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las formas más primitivas de cantes sin guitarra, y los fandangos del
folklore andaluz y murciano, también llamados “fandangos del sur.” En
tercer lugar, la aportación genial del pueblo gitano, con sus peculiares
dotes para la expresión musical. Y, en cuarto lugar, la influencia de la
música afrocubana, que ha sido puesta de manifiesto por algunos
investigadores en los últimos años, sobre todo en estilos como los
tangos flamencos.
En definitiva, Andalucía es la casa natal del flamenco, el lugar
donde se produjo la fusión entre las diversas tradiciones culturales y
musicales que dieron lugar a su nacimiento, y no fueron moriscos o
judíos, payos o gitanos, sino andaluces todos, pobres y marginados, los
que lo crearon. Cuando un cantaor nos convoca al círculo mágico del
flamenco hay detrás de él un coro invisible de ancestros que perviven a
través de su voz: cristianos, musulmanes, mozárabes, mudéjares,
moriscos, judíos, conversos, gitanos, andaluces, murcianos,
extremeños, campesinos, herreros, alfareros, canasteros, mineros,
chalanes, arrieros, galeotes…, todos se sientan con nosotros al calor de
la música. Aquí cabe todo el mundo y nadie es más que nadie. Se
olvidan las viejas disputas por tierras, dioses y leyes. Cesan algaradas,
razias, persecuciones, expulsiones y juicios de pureza de sangre.
Comen, beben, lloran y ríen, tañen laúdes y guitarras, cantan y bailan
juntos, se cuentan sus penas y alegrías, juntos celebran la vida y
lamentan la muerte, juntos como abrazados en una lágrima.
Dicho todo lo anterior, se me entenderá mejor si confieso que me
resulta especialmente irritante y desmoralizador comprobar que la
pendencia gitanopayista o payogitanista, tanto monta o monta tanto,
parece eterna, pues cuando ya se la daba por superada, gracias al
progreso de los tiempos, a la existencia actual de una generación más
ecléctica de artistas y al advenimiento de una afición flamenca más
ilustrada, renace con fuerza y brío, aunque ligeramente disfrazada. Me
explico. Entre algunos artistas flamencos y flamencólogos vengo
observando en los últimos tiempos una actitud beligerante contra la
palabra “duende”, un viejo y venerable vocablo que ha encontrado en
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los tomo tan en serio como ellos se toman el tema del duende. ¡Que
les responda, con todos mis respetos para la artista, Rita la cantaora!
En fin, ya va siendo excesivo el tiempo y el espacio que les estoy
dedicando a estos sectarios enemigos del duende, sobre todo teniendo
en cuenta lo poco que ellos se preocupan de leer y reflexionar, o de
explicar sus razones y argumentos contra él. Para terminar,
simplemente les haré una pregunta retórica, por supuesto nada
inocente: ¿Así que sostienen ustedes que el duende no existe y que
nunca lo han sentido como artistas o aficionados al flamenco? Pues les
acompaño en el sentimiento. ¡Pobrecitos!
REFERENCIA DE CITAS:
-Sánchez Ferlosio, Rafael (1993) Vendrán más años malos y nos harán
más ciegos, Ediciones Destino, Barcelona.