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Hegel

Introducción a la estética, 2a. ed.


Barcelona: Ediciones Península, 1973

Comenzamos por lo bello como tal. Pero esta idea, que es una, debe a continuación
diferenciarse, particularizarse a partir de ella misma, dando nacimiento a la variedad, a la
multiplicidad, a las diferencias, a las múltiples y diferentes formas y figuras del arte, pero que
se manifiestan como producciones necesarias.

Con más apariencia de razón, se podría objetar que las bellas artes son buena materia de
reflexión filosófica, pero en modo alguno pueden ser objeto de un estudio científico
propiamente dicho. En efecto, la belleza artística se dirige a los sentidos, a la sensación, a la
intuición, a la imaginación, etc.; forma parte de un campo distinto al del pensamiento, y la
comprensión de su actividad y de sus productos exige un órgano distinto al del pensamiento
científico. Otra de las sombras, en donde domina la idea, por la belleza artística es la libertad
de las producciones y las formas. Se podría pensar que con la creación y la contemplación de
las obras de arte nos libramos de las trabas de las reglas y los reglamentos; al huir del rigor de
las leyes y de la melancolía interior del pensamiento, buscamos la tranquilidad y la acción
vivificante de las obras de arte; cambiamos el reino de las sombras, en donde domina la idea,
por la serena y robusta realidad. Finalmente, las obras de arte tendrían su origen en la libre
actividad de la imaginación, mucho más libre que la de la Naturaleza. El arte no sólo tiene a su
disposición toda la riqueza de las formas naturales, en sus apariencias infinitamente múltiples
y variadas, sino que la imaginación creadora le hace aún capaz de exteriorizarse en
intenciones de las que ella misma es una fuente inagotable. En presencia de esta
inconmensurable plenitud de la imaginación y sus productos, el pensamiento, parece ser, no
debería tener el valor de citar al arte ante su tribunal para pronunciarse sobre sus obras y
encasillarlas bajo epígrafes generales. p.21

Nada más exacto: el arte crea apariencias y vive de apariencias y, si se considera la apariencia
como una cosa que no debe ser, se puede decir que el arte sólo tiene una existencia ilusoria y
sus creaciones son únicamente puras ilusiones.

Pero en el fondo, ¿qué es la apariencia?, ¿cuáles son sus relaciones con la esencia? No
olvidemos que toda esencia, toda verdad, para no quedarse en abstracción pura, debe
aparecer. Lo divino debe ser uno, debe tener una existencia que difiera de lo que nosotros
llamamos apariencia. Pero la apariencia misma está lejos de ser cualquier cosa inesencial; por
el * contrario, constituye un momento esencial de la esencia. Lo verdadero existe por sí mismo
en el espíritu, aparece en sí mismo, y está allí para los otros. Puede haber, por tanto, varias
clases de apariencia; la diferencia estriba en el contenido de lo que aparece. Si, por tanto, el
arte es una apariencia, hay una apariencia que le es propia, pero no una apariencia
simplemente.

Esta apariencia, propia del arte, puede, hemos dicho, ser considerada como engañosa, en
comparación con el mundo exterior, tal y como nosotros lo vemos desde nuestro punto de
vista utilitario, o en comparación con nuestro mundo sensible e interno. No llamamos
ilusorios a los objetos del mundo exterior, ni a lo que reside en nuestro mundo interno, en
nuestra conciencia. Nada nos impide decir que, comparada a / esta realidad, la apariencia del
arte es ilusoria; pero con la misma razón se puede decir que lo que nosotros llamamos
realidad es una ilusión más fuerte, una apariencia más engañosa que la apariencia del arte.
Llamamos realidad y consideramos como tal, en la vida empírica y en la de nuestras
sensaciones, al conjunto de objetos exteriores y a las sensaciones que nos proporcionan. Y, sin
embargo, todo este conjunto de objetos y sensaciones no es un mundo de verdad, sino un
mundo de ilusiones. p.31

Entre los seres civilizados, el hombre intenta realzar su valor por medio de la cultura
espiritual, pues únicamente entre los civilizados los cambios de forma, de comportamiento y
de cualquier aspecto exterior son productos de la cultura espiritual. La necesidad de arte
general tiene, pues, esto de ra cio n a l: que el hombre, al ser consciente, se exterioriza, se
desdobla, se ofrece a su propia contemplación y a la de los otros. Por medio de la obra de arte,
el hombre, que es su autor, intenta exteriorizar la conciencia que tiene de sí mismo. Es una
gran necesidad que se desprende del carácter racional del hombre, fuente y razón del arte,
como de cualquier acción y saber. Veremos más adelante en qué difiere esta necesidad del
arte, de actividad artística, de todas las otras actividades, la política y la moral, las
representaciones religiosas y el conocimiento científico. p. 69
Al examinar lo sensible con más detalle, tal y como existe para el hombre, se descubren dos
aspectos de esta relación. Lo sensible es objeto de contemplación, y de intuición. Como tal, no
se dirige al espíritu, sino a la sensibilidad. También dejaremos de lado la contemplación pura
y simple, después de haber añadido esto: el conocimiento puramente sensible es el peor, el
que conviene menos al espíritu. Consiste principalmente en mirar, oír, sentir, etc., así como en
los momentos de tensión espiritual muchas personas encuentran un descanso en permanecer
sin pensar en nada, escuchar a un lado y mirar a otro. Pero el espíritu no se limita únicamente
a la simple aprehensión por la vista y el oído. p.74

Puesto que, después de lo que se acaba de decir, r la tarea del arte consiste en hacer que la
idea sea accesible a nuestra contemplación bajo una forma sensible, y no bajo la del
pensamiento y de la espiritualidad puras en general, y que esta representación saque su valor
y dignidad de la correspondencia entre la idea y su forma, fundidas juntas e
interpenetrándose, la cualidad del arte y la medida en que la realidad que representa esté de
acuerdo con su concepto dependerán del grado de fusión, de unión, que exista entre la idea y
la forma. p. 120

Se puede, pues, decir que en esta tercera fase es la libre y concreta espiritualidad, tal y como
debe ser aprehendida por la interioridad espiritual, lo que constituye el objeto del arte, y el
arte romántico se fija como tarea ponerla en presencia de nuestras propias profundidades
espirituales, de confrontarla con nuestra propia espiritualidad. Al tener este objeto delante, el
arte no puede, pues, trabajar por !a simple contemplación sensible, sino que tiende a
satisfacer nuestra interioridad subjetiva, el alma, el sentimiento que, como partícipe del
espíritu, aspira a la libertad por sí mismo y sólo busca un sosiego en y por el espíritu. Este
mundo interno es lo que forma el contenido del romanticismo, y en su calidad de interno y
bajo la apariencia de esta interioridad, recibe su representación. Lo interior celebra su triunfo
sobre lo exterior, y afirma este triunfo negando todo valor a las manifestaciones sensibles.
p. 134

El arte se desarrolla, pues, como un mundo; el contenido, el objeto mismo está representado
por lo bello, y el verdadero contenido de lo bello es el espíritu. Es el espíritu en su verdad, es
decir, el espíritu absoluto como tal, lo que constituye el centro. Se puede decir, incluso, que
esta región de la verdad divina que el arte ofrece a la contemplación intuitiva y al sentimiento
constituye el centro del mundo dél arte entero, centro representado por la figura divina, libre
e independiente, que ha asimilado completamente todos los lados exteriores de la forma y de
los materiales, haciendo de ellos la perfecta manifestación de ella misma. p.135

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