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CARTA ABIERTA A LA IGLESIA CHILENA

Ay iglesia Chilena, yo soy tú. Hijo tuyo, nacido en la fé en Coronel, criado en Coronel.
Lucho con la fe de mis padres: Ethel, Romelio, San Pablo, Abraham. Hemos nacido de una
historia de gloria y vergüenza. De la cruz a la inquisición, de la esclavitud a los derechos
civiles. Sí, esta iglesia de triunfo y fracaso es mi familia: torpe, hermosa y fatalmente
imperfecta. No tengo piedras que lanzar, después de todo, solo soy humano y me equivoco
más que todos.

Por lo tanto, permíteme empezar con una confesión: he pecado y he sido hallado falto.
Confieso que tiendo al fracaso. Mi corazón se siente atraído por naturaleza hacía los bajos
deseos del orgullo, la lujuria, la violencia y la ambición. Confieso que el evangelio que he
heredado no me pertenece a mí ni a Chile. Más bien nosotros, las personas, las almas
humanas, pertenecemos a este evangelio de paz.

Confieso que nos hemos enfriado. Que hemos perdido de vista a nuestro Verdadero Amor.
Y juntos hemos olvidado la cruz: el amor sacrificial del Único que nos llama a ir y hacer lo
mismo. ¡Ay, iglesia Chilena! Yo soy tú y tú eres yo. Y juntos nos hemos vuelto criticones,
cruzándonos de brazos y cerrando nuestras puertas. ¿Hemos olvidado que una vez nosotros
fuimos los espectadores que observábamos desde fuera? ¿Hemos olvidado que nuestra
salvación es un regalo, que tan solo somos mendigos alegres a la puerta del que nos ha dado
el regalo?

Ay iglesia, ¿dónde está nuestro amor? Cristo eligió morir por los marginados y los pobres,
los enfermos, los necesitados y los quebrantados. ¿Acaso no están esperando por nosotros
aquí en Chile el día de hoy? ¿Esperando que las manos y los pies de Cristo les acepten tal y
como son? ¿Y quiénes son las manos y los pies de Cristo sino tú y yo, la iglesia? Nosotros
que hemos recibido tal gracia, ¿dónde está nuestra misericordia?

Como ciudadano, tienes derecho a votar. A echar tu papeleta. A levantar tu voz. A Dar al
César lo que es del César. Pero tú lucha no es contra sangre ni carne. No. Las personas a las
que les estás gritando son personas heridas, quebrantadas, con esperanza, personas como tú.
Recuerda: el gobierno puede servir y proteger “por la razón o la fuerza”. Pero no puede
amar. Solo las personas podemos. Tú y yo. ¿Razón o Fuerza? Sí. Pero ningún sistema
burocrático puede amar al prójimo.

Tu trabajo y el mío tienen una descripción inalterable: amor por nuestro creador y amor por
nuestro prójimo. No dejes que los gritos y el miedo te distraigan. Escucha la voz susurrante.
Preocúpate por el enfermo, el anciano, el desesperanzado, el quebrantado. Ama al
marginado, al desencantado. Lucha por ellos. Camina tomado de su brazo.

¿Te sorprende que nuestro mundo sea imperfecto? ¿Te sorprende que el poder humano esté
corrompido por los humanos? Sí, hay muchas frustraciones en el ámbito político, y, sin
embargo, la viga sigue en mi ojo. La rabia, el odio, la lujuria, el miedo, la ambición… esta
es la oscuridad que vive en mí. Esta es la basura que tengo que sacar a diario, mi entrega
diaria. Y este trabajo tiene muy poco que ver con quién está en el poder.
¿Quién es mi prójimo? Aquel que me necesita. Esta es la verdadera religión: cuidar de los
necesitados. Sin embargo, nosotros (tú y yo y el resto de la iglesia Chilena) no somos
reconocidos por nuestro amor. No, se nos conoce por ser condenatorios, cerrados de mente
y pretenciosos. ¡Para nuestra vergüenza! Amigos míos, no podemos solo seguir amando a
los que comparten nuestra apariencia, que hablan como nosotros, que creen lo mismo que
nosotros y que actúan como nosotros. Debemos extender nuestra mano a esos que están en
desacuerdo con nosotros. Ama a tu enemigo y ora por los que te persiguen. Vivamos una
vida merecedora del amor sacrificial que hemos recibido.

Yo leo el evangelio así: ninguno lo merecemos. Ninguno de nosotros se ha ganado el


derecho de llamarse cristiano. No, es solo por su gracia. Lo cual significa que los asesinos
del corredor de la muerte son tan merecedores del amor de Dios como yo. ¿Y tal vez no
estás de acuerdo conmigo? ¿Quizás piensas que este tipo de amor va demasiado lejos, que
Cristo no murió por todos por igual? Puede que tengas protestas válidas a todo lo que he
dicho. Puedes insultarme incluso. Llamarme insensible, frío, cínico y hastiado del mundo.
¡Y puede que tengas toda la razón! Afortunadamente para mí, soy tu prójimo. Tu trabajo es
amarme. Tu trabajo es darme un vaso de agua. Darme un lugar para dormir. Darme una
comida caliente.

¡Ay iglesia!, ¿quién nos ha cegado? Ten en cuenta algo, no es tu odio el que te hace
semejante a Dios. Ni tu miedo. No es tu retórica política usada una y otra vez en los
medios. No. Es tu amor el que te hace semejante a Dios. Tu perdón, tus brazos abiertos. Es
tu abrazo misericordioso a los heridos, a los quebrantados, a los maltratados. El reino de los
cielos está esperando en las heridas que nos rodean. En el diálogo. En los refugios de los
que no tienen hogar. En los ojos de alguien que no piensa como tú.

Esta es la sangre que corre por nuestras venas: la sangre del Creador. Nuestra fuerza no está
en el control ni en el poder. Ni en nuestra violencia o destrucción. No. Fuimos hechos a la
imagen del creador, y en nuestro intento de creatividad y amor es que nos parecemos al
Padre del cielo. Nuestro deber es amar con el amor sacrificial del propio Cristo. Tenemos
una deuda que sigue en pie: amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

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