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REBELIÓN
por David Sanguino
Prólogo

Hace treinta años, se produjo uno de los eventos más catastróficos de la humanidad.
Mientras la e Guerra Mundial estaba en curso, comenzaron a surgir infinidad de portales en
todos los puntos de la Tierra. Estas puertas, que comunicaban con otra dimensión, trajeron al
planeta unas bestias conocidas por el nombre de Sombras, que en plena contienda arrasaron con
ciudades e incluso países enteros.
Sin embargo, siete amigos, normales y corrientes, se convirtieron en los héroes de la
humanidad cuando se embarcaron en la misión de encontrar las Reliquias: poderosas armas y
armaduras que les permitirían acabar con el peligro que acechaba el planeta. A pesar del
esfuerzo, el tiempo y el sacrificio que necesitaron, finalmente consiguieron su objetivo y se
hicieron con las Reliquias. Con estas en su poder, viajaron a la dimensión de las sombras y
consiguieron acabar con los monstruos y su líder, Decanor. Aun así, el precio a pagar fue muy
caro.
La Tierra quedó destruida, y la población mermó enormemente. Apenas quedó nada de lo
que los humanos habían conseguido hasta entonces. Se vieron obligados a quedarse en la nueva
dimensión, y crear un nuevo hogar para ellos. Se asentaron en las ruinas de Erisea, donde se
encontraba el Templo Celeste: el lugar donde los héroes derrotaron a Decanor. Gracias a que
Erisea era un enorme territorio, con una ciudad envidiable; y con ayuda de las Reliquias, se
restauraron los edificios y se devolvió al lugar su antigua gloria.
Los siete héroes se convirtieron en los líderes de lo que quedaba de la humanidad, y
organizaron la política y la economía con el único objetivo de lograr lo que hasta entonces nadie
había conseguido: una sociedad pacífica y justa, donde todos tuvieran unos recursos mínimos y
pudieran crecer y dedicarse a lo que quisieran. Tenían nuevos problemas a los que enfrentarse,
como los licántropos, vampiros y magos oscuros. Eran humanos alterados por la magia de las
Sombras, pero seguían manteniendo la cordura a pesar de su poder y peligro. Con el tiempo,
lograron encajar entre el resto de las personas y pasaron a ser algo normal.
Gracias al poder de las Reliquias, los héroes también adquirieron el don de la inmortalidad,
de manera que no envejecían con el paso del tiempo. Sin embargo, sí seguían siendo mortales
frente al peligro. De esta manera, pudieron mantenerse como gobernadores de Erisea durante
treinta años.
Con los años, el país comenzó a crecer y desarrollarse. Alrededor de la enorme capital
comenzaron a surgir varias ciudades, y la sociedad se organizó en función de las habilidades y
aptitudes de sus ciudadanos, para ser más productiva y adecuada a sus necesidades. De esta
manera, se crearon los Enclaves, ciudades satélite de Erisea, las cuales se especializaron en
diversos oficios y habilidades y quedaron a cargo de héroes concretos. Mientras tanto, también
aparecieron numerosas personas que preferían la tranquilidad y la libertad de la naturaleza a la
aparecieron numerosas personas que preferían la tranquilidad y la libertad de la naturaleza a la
organización de la ciudad, y se asentaron en pequeñas comunidades por todo el país. Destacaron
aquí especialmente los licántropos, que se agruparon en manadas.
Finalmente, Erisea terminó consistiendo en una capital comunicada con seis Enclaves:
- El Enclave del Coraje, bajo el mando de Mario, héroe que recibió la Armadura del Coraje.
Gracias a ella, recibió la fuerza y el valor necesarios para enfrentarse a cualquier necesidad. En
esta ciudad se encuentran los exploradores, aventureros y mercenarios que exploran el peligroso
territorio más allá de las fronteras de Erisea o aceptan complicados encargos de otras personas.
- El Enclave de la Destrucción, donde gobierna Lucas, el héroe de la Armadura del
Destructor, con la que adquirió una fuerza y poder incomparables. En esta ciudad se encuentran
casi todas las industrias importantes, así como instalaciones de armamento de asedio. También
es el hogar de las Academias de Instrucción de Magos Oscuros y Licántropos, para que aquellos
que posean estos dones puedan aprovechar su poder en la batalla.
- El Enclave de la Destreza, con Martín como líder, cuya Armadura de Destreza le permitió
usar la espada con enorme agilidad y habilidad. Aquí se encuentran los artesanos, las forjas y las
federaciones de deportes. También se encuentran aquí las Academias de Instrucción de
Vampiros, Asesinos y Espadachines; donde sus miembros adquieren reflejos, destreza y
habilidad en el combate.
- López es el gobernador del Enclave del Arquero, quien gracias a su Reliquia pudo utilizar
el Arco Rúnico, cuyo poder mágico le aportaba un gran poder y utilidad. En este Enclave se
encuentra el gran Bosque de Galta, donde habitan los cazadores y las presas que suponen la
principal fuente de carne de Erisea. Es, a su vez, el lugar de las Academias de Instrucción de
Tiradores encontrando desde arqueros hasta soldados y francotiradores.
- El Enclave del Defensor tiene a Diego de líder, quien guarda la Armadura del Defensor,
capaz de resistir cualquier daño y protegerse tanto a él como a sus aliados del peligro. Aquí
están la Academia de Caballeros de Erisea, donde se encuentran los principales miembros de su
ejército, equipados con fuertes e imponentes armaduras. También es el lugar donde se encuentra
la mayoría de constructores y restauradores, así como los juzgados y la guardia de élite.
- Por último, encontramos el Enclave de la Ciencia. En él se encuentra David como
gobernador, con su Armadura del Cazador, un traje de alta tecnología especializado en el sigilo,
la potencia y la velocidad. Es el lugar donde se encuentran los principales científicos e
investigadores, diseñando armamento, informática, vehículos y demás tecnología. También
posee una Cúpula Geológica, donde se encuentran los cultivos y los centros de investigación de
la flora de Erisea. Este Enclave guarda una gran relación con los demás, pues es el que diseña la
mayoría de armas y dispositivos que posee el resto.
Mientras tanto, en la capital se encontraba Iago, el principal líder del país. Gracias a su
Armadura del Líder, fue capaz de levantar la moral de sus aliados y de elaborar complejas
estrategias que les llevaron a la victoria. El centro de Erisea albergaba el Santuario Celeste, las
instituciones de gobierno y los mayores órganos de comercio y transporte, así como los centros
de comando del ejército.
Con los años, Mario y Diego renunciaron a su puesto de líderes y pasaron a una vida más
tranquila como ciudadanos; dejando su puesto y sus Reliquias a Gonzalo y a Jose,
respectivamente.
A pesar de que Erisea era un país centrado en buscar la paz y el bienestar, pero sus líderes
sabían que no iban a durar así mucho tiempo. Desde la caída de Decanor, el Santuario Celeste
albergó una profecía en sus paredes, la cual afirmaba que la humanidad no tardaría en volver a
albergó una profecía en sus paredes, la cual afirmaba que la humanidad no tardaría en volver a

enfrentarse a las Sombras. Es por ello que el país creó un enorme ejército de defensa para
protegerse frente a cualquier posible amenaza.
Sin embargo, nadie estaba preparado para lo que realmente llegaría: hace diez años, el
Santuario Celeste quedó cubierto de unas raíces negras, y la profecía que mostraba cambió. El
mensaje que mostró era completamente inesperado: Los héroes que lideraban Erisea se
convertirían en sus tiranos, propiciarían el retorno de las Sombras, y amenazarían con destruir lo
que quedaba de humanidad y con su propio pasado. Sin embargo, surgirían nuevos héroes, con
la Marca Oscura, que regresarían a la Tierra y la devolverían a su antigua gloria.
En cuanto se descubrió su significado, el mismo Iago pidió destruir el mensaje y que su
contenido jamás saliera a la luz. Solo se mantuvo un conjunto de símbolos y grabados, los cuales
podrían desvelar el contenido del libro que los héroes recuperaron al acabar con Decanor. A
pesar de que así se hizo, de alguna manera el mensaje salió a la luz y recorrió toda Erisea como
un rumor. Aunque Iago intentó desmentirlo, parte de la población no creyó sus palabras.
Tras este acontecimiento, pasaron los años y los líderes fueron cambiando lentamente. El
Santuario Celeste, que se encontraba corrupto, fue alterando y oscureciendo el corazón de
aquellos héroes que pasaban tiempo en sus cercanías. De esta manera, a excepción de Jose y
David, que apenas viajaban a la capital, el resto de los héroes fueron cambiando, perdiendo la
moral y aumentando su sed de poder. Comenzaron a desconfiar de que sus ciudadanos se
levantaran contra ellos, e implantaron duras medidas contra aquellos que creyeran en el rumor
de la profecía. Aumentaron la seguridad, impartieron duras restricciones para mantener a la
gente controlada y utilizaron el miedo como arma de sumisión.
A causa de estas mismas medidas, los ciudadanos comenzaron a creer cada vez más que el
rumor efectivamente era cierto, y comenzaron a surgir rebeldes frente a las medidas de sus
líderes. En un principio, se manifestaban de manera pacífica; pero con los duros castigos que les
eran impartidos se ocultaron y comenzaron a planear escaramuzas y guerrillas frente al
gobierno. Por otro lado, Iago y sus aliados, para controlar a los rebeldes, llegaron incluso a
instalar enormes murallas alrededor de los Enclaves y la ciudad, y prohibieron estrictamente
salir de sus fronteras. Mientras, enviaron partidas para acabar con los asentamientos de personas
que vivían fuera de la ciudad desde hacía ya años, lo cual fue la causa de muerte de miles de
humanos, vampiros, magos y, sobre todo, licántropos.
Una inmensa parte de la población se mantuvo fiel a Iago gracias a su Reliquia, la Armadura
del Líder, que le permitía manejar la voluntad de gran parte de sus ciudadanos a su antojos,
especialmente a los que eran solo humanos (a excepción de los demás líderes).
Durante todo ese tiempo, los magos oscuros del Enclave de la Destrucción descifraron el
contenido del libro de Decanor, hasta nuestros días. La investigación del libro solo era conocida
por los líderes, pero Iago era el único que recibía información de sus resultados.
Mientras que los gobernantes de Erisea se transformaban en sus propios enemigos, solo dos
de ellos se mantenían a salvo de la profecía: David y Jose, pues eran los únicos que apenas
pasaban tiempo en la capital. Mientras que el alma de sus compañeros se corrompía por la
acción del Santuario, ellos permanecían ocupados con sus tareas en sus hogares. Jose, por su
parte, estaba muy ocupado arreglando los problemas del Enclave del Coraje; pues desde que se
levantó la muralla, los aventureros y exploradores de Erisea tenían terribles complicaciones para
hacer su trabajo. Por otro lado, David prefería permanecer en el Enclave de la Ciencia
desarrollando su proyecto para crear una armadura similar a su Reliquia. Cuando, después de
uno o dos años, David descubrió lo que les estaba sucediendo a sus compañeros, contrató la
uno o dos años, David descubrió lo que les estaba sucediendo a sus compañeros, contrató la

ayuda de espías para recibir información sobre la investigación del libro de Decanor, y así
enterarse de lo que estaba pasando. Con el paso del tiempo, vio que el libro relataba que el
Santuario Celeste se corrompía cada cierto tiempo, oscureciendo el corazón de quienes
poseyeran las Reliquias y se encontraran cerca del lugar. De la misma manera, también recibió
información de que el libro mostraba la existencia de un mundo subterráneo bajo Erisea, y un
ritual que permitía abrir portales a otras dimensiones en ese lugar. Sin embargo, no pudo recibir
información muy concreta acerca de las intenciones de Iago.
En las reuniones que iban haciendo los líderes, David comprobó que Jose era el único que
no había caído bajo la corrupción del Santuario, e intentó contactar con él sin que los demás
descubrieran sus comunicaciones. Le explicó lo poco que sabía del libro y lo que estaba
pasando, pero no pudo hacer mucho más. Jose tenía muchos problemas en su Enclave, y no
poseía suficientes recursos como para investigar o comunicarse de manera segura por él mismo.
Cuando todo iba a peor, y el libro estaba casi descifrado por completo, David estableció
comunicaciones con la Rebelión, y les intentó ofrecer información y apoyo mutuo, pero estos
rechazaron por desconfianza. David también era un héroe más y podía estar engañándoles para
desvelar su posición a los demás líderes.
Desde entonces, David instaló con ayuda de sus compañeros de mayor confianza una
instalación subterránea bajo su hogar en el Enclave. Utilizó unos cuadros que había pintado él
mismo como mecanismo de entrada secreto, y comenzó a desarrollar una armadura y
dispositivos de alta tecnología. También diseñó un vehículo de combate, un mapa holográfico y
una base de datos con toda la información disponible para la guerra que se avecinaba, si no
había llegado ya. Quería estar preparado para ese momento.
I

David, Tren 164, Ruta 26 (Enclave de la Ciencia - Santuario Celeste)

Me encuentro sentado en un lujoso asiento de cuero del tren, leyendo en mi tablet las últimas
noticias de Erisea. Hace ya mucho que no me preocupo demasiado por el resto de los Enclaves,
sobre todo mientras me he estado dedicando casi a tiempo completo a diseñar una nueva
armadura para mí. Desde que estoy al tanto de la investigación del libro de Decanor, soy
consciente de que seguramente pierda la Reliquia y con ella gran parte de mi utilidad.
Efectivamente, soy uno de los héroes más débiles. Sin mi Armadura del Cazador, no tengo
ninguna oportunidad en combate; al contrario que mis compañeros, que entrenan su habilidad
casi a diario.
Iago, hace unas horas, me ha llamado urgentemente para que viaje al Santuario con la
Reliquia. No me ha explicado el por qué, pero no me hace falta. Sé que sus investigadores ya
han descifrado el libro de Decanor, y sea lo que sea que diga, Iago ya ha trazado un plan y yo
formo parte de él. Se acerca el momento en el que todo se acabará para mí, pero no me he
podido preparar todo lo bien que me gustaría. Todo ha ocurrido demasiado rápido, y he tenido
que salir con tanta urgencia del Enclave que apenas he cogido lo necesario. LLevo, aparte de la
Reliquia, que está guardada bajo custodia en otro vagón, una maleta con mi ropa y un maletín
con varios dispositivos y armas.
En el fondo, tengo algo de miedo. Hasta ahora, mi vida, a pesar de la rebelión y la tensión en
las calles, había consistido en quedarme en mi Enclave diseñando y desarrollando mi refugio y
mi equipamiento con ayuda de mis drones de fabricación. Vivía sin muchos problemas, a pesar
de que me siento mal por no poder haber ayudado más a mi gente frente a la tiranía de mis
compañeros, pero no he podido hacer nada. Llevo años esperando y, a la vez, deseando que no
llegase este momento. Pero sé que, dentro de poco, ya no seré uno de los líderes de Erisea.
No sé si podré entrar en la Rebelión, si me quedaré marginado o si moriré. Pero no voy a
traicionar a la humanidad que llevo defendiendo desde hace treinta años.
Repentinamente, mientras estoy ensimismado en mis recuerdos, vuelvo a la realidad y me
doy cuenta de que estaba leyendo las noticias. Antes de continuar, miro un segundo por la
ventana, para observar en qué punto del trayecto me encuentro ahora mismo. Además, me gustan
los viajes en tren que conectan con el Enclave de la Ciencia, porque al ser submarinos puedo ver
la enorme profundidad del mar desde dentro.
Ya puedo ver, a lo lejos, el muro de roca que separa la playa de Erisea del abismo marino.
Eso significa que ya queda muy poco para llegar a mi destino. En no mucho tiempo, entraremos
en un túnel subterráneo para pasar por debajo de las calles de la capital de Erisea, hasta llegar a
la Estación Central. Es decir, que dentro de poco apenas se verá nada a las afueras del tren.
Una vez dejo de observar el agua, vuelvo la vista para leer las noticias. En un principio, no
veo nada interesante. Es lo mismo de siempre: tiroteos entre rebeldes y patriotas,
manifestaciones, inflaciones en el mercado, problemas en el Enclave del Coraje… Por
desgracia, todo sigue igual. Hasta que, de repente, leo algo que me intriga: “El antiguo héroe,
Mario, ha sido avistado entre las fuerzas rebeldes…”
Cuando voy a leer más acerca del titular, la oscuridad comienza a inundar el tren, que
permanece iluminado tan solo por las luces de su interior. Ya hemos entrado en el túnel
subterráneo. Al principio, cuesta un poco habituar la vista; pero termino volviendo a leer la
noticia, curioso por lo que acababa de ver. Si Mario, un antiguo héroe, pertenece a los rebeldes,
quizá yo también pueda unirme a ellos. Aunque ya rechazaron hablar conmigo hace algunos
años.
Mientras voy descendiendo por el texto de la página, no encuentro más que declaraciones de
guardias de Erisea en un asalto al Centro de Comunicaciones. Solo encuentro algunas fotos de
una persona parecida a Mario, pero que no puedo distinguir con claridad. Mi decepción aumenta
progresivamente conforme avanzo en la noticia. No es más que un mero confrontamiento con
los rebeldes donde se ha visto a alguien parecido a Mario. Siento curiosidad por saber qué ha
sido de él desde que se marchó de su Enclave. Nadie le ha visto en ninguna ciudad desde
entonces, y es bastante probable que se marchara fuera antes de que se pusieran las murallas.
Solo espero que no sea así. No quiero sufrir una carga de conciencia si él formaba parte de los
asentamientos de las afueras de Erisea… Tuve que hacer algo de lo que me arrepiento mucho.
Sin embargo, no tardo mucho en olvidar lo que estaba pensando cuando el tren sufre un
repentino frenazo. Es tal el golpe que salgo disparado hacia delante, y tengo que agarrarme a la
mesa para no terminar rodando varios metros por el pasillo central. Cuando me recompongo,
veo por la ventana cómo, a pesar de la oscuridad, saltan chispazos de los raíles que iluminan
levemente la gruta por la que estoy viajando. El tren se va deteniendo poco a poco, hasta
terminar completamente parado. Me levanto del todo y pregunto a uno de los guardias qué ha
ocurrido. No tiene ni idea. Me dirijo al conductor para aclarar mis dudas, pero también se le ve
muy sorprendido.
Le pregunto si ha podido ser una roca o algo que obstruyese el camino, pero me dice que no
porque los sensores de obstáculos habrían dado la alarma. No entiendo nada de lo que está
pasando hasta que, por los vagones más atrasados del tren, comienzo a escuchar tiros y cristales
rompiéndose. Veo como los soldados más cercanos a mí reciben llamadas y preparan sus armas,
mientras algunos se quedan defendiéndome, apuntando a la puerta. Pregunto a uno de ellos
quién nos está atacando, aunque en el fondo ya lo sé: los rebeldes.
No sé cómo han podido enterarse de mi viaje al Santuario, pero si nos están atacando deben
estar bien informados. Los viajes de los líderes de Erisea siempre se mantienen en secreto y con
mucha seguridad, así que un asalto así tiene que estar bien preparado para atreverse a hacerlo.
Después de aproximadamente uno o dos minutos de tiros y gritos, el tren comienza a
moverse de nuevo sin que el conductor haga nada. Cuando alcanza una velocidad decente, se
comienzan a escuchar explosiones en los vagones traseros. Los soldados que me protegen
reciben un mensaje y me avisan de que los rebeldes han separado el vagón que contiene la
Reliquia del resto del tren.
No hace falta que me digan nada para saberlo: si no me hago con mi armadura, los rebeldes
se harán con ella. En un principio, tampoco supone un gran inconveniente: si la tienen ellos,
Iago no podrá hacer lo que sea que quiera hacer. Pero también me doy cuenta de que, si logran
Iago no podrá hacer lo que sea que quiera hacer. Pero también me doy cuenta de que, si logran

su objetivo, probablemente limpien el tren entero y puedan matarme o capturarme, y quiero


saber cuáles son las intenciones del líder de Erisea antes de nada.
Para evitarlo, decido entrar yo también en la acción. Aunque los soldados que me protegen
intentan detenerme, les digo que necesito recuperar la Reliquia, y regreso al vagón en el que me
encontraba sentado, no sin antes tener que forzejear y correr. Nada más llegar, puedo escuchar
los tiros pasando a apenas unos metros de mí. Lo primero que hago es buscar una cobertura
donde poder estar a salvo, y rápidamente me deslizo detrás de una de las mesas que se
encuentran entre los asientos. Levanto un poco la mirada para ver cómo un par de soldados se
resguardan frente a un rebelde que les mantiene a raya a base de tiros. Se encuentra bloqueando
la puerta que conecta con el siguiente vagón, así que alguien tiene que acabar con él si quiero
recuperar mi armadura antes de que sea tarde.
Busco por el suelo mi maletín con armas y dispositivos, y en unos segundos lo encuentro no
muy lejos de mí, junto a una pequeña columna de adorno que se encuentra en medio del pasillo.
Cerca de él encuentro también mi tablet, que tiene la pantalla hecha añicos con la caída. Intento
alargar el brazo lo máximo que puedo para alcanzar el maletín sin ponerme a tiro, pero me
resulta imposible. No me queda otra que correr para cogerlo y volver lo más rápido posible.
Cuando salgo de mi escondite, el rebelde me apunta casi por reflejos y me dispara a la rodilla
antes de que pueda evitarlo. Por suerte, me lanzo al suelo y consigo evitar el impacto, aunque la
bala me roza el brazo izquierdo, que empieza a escocer y sangrar. Sin embargo, la distracción
que he sido para el rebelde les da a los soldados una oportunidad de dispararle, de manera que le
pegan un tiro en la cabeza antes de que lo vea venir.
A pesar del tiempo que llevo sin combatir, puedo resistir el dolor y abro el maletín con
velocidad. Lo primero que saco es mi pistola láser y una granada eléctrica, y tras eso lo cierro y
me lo llevo conmigo. Los guardias me preguntan si me encuentro bien, pero me recompongo lo
más rápido que puedo y corro a toda velocidad hacia el siguiente vagón sin decir nada. Atravieso
dos vagones de pasajeros enteros, que se encuentran vacíos a excepción de varios cadáveres y
algunos soldados heridos, y llego así al último vagón antes del que guarda la Reliquia. Lo que
me encuentro es una verdadera campaña campal: guardias y rebeldes en masa disparándose a
través de todo el pasillo, convirtiendo el sitio en una lluvia de balas incesante. El suelo está lleno
de cadáveres, y prácticamente todas las ventanas están rotas. Lo más seguro es que este sea el
vagón por el que han entrado los atacantes.
Sé que, si quiero avanzar, no me queda otra que acabar con los rebeldes para poder seguir el
pasillo. Me cubro tras la puerta de entrada, y lanzo mi granada eléctrica lo mejor que puedo a un
grupo de tres asaltantes acorralados tras un asiento. Como mi habilidad en combate es bastante
penosa sin mi armadura, la explosión alcanza a dos con suerte, electrocutándolos y dando
ventaja a mis guardias. Tras este ataque, varios de los rebeldes vuelven la mirada a mí y
comienzan a dispararme para mantenerme apartado de la estancia. Como no me dejan disparar,
abro de nuevo mi maletín y busco algo que me pueda resultar útil. Finalmente, decido emplear
uno de mis mejores dispositivos. Me pongo unas gafas holográficas y preparo un escáner de
batalla. Cuando estoy listo, lo lanzo dentro del vagón, y este apenas tarda unos segundos en
llenarse completamente de humo. Todos los que lo ocupan comienzan a toser y dejar de disparar,
y con ayuda del escáner mis gafas resaltan a las personas que se encuentran dentro del humo.
Identifico a las que no llevan la armadura de Erisea, y comienzo a avanzar por la habitación
mientras disparo a las piernas de los rebeldes para asegurarme de que no me llevo un balazo por
la espalda.
Cuando consigo llegar al otro extremo del vagón, el humo todavía no se ha disipado. Mi
escáner funciona mejor de lo que esperaba, aunque no tenía pensado utilizarlo en una situación
como esta. Siento la tentación de matar a los rebeldes para que no tengan un golpe de suerte y
acaben con mis soldados, pero no quiero tener que matar a nadie, especialmente si estoy a favor
de su causa. Al menos, no yo mismo.
Antes de que el humo se disipe, atravieso rápidamente la puerta para frenar brusamente.
Acabo de llegar al vagón en el que se ha producido la explosión, y entre la puerta y el otro lado
se encuentran los raíles por los que viaja el tren. El vagón de la Reliquia no se ha separado aún
por completo, por lo que todavía tengo una oportunidad. De nuevo, saco una nueva herramienta
de mi maletín: un guante de metal con un lanzaganchos incorporado, que puedo utilizar para
lanzarlo al otro lado del vagón y viajar hasta él sin peligro.
Me pongo el guante en la mano, me guardo la pistola en la chaqueta y dejo el maletín en el
suelo. Miro una última vez el enorme abismo que me separa de mi armadura, viendo cómo los
raíles pasan a toda velocidad por debajo del suelo inexistente. Respiro hondo, intentando
controlar mis nervios y mi miedo al peligro, para apuntar a la pared contraria con el guante.
Cuando estoy seguro, disparo el gancho, que se aferra con fuerza al vagón siguiente. Sin
pensármelo dos veces, salto al otro lado, arriesgando mi vida.
Cuando empiezo a caer, la cuerda metálica que une mi guante con el gancho comienza a
acercarme a la pared contraria, elevándome del suelo a tan solo medio metro de las vías y
subiéndome de nuevo a la seguridad del suelo. Finalmente, vuelvo a apoyar mis pies y el gancho
regresa a mi guante. Intento mantenerme unos segundos para calmarme e intentar aliviar el dolor
que ha regresado a mi brazo izquierdo. Me gusta la adrenalina, pero el peligro me pone de los
nervios y las alturas son uno de mis peores miedos.
Sin embargo, no puedo pararme mucho. El vagón comienza a separarse más del resto del
tren, y el suelo se sacude de tal manera que tengo que agarrarme a la puerta para no caerme al
suelo, o peor, a las vías. Consciente de que no estoy a salvo aquí, y de que de debo darme prisa,
entro al penúltimo vagón, donde todavía se mantiene una batalla entre los soldados y los
rebeldes. Sin embargo, parece que los rebeldes se están retirando por las ventanas. Obviamente,
los soldados de Erisea no son benevolentes con ellos, y acaban con todos los que pueden antes
de escapar. Aunque la escena me repugna, y estoy cansado y dolorido, intento ir a por la
Reliquia evitando las balas antes de que se percaten de su presencia.
Aunque tardo un poco en avanzar asegurándose de no recibir ningún tiro, finalmente
consigue alcanzar la puerta y llega al último vagón, donde la Reliquia está guardada bajo una
cámara de contención. Cuando entro, lo primer que veo es también el suelo lleno de cadáveres
de ambos bandos, así como un gran boquete en la pared derecha, como si la hubieran explotado
utilizando menos explosivos que en el vagón de antes. Pero, sobre todo, lo que más me llama la
atención es la chica que se encuentra al fondo, utilizando un pequeño aparato que no consigo
identificar. Lo ha colocado en la pared de cristal que envuelve la armadura en un cilindro pegado
a la pared del fondo. Deduzco que está intentando sortear la seguridad de la celda y recuperar la
armadura. Entre el sonido de los disparos y su ofuscación por abrir la celda, la chica no parece
percatarse de mi presencia y continúa con su tarea. Mirando sus manos temblorosas, veo que se
encuentra muy nerviosa y tiene mucha prisa (cosa que entiendo, teniendo en cuenta que es
extraño que no haya ningún soldado vigilando la Reliquia).
Aprovechando que no se ha dado cuenta de que estoy aquí, intento avanzar lo más lento y
sigiloso posible, confiando en que la chica sacará la armadura en breve. Efectivamente, así es.
Cuando avanzo unos pocos pasos hacia su posición, escucho un pitido y cómo las puertas de
cristal de la celda se separan. La Armadura del Cazador se encuentra ahí, erguida, lista para que
su propietario se la ponga. Y ese soy yo.
Antes de dejar que intente coger la Reliquia, aprovecho la conexión que tengo con mi
armadura, e inmediatamente comienza a separarse en partes. La chica, obviamente, descubre de
repente que me encuentro detrás de ella y que me estoy equipando con lo que acababa de robar.
No sé si está muy nerviosa o si le sorprende ver cómo los miembros que forman la armadura
comienzan a volar para colocarse en mi cuerpo y reunirse, pero se queda mirándome atónita en
lugar de intentar detenerme.
Gracias a eso, puedo equiparle por completo sin peligro. Finalmente, noto como el metal
repleto de cables y circuitos me cubre y protege. Mi daga holográfica, unida a mi brazo, se
encuentra preparada para el combate, así como el lanzaganchos, el modo sigilo, la visión
nocturna, mis dos pistolas, mis alas de planeo y demás dispositivos de mi armadura.
Comienzo a recuperar la calma. Cuando estoy desarmado, soy prácticamente inútil; pero
cuando llevo la Reliquia soy consciente de que supongo un gran peligro. Por eso me ha gustado
siempre la tecnología.
El visor de mi casco se encuentra activo, y comienza a rastrear la sala. Obviamente, solo
estamos ella y yo, y me la marca como hostil. Al principio, antes de sacar ningún arma, intento
acercarme a ella con lentitud para hablar y no tener que matarla o avisar a los demás soldados.
Sin embargo, en cuanto doy un paso hacia ella, a pesar de llevar las manos levantadas, la chica
parece regresar a la realidad, y no me da tiempo a reaccionar antes de desaparecer y cubrir la
habitación de niebla. Es una maga oscura.
Sin embargo, no huye de mí, como esperaba. Al contrario, noto cómo comienzan a surgir
Sombras del suelo del vagón. No puedo distinguirlas hasta que activo la visión nocturna y
escaneo la estancia. Lo primero que veo es cómo dos espíritus y un carnoso (una especie de
demonio con forma de perro grande) se acercan rápidamente hacia mí. No suponen ningún
problema. El primero en llegar es el sarnoso, que se abalanza sobre mí de un gran salto. Antes de
que pueda llegar a tocarme, le introduzco la daga en su estómago y lo desvío hacia un lado.
Cuando se cae al suelo, saco mi pistola y le disparo en la cabeza para rematarlo.
Mientras tanto, uno de los espíritus está a punto de agarrarme, y antes de recibir el golpe
ruedo hacia un lado para esquivarle. Cuando me levanto, ya tengo al otro encima de mí, y no me
queda otra que utilizar mi daga para bloquear su zarpazo en el cuello. Detengo así varios ataques
por parte de los dos enemigos hasta que veo una oportunidad para escabullirme. En ese instante,
vuelvo a rodar hacia atrás para sacar de nuevo mis pistolas y disparar a los espíritus. Consigo
acabar con uno a base de tiros, y culmino con el otro de dos tajos con mi arma holográfica.
Una vez he terminado con sus esbirros, busco a la maga oscura, que se encuentra al fondo de
la sala recuperándose tras haberlos invocado. Por lo que sé de los magos oscuros, que no es
mucho, controlar a las Sombras les agota enormemente, así que aprovecho para ir a por ella
antes de que pueda atacar de nuevo. Sin embargo, no se encuentra tan indefensa como pienso. A
unos metros de ella, salgo disparado hacia atrás por lo que parece ser una onda de choque por su
parte.
Me recompongo del golpe, y apenas me da tiempo a esquivar otro hechizo por su parte. Me
duele todo el cuerpo, pero la armadura no tarda mucho en proporcionarme analgésicos para
recuperarme rápidamente y estar a pleno rendimiento. El problema es que la chica se ha
transformado en una neblina negra y se acerca a mí a toda velocidad. Intento pensar rápido, y
transformado en una neblina negra y se acerca a mí a toda velocidad. Intento pensar rápido, y

solo se me ocurre lanzar de nuevo una granada eléctrica de mi armadura al suelo para evitar que
se acerque a mí. Confío ciegamente, porque no sé si va a resultar útil contra ella en su forma,
pero tengo suerte y veo cómo vuelve a ser humana mientras cae gritando por la electricidad que
la recorre. Dejo de pensar por un momento y me abalanzo sobre ella lo más rápido que puedo,
daga en mano.
No soy tan rápido como creo, y antes de llegar la maga crea una especie de campo de
energía que la cubre y protege. Vuelvo a rebotar hacia atrás al golpearlo, pero esta vez con
menos fuerza. Recuperando otra vez la cordura, decido usar mis pistolas para reventar el campo
a tiros. Realmente no sé por qué sigo peleando si ya he recuperado la Reliquia, pero enfrentarme
a un rival que me resulte complicado de vencer incluso con mi armadura me saca de mis casillas,
cosa que no me suele ocurrir muy a menudo.
Me paso un rato disparando, pero el campo apenas cede con los balazos. O los magos
oscuros son mucho más poderosos de lo que yo pensaba, o esta en concreto era una de las
mejores.
Tras comprobar que mis esfuerzos son inútiles, decido intentar predecir sus movimientos
para poder acabar con ella. No sé si los demás soldados de los vagones continúan luchando o me
pueden ayudar, pero en este momento no pienso en ello. Solo deseo terminar, y cada vez me
estoy poniendo más nervioso, tanto por tener que avanzar en medio del tiroteo como por este
combate. Me retiro un par de pasos atrás y espero a que el escudo de la chica desaparezca. En
cuanto veo que, finalmente, la esfera se desvanece y ella se levanta, lista para un nuevo ataque,
preparo directamente mi escudo holográfico para rechazar cualquier cosa que esté dispuesta a
lanzarme. No estoy seguro de si realmente puedo rechazar sus hechizos así, pero confío
ciegamente en que funcionará. Y, efectivamente, funciona. Lo que sea que me haya lanzado la
maga, ha impactado directamente en el escudo y se ha desvanecido en una llamarada negra.
Ahora es el momento. Es mi mejor oportunidad para terminar la batalla.
Desactivo el escudo y me lanzo directamente contra ella. Ahora que ha lanzado el hechizo,
junto con la fatiga del resto del encuentro, no es capaz de reaccionar suficientemente rápido. Le
golpeo primero la cara con el puño derecho, y luego con el izquierdo. Gracias al metal de la
armadura, recibe el daño suficiente como para no ser capaz de defenderse. Finalmente, utilizo el
lanzaganchos para atrapar su pie izquierdo, y tiro para hacer que finalmente cae al suelo.
Antes de que pueda recuperarse, si es que todavía puede, me abalanzo sobre ella preparando
mi daga para terminar con esto. Termino encima de la maga, sujetando sus manos y piernas con
las mías, y con la daga holográfica de mi brazo derecho directamente apoyada en su garganta, a
dos centímetros de degollarla. Sin embargo, pasan un par de segundos, y continúo así, sin hacer
nada. No puedo matar, no con tanta sangre fría. Siempre he utilizado la Armadura del Cazador
para defender a mis seres queridos, a las personas, a los inocentes. He acabado con inumerables
Sombras, pero nunca he acabado con una persona si no lo veía estrictamente necesario. Para mí,
una vida es muy larga y valiosa, y no estoy dispuesto a desperdiciar todo ese tiempo y esas
experiencias si se puede evitar. Puede parecer estúpido, pero no soy capaz de hacerlo.
Permanezco así unos instantes, parado, sin cambiar mi expresión de furia pero sin hacer nada
tampoco. No quiero acercar la hoja a su garganta, no quiero matarla, no quiero dejarme llevar
por ese sentimiento estúpido de la ira que solo causa arrepentimientos.
Finalmente, sin saber qué hacer, me percato de que su cara se encuentra oculta por una
enorme capucha, propia de un mago. Solo soy capaz de ver sus labios y barbilla, que respiran
forzadamente, con dificultad. Observo las marcas rojas de mis puños en sus mejillas, la sangre
forzadamente, con dificultad. Observo las marcas rojas de mis puños en sus mejillas, la sangre

que empieza a brotarle de la nariz. No logro percibir ninguna emoción. Supongo que será capaz
de ver de alguna manera a través de la capucha, porque si no estaría completamente ciega.
No tengo ni idea de qué voy a hacer. Si no la mato yo, la matarán los demás soldados. ¿Voy
a dejar que acaben con ella? Ya han matado a varios rebeldes, yo mismo les he ayudado, pero en
el fondo estoy de su lado. Sin embargo, esta chica sí que se ha enfrentado a mí, y no creo que
con intención de dejarme vivo. Sigo pensando qué puedo hacer, pero no se me ocurre nada. Al
final, decido quitarle la capucha para ver su rostro. Es una idea estúpida y sin sentido, pero en
este momento no tengo ninguna otra idea, y no es cuestión de quedarse media hora en la misma
postura sin mover un músculo.
Cuando desactivo la daga, y pongo mi mano sobre su cabeza, veo cómo me la intenta frenar
con su mano libre, sin tener apenas fuerza. Es en ese momento cuando me percato del verdadero
problema. De repente, mi mente se nubla y pierdo la capacidad de pensar con cordura.
Distingo la marca de los nuevos héroes en su mano. Los que recuperarán Erisea de sus
actuales líderes. Nuestra última esperanza de acabar con lo que sea que está ocurriendo.
En cuanto regreso a mí mismo, me levanto sin pensarlo, dejándola de nuevo completamente
libre. Veo cómo se sienta e intenta recuperar la respiración, tosiendo un par de veces. No sé qué
estará pensando, y seguramente no entenderá nada de lo que está ocurriendo, pero necesito
encontrar la manera de sacarla de allí antes de que lleguen los demás soldados. No puedo dejar
que las posibilidades de recuperar Erisea, y con ella, a la humanidad, se vayan a la porra en un
momento.
No tardo mucho en darme cuenta de mi estupidez. Las últimas vagonetas del tren,
incluyendo esta, se habían separado del resto del tren, y habíamos terminado parándonos. Sin
embargo, durante el fragor de la batalla, no me había percatado de ello. Lo único que había que
hacer era dejar que la maga escapase por el boquete de la vagoneta y esperar a que los soldados
no la descubrieran intentando huir.
Cuando me doy la vuelta para volver a mirar a la chica, veo cómo ya se encuentra de pie y
en una pose amenazante, preparada para arremeter contra mí. Casi me había olvidado de que
estaba ahí. No quiero comenzar de nuevo ningún conflicto, así que en lugar de sacar las armas,
decido levantar los brazos y abrir las manos, en señal de rendición. Viendo que ella permanece
quieta, silenciosa, mirándome sin mover ni un músculo, le explico mi situación:
- Tranquila, no voy a hacerte daño -le digo, manteniendo lo máximo que puedo la calma.
- ¿Piensas que voy a confiar en uno de vosotros? -me responde ella, con un tono bastante
enfadado.
- Te podía haber matado hace un momento. Te podía haber delatado a mis guardias. Pero no
lo he hecho.
Parece que se relaja un poco, pero todavía sigue manteniendo su postura de ataque.
- Estoy de vuestro lado, aunque no me creas. Si estuviera loco, como los demás, no habría
dejado escapar la oportunidad de matarte.
Finalmente, consigo convencerla, y la maga recupera su posición normal, más calmada.
Pero, como es obvio, las dudas comienzan a asaltarla.
- Casi me matas, David. Eres uno de los líderes. ¿Por qué no eres como los demás? ¿Qué es
lo que pretendes?
- Yo nunca pertenecí a los líderes -respondo, intentando ser lo más breve posible-. Al menos,
no a como son ahora. Desde que el Santuario Celeste comenzó a corromperles, me he mantenido
lejos de ese sitio y he intentado contactar con vosotros. Pero nunca habéis confiado en mí. El
lejos de ese sitio y he intentado contactar con vosotros. Pero nunca habéis confiado en mí. El

caso es que eso no importa ahora, eres una elegida de la nueva profecía y no voy a dejar que te
maten.
- ¿Cómo lo has… -comienza a preguntar, pero se calla al mirarse la mano con el símbolo-
¿Me vas a ayudar a salir de aquí, solo por ser una elegida? ¿Después de matar a mis
compañeros?
- Yo no he matado a nadie. Al menos, no directamente. Querían acabar conmigo, y no me
han dejado otra alternativa. Pero no puedo dejar que os llevéis la Reliquia, la necesito antes de
unir…
- ¿Unirte a la Rebelión?- pregunta la maga, sagaz.
- Eh, sí, eso es. La necesito para conocer los planes de Iago, y luego me pasaré a vuestro
bando. Tengo un plan en mente.
La chica me mira durante unos instantes, pensativa, antes de asentir con la cabeza.
- Vale, ahora sal por aquí -le explico, señalando al agujero que hay en la pared de la
vagoneta- antes de que lleguen los demás soldados. No creo que…
No me da tiempo a terminar la frase, antes de escuchar la voz de un hombre detrás de mí:
- Vaya, no me esperaba esto de nuestro propio líder…
Eran los guardias de Erisea. Ya habían entrado en la vagoneta, y por lo que me imagino han
llegado justo a tiempo para enterarse de mi traición. No tengo tiempo que perder. Ahora mismo
mi problema no es enfrentarme a ellos, sino que alerten de que voy a unirme a los rebeldes. No
puedo dejar que Iago y los demás se enteren, o al menos, no todavía.
Sin decir siquiera palabra, levanto el brazo y dejo que proyecte una pequeña pantalla
holográfica ante mí. Gracias a ella, soy capaz de identificar la red que están empleando los
soldados y distorsionarla para cortar las comunicaciones. Recibo tres o cuatro tiros en el
proceso, pero gracias a la inesperada ayuda de la maga salgo ileso.
Ya habiendo terminado, me doy la vuelta para enfrentarme cara a cara a ellos. Por desgracia,
han descubierto mis planes, y no puedo dejar que se salven con esa información. No quiero
matar, pero no me queda otra.
- Sal de aquí -le digo a la maga-. Yo me encargo.
Rápidamente, ruedo hacia la derecha, y en el proceso desenfundo mis pistolas para apuntar a
los dos guardias que se han enfrentado a mí. Esquivo sus disparos, y mato a uno de ellos de un
tiro en la cabeza. El otro recibe un impacto en el pecho, pero su traje absorbe gran parte del
daño. Para acabar con él, me acerco a toda velocidad y le atravieso el estómago con la daga
holográfica.
Cuando dejo caer el cuerpo, noto cómo me empiezan a acribillar por la espalda, y varios de
los impactos llegan a causarme bastante dolor. Caigo hacia delante, apoyándome sobre una
rodilla. Sin embargo, no es nada que no pueda soportar gracias al soporte médico de mi
armadura. A veces, me parece tan perfecta que hasta me siento mal por mis enemigos.
Con un poco de anestesiante, me recupero de la lluvia de disparos y preparo mi escudo para
una nueva oleada. Efectivamente, al darme la vuelta, descubro que es otro de los guardias, que
ha llegado detrás de los dos que ya han muerto. Se encuentra armado con un subfusil de energía,
apuntándome y preparado para disparar de nuevo, pero me recompongo y me acerco a él
bloqueando todos sus tiros con el escudo, que termina muy debilitado. Cuando se le acaba la
energía, aprovecho para robarle el arma y golpearle con la culata, tras la cual la tiro y le golpeo
directamente en la cara, primero con un puñetazo normal y después con otro cargado con energía
de mi armadura. Y así, el pobre hombre termina con la cara completamente chamuscada en un
de mi armadura. Y así, el pobre hombre termina con la cara completamente chamuscada en un

lado, tirado en el suelo.


No me siento bien en absoluto tras el enfrentamiento, pero era algo necesario. Sin embargo,
cuando vuelvo a mirar el agujero de la vagoneta, veo que la chica sigue ahí, mirándome. Solo le
faltaban unas palomitas y un sofá para haberse quedado viendo el combate.
- ¿¡Qué haces todavía ahí!? -le pregunto, atónito y enfadado- ¡Vete antes de que lleguen
más!
Sin embargo, me dice algo que no me espero en absoluto:
- Calle Harvan, 37. Pregunta por Kala, y dile que vas de parte de Shaira.
Y, finalmente, la maga se marcha por el boquete y se introduce en la oscuridad de los túneles
que recorre el tren. O que debería recorrer… Porque mi vagón no se mueve.
Antes de que se me olvide, me apunto la información en el panel holográfico de mi
armadura. Luego lo pasaré a otro sitio. No me ha dicho nada más, pero supongo que es para
contactar con los rebeldes. En el fondo, a pesar de lo crudo de la batalla en el tren, creo que
ahora lo tengo bastante más fácil para unirme a la Rebelión.
Mientras miro la negrura que envuelve el tren, al otro lado del agujero, sumergido en mis
pensamientos, se me acerca otro soldado por detrás, en este caso una mujer, y me dice:
- David…
Yo, sobresaltado y preparado para otro nuevo combate, me giro rápidamente preparando mis
pistolas, pero cuando veo que no viene con intención de atacarme me calmo y bajo las armas.
- Perdón -se disculpa la guardia-, no quería asus…
- Tranquila, es culpa mía -le digo, preparándome para sus posibles preguntas.
- Escuchamos tiros y gritos aquí y pensamos que estabas en peligro.
- No, ya está todo solucionado -le respondo, con un tono tranquilizador-. Los rebeldes han
acabado con algunos guardias y se han ido, pero la Reliquia está a salvo.
- Bien -afirma la chica, sin dudar de mi palabra-. Avisaremos a control de transportes para
que nos saque de aquí.
Mientras ella se da la vuelta y se aleja, recuerdo que había cortado las comunicaciones de los
soldados. Me dispongo a reanudarlas, mientras me vuelven a asaltar ciertos miedos y dudas
acerca de mi vida, de abandonar el Enclave y unirme a los rebeldes. Sé que es lo correcto, pero
estoy acostumbrado a vivir y hacer lo que me gusta con paz y tranquilidad. Me gusta la acción,
pero no sé si podré soportar de nuevo la carga de enfrentarme a una guerra colosal,
despertándome cada día sacrificando mi tiempo libre y con miedo a morir.
Ya estuve hace 30 años en una situación así, y el hecho de perder la Tierra, el lugar donde
había nacido, con todo lo que ello significaba, supuso un enorme trauma para mí. ¿Podré
soportar de nuevo tener que vivir todos los días así?
II

David, Calle Harvan, 37 (Restaurante Rosa del Desierto)

Después de llevar un largo paseo caminando, finalmente entro en la calle Harvan, que se
encuentra en la periferia de la capital de Erisea, por el barrio residencial. Esta zona se encuentra
repleta de edificios de gran altura destinados a servir de hogar para los habitantes, y las calles
fluctúan entre unas grandes y repletas de gente y otras estrechas y desiertas. En este caso, la
calle Harvan es realmente un callejón al lado de una gran avenida que atraviesa el barrio. La
capital de Erisea se encuentra pegada a la costa, y ahora mismo me encuentro muy cerca del
paseo marítimo. Llega a ser extraño comparar la inmensa cantidad de personas que caminan a lo
largo de la avenida, que lleva directamente al paseo; con este callejón oscuro y estrecho, donde
apenas veo un par de personas aparte de mí.
Si no me he equivocado, y las indicaciones son correctas, me encuentro frente al número 37.
Resulta ser un restaurante, que visto desde el exterior no parece nada fuera de lo común. Las
ventanas están tintadas y apenas veo luces y gente en su interior, aunque da la sensación de que
hay una gran cantidad de personas dentro.
Decido entrar, y en cuanto se abren las puertas automáticas para dejarme paso sé que hay
varias miradas puestas encima de mí. Por dentro, el local se ve mucho más lujoso. Percibo una
melodía de ambiente relajada, que me recuerda al mar y a la playa. El sitio destaca por tener un
estilo en cierto modo egipcio, con tonos claros y lisos, así como imágenes de desiertos y
pirámides decorando la pared. Las columnas poseen jeroglíficos que las rodean, y los asientos
están compuestos de materiales bastante cómodos a pesar de su aspecto duro, semejante a la
roca.
Efectivamente, observo cómo el restaurante se encuentra plagado de gente comiendo.
Encuentro una gran variedad de platos, yendo del pescado y marisco regional a platos de caza y
vegetarianos. Cómo no, no falta la típica mesa de bar en la que se encuentran los camareros, que
sirven bebidas a quienes solo van de paso.
Desde que salí del Santuario, tras ser recibido por Iago y algunos líderes como Lucas o
Martín, he llevado puesta una capucha que me cubría la cara lo máximo posible, recordando a la
de un mago oscuro. Me ha costado bastante ver a través de ella, e incluso me he llevado algún
que otro golpe desprevenido, pero no podía arriesgarme a ser descubierto. Ni por los rebeldes,
que me pueden sacar un ojo si me pillan de mal humor; ni por la seguridad de Erisea, ya que no
quería despertar sospechas.
Cuando llegó el equipo de rescate en motos a través de los túneles del tren, que habían sido
cortados con la emergencia, fuimos llevados inmediatamente a la estación. Cuando la
alcanzamos, tuve la enorme suerte de descubrir que mi maletín aún seguía en el tren que había
alcanzamos, tuve la enorme suerte de descubrir que mi maletín aún seguía en el tren que había
avanzado. Durante la batalla, se me había olvidado por completo que de él dependía descubrir
con éxito los planes de Iago.
Llegué ya bien entrada la tarde al Santuario, acompañado por supuesto de numerosos
guardias para evitar cualquier percance durante el trayecto. Allí, Iago fue uno de los primeros en
verme y llevarme a mis alojamientos, donde descansaría por la noche. Algunos hombres se
llevaron la Armadura del Cazador con ellos, y el líder me explicó que tenían que preparar el
ritual y no podían perder el tiempo, sobre todo con lo del “asalto”, “atentado” o lo que fuera que
pasó durante mi viaje.
Una vez se marchó, aproveché para dejar mi equipaje en la habitación, y me dispuse a
preparar mi plan. Busqué entre mi ropa hasta encontrar una capucha capaz de ocultarme la cara
lo suficientemente bien. Después, me cambié de ropa por completo. Una vez hecho esto, tenía
que preparar la parte más importante del plan. Saqué del maletín de mis dispositivos un
proyector de hologramas que había conseguido crear con mucho tiempo y esfuerzo. Era,
básicamente, una esfera de metal capaz de flotar con un pequeño sistema gravitatorio, y que
podía emitir una proyección de un cuerpo “sólido”.
Es decir, la función de la esfera era volar y proyectar mi propio cuerpo, el cual yo controlaría
a distancia. Lo mejor es que proyectaba un holograma compuesto por un campo de energía, con
lo cual podía interactuar con el mundo y las personas, y no podría atravesar ni ser atravesado por
otros objetos. En otras palabras, nadie sería capaz de descubrir que eso era un holograma,
porque podrían hasta tocarlo.
Mi plan, básicamente, consistía en dejar el Santuario Celeste sin que nadie supiera que era
yo. Por suerte, salir del Santuario no es muy difícil. Cientos, y en ocasiones miles de personas
pasan a diario por allí. Lo difícil es entrar sin ser descubierto, porque la entrada se encuentra
muy restringida.
Una vez fuera del lugar, debía dirigirme a la dirección que me había indicado la maga, cuyo
nombre supongo que será Shaira. En un principio, pensaba buscar uno de los varios lugares
donde puedes pedir unirte a la Rebelión, pero están muy controlados y tienes que pasar una
prueba más o menos dura para probar tu lealtad. De esta manera, el plan se vuelve mucho más
sencillo. Ya dentro de los rebeldes, lo último que debía hacer era esperar a la reunión de los
líderes para conectarme al proyector de hologramas, y así simular que me encuentro allí en
persona para descubrir las verdaderas intenciones de Iago. De esta manera, conseguiría entrar a
formar parte de los rebeldes, y ya con ellos les desvelaría lo que planea el enemigo.
Volviendo a la realidad, me dirijo a la barra donde se encuentran dos camareros, un chico y
una chica. Ambos se encuentran sirviendo unos pequeños vasos de una bebida de aspecto
bastante exótico y humeante. Nunca me ha gustado demasiado ir de fiesta y beber cosas raras.
Me acerco y espero a que se encuentren libres. Sé que, con la capucha, tengo un aspecto
bastante extraño. Quizás misterioso, quizás tenebroso, seguramente sospechoso. Pero aún no
puedo desvelar mi identidad. Sobre todo cuando me fijo en las televisiones que se encuentran en
el local, y sale el asalto al tren en el que viajaba hoy. Cómo no, con un mensaje que busca
desprestigiar y atacar directamente a los rebeldes. No me extraña que a muchos les dé asco tan
solo el escuchar mi nombre. Bueno, el mío y el de cualquier líder. Imagínate que me levanto
ahora mismo la capucha, y todos los que se encuentran en el restaurante son unos opositores
rabiosos que quieren matarme a palos. Sinceramente, viendo las atrocidades que han cometido el
resto desde la profecía, no les culpo de ello.
Cuando vuelvo a mirar a la barra, me doy cuenta de que la camarera está esperando a que le
Cuando vuelvo a mirar a la barra, me doy cuenta de que la camarera está esperando a que le

diga lo que quiero. En lugar de eso, me limito a preguntarle:


- Estoy buscando a Kala.
Nada más terminar la frase, me responde:
- Sí, soy yo.
- Me envía Shaira.
Al terminar la frase, veo cómo me mira atónita, como si en vez de decirle un nombre hubiera
soltado un sacrilegio. Sorprendida por el comentario, repite:
- ¿Has… has dicho Shaira?
- Sí.
La chica mira un momento detrás de ella, alerta, como si nos estuvieran vigilando. Después,
vuelve a mirarme y me dice:
- Ven, sígueme.
Me levanto del taburete y me dirijo a rodear la barra del restaurante. Me conduce a través de
los pasillos que conforman las cocinas, y finalmente me lleva ante una puerta que conduce a lo
que parece ser una escalera de emergencias. Allí, bajamos varios pisos de altura al subsuelo,
dejando atrás varias puertas sin saber a dónde llevan. Llegamos así a lo que parece ser un sótano
oscuro, lleno de productos de limpieza y cajas de cartón, que parece abandonado pero tampoco
está demasiado sucio. Es ahí donde se muestra la magia.
Kala se coloca delante de una pared lisa, y apoya la mano en un punto concreto. Pasados
unos instantes, veo cómo unas luces azules comienzan a cubrirla, escaneando sus huellas
dactilares. Unos segundos después, la luz se vuelve verde y veo cómo la pared se abre dejando
paso a un pasillo con paredes metálicas un poco oxidadas, de color claro. Conducen a un
ascensor que posee una pantalla en su interior, y posee un panel que señala numerosos pisos. Me
sentiría sorprendido y emocionado de no ser porque estoy acostumbrado a ver cosas así.
Después de preparar mi base secreta, y de vivir tantos años en el Enclave de la Ciencia, pocas
cosas me sorprenden demasiado.
La chica y yo avanzamos hasta el ascensor, donde me doy cuenta de que está formado por
paredes de cristal. De momento, al otro lado solo veo una pared circular y lisa, de color azul
marino brillante, que se encuentra rodeando el elevador. Kala activa uno de los botones cuyo
significado no consigo distinguir. En lugar de tener los números y símbolos comunes, el panel se
encuentra formado por botones con figuras y elementos extraños desconocidos para mí, como en
un lenguaje clave por si llegara el caso de que alguien se colara aquí.
Cuando Kala activa el botón, se oye un pitido y escucho una voz desconocida hablando:
- ¿Quién es, Kala?
- David -responde ella, con cierto nerviosismo en la voz.
-…
Durante unos segundos, no se escucha nada. Aunque sin motivo, comienzo a preocuparme,
hasta que escucho:
- ¿Entonces es verdad lo que dijo Shaira?
- Eso parece.
- De acuerdo. Cógele el maletín y llévale al centro de diagnóstico. Vigílalo bien.
Pasa un momento antes de que la voz termine.
- Marcus no está muy contento con lo de saltarse el protocolo.
Vuelve a sonar el pitido, y la llamada concluye. Kala pulsa otro botón, y el ascensor cierra
sus puertas para comenzar a descender. El cristal deja de enseñar la pared azul para mostrar las
sus puertas para comenzar a descender. El cristal deja de enseñar la pared azul para mostrar las

rocas del subsuelo. Parece que estamos yendo a una profundidad bastante considerable.
De repente, Kala corta el silencio, agarra el maletín que llevo y me dice:
- No te quites la capucha al bajar. Muchos no confían en ti todavía -hace una pausa, y
continúa-. Yo tampoco.
Me quedo en silencio. No sé qué decir. He intentado inmiscuirme lo menos posible en los
asuntos del resto de líderes, e intentado evitar que la gente sufra por mi culpa, llevo años
intentando encontrar la manera de enfrentarme a la situación sin volverme parte de ella. He
salvado a la elegida, he matado a mis propios hombres por ello. No entiendo por qué no son
capaces de confiar en mí todavía. Acabo de dejar mi vida, mi posición privilegiada, mis
recursos, por unirme a los rebeldes. No sé qué más hacer para ganarme a mis aliados. Lo peor
que puede ocurrir es que todos se conviertan en mis enemigos, líderes y rebeldes. Siento una
mezcla de ira e impotencia, de furia y culpabilidad.
También sé que no se merecen lo que están pasando. Hace 30 años perdimos la Tierra,
nuestro mundo, y a casi toda la humanidad. Ahora, somos nosotros mismos los que estamos
destruyendo lo poco que nos queda, después de lo que hemos sufrido. El hambre, la miseria y el
miedo reinan en Erisea por culpa nuestra. Si yo estuviera en su lugar, probablemente también
desconfiaría.
Kala, por su parte, sigue hablando:
- Sabemos que has salvado a Shaira. Algunos te creen, muchos piensan que es tan solo una
estrategia retorcida. Yo no sé qué pensar. Pero he sufrido mucho por vuestra culpa. Si nos
ayudas a acabar con esto de una vez por todas, te estaré eternamente agradecida. Si nos
traicionas…
- No os voy a traicionar -la corto-. Os puedo ayudar, y puedo demostrar que estoy de
vuestro lado.
- Eso espero -termina ella, y empieza a mirar hacia otro lado, pensativa.
Pasa un rato mientras bajamos, que se me hace eterno, hasta que finalmente las paredes de
cristal dejan de mostrar únicamente roca y paredes de piedra. Lo que paso a ver sí me deja
atónito.
Frente a mí se encuentra una enorme instalación subterránea repleta de edificios, ingenieros
construyendo máquinas de guerra y vehículos, y soldados yendo y viniendo por todos lados.
Nunca he estado en el Enclave de la Destrucción, pero por lo que he visto en imágenes y vídeos,
es lo más parecido a esto. Me quedo embelesado al ver la enorme cantidad de gente que hay por
todos sitios, hasta tal punto que me retiro la capucha para poder verlo con mayor claridad. Cada
uno se dedica a su trabajo, y por el suelo veo numerosos edificios que también albergan a más
personas en su interior. Es la primera vez que veo algo así con mis propios ojos.
Mirando al fondo, la cueva parece no tener fin. Además de su enorme altura, no alcanzo a
distinguir las paredes del final, fundiéndose en la oscuridad. Sí logro encontrar tubos en algunos
lugares que se asemejan al que contiene mi ascensor. Deben ser también entradas y salidas de la
base con la superficie.
A medida que descendemos, logro distinguir más de cerca los tanques y aviones de combate
que se encuentran por todo el lugar. También distingo robots por algunos sitios. Sobre todo, veo
a personas con trajes de protección uniendo y soldando piezas. La maquinaria parece estar hecha
de componentes reciclados, pero tiene un estilo agresivo y oscuro que me encanta.
Finalmente, llegamos a la parte baja de la cueva, y tocamos el suelo. Sin embargo, el
ascensor no frena ni se detiene. Atravesamos de nuevo una capa de rocas, esta mucho más ligera,
ascensor no frena ni se detiene. Atravesamos de nuevo una capa de rocas, esta mucho más ligera,

y ahora vamos observando diversas instalaciones de la base, que se encuentran sumergidas a


mayor profundidad. Veo lo que parecen ser laboratorios, campos de entrenamiento, lugares para
comer, alojamientos, salas de descanso y juego…
Sin embargo, el ascensor no se detiene en ninguno de esos sitios. En cambio, termina su
largo trayecto en una estancia completamente blanca y vacía, con tan solo una puerta metálica al
fondo. El ascensor se abre, y Kala, con mi maletín, se despide de mí.
- Esta es tu parada. Luego te devolverán el maletín. Haz todo lo que te digan.
Y, dicho esto, pulsa otro botón y el ascensor desaparece de nuevo ante mis narices. Me giro
para avanzar hacia la puerta que se encuentra en esta sala, que es lo único que perturba las
paredes completamente planas y blancas como la leche. Eso, y el ascensor.
Cuando llego a la puerta, esta se abre y me encuentro con una nueva habitación, más grande
que la otra, que se extiende hacia derecha e izquierda. Mantiene el mismo estilo de paredes
blancas. En este caso, veo lo que parece ser varios quirófanos a lo largo de toda la sala, y de
repente me entra un enorme miedo. Siempre he tenido pánico de las operaciones y las cirugías, y
todo el entusiasmo que me había entrado durante el descenso en ascensor desaparece por
completo. Nada más entrar, me recibe un hombre vestido de forma similar a la de un médico,
con una bata también blanca. Tanto blanco en este lugar me da escalofríos. Sin embargo, me
habla de forma tranquilizadora y agradable, por extraño que suene.
- Tranquilo, no te vamos a operar ni nada por el estilo.
Yo, extrañado, le digo:
- Pensaba que todos me odiabais aquí dentro.
- No es decisión mía confiar o no en ti. Yo solo tengo que ver si tienes algún dispositivo o
conexión que permita delatar nuestra posición. El resto depende de ti.
Ya más calmado, le pregunto, pareciendo un niño pequeño:
- ¿Me dolerá?
El hombre, después de soltar un par de carcajadas, me responde:
- No, en absoluto. Tú solo túmbate ahí, y yo haré el resto.
Me dirijo a uno de los quirófanos, o lo que sea esa máquina, y me tumbo en él. Veo cómo la
camilla se introduce dentro de la maquinaria, y entro en un túnel de metal que me empieza a
rodear por completo. Finalmente, cuando esta se para, escucho la voz del médico diciendo:
- Ahora, procura tomar una postura cómoda y cerrar los ojos. Te vas a pasar ahí unos
cuantos minutos.
Efectivamente, tras colocarme bien, una serie de luces de diversos colores comienzan a
rodear mi cuerpo durante varios minutos. Procuro cerrar los ojos sin llegar a dormirme. No llevo
precisamente un día tranquilo.
Durante el análisis, me preguntan:
- ¿Qué es ese implante que tienes en el cuello? Emite una señal que no consigo identificar.
Ese implante es una de las pocas cosas que he atrevido a colocarme con cirugía. Al crear una
armadura que pudiera sustituir a la Reliquia, era necesario encontrar una manera de coordinar
mis pensamientos con la capacidad de acción del traje. Consultando con algunos científicos y
biólogos de confianza, conseguí encontrar un tipo de señal de largo alcance que resultara
indescifrable para los demás. Luego, la utilicé también para conectarme al proyector de
hologramas, y es la que me va a permitir controlar mi proyección y escuchar la reunión de los
líderes desde aquí.
Sin embargo, lo único que le dije en un principio al hombre fue:
- Es una historia muy larga…
A lo que él responde:
- No te preocupes, tenemos mucho tiempo.
De esta manera, no me queda más remedio que explicarle todo lo que pude acerca de mi plan
y de la utilidad del implante. Tardo unos cuantos minutos. Le aseguro que no puedo enviar
información a nadie, y que el implante estaba hecho precisamente para eso, para que la señal
permaneciera oculta. Por suerte, el médico escuchó pacientemente todo lo que le expliqué y me
creyó. Apenas le había conocido, y ya me parecía bastante majo y simpático.
De nuevo, pasado un tiempo, el hombre vuelve a hablarme, pero esta vez para añadir un
simple comentario.
- Parece que no te ha sentado bien el viaje en tren… Estás lleno de heridas y moratones.
- Dile a Shaira que la próxima vez no se ensañe tanto conmigo.
En ese momento, a ambos nos entra la risa. El hecho de que pasáramos de ser enemigos en la
mañana a aliados ahora es algo completamente irónico. Jamás llegué a pensar que ocurriría así.
Extrañamente, en este momento, me encuentro muy cómodo. Simplemente descansando,
quieto, sin tener que hacer nada. La calma antes de la tormenta.
Interrumpiendo mi momento de confort, las luces se detuvieron y la camilla volvió a
sacarme del interior de la máquina. Me llegué a poner nervioso. Estoy por pedir quedarme ahí
dentro para siempre, sin salir. Seguro que estaría mejor que luchando contra los que en su día
fueron mis aliados. Mis amigos.
- Bueno -me dijo-, parece que todo está bien. Marcus te espera en la sala de mando. Será
mejor que te acompañe.
De nuevo, volvemos al ascensor, donde vuelve a hablarme.
- Por cierto, discúlpame. Mi nombre es Hans. Un placer conocerte, David.
- Igualmente, Hans.
Hans llama al ascensor, y mientras esperamos a que llegue, continúa:
- Si quieres ocultar tu cara ahí abajo, no te culpo. Seguramente haya bastantes líderes de la
Rebelión que no estén muy contentos de verte.
Decido volver a colocarme la capucha. Mientras no tenga la confianza de los rebeldes,
prefiero llamar la atención lo menos posible. No quiero tener que soportar sus insultos, sobre
todo teniendo en cuenta que me pueden llegar a afectar bastante.

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