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Que el placer y el bien no son idénticos, que no pueden ser identificados como han intentado

hacer ciertas corrientes filosóficas, es una de las ideas centrales que Lacan intenta plantear. La
postura de las corrientes mencionadas sería, a grandes rasgos, que aquello que nos provoca
placer es el bien, mientras que el mal nos produciría displacer.
Lacan nos dice que Freud se distancia de esto ya que lo que puede palpar en la clínica, en la
experiencia psicoanalítica, es una refutación a dicha postura. Ya desde los inicios, en el Proyecto,
Freud plantea una primera vivencia de satisfacción. Cuando la necesidad vuelve a surgir, la
tendencia principal del organismo conduce a la alucinación. Esto ya se contrapones al hedonismo
del cual veníamos hablando. “El deseo ignora el principio mismo de su satisfacción”. No se le
plantea una diferencia entre la satisfacción mediante la alucinación o la satisfacción real, ya en
esto vemos cuan lejos está Freud de dichos filósofos.
En esta perspectiva, y si es cierto que el organismo quiere su propio bien, es claro éste puede
llevarlo a su propia aniquilación.
Por otro lado, lo que se desprende de la experiencia clínica, que es de donde Freud siempre parte,
es que la posición del sujeto frente al deseo es angustiante. Si algo se plantea como en
contraposición a las psicoterapias y a los “autoayudistas”, léase Claudio María Domínguez por
ejemplo, es que justamente al sujeto se le presenta una gran complicación al momento de
ubicarse en conformidad con su deseo.
El bien se nos presenta como en una duplicidad. Por un lado tenemos el “amar al prójimo como a
ti mismo”; por otro lado tenemos los “bienes”.
Freud en el malestar en la cultura nos plantea que este reclamo ideal de amar al prójimo se nos
plantea con extrañeza. ¿De qué me valdría hacer eso? ¿Cómo llevarlo a cabo? El amor es algo
valioso para mí ¿porqué desperdiciarlo sin pedir nada a cambio?
Por otro lado, los bienes nos ponen un tope a nuestro deseo, aparecen como una distracción hacia
el camino de nuestro propio deseo. Los bienes son una barrera a nuestro propio deseo.
Dice lacan que las necesidades del hombre se alojan en lo útil, y la función del bien opera como
valor de uso, bajo la lógica utilitarista de "el máximo de utilidad para el mayor numero", pero en
realidad existe algo que le antecede a esta función utilitarista y al valor de uso de ese bien
producido, le existe su utilización de goce. Es acá donde la cuestión de los bienes se moviliza
desde una función simbólica de valor de uso a una dimensión de poder en la dimensión real, que
esta en relación al goce:" el bien no esta al nivel del uso del paño, el bien esta al nivel del hecho
de que un sujeto pueda disponer de el. "El dominio del bien es el nacimiento del poder".
Concluirá que la verdadera naturaleza de la disposición de los bienes es el derecho de privar al
otro de ellos.
Lacan plantea que lo bello es una barrera al deseo, de la misma forma que los bienes. Lo bello, la
belleza, de alguna manera frena este deseo ya que lo bello se plantea como inabordable para el
sujeto.
Lo bello produce un efecto de intimidación con respecto al deseo. Lo bello radica en la
consistencia de una unidad imaginaria. No funciona en términos de belleza sino en términos de
un ideal, es con lo que el fantasma se organiza. El fantasma es un no-toquen-lo-bello.
Por último parece conveniente recordar que el deseo es el deseo del Otro, uno no tiene deseo
propio. El análisis puede hacer que se produzca un corte, que nos separemos de la alienación al
deseo del Otro y de esta manera lograr que aparezca algo de un deseo propio. Desde el deseo de
reconocimiento, al reconocimiento del deseo.
Ya dijimos que el deseo implica la destrucción, por algo se lo reprime. En el camino del deseo no
todo es de color rosa. No tenemos certeza de que nuestro deseo nos lleve a la felicidad, pero
estaríamos orientados al menos.

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