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Siete principios dinámicos párá el crecimiento de lá Iglesiá

E l pastor Julio ensayó muchos métodos procurando que la congregación que tenía a cargo hacía
cinco años, con treinta y dos personas—la mayoría pasaban de cincuenta años–, experimentara
crecimiento. Ensayó con células o grupos pequeños, y no salió bien. Luego con campañas
evangelísticas en las calles, y tampoco, y por último, intentó con reuniones a las que invitaba a los
jóvenes, pero al ver los muchachos que la concurrencia mayor era de adultos, se iban
despavoridos.

Alguien le recomendó promover películas al aire libre, pero no llegaron interesados salvo la
dueña de un puesto de fritanga que creyó que en ese evento haría su agosto. Un creyente de una
iglesia capitalina le propuso difusión de volantes, estrategia que no dio mucho fruto salvo que el
alcalde del pueblo se quejó por la “basura que andan regando por ahí”.

El pastor Julio estaba desesperado. Compró siete libros sobre crecimiento de la iglesia y se
los leyó en mes y medio. ¡Nada pasó! Las cosas seguían igual. Cada vez estaba más frustrado. Los
líderes lo miraban expectantes, como preguntándose: “¿Y ahora qué paso seguimos…?” Él mismo
no tenía respuestas. Estaba desconcertado.

En los cursos a los que asistió—perdió la cuenta de cuántos—no aprendió más allá de
cuanto había leído. Y su pregunta recurrente era: ¿Cómo lograr que nuestra congregación crezca?

¿Le suena familiar esa pregunta? Probablemente sí. Es el mismo interrogante que se
formula hoy infinidad de ministros cristianos en todo el mundo.

El crecimiento de la Iglesia: el propósito de Dios

Desde el momento en el que se estableció la Iglesia, de la que usted y yo somos parte


activa, el propósito de Dios ha sido su crecimiento. Es el medio a través del cual se extiende el
Reino. El problema estriba en la existencia de congregaciones raquíticas, que se conforman con el
paso de los años sin que ganen una nueva alma para el Evangelio. Y cuando eso ocurre, cuando
una sola persona llega a los pies de Cristo, hacen fiesta como si fuera algo extraordinario.

Por el contrario, lo más natural es que a la congregación llegaran más y más hombres y
mujeres anhelando la transformación que produce el mensaje de Jesucristo. ¿Por qué no
ocurre?¿Cuál es la razón por la que existen iglesias en un estado de estancamiento permanente?
Estos dos interrogantes deben llevarle a reflexionar qué está pasando con su vida y ministerio.

¿Desea un cambio? Sin duda que sí. Por ese motivo le invito a considerar Siete principios
dinámicos para el crecimiento de la Iglesia que encontramos en los primeros tres capítulos del
libro de los Hechos de los Apóstole

1. La unidad de los creyentes


¿Cuál es el propósito de una iglesia? No es mostrar las enormes potencialidades del pastor
o el liderazgo, el completísimo currículo de formación para los nuevos creyentes, lo hermoso del
templo ni las novedades en las celebraciones. Somos ustedes y yo, como ovejas, como ese
conjunto de creyentes, quienes marcamos la diferencia, y uno de los principales distintivos, es la
unidad.

Los primeros tres capítulos del libro de los Hechos de los Apóstoles arrojan una poderosa
enseñanza respecto al profundo impacto que generaron los creyentes y de qué manera, la
congregación se multiplicó rápidamente: “Y estando juntos, les mandó que no se fueran de
Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan
ciertamente bautizó con agua, más vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no
muchos días. ” (Hechos 1:4)

La unidad es fundamental. Nadie es más importante que otro al interior de la congregación.


Todos estamos enfocados a un solo propósito: alcanzar las Naciones para Cristo. Por ese motivo,
no podemos decir que aquella denominación es más importante que la nuestra debido a que su
membrecía es mayor. Todos—absolutamente todos—somos valiosos en el Reino, aun cuando
nuestra congregación tenga unos cuantos hermanos en la fe reuniéndose (Cf. Romanos 12:4-13).

2. Obediencia a los mandatos de Dios

¿Cuándo una iglesia sienta las bases para su crecimiento? Cuando a la unidad de los
creyentes, sumamos un segundo elemento de trascendencia: la obediencia a los mandatos de
Dios. ¿La razón? Hoy día es fácil escuchar doctrinas sin fundamento bíblico, que atrae millares de
personas pero –por falta de solidez—tales creyentes terminan yéndose.

Cuando se despidieron del amado Señor Jesús, regresaron a su punto de concentración,


fieles al mandato del Señor: “Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se
iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les
dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido
tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo. Entonces volvieron a
Jerusalén desde el monte que se llama del Olivar, el cual está cerca de Jerusalén, camino de un
día de reposo. ” (Hechos 1:10-12)

Obediencia. Una sola palabra, pero ¡tan difícil de aplicar! ¿Por qué? Porque todos queremos
hacer las cosas a nuestra manera. Gobernarnos solos. Eso lo puede apreciar en su relación de
familia pero también en la Iglesia. Hay líderes que no se someten al pastor porque sienten que la
“unción” sobre ellos y no deben seguir sus orientaciones. En una congregación así, jamás se
producirá un avivamiento.

3. Búsqueda sincera en oración

Las actividades en la iglesia son muy importantes. Dinamizan la predicación de la Palabra, el


discipulado y la consolidación de los cristianos; no obstante, el activismo sí es perjudicial. Es
esencial que los creyentes tomen tiempo para una sincera búsqueda de Dios. Está por encima de
todo lo demás.

¿Qué fue lo primero que hicieron los discípulos tras despedirse del Señor Jesús? Reunirse,
como Él les instruyó—obediencia–, y volcar nuestros esfuerzos a buscar el rostro del Señor en
oración, meditación de Su Palabra y escucha de Su voz:

“Y entrados, subieron al aposento alto, donde moraban Pedro y Jacobo, Juan, Andrés,
Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Jacobo hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas hermano de
Jacobo. Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la
madre de Jesús, y con sus hermanos. ”(Hechos 1:13, 14)

La Escritura es específica al señalar que perseveraban, es decir, eran constantes. Todo el


tiempo, sin desmayar. Y esa perseverancia se manifestaba en oración y ruego. Búsqueda de Dios,
siempre. Es el fundamento para que una iglesia crezca y el aumento de sus miembros sea cada vez
mayor.

4. Darle a Dios el primer lugar

Cuando le otorgamos el primer lugar a Dios, todo proyecto tiene asegurada la victoria, y
más cuando se trata de la iglesia (Cf. Salmo 127:1-3) No somos usted y yo como líderes los más
importantes. El verdaderamente importante es el Señor. Nada más que Él.

Los primeros creyentes oraban y predicaban. La Biblia relata que el apóstol Pedro
compartió ante un nutrido número de personas reunidas en el aposento alto, la necesidad de
escoger reemplazo para Judas: “En aquellos días Pedro se levantó en medio de los hermanos (y
los reunidos eran como ciento veinte en número), y dijo: Varones hermanos, era necesario que se
cumpliese la Escritura en que el Espíritu Santo habló antes por boca de David acerca de Judas,
que fue guía de los que prendieron a Jesús, y era contado con nosotros, y tenía parte en este
ministerio. Este, pues, con el salario de su iniquidad adquirió un campo, y cayendo de cabeza, se
reventó por la mitad…. Es necesario, pues, que de estos hombres que han estado juntos con
nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros… Y señalaron a dos: a
José, llamado Barsabás, que tenía por sobrenombre Justo, y a Matías. Y orando, dijeron: Tú,
Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál de estos dos has escogido, para que
tome la parte de este ministerio y apostolado, de que cayó Judas por transgresión, para irse a su
propio lugar. Y les echaron suertes, y la suerte cayó sobre Matías; y fue contado con los once
apóstoles. ”(Hechos 1:15-26)

Los planes y proyectos pueden sonar interesantes y atrayentes, por su aparente eficacia,
pero al primero que debemos pedir orientación sobre la ruta a seguir, es a nuestro amado Dios. Él
debe ser quien, por la obra de Su Espíritu Santo, nos oriente en la toma de decisiones…
Cabe aquí resaltar que las estrategias que han funcionado en una iglesia, no
necesariamente lo serán en otra denominación. Dios tiene un plan para cada grupo de creyentes.
Jamás olvide que Él trata con nosotros de manera individual.

5. Dependencia del Espíritu Santo

Con frecuencia escucho personas que aseguran “hablar en lenguas” y siempre que lo hacen,
es el mismo conjunto de vocablos. Pareciera que lo memorizan. Y eso no es precisamente hablar
en lenguas. Es algo espontáneo cuando Dios toma el control de una persona.

Igual con otras manifestaciones como la “risa santa”, la “embriaguez” en el Espíritu o caer.
Dicho sea de paso, no soy amigo de estar imponiendo manos porque suele ocurrir que las
personas se ocupen más de la unción que hay en el predicador que en la transformación espiritual
y personal que debería traer tal caída en el Espíritu.

Una iglesia dinámica, que crece, es una iglesia que se deja mover por el Espíritu de Dios,
como ocurrió con los creyentes del primer siglo: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban
todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que
soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas
repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del
Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que
hablasen. Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo
el cielo. Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les
oía hablar en su propia lengua. Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son
galileos todos estos que hablan?…”(Hechos 2:1-7)

Cuando es el Señor quien se mueve en nuestra existencia, el poder de Dios respalda la


predicación del Evangelio y todo cuanto hacemos, Necesariamente—y permítame resaltar esta
palabra–, la iglesia crece. Como consecuencia de ese mover sin precedentes del Espíritu
Santo “…los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil
personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el
partimiento del pan y en las oraciones. ” (Hechos 2:41, 42)

No era necesario presionar a nadie: todos querían ser parte de ese algo inexplicable que se
estaba dando entre los creyentes. Igual hoy si dejamos de lado el show pretendiendo mover
nosotros al Espíritu Santo—llegando a la impertinencia de darle órdenes como “Muévete con
poder Espíritu Santo”, como si fuera nuestro asistente—y lo dejamos que Él haga las cosas a Su
manera.

6. Vivir el evangelio

La mejor predicación es la que se hace con los hechos. Una encuesta que leí hace algún
tiempo mostraba que si un elemento alejaba a las personas de ser creyentes, era que veían en los
cristianos a personas que predicaban pero no hacían. ¡Nuestros hechos deben reafirmar con
hechos aquello que decimos!
Los primeros cristianos no sólo predicaban las Buenas Nuevas de Salvación sino que vivían
el Evangelio: “Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por
los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y
vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y
perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos
con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el
Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos. ” (Hechos 2:43-47)

A través de la iglesia el poder de Dios se manifestaba con poder. Se predicaba el Evangelio,


los enfermos recibían sanidad, los endemoniados eran libertados y la sociedad en la que se
desenvolvían los cristianos, experimentaba una profunda transformación. Como consecuencia se
añadían cada día más seguidores del Señor Jesús.

7. Dependencia de Dios

El Señor es quien nos asegura la victoria. Por eso es fundamental que dependamos
enteramente de Él. El poder no es nuestro, sino que proviene de Él. Recuerde el incidente en el
que se mostró el poder divino obrando a través de los discípulos:

“Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración. Y era traído un
hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llama la
Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo. Este, cuando vio a Pedro y
a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna. Pedro, con Juan,
fijando en él los ojos, le dijo: Míranos. Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos
algo. Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo
de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le
afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo,
andando, y saltando, y alabando a Dios. Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios. Y le
reconocían que era el que se sentaba a pedir limosna a la puerta del templo, la Hermosa; y se
llenaron de asombro y espanto por lo que le había sucedido. ” (Hechos 3:1-10)

Los dones y talentos nuestros como servidores, deben estar al servicio del Señor. Él es quien
debe glorificarse.

Jamás olvide que la caída de pastores, obreros, líderes y cristianos comprometidos ocurre
cuando nos desprendemos de la mano del Señor Jesús y nos movemos en nuestras fuerzas y
capacidades. El enemigo saca ventaja y produce problemas. Produce en nuestra existencia reveses
en el ámbito personal y espiritual.

La oración, fundamento para crecer

Las iglesias de más rápido crecimiento en el mundo testifican que no son las estrategias
humanas sino la oración, el elemento dinamizador que asegura resultados eficaces. Estados
Unidos y Corea son un ejemplo. Pregunte usted y comprobará como creyentes en clamor,
sentaron las bases para una explosión en su membrecía. El problema estriba en que hoy se buscan
más las estrategias y la aplicación de los planes, que el rostro de Dios.

Si oramos, milagros ocurrirán, el avivamiento será real en cada comunidad de creyentes, y


los propios miembros de las iglesias, experimentarán en sus vidas crecimiento personal y
espiritual. No podemos olvidar jamás que cambiar el curso de la historia está en manos de los
intercesores.

En el caso de las iglesias coreanas, hay tres elementos que han sido claves para sus pastores
y líderes en la dinámica de iglecrecimiento:

a. Oración matutina. La mayoría comienza la búsqueda del Señor en sus casas y en los
templos desde la madrugada. Los resultados son sorprendentes.

b. Vigilias de oración. Generalmente son los viernes, y acuden multitudes a orar. Pasan la
noche entera en clamor. Las vigilias no constituyen una pesada carga sino una enorme bendición
para quienes participan en ellas.

c. Montañas de oración. Las iglesias disponen de grandes extensiones de terreno en las que
los creyentes se reúnen orar día y noche. Es una búsqueda constante del rostro del Señor.

A este elemento se suma otro más: los pastores, obreros y líderes comprometidos en la
extensión del Reino, tienen espacios—en sus oficinas o casas—específicamente dedicados a la
oración. Es su espacio de descanso espiritual, donde claman y oran. Ese es el secreto de que Dios
se manifieste en sus vidas.

Armonía en la oración

La unidad de los creyentes en oración es esencial, pero a la par, que haya armonía en lo que
se pide a Dios. No puede ocurrir que unos cristianos pidan una cosa al Señor y otros, otra bien
distinta. Es fundamental que la unidad se manifiesta también en aquello que pedimos al Padre.

Sólo cuando hay armonía con la voluntad de Dios, la oración es eficaz. ¿Por qué razón? Por
que Dios el Padre responde a nuestro clamor. Esa es la verdadera eficacia, cuando hay respuesta a
las oraciones.

¿Requisitos para quienes oran?

Con frecuencia me preguntan sobre los requisitos de quienes están en el ministerio de la


oración e intercesión. Y mi respuesta categórica: “No hay requisitos”. Basta que usted disponga su
corazón para buscar al Señor. Los milagros se producen, las almas se entregan a Cristo, las iglesias
crecen. ¿Los resultados son sorprendentes!

Ahora, en la Biblia encontramos al menos 23 tipos de oración, pero si queremos que haya
respuesta, es esencial que contengan dos elementos: El primero, que se pida al Padre en el
Nombre del Señor Jesús (Cf. Juan 14.13), y el segundo, que el creyente permanezca en Cristo (Cf.
Juan 15:7). Son claves, como podemos comprobarlo al leer los textos. Y transversal a esos dos
cimientos, hay un tercer aspecto que no podemos desconocer y es que, si queremos respuestas a
nuestras oraciones, lo que pidamos debe estar en consonancia con la voluntad de Dios.

Cuando oramos, se combinan dos elementos: la autoridad que ejercemos en Cristo, y el


segundo, la intimidad que mantenemos con el Padre celestial, quien nos ama y no solo escucha
sino que responde a nuestras peticiones.

Lo lamentable es que muchos de los pastores, obreros y líderes que anhelan el crecimiento
de las congregaciones que tienen a cargo así como sus propias vidas, no consideran la oración
como una prioridad. Si les pregunta, le dirán que por supuesto, pasan tiempo en oración; no
obstante, en la intimidad no es así. Se ocupan de todo, menos de buscar el rosto del Señor. Y
Cristo no ocupa el primer lugar en su existencia y ministerio, como debería ser (Cf. Mateo 16:18)
Por tanto es necesario pasar de la retórica, de decir “Sí yo oro”, a la oración activa, eficaz, que trae
cambios.

Tenga presente que las iglesias crecen cuando hay oración de por medio. Y, como lo dice la
Biblia, nuestras oraciones suben delante de Su presencia, como incienso de olor fragante (Cf.
Apocalipsis 5:8; Salmo 141:2)

Y hablando de clamor, ¿Ya recibió a Jesucristo como Señor de su vida? Si no es así, hoy es el
día para que tome esa decisión. Puedo asegurarle que su vida será transformada y Dios colmará
todas sus expectativas, llevándolo siempre a nuevos niveles de crecimiento personal y espiritual.

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