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El modo popular de ver la relación entre paciente y psicólogo es un diván, al estilo del
psicoanálisis: el paciente habla y va ahondando en sus propios recuerdos. Guiado por
oportunas pero muy breves intervenciones del terapista, escarba en sus propias
motivaciones y miedos, confiesa cosas que le hubiera gustado vivir, tener o disfrutar,
elabora sus propias teorías y las critica, da rienda a muchos sentimientos que quizá
estuvieron allí por años enteros.
Todo esto puede ser tremendamente sanador y de hecho ha traído mucha salud a
mucha gente, aunque por supuesto no está exento de reparos.
Ahora bien, si tanto el que escucha como el que habla tienen clara conciencia de los
límites del pensamiento humano, y esto es ya empezar a conocerse, la citada objeción
puede superarse, por supuesto. Y de hecho, yo pienso que una versión aun cuando sea
simplificada del psicoanálisis será siempre necesaria en la tarea del conocimiento de sí.
Otros incluso han relacionado este empalme con el pasado con las teorías de la
reencarnación. Para ellos, el conocimiento de sí mismo se resuelve en una secuencia de
vidas que, a lo largo de los siglos, componen una sola secuencia. Es sorprendente el
número de cristianos que creen ingenuamente que su fe es compatible con este tipo
de enseñanzas. No faltan los testimonios de quienes afirman que sólo han llegado a
"conocerse" cuando han podido saber que en otra vida fueron una princesa
encarcelada o un legionario romano.
Salvo el Zodíaco, creo que algo bueno puede sacarse de casi cualquier clasificación
seria de personalidades humanas, y desde este enfoque propondremos algo más
adelante en la presente obra. Sin embargo, ninguna tipología o clasificación es
perfecta y ello significa que hay un riesgo en equiparar conocimiento de sí mismo y
estudio de la personalidad.
Además, hay clasificaciones que, aun siendo útiles y sugestivas, se han visto
entremezcladas con elementos esotéricos o suposiciones gratuitas que en realidad no
ayudan a aclarar sino a oscurecer las cosas.
Estoy pensando en particular en el llamado Eneagrama, un sistema de clasificación en
siete o en nueve "grupos" a las personas. Una página web típica sobre esta doctrina
habla de las siguientes "tipologías": Lunar, Venusino, Mercurial, Saturnino, Marcial,
Jovial, Solar. No se trata sólo de juegos de palabras, pues luego se sacan conclusiones
de esta clase: el tipo "Marcial" tiene atracción hacia el "Venusino" y repulsión hacia el
"Mercurial." No es difícil ver que estas indicaciones, si uno las toma en serio, ya no
están tanto ayudándonos a conocer sino indicándonos cómo actuar. La impresión al
final es que el ser humano tiene destinos marcados y que es lo escrito en ese destino
lo que uno estaría tratando de conocer cuando se conoce a sí mismo. Esta idea, venga
de donde viniere, es incompatible con nuestra fe cristiana y es un notable
empobrecimiento en la noción de ser humano.
Resumiendo: bueno usar palabras y recuerdos pero no hasta el punto de confiar sólo
en el poder explicatorio de la razón ni mucho menos hasta el punto de imaginar
reencarnaciones o cosas parecidas. Bueno también conocer de tipos de personalidad
pero no hasta el punto de encarcelarnos en una tipología o creer que ya hay un
destino marcado de repulsiones o de compatibilidades