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DOCTORADO EN EDUCACIÓN

SEMINARIO FILOSOFÍA DE LA EDUCACIÓN

Trabajo Final

“La incidencia de la formación docente universitaria


en los aprendizajes de los estudiantes”

Doctora: Adriana Massaccesi


Doctorando: Arturo Cid Herrera
Abril de 2018
La incidencia de la formación docente universitaria en los aprendizajes de los alumnos de
pregrado

Introducción

Las nuevas generaciones de profesionales llamadas “millenials”, poseen nuevas formas de


aprender y, por ende, se espera que generen nuevas formas de enseñar. Hoy los efectos de estar
hipercomunicados, donde pareciese que no hay barreras para desplazarse e impulsarse a la
búsqueda de nuevos conocimientos, a adquirir nuevas experiencias y a vislumbrar nuevos
horizontes para mejorar la calidad de vida en un mundo globalizado, ha ido penetrando el mundo
académico, que en algún momento se llamó “claustro académico”.

En esta apertura, pareciera entonces, que todo está permitido, hoy, en la universidad. ¿Cuál es la
idea de universidad que queremos? Ante esta pregunta surge el actor principal que es el académico
y es en este actor en el que intentaremos reflexionar acerca de su rol, de su perfil, de su formación,
de su fin.

¿Cómo se llega a ser académico en una universidad?; ¿Qué formación se requiere para ser
académico?; ¿Cuáles son las formas de enseñanza que promueven estos?; ¿Requieren una
formación pedagógica o educativa?; ¿Logran los nuevos profesionales en formación
conocimientos de calidad con sus académicos? Estas y muchas interrogantes pueden surgir
cuando nos planteamos investigar respecto a la gestión de aula y la transmisión de nuevos
conocimientos que deben generar los académicos en la actualidad.

Evidentemente, que se ha escrito e investigado bastante al respecto. Pero no es menos cierto que,
hoy, dadas las diversas exigencias de calidad, las cuales deben ser evidenciadas ante agencias de
la calidad educativa, que esto genera experiencias individuales, grupales comunitarias e
institucionales que deben llevar a un bienestar y mejora colectiva de calidad en el desarrollo de
un país y en la sociedad toda. Es aquí donde emerge el desafío de la educación. El desafío de
formar personas con alto desarrollo físico, intelectual, ético y moral para la construcción de una
sociedad más justa y humanitaria. Desarrollando y potenciando capacidades y habilidades que
lleven a compartir ideas, conocimientos y cultura respetando siempre a los demás procurando
siempre la felicidad y el bienestar de todos.

“La educación es lograr que las personas sean felices. Su único propósito debe siempre ser el de
alcanzar la igualdad, la transformación y la inclusión de todos los individuos en la sociedad”
(Freire, 2018).

[2]
Antecedentes

En la actualidad, la universidad exige, no sólo a sus estudiantes, sino también a sus docentes, la
adopción de nuevos roles. Para los primeros, ser sujetos activos de su propio aprendizaje y para
los otros, su profesional condición de facilitador y formador.

Esta condición debe ser concebida, hoy, como el resultado de nuevas formas de aprender y nuevas
formas de enseñar, dado los nuevos contextos socio-cultural, económico, tecnológico y científico.
Este resultado dificulta el desempeño docente del académico universitario quien puede ser el
elemento de comprensión, de transformación y cambio, pues no está formado para responder a
las exigencias actuales.

Los actuales modelos educativos de las instituciones universitarias, tanto en Chile como en
Latinoamérica y en varios países de la comunidad europea, están respondiendo, aún a necesidades
de una sociedad y de un mercado laboral inexistente. Por ello, se hace necesario responder al
nuevo contexto social y laboral modificando, cambiando, transformando el modelo formativo
docente universitario para dar respuestas innovadoras y actualizadas a las nuevas formas de
aprendizaje (Mora, 1998).

Describiremos, a continuación, algunos aspectos que caracterizan a la educación superior y que


plantean los nuevos desafíos en la formación académica docente.

Los programas de formación docente y el desarrollo profesional de los académicos docentes


universitarios.

Al abordar este punto, surge una primera interrogante, ¿cómo se llega a ser profesor universitario?
Una primera respuesta pudiese ser de orden “administrativa estructural”, es decir, la institución
necesita cubrir una determinada vacante, con un determinado especialista técnico, que responda
a un determinado perfil docente, de acuerdo a ciertos criterios y exigencias que demandan los
diversos procesos de acreditación. Sin embargo, qué es lo que ocurre con ese profesional cuando
ingresa al aula, qué efectos se producen en los aprendizajes esperados de los estudiantes. Variadas
respuestas que nos llevan a abordar el estudio de la experiencia de aula, de la formación
esporádica y de los desafíos que significa el desarrollo de un plan sistemático, es decir, un plan
de desarrollo estratégico de formación docente para el profesor y académico universitario.

Dado lo anterior, nos referiremos a ciertos criterios o rasgos que caracterizan a los actuales
docentes de las instituciones de educación superior:

[3]
a) Desarrollo profesional docente como fruto de su experiencia, evolución y trayectoria.
b) Desarrollo profesional docente como fruto de su formación formal en educación y pedagogía.
c) Desarrollo profesional docente como fruto de su formación y capacitación, ya sea autónoma,
esporádica o permanente.

Creemos que esta distinción se hace necesaria, después de revisar la literatura y el estado del arte,
respecto al tema de investigación, ya que las diversas clasificaciones de los académicos
universitarios son variadas y complejas. Asimismo, para poder centrar nuestra investigación en
alguno de estos criterios o rasgos el cual nos llevará a conclusiones más certeras y concretas.

El Desarrollo profesional docente

“El Sistema Nacional de Desarrollo Profesional Docente es uno de los pilares de la Reforma
Educacional, que emprendió nuestro país con el objetivo de garantizar el derecho a una educación
de calidad para todos y todas. Su objetivo es dignificar la docencia, apoyar su ejercicio y aumentar
su valoración para las nuevas generaciones. Todas las educadoras y docentes (incluidos
educadores de párvulos) que se desempeñan en establecimientos públicos y particulares
subvencionados, pueden ingresar a la carrera docente. Esto, de acuerdo a los tiempos de ingreso
que establece la ley, que estará en plena implementación el año 2026” (MINEDUC, 2017). “El
crecimiento general de la educación superior demanda también un incremento en la dotación de
docentes. Sin embargo, el crecimiento de las Jornadas Completas Equivalentes (JCE) no responde
de modo inmediato al crecimiento de la matrícula, generándose una distancia en el número de
docentes por estudiantes desde 2010, brecha que solo se comienza a disminuir en 2012.

Actualmente, el número de académicos únicos supera los 82 mil en el total del sistema de
educación superior (excluyendo a las FFAA), 24% más que en 2010. Aunque la mayoría de los
docentes son hombres (57%), en los últimos cinco años las mujeres crecieron a una tasa anual
levemente más alta que la de los hombres. Las Jornadas Completas Equivalentes (JCE: horas
totales contratadas dividido por 44 horas semanales) superan las 42 mil, con un crecimiento mayor
al 60% en los últimos cinco años.

El nivel de formación es una de las variables más relevantes para caracterizar el personal
académico. En 2014, las universidades del Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas
(Cruch) presentan una mayor proporción de doctores, en tanto uno de cada cinco académicos
posee el grado de doctor, cifra que aumenta a un 37% al considerar JCE con grado de doctor. En
las universidades privadas, solo el 7% tiene este nivel de calificación y 10% al considerar JCE.
En promedio, un 30% de los docentes universitarios tiene el grado de magíster. En los CFT e IP,

[4]
predomina la calificación de profesional y de licenciado (sobre el 70% en promedio)” (SIES,
2014).

El aumento de la cobertura en educación superior no solo ha impactado la oferta académica del


sistema, sino también, la conformación del cuerpo académico. La diversidad institucional del
sistema se refleja en las características del personal académico que lo conforma. Mientras los IP
y CFT asumen fundamentalmente una función docente, en el sistema universitario coexiste una
mayor heterogeneidad con la presencia de instituciones orientadas principalmente a la docencia
y otras más enfocadas en la investigación.

En este contexto, en 2014 el nivel de formación del cuerpo académico de los CFT e IP alcanza
mayoritariamente el nivel profesional o de licenciado (sobre el 70%). En las universidades del
Cruch uno de cada dos académicos posee posgrado, mientras que en las universidades privadas
la cifra es de uno de cada tres. Por otra parte, el promedio de edad del sistema es de 43 años,
siendo mayor en las universidades estatales (48 años) y en las universidades privadas del Cruch
(45 años). En los CFT, IP y universidades privadas, el promedio de edad de los académicos bordea
los 41 años.

Las universidades del Cruch concentran la mayoría de la oferta académica de doctorado y los más
altos indicadores de producción científica e innovación del sistema, lo que es consistente con la
dotación académica que poseen. En efecto, el 27,5% de los académicos de las universidades
particulares con aporte del Estado del Cruch tiene el grado de doctor, porcentaje que alcanza el
22% en las universidades estatales. En las universidades privadas, en contraste, un 7% de los
académicos posee este nivel de formación. Las universidades privadas tienen cerca de la mitad de
las JCE de nivel de doctorado que las universidades del Cruch.

Lo anterior, nos lleva a inferir la necesidad de categorizar al docente universitario en términos de


una formación profesional para el ejercicio de la función docente y generar un modelo de
formación sistemático para los académicos docentes universitarios.

[5]
El Problema

El desarrollo profesional de los docentes es una cuestión que no puede ser obviada si en realidad
se pretende un verdadero cambio educativo. Los profesores deben mejorar en cuestiones
educativas porque en ellos reside gran parte del cambio educativo y consecuentemente parece
necesario que hubiera una correspondencia con su desarrollo profesional. Autores como Knapper
(2000) indican que, a pesar de los avances logrados, la profesión de profesor universitario debería
ser considerada desde su relación con la formación específica en docencia universitaria, y por
tanto aún sólo se podría hablar de profesión emergente dado su breve recorrido.

De acuerdo con lo anterior surgen las preguntas de investigación: ¿se constata un aprendizaje de
carácter más profundo en los estudiantes de profesores formados en docencia universitaria? y, en
cualquier caso, ¿cómo influye el tiempo de formación en el aprendizaje?

Dimensión Antropológica

Un punto de partida imprescindible es establecer un planteamiento que nos conduzca al desarrollo


del ser humano, para ello se hace necesario relacionar la formación del docente con una
formulación epistemológica que integre diversos puntos de vista; pero privilegiando la
complejidad, diversidad y unidad de todo lo que es el ser humano. Así, debiéramos postular por
una formación docente hacia la libertad, para la comprensión, en donde se promuevan valores
como tolerancia, equidad, aceptación del otro y socialidad; todo lo cual requerirá de un ser
humano transformado que pueda enfrentar del mejor modo las diversas presiones y posturas de
un mundo globalizado.

Es fundamental y decisivo que todo académico tenga presente esta visión de la realidad, visión
que se funda, de hecho, en una escala de valores en la que se cree y que confiere a los académicos
autoridad para educar. No se puede olvidar que se enseña para educar, o sea, para formar al
hombre desde dentro, para liberarlo de los condicionamientos que pudieran impedirle vivir
plenamente como hombre.

A partir de aquí, podremos comprender al ser humano involucrado en la formación como una
unidad compleja, relacionando así esa fuerza vital propia de la vida, que impregna las relaciones
con el impulso transformador que le permite autenticar sus propias experiencias (Giroux, 1992);
expresión ello de la sensibilidad, factor fundamental que favorece la conformación de un ser
humano libre, pleno y sano, hacia la búsqueda pedagógica de nuevos tiempos en la educación. Es
aquí, que el concepto de sujeto constituye el referente en discusión, sujeto que enseña y que es

[6]
enseñado, percepción que varía en función de sujetos que interactúan para repensar, decidir,
actuar y producir soluciones a sus problemáticas.

La libertad no se da sin la confrontación con los valores absolutos de los cuales depende el sentido
y el valor de la vida del hombre. En el ámbito de la educación se manifiesta la tendencia a asumir
la actualidad como parámetro de los valores, corriendo así el peligro de responder a aspiraciones
transitorias y superficiales, perdiendo de vista las exigencias más profundas del mundo
contemporáneo, como son formar personalidades fuertes y responsables, capaces de hacer
opciones libres y justas.

Ante ello y desde aquí, aparece ante nuestros ojos la exigencia por imaginar nuevas respuestas,
soluciones y alternativas desde una nueva óptica, otras perspectivas y visiones, que involucren
ese otro pensamiento con miras a la conquista de una noción otra de humanidad que impacte a la
formación desde la conformación del docente como ser humano pleno. Es con ello y solo con ello
que podremos aspirar a una educación para la formación del ser humano.
Un escenario como éste requiere de unas instituciones educativas más flexibles en su
organización, en las relaciones internas y con el entorno social, otorgando una mayor dinámica y
poder innovador a las acciones educativas.

Al referirnos a la flexibilidad, estamos destacando un proceso de apertura de las organizaciones,


del currículo, de las actividades para que se favorezca la interacción de los saberes (científicos o
no) que conforman el currículo, en sus diferentes acepciones, de manera que se interrelacione el
saber, el hacer, el convivir, el ser y el emprender.

Dimensión Teleológica

Las últimas investigaciones y los diversos nuevos planteamientos relevan el hacer personal por
sobre los esquemas normativos. Como premisa importante surge el planteamiento finalista de la
enseñanza. ¿A quién tenemos que formar?, ¿para qué?, ¿cómo? Pensemos en el quehacer cultural
y profesional, esa realidad que en el futuro ha de constituir la actividad de nuestros estudiantes,
los nuevos profesionales que dirigirán los destinos del mundo.

Para quienes hemos sido formados para enseñar y a ver esta enseñanza, sobretodo la universitaria,
con una finalidad clara hacia el ejercicio de una profesión, nos damos cuenta que se requiere un
dominio de competencias que implican saberes, habilidades, destrezas y actitudes independientes
del dominio de la propia especialidad.

[7]
Los medios de aprendizaje, tienen cada día más importancia en función del futuro del estudiante.
Se convierte en el eje central de la enseñanza, porque es una preparación necesaria para su
formación continuada.

Hoy no tiene sentido la enseñanza universitaria a corto plazo, sólo para la etapa académica; es
necesario contemplarla a largo plazo. Es clave el enseñar a aprender, ya que cada día más, el
universitario se convierte en estudiante permanente, y sobretodo, tras su graduación.

El ritmo de generación de nuevos conocimientos y de superación de muchos anteriores,


haciéndolos obsoletos, hacen necesaria esa visión de la enseñanza, si se quiere ejercer con
responsabilidad y de forma ética.

En las lecciones de aula el objetivo es analizar y plantear bajo la lógica de la ciencia y los objetivos
de la profesión la asignatura, a partir de material de textos, revistas, etc. No es una aportación de
datos para su memorización.

La lección del profesor debe suponer una visión madura y puesta al día del conocimiento,
seleccionando los contenidos posibles y necesarios.

Es también una forma de aprender a seguir comunicaciones orales para obtener conocimiento,
forma que en la práctica es una fuente de aprendizaje frecuente en seminarios y comunicaciones
a congresos. A través del escuchar a otros podemos aprender a mejorar nuestra forma de
comunicarnos en nuestras exposiciones orales.

Desde la visión teleológica que nos planteamos, cuando nuestro objetivo es formar al estudiante
como universitario y como profesional, nos preguntamos: ¿cómo adquiere un estudiante el
conocimiento, que integrado con la práctica y experiencia diaria incremente su conocimiento.

La meta de la enseñanza no es el examen final y aprobar la asignatura –reconocimiento oficial de


conocimiento-, o aprender muy bien un programa. No, es aprender a realizar bien el trabajo
profesional del mañana encontrando el sentido y valor de una determinada asignatura en un
proyecto global, el cual será un proyecto de vida personal y trascendente que irá más allá del
bienestar material, será un proyecto de la transformación del ser.

Si bien, con esta visión de la realidad, el futuro es difícil de predecir, nuestra enseñanza debe
valerse de medios y fuentes de conocimiento actualizados, sin descuidar a “los clásicos”. Es la

[8]
realidad de hoy, respecto al futuro tampoco tenemos certezas y no debemos pretender ser profetas
ni adivinos.

Hemos de enseñar a obtener conocimiento de artículos científicos. Y en el propio artículo saber


cómo leerlos y seguir la lógica de introducción, resultados, discusión y conclusiones con material
y métodos tras la introducción o al final, siguiendo las fases lógicas del desarrollo del método
científico. Aunque, cada día los lenguajes específicos de cada ciencia son más crípticos y menos
universales.

Es importante tener presente que nuestra sociedad actual, ha introducido un nuevo lenguaje junto
a los clásicos. Asimismo, el nuevo lenguaje de la informática supone una importantísima
aportación cultural hoy. Por ello, debemos potenciar la incorporación de la informática en la
formación del estudiante.

Finalmente, creemos fundamental el aporte de la filosofía de la educación a través de sus diversas


dimensiones en especial, de estos aspectos que nos llevan a reflexionar sobre el fin y los
propósitos de la formación que deben recibir los académicos de nuestras universidades en la
actualidad.

Dimensión Axiológica

Las instituciones de educación superior y entre ellas las de carácter universitario, tienen como
obligación grave a contribuir en la formación de las personas y profesionales que se requieren en
la actualidad. Considerando la persona como miembro activo de un determinado país, portador
de derechos y obligaciones. Claramente, para formarlo, es necesario trascender las fronteras del
aula, planificar acciones y desarrollar actividades que propicien la formación integral del
estudiante; es decir, poner en práctica diversas acciones educativas orientadas a sensibilizarle
como ser humano y persona. La educación puede aportar a la movilidad personal y social, puede
cambiar y desarrollar positivamente el mundo actual a través de la persona del académico.

Actualmente, la formación de los profesionales no puede limitarse a los saberes y destrezas que
solamente les permitan el desarrollo exitoso en una determinada especialidad. Se debe buscar
desarrollar un profesional integral que no sólo transmita contenidos propios de una determinada
especialidad o profesión, sino que contribuya a incrementar el desarrollo moral y ético del
estudiante. La educación en valores es hoy en nuestra realidad nacional, ante todo, una imperativa
instancia de reflexión, de crecimiento personal que se gesta en el seno familiar y que facilita la

[9]
incorporación de los seres humanos, inicialmente a un sistema educativo que les permita
desarrollarse en un plano de equidad y, posteriormente, a una sociedad donde puedan realizarse
como personas únicas, irrepetibles, responsables de su propia vida y de la de los demás.

Desde siempre, a la universidad, se le ha atribuido como primera tarea la de afianzar los valores
trascendentales del hombre. Ello implica la formación de un estudiante apto para “tomar
conciencia de la importancia de las acciones colectivas y desarrollar habilidades para caracterizar,
razonar, discernir, dialogar y mediar, desde una ética social”. En palabras sencillas, se requiere
que la universidad eduque en valores. Y si esto es la tarea fundamental de la universidad, por
correspondencia los académicos deben ser formados para que lleven a cabo esta tarea
transformadora.

Educar en valores es un compromiso y un reto. Un desafío que en el contexto socioeducativo


actual, representa una obligación insoslayable. Es innegable que hoy se presentan una serie de
elementos que obligan a repensar nuestra condición de ser humano digno.

Hoy, hay una serie de elementos que configuran una nueva realidad social compleja y conflictiva,
a veces inestable, en la cual se generan demandas relacionadas con la educación, esencialmente
con la educación superior. Ahora bien, en esta nueva realidad no debemos descuidar la educación
y formación en valores conducida de manera sistemática, intencional, a través de estrategias que
refuercen los valores sociales, morales, religiosos, éticos propios de una sociedad y por tanto
necesarios para consolidar una identidad personal y social. Estas estrategias son parte esencial de
un planeamiento educativo que tenga por finalidad la formación no sólo del estudiante, sino
también del académico.

El ejercicio profesional del académico como docente y profesor no puede ser un acto mecánico
de aplicación de conocimientos y demostración de habilidades y destrezas en un área del
conocimiento sino un acto didáctico inclusivo en el que estén presentes el diálogo, la discusión,
la reflexión y la intencionalidad de una formación integral de la persona. Esta formación debe
estar orientada a formar e impulsar el desarrollo de un ser humano profesional, consciente de su
responsabilidad social: ético, crítico, creativo, emprendedor, solidario y competente en su área de
acción, capaz de adaptarse a una realidad cambiante y generador de transformaciones orientadas
al logro de una sociedad más justa, equilibrada y trascendente.

[10]
Dimensión gnoseológica.

Para estimular y acrecentar el saber dentro del proceso de enseñanza y aprendizaje, dentro de la
filosofía de la educación nos surge la dimensión gnoseología. Una visión a partir de esta
perspectiva, nos puede llevar a formular y diseñar un programa de formación de académicos y
profesores en el cual converjan los distintos saberes del conocimiento, permitiendo una
interdisciplinariedad. Con esto, transmitiríamos una visión más realista y humana para favorecer
el aumento del interés y el compromiso de los estudiantes hacia su disciplina de especialidad o
saber y su apertura y vinculación con otros saberes. Asimismo, los académicos debieran transitar
por este mismo método para la transmisión de un conocimiento articulado, vinculado y realista.

Lo anterior, sin descuidar la base de la perspectiva gnoseológica ya que cada ciencia o rama de la
cultura se revela en su sistema de conocimientos científicos, a través de los cuales se explica la
esencia de su objeto (Flores, 2000).

Cada área del conocimiento implementa diversas acciones concretas que realiza con sus
estudiantes para alcanzar la solución de los problemas propios de su especialidad. El sujeto de
esta dimensión es la comunidad de estudiantes y el conocimiento previo, el conocimiento dado
en clase, en el sentido de conocimiento sabio. Ahora, este conocimiento lo posee el académico en
su mayor espectro.

Dado lo anterior, surge la pregunta de cómo los estudiantes llegan a incrementar su conocimiento.
Evidentemente, aquí se debieran incluir aquellas unidades de información que describan o
caractericen el proceso por el que el estudiante, interna y externamente, llega a conocer.
Claramente, estas acciones ocurrirán en el interior del estudiante y que son facilitadas por acciones
externas de él, en las que influye poderosamente el académico docente, las cuales además son
incrementadas por el medio.

Pero, cómo llega el estudiante a aprender. Aquí nos enfrentamos a categorizar las unidades que
definen y enmarcan al proceso sistemático, deliberado, por el que el sujeto llega a apropiarse del
conocimiento. El sujeto de la categoría es el estudiante y el conocimiento es el conocimiento del
área correspondiente, es decir, el conocimiento asumido por la comunidad científica, académica
y profesional, es el establecido por el pensum. Dicho en términos más coloquiales es el plan de
estudios definido por la institución de educación superior en el cual han participado activamente
los integrantes del claustro.

[11]
Definido lo anterior, llegaos a la interrogante central de nuestra temática y que involucra al cuerpo
académico de la universidad. ¿Cómo enseñar? Aquí ya tenemos, claramente, las unidades que
componen esta actuación deliberada y práctica del académico docente o profesor de la asignatura
para contribuir a que el estudiante se apropie del conocimiento disciplinar en el aula. Los sujetos
de esta categoría son el académico docente o profesor, el alumno y el contexto donde se desarrolle.

Finalmente, nos surge la interrogante clave de nuestra temática de reflexión y posterior


investigación: ¿Cómo se accede al conocimiento didáctico? Es aquí donde deberemos incluir los
aspectos o unidades de información que den cuenta de las acciones concretas que desarrolla la
comunidad científica para llegar a adquirir el conocimiento científico sobre la educación. El sujeto
de la categoría es el investigador y la comunidad investigadora en educación, y el conocimiento
es el conocimiento didáctico sobre el área del saber en particular, la reflexión sobre la formación
de los académicos docentes, educadores de ese saber en particular. En tal sentido la formación
gnoseológica de las diversas disciplinas o saberes permitirá a los docentes actuar reflexivamente
respecto a su quehacer y práctica pedagógica, siendo una potencial herramienta para favorecer
eficazmente su incorporación a una tarea de investigación educativa. Un académico docente con
prosecución tendrá más criterios, y podrá enfrentar con una visión más amplia y acorde con la
metodología científica, las diversas complejidades de la enseñanza. “El conocimiento científico
no deriva de la observación cruda, ni de la razón pura; que la tecnología y la instrumentación son
importantes para el avance de la ciencia; que no existe un principio único e infalible, sino una
pluralidad metodológica en la actividad científica” (Massoni, 2010).

Dimensión Ética

Abarcar un tema de tal envergadura, como lo es la ética del académico universitario en un breve
ensayo pudiese parecer de una soberbia intelectual supina. Sin embargo, en el bien entendido de
ir aportando algunas reflexiones básicas para el acercamiento a una explicación que sólo pretende
ser un punto de referencia para posteriores discusiones y mayores espacios de reflexión.

Trataremos de abordar la ética desde aquello que resulta pertinente plantear, hoy. Es decir, una
ética viva, en constante transformación, concibiendo la ética como un saber inherente a la
condición humana, por tanto, toda acción humana está impregnada de ética, por ser ésta, una
consecuencia de los actos humanos y su carga valorativa.

Cuando una persona desde su propia autonomía y libertad, encuentra las ideas y valores que
marcarán el ideario de su vida, cuando descubre el disfrute y el gozo del saber, y cuando este
saber le lleva a comunicar, a construir y a crear, y a estar cada vez más abierto a la profundidad

[12]
de su ser y al entorno conformado por sus pares y académicos, ingresa al desarrollo de su
crecimiento en autonomía y libertad, en apertura y comunicación, y en la afirmación de la
conciencia crítica. Así la persona se va haciendo dueña de sí misma por la identificación con
aquellos valores éticos y morales que van orientando su crecimiento y la van situando en la
sociedad y en la historia (Tueros, 1997).

La formación de los académicos docentes nos lleva a reflexionar de cuál es la finalidad de la


educación, y cómo en este proceso de adquisición de una mirada crítica, de una capacidad para
discernir lo correcto, lo adecuado, lo conveniente, lo propio, lo oportuno, lo prudente, aquello que
lleva al bien personal y al bien social, nos lleva al imperativo ético, al mandato de nuestra
conciencia que nos impulsa a trasmitir lo que hemos descubierto y aprendido, sin presencia de
egoísmos, vanagloria. Este movimiento de búsqueda y de transmisión de la verdad es lo que
constituye la esencia de la educación.

Hasta hace poco tiempo daba la impresión que para desempeñar nuestros roles profesionales,
podíamos prescindir o desdoblarnos de una parte de nuestra personalidad, en la cual habitaban
nuestros valores y por ende nuestras posturas éticas. Desatendiendo que la persona es una “unidad
de vida” que debe tener una visión y modelo de vida digno de ser imitado. Actuando en su ámbito
privado y donde se desenvuelve como un verdadero formador de personas.

La ética profesional de los académicos docentes debe ser el punto central desde el cual reforzar
la autoestima y la calidad profesional y humana de lo que hacemos y la estima social por el
servicio prestado. No sólo desarrollamos ciertas actividades sino que somos una unidad, por lo
cual no es posible separar la clase de persona que somos, de la clase de ciudadano, amigo, vecino
o académico docente y en el caso que nos ocupa saber formarse y dejarse formar para actuar con
ejemplaridad. Hay que saber que no es posible ser buena persona si no se ejerce bien, competente
y honestamente la profesión que se tiene.

[13]
Conclusión

Después de las lecturas realizadas y considerando las dimensiones de la Filosofía de la Educación


revisadas y reflexionadas en el seminario del mismo nombre, del Doctorado en Educación, es
conveniente reafirmar algunos postulados que son relevantes para el futuro de la investigación
que se quiere abordar respecto a la incidencia de la formación de los académicos en los
aprendizajes de los estudiantes de la educación superior. Lo primero es referirse a la
“singularidad” aquella característica por la cual la persona posee una genuina esencia individual
gracias a la cual se distingue de otras personas y por lo mismo es única, irrepetible, insustituible
e inintercambiable. Es en el contenido de esta característica de la persona donde cobra pleno
sentido el "conócete a ti mismo", formulado por el maestro griego siglos atrás.

Desde este punto de vista la educación de la persona, tiene un objetivo fundamental: "hacer al
estudiante consciente de sus propias posibilidades y limitaciones cuantitativa y cualitativamente
consideradas unas de otras".

Autoconocimiento e intimidad son manifestaciones de la singularidad que la educación de la


persona debe potenciar. El concepto de persona lleva como consecuencia que la educación es un
proceso interior del sujeto humano, y a él hay que mirar en primer término para abrirse después
al exterior, a los objetos, personas y realidad trascendental, con cuya comunicación se realiza la
existencia humana.

Por una parte, el encuentro consigo mismo es uno de los primeros desafíos que el estudiante debe
enfrentar. La educación tiene aquí un papel importantísimo: favorecer el autoconocimiento,
facilitar la aceptación, procurar la modificación de elementos que entorpecen o dificultan el
proceso perfectivo. Este enfrentamiento personal se elude muchas veces por pereza o por temor.
El estudiante constata manifestaciones de su yo que le sorprenden como ajenas, o no esperadas
en la estructura personal que creía conocer.

De este modo, el conocimiento de sí mismo es una dimensión específica que resulta esencial a la
hora de que el estudiante actúe auténtica, consciente y responsablemente.

Gracias al ejercicio de esta dimensión el estudiante, fruto del pensar y reflexionar las alternativas
de acción a seguir, podrá encontrarse en condiciones de realizar una acción verdaderamente
humana. Actuar conociendo el por qué y para qué y asignar finalidades concretas a nuestros
modos de vida, nos permite llamarnos con propiedad responsables de nuestros actos.

[14]
Por ello una educación que intente ayudar a que el estudiante se "forme" o "perfeccione" no puede
dejar de propiciar el conocimiento de sí mismo y la reflexión. Y por correspondencia, es esencial
que ocurra lo mismo con los académicos en los distintos saberes de la universidad.

Pareciera que las universidades de hoy producen la impresión de que enseñan muchas cosas, pero
tal vez no capacitan para "entender plenamente". Verdad es que, en su más superficial
interpretación, el hecho de aprender es aprehensión, captación o captura, de conocimientos o
aptitudes, pero la educación es algo más, no es solamente una suma de elementos dispares sino
un perfeccionamiento total de la persona. El sujeto a quien se supone educado fácilmente queda
en la situación del que sabe muchas cosas y no comprende nada.

Por otra parte, tal es la importancia del cultivo de la intimidad por parte del estudiante que es
gracias a ese desarrollo por el cual la persona puede arribar a una madurez personal y fecunda.

El fracaso de la vida humana puede venir por un doble camino: ya por la vaciedad interior del
necio, que no sabe encontrar la alegría y belleza de la vida íntima, o del cobarde, que no se atreve
a plantear el problema de sus propias deficiencias; ya por la tragedia del amargado o del resentido,
que no sabe adecuar sus sueños a la realidad. La vida está lograda cuando las cosas y los hechos
externos son aprovechados para enriquecer nuestra intimidad, y cuando recíprocamente nos
relacionamos con las cosas y realizamos las actividades exteriores poniendo toda el alma en ellas,
es decir, no quedándonos en el simple contacto superficial, sino fecundándolas con nuestra vida
interior.

Una segunda característica que es conveniente relevar es la autonomía, que es aquella


característica de la persona en virtud de la cual ella es el principio agente de sus propias acciones.
Se trata en ella de poner en ejercicio la libertad.

Siendo la educación un proceso de ayuda a la persona con el fin de capacitarle para que ella
desarrolle una vida verdadera y realmente humana, entonces la máxima expresión de esa
realización o perfeccionamiento es el uso efectivo de la libertad. Toda educación auténtica se
realiza en función y al servicio de la persona humana y en la medida en que el hombre es un ser
libre la educación se halla al servicio de la libertad.

Por ello educar en y para la libertad es una tarea irrenunciable de una educación de personas
humanas. En este sentido, es un grave error el pretender vivir una libertad desligada, una libertad
sin sentido, límites, dirección o metas.

[15]
Entender la libertad como una total indiferencia frente a los otros es, desde luego, renunciar a la
misma posibilidad de perfeccionamiento. Mas aún, es abrir una veta de negación de la propia
persona en donde la libertad se vive como angustia, como absurdo, en definitiva como una
condena.

La educación de la libertad es, a final de cuentas, la capacidad que posee la persona humana de
elegir, decidir y ejecutar el bien, con el fin de autorrealizarse y ser feliz.

Pues bien, si la persona se entiende como principio agente de sus acciones, es obvio que su
perfección depende fundamentalmente de ella misma. El actor y protagonista de la educación es
el propio estudiante que se educa. En este sentido, el ejercicio de la libertad plantea desde el punto
de vista educativo uno de los más delicados y difíciles problemas: resolver la paradoja de preparar
a la persona para que viva sin ayuda del educador y de institución formadora.

No hay duda de que el ejercicio de la libertad, por parte del estudiante, supone un gran riesgo pues
puede ocurrir que no esté capacitado para tomar decisiones ni ayudar a sus compañeros a tomar
las suyas. Sin embargo, toda auténtica educación de personas es un riesgo que no se puede eludir
sin que la educación misma desaparezca. La vida humana es un riesgo en la medida en que es
humana. La educación necesita enfrentarse con la posibilidad de los fracasos del educando
justamente para hacerle capaz de no incurrir en ellos o de soportarlos.

Otra característica que surge de este planteamiento es la apertura, la persona es principio agente
de su actuar, es decir, actor-protagonista de sus propias acciones, pero lo es de un modo relativo,
abierto y comunicante.

Entender la persona como algo absoluto es darse de cabeza contra la experiencia universal que
nos está poniendo delante el carácter contingente de nuestro ser y la necesidad de relacionarnos
con algo y alguien para poder vivir. La persona humana es principio, pero no absoluto, sino
dependiente o participado de otro anterior. Ha recibido el ser de otros y necesita relacionarse con
el exterior para poder vivir.

En tres niveles se desarrolla la capacidad de apertura: nivel objetivo, apertura del hombre a las
cosas que le rodean, el mundo objetivo del cual recibe los primeros estímulos necesarios para su
vida cognoscitiva. El nivel social, determinado por la existencia de otras personas con los que
necesariamente tienen que convivir para desarrollar eficazmente su personalidad. El nivel
trascendental, es decir, la posibilidad que el hombre tiene de preguntarse por la existencia de
“alguien” que trasciende la realidad que le circunda y la posibilidad de entablar relación con ÉL.

[16]
Finalmente, sólo desde la unidad de la persona es admisible la pretensión de una educación de
calidad que parta desde los académicos hasta llegar a los estudiantes. La educación verdadera no
consiste en una construcción de un hombre acumulando distintos elementos, sino más bien en una
construcción que arranca de la raíz misma de la unidad de la persona. El hombre íntegro, entero,
no es un conglomerado de actividades diversas, sino un ser capaz de poner su sello personal a las
diferentes manifestaciones de la vida.

Formar a los académicos para una Educación de Calidad es, por lo tanto, aquella educación capaz
de poner unidad en todos los aspectos de la vida de un hombre. No hay duda de que esto
constituye un gran desafío para los educadores pues éstos deben lograr que los estudiantes vean
el bosque por medio de los árboles. En efecto, en sí mismo, un bosque no es más que un conjunto
de árboles. Pero la representación humana de cualquier bosque nunca puede alcanzarse mediante
la integración de las representaciones de cada árbol. El bosque como representación humana,
posee una unidad de sentido propia que lo diferencia del bosque como agrupación de árboles, y
que hace imposible reducir aquel a la suma de éstos.

La educación es siempre educación de la persona humana. Por esto ella siempre se refiere a la
unidad de vida de la persona que no se reduce a la simple agregación sumatoria de sus partes. La
persona como un todo sustancial no es el conjunto de partes o aspectos que la constituyen sino es
fundamentalmente ordenación de todos y cada uno de esos aspectos en la unidad de su ser
personal.

Sin embargo no existen acciones educativas por las cuales el académico docente o profesor logre
llegar a la totalidad personal del estudiante, pues cada acción que realiza un académico con un
estudiante es particular. No obstante la educación debe constituirse como unidad pues así lo exige
la unidad personal.

Tenemos entonces, por una parte, una disparidad de género en las acciones educativas que no
alcanzan por sí solas la unidad y totalidad personal, y, por otra, tenemos la exigencia desde el
todo personal de la unidad de la educación.

Para salir de esta encrucijada es necesario resolver tres cuestiones fundamentales:

1º Las enseñanzas han de integrarse de tal suerte que el aprendizaje de unas no obstaculice el
aprendizaje de las demás, y todas en conjunto vengan a constituir el contenido de un proceso
intelectual en el que no haya lagunas ni solapamientos.

[17]
2º El estudio de los problemas, situaciones y casos que constituyen el campo de la formación
deben considerar las dimensiones antropológica, teleológica, ética, gnoseológica, las cuales deben
estar integradas y orientadas hacia una finalidad común.

3º Todas la enseñanzas que configuran el denominado "plan de estudio" o “currículum” deben


estar integradas a las actividades del plan de formación de tal modo que las dimensiones
antropológica, teleológica, ética, gnoseológica constituyan los ejes fundamentales y armónicos en
el que se realiza la actividad educativa del académico para con el estudiante.

Olvidar esta exigencia de integración y unidad deja estériles muchos esfuerzos educativos y, en
consecuencia, muchas posibilidades de perfeccionamiento personal.

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