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PRÁCTICA PSICOMOTRIZ

AUCOUTURIER: QUÉ ES,


PARA QUÉ SIRVE Y CÓMO
ES UNA SESIÓN
Publicado el 12 agosto, 2015 por Seño Punk

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Observando las actividades diarias que se llevan a cabo en cualquier
escuela, incluidas las infantiles, es obvio que en la mayoría de ellas se
pide a los niños y niñas que permanezcan sentados, quietos, contenidos,
durante demasiadas horas. Seguimos viendo el movimiento como un
elemento antagónico a la disciplina, a pesar de que nos parece
igualmente evidente que los niños, sobre todo en la etapa
infantil, necesitan del movimiento para expresarse, para sentirse bien
y ser felices.
Quizás por eso mismo me impactó tanto la primera vez que vi una sesión
de Práctica Psicomotriz Aucouturier, puesto que en ella se respira una
libertad y una autonomía que nunca había podido presenciar hasta el
momento.
(Fuente de la imagen)
Porque en el aula donde se realiza esta Práctica Psicomotriz encontramos
una colección de elementos que invitan al juego sensoriomotor, como
espalderas, plintos, bancos suecos, colchonetas, figuras geométricas de
gomaespuma, entre otros, y los niños tienen libertad para hacer lo que
quieran: jugar a saltar, trepar, colgarse de cuerdas, construir, correr,
esconderse, descansar… todo en el momento que quieran y como
quieran. Por supuesto, la sala tiene medidas de seguridad como el suelo
blandito o los cantos protegidos, pero las únicas normas son tener
cuidado y respetar a los demás. Es verdad que el adulto pasa un poco de
miedo por las posibles caídas y golpes, aunque esto ocurre sólo al
principio. ¡Qué importante y a la vez difícil es la pedagogía del riesgo!
(Fuente de la imagen)
Después de la grata sorpresa inicial, y tras un poco de indagación, pude
comprobar que esta actividad es algo más que una simple aula donde los
niños juegan con libertad y disfrutan del placer del movimiento. Por si
esto fuera poco, descubro que el dispositivo y las estrategias docentes
utilizadas están diseñadas con la intención de encaminar a los niños
hacia su desarrollo, y no sólo a su desarrollo físico, que no estaría mal
como objetivo, sino también y sobre todo a su desarrollo cognitivo. Sin
embargo, al presenciar una sesión de Práctica Psicomotriz Educativa, es
difícil llegar a esa misma conclusión, puesto que en apariencia es una
actividad con grandes dosis de caos e improvisación. Por mucho que
exista una serie de fases diferenciadas en las que las consignas no
cambian, ninguna de las sesiones es igual a la anterior.
(Fuente de la imagen)
Para mí, la Práctica Psicomotriz Aucouturier abre una puerta que
conduce hacia un espacio donde por fin cada niño realmente
puede aprender jugando. Jugando de verdad, a lo que él quiera y como
él quiera, respetando únicamente unas pocas normas de convivencia. Y
no sólo jugando sino además a su propio ritmo. Es el único espacio en
el que de verdad he visto estas grandes premisas de la Educación Infantil
dibujadas ante mis ojos. Y a la vez, la actividad por la que he sentido la
motivación más intensa por parte de los propios niños. Y no es para
menos. Es el único espacio en el que se les permite demostrar sus
capacidades, tanto físicas como cognitivas, y mostrarse tal y como son;
en el que pueden romper ese orden artificial, tan alejado de sus
características psicológicas, que todavía impera en la Educación Infantil;
en el que realmente tienen libertad y en el que no importa el caos que
se genere; el único lugar donde pueden de verdad elegir su forma de
relacionarse y de actuar en función de su estado emocional, puesto que
a nadie le va a molestar que no participen, que lo hagan muy
activamente, que se pasen la mayoría del tiempo tumbados, o incluso
escondidos.
Pero si no quieres quedarte en la superficie, sino que te gustaría indagar
un poco sobre cómo funciona y por qué, sigue leyendo ;)

La Práctica Psicomotriz Educativa es una metodología o práctica nacida


en Francia en la década de los 70, que está basada en el concepto
de psicomotricidad concebido como el proceso de maduración que
corresponde a un periodo del desarrollo infantil en el cual la
sensoriomotricidad es inseparable de la génesis de los procesos psíquicos
conscientes e inconscientes, es decir, con la generación del pensamiento.
Estamos hablando de aquel momento en el que el niño necesita del
movimiento para poder pensar, o incluso, en momentos tempranos, la
propia acción se identifica como pensamiento. Se trata de un periodo
básico para el desarrollo de la personalidad, de la futura manera de
pensar y actuar, por lo que parece evidente que la creación de un marco
metodológico y pedagógico adecuado para que el movimiento pueda
desarrollar el pensamiento es vital.
Fue Bernard Aucouturier quien ideó este marco para la práctica de la
psicomotricidad en las escuelas infantiles, lo que hoy conocemos como
Práctica Psicomotriz Educativa, gracias, eso sí, a las aportaciones de
varios predecesores, que fueron acotando el concepto de
psicomotricidad y relacionando el movimiento con la producción de
pensamiento. Entre ellos se encontró Julián de Ajuriaguerra,
neuropsiquiatra y psicoanalista vasco, pionero en vincular lo afectivo
como generador de maduración neurológica; pero sobre todo Jean Piaget,
Henri Wallon i Sigmund Freud.
Para que pongáis cara al señor Bernard Aucouturier
Estos autores, entre otros, nos muestran la existencia de una relación
consistente entre el movimiento y el desarrollo de la cognición, y que la
educación del movimiento no sirve sólo para el entrenamiento del
mismo, para el placer o para la salud física. Cuerpo y mente se unen en la
psicomotricidad de manera que los contenidos motrices se convierten en
medios para el desarrollo de funciones superiores como el pensamiento,
la comunicación, la afectividad o la creatividad.

Por tanto, hemos de pensar en la Práctica Psicomotriz como una


metodología que favorece que el niño experimente a través del
movimiento, perciba su propio cuerpo y construya su propia
identidad, facilitando el estímulo de los procesos que abren a la
comunicación, la expresión, a la simbolización y a la
descentración, factores todos ellos necesarios para acceder al
pensamiento operacional. Es por ello que, como diría el propio
Bernard, “se propone a los niños y niñas desde el periodo evolutivo en el
que hacer es pensar hasta el periodo en el que pensar es sólo pensar el
hacer y más allá del hacer, aproximadamente hasta los 7 años”. De la
misma manera que las actividades físicas que se practican habitualmente
en la etapa de primaria no tienen cabida en la psicomotricidad infantil,
esta práctica psicomotriz tampoco tendría sentido en el momento en el
que los niños ya han superado el estadio preoperacional.
Por tanto, los objetivos de esta psicomotricidad o práctica psicomotriz,
según el propio Aucouturier, son: ayudar a los niños en su desarrollo de
la función simbólica (es decir, de la capacidad de representación), y
favorecer el desarrollo de los procesos de segurización y de
descentración indispensables para acceder al pensamiento operatorio y al
placer de pensar, todo ello a partir del placer que les proporciona el
movimiento y el juego libre. De esta manera, la práctica psicomotriz se
constituye como una práctica preventiva y educativa, uno de los medios
fundamentales para ayudar al niño a vivir más armónicamente su
itinerario madurativo.
Así, como decía unos párrafos más arriba, se hace necesaria la
implantación de un marco metodológico que haga todo esto posible. Es
aquí donde Bernard Aucouturier nos ofrece una solución en forma
de itinerario que el niño recorre hacia su maduración mental, y no
sólo eso sino que además propone un recorrido ajustado al proceso
madurativo de cada niño, para lo que se establece una distribución
de espacios en la sala de psicomotricidad, la diferenciación de una serie
de momentos o fases mediante ciertas estrategias que dirigirán las
sesiones, y unas actitudes concretas por parte del psicomotricista, todo
ello dirigido a favorecer el paso “del placer de hacer al placer de
pensar”, en palabras del señor Aucouturier.
Pese a que los dispositivos cambian con la edad de los niños para que
pueda tener lugar esa deseada adaptación al estadio madurativo de las
criaturas que son objeto de desarrollo, aquí se hablará únicamente de la
adaptación para niños a partir de 3 años, puesto que en edades anteriores,
sinceramente, no tengo demasiada idea.
BASTA DE TEORÍA. ¿CÓMO ES UNA SESIÓN DE
PRÁCTICA PSICOMOTRIZ?

 RITUAL DE ENTRADA
En esta fase el psicomotricista acoge a los niños, que se sientan en
bancos, visualizando la sala y si es posible ante un espejo donde se
puedan ver todos juntos. Se recuerdan las normas que han de respetar:
básicamente no hacerse daño y no hacer daño a los demás, así como
respetar los materiales. Se recuerda la sesión anterior (lo que nos gustó,
la evolución de las competencias que se observó, así como lo que no nos
gustó, puesto que se trata de cosas que limitan la evolución del grupo), y
se anticipa lo que ocurrirá la sesión actual. Lo ideal es que en este
proceso sean los niños quienes intervengan, con el psicomotricisa en el
papel de guía.
 FASE DE EXPRESIVIDAD MOTRIZ
El ritual de entrada da paso a la fase de expresividad motriz, en la que los
niños se preparan para derribar un muro o castillo construido por el
adulto mediante todas las piezas geométricas de gomaespuma presentes
en la sala.
¿No te encantaría ser uno de esos niños?
(Imagen sacada de un artículo de la web del colegio Arturo Soria)
Es un momento de gran emoción e impaciencia (es emocionante hasta
verlo), y el psicomotricista debe saber posponer la destrucción para
liberar su intensidad en el momento justo. Parece un buen momento para
trabajar la atención y la inhibición de los impulsos. El psicomotricista
ofrece también cierta resistencia con el objetivo de que los niños se
sientan vencedores sobre el adulto, con una especie de omnipotencia
sobre el mismo. Así, a un lado del muro los niños abandonan todo
aquello que los adultos les imponen: exigencias, normas, tareas…, y al
otro lado encuentran un espacio ideado con el objetivo de que puedan
expresarse con espontaneidad, sin todo aquello que suele asociarse a la
actividad escolar y que tan poco propio de ellos mismos es; así que
derribar el muro significa romper con las exigencias que imponemos los
adultos y empezar a ser ellos mismos, empezar a buscar su propio “yo”,
porque “ejercer su fuerza contra un adulto, es mostrar su deseo de
alejarle para comprobar su capacidad de dominio y afirmar su propia
identidad”.

(Imagen sacada de la web felicesjugando.com)


A partir de aquí, el placer de destruir evolucionará hacia una serie de
juegos que proporcionarán la entrada en una dinámica de placer
sensoriomotriz. Aucouturier se refiere a estos primeros juegos, junto
con los de destrucción, como “juegos de segurización superficial”.
Según el autor, son universales, se dan en todo el mundo sin
experimentar cambios entre culturas, y se denominan así porque
aseguran frente a la angustia relacionada con el miedo a la pérdida y a ser
destruido. Porque no se trata de una simple actividad motora, no
necesitan adquirir ninguna habilidad determinada, sino que todo el
dispositivo se concibe como una herramienta de expresión emocional,
social e intelectual sin restricciones.
(Imagen sacada de la web del colegio de Educación Especial Gloria
Fuertes)
El espacio está diseñado expresamente para la liberación de la
expresividad motriz, porque aunque lo pueda parecer, no se trata de una
improvisación, todo está muy bien estudiado y nada es gratuito. Se trata
de un espacio donde el niño puede correr, saltar, dar volteretas, hacer
equilibrios, trepar, rodar, caer… y todos los rincones tienen funciones
concretas que desembocan hacia el desarrollo total del niño.
Hay espacios de contraste blando-duro, como el plinto y los colchones
para saltar, en los que el niño experimenta este contraste que le ayuda a
ser más consciente de su propio cuerpo, a reafirmar el equilibrio.
También hay espacios senso-duros, como la rampa o las espalderas,
donde los niños están preparados para trepar cuando empiezan a querer
crecer. Pero también hay espacio para el recogimiento, en lo que parece
un estadio previo a cualquier tipo de contraste: suele representarse en
forma de saco, un espacio que los abraza, que les da paz, que los
contiene.
(Imagen sacada de la web felicesjugando.com)
(Fuente de la imagen)
Durante esta misma fase, conforme los niños crezcan y se sientan
reafirmados y sin limitaciones a la hora de disfrutar de su propio cuerpo,
va a ir apareciendo poco a poco el juego simbólico, es decir, la
capacidad de utilizar un objeto pretendiendo deliberadamente que
represente otro. Empiezan así a realizar juegos de identificación parental,
de identificación con personajes imaginarios o de la vida social.
Aucouturier los denomina “juegos se segurización profunda”, puesto
que considera que son escudos imaginarios que protegen a los niños de
los conflictos más recientes, y al contrario que los de segurización
superficial, varían según la cultura. La aparición progresiva de la
simbolización implica que el niño está entrando en un estadio
cognitivo superior. El propio Aucouturier asegura que “la integración
progresiva de los juegos de aseguración profunda en los juegos de
aseguración superficial pone de manifiesto la fluidez entre las
representaciones inconscientes y las conscientes, lo que es un interesante
indicador de maduración psicológica”, pero hemos de ser conscientes de
que nos encontramos en un primer nivel de simbolización, aquél que se
expresa por la vía del movimiento.
Para ayudar a que se produzca este itinerario natural, es decir, el paso de
los juegos de segurización superficial (o sensoriomotrices) a los juegos
de segurización profunda (o simbólicos), el psicomotricista suele dividir
esta fase en dos, marcando la transición mediante la adición de material
pensado para impulsar la simbolización aunque muy poco figurativo,
como telas, cuerdas… de manera que sean los propios niños quienes
elijan utilizarlo de manera más sensorial o más simbólica. Según su nivel
de madurez, los niños usarán las cuerdas para jugar a tirar de ellas, o para
simular que les ataca una serpiente.

Un prisma de gomaespuma puede servir para saltar encima de él, pero


también para imaginar que vamos en coche…
(Imagen sacada de un artículo de la web del colegio Arturo Soria)
 FASE DE LA HISTORIA
Cuando se ha vivido plenamente el descontrol y la emoción del primer
tiempo, es hora de subir un nivel más en esa simbolización, un nivel en el
que ésta se distancia del movimiento, pasando del placer de jugar al
placer de pensar y favoreciendo de esta manera la representación
mental. La fase de la historia se desarrolla en el mismo espacio que la
anterior, y en el que el psicomotricista cuenta un cuento.

Esta historia debería estar relacionada directamente con las emociones


de los niños y sus miedos, y además ser contada en presente para
favorecer la identificación con el protagonista. Aucouturier recomienda,
además, que se utilicen dos registros distintos al contar la historia: uno de
subida hacia la angustia para añadir valor dramático, y otro de vuelta a la
seguridad emocional para el final, siempre con variaciones en el tono de
voz, gesticulaciones, silencios tensos… Todo esto favorece que en el
niño se dé un proceso de descentración que facilitará la evolución
cognitiva. Aquí, Aucouturier diferencia a los iniciados en este proceso
de los no iniciados mediante la observación de su expresividad
motriz, puesto que aquellos en los que la sesión está despertando la
descentración cognitiva, muestran una atención sostenida y manifiestan
sus emociones sin excesos, frente a aquéllos que imitan al protagonista,
gesticulan, interrumpen e incluso gritan, porque todavía no han llegado a
ese nivel. Gracias a esta fase se produce una reaseguración profunda
por medio del lenguaje en lugar de por el movimiento como en aquel
primer tiempo. En realidad, este proceso es paralelo a la maduración
global, puesto que en general, el acceso al lenguaje trae como
consecuencia una disminución en la actividad motriz de los niños.

(Imagen sacada de la web del colegio Arturo Soria)


 FASE DE LA EXPRESIVIDAD PLÁSTICA Y GRÁFICA
Después de la historia, se invita a los niños a pasar al segundo
espacio para la fase de la expresividad plástica y gráfica. Este segundo
espacio debe estar bien delimitado dentro de la misma sala, pero no
puede utilizarse para las actividades previas, para que los niños tengan la
oportunidad de distanciarse de las emociones vividas durante la sesión
mediante la realización de un dibujo o una construcción (a elegir)
sobre las mismas o sobre su historia personal.
(Imagen sacada de la web del colegio Arturo Soria)
El objetivo de esta fase, al contrario de lo que puede parecer, no es el
dibujo o la construcción en sí, ni la interpretación que el psicomotricista
pueda darles. Muy al contrario, lo importante son las historias que los
acompañan y el lenguaje que los propios niños utilizan para
elaborarlas. El psicomotricista debe simplemente ayudar a cada niño a
que hable sobre su creación para que pueda darse el proceso de
descentración. Un “¿Me puedes contar la historia de tu dibujo?” puede
ser suficiente para que el niño se atreva a verbalizar lo que pasa por su
cabeza en el momento de dibujar, encontrándole un sentido a sus propias
producciones. Esta etapa exige un nivel todavía mayor de
simbolización, puesto que la expresión se ha liberado primero por
vía corporal, luego por el lenguaje de los otros, hasta llegar a hacerlo
mediante el lenguaje propio. Sin embargo, el mismo Aucouturier
advierte sobre la importancia de respetar el ritmo de cada niño, ya que si
se presiona en demasía esta simbolización, probablemente se obtengan
creaciones estereotipadas, muy contrapuestas a la descentración que
deseamos. Además sentencia que “una sesión de Práctica Psicomotriz
Educativa sin este segundo tiempo de expresividad resultaría una sesión
amputada, ya que no respondería ni a sus objetivos, ni al itinerario de
maduración psicológica que facilita el desarrollo y crecimiento de cada
niño”.
 RITUAL DE SALIDA
Esta última fase será variable en función de la edad de los niños, y
Aucouturier aconseja que después de los 3 años se reconozca
individualmente a cada niño llamándole por su nombre y dándole un
apretón de manos antes de salir de la sala, puesto que según él los niños
le dan mucha importancia a este gesto social de adultos. Por último, los
mismos niños deberían ser quienes recogieran la sala, dejando todo el
material de la misma manera que lo habían encontrado al entrar, puesto
que esta acción sería, de nuevo, una ayuda para la descentración;
aunque también reconoce que en algunos casos puede convertirse en una
excusa para reiniciar el juego…
ENTONCES, ¿CUÁL ES EL PAPEL DEL
PSICOMOTRICISTA?
Aunque pueda no parecerlo a simple vista, puesto que se apuesta por la
autonomía y la libertad de los niños dentro de la sala, el psicomotricista
tiene un papel fundamental en esta manera hacer y entender la
psicomotricidad. Los educadores transmitimos y educamos con cada
poro de nuestra fisionomía, no sólo cuando hablamos, sino también con
nuestra manera de estar, nuestros gestos y nuestras actitudes, y los niños
más pequeños son especialmente sensibles a todo esto, así como a los
cambios emocionales. Así que uno de los objetivos primordiales del
psicomotricista es aportar seguridad física a la actividad, ya sea por su
presencia, su mirada periférica que a todo está atenta, la propuesta de
normas o el propio acondicionamiento de la sala. Pero además debe
proporcionar seguridad afectiva, puesto que no debemos olvidar que
para los niños, la sesión no sólo entrañará diversión sino también
difíciles retos. Esta seguridad afectiva se transmite a través de la actitud
postural, de la empatía, de la capacidad para comprenderles aunque no
verbalicen lo que quieren que entendamos, pero también de la capacidad
de disfrutar realmente con ellos.
(Fuente de la imagen)
El psicomotricista debe acompañar la acción del niño, debe interactuar
sin invadir su autonomía. No se trata de estimular, sino de inducir y
favorecer tanto los juegos de segurización profunda como los de
segurización superficial, ajustándose a las acciones de los niños. El
psicomotricista debe reaccionar con gestos y palabras afectuosos, pero a
la vez firmes. También ha de saber dinamizar la comunicación y, por
supuesto, facilitar la resolución de conflictos, pero sólo facilitar, puesto
que son los propios interesados quien debe resolverlos. En definitiva, el
psicomotricista debe ser el adulto atento que acompañe al niño en su
proceso de maduración, acogiendo y valorando sus producciones, sus
dificultades, sus miedos, sus descubrimientos, su deseo, su placer y sus
emociones. ¿No os recuerda a un guía Montessori?
Os dejo con un ejemplo de sesión, aunque hemos de tener claro que se
trata de eso, sólo un ejemplo, porque cada psicomotricista que aplica esta
metodología la adapta a su manera de ser, de entender y de hacer las
cosas. ¿Has pensado ya cuál sería la tuya? ;)

Cualquiera que asista a una sesión de psicomotricidad en Educación


Infantil trabajada mediante esta metodología comprobará
prácticamente al instante el fomento de la autonomía y del respeto, o
el hecho de que se trata de sesiones muy completas en cuanto al
desarrollo de la motricidad, puesto que encontramos equilibrios, saltos,
coordinación de miembros o uso controlado de la fuerza por doquier,
pero ahora sabemos que la función de la sesión va mucho más allá.
Cómo me gustaría formarme en esta metodología… ¡qué pena que sea
tan caro! Tendré que conformarme con seguir leyendo libros y artículos
al respecto ;)

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