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Este texto, al igual que el conjunto de la obra, está redactado en forma de crónica
periodística (la profesión de García Márquez era, no olvidemos, la de periodista). El objeto
de este subgénero periodístico es el de exponer de manera detallada una noticia acaecida
en el pasado, es decir, desprovista de actualidad, lo que diferencia a este subgénero de la
noticia. Para ello, el autor, en este caso, se sirve de la descripción de cómo eran los
orígenes de una de las protagonistas de la novela, Ángela Vicario, porque estos datos
descriptivos nos van a servir para tener una imagen clara y objetiva de cómo es la familia:
“su madre había sido maestra de escuela”, “las dos hijas mayores se casaron muy tarde”,
etc. El autor trata de ser objetivo en la exposición de los hechos (para ello se ayuda de la
tercera persona narrativa, como se aprecia en los ejemplos anotados), relatando con
frialdad y claridad los datos familiares de Ángela, pues no se aprecia ningún léxico
valorativo que refleje la opinión del autor, aunque en alguna ocasión se aprecia algún
rasgo subjetivo, como cuando dice que su madre, Purísima, se había casado “para
siempre”, lo que, como veremos, ya nos da una pista acerca de la sociedad machista en
que se desarrollan los acontecimientos. La reproducción de frases en estilo directo, como
“Parecía una monja”, actúa como dato de realismo (¿posible argumento de dato?), al igual
que si se tratara de un verdadero texto periodístico, pues nos deja las mismas opiniones
tal cual fueron dichas por los personajes, sin la aparente intervención del escritor, simple
cronista de los hechos.
Que el escritor no opine sobre la calidad moral o social de los hechos que narra no implica
que nosotros no debamos hacerlo. García Márquez, en su cualidad de escritor y periodista,
nos relata unos hechos que a nosotros, lectores del siglo XXI, nos parecen una auténtica
barbaridad. Esta sociedad descrita en el fragmento, machista, y por ello profundamente
determinista, lo que nos recuerda en parte a las doctrinas del Naturalismo literario del siglo
XIX, establece que las personas ya tienen asignado un papel desde el mismo momento de
su nacimiento. Las mujeres vienen al mundo para casarse y para sufrir, no existe margen
de maniobra, todo está determinado “para siempre”, como dice el autor. Y los hombres
están para ser hombres. Hoy día, esta situación parece casi tercermundista, aunque aún
hay estratos sociales en los que se sigue llevando esta clasificación de roles según el
sexo, así como también el respeto a un luto “aliviado” en casa y “severo en la calle”
(respeto que, como deja claro el autor, no se estilaba ya en todas las mujeres de la época,
lo que hunde aún más a nuestras protagonistas en una sociedad sin salida). Entre otras
cosas, es tercermundista porque una sociedad así limita la libertad del ser humano, no
deja ninguna posibilidad de crecimiento personal o profesional más allá de lo que se
asigna desde el nacimiento. En otras palabras, se le castra su libertad de elección y de
vida. Y, en nuestra sociedad, como hemos afirmado antes, hay grupos en los que se deja
muy claro lo que va a ser cada uno, como en la etnia gitana, pero también en grupos
rurales alejados de la ciudad y con poca densidad de población. Es decir, en nuestro
tiempo somos testigos de grupos sociales en los que ya desde el nacimiento no hay
libertad, y esto es una aberración contra la naturaleza del ser humano.
Al tratarse de una obra literaria, no encontramos medidas concretas, pues una obra de arte
se caracteriza no por lo concreto sino por lo sutil. De hecho, que García Márquez escriba
un relato así es ya una feroz denuncia de la sociedad de su tiempo, y casi de la sociedad
actual en muchos estratos sociales de la misma. Yo podría aportar la educación, clave
para construir una sociedad libre y autónoma, como manera de erradicar esto, pero ya el
autor deja aquí un fortísimo manifiesto contra los cánones sociales desfasados de la
Colombia rural de su tiempo, lo cual tiene valor universal pues es aplicable a cualquier
sociedad moral y restrictiva.
Conclusión.