llegar a
su objetivo pero no tenían apenas maniobrabilidad por sí mismas.

Concentración de barcos en Cebadilla



De manera que el desembarco pudo constituir una auténtica pesadilla
sino fuera por dos hechos: la oposición enemiga en los altos de Cebadilla era
muy escasa (dos cañones y siete ametralladoras) y los legionarios hicieron
honor a su acometividad para lanzarse al agua y, con ella hasta el cuello y
llevando en alto sus armas, ganar la orilla.
Salvado ese importante inconveniente no previsto, los primeros hombres
se apostaron en la playa con parapetos improvisados para hacer frente a los
disparos que les llegaban desde la altura. Un nuevo obstáculo fue comprobar
que la playa estaba minada, lo que retrasó la acción de los soldados españoles.
Una vez superado el problema por los desactivadores que les acompañaban
ascendieron por la inmediata colina hasta el nido de ametralladoras que les
había hecho objeto de fuego hostil.


Primeros momentos del desembarco

Desembarco

Para entonces, los defensores de la playa habían huido ante la constancia
de que las barcazas vomitaban cientos y cientos de hombres y que no podrían
hacerles frente con medios tan escasos. Así que el intercambio de disparos que
debía haber durado pocos minutos se extendió media hora debido a las minas.
Finalmente, a las doce y media la playa estaba cubierta, se levantaban las
primeras fortificaciones junto a la orilla y se preparaba el desembarco de todas
las tropas. La prensa hablaba de muy escasa resistencia pero también hacía
constar casi 50 bajas, más de la mitad procedentes de harcas marroquíes
amigas, que también participaron en la operación bajo el mando del
comandante Varela.

Saro y Sanjurjo en Cebadilla



La acción bélica tenía tres objetivos inmediatos: el primero consistía en
realizar el desembarco y escalar las alturas de Morro Nuevo desde podían ser
agredidos; el segundo era bajar hasta el Morro Viejo a fin de aislar el istmo de
la península atrapando a las fuerzas rifeñas que allí pudieran resistir;
finalmente, el tercero era continuar la ocupación dirigiéndose a la parte
oriental de la bahía de Alhucemas.







General Saro, en Cebadilla






Morro Nuevo

Era indudable que los dos aspectos fundamentales que garantizaron el
desembarco fueron el bombardeo sistemático por las dos escuadras de los
puestos fortificados rifeños y, sobre todo, la sorpresa que supuso el
desembarco en una playa poco propicia para tal acción. De hecho, el mayor
bombardeo se dio en la parte oriental de la bahía, zona de cabo Quilates y
Sidri Dis. Allí esperaba Abd el Krim el ataque y había concentrado el grueso
de sus fuerzas para rechazar el avance enemigo. Diversos simulacros
protagonizados por las tropas de Melilla al mando del general Fernández Pérez
agudizaron esa sensación.

El general Fernández Pérez y sus ayudantes


Cebadilla era una playa, como hemos dicho, pedregosa. Las barcazas no
pudieron acercarse a menos de cincuenta metros de la orilla, lo que hizo difícil
y complicado el desembarco, teniendo que ir los soldados con el agua hasta el
cuello. En esas condiciones, una buena preparación artillera hubiera causado
un número muy crecido de bajas, tal como sucedió en el malogrado
desembarco de Gallípoli. Hay que tener en cuenta que si aquel fue el primer
intento de desembarco anfibio realizado en la historia militar, el de Alhucemas
fue el primero que tuvo éxito. En ese sentido el Ejército norteamericano y, en
particular, el general Patton, lo estudiaría en detalle para preparar el
desembarco en Normandía.
El elemento fundamental fue, pues, la sorpresa. Aquella playa solo
estaba defendida por dos cañones y siete ametralladoras, un armamento
claramente insuficiente ante el bombardeo sistemático desde los barcos y el
peñón, además del número tan crecido de tropas españolas e indígenas que
llegaron. Nadie en el bando rifeño esperaba esa acción hasta el punto de que
los defensores de la posición debieron entrar en pánico y no utilizar sus armas
de forma adecuada.
Una demostración de este hecho la tuvo el mismo coronel Franco al
pisar la playa. Al darse cuenta varios soldados de que la arena estaba minada,
su columna se vio obligada a replegarse precariamente sobre el terreno
mientras se repelía el escaso fuego enemigo. Se observó entonces la existencia
de hasta cincuenta bombas de aeroplano unidas con alambre bajo la arena, de
manera que desde una caseta cercana podía tirarse de dicho alambre, unido a
los percutores, para hacer estallar todas las bombas simultáneamente. Esto no
se hizo y hasta los soldados españoles tuvieron tiempo de examinar el
artefacto y anularlo. El avance se retrasó pero, por la ausencia del encargado
rifeño de activarlas, las bombas no causaron el número de víctimas que
pudieron ocasionarse.

Ocupación del nido de ametralladoras en Morro Nuevo



Ocupada la altura de la playa, anulado el escaso fuego enemigo, éste
tuvo que reducirse desde entonces a las escaramuzas puntuales, pequeños
comandos que en general eran aplastados por la potencia de fuego española.
Los ingenieros pontoneros se dedicaron a construir unos desembarcaderos que
facilitaran la descarga de efectivos, munición y avituallamientos sin tener que
recorrer esos metros entre rocas que habían tenido que salvar las primeras
fuerzas. Se construyó también un aljibe para garantizar el suministro de agua
y, en fin, se dedicaron los siguientes días a dos tareas: fortificar la posición en
Cebadilla y ocupar por completo las alturas de Morro Nuevo al tiempo que se
artillaba su cumbre para proteger la continuación del desembarco.

Cañón rifeño capturado en Morro Nuevo



La instalación de la bandera española sobre esa elevación fue saludada
con vítores desde lugares tan lejanos como el Peñón de Alhucemas. También
lo vieron los rifeños en las cercanas poblaciones (aduares) de la tribu de los
Bocoya.
El hecho de que la penetración no se hubiera realizado en cabo Quilates
y Sidi Dris, lugares pertenecientes a la tribu Beni Urriaguel de Abd el Krim, y
en cambio hubiera tenido lugar en terrenos de la tribu Bocoya, levantó las
primeras tensiones internas entre los rifeños.

Establecimiento de comunicaciones en Cebadilla


Fortificación en Morro Nuevo



Todos contaban con la promesa del dirigente de que los españoles no
podrían desembarcar en Alhucemas, centro de su territorio tribal y lugar donde
se levantaba Axdir, su capital. Pero ahora la playa de Cebadilla, a solo 8 km de
esta localidad, estaba ocupada por los españoles y el pánico empezó a invadir
a las distintas cabilas. Pese a los requerimientos de Abd el Krim, cuyo tío
defendía personalmente las tropas rifeñas frente al avance español, los
poblados de los Bocoya fueran desalojados de combatientes que prefirieron
retirarse más al interior, fortificarse y esperar acontecimientos. Tan sólo su
presencia en el cercano monte Malmusi y algunos comandos que eran
prontamente desbaratados recordaban la presencia de los rifeños.
Así, los españoles desde el Morro Nuevo, podían contemplar todas las
poblaciones limítrofes hondeando la bandera blanca y siendo habitada por
viejos, mujeres y niños.
En Alhucemas las fuerzas de Sanjurjo, ya presente en la playa y
habiendo inspeccionado el terreno ganado, se habían dividido en dos zonas de
vigilancia: la oriental correspondía a Franco, la occidental al coronel Martín.
Las columnas melillenses dirigidas por Fernández Pérez siguieron hostigando
el cabo Quilates, amenazando con un desembarco también en ese punto (más
propicio para tal acción) si los rifeños bajaban la guardia. Pero estos no lo
hicieron y por ello la columna melillense del general Goded terminaría por
encaminarse a la playa de Cebadilla para unirse a los compañeros ceutíes.
Aunque nuestra atención se centrará en Alhucemas no podemos dejar de
mencionar que la actividad bélica en todo el Protectorado español era intensa,
con bombardeos a lo largo de la costa.

Generales Saro y Sanjurjo inspeccionando



Además, en una maniobra de pinza que llegaría a completarse con más
dificultades de las inicialmente previstas, Francia no permanecía observando
la acción española. El mismo mariscal Petáin veía llegada la hora de pasar al
otro lado del río Uarga. Con dos cuerpos de ejército, uno radicado en Terual y
otro en Taunat, iniciaron un ataque precedido por un intenso bombardeo el día
11 recuperando con rapidez el macizo de Bibane y diversos puestos que
habían tenido que ser abandonados previamente: Astar, Sker y Mezracua,
como los más importantes.
En estos dos frentes, el occidental del general Sousa y el francés, la
resistencia de las fuerzas de Abd el Krim fue muy grande. Aunque los avances
aliados fueron continuos se realizaron con gran lentitud y numerosas bajas por
ambos bandos.

Oficiales en Cebadilla
















Kudia Tahar

En la parte occidental del Protectorado español, cerca de la ciudad de
Tetuán, se combatió muy duramente por aquellos días. La vega donde se
asentaba la localidad y por donde discurría el río Martín estaba rodeada por
una serie de barrancos que permitían acceder al macizo de Beni Hosmar, lugar
de asentamiento de una tribu del mismo nombre afín a los planteamientos de
Abd el Krim.

Sector de Beni Hosmar



El día 3 de septiembre, cinco días antes de la acción en Alhucemas y
previendo un ataque inminente, el dirigente rifeño concibió el plan de
adelantarse desviando la atención de las fuerzas que se estaban acumulando en
Melilla y Ceuta, a punto de embarcar para la operación anfibia.
A través de algunos familiares se puso en contacto con la tribu residente
en la cabila Beni Hosmar a fin de emprender un ataque sobre la importante
ciudad española de Tetuán, prácticamente la capital política del Protectorado y
lugar de residencia habitual del Alto Comisario. El acceso a la localidad estaba
defendido por el puesto fortificado de Kudia Tahar, punto central de una serie
de fortines más débiles que se alineaban en torno a la cordillera, desde
Nazarines y Nator hasta la importante ciudad de Ben Karrich. Si este puesto
caía en poder de los rifeños todo el frente se desmoronaría, permitiendo la
llegada a los barrancos de Mers, Bucalemal y Sequim y de ahí a la vega de
Tetuán.
De manera que las fuerzas de Abd el Krim, un total de 4.000 hombres,
se dirigieron a Kudia Tahar, un puesto donde por entonces permanecían 130
hombres y una batería artillera, todo ello al mando del capitán Gómez
Zarazíbar.
Un nutrido fuego de fusilería, cañones y disparos de mortero cayeron
sobre la posición. La batería española quedó prontamente dañada, las tiendas
se incendiaron y el parapeto cayó finalmente permitiendo el paso de los
rifeños armados hasta la línea de las alambradas. Al otro lado de las mismas,
los regulares españoles dispararon ahuyentando a su enemigo.
Al darse cuenta de la ocupación de la zona y la amenaza que se cernía
sobre Kudia Tahar, se envió un convoy para aprovisionar a los cercados al
mando del teniente Ángel Sevillano. A duras penas consiguió alcanzar la
posición teniendo que permanecer en su interior al recrudecerse el cerco y
quedar completamente aislados de las fuerzas en Tetuán.
La situación se agravaba por momentos puesto que los ataques rifeños se
sucedían y el convoy había llegado bastante mermado hasta ellos. Dos días
después el agua y las provisiones empezaban a escasear y se llegaba a una
situación casi imposible de sostener. Fue precisamente el día 5 de septiembre
cuando una bala acabó con la vida del capitán Zarazíbar. Los tenientes Ocasar
y Sevillano discutieron ásperamente sobre la preeminencia de dirigir las
operaciones desde el interior. Aunque finalmente el mando fue para el
segundo, la cuestión de las responsabilidades retrasaría hasta 1935 la
concesión de la Laureada de San Fernando al teniente Sevillano.
Cuando éste finalmente se hizo con la dirección del puesto nadie podía
suponer que aquello terminara bien. La presencia rifeña era muy numerosa y,
tras la llegada del convoy, el cerco se había cerrado por completo. Desde
Tetuán, el general Sousa mandó enviar aviación que arrojaba sobre Kudia
Tahar provisiones y barras de hielo, que permitían sofocar la sed. Pero era
necesaria una acción más contundente para vencer el cerco que entraba en su
quinto día.
El día 8 se llevaba a cabo el desembarco en la playa de Cebadilla.
Naturalmente, casi toda la atención se centraba en la bahía de Alhucemas. No
obstante, se dispuso que una columna de cincuenta regulares al mando del
teniente Muntané llegara hasta la posición para reforzarla. Lo consiguieron
con grandes dificultades pero, una vez dentro, se vieron de nuevo
imposibilitados de salir. Hacía falta una acción más numerosa y enérgica.
Hasta Primo de Rivera, atento a la parte oriental del Protectorado, se dio
cuenta que debía liberar a la guarnición asediada a solo doce kilómetros de
Tetuán.
El mismo día 8, al darse cuenta que el desembarco era un hecho en
Alhucemas y no se encontraba la feroz oposición que se preveía, envió la II y
III Bandera del Tercio dirigidos por el teniente coronel Balmes hacia Tetuán.
Allí se unieron a las columnas de los coroneles Fanjul y Preteger, de forma
que bajo la dirección del general Sousa, se dispuso una ofensiva en toda regla,
no solo para proteger Kudia Tahar, que era una prioridad, sino para desalojar a
los miles de rifeños de sus posiciones en torno a Tetuán.

Artillería en Kudia Tahar



El día 11 se avanzó hasta el inmediato barranco de Sequim, sin encontrar
una fuerte oposición. A la vista del aduar (poblado) de Dar Halka vivaquearon
aquel día para proseguir el siguiente ocupando este lugar con facilidad.

Avance de la Legión hacia Kudia Tahar



A lo largo del día alcanzaron las proximidades de la localidad de Dar
Gazi. Allí tuvo lugar un asalto de enorme violencia. Los fusiles se dejaron a un
lado para ir ocupando casa a casa mediante las granadas de mano y las
bayonetas. Numerosos actos de heroísmo tuvieron lugar entre los legionarios
por los que fueron condecorados posteriormente en el que sería el
enfrentamiento que recibiera más distinciones (algunas a título póstumo) de
toda la acción militar aquellos meses. De hecho, a esta acción militar se la
denominó “La Batalla de las Laureadas”.
El ABC describía aquella lucha del siguiente modo:

“Uno de los episodios más interesantes en la operación de Kudia
Tahar fue el asalto a Dar Gazi, base decisiva del combate… Se
llevaba luchando todo el día, separando a los combatientes una
distancia de 50 metros que no se podía salvar por el fuego eficaz y
persistente del enemigo. Era necesario resolver la situación antes de
que oscureciera, pues en este caso quedaría dificilísima en lo más
abrupto del terreno y en las inmediaciones de Dar Gazi, convertido
en un fuerte con una guarnición.

En un blocao enemigo

El Teniente Coronel Balmes ordenó que cesara el ataque. García
Escámez, Comandante de la Tercera Bandera, pidió voluntarios para
asaltar el caserío, presentándose veinticuatro legionarios con los
Tenientes Maraver, Anglada y Ceballos, estos dos de la Segunda
Bandera. Avanzó esta pequeña tropilla muy decidida y pegada al
terreno hasta situarse bajo las tapias de Dar Gazi, en cuyo interior
hervían los rebeldes.
Las primeras bombas de mano, arrojadas por encima de los tapiales
inesperadamente, produjeron efecto indescriptible. Los moros
saltaron al borde de la tapia, pero los legionarios, con fuego de fusil,
los iban derribando. Así transcurrieron varias horas. Nuestros
legionarios metiéndoles sus granadas, pegados a las tapias,
cercándoles, y los rebeldes, sin poder salir, sirviéndoles el caserío,
que tan cuidadosamente habían fortificado, de cárcel y sepulcro. El
guión de la Tercera Bandera, que representa un tigre, está todo
manchado de sangre de los que lo llevaron. Era portador de él el
Sargento Riego, gallego, tipo del verdadero militar, sereno y valiente,
y del que Balmes, los Jefes, Oficiales y legionarios hacen grandes
elogios. Murió cuando cargaba impetuosamente. Recibió un balazo
en la cabeza y cayó fuertemente abrazado a su Guión, que le arrancó
inmediatamente, alzándolo en alto, otro Sargento, Beistegui, que, con
él, avanzó llegando hasta la casa donde también fue muerto. Lo
recogió entonces el Sargento Ramos, quien sostuvo violenta lucha
cuerpo a cuerpo con un rebelde. Abrazados los dos y con el guión en
medio, cayeron rodando por una chumbera. Por fin, Ramos arrancó
la gumía al moro, matándolo.
Al entrar el Comandante García Escámez en la casa, un enemigo lo
encañonó, mientras aquél recogía su fusil; pero un gastador mató al
moro muriendo también él a los pocos momentos. Cuantos quedaron
ilesos en este asalto han sido ascendidos”.

El Tercio ante el monte Gorgues



Las pérdidas españolas fueron elevadas: 28 legionarios y un teniente
muertos, más de 80 heridos, pero los rifeños caídos en el combate fueron
innumerables. Resultó la acción fundamental para repeler el ataque de las
fuerzas de Abd el Krim, que a partir de ese momento vieron derrumbarse sus
líneas y prefirieron retirarse montaña adelante hacia sus refugios en Beni
Hosmar. Kudia Tahar fue liberada al día siguiente, tras diez días de cerco y
penurias sin cuento. El teniente Sevillano, que recibió una medalla al mérito
individual vio retrasada hasta diez años después la concesión de la Laureada
por el juicio en que se vio envuelto. La alegría le duraría poco. Tras el golpe
militar del 18 de julio y haberle impedido su entrada en el Cuartel de la
Montaña madrileño, como deseaba, fue tomado preso tres días después. Pocos
meses más tarde formó parte de una de las sacas de las cárceles madrileñas
terminando sus días en Paracuellos del Jarama.

Llegada de los resistentes de Kudia Tahar a Tetuán



Mientras sucedían todos estos hechos la actividad en Alhucemas, aunque
inferior en intensidad, no se detenía. Las tropas españolas llegaron hasta las
estribaciones del monte Malmusi, una elevación de 300 metros de altura, el día
12, ampliando de esta forma el control del terreno. Pese a todo, continuaban
siendo hostilizados por pequeños comandos. Se rumoreaba a este respecto que
el grueso de las tropas de Abd el Krim, un total de más de tres mil hombres, se
había visto obligada a trasladarse al sur. Allí, los ataques franceses sobre el
Uarga no cesaban y terminaron por recuperar la línea perdida unos meses
antes.

Desembarco de los ingenieros



La playa de Cebadilla, una extensión de poco más de sesenta metros de
larga, era un hervidero de soldados, aprovisionamientos y armamento que
desembarcaba sin cesar. Se tuvo que habilitar un nuevo puente en la agreste
cala Garrido, de cien metros de larga, pedregosa pero muy próxima, para que
el desembarco continuara.
Se protegió con artillería y bloques el flanco izquierdo de la playa
disponiendo hasta veinte carros de asalto (un modelo Renault de 1917) en el
flanco derecho, a manera de parapeto. Era la primera vez que un desembarco
anfibio incluía tales vehículos. Finalmente, habiendo ocupado Cala Quemada
se rodeó la península de Morro Nuevo con una alambrada de 6 kilómetros de
longitud. Se dispusieron puestos defensivos con sacos terreros, habilitándose
algunas casamatas rifeñas y reparando algunos cañones tomados en combate y
que ahora dirigían sus bocas hacia los grupos de rifeños que se encontraban al
otro lado de la alambrada.

Pontones en la playa

La posición se consolidaba como paso previo a iniciar una acción más
agresiva. Antes tenía que contarse con el total de los hombres disponibles. El
sector oriental de la bahía seguía reuniendo una posibilidad de desembarco
pero lo cierto es que la resistencia rifeña en ese punto continuaba siendo muy
potente. Aviones arrojaban bombas pestíferas y de humo que permitían a los
barcos de las escuadras francesa y española acercarse a la costa y bombardear
las posiciones enemigas. Sin embargo, al evaluar como un coste muy alto en
futuras pérdidas humanas el asalto al cabo Quilates y alrededores, el mando
del general Sanjurjo optó por dirigir las fuerzas melillenses del general
Fernández Pérez hacia Cebadilla, donde habrían de desembarcar finalmente el
día 14 de septiembre, seis días después de su ocupación.
























Monte Malmusi

Durante la segunda semana tras el desembarco la situación se mantuvo
invariable en cuanto a ocupación del terreno, si bien la actividad militar no
descansó un momento. Desde Morro Viejo, una elevación de 120 metros de
altura y, en particular, a partir de Monte Malmusi, de 170 metros, el
hostigamiento era constante sobre las posiciones españolas.

Plano de la zona

En ese tiempo trabajaba en “La Voz” el periodista Valentín Gutiérrez de
Miguel, por entonces un corresponsal ya veterano de 34 años, ofreciendo cada
día algunas crónicas que destacaban por su calidad literaria y la capacidad de
describir el día a día de las tropas sobre el terreno.
En cierta ocasión, tras contemplar en primera línea la herida sufrida por
un teniente, que es retirado por su propio pie, comenta:

“Volvemos a subir a la loma del Tercio, impresionados por el
episodio. Cuando llegamos a lo alto oímos una formidable explosión.
Una granada enemiga ha caído a media ladera, abriendo brecha en la
muralla de sacos terreros. Cuando el humo se desvanece, llegan los
camilleros y recogen las bajas, que, afortunadamente, son pocas.

Desde Morro Nuevo a monte Malmusi


Mala noche la última. Hemos sufrido durante ella el primer ataque
serio. Los contingentes enemigos que, según nos avisaron desde el
Peñón, se habían concentrado en las playas de Aydir y Suani, han
intentado sorprender el campamento, atacando por varios puntos en
todo el semicírculo comprendido desde la cala de Ixdadin a la punta
de las Palomas. No precedió a la tentativa un fuego violento de
artillería, sino que éste fue simultáneo con ella.

Ataque rifeño a Morro Nuevo



Deslizándose por las manchas de sombra que se extendían entre las
zonas de luz de los reflectores, los rifeños se acercaron con rara
audacia, y cuando estuvieron muy cerca rompieron un tiroteo
vivísimo, al mismo tiempo que gritaban como locos. Los centinelas
se replegaron hacia la vanguardia, y en un momento toda la tropa
estuvo en pie. Los reflectores, cambiando de posición, escudriñaron
el campo, y bien pronto fueron vistos los grupos enemigos, que, al
notar que estaban en la zona luminosa, se abrieron en largas
bandadas. Nuestros cañones y ametralladoras, guiándose por los
reflectores, los ametrallaron vigorosamente, y desde los reductos se
les hizo un nutridísimo fuego de fusilería.
Varias veces, en el transcurso de dos horas, y corriéndose siempre
desde las zonas de luz a las de sombra, procuraron llegar hasta los
sacos terreros, desde los cuales se les disparaba sobre seguro; pero
siempre fueron rechazados, y a eso de las dos de la mañana los
últimos asaltantes se perdían en la obscuridad.
No hemos podido dormir. Después de terminado el combate, un
"paqueo” intermitente nos ha desvelado. Cuando amanece, el cielo
está lívido y el mar se alza y se encrespa, sacudido por el vendaval.
En la playa suenan las cornetas y la tropa hace el rancho” (La Voz,
17.9.1925, p. 3).

En esta excelente crónica desde las mismas lomas de Alhucemas se
encuentran los principales elementos de la vida durante esa semana. La
actividad de desembarco estuvo casi paralizada durante cuatro días debido al
fuerte temporal de levante, que hacía muy peligroso el acercamiento de los
barcos a la costa y el desembarco de material bélico y aprovisionamiento
(sobre todo agua) para los miles de hombres que acampaban en la playa de
Cebadilla y sus inmediaciones. De hecho, seis lanchones se fueron a pique
hasta que se suspendió el trasiego de embarcaciones temporalmente.
Por otro lado, el hostigamiento de las fuerzas rifeñas era continuo,
particularmente por la noche (de ahí el empleo de reflectores). En cierta
ocasión, doscientos atacantes llegaron subrepticiamente hasta una cala
cercana. Al darse cuenta los defensores de la posición abrieron fuego con
violencia haciendo zozobrar la embarcación en que venían, pese a lo cual los
rifeños alcanzaron la orilla y, protegiéndose entre las rocas, respondieron
activamente al fuego español. Habiendo perdido el factor sorpresa con el que
contaban e incluso la embarcación en que podían haber huido, dejaron al
menos cincuenta muertos sobre el terreno antes de emprender la huida hacia
sus posiciones. Quedó atrás el cadáver de quien les había comandado, del que
no se supo su identidad pero que debía corresponder, por su rico ropaje y sus
espléndidas armas, a persona de cierto rango.
El “paqueo”, término entonces habitual para describir el fuego de
fusilería (haciendo “pac” al impactar) era muy frecuente, así como el cañoneo
de la artillería rifeña desde Morro Viejo y Monte Malmusi. Disparaban al
campamento español, cayendo granadas entre los sacos terreros y causando
esporádicas bajas, generalmente heridos, como el teniente que se ha
mencionado anteriormente. También disparaban a los barcos que se acercaban
a la costa, incluyendo hasta un barco hospital, lo que causó indignación en el
bando español.
La respuesta de las fuerzas de Sanjurjo era siempre contundente y
superior en potencia a la empleada por los rifeños. Tanto los barcos de las dos
escuadras como la aviación descargaban bombas sobre las posiciones
enemigas.
Dejamos de nuevo que tome la voz el que pasara de periodista a
socialista y luego comandante en la guerra civil, Gutiérrez de Miguel,
describiendo uno de los habituales bombardeos a que eran sometidos los
regulares y legionarios:

“Suena el estampido del cañón enemigo. La rompedora describe su
curva trágica sobre nuestras cabezas y va a estallar al filo de la loma,
sobre la playa, a nuestra derecha, a poca distancia del hospital,
colocado, como es lógico, en el sitio más desenfilado. La granada
hace explosión, y alcanza de lleno al oficial de Intendencia don
Mariano Mota, que estaba entre los matojos. Una enfermera del
Tercio acude, y llama a gritos a los soldadas. Llegan varios con
camillas.
Una segunda explosión y otra bala que salva la cresta, describe su
parábola sobre la contrapendiente y cae en el mismo sitio, sobre el
grupo. Del hospital y de todos los vivaques salen camilleros.
Una tercera bala silba. Ya nadie la oye. Cae en el mar. Se retiran las
bajas: Un muerto y ocho heridos, y entre éstos el cura del hospital,
que había acudido por si el teniente necesitaba de los auxilios de la
religión” (La Voz, 18.9.1925, p. 3).

Era indudable que la actividad artillera desde Monte Malmusi, lugar que
dominaba el Morro Nuevo en que acampaban las primeras líneas españolas,
causaba daño y trastorno a las fuerzas que allí permanecían. Por otro lado, a
medida que el tiempo fue mejorando la afluencia de tropas y material creció y
prácticamente no se cabía en el terreno ganado tras el desembarco. Se imponía
la acción sobre esos puestos enemigos.
El día 23 por la mañana temprano, las tropas atravesaron los límites que
apenas habían traspasado sino para perseguir a algunos atacantes en días
anteriores. Marchaban en vanguardia por el centro las fuerzas indígenas
comandadas por Muñoz Grande y Varela, apoyadas por el Tercio dirigido por
el coronel Franco. Por el flanco izquierdo las fuerzas melillenses del general
Fernández Pérez y por el derecho la columna ceutí del general Saro.
Les había precedido, como era habitual en los avances, un intenso
trabajo artillero desde los barcos fondeados en la bahía y por la aviación.
Posteriormente, un intenso fuego de fusilería les permitiría avanzar sin
demasiadas dificultades hacia Morro Viejo, la cresta de 120 metros de altura.
Hubo fuerte contestación por parte rifeña defendiendo esta posición aunque, a
la postre, inútilmente. Los soldados españoles se trabaron en una lucha cuerpo
a cuerpo con bayoneta enfrentándose a las gumías rifeñas con gran éxito. Dos
horas después caía la posición mientras sus últimos defensores huían hacia el
cercano Monte Malmusi.

Ataque en monte Malmusi

Entre una y otra elevación había un amplio terreno de poca importancia
militar conocido como los Cuernos de Xauen. Se tardó tres horas en lograr su
control para afrontar la principal dificultad. El Monte Malmusi no solo era el
punto más elevado de la península sino que estaba atravesado por numerosas
trincheras desde las cuales los rifeños disparaban, al tiempo que la artillería de
la cumbre hacía lo propio.

Avance hacia Monte Malmusi



Pelear disparando, ocultándose en los accidentes de terreno, asaltar las
trincheras a la bayoneta, no fue tarea fácil escalando el monte. Los defensores
del mismo, siempre en posiciones de tiro de mayor altura, resultaron muy
difíciles de superar. De ahí que se entablara un combate sangriento por ambas
partes. El balance final de la acción del día dice bastante de la dureza de la
misma: 6 oficiales y 70 soldados españoles muertos, 16 oficiales y 500
soldados heridos. Las bajas rifeñas fueron aún superiores, según la prensa (o
así se quiso dar a entender, porque nadie las contó).

Fortificación en monte Malmusi



Finalmente, el monte Malmusi fue conquistado en una difícil y brillante
actuación de las tropas atacantes. Aquella mañana se había avanzado dos
kilómetros. Axdir, la capital de los Beni Urriaguel, el que había sido cuartel
general de Abd el Krim, se encontraba a solo 7 kilómetros que habrían de
ganarse aún. El caudillo rifeño, del que se ignoraba su paradero, se decía que
permanecía enfrentándose a los franceses en el sur y que había resultado
herido. Indudablemente, el avance español profundizaba en el descontento de
la tribu de los Bocoya con sus vecinos y hasta ese momento aliados de los
Beni Urriaguel.

Cerro de las Palomas

La conquista del monte Malmusi con la dureza que supuso y el número
de bajas padecido, debió suponer un duro quebranto para las fuerzas rifeñas.
Hasta entonces el hostigamiento hacia el ejército desembarcado había sido
constante, apoyado en el dominio de las alturas circundantes a la playa de
Cebadilla. Incluso algunas acciones arriesgadas, casi suicidas, se habían
emprendido bajo el mandato de un Abd el Krim que deseaba volver a echar al
mar a regulares y legionarios.
Sufría el acoso francés por el sur, sostenido y persistente, hasta el punto
de que Xauen peligraba. Padecía también la presión española desde el frente
impreciso de Larache y Tetuán. Tenía a los soldados españoles a pocos
kilómetros de la que había sido su capital, Axdir, con el riesgo que estaba
suponiendo de desafección de la cabila de los Bocoya, tan cercana siempre a
los Beni Urriaguel. El mismo aprovisionamiento terrestre, que tan fluido había
sido hasta ese momento en armas y mercancías, parecía ahora detenido. Por el
mar, desde luego, nada podía llegar.
De nuevo el temporal de levante, esta vez con una lluvia intensa, detuvo
el avance de las tropas de Sanjurjo que, por otra parte, también deseaban
fortificar la cumbre del Malmusi antes de ir más allá. Los ataques rifeños, en
línea con lo dicho inicialmente, disminuyeron de manera drástica. Algunas
patrullas españolas incluso se atrevieron a salir a campo abierto saqueando
huertas y arrebatando el poco ganado que aún se encontraba en la zona. En
cierto momento llegaron a las cercanías de Axdir comprobando que era un
poblado prácticamente desierto a aquellas alturas de la contienda.
Eran salidas arriesgadas que el mando no parecía detener, dejando a
regulares y legionarios que camparan a su antojo por aquellas tierras. Pero la
acción militar efectiva, el dominio del territorio, era otra cosa. Se sabía que
había aún numerosos efectivos rifeños en el camino hacia Axdir y más allá, la
pinza que se deseaba estrechar con los franceses para aislar el territorio rifeño
de Bocoya y Gomara cortándolo casi por la mitad, estaba lejos de alcanzarse.
Así pues, el general Sanjurjo se preocupó de asegurar el terreno conquistado
encargando al capitán Delgado que habilitara Cala Quemado, ya en poder
español y lejos del frente, para recibir los suministros diarios que aquellos
miles de hombres necesitaban.
Otra de las tareas españolas fue limpiar el terreno arrebatado a los
rifeños. Éste era ondulado, salpicado de elevaciones y profundas barrancas,
había cuevas por doquier, ideales para una emboscada o el almacenamiento de
armas. No era extraño que algunos moros, desesperados y aislados de sus
compañeros, se atrincheraran y resistieran, incluso que salieran disparando en
cualquier momento. Se requisó un cañón de origen alemán, incluso se
encontraron en una playa periódicos y revistas germanas con fecha de agosto.
Eso y la constancia de que había europeos organizando las fuerzas rifeñas
dieron en sospechar que eran mercenarios o incluso que la propia Alemania,
subrepticiamente, no dudaba en poner en apuros a las fuerzas españolas,
después de haber visto truncadas sus ambiciones en Marruecos. Pero no
dejaban de ser especulaciones que no podían probarse.

Prisioneros rifeños

El tiempo mejoró hacia el día 28 de septiembre, tras tres días de viento
ininterrumpido. El Alto Comisario Primo de Rivera, volvió a visitar la zona
viniendo desde Larache, donde había inspeccionado el frente más occidental.
Ante los periodistas manifestó la posibilidad de crear una ciudad de nuevo
cuño, a la manera de Ceuta o Melilla, pero en Alhucemas. No llegaría a
hacerse. Las declaraciones parecían estar destinadas más bien a hacer saber a
las cabilas cercanas que los españoles estaban allí para quedarse y que no
tuvieran esperanzas de que desaparecieran en un futuro más o menos cercano.

Primo, observando Kudia Tahar
Mientras tanto, el jefe ejecutivo de las fuerzas españolas, general
Sanjurjo, tuvo una reunión con los altos mandos: se iba a reanudar el avance,
ahora que el terreno ya estaba asegurado y el tiempo acompañaba. Se debía
avanzar hacia Axdir ocupando los cerros de Taramara, Buybar y, sobre todo, el
de las Palomas que con sus 600 metros de altura, dominaba todo el valle del
Islit.

General Saro

El día 30 tuvo lugar un bombardeo sistemático por parte de la escuadra
francesa de cabo Quilates y Sidi Dris. Se encontraban en la parte oriental de la
bahía de Alhucemas pero parecía preparar el terreno, como era habitual, para
la llegada de la infantería. De ahí que los rifeños tuvieran que protegerse de las
bombas pero, al tiempo, concentraran el grueso de sus fuerzas en la zona
esperando un ataque que no habría de producirse.
En cambio, la columna melillense dirigida por el general Fernández
Pérez partió desde Morro Viejo siguiendo la línea de la costa hacia el sur. Por
el otro flanco, la ceutí del general Saro salió del mismo monte Malmusi por el
interior con la misma dirección.
Las primeras acciones fueron llevadas a cabo por la primera columna
que se dividió en dos a su vez: el grupo del coronel Vera continuó por la costa
ocupando la Punta de las Palomas; en cambio, el grupo del coronel Goded
alcanzó la altura del Taramara apoyando por el flanco el avance legionario del
general Saro, con las fuerzas de Franco en la vanguardia.
El combate por parte española seguía siempre la misma secuencia: con
la artillería ligera, incluyendo cañones que pudieran emplazarse en la base de
los cerros, se disparaba sistemáticamente sobre los nidos de ametralladoras
enemigos. Aunque el daño era elevado y se conseguía enmudecer a muchos de
ellos, la movilidad rifeña obligaba luego a un avance penoso ladera arriba,
expuestos al fuego de los defensores de aquella altura, resguardándose entre
las rocas y accidentes del terreno como bien se pudiera, a fin de repeler con
fusilería los disparos recibidos. Finalmente, las posiciones se ganaban en una
lucha cuerpo a cuerpo, a la bayoneta los españoles y con las gumías los
rifeños.
El momento más delicado en el avance legionario fue el paso del Islit (o
Tisdit como también se le denomina), que tuvieron que hacer a pie, con el
agua hasta el pecho. Los rifeños, quizá desconfiados de permanecer a cielo
abierto y sin el refugio de sus montañas, el terreno más natural para ellos y el
más propicio para su forma de combatir, no emprendieron ataque alguno
mientras las fuerzas españolas rebasaban el curso del agua.

Avance hacia las Palomas

De manera que llegaron hasta la base del decisivo cerro de las Palomas
sin recibir ataques importantes. Allí se emplearon a fondo con la táctica antes
indicada: bombardeo sistemático, fuego nutrido de fusil y avance entre las
peñas, disparando y resguardándose, hasta encontrar al enemigo en sus
trincheras y cuevas. La superioridad de armamento era notable, sobre todo en
lo que se refiere a la artillería. Los rifeños se sentían en desventaja y eran
propicios, como combatientes acostumbrados al ataque guerrillero, a salir
huyendo frente a una línea cerrada de soldados con gran potencia de fuego.
Así sucedió en aquel combate, como venía pasando desde el momento
del desembarco. No había batallas a cielo abierto, era una lucha en pequeños
grupos, desalojando a los rifeños poco a poco. Tales acciones comportaban
inevitablemente bajas. Lo sorprendente de aquella jornada fue el hecho de que
no se contara con ningún muerto. En cambio, hubo cien heridos, entre ellos el
jefe de la harca de musulmanes combatientes del lado español, Muñoz Grande.







Axdir, finalmente

El objetivo estaba cerca: el poblado de Axdir, sede del gobierno rifeño
de Abd el Krim, localidad donde se levantaba su casa personal y familiar
como miembro que era de la tribu de los Beni Urriaguel. Era también el lugar
donde habían permanecido durante largo tiempo muchos de los prisioneros
españoles desde la derrota de Annual, donde acudió el ingeniero Echevarría
como enviado del gobierno español para acordar los términos del rescate de
aquellos. Allí se habían visto obligados a trabajar construyendo en 1922 un
sendero que se llamaría “Camino de los prisioneros”, allí habían muerto no
pocos de ellos y permanecían enterrados casi anónimamente. Era pues, para
las tropas españolas, un destino importante, un objetivo que les animaba, junto
a la constante ocupación del terreno, para seguir avanzando sin cesar.
Todo el enfrentamiento hasta ese momento seguía idénticos patrones: Se
trataba de dominar las alturas en las cuales los rifeños habían situado su
artillería, en ocasiones alemana y a veces francesa. Como de costumbre, desde
el cerro de las Palomas, el avance se dividió en dos columnas: la de Fernández
Pérez marchó junto a la costa en dirección al Empalmadero, mientras la de los
legionarios de Saro marchaban por su derecha, a fin de confluir en el nuevo
objetivo, el monte Seddum.
Cuando abordaron esta elevación fueron recibidos con fuego graneado
pero no más que de ordinario. Además, se veía que los rifeños disparaban y se
escondían, disparaban y huían hacia arriba. No se aprestaban al cuerpo a
cuerpo que hasta ese momento les había deparado la derrota. Su moral, a estas
alturas, era frágil, empezaban también a faltarles suministros. A las 11 de la
mañana se había ocupado la posición desde la cual el poblado de Axdir estaba
a la vista.

Poblado de Axdir

Mientras se iba fortificando la cumbre del Seddum los soldados
españoles observaron a los últimos pobladores del lugar abandonándolo.
Asediados anteriormente por bombardeos franceses, más tarde por los
españoles, los habitantes de Axdir recogían sacos de grano, ganado y las pocas
pertenencias domésticas que poseían, dirigiéndose a la desembocadura del
Nekor o bien, siguiendo el cauce del Ibenloken, tomar precisamente el Camino
de los Prisioneros para trasladarse en dirección contraria, hacia el oeste.
Conquistar la última cumbre cercana, La Rocosa, fue cuestión menor.
Los indígenas se limitaban a un “paqueo” lejano y aislado que era pronto
callado por las baterías españolas. De manera que el grueso del ejército
español bajó pronto hasta el valle junto al Seddum para ocupar Axdir.
Algunos gritarían, lanzarían vivas, tal vez hubiera un clamoreo. Otros,
sin embargo, antiguos prisioneros de Abd el Krim, empezaron en silencio a
buscar la tumba de los que habían sido sus compañeros de cautiverio, a fin de
devolverles a la patria y realizar el entierro digno de sus restos.

“Dos leguas a la redonda, según las observaciones de la aviación, no
se veía alma viviente. Los propios jefes indígenas mostrábanse
maravillados de la soledad en que se hallaba el territorio de Beni-
Urriaguel, que dado el valor temerario. y la ferocidad de sus
habitantes no era posible soñar con una victoria semejante.
Las fuerzas penetraron en el caserío, cuyas viviendas están aisladas
entro las huertas, observando por todas partes los efectos de los
incendios del día anterior. En muchas casas habían desaparecido las
techumbres y otras se habían venido al suelo o estaban casi
derruidas. Los habitantes, en la precipitación con que se vieron
obligados a huir, habían abandonado sus enseres domésticos, útiles
de labranza y bastimentos, grano y otros víveres, lo que constituyó
un gran botín para indígenas y legionarios.

Cañones capturados

Tras las fuerzas de vanguardia penetraron por fin con gran curiosidad
las tropas peninsulares. Recordaban los soldados la tragedia de los
prisioneros de Axdir y reconocían minuciosamente los sitios en que
se suponía habían estado los cautivos, como si trataran todavía de
descubrir algunas de las víctimas.
Los efectos del bombardeos se observan bien patentes en las casas de
Abd-el-Krim, en las de Al-Luch-El Jatabi, que hoy combate con
nosotros, en el castillo de Muyahesin y en el Cuartel general que fue
del cabecilla rebelde…

Poblado de Axdir

El cementero de Axdir, por donde solían pasear los prisioneros, se
encuentra intacto. Entre otros objetos se han encontrado allí cadenas,
ruedas de carro, cureñas y herramientas de suplicio.
Sobre la una de la tarde seguían nuestras fuerzas de vanguardia
progresando en su avance y llegaban a la orilla izquierda del Guis,
cuyo río es bastante ancho en su desembocadura en el mar. Toda la
vega desde Axdir hasta la orilla del río es feracísima, y debido a esto
el avance fue muy fácil y cómodo. En el camino recogieron nuestras
tropas dos cañones, bastantes ametralladoras y enormes cantidades
de cereales abandonados. Los moros continuaban sin dar señales de
vida.
El Jatabi mostraba su gran satisfacción y las tropas en masa no
ocultaban su entusiasmo. Hace varios años que El Jatabi fue
desposeído por su primo Abd-el-Krim de grandes propiedades que
poseía en este territorio, y ahora, al cabo de tanto tiempo, volvía a
posar sus plantas sobre las tierras que le pertenecieron” (El
Imparcial, 3.10.1925, p. 1).

En efecto, Solimán el Jatabi avanzaba junto a las tropas españolas en
esta fase final de la ocupación. Era primo y también enemigo de Abd el Krim
que, por diferencias políticas, le había arrebatado sus propiedades e
influencias. El gobierno español le llevaba con el objetivo de que convenciera
a las tribus reticentes al dominio hispano para que colaboraran. Bien sabía
Primo de Rivera que la conquista militar había sido posible pero, para
mantenerla en el tiempo y asegurar la presencia española ante nuevos ataques
futuros, sería imprescindible adoptar una vertiente política y ayudar a las
tribus que se mostraran cooperadoras.
Muchas empezaron a presentarse a las autoridades de Melilla, a los
mandos españoles. Familias enteras con sus jefes invocaban su protección ante
un Abd el Krim que estaba siendo derrotado pero que aún era peligroso. De
hecho, fue en aquellos días cuando se supo que Sidi Mohamed Azerkane, uno
de los líderes de los Beni Urriaguel, cuñado además del cabecilla rifeño, había
intentado traicionarle con dos dirigentes Bocoya. La respuesta de Abd el Krim
fue contundente: colocarle atado a la boca de un cañón y mandarlo disparar,
destrozando la vida de aquel hombre culto de tan solo 35 años. La traición
había que pagarla con la vida, sobre todo en aquellos tiempos de tribulación.
Abierto el territorio de los rebeldes Beni Urriaguel, las tropas españolas,
que en su avance habían llegado al río Guis, tendrían que atravesarlo para
ocupar el espacio entre este último y el río Nekor. El lugar era estratégico
porque allí confluían el camino que iba desde Fez hasta Tazza y el de Tetuán
con Melilla. Si el primero garantizaba la comunicación con las fuerzas
francesas, el segundo resultaba imprescindible para asegurar el trasvase de
tropas entre dos poblaciones españolas tan importantes.

Ríos Guis y Nekor

Aunque Abd el Krim seguiría resistiendo durante meses y combatiendo
la ocupación española, hasta justificar nuevas campañas en Alhucemas a
principios de 1926, sus días como dirigente estaban contados. El 26 de mayo
de 1926 decidió entregarse en el cuartel general francés de Targuist,
desconfiando del trato que podría recibir de las autoridades españolas, para las
cuales había sido un viejo y tenaz enemigo, causante de miles de muertos
desde Annual.
Tras escapar de las autoridades francesas en 1947 huyendo de su exilio
en la isla Reunión, se refugiaría en Egipto, desde donde encabezó el "Comité
de Liberación del Magreb". En 1956, tras la independencia de Marruecos,
rechazó la oferta del rey Mohammed V de regresar con honores a su patria.
Murió en El Cairo en 1963, habiendo contemplado la completa
descolonización del Magreb, la tierra que quiso ver independiente y dueña de
su destino casi cuarenta años atrás.


































Crónicas de Valentín
Gutiérrez de Miguel


































Gutiérrez de Miguel, periodista

Entre las crónicas periodísticas sobre el desembarco de Annual destacan
las redactadas por Valentín Gutiérrez de Miguel, la mayoría de ellas desde la
primera línea de combate, acompañando a las fuerzas regulares y legionarios
que padecieron el bombardeo enemigo o atacaron cerros y trincheras en una
dura lucha cuerpo a cuerpo.
Este jiennense era periodista desde 1911 empezando a trabajar en “La
Voz” cuando el diario nació en 1920. Su actividad se prolongaría en él, versión
vespertina y popular del periódico republicano “El Sol”, que salía por las
mañanas. No siendo sensacionalista ocupó el primer puesto en la venta
callejera, alcanzando en 1930 los 130.000 ejemplares, casi la mitad de ellos en
provincias, con notas editoriales breves y ligeras y dedicando gran atención a
los sucesos o a los toros y una sección diaria dedicada al movimiento obrero.
En 1932 Gutiérrez de Miguel pasó a la redacción de “El Sol”
participando con diversas columnas en “El Socialista” desde 1936, cuando ya
era militante desde cuatro años antes en este partido político. Durante la guerra
civil fue comandante de la 112 Brigada Mixta y mayor de Infantería en la 65
División del Ejército del Centro en los frentes de Madrid. Además, como
periodista del diario fundado por Pablo Iglesias, Valentín Gutiérrez de Miguel
ejerció en esos momentos como corresponsal de guerra en el frente del
Guadarrama, siendo el artífice de dilatadas crónicas de guerra que se
publicaban a diario, motivando que el propio General José Riquelme le
impusiera la estrella de Alférez.
Detenido al finalizar la contienda y condenado a la pena de muerte ésta
terminó por serle conmutada. Estuvo recluido en la cárcel de Jaén y tras varios
años en prisión salió en libertad condicional. En noviembre de 1947 solicitó el
reingreso a la Asociación de Prensa de Madrid. Ignoro la fecha de su
fallecimiento. Ni siquiera su hermano José, con una carrera periodística y
política similar, doce años más joven y fallecido en 1974, consiguió ver la
democracia recuperada en España.
Dada la intensidad dramática de los acontecimientos que narraba para
“La Voz”, su tratamiento literario y su atención al componente humano de
aquellas acciones bélicas, me ha parecido de interés recuperar sus crónicas en
el mismo orden en que las ofreció a los lectores madrileños. Por la dificultad
de telegrafiar su contenido y su constante presencia en el frente de combate,
los datos y reflexiones que ofrecía aparecían algunos días después de
sucedidos y escritos.










La deuda de sangre

Hace cuatro años, al día siguiente de la toma por nuestras tropas do la
posición de Afso, en la qabila de Benibu-Yahi, un pastor moro guardaba
ganado perteneciente a Si Tieb Mohatar B. Bachina, chorfa de la zagüía de
Kerker. Un grupo de moros de la zagüía de Rabat, entre les que figuraba Si
Laarbi Beii Hamed, quisieron robar el ganado al pastor. Acudió cl dueño. Se
entabló un vivo tiroteo y quedó muerto. Como asesino fue señalado Si Laarbi.
Las dos zagüías se declararon rivales. La deuda de sangre encendió el
odio entre las familias, primero; entre los fieles de las dos zagüías, después. La
cabila se dividió en dos bandos. Y por t r a t a r se de dos familias chorfas, la
deuda de sangre tenía una importancia política extraordinaria.
Después de hábiles gestiones realizadas por el interventor de la cabila,
comandante Heredia, y el caíd de la cabila, Ben-Chel-lal, auxiliados y
asesorados por el jefe de las intervenciones, coronel Goded se llegó al arreglo.
Fuimos invitados para presenciar el acta de la reconciliación.
A primera hora de la mañana, el coronel Goded, muy amable siempre,
nos dejó sitio en su automóvil. Dejando atrás Nador y a la derecha Zeluán,
fuimos en busca de Ben-Chel-lal, donde esperaba el comandante Heredia. El
caíd nos hizo pasar a su casa, la misma casa donde el general Navarro sufrió
los tres primeros días de su cautiverio con los que cayeron en Monte Arruit.
Unas tazas de te. Seguimos por Monte Arruit. Al pasar ante la tumba que una
política excesivamente patética ha convertido en monumento, yo miro a Ben-
Chel-lal. El automóvil pasa rápido, y fue difícil recoger una impresión en los
ojos del moro. Continuamos por la pista hasta el desfiladero de Fum-el-
Krimat, donde tomamos los caballos. Un tabor de la mehala nos daba escolta.

Tribus en el Protectorado español



Por el fondo del desfiladero caminamos en fila india. La montaña parece
cortada a plomada. El sol arranca reflejos metálicos a sus lascas pulidas. En el
asiento de la mole granítica, una fuerza invisible fue socavando cuevas, donde
van a refugiarse todos los ruidos, que vuelven luego a salir con una sonoridad
extraña. Las pisadas acompasadas de los caballos tienen un sonido amplio y
claro. Por el ruido se sigue hasta el fin la caída de los guijarros que arrancan
las cabalgaduras. Entre los dos cortes montañosos que cruzan la sombra de sus
moles sobre el estrecho barranco, un cielo azul. Las palabras se sostienen más
tiempo en el espacio. A la salida del tubo, unas lomas suaves tostadas por el
sol. Pasando por Tisiragui llegamos hasta Sidi Buzian.
Allí está formada toda la cabila. Bajo una tienda de campaña, el coronel
recibe a los chorfas de las dos zagüías. Desfilan primero Mohand Amisian
Maax, de Ular Abad Dai; Dreix Mohand Nazar, de Ular Abad Dai; el Lal
Haddar, de Ular Azro, todos jalifas; luego, Mohatar Ben Bachir, padre del
muerto; los hermanos, los primos. Todos van saludando al coronel Goded, a
Ben Chel-lal y al comandante Heredia. La tienda, bastante amplia, se va
llenando de moros. Los que fueron hasta ayer enemigos se miran un poco
sorprendidos de encontrarse tan cerca. Frente al coronel Goded, el padre del
muerto, un viejo de ojos lacrimosos y barba blanca, parece estar ajeno por
completo a lo que pasa. A su lado, sus dos hijos fuertes, recios, tostados,
esperan también.
Surge el dinero que salda la deuda de sangre. Uno de los hermanos coge los
billetes y los cuenta detenidamente. Luego se los da a su hermano, que vuelve
a contar. El padre sigue con la vista el paso de los billetes de unas manos a
otras. En los ojos de los demás moros brilla la codicia. Los billetes
desaparecen bajo la chilaba de uno de los hermanos del muerto. Pausa...
Doblado hacia el suelo, con las manos atadas sobre la espalda, pisándose
la chilaba y sostenido por dos de su familia para que no caiga, entra bajo la
tienda el matador. El padre del muerto se acerca y lo desata. Si Laarbi se pone
derecho, y cogiendo la cabeza del viejo le besa con vehemencia. Luego se
escurre por entre los grupos de moros y va a refugiarse entre los suyos. Le
seguimos con la vista. Si Laarbi es rechoncho, de color cobrizo, de mirada
sostenida y dura.
El cherif Nasiri, encargado en la oficina central de los bienes Habus,
dice las preces de ritual, que los moros repiten reverentes con las manos
tendidas en actitud de súplica. En el acto hay una emoción religiosa
extraordinaria. Terminadas las preces, brotan las conversaciones. Se produce
esa alegría de las gentes que se vuelven a encontrar después de una larga
ausencia. Los enemigos de ayer, los que se tendían celadas en los barrancos, se
preguntan ahora por los que no están presentes, con voz meliflua y cariñosa
curiosidad. Solo el padre del muerto, con la vista velada tras la cortina de
lágrimas, sigue ensimismado en sus recuerdos.
El coronel Goded les habla: "España —les dice— se congratula de
vuestra reconciliación, porque quiere la paz y vuestra felicidad". Ben Chel-lal
ensalza la magnanimidad y la bondad de España. Los moros agradecen a coro
los beneficios que el ser amigos de España les reporta...
Comemos una comida mora suculenta: gallinas, cabritos sabiamente
asados, pasados por un palo de cabeza a rabo.
Después, a caballo otra, vez, vamos a escalar el macizo de Kerker. Se
calcula la duración de cada jornada en cinco horas. Son las dos. A las siete
estaremos de regreso en Monte Arruit. A las ocho en Melilla. Se monta.
Vuelve a organizarse la cabalgata. Emprendemos la excursión al macizo, que a
la media hora se hace dificilísima. Sin camino, los caballos tiemblan al pisar
sobre las lascas pulidas por las lluvias que brillan entre arcilla rocosa y
pedregales. A un lado y a otro barrancadas cubiertas a trozos de jaras. Se
advierte el rastro de los jabalíes. En algunos pasos los caballos vacilan. El
coronel Goded da la voz de pie a tierra. Es preciso subir al Kerker. Hay que
dar la sensación de que España está atenta a todos los movimientos del
enemigo. Cogiéndonos a las jaras, seguimos la excursión lenta y agobiadora.
Pensamos en los pobres soldados que han tenido que subir tantos cerros como
éste, recibiendo tiros y sin ver al adversario. Por fin llegamos al punto más alto
del macizo. Estamos en Hazsi el Biat. El panorama es de una imponente
majestad. A nuestra derecha, la mole ingente de una montaña altísima nos
cierra el Guerruao. Al frente surgen, algo velados, los llanos de M'Talza. En el
amplio círculo, que tiene como radio nuestra vista, están emplazadas Afso a la
derecha, Kaus-Si-Hacha; luego, en el extremo izquierda, Hazsi Berkan. Al
fondo los cerros lejanos de la zona francesa. Al alcance de los prismáticos se
alza la posición francesa de Haz-si Uenzga. A la espalda, el cerro do Tintutin.
En la llanura, sobre una calva, Monte Arruit...
La tarde va cayendo lentamente. El sol va dejando su luz sobre las
eminencias rocosas. Un fuerte viento que nos orea las ropas empapadas de
sudor por la fatiga de la ascensión arrastra la niebla que se va espesando
encima de las cumbres lejanas. Las montañas sin laderas van convirtiéndose
en masas de sombras. En el cielo, de un añil desvaído y lechoso, aparece la
luna opaca como una lámpara de nácar en cuyo interior aún no se encendió la
luz. Los picos que antes se recortaban duros y amenazadores, empiezan a
desdibujarse. Sobre el llano se alza una neblina difusa a través de la cual se
puede contemplar la agonía del Sol, que se apaga lentamente, como si se
consumiera. El momento nos va ganando el alma con su augusta gravedad. No
hay más ruido que el del viento. El día ha muerto lánguidamente.
Absortas en la contemplación del paisaje, nos hemos abstraído de cuanto
nos rodea. Nos saca de nuestras meditaciones el banderín de la mehala, que
flamea violentamente, con su media luna roja.
Montamos a caballo. El descenso es lento y fatigoso. La sombra de la
montaña nos va envolviendo. Sobre el llano se sostiene una nube con bordes
de oro. La bruma deja de ser vaporosa y se espesa como si fuera de polvo.
Apagado el sol, queda en la atmósfera una luminosidad difusa...
Pasando por entre las antiguas posiciones de Busden y Arros, y por la
pista del zoco El Had de Ferrahia, llegamos nuevamente al desfiladero de Fun-
el-Krimat. Dejamos los caballos después de una jornada de 30 kilómetros.
Hacemos medio adormecidos en la paz de la hora el recorrido hasta Nador.
Camino de Melilla, el mar a la derecha, en la noche brumosa, es como una
nube de plomo. A la izquierda, las luces de los aduares de Mazuza, que brillan
como luciérnagas en la sombra imponente del Gurugú, nos advierten que llegó
la noche africana.

V. GUTIÉRREZ DE MIGUEL
Melilla, 29 de agosto de 1925
(La Voz, 2.9.1925, p. 3)



Una tarde en Yazanen

El Mando presta gran atención al entrenamiento de las tropas que
forman la columna de maniobras de esta Comandancia. A diario, desde hace
algún tiempo, sus unidades venían dedicadas a distintos ejercicios de combate
para tener al soldado en condiciones de rendir en un momento dado su
máxima eficacia. Estos ejercicios culminaban ayer y hoy con prácticas de
desembarco en la playa de Yazanen.
De madrugada embarcaron en Melilla.
A presenciar el embarco acudió al muelle numeroso público. Apenas los
barcos desatracaron, tomamos un automóvil para marchar por tierra a
Yazanen. Salimos por el barrio del Príncipe, y a continuación nos sorprende un
nuevo barrio que empieza a formarse a los lados de la carretera de Hidum.
Dejamos a un lado el valle del Río de Oro, por cuya orilla derecha serpentea la
carretera que sube al zoco el Had de Beni-Sicar. A nuestra izquierda, los
poblados de esta cabila empiezan a indicar ya la eficacia de la obra
civilizadora. Ya no son aquellas jaimas hechas de barro y cubiertas de ramaje,
apenas visibles entre la espesura de las chumberas. Ahora son casas de fábrica,
de construcción rudimentaria, pero con un trazado regular. En las fachadas
brillan las maderas de alguna ventana rabiosamente pintada de verde. Al
fondo, a la derecha, nos dejamos en nuestra marcha ascendente las huertas de
Traza, ricas en agua, captadas para servicios militares.
Cruzamos el barranco del Narro, con sus cuatro higueras, propiedad de
todo el mundo. Unas moras comen bajo su sombra los sabrosos higos.
Delante, a la izquierda, en la meseta sedimentaria de Beni-Sicar, árida y
estéril, se alza la casa del caíd de caídes, Abd-el-Kader, que pone ahora a
nuestra devoción como amigo todo su prestigio y toda su voluntad. El Gurugú,
imponente y sombrío, recorta en el espacio la silueta dentada de sus picos:
Taguigriat, Tisi-Taguisas, Bashel, Kolla, etc.
El terreno ofrece a continuación pequeños escarpes y numerosos
barrancos. Pasada la loma arenosa donde se dio la carga de Taxdirt, en cuyo
punto culminante se alza hoy un monumento, el panorama desconcierta y
sorprende. A primera vista se advierte que se trata de un terreno eruptivo. Las
rápidas pendientes que determinan los macizos montañosos de Guelaya
forman abundantes torrentes, incansables en su obra de denudación y erosión.
Rápidamente se suceden los barrancos abruptos, perpendiculares al
Mediterráneo que surge de pronto por el boquete de Ismoar-Tizza.
Dice la leyenda que los habitantes de la cabila de Tizza descienden de
los cristianos de Málaga que vinieron con la casa de Medina Sidonia.
Después de la cuesta de los Pinos llegamos al campamento, donde están
ya los batallones de Cazadores, los Ingenieros, el batallón de Infantería de
Marina, el de África y otras tropas europeas que llegaron ayer.
La formación de este campamento provisional presta a la carretera
extraordinaria animación. Camiones-automóviles avanzan fatigosamente
siguiendo el estrecho trazado. Cantineros con sus borriquillos cargados de
múltiples cosas, todas deseadas por los soldados, avanzan hacia las tiendas.
Los indígenas de los aduares próximos celebran su zoco y venden a buen
precio las "gainas", los "huleros", las uvas recién vendimiadas y los higos.
Allá en la lejanía, sobre la comba del agua, se divisa el perfil de los
barcos, que han doblado la última punta del cabo Tres Forcas. Bajamos a la
ensenada de Betoya, donde tienden los indígenas sus redes primitivas, y que
surcan de una punta a otra con sus ágiles cárabes.
Sobre una eminencia rocosa se alzan los restos de lo que fue ciudad de
Cazaza. Del emplazamiento de Cazaza da fe un acta que Fernández de Castro,
cronista de Melilla, se sabe de memoria. A la izquierda de la ensenada el
terreno sube formando mesetas, que los indígenas aprovechan para sembrar.
Entre el verdor de algunas higueras y plantas silvestres refulge el gracioso
morabo de Sidi-Mesaut, enjalbegado de cal.
El general Fernández Pérez nos autoriza a presenciar el desembarco,
pero se opone a que se hagan fotografías.
Los barcos se paran a respetable distancia de la orilla. Al costado atracan
los grandes lanchones blindados, panzudos y seguros, a cuyo interior bajan los
hombres perfectamente armados. Los lanchones avanzan lentos hacia la playa.
Sobre la cubierta quedaron varios jefes y algunos marineros, y su
presencia en ella, imposible en la realidad de un combate, quita emoción al
momento. Los lanchones embarrancan en la playa.
Establecida la comunicación con tierra, del vientre del lanchón sale a la
limpia diafanidad de la hora la contraseña de la Legión: "Legionarios, a
luchar; legionarios, a morir". En la cubierta aparece el primer legionario.
Decidido, empuñando su fusil, da un salto sobre la plancha y cae en tierra.
Avanzan sin titubear. Después otro y luego más. A medida que van saliendo de
la lancha se despliegan en guerrillas, sin una vacilación ni una duda. En diez
minutos justos hay desembarcada una bandera y desplegada sobre las primeras
alturas de la playa y con las ametralladoras en disposición de hacer fuego.
Con la misma precisión desembarcan luego los Regulares de Melilla,
cuyo despliegue es también modelo de agilidad y soltura.
Saltan luego los artilleros. Sobre la plancha se destaca la silueta de estos
mozallones, altos, fuertes y musculosos, cargados con las piezas bruñidas de
los cañones, a las que el Sol arranca destellos. Llegan a tierra sin que el peso
las piezas que transportan abata sus recias figuras. Ninguna duda. Cada cual
sabe con quién ha de ir, y en un tiempo que parece inverosímil, los cañones
quedan emplazados.
Terminado el ejercicio, las fuerzas se reúnen y marchan al campamento
de Yazanen. Nosotros regresamos a Melilla. Ultimados algunos preparativos,
nos incorporamos a la columna. Seguiremos con ella las vicisitudes y los
riesgos de lo que venga. Una cuartilla escrita sobre una piedra, pero
en la que quede recogida la emoción de un episodio culminante de la campaña,
creo que vale más que un artículo hecho en frío y por referencias.
En Melilla nos hemos reunido unos cuantos periodistas, que optamos por
el primer procedimiento. Y todos somos mayores de edad y buenos españoles.

GUTIÉRREZ DE MIGUEL
Melilla, 1 de septiembre de 1925.
(La Voz, 4.9.1925, p. 3)












































Una noche en el Peñón de Alhucemas

Por segunda vez contemplo desde la bahía de Alhucemas la costa de
Beni-Urriaguel. Y recuerdo mi otro viaje. Fue cuando el rescate de los
prisioneros y su trágico embarque en el "Antonio López"...
Un poco tarde logramos el permiso para, venir a Alhucemas. En
Algeciras supimos cuatro periodistas la agresión de que fue objeto una vez
más la isla el día 20 del pasado, y desde Algeciras quisimos venir. Ni en
Algeciras, ni
en Gibraltar, encontramos manera de realizar la travesía. Los cruceros
frecuentes que, para evitar el contrabando, se hacen en aquellas aguas
impedían a los dueños de faluchos, canoas y otras embarcaciones menores
traernos a Alhucemas sin un permiso oficial.
Leopoldo Bejarano, Lezama y yo lo pedimos al comandante general de
Melilla. Nos fue concedido. Pero la fecha en que podíamos hacerlo era difícil
de fijar. El miércoles, a las diez de la mañana, nos enteramos de que dos horas
después salía el "España número 5". Nosotros podíamos ir. A las doce
estábamos embarcados.
La expedición periodística era numerosa. A los que en un principio
quisimos marchar se habían sumado López Rienda, Ruiz Albéniz, Arístides de
Campomanes y Buj.
Con el convoy iban también los comandantes principales de Artillería e
Ingenieros de la zona, coroneles Sarapelayo y Luna. A las doce zarpamos de
Melilla.
El capitán del "España", don Mauro Uribarre, y el segundo, don Juan
Bernard, nos concedieron libertad absoluta, con una afectuosa simpatía, que
agradecimos profundamente.
La primera parte del viaje fue un agradable paseo. El mar, quieto como
una balsa. A la izquierda, la costa brava, barrera de montañas, poderosas
estribaciones que la cordillera interior envía. Dobladas las puntas de Tres
Forcas, la primera emoción nos la dan los restos del "España", trágico
esqueleto de lo que fue máquina potente de guerra.
En la playa de Yazanem descubrimos con los prismáticos el abigarrado
campamento provisional. Rayando el cielo, los montes de Beni-Hassen, Beni-
Seddan y Bem-Melul. Sobre el mar, los montes de Beni-Said. La costa,
seguida, roquiza, abrupta, solitaria, estéril, salvaje. Barrancadas, puntas
tajantes, rocas cortadas a pico. Una pequeña ensenada junto a Abdun. La punta
de Afráu. En la ladera, la posición. Más arriba, la avanzadilla. Sobre los conos
más elevados de los montes, los pequeños blocaos que guardan el paso desde
Tifaruin a Afráu. La desembocadura del Amekran. Sidi-Dris, Cabo Quilates
(Ras Sidi Xaib).
Se ha puesto el sol. Rápidamente, la noche convierte en masas las
montañas. La luna llena, plena de luz, abre un camino claro en la llanura del
mar. Silencio absoluto. Están mudas y fijas las estrellas. El barco, que al parar
la máquina se ha quedado sin vida emerge de la mancha obscura de su sombra
sobre el agua quieta. Cautelosamente se acercan al costado las barcazas que
lleva a remolque. La operación de cargarlas es lenta y silenciosa.
Ya están cargadas. Se llaman las barcazas "Virgen del Rosario" y
"Faraón". Nos despedimos del capitán del barco.
— ¡Mucha suerte!...
Los delfines se acercan describiendo al saltar sobre el agua graciosos
arcos. Las hogueras, a lo largo de la costa, parecen ir jalonando nuestra lenta y
emocionante marcha. En el silencio que nos rodea se destaca el tac-tac del
motor, como si resumiera el latido de todos los corazones.
Llevamos en las barcazas poco más de media hora. En la desembocadura
del Nekor, una hoguera más. Rumor de brisa que lleva el agua a besar una
playa de arena. Frente a nosotros, sobre una masa de sombras, se enciende una
luz sin destellos: la isla. A la izquierda, al filo del mar, otra hoguera grande. A
la derecha, bajo la mole densa del Morro Nuevo, otra hoguera. Las dos marcan
los extremos de una línea.
Pasamos por entre las dos hogueras. La barcaza enfila hacia un costado
de la isla, y como si entrara en un pozo, por un corte hecho en el brocal,
atracamos en el desembarcadero de la Pulpera. Era la una de la madrugada.

EN LA ISLA

Todo el sedimento que en nuestro espíritu literario dejaron las novelas de
aventuras, las gestas de los conquistadores, las hazañas de guerreros
románticos, los lances de piratería, nos vino a los ojos. Desde la barcaza
saltamos a un estrecho tablón y luego a otro formando una rampa, apoyada
sobre los peñascos.
A la derecha, la roca vertical de pared inaccesible, alta, imponente, que
va disminuyendo de altura. La rampa dobla en ángulo y enlaza con el rústico
paso que lleva al cementerio de la Pulpera. En la diafanidad de la noche se
recorta sobre la puerta la cruz, y la luna destaca las lápidas de las tres filas de
nichos. No he sentido jamás en ningún cementerio emoción igual. Los nichos
están abiertos en la roca viva, contra la cual el mar abate su furia
continuamente y con frecuencia, porque, pese a su afán de todos los días, la
roca y los peñascos que la rodean siguen inconmovibles, se enfurece, se
encrespa y muge de impotencia... Salta sobre todo. Profana con su bramar la
paz de la morada del reposo, y el torbellino de las olas va borrando de las
lápidas los nombres que recuerdan que en este cementerio yacen, entre otros
abnegados hijos de España, los restos del comandante, del contramaestre y de
varios marineros del "Concha"...
Arriba, sobre la muralla, asoman sombras curiosas. Un cañón avanza
como un índice.
En el embarcadero nos recibe el comandante Aguilar, jefe militar de la
isla, que ya tenía noticias de nuestro arribo por un radio que le pusimos desde
el "España". Guiados por él, nos hundimos en el paso subterráneo.
Nuevamente salimos bajo el cielo.

LO QUE VEMOS

Y no podemos aguantar más. Subimos a una batería. Los artilleros
duermen junto a las piezas. Un centinela vigila. Nos acodamos en el parapeto.
A la derecha, Morro Nuevo, muy próximo, adentra su muñón en el mar. Más
acá, la isla de Tierra y la isla de Mar se ofrecen sobre el agua como dos setas
gigantes. Se alza el cono del Yebel Hedel. En la Rocosa brillan las gredosas
lascas. Manchas verdes, suavemente escalonadas bajo el cielo, indican el
poblado. Se destaca en la noche la cinta blanca del camino de los prisioneros.
A la izquierda, en la curva de la bahía, la playa de Suain, plana y blanda. Hay
en el ambiente una quietud y un reposo tan absolutos, que nos conmueve. El
espíritu se adormece en la paz.
En el Morro vuelve a brillar una hoguera. El centinela, a nuestro lado,
canta el alerta, como si replicara. Brillan los cañones en la limpia diafanidad
de la noche. A nuestra espalda se elevan las casas destruidas.
Es la guerra...
Tomamos una taza de café con el comandante. Nos aposentan
cómodamente en el Hospital Nuevo.
Después de recoger estas impresiones en las cuartillas, a dormir unas
horas. Más que el cuerpo, descansará el alma...

V. GUTIÉRREZ DE MIGUEL
Peñón de Alhucemas, 3 de septiembre.
(La Voz, 8.9.1925, p. 2)



























Una primera impresión

MELILLA (Varias horas. Reexpedido desde Málaga.).—
Ya se ha desembarcado. Desde el domingo a las doce al martes por la
mañana, un ejército y dos escuadras, apoyados por grandes fuerzas de
Aviación, han estado maniobrando en el Mediterráneo, frente a las costas
rifeñas, desde la punta de Afráu a las playas de Bocoya y de Gomara.

El “Jaime I”

El general Sanjurjo iba en el acorazado almirante francés "París", con el
jefe de la flota de Francia, Hallier. El marqués de Estella había instalado su
Cuartel general a bordo del "Alfonso XIII".
Los rifeños vigilaban, sobre todo, al enemigo que esperaban de Oriente.
En la noche del domingo al lunes y en la del lunes al martes, la costa se
iluminaba con los resplandores de las hogueras, desde Tensaman al Morro
Nuevo.

Sanjurjo, embarcando

Las escuadrillas de aviones arrojaron centenares de bombas sobre
poblados y atrincheramientos. En las fotografías sacadas previamente por la
Aviación advertíanse perfectamente las líneas sinuosas de las trincheras, donde
los tiradores rifeños pensaban resistir los desembarcos.
Durante el domingo tarde y noche, la escuadra francoespañola,
acorazados, cruceros, destroyers, torpederos, barrió el litoral, sobre todo desde
Afráu a Cabo Quilates.
Hubo un momento emocionante, cuando el acorazado "París"
aproximóse audazmente a tierra y cañoneó la batería rifeña de Cabo Quilates,
que respondía apoyada por fuegos de fusilería y de ametralladoras.
Bien pronto los aviadores avisaron que los dos cañones de esa batería
estaban desmontados. Efectivamente, habían cesado los fuegos y los artilleros
rifeños huían o yacían despedazados por la explosión de los proyectiles
franceses. Otro momento de emoción fue cuando los barcos españoles se
desplegaron frente a la bahía, batiéndola con sus cañones de todos los calibres.
El enemigo respondía rabiosamente. El Peñón de Alhucemas disparaba
también.
Transcurrió la noche del domingo, y el lunes, mientras se seguía
llamando la atención por Oriente, se comenzó la operación por el lado
occidental. Los transportes que llevaban a la columna Saro habían hecho
amagos por el Lau, para desorientar al enemigo. En la noche del lunes se
dieron las últimas órdenes.
Amaneció el martes. La niebla era intensa. Las barcazas se aproximaron
a los costados de los transportes, y los soldados, con sus jefes, descendieron a
ellas. Se había amagado por Morro Viejo y Morro Nuevo, es decir, por Cala
Bonita y Cala Quemada.
Los moros disparaban desde la península y desde las alturas del Sur,
especialmente desde el monte de las Palomas. Se veían grupos que aparecían
por Aydir y por la playa de Suani. La aviación los bombardeaba, así como la
escuadra. En la parte occidental de la península de Morro Nuevo hay una
especie de cala o pequeña bahía, que ofrece fácil desembarco si el mar se
muestra propicio. Sin embargo, se siguió amagando por las playas interiores
de Cala Quemada y Cala Bonita. El Peñón, con sus baterías, no cesaba de
batirlas.
Llegado e! instante, las barcazas, henchidas de gente, se acercaron a la
cala de Cebadilla. En un abrir y cerrar de ojos cayeron las planchas
automáticas y desembarcaron las vanguardias mandadas por Franco.
Conforme las unidades pisaban tierra, se desplegaban y rompían el fuego.
Las guardias rifeñas, que habían sido desorientadas, acudieron. Era
tarde. La aviación, volando muy bajo, las barría. Una tempestad de hierro
ardiente caía sobre las estribaciones y las cimas de los próximos cerros, y a
cada momento nuevas unidades se unían a las desembarcadas, legionarios y
Regulares de Ceuta, Cazadores, artilleros, barcas amigas. Los cañones, de tiro
rápido y las ametralladoras eran emplazados.
Se iniciaba la ofensiva para coger de revés a los defensores de Morro
Viejo, Morro Nuevo, Cala Bonita y Cala Quemada. Y éstos huyeron, temiendo
que les envolvieran, disparando desolados y rabiosos. Varios cayeron
prisioneros, y no ocultaban su asombro. Dos cañones, algunas ametralladoras
y bastantes fusiles fueron el botín primero del afortunado desembarco.
Desde los buques, los periodistas hemos seguido anhelantes la rápida y
atrevidísima operación. Esperábamos la reacción ofensiva. No surgió. La
columna Saro acabó de desembarcar, con su material completo y sus carros de
asalto; ocupó la península, avanzó hasta poder fortificarse, y sus vanguardias
iniciaron vigorosos tiroteos con grupos de rifeños que acudían de Bocoya.
Mientras, en el centro de la bahía, y por Oriente, desde Cabo Quilates a
Afráu, seguían los bombardeos, los vuelos de la aviación, las fintas.
Indudablemente, los moros no habían previsto que sus tierras del Rif central,
invioladas hasta hoy, serian holladas y en tan poco tiempo. Ha debido de haber
en su campo aturdimiento, desorientación, terror. ¿Cuándo y cómo
reaccionarán?
Ese es el secreto del mañana.

GUTIÉRREZ DE MIGUEL
(La Voz, 9.9.1925, p. 1)











































Después del desembarco

No reaccionan... Surgen grupos de bocoyas, que, sin duda, vivían en los
aduares próximos al Morro Nuevo, a la playa de Cebadilla, a la punta Busicut,
esos poblados que se llaman de Sidi-Mausur, de Tigonimin, de Adrar, y que
tantas veces incendiara nuestra Aviación, desgranando sobre ellos sus rosarios
de bombas. Se les distingue, con los prismáticos, reunirse en el Yebel Buhyar,
en los caseríos de Taganin, en el Yebel de Taramara. Adelantan, desaparecen,
vuelven a aparecer. El Yebel de Malmusi y el de Hach Mohamcd son teatro de
confusas luchas de guerrillas. Legionarios, Regulares de Ceuta y harqueños
amigos, que llegaron con sus vanguardias al riachuelo Tisdit, dominando
después de Cala Quemada Cala Bonita, se tirotean con enemigos sueltos que
se guarecen en las estribaciones de la punta de las Palomas.
Pero todo esto son episodios que no acusan ninguna organización
vigilante y eficaz. Las guardias de Abd-el-Krim, sorprendidas, apenas hicieron
resistencia. Sus dos cañones y su docena de ametralladoras fueron fácil botín
de las gentes de Franco y de la harca que manda el primo da Abd-el-Krim el
Jatabi. No esperaban el ataque por 1a espalda, y sólo pensaron en salvarse de
un copo, huyendo rápidamente por el estrecho istmo de Amekran.
En la tarde septembrina, mientras la niebla vuelve a elevarse con
lentitud, surgiendo de las aguas y de los cerros y anunciando un poético
crepúsculo, Franco y Saro se afanan por aferrarse al terreno de un modo
sólido. ¿Qué se sabe lo que guarda la noche? Y se crea la línea defensiva,
cerrando el desembarcadero y la península, combinando la instalación de las
baterías con los cañones de la próxima Alhucemas, abriendo trincheras,
montando reductos...
La playa es como una gran feria en organización. Las barcazas y demás
embarcaciones menores transportan desde los costados de los barcos, después
de los hombres, el material. Cañones, ametralladoras, puentes en pieza,
alambrada, sacos terreros, cocinas, maderos, cajas, tiendas de campaña...

Playa de Cebadilla

Ríen y cantan los legionarios, indiferentes y optimistas. Los pequeños
cazaflores, casi imberbes, miran con ojos de asombro ingenuo a las lejanas
crestas misteriosas que dora el sol. Los tiros discontinuos que suenan arriba y
junto al mar ya no preocupan. Las cornetas llaman a las unidades. Los jefes y
oficiales cruzan afanosos y cambian opiniones, con frases gráficas que
resumen en dos vocablos enérgicos la impresión de la jornada. Y los pájaros
mecánicos, incansables, siguen volando, escudriñando el horizonte, que puede
nublarse de peligros ignotos.
Una pequeña ciudad ha surgido de la nada en las pocas horas antes
desierta playa. Desde la punta Busicut al Tisdit, casi seco, barranquera que
baja del Yebel Malmusi, un ejército, mosaico de razas, se ha instalado y
vivaquea. Anochece. El paisaje se envuelve en cendales de niebla. Algunas
estrellas comienzan a titilar. Las masas enormes de los navíos de guerra y de
los vapores de transporte brillan en sus torres y cubiertas como
agujereándolas. Es una gigantesca procesión de fantasmas que comienzan más
allá de la punta Busicut, cerca del cabo Baba, y que cerrando la bahía de
Alhucemas, se pierde detrás del cabo Quilates en dirección a Sidi-Dris. Esos
fantasmas han lanzado sus ingenios mortíferos de ardiente metal sobre la
inhóspita costa rifeña, y aguardan vigilantes que se les confíen nuevas
misiones destructoras.
Desde los barcos miramos ansiosamente. Ya es noche cerrada. Cesan los
disparos. Ahora aullarán los chacales en los montes calvos, arañados por las
explosiones, de Bocoya, Deni-Urriaguel y Tensaman. Ahora habrá jontas y tal
vez castigos.
¿Qué pensarán esas gentes misteriosas, que nada supieron ni quisieron
saber de la civilización, salvo sus mecánicos procedimientos de exterminio,
del suceso único en su historia del día de hoy? Siempre fueron en busca del
rumí, armados y hostiles. El rumí era la presa, el cautivo, el vencido
saqueable. Hoy, el rumí ha saltado desde sus barcos a la tierra inviolada y
desconocida, se ha asentado firmemente en ella, cava, tiende alambres
punzantes, levanta tiendas y murallas de sacos terreros, cruza las barranqueras
hondas con puentes, alinea cañones, instala ametralladoras, se
prepara, en fin, a proseguir con energía suprema una empresa descomunal.
Ya están, sí, los rumís en el Rif ignorado, salvaje y cruel; en el Rif
indómito que no figura en las geografías sino con líneas imprecisas, en el Rif
de la conjetura y la leyenda...
Por los buques corre una ráfaga de optimismo. Hay risas y bromas. Hay
júbilo que asoma a los ojos y sale a los labios.
Enfrente, la costa negra se desgarra con resplandores que hacen más
espesa la tiniebla en torno suyo. Son las hogueras del enemigo...

GUTIÉRREZ DE MIGUEL
En el mar, frente a la costa de Bocoya y Beni-Urriaguel, en la noche del
martes 8 de septiembre.
(La Voz, 10.9.1925, p. 1)










La ocupación de Morro Nuevo

La noche ha transcurrido tranquila. Sin embargo, al filo de ella hubo una
alarma. Sonaron algunos tiros. Se creyó en un ataque pero pronto se
restableció la tranquilidad. Los pacos no se acercaban. Y se durmió bajo la
salvaguardia de los centinelas, en la tierra y en el mar.
Al amanecer salgo del camarote. Es miércoles. Se va a hacer una
operación complementaria, según nos ha dicho el coronel Goded. Subo a
cubierta. Hay neblina. El mar está levemente agitado. La enorme fila de
buques se extiende de Oeste a Este. Algunas embarcaciones menores la
recorren.
El "Dédalo", buque madrina, da suelta a los primeros aviones. Son como
grandes pájaros que, al salir el sol, levantan el vuelo. Se alejan en dirección a
tierra y bien pronto un eco lejano de sordas detonaciones llega hasta nosotros.
¿Bombardean o es que les disparan?
El globo cautivo del "Jaime I" se eleva también. Sus observadores hacen
señales. De pronto, se inflaman las ocres murallas del Peñón de Alhucemas.
Nubecillas de humo salen de sus cañoneras, y esas nubecillas son rasgadas por
relámpagos.
No tardan en aparecer por Oriente las escuadrillas de Melilla.
Aeroplanos e "hidros" se dispersan por el horizonte. Agiles, graciosos, vuelan
en diferentes direcciones, avizorando. No habrá en el campo enemigo un
grupo, por pequeño que sea, que se escape a su observación minuciosa.
Un torpedero, el número 22, recorre los barcos a cuyo bordo están las
fuerzas de la columna de Melilla. En él va Sanjurjo. Se le ve subir por las
escalas, saltar a los puentes, dar órdenes y descender rápido. Sabemos que ya
están en tierra la Infantería de Marina y los Pontoneros. ¿Qué fuerzas
desembarcarán ahora?
La playa de Cebadilla tiene unos sesenta metros de longitud. Por el Este
la dominan altos cantiles. Por el Oeste hay pequeñas dunas. Y en ella los
soldados preparan el desayuno.
Pero ha llegado la hora. Se rompe el fuego desde los buques. Se ve
desde éstos cómo avanza el Tercio por las alturas de la izquierda, la mehala de
Larache, por las de la derecha, y la barca del primo de Abd-el-Krim, por el
centro.
El enemigo tiene dos o tres piezas de pequeño calibre en unos picos que
son denominados Cuernos del Xauén, y dispara con ellas. Pero no puede
impedir que en menos de media hora sea ocupada totalmente la posición de
Morro Nuevo. Flota en ella nuestra bandera y es saludada por las sirenas de
los barcos. Todo ha concluido.
Se nos dice que la operación ha costado cinco bajas al Ejército y cuatro a
la Marina. Estas se han registrado en 1as dotaciones del "Uad Targa" y del
"Uad Martín". Dos granadas enemigas hicieron explosión en la playa de
Cebadilla mientras era ocupado el Morro; pero, según nos afirman, no
causaron víctimas.
Vemos desde los buques cómo la Infantería sube las ametralladoras a
brazo y la Artillería las piezas de montaña, y cómo los ingenieros fortifican
rápidamente la posición.
Vuelven los aeroplanos y los "hidros". Avisan que los moros siguen sin
reaccionar. No se advierten concentraciones en el campo. Apenas si algunos
rifeños armados aparecen en las proximidades del istmo. Las agresiones son
casi todas individuales.
Se nos cuenta un episodio interesante del desembarco de ayer. En la
playa de Cebadilla el enemigo tenía preparado un mortífero ingenio de
destrucción. Componíase de treinta bombas de aeroplano unidas con alambres
fijos a percutores. Estos habían sido conectados a un cable quo terminaba en
una casa del monte Malmusi. Sin duda pensaban los moros causar la explosión
de las treinta bombas a un tiempo, cuando nuestras fuerzas pisaran tierra.
Pero Franco, apenas desembarcó, dióse cuenta de ello, y sus gentes se
apresuraron a cortar los alambres y a arrojar las bombas al agua.
Se nos cuenta también que el martes por la tarde, después del
desembarco, unos legionarios vieron con sorpresa que dos moros se
aproximaban al Morro Nuevo, llevando una ametralladora. Su audacia les
sorprendió y quisieron cogerlos vivos. En un abrir y cerrar de ojos les cortaron
la retirada y precipitándose sobre ellos, los derribaron en tierra, los ataron y
los llevaron a la presencia de Franco. Este ordenó que los transportaran a un
navío.
Cuando cierro esta crónica, que os será enviada por los medios más
rápidos, llegan a la escuadra noticias del campo enemigo. En algunos aduares
de Bocoya flotan banderas blancas. Los proyectiles de grueso calibre de los
buques han causado en el interior, a mucha distancia de la costa, grandes
incendios. Millares de cabileños huyen tierra adentro, llevándose sus ganados.
Reina el pánico en todo el litoral, y los que no se han decidido a refugiarse en
los montes del Rif central se guarecen en las cuevas...

GUTIÉRREZ DE MIGUEL
En el mar, frente a Alhucemas, miércoles tarde.
(La Voz, 11.9.1925, p. 1)





















En tierra de Alhucemas

Los periodistas que hemos venido a Alhucemas desde Melilla en el
"Lázaro" y desde Ceuta en el “Escolano" recorremos hoy, con permiso del
general Saro, la pequeña península de Morro Nuevo. Ha sido dividida en dos
sectores, que mandan los coroneles Franco y Martín.
En la parte arenosa del istmo se han hecho rápidamente trabajos de
fortificación. Las avanzadas de la columna Saro ocupan, más allá, las primeras
estribaciones del monte Malmusi, altura de unos trescientos metros, que enlaza
a Morro Nuevo con la pequeña cordillera de Bocoya. Al amparo de esa línea y
de esas avanzadas, sin preocuparse de los pacos lejanos, la columna Saro y los
elementos desembarcados de la columna Fernández Pérez trabajan
activamente y van convirtiendo esta zona costera en una base sólida para
futuras operaciones.
El mar está algo picado; pero, no obstante, se sigue desembarcando el
material sin tregua ni reposo. Cañones, ametralladoras, municiones, víveres,
carros de asalto, tiendas de campaña, medicamentos, barracones desmontables,
puentes pasan, en las lanchas, desde el vientre de los transportes a tierra firme.
Sanjurjo se manifiesta muy contento. Dice que todo marchará sobre
ruedas, y oyéndole hay que ser optimista. El marqués de Estella se ha ido a
Río Martín. Convengo con mi compañero de LA VOZ, Artigas Arpón, una
distribución de trabajo. Yo me quedaré en Alhucemas, bien en el campamento
de Morro Nuevo, ya en un buque, según las posibilidades que se me presenten.
El volverá a la Zona de Tetuán, de donde vino con la columna Saro. Estamos
en un compás de espera. Pagada la emoción del primer momento, llega la hora
del detalle, del episodio menudo, de la anécdota reveladora y sintomática. Con
López Rienda, de El Sol, y otros camaradas, visito las ruinas de la casa donde
tenía su puesto de mando el jefe rifeño del sector de Morro Nuevo.

Cala Quemado

Cerca de la punta de Morro Viejo se abre una especie de barrancada. En
el fondo de ella se alza el edificio en cuestión. Tiene ventanas con barrotes de
hierro y fuertes cerrojos. Estaba unido con hilos telefónicos al Morro Nuevo y
a Aydir. Los soldados que la ocuparon hallaron en él algunos sacos de harina y
muchas vasijas para agua. Descubrieron un sótano que era, según han dicho
los prisioneros, una de las cárceles de Abd-el-Krim.
A juzgar por lo que se ve y por lo que confiesan los moros que hemos
apresado (algunos de ellos, antiguos conocidos nuestros), Abd-el-Krim cuenta
con una especie de Estado Mayor extranjero, compuesto en su mayoría de
centroeuropeos y turcos. Todos ellos se batieron en la gran guerra. Son los que
han montado los cañones, tendido les hilos telefónicos, preparado las minas
eléctricas, enseñado a los rifeños el manejo de la artillería y de las
ametralladoras. Según parece, casi todos esos extranjeros, aventureros, y
mercenarios, están ahora en el Sur, preparando la resistencia contra los
franceses.
En el campamento reina gran animación. Los legionarios están en sus
glorias. No hacen más que preguntar cuándo se reanudará el avance. Los
soldados peninsulares cantan y bromean. Han aparecido, no se sabe cómo,
algunas guitarras. En cuanto a los regulares y harqueños parecen aburrirse;
contemplan con ojos codiciosos los aduares que se aperciben en la lejanía, y
seguramente piensan en el botín que en ellos debe haber. Creo que se
equivocan y que esos aduares están vacíos.
Y pasan los días y no surge la esperada reacción rifeña. Tiroteos,
tentativas de sorpresas nocturnas, aventuradas por grupos poco numerosos
que huyen apenas les descubren los reflectores; alguno que otro cañonazo,
disparado desde los Cuernos de Xauen o desde el monte de las Palomas. He
aquí todas las novedades.
Con los prismáticos se ve cómo, contrastando con estas hostilidades
esporádicas e intermitentes, siguen flotando banderas blancas sobre los
aduanes de Bocoya... Terminada la excursión por la península de Morro
Nuevo, volvemos a bordo. Nos reunimos en el "Escolano" todos los
corresponsales. Artigas ha logrado que le permitan ir a Ceuta en un torpedero.
Cuando cierro esta crónica, que envío a Melilla para que os la
transmitan, como las anteriores, por los medios más rápidos, las baterías de
Alhucemas disparan sobre la costa enemiga del lado de Aydir...

GUTIÉRREZ DE MIGUEL
En el mar, frente a Alhucemas.
(La Voz, 12.9.1925, p. 1)










El campamento del Morro

Artigas se fue a Tetuán, y yo me he quedado en esta tierra de
Alhucemas. Han comenzado los levantes; pero, hasta la hora en que escribo,
no son de una violencia extraordinaria para lo que es corriente en estas playas
salvajes. El cielo está encapotado, y sopla un viento duro que amenaza tumbar
las tiendas de campaña. La península de Morro Nuevo y su istmo son poco
suelo para tanta gente.
El enemigo sigue ocupando el monte Malmusi, el monte Taramara y las
alturas de Tiranimin, que dominan la cala de Izdain. Hacia el Occidente,
pasada esa cala, vese la desembocadura del Jandak, especie de riachuelo que
atraviesa la región bocoya conocida por Agrigües.
La vida no es monótona en este rincón rifeño, no sólo por la animación
natural de un campamento donde vivaquean varios miles de hombres de
diversas razas, sino también, y muy especialmente, por las frecuentes
escaramuzas.
Yo me he incorporado; como soldado honorario a la bandera del Tercio
del comandante Rada, que benévolamente se ha declarado mi aposentador.
Esta bandera se halla acampada en la loma que tomó el día del desembarco.
En la pendiente, a media ladera, han sido hechos muros de contención con
sacos terreros y formadas unas pequeñas explanaciones. Envuelto en un capote
he dormido allí, teniendo el cielo como único techo y viendo a lo lejos, antes
de que soplara el levante, el soberbio espectáculo del mar constelado por
cientos de luces de los barcos mercantes y de guerra.
Nuestra verdadera protección en estas noches rifeñas son los reflectores
marítimos y terrestres. Su resplandor brillante y escandaloso se pasea por la
espesa tiniebla de los montes de Bocoya y Beni-Urriaguel, y fingen un día
fantástico. Son como rampas de luz tendidas desde el mar a las crestas de las
lomas.
Conforme pasan los días la presión enemiga se va sintiendo más. Desde
el Peñón han avisado que van llegando grupos a las playas de Aydir y de
Suani.

******

Ayer recorrí nuevamente toda la península de Morro Nuevo, desde el
Pico del Fraile hasta el istmo. Al pie de 1a batería del Fraile, unos montoncitos
de tierra señalan las tumbas de los cadáveres enemigos que vi aun insepultos
el miércoles por la tarde. Me persigue el recuerdo de uno de ellos: un viejo de
barba blanca, cuya cabeza de santón se destacaba entre los otros muertos,
todos jóvenes y algunos puede decirse que niños.
Pregunto a un soldado que dónde enterraron al viejo de la barba blanca,
y me señala uno de los montoncitos de tierra. Se le concedieron los honores de
una sepultura para él solo porque se defendió hasta morir.
Algunos oficiales de Ingenieros me dicen que las fortificaciones donde
el enemigo tenía sus piezas emplazadas son una obra que sorprende por su
solidez. El muro tiene cerca de dos metros de grueso; fuertes maderos forman
los traveses que sostienen el techo, que es, así como los tabiques, de piedra y
argamasa. Este techo es de más de un metro de espesor, y así ha podido resistir
los efectos de los bombardeos de los aeroplanos. Uno de os cañones de la
batería de los Frailes miraba al mar, y con él se nos ha hecho mucho fuego.

Cañón tomado a los rifeños



Al fin, he podido hacer el inventario exacto de la artillería tomada al
enemigo. Asciende a cuatro piezas. Un viejo cañón Saint-Chamond, que cayó
en poder de Abdel-Krim en 1921; un Schneider y otro de montaña, que
también fueron nuestros, y un Schneider francés, con 300 proyectiles. Este es
un cañón de 75 milímetros, completamente nuevo, tomado, sin duda, en el
frente del Sur este verano. He aquí su afiliación:
"Número 20.405. A. B. S. 1918." En la cureña tiene grabado: "Número
3.195. Bourges. Núm. 1.395." Su alcance es de 5.500 metros.
El viejo cañón Saint-Chamond no puede funcionar; el Schneider nuestro,
tampoco. El cañón de montaña ha sido incorporado a la batería que manda el
capitán Anchorie, y ha disparado varias veces contra Aydir. El cañón francés,
confiado al teniente Colins, funciona ya también desde su propio
emplazamiento contra el mismo poblado.
Desde el Pico del Fraile he bajado por la loma de los Muertos al
pequeño valle donde se alzaba el puesto de mando del jefe encargado de
defender el Morro Nuevo, que servía también de cárcel para los prisioneros de
Abd-el-Krim y que he descrito someramente en una crónica anterior.
Es una casa grande con un recinto amplio amurallado y una sola puerta.
Dentro hay dos cuadras cubiertas y una sin cubrir. En este recinto había 60
prisioneros, todos ellos soldados indígenas de las fuerzas coloniales francesas,
menos uno, que es oficial moro del grupo de Regulares de Alhucemas, y que
cayó prisionero durante las últimas operaciones en el río Lau. Al ver los
carceleros que nuestras fuerzas desembarcaban, obligaron a los presos,
amenazándoles con fusiles y gumías, a correr hacia el interior; pero varios de
ellos, entre los que figura el oficial moro, se escaparon, y se refugiaron entre
las tropas españolas. Todos ellos se han incorporado a una harca y dicen que
quieren pelear para vengarse de los martirios sufridos.
De los muros penden dos cadenas de dos metros de largo y de un grosor
extraordinario. He hablado con el oficial moro, el cual me ha dicho que él y
sus compañeros habían sido enviados recientemente desde el interior a hacer
trabajos de fortificación en la playa de Cebadilla y a cambiar el
emplazamiento de los cañones con objeto de que pudieran batir ésta, sobre
todo desde la Punta del Fraile. Ello prueba que Abd-el-Krim en los últimos
días comprendió que la bahía de Alhucemas iba a ser atacada por Occidente y
trató de prevenirse; pero ya era demasiado tarde. Dicho oficial moro y los
soldados indígenas coloniales franceses cuentan horrores del tratamiento de
que les han hecho víctimas. Trabajaban de sol a sol y se les daba por toda
alimentación un poco de torta de cebada, acompañada, no todos los días, de
alguna patata y de unos cuantos higos chumbos.
En esta casa, cuartel y prisión a un tiempo, se aloja ahora un tabor de la
mehala de Melilla, número 2, que manda el teniente coronel Abriat. Cuando
salimos de ella nos detenemos un momento para elegir el camino más
desenfilado y subir por él al Morro. Formamos un grupo Lezama, Got, un
periodista malagueño y yo. Alguien dice a media voz:
— Han herido a ese teniente.
Se trata de un teniente de Artillería que viene hacia nosotros con paso
airoso, rápido y firme. Me fijo. El lado derecho del pecho lo tiene cubierto de
sangre. Una bala le ha entrado por la espalda y le ha salido por cerca del
costado.
— ¡Una camilla!— gritamos.
Pero el teniente, sobreponiéndose al dolor, dice, intentando sonreír:
— No hace falta. Puedo andar.
Y sigue a pie hasta la casa rifeña, donde le cura el capitán médico de la
mehala, Sr. Vázquez. Pregunto el nombre del teniente. Se llama D. Joaquín
Cárdenas. La herida, aunque grave, no pone en peligro su vida.
Volvemos a subir a la loma del Tercio, impresionados por el episodio.
Cuando llegamos a lo alto oímos una formidable explosión. Una granada
enemiga ha caído a media ladera, abriendo brecha en la muralla de sacos
terreros. Cuando el humo se desvanece, llegan los camilleros y recogen las
bajas, que, afortunadamente, son pocas.
Mala noche la última. Hemos sufrido durante ella el primer ataque serio.
Los contingentes enemigos que, según nos avisaron desde el Peñón, se habían
concentrado en las playas de Aydir y Suani, han intentado sorprender el
campamento, atacando por varios puntos en todo el semicírculo comprendido
desde la cala de Ixdain a la punta de las Palomas. No precedió a la tentativa un
fuego violento de artillería, sino que éste fue simultáneo con ella.
Deslizándose por las manchas de sombra que se extendían entre las
zonas de luz de los reflectores, los rifeños se acercaron con rara audacia, y
cuando estuvieron muy cerca rompieron un tiroteo vivísimo, al mismo tiempo
que gritaban como locos. Los centinelas se replegaron hacia la vanguardia, y
en un momento toda la tropa estuvo en pie. Los reflectores, cambiando de
posición, escudriñaron el campo, y bien pronto fueron vistos los grupos
enemigos, que, al notar que estaban en la zona luminosa, se abrieron en largas
bandadas.
Nuestros cañones y ametralladoras, guiándose por los reflectores, los
ametrallaron vigorosamente, y desde los reductos se les hizo un nutridísimo
fuego de fusilería.
Varias veces, en el transcurso de dos horas, y corriéndose siempre desde
las zonas de luz a las de sombra, procuraron llegar hasta los sacos terreros,
desde los cuales se les disparaba sobre seguro; pero siempre fueron
rechazados, y a eso de las dos de la mañana los últimos asaltantes se perdían
en la obscuridad.
No hemos podido dormir. Después de terminado el combate, un
"paqueo” intermitente nos ha desvelado. Cuando amanece, el cielo está lívido
y el mar se alza y se encrespa, sacudido por el vendaval. En la playa suenan
las cornetas y la tropa hace el rancho.

V. GUTIÉRREZ DE MIGUEL
Morro Nuevo (Alhucemas).
(La Voz, 17.9.1925, p. 3).








































En espera de los avances

El día en que se tomó la Punta del Fraile, las guardias que defendían el
cañón, al sentirse impotentes para contener el ímpetu de nuestras tropas,
abandonaron el reducto y procuraron escapar. Los legionarios, cortándoles el
camino, hicieron prisioneros a varios y mataron a otros. Unos cuantos
desaparecieron en una cueva abierta en los acantilados sobre el mar. En la
cueva han estado varios días. Pensando quizá que nuestras tropas no vigilaban,
se asomaron, al fin, a la boca de la cueva y llamaron a Cala Quemada, donde
tienen su puesto avanzado las guardias enemigas. Antes que éstas pudieran
llegar por ellos, nuestros soldados, descolgándose con peligro de la vida, los
sorprendieron. Eran tres. Dos se arrojaron al mar y la marejada de Poniente los
mató estrellándolos contra las aristas de los acantilados. Uno se entregó...
Yo lo vi llegar al campamento. Casi desnudo, extenuado, seco, con la
boca partida por un disparo, pasó ante nosotros. Momentos antes, el cañón
enemigo había causado en la playa varias bajas. Ante el desfile del prisionero
no hubo una imprecación ni una injuria. Los soldados le vieron pasar
expresando en su actitud serena la nobleza de sus sentimientos. Parecía que
todos sentían pesadumbre ante el castigo que impone la dureza de la guerra. El
prisionero, a su vez, imponía respeto por su actitud hierática. Descalzo, vestía
solo con su "chamer", especie de camisa larga, no pronunciaba palabra, ni en
su cara se advertía temor alguno. Se le dio agua y bebió con avidez. Se le dio
de comer y rechazó la comida. Conocía la dura ley de la guerra y quería morir.
Ni un ardid para disculparse, ni una frase para implorar perdón...
La piedad que el prisionero no pedía surgió por sí sola en el corazón de
nuestros soldados. Los legionarios, pasado el furor del combate, miraban al
prisionero sin odio y sin rencor, y ante este cuadro, nosotros hemos sentido
todo el valor de la observación de Margueritte: "En la guerra se encuentra
siempre el camino de Damasco. Se emprende con ardor y se vuelve apóstol de
la paz."

*****

Una de las cosas que será difícil hacer comprender al pueblo español es
la serie de privaciones que supone la guerra.
Ni la vida diaria del campamento, tan ruda, tan penosa, tan llena de
dificultades, ni los ataques nocturnos del enemigo, vigorosamente rechazados,
ni el cañoneo diario, deprimen a la tropa. Los soldados se burlan con donosas
frases de los artilleros rífenos cuando las granadas no causan más que una o
dos bajas. Todas las tardes nos bombardean con verdadero furor. Y, sin
embargo, los soldados se muestran despreocupados y animosos. Y dicen que a
todo hay que acostumbrarse. Los cuatro periodistas —y me perdonará el lector
que insistentemente dé sus nombres; pero es la única recompensa a que
aspiramos— Lezama, de "La Libertad"; Got, de "El Telegrama del Rif";
"Arístides de Campomanes", de "La Unión Mercantil", de Málaga, y yo,
somos testigos de mayor excepción.
Sólo tenemos una preocupación: la de que acaso nuestras crónicas, en
las que procuramos en la medida de nuestras posibilidades, recoger la verdad
de cada día, carezcan de interés porque lleguen con retraso. Pero están escritas
ante el espectáculo que vemos por nuestros propios ojos.

*****

A última hora de la tarde de ayer, el general Saro, el coronel Franco, el
teniente coronel Liniers y otros jefes recorrían la línea de parapetos. Los
"pacos", con sus tiros, dibujaban las siluetas. Los periodistas, en cumplimiento
de nuestro deber, íbamos también en el grupo. Al regreso al Cuartel general,
Lezama y "Arístides de Campomanes" siguieron con el coronel Goded a
visitar la avanzada que protege a la brigada de Melilla, que, al fin, ha acabado
de desembarcar.
Yo seguí con el Cuartel general. Al llegar a la tienda de Saro, que está en
la playa, se oyó el estampido anuncio de un disparo de cañón enemigo. Un
silbido escalofriante, y la bala hace explosión junto a un grupo de artilleros del
Parque Móvil que estaban trabajando. Cerca de ellos me había parado yo y
admiraba el esfuerzo que realizaban.
Yo te aseguro, lector, que la playa de Alhucemas que ocupamos no está
en condiciones favorables para el turismo; pero sí te aseguro también que es
notable el espíritu de la tropa, y que los jefes, con sus medidas de precaución,
logran reducir al mínimo posible, dadas las circunstancias, el daño del ejército.
Luchamos, no hay que olvidarlo, contra gentes que tienen cañones,
bombas, fusiles y ametralladoras y que conocen perfectamente el terreno.
En estos momentos en que escribo truena el cañón. Desde nuestra chavola
hemos visto los efectos de otra explosión. Un soldado ha caído envuelto en la
polvareda. Todos hemos temido por su vida. Pero se ha levantado, y viene a
resguardarse en la contrapendiente de la loma donde estamos, que está algo
desenfilada. A los pocos metros se detiene. Creemos que está herido. Más no.
Vuelve hacia el lugar de la explosión y coge una cuba de agua que llevaba al
hombro. En aquel momento cae en el mismo sitio otra granada. El soldado,
con su cuba a cuestas, rompe a correr, y nosotros dejamos de escribir para
felicitarle por su serenidad. Y él sonríe, algo pálido...

V. GUTIÉRREZ DE MIGUEL
Loma del Tercio. Alhucemas.
(La Voz, 21.9.1925, p. 3)










Cómo se vive y se lucha en Morro Nuevo

Una de las cosas que deben enorgullecer a los europeos capaces de
ciertos enorgullecimientos es la evidente labor civilizadora realizada por ellos
en África. Un espíritu observador tal vez no advertirá esta labor civilizadora
en sus múltiples manifestaciones de la vida pacífica de los indígenas; pero
convendrá en que en la guerra han llegado ya a un grado evidente de
perfección. Desde nuestras primeras luchas —¡oh los tiempos de Prim!—, en
que los moros nos hacían frente con sus curvos alfanjes, sus afiladas gumías y
sus largas espingardas, han pasado en e1 armamento ofensivo al cañón de 105,
cargado con granada rompedora. Ya a nuestra granada de mano responden con
granadas de mano también, y conocen y emplean el mortero de trinchera. No
han ganado en uniformidad, porque los harqueños siguen siendo tan astrosos y
desharrapados como siempre; pero han adquirido una disciplina en el ataque y
una ciencia militar en la resistencia de que años atrás no tenían idea.
En el ataque al reducto donde está el cañón francés que les cogimos en
Morro Nuevo se oían perfectamente las voces de mando, y el asalto lo
realizaron por oleadas de granaderos, con bombas de mano, apoyados por una
línea de morteros de trinchera. Una cosa que no han podido adquirir es la
serenidad, y es que les falta una oficialidad como la nuestra. Así, la reacción
de la harca de Várela resolvió una situación que llegó a ser crítica en algunos
momentos.
Los rebeldes no pudieron resistir el contraataque, y es que no resisten
casi nunca el empujón a pecho descubierto. Siguen haciendo, sobre todo, la
guerra de pacos. Y en servicio de pacos, están empleando los cañones contra el
campamento.
Esto, que es el espectáculo de todos los días, ha llegado ya a convertirse
en costumbre. Es notable el clamor de abucheo que se produce en el
campamento cuando los proyectiles caen en el mar o hacen pocas bajas.
Copiamos, por lo que tiene de expresiva en relación con el espíritu de la
tropa, la siguiente orden del Mando:
"Orden general del día 16 de septiembre de 1925.
Artículo 1.° En la tarde de ayer, el enemigo cañoneó intensamente este
campamento, y me produce viva satisfacción apreciar que, lo mismo este día
que los anteriores que hemos sufrido igual agresión, todo el mundo está
perfectamente apercibido de que ni esto ni nada ha de hacernos perder nuestra
tranquilidad ni vacilar en cumplir nuestros deberes; por ello, la indiferencia
con que se ha acogido el fuego enemigo, la regularidad con que continúan
desempeñándose todos los servicios, me llenan de satisfacción.
He de haceros un elogio del personal de ambulancias, constituido por
artilleros y sanitarios al mando del comandante Amérigo, así como los
camilleros de los cuerpos, que en todo momento y en cuanto ocurre una baja,
despreciando el peligro, acuden inmediatamente a recogerla; he de elogiar
igualmente al teniente de Ingenieros D. Jorge Moreno, que, demostrando
nuestro fraternal afecto entre tropas y oficiales, auxilió a recoger a un soldado
herido durante el cañoneo en sitio batido, y al comandante Roldan, de
Artillería, y a los soldados que acudieron con él rápidamente al transporte y
variación de emplazamiento de unas bombas de aeroplano que en la playa se
hallaban y al ser tocadas por algún proyectil enemigo podrían haber
constituido un peligro para todos.
Estos hechos, que me llenan de orgullo, me demuestran palpablemente
vuestra moral, vuestro buen compañerismo y la idea de que aquí todos
debemos ser para los demás, sin egoísmo ni flaquezas, y realizando cuanto
menester sea para ayudar al compañero que sufra o esté en peligro.
Art. 2°. Durante los cañonazos, cada cual en su campamento, se meterá
en su abrigo, pues quiero evitar bajas inútiles, y aquellos a quienes sorprenda
éste en llano o en sitio descubierto, sepan que al oír la detonación no hay más
que tirarse al suelo, con lo que se evita toda probabilidad de ser tocados, y el
que marche por algún camino cubierto o cerca de él, al oír el disparo debe
adoptar la precaución de guarecerse y abrigarse hacia el talud exterior. Los
señores jefes darán las órdenes oportunas para que su tropa aprenda bien el
valor de esta medida; de ninguna manera ha de disminuir nuestro arrojo y
valor, pues cuando haya necesidad
de ello y la superioridad lo disponga iremos a pecho descubierto a traernos
estos cañones."
Esta orden del general Saro dice bien claramente cuál es el espíritu de
esta tropa ante un peligro tan evidente como el del cañoneo, que se repite a
diario.
Los enemigos cambian frecuentemente el emplazamiento de sus
cañones, y es difícil, por lo tanto, saber cuáles son los sitios desenfilados. A la
vez que los cañones, disparan los pacos apostados tras las piedras en las lomas
próximas. Tiran sobre el campamento, y algunas balas llevan la muerte; pero
para nadie constituyen, sin embargo, una grave preocupación. ¡La fuerza de la
costumbre!
Vivir las horas que estamos viviendo; escribir, como lo estamos
haciendo unos cuantos, lo que vemos sobre el terreno conquistado por nuestros
soldados, bien vale el riesgo de encontrarse con una de esas balas.
Sólo una cosa nos preocupa a los cuatro periodistas que estamos aquí.
No sabemos si nuestras crónicas, que enviamos como podemos, llegan o no.
No sabemos si las respeta o las mutila la censura, de la cual nos acordamos
mucho. No llegan periódicos. Estamos incomunicados casi con España.
Pero no importa. Escribimos lo que vemos. Somos cronistas fieles de la
verdad. Y ello nos basta para tener tranquila la conciencia.

*****

El buen humor y el ingenio son las características de estas fuerzas. Es
sorprendente los edificios que han construido los soldados con piedras
arrancadas a la tierra, sacos terreros y ramaje. Como aún no han llegado las
tiendas de campaña, algunos jefes, como los coroneles Franco y Goded, que
mandan las vanguardias, no han querido montar las suyas.
Nosotros, los periodistas, tenemos la suerte de contar en la república del
comandante Rada, jefe de la sexta bandera, que amablemente nos acogió entre
los suyos, al teniente de Ingenieros señor Bahamonde, jefe de la sección de
tendido de la columna del coronel Franco. El teniente Bahamonde nos ha
construido con sacos terreros una admirable chavola, que pomposamente se
llama ''Villa Cebadilla". No tenemos cama, pero sí luz eléctrica y teléfono,
teléfono que aún no sirve para hablar con España; pero todo
llegará.
Aprovecho la ocasión, lector, para ofrecerte mi casa, con estas señas: "V.
Gutiérrez de Miguel, redactor de LA VOZ. Loma del Tercio. Villa Cebadilla.
Alhucemas. Teléfono número 5 bis."
Desgraciadamente, no tenemos ascensor para subir hasta nuestra villa, ni
más techo que el cielo; pero esperamos que cuando lleguen las primeras
lluvias el teniente Bahamonde encontrará la manera de cubrir aguas.

V. GUTIERREZ DE MIGUEL
Tierra de Alhucemas.
(La Voz, 22.9.1925, p. 3)






























Comenzando el avance

MORRO NUEVO 23 (12 m.) (Reexpedido desde Melilla.).—
Apresuradamente, mientras se desarrolla el avance, escribo esta breve
crónica telegráfica, que envío a Helüla utilizando una ocasión, sin riesgo de
mandar por correo una información más detallada.
Anoche, terminados los preparativos, fueron dadas las órdenes para
iniciar las operaciones. La columna de Melilla, a las órdenes de Fernández
Pérez, debía operar por la izquierda y apoderarse de Morro Viejo, donde el
enemigo tenía un cañón y que era un nido de "pacos". Sin ocupar Morro Viejo
era imposible instalarse en Cala Bonita y Cala Quemada.
La columna de Ceuta, que manda Saro, encárgase se avanzar por el
flanco derecho y adueñarse de Monte Malmusi. La escuadra y la Aviación
debían cooperar al doble movimiento. De noche, las tropas formaron en
columnas de asalto. Reinaba verdadera alegría. Eran ya pasadas las dos
semanas de angustiosa esperanza. Se iba a ensanchar la base...
Apenas amaneció, la escuadra y las baterías emplazadas en los sitios
estratégicos rompieron un fuego vivísimo sobre Morro Viejo, Malmusi, el
Cerro de las Palomas y Aydir, mientras la Aviación iniciaba sus vuelos de
exploración y de bombardeo. El espectáculo era imponente. El enemigo,
sorprendido al principio, reaccionó, y sus cañones dispararon muchas veces
contra los buques y contra las fuerzas, que comenzaban a desplegarse, y cuyas
primeras oleadas de guerrillas avanzaban audazmente hacia los objetivos. Las
fuerzas de Fernández Pérez tropezaron con escasa resistencia. Bien pronto
ondeó nuestra bandera en Morro Viejo. Algunos moros fueron precipitados al
mar. Otros huyeron por las estribaciones septentrionales a unirse a los
defensores del Malmusi.

Ocupación de monte Malmusi
Desde nuestro observatorio vemos cómo los soldados de Saro,
Cazadores, Regulares y Tercio, y las harcas amigas, bajan a los barrancos,
ascienden por las laderas, flanquean los atrincheramientos de donde se les
hace un fuego vivísimo, penetran en las cuevas en donde se supone que hay
cañones y ametralladoras, asaltan las casas aisladas, que el enemigo ha
convertido en fortines, y suben siempre hacia la cresta del Malmusi. Las
humaredas de las explosiones coronan ésta.
Llega una orden y los indígenas salen a escape, provistos de todo lo
necesario para comenzar los trabajos de fortificación. Ya algunas secciones de
ellos están en Morro Viejo. Dentro de la bahía, varios barcos disparan, y les
secunda vigorosamente la artillería del Peñón. Al fin, tras unos momentos de
lucha confusa, demasiado largos para nuestra angustia expectante, las barcas,
los legionarios y los regulares, seguidos de las demás tropas, llegan a la
cumbre del Malmusi. Fuerzas destacadas de la columna de Fernández Pérez
apoyaron el último salto con un hábil flanqueo.
Cuando cierro esta crónica sigue el fuego. Desde las alturas próximas,
grupas enemigos continúan disparando.

GUTIÉRREZ DE MIGUEL
(La Voz, 24.9.1925, p. 3)





































Cómo fue herido Lezama

Ayer fue nuestro día. Los periodistas españoles recibieron en Alhucemas
el bautismo de sangre. Con permiso de la censura, voy a contarlo.
Los moros nos bombardeaban con cuatro piezas, emplazadas en las
contrapendientes del Malmusi, en el cerro de las Palomas y en una gruta de
Morro Viejo que se abre en los acantilados que dan al mar, a la derecha del
campamento. Sus artilleros tienen para la puntería, como punto de referencia,
el Pico del Fraile.
Sin embargo, viene siendo casi milagroso que el número de bajas no esté
en relación con el bombardeo que sufrimos. Por más que, si bien se mira, no
debe extrañamos. El Mando, teniendo en cuenta las enseñanzas de la gran
guerra en lo que se refiere a la protección de las infanterías frente a los
cañoneos con piezas de diversos calibres, ha extremado las previsiones, en su
deseo loable de ahorrar vidas españolas.
Toda la pequeña llanada arenosa que se extiende desde la playa a las
primeras estribaciones de la Loma del Tercio está cruzada por caminos
cubiertos. Además, en distintos parajes se abren zanjas y se alzan abrigos. En
la loma hay infinitos nidos, hechos con sacos terreros, que neutralizan
grandemente los efectos de las rompedoras.
Mientras llega el momento del avance, que ha de permitir el
ensanchamiento de la base en que estamos —momento que se aproxima—,
Sanjurjo, Saro y Fernández Pérez quieren evitar pérdidas inútiles.
El bombardeo rifeño es democrático y ha estrechado entre nosotros los
lazos de fraternidad. Generales, jefes y oficiales, soldados y marinos
comparten animosos y optimistas el mismo riesgo. Tiendas, chavolas y
barcazas son blancos, no siempre, por fortuna, alcanzados por los proyectiles.
Los episodios se sucedan y no se parecen. Narraré algunos, siempre con
permiso del St. Laigle-Eia. Anoche discurrió Antonio Got, enviado de El
Telegrama del Rif, bajar a la playa, para dormir en la bodega de una "K", y al
amanecer hacerse a la mar, para poner unas palangras y dedicarse a la pesca.
Con Got iba el contratista bilbaíno Sr. Aldazábal, que asiste desde el
primer día a las operaciones, y el Sr. Uzcullo, que ha venido de Melilla en
calidad de turista. (Los hay originales.)
La noche transcurrió sin más novedades que las acostumbradas —¿para
qué referirlas una vez más?—, y apenas salió el sol, los cuatro cañones moros
cuyo emplazamiento he descrito más arriba comenzaron la "verbena" de todos
los días. ¿Es que sus artilleros tienen algo contra Got? Lo ignoro. Lo cierto es
que tomaron como principal objetivo de sus disparos la "K núm. 21" donde
dicho periodista había pasado la noche, en unión de sus amigos Aldazábal y
Uzcullo.
Cuando disminuyó el fuego enemigo, los tres bajaron
a un bote y se alejaron para pescar. Mas su pesca no valió nada. Lo digo con
sentimiento.
Los demás periodistas, Lezama, Campomanes y yo, fuimos a las
avanzadas para otear el campo enemigo. Cuando volvíamos al Cuartel general
presenciamos un incidente muy regocijado.
Del campamento de Riffien han traído para el Tercio varios hermosos
jalufos (cerdos) y estos animalitos, cuyo aspecto alegra el corazón de los
legionarios, fueron confiados a uno de éstos para su custodia y cuido.
Pero una rompedora cayó cerca de ellos y el más hermoso, asustado sin
duda por la explosión, salió disparado en dirección nada conveniente.
E1 legionario corría tras él, y ya iba a darle alcance cuando un segundo
proyectil reventó entre ambos. Rodó el legionario, pero no el cerdo, qua siguió
corriendo. Levantóse el bravo soldado y siguió a escape. Una tercera granada
derribóle de nuevo. Le creíamos muerto; pero, con gran sorpresa, vimos que se
levantaba diligente, perseguía al cerdo, lo agarraba del rabo y lo traía hasta
donde estábamos, no obstante sus gruñidos. Nos acercamos.
— ¿Te ha pasado algo?
— No. Lo principal era que se salvara el cerdo.
Pero sí tenía una herida en una pierna y otra en la espalda, esta última
grave. Más no les daba importancia. ¡Así son estos hombres!
Comentando el episodio, nos dirigimos al embarcadero. Campomanes
iba a marchar a Melilla para resolver unos asuntos inaplazables. Y queríamos
despedirle con todos los honores. También se marchaban Aldazábal y Uzcullo.
P a r a coger el bote que hace el servicio del barco hay que pasar por la
"K 21", que sirve de muelle. Estábamos ya sobre la "K 17", cuya proa se une a
la popa de la 21. Había comenzado la despedida cuando una rompedora hizo
explosión en el mar, a unos dos metros de distancia. Tres minutos después nos
aturdió una segunda explosión.
Instintivamente, Got y yo saltamos a tierra, y envueltos en humo y
sintiendo como si cayese granizo en torno nuestro, nos refugiamos detrás de
unos sacos terreros. Lezama no saltó.
El comandante de Artillería señor Roldán, cuya serenidad y valor han
sido causa de que se le ponga ya en la orden del día del campamento, acudió y
animando a todos hizo que se reanudaran los trabajos que se estaban
realizando.
Desvanecida la humareda, nos aproximamos a la "K". Campomanes,
Aldazábal y Uzcullo se alejaban ya en un bote en dirección al barco que iba a
zarpar para Melilla.
Lezama saltó a tierra y vimos que estaba herido. Tenía sangre en la
espalda.
— ¿Qué es eso? — le preguntamos.
— Nada. Un chinazo.
Se niega a ir al Hospital, para no dar trabajo a los médicos que curan a
los otros heridos. Yo le obligo a subir a nuestra chavola. Y en ella le cura el
comandante del Tercio Sr. Arroyo.
Al dar las novedades del día al alto Mando, el coronel Franco da cuenta
de la herida de Lezama. Sanjurjo y Saro felicitan al querido compañero.
La lesión no es grave, por fortuna. Está en la región escapular izquierda
y es de dos centímetros de profundidad. Todos atendemos al querido
compañero, tan bravo, simpático
e inteligente. Got dice orgulloso que la Prensa, en Alhucemas, ha tenido un 33
por 100 de bajas. Y la cuenta es justa. De tres que estamos, ha caído uno...

*****

Yo también siento el orgullo de la herida de mi compañero. Hemos venido
aquí, lector, a presenciar las operaciones y a referírtelas, si la censura no se
opone a ello. La misión es peligrosa; pero la cumplimos con alegría. Que
también el periodismo es una religión y una milicia.

V. GUTIÉRREZ DE MIGUEL
Loma del Tercio, Alhucemas.
(La Voz, 25.9.1925, p. 3)
































La tregua de los muertos

Nuevamente han intentado los moros recuperar el cañón que les cogimos
en Morro Nuevo, y una vez más el intento les ha costado buen número de
bajas. En su primer ataque, la harca de Varela, mediante una reacción ofensiva
vigorosa, rechazó las infiltraciones enemigas, que rebasaban nuestra primera
línea. En el segundo se portaron heroicamente los Regulares de Melilla, que
manda el teniente coronel Pozas.
Ya la intensidad del bombardeo por la mañana indicó al Mando que se
preparaba un asalto a nuestro frente. Dicho bombardeo cesó a las once y media
de la mañana. A las cuatro y medir, de la tarde llegó a nosotros la noticia de
que en un extremo de la línea, o sea en el macizo del Morro, los Regulares de
Melilla sostenían rudo combate. Se habían descolgado hasta los acantilados y
luchaban cuerpo a cuerpo con varios contingentes rifeños que, deslizándose
por el camino cubierto desde la altura de la Cala del Quemado, y pasando por
debajo del emplazamiento del cañón, trataron de escalarlo por detrás, para
tomar los puestos cogiéndolos del revés.
Rápidamente nos trasladamos al sector de la columna de Melilla; pero
no pudimos llegar a los puntos donde se peleaba, por la mucha intensidad del
fuego. Pasamos la tarde en un parapeto.
Del lado del mar nos llegaba el retumbar de las explosiones de las
granadas, al que seguían silencios trágicos. Se puso el sol sin crepúsculo, y
durante la noche siguió tronando el cañón.
Apenas amaneció nos dirigimos al lugar de la polca, y pisamos
peñascales tintos en sangre, sangre que lavará el mar cuando el poniente
quiebre contra ellos la masa de sus olas.
A retaguardia del emplazamiento del cañón de Morro Nuevo se alza un
macizo rocoso imponente, que, por un corte de unos dos metros, deja ver el
mar, y que se une por una loma de cresta afilada y rápidas pendientes a la
meseta del Morro.
Desde ese corte se ven la playa de Suani, la isla Rocosa, que resulta
chata sobro la plana extensión de las aguas en calma, y la Cala del Quemado,
que es como un estanque redondo.
Del macizo al emplazamiento del cañón monta la guardia la compañía
del capitán Porto, que pertenece al tercer tabor de Regulares de Melilla. Esta
compañía está atrincherada de espaldas al mar.
Desde las primeras horas de la mañana, Porto observó que grupos moros
se lanzaban al mar por el camino cubierto y desenfilándose en la curva de la
Cala del Quemado se corrían al pie del Morro.
No había manera de hacerles fuego, ni aún con los morteros de fuegos
curvos. Indudablemente los moros trataban de rodear el Morro y escalar la
lomita por la parte que desciende al agua, y atacar así el emplazamiento del
cañón por la retaguardia.
El comandante del tabor pidió permiso para acometer a los agresores,
permiso que le fue concedido.
A las tres de la tarde, cl teniente Puig, de la compañía del capitán
Villalba, saltó de la trinchera seguido de los soldados de su sección. Les dijo
que, más que en los fusiles, confiasen en los cuchillos. El silencio do la tarde
fue roto por
una estridente descarga de fusilería, a la que siguieron muchos disparos. El
comandante Soláns advirtió en seguida que el enemigo era muy numeroso, y
lanzó a otra sección en oleadas.
Con la segunda sección iban los tenientes Gómez Vivar y Huelin, ambos
de la compañía de Villalba. Ya había caído Puig, y ellos dos también cayeron;
Huelin, muerto; el otro, herido. Una tercera sección, mandada por el teniente
Sánchez Azcona, llegó en aquel momento, y se empeñó el combate sobre los
peñascos y entra las grietas del acantilado. Se batían los moros de España y los
moros de Abd-el-Krim a puñaladas. Heridos de uno y otro bando rodaban
juntos al mar. Sucesivamente fue llegando lo que quedaba de las compañías de
Porto y Villalba, la de Gutiérrez, y todo el tabor luego.
El teniente Castell, ayudante del tabor, recogió la mitad de las
guarniciones de los puestos de la pendiente de la loma y se precipitó con este
refuerzo a la lucha. El teniente Climens, destacado en el emplazamiento del
cañón, se arrojó también al combate con la mitad de los suyos. Luego llegó el
tabor del comandante Canaluche. Y fueron montados los morteros de trinchera
del teniente Tarrasa. Rifeños y Regulares no tenían apenas espacio donde
moverse, lo que hizo que la acción fuera más encarnizada.
Más que a tiros, se batían unos y otros con arma blanca y a culatazos, y
la bárbara pugna duró más de cuatro horas.
Por fin, el enemigo fue cediendo, y se retiró lentamente de risco en risco
y de peña en peña, procurando llevarse sus bajas, cosa que sólo consiguió en
parte. Nosotros sí pudimos retirar todos nuestros muertos y heridos, y entre los
primeros el cadáver del teniente Huelin, modelo de oficiales, que se había
destacado por su acometividad y brío heroico. Las bajas de los Regulares
fueron en total unas 60. Se hizo luego un reconocimiento, y se encontraron
unos 20 cadáveres rifeños.
Una niebla espesa ocultó los contornos de las cosas, y cuando llegó la
noche hubo que redoblar la vigilancia. A eso de las doce, el llanto de un niño
sorprendió a uno de los centinelas en el puesto avanzado de la compañía del
capitán Yuste. Gritó el centinela, y un bulto se alzó entre las sombras y destacó
su forma imprecisa. Era una mora que, por el hijo que llevaba en brazos, pedía
una tregua para buscar entre los muertos el cadáver de su marido. Se la obligó
a que se retirara de las líneas; pero poco después, desde más lejos, un moro
que se hacía traducir sus palabras por alguien que le acompañaba y que
hablaba bien el español pidió un armisticio con el mismo objeto. No se le
contestó; pero se dio orden a las posiciones del sector de que no se disparara si
se veía que e1 enemigo dedicábase a retirar sus bajas sin armas.
Apenas observaron que nuestros centinelas no disparaban, fueron
acercándose a los acantilados, y retiraron algunos heridos y muertos,
empleando para ello varias camillas.
El día, con sus primeros resplandores, los sorprendió, y entonces se
fueron, dejando abandonados 15 cadáveres. Los Regulares de Melilla enseñan
como trofeo de su victoria algunos fusiles y "arbaias", varias "escaras" con
municiones de fusil y granadas de mano de las llamadas de piña, de
fabricación francesa.
Se ha ordenado la colocación de varios puestos en la loma para vigilar
los acantilados de retaguardia, y sobre uno de los taludes en que se corta la
roca en la punta del cretón, aguda como una aguja, hay un centinela que goza
desde allí de un panorama magnífico, pero que corre riesgo porque las balas
dibujan su silueta.
Ayer por la mañana prestaba este servicio un soldado español del tabor.
Una rompedora hizo explosión al lado de él, envolviéndolo en una lluvia de
cascos de metralla y trozos de piedra. Cuando aún no se había disipado el
humo, el capitán de la compañía le preguntó a voces con ansiedad:
— ¿Te ha pasado algo, muchacho?
Y el soldado, con voz clara y llena y acento zumbón, respondió:
— Aún no, mi capitán; pero ya me pasará.
Cuando nos retiramos, desenfilándonos detrás de los riscos del fuego de
fusil, que empieza a ser intenso, el sol va bordando su mortaja en e1 trozo de
cielo prendido en los picachos lejanos. Los aeroplanos, que han vuelto hoy
después de varios días, regresan a Melilla volando muy alto, y al llevarse con
ellos el moscardoneo de sus motores dejan en el ambiente un silencio augural.
Nos detenemos .un momento en la tienda del coronel Vera, que manda la
segunda columna de la brigada de Melilla, y que nos ofrece una reconfortante
copa de ginebra. Nos sentamos con él a la puerta de la tienda, mientras se
afeita a nuestro lado el capitán ayudante, D. Tomás Iglesias. Bruscamente caen
en torno nuestro tres granadas que nos envuelven en humo y polvo, y cuando
éstos se disipan vemos una mancha roja en la cara enjabonada del capitán
Iglesias. Tiene una herida en la región superciliar.
Con los oídos atentos a las detonaciones del cañón enemigo, seguimos
nuestro camino y llegamos, por fin, sin novedad a nuestra chavola. La noche
había caído sobre el mar. De la masa densamente obscurecida de las aguas se
destacaba el cono de luz del reflector de un barco, que después de proyectarse
sobre el campamento y prolongarse hasta los cerros hostiles, se alzó al cielo y
movióse de un lado a otro, como si buscara alguna estrella...

V. GUTIÉRREZ DE MIGUEL
Loma del Tercio. (Alhucemas),
21 de septiembre.
(La Voz, 26.9.1925, p. 3)











Un nuevo relato de la pasada operación

MORRO NUEVO 24 (6 t.).– A la primera impresión comunicada de la
operación de avance en Alhucemas agrego hoy los siguientes detalles:
A las once de la mañana, cubiertos todos los objetivos, la bandera
española tremolaba airosa sobre el acantilado de Morro Viejo; en Malmusi,
cerro en cuya cúspide hemos tenido puesta la atención tantos meses y clavados
los ojos desde el día del desembarco. ¡Malmusi, cumbre de águilas, donde la
traición hacía su nido, en el que se apiñaban los "pacos" y desde donde uno do
los cañones enemigos lanzaba "canecazos" de metralla sobre el campamento!
Después del tanteo de ayer amaneció, al fin, el día de hoy. Aún no había
clareado el día sobre la masa del mar, y ya estaban las fuerzas dispuestas. El
silencio del campamento sólo era turbado por el "chic-chac" de los cerrojos de
los fusiles, cuyo funcionamiento probaban los legionarios y los soldados.
A las siete de la mañana ya estaban formadas las columnas. La sexta
bandera, que manda el comandante Rada, y que ha de sostener el combate, se
alinea en el barranco que hay detrás de la loma donde acampamos. La séptima,
que manda el comandante Sueiro, está formada también. En la vanguardia de
la línea, Muñoz Grande se apresta a lanzarse con el ímpetu de siempre,
seguido de sus harqueños. Villalba hace igual.
El coronel Molíns extiende su columna, que ha de servir de enlace entre
las dos columnas. La otra es la de Fernández Pérez. Como en la del general
Saro, van en vanguardia las harcas, mandadas por el comandante Varela, y dos
banderas de la Legión; una de ellas, la tercera, mandada por el comandante
Blanes, para quien se ha pedido la cruz de San Femando por su actuación en
Kudia Tahar. Las dos banderas que van con la columna de Ceuta las manda el
teniente coronel Liniers y las dos de Melilla, el teniente coronel Bailaos. La
vanguardia la mandan los coroneles Franco y Goded.
A las ocho de la mañana, todas las baterías del campamento y los
cañones de la escuadra baten los objetivos. Los disparos se suceden rápidos,
poniendo en tensión los nervios más templados. Sobre nuestras cabezas pasan
las balas de los cañones enemigos, que apenas advertimos si no es cuando
hacen explosión, unas en la playa y algunas en el parapeto. El fuego de
artillería dura poco más de media hora.
Cuando el tiro se hace más interrumpido y los disparos más largos, los
infantes salen de los sitios donde se concentraron. Los de la columna de
Fernández Pérez, descolgándose por el barranco del Morro, se lanzan
decididos
y asaltan con rapidez el macizo cubierto que sube a la Cala del Quemado, y en
un segundo empuje, tan vigoroso como el primero, se lanzan sobre las
trincheras de Morro Viejo y coronan brillantemente su objetivo.
Nosotros, desde el puesto de mando del general Saro, vemos el
despliegue de la columna de Melilla. Las guerrillas aparecen primero en los
cañaverales, al otro lado del barranco. Los soldados marchan abiertos en
guerrilla y sostienen un despliegue admirable.
Las ametralladoras de retaguardia tableteen con furia. El enemigo
apenas tira; por eso los nuestros avanzan desplegados y con precaución. De
pronto, al entrar en los cañaverales las guerrillas del flanco izquierdo, unas
explosiones continuadas levantan de la tierra un humo denso. El enemigo,
anonadado ante la avalancha, se retira a una segunda línea, y se entabla un
desesperado tiroteo de fusiles y de ametralladoras. Al mismo tiempo, el centro
y el extremo derecho de la línea, admirablemente llevada, como siempre, por
el coronel Franco, adelanta hacia las faldas del Malmusi y corona los
montículos rocosos que tapan la falda del cerro, no dejando ver más que el
picacho, de agudas cresterías. En la pendiente, los moros, en unas trincheras
admirablemente disimuladas, abren un fuego infernal.
Hasta aquel momento había ido venciendo los incidentes de la guerra la
estrategia; había llegado el momento de poner por delante el corazón, había
que asaltar las trincheras. El teniente coronel Liniers dio la orden terminante, y
el comandante Rada se lanzó con dos compañías, la 21 y la 22, que en un
empuje arrollador se lanzaron de cara a la muerte y también de cara a la gloria.
Coronado el primer objetivo, las tropas de la vanguardia, después de
coronados los picachos y las crestas que bajan del Malmusi por la izquierda, se
agrupan en las laderas para dar el salto definitivo. Como al principio, hay una
preparación artillera admirable, a la que colabora eficazmente la aviación.
Los proyectiles coronan las crestas del mogote de Malmusi. Los cañones
y la escuadra juntan sus fuegos para cortar el paso a las barrancadas que van al
interior de Bocoya.
Ha llegado el momento decisivo. Los guerrilleros avanzan decididos. El
extremo izquierda de la línea marcha a tomar el cuerno de Xauen. Con
extraordinaria emoción seguimos el avance.
Los soldados, rodilla en tierra, disparan, y en un nuevo salto unos
cuantos héroes, despreciando el fuego intenso que reciben (lo sabemos porque
las balas llegan hasta nosotros, que estamos en segunda línea), asaltan por la
izquierda el cerro Rocoso, y la bandera española ondea victoriosa sobre otro
cerro más.
El grueso de la fuerza se ha hundido en el barranco para surgir poco
después en la ladera, al pie mismo del macizo rocoso de Malmusi.
El momento es de una emoción indescriptible. No hacemos caso de los
proyectiles de cañón que nos lanzan desde el monte de las Palomas.
Impotentes para detener el avance heroico, los rebeldes tiran rabiosos contra la
retaguardia.
El primer guerrillero se lanza decidido. En la tierra parda donde se alza
el monte pedregoso se destaca la figura ágil y audaz de un oficial que da
órdenes y señala los puntos por donde debe escalarse el pico. Le seguimos con
la vista y con el corazón. Al fin se corona el mogote. Ya están cubiertos los
objetivos.
Cuando la bandera española ondea sobre Malmusi son las once de la
mañana. Desde los cerros inmediatos el enemigo sigue abriendo fuego.

V. GUTIERREZ DE MIGUEL
(La Voz, 26.9.1925, p. 8)













































Paz en la batalla

Apenas amanece, los cañones rifeños comienzan a tronar con verdadera
furia, siguiendo su costumbre de días anteriores. Un corneta de Cazadoras toca
diana; pero ya está el campamento despierto, porque el bombardeo enemigo se
ha adelantado a la corneta.
Nieblas opacas, que poco a poco se van enrojeciendo, se enredan en los
picachos de los cerros lejanos. Nubes densas cubren el mar, que murmura.
Una legionaria llamada Herminia Murgano ofrece café a varios
legionarios. Una rompedora cae a su lado. Todos son heridos, y la metralla
pone rosas de sangre en la cara y en los pechos de la infeliz.
Acuden de todos lados, los levantan y los llevan al hospital de sangre.
Ella está muy grave. No se queja y mira ansiosamente en torno suyo.
— ¿Qué les ha pasado a esos pobres?—dice.
Quiere que olviden sus heridas para pensar en las de los otros.
¿Qué drama hay en la vida de esta mujer? ¿Por qué se vino al Tercio?
¿Qué penitencia, qué pasión, qué curiosidad morbosa la trajeron a esta vida de
luchas continuas? A nadie se lo ha contado.
Me mezclo a los legionarios que comentan el incidente. Algunos se
encogen de hombros. Otros bajan la cabeza, meditabundos.
Muchas veces he visto en los ojos de algunos legionarios una quietud
extática, un ensimismamiento que demostraba que, abstraídos, contemplaban
absortos el panorama de su alma.
Hay algunos que tienen cincuenta años, y aun más, y que pasan largas
horas inmóviles y mudos. Piensan, sin duda, en un pasado con el que han roto,
en personas para quienes han muerto, en lo que fueron y ya no volverán a ser.
Nadie les pregunta nada. Ellos dieron un nombre que no era el suyo para
separarse en absoluto de su antigua existencia.
Recordaré siempre una noche de estío, bajo las estrellas rutilantes, en
que oí, junto a un vivac de Tisgarin, una conversación de dos legionarios.
Hablaban de mujeres. Habían muerto espiritualmente del mismo mal.
Tremendos desengaños los habían expulsado de la vida normal y jubilosa,
feliz y esperanzada.
Llevan al hospital de sangre a la pobre Herminia, y la recibe en la puerta
otra legionaria conocida por Rosette. Llorosa, ayudó a curar las heridas, y se
estremeció cuando los médicos dijeron que la muerte era inevitable.
Y cuando Herminia murió, tras breve agonía, Rosette le cerró los ojos y
salió de puntillas del recinto. Yo salgo con Rosette y hablamos.
Su lengua es extraña, mezcla de español e italiano, con algunas palabras
de alemán.
— ¿Por qué ha venido usted al Tercio?— le digo.
Ella responde ásperamente:
— ¿Y a usted qué le importa?
Pero luego se dulcifica y dice:
— Yo tengo un alma internacional. Estoy en el Tercio porque aquí hay
hombres die todos los países, que en un momento trágico pueden
necesitar del consuelo de una mujer. Sólo por eso he venido.
Rosette no sale del hospital. Las pocas voces que la hemos visto en el
campamento iba siempre con una camilla para recoger a algún herido.

*****

Por la tarde nos hemos reunido en el abrigo del coronel Franco. Ha
subido el general Saro. Estaban los coroneles Franco y Martin, los tenientes
coronales Liniers y Aguilera, los comandantes Rada, Sueiro y Guadalajara, los
capitanes ayudantes Tuero y marqués de Valdecerrato, algunos tenientes y los
periodistas Lezama, Ruiz Albéniz, que llegó por la mañana, y yo.
Solemnemente se dio lectura al primer número de "El Morrongo",
periódico que se edita en Cebadilla, y todos convinimos en que este primer
número, como todos los. Primeros números da todos los periódicos, ha salido
tarde y mal por culpa de la "máquina".
Un legionario de la séptima bandera nos da un concierto de violín. Es la
hora deliciosa del crepúsculo. Las melodías de Schubert y las danzas de
Albéniz son escuchadas
con recogimiento. Las almas se bañan de emoción, y en medio de la guerra,
entre los sacos terreros, todo es paz y dulzura. El violín calla, y contemplamos
silenciosamente la muerte del sol, que se hunde, después de transponer los
cerros rocosos, hacia Occidente.
El violinista enfunda su violín y se reintegra a su compañía para montar
la guardia en el parapeto, fusil en mano. Es casi un chiquillo. Se llama
Eduardo Rodríguez, y se alistó con permiso de su padre por ser menor de
edad. Nació en Madrid, y antes de venir al Tercio empujado por su afán de
aventuras, tocaba en las orquestas de los teatros.
Franco y Saro hablan de la demostración ofensiva que se va a realizar al
amanecer. Todos cenamos finalmente, y nos retiramos a dormir, con pocas
esperanzas de conseguirlo.

*****

Son las cinco de la mañana y suenan unos tiros, a los que siguen muchos
más. La harca encargada de la demostración ofensiva se va concentrando.
Desde el parapeto
de nuestro sector vemos a Muñoz Grande que reúne sus rifeños en el barranco
que se abre en la extrema derecha de la línea, confiada al tabor de Sáez de
Buruaga, de Regulares de Tetuán.
El sol se eleva, rasgando los nubarrones con sus flechas de oro; pero
nosotros sólo tenemos ojos para el despliegue de la harca, que avanza en tres
columnas. Por la derecha va la mía del capitán Pajarero; por la izquierda, la de
Zabalza, mientras que en el centro está Muñoz Grande.
Apenas salen a las lomas arenosas con dirección a Malmusi, la
vanguardia enemiga rompe un fuego intenso, al que contestan los harqueños
disparando metódicamente. La mía de Pajarero tropieza con mucho enemigo,
y acude en su socorro la de Rodriguez Bescansa, El tiroteo es nutridísimo. Los
harqueños coronan una posición y se ve a los defensores de ella huir dando
saltos formidables.
La demostración está hecha y se sabe ya lo que se necesitaba saber.
Muñoz Grande organiza el repliegue, que es lo más difícil en esta clase de
guerras. Los enemigos, que se han concentrado más arriba, advierten en
seguida el movimiento de conversión a las bases y adelantan bruscamente una
nube de guerrillas. Nuestros harqueños procuran desenfilarse y retroceden
dando la cara. Los Regulares de Tetuán, desde sus parapetos, los protegen con
un fuego intenso, y, por último, hacen una salida. Uno de sus tabores se
despliega mientras que la harca de Varela sale por la izquierda con tres mías
desplegadas y una de reserva. La mía de la derecha se corre en dirección a
Morro Viejo y la de la izquierda ocupa unas higueras que ponen una nota de
verdor en el frente gris de la línea.
A media mañana termina todo. Hemos tenido unas cien bajas de
harqueños; el capitán Cardeñosa y los tenientes Elizagarate y Pérez de Lema
han perdido la vida. Bescansa está gravísimo, y también han resultado heridos
el capitán Zabalza y los tenientes Barroso, Yolif, Gutiérrez de Ayala y
Mellado. Por la tarde corre por el campamento la gran noticia: mañana se irá a
Malmud.

V. GUTIÉRREZ DE MIGUEL
Tierra de Alhucemas, 22 de septiembre
(La Voz, 28.9.1925, p. 3)





















La operación de ayer

Son las doce del día, y en estos momentos las columnas de Fernández
Pérez y de Saro han coronado los objetivos, después de una lucha bastante
dura, pero no tanto como la que hubo que empeñar para la ocupación del
monte Malmusi.
El día es espléndido. Apenas amanece vemos que la escuadra penetra en
la bahía de Alhucemas y que las escuadrillas de Aviación aparecen en el
horizonte y se dirigen veloces a regar con sus bombas las crestas donde se ha
hecho fuerte el enemigo.
Los acorazados y algunos otros buques se acercan audazmente hasta la
playa de Aydir, mientras que el resto de nuestros navíos se alineaba delante de
Ixdain, con objeto de contrabatir a los cañones rifeños montados en las alturas
de Bocoya.
Las dos columnas de operaciones avanzaron de izquierda a derecha.
Fernández Pérez, con las fuerzas de Melilla, siguió la línea de las calas,
mientras que Saro avanzaba por el interior hacia el valle de Tiganin, cubriendo
de este modo su flanco.
El enemigo se resistía desde numerosas cuevas; pero, sobre todo, se
mostró bastante tenaz en las hondas barranqueras que separan las crestas de
los montes. La lucha más violenta ha sido en el cerro de las Palomas, altura de
600 metros, próxima a Malmusi, y que domina el Yebeí Seddun, llave de
Aydir.
Fernández Pérez ordenó que sus fuerzas se dividieran en dos grandes
grupos, uno al mando del coronel Vera, que se dirigió por la playa a la Punta
de las Palomas, el otro, al mando del coronel Goded, que después de
apoderarse de Tara Mará hizo un movimiento de conversión para apoyar a las
fuerzas de Saro.
Hubo muchos episodios interesantes, pues la pelea, a causa da la
configuración del terreno, transformóse en una serie de pequeños encuentros.
Los Regulares de Larache del capitán Amigo pelearon largo rato para
apoderarse de unas casas donde el enemigo se había hecho fuerte. Las casas
fueron tomadas, cayendo herido el capitán Amigo.
Otro de los episodios, que por cierto ha sido muy comentado, fue la
tenaz resistencia de los artilleros que tenían los rifeños en Yebel Seddun.
Durante más de dos horas, éstos dispararon contra la escuadra con una pieza
de 105. De vez en cuando, la pieza callaba y se creía que había sido
desmontada por la acción de los cañones de los acorazados y de las baterías de
Malmusi; pero al poco tiempo reanudaba el fuego con nueva obstinación.
La cresta del Yebel Seddun fue destrozada por las explosiones. Se veían
volar los pedazos de roca. Al fin calló definitivamente el cañón enemigo.
El paso del río Tixdit fue también un momento emocionante. Hubo que
tomar a la bayoneta algunos nidos de ametralladoras y varias trincheras, que
defendieron los rifeños con morteros y bombas de mano. Después de una
pelea encarnizada los moros huyeron a refugiarse en las cuevas de la falda del
Yebel Seddun.
Mientras Fernández Pérez, con las tropas del coronel Vera, seguía
adelantándose por el litoral la lucha se concentraba en el valle de Tiganin y en
el cerro de las Palomas. Franco iba en la vanguardia, a la derecha Muñoz
Grande con sus harqueños desplegados en gerrillones, escaló por un lado el
cerro de las Palomas, mientras Franco, con los legionarios, hacía igual por el
otro.
Los grupos enemigos se ocultaban entre los lentiscos y las chumberas y
detrás de las peñas. Disparaban mucho; pero sus núcleos defensivos iban
siendo rebasados y envueltos, y a las cinco horas de avance se coronaba el
cerro, mientras la escuadra y las baterías de Alhucemas redoblaban su fuego,
y la aviación seguía volando bajo y regando de bombas el territorio rifeño.
En aquel momento cayó herido Muñoz Grande, aunque, según me dicen,
sus heridas no son mortales. Cuando Muñoz Grande era traído al Hospital de
Sangre, recordaba que hoy hace un año que le hirieron otra vez.
El enemigo era bastante numeroso; pero no estaba tan bien dirigido
como en el combate de Malmusi. Notóse en él desorientación ante nuestras
maniobras, y cuando veía que iniciábamos movimientos envolventes, lejos de
pegarse al terreno, abandonaba las posiciones. Su afán era salvar los cañones,
y para ello ha hecho increíbles esfuerzos.
Envío esta crónica para que la reexpidan telegráficamente desde Melilla.
Según me dicen, mañana continuará el avance para no dar lugar a que el
enemigo se reponga.

Agustín Muñoz Grande, herido



Es casi seguro que en esta misma semana ocuparemos el poblado de
Aydir.

V. GUTIÉRREZ DE MIGUEL
Alhucemas.
(La Voz, 1.10.1925, p. 3)

En la casa de Abd-el-Krim

ALHUCEMAS 2 (12 n.). — Ya tenemos oficina telegráfica en Alhucemas.
Hasta ahora ha servido para el servicio oficial. Desde hoy se admite en ella
servicio de Prensa. Está en la Cala del Quemado. La sirven los oficiales de
Telégrafos, modestos héroes, señores Cegama. Camino, Calle y Ortiz de
Zárate.
López Rienda ha enviado una crónica cablegráfica para El Sol. Yo
pongo otra para LA VOZ, que he escrito en Aydir, de donde vengo. Estos días
pasados, de intensas emisiones, he ido enviando a Melilla, para que desde allí
las reexpidieran telegráficamente, breves impresiones de las jomadas.
Hoy, ya en Aydir, quiero enviar un resumen de lo que he visto anteayer,
ayer y hoy, sin riesgo de detallar en crónicas postales las operaciones del
ejército de Alhucemas.
Comenzaré:
El día 30 salieron las tropas de las dos columnas de Ceuta y Melilla,
mandadas por los generales Saro y Fernández Pérez, y las vanguardias, a las
órdenes de los coroneles Franco y Goded. El objetivo era ocupar el Cerro de
las Palomas.
Las fuerzas del coronel Franco, con la harca de Muñoz Grande en
vanguardia y dos banderas del Tercio, se descolgaron del Cuerno de Xauen y
se dirigieron por las crestas, como lo hicieran antes en Malmusi, a coger de
flanco el Cerro de las Palomas y sus lomas por la derecha. Las fuerzas de
vanguardia del coronel Goded tenían por objetivo tomar de frente el Cerro de
las Palomas. Y otra columna, al mando del coronel Vera, había de tomar Tara
Mara. Yo salí en la harca de Varela.

Cerro de las Palomas



Salimos por detrás de la posición de Cardeñosa, por el barranco. Hubo
un momento emocionante. Tuvo que lanzarse la harca a un asalto arrollador y
heroico. El enemigo esperaba en la enfilada del barranco con tres
ametralladoras, que en cuanto asomamos abrieron un fuego nutridísimo. El
comandante Varela arrojó la gorra a lo alto, y en medio de una gritería infernal
y de fuego de fusil imponente nos lanzamos al fondo de la depresión,
amparados por las ametralladoras del Tercio, que habían sido colocadas en
nuestra retaguardia. El trance fue difícil para la harca, que avanzaba seguida
de una bandera del Tercio, pero encontrando gran resistencia en el enemigo,
hasta que éste vio aparecer sobre sus cabezas a la columna que había realizado
la maniobra envolvente, y entonces escapó, abandonando los objetivos, los
cuales fueron coronados por nosotros. La furia de la derrota trataron de
saciarla disparando los cañones contra los Ingenieros, a los que costó gran
trabajo fortificar el Cerro de las Palomas.

Intendencia hacia el cerro de las Palomas



El comandante Varela observó que en la ladera opuesta del Cerro de las
Palomas había un cañón defendido por numerosos enemigos, y con sus
oficiales a la cabeza, provistos de granadas de mano, se lanzó, seguido de la
harca,
con empuje temerario y heroico, al asalto del cañón, y fue éste tomado
después de haberse dado muerte a sus sirvientes, que se defendieron hasta
llegar al cuerpo a cuerpo.
En otro episodio del avance de la columna de Ceuta fue herido el
comandante Muñoz Grande.
El día 1 la columna de Melilla, reforzada con un tabor de Tetuán, tenía
que tomar el macizo de Amekran, la hondonada donde están las primeras
casas del poblado de Aydir y el Yebel Seddun. Los Regulares de Tetuán, la
mehala de Melilla y una bandera del Tercio lanzáronse al anfiteatro de
Amekran; la harca de Varela y otra bandera del Tercio, por el centro, hacia el
poblado, y los Regulares de Melilla, hacia el Yebel Seddun.
Lezama, Got y yo íbamos con Varela, y un cuarto de hora después de
pisar las guerrillas de la harca tierra de Beni-Urriaguel saltábamos con el
grueso de la misma, en medio de un intenso tiroteo, el río Isly, límite de las
cabilas de Bocoya y Beni-Urriaguel.
Fue asaltada una casa, la que sirvió de oficina a Abd-el-Krim, que es de
moderna construcción, y en la cual encontramos cosas interesantísimas. Estaba
provista de. teléfono, tenía un escritorio completo y hallamos gran cantidad de
billetes de la República del Rif.
En otra casa encontramos media carta dirigida al moro Addú por D.
Miguel Villanueva, y recortes de periódicos de todas las naciones enviados por
una Agencia francesa.
Durante la noche, como en las anteriores, vivaqueó la columna de
Melilla en vanguardia. Al amanecer de hoy, día 2, fui con los harqueños a La
Rocosa, que era el último objetivo, y se avanzó como un vendaval hasta
conquistarla. Fue saqueado un castillete y las casas del poblado, y llegamos
hasta rebasar el río Guis. En La Rocosa se cogió un cañón al enemigo. Con
esta posición y con la, del Yebel Seddun pueden considerarse bien defendidas
las fuerzas en la playa.

Incendio en la casa de Abd el Krim



Los "hidros" se posan en el mar entre la isla y la costa. Un legionario, a
nado, se dirige a la isla para comunicar al comandante mi deseo de trasladarme
a ella. En cuanto nos es enviado un bote, marchamos a la isla, donde somos
recibidos por los oficiales de la guarnición con júbilo, gritos patrióticos
y abrazos. La emoción que domina a todos es inenarrable.
Mañana, sábado, iremos con el comandante de Estado Mayor don
Sigifiredo Sáinz, que estuvo cautivo en Aydir con Navarro, y que escribió de
su cautiverio un libro memorable, a buscar las tumbas de Villar, de Salto y de
otras víctimas de la barbarie rifeña, asesinados por sus guardianes durante los
tristes días que siguieron a Annual.
Será una piadosa peregrinación, a la que seguramente España entera se
asociará con el espíritu.

V. GUTIÉRREZ DE MIGUEL
Aydir.
(La Voz, 3.10.1925, p. 3)




















Un resumen de las últimas jornadas

MELILLA 5 (11,15 m.).— Héme aquí de regreso en Melilla tras las jornadas
de estos días. Mandé por el cable de Alhucemas unas impresiones breves. Hoy
envío esta larga crónica telegráfica, que es un resumen de todo lo que he visto
en los tres días de avance.
Desembarqué con las columnas expedicionarias en Cebadilla y he vivido
con la tropa, sufriendo las mismas penalidades y arrostrando iguales peligros
que ella. Soy, pues, testigo de mayor excepción.
Al lado de los soldados he soportado las incidencias de los bombardeos,
las inclemencias de los días lluviosos, las fatigas de las caminatas
interminables, escalando cerros y bajando al fondo de barrancadas donde
duerme la noche. Así fueron pasando los días, cuyo reflejo he procurado
trasladar al lector, unas veces con las crónicas postales, otras con las notas
breves trazadas al azar y enviadas en busca de un aparato telegráfico que las
transmitiera a Madrid.
Y al fin llegó el día 30. A las cuatro de la mañana, en el campamento,
formaban las unidades que iban a operar en el silencio augusto de la noche.
Crepitaban las hogueras, a cuyo resplandor se destacaban las masas de
hombres y brillaban los cierres de los fusiles. Arriba, sobre las crestas rocosas
de Malmusi, otras hogueras nos decían que la columna de la derecha estaba
dispuesta igualmente.
Y nos pusimos en marcha. Hablo en plural porque durante estos tres
días, yo, en cumplimiento de mi deber de corresponsal de LA VOZ, he ido con
la harca de Varela, que marchaba en vanguardia.
Primeramente avanzó la harca de Varela; después, la mehala de Melilla,
que manda el teniente coronel Abriat; a continuación, una batería de artillería,
las unidades de Ingenieros, al mando de un comandante, y el batallón de
África, mandado por su teniente coronel.
Quedó en el campamento el batallón de Sicilia, que había desembarcado
el día anterior.
La columna saltó los parapetos y se lanzó por la pendiente, que muere en
el llano, hasta llegar a los primeros mogotes rocosos, donde estaban las
avanzadas del enemigo. A nuestra izquierda veíamos el mar encerrado en las
calas, que parecían pozos, y entre el agua y nosotros, la columna del
coronel Veré, llevando en vanguardia a los Regulares de Melilla que manda el
teniente coronel Pozas.
Debajo de la posición de Cardeñosa se habían formado las dos banderas
del Tercio mandadas por el comandante Escamas y por el capitán Gutiérrez
Soláns, que substituía al comandante Boriás, herido en un combate anterior.
El teniente coronel Balmes mandaba en jefe las dos banderas.
Amaneció, y alzándose el sol en el cielo limpió de celajes la atmósfera,
que llegó a tener una transparencia de fanal. La harca de Varela se agrupó
detrás de Cardeñosa, en un barranco pedregoso como el lecho de un río y en
cuesta, que se quebraba dentro de otro de pendiente rapidísima, y al que
dominaban las primeras alturas del sistema montañoso que íbamos a atacar.
El Cerro de las Palomas se alzaba al fondo, destacando su cono sobre
otro cerrito cónico también de menor cota.
La columna de la derecha descolgóse por las cresterías de la cadena del
Malmusi. Cubriendo las lomas que flanqueaban el barranco, y entre las
señaladas en los mapas por los números 3 y 4, e! enemigo nos esperaba y abrió
un fuego furioso. La harca de Muñoz Grande, con él a la cabera, atacó
briosamente, y a las pocas descargas cayó herido este modelo de soldados,
todo inteligencia y todo corazón, con un
balazo en una pierna. Los harqueños prorrumpieron en gritos furiosos, y,
excitadísimos, siguieron avanzando.
Adelantóse la columna de la derecha, y el enemigo fue situándose en las
faldas del Cerro de las Palomas y en otro cerro que hay junto al barranco. El
coronel Goded, que ha mandado la vanguardia de la columna de Melilla con
gran acierto, dio orden a la harca de ayanzar. Varela se puso en pie y lanzó su
gorra al aire. Sus harqueños se apiñaron para cogerla, se abrieron luego, y
como irrumpe el agua de una presa cuando se abren sus esclusas, así
inundaron el barranco. Yo corría con ellos. El enemigo quiso contenerlos con
fuego de fusil y de ametralladora, pero todo fue inútil. Los heridos que caían
daban voces alentando a los que continuaban el avance. Al mismo tiempo, la
mehala de Abriat se lanzó por la izquierda, e iniciando el previsto movimiento
envolvente, luego llevó todo su frente más hacia la izquierda aún, y entre
ambas unidades de vanguardia se desplegó una bandera del Tercio,
estableciendo el necesario contacto. Mientras, la columna del coronel Vera
avanzaba a su vez, apoyada por la artillería del campamento. Los tres tabores
de Canaluche, Chicharro y Soláns se precipitan resueltos en demanda del
enemigo. Una compañía del primer tabor, mandada por el capitán Losas y
apoyada por la compañía de ametralladoras del capitán Aláez, escala el cerro
de Tara-Mara.
El fuego es muy grande. Se detiene el avance por unos minutos, se
reagrupan las unidades y se adelantan los puestos de evacuación de heridos.
Hemos llegado a la segunda fase de la operación.
La harca de Varela, al pie del Cerro de las Palomas, se dispone a dar el
asalto final; pero antes destaca una mía que cubre la última loma, adonde no
llegaron aún las fuerzas de Ceuta.
El segundo salto es dado con una rapidez extraordinaria. Varela escala
briosamente y en pocos minutos la cúspide del Cerro de las Palomas,
protegido por la artillería de mar y tierra, que bate las crestas, y la aviación,
que bombardea las contrapendientes. La bandera del Tercio que viene con
nosotros se lanza por el camino que hay delante del Cerro de las Palomas y
protege el avance de Abriat, que toma con granadas de mano las primeras
casas del poblado de Buyibar.
El momento es de una emoción indescriptible. Ante nuestros ojos se
alza, como agazapada entre las chumberas, la casa del famoso "Pajarito".
Cuando todavía no se ha disipado el humo de las explosiones, entramos en
ella. Más allá está la del conocido confidente Bel Cristo. Entre las dos se abre
el barranco, sobre el cual, y a la izquierda, avanza sus ramas un árbol
frondoso, junto a cuyas raíces vemos un pozo profundo. En e1 pozo hay agua.
— ¡Agua, agua!—gritan los primeros que hacen el descubrimiento.
Y al oírlos se conmueve toda la columna.
Los regulares de Melilla se descuelgan de Tara-Mara para
ocupar la hoyada de Buyibar y todo el caserío. El tercer tabor entra por la
izquierda, destacando la compañía del capitán Toda, que envuelve el poblado
por la derecha, apoyada por el capitán Rey. El enemigo huye; pero luego se
detiene y quiere reaccionar.
El fuego, que había decaído, se hace otra vez muy violento. Por fin se
ocupa el poblado. Varela está ya en lo más alto del Cerro de las Palomas; Vera,
en Tara Mara, y Poza, en Bujibar. Es decir, que fueron logrados todos los
objetivos del día.
En Buyibar se alza la casa oficina de Abd-el-Krim, y penetro en ella. Es
un edificio construido con cuidado. Ante su fachada y a los costados hay
planicies dispuestas para ser dedicadas a jardines.
Es de una sola planta, alargada y de mucho fondo. El portal da paso a un
patio de traza regular, y al final se abren las puertas de los despachos, que dan
a la galería. A la derecha, otra puerta da paso al corral para el ganado. La casa
se destaca delante de una loma, en la que hay un túnel circular que tiene como
diámetro el largo de la casa, y en el centro, al fondo, una cueva dispuesta
como habitación. En la casa encontramos papeles curiosísimos, billetes del
Banco del Rif, dibujos y croquis, teléfono y una orden de Abd-el-Krim
conminando a su primo el caíd Habdu con matarlo si no se defendía hasta
morir.
Abandonamos la casa porque solicitan nuestra atención otros puntos del
frente. Al pie del Cerro de las Palomas nos incorporamos al coronel Goded,
que había avanzado con las guerrillas. Un disparo del cañón enemigo, hecho
desde Seddun, deshace el grupo. El sitio estaba batidísimo. El capitán Lázaro
me dice:
— ¡Colóquese bajo ese árbol!
Y cuando voy a hacerlo, el coronel Goded me grita:
— ¡Bajo el árbol, no; tírese usted al barranco!
Así lo hago, por fortuna, pues momentos después otro cañonazo incendiaba
el árbol.
Mientras, allá arriba, en el Cerro de las Palomas, el comandante Varela
descubrió un cañón rifeño montado en la contrapendiente de una loma
frontera, y pidió permiso para ir a cogerlo, lo que lo fue concedido. Todos sus
oficiales, con él a la cabeza, y provistos de granadas de mano, se lanzaron por
la pendiente y escalaron la ladera opuesta seguidos de la harca.
El enemigo los recibió con granadas de mano y disparos de mortero. El
cañón rifeño tiró a cero. Las explosiones de las granadas de mano coronaron el
cerro con resplandores de llamas. La lucha fue épica, Al fin, el cañón quedó en
nuestro poder, con todos sus defensores muertos, pues ninguno había querido
huir. Entre ellos estaba el caíd Habdu, el primo de Abd-el-Krim, un viejo de
barba apostólica y ropas de seda, que luchó hasta morir, cumpliendo así las
órdenes de su pariente el dictador rifeño.
Empiezan los trabajos de fortificación. El cañón de Seddun sigue
disparando. Obscurece, y se levanta el vivac sobre el terreno conquistado. Otra
noche más que he de dormir en el suelo de África, bajo la mirada de las
estrellas y al alcance de los cañones enemigos. El macizo del Seddun y el
Amekran, objetivos del día siguiente, se alzan imponentes delante de nosotros.
Al fondo, el lecho de un río seco, el Isli, nos marca el límite de Bocoya, y nos
acostamos pensando en que al amanecer pisaremos tierra de Beni-Urriaguel.

*****

El general Fernández Pérez, que había establecido su puesto de mando
en Cardeñosa, sin el general Sanjurjo, lo abandona, porque quiere pasar la
noche con las tropas que vivaquean en vanguardia. Se tumba en el suelo, sobre
una manta tendida encima de un poco de paja y envuelto en su capote de
soldado. A su lado duerme el coronel Goded, y un poco más lejos forman
cama redonda todos los miembros del Estado Mayor, los que me hacen un
sitio a su lado.
El Tercio monta el servicio de protección del vivac, y un veterano
sargento, frío y duro, se adelanta seguido de diez granaderos y organiza una
emboscada. Procuramos dormimos. Entre la niebla deslían su luz las estrellas
y es más opaca la luna. El silencio de la noche domina todas las demás
emociones, y dormimos arrebujados en las mantas, que lentamente se van
empapando de humedad.
Unos "pacos" lejanos disparan rompiendo la quietud del campo
dormido.
Al fin amanece. El sol, perdida su fogosidad estival, lucha con la bruma,
que se agarra a los picos de los cerros y se aplasta en el fondo de los
barrancos.
El coronel Goded sube a la falda del Cerro de las Palomas para explicar
a los jefes de la vanguardia el objetivo de la operación. La columna de Ceuta
ha terminado su misión, y sólo operará la de Melilla, reforzada por el tabor de
Regulares de Tetuán que manda el teniente coronel Fiscer.
A las diez y cuarto las fuerzas se ponen en marcha, Got y Lezama se
incorporan a la columna, y los tres nos vamos con la harca de Varela.
Los Regulares de Tetuán, que tienen como objetivo el crestón rocoso en
que culmina el macizo de Amekran, se ponen en marcha por el collado -que
hay entre el monte cónico anterior al de las Palomas y la altura número 7.
Como sostén avanza la mehala de Melilla. Por la izquierda va el grupo de
Regulares de Melilla, que inicia su flanqueo desde las faldas occidentales de
Buselduf. Ocupa el centro la harca de Varela.
El avance de las unidades extremas es lento porque el enemigo apura su
resistencia, sobre todo en las laderas del Amekran, que los Regulares de
Tetuán van ganando con briosos ataques. Abriat hace una conversión y se une
casi a los Regulares, e inmediatamente la bandera del comandante Escámez
avanza resuelta.
Los Regulares de Melilla están ya escalando Seddun, mientras Varela y
sus harqueños esperan impacientes. El coronel Goded, de pie, con su figura
menuda y su gesto imperativo, observa el avance de los flancos, y Varela,
impaciente, le interroga:
— ¿Ya, mi coronel?
— Bueno—contesta Goded—; pero primero, que avance una mía
despacio, y cuando haya rebasado el Isli, que sigan todos.
Se adelanta la mía del capitán Carrasco, y los harqueños, desplegados todo
lo que permite el collado, pedregoso y de una pendiente como para
despeñarse, contestan al fuego del enemigo, que tira desde la derecha. Al fin
las guerrillas saltan al otro lado del rio y llegan triunfantes, seguidas del resto
de la harca.
El fuego es intenso. Por la derecha, los Regulares de Tetuán van
subiendo al Amekran lentamente. La mehala de Melilla y la bandera de
Escámez tiene trabado un combate duro. Got, Lezama y yo atravesamos
cogidos de la mano, como chiquillos, el río Isli, y los tres a un tiempo pisamos
tierra de Beni-Urriaguel, que rociamos con el líquido de nuestras cantimploras.
Escalamos una loma suave y miramos con emoción. Sobre la enorme
pirámide truncada que hay en el centro del anfiteatro montañoso se alzan las
casas del primer barrio del poblado de Aydir. La primera de ellas es una
edificación roja, muy parecida a la destinada por Abd-el-Krim para oficinas.
En ella han estado algunos de los prisioneros hasta que los retiraron al interior.
Vemos cómo las tropas se lanzan sobre el poblado con granadas de mano
y van tomando las casas una a una. Desde la última, una ametralladora y un
fusil ametrallador tabletean furiosamente. La harca se arroja al asalto y penetra
en la casa, apoderándose de la ametralladora y de fusil ametrallador. Sus
servidores quedan prisioneros. Son tres, vestidos de moros, pero dos de ellos
son alemanes. Uno está herido. Varios legionarios los reconocen como
desertores de los que quisieron incendiar el polvorín de Ben Tieb.
Los Regulares de Melilla están ya en la altura de Adrar Seddun, y
desbordándose, ocupen el caserío que hay en la falda, al lado del mar, sobre la
playa de Sifa.
En una casa se apoderan de un cañón, y más allá de otro, y en una
tercera de otro destrozado por un proyectil nuestro. Junto a cada cañón había
unos cien proyectiles.
Ya estamos en Aydir y el júbilo es inmenso.

V. GUTIÉRREZ DE MIGUEL
(La Voz, 6.10.1925, p. 3)

S-ar putea să vă placă și