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Había una vez una bruja llamada Lola que hacía unas pócimas y unos
hechizos increíbles.
Tenía recetas para conseguir cualquier cosa, y sabía hechizos que nadie
más en el mundo conocía. Era tan famosa que todas las brujas del mundo
querían robarle los libros que contenían todos sus secretos.
Lo cierto es que la bruja Lola era una bruja perfecta. Bueno, casi perfecta.
Porque lo cierto es que tenía un gran defecto: era muy desordenada. Pero a
ella le daba lo mismo, porque cuando necesitaba algo que no encontraba
lanzaba un hechizo y aparecía.
Pero un día el hechizo de la bruja Lola para localizar cosas falló. Ella no
entendía qué podía pasar, porque era el mismo hechizo de siempre. Un
ratoncito que vivía en su casa y que en tiempos había sido un niño, se
subió a una mesa y le dijo:
- Bruja Lola, no es el hechizo lo que falla, sino que no buscas el libro
correcto.
- ¿El libro correcto? ¿Y cuál es el libro correcto? Madre mía… ¡estoy
perdiendo la memoria!
Entonces la bruja se acordó del ratón, y le prometió que esta vez lo dejaría
marchar como un niño normal si le ayudaba a recoger aquello. Al ratoncito
le pareció bien y ayudó a la bruja Lola.
-¿Buscas esto? -le dijo el niño, sacando el libro de hechizos que había
escondido la vez anterior.
-¡El libro! ¡Dámelo!
Así fue como el niño logró escaparse de la bruja Lola, que tardó semanas
en ordenarlo todo de nuevo. Eso sí, tanto trabajo le costó colocar cada cosa
en su sitio, que no volvió a tener su laboratorio mágico desordenado nunca
más ni tampoco a convertir a ningún niño en ratón.
El Conejito Soñador.
Las historias del conejito eran increíbles y le permitían vivir todo tipo de
aventuras. Se imaginaba vestido de caballero salvando a inocentes
princesas o sintiendo el frío del mar sobre su traje de buzo mientras
exploraba las profundidades del océano.
Úrsula era tan envidiosa que era capaz de todo. Y así lo demostró el día
que las hadas organizaron una fiesta.
Ese día, todas las hadas se pusieron muy guapas y volaron en el cielo
mostrando todos sus encantos. Alina y Gisela eran las más brillantes de
todas y ese día estaban especialmente bellas.
Cuando Úrsula las vio, no dudó en ordenar a sus cuervos malvados que
fuesen a secuestrarlas. Y, mientras Alina y Gisela revoloteaban en el cielo
los pájaros se lanzaron a por ellas.
- ¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡Mirad esos pájaros tan feos! – gritaban el resto de
las hadas desde el suelo.
Las hadas volaron y volaron para intentar escapar, pero los cuervos
pudieron raptar a Gisela.
- ¡¡¡Noooooo!!! ¡¡¡Soltarla!!! – gritaban las hadas
Pero los cuervos se la llevaron a los mundos oscuros donde la bruja Úrsula
le robó sus polvos de hada y la encerró en una jaula.
- ¡Ja, ja, ja! ¡Por fin tengo mis polvos de hada! ¡Ahora me convertiré en la
más bella hechicera! – gritaba Úrsula triunfal.
La pobre hada se quedó apagada y triste sin sus polvos mágicos. Además,
la pobre ya no podía volar.
Úrsula no podía parar de reír. Ahora que tenía sus polvos de hada no daría
un paso atrás. Pero las hadas, no se movieron de allí y fue entonces cuando
Alina dijo:
- ¡Espera! ¡Yo te daré mis polvos si la liberas!
Úrsula se dio cuenta de que así conseguiría mucho más polvo del que tenía
y acabó aceptando el trato.
Las hadas le hicieron prometer que nunca más las molestaría y entre todas
consiguieron salvar a Gisela. Todas sabían que si perdían parte de sus
polvos de hada ya no serían tan brillantes, ni volarían tan alto, ni serían tan
espectacularmente bellas, pero también sabían que era la única manera de
ayudar a su amiga y entre todas hicieron el esfuerzo y devolvieron a Gisela
la magia de sus alas.
La Reina de las Abejas.
Finalmente, los tres hermanos llegaron a una colmena cargada de miel. Los
mayores querían acabar con las abejas prendiendo fuego bajo el árbol y así
poder coger la miel. El bobo, una vez más, les pidió que dejaran en paz a
las abejas. Los mayores accedieron y continuaron caminando.
Entonces llegó el turno del hermano pequeño, del bobo. Este, al ver lo
difícil que era la tarea, se sentó en una piedra a llorar. El rey de las
hormigas, que lo había seguido para darle las gracias, lo vio llorar. En
agradecimiento por haber salvado su colonia fue a buscar a sus hermanas
hormigas y, entre todas, encontraron las perlas y las llevaron al lugar
acordado.
Pero como el bobo no diferenciaba entre los tres olores dulces de la miel, el
sirope y el azúcar se puso a llorar. Entonces llegó la reina de las abejas,
que lo había seguido para darle las gracias y se posó en la boca que había
tomado miel. De este modo, el bobo reconoció a la más pequeña de las
princesas.
Los otros dos hermanos se casaron con las otras dos princesas y ayudaron
a su hermano a reinar, olvidándose de su antigua vida de holgazanería.
Pulgarcito.
Esa misma tarde los padres les dijeron que necesitaban que les ayudaran a
recoger ramas en el bosque. De modo que siguieron el plan establecido y
cuando sus padres se cansaron de buscarlos y se fueron a casa, creyendo
que habían vuelto allí, salieron de sus escondrijos.
Así que los niños continuaron andando durante horas hasta que lograron
llegar a aquella casa. Estaban empapados y muertos de hambre. Una mujer
les abrió la puerta.
- Buena mujer, somos siete niños que se han perdido y no tenemos adónde
ir. ¿Podría dejarnos pasar?
- Pero, ¿no sabéis quién vive aquí?
Los niños negaron con la cabeza y la mujer les explicó que esa era la casa
del ogro, su marido, y si los veía no se lo pensaría dos veces y los echaría a
la cazuela. Pero los niños estaban tan exhaustos que no les importó y
pidieron a la mujer que por favor les dejara pasar. Al final accedió, les dio
de cenar y los escondió bajo la cama.
Los niños estaban temblando bajo la cama rezando porque no mirase allí,
pero el malvado ogro los encontró. Quiso comérselos en ese mismo
instante, pero su mujer logró convencerle de que lo dejara para el día
siguiente ya que no había ninguna prisa y tenían comida de sobra.
- A ver a quien tenemos por aquí… ¡Uy no, estas no! ¡Estas son mis hijas!
Así que gracias a la corona el ogro se comió a sus hijas creyendo que eran
Pulgarcito y sus hermanos.
A la mañana siguiente el ogro se dio cuenta del engaño y se puso sus botas
de siete leguas para encontrarlos. Estuvo a punto de cogerlos, pero los
niños lo oyeron llegar y se escondieron bajo una piedra. El ogro, acabó
agotado de tanto correr en su búsqueda así que se sentó en el suelo y se
quedó dormido. Salieron de su escondite y Pulgarcito ordenó a sus
hermanos que volvieran a casa.
- No os preocupéis por
mí. Me las apañaré para volver.
Con mucho cuidado Pulgarcito le quitó las botas de siete leguas al ogro, se
las calzó, y como eran unas botas mágicas que se adaptaban al pie de
quien las llevara puestas, le quedaron perfectas. Con ellas se fue directo a
casa del ogro.
- Señora, vengo de parte del ogro. Me ha dejado las botas de siete leguas
para que viniese lo antes posible y os pidiese auxilio. Unos ladrones lo han
atrapado y dicen que lo matarán inmediatamente si no les dais todo el oro
y plata que tengáis.
Aunque hay quien dice que la historia no acabó en realidad así, y afirman
que Pulgarcito una vez tuvo las botas del ogro fue a hablar con el Rey.
Pulgarcito había oído que el Rey estaba preocupado por su ejército, ya que
se encontraba a muchas leguas de palacio y no había recibido ninguna
noticia suya. Así que le propuso convertirse en su mensajero y llevarle
tantos mensajes como necesitara. El Rey aceptó y Pulgarcito estuvo
desempeñando durante un tiempo este oficio, tiempo en el que amasó una
buena fortuna. Cuando hubo reunido suficiente volvió a casa de sus padres
y todos juntos fueron muy felices.
Ricitos de Oro y los 3 Osos.
Un día, durante ese paseo llegó una niña hasta la casa de los tres osos.
Estaba recogiendo juncos en el bosque, pero se había adentrado un poco
más de la cuenta.
- ¡Pero qué casa tan bonita! ¿Quién vivirá en ella? Voy a echar un vistazo
Era una niña rubia con el pelo rizado como el oro y a la que todos llamaban
por eso Ricitos de Oro. Como no vio nadie en la casa y la puerta estaba
abierta Ricitos decidió entrar.
Decidió probar un poquito del más grande, el de papá oso. Pero estaba
demasiado caliente y se quemó. Probó del mediano, el de mamá osa, pero
lo encontró demasiado salado y tampoco le gustó. De modo que decidió
probar el más pequeño de todos.
- Parece que el mío también - dijo mamá osa dijo mamá osa con voz dulce
Un día llegó al castillo una nueva familia. Los muy incautos habían
comprado aquella propiedad a los antiguos dueños que, hartos de
fantasmas, la habían vendido a buen precio sin contarle a nadie lo terrible
que era vivir en aquél lugar lleno de fantasmas.
Entre los recién llegados había una niña muy guapa y muy amable de la
misma edad que Mieduh llamada Alma. Él quiso ir a visitarla para contarle
lo que pasaba en aquel castillo y decirle que no tenía que tener miedo de
él. En realidad, él solo quería que fueran amigos. Pero en cuanto lo vio,
Alma empezó a chillar aterrorizada y salió huyendo de allí.
Esa misma noche, todos los fantasmas se reunieron para darles una
bienvenida especial a los nuevos inquilinos.
- Nos separaremos -dijo el fantasma más experimentado -. En grupos,
asustaremos a cada uno por separado y, cuando se reúnan, entre todos
lanzaremos el Gran Susto.
- Mis padres no se van a creer esto -dijo Alma-. Además, ni siquiera te veo.
¿Cómo voy a saber que eres de verdad un fantasma y no un chiquillo del
pueblo que viene a asustarme y a reírse de mí?
Mieduh salió de debajo de la cama con mucho cuidado y, temblando de
miedo, le dijo:
- No chilles, por favor, que me asusto.
- ¡Vaya, pues es verdad! Eres un fantasma. ¿Por qué me ayudas?
- Porque estoy muy triste y necesito una amiga. Estos fantasmas son muy
malos y me están haciendo la vida imposible.
- Tranquilo, ya sé cómo los echaremos. Tengo una idea, pero tienes que
ayudarme a darles a ellos un susto todavía mayor.
La niña habló con sus
padres, y les dijo que quería organizar una noche de miedo en el castillo
para divertirse un rato.
- Yo me encargo de todo. Invitaré a unos amigos y nos divertiremos.
Cuando los fantasmas salieron a dar sustos todo el mundo se rió mucho de
lo divertidos que eran los disfraces, pensando que eran amigos de la
muchacha invitados a la fiesta. Y mientras los fantasmas estaban confusos,
Alma y Mieduh salieron metidos dentro de una gran sábana articulada que
soltaba humo y chispas, dando unos gritos y unos alaridos terribles.
Desde aquel día, el niño vive en el castillo con su nueva familia, y nunca
más volvió a tener miedo. Y, aunque a veces se asustaba, se enfrentaba a
sus miedos con valentía y coraje.
El invento de Bárbara.
Un verano, mientras
desayunaba, Bárbara se dio
cuenta de que sus abuelos eran
ya muy mayores y que cada vez
tenían más dificultades para
hacer las cosas, incluso para
desplazarse.
Bárbara salió corriendo muy preocupada. Sin darse cuenta habían pasado
varias horas, pero el tiempo se le había pasado volando.
Pasados unos días el abuelo regresó a casa, pero no por su propio pie.
-No tenía tiempo para esperar -rió la niña-. ¿Qué os parece si nos vamos
los cuatro a dar un paseo y le enseñamos a Robotico el pueblo? Tenemos
muchas cosas que enseñarle.
-Algún día todos los abuelos tendrán un robot que les ayude gracias a ti,
Bárbara -dijo el abuelo.
Un día, cuando los niños llegaron a clase, descubrieron que no había nadie
para dar clase. Tocaba clase de matemáticas, como todas las mañanas a
primera hora.
Los niños estaban tan contentos. Pero pasaban las horas y por allí no iba
nadie. No fue el profesor de lengua, ni el ciencias, ni tampoco el de
educación física.
Kilian salió de la clase y puso rumbo al despacho del director. Pero allí
tampoco había nadie. Buscó por todo el colegio. Pero en ninguna clase
había nadie. ¡El colegio estaba vacío!
-Sí. Y no podemos irnos, porque las puertas están cerradas -dijo Kilian.
-¡El colegio es nuestro! -gritaron los más gamberros de la clase, con malas
intenciones.
-Vinimos a clase, como todos los días -dijo Kilian-. Nadie nos informó sobre
la excursión.
-Debió de ser el día que hicimos aviones de papel y los tiramos por la
ventana -dijo Kilian.
Desde ese día los niños empezaron a poner un poco más de interés. Para
su sorpresa descubrieron que lo que aprendían en el cole servía para
muchas cosas y que, poniendo interés y portándose bien, las clases incluso
pueden ser divertidas.
Caperucita Roja.
El lobo mandó a Caperucita por el camino más largo y llegó antes que ella a
casa de la abuelita. De modo que se hizo pasar por la pequeña y llamó a la
puerta. Aunque lo que no sabía es que un cazador lo había visto llegar.
- ¿Sabes, Perico? A lo mejor puedes hacer algo por mí. Tengo un libro en el
desván, un libro de cuando era pequeña.
- ¿Y qué quieres que haga? ¿Qué te lo lea para recordarte los viejos
tiempos? -dijo Perico.
- ¡Ay, hijo! ¡¡No!! Yo jamás fui capaz de leerlo. Es un libro con monstruos -
dijo mamá.
-No, al contrario, siguen siendo mis preferidos -dijo mamá-. Pero este es
un libro de piratas. El problema es que, cuando me lo regalaron, estaba
lleno de monstruos. Conseguí espantarlos a todos menos a uno. Así que
nunca conseguí leer el libro. Si lo consigues espantar tú…
- ¡No corras por las escaleras! -gritó su madre-. ¡Y ten cuidado con el
monstruo, que lleva mucho tiempo solo y seguro que tiene ganas de
juerga!
Perico limpió el libro de todo el polvo que había acumulado durante años y
empezó a pasar hojas.
-Tienes que leer el cuento en voz alta -dijo mamá-. Hay una frase que
activa al monstruo. Hasta que no la lees no sale.
- ¿El qué? ¿El monstruo? ¿Ahora os habéis hecho amigos? -dijo mamá.
- ¡Buena idea!
Perico leyó el libro tres veces ese verano. Pero no encontró al monstruo, así
que le pidió a su mamá todos los libros de cuando era pequeña, por si
acaso el monstruo se había cambiado de cuento. Y aunque todavía no lo ha
encontrado, al menos no ha vuelto a aburrirse. Qué divertido es esto de
buscar monstruos escondidos en los libros, ¿no te parece?
Lorena y las Abejas.
Una tarde, mientras sus padres paseaban en busca de moras para hacer
mermelada, Lorena se encontraba leyendo una de sus historias favoritas: El
Principito. Lo había leído ya unas tres veces, pero nunca se cansaba de
volver a las páginas de una historia tan maravillosa.
Era una libélula, una de tantas que volaban por los alrededores del pueblo.
Lorena abrió la ventana y se acercó para tratar de escuchar lo que decía. Al
principio se sintió algo desconcertada, pero pronto empezó a entenderlo
todo. La libélula le lanzó una primera pregunta:
Le explicó que muchas de esas flores son las que luego se transforman en
los tomates, los calabacines o los pimientos que nos comemos.
- Sí, muchísimo, sobre todo en verano cuando hace mucho calor -respondió
intrigada la niña.
La libélula siguió contándole a Lorena que las abejas, aunque a veces nos
den miedo, son imprescindibles para la vida. Además de lo importantes que
son por llevar el polen en sus pequeñas patas y trasladarlo de flor en flor,
las abejas nos dan otras cosas importantes como la miel y la jalea real, que
tanto nos ayudan cuando tenemos catarro.
Lorena entendió entonces que, sin el polen, las plantas no podrían nacer ni
tampoco crecer los vegetales que comemos. Por eso mismo, desde esa
interesante conversación con la libélula, la niña empezó a ver a las abejas
con otros ojos y a no huir de ellas.
La Historia de Pajarito
Un día, el papá de Pajarito le dijo que era hora de aprender a volar, como
hacían los mayores. Con su ayuda y con la de su mamá, Pajarito comenzó
el aprendizaje. Al principio no fue fácil y se llevó algún que otro coscorrón.
Pero poco a poco Pajarito logró abrir las alas y volar.
Un día hubo una gran tormenta que pilló solo a Pajarito en el nido.
Después de darse un buen festín, Pajarito volvió al hueco del árbol donde
se había escondido para la tormenta. Pero ya no era un lugar seguro.
Menos mal que se dio cuenta a tiempo y huyó en busca de una rama alta y
escondida en la que dormir.
Con mucho trabajo, Pajarito logró construir su propio nido. No era tan
acogedor como el que habían hecho sus papás, pero no estaba mal para
ser el primero.
-Tu nuevo nido es muy bonito -dijo su mamá-. Nosotros nos construiremos
uno aquí cerca.
-Has demostrado que puedes valerte por ti mismo -dijo su papá-. Es hora
de que empieces a pensar en vivir tu vida y en formar una familia.
Y así fue como Pajarito empezó a vivir la vida por su cuenta. Y como sus
papás le habían enseñado bien, fue muy feliz junto con una pajarita de la
que se enamoró, con la que tuvo muchos pajaritos.
El Jarabe Mágico
-Es que a Pelusón le va a dar miedo que te vayas -decía la niña-. Seguro
que se pondrá muy triste, se esconderá debajo de la cama y no dejará de
llorar.
- ¡Pobre Pelusón! -dijo la mamá de Lucy-. Tendremos que hacer algo para
que no se ponga triste. Llamaré a mi amiga Estrella, que es una maga
famosa en el mundo entero. Su especialidad son los perritos asustados.
-Me han dicho que tu perrito Pelusón no está muy contento con la idea de
que tu mamá pase unos días fuera -dijo la maga.
-No es para él, pequeña, es para ti. Este brebaje solo lo pueden tomar las
personas -dijo la maga.
Desde ese día, Lucy tiene siempre a mano el jarabe de la maga Estrella,
por si acaso Pelusón se pone triste cuando mamá no está. Aunque cada vez
le hace menos falta, porque Pelusón ha aprendido que no pasa nada si
mamá no está siempre ahí y que con su amiga y la abuela cerca no hay
nada que temer.
El Osito Panda
La pareja de osos panda tenía un solo hijo, al que el cuidador del zoológica
quería muchísimo. El osito panda, que era muy juguetón y tierno, había
aprendido a querer a su cuidador a los pocos días de haberlo conocido.
Pasó el tiempo y una tarde de mucho sol el cuidador sacó al osito panda a
pasear con él, que le había llamado Pupi. El cuidador llevó a Pupi a pasear
por los alrededores para que estuviera contento y conociera a los demás
animalitos.
A Pupi le encantó un mono muy grande que tenía una cara muy graciosa y
que, al verlo, le había ofrecido una banana. Pupi la comió y se pusieron a
jugar, junto con el cuidador, durante toda la tarde.