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GUILLERMO TORRES GARCIA

MIGUEL ANTONIO CARO


SU PERSONALIDAD POLITICA

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EDICIONES GUADARRAMA, S. L.
Santa Catalina, 3 ' ,
MADRID
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Copyright hy
EDICIONES GUADARRAMA, S. L .

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Impreso en España

eres Gráficos de E d icio n es C a s t il l a , S. A . - Alcalá, 126. - Madrid


Las láminas se tiraron en los Talleres «Arte»,’ de Bilbao
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REFLEXION PRELIMINAR

La literatura sobre Miguel Antonio Caro empieza a ser


abundante. Y así está bien que sea. Sólo que esta literatura
ha venido produciéndose dentro de una misma orientación
y con un criterio poco analítico, porque casi todos sus auto­
res se limitan a hacer el elogio del grande humanista.
Aquella figura de las letras y de la política, que tan­
tos aspectos presenta para su análisis, no ha inspirado entre
nosotros sino un sólo estudio de crítica auténtica. Refiéro-
me a la disertación crítico-biográfica que nuestro Msigne es­
critor, el señor Luis López de Mesa, hace en su libro sobre
Caro y Cuervo,
Es dicha disertación una obra que por su elevación inte­
lectual, su vasta erudición científica y literaria, _su gran ri­
queza idiomàtica, su bello estilo y su sistemático ordena­
miento, sobresale cualitativamente entre cuantos panegíricos
hanse tributado al célebre traductor y comentador de Vir­
gilio.
El estudio de López de Mesa es no solamente un admira­
ble conjunto de apreciaciones profundas acerca de la perso­
nalidad de Caro y de observaciones muy inteligentes y agu­
das sobre nuestra nación, sino también una de s'us mejores
producciones de orden científico, histórico y literario, escri­
ta en páginas que son ornamento de la cultura colombiana,.
10 GUILLERMO TORRES GARCIA

No podía ser de otra manera. Siempre he considerado


que el cetro de la erudición y del idioma que Caro tuvo en
Colombia en el siglo xix, pasó en el XX a López de Mesa, co­
mo a sucesor forzoso y legítimo. ¿Quién, en efecto, desde
que Caro desapareció, puede ostentar entre nosotros en el
campo de la cultura y en el conocimiento de nuestra lengua
mayores títulos que López de Mesa?
Y no se arguya contra esta sucesión la circunstancia de
que el autor de «Disertación Sociológica» milite en filas
opuestas a las de Caro, porque no se trata de que dichas per­
sonalidades tengan unas mismas creencias y una análoga
expresión conceptual, sino de apreciar estos valores huma­
nos cada cual con su propia arquitectura ideológica.
Caro y López de Mesa son dos representantes de la cul­
tura colombiana, suficientemente disímiles, para que de ellos
no se haga un paralelo, sino un estudio de contrastes. No
soy yo el llamado a realizar dicho estudio, porque para ello
no estoy capacitado, y por esto mismo solamente haré algu­
nas brevísimas consideraciones a manera de lincamientos ge­
nerales..
Si a estos hombres de letras se les contempla en el terre­
no de la antigüedad clásica, Caro presenta mayor, versación
en la cultura romana, al paso que López de Mesa aventaja
a Caro en el conocimiento de la cultura griega. Ello se ex­
plica en López de Mesa por su amor a los problemas de la
Filosofía y en Caro por su inclinación a las disciplinas del
Derecho. El uno está bien para el siglo de Feríeles y el otro
para el siglo de Augusto. La inteligencia de Caro revuela
entre las columnas del Capitolio y la de López de Mesa en­
tre las flores del Jardín de Academo.
Si les vemos por el aspecto de la erudición literaria, Ca­
ro conoció en forma más vasta la literatura española y tu­
vo una abundante información sobre otras literaturas; en
tanto que López de Mesa posee conocimientos literarios más
MIGUEL ANTONIO CARO 11

universales, en el sentido de que ellos se extienden a las le­


tras de un mayor número de naciones. .
Si López de Mesa no domina el latín en el grado en que
lo dominó Caro, ni tiene la, erudición teológica de éste, co­
noce, a su vez, más lenguas vivas, y ha hecho investigacio­
nes filosóficas de un género que no constituyó materia de
meditación en Caro.
Si Caro mostró gran pericia en asuntos filológicos y si
dejó estudios de primer orden sobre el lenguaje, López ele
Mesa también ha revelado su sólido saber en punto de filo­
logía y de lingüística. Para uno y otro, además, nunca tuvo
secretos la lengua castellana, pudiendo afirmarse, en este
punto de vista, que ambos son clásicos escritores, en cuya
pluma el idioma ostenta todo su esplendor y magnificencia.
No cuenta López de Mesa con la recia formación jurí­
dica ni con los conocimientos de Caro en ciencias morales
y políticas-, pero éste no poseyó la cultura de López de Me­
sa en ciencias naturales y ciencias médicas.
López de Mesa ha penetrado con fortuna en los dominios
de la Sociología, ramo éste al que Caro negó su carácter de
ciencia y lo despreció, despreciándose en tal caso también
a sí mismo, ya que en él había muy buena materia prima
par.a un sociólogo.
Caro brilló en la crítica literaria e histórica- y López de
Mesa ha tenido el don de la elocuencia científica.
Si el primero fué un notable polemista que empeñó du­
ras batallas de prensa especialmente en las páginas de «El
Tradicionalista», el segundo se ha valido de «El Tiempo»
para esparcir desde esa alta tribuna del periodismo ameri­
cano muchas semillas fecundas en el campo de las ideas.
Si Caro no quiso salir nunca de la tierra nativa, deter­
minación que en él, lejos de amenguar, realza su mérito,
López de Mesa, por el contrario, ha contemplado' en Atenas
las ruinas del Partenón y por tierras de Italia ha visto las
12 GUILLERMO TORRES GARCIA

truncas columnas que aún restan del Foro romano. Mas. si


Miguel Antonio Caro no estuvo jamás en Grecia ni en Ro­
ma, él era sin embargo hijo de Apolo, pues que a sus sienes
ciñó el laurel inmarcesible de los poetas.
Caro y López de Mesa dijieren en la forma, en que ellos
proceden ante los más trascendentales problemas del pensa-'
miento. Caro, en efecto, fué un hombre esencialmente religioso,
cuya honda fe en la Divina Revelación constituyó en él un
impedimento invencible para el estudio de las corrientes de
ideas que en su concepto no fuesen ortodoxas, circunstan­
cia que le hizo renunciar a toda investigación filosófica ex­
traña a sus convicciones. Fué esto un exceso de celo por
parte suya, porque el hecho de que creamos en la Revela­
ción no se opone al examen de especulaciones racionalistas,
ya que por este mero examen no se abjura la fe. Las creen­
cias religiosas no son incompatibles con las actividades de
orden filosófico. Los atenienses de la antigüedad fueron espí­
ritus eminentemente filosóficos, siendo al propio tiempo ex­
tremadamente religiosos, rasgo este último que anotó San
Pablo cuando a ellos les habló puesto en pie en medio del
Areópago.
López de Mesa, a la inversa de Caro, es una inteligencia
más filosófica que religiosa; pero él no se ha encastillado
ni ha cerrado ojos y oídos a la luz y a la palabra del Cris­
tianismo. Por tanto, si Caro se mantuvo exclusivamente en
las regiones de la fe, sin descender a problemas filosóficos
distintos de los de la escolástica, y si López de Mesa no se
ha contentado con la investigación meramente filosófica si­
no que también ha ascendido al estudio de la Religión, pare­
ce evidente que en este orden de ideas la órbita de acción
intelectual ha sido en López de Mesa más extensa que en
Caroi
La diferencia que yo hallo entre la manera de ver de Ca­
ro y la de López de Mesa en estas cuestiones de investiga-
MIGUEL ANTONIO CARO 13

dòn filosófica, ocúrreseme explicarla así: Si a ambos les


suponemos en los salones del Vaticano e imaginariamente
les colocamos frente de aquel fresco de Rafael en que este
pintor del Renacimiento nos presenta los filósofos griegos,
Caro buscaría inmediatamente el pensador de su predilec-
áón, y fijando en él los ojos, reconcentrañase en la obser­
vación de esa personalidad, prescindiendo del resto del cua­
dro ; López de Mesa, por el contrario, no se limitaría a la
contemplación de un solo pensador, sino que detallaría una
por una todas las figuras de los filósofos salidas del 'pincel
del Sanzio.
. Entre los varios contrastes que hacen Caro y López de
Mesa, hay uno de no escasa importancia, y es el siguien­
te : La personalidad de Caro se formó y floreció en el siglo
pasado, al estruendo de nuestras contiendas civiles y de
nuestras pugnas ideológicas sin cuartel, mientras que la per­
sonalidad de López de Mesa se ha formado y ha florecido
en lampresente centuria, a la sombra de la paz y en un am­
biente de ideas más sereno y conciliador. Esta es la razón
que explica, al menos en parte, la oposición sustancial que
se advierte entre el absolutismo conceptual de Caro en ma­
terias políticas y el relativism-o de López de Mesa', entre la
autocràtica forma en que el primero procedía con las opinio­
nes contrarías a las suyas, y la amplitud, la tolerancia y aún
la indulgencia con que el segundo mira o analiza las ajenas
ideas. Y así, Caro es el gladiador que dotado de grandes
fuerzas y agilidad trata de acabar con su adversario, y Ló­
pez de Mesa es el pensador ecuánime que estudia todos los
movimientos de la lucha ideológica y todos los recursos de
los combatientes.
En estas personalidades existen pues las diferencias de
temperamento que necesariamente distinguen a dos genera­
ciones formadas bajo la influencia de ambientes nacionales
diversos. Caro formó parte de una generación dogmática y
14 GUILLERMO TORRES GARCIA

beligerante, como hija, al fin, de su tiempo; en tanto que


López de Mesa pertenece a la llamada ’’Generación del Cen­
tenario”, generación que con este bello nombre habrá de pa­
sar a la posteridad y cuyo rasgo característico es (puesto
que ella aún vive y todavía dirige por muchos aspectos la
marcha de nuestra nación) su espíritu caballeresco, amplio
y generoso.
La acción cultural y política de esa generación constituye
un hecho trascendental en la historia de la nación colom­
biana, porque es innegable el influjo que ella ha tenido so­
bre nuestro organismo social, así como el impulso que logró
dar al país en sus frentes fundamentales de actividad.
Para los que éramos adolescentes cuando la generación
del Centenario ya se había iniciado en la vida política y en
los dominios de la cultura el estudio de sus hombres repre­
sentativos tiene un especial interés, ya que esa generación
influyó, como era natural, en nuestra formación, y por lo
tanto hace parte de nosotros mismos. Esto explica que al in­
tentar en él presente escrito un examen de la personalidad
de Miguel Antonio Caro por su aspecto de hombre de Esta­
do, haya empezado, a manera de reflexión preliminar, con
algunas someras anotaciones sobre los contrastes que hacen
estas dos grandes figuras de la cultura nacional, una de las
cuales le ha dado a la república la generación del Cente­
nario.
Mas si Caro y López de Mesa presentan interesantes con­
trastes por muchas de sus fases, en otras, en cambio, ostén-
tanse iguales, En efecto, éste, como aquél, ha dedicado su
existencia a las cosas del espíritu; su vida, como la de Ca­
ro, ha sido de estudio y meditación; y son rasgos comunes
a ellos que a ambos enaltecen, su austeridad como ciudada­
nos, su preocupación permanente por el · bien público, su
entrañable amor a la nación y sus nobilísimos esfuerzos por
verla cada día más culta y engrandecida.
MIGUEL ANTONIO CARO 15

López de Mesa, vuelvo a decir, es el sucesor de Caro en


el orden de la cultura, y creo que a él corresponde en nues­
tro tiempo el mismo título que Caro tuvo en su época: la
primera ilustración de Colombia.

París, enero de 1956.


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MICHEL ANTONIO FARO
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Estudiar a un hombre de Estado es ante todo precisar y


hacer resaltar sus obras realmente'sustanciales, relegando a
plano inferior lo que sólo haya sido en él accidental y fugaz.
Es este un buen procedimiento para avalorar los hechos de
un hombre público, porque así se reconoce la primacía de lo
fundamental sobre lo adjetivo, de lo principal sobre lo acce­
sorio, de lo grande sobre lo pequeño, de lo perdurable sobre
lo efímero..
La personalidad política de Miguel Antonio Caro ha sido
deformada entre nosotros por errores de apreciación. Exis­
ten, en efecto, dos corrientes de opinión que le son adversas,
por falta de un análisis completo de las ideas que en ellas se
sustentan. En una de estas corrientes afírmase que Caro
«no fué un político», y por la otra se sostiene que él fué «un
mal político».
Mas la verdad o el error que encierren estos conceptos
claro es que dependen de la forma en que unos conciban el
hombre político y del criterio con que otros apliquen el dic­
tado de mal político. Ahora bien, si para llegar a tales con­
clusiones sobre Caro se ha partido de una base errada, esto
■es, de- una falsa noción de la política o de su ejercicio, erró­
neas en consecuencia son también esas conclusiones.
Si por hombre político ha de entenderse el ignorante -que
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18 GUILLERMO TORRES GARCIA

a fuerza de intrigas o de influencias de cualquier orden ad­


quiere posiciones sobresalientes en los negocios de Estado;
o el ardidoso ganador de elecciones; o el adulador de oficio,
nacido para turiferario, que obtiene distinciones y funciones
públicas; o el que a trueque de indignidades alcanza altas
dignidades; o en fin, el que siendo simple aficionado a cues­
tiones de Estado carece de las dotes que éstas exigen; si ta­
les ejemplares, digo, son los que corresponden a la noción
que se tiene del hombre político, indudablemente en un or­
den de ideas semejante Caro no pudo serlo jamás.
Pero es que esta concepción se halla muy lejos de la
verdadera noción de la política. Ella, ciencia y arte a un mis­
mo tiempo, entendida así, y considerada en su más hondo sen­
tido, constituye una noble actividad de la inteligencia, que
por sus íntimas y naturales relaciones con el gobierno de
los Estados, es, según la expresión de Cicerón, lo que más
acerca al hombre a las faenas de los dioses. La política, pa­
ra Bossuet, debe sacrificar siempre el bien personal al bien
público; Laeordaire decía que después del servicio de Dios,
el más excelso es el servicio del Estado, y Víctor Cousin pen­
saba que la verdadera política tiene por base el conocimien­
to de la naturaleza humana.
La política es ciencia experimental, y por esto mismo ella
no puede erigir en principio suyo aquello que Ja experiencia
ha condenado. La política tiene por fundamento a la moral
que es la ley universal de todas las conciencias, y por con­
siguiente, de la conciencia de los gobiernos. A ella han de
servirla espíritus elevados y rectos que sepan interpretar las
instituciones, porque éstas serán tanto más eficaces cuanto
más adecuados sean los hombres que las practiquen, del pro­
pio modo que las leyes, cuando son buenas, dan todo su
fruto si hay buenos ciudadanos. Las cuestiones políticas son
vitales para toda nación.
1

MIGUEL ANTONIO CARO 19

i Algo tan importante y especial es esta función guberna­


tiva, que ella en la antigüedad llegó a tener hasta una forma
propia y peculiar de expresión a la cual se dió el nombre de
lengua política. Los griegos, en efecto, entendían por ésta la
lengua de los negocios públicos, de-las cosas de Estado, en.
contraposición a la lengua de los oradores, de los poetas j
de los escritores. Sabido es que los primeros oradores de Ate­
nas no hablaban la lengua oratoria sino la lengua política,,
pues aquélla solamente se inició en la época en que pudo-
verse que la elocuencia era capaz de obrar con mucha efica­
cia sobre los acontecimientos y de tener grande influencia
en las actividades populares. Dícese que en tiempos del ma­
yor florecimiento de la cultura griega la lengua política con­
servaba todavía mucha importancia, y que los jonios, muy vi­
vos y espirituales según es fama, distinguiéronse por h&-
1 blarla con gran sencillez y moderación.
| Todo lo anterior se resume diciendo que la política es
! campo escabroso y difícil que exige méritos, en el cual sólo
i pueden ser llamados «políticos», los hombres que demuestran
¡ con sus obras haber correspondido a tan eminente función.
Político auténtico es, pues, el que se ocupa de los negocios
de Estado y de la conducción de hombres y naciones con las
dotes de honradez, ilustración y habilidad que este ministe­
rio reclama. La noción del político confúndese'así con la de
hombre de Estado. Es ésta su genuina significación.
La otra noción, la que confiere el título de político al que
se entromete en los negocios públicos acompañado ordina­
riamente de gran vanidad y casi siempre movido por intere-
, ses personales, no corresponde al político sino al «politicas­
tro», tipo éste de seudo hombre público bien abundante por
desgracia en todas las naciones. Pero es obvio que la diferen­
cia que va del uno al otro, es decir, del estadista al «politi­
castro», es análoga a la que media, por ejemplo, entre un
20 GUILLERMO TORRES GARCIA

teólogo y un sacristán, entre un economista y un simple hom­


bre de negocios, entre un arquitecto y un albañil.
Fijado así brevemente lo que yo entiendo por hombre po­
lítico, puede ya entrarse en el examen de las actividades de
«Caro en este terreno a fin de indagar cuáles fueron en él sus
ejecutorias.
II

Si las tradiciones y ambiente familiares son factores de­


terminantes en la formación de los hombres, y si en ocasio­
nes su influencia sobre éstos, combinada con la de las leyes
de la herencia, llega a hacer de ellos los continuadores afor­
tunados de esas mismas tradiciones, fácil es comprender en
el caso de Miguel Antonio Caro su profunda fe católica, sus·
arraigadas convicciones políticas, su amor a las letras, su vo­
cación para las cuestiones de Estado y su determinación de
entrar en la vida pública.
Uno de sus bisabuelos, don Francisco Javier Caro, nacido
en España a mediados del siglo xvm, trasladóse a Santa Fe
de Bogotá para desempeñar el. cargo se secretario del Virrei­
nato, posición gubernativa sobresaliente en nuestro régimen
colonial, que ocupó en tiempo del Arzobispo-Virrey Caballe­
ro y Góngora.
El tercero de sus hijos, don Antonio José Caro, quien nar:
ció en Santa Fe en 1783 y fué el abuelo de don Miguel Anto­
nio, desempeñó elevadas funciones en la Real Hacienda, y.el
virrey don Benito Pérez nombróle su secretario, distinción:
que don Antonio José no aceptó. En 1821 fué miembro del
Congreso Constituyente de Cúcuta como diputado por la pro­
vincia de Santa Marta. .
El segundo de los hijos de don Antonio José, fué José
22 GUILLERMO TORRES GARCIA

Eusebio Caro, nacido en Ocaña en 1817 y padre de don Mi­


guel Antonio. La personalidad de este eminente granadino
es suficientemente conocida por la nación para que no sea
e l caso de detenerme a entrar en detalles sobre ella.
De otro ascendiente de Miguel Antonio Caro por la línea
paterna, don Miguel Ibáñez, eminente jurista, se ha dicho
que fué compañero de capilla de Caldas y el único que pudo
fugarse de ella durante la época del Terror. Fué también
miembro del Congreso Constituyente de Cúcuta.
El abuelo materno de Caro, don Miguel Tobar, nacido en
el Virreinato de Santa Fe en 1782 y descendiente de Suárez
Ttendón, fundador de Tunja, era un letrado y un jurisconsul­
to de gran renombre. Como miembro del Serenísimo Colegio
•Constituyente que el 30 de marzo de 1811 expidió la Consti­
tución de Cundinamarca, redactó dicho estatuto político en
■asocio de don Jorge Tadeo Lozano. Concurrió al Congreso
Constituyente de Cúcuta y su firma aparece en nuestra Cons­
titución de 1821. Asistió a la Convención que reunida en Bo­
gotá a raíz de la disolución de la Gran Colombia decretó el
17 de noviembre de 1831 la Ley Fundamental de la Nueva
Granada, que .lleva también su firma, y su nombre vuelve
a aparecer al pie de la Constitución de 1832. Fué, además,
durante muchos años, magistrado de la Suprema Corte de
Justicia. .
Huérfano Caro a muy temprana edad, pues cuando perdió
a su padre aún no tenía diez años, su infancia y adolescencia
fueron objeto del más solícito cariño por parte de su ilustre
abuelo materno, a cuyo lado vivía aquél en la casa solariega.
Las virtudes y el saber de don Miguel Tobar, la rica biblio­
teca de aquel procer letrado y la ilustrada conversación de
los amigos que solían visitarle, hombres todos eminentes, co­
mo un Joaquín Mosquera, un Lino de Pombo, un. Ignacio
Gutiérrez, y algunos más, fueron los elementos constitutivos
¿el ambiente familiar y social dentro del cual empezáronse a
MIGUEL ANTONIO CARO 23

modelar la inteligencia y el carácter con que el Creador ha­


bía dotado a este vástago de Caros y Tobares.
Un bachiller de Oxford llamado Thomas Jones Stevens,
fue contratado especialmente (en 1854) para enseñarle a Ca­
ro las primeras letras y el inglés. Más tarde, en 1861, cuan­
do éste contaba dieciocho años, tuvo por maestro a un scho-
lar de Cambridge, el señor Samuel Start Bond, con quien Ca­
ro perfeccionó sus conocimientos de inglés y sus estudios de
letras humanas.
Don Miguel Tobar, humanista y jurisconsulto como antes
dije, enseñó-a su nieto la lengua latina, le inició en la lite­
ratura, le familiarizó con los clásicos de la antigüedad griega
y romana y le dió rumbos en la jurisprudencia. Estudios ge­
nerales de filosofía y letras hizo Caro en el Colegio de San
Bartolomé hasta 1861, año en que los jesuítas fueron expul­
sados del país por un decreto dictatorial de Mosquera.
Las enseñanzas de don Miguel Tobar, las de los profeso­
res británicos y los conocimientos recibidos de los jesuítas,
fueron las bases de la cultura de Caro, pues su inmensa erudi­
ción la alcanzó a virtud del propio esfuerzo y del poder de
su inteligencia. Una sed inextinguible de saber y una extra­
ordinaria capacidad para leer y asimilar la lectura con rapi­
dez desconcertante, hacíanle pasar en la vasta biblioteca de
su abuelo incontables vigilias, entregado al estudio y a la me­
ditación. «Leía como Balmes (dice Marco Fidel Suárez refi­
riéndose a Caro), es decir, buscando en prólogos e índices la
clave de los libros y apoderándose de su contenido de un mo­
do admirable, que hacía recordar la facultad que poseía el
sapientísimo padre Diego Laínez para devorar la ciencia ate­
sorada en obras enormes.» Caro, como todo hombre funda­
mentalmente intelectual, amaba la soledad y el silencio, que
son las alas del espíritu. Los libros eran para él sus mejores
amigos, porque sabía que le acompañarían con la misma
lealtad así en la próspera como en la adversa fortuna, y que,
u GUILLERMO TORRES GARCIA

a la inversa de los hombres, le dirían la verdad sin adula­


ción. Caro sabía también que quien lee, nunca está solo; que
los libros son los compañeros más seguros porque a nadie
traicionan, al propio tiempo que los más agradables y gene­
rosos, ya que nos ilustran con humildad y nos convencen o
disuaden con desinterés.
Descendiente de letrados y hombres políticos, Caro here­
dó de sus mayores la pasión por las letras y el temperamento
para la vida pública. Llamado a grandes destinos en la cul­
tura colombiana y en la patria reconstrucción, es de suponer­
se el alerta oído y la profunda atención con que él, adoles­
cente, escucharía en el salón de su abuelo las disertaciones
de los ilustres varones neogranadinos y la impresión que las
ideas por ellos esparcidas harían en el ánimo del estadista y
letrado del porvenir. La influencia que sobre él tuvieron esos
tiempos y aquellos hombres y especialmente la de don Mi­
guel Tobar, habríala de resumir el mismo Caro medio siglo
después en el senado de la república, cuando en uno de sus
admirables discursos, arrebatado por la gratitud y por los re­
cuerdos, exclamó: «A mi abuelo le debo lo poco que sé».
Tales fueron, a grandes rasgos, las tradiciones de familia
y el ambiente social que, indudablemente, influyeron en la
formación de la personalidad de Caro. Es, pues, explicable
que éste apareciese muy pronto en la lucha política, lucha en
la cual habría de sufrir golpes y heridas inevitables, pero tarar
bién alcanzar victorias que le harían imperecedero en la his­
toria nacional.
III

La vida pública de Caro empezó en los albores de su ju­


ventud. Ella inicióse en el periodismo cuándo contaba apenas
veintiún años, o sea en 1864 *. A partir de ese año y hasta
1868, Caro escribía en La Caridad, la Voz de la Patria, La
República, El Iris, El Símbolo, bien que sus escritos litera­
rios predominaban entonces sobre los políticos. En 1868 asu­
mió la dirección de La Fe, periódico que, aunque de corta
duración, dióle, no obstante, oportunidad para engalanar sus
columnas con brillantes escritos sobre cuestiones religiosas y
políticas. En ese mismo año concurrió por ver primera al
cuerpo legislativo como miembro de la cámara de represen­
tantes. Caro tenía entonces veinticinco años y por las puertas
del· periodismo y del parlamento había entrada en la escena
política.
Se ha dicho de él que a su salida de los claustros escola­
res tuvo el propósito de luchar por la organización en Co­
lombia de un partido católico, y que ésta fué su principal
preocupación política en los primeros años de su juventud.
A fines de 1871, cuando Caro tenía ventiocho años, apareció

* Don Miguel Antonio Caro, nació en Bogotá, el 10 de noviembre de


1843, en una casa situada en la carretera 7.» entre las caUes 6.* y 7.a y
no en la calle 9.» (llamada antiguamente de San Alberto) como se ha creí­
do siempre. ■· ■ V ■
26 GUILLERMO TORRES GARCIA

bajo su dirección el célebre periódico denominado El Tradi-


cicnista, cuya esencia ideológica era su primitiva aspiración
relativa a lo que él entendía por partido católico.
Para apreciar debidamente las circunstancias en que Caro
ee hallaba colocado cuando empeñó su batalla de ideas en
las páginas de El Tradicionista, preciso es tener en cuenta los
factores políticos fundamentales de aquellos tiempos.
El Tradicionista, como ya dije, apareció a fines de 1871,
esto es, durante el gobierno del general Eustorgio Salgar. Las
instituciones de Ríonegro tenían entonces ocho años de exis­
tencia. Colombia se encontraba en una época equidistante del
año de implantación de aquellas instituciones y del de la pri­
mera elección de Núñez para la presidencia de la república,
o sea en otras palabras, que ocho años antes habían triun­
fado las ideas del radicalismo y que ocho años después, a vir­
tud de la elección de Núñez, habrían de triunfar las del mo­
vimiento de la Regeneración. El Tradicionista, pues, abrió
fuegos en el centro de aquel período político. Curiosa circuns­
tancia.
Mas todo esto lleva a ciertas reflexiones. Creo que la gue­
rra de 1860 fué ganada exclusivamente por Mosquera y que
la perdieron conjuntamente la nación y el partido conserva­
dor. La nación la perdió, en el sentido de que el democrático
gobierno de la Confederación Granadina que presidía don
Mariano Ospina, vino a ser sustituido por la tiranía de Mos­
quera en el llamado Gobierno Provisorio, y poique las insti­
tuciones de Ríonegro que sucedieron al despotismo mosque-
rista tuvieron el desastroso poder de condenar al país a per­
petua anarquía; y el partido conservador la perdió especial­
mente, por cuanto sus principios quedaron desplazados de la
dirección gubernativa y sus hombres representativos alejados
de las altas funciones de la república.
Cuando El Tradicionista apareció, hacía diez anos que el
partido conservador había caído y el horizonte seguía siendo
MIGUEL ANTONIO CARO 27

para él muy oscuro. Caro se propuso despejarlo. Pero para


lograr este objetivo, era esencial levantar y fortalecer los es­
píritus en aquella colectividad, atraer hacia un centro común
a cuantos elementos pudieran hallarse dispersos, lanzar el gri­
to de unión para luchar por el triunfo de los principios y con­
gregar todas las huestes disponibles en torno de un mismo
pendón. Fue entonces cuando Caro entró en la lid armado de
todas armas, como lo eran su privilegiada inteligencia, su in­
quebrantable fe religiosa, su bella cultura en letras, su brillan­
te pluma y su ardorosa juventud.
El Tradicionista—escribe el señor Hernando Holguin y
Caro—«principió a publicarse el día 7 de noviembre de 1871
y duró hasta el mes de agosto de 1876. Durante los primeros
meses aparecía semanalmente, en edición de ocho páginas;
a partir del mes de mayo del siguiente año, salía en edición
de cuatro páginas, tres veces por semana.»
«El señor Caro fué redactor en jefe desde su aparición
hasta terminar el año de 1873; durante el año de 1874 y los
cinco primeros meses de 1875 lo reemplazó el doctor Martí­
nez Silva. A partir del l.° de junio continuó nuevamente el
señor Caro al frente de él.»
Los cinco años de lucha en El Tradicionista, que comienzan
en 1871 y acaban en 1876, diéronle a Caro una posición sin­
gular en la política colombiana; hicieron de él· uno de los
conductores políticos más autorizados y conquistáronle desde
entonces la legítima y obligada jefatura del futuro partido
nacional que el porvenir reservaba para cuando Rafael Nú-
ñez desapareciera de la lucha política.
Las ideas son fuerzas, y las que Caro sostenía en El Tra­
dicionista eran fuerzas poderosas. La experiencia enseña que
las instituciones políticas son tanto más deficientes e imprac­
ticables cuanto más se alejen de la fisonomía de una nación.
La Constitución de 1863 se hallaba en este caso. Caro no hacía
en definitiva sino aprovechar el citado principio experimen-
28 GUILLERMO TORRES GARCIA

tal,· para luchar intelectualmente por el derrumbamiento de


instituciones viciadas de imposible continuidad. El edificio
político levantado en Ríonegro tenía malos cimientos y una
estructura erradamente calculada. Caro lo comprendía así y
sabía que su pluma era pica suficientemente eficaz para de­
moler aquel edificio. ' ·* .
La federación fué entre nosotros un gran desastre. Esta,
forma de organización política que se inició en la Constitu­
ción de 1853 y concluyó con la expedición de la Constitu­
ción de 1886, mantuvo la nación en Una absurda inestabilidad
institucional. Cerca de treinta Constituciones, sin ninguna ar­
monía entre sí, diéronse lás provincias de la Nueva Granada
a virtud de la Constitución de 1853; cuarenta Constituciones
hubo en los nueve Estados Soberanos que formaban los Es­
tados Unidos de Colombia, pues siete Constituciones diferen­
tes tuvo el Estado de Antioquia, seis el de Panamá, cinco el
de Cundinamarca, cuatro el de Bolívar, cuatro el de Tolima,
cuatro el de Magdalena, cuatro el de Boyacá, tres el de Cauca y
tres el de Santander. La nación, a su vez, se dió tres Cons­
tituciones federales: la de 1853, la de 1858 y la de 1863, lle­
gando la inestabilidad hasta a su nombre mismo, ya que ella
se llamó de tres maneras distintas en el corto período de diez
años.
En punto de conmociones sociales y de inestabilidad gu­
bernativa, debe recordarse qué cerca de cincuenta contiendas
armadas de carácter local registráronse en los diversos Es­
tados; que cuatro gobiernos fueron derrocados en el Estado
de Panamá, dos en Bolívar, dos en el Magdalena, dos en Cun-
dinamarcá, uno en Boyacá, y uno en el Tolima; que hubo
cuatro:guerras civiles durante el régimen federal: la de 1854,
la de 1860, la dé 1876 y la de 1885; 'que el país sufrió las;
dictaduras de Meló y de Mosquera; que se dieron dos golpes
de cuartel contra el jefe de la nación: el de Meló en 1854
y: el dé Acosta en 1867, y que en este último año el presi-
li
'
■m
S
■ SS?!:'
MIGUEL· ANTONIO CARO , 29

dente de los Estados Unidos de Colombia fué juzgado por el


congreso,. depuesto de la presidencia y desterrado del país.
Este es, en líneas generales, el balance de hechos histó­
ricos que el sistema federal presenta en materia de estabilidad
institucional y gubernativa y de orden social.
Iniciada dicha forma de gobierno por los constituyentes
de 1853, ella quedó francamente implantada, en la Constitu­
ción en 1858, y luego, por el estatuto de Ríonegro se la exa­
geró hasta un extremo tal, que el concepto de unidad nació- .
m i prácticamente desapareció ante la excesiva e inconsulta
autonomía de los Estados. El presidente de la llamada Unión
Colombiam lo que tenía en su mano era un cetro de caña,
y el principio de autoridad que debía encarnarse y personi­
ficarse en el jefe de la nación, sólo aparecía a los ojos de
ésta como un irrisorio y burlesco atributo. La exagerada au­
tonomía de las partes restábale fuerza y prestigio al orga­
nismo político representativo de la nación entera, y la con­
secuencia lógica de este sistema no podía ser sino la anarquía.
Fué mucho el tiempo qué Colombia perdió y muchos los
infortunios que hubo de sufrir por causa de sus desgraciados
ensayos federalistas. Nuestros primeros movimientos revolu­
cionarios en pos del ideal de uri gobierno propio, se caracte­
rizaron por un sentimiento acentuadamente federativo. La
lucha por la independencia nacional iniciada prácticamente
en 1811 y casi todo cuanto entre nosotros ocurrió hasta 1815
en busca de una forma de gobierno autónomo,’ inspiróse en
aquel sentimiento. Fueron los intentos federalistas los que
ocasionaron nuestras primeras discordias civiles aun antes de
que hubiésemos alcanzado la libertad. En 1814 el congreso
federal de Tunja puso a la cabeza de sus tropas al Libertador
Simón Bolívar para combatir contra el gobierno centralista
establecido en Santa Fe de Bogotá, gobierno que salió de­
rrotado de aquella contienda,^ viéndose, obligado a someterse a
la'autoridad del citado congreso y quedando así triunfante la
■ m i m a I* \lto»
30 GUILLERMO TORRES GARCIA

bandera de la federación. Pero ésta, poco después, debía, a su


vez, desaparecer, para ser reemplazada por la tiranía de
los llamados «pacificadores» en 1816, que fué lo que hizo ger­
minar el odio entre patriotas y realistas, entre neogranadinos
y españoles, desatando la guerra a muerte y anegando en san­
gre el suelo del virreinato.
Mas si tales tendencias al federalismo eran explicables,
ello no quiere decir que dicho sistema de gobierno fuese el
que nos convenía establecer. Ese federalismo constituía una
etapa, si se quiere, obligada, en la revolución de indepen­
dencia; pero el error grave que a mi modo de ver se cometió,
fué el de querer adoptarlo como forma definitiva de organi­
zación política. Entre la concepción gubernativa de un Camilo
Torres o de un Castillo y Rada, que fueron federalistas, y la
de un Antonio Nariño o un Jorge Tadeo Lozano, que eran
centralistas, claro es que la de éstos últimos interpretaba me­
jor y se acomodaba más, a la verdadera índole nuestra, al
carácter y fisonomía que la nación española nos había im­
preso durante una dominación varias veces secular.
La guerra de independencia, por cruenta y larga que fue­
se, no tenía el poder de destruir, ni siquiera de modificar
sustancialmente lo que España nos había legado en raza, en
religión, en cultura, en costumbres. Podíamos, en verdad, lle­
gar a ser una nación libre y soberana, pero los elementos
constitutivos de nuestra personalidad continuaban siendo es­
pañoles. Este era justamente el factor sociológico que no ha
debido perderse de vista para los efectos de darnos una or­
ganización política autónoma.
El Nuevo Reino de Granada era un cuerpo político homo­
géneo y unido. Los neogranadinos profesábamos una misma
religión, hablábamos la misma lengua, teníamos el mismo
elemento racial europeo puesto que no habíamos contado con
corrientes inmigratorias distintas de la española, e iguales
MIGUEL ANTONIO CARO 31

eran nuestras tradiciones y costumbres. En todo esto había


pues unidad y homogeneidad.
Como en España imperaba una monarquía absoluta, hija
de los tiempos, el virrey de Santa Fe, representante entre
nosotros del monarca español, tenía la mayor suma de poder
público, aunque con sujeción al Rey y al Consejo de Indias.
Nuestro virreinato estaba constituido en forma rígidamente
unitaria y centralista, no sólo en el orden político sino tam­
bién en el económico. Sólo con la metrópoli manteníamos
relaciones comerciales y esto mediante una organización tam­
bién centralizada.
Los neogranadinos, pues, nos habíamos formado con un
concepto de unidad, es decir, dentro de un régimen unitario,
y éste era nuestro cauce natural secular, nuestro molde, nues­
tra fisonomía en el orden político. De ahí que las instituciones
que, como las federales, se oponen a esa fisonomía, estuviesen
condenadas a ser entre nosotros impracticables y contrapro­
ducentes, como así lo demostraron en todo tiempo en qúe a
ellas nos acogimos.
La simpatía que por el federalismo existió en los prime­
ros años de nuestra revolución de independencia, explícase
en gran parte por un espíritu de imitación. El régimen fede­
ral implantado en los Estados Unidos de América fué el ele­
mento perturbador que llevó a nuestros proceres a imitar esas
instituciones con prescindencia de toda sindéresis. En la Amé­
rica del Norte, en efecto, ocurría precisamente lo contrario
de lo que teníamos en el virreinato: Las tierras norteameri­
canas habían sido colonizadas por pueblos europeos muy di­
versos; sus gentes pertenecían a distintas razas y religiones;
hablaban lenguas diferentes; su cultura, tradiciones y cos­
tumbres variaban de una a otra región, y, en suma, la falta
de unidad y la heterogeneidad de factores sociales eran los
rasgos característicos de los pobladores de esa grande por­
ción del globo. Los norteamericanos, a la inversa de los neo-
32 GUILLERMO TORRES GARCIA

granadinos, estaban federados por; la naturaleza misma de las


cosas. Ellos sí interpretaban muy bien su índole y su .fisono­
mía política, y por eso acertaron al adoptar la federación. La
admirable estabilidad de las instituciones fundamentales de los
Estados Unidos de América no tiene explicación distinta.
En el caso nuestro también es patente. Mientras estuvi­
mos agitándonos en ensayos federalistas, es decir, andando
por caminos errados, no hallamos reposo; pero todo fué dar­
nos una Constitución de república unitaria con gran concepto
de unidad nacional como.la Constitución de 1886, y la nación
ha vivido desde entonces la única época de estabilidad insti­
tucional que registra su historia. .
Mas basta ya de reflexiones sobre la federación, y. vuelvo
a Caro.
Como anteriormente dije, el señor Caro dirigid El Tradi-
cionista desde el día de su aparición, que fué el 7 de noviem­
bre de 1871, hasta fines de 1873; durante todo el año de 1874
y los cinco primeros meses de 1875, le reemplazó en la di­
rección el señor Carlos Martínez Silva, y a partir del 1.· de
junio de dicho año, Caro volvió a dirigir el periódico hasta
agosto de 1876, mes en que fué suspendido por el gobierno.
La situación política de aquella época presentábase en la
forma siguiente. La división que de años atrás venía acentuán­
dose en él partido de gobierno, fué ya definitiva en 1875,
cuando la fracción denominada «liberal-independiente»· cuyos
directores eran Salgar, Trujillo, Zaldúa y Camacho Roldán,
proclamó para el períbdo de 1876 a 1878 la candidatura pre­
sidencial de Núñez, quien hacía poco había regresado al país
despúés de una larga Ausencia. Esa candidatura la acogieron
con entusiasmo algunos círculos conservadores de Bogotá y de
la Costa.
■. De su lado, la otra fracción del partido liberal o. sea el ra­
dicalismo, con Murillo a la cabeza y con el apoyo del gobierno,
lanzó la candidatura'del señor Aquileo Parra.
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MIGUEL ANTONIO CARO 33

Al principio de esta campaña electoral El Tradicionista


vaciló en apoyar la candidatura Núñez; pero ocurrió que al
paso que las declaraciones de éste y especialmente una inte­
resante carta suya dirigida a aquel periódico eran muy li­
sonjeras para el partido conservador, el gobierno del presi­
dente Pérez no ahorraba actividades para hacer fracasar dicha
candidatura. Desde ese momento, tanto Caro como Martínez
Silva se adhirieron sin reservas a la política nuñista que venían
sosteniendo Carlos Holguín, Antonio B. Cuervo, Joaquín F.
Vélez, Alejandro Posada, Lázaro María Pérez y- José María
Samper, éste último prácticamente afiliado ya al partido con­
servador.
Mas todo esfuerzo en favor de Núñez fué inútil, entre'
otras circunstancias porque los gobiernos conservadores de
Antioquia y del Tolima resolvieron votar por el señor Barto­
lomé Calvo, neutralizando así el peso electoral de esos dos
Estados. El señor Parra, sin embargo, no logró reunir los votos
de cinco de los nueve Estados de la Unión, que era la mayoría
indispensable para declararlo electo, y en consecuencia, de
acuerdo con las disposiciones constitucionales, correspondió al
congreso de 1876 hacer la elección entre los tres candidatos
en presencia. Las fuerzas de Núñez y de Parra aparecieron
equilibradas dentro de la representación nacional; pero la ac­
tividad desplegada por los adversarios de Núñez.. aseguró al
señor Parra la mayoría requerida para ser elegido, como en
efecto lo fué.
Caro era entonces representante por el Tolima y en tal
carácter tomó activa parte en las tormentosas sesiones del
congreso de 1876, al propio tiempo que como director de El
Tradicionista combatió al presidente Parra por sus métodos
de gobierno.
En aquel mismo año estalló una guerra civil. Circunscrita
ésta inicialmente al Estado del Cauca, hízose general, por cau­
sa de la invasión al Tolima y de la consiguiente entrada en
3
34 GUILLERMO TORRES GARCIA

armas de Antioquia. El gobierno del señor Parra, que hacía


responsable de la guerra a El Tradicionista, procedió a sus­
penderlo y a rematar su imprenta. La inseguridad reinante
en aquellos días obligó a Caro a permanecer ocultó' durante la
contienda armada.
Esta insensata guerra fratricida duró ocho meses. Inicia­
da en agosto de 1876, las fuerzas conservadoras sufrieron dos
grandes reveses en las batallas de Los Chancos y de Garra­
pata y hubieron de capitular en Manizales en abril de 1877.
Pero si tal derrota se contempla ante las consecuencias que
trajo consigo la victoria militar del radicalismo, esas conse­
cuencias dicen que el triunfo obtenido en 1877 resultó pírrico,
por cuanto el general Julián Trujillo (que había sido el can­
didato de los conservadores en 1873) fué elegido presidente
de la república para el período de 1878 a 1880, y con él subió
al poder el llamado «partido independiente», cuya afinidad
con los conservadores habría de traducirse en el apoyo de­
cisivo que éstos dieron más tarde a Núñez.
El año 1878 fué de grande importancia en el terreno po­
lítico. Núñez, al dar posesión de la presidencia de la república
al general Julián Trujillo, lanzó en su discurso el grito de
reforma institucional con el histórico dilema «regeneración
fundamental o catástrofe». Levantada así por Núñez la ban­
dera de la Regeneración, éste convirtióse en la figura cen­
tral de la política colombiana, pues todas las corrientes de
. opinión agitáronse desde entonces en torno suyo, unas en un
sentido y otras en otro.
El partido liberal, como ya dije, estaba dividido de tiem­
po atrás en radicales e independientes. Estos últimos apoya­
ban las ideas de Núñez. El partido conservador, a la sazón
fuerte y unido apesar de la derrota sufrida en la guerra de
1876, miraba con simpatía las ideas políticas del reformador,
pero muchos de sus hombres principales no confiaban en él,
y otros mostrábanse reticentes porque Núñez no les había
: MIGUEL ANTONIO CARO 35

acompañado en el movimiento revolucionario de aquel año;


Bien sabido es, en efecto, que, invitado como presidente del·
Estado de Bolívar a entrar en la lucha, Núñez se negó a ello»
con su perspicaz respuesta: «No me embarco en nave que
pueda irse a pique». *Núñez, de su lado, tampoco las tenía
todas consigo en punto de confianza en los conservadores.
Este era, en' síntesis, el cuadro político existente inmedia­
tamente antes de la elección presidencial para el período de
1880 a 1882.
Los conservadores, como lo anoté, no se decidían a ro­
dear a Núñez. Mientras este estado de ánimo persistiera,
claro era que ellos no representaban para aquél sino una fuer­
za abstracta. El mismo Caro, con todo y haber sido el gran
luchador de El Tradicionista, y de hallarse más que nadie
convencido de la necesidad de reformar las instituciones, ma­
nifestóse en un principio muy poco inclinado a apoyarle, y
hombres como Sergio Arboleda, José Joaquín Ortiz, Manuel
Briceño y muchos otros, igualmente vacilaron en depositar
su confianza en el estadista reformador. Núñez, por su parte,
espíritu calculador, cauteloso y sutil, no abrigaba tampoco
mucha certidumbre sobre la lealtad de los conservadores.
En 1879 Núñez fué elegido presidente de la república. El
partido independiente le llevó al poder y con él gobernó du­
rante el bienio de 1880 a 1882. El candidato del' radicalismo
fué el general Tomás Rengifo.
Entre 1880. y 1884, las actividades políticas de Caro se
limitaron a la prensa, pues todo ese tiempo estuvo dedicado,
a la dirección de la Biblioteca Nacional, donde tenía como
inmediato colaborador al señor Marco Fidel Suárez. Caro es­
cribía principalmente en El Conservador, periódico del señor
Sergio Arboleda.
En 1883, Núñez fué elegido presidente, por segunda vezr
para el período de 1884 a 1886. En esta elección los conser-
36: GUILLERMO TORRES GARCIA

vadores votaron por él. El radicalismo tuvo como candidato


al general Solón Wilches.
La reforma política, que por entonces se hallaba apenas
en gestación, habríase quizás desarrollado lenta y gradual­
mente; pero la rebelión armada de 1885 (error máximo del
radicalismo) precipitó los acontecimientos y obligó al gobierno
a proceder con grande energía y rapidez. Vencida la rebelión,
y sometidos prácticamente todos los Estados soberanos a la
autoridad del gobierno general, el llamado «orden federal»
desapareció de hecho, por la fuerza misma de las cosas. Fué
entonces cuando Núñez declaró caducada la Constitución de
MG3, y cuando en desarrollo de tal declaración expidió sti
¿célebre decreto de 10 de septiembre de 1885, por el cual dis-
ipuso que los Estados enviasen delegatarios a un Consejo Na-
«cional, que se reuniría en la capital de la república, con el fin
-■de deliberar sobre los términos en que debería procederse a.
jla reforma de la Constitución. Estos delegatarios debían ser
•'ños por cada uno de los nueve Estados, es decir, dieciocho en
total.
El Consejo Nacional de Delegatarios instalóse en Bogotá
el 11 de noviembre del mismo año. Era un ilustre cartage­
nero quien lo había convocado, y esta asamblea reuníase en
la misma fecha en que setenta y cuatro años antes —el 11 de
noviembre de 1811— se había firmado el Acta de Indepen­
dencia de la Provincia de Cartagena de Indias, acta que entre
todas las de su género fué la primera en que una provincia
del virreinato proclamó nuestra separación absoluta y para
siempre de la monarquía española.
El Consejo Nacional estaba constituido por nueve delega­
tarios conservadores y nueve delegatarios pertenecientes al
partido liberal-independiente.· Miguel Antonio Caro era dele­
gatario del Estado de Panamá.
IV

La participación de Caro en ese cuerpo deliberante fué


indudablemente lo más luminoso de su vida política. Pero fué
también una cuestión de lógica, porque títulos le sobraban
para tener asiento en una corporación legislativa. Su campa­
ña de varios años al frente de El Tradicionista había labrado
un hondo surco en la política nacional; con ella habíase re­
velado ante el país como el más ilustrado de nuestros pu­
blicistas; él era, además, un consumado jurista de derecho
público y el expositor que con mayor autoridad científica di­
sertaba entre nosotros sobre asuntos constitucionales; desde
hacía catorce años venía abogando por la implantación en Co­
lombia de nuevas instituciones que fueran realmente acordes
con nuestra índole y con la experiencia de la nación, y había,
por último, fortalecido la ideología de su partido mediante
una persistente lucha doctrinaria, servida por una pluma y
una erudición sin rivales. Todo en él concurría, pues, a darle
preeminencia entre legisladores. En estos dominios, además,
le acompañaba hasta la tradición familiar. ¿No se vió ya que
uno de sus bisabuelos, sus abuelos y su padre, habían figu­
rado en los congresos de la Gran Colombia y de la Nueva
Granada y que las firmas de don Miguel Ibáñez, de don An­
tonio José Caro, de don Miguel Tobar y de don José Euse-
38 GUILLERMO TORRES GARCIA

¿bio Caro aparecen en varias de nuestras constituciones po­


líticas?
Recuérdese que Caro, por su parte, había también con­
currido al cuerpo legislativo en los años de 1868 y 1876. In-
múrrese, por tanto, en grave error cuando se piensa (y así
lo piensan muchos) que Caro era solamente un letrado, pero
•que influencias extrañas envolviéronle en actividades políti-
<cas para las cuales carecía de aptitudes y de temperamento.
Nada de esto es así. Caro había entrado en la vida pública des­
d e los primeros años juveniles, movido únicamente por su
voluntad dominadora y no por ajeno impulso. El había na­
cido hombre de Estado y así lo demostró en múltiples oca­
siones. Justamente el Consejo Nacional de Delégatarios fué
su grande escena política, donde lá nación pudo admirar y
aplaudir las bellas dotes de estadista qué le adornaban.
Las intervenciones de Caro en las deliberaciones del cuer­
po constituyente fueron tan decisivas para la expedición de
la Ley Fundamental, que hicieron de él el verdadero padre
de las nuevas instituciones de Colombia. Es éste un título
que nadie le discute.
El día de la instalación del Consejo Nacional -de Delega­
tarios, el presidente Núñez envió a. esa corporación un impor­
tante mensaje en el cual exponía su pensamiento sobre la
reforma constitucional.
Las labores del Consejo iniciáronse con la unánime desig­
nación de Caro para redactar la respuesta que debía darse
a aquel documento. Esta providencia, que era la primera que
tomaba dicha asamblea, significaba el reconocimiento expre­
so por parte de los miembros del Consejo de la autoridad
moral y del prestigio intelectual de Caro. Presentado por éste
el correspondiente proyecto de contestación al mensaje pre­
sidencial, el Consejo impartióle su aprobación en forma tam­
bién unánime. . ..
MIGUEL ANTONIO CARO 39

El tercer día de instalado el Consejo *, el señor José Ma­


ría Samper, delegatario de Bolívar, presentó un proyecto de
Constitución con el nombre de «Pacto de Unión de los Es­
tados», y pocos días después, los señores Rafael Reyes y Do­
mingo Ospina Camacho, delegatarios de Boyacá y Antioquia
respectivamente, presentaron también sendos proyectos de
constitución política, uno de los cuales, el que patrocinaba
el general Reyes, había sido redactado por el señor Sergio
Arboleda a virtud de encargo del directorio del partido con­
servador, y el otro, por el señor César Medina. Los tres pro­
yectos mencionados pasaron al estudio de la comisión corres­
pondiente, mas esta prescindió de darles curso y ni siquiera
informó sobre ellos, debido probablemente a la siguiente cir­
cunstancia : El señor Caro propuso que antes de entrar en
la preparación de un proyecto de Constitución, el Consejo
acordase ciertas bases de reforma constitucional para some­
terlas a la aprobación del pueblo colombiano, y que en vista
de tal aprobación se hiciese el estudio del nuevo estatuto po­
lítico. Aceptado este procedimiento, Caro redactó un proyecto
de Acuerdo sobre reforma constitucional, cuyo texto fué apro­
bado por el Consejo el 30 de noviembre de 1885.
Dado que este documento contiene las bases generales en

* Los delegatarios con los cuales e l cuerpo constituyente Inició su s


trabajos, fueron:
Por Antioquia, señores José María Campo Serrano y José Domingo
Ospina Camacho.
Por Bolívar, señores José María Samper y Miguel A. Vives.
Por Boyacá, señores Carlos Calderón Reyes y Benigno Barreto.
Por el Cauca, señores Rafael Reyes y Juan de Dios Ulloa.
Por Cundinamarca, señores Antonio B. Cuervo y Jesús Casas Rojas.
Por el Magdalena, señores Luis M. Robles (suplente) y José Laborde.
Por Panamá, señores Migue! Antonio Caro y Felipe F. Paul.
Por Santander, señores Antonio Roldán y José Santos.
Por el Tolima, señores Roberto Sarmiento y Acisclo Molano.
Inicialmente fueron secretarios de la corporación, los señores Carlos
Martínez Silva y Julio A. Corredor. \
40 GUILLERMO TORRES GARCIA

desarrollo de las cuales se llegó al texto definitivo de la


Constitución de 1886, es conveniente transcribirlo aquí:

ACUERDO SOBRE REFORMA CONSTITUCIONAL

El Consejo Nacional de Delegatarios

Considerando:

Que es de urgente necesidad hacer conocer a la República


el espíritu que domina a esta corporación en sus deliberacio­
nes relativas a la reforma constitucional, expidiendo al efec­
to las Bases y fijando la tramitación con arreglo a las cuales
ha de formarse y expedirse la nueva Constitución de Co­
lombia,
Acuerda:

I.—Bases de la Reforma

1. —La soberanía reside única y exclusivamente en la na­


ción, que se denominará «República de Colombia».
2. —Los Estados o Secciones en que se divida el territorio
nacional tendrán amplias facultades municipales, y las demás
que fueren necesarias para atender al desarrollo de sus pe­
culiares intereses y adelantamiento interno.
3. —La conservación del orden general y seccional corres­
ponde a la Nación. Sólo ella puede tener ejército y elementos
de guerra, sin perjuicio de los ramos de policía que correspon­
den a las Secciones.
4. —La legislación civil y penal, electoral, de minas, de
organización y procedimiento judicial, es de competencia ex­
clusiva de la Nación.
5. —La instrucción pública oficial será reglamentada por
el gobierno nacional, y gratuita, pero no obligatoria.
MIGUEL ANTONIO CARO 41

6. —La Nación reconoce que la religión católica es la de


la casi totalidad de los colombianos, principalmente para los
siguientes fines:
1. ° Estatuir que la Iglesia Católica gozará de personería
jurídica.
2. ® Organizar y dirigir la educación pública en conso­
nancia con el sentimiento religioso del país.
3. ® Celebrar convenios con la Sede Apostólica, a fin de
arreglar las cuestiones pendientes, y definir y establecer las
relaciones entre la potestad civil y la eclesiástica.
7. —Será permitido el ejercicio de todos los cultos que no
sean contrarios a la moral cristiana y a las leyes.
Los actos que se ejecuten con ocasión o pretexto del ejer­
cicio de los cultos estarán sometidos al derecho común.
8. —Nadie será molestado por sus opiniones religiosas, ni
obligado por autoridad alguna a profesar creencias ni a ob­
servar prácticas contrarias a su conciencia.
9. —La prensa .será libre en tiempo de paz; pero estará
sujeta a responsabilidad cuando atente contra la honra de
las personas, o contra el orden social, o contra la tranquilidad
pública.
10. —Las demás libertades individuales serán consignadas
en la Constitución con razonables limitaciones.
11. —No podrá imponerse la pena de muerte-sino en los
casos de graves delitos militares y de delitos comunes atroces.
12. —El senado será constituido de tal manera que asegu­
re la estabilidad de las instituciones, y la Cámara de Repre­
sentantes, como cuerpo representativo del pueblo colombiano.
Para el Senador o Representante se necesitarán condiciones
especiales, pero no unas mismas, de elegibilidad. El Senado
se renovará parcialmente, y los Senadores funcionarán por
seis años. La Cámara de Representantes se renovará en su
totalidad y dentro de término más breve.
13. —El Presidente de la República será elegidoupara un
42 GUILLERMO TORRES GARCIA

período de seis años. Será reemplazado, llegado el caso, por


un funcionario denominado Vicepresidente, el cual será ele­
gido por los mismos electores, al mismo tiempo y para igual
período que el presidente.
14. —El Poder Ejecutivo tendrá derecho de objetar los
proyectos de ley. En caso de insistencia del Congreso, será
necesario el voto de las dos terceras partes de los miem­
bros presentes en cada Cámara para que el Poder Ejecutivo
deba dar su sanción al proyecto objetado.
15. —Por regla general, los agentes del Poder Ejecuti­
vo serán de su libre nombramiento y remoción.
16. —Se establecerá una alta corporación denominada
Consejo Nacional o Consejo de Estado, con funciones prin­
cipalmente de cuerpo consultor y encargado de contribuir a
la preparación de las leyes, de formar · la jurisprudencia
política de la Nación y de conmutar la pena capital.
17. —El Poder Judicial será independiente. Los magis­
trados de "la Corte Suprema durarán en sus puestos por to­
do el tiempo de su buena conducta, y serán responsables
por los abusos que cometan en el ejercicio de su minis­
terio.
18. —El Poder Electoral será organizado como poder in­
dependiente.

II. TRAMITACION

Artículo Io. El Consejo Nacional de Delegatarios ejer­


cerá las funciones de cuerpo constituyente, y el acto consti­
tutivo que conforme a estas Bases expida, si fuere sancio­
nado por el Poder Ejecutivo, tendrá, una vez publicado,
la fuerza permanente de Carta Fundamental o Constitución
de la República.
Artículo 2.” Tan luego como sea sancionada y publi-
MIGUEL ANTONIO CARO 43

cada la Constitución, el Consejo Nacional de Delegatarios


ejercerá las siguientes funciones:
Primera.—Todas las de carácter legislativo que sean
propias del Congreso. , .
Segunda.—Todas las relativas a nombramientos que de­
ban hacer o aprobar las Cámaras separadamente, o el Con­
greso en cámaras reunidas; y
Tercera.—Elegir libremente para el primer período cons­
titucional el Presidente y el Vicepresidente de la República.
Artículo 3.° El presente Acuerdo no tendrá fuerza
obligatoria sirio después de haber sido sancionado por el
Poder Ejecutivo y aprobado por el pueblo colombiano. Co­
rresponde al Poder Ejecutivo expedir los decretos necesa­
rios para disponer el modo y términos en que deba consul­
tarse, a la mayor brevedad posible, la voluntad de la Na­
ción.
Dado en Bogotá, a 30 de noviembre de 1885.

El poder ejecutivo aprobó el anterior Acuerdo el día


1 de diciembre, y dispuso que se sometiera a la ratificación
popular, para lo cual hubo de recurrirse al medio que se
consideró más democrático, que fué la consulta a las cor­
poraciones municipales de toda la república. Estas debían
votar sobre las Bases de la reforma constitucional, diciendo:
sí o no.
Efectuada la votación en todo el país, el escrutinio ge­
neral hízolo la Corte Suprema de Justicia y el Acuerdo re1·
sultó aprobado prácticamente por unanimidad de votos,
pues sólo en tres municipalidades el voto fué negativo y
cuatro corporaciones municipales se abstuvieron de votar
por ausencia de los respectivos concejales.
Ratificadas así las Bases de la reforma constitucional
que Caro había redactado y propuesto al Consejo de·. Dele­
gatarios, el cuerpo constituyente procedió a la preparación
44 GUILLERMO TORRES GARCIA

de un proyecto de constitución política. La comisión respec­


tiva, integrada por los delegatarios señores Miguel Anto­
nio Caro, Felipe F. Paúl, José .Domingo Ospina Camacho,
Carlos Calderón Reyes y Miguel A. Vives, presentó su in­
forme al Consejo el 13 de mayo de 1886, acompañado de un
proyecto de Constitución. Dicho proyecto constaba de 19 tí­
tulos y 201 artículos y de un título adicional de disposicio­
nes transitorias con nueve artículos.
Las materias a que se referían los 19 títulos del proyec­
to, eran las siguientes: de la nación y el territorio; de
los habitantes nacionales y extranjeros; de los derechos ci­
viles y garantías sociales; de las relaciones entre la Iglesia
y el Estado; de los poderes nacionales y del servicio públi­
co; de la reunión y atribuciones del congreso; de la for­
mación de las leyes; del senado; de la cámara de represen­
tantes; disposiciones comunes a ambas cámaras y a los
miembros de ellas; del presidente y del vicepresidente de
la república; de los ministros del despacho; del Consejo
de Estado; del ministerio público; de la administración
de justicia; de las elecciones; de la administración depar­
tamental y.municipal; de la hacienda, y de la reforma de
la Constitución.
Los debates sobre este proyecto duraron cerca de tres
meses, pues la Constitución vino a ser expedida el día 4 de
agosto de 1886. En ellos tuvo Caro una participación esen­
cial y decisiva.
Mas como las nuevas generaciones, y especialmente las
que hoy están formándose en los estudios, carecen de una
idea precisa acerca del papel que Caro desempeñó en la pre­
paración, discusión y redacción de la Constitución de 1886,
paréceme oportuno transcribir en seguida los pasajes esen­
ciales del escrito que con el título «La labor del señor Caro
en el Consejo de Delegatarios)), publicó en 1909 el señor
José Joaquín Guerra, miembro de la Academia de la His-
MIGUEL ANTONIO CARO 45

tona y testigo presencial de los hechos. Dice el señor


Guerra:
«No se puede traer a la memoria la Constitución de
1886, ni estudiarla en sus detalles, sin que surja al punto
la figura eminente de quien ia engendró en su cerebro, le
dió impulso vivificador y cristalizó en ella el fruto de vas­
tos conocimientos y de profundas meditaciones. Aquella
constitución es el «chef-d'oeuvre» del señor Caro, conside­
rado este eminente colombiano tan sólo en su aspecto de
político y jurista eruditísimo.»
«No queremos decir que fuera él únicamente, ni podía
serlo, el autor de una obra tan compleja y tan abundante
en cuestiones de diversa índole, ya que a su elaboración
hubieron de concurrir otros colombianos no menos ilustra­
dos y competentes, de los que formaban el memorable Con­
sejo de Delegatarhts, y cuyas ideas y doctrinas se hallaban
muchas veces en pugna con las del señor Caro. Pero es lo
cierto que su palabra vibró allí cual ninguna defendiendo
con potente lógica todo sano principio, produciendo la con­
vicción en el adversario y abarcando hasta en sus últimos
detalles cada tema, cada punto de los que fueron materia
de larga pero comedida polémica».
«Con igual maesti la d i l u c i d a b a laS Hla.3 cuduciS cuestio­
nes, como descendía al estudio de las más insignificantes.
Tan pronto se remontaba a los espacios de la más alta lucu­
bración para exponer en cada discurso y sobre cada princi­
pio todo un tratado de ciencia constitucional; tan pronto
entraba en el pormenor de una corrección gramatical o de
un giro apropiado, para evitar ambigüedades y dejar todo el
texto en lenguaje verdaderamente clásico. Apenas hubo ma­
teria que dejara de tocar ni artículo ni inciso que tuviera
último debate sin su revisión y su aquiescencia. Jamás con­
fió el Consejo a otras manos el trabajo de redacción y puli­
mento de cuantos actos emanaron de su seno».
46 GUILLERMO TORRES GARCIA

«Y no era que la labor del señor Caro principiara en el


recinto de aquella augusta corporación: era más bien que
allí concluía; que en aquel palenque de la elocuencia daba
los últimos retoques a la obra preparada en años de fatiga,
al golpe de la lucha periodística y bajo el peso de los infor­
tunios de la patria.»

«Muchos años hacía que no contemplaba la patria una


reunión de sus más preclaros hijos, en cuyo ánimo no domi­
nara otra idea que la de trabajar por ella y darle con nue­
vas y más sólidas instituciones fundamentales la tranqui­
lidad de que tanto había menester después de largos años
de luchas y sinsabores. De todos ellos eran conocidas y res­
petadas las dotes especiales del señor Caro, su vasta eru­
dición y los conocimientos que podía aportar a la obra em­
prendida.»
«Lo primero que se presentó a la consideración del Con­
sejo fué la exposición sobre la reforma constitucional de
aquel eximio pensador que regía los destinos del país, pie­
za que se ha calificado de sublime por la enseñanza que
contiene y por la forma sintética en que con admirable pre­
cisión y sin callar punto ninguno de alta trascedencia, con­
densa todo un programa político y administrativo como ba­
se de la nueva Carta Fundamental.
«Sabía el Consejo que el más apto de sus miembros para
dar contestación a aquel brillante documento era el señor
Caro, y así lo eligió por unanimidad de votos para elaborar
el proyecto, el cual recibió también unánime aprobación. De
esta suerte, la respuesta del Consejo estuvo a la altura de
la magistral exposición que la motivaba.»
«En el mismo día de la instalación del Consejo, y cuan­
do apenas se trataba de la elección de dignatarios, presen­
tó el doctor Samper un proyecto de «Acuerdo previo» y al
día siguiente uno de «Pacto de unión entre los. Estados», en
MIGUEL ANTONIO CARO 47

el cual se contenían principios que por dimanar de escuelas


opuestas podían resultar contradictorios en la práctica,»
«Estaba calcado este proyecto en la Constitución argen­
tina, muchas de cuyas disposiciones se habían tomado tex­
tualmente, y llevaba especial, recomendación del presiden­
te de la república; pero no eran aquellos los tiempos en
que los cuerpos constituyentes y legislativos tenían como úni­
co guía y como mandato inviolable la opinión presidencial,
y así desde el primer momento el Consejo se manifestó en
general adverso al proyecto, y en sesión secreta dispuso se
archivaran)
«La experiencia de años debía servir para rechazar toda
imitación en materias constitucionales. Adolecimos de esta
manía desde los comienzos de la república, y bien caro pa­
gamos el prurito de importación y el anhelo de asimilarnos
principios consignados en las constituciones francesas y
americanas en nada adaptables a nuestras tradiciones y cos­
tumbres.
«Otros dos proyectos de reformas constitucionales fueron
presentados luego al Consejo, el uno por el general Rafael
Reyes, cuya redacción se debía al inteligente jurista don
Sergio Arboleda, y el otro por el doctor Ospina Camacho,
que de tiempo atrás había elaborado don César Medina,
ambos tendientes al mantenimiento de los Estados, pero no
ya en forma de soberanos sino como partes territoriales más
o menos autónomas de la república unitaria. La comisión en­
cargada de su estudio desechó por completo los tres proyec­
tos presentados, y acaso sin tenerlos en cuenta para sus la­
bores, resolvió redactar uno enteramente nuevo que sus
miembros irían formando a medida que fuera discutiéndose
cada punto en particular. Es de advertir que el señor Caro
nunca presentó, como generalmente se cree, un proyecto
completo de Constitución: io llevaría sí en la mente y en
forma de ideas generales sobre cada m ateria; pero, cuando
48 GUILLERMO TORRES GARCIA

se presentaron estos últimos proyectos, en muchos puntos


contradictorios, guardó silencio, reservando su exposición
para el momento de darles curso y entrar en sus detalles.»
«Con mucha razón sostenía el señor Caro que la Cons­
titución de un país está, no en las prescripciones generales
que lo gobiernen, sino en el país mismo, en su índole, en
sus costumbres, en sus tradiciones, en su organización carac­
terística, de modo que al legislador no cumple excogitar entre
varias una teoría determinada, que al fin como teoría pu­
diera hacerse irrealizable, sino estudiar el organismo na­
cional, como un facultativo experto, y ajustar las disposicio­
nes fundamentales a las necesidades y a las corrientes del
respectivo pueblo para procurarle el impulso debido y evitar
choques funestos. Por eso rechazaba tan enérgicamente aque­
llas importaciones políticas de otros países con quienes no
podemos medirnos, y por eso combatió desde el principio todo
prejuicio y toda utopía que se apartara del carácter y de las
tendencias netamente nacionales. La Constitución, decía, está
en potencia, es el principio orgánico de la nación: no tene­
mos que hacer sino escribirla, darle forma material en un
cuerpo de doctrina y dejar que los tiempos obren sus trans­
formaciones y señalen nuevas corrientes para que otros las
traduzcan a ley escrita.»
«Basándose en el fundamento de las sociedades que com­
ponen lo que se llama el mundo civilizado o cristiandad, las
leyes escritas, concluía, no son la fuente del derecho sino
declaraciones u ordenaciones de un hecho preexistente.»
«De acuerdo con sus ideas, expresadas al combatir el pro­
yecto del doctor Samper, insistió en que antes de proponer
o discutir un proyecto completo de Constitución, se acordaran
ciertas bases generales, a manera de premisas o estatutos in­
variables, sobre los cuales habría de formarse la Carta Po­
lítica, una vez aprobados éstos por el voto de las corporacio­
nes municipales. Por eso elaboró con el doctor Ospina Cama-
MIGUEL ANTONIO CARO 49

cho, para que lo presentara, este último sólo, un proyecto de


«Acuerdo Previo», que con algunas modificaciones fué apro­
bado en todos tres debates y se presentó a la discusión ge­
neral por el órgano de las municipalidades.»
«Fiel a la tradición de las . corporaciones constituyentes,
insistió el señor Caro en que aquellas «Bases de Reformas»
sirvieran de preámbulo y fundamento a la nueva Constitución
que se expidiera, como el «Pacto de Unión» a la de 1863, y
como las «Leyes Fundamentales» a las de la Gran Colombia.
Desde que se empezó la discusión, empezó también el señor
Caro a hacer verdadero derroche de sus luces y de sus pro­
fundos conocimientos sobre cada punto de los que se iban
tocando en el debate. En pugna abierta desde el principio,
con el doctor Samper y a las veces con otros colegas no me­
nos eruditos, disertó extensa y elocuentemente sobre la forma
en que habían de quedar ciertas bases para levantar sobre
ellas el detal de las disposiciones que debieran consignarse
definitivamente en la Constitución.»
«La obra tenía que quedar perfecta, si vale la expresión,
dentro de sus reducidos límites, para dar unidad y solidez al
nuevo régimen, sin; que hubiera lugar a modificaciones sus­
tanciales en su desarrollo posterior, y de ahí que el humanista
y el político dedicara a ella toda atención y todo esfuer­
zo hasta darla por concluida. Fueron materia de sus más elo­
cuentes discursos la cuestión religiosa, que dió pié como nin­
guna a intrincada polémica; la instrucción pública, que se
quiso establecer obligatoria; la libertad de prensa, en que no
se hallaba un término medio entre la represión y el liberti­
naje ; y la constitución del poder judicial, por cuya indepen­
dencia pugnó con dialéctica irresistible hasta dejarla consig­
nada en una de las bases del Acuerdo Previo.»
«Comisionado para dar este último retoque de redacción
y forma, lo presentó en términos tan satisfactorios para to­
dos los consejeros, que aquel Acuerdo Previo, base y priiíci-
50 GUILLERMO TORRES GARCIA

pió fundamental de la nueva Carta Políticar fué aprobado uná­


nimemente en tercer debate por los delegatarios, y aprobado
también por la inmensa mayoría de las municipalidades de
la república.»
.. «El triunfo de Caro estaba, pues, asegurado en el Consejo
Nacional Legislativo, y el literato y polemista ganaba ante la
nación el nuevo título de razonador inimitable y orador elo­
cuentísimo que algunos años atrás había empezado a conquis­
tar en las cámaras legislativas. Su opinión fué desde entonces
respetuosamente atendida, y si no siempre se seguía su dic­
tamen en cada caso concreto, era su argumentación tan po­
derosa, que para rebatirla tenían que hacer sus contrincantes
esfuerzos inauditos y prepararse con largos y serios estudios.
Bien es cierto que para replicar a este coloso de la ciencia
se necesitaban hombres eminentes como los que allí ocupaban
silla: el mismo Caro se inclinaba respetuoso ante muchos de
ellos, y más de una vez dejó su asiento para felicitar con un
apretón de manos al orador que contestaba o impugnaba sus
discursos.»
«Una vez verificado por la Corte Suprema el escrutinio
de los votos de las municipalidades y cerciorado el Consejo
de la aprobación impartida por la casi totalidad de éstas a
las «Bases de Reforma», empezó la comisión a elaborar el
proyecto de Constitución en reuniones privadas que verifica­
ba diariamente durante las primeras horas de la ¡mañana. Allí
fué la labor meritoria del señor Caro: llevaba a cada sesión
dos o tres artículos en una cuartilla de papel, y exponía sobre
ellos sus ideas y explicaba profundamente uno a uno los pun­
tos a que se referían y el alcance que pudieran tener.»
«Tan adversos eran todos los miembros de la Comisión a
las imitaciones de otros países y a los ensayos en materia
de instituciones fundamentales, que sobre la mesa donde tra­
bajaba aquel grupo de patriotas no había una sola Constitu­
ción, ni de Colombia ni de países extranjeros, ni se alegaba
I ·

MIGUEL ANTONIO CARO . 51

jamás que debía establecerse determinado principio porque


así estaba establecido en tal o cual parte, que es generalmente
la tendencia de los que fomentan las reformas constitucio­
nales, o de los que cumplen la misión de implantarlas.»
«Pero el señor Caro, conocedor como ninguno de todas las
anteriores Constituciones de Colombia, cuyo texto sabía casi
de memoria, y conocedor también de los efectos producidos
por las disposiciones consignadas en cada una de. ellas, las
citaba con frecuencia en el curso de aquellos debates privados,
y aun tomó, sin copiarlos textualmente, varios de los artícur
los contenidos en las de la Gran Colombia y en las .primeras
de la Nueva Granada. Tan profundo era en la historia polí­
tica del país, que no solamente conocía íntegramente el texto
de las Constituciones expedidas sino también el de los varios
proyectos que a cada una de ellas daban origen o que fueron
presentados en nuestros congresos y asambleas constitu­
yentes.»
«De esta suerte se atemperaba el señor Caro, y con. él la
Comisión, a los dos métodos que se han disputado el predo­
minio en el derecho público moderno. Seguía en cuanto era
dable el sistema «histórico» para adaptar la nueva Constitu­
ción a las necesidades, creencias, carácter y costumbres de
Colombia, sin rechazar abiertamente el sistema «filosófico»,
calificado por algunos de idealista, que funda la ciencia cons­
titucional en principios sólidos e inconcusos, compatibles a la
vez con las reformas indicadas por el adelanto o retroceso
de cada país.»
«Seis meses de diaria labor fueron necesarios para dar
cima a la obra, y era que cada artículo, cada frase, y hasta
cada palabra se iba discutiendo lentamente y variando según
el concepto de la mayoría hasta dar con la fórmula precisa.
Desembarazados de los ritos-reglamentarios y discutiendo so­
segadamente con el afecto de amigos, más que con el calor
de contrincantes parlamentarios, los miembros de aquélla Jun-
52 GUILLERMO TORRES GARCIA

ta pudieron llegar a un acuerdo satisfactorio sobre las bases


generales, y aunque en puntos.de detalle no lograron iden­
tificar los pareceres, ni esto era posible en aquel torneo de
la ciencia y del patriotismo, presentaron, concluido su trabajo
en la sesión de 11 de mayo de 1886, .y al día siguiente prin­
cipió a dársele debate en el Consejo. «Con desesperante len­
titud» decía el doctor Samper que trabajaba la Comisión;
pero no consideraba en su fogosidad y ligereza el cúmulo de
dificultades con que iba tropezando, nacidas del mismo anhelo
que a todos dominaba de salir airosos en. su empresa, por
demás difícil y complicada.»
«Es lo cierto que el proyecto de; la Comisión quedó en
muchas de sus partes intacto y que en el resto, apenas sufrió
reformas de detalle, siendo muy raras las sustanciales que
lograron introducirle algunos delegatarios pertinaces o las adi­
ciones convenientes que se le hicieron con el beneplácito de
la mayoría o la totalidad de los diputados. Hoy, después de
tantos años de expedida aquella Constitución, es motivo de
admiración para los versados en las ciencias políticas la forma
en que están concebidos muchos artículos, y el tino, la pre­
cisión matemática con que se definen ciertas funciones cons­
titucionales o se consagra una garantía o se establece un sis­
tema administrativo. Allí donde; se admira la forma clásica
correcta y el principio filosófico irreprochable, se alcanza a
■»ver la pluma del señor Caro trazando en cortas líneas esos
cánones fundamentales que abarcan todo un cuerpo de avan­
zada doctrina.»
. «Nadie como él para dar forma sintética a un principio de
política o de administración; nadie como él para cristalizar
una idea y expresarla en fórmula precisa con medidas palabras
y en el corte clásico que hubieran envidiado muchos maestros
de la lengua en ambos continentes.. No hay en Suramérica una
Constitución mejor dividida y mejor redactada que la nues­
tra ; ya se ve: don- Andrés Bello no escribió ninguna, y no
MIGUEL ANTONIO CARO ¡53

ha habido otro Caro en Suramérica, ni-aquí volverá a· haber


tal vez en muchos años hombre'que le iguale.»
«Los delegatarios que existen aún, los empleados subalter­
nos del Consejo, los asiduos concurrentes a las barras, recuer­
dan todavía con íntimo gozo, aquellas elocuentísimas diserta­
ciones en que varios consejeros dejaron allí bien puesto su
nombre de oradores parlamentarios; pero recuerdan con ma­
yor fruición, como se conservan en el oído trozos enteros de
clásica armonía, los discursos del señor Caro, que-tenían es­
tampidos de trueno y voces de melodiosa orquesta. Con frase
atildada y de corte inimitable, con el silogismo escolástico
revestido de galas literarias siempre nuevas, con recursos
oratorios hasta entonces ignorados, daba la nota precisa ·en
cada punto de controversia y fijaba las cuestiones en térmi­
nos de hacer la réplica imposible. Generalmente no hablaba
sino para defender un artículo o un pasaje del proyecto que
fuera materia de discusión;¡pero cuando hablaba el señor Caro,
un respetuoso silencio dejaba vibrar la voz del orador aún
fuera del recinto de las sesiones, se colmaban las barras y
los pasillos, y al dejar la palabra, los prolongados aplausos
que estremecían el capitolio, eran el galardón en buena -lid
merecido por su brillante triunfo.»

«Entre los muchos discursos pronunciados por el señor


Caro en el curso de los debates, se señalan como magistrales
los que versaron sobre división territorial y carácter político
de los departamentos, en que rebatió brillantemente las ideas
del general Reyes; sobre el reconocimiento de la religión
católica como nacional en defensa de la forma en que él mis­
mo había redactado los respectivos artículos; sobre responsa­
bilidad presidencial, en que difería dé los delegatarios Reyes
y Calderón, materia que trató en varias ocasiones con sin
igual erudición y tino ; sobre composición del senado, impug­
nando las ideas del doctor Samper; sobre facultades extraor-
54 GUILLERMO TORRES GARCIA

diñarías presidenciales, ciudadanía, leyes inconstitucionales,


propiedad literaria y artística, y sobre el sistema electoral,
^materia que le dió campo a improvisados arranques de la más
alta elocuencia.»
«En asocio del doctor Ospina Camacho, fue comisionado
para la ordenación y revisión definitiva de la Constitución,
antes de darle tercer debate, y una vez que cada parte se
había- discutido minuciosamente y aprobado por notable ma­
yoría de votos. Al cerrarse el segundo debate expresó el Con­
sejo por unanimidad su voluntad de que pasara a tercero, y
con la misma uniformidad fué en este último aprobado, sin
haber alteración alguna a la redacción y ordenación definiti­
va que el señor Caro le había dado en cumplimiento de aque­
lla comisión.»
«Al recordar, aunque tan someramente como lo hemos he­
cho en estas líneas, las labores de este eminente repúblico
en el Consejo de Delagatarios, ¿quién puede negarle el título
de padre de la Constitución de 1886? Aunque a la elaboración
de éste código concurrieran otras eminencias en el foro y en
la política, es indudable que el plan, el desarrollo, la siste­
mática división y la gran mayoría de sus artículos son obra
del señor Caro.»
V

Descrita en el relato anterior la contribución de Caro a


los trabajas del consejo nacional constituyente, conviene hacer
ahora una breve alusión a sus ideas en materias constitucio­
nales así como a algunos aspectos de la Constitución de 1886.
Puede decirse que la principal preocupación de Caro en
el campo de nuestra organización política, fué restablecer en
Colombia la república unitaria e implantar al propio tiempo
un sólido régimen presidencial. Esta concepción respondía a
imperiosas necesidades. En efecto, tanto la unidad nacional
como el principio de autoridad eran conceptos que habían pa­
decido total eclipse durante el régimen federal. La unidad po­
lítica de la nación había sido pulverizada y reducida a una
simple noción abstracta por virtud de la excesiva autonomía
de los Estados, y una vida de permanentes conflictos arma­
dos con los cuales se derrocaban los gobiernos seccionales au­
tónomos o se hacían guerra unos a otros los Estados, y éstos
con el gobierno general, no fué otra cosa que la anarquía,
que la negación de toda autoridad. Unidad y Autoridad eran
pues las bases que debían darse al nuevo estatuto constitu­
cional. La unidad se restablecía al abolir la autonomía de
los Estados, al hacer de todo nuestro territorio un sólo cuer­
po político y al disponer que la soberanía residiera esencial
y exclusivamente en la nación; y la autoridad, a su vez, re-
56 GUILLERMO TORRES GARCIA

nacería vigorosa, al encontrar su asiento en un fuerte poder


ejecutivo emanado de aquella misma soberanía. Por manera
que entre la forma federativa, ya desastrosamente experimen­
tada entre nosotros, v la unitaria o central por Caro defen­
dida y consagrada en la Constitución de 1886, indudable apa­
rece que esta última forma era la que en realidad nos con­
venía adoptar. ¿Acaso no lo demuestra así, suficientemente,
el arraigo que hoy tiene la república unitaria en la opinión
nacionál?
Grande acierto tuvo Caro, acierto que nunca le agradece­
remos lo bastante, en haber optado por el régimen presiden­
cial y no por el sistema parlamentario. En la Constitución
de 1886, el poder ejecutivo es fuerte y estable, y no juguete
de ningún parlamento. En ella establecióse un sabio equili­
brio entre estos dos poderes, equilibrio que se ha traducido
para la nación en el bien inestimable de la estabilidad gu­
bernamental.
El régimen parlamentario, que por ciertos aspectos es in­
dudablemente más democrático, es también más difícil de prac­
ticar, porque exige no pocas virtudes cívicas de que ordina­
riamente carecen los parlamentos y porque responde a un gra­
do de cultura política que no todos los pueblos alcanzan fá­
cilmente. Este sistema tiene el grave inconveniente de ocasio­
nar frecuentes crisis de gobierno cuando el parlamento abusa
de su prerrogativa de negar el voto de confianza que en casos
determinados le solicita el poder ejecutivo; de someter la vida
de los gobiernos a las combinaciones políticas que se efectúan
en el seno del cuerpo legislativo y de perturbar o romper la
' continuidad en los planes gubernativos y en los estudios y
esfuerzos realizados en la administración pública, por causa de
las caídas y renovaciones de los gobiernos mismos. ·
En Francia, para no citar sino un solo ejemplo, ha ocu­
rrido lo siguiente en estos últimos tiempos: la llamada TV
República, que cuenta apenas nueve años de existencia, ha
MIGUEL ANTONIO CARO 57

visto caer en tan corto lapso quince gabinetes, y si se suman


los días transcurridos en la solución de estas crisis, se tiene
que la nación francesa ha estado sin gobierno durante cerca
de treinta semanas. Ahora . bien, para que pueda apreciarse
más concretamente semejante inestabilidad gubernamental,
véase el número de días que tuvieron de vida trece de estos
quince gobiernos: gobierno del señor Bidault (239 días); pri­
mer gobierno del señor Queuille (2); primer gobierno del
señor Pleven (231); segundo gobierno del señor Queuille
(122); segundo, gobierno del señor Pleven (149); gobierno
del señor Ramadier (301); primer gobierno del señor Schu-
man (238); gobierno del señor Andró Marie (33); segundo
gobierno del señor Schuman (5); tercer gobierno del señor
Queuille (390); gobierno del señor Faure (40); gobierno del
señor Pinay (290) y gobierno del señor Mayer (124 días). Fal­
tan, pues, los datos correspondientes a los gabinetes presidi­
dos por los señores Laniel y Mendes-France, para completar
los quince gobiernos a que me he referido. Como desde hace
algún tiempo se halla al frente del gabinete el señor Edgar
Faure, con éste llegan a dieciséis los gobiernos que la Repú­
blica Francesa ha tenido, en e! transcurso de nueve años.
Y si esto acontece en Francia, nación acostumbrada al ré­
gimen parlamentario y donde existe una gran cultura política,
medítese sobre lo que sería en Colombia esta forma de go­
bierno, dadas nuestra inexperiencia, nuestra falta de seriedad
para ciertas cuestiones de Estado y especialmente nuestra
incultura en las luchas de los partidos. Establecer entre nos­
otros el régimen parlamentario, sería desconocernos a nosotros
mismos, pues carecemos de todas las condiciones que éste
exige.
Dicho sistema no ha funcionado en forma normal y au­
téntica sino en pueblos sajones y escandinavos, como Ingla­
terra, Alemania, Holanda; o Suecia, Noruega, Dinamarca, Fin­
landia. Entre los latinos y otras razas no se ha sabido prac-
58 GUILLERMO TORRES GARCIA

ti cario y él ha tenido más inconvenientes que ventajas. Si


nosotros aspiramos a mantener la estabilidad de nuestros go­
biernos, guardémonos bien de ocurrir al sistema parlamenta­
rio, conservando y defendiendo las normas consagradas en la
Constitución de 1886.
Caro, partidario decidido del régimen presidencial y con­
vencido de la necesidad de que en Colombia debía renacer
la autoridad llena de fuerza y de prestigio, defendió no so­
lamente el establecimiento de un fuerte poder ejecutivo sino
también el principio de la irresponsabilidad del presidente de
la república. Entre todos sus discursos sobre cuestiones cons­
titucionales, uno de los más notables es el relativo a la irres­
ponsabilidad presidencial. Con vigorosos argumentos de orden
jurídico, histórico y político, Caro sostenía que en el poder eje­
cutivo debe existir la misma irresponsabilidad que se advierte
en los poderes legislativo y judicial, y que esta irresponsabi­
lidad ha de situarse en el jefe de la nación, en el presidente
de la república, pero con el contrapeso de la responsabilidad
efectiva de los ministros de Estado.
Este principio de la irresponsabilidad presidencial no es,
como algunos piensan, una noción monárquica o cesarista del
gobierno; no es el ambicioso y vulgar deseo de gobernar ar­
bitrariamente sin freno ninguno; ni es. tampoco entronizar
la tiranía, escudada y protegida con la inicua coraza de la
impunidad; este principio, en la forma en que Caro lo.sus­
tentaba, es una concepción de muy alta cultura política, que
tiene sólidos fundamentos morales, sociales y jurídicos. Véase
algo de lo que aquél decía sobre irresponsabilidad del presi­
dente en su discurso ante el Consejo de Delegatarios:·
«Recórranse las esferas del poder. En el orden judicial
reconócense vías de alzada; pero de uno en otro recurso, de
uno en otro escalón, llégase presto a un punto donde la sen­
tencia queda firme y nadie puede revisarla. El senado juzga
en ciertos casos a los ministros de la Suprema Corte, pero sin
MIGUEL ANTONIO CARO 59

anular sus sentencias, lo cual es una primera forma de irres­


ponsabilidad; y luego, los miembros del senado son absolu­
tamente irresponsables, y al senado mismo nadie tiene poder
para juzgarle. Dado que el senado juzgase al presidente, po­
dría dictar fallos inicuos sin responsabilidad alguna, y si in­
justamente lo absolviese, no sólo el senado sería irresponsa­
ble, sino que cobijaría al magistrado absuelto bajo su propia
irresponsabilidad. En suma: hay sentencias que nadie revisa
y jueces a quienes nadie llama a cuentas. Claro está—dice
un autor ilustre—que los que pierden un pleito no quedan
contentos jamás con la sentencia ejecutoria, y seguirán que­
jándose de la iniquidad del tribunal; pero la política des­
interesada se ríe de tan vanos clamores. Ella sabe que hay
un punto donde es preciso detenerse; que las dilaciones in­
terminables, las apelaciones sin fin, la incertidumbre en los
derechos adquiridos son más injustos que la injusticia.»
' «Existe también la irresponsabilidad del poder legislativo,
y proclamada con la mayor solemnidad, sin que nadie se alar­
me por los serios peligros a que está ocasionada la dictadura
parlamentaria. Los senadores y representantes sqn inmunes,
y en ningún tiempo serán responsables por sus votos y opi­
niones. Las cámaras están, además, fuera de la sanción moral
pública, especialmente cuando proceden por votaciones secre­
tas. Por eso las asambleas experimentan influencias siniestras,
y el Dios de los ejércitos nunca se declaró Dios de los par­
lamentos. Hay, por lo demás, gran diferencia entre las fa­
cultades legislativas y las ejecutivas: éstas están siempre
subordinadas a las otras; así que un error legislativo es infi­
nitamente más grave que una falta en la ejecución de la ley.
Si el Presidente comete un acto de traición a la patria, ven­
diendo, por ejemplo, parte del territorio, este, acto que extra­
limita sus funciones, no tiene validez, y contra él siempre
podrá protestarse por adolecer de intrínseca nulidad. Pero si
una convención constituyente, o un congreso, cómo aquellos
60 GUILLERMO TORRES GARCIA

que recibían de la Constitución el título de omnipotentes,


cometía traición a la patria, comprometiendo los intereses o
la honra nacional, en forma de acto legislativo, no sólo era
irresponsable, sino que tenía derecho, por mayoría de votos, a
obligar ,al Presidente a sancionar el acto inicuo. Si el Presi­
dente resistía a la sanción, era culpado y juzgable confor­
me a la Constitución y a la doctrina legal recibida por cos­
tumbre. Si sancionándola consumaba la iniquidad, cumplía
un deber constitucional y quedaba bajo la sombra de la
irresponsabilidad parlamentaria. ¿No sería todo esto justo
motivo para alarmar el patriotismo de los que sólo hallan ma­
teria de escándalo en la irresponsabilidad oficial del Presi­
dente? Esta irresponsabilidad es cabalmente una de las ba­
rreras prudentes que por este proyecto de Constitución se
ponen a las arbitrariedades legislativas, que por la de Ríone-
gro no conocían límite ni freno, bien que sin anular el prin­
cipio de la absoluta irresponsabilidad parlamentaria, que se
repite aquí en los mismos resonantes términos que en ante­
riores Constituciones.»
«¿Por qué, pues, si todos los altos depositarios del poder
son irresponsables, sólo ha de carecer de este atributo común
el presidente de la república, en quien reside la plenitud de
la potestad ejecutiva y que preside de un modo permanente,
y con vigorosa iniciativa, a todos ios ramos de la administra­
ción pública, mientras las funciones legislativas y judiciales
son sólo periódicas las unas y de efectos parciales las otras?
¿Por qué aquel alto personaje que, como cabeza visible de la
nación, representa la dignidad y la cultura de la familia co­
lombiana en el concierto de los pueblos; aquel, cuyo juzga­
miento, por la cuenta, no puede efectuarse sin producir una
profunda perturbación del orden y de la legitimidad, ése sólo
ha de ser juzgable? ¿Por qué? Por eso mismo quizá. La en­
vidia demagógica, que a muchas domina, y a todos nos tienta
bajo el capcioso disfraz de altivez republicana, ve en el pre-
MIGUEL ANTONIO CARO 61

sidente de la república el más conspicuo y caracterizado re­


presentante del odiado principio de autoridad, y elígele por
enemigo público y común blanco al insulto y a la befa.»
Los razonamientos de Caro llevaron a nuestros legislado­
res a consignar en el nuevo estatuto político el principio de
la irresponsabilidad presidencial, pero el gobierno del gene­
ral Campo Serrano al cual correspondió sancionar la Consti­
tución, objetó esta disposición, y por tal motivo ella fue mo­
dificada sustancialmente en el sentido de establecer que el
presidente de la república sería responsable en los casos si­
guientes :
1. ° Por actos de violencia o coacción en elecciones.
2. " Por actos que impidan la reunión de las cámaras le­
gislativas o estorben a éstas o a las demás corporaciones o
autoridades que establece la Constitución, el ejercicio de sus
funciones, y
3. ° Por delitos de alta traición.
Basado en antecedentes históricos, Caro abrigaba el temor
de que entre nosotros se abusara de la responsabilidad pre­
sidencial y que el jefe del Estado quedara sujeto en este cam­
po a permanente amenaza. Afortunadamente, los hechos no
han ocurrido así. Verdad es que en el siglo pasado fueron acu­
sados el general Páez en tiempos de la Gran Colombia, el ge­
neral Obando en la Nueva Granada y el general .Mosquera en
los Estados Unidos de Colombia; mas es lo ¿ierto también
que bajo el imperio de la Constitución de 1886, nunca se ha
intentado acusación formal contra ninguno de nuestros pre­
sidentes.
En punto de libertades públicas, derechos civiles y garan­
tías sociales, Caro defendió la forma en que estos aparecen
consagrados en la Constitución de 1886. En ella están reco­
nocidos y garantizados todos los grandes derechos del hom­
bre: el llamado «habeas Corpus», que comprende la libertad,
la seguridad y la inmunidad de la persona humana ; el de­
62 GUILLERMO TORRES GARCIA

recho de propiedad, la previa indemnización en las expropia­


ciones y la prohibición de imponer pena de confiscación; la
libertad de conciencia y la tolerancia de cultos; la libertad
de industria y de profesión; los derechos de petición, de reu­
nión y de asociación; la libertad de prensa y. la inviolabili­
dad de la correspondencia privada.
En el orden religioso, la Constitución declara que la reli­
gión católica, apostólica, romana, es la de la nación, y que
«los poderes públicos la protegerán y harán que sea respetada
como esencial elemento del orden social». Por esta disposi­
ción, en la cual adivínanse el pensamiento y la pluma de
Caro, se reconocen un hecho y un deber. Reconócese el hecho
de que la religión católica romana es la de la casi totalidad
de los colombianos, y como lógica consecuencia de este hecho
háblase del deber que tienen los poderes públicos de prote­
gerla y hacerla respetar, porque la conciencia religiosa de
una nación ha de ser amparada y ha de tener garantías. En
Inglaterra, por ejemplo, el rey es «Defensor de la Fe», y este
título, ostentado-por el monarca, responde al concepto de
protección que el poder soberano debe dispensar a la religión
nacional. ·
Es de observar, sin embargo, que nuestras disposiciones
constitucionales no deben entenderse en el sentido de que la
religión católica es la del Estado, ni que ellas significan que
en Colombia existe una Iglesia oficial. La Constitución mis­
ma niega toda interpretación favorable a estas tesis cuando
declara: «Se entiende que la Iglesia Católica no es ni será
oficial y conservará su independencia».
En materia de cultos, .la Constitución de 1886 es restric­
tiva, y por tanto menos amplia que las de otros países cató­
licos, pues solamente tolera el ejercicio.de aquellos cultos que
no sean contrarios a la moral cristiana y a las leyes de la
república.
Partiendo del principio de que la religión católica es la de
; MIGUEL ANTONIO CARO 63

la nación colombiana, Caro abogó en el consejo constituyente


por que la educación pública fuese organizada y dirigida en
concordancia con dicha religión. Esta disposición, muy expli­
cable en la Constitución de un país esencialmente católico
como el nuestro, no excluye la posibilidad de que quien no
pertenezca a la Iglesia de Roma reciba una instrucción reli­
giosa distinta, pues en Colombia están reconocidas la libertad
de conciencia y la de enseñanza. De acuerdo con la Consti­
tución, nadie puede ser molestado «por razón de sus opinio­
nes religiosas, ni compelido por las autoridades a profesar
creencias ni a observar prácticas contrarias a su conciencia»,
por una parte, y por otra, la instrucción pública primaria no
es obligatoria; por manera que no sería exacto afirmar que
entre nosotros exista en materias docentes una imposición
constitucional de carácter religioso en beneficio exclusivo de
un sólo credo.
La cuestión pertinente a las relaciones entre la Iglesia
y el Estado quedó resuelta en la Constitución de la manera
en que corresponde regular dichas relaciones a una nación
católica. En efecto, reconociéndose el origen divino de la Igle­
sia y, por tanto, su independencia y su carácter de sociedad
universal, a ella se aseguró el derecho de administrar libre­
mente en Colombia sus asuntos interiores y de ejercer actos
de autoridad espiritual y de jurisdicción eclesiástica, sin nece­
sidad de autorización del poder civil; y en su condición de
persona jurídica, igualmente se le reconoció la facultad de
ejercer actos civiles por derecho propio, representada en cada
diócesis por el respectivo legítimo prelado.
El ministerio sacerdotal fué declarado incompatible con
el desempeño de cargos públicos, salvo en los ramos de edu­
cación y beneficencia. En este punto, Caro mostróse siempre
decididamente opuesto a la participación del clero-en todo
cuanto· pueda menoscabar su dignidad o ser impropio, de su
64 GUILLERMO TORRES GARCIA

alta misión espiritual, y sus ideas aparecen en esto triunfan­


tes en el respectivo artículo de la Constitución.
En 1894, el general Reyes, entonces senador, presentó un
proyecto de ley por la cual se abolía la incompatibilidad es­
tablecida en el artículo 54 de la Constitución. Caro, a la sazón
presidente de la república, dirigió con tal motivo un especial
mensaje al senado en defensa del texto constitucional. En este
documento, magnífico en su fondo y en su forma, Caro es­
tudia el punto relativo a la representación del clero a la luz
de nuestros antecedentes históricos en las relaciones entre la
Iglesia y el Estado; elucida cuestiones, de competencia y de
conveniencia; examina el artículo 54 de la Constitución en
relación con el derecho eclesiástico y con el derecho común
y analiza el derecho de representación con respecto al clero y
al citado artículo 54 del estatuto constitucional. Este mensaje
presidencial contiene apreciaciones de alto valor así en el cam­
po histórico como en el jurídico y fué en su tiempo un alegato
definitivo que impidió la reforma intentada por el general
Reyes.
En las relaciones del Estado con la Santa Sede, el cons­
tituyente de 1886 autorizó, como era natural, el régimen con­
cordatario. Es ésta la mejor forma de definir y regular di­
chas relaciones. Cuando no existe una norma concreta, un
acuerdo contractual entre las dos potestades, sus obligadas
relaciones tórnanse complicadas y difíciles y dan origen a
frecuentes conflictos. De aquí que el principio de la separa­
ción de la Iglesia y el Estado con la consiguiente ausencia
de todo vínculo jurídico entre el poder civil y el eclesiástico,
haya sido contraproducente dondequiera que se le ha prac­
ticado y deba reputarse inadmisible en pueblos católicos.
Si naciones protestantes como Inglaterra y Alemania, por
ejemplo, mantienen relaciones con la Iglesia de Roma, puesto
que acreditan agentes diplomáticos ante la Santa Sede, ¿qué
debe decirse entonces de la regla de procedimiento que en
MIGUEL ANTONIO CARO 65

esta materia han de adoptar los gobiernos de países que, como


el nuestro, son fundamentalmente católicos? ¿No es una ver­
dad trivial ia de que un instrumento diplomático que se de­
nomina Concordato debe existir siempre entre esos gobiernos
y la Sede Apostólica?
Refiriéndose el señor Caro a los inconvenientes que en
Colombia tuvieron el sistema de patronato, primero, y el de
la separación de la Iglesia y el Estado, después, se expresa
así en su mensaje al senado de 1894 a que antes me referí:
«Nuestra historia eclesiástica puede dividirse en tres épo­
cas. Desde los primeros días de la Independencia, habiendo
asumido la república los privilegios de la corona de España,
adviértese, con treguas no largas, una serie de conflictos de
jurisdicción, estorbada a las veces la comunicación del Sumo
Pontífice con los obispos y los fieles, recursos de fuerza fre­
cuentemente entablados ante los tribunales civiles, obispos
suspendidos por la corte suprema, un metropolitano, dechado
de virtudes y lumbrera de la Iglesia, condenado a prescrip­
ción por el senado de la república. Abrese luego la era de la
separación de la Iglesia y del Estado, remedio especioso, acep­
tado por muchos católicos como mal menor, y sabia y pre­
visoriamente condenado con tal motivo, como mal grande,
por el Sumo Pontífice *. Con efecto, bajo el imperio de esa
máxima empezóse a arrinconar a la Iglesia rechazándose como
intrusión el ejercicio de sus nativos derechos, hasta parar en
persecución abierta, expropiación de bienes eclesiásticos, ve­
jámenes y destierros de obispos, dispersión de comunidades
religiosas, activa propaganda oficial de impiedad. En 1886 se
inicia legalmente la era de la independencia efectiva de am­
bas potestades, de mutua consideración y respeto, de paz re­
ligiosa que debemos rogar a Dios no sea turbada por reacción

* Aloe, pontificia Acerbissimum, 27 septiembre, 1852; prop. 55 del


Syllabus. (Nota de Caro.)
66 GUILLERMO TORRES GARCIA

directa, ni por aquel celo indiscreto que provoca las reaccio­


nes».
Pasando a otros aspectos de la Constitución, como los con­
cernientes a las facultades privativas del cuerpo legislativo,
puede decirse que si bien es cierto que en ella se estableció
un enérgico régimen presidencial, también lo es que al legis­
lador dejáronsele las más importantes funciones democráti­
cas y las prerrogativas de mayor significación. En efecto, la
Constitución dispone que corresponde al congreso nacional
ejercer, por medio de leyes, las atribuciones siguientes:
1. —Interpretar, reformar y derogar las leyes preexistentes.
2. —Modificar la división general del territorio y estable­
cer y reformar las otras divisiones territoriales (como la mi­
litar, la fiscal, la de instrucción pública, etc.).
3. —Conferir atribuciones especiales a las Asambleas De­
partamentales.
4. —Variar la residencia de los altos poderes nacionales.
5. —Fijar el pie de fuerza.
6. —Crear todos los empleos del servicio público y fijar sus
respectivas dotaciones.
7. —Regular el servicio público (incompatibilidad de fun­
ciones, responsabilidad de los funcionarios, calidades y ante­
cedentes necesarios para el desempeño de ciertos empleos,
condiciones de ascenso y de jubilación, servicios que dan
derecho a pensión del tesoro público, etc.).
8. —Conceder autorizaciones al gobierno para celebrar con­
tratos, negociar empréstitos, enajenar bienes nacionales y ejer­
cer otras funciones dentro de la órbita constitucional.
9. —Revestir al presidente de la república de precisas fa­
cultades extraordinarias.
10.—Establecer las rentas nacionales y fijar los gastos de
la administración.
11—Votar el presupuesto nacional.
12.—Reconocer la deuda nacional y arreglar su servicio.
MIGUEL ANTONIO CARO 67

13. —Decretar impuestos extraordinarios.


14. —Aprobar o desaprobar en ciertos casos determinados
contratos o convenios que celebre el gobierno con particula­
res, compañías o entidades políticas.
15. —Fijar la ley, peso, tipo y denominación de la moneda-
y arreglar el sistema de pesas y medidas.
16. —Organizar el crédito público.
17. —Decretar las obras públicas que hayan de emprender­
se o continuarse, y monumentos que deban erigirse.
18. —Fomentar empresas útiles o benéficas dignas de es­
tímulo y apoyo. -'
19. —Decretar honores públicos.
20. —Aprobar o desaprobar los tratados que el gobierno
celebre con Estados extranjeros.
21. —Conceder amnistías o indultos generales por delitos
políticos.
22. —Limitar o regular la apropiación o adjudicación de
tierras baldías.
Entre las anteriores atribuciones legislativas merecen es­
pecial mención en el campo del gobierno representativo y de­
mocrático, la concerniente al pie de fuerza, la de establecer
las rentas nacionales y fijar los gastos de la administración,
la de votar el presupuesto nacional, la de decretar impuestos
extraordinarios y la de revestir al presidente d eja república
de precisas facultades extraordinarias. -
La disposición según la cual el congreso debe fijar el pie
de fuerza en cada legislatura ordinaria, es el reconocimiento
del derecho que tiene el parlamento, como vocero de la na­
ción, de resolver lo que estime conveniente en materia de
fuerzas armadas. Es, pues, el pueblo mismo, por medio de sus
representantes, quien fija en definitiva el pie de fuerza. El
procedimiento adoptado en la Constitución de 1886 creo que
corresponde a lo que se practica en Inglaterra con el nombre
de «mutiny bilh.
68 GUILLERMO TORRES GARCIA

Otro tanto debe decirse de las prerrogativas parlamenta­


rias· sobre establecimiento de las rentas nacionales, fijación
de :los gastos públicos, votación del presupuesto y creación
■de impuestos extraordinarios, pues el constituyente de 1886
reconoció al consignarlas en la Constitución, que es a los re­
presentantes del pueblo a quienes compete el ejercicio.de es­
tas funciones esenciales en el orden político y financiero.
. La votación del presupuesto, así como la fijación del pie
de fuerza, son, entre nosotros, no sólo un derecho del parla­
mento sino también un deber. Las cámaras, en cada legisla­
tura ordinaria, tienen la obligación de votar lo uno y fijar lo
otro, para la vigencia inmediatamente siguiente. Sin embargo,
parece que no se ha dado por nuestros legisladores a la fijación
del pie de fuerza toda la importancia que esto merece, pues
ellos no acostumbran expedir en cada legislatura la ley es­
pecial sobre la materia, tal como lo dispone la Constitución.
El congreso debe expedir para cada vigencia tanto una ley
de presupuestos como una ley sobre pie de fuerza. Lo primero
se cumple, mas no así lo segundo.
Por lo que hace a las facultades extraordinarias que el
cuerpo legislativo confiere al presidente de la república en
ciertas circunstancias, es de observar que el texto de la dis­
posición constitucional pertinente ha venido entendiéndose
de una manera errónea. En efecto, la Constitución da al le­
gislador la atribución de «revestir, pro tempore, al presidente
de la república de precisas facultades extraordinarias, cuan­
do la necesidad lo exija o las conveniencias públicas lo acon­
sejen». Erradamente se ha creído que la expresión latina pro
tempore quiere, en este caso, decir temporalmente, y que,
por lo tanto, las facultades extraordinarias a que se refiere la
Constitución son temporales o transitorias, esto es, que sola­
mente- pueden conferirse al presidente por un tiempo de­
terminado.
No creo que sea ésta la forma de entender el pensamiento
MIGUEL ANTONIO CARO 69

de Caro al redactar dicha disposición. Si la expresión pro


tempore se traduce por el adverbio temporalmente, cáese en
una redundancia inadmisible de orden constitucional que n o .
puede suponerse en la pluma de Caro. En efecto, las facul­
tades extraordinarias son por su naturaleza temporales, y de
ahí cabalmente su nombre de «extraordinarias», a diferencia
de las facultades «ordinarias» que son permanentes. De con­
siguiente, traducir la expresión latina pro tempore por tem­
poralmente, equivale a decir que la Constitución da al con­
greso la facultad de revestir temporalmente al presidente de
la república de aquello que es temporal. Siendo pues de la
esencia de las facultades extraordinarias su condición de tem­
porales, claro es que está sobreentendido en la disposición
redactada por Caro que las facultades extraordinarias a que
se refiere la Constitución son de carácter temporal; y los dos
vocablos latinos por aquél empleados en el texto d'íben en­
tenderse así: según sean los tiempos o bien de acuerdo con
los tiempos, que son también formas de traducir la expresión
pro tempore, por más que en ésta el sustantivo se halla en
singular y no en plural.
Punto especialmente importante en materia de prerroga­
tivas parlamentarias es el relativo a la manera en que la
Constitución deja al parlamento lo que pudiera llamarse el
control efectivo de la expedición de las leyes.
El régimen presidencial, a pesar de lo vigoroso que es en
la Constitución de 1886, hállase, no obstante, sujeto a las
atribuciones propias del poder legislativo. En este campo, el
constituyente estableció el necesario equilibrio de funciones
entre el poder ejecutivo y el parlamento. Con efecto, aproba­
do un proyecto de ley por ambas cámaras, éste pasa al go­
bierno para su sanción ejecutiva. El gobierno puede devol­
verlo con objeciones a la cámara en que tuvo origen. Para
objetar un proyecto de ley, el presidente de la república dis­
pone del término de seis, diez o quince días, según sea la
TO GUILLERMO TORRES GARCIA

-extensión de aquél; pero si expirados estos términos no hu­


biere devuelto el acto legislativo con objeciones, no puede de­
jar de sancionarlo y promulgarlo. Las objeciones del presi­
dente las acepta o rechaza el congreso. En este último caso, ·
el gobierno está en la obligación dé sancionar la ley tal como
la ha expedido el cuerpo legislativo y si no cumple con este
deber, el presidente del congreso (que entre nosotros es el
presidente del senado) la sanciona y promulga. Así, pues, quien
tiene la decisión definitiva acerca del fondo y de la forma de
las leyes de la república, es el cuerpo representativo de la
nación y no el gobierno.
Hay, sin embargo, una excepción, que es la siguiente: Si
el gobierno objeta un proyecto de ley por inconstitucional y
si las cámaras insisten en la forma en que ha sido aprobado
por ellas, el proyecto pasa al estudio de la Corte Suprema
de Justicia a fin de que ella decida, dentro del término de
seis días, sobre su exequibilidad, siendo obligatorio para el
gobierno y el congreso el fallo del poder judicial.
Entre las atribuciones propias de cada una de las cámaras
legislativas, son de particular importancia la que tiene el
senado de aprobar o desaprobar los nombramientos que haga
el presidente de la república de magistrados de la Corte Su­
prema de Justicia, y las privativas de la cámara de repre­
sentantes de examinar y fenecer la cuenta general del tesoro
y de iniciar las leyes que establezcan contribuciones. De esta
■suerte, el personal que ha de integrar el más alto tribunal
de justicia debe contar con la aquiescencia del parlamento;
y la cámara popular, no el senado, es la que tiene el poder
de examinar y fenecer la cuenta general del erario público
y de iniciar toda ley que establece contribuciones. Esta úl­
tima prerrogativa tiene especial significación, porque es el
reconocimiento por parte del constituyente de 1886 de una
de las más importantes conquistas democráticas.
Las leyes que establezcan contribuciones deben tener su
MIGUEL ANTONIO CARO 71

origen en la cámara popular, porque es a los representantes


directos del pueblo a quienes corresponde ejercer el derecho
de imponer cargas fiscales. Este procedimiento, que como
atrás dije, es una de las grandes conquistas democráticas,
enúnciase en el principio de que no puede haber imposición
sin representación popular, principio que en Inglaterra se ex­
presa con el clásico aforismo, no taxation without represen­
tation. En la Gran Bretaña, la cámara popular o de los Co­
munes, reivindicó para sí desde hace mucho tiempo las fun­
ciones de establecer contribuciones y expedir el presupuesto
de la nación, anulándole tales privilegios a la cámara de los
lores, representante de la aristocracia. Es, pues, el pueblo,
es la nación entera, y no una clase social determinada, quien
tiene el derecho de imposición. Este es el alcance de la con­
quista democrática a que me he referido y el que debe darse
a lo dispuesto en nuestra Constitución de 1886.
Como el constituyente quiso establecer entre nosotros un
vigoroso régimen presidencial, las facultades o atribuciones
de que está investido el presidente'de la república son ne­
cesariamente amplias y numerosas. Empezóse por disponer
que éste sería elegido para un período de seis apos, en con­
traposición a lo que antes regía, que era un período solamente
de dos años, término éste demasiado breve para toda acción
gubernativa y que tenía el grave inconveniente, entre otros,
de mantener el país en constante agitación'electoral.
Fijáronse al jefe del Estado extensas atribuciones en rela­
ción con los poderes legislativo y judicial, así como las que
le corresponden en su condición de suprema autoridad ad­
ministrativa. Estas atribuciones, amplias y numerosas, como
antes dije, han sufrido ya en su ejercicio la prueba de la ex­
periencia durante setenta años que cuentan de vigencia, y
la mejor demostración de su practieabilidad está en el hecho
de no haber sido necesario modificarlas hasta hoy en ningún
sentido. El equilibrio en las relaciones entre el poder ejecu-
72 GUILLERMO TORRES GARCIA

tivo y el legislativo, que era sin duda el punto más delicado


en esta materia dadas las atribuciones conferidas al primero
de estos poderes, se ha mantenido perfectamente estable du­
rante el apreciable número de años que lleva de hallarse en
vigor la Constitución. Este heoho demuestra que el régimen
presidencial establecido en la Constitución de 1886 se aviene
bien con la índole nacional y que cuando Caro abogaba por
un poder ejecutivo fuerte y respetable, que algunos consi­
deraban como una concepción cesarista del gobierno, lejos de
ser esto así, era simplemente una acertada visión de lo que
■nos convenía adoptar como sistema gubernativo. Agrégase a
lo anterior el movimiento general que actualmente se obser­
va en las naciones, pues en todas partes adviértese la ten­
dencia a una vigorización del poder ejecutivo, a una delega­
ción o cesión en favor suyo de mayores atribuciones por parte
de los parlamentos, tendencia originada en la necesidad cada
día creciente de que haya gobiernos provistos de extensas ór­
bitas de acción ejecutiva, acordes con las exigencias de los
dinámicos y peligrosos tiempos que alcanzamos.
Mas si el poder ejecutivo tiene entre nosotros grandes fa­
cultades, también es cierto que ellas están contrapesadas por
la responsabilidad consiguiente a su ejercicio, que la misma
Constitución establece. Esta responsabilidad aparece en el
artículo 122, que dice: «Ningún acto del presidente, excepto
el de nombramiento o remoción de ministros, tendrá valor ni
fuerza alguna mientras no sea refrendado y comunicado por
el ministro del ramo respectivo, quien por el mismo hecho
se constituye responsable.»
Además de las facultades constitucionales ordinarias que
el presidente de la república tiene en todo tiempo y que son
inherentes al ejercicio del mando supremo de la nación, el
constituyente dispuso que en los casos de guerra exterior o
de conmoción interna el presidente puede declarar turbado
el orden público y en estado de sitio toda la república o
MIGUEL ANTONIO CARO 73

parte de ella, previa audiencia del Consejo de Estado y por


decreto que debe llevar la firma de todos los ministros.
Por tal declaración, el presidente queda investido de las
facultades que le confieran las leyes, y, en su defecto, de las
que le da el Derecho de Gentes tanto para defender los de­
rechos de la nación como para reprimir el alzamiento.
Las medidas extraordinarias o los decretos legislativos de
carácter provisional que dentro de dichos límites dicte el pre­
sidente, no son obligatorios sino siempre que lleven la firma
de todos los ministros, y cualesquiera autoridades son respon­
sables por los abusos que cometan en el ejercicio de facul­
tades extraordinarias.
De otro lado, en el título III de la Constitución relativo
a los derechos civiles y garantías sociales, el constituyente
estableció una auténtica garantía contra la arbitrariedad, ga­
rantía que rige aún en tiempo de guerra, y que, por lo tanto,
tiene estrecha conexión con las disposiciones sobre ejercido
de facultades extraordinarias a que vengo refiriéndome. Ella
se encuentra en el artículo 27, cuyo texto es el siguiente:
«Aun en tiempo de guerra, nadie podrá ser penado ex-post-
jacto, sino con arreglo a la ley, orden o decreto en que pre­
viamente se haya prohibido el hecho y determinádose la pena
correspondiente.»
Cuando se discutía en el Consejo Nacional de Delegatarios
la disposición pertinente al ejercicio de estas facultades ex­
traordinarias, Caro explicó el alcance de tal disposición y la
diferencia sustancial que existe entre ella y lo que regía bajo
el imperio de la anterior Constitución o sea la de 1863, de la
manera siguiente:
«La impracticabilidad fué el defecto característico de la
Constitución de Ríonegro. Con ella era imposible gobernar.
Se dejó de gobernar, y prodújose la anarquía. Quísose resta­
blecer algún principio de gobernación, y fué preciso romper
el instrumento o falsearlo. Bajo el imperio de aquella Cons­
74 GUILLERMO TORRES GARCIA

titución, que establecía libertades omnímodas, no hubo dere­


cho que no fuese conculcado.»
«La practicabilidad, por el contrario, que no es otra cosa
que posibilidad, y antítesis de impotencia o de desconcierto,
es la primera indispensable condición de todo lo que pide
obedecimiento y ejecución, y condición tan propia para mora­
lizar al gobernante, si de leyes constitucionales se trata, como
para proteger el orden social. Las leyes civiles, solicitando lo
real y positivo, imponen obligaciones tolerables al ciudadano;
al paso que los teóricos autores de leyes políticas suelen dis­
parar al aire, dictando al gobernante obligaciones de imposi­
ble cumplimiento, que sólo sirven para engendrar descrédito
y arbitrariedad. El ciudadano y el gobernante deben estar
sujetos, cada cual en su esfera, a un mismo justo principio, a
la norma de lo práctico. En la organización de los poderes
públicos el proyecto ha respetado este ·principio de sentido
común. Por él se confieren al gobierno todas las facultades
necesarias para salvar la sociedad de la ola revolucionaria,
y sólo le niega el poder de hacer mal; de suerte que mien­
tras se encamine a fines lícitos, no tenga jamás que violar la
ley fundamental del Estado, y cualquiera infracción que co­
meta, haya de ser un acto altamente inmoral, y anuncio se­
guro de tendencias dignas de reprobación universal, los abusos
serán tanto menos frecuentes, cuanto menos tentación y nin­
guna necesidad haya, para nada que sea bueno o justo, de
desviarse de las amplias vías legales, y cuanto mayor respon­
sabilidad moral tenga, por lo mismo, de acarrear a los ma­
gistrados cualquiera falta que cometan, por leve que parezca
por otros conceptos.»
«De estos principios creo que estamos aquí todos pene­
trados, y a ellos ha obedecido la comisión en la redacción
especialmente de la parte relativa a épocas de perturbación
del orden. La diferencia entre la anterior Constitución y el
presente proyecto, en esta parte, es esencialísima. Propia-
MIGUEL ANTONIO CARO 75

mente hablando, los constituyentes de Ríonegro no dispusie­


ron para tiempo de paz ni de guerra, pues concedieron a los
ciudadanos libertades absolutas, como si de ellas no pudiera
abusar el individuo en ningún tiempo, y con esta limitación
sólo una libertad quedó limitada y anulada, la que debe te­
ner el gobierno para prevenir y reprimir los abusos que no
se tomaron en cuenta. Pero si para tiempo de paz la Cons­
titución de Ríonegro fué mala, para tiempo de guerra íué
más bien nula, puesto que nada dispuso, excepto la adopción,
en términos vagos, del Derecho de Gentes. Perturbado el or­
den público bajo el régimen de aquella Constitución, la al­
ternativa para el gobierno era terminante e inevitable:, o
había, de seguir rigiendo la Constitución, con sus libertades
SIN LIMITACION ALGUNA, como ella misma las proclama­
ba, es decir, sin limitación de circunstancias de ninguna es­
pecie, incluso las que trae la guerra, lo cual equivalía a la
impotencia absoluta del gobierno;. o cesaba íntegramente la
Constitución, y sólo sobrenadaba aquella palabra misteriosa:
«Derecho de Gentes». O el suicidio, o la omnipotencia. Se
adoptó, como era de preverse, el segundo término. Un día el
gobierno, mal animado, declaraba turbado el orden público,
y empezaba luego a ejercer venganzas contra todos los que
podían estorbarle, castigando así, sin intimación, el uso de
libertades que la víspera eran santas. El artículo 15 de la
Constitución vino a ser un cebo, y el 91 una trampa en que
gobiernos sin fe y sin entrañas cogían y aplastaban brutal­
mente a los incautos.»
«El sistema del proyecto prevé el caso de guerra. El go­
bierno no puede declarar turbado el orden ni dictar, después
de eso, medidas graves, sino con la firma de todos los mi­
nistros, para que la declaración sea solemne, y colectiva la
responsabilidad. Se le confiere la plenitud del poder, pero no
su ejercicio omnímodo, para reprimir la violencia revolucio­
naria. El artículo 27 del proyecto dice: «Aún en tiempo de
76 GUILLERMO TORRES GARCIA

guerra nadie podrá ser penado ex-post-facto, sino con arre­


glo a orden o decreto en que previamente se haya prohibido
el hecho y determinádose la pena correspondiente.»
«Esta disposición, que no se registra en otras Constitu­
ciones, es la más preciosa garantía, la única verdaderamente
eficaz que puede apetecerse en tiempo de guerra, porque no
ata las manos del gobierno; la única completa, porque nadie
pretende en tiempo de guerra que la situación sea pacífica;
lo que a todos importa es saber, a punto fijo, las reglas a que
han de acomodar su conducta para quedar bajo el amparo de
la autoridad. El gobierno podrá erigir en delito toda manifes­
tación que crea perturbadora; pero no podrá ejercer vengan­
zas por hechos anteriores al orden de cosas consiguiente a la
guerra. El artículo que está sobre la mesa dispone, además,
que «el gobierno declarará restablecido el orden público luego
que cese la perturbación o el peligro exterior, y pasará al
congreso una exposición motivada de sus providencias, siendo
responsables cualesquiera autoridades por los abusos que hu­
bieren cometido en el ejercicio de facultades extraordinarias».
El congreso' debe juzgar con libertad, como jurado, de la con­
ducta del gobierno en época anormal, sin atenerse a leyes
precisas que podrían Obligarle a fallos inicuos, ya condenase,
ya absolviese, puesto que el legislador no es omniscio para
prever todas las circunstancias agravantes y atenuantes de lo
excepcional y extraordinario, y nada es ciertamente tan anor­
mal como la guerra. El sistema que el proyecto contiene, con­
cilla la libertad individual con el orden social, prevé todo le
que debe ser previsto, y en la única forma genérica en que
debe preverlo una Constitución.»
En punto de elecciones, el constituyente estableció el sis­
tema impropiamente llamado «sufragio universal», para la
elección directa de concejeros municipales y de diputados a
los asambleas departamentales ; y el sufragio restringido para
la elección, también directa, de Representantes y de miem-
MIGUEL ANTONIO CARO 77

tiros de las asambleas electorales. En el primer caso,, o sea el


de la elección de concejeros municipales y de diputados a las
asambleas departamentales, podrían votar todos los ciudada­
nos; pero en el segundo, esto es, en la elección de Represen­
tantes y de miembros de las asambleas electorales, solamente
votarían los ciudadanos que supiesen leer y escribir o que
tuviesen una renta anual de quinientos pesos o propiedad
inmueble por valor de mil quinientos. Ei presidente y el vi­
cepresidente de la república serían elegidos por las asambleas
electorales, y los senadores por las asambleas departamenta­
les. El Designado, que era un suplente de vicepresidente de
la república, debía ser elegido por el congreso nacional. Este
fué el sistema adoptado en la Constitución de 1886.
Se tiene, pues, que los constituyentes establecieron el sis­
tema de la elección directa tratándose de los concejeros mu­
nicipales, de los diputados a las asambleas departamentales,
de los miembros de las asambleas electorales y de los Repre­
sentantes; y el de la elección a dos grados en relación con el
presidente y vicepresidente de la república y con los sena­
dores.
La cuestión electoral, o más propiamente la relativa al su­
fragio, fué materia de prolongados debates en el Consejo Na­
cional de Delegatarios. En tales deliberaciones, Caro tomó
muy activa parte. Afiliado éste al concepto de que el sufragio
no es un derecho que la ley reconoce, sino una función po­
lítica conferida por el legislador «a los que téngan aptitud
para ejercerla», Caro sostenía que el llamado sufragio uni­
versal, entendido en una forma absoluta, en realidad no exis­
te, porque «todo sistema de sufragio popular, por más que
se llame universal, está de algún modo restringido». Las ideas
expuestas por él sobre este grave asunto del sufragio, mere­
cen transcribirse aquí, al menos en parte, porque ellas dan
la medida de sus conocimientos en cuestiones constituciona­
les. , \ . ,
78 GUILLERMO TORRES GARCIA

Disertando ante el cuerpo constituyente, Caro expresába­


se así:
«El problema del sufragio presenta varios y múltiples as­
pectos, y abraza multitud de cuestiones delicadas. Basta mi­
rar por el forro el código electoral belga, que ahora mismo
tengo sobre la mesa. La legislación de Bélgica, en general, es
una legislación modelo; y las proporciones materiales que
ha alcanzado este código revelan que esta materia, como cual­
quiera otra, sometida a la prueba de los hechos, y por lo tanto
susceptible de las reformas que sugiera la experiencia, de­
manda minuciosa y progresiva reglamentación y siendo así,
nada es tan peligroso como dictar de una vez, con reflexión
escasa, y en la absoluta impotencia para prevenir lo inespe­
rado, disposiciones detalladas que puedan impedir después
la desembarazada reglamentación de esta materia legal. Por
esta razón propongo yo que a las reglas concretas del pro­
yecto, y a las modificaciones que se han propuesto, sustitu­
yamos con amplitud de miras, aquellos principios generales
dentro de los cuales quepa el gradual desenvolvimiento le­
gislativo de un razonable sistema electoral.»
»La naturaleza jurídica del sufragio es la cuestión preli­
minar que discuten los publicistas. ¿Es el sufragio un dere­
cho anterior a la ley y que la ley debe reconocer? ¿O es una
función política que el legislador confiere a los que tengan
aptitud para ejercerla? Divídense en este punto los pareceres,
y aquí mismo se han manifestado divididos. Mas la cuestión
teórica pierde su importancia desde el punto en que trate de
darse a uno u otro principio justa y honrada aplicación prác­
tica. Aunque el sufragio sea un derecho, hay que reconocer
que, como todo derecho, no podrá ejercitarse sino mediante
ciertas condiciones, mientras su ejercicio no pugne con su­
periores y más sagrados principios, porque no hay derecho
contra el derecho. Los partidarios del sufragio como derecho,
convienen todos en excluir a los menores de edad, a los de-
MIGUEL ANTONIO CARO 79

mentes, a los procesados criminalmente; y casi todos elimi­


nan igualmente a las mujeres por su natural apartamiento
de los negocios públicos. De otro lado, los que sostienen el
sufragio como función (opinión a que yo confieso inclinarme),
no tienen derecho a restringirlo arbitrariamente, sino por mo­
tivos generales de aptitud y moralidad, así como no puede
restringirse, sino por motivos justos, la opción a ios puestos
públicos. Además, aún cuando hubiese derecho a restringir
el sufragio con calificaciones muy elevadas, resultaría el in­
conveniente de que perdería el carácter de función popular
y quedaría desvirtuada la institución. Así, Bluntschli, que con­
sidera el sufragio como institución de derecho público, que
arranca del Estado y no de la naturaleza, es, sin embargo,'
partidario de la extensión del sufragio a todas las clases so­
ciales, como función propia del ciudadano, y en atención a las
tendencias democráticas del siglo; y al mismo resultado van
los que, como Bismarck y Gladstone, estiman el sufragio como
derecho de que no puede privarse a los ciudadanos sin come­
ter una violencia injustificable. De suerte que uno y otro
principio, aplicados con buen criterio, convergen en la prác­
tica a unas mismas soluciones.
»Todo sistema de sufragio popular tiene que ser amplio,
sin lo cual no sería popular. De otro lado, todo sistema de
sufragio popular, por más que se llame universal, está de
algún modo restringido. El sufragio universal· en el sentido
absoluto de la palabra, es una quimera. El sufragio universal
debe figurar en la lista de las cosas que no existen. El sufra­
gio universal es una palabra apasionada, que ha servido para
lisonjear a la plebe, y que ahora sirve aquí para acriminar a
los que combatimos ciertas restricciones arbitrarias.
»Si hay corporaciones populares, ha de haber sufragio po­
pular amplio, para elegirlas. Si no hay sufragio popular am­
plio, no se diga que hay corporaciones populares. Si la cámara
de representantes no ec de elección popular, no se diga que
80 GUILLERMO TORRES GARCIA

es una cámara popular. En todo esto debemos ser lógicos,


y huir de consignar inconsecuencias como bases constitucio­
nales.
»Los defectos del llamado sufragio universal no radican
en su supuesta universalidad, que no existe, sino en aquel
grado de amplitud que hace que el sufragio sea popular: El
sufragio popular, más o menos amplio, más o menos limitado,
siempre que no deje de ser popular, siempre que alcance a
ser popular, tiene el defecto esencial, incorregible, de no ser
la expresión de un organismo, sino de la multitud, del nú­
mero. Ante esta consideración arrédrase el legislador, y se ve
forzado a reconocer que el sufragio adoleee de defectos in­
trínsecos, y que no hay medio entre estos arbitrios:
»0 dejarle funcionar libremente dentro de sus límites natu­
rales, para la elección de la cámara popular, neutralizándolo
con el voto corporativo para la elección de la alta cámara;
»0 limitarle fuertemente en todos los casos, bien por me­
dio de severas restricciones en la elección directa o bien por
medio del sistema de la elección indirecta, todo lo cual equi­
vale a desvirtuarlo.
»De estos dos caminos paréceme a mí preferible el pri­
mero, porque aun cuando fuese malo, sería menos malo que
el segundo, y hasta ahora no se ha presentado un tercer modo
de procedimiento. El honorable señor Samper, que en teoría
rechaza el sufragio amplio, porque es muy popular, y porque
le espanta el nombre de sufragio universal, quiere que se re­
glamente de una vez en la Constitución; pero no he acabado
yo de entender cuál es la teoría que el honorable señor Sam­
per profesa *. Se propone aquí el sistema de contrapeso, dan­
do representación corporativa a la sociedad en el senado, y el
honorable señor Samper lo combate con vehemencia como
sistema aristocrático. Se propone luego la elección a tres
*' Caro refiérese al señor José María Samper, Delegatario del Es­
tado de Bolívar.
I
I

£
P
USAMA MAHVAEZ DE CARO. ESPOSA DE EUSEBIO CARO
MIGUEL ANTONIO CARO 81

grados para la formación del senado, y el honorable señor


Samper, partidario de la elección indirecta, y de la distinción
entre una y otra cámara, rechaza también ese sistema, con
buenas razones, pero razones que corresponden a un punto
de vista que no es el suyo. Si el honorable señor Samper
detesta el sufragio popular, pero al mismo tiempo no encuen­
tra el medio de corregir sus defectos, lo natural, lo lógico,
sería que se resolviera dejar la solución del problema a la ley,
que siendo reformable, admite rectificación y progreso. Pero
el honorable señor Samper se empeña en que esta cuestión
quede definitivamente resuelta en la Constitución. ¡Y lo único
que él propone es la condición de saber leer y escribir, como
línea divisoria entre el hombre civilizado y el salvaje; como
milagroso invento para dejar perfectamente resuelto el pro­
blema electoral!
»Si el sufragio es siempre limitado, si todos los diversos
sistemas de sufragio no son sino diversos sistemas de limi­
tación del sufragio, en fijar la limitación, y sólo en ello está
el quid de la dificultad, y en tanto será equitativo y justo un
sistema de sufragio en cuanto la limitación sea justa y equi­
tativa. Creo yo que este punto de vista es primordial para
entrar con pie seguro en el examen de la cuestión.
»El primer orden de limitaciones que pueden ponerse a la
ciudadanía, es de carácter negativo o excluyente. Empiézase
por excluir a los indignos. ¿Y quiénes son indignos ante la
ley? Los que causan escándalo público, los que se han hecho
acreedores a ciertas penas que suponen grave culpabilidad.
Tal es el criterio adoptado por muchas constituciones, y por
este mismo proyecto en sus artículos 15 y siguientes'; y es
criterio perfectamente constitucional, porque es perfectamen­
te seguro. La República debe fundarse en la virtud, y la vir­
tud tiene por apoyo legal la condenación del crimen. Verdad
es que por este medio no se excluye a todos los indignos, por­
que la ley humana no examina la conducta puramente pri­
6
82 GUILLERMO TORRES GARCIA

vada, ni va al fondo de las conciencias; pero no es menos


cierto que los que por este medio quedan excluidos del ejer­
cicio de la ciudadanía son evidentemente indignos, y a los
ojos de la justicia humana los más indignos. Las disposiciones
de este proyecto, que definen la ciudadanía y las causas por
donde ella se pierde o se suspende, están basadas en este fir­
mísimo criterio moral.
»Allí donde el sistema adoptado es el de elección directa,
el legislador —no el constituyente— suele establecer otras res­
tricciones, fundadas no ya en el criterio negativo o de exclu­
sión, sino en el criterio positivo del mayor merecimiento. El
constituyente excluye de una vez al indigno; el legislador
llama a las urnas a los más dignos de ejercer la función elec­
toral. ¿Y cuáles son los más dignos? Los que entienden mejor
lo que van a hacer, los que juzgan con más acierto los inte­
reses públicos, y los que puedan votar con más independencia
y libertad. ¿Y cómo se distinguen éstos ante la ley? Se supone
que la instrucción y la riqueza son signos exteriores que
revelan buen juicio e independencia, pero al determinar el
grado de la ilustración o el monto del capital, el legislador se
encuentra indeciso. Si se señalan calificaciones muy elevadas,
se excluye a las masas, se anula el principio democrático, y
si se fijan condiciones de instrucción y censo tan exiguas
como son las de saber leer y escribir y tener doscientos pesos
de renta, es evidente que la limitación es ele todo punto ar­
bitraria e injusta.
»Insisto, señor presidente, porque este punto es capital,
en que la instrucción o la riqueza, que pertenecen al orden
literario y científico la primera, y al económico la segunda, no
son principios morales ni títulos intrínsecos de ciudadanía, y
que sólo tienen valor en cuanto se subordinan al superior
criterio que exige en el ciudadano recto juicio e independen­
cia para votar. Conferir exclusivamente a los propietarios el
derecho de votar, porque pagan contribuciones al Estado, es
MIGUEL ANTONIO CARO 83

trocar el criterio jurídico por el criterio mercantil, y dejar


de ver en el Estado una entidad moral para convertirla en
compañía de accionistas, y atribuir únicamente esas funciones
a los que sepan leer y escribir, como si esta circunstancia
envolviera virtud secreta, es incurrir en una superstición. Sé
establece la condición de censo, como prenda de independen­
cia, y lo es en efecto en Inglaterra, verbigracia, donde la pro­
piedad está asegurada por la ley y las costumbres. En un país
quebrantado por las revoluciones y adolecido de inseguridad,
temo que yerre quien estime la riqueza como señal probable
de valor cívico para hacer profesión pública de fe política. El
honorable señor Calderón quiere que la ciudadanía empiece
en doscientos pesos de renta. El honorable señor Casas Rojas
en quinientos *. ¿Cuál de las dos cifras es la verdadera y justa
línea divisoria entre buenos y malos ciudadanos? Ninguna
de ellas. Entre una y otra cifra, multitud de colombianos han
estado, por decirlo así, pendientes de un arbitrario fallo cons­
titucional. Más graves objeciones suscita la condición de saber-
leer y escribir. Para probar cuán injusta es esta exigencia,,
bastaría recordar que la escritura no entró en los planes pri­
mitivos de la Providencia respecto de la especie .humana,,
y que hoy mismo, las buenas costumbres, base esencial de la
ciudadanía en una república bien ordenada, no se propagan
por la lectura, sino por la tradición oral y los buenos consejos--
»Muchos modernos publicistas prefieren .a las restriccio­
nes, el sufragio general modificado por la gradual pluralidad
de votos; de suerte que tomando como condiciones fundamen­
tales de capacidad, la edad o la experiencia, la profesión o la-
inteligencia, y la riqueza o importancia social, al que posea
una de esas condiciones haya de concederse un voto más, so­
bre el que tiene derecho a dar cualquier ciudadano. Este sis­
tema, aunque complicado, no puede negarse que es equitativo,
* Caro refiérese a los señores Carlos Calderón y Jesús, Casas Rojas,
delegatarios de los Estados de Boyará y Cundinamarea, respectivamente.

)
84 GUILLERMO TORRES GARCIA

puesto que procura cierta proporción entre la capacidad y el


derecho. No sería justo decretar que sólo los padres de fa­
milia voten; pero si ha de votar todo el mundo, sería muy
bien pensado que el voto del padre de familia pesase como
•dos o más votos, como que un padre de familia no es un in­
dividuo aislado, sino legítimo jefe y representante de un pe­
queño reino. Y no creo yo que deba negarse al legislador la
facultad de ensayar dentro de pocos o muchos años, este o
cualquiera otro sistema, por más que parezca extraño, puesto
que hoy por hoy no podemos afirmar cuál sea la mejor defi­
nitiva solución del problema del sufragio.
»Y es digno de notar que todo sistema de sufragio amplio
lleva en la práctica, aunque la ley no lo diga, la aplicación
del voto múltiple. ¿Qué otra cosa, sino voto múltiple, es la
influencia que ejercen sobre sus servidores y dependientes el
hacendado o el empresario, o la que tienen el periodista o el
profesor sobre sus adeptos y parciales? Esas cédulas enasta­
das de que ha hablado con tanto horror el honorable señor
Samper, son resultado de influencias sin las cuales la opinión
no acertaría a organizarse para concurrir al combate electo­
ral; y aceptado el sufragio popular, hay que admitir como le­
gítimas tales influencias mientras se mantengan dentro de
sus términos y no ocurran al dolo 'ni a la violencia, porque
no sería dado suprimirlas sin suprimir el sufragio mismo.
»Pero, sobre todo, tengo que rogar al Consejo que fije
atenta consideración en una distinción esencial. Todos los ar­
bitrios que se discurren para limitar el sufragio, fuera de las
restricciones dictadas por el criterio moral, se refieren a la
elección directa. Si la elección es indirecta, no hay derecho
ninguno a establecer esas nuevas limitaciones; porque la elec­
ción indirecta es un sistema que se discurre precisamente para
reemplazar la elección directa restringida. La elección a dos
grados divide a los ciudadanos en dos grupos, sufragantes y
«electores. Ella coloca por debajo de la categoría de electores
MIGUEL ANTONIO CARO 85

la clase Üe los sufragantes, destinada únicamente a limitar el


número de los electores ya definidos por la ley. El sufragante
no queda por cima del ciudadano, sino por debajo del elector.
Aquí se ha debatido calurosamente, si las masas han de con­
servar o han de perder el derecho electoral. Pues yo declaro
aquí solemnemente que el sufragante vota, pero no elige; y
que, por el mero hecho de establecerse la elección indirecta'
para representantes, los que antes eran electores, reducidos,
ahora a la clase de sufragantes, quedan privados del derecho
electoral.
»En Francia, y dondequiera que, a su imitación, se ha es­
tablecido el sistema de elección a dos grados, se han puesto
restricciones al elector, pero no al sufragante. El sistema de
elección a dos grados, ideado en Francia por la hipocresía
revolucionaria, es un medio de arrebatar al pueblo el sufragio,
dejándole la sombra, la ilusión de la elección en primer grado.
Pero nadie ha soñado con limitar y enflaquecer esa sombra.
Y limitarla y enflaquecerla es lo que proponen mis honora­
bles colegas Calderón, Casas Rojas y Samper en un exceso
de severidad antidemocrática.
»Debo declarar que no estuve de acuerdo con mis com­
pañeros de comisión en la redacción del título de elecciones.
Creo yo que las Constituciones no deben entrar en porme­
nores y que, particularmente, en esta materia es muy peli­
groso incorporar en ellas un reglamento. La proposición que
he tenido el honor de presentar contiene algunos principos
sancionados por el juicio común de los publicistas, y en asun­
tos dudosos deja Ubre el campo al legislador. Yo no acepto
en principio, ni votaré jamás en una Constitución, la elección
a dos grados para representantes; pero la votaría en una ley
de carácter transitorio, para una época de convalecencia como
la presente. Por eso propongo que el legislador pueda adop­
tar la elección directa o la indirecta, pero cada úna con sus ■
caracteres propios y sin mezclar cosas heterogéneas.»
86 GUILLERMO TORRES GARCIA

La división política del territorio nacional hízose en la


Constitución de 1886 transformando los antiguos Estados en
simples departamentos, y en el campo administrativo éstos
quedaron divididos en provincias y éstas en distritos munici­
pales.
Cuando se discutía en el consejo constituyente el punto
xetoivo a la creación de los departamentos, algunos delega­
tarios, principalmente los señores Rafael Reyes y Carlos Cal­
derón, manifestáronse adversos a esta denominación, y pro­
pusieron que a las secciones de la nación se les conservase
el nombre de Estados. Caro opúsose a esto con razones con­
cluyentes, demostrando la impropiedad que dicha denomina­
ción tendría en una república unitaria, dado que no se trata­
ba de naciones independientes ni de entidades políticas que
hiciesen parte de un sistema federal. Estas observaciones fue­
ron aceptadas, como era natural, y de ahí que hubiese pre­
valecido para las secciones el nombre de departamento.
Dispúsose que en cada departamento habría un Goberna­
dor que ejercería las funciones del poder ejecutivo con el ca­
rácter de agente de la administración central y jefe superior
de la administración departamental. El Gobernador sería de
libre nombramiento y remoción por parte del presidente de
la república, y ejercería, sus respectivas atribuciones sujeto a
responsabilidad administrativa y judicial.
■ Los departamentos tendrían una corporación de origen po­
pular denominada Asamblea Departamental y a ésta se le fi­
jaron sus atribuciones. Aunque el constituyente quiso que
.dichas corporaciones departamentales fuesen exclusivamente
administrativas, es de observar que a ellas se dieron, no obs­
tante, determinadas prerrogativas de orden político, tales como
la expedición y votación del presupuesto departamental y el
(establecimiento de contribuciones de carácter seccional; pues
:SÍ bien es cierto que estas atribuciones se ejercen con fines
administrativos, también lo es que en el fondo constituyen
MIGUEL ANTONIO CARO 87

actos políticos. A las Asambleas, además, dióseles la función


esencialmente política de la elección de senadores.
Establecióse que la acción administrativa en los distritos
municipales correspondería al Alcalde, funcionario al cual la
Constitución dió el doblé carácter de agente del Gobernador y
mandatario del pueblo. Los distritos municipales, a su vez,
tendrían también una corporación popular designada con el
nombre de Concejo Municipal.
En el título XIX de la Constitución consignáronse ciertas
disposiciones relativas a la hacienda nacional en lo tocante
a bienes y cargas de la nación, a reglas generales sobre con­
tribuciones y a normas pertinentes a presupuestos y gastos
públicos.
El título XX refiérese a la forma en que puede ser modifi­
cada la Constitución y a la abrogación de la Constitución an­
terior, o sea la de 1863.
Por último, dictáronse determinadas disposiciones de ca­
rácter temporal que el paso del régimen federal a la nueva
organización unitaria hacía necesarias. Entre tales disposicio­
nes, es de mencionarse particularmente el artículo transito­
rio K), del título XXI, que es el título final de la Constitu­
ción. Por dicho artículo, el gobierno quedaba facultado para
prevenir y reprimir los abusos de la prensa mientras no se
hubiese expedido la ley de imprenta.
Tales son, en breve síntesis, los aspectos más importantes
de la Constitución de 1886.
En cuanto a la labor realizada por Miguel Antonio Caro,
■ella está representada no solamente en los diversos informes
rendidos al Consejo de Delegatarios, en el Acuerdo sobre ba­
ses de la reforma constitucional, en el proyecto de Constitu­
ción que se discutió en el Consejo y en la redacción y revisión
del texto definitivo con que fué expedido el nuevo esta­
tuto político, sino principalmente en sus constantes interven­
ciones ya en las sesiones plenarias del cuerpo constituyente,
88 GUILLERMO TORRES GARCIA

ya en los debates de las comisiones, por medio de exposiciones


y discursos en los cuales vénse brillar por igual el patriotis­
mo, la erudición jurídica y la elocuencia política. Desgra­
ciadamente, la totalidad de aquellos discursos no es posible
conocerla. Una compilación completa de ellos así como de
las exposiciones de algunos otros miembros del Consejo de
Delegatarios, había sido hecha con grande esmero y exactitud
por los señores Julio A. Corredor y Roberto de Narváez, se­
cretario y relator del Consejo, respectivamente, compilación
que desapareció perdiéndose definitivamente, por lo cual lo
único que pudo conservarse de dichos documentos son unos
pocos que el mismo Caro reunió en su libro intitulado Artícu­
los y discursos, y los fragmentos mutilados que aparecen en
el Diario Oficial. Esto lo asevera en sus escritos el señor José
Joaquín Guerra, a quien cité en páginas anteriores.
Sin embargo, en la compilación llevada a cabo por el Ins­
tituto Caro y Cuervo, trabajo publicado en 1951 por el Minis­
terio de Educación Nacional y que corresponde al volumen
número 149 de la Biblioteca Popular de Cultura Colombiana,
encuéntrase todo lo que se conserva de los discursos de Caro
en los debates sobre la Constitución de 1886. Allí puede verse
que sus intervenciones versaron acerca de muy variados asun­
tos constitucionales y apreciarse el dominio científico con que
el señor Caro elucida las cuestiones de que se ocupa.
Dichas intervenciones refiérense a los puntos siguientes:
división del territorio; divisiones territoriales especiales;
nombre de «departamento» a los nuevas secciones de la re­
pública; nacionalidad; ciudadanía; sufragio; educación reli-.
giosa; religión de la nación; religión oficial; composición y
formación del senado; atribuciones de la cámara de repre­
sentantes; inmunidad de los miembros del congreso; empleos
que pueden desempeñar los senadores y representantes; fa­
cultades extraordinarias del presidente de la república en caso
de guerra exterior o conmoción interior; irresponsabilidad del
MIGUEL ANTONIO CARO 89

presidente de la república; reelección del presidente; atribu­


ciones del presidente en relación con el ejército; pena de con­
fiscación; defensa de los particulares contra providencias ad­
ministrativas y abusos de autoridad; amnistías o indultos ge­
nerales por delitos políticos; propiedad literaria y artística;
disposición y tradición de bienes; bienes de la extinguida
Unión Colombiana; deuda pública interna y exportación de
productos nacionales.
Mas el documento en que Caro dejó a la posteridad la ex­
presión de su pensamiento político y donde podemos hallar
la clave que nos explica la razón de ser de las dos grandes
bases constitucionales por él defendidas (república unitaria y
régimen presidencial), es su postrer mensaje a las cámaras
legislativas de 1898.
En aquellas páginas, que él califica de «epítome de nues­
tra historia constitucional», la tesis principal que Caro sus­
tenta con razones de orden histórico y político, es la de que
el factor determinante o el error que entre nosotros ha im­
pedido la implantación de una organización política sólida y
estable, ha sido lo que él llama «el espíritu anárquico», de­
magógico y revolucionario, encarnado en la tendencia a debi­
litar siempre el poder ejecutivo apelando para ello al desor­
den y a la rebelión. Este espíritu anárquico, según Caro, ha
dado frutos desastrosos cada vez que ha logrado infiltrarse en
las instituciones, y de ahí que todas nuestrás constituciones
políticas, en las cuales quísose menoscabar y empequeñecer el
poder ejecutivo (como las expedidas en 1832, 1853, 1858 y
1863), lejos ‘de haber sido estables y generadoras del orden,
presenten, por el contrario, una obligada secuela de movi­
mientos subversivos.
Estudiadas atentamente las ideas de Caro, de ellas se
infiere que la estabilidad institucional y el imperio del or­
den sólo pueden asegurarse en Colombia a virtud del régimen
unitario y de una vigorosa autoridad con amplias y eficaces
90 GUILLERMO TORRES GARCIA

facultades, representada en el poder ejecutivo. Las conside­


raciones que hace el insigne expositor en el documento a '
que vengo refiriéndome tienen un grande alcance social, y
hay en ellas observaciones muy sagaces en el terreno político.
He aquí el texto completo de la exposición de Caro:
«La duración de las leyes políticas, orgánicas del Estado,
mantenidas por acuerdo tácito y firme, por el respeto de los
pueblos, indica que una nación está realmente constituida.
La ley humana, la ley escrita, es, por sí sola, ineficaz; sólo
es poderosa y santa cuando su origen es respetable y respe­
tado, cuando en los grandes acontecimientos de la historia
se reconoce la acción de un poder divino que adoctrina, cas­
tiga y premia a las naciones, y les concede ocasiones extraor­
dinarias para constituirse y engrandecerse. Entonces el orden
legal es sólido, porque se apoya en el orden moral y en la
fe religiosa de la sociedad.
»¿Qué diremos, por el contrario, cuando, según célebre
frase, «las constituciones son cuadernos», cuando este o esotro
publicista, juzgando a los pueblos materia apta para ensayar
teorías, y pretendiendo levantar su autoridad individual so­
bre la autoridad que confieren los movimientos colectivos de
la opinión, determinados por la experiencia y producidos en
ocasiones raras y únicas, propone, en su propio nombre, un
nuevo proyecto de constitución para reemplazar el monumen­
to elevado en nombre del Autor y Supremo Legislador del
Universo? Esta manía epiléptica de reformar, este «olvido de
Dios y de la historia», es nuevo acceso del mal que por
tanto tiempo nos aquejó, y señal del peligro que la concien­
cia nacional, de la cual sois representantes, debe conjurar.
»Observa un pubicista europeo, como hecho digno de con­
sideración y estudio, que la constitución política de los Es­
tados Unidos de América es hoy. día la constitución escrita
más antigua del mundo, y que si el hecho de estar escrita
es un signo de debilidad, el acatamiento que la rodea es un
MIGUEL ANTONIO CARO 91

signo de fuerza. La república, más progresiva es la más tra­


dicional, la más respetuosa a la autoridad de los mayores,
que es la autoridad de lo pasado. Si el prodigioso desenvol­
vimiento de aquella g ra n .república ha presentado gravísi­
mos problemas que no pudieron anticiparse a resolver, ni si­
quiera previeron los miembros de la convención de’Filadel-
fia, pocas, empero, y muy meditadas enmiendas se han hecho
a aquella ley fundamental, y sólo en cuanto las enmiendas
la mejoran, no para destruirla. El pensamiento de abrogar
aquel monumento, símbolo de unidad, se consideraría sacri­
lego, y con sabiduría admirable se ha preferido que la cons­
titución viva y se desarrolle de un modo práctico, atempe­
rándose al desarrollo colosal de la nación, el cual, anulando
distancias y borrando diferencias regionales, por sí mismo fa­
vorece patentemente su unidad. La forma de gobierno, repre­
sentativo y no parlamentario, única que puede salvar a una
república del embate de la anarquía, opone allí firmísima va­
lla a los cambios radicales de las instituciones. La indepen­
dencia del poder ejecutivo (dice el mismo publicista antes
aludido), lejos de debilitarse, se ha afirmado, por el derecho
de veto más y más extendido, a medida que la materia legis-
lable se amplía a compás del derecho social, y que el congreso
lleva su acción a multitud de bilis poco meditados. En suma,
el gobierno ejecutivo de los Estados Unidos reúne aún más
que el de Colombia, los caracteres que la escuela revolucio­
naria apellida aquí «absolutismo».
«Menos afortunados fueron los fundadores de nuestra in­
dependencia que sus predecesores del Norte, en la labor de
organización, complemento necesario de la libertad conquis­
tada. Los ensayos políticos hechos en los campamentos ca­
recían de solidez y de concierto, y no podían servir de base
a un sistema serio de gobierno, como que ya desde el prin­
cipio de la.guerra de independencia el espíritu anárquico ati­
zó la discordia y produjo desde entonces disensiones y guerras
92 GUILLERMO TORRES GARCIA

civiles. Cuando, disipado el humo de los combates, llegó el


momento que debiera ser propicio a las deliberaciones de la
paz, el espíritu demagógico, inquieto y audaz, había adqui­
rido fuerza bastante para desconocer y amenazar al padre de
la patria, y llevar su empuje destructivo al seno de la gran
convención de Ocaña. Bolívar muere proscrito y mártir; sus
últimas palabras son la expresión más amarga del desengaño;
«cree haber arado en el mar» y que «la América es ingo­
bernable».
«Minada por tal causa y disuelta luego la gran república,
las tres secciones que la componían se organizaron separada­
mente, y bajo auspicios, al parecer, favorables, porque llegó
a creerse que la dificultad de extender la acción gubernativa
a un territorio demasiado extenso, y las rivalidades entre
granadinos y venezolanos, eran la causa de la discordia. Del
año 32 data nuestra nacionalidad, cual hoy existe, reducida a
los términos del antiguo Virreinato, y de allí arranca la his­
toria propia y exclusiva de nuestro organismo político.
»Las esperanzas de orden y estabilidad se desvanecieron
pronto; la férrea mano de Santander, poderosa para repri­
mir ocasionalmente el desorden, inhábil era para fundar la
paz; las elecciones del 36 fueron preludio tempestuoso de una
guerra más larga y desastrosa que las anteriores. Había leyes
penales severísimas (que hoy no existen) aplicables por el
Poder Judicial al delito de rebelión; pero el Poder Ejecutivo
carecía de más preciosas facultades, de medios adecuados
para prevenir el mal. El error que impidió la organización
de Colombia se había infiltrado en la primera Constitución
política de la Nueva Granada.
»La Constitución de 32 restringía, en efecto, al poder eje­
cutivo la facultad de nombrar sus agentes; y algunos de éstos,
declarándose en rebeldía desde el principio, dieron cuerpo a
la revolución. Se palpó la necesidad de fortificarlo, tanto más
cuanto los caudillos revolucionarios se declararon jefes su-
MIGUEL ANTONIO CARO 93

premos, y se descubrió la tendencia a continuar en la nueva


república, y en cierta forma de feudalismo, que más tarde
había de renacer, la obra de la disolución de Colombia.
»Tales fueron los antecedentes de la Constitución de 43,
la cual no se expidió por el afán de hacer reformas, e intro­
ducir mudanzas, sino precisamente con el objeto de impedir,
en cuanto de la ley dependía, trastornos y cambios profun­
dos. No fué ensayo de teorías, sino fruto de la experiencia;
no imposición de un partido, sino acuerdo de hombres conspi­
cuos que habiendo, en épocas anteriores, militado en contra­
rios campamentos, formaban una alianza de carácter eminen­
temente «nacional».
»En efecto, los convencionales del año 32, dudosos del
acierto al expedir la Constitución de aquel año, habían dichc
a los pueblos: «Dejad que el tiempo descubra los errores y
permitid que la prudencia los corrija»; y muchos de ellos,
patentizado el yerro por el gravísimo desorden a que dió oca­
sión, cooperaron noble y sabiamente a su enmienda, siendo
de notar que aun más que los antiguos bolivianos, los libe­
rales de orden, y entre éstos, y sobre todos, la «cabeza napo­
leónica» de don Rafael Mosquera, fueron el alma de esa trans­
formación política. Reunía, por tanto, la Constitución de 43
todas las circunstancias que pueden dar prestigio y fuerza
a una ley fundamental, y, sometida a la práctica, adquirió
el crédito que proviene de un largo período de paz y de pro­
greso alcanzado bajo su imperio.
»Mas el espíritu revolucionario, enardecido por el ejemplo
de los delirios de la demagogia francesa en 1848, encarnado
en una juventud ilusa y fogosa, logró al cabo, aprovechándose
de la coyuntura que le ofrecía la disención entre los sostene­
dores de las instituciones, dar en tierra con ellas. Alcanzó el
poder el partido de oposición, y no contento con abatir y «fla­
gelar» a sus contrarios, se ensañó en instituciones que hubie-
94 GUILLERMO TORRES GARCIA

ra debido respetar para demostrar la posibilidad del turno


pacífico de los partidos en el gobierno. Pero no le bastaba ser
gobierno, quiso ser revolución en el gobierno. .En vano los
hombres prudentes de aquel mismo partido quisieron opo­
nerse a la corriente avasalladora; fueron excluidos y recha­
zados bajo el apodo de «draconianos».
»De ese movimiento político nació la Constitución de 53,
que debilitó hasta extremos no soñados antes, el poder eje­
cutivo, arrebatándole el nombramiento de sus agentes natu­
rales para convertirlos en funcionarios de elección popular.
Consagró también la separación de la Iglesia y el Estado que
en países católicos engendra conflictos y se traduce al cabo
en persecución religiosa. El presidente electo, caudillo revo­
lucionario en 1840, e ídolo de su partido, recibió de sus ado­
radores un cetro de caña; presto vió y confesó que había
jurado lo que no le era dado cumplir, se declaró impotente
para gobernar, surgió una dictadura militar, y sobrevino la
guerra civil.
»Los partidos que se unieron para establecer la legalidad,
en vez de reparar el mal, escarmentados con lo acontecido,
vinieron a agravarlo, prevaleciendo siempre la tendencia re­
volucionaria sobre las protestas de los sobrevivientes proce­
res de la independencia, de todos los hombres sensatos, sobre
la opinión misma del Vicepresidente de la República, que se
había encargado del poder ejecutivo. Creyóse que no había
otro mal que la dictadura militar, y no se observó que era
mal más hondo la legislación anárquica, que da ocasión a
tales dictaduras y a tales guerras civiles.
»Con efecto, si es verdad que una Constitución buena no
produce directamente el bien, y sólo alcanza a evitar males
con la cooperación de colectividades moralizadas y moraliza-
doras, una Constitución mala sí es eficaz por sí misma para
extender el mal, porque, o se cumple fielmente, y así se pro­
MIGUEL ANTONIO CARO 95

duce el desorden, o.se infringe, y la arbitrariedad impera;


y en todo caso queda la legalidad desacreditada e inorgani­
zada la Nación.
»De esta suerte, bajo un, régimen como el que se inició en
el período citado, la República oscila entre los horrores de
la anarquía y los excesos de las dictaduras militares.
»La Constitución de 58, preparada por actos reformato­
rios de la de 53, por los cuales algunas provincias fueron ele­
vadas a la categoría de Estados, incrustados en la Nación, y
al propio tiempo cuasi-independientes de ella, y del todo in­
dependientes de las provincias, extendió igual privilegio a
tas demás secciones de la república. La Constitución de 53,
votada, como un ideal, fué pronto apreciada sólo como punto
de partida que debía quedar muy atrás; los límites puestos
a la desorganización resultaron imaginarios, y descendíase
tranquilamente por pendiente rápida al abismo.
»¡Creyóse con inconcebible ceguedad, o se fingía creer (ol­
vidando el calamitoso ensayo de las Providencias Unidas de
Nueva Granada, practicado en los primeros días de la Inde­
pendencia), que rompiendo la unidad nacional se imitaba a
la gran República del Norte; que el impulso de disgregación
aquí desarrollado, era lo mismo que la fuerza de cohesión
que allá prevalece; la fórmula americana e pluribus unum,
igual a la nuestra tácita ex uno plura. Creyó, 'asimismo, con
toda buena fe, el presidente de aquella Confederación efímera,
que disminuida la importancia del poder ejecutivo nacional
hasta quedar reducido a esqueleto, sin otras funciones que la
dirección de las relaciones exteriores, la del crédito público, y
alguna otra, los partidos llevarían a los Estados sus disputas
y aun sus guerras; que no habría objeto en atacar una pre­
sidencia a tal punto espiritualizada, y que el gobierno gene­
ral apenas necesitaría una guardia modesta, quedando, así
abolida la institución del ejército permanente. Y esto pensaba
96 GUILLERMO TORRES GARCIA

y proclamaba precisamente en la víspera de una revolución


que había de ser aún más formidable que la de 1840 *.
»Triunfó en 61 la revolución, la transmisión legal del po­
der, hasta entonces conservada, quedó violentamente inte­
rrumpida; y los vencedores, que habían levantado como ban­
dera la soberanía de los Estados, expidieron la Constitución
de 63, que agravó los errores de la precedente con otros nue­
vos en confusa amalgama. Consagró, como aquélla, libertades
individuales absolutas; arrebató a la nación la soberanía para
transferirla a los Estados limitándola por la soberanía indivi­
dual, y reservándola íntegra en la nación para el único efecto
de autorizar persecuciones contra la Iglesia Católica. Estable­
ció, en suma, la anarquía como regla general, y la dictadura
para casos especiales, bajo el nombre de «derecho de gentes»
contra el partido vencido, y de «soberanía nacional» en lo
tocante a asuntos religiosos. Y como no podían llevarse más
lejos las reformas, y cualesquiera que se intentasen tendrían
que ser reivindicaciones de la justicia, los autores de aquella
obra monstruosa se declararon infalibles, y por disposición
constitucional negaron al país el derecho a organizarse racio­
nalmente. El régimen, si así puede llamarse, establecido en­
tonces, fué, durante más de veinte años, una serie no inte­
rrumpida de desórdenes, de violencias y de tragedias.
»El lazo federal es un medio suave de agregar Estados
contiguos y constituir una nacionalidad. El vínculo se forti­
fica por el sentimiento de la común defensa contra enemigo
exterior, o por el poder expansivo de la unión sobre territo­
rios adyacentes ; mas cuando la expansión toca el límite pos­
trero, y cesa el peligro de agresión, la unidad, aunque robus­
tecida, vuelve a sentirse amenazada. Aplicado artificialmente
o por necia imitación, este sistema a naciones unitarias que
ni corren el peligro, visible al menos, de ser oprimidas por
* Refiérese el señor Caro a don Mariano Ospina, presidente de la Con­
federación Granadina.
MIGUEL ANTONIO CARO 97

vecino poderoso, no tiene fuerza expansiva, los Estados que


se crean nacen rivales, y pugnando entre sí o contra el todo,
desgarran la unidad, la cual sólo puede mantenerse por la
desvirtuación práctica del mismo sistema, por el vigoroso
empleo de una suma enorme de poder, o conferida al gobierno
federal, o por él usurpada.
»Es muy de notarse que la revolución del año 60 princi­
pió por el hecho de separarse de la Confederación algunos
Estados, formándose entre los jefes de ellos una liga sepa­
ratista bajo el nombre de «pacto de unión». La guerra, por
tanto, presentó desde el principio el carácter de guerra de se­
cesión, y lo habría conservado, y el resultado final habría
sido la desmembración de la república, si no hubiese permi­
tido Dios que uno de aquellos caudillos adquiriese preponde­
rancia militar decisiva sobre todos los demás, con el título
primero de «supremo director de la guerra», y luego con el
de «presidente provisorio de los Estados Unidos de Colombia»,
títulos que él mismo se arrogó. El presidente del Cauca, des­
pués de declarar independiente el vasto Estado que regía, no
desistió de su propósito, sino cuando hubo conquistado la
república: en ese momento dejó de ser separatista, porque
lo dominaba todo.
»Hombre alguno ha ejercido en el país, desde la Indepen­
dencia, un poder tan absoluto y por tan largo tiempo, como
el que ejerció el general Mosquera en aquellos tiempos, con
el apoyo del «partido liberal», que, dividido sienipre, se unió
estrechamente para entonces sostener su dictadura. Despojó
a la Iglesia de sus bienes y persiguió al clero por los méto­
dos de la revolución francesa; bloqueó y sometió a los Es­
tados que sencillamente reclamaban su autonomía constitu­
cional; formó ejército de soldados de diversas procedencias
regionales, lo disciplinó, lo paseó triunfalmente por todo el
país, y dejó esa fuerza creada en defensa del poder central.
Aun más: concibiendo vastos planes de hombre de-Estado,
98 GUILLERMO TORRES GARCIA

intentó comunicar fuerza expansiva a la federación para que


no flaquease, invitó a los pueblos limítrofes a incorporarse
en ella, y por medio de un órgano de publicidad servido por
un venezolano célebre, sostuvo la necesidad de reconstruir la
antigua Colombia. De aquí la reaparición de este nombre glo­
rioso en reemplazo del histórico de Nueva Granada. Desgra­
ciado en este intento, no lo fué, y antes bien, obtuvo éxito
brillante en guerra internacional; con la victoria de Cuas-
pud, alcanzada sobre ejército muy superior en número, con­
firmó, ya demostrada por el triunfo de Tulcán, la preponde­
rancia militar de la república.
»Así la violencia desatada para romper la unidad nacio­
nal, la conservó luego en todo campo, por la superioridad de
un hombre y por la unidad de mando. Con posterioridad, aun­
que debilitado constitucionalmente el poder ejecutivo federal
quedaron, sin embargo, en pie la fuerza política y la fuerza
militar organizadas por la dictadura: servía la segunda para
derribar los gobiernos «constitucionales» de los Estados «so­
beranos» que amenazaban el predominio de la primera; y en
medio de tantos desastres, en medio del general naufragio,
salvóse, con gran dicha, la unidad nacional.
»Mas la continuación mecánica de métodos dictatoriales,
odiosos de suyo, se debilitaba por la acción del tiempo y por
su pugna permanente con las disolventes tendencias de la
legislación política escrita; la situación se hizo insostenible
e insoportable. Obró sus efectos el desengaño en parte consi­
derable del partido dominante, y se formó una alianza de di­
versos elementos, una selección de los partidos históricos,
que bajo la dirección de un hombre extraordinario, que había
servido a la revolución, acometió la empresa de afirmar la
unidad nacional, que Dios no había querido pereciese, sobre
sólidas bases de legalidad y justicia, principiando por someter
en lid reñida a los que se sublevaron contra el gobierno a fin
de estorbar la pacífica regeneración intentada.
MIGUEL ANTONIO CARO ■99

»La similitud de la Constitución de 86 con la de 43, por


antecedentes, circunstancias y resultados, es uno de los casos
más extraordinarios y de más provechosa enseñanza que nues­
tra historia ofrece al estudio de la generación presente y de
las venideras. De ese estudió aparece que, a partir de la di­
solución de la gran Colombia, la Providencia ha dispensado
a esta nación colombiana dos ocasiones solemnes para cons­
tituirse sobre las bases requeridas por el cumplimiento de sus
destinos.
»La Constitución de 86 puede considerarse como resurrec­
ción de la de 43, con algunas modificaciones y temperamentos
aconsejados por una experiencia más dilatada o por las nece­
sidades de los tiempos. Obra, no de una revolución embriona­
ria, ni de una revolución triunfante, ni de un sólo partido po­
lítico : obra elaborada en la conciencia nacional, antes de que
apareciera escrita, pedida y ya sancionada luego por una so­
ciedad fatigada de la inseguridad y el desorden; obra, en fin,
a cuya sombra ha disfrutado el país de período de paz más lar­
go que la primera vez que rigieron las instituciones semejan­
tes, interrumpido sólo por una revolución prontamente sofo­
cada en 1895.
»Mas como el orden legal y político no tiene solidez ni res­
ponde a las necesidades de la verdadera civilización, sin el·
apoyo del orden moral y religioso, baldíos hubieran sido todos
los esfuerzos si se hubiese descuidado la educación cristiana,
si no se hubiese puesto especialísimo empeño en fomentarla
y difundirla. Caracterizóse desde el principio la era de la Re­
generación (y esto sólo bastaría para hacerla acreedora a res­
peto y gratitud) por haber vuelto a invocarse el nombre de
Dios, antes sistemáticamente proscrito de los actos y documen­
tos oficiales y de la enseñanza pública. Difícil tarea esta de
educar, porque no es dado en poco, tiempo desarraigar el mal
sembrado por activa propaganda de impiedad en largos años;
labor por su naturaleza lenta, y en parte frustrada .por la en-
100 GUILLERMO TORRES GARCIA

venenada atmósfera que el periodismo reaccionario crea, y a


veces parece penetrarlo todo,
: '»lie aquí, honorables senadores y representantes, el epíto­
m e de nuestra historia constitucional, íntimamente enlazada
•con la de nuestras guerras y calamidades públicas. Tras la ad­
quisición de la independencia, tentativas frustradas de organi­
zación; hábitos de desorden asentados por muchos años; la­
bor de reorganización penosamente recomenzada luego; y hoy
en día, lucha tenaz para defenderle contra el adversario tra­
dicional y contra los compañeros de peregrinación que traían
consigo ocultos los ídolos de Egipto.
»Qué profunda sensación no habrá de experimentar el
futuro historiador de la agitada y confusa centuria que hoy
termina, al descubrir toda la abnegación, todo el oculto mérito
de los defensores y mártires del orden, que por no prevaricar
en épocas de pánico y general defección, fueron arrebatados,
un día u otro, por el turbión revolucionario, perdiéndose luego
sus familias en la oscuridad y la miseria. Al finalizar el siglo,
todavía nos preguntamos si la obra reconstruida habrá de ser
•otra vez deshecha por nuestra propias manos; si deberemos
retroceder para emprender de nuevo la dolorosa vía abierta
por nuestras locuras y regada con nuestra sangre.»
; El anterior escrito del señor Caro es lo que mejor explica
su concepción política acerca de la nueva Constitución que
•debía darse en Colombia. En efecto, los dos principios funda­
mentales que en esta materia él defendió con irreductible fir­
meza, fueron (como atrás dije), la república unitaria y el regi­
men presidencial. Establecer entre nosotros el imperio de tales
principios, era la conclusión a que él había llegado en sus me­
ditaciones sobre nuestro hechos constitucionales y políticos,
¿como se infiere de la lectura del documento transcrito.
• · Caro pensaba que la república unitaria, combinada con un
fuerte régimen presidencial, constituía nuestra forma de orga­
nización más adecuada y eficaz y por lo tanto más estable. La
MIGUEL ANTONIO CARO 101

experiencia de la nación, la historia de nuestra inestabilidad'


institucional y la de nuestros conflictos sangrientos, fueron, las
razones que le impusieron a dar la batalla legislativa por la-
resurrección en Colombia de su desgarrada unidad y por el
advenimiento de una autoridad con fuerza suficiente para im-'
pedir en la república nuevos ruidos de guerra y prevenir Ios-
peligros de transtorno del orden social. De esta-suerte, «el es­
píritu anárquico» que en concepto de Caro había sido la causa
generadora de nuestras desgracias pretéritas, quedaría enfre­
nado por la doble cadena de la unidad nacional y de la acción
de una autoridad respetable y respetada. -
El pensamiento de Caro, llevado a la práctica en la Consti­
tución, de 1886, ha triunfado indudablemente. Hace setenta-
años que la república unitaria y el régimen presidencial impe­
ran en Colombia. Las instituciones de 1886 reconocieron a la-
nación su verdadera fisonomía, y en el campo político aprove­
charon su experiencia, comprendieron sus necesidades, cono­
cieron sus dolencias, descubrieron los gérmenes disolventes y
aplicaron el remedio eficaz. Por eso han sido estables. Entre
todas nuestras constituciones políticas—que no han sido po­
cas—, ninguna puede rivalizar en solidez y perennidad con la
que Caro nos dejó.
Durante el presente siglo, en el cual hemos vivido más de
cincuenta años de paz, nuestros partidos tradicionales, antes-
contendores fratricidas, se han sucedido pacíficamente eñ eE
gobierno del Estado, sin modificar en forma alguna los pilares-
fundamentales de la estructura política que Caro calculó. Go­
biernos liberales de tendencias diferentes y distinto tempera­
mento, como el autoritario de Olaya Herrera, el innovador de'
López, y el aplomado y estabilísimo de Santos (sin duda el
gobierno más estable de cuantos hemos tenido en la actual
centuria), han podido regir la nación conservando en su inte-·
gridad los principios esenciales de la concepción de Caro. Go-*
lombia, pues, parece haber realizado ya la gran conquista po-
302 GUILLERMO TORRES GARCIA

lítica de tener un eje institucional en torno del cual puede


efectuarse tranquilamente la rotación en el poder público de
las diversas corrientes de opinión.
La nación debe a Caro este insigne servicio. Su labor en el
Consejo de Delegatarios aseguró para la república tiempos
de equilibrio constitucional antes no conocidos, pues ella desde
su fundación había venido oscilando permanentemente entre
la inestabilidad de las instituciones y las contiendas armadas.
Su presencia en aquel cuerpo deliberante fué gran fortuna
para las nuevas generaciones colombianas. Si Caro no se hu­
biese hallado en dicha asamblea, la Constitución de 1886 hubie­
se expedido indudablemente en forma distinta (con todos los
errores y defectos que él impidió), y el resultado habría sido
muy diferente. Su talento, su carácter, su patriotismo, su valor
civil, su ciencia política, su conocimiento de nuestra historia,
su desprendimiento y su elocuencia, sus dotes, en suma, de
hombre de Estado, fueron los elementos que, puestos al ser­
vicio de la nación, tradujéronse para ella en las únicas insti­
tuciones constitucionales que entre nosotros han podido resis­
tir al embate de dos guerras civiles y al transcurso de casi tres
cuartos de siglo.
El tiempo que cuenta de hallarse en vigor la Constitución
--de 1886 demuestra su praeticabilidad, y ésta, a su vez, es com­
probación fehaciente de la bondad intrínseca de aquel estatu­
to. Ahora bien: si Caro fué el padre de esta obra legislativa
y si ella ha sido la más estable de sus congéneres, su inspira­
dor y principal artífice merece realmente el título de legisla­
dor. Caro es así, en este orden de ideas, nuestro legislador por
excelencia.
La carta del 86 es, por otros aspectos, el feliz coronamiento
de la labor del señor Caro como publicista y el más trascen­
dental de sus triunfos políticos. En efecto, las ideas que él de­
fendió durante su larga lucha en el periodismo, hállanse en lo
sustancial consignadas en las disposiciones de dicho estatuto
MIGUEL ANTONIO CARO 103

constitucional y sus concepciones sobre la nueva organización


política que debía establecerse en la nación colombiana son
las que prevalecen en las instituciones por él inspiradas. Co­
lombia dió a Caro la oportunidad de que demostrase con he­
chos la sinceridad de sus ideas y propósitos políticos al lla­
marle a colaborar en la reforma constitucional, y Caro, por su
parte, correspondió en una forma admirable a tan honroso y
obligante llamamiento.
Si el movimiento político que entre nosotros se conoce con
el nombre de Regeneración perseguía ante todo la reforma de
las instituciones, y si la contribución de Caro a esta reforma
fué la más fundamental de cuantas a ella se aportaron, a él
corresponde el puesto de honor más representativo de aquel
movimiento político en lo que ese movimiento tuvo de intelec­
tual, es decir, en su aspecto institucional.
Las dotes políticas del Señor Caro revélanse especialmente
en su obra constitucional. Si él no hubiese sido jefe de partido
ni presidente de la nación, y si su obra política estuviese re­
presentada exclusivamente por la Constitución de 1886, esta
sola realización bastaría para reconocer.en él a un hombre de
Estado. Mas ya que las instituciones por Caro sustentadas y
por él llevadas a la ley escrita, a drecho positivo, han sido las
de mayor estabilidad entre todas las que ha tenido la nación
desde su revolución de independencia, Caro aparece en este
punto de vista como uno de los estadistas más auténticos que
ha dado la república. Y en el orden estrictamente institucional,
como el más constructivo de nuestros hombres de Estado.
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VI

Expedida la Constitución y sancionada por el poder eje­


cutivo del día 5 de agosto de 1886, Caro, poco después, en
1887, fué llamado a servir en el Consejo de Estado. Numerosos
fueron los estudios jurídicos por él realizados en el desempeño
de sus funciones, entre los relativos a la ley de expropiaciones,
a la adjudicación de tierras baldías y a los gastos extraordina­
rios del Estado.
Sus estudios de jurisprudencia fueron interrumpidos, en
1888 por habérsele designado para que se pusiese al frente de
La Nación, periódico oficial fundado en 1885 por un decreto
de Núñez y cuya dirección habíala desempeñado el señor José
María Samper.
Por virtud de tal designación, a Caro viósele de nuevo en
las luchas de prensa, y durante el tiempo que dirigió el perió­
dico del gobierno su esfuerzo primordial fué la defensa tenaz
de las instituciones que él había contribuido a implantar en la
forma que el país le constaba. La convicción que Caro abrigaba
sobre la bondad de su obra constitucional y su vehemente de­
seo de que las nuevas instituciones colombianas se consolida­
sen, es lo que explica la severidad que se advierte en sus escri­
tos posteriores a la expedición del estatuto político de 1886,
tales como los que publicó en La Nación por el tiempo a que
vengo refiriéndome. Véase, por ejemplo, lo que él escribía en-
106 GUILLERMO TORRES GARCIA

tonces en punto de provisión de cargos públicos, y se aprecia­


rá la rigidez de sus normas:
«Los hombres llamados hoy a ejercer el poder público de­
ben apreciar la investidura que reciben, y avigorar la concien­
cia de la misión del gobierno, distinta del criterio de partido.
El gobierno, es el guardián de las instituciones patrias. Son
amigos y defensores del gobierno los que amen y defiendan
sinceramente estas instituciones. La adhesión al pensamiento
nacional es condición previa para servir destinos públicos;
puesto que es deber de los empleados jurar la Constitución, y
este juramento se supone que ha de ser sincero. Los títulos
de épocas anteriores nada valen si no están ratificados por la
leal aceptación del nuevo orden de cosas. Hoy nada significan
dominaciones antiguas que correspondieron tal vez a épocas
de transición y pertenecen a la historia. Mirar atrás es un
principio de fuga o de reacción. Dada la lealtad, como condi­
ción indispensable, no hay entre los que la posean más dife­
rencias, a los ojos del gobierno, que las que marque el mérito
personal. La razón del equilibrio es secundaria; ella, por sí
sola, no justificaría nombramientos que recayesen en personas
individualmente indignas. Los gobiernos de círculo no tienen
libertad para hacer buenos nombramientos. Al contrario, el
gobierno, que se apoya en la opinión general, y que dispone
de la fuerza que le da la Constitución para hacer el bien, debe
elegir entre sus adictos a los más dignos. Así crecerá en fuer­
za moral, y las instituciones se cimentarán.»
En 1891 debían ser elegidos el presidente y el vicepresiden­
te de la república para el período constitucional de 1892 a
1898. El partido de gobierno era entonces el llamado partido
nacional, constituido por la unión de los conservadores y de
los independientes, bajo la dirección de Núñez. El jefe de la
Regeneración que había sido elegido presidente de la repúbli­
ca en tres ocasiones: de 1880 a 1882, de 1884 a 1886 y de 1886
a 1892, aparecía de nuevo como candidato indiscutible para el
MIGUEL ANTONIO CARO 107

sexenio de 1892 a 1898. Mas como se sabía que Núñez no ejer­


cería el poder en caso de elegírsele por cuarta vez, claro era
que quien fuese elegido vicepresidente entraría a gobernar
efectivamente. De ahí que la lucha electoral se desarrollase
exclusivamente en torno de la candidatura para la vicepre­
sidencia.
A principios de marzo de 91, El Correo Nacional, que era
el periódico del señor Carlos Martínez Silva, lanzó en Bo­
gotá las candidaturas de Rafael Núñez y del general Marce-
liano Vélez para la presidencia y vicepresidencia de la nación,
respectivamente. Días después, apareció también en Bogotá
un nuevo periódico llamado La Prensa, de propiedad del
.señor Jorge Holguín, periódico en que se proclamaban las
candidaturas de Rafael Núñez para la presidencia y de Miguel
Antonio Caro para la vicepresidencia.
La candidatura del señor Caro tuvo gran resonancia y aco­
gida. en todo el país, salvo en Antioquia, pues era humano
y explicable que allí prefiriesen la del general Marceliano Vé­
lez por tratarse de un hombre eminente de aquel departa­
mento. Se entiende que la acogida a la candidatura Caro no
existía entre los liberales, ya que ellos mal podían aceptar su
nombre como candidato y menos aún cuando se tenía la cer­
tidumbre de que el vicepresidente que resultase electo sería
quien gobernaría la república por ausencia de Núñez.
La circunstancia de que el Designado, señor Carlos Hol­
guín (quien venía ejerciendo el poder desde 1888) fuese cu­
ñado de Caro, unida al hecho de que La Prensa, órgano
de la candidatura de éste, perteneciese al señor Jorge Hol­
guín, hermano del Designado, dió pie a que los adversarios
de aquella candidatura la calificasen de «candidatura oficial»,
de «nepotismo», y que con tales razones la combatiesen. Evi­
dentemente, estas eran las apariencias, dados los lazos de fa­
milia existentes a que acabo de referirme; mas es lo cierto
que cuando el señor Jorge Holguín se proponía lanzar el pe-
108 GUILLERMO TORRES GARCIA

riódico La Prensa con el exclusivo fin de defender la can­


didatura del señor Caro, su hermano don Carlos intentó di­
suadirle de que adelantase esa iniciativa, por no escapársele
que los vínculos de familia que a él le unían a Carc darían
motivo para que se pensase y hablase de candidatura oficial.
El hábil político que fué el señor Jorge Holguín no asintió a
las observaciones de su hermano el Presidente, porque el
prestigio de Caro y sus grandes merecimientos y virtu­
des estaban por cima de toda consideración. El periódico La
Prensa salió, pues, bajo la dirección de Don Jorge Holguín,
y en esas páginas puede seguirse una de las campañas elec­
torales más brillantes de que haya memoria entre nosotros.
Algo muy serio, sin embargo, existía entonces en esta pug­
na de candidaturas a la vicepresidencia. Los partidario del ge­
neral Marceliano Vélez habíanse guardado muy bien de invitar
a los independientes cuando se trató de acordar su nombre
para candidato. Esa candidatura era, pues, esencia^ y exclu­
sivamente conservadora. Tal actitud, no solamente extraña,
sino sospechosa, llevó al ánimo de los independientes la con­
vicción de que el «velismo» lo que en el fondo perseguía era
la liquidación del partido nacional, eliminándoles a ellos, para,
de esta suerte, hacerse al poder público en beneficio exclusivo
de los conservadores. Tal circunstancia explica la actividad
e insistencia que, según se ha aseverado, tuvieron que des­
plegar los independientes ante Caro para que aceptase la can­
didatura, porque éste no quería ser candidato*. En todas
* En el discurso del señor Caro al agradecer e l homenaje que se le
tributó en Bogotá el 22 d e abril de 1891 con motivo de la aceptación de
su candidatura, dijo é l : «La proclamación uniforme del nombre del señor
Núñez honra los diversos elementos del partido nacional y consuela al
patriotismo. Por lo que hace a mi persona, demasiado sé que a otros
adornan mayores méritos, y bien hubiera deseado que se prescindiera de
m i nombre. Mis esfuezos fueron mótiles, y las circunstancias exigieron
otra cosa. No tengo más títulos que el de ser hombre nuevo, con buena
volutad y carácter político conocido. Fuerza propia no tengo, m e la dan
los que m e honran con su confianza.
MIGUEL ANTONIO CARO 109

estas gestiones los independientes obraron inteligentemente,


dado que el señor Caro era un intérprete leal y sincero del
partido nacional, lo que equivalía a que él, lejos de represen­
tar para aquéllos una amenaza, fuera, por el contrario, una
gran garantía.
Tengo para mí (aunque en esta apreciación puedo equi­
vocarme) que mientras la candidatura del señor Caro encar­
naba una aspiración del nacionalismo, es decir, que era una
candidatura auténtica del partido nacional, la del general
Marceliano Yélez era un movimiento político exclusivamente
conservador, no exento de propósitos ulteriores muy poco
avenidos con la supervivencia de aquel partido nacional.
Aceptado al fin por Caro que su nombre figurase como
candidato a la vicepresidencia, la lucha entre coristas y ve-
listas quedó empeñada. Desde la iniciación de esta lucha
pudo verse que Caro contaba en la nación con un gran pres­
tigio y que él, seguramente, sería el candidato triunfador.
Mas como Núñez por aquellos tiempos era el árbitro en todos
los graves litigios políticos que se suscitasen en el partido de
gobierno, la opinión pública vióse naturalmente pendiente de
la decisión que él adoptase en relación con las dos candida­
turas a la vicepresidencia que estaban en juego.
La actitud de Núñez como jefe del partido nacional fué
en un principio de completa neutralidad, por más que sus sim­
patías personales eran por Caro. La prueba de esta neutra­
lidad inicial se encuentra en el hecho de haber consentido
que su nombre apareciese unido al de Caro y al de Vélez en
dos diferentes listas de candidatos.
Pero el «velismo» procedió erradamente, a mi modo de
ver. Habiéndole dado a su lucha electoral un carácter vio­
lento, esto produjo las reacciones consiguientes, y entre ellas
la de que Núñez, rompiendo la neutralidad en que hasta en­
tonces se había mantenido, manifestase que su nombre no
110 GUILLERMO TORRES GARCIA

podía continuar figurando con el del general Marceliano Vé-


lez en la lista de candidatos.
Anulada de esta suerte la lista del «velismo», puesto que
de ella quedaba suprimido el nombre de Núñez, el general
Vélez perdió con tal motivo el apoyo de muchos elementos im­
portantes; pero los «velistas» no desistieron de continuar la
lucha hasta el fin y procedieron a lanzar nuevas candidatu­
ras en la forma siguiente: la del general Marceliano Vélez
para presidente y la del señor José Joaquín Ortiz para vice­
presidente. Esta lista era, pues, exclusivamente conservadora.
El partido liberal, por su parte, resolvió ser casi un sim­
ple espectador de los sucesos. Dirigido entonces por los se­
ñores Parra, Camacho Roldán, y Camargo, éstos limitáronse
a aconsejar que en los municipios de mayoría liberal impor- .
tante y donde pudiera contarse con garantías para el sufragio,
se apoyase discretamente al «velismo».
El resultado de la lucha fué favorable a los «caristas».
Verificada la elección por las respectivas asambleas electora­
les, los señores Núñez y Caro resultaron electos. Como el
presidente no asumiría el mando, a Caro correspondíale po­
nerse al frente del gobierno de la república.
Esta elección de Caro, en la inteligencia de que él sería
el gobernante efectivo, ya que a nadie se ocultaba la decisión
de Núñez de no ejercer el poder, fué la culminación política
que le es dado alcanzar al hombre público en una nación
democrática.
El partido nacional, bajo cuyos auspicios habíanse ex­
pedido las nuevas instituciones de Colombia, llamaba a prac­
ticar dichas instituciones a quien era su verdadero autor.
Caro subía por tanto al solio de nuestros presidentes acom­
pañado de una gran fuerza moral.
VII

El 7 de agosto de 1892 tomó posesión de la presidencia


de la república ante el congreso nacional. En el discurso de
posesión encuéntrase claramente definido su pensamiento
acerca de lo que él consideraba fundamental por aquel tiem­
po en el terreno político y social. Son dignos de especial aten­
ción los siguientes pasajes de aquel discurso:
«Realizada la gran reforma (el señor Caro refiérese a la
reforma de las instituciones) hemos entrado en el período en
que obliga conservar los bienes adquiridos y desenvolver sus
gérmenes fecundos. Hemos dejado las movibles tiendas y nos
hemos establecido. Hemos reformado las leyes; nos cumple
ahora atender a la reforma de los hombres, de nosotros mis­
mos, por la educación en el respeto de las cosas serias, por
la práctica de mayores virtudes. La prudencia nos cierra el
campo de las mudanzas políticas, y nos convida a las grandes
conquistas del progreso moral; fuera de que la vigorosa opi­
nión que me ha llamado a más activo servicio, se caracterizó
por la instintiva resistencia a innovaciones imprudentes que,
por más que se iniciasen con buena intención, habrían de
acarrear nuevas y grandes desgracias; y no sería yo fiel a
mis deberes si no respondiese al sentimiento público que exi­
ge la estabilidad de lo existente.
»Considero como la primera necesidad del país la aclima-
112 GUILLERMO TORRES GARCIA

tación del orden, y como primer deber del legislador y el


magistrado estudiar y prevenir las causas de trastornos. El
filósofo investigará las ocultas o remotas que sólo ceden a la
acción del tiempo; el político descubre como causas inme­
diatas y frecuentes de conmoción interior los conflictos entre
el poder legislativo y el ejecutivo, y la falta en el último de
las necesarias facultades legales.
»Es cosa averiguada que las causas alteran su eficacia se­
gún las épocas y lugares. Enfermedades que al principio se
presentaron con carácter fulminante, han mitigado después su
violencia; el fanatismo sectario que estalló primero frenético,
múdase luego en mansa extravagancia. Así también los cho­
ques entre los poderes públicos, que al ensayarse la distin­
ción entre éstos, se anunciaron con decapitaciones y produje­
ron catástrofes, se resuelven hoy, en aquellas mismas nacio­
nes, en dimisiones y cambio de ministerios; mas en las re­
públicas de la América española sea que uno de los dos po­
deres enemistados tenga la culpa, sea que la tengan ambos,
las competencias entre ellos suelen aún convertirse en guerra
civil. Los recientes melancólicos ejemplos de otras naciones
del continente confirman la lección de nuestra propia casa y
obligan a mayor prudencia a cuantos detesten el azote de la
guerra.
»Quéjanse proverbialmente los pueblos desde la antigüe­
dad de las guerras internacionales a que los conducen las
querellas y delirios de sus reyes; y como si subsistiese la
ley, cambiando las circunstancias, quéjanse con más razón los
pueblos de una misma nacionalidad que viven en paz con el
extranjero, de las discordias intestinas a que suele lanzarlos
la pugna de ambiciones de los encargados de poderes públi­
cos que debieran ser órganos armónicos de una misma colec­
tividad y de los comunes intereses que cobija el sagrado
nombre de Patria.
MIGUEL ANTONIO CARO 113

»La debilidad de los gobiernos para prevenir las revolu­


ciones se reduce a la misma causa que anoté primero, porque
ella nace de ordinario de un estado de desabrimiento y sus­
picacia, en el que uno de los poderes públicos, entregándose
a los sueños de la omnipotencia o a las sugestiones del odio
y la venganza, abusa de la facultad de legislar que le corres­
ponde, para privar a otro poder igualmente legítimo de los
medios de gobernar, colocándolo en la alternativa de una ver­
gonzosa impotencia o una culpable arbitrariedad.
»Más que mutilados, quedan así puede decirse que anu­
lados los gobiernos, porque si las autoridades judiciales cas­
tigan los delitos comunes y la fuerza militar rebela las in­
surrecciones, la misión esencial del gobierno civil se cifra en
la alta-policía, en el servicio de la seguridad, en el poder pre­
ventivo de que está investido para desbaratar en su cuna
planes siniestros, y evitar aquellos lances extremos donde las
leyes callan, el equilibrio del mecanismo político se pierde y
surge el derecho del más fuerte.
»Falta a la caridad y a la justicia, lo mismo que al buen
sentido, la teoría esa que prohíbe prevenir, que no consiente
sea detenido el brazo parricida antes de consumar el atentado,
que sólo permite castigar cuando el mal presenta la plena
prueba de su existencia con hechos irremediables, cuando ha
adquirido proporciones tales que hacen imposible su repre­
sión, o demasiado costosa a las gentes pacíficas y'a la sociedad
en general. De ahí que, por una contradicción aparente, y en
realidad porque desconociéndose las condiciones propias de
la normalidad se la destruye, los que cohíben la acción pre­
ventiva de gobiernos regulares y legítimos, son los autores
responsables de las dictaduras militares.
»Séame permitido reclamar alguna autoridad para hablar
así en este momento y en este lugar, sin que puedan ser mal
interpretadas mis palabras, puesto que la ambición de mando
es notoriamente contraria a mi naturaleza; sin que tampoco
8
114 GUILLERMO TORRES GARCIA

se me pueda acusar de inconsciencia, como quiera que ya en


1888, como miembro de la cámara de representantes, sin res­
petos humanos, no vacilé en defender desde estos mismos
bancos una ley de orden público, que en abstracto fortificaba
la autoridad contra la anarquía, por más que aquella ley le
diera fuerza por lo pronto a un gobierno ejercido por adver­
sarios políticos.»
Los últimos cinco meses de 1892, y primeros del gobierno
de Caro, transcurrieron en completa calma política. Varios
mensajes dirigió éste al congreso, entre los cuales sobresalen
el de 27 de agosto, relativo a la derogación del artículo 201
de la Constitución; el de 13 de septiembre, sobre regulación
del sistema monetario y el de 28 de octubre, acerca de la ce­
lebración de contratos administrativos, documentos éstos de
mucho alcance doctrinario, unos en el orden jurídico y otros
en el económico.
El año siguiente hizo contraste con el anterior, pues en
1893 ocurrieron algunos acontecimientos sociales y políticos
de gravedad. A mediados de enero, el gobierno vióse en la
necesidad de declarar en estado de sitio la capital de la re­
pública con motivo de varios motines promovidos en diferen­
tes días por el· gremio de artesanos, movimientos en los cua­
les produjéronse algunos choques con la policía, habiendo per­
dido la vida un funcionario de esa institución y resultando
heridos 21 agentes de policía y 31 artesanos. La residencia
del general Antonio B. Cuervo, a la sazón ministro de gobier­
no, fué invadida por los amotinados y destruido cuanto en
ella se encontraba. Debióse esto, probablemente, al hecho de
haber sido el general Cuervo quien dictó el decreto sobre es­
tado de sitio, a virtud de especial delegación que le confirió
el vicepresidente Caro, ausente entonces de Bogotá.
Parece que estos motines no tuvieron ningún carácter po­
lítico y que solamente se trataba de una protesta contra el
MIGUEL ANTONIO CARO 115

señor Ignacio Gutiérrez Isaza, autor de algunos escritos en


que criticaba las costumbres de los artesanos.
Restablecido el orden en la capital, los vientos de la po­
lítica comenzaron a agitarse. Una grande inquietud apoderóse
del ánimo de los conservadores por hallarse convencidos de
que el partido liberal estaba fraguando la guerra. El libe­
ralismo había designado como jefe supremo del partido al ex­
presidente de la república señor Santiago Pérez y éste im­
pulsaba desde las columnas de El Relator una vigorosa cam­
paña contra el gobierno.
A medida que los rumores de guerra se acentuaban, El
Relator redoblaba su vehemencia en los ataques al régimen
imperante. Ante este estado de cosas, el gobierno se puso en
guardia, y resolvió valerse de todos los medios posibles de in­
formación a fin de cerciorarse sobre lo que estaba ocurriendo.
Justo es reconocer que Caro, en un principio, toleró im­
pasible la campaña de El Relator y que antes de decidirse a
obrar en cualquier forma, procedió, a título de advertencia
o prevención, a expresar al público ciertas "ideas sobre la pren­
sa de oposición y notificarlo de la posible acción del gobierno.
En efecto, en su Alocución del 20 de julio de 1893 encuén­
trense los siguientes pasajes que corroboran lo que acabo
• de anotar:
«La moderación del gobierno, que acaso haya dado mar­
gen para decir que no se hace sentir, y la serena imparcia­
lidad de su política, lejos de desarmar a una oposición injusta,
dijérase que la irrita y enardece más. Ningún acto oficial ha
habido, absolutamente ninguno, que en concepto de los que
claman por reformas, merezca aprobación. Todo es malo; es­
tamos confinados a un lugar de tinieblas, porque la Repúbli­
ca se ha eclipsado y reina el absolutismo.
»Ni al peor de los gobiernos que haya habido en el mundo
cabe aplicar el criterio, si tal nombre merece la pasión, que al
gobierno de Colombia aplican los que le hostilizan por la
116 GUILLERMO TORRES GARCIA

prensa. Profesan aquel especial protestantismo de Bayle, que


decía consistir el suyo en «protestar contra todo lo que se
haga y todo lo que se diga». Se levanta clamor, sobre todo,
porque el gobierno tiene la facultad legal de reprimir el des­
orden, como si eso no fuese deber de los gobiernos, como si
fla ley de la conservación no se impusiese por derecho natural,
.aunque no esté escrita, al modo que el individuo que ve su
casa asaltada defiende el honor y la vida de los suyos aunque

I
-el catecismo no se lo enseñe. Se protesta contra una ley que
no tiene aplicación sino cuando el desorden asome, como si
ao aterrase la perspectiva del desorden sino la perspectiva
■de la represión del desorden; como si el gobierno fuera el
único capaz de delinquir, el único cuya posible delincuencia,
cifrada en el abuso de una represión justa, haya de alarmar,';
el único, en fin, contra cuyos soñados abusos haya de pre­
venirse la sociedad, ya por medio del poder judicial, a quien
yunque servido por hombres de la misma naturaleza, raza y
condición que los ejercen justicia administrativamente, se le
tiene a priori por infalible e impecable, ya por medio de la
revolución, que es lo más cierto.»
!
Y en párrafos finales de la Alocución, se dice:
ti «El gobierno, que posee medios de información extensos
y seguros, sabe que le apoya la gran mayoría del país, y tiene
-el poder necesario para reprimir toda tentativa de perturba­
ción, pero no desconoce los graves males que causa la agi­
tación que ha tratado de producirse con sistemático empeño,
ni el peligro que podría venir más tarde de la indolencia de
los buenos, de la ciega confianza en la continuación mecánica
•del orden público. La república está constituida sobre base
sólida, pero lo que ocurre demuestra que puede reaparecer
la epidemia revolucionaria, y debemos tomar medidas preven­
tivas contra el contagio.
fj »El gobierno no puede mirar sólo a lo que aparece en la
i ¡superficie, porque ve también lo que se medita en la sombra.

¡ E:
Hi
MIGUEL ANTONIO CARO 117

No por eso incurrirá en imprudente precipitación. El tolera


las manifestaciones hostiles hasta el límite y el momento pre­
ciso en que el deber de impedir el desorden se imponga. Os
aseguro, sí, que nada hará el gobierno por odio a persona
alguna ni por capricho, indignos uno y otro de una potestad
regular y seria, y que toda providencia que dicte, cuando lle­
gue el caso, estará fundada, como todos los procedimientos,
anteriores, en motivos serios y justos.»
Habiéndose tenido conocimiento de ciertas actividades com
las cuales se intentaba un movimiento subversivo, y com-
probádose que el señor Modesto Garcés, tesorero del partido
liberal, era quien debía señalar la fecha para iniciar aquel
movimiento en la Costa, el gobierno procedió el día 4 de
agosto a suspender indefinidamente los periódicos de Bogotá
denominados El Relator, El Contemporáneo y El 93, y a
prohibir' en absoluto hacer publicación alguna de carácter
político, ya fuese en periódico, en folleto o en hoja volante,
sin permiso del ministerio de gobierno. -
El jefe del partido liberal, señor Santiago Pérez, fué re­
ducido a prisión y luego desterrado, lo mismo que el señor
Modesto Garcés. Igualmente fué arrestado por algunos días
el general Santos Acosta, y puesto en libertad después de
haber firmado una declaración en la cual sé comprometía a
no participar en ningún acto o proyecto tendientes a la sub­
versión del orden público.
Corto fué el destierro de don Santiago Pérez. El hubiera
podido volver pronto al país, mas no quiso hacerlo; prefirió
morir en voluntario ostracismo, como en efecto así ocurrió,
me parece que en París, en el año de 1900.
La providencia por la cual se extrañó al jefe del libera­
lismo colombiano fué uno de los errores en que Caro incurrió
durante su gobierno.
En primer lugar, al señor Pérez no se le había compro­
bado que estuviese ejerciendo actividades subversivas con la
118 GUILLERMO TORRES GARCIA

organización de un movimiento revolucionario, pues de los


documentos de que el gobierno se valió para proceder contra
él en tan dura forma, no aparecía ninguna prueba de su cul­
pabilidad en los planes de terceros que se habían descubierto.
El señor Pérez podía, evidentemente, estar creando un clima
propicio a la rebelión por la vehemencia de sus escritos de
oposición política; pero esta circunstancia no implicaba de
ninguna manera la comisión por parte suya de delito alguno
relacionado con los hechos que se tenían a la vista. Esto, por
lo que hace al terreno estricto de su responsabilidad y de la
consiguiente sanción penal.
En segundo lugar, estudiado este asunto desde el punto
de vista constitucional, paréceme que la pena de destierro
no era admisible, ni debía imponerla el gobierno a nadie en
Colombia. En efecto, tanto al congreso en general como a
cada una de sus cámaras en particular, les estaba prohibido
por la Constitución de 1886 (artículo 78 de su primitiva nu­
meración) decretar actos de proscripción o persecución contra
personas o corporaciones. Nadie, pues, podía ser desterrado
a virtud de mandato legislativo. Ahora bien: si el parlamento,
en quien reside la potestad legislativa y quien es el poder
soberano puesto que conforme a sus leyes han de moverse y
obrar los otros poderes públicos, no podía decretar actos de
proscripción contra persona alguna, ¿por qué el gobierno
ejecutivo sí decretaba actos de esta naturaleza? ¿En qué se
basaba para obrar así? ¿De dónde emanaba esa facultad?
Sabido es que el gobierno procedía en aquellos tiempos
conforme a las disposiciones de la ley 61 de 1888 (la llamada
ley de los caballos) que le facultaba para expulsar, confinar
y condenar a la pérdida de los derechos políticos. Pues bien,·
yo me inclino a pensar que la facultad de desterrar otorgada
al gobierno por esta ley, era una disposición inconstitucional,
porque si al poder legislativo mismo le estaba prohibido de­
cretar actos de proscripción, mal podía facultar al gobierno
MIGUEL ANTONIO CARO 119

para que éste los decretase, dado que las facultades o atri­
buciones que no se poseen, que no se tienen, y lo que es más,
cuyo ejercicio está prohibido (como en el caso que se estudia),
tampoco pueden ser objeto de delegación o autorización.
No parece admisible que le sea lícito al legislador autori­
zar al gobierno para que él haga aquello que la Constitución
o ley fundamental le ha prohibido hacer a ese mismo legis­
lador. Argumento especioso y sofístico sería el consistente
en sostener que al imponer la pena de destierro en uso de
facultades conferidas al gobierno por la ley 61 de 1888, no. era
el congreso ni ninguna de sus dos cámaras quienes decreta­
ban este acto de proscripción, sino el gobierno ejecutivo, y
que como éste es un poder distinto del legislativo, no se ha­
bría infringido por tal razón el precepto constitucional.
Verdad es que por entonces la citada ley 61 de 1888 esta­
ba vigente y que cuando se trató de su expedición ella no
fué objetada en ningún sentido. Pero a Caro no podía ocul­
társele que la facultad que aquella ley confería al gobierno
para decretar actos de proscripción, no se conformaba ni con
el espíritu ni con la letra de la Constitución, ya que ésta le
prohibía al legislador expedir directa o indirectamente provi­
dencias de tal naturaleza. ¿Por qué el señor Caro, tan celoso
guardián de las instituciones, tan ceñido siempre a los textos
constitucionales y tan autorizado intérprete de su obra legis­
lativa, no vió, o mejor dicho, no quiso ver esto? ‘
Contémplese una hipótesis. Supóngase que el partido li­
beral hubiese triunfado en la guerra de 1895 y desplazado a
Caro del poder público; supóngase también que Caro no hu­
biese desterrado a nadie durante su gobierno y que por tanto
estuviese en posibilidad de interpretar con toda imparcialidad
la legislación existente respecto a la pena de destierro; y su­
póngase, por último, que a raíz del triunfo liberal se hallasen
todavía vigentes la Constitución de 86 y la ley de 61 de 1888
por no haber sido abrogadas inmediatamente, y que el gobier­
120 GUILLERMO TORRES GARCIA

no, haciendo uso de las facultades que le confería esta ley y


por considerar subversivos determinados escritos de un alto
funcionario de la Iglesia o del Jefe'del partido conservador,
por ejemplo, hubiese procedido a desterrarlos con este mo­
tivo. ¿Cuál hubiera sido la reacción de Caro? Podemos estar
seguros de que en la hipótesis propuesta, él se habría pro­
nunciado, indignado, contra dichas providencias; que habría
agotado sus recursos dialécticos para combatirlas, y que ha­
bría sostenido la tesis de que la facultad legal conferida al
gobierno para imponer la pena de destierro era una dispo­
sición inconstitucional que no debía cumplirse, por cuanto
ella no podía prevalecer sobre las prohibiciones expresas de
la Constitución, que es ley de leyes. Este hubiera sido, sin
duda, el razonamiento de Caro, razonamiento ajustado a sana
doctrina jurídica, pero que desgraciadamente él no lo tuvo
en cuenta, cuando fué gobierno, en el caso concreto del des­
tierro de don Santiago Pérez.
Dado que la facultad conferida al gobierno por la ley 61
de 1888 para imponer la pena de destierro, era una disposi­
ción contraria a lo estatuido sobre esta materia en la Cons­
titución de la república, resta por examinar si el gobierno
estaba en capacidad de imponer dicha pena en ejercicio de las
facultades extraordinarias que la Constitución le confiere en
casos determinados y para los cuales puede proceder de acuer­
do con el Derecho de Gentes.
En la Constitución se dispone que en los casos de guerra
exterior o de conmoción interior, el presidente de la repú­
blica puede declarar turbado el orden público y en estado de
sitio toda la república o parte de ella, previa audiencia del
Consejo de Estado y por decreto que lleve la firma de todos
los ministros. Dispónese también que mediante tal declara­
ción el Presidente queda investido de las facultades que le
confieran las leyes y, en su defecto, de las que .le da el De-
MIGUEL ANTONIO CARO 121

recho de Gentes, para defender los derechos de la nación o


reprimir el alzamiento.
Se tiene, pues, que estas facultades extraordinarias sola­
mente pueden ejercerse en los casos de guerra exterior o de
conmoción interior y una vez declarado turbado el orden pú­
blico o decretado el estado de sitio. En estos dos únicos casos
es cuando el Presidente puede aplicar las normas del Derecho
de Gentes.
El decreto del gobierno por el cual se desterró a don San­
tiago Pérez no fué expedido, ni podía serlo, en ejercicio de
estas facultades extraordinarias, porque por entonces no ha­
bía ni guerra exterior ni conmoción interior, y, por lo tanto,
no se había declarado turbado el orden público ni decretádose
el estado de sitio. No era, pues, el caso de aplicar medidas
extraordinarias autorizadas por leyes preexistentes o por el
Derecho de Gentes. De suerte que, por este otro aspecto cons­
titucional o sea a la luz de lo dispuesto en la Constitución en
relación con las facultades extraordinarias del presidente de
la república, tampoco es defensable la providencia sobre el
destierro del señor Pérez.
Cabe, por último, en esta cuestión, hacer algunas conside­
raciones de otro orden. Tratándose de la supresión de El Re­
lator y de la incautación de su imprenta por parte del gobier­
no, los liberales han considerado siempre, como arbitrarias y
despóticas, estas providencias del vicepresidente Caro, pero
nunca han razonado de la misma manera respecto de la su­
presión de El Tradicionista y del remate de su imprenta que
decretó el presidente Parra; y los conservadores, a su vez,
piensan que el señor Parra cometió una injusticia al suspen­
der El Tradicionista y rematar su imprenta, pero hallan muy
bien que el gobierno de Caro hubiese suspendido El Relator
e incautádose de sus elementos editoriales. Estas son las in­
consecuencias de los partidos. .
El presidente Parra hizo responsable a El Tradicionista de
122 GUILLERMO TORRES GARCIA

estar fraguando una guerra civil, y esa fué la razón que adujo
para suspenderlo; y Caro acusó a El Relator de ocuparse en
la preparación de una guerra, y con tal motivo lo suspendió.
Véase, pues, que ambos gobernantes procedieron con un mis­
mo criterio respecto a aquellos periódicos, que alegaron idén­
ticas razones contra éstos y que impusieron la misma pena.
Mas tratándose de las personas, la cuestión cambia de as­
pecto. En efecto, es indudable que el presidente Parra fué
mucho más benigno con Caro, que éste con don Santiago Pé­
rez. El señor Parra se limitó a suspender El Tradicionista,
y no desterró al señor Caro; éste, en cambio, no se contentó
con suspender El Relator 'sino que expulsó del país al señor
Pérez. Y hay algo más todavía: que las razones o temores de
guerra aducidos por el gobierno del señor Parra eran funda­
dos, lo demuestra la revolución de 1876, que fué un hecho;
en tanto que el temido o previsto conflicto que Caro alegaba,
no apareció por parte alguna al menos en los años 1893 y
1894, pues sólo hasta 1895 fué cuando estalló una nueva con­
tienda armada que no tenía ni podía tener conexión ninguna
con El Relator, suspendido desde hacía dos años, y menos aún
con don Santiago Pérez, quien hallábase reducido a la impo­
tencia y ausente del país. No quiero decir con esto que El
Tradicionista fuese responsable de la guerra del 76; única- -
mente anoto la circunstancia de que al presidente Parra le
asistía razón para hablar de aprestos revolucionarios contra
el gobierno, pues lo cierto es que la mencionada guerra del
76, que duró ocho meses, se inició en agosto de aquel año y
concluyó con la capitulación de los conservadores, en Ma-
nizales, en abril de 1877.
Pero lo que más sorprende al estudiar los sucesos acaecidos
entre Caro y don Santiago Pérez, es la inflexibilidad de aquél.
El señor Pérez era un hombre respetable por muchos concep­
tos. Prescindiendo de sus antecedentes como ciudadano, como
institutor y como publicista, creo que el solo hecho de ser un

í
MIGUEL ANTONIO CARO 123

expresidente de la república y el jefe de un partido político


al que estaba afiliada por lo menos media nación, eran títu­
los suficientes para que Caro hubiese procedido con más mun­
do y con menos rigor. ¿Por qué el señor Caro no invitó al
palacio de nuestros presidentes (en cuyos salones también
había vivido el señor Pérez) para conversar con éste —como
dos colombianos—; sobre la lucha política, sobre la paz pú­
blica, sobre las necesidades de la nación, y buscar un aveni­
miento, un terreno de conciliación, una forma de amistosa in­
teligencia? Ambos habían gobernado la república y ambos,
por tanto, tenían en este campo igual posición y se debían
recíprocamente las mismas consideraciones. ¿Que el señor
Pérez era enemigo del gobierno y combatía las instituciones
de 1886? Aceptado. ¿Mas acaso el señor Caro no había sido
enemigo de los gobiernos liberales y terrible impugnador y
demoledor de las instituciones de 1863? ¿Cuál de los dos en­
tonces podía considerarse en plano superior respecto del otro
desde el punto de vista de los propios hechos y antecedentes
políticos? Ninguno de ellos. Luego la igualdad que entre am­
bos existía en este orden de ideas, era razón bastante para
que el señor Caro no procediese con el jefe del liberalismo co­
lombiano en una forma tan extrema como la que empleó, no
habiendo ensayado, ni buscado siquiera ningún entendimien­
to patriótico con el conductor del partido liberal.
Si Caro hubiese adelantado una gestión en' tal sentido, tal
vez habría llegado a un resultado favorable,, y én el caso con­
trario, hubiera tenido mayores razones para obrar. Pero él
nada intentó. No hizo esfuerzo alguno por atraer al señor Pé­
rez. No quiso ni verle. Permaneció en el Olimpo, y no se
dignó descender de él para conversar con un pobre mortal,
a quien prefirió arrojar del suelo nativo. ¡Y todo esto ocurría
entre dos hombres de letras, compañeros de palmas acadé­
micas! Caro, con su temperamento autoritario, su formación
romana y su justificada admiración por el siglo de Augusto,
124 GUILLERMO TORRES GARCIA

probablemente recordó en momentos de desterrar a don San­


tiago Pérez, que el triunviro Octavio, convertido en el primer
emperador de Roma, había desterrado a Ovidio.
Ahora véase la forma en que el señor Caro se dirigió al
cuerpo legislativo sobre los sucesos ocurridos en Bogotá en
enero de 1893 y sobre los movimientos subversivos que die­
ron lugar a la supresión de varios periódicos y al destierro
de algunas personas. En el mensaje a las cámaras legislativas
con motivo de la apertura de las sesiones ordinarias de 1894,
dice el vicepresidente:
«No bien se hubo cerrado la anterior legislatura, ausente
de la capital el encargado del poder ejecutivo, y gravemente
enfermo el primer ministro, el benemérito malogrado gene­
ral Cuervo, ocurrió en Bogotá la ruidosa asonada de enero
de 1893. Aunque no presentó este desorden carácter político,
los directores del partido reaccionario no tuvieron una pala­
bra para condenarlo, antes bien, lo miraron con simpatía, co­
mo fermento aprovechable; la represión, más que prudente
acaso, que ejerció el gobierno, fué por ellos censurada como
tiránica, y los pocos agitadores a quienes se expulsó del país
quedaron inscritos en martirologio político.
»En agosto del mismo año se descubrió una conspiración
siniestra y con ramificaciones. En ella debía figurar, en pri­
mer término, un reo de delitos comunes, prófugo hace algunos
años, con título de generalísimo, y aparecían evidentemente
comprometidos uno de los miembros del congreso que eligió
al director único del partido, y el tesorero de aquella direc­
ción, elegido también por el mismo congreso. Otros persona­
jes resultaron ignorantes de lo que ocurría y asombrados de
lo que estaban fomentando.
«Desbaratada aquella intentona, continuó la conspiración
con los mismos elementos. A fines del año anterior recibió el
gobierno denuncios ciertos de que se provocaba en la capital
un desorden con intentos feroces; pero esperando en que por
MIGUEL ANTONIO CARO 125

sí mismo se disipara tan temerario proyecto, se limitó por


entonces a ejercer vigilancia. El 1.®de abril reinaba el pánico
en la capital. El movimiento proyectado parecía no tener
carácter político, por carecer de jefes connotados; pero al
mismo tiempo ló tenía por las conexiones extrañas que exis­
ten entre las clases heterogéneas de la reacción. Aparece de
datos y declaraciones fidedignas, que la base de la conspira­
ción nueva emanaba de la organización anterior; que el pro­
yecto fué consultado con los jefes políticos autorizados, quie­
nes lo reprobaron como una locura, aunque alguno de ellos,
más tarde, en vista de promesas de los que agitan desde el
extranjero, manifestó asentir al proyecto; que a pesar de todo
los conspiradores resolvieron prescindir de «los grandes» y
obrar por su cuenta, con los jefes de segundo orden, de la
clase obrera, ya bastante prestigiosos a su juicio. Aunque el
cebo que atraía prosélitos en gran número era ciertamente
local, es igualmente cierto que de lo que se tramaba estaban
inteligenciados varios copartidarios políticos, que en muchos
pueblos de Cundinamarca, y acaso en parte más lejana, se dis­
ponían a secundar el movimiento, y con efecto, el l.° de abril,
con la esperanza del desorden que debía haber principiado
en Bogotá, se dejó sentir en varias poblaciones simultánea
agitación, que ahogó inmediatamente el desengaño. De los fi­
nes y medios de aquella conjuración podrán enterarse vues­
tras comisiones por los documentos que reposan en el mi­
nisterio de gobierno; baste decir que aquello era una ame­
naza social sin antecedentes, y sea esta ocasión de declarar
que si el gobierno publica lo estrictamente necesario, y no
•todo lo que piden periodistas que viven de lo sensacional,
proviene de que los gobiernos, guardianes del orden público,
saben que no deben aumentar el alarma, que es un mal, y
pulsan mejor el interés común que los particulares que ali­
mentan la publicidad indiscreta y los espectáculos ruidosos.
»Fracasó el criminal y torpe proyecto, cesó la alarma, pero
126 GUILLERMO TORRES GARCIA

la hidra no ha muerto. Los agitadores que rondan nuestras


fronteras, aunque impotentes, amenazan de continuo: soli­
citan el concurso, ya de venezolanos que traman contra el
gobierno de la vecina república, ya de ecuatorianos deste­
rrados que persiguen los mismos fines respecto de su patria;
a unos y a otros halagan con promesas de reciprocidad, y
azuzan constantemente la credulidad de los revolucionarios
contenidos en el interior, por medio de falsas noticias y des­
atentadas esperanzas. Muévense agentes que alientan secre­
tamente el espíritu de revuelta, transmiten órdenes, hacen re­
cuento de armas, organizan a los fanatizados. Tengo a la vista
una relación auténtica de uno de estos expedicionarios, el
cual se felicita porque las providencias del gobierno no han
quebrantado, en los departamentos que ha recorrido, el ánimo
de los parciales. También podéis ver el fundamento de estas
afirmaciones en documentos que reposan en el archivo pre­
sidencial del ministerio de guerra.
»Verdad es que este embrión de revolución no ha sido·
viable, ni lo será bajo las mismas condiciones que hoy re­
primen el desorden; pero sería un error muy grave, sería
demencia suponer absoluta aquella impotencia y mandar abrir
la jaula de las fieras sólo por la razón de que las fieras ahe­
rrojadas son inofensivas. Está visto que nueve años de absti­
nencia de sangre no han alcanzado a corregir la imaginación
de los que se acostumbraron a vivir en el desorden, de aquellos
que lamentan los horrores de la paz y el azote del trabajo
honrado, y miran la revuelta como el ideal de la vida. El le­
gislador debe tener en cuenta los hechos y esa enfermedad
grave que aqueja a muchos, es un hecho. También debe re­
cordarse que las facultades de que está investido el gobierno
para prevenir el mal, le han permitido conservar el orden
por medio de la detención, sin recurrir a la represión violenta;
que, sin estos medios legales, habríase encontrado el gobierno
en la disyuntiva de infringir la ley escrita cumpliendo la su­
MIGUEL ANTONIO CARO 127

prema ley salus populi, lo cual es siempre duro trance y pre­


cedente ocasionado a abusos, o de dejar que el amago pasase
a estallido y que el instinto salvaje volviese a embriagarse
con olor de sangre en nuestras calles y campos. Las providen­
cias del gobierno en materia de orden público podrían tacharse
de lenidad excesiva, jamás de rigor. La mayor parte de los
comprometidos en estas conspiraciones han sido puestos en
■libertad bajo fianza o palabra de honor; el gobierno se ha
limitado a expulsar del país a los más peligrosos o incorre­
gibles. A algunos de ellos se les ha permitido, sin ostentación,
volver a su domicilio, y han preferido seguir conspirando
desde el extranjero. El gobierno ha limitado la pena a lo
estrictamente necesario para conservar el orden, y esta será
su norma, aunque no estaría fuera de razón presumir que la
contumacia proviene de la falta de un escarmiento severo.
Por estas razones graduó la censura que se ha hecho al go­
bierno por las providencias del ministro de guerra, de injusta
y antipatriótica, acaso insensata, por parte de algunos ami­
gos; obligada y natural, aunque igualmente injusta, en boca
de los enemigos del reposo público.»
I
I
I

I
VIII

El año 1894 se caracterizó por una grande agitación po­


lítica en el partido de gobierno. Sucesos ruidosos, tanto en la
prensa como en las cámaras legislativas iniciaron una división
en las filas de aquella colectividad, división que se tradujo en
una vigorosa y tenaz oposición al gobierno de Caro, cuyo
resultado final, con el andar del tiempo, fué nada menos que
la práctica liquidación del partido nacional.
Los sucesos a que me refiero ocurrieron en la forma si­
guiente. En El Correo Nacional, periódico del señor Carlos
Martínez Silva, apareció el día 4 de abril un artículo edito­
rial intitulado Nuestros progresos, escrito que disgustó pro­
fundamente al gobierno. La circunstancia de que el señor
Martínez Silva estuviese recién llegado al país después de un
viaje por Europa y los Estados Unidos y la de -ser el propie­
tario del mencionado periódico, llevó al ánimo del gobierno
la convicción de que Martínez Silva era el autor del citado
artículo editorial. Días después, el 12 del mismo abril, publicó
E l Telegrama (periódico del señor Jerónimo Argáez), un vehe­
mente escrito que tenía por título Alto y Frente, en el
cual se atacaba directa y rudamente al señor Martínez Silva
por medio de ciertas alusiones al aumento de las emisiones
de papel moneda. El Correo Nacional replicó, naturalmente,
a dicho escrito, y El Telegrama, en editorial del día 19 de
9 ,
130 GUILLERMO TORRES GARCIA

abril titulado En Retirada, lanzó la amenaza de que el go­


bierno haría efectuar una investigación sobre las operaciones
realizadas en el Banco Nacional en 1889, año en que Martínez
Silva había sido ministro del tesoro.
El Correo Nacional acusó entonces, ante la opinión como
autores de los escritos y cargos formulados en El Telegrama,
a altos funcionarios oficiales muy allegados al vicepresidente
Caro, dando a entender con ello que el gobierno no sólo era
el inspirador sino también el ejecutor de una campaña de
difamación contra el señor Martínez Silva.
Esta corta pero ardiente discusión entre El Correo Nacio­
nal y El Telegrama dió pie a que el fiscal del tribunal de
Cunáinamarca procediera, de oficio, a denunciar al tribunal
los hechos sobre los cuales versaba aquella polémica. Convie­
ne, sin embargo, anotar que fué en El Porvenir de Cartagena
(el periódico de Núñez) donde primero se anunció al público
la existencia de $ 26.000.000 en billetes emitidos por el Banco
Nacional, cuando, según las disposiciones legales pertinentes,
la masa de billetes debía ser bastante inferior.
La cuestión que vino a plantearse por virtud de la referida
polémica y del denuncio del fiscal del tribunal cundinamar-
qués, fué la relativa a las llamadas emisiones clandestinas,
episodio éste de nuestra historia monetària acerca del cual
existen en Colombia muchas ideas imprecisas y erróneas.
Conviene, pues, por esta razón y especialmente para me­
jor inteligencia de los hechos acaecidos en 1894, que se dé
aquí alguna explicación sobre aquellas emisiones. Mas antes
de proceder a esta explicación, debo anotar que, cuando el
congreso de aquel año se reunió, la cámara de represen­
tantes constituyó una comisión investigadora, la cual ini­
ció sus labores el 16 de agosto de 1894 y presentó infor­
me el 14 de noviembre. Este documento fué suscrito pol­
los señores Francisco de P. Muñoz, Felipe F. Paúl, Ramón
Sierra, Eduardo González y Luis A. Robles, representantes
MIGUEL ANTONIO CARO 131

por Antioquia, Cundinamarca, Boyacá, Cauca y Bolívar, res­


pectivamente.
La cuestión principal en esto de las «emisiones clandes­
tinas», consistía en lo siguiente:
Al concluir la guerra civil de 1885 existía en la circulación
una cantidad de documentos de deuda flotante extraordina­
riamente heterogénea, pues los títulos de deuda emitidos al­
canzaban a veintitrés clases distintas. La situación fiscal ha­
bía sido tan precaria, que aquellos documentos no se servían,,
y sus tenedores, casi todos comprometidos con los bancos, se
encontraban en condiciones de ruina. Urgente era, pues, rea--
nudar el servicio de aquella deuda interior, porque la angus­
tiosa situación de ios acreedores del Estado así lo recla­
maba. '
Tales circunstancias llevaron al Consejo Nacional Legis­
lativo a expedir la ley 87 de 1886, sobre crédito público, por
la cual se dividió la deuda flotante interna en antigua y nue­
va, destinando la suma de $ 1.900.000 anuales para su amor­
tización por el sistema de remates, así: $ 1.000.000 para la
deuda antigua y $ 900.000 para la deuda nueva.
La creación de este fondo de amortización y el cumpli­
miento que, por parte del gobierno, comenzó a darse a la
ley de crédito público, naturalmente hicieron reaccionar los
títulos de deuda; pero ocurrió que dos años después, en 1888,
la ley 95 de ese año redujo el fondo de amortización a sólo
$1.000.000 anual, que debía distribuirse así: $ 400.000 para
la deuda antigua y $ 600.000 para la deuda nueva. Los títulos
de deuda vieron, pues, reducida la posibilidad de su redención
en un 60 por 100 de los de, la deuda antigua y en un 33 por 100
los de la deuda nueva.
Como los documentos más afectados por la rebaja en el
fondo de amortización eran los de la deuda antigua, tal cir­
cunstancia originó la fundación en Bogotá de un Comité, cuyo
fin principal era la compra de grandes cantidades de docu-
132 GUILLERMO TORRES GARCIA

méntos de esta deuda, con el objeto de poder dar la ley en


los remates, colocar en éstos sus títulos al mejor precio obte­
nible y dominar, en una palabra, el negocio de papeles de cré­
dito público.
El señor Arturo Malo O’Leary, a la sazón gerente del Ban­
co de Bogotá, obrando en representación del nombrado Co­
mité, propuso al entonces ministro del tesoro, señor Carlos
Martínez Silva, que el gobierno comprara toda la deuda an­
tigua, negocio fácil de efectuar, porque en aquella época la
dicha deuda se hallaba én manos de pocos tenedores. Todo
esto ocurría a principios de 1889.
«Aquella operación (dice el señor Martínez Silva en su
discurso ante la cámara de representantes de 12 de noviembre
de 1894), que estaba en el orden de mis ideas y que corres­
pondía, en tesis general, al pensamiento del legislador, me
pareció aceptable; la consulté con el presidente de la repú­
blica, señor doctor Holguín, quien, dicho sea de paso, no con­
vino en ella sino después de varias conferencias en las cuales
me opuso algunas objeciones. Acogido por él, al fin, el plan
general y adoptado también por el gerente del Banco Nacional,
a quien correspondía el desarrollo de la operación, se pensó
en los medios de llevarla a cabo.»
¿Cuál fué el sistema empleado para realizar el proyecto
propuesto al gobierno por el señor Malo O’Leary? El siguien­
te: que el Banco Nacional emitiera billetes en cantidad ne­
cesaria para comprar la deuda; que el Banco, una vez dueño
de los títulos o documentos, concurriera con éstos a los re­
mates mensuales, y que destinara todas las sumas obtenidas
en tales remates, a la amortización o retiro de la circulación
de los billetes emitidos.
El señor Martínez Silva, según consta en el acta secreta
de la Junta de Emisión del Banco Nacional, de fecha 11 de
marzo de 1889, propuso, como ministro del tesoro, que la Jun­
ta emitiera billetes hasta por $ 2.000.000 para darlos en pren-
MIGUEL ANTONIO CARO 133

da al Banco de Bogotá a cambio de documentos de deuda pú­


blica computados al precio del mercado. El gobierno, por su
parte, se comprometía a devolver al Banco los $ 2.000.000 o
la suma que éste alcanzara a dar en prenda, antes de la reu­
nión del congreso de 1890, o legitimar la operación de modo
que en ningún caso quedara comprometida, la responsabilidad
del banco o la de la junta de emisión.
El 15 de marzo de 1889, es decir, cuatro días después de
la fecha del acta secreta a que acabo de referirme, se firmó
un contrato entre los gerentes del Banco Nacional y del Banco
de Bogotá, señores Nicolás Osorio y Arturo Malo O’Leary, res­
pectivamente; contrato por el cual el señor Malo O’Leary se
comprometía a entregar al Banco Nacional hasta $ 3.400.000
en determinados documentos de deuda pública, a los precios
que se convinieran entre los dos gerentes, con intervención
del ministro del tesoro. Él gerente del Banco Nacional entre­
garía, a su vez, al del Banco de Bogotá, a título de prenda,
billetes emitidos por aquel banco en cantidad correspondiente
a la suma de documentos de deuda pública, quedando esti­
pulado que el Banco Nacional solamente entregaría en bi­
lletes una cantidad máxima de $ 2.000.000. Se convino igual­
mente que el gerente del Banco de Bogotá entregaría al del
Banco Nacional los documentos de deuda en las fechas que los
comprara, porque a este último banco corresponderían los
intereses que devengaran los bonos. El gerente del Banco de
Bogotá no cobraría comisión alguna por la compra de los pa­
peles.
De este negocio entre los dos bancos mencionados resultó
que el Banco Nacional emitió billetes y los entregó al de Bo­
gotá por valor de $ 2.206.319 para obtener documentos de deu­
da pública por la suma de $ 3.151.885 al precio del 70 por 100.
Como el Comité vendedor de los bonos que representaba el
gerente del Banco de Bogotá los había adquirido en el mer­
cado a un precio promedio del 55,45 por 100, claro era que
134 GUILLERMO TORRES GARCIA

al venderlos al Banco Nacional al 70 por 100, efectuaba una


•utilidad del 14,55 por 100.
Los hechos que acabo de relatar constituyeron el punto
principal que motivó la gran discusión parlamentaria y de
prensa en torno de estas emisiones de billetes, y su nombre
de emisiones clandestinas proviene de la circunstancia de ha­
ber sido ellas efectuadas en una forma secreta, porque así lo
exigía la naturaleza de la operación a que estaban destinadas.
En el informe presentado por la comisión investigadora
de la cámara de representantes, al cual me referí anterior­
mente, aparece un estudio sobre todas las emisiones irregu­
lares de billetes que, en concepto de dicha comisión, habíanse
efectuado por el Banco Nacional. De tal informe se deduce
que en el citado banco no sólo se habían emitido ilegalmente
las cantidades destinadas a la compra de deuda pública en
1889, sino que, en tiempos anteriores y posteriores a ese año,
también fueron consumadas algunas operaciones en contra­
vención de las leyes. Estas últimas operaciones pueden resu­
mirse así:
a) En 1885, el gobierno, obligado por las necesidades de
•la guerra civil de aquel año, hizo al exterior un pedido de
billetes por valor nominal de $ 1.000.000. Este pedido se en­
comendó por iguales partes a los señores M. Camacho Rol­
dan, en Nueva York, y Rafael García, en París. Los billetes
adquiridos por el gobierno aparecían en su leyenda como emi­
tidos por el Banco Nacional, cuando a éste no se había con­
sultado siquiera acerca del pedido hecho a los señores Cama­
cho Roldan y García. Hallándose entonces vigente la ley de
-39 de 1880, según la cual la emisión de billetes pagaderos al
portador en cualquier forma solamente podía hacerla el Ban­
co Nacional, era evidente que la emisión de aquel millón de
pesos, no consultada ni efectuada por dicho banco, constituía
una emisión ilegal.
MIGUEL ANTONIO CARO 135

b) Igualmente en 1885, debido a la mala situación del fis­


co, el gobierno contrató algunos préstamos con los bancos de
«Colombia», de «Bogotá», de «Crédito Hipotecario», y con va­
rios particulares. Como garantía de estos préstamos se dieron
billetes que emitió el Banco Nacional por la suma de $ 462.400.
Estos billetes, que representaban una simple prenda para los
bancos particulares prestamistas, debían volver al banco una
vez que el gobierno hubiera pagado las deudas respectivas.
Sin embargo, éste dispuso de los billetes, ordenando que con
parte de ellos se pagara a los acreedores y que el saldo se
consignara en la tesorería para gastos comunes del Estado.
Los billetes emitidos por el Banco Nacional para facilitar al
gobierno la constitución de una garantía prendaria en las
operaciones de préstamo mencionadas, eran una emisión ile­
gal por cuanto quedaron en la circulación sin autorización
legal para ello.
c) La ley 20 de 1886 había facultado al Banco Nacional
para emitir hasta $ 1.000.000 en billetes con el fin de darlos
en préstamo al gobierno, pero no pudiendo exceder esta emi­
sión de $ 200.000 mensuales. Habiendo entrado a regir la men­
cionada ley en el mes de septiembre de aquel año y hallándo­
se entonces limitada la emisión total de billetes del Banco
Nacional a $ 4.000.000, era claro que para el mes de noviem­
bre de ese mismo año y dadas las emisiones autorizadas de
$200.000 mensuales a partir de septiembre, el monto de la
emisión de billetes debía alcanzar solamente a $ 4.600.000, y,
sin embargo, aparecieron emitidos $ 5.488.969, lo cual impli­
caba un exceso ilegal de emisión de $ 888.989.
También en 1886, y por la ley 71 de 30 de noviembre, el
Banco Nacional había quedado autorizado para dar en prés­
tamo al gobierno la suma de $850.000 en billetes destinados
a pagar un contrato celebrado el 6 de octubre anterior con
los señores L. de Pombo y Hermanos. Para el mes de di­
136 GUILLERMO TORRES GARCIA

ciembre de 1886 debía, pues, hallarse la emisión de billetes


de la manera siguiente:

Billetes emitidos hasta el 23 de septiem­


bre de 1886 ................... ................... $ 4.000.000
Emisión autorizada por la ley 20 de 1886,
a razón de $ 200.000 mensuales desde
septiembre hasta diciembre .............. $ 800.000
Préstamo por $ 850.000 autorizado por la
ley 71 de 1886 para pagar a L. de
Pombo y Hermanos....................... ... $ 850.000

T o tal...... . ... $ 5.650.000

La emisión, sin embargo, alcanzaba a $ 6.150.395, lo cual


representaba un exceso ilegal de emisión para aquella épo­
ca, de $ 455.395. Este exceso ilegal provenía de no haberse
cumplido con lo dispuesto por la ley 20 de 1886 acerca de
las emisiones mensuales de $ 200.000 como máximum.
d) En 1891 y por decreto número 200, dictado con fe­
cha l.° de abril de ese año, el gobierno ordenó que noventa
días después de publicado dicho decreto en el Diario Oficial,
los particulares no tendrían obligación de recibir la moneda
de plata de 0,500, y que el Banco Nacional procedería inme­
diatamente a recoger aquella moneda, cambiándola por bi­
lletes a su presentación en las oficinas que para tal efecto es­
tableciera.
El Banco Nacional efectuó el cambio déla moneda de
plata de 0,500 por billetes de su emisión en la cantidad de
$ 243.298 y las especies metálicas retiradas de la circulación
fueron enviadas a los señores Schloss Brothers, de Londres,
para ser reacuñadas a la ley de 0,835. Estas nuevas monedas
de plata no tenían los sellos y símbolos especificados en el
código fiscal, porque se habían sustituido con el busto de
*
MIGUEL ANTONIO CARO 137

Cristóbal Colón con motivo del cuarto centenario del descu­


brimiento de América. Con todo esto se violaban claras dis­
posiciones legales y constitucionales porque, por una parte,
el aumento de emisión de billetes del Banco Nacional no podía
hacerse en aquella época por medio de decretos ejecutivos
sino por leyes, y por otra, porque las especificaciones de la
moneda correspondía fijarlas al legislador, según mandato
constitucional, y no al banco de emisión.
e) En 1894 resolvió la junta directiva del Banco Nacio­
nal que se hiciera una emisión por valor de $ 207.714 para
reemplazar una igual cantidad de billetes deteriorados que
había sido incinerada durante los meses de julio y agosto del
año anterior.
Esta emisión, aun cuando estaba destinada a sustituir en
la circulación una suma equivalente ya incinerada, fue ilegal,
porque la dicha suma de $ 207.714 era la diferencia entre
$ 2.972.031 y $ 2.764.317, cifra aquélla que representaba, se­
gún dictamen pericial, el exceso ilegal de emisión de billetes
en 28 de febrero y 31 de marzo de 1893, respectivamente. En
otras palabras: se emitieron $ 207.714 en billetes nuevos, pa­
ra llenar el vacío proveniente de la incineración por igual
suma de billetes deteriorados, billetes estos últimos que cons­
tituían el mencionado exceso ilegal de emisión.
f) Igualmente en 1894, el Banco Nacional hizo una emi­
sión de $ 100.000 en billetes a cambio de cinco letras giradas
a cargo de los señores Vengoechea y Compañía, de París,
por 100.000 francos cada una, que equivalían a $ 100.000.
Esta operación la efectuó basándose en el artículo 10 de la
ley 93 de 1892, sobre regulación del sistema monetario, que
autorizaba al banco para emitir billetes a cambio de depósitos
que hicieran los particulares o el gobierno, en barras o mo­
nedas de oro o plata a ley no inferior de 0,835, debiendo re­
tirar de la circulación los billetes emitidos cuando se retira­
ran los-depósitos. La comisión investigadora de la cámara
138 GUILLERMO TORRES GARCIA

de representantes fué de opinión que no siendo las letras de


cambio, barras o monedas, aquella emisión representativa de
$ 100.000 era una operación ilegal por parte del Banco Na­
cional, ya que no se conformaba con lo dispuesto en el artícu­
lo 10 de la citada ley 93 de 1892.
El relato anterior es, en síntesis, lo que constituyó las
llamadas emisiones clandestinas. Evidentemente, todas esas
operaciones que implicaron emisiones de billetes del Banco
Nacional fueron efectuadas en contravención de las leyes en­
tonces vigentes, o en otros términos, tales emisiones eran ile­
gales por cuanto carecían de las respectivas autorizaciones
del legislador.
De todas las operaciones enumeradas anteriormente, la más
importante desde el punto de vista de la magnitud de su va­
lor y de la naturaleza de la operación misma fué, indudable­
mente, la relativa a la compra de títulos de deuda interna.
Esta operación, propuesta al Banco Nacional por el en­
tonces ministro del tesoro, señor Martínez Silva, como consta
en el acta secreta de la junta de emisión del citado banco de
fecha 11 de marzo de 1889, a la cual ya me he referido, me­
rece ciertos reparos de orden técnico.
Por tal negociación, en efecto, se perseguía, con un crite­
rio de exclusiva conveniencia fiscal, la sustitución de una
deuda pública interna que ganaba interés, por billetes del
Banco Nacional que no lo ganaban. Tratábase, en definitiva,
de recoger deuda pública interior con emisiones de papel mo­
neda, puesto que los billetes del Banco Nacional habían sido
declarados inconvertibles y que los de valor de un peso cons­
tituían el patrón monetario de la nación desde la expedición i
del decreto de Núñez de 19 de febrero de 1886.
El ministro Martínez Silva veía en aquel cambio de pa­
peles o sustitución de deudas (ya que él consideraba el papel
moneda como simple deuda del Estado) una clara ventaja de
orden fiscal representada en la economía de intereses que I
MIGUEL ANTONIO CARO 139

haría el fisco. No advirtió él, sin embargo, o mejor dicho, no


se detuvo a pensar, que la operación así concebida no sola­
mente era ilegal, puesto que no había ley que la autorizara
en la forma en que se proponía desarrollarla, sino que al pro­
pio tiempo se apartaba de los principios de la ciencia.
En efecto, bien sabido es que las deudas públicas pueden
modificarse sustancialmente en sus condiciones de capital, in­
terés, plazos y sistemas de amortización, mediante combina­
ciones y operaciones técnicamente descritas en la ciencia de
las finanzas. Estas combinaciones y operaciones se conocen
en ella con los nombres de unificación, conversión, consolida­
ción y flotantizaáón. Por la primera, se reducen deudas va­
rias y heterogéneas a un tipo uniforme en sus condiciones
características, o en otras palabras, se unifican en un sólo
tipo de deuda varias obligaciones financieras del Estado de
distinto interés, plazo y servicio; por medio de la conver­
sión se modifican ordinariamente las condiciones del capital
o del interés, o de ambos factores conjuntamente, aun cuando
en la forma más general y corriente de las conversiones con­
siste en sustituir una deuda de interés determinado por otra
de interés menor; por consolidación se entiende la transfor­
mación de una deuda flotante que siempre es a muy corto
plazo y en ocasiones sin interés, en deuda consolidada, o sea
en deuda a largo plazo y con interés; y la flotmtización, ope­
ración de muy rara ocurrencia, es al contrario: se transforma
en deuda flotante una deuda consolidada.
Si la deuda pública interna que en 1889 se trataba de me­
jorar en sus condiciones tanto para el tenedor de los bonos
como para el Estado deudor, o que se consideraba necesario
amortizar para aliviar el tesoro del costo de su servicio, cons­
tituía un fenómeno financiero que debía ser tratado y con­
ducido de acuerdo con los principios y prácticas científicos,
¿cómo explicarse hoy que el ministro señor Martínez Silva
hubiera prescindido de tales principios científicos para optar
140 GUILLERMO TORRES GARCIA

por un modus operandi doblemente viciado, puesto que care­


cía de apoyo legal y de base científica? ¿Por qué no se ocu­
rrió a efectuar alguna de las operaciones financieras que atrás
he definido, apelando, naturalmente, a la más adecuada para
las circunstancias de entonces? ¿Qué opinaríamos hoy, si el
gobierno del presidente Santos y su ministro de hacienda
señor Carlos Lleras Restrepo, en lugar de haber efectuado
la conversión de la deuda nacional interna en la forma téc­
nica en que se llevó a cabo esta providencia financiera, es
decir, cambiando viejos títulos de determinado interés, plazo
y sistema de amortización, por nuevos bonos de más bajo
interés y plazos y sistemas de amortización más cómodos y
económicos para el tesoro público y de mejores condiciones
para los acreedores del Estado, hubiese optado por que el
Banco de la República emitiera secretamente billetes para
recoger con ellos esa misma deuda, sin que la ley lo autori­
zara, y únicamente con el criterio de que al Estado le con­
venía sustituir papeles que ganan interés, como son los bonos,
por otros sin interés alguno, como los billetes de banco?
La operación efectuada en 1889 sobre la llamada deuda
antigua y por la cual se emitieron billetes para amortizarla,
fué, pues, un expediente concebido y puesto en práctica con
sana intención, con el propósito de ahorrar al tesoro público
una determinada erogación por intereses, pero que, como an­
teriormente dije, carecía de autorización legal y de base cien­
tífica. En esa operación prevalecieron exclusivamente las con­
sideraciones de coveniencia fiscal, y estoy seguro, como así
debe estarlo todo criterio probo e imparcial, de que el mi­
nistro Martínez Silva no tuvo otro interés que el bien del
fisco. El obró patrióticamente, convencido como estaba de
que con la medida adoptada se hacía un buen servicio a la
nación.
Refiriéndose a esta operación de compra de títulos de
deuda pública interior efectuada por el Banco Nacional, el
MIGUEL ANTONIO CARO 141

vicepresidente Caro se dirigió al congreso de 1894 en los si­


guientes términos:
«La operación de compra de deuda pública ejecutada por
el Banco Nacional de 1889, y la emisión secreta que se des­
tinó a ese objeto, han sido motivo de ardiente polémica. Con
tal motivo el gobierno ha investigado los hechos y publicado
documentos que explican suficientemente lo ocurrido. El po­
der judicial, único competente para fallar, ha asumido el co­
nocimiento del asunto. El gobierno, ni antes ni ahora ha
engañado a la nación, ni ha ocurrido a procedimientos tortuo­
sos incompatibles con su decoro. La justicia administrativa,
como la parlamentaria, es limitada, y las influencias del go­
bierno se han reducido a la confianza que ha sabido inspirar
en que él no pone obstáculo alguno al esclarecimiento de la
verdad ni a la acción de la justicia, ejercida por autoridad
competente.
»Se ha discutido si aquella operación fué tácitamente apro­
bada por el congreso de 92. No sé que el congreso tenga fa­
cultad para aprobar o improbar tales actos, menos tácitamente
y sin estudiarlos. El contrato firmado por el Gerente del Ban­
co Nacional y el de Bogotá, contrato que, por sus condiciones,
no cabe en la clasificación que el derecho establece, fué tan
reservado, que se dudaba de su existencia, no se encontró en
el archivo de uno ni de otro banco, y sólo llegaron a conocerse
sus términos por el inesperado descubrimiento de una copia
existente en archivo privado. El encargado del poder ejecutivo
en aquella época no vino a conocer los términos de ese con­
trato, ni el contenido de las respectivas actas secretas, sino
cuando no ha mucho vió impresos tales documentos.
»Por lo que hace a la legitimación de las emisiones, la
cuestión me parece inoficiosa. Si por legitimación se en­
tiende que el gobierno no puede repudiar los billetes que han
entrado en la circulación, la legitimación se impone, no por
interpretación de la ley, sino como efecto inevitable .de un
142 GUILLERMO TORRES GARCIA

hecho consumado. Mas el hecho no es derecho. Si por legi­


timación se entiende que el congreso ha podido usurpar
funciones judiciales, ejercerlas sin vista de autos y dictar
sentencias implícitas, la hipótesis es insostenible por contra­
ria al orden legal y a la sana razón. El poder legislativo es
sólo una rama del poder público, con atribuciones constitu­
cionales expresas. Más todavía, bajo la teoría de la siempre
relativa omnipotencia parlamentaria, podría el congreso or­
denar lo que a bien tuviese, mas no podría obrar un impo­
sible metafísico cambiando la naturaleza de los actos hu­
manos.
»En todo lo que es de la exclusiva competencia de los tri­
bunales de la república, el congreso y el poder ejecutivo no
tienen otra cosa que hacer que respetar la acción constitu­
cional de aquella rama del poder público.»
Cuando esta cuestión de las emisiones clandestinas fué
discutida en el cuerpo legislativo, el señor Martínez Silva,
que era miembro de la cámara de representantes, hizo ante
ella una detallada exposición en defensa de sus actos.como
ministro del tesoro. Su reputación salió ilesa de los debates
parlamentarios y ni la sombra de una sospecha sobre su
gestión ministerial quedó en el ambiente. No podía ser de
otra manera.
Mas si el terreno de la probidad personal había quedado ab ■
sólidamente despejado para la opinión pública por virtud de
la concluyente defensa de Martínez Silva, el campo político
sería otro cantar. Era allí donde él se encargaría de hacer
sentir toda la fuerza de sus capacidades para la oposición y
toda su indomable constancia en el propósito de dar al traste
con el partido nacional.
Herido Martínez Silva en lo más íntimo de su ser moral
por los injustos ataques que se le hicieron, y en la convic­
ción de que el gobierno había intentado colocarle en una
MIGUEL ANTONIO CARO 143

situación deshonrosa, juróle guerra a muerte al nacionalis­


mo, poniéndose al frente de una de las campañas de oposi­
ción más largas, más tenaces y vigorosas de que haya me­
moria en los anales de nuestra prensa política.
Esta actitud suya vino a iniciarse poco después de que
Núñez había muerto en Cartagena. Desaparecido para siem­
pre el fundador del partido nacional, Caro le sucedió auto­
máticamente en la jefatura de aquel partido. De esta suer­
te, él y Martínez Silva quedaron enfrentados, por desgracia
también para siempre, porque nunca hubo reconciliación
entre estos dos viejos amigos y compañeros de lucha. La
amistad de Caro y Martínez Silva existía desde su adoles­
cencia, pues ellos conociéronse en los claustos escolares;
ambos se sucedieron en la dirección de El Tradicionista;
conjutamente comentaron los sucesos políticos durante la
primera época del Repertorio Colombiano, célebre revista
que Martínez Siiva había fundado en 1878; juntos entraron
a rodear a Núñez en el movimiento político de la Regenera­
ción y juntos también, por último, saludaron con el mismo
júbilo el advenimiento del nuevo orden de cosas al expedir­
se la Carta de 1886. El rompimiento de esta amistad, triste
en el terreno de los sentimientos, lo fué también en el de la
política colombina de aquellos días, por cuanto implicó la
desunión y más tarde la desaparición del partido llamado
«nacional», cuyos principios por Caro definidos en su Decla­
ración de 11 de julio de 1896 parecen hoy, al leerlos con
atención, que eran suficientemente amplios y conciliadores
para mantener la cohesión y unidad necesarias en toda
grande colectividad política.
Iniciada la campaña de oposición de Martínez Silva en
su periódico El Correo Nacional, éste bien pronto fué sus­
pendido por orden del gobierno. Mas si dicho periódico des­
apareció, no muy tarde habría de reanudarse la lucha desde
144 GUILLERMO TORRES GARCIA

las páginas del Repertorio Colombiano, pues a mediados de


1896 Martínez Silva dió de nuevo a la publicidad la revista
que él había fundado y sostenido desde 1878 hasta 1886,
pero ya en esta nueva época sin el brillante sello literario
de sus antiguos días, por haberse prácticamente transforma­
do en un órgano de oposición política.
IX

En 1895 el gobierno tuvo que hacerle frente a una gue­


rra civil. Esta nueva contienda ocurría después de transcu­
rridos diez años de paz, pues el último conflicto armado ha­
bía tenido lugar en 1885. Conviene advertir a este respecto,
que la campaña de oposición de Martínez Silva al gobierno
de Caro, no tuvo relación ninguna con la guerra del 95, por­
que ésta fué un movimiento insurreccional emanado de ele­
mentos del liberalismo y porque dicha campaña de oposi­
ción solamente cobró fuerza desde mediados de 1896, o sea
un año largo después de concluida la guerra.
Sabido es que el conflicto del 95 fué corto, pues en menos
de dos meses las fuerzas del gobierno, comandadas por el
general Rafael Reyes, sofocaron la rebelión con su decisiva
victoria en la Batalla de Enciso. .\ ‘
El vicepresidente Caro al informar sobre estos sucesos
a las cámaras legislativas, se expresó así en su mensaje de
20 de julio de 1896:
«Una década de paz estaba próxima a cumplirse para Co­
lombia en el año anterior cuando los pueblos fueron sor­
prendidos con grande alarma.
»Durante aquellos años las erupciones revolucionarias
han agitado casi toda la América meridional y central, sem­
brando dondequiera nuevos gérmenes de discordia. El Bra-
10
146 GUILLERMO TORRES GARCIA

/sil, Chile, Venezuela, Salvador, Ecuador, Perú, han sido


presa de guerras civiles. No nos toca apreciar los motivos
que puedan justificar a este o aquel gobierno, a tal o cual
otra revolución. El espectáculo general desconsuela; la gue­
rra civil es una forma de barbarie, que, arraigada, desmo­
raliza y arruina a los pueblos. Y habiendo llegado a ser las
revoluciones una como epidemia hispanoamericana, no po­
demos menos de reconocer que aquella nación que exhiba
un período de paz más largo, ha realizado un gran progreso
en cuanto se aproxima a la normalidad que debe caracteri­
zar las sociedades de hombres.
»Verdad es qiie puede un pueblo haber asegurado la paz
interior y carecer todavía de otros bienes muy interesantes
en el orden político y religioso; pero la firme garantía del
orden favorece por sí sola la acción del bien, y ella, sobre
todo, ha venido a ser de necesidad primaria para la exis­
tencia misma de estas nacionalidades americanas en un pe­
ríodo crítico de su desenvolvimiento.
»La república de Méjico, después de una serie de convul­
siones como las que han padecido y padecen aún otros pue­
blos del mismo origen, parece haber asegurado la paz y el
bienestar público, y dando desde el Norte un grande ejemplo
en ese capital asunto a las coetáneas naciones del Sur, se
ha granjeado la admiración y el respeto de los extraños.
Colombia se ufanaba ya de seguirle los alcances a Méjico
en la labor de cultivar y aclimatar la paz.
»Desde fines de enero del año anterior la acción del go­
bierno se ha consagrado de preferencia a restablecer el or­
den, material y moralmente conmovido por el espíritu revo­
lucionario y anárquico.
»En cincuenta días, después de varios combates en casi
todos los departamentos de la república, sucumbió la rebe­
lión: la sangrienta batalla de Enciso y la rendición de Ca­
pitanejo pusieron término a la contienda armada.
MIGUEL ANTONIO CARO 147

»No fué dado entonces licenciar las tropas que se habían


organizado ni levantar el estado de sitio: el peligro de nue­
vos pronunciamientos y de nuevas invasiones; el anuncio
de haberse agitado otra vez la región de Casanare y de ha­
ber sido ocupadas, a viva fuerza, la población de Arauca y
otras por malhechores de una y otra nacionalidad; la noti­
cia cierta de que en Nueva York se trataba de contratar por
agentes de la revolución un barco para introducir armas en
nuestras costas; la guerra civil que conmovió al Ecuador, y
que, como en tales casos acontece, vino a exaltar los ánimos,
ya en favor, ya en contra del movimiento insurreccional, en
las provincias nuestras limítrofes; la tentativa revolucio­
naria que después ocurrió en Venezuela, produciendo iguales
efectos —todos estos sucesos, a veces simultáneamente, a
veces uno en pos de otro—, complicaron la situación y obli­
garon al gobierno a adquirir nuevos elementos de guerra y
nuevos medios de vigilancia y defensa de la costa atlántica y de
la grande arteria que con ella comunica las regiones del in­
terior; a movilizar fuerzas y enviar expediciones militares
a los opuestos extremos y confines terrestres de la repúbli­
ca, con el objeto de prevenir cualesquiera conflictos, de evitar
que la guerra renaciese por contagio, de guardar las fronte­
ras, observando la más estricta neutralidad, conteniendo por
igual a los amigos y los adversarios políticos interesados en
las contiendas de los países vecinos, y de' completar, en
suma, la pacificación de la república en el interior y en sus
relaciones externas.
»La guerra fué breve, la campaña dilatada, y tan costo­
sa para el fisco como lo habría sido si hubiese continuado
el derramamiento de sangre, porque no es la sangre sino los
grandes aprestos y previsores esfuerzos lo que impone ero­
gaciones extraordinarias. En las naciones europeas, teatro
de avanzada civilización, el peligro de un conflicto interna­
cional o de una conflagración producida por el anarquismo,
148 GUILLERMO TORRES GARCIA

es causa de enormes gravámenes para los pueblos durante


largos años de paz. A gran precio se conserva el orden, pero
se considera que el bien asegurado excede al precio. Muy le­
janos ya los tiempos patriarcales, las naciones modernas es­
tán fundadas sobre un sistema que no es dado reformar con
.generosas utopías, y en el cual persiste como verdad incon­
testable el antiguo proverbio: Si vis pacem para bellum.
»Examinad los gastos de la guerra, y si algo encontráreis
irregular o excesivo, condenadlo severamente; mas al mis­
mo tiempo confío en que no habrá uno sólo de vosotros que
pretenda, como lo ha pretendido la estulticia o la mala fe,
que los gastos requeridos por la necesidad de restablecer el
■orden y por otras consideraciones de gran trascendencia, se
reduzcan únicamente a los que hayan sido justificados por
funciones de armas.
»Presenta la última revolución dos caracteres odiosos:
novísimo el uno, y muy raro el otro, aunque no desconoci­
do, en nuestros anales.
»Es el primero de ellos la solicitación de auxilio extran­
jero.
»Hace mucho tiempo que aquí se conspira de continuo,
y muchos de los agentes de la conspiración han viajado por el
exterior demandando apoyo para sus planes. Hechos y pu­
blicaciones recientes han demostrado esta verdad a los más
escépticos. Los gobiernos de Costa Rica y Venezuela, lejos
<le coadyuvar a la maquinación, dieron oportunos avisos al
de Colombia, y aún persiguieron a algunos de los agitado­
res que tramaban la ruina de nuestras instituciones; logra­
ron sí, los agentes de la conspiración comprometer a no po­
icos aventureros,' confiriéndoles mando militar con las más
''altas graduaciones, y prometiéndoles ventajas y preeminen-
■ciás en su soñado reino. La expedición que desembarcó en
Bocas del Toro, comanada por un famoso forajido que lleva­
ba correspondencia con algunos de los cabecillas que debían
MIGUEL ANTONIO CARO 14 9 1

pronunciarse en el interior, pone vergonzosa marca a fo


revolución del 95.
»Agréguese a esto la ferocidad de que hicieron muestra
los invasores que lograron ocupar alguna plaza, y que no al­
canzaron a desplegar los que fueron rechazados y vencidos en
la primera acometida. Sabido es que las guerras se encrue­
lecen a la larga, y raro, si no único, es el caso de una guerra,
iniciada con matanzas de personas pacíficas, como la que
dejó huella imborrable en las calles y plazas de la ciudad de
Cúcuta, sancionada por sanguinaria proclama del que acau­
dillaba la hueste. Uno de los expedicionarios que atacaron a
Bocas del Toro había ofrecido a sus auxiliares del exterior
enviarles el primer parte de triunfo «con cabezas de frailes»;
y el que sucumbió en Baraona, en carta que se interceptó y
que tengo en mi poder, prometía que, al ocupar a Barran-
quilla, fusilaría ante todo a algunos «liberales platudos» (estas
eran sus palabras), para comprometer a los indiferentes y es­
tablecer el terror.
»Mientras la revolución ostentaba desde el principio este-
carácter de filibusterismo, violencia y atrocidad en las inva­
siones que intentó o efectuó, en el interior había hecho sus
preparativos calladamente, señalándose en ellos por el segun­
do de los caracteres odiosos a que me he referido, cual fué
el del engaño y la alevosía.
»Con satisfacción que compensa la amargura de estas ver­
dades, tratándose de compatriotas, debo declararos, y vosotros
lo sabéis, que la fidelidad de nuestros veteranos es incorrup­
tible. Sabíanlo bien los jefes de la conspiración, pero fingieron
e hicieron propagar entre los suyos, como estímulo poderoso,
que parte de la guarnición de la capital estaba vendida.
Algunos de aquellos conspiradores fueron arrestados antes, por
tener el gobierno conocimiento perfecto de sus maniobras
y compromisos, habiendo sido puestos en libertad median­
te promesas o seguridades que no cumplieron o no respetaron.
150 GUILLERMO TORRES GARCIA

Algunos de ellos se ocultaron en la capital en el momento


crítico, otros se pronunciaron fuera. Ni faltó quien, debiendo
;-ser después uno de los principales cabecillas en el departa­
mento de Cundinamarca, y de los que no se rindieron hasta
-el último momento, me pidiese audiencia privada, que le fué
-concedida, para ofrecerme sus servicios en caso de peligro,
en los términos más encarecidos, manifestando que así pro­
cedía no sólo por amigo de la paz y del trabajo honrado, sino
por motivos de especial gratitud hacia un gobierno que sabía
hacer justicia, como él lo había recientemente experimentado,
a todos los ciudadanos, sin excepción de personas ni distin­
ción de colores políticos. Podría extenderme sobre casos más
graves de perfidia; pero la pluma del magistrado se resiste a
ello, y el ejemplo citado basta para fallar.»
X

En marzo de 1896, el señor Caro resolvió retirarse del ejer­


cicio del poder ejecutivo. Sobre este asunto conviene tener
en cuenta ciertos antecedentes. Bueno es recordar que cuando
se trató de su candidatura para la vicepresidencia en la cam­
paña electoral de 1891, él la rehusó inicialmente, y que sólo
por especiales circunstancias convino al fin en aceptarla.. En­
cargado del gobierno en 1892 porque Núñez no quiso asumir
el mando, y no deseando permanecer largo tiempo al frente
de la administración pública, Caro, tan pronto entró a ejer­
cer el poder, hizo presentar un proyecto de ley en virtud de
la cual el presidente electo podría tomar posesión de la pre­
sidencia de la república en el lugar de su residencia y en­
cargarse del mando sin ningún otro requisito. ,A principios
de 1894, Caro insinuó a Núñez que asumiera la presidencia,
pero éste rehusó hacerlo; y luego, al reunirse'las cámaras
legislativas en aquel año, pidió licencia al senado para reti­
rarse del gobierno, licencia que le fué concedida, pudiendo
hacer uso de ella en cualquier tiempo. En momentos en que
Caro quiso dejar el poder a virtud de dicha licencia, estalló
la guerra de 1895, suceso que le obligó a continuar en el go­
bierno hasta que el país estuviera completamente pacificado.
Todo esto explica que sólo en marzo de 1896 fué. como dije
antes, cuando se retiró· del poder público.
152 GUILLERMO TORRES GARCIA

Alejado Caro del mando, encargóse del poder ejecutivo el


Designado, general 'Quintero Calderón. Por entonces existía
ya una ostensible división en el partido nacional, pues nu­
merosos elementos de origen conservador manifestábanse hos­
tiles e inconformes con Caro. Los independientes, en cambio,
permanecían firmes a su lado.
La forma en que el Designado quiso constituir su gobier­
no, llamando al ministerio de la política al señor Abraham Mo­
reno, a quien Caro consideraba adversario suyo y factor de
perturbación para la armonía que él deseaba mantener en el
partido nacional, dió motivo a que el vicepresidente improbase
tal designación y resolviese reasumir el mando. De ahí que
el gobierno del general Quintero Calderón hubiera sido flor
de un día.
Los motivos que indujeron al señor Caro a encargarse de
nuevo del poder, encuéntranse suficientemente detallados en
los siguientes documentos: carta de Caro al señor José Ma­
nuel Marroquín, de fecha 15 de marzo de 1896; telegrama de
Marroquín a Caro, del 16 de marzo, y respuesta de éste a
Marroquín, del 17 del mismo mes. Estos documentos dicen
así;

Sopó, 15 de marzo de 1896.


Señor Don José Manuel Marroquín.
Mi estimado amigo:
Recibí anoche su fina del 12, que le agradezco muchísimo.
No cabe en una carta todo lo que quisiera decirle de polí­
tica, haciendo uso de la confianza que me brinda su buena y
vieja amistad. Me limitaré a frases o pensamientos sueltos.
No permite otra cosa el estado de mi espíritu.
Mi única ambición hoy, se lo digo a usted delante de Dios,
es poder vivir tranquilo; pero es preciso que se me permita
disfrutar de este reposo. Lo he buscado, y he encontrado
mayor intranquilidad, sin culpa mía. Así lo digo al señor ge-
MIGUEL ANTONIO CARO 153

neral Quintero. El oleaje de la agitación de Bogotá y del país


entero llega a estas soledades.
No creí separarme del gobierno para promover una revo­
lución.
Los gobernantes son administradores de intereses colec­
tivos, políticos y económicos, y así como no pueden disponer
libremente del tesoro, tampoco pueden disponer a su arbitrio
de las influencias políticas. Los partidos son celosos y no
consienten en ese traspaso de herencias.
La atracción se efectúa en política por asimilación o in­
corporación, pero no por superposición.
Es gran error creer que se apacigua el enemigo trayén-
dolo a los primeros puestos. Se le ensoberbece, y los leales
amigos se resienten con justicia. No habría mejor medio para
venir al poder que hacer oposición; pero los partidos no
admiten tales evoluciones.
La armonía de los elementos cristianos no se obtiene nom­
brando cardenales protestantes.
Tales mixturas son tan peligrosas como la que hizo volar
a mi pariente Antonio Caro.
Sobreviene el conflicto, y de allí infaliblemente el esta­
llido.
Tampoco es política, para evitar un desastre que se teme,
anticiparlo, como quien abre la fortaleza a los asaltantes, por
temor de que la tomen por la fuerza.
El partido nacional está unido y es poderoso. Se ha sepa­
rado un grupo que reniega públicamente de la regeneración
y ataca la Constitución del 86.
Esos señores pueden venir al gobierno cuando tengan ma­
yoría para ganar elecciones o fuerza para ganar batallas;
antes, no. Esta es la ley universal en esa materia.
Todo nombramiento que en ellos se haga, por benevolen­
cia, puede usted desde ahora considerarlo anulado por la
lógica.
154 GUILLERMO TORRES GARCIA

El señor Abraham Moreno, que ha suscrito el manifiesto


revolucionario del general Vélez, ha sido nombrado ministro
de gobierno, que es el ministro de la política. Los «veintiu­
no» lo han excitado a que venga, y ha accedido a su invita­
ción. Posesionado, se apoyaría en ellos, les daría alas para
todo, surgirían forzosamente conflictos con los gobernadores, I1'
dimisiones, cambios... el desastre.
Por eso ese nombramiento no sólo ha traído la intranqui­
lidad a mi espíritu y al de mi familia, sino que ha sembrado
la alarma que usted está palpando en esa ciudad.
¿Qué se gana con esto? ¿A dónde se va por ese camino?
¿Quién, con la buena conciencia que usted tiene, se hace res­
ponsable de las consecuencias?
Si yo no tuviese responsabilidad, callaría; pero tengo gran
responsabilidad en todo lo que suceda, porque mi separación
es voluntaria.
No puedo consentir que el señor Moreno se encargue del
ministerio de gobierno. Si se insiste en eso, tendré que volver
a encargarme del poder. Ese paso sería para mí profunda­
mente doloroso, por el general Quintero, por sus actuales com­
pañeros, por mí mismo; hasta parecería extravagante; quizás
dirían algunos que me había separado de mala fe... pero ten­
dría que darlo arrostrando todas las consecuencias.
Pero antes quiero agotar las reflexiones y aun los ruegos.
Ya le he escrito al general reservadamente sobre esto, y es­
pero su resolución para tomar la mía.
Quiero, además, proceder con lealtad. Ustedes deben pre­
venir al señor Moreno, para que después no diga que se le
expuso a una burla.
Concreto en estos términos mi propuesta de conciliación:
Que los ministerios de gobierno y guerra queden en ma­
nos de probados nacionalistas, y no permaneceré alejado en
absoluto de los negocios públicos. El señor Molina, nombrado
para la guerra, satisface plenamente.
MIGUEL ANTONIO CARO 155

Es que si esos ministerios no están servidos por amigos,


no considero segura la causa, ni yo podré tener tranquilidad
de conciencia ni de espíritu. Quiero ser manso cordero, pero
no para dejarme degollar.
San Francisco de Sales (si no me engaño) dice que no
debe uno dar consejo indiscretamente, pero que si nos lo
piden, debemos darlo con franqueza. Usted me ha hecho el
honor de pedírmelo, y yo cumplo con la recomendación del
santo: influya usted, mi buen amigo, con todas sus fuerzas,
para que el general Quintero acepte lo que propongo y nom­
bre un ministró de gobierno que siendo de su confianza lo
sea también de la mía, y la paz de Dios será con nosotros.
Y como este consejo se refiere al bien público y también
a mi tranquilidad personal, además de consejo tiene el ca­
rácter de encarecida súplica de su personal amigo,
M. A. Caro.

Bogotá, 16 de marzo de 1896.


Señor Caro, Sopó.
. Resolución es aguardar, señor Moreno, y presentarle pro­
grama. Si no lo acepta, no se encargará de cartera. La po­
lítica del general Quintero es atraer el grupo adverso (que
se va engrosando) al gobierno que vuestra excelencia preside,
pero· sin comprometer los grandes intereses de la causa, que,
según expresión del mismo general, están radicados en vues­
tra excelencia. Recibí la carta de vuestra excelencia.
J. M. Marroquín.

Sopó, '17 de marzo de 1896.


Señor José M. Marroquín.—Bogotá.
El contenido sustancial del telegrama de usted y el si­
lencio que guarda para conmigo el señor general Quintero,
me persuaden de la inutilidad de mis desinteresados esfuer-
158 GUILLERMO TORRES GARCIA

zos, y me obligan a cumplir con mi palabra y con el más pe­


noso de los deberes. Afectísimo amigo,
M. A. Caro.

Los anteriores documentos, leídos con serenidad, dan toda


razón a Caro. En efecto, éste era entonces no solamente jefe
del Estado, sino también del partido nacional, partido que
con sus votos le había exaltado al poder público. En su ca­
rácter de jefe de la nación, Caro estaba en la obligación moral
de evitarle al país una crisis política de graves consecuen­
cias que parecía sobrevenir por causa de su retiro voluntario
del poder, y como jefe del nacionalismo no podía consentir,
por razones de lógica y de lealtad, que elementos desafectos
a ese partido viniesen, en ausencia suya, a dirigir la política
del gobierno. Su regreso al ejercicio del mando supremo era,
para él, obligado y necesario.
Como la política continuase muy agitada y confusa, entre
otras razones por el hecho de que Caro se hubiese puesto de
nuevo al frente del gobierno, esto llevóle a fijar sus ideas ante
la opinión pública sobre lo que él entendía por partido na-,
cional, para de esta suerte deslindar terrenos con sus adver­
sarios políticos. Del documento que con el título Declara­
ción sobre el Partido Nacional publicó Caro el 11 de julio de
1896, transcribo a continuación la parte más sustancial:
«El partido que ejerce hoy el poder público se compone
de los elementos que concurrieron a reintegrar la nación y
expedir la Constitución de 1886 y que hayan permanecido
fieles a esta bandera.
»Este partido es «conservador» en cuanto sostiene y con­
serva el orden constituido, el respeto a la autoridad y la con­
cordia con la Iglesia, base de la paz social.
»Pero no es este un partido reaccionario. El partido que
votó la Constitución de 86 no puede ser el mismo que había
MIGUEL ANTONIO CARO 157

votado la de 58, porque esta y aquella ley fundamental son


antagónicas.
»El partido que sustenta la Constitución de 86 se fundó
para efectuar y defender una gran transformación política
que se ha llamado regeneráción; es un organismo que tiene
principios y fines determinados, vida y desarrollo propios, y
por lo mismo, un nombre propio, cual es el hermoso nombre,
por él adoptado, de PARTIDO NACIONAL, bajo el cual, y
con la obra que ha realizado, se presentará ante el tribunal
de la posteridad.
»Considero que este gran partido no se compone de agru­
paciones rivales, sino de individuos. Juzgo impolítico y per­
nicioso (sóbenlo bien cuantas personas han tenido mi con­
fianza) el empeño de suscitar rivalidades de grupos en el
seno de esta gran colectividad, tratando de disociar lo que la
patria, y—dígolo según mi conciencia—lo que Dios ha unido
para la salvación de Colombia.
»Cada individuo tiene en el partido nacional el puesto
que le corresponde, según sus servicios, sus méritos, su lealtad.
El presidente de la república confiere empleos, pero no crea
méritos. Cada individuo merece lo que le es debido, según
sus obras en relación con la obra común, no según los mé­
ritos o deméritos de otros individuos.
»Yo no he excomulgado a nadie, porque no tengo esa fun­
ción ni ese poder.
»Considero miembros del partido nacional a todos los que
sostienen la Constitución de 86 y el orden establecido. Nin­
guna disensión de carácter puramente personal ha perturba­
do mi criterio político. Los que han renegado públicamente
de la obra de la regeneración y del partido nacional, se han
ido porque han querido, por despecho, o por falta de fe, o
por cualquier motivo, pero no porque haya sido injusta o ar­
bitrariamente excluido ninguno de ellos.
»Los leales hemos visto con pena, y alguna vez con gran-
158 GUILLERMO TORRES GARCIA

dísima pena, esas defecciones, pero sin poderlo remediar, por­


que a ellos, a los que han querido romper la unidad, es a
quienes toca remediarlo por medio de una sincera y franca
retractación. ¡Lástima que tanto falte la virtud de la humil­
dad, que ensalza tanto, y es base de todas las virtudes!
»Mas por lo mismo que miramos esas defecciones con do­
lor,, no hemos podido verlas con indiferencia o risa, como pe­
cados veniales o juegos de niños;- porque la cuestión que se
debate es demasiado seria, y si pudiésemos mirar con indi­
ferencia volteriana el sí y el no, la fidelidad a la causa y el
desgarramiento de ella, no tendríamos fe ninguna, y sería­
mos sacerdotes y pontífices de farsa.»
Para mediados de 1896, según ya lo anoté, reinició el señor
Martínez Silva en el Repertorio Colombiano su gran campaña
de oposición a Caro, oposición que al estudiarla cuidadosa­
mente en las páginas de aquella célebre revista, deja la im­
presión de que su fin primordial era lograr la desintegración
del partido nacional por virtud de la separación de los con­
servadores de aquella colectividad política.
Con este pensamiento y valiéndose de argumentos que
impresionaron vivamente a los conservadores, que les agitara
su sensibilidad política y les robusteciera su conciencia co­
lectiva o sea la convicción de que debían organizarse como
• partido propio e independiente, sin entrar en fusiones ni
alianzas con nadie, Martínez Silva empezó por atacar las ins­
tituciones de 1886 (instituciones que en época anterior había
defendido con mucho entusiasmo), sosteniendo que ellas eran
obra casi exclusiva de Núñez y de Caro y que no represen­
taban de un modo genuino las doctrinas tradicionales del
partido conservador, sino únicamente en los dos puntos ca­
pitales de la unidad y el reconocimiento de los derechos de
la Iglesia. «Don Mariano Ospina, don José Eusebio Caro, don
Julio Arboleda, don Pedro Fernández Madrid, don Sergio Ar­
boleda, don Vicente Cárdenas, don Pedro Justo Berrío, no ha-
MIGUEL ANTONIO CARO 159

brían suscrito, en todas sus partes, la obra del consejo na­


cional constituyente», escribía Martínez Silva.
Sostenía él igualmente que de la Constitución de 1886
no podía decirse que hubiera sido dictada por el partido con­
servador, porque éste no la había conocido oportunamente,
ni había tenido tiempo de estudiarla por medio de la prensa
antes de su expedición, ni habían concurrido a elaborarla re­
presentantes suyos libremente elegidos.
Con estas tesis, era claro que se fomentaba entre los con­
servadores un sentimiento separatista en relación con el par­
tido nacional, Y como Martínez Silva no les dio a ese partido
ni a Caro un sólo momento de tregua en su campaña de
oposición, ya que en ella desplegó una tenacidad verdadera­
mente extraordinaria durante varios años, el tiempo y la cons­
tancia en la lucha vinieron a ser factores propicios para lo­
grar el fin que se proponía, pues lo cierto es que rápida y
progresivamente los conservadores fueron abandonando las
filas del nacionalismo para afiliarse a las de la oposición que
Martínez Silva encabezaba.
En la vía de disolver el partido nacional, Martínez Silva
mostró singular empeño desde la iniciación de su campaña,
en establecer una diferenciación entre conservadores y nacio­
nalistas, para con ella distinguir los campos de acción polí­
tica. Y al acentuar esta diferenciación, sostuvo enfáticamente
que el nacionalismo y el conservatismo eran «dos causas dis­
tintas aunque en algunos puntos se encuentran de acuerdo».
Esas fueron sus palabras.
Por razones de táctica en su guerra al nacionalismo, Mar­
tínez Silva defendía con habilidad, cada vez que la ocasión
se presentaba, los intereses del liberalismo, partido que él
había siempre combatido con gran vigor desde sus primeros
años de juventud, especialmente durante la primera época
de su revista Repertorio Colombiano, que comprende los años
1878 a 1886; pero claro está que tales defensas las hacía con
160 GUILLERMO TORRES GARCIA

el exclusivo objeto de conquistar para la oposición política


que él acaudillaba, la simpatía del partido liberal, que indu­
dablemente era un factor de mucha importancia.
Martínez Silva, en su crítica política a Caro, mostróse justo
algunas veces, pero también injusto en ciertas ocasiones. A
Caro le censuró hasta detalles adjetivos en sus actos políticos
y no dejó pasar inadvertido el más leve movimiento del jefe
del nacionalismo. Su oposición fué vigilante, severa, tenaz, há­
bil, atrevida, ilustrada, vehemente unas veces y otras veces
sobria, elevada siempre, pero sobre todo, eficaz y decisiva,
porque obtuvo el fin perseguido con ella, o sea la desintegra­
ción del partido nacional.
Véase como ejemplo de la minuciosidad con que Martí­
nez Silva censuraba los actos del vicepresidente Caro, estos
dos casos de crítica de relativa importancia:
l.° Refiriéndose al mensaje que Caro dirigió a las cáma­
ras legislativas con motivo de la apertura de sus sesiones or­
dinarias de 1896, Martínez Silva comentaba:
«En el mensaje dirigido por el señor vicepresidente al
congreso, no se encuentra el cuadro comprensivo de «los ac­
tos de la administración», que prescribe como un deber el.
inciso 3.” del artículo 118 de la Constitución. Este documento,
único en su clase desde el origen de la república hasta esta
fecha, no contiene ni un dato, ni una indicación, ni una re­
ferencia siquiera a ningún asunto administrativo. No parece
dirigido a un cuerpo legislador llamado a tomar cuentas de
la gerencia de la cosa pública, sino a un club político; es,
más que un papel de Estado, un artículo de periódico, por su
tono y por su estilo, en el cual aún se advierten especies y
pormenores que no parecen propios de tan alta pieza oficial.»
En esta crítica, Martínez Silva, que era grande, se mues­
tra pequeño, pues aborda un tema adjetivo de poca trascen­
dencia, por tratarse de un detalle administrativo y de una
simple forma de procedimiento empleada por el jefe de la
MARGARITA CARO DK HOLCUÍN. HERMANA DE MIGUEL ANTONIO
MIGUEL ANTONIO CARO 161

nación. Verdad es que el presidente de la república está obli­


gado a «presentar al congreso, al principio de cada legisla-,
tura, un mensaje sobre los actos de la administración», por­
que esto lo dispone la Constitución en los términos que acabo
de transcribir; pero es obvio que al jefe del Estado le asiste
la necesaria libertad de criterio para juzgar cuáles de esos
actos de la administración son los más importantes y los
que merecen ser expuestos preferentemente al legislador, por­
que el mensaje a que se refiere la Constitución no debe en­
tenderse en el senido de que sea una especie de inventario
de cuanto ha ocurrido, ni una relación detallada de todos los
actos de la administración pública, pues si así fuere, no sólo
sería un documento muy extenso y prolijo, sino que además
esta relación pormenorizada vendría a tenerla el congreso
por duplicado, ya que la Constitución dispone que los minis­
tros también deben presentar al congreso «dentro de los pri­
meros quince días de cada legislatura, un informe sobre el
estado de los negocios adscritos a su Departamento, y sobre
las reformas que la experiencia aconseje que se introduzcan».
En el mensaje del señor Caro al congreso de 96 evidente­
mente no se encuentran ni el minucioso inventario de los
negocios administrativos, ni los copiosos datos y referencias
que Martínez Silva echaba de menos, pues ese documento prác­
ticamente se refiere a la guerra de 1895, a las -elecciones y
a cuestiones relacionadas con la prensa de oposición y la ley
de imprenta. Caro, haciendo uso de su libertad para apreciar
la importancia de los asuntos sobre los cuales debía llamar
la atención del cuerpo legislativo y estimando que la guerra
civil, la cuestión electoral y las relativas a la prensa y a la
ley de imprenta eran por aquel tiempo de mucha entidad, re­
solvió limitar su mensaje a tales asuntos; por manera que si
dicho documento no se extendía a todos los frentes adminis­
trativos, en cambio sí trataba con la atención debida los más
graves negocios que entonces se tenían delante, entredós cua-
11
162 GUILLERMO TORRES GARCIA

les figuraba, en primer término, el problema vital de la paz


pública.
2.° El señor Miguel Abadía Méndez había sido elegido
por el senado miembro suplente del Consejo de Estado y de­
bía tomar posesión de su cargo ante el presidente de la re­
pública. El señor Caro rehusó recibirle en palacio y por tanto
no le dió posesión, alegando que a él no podía exigírsele que
recibiera en su casa a un enemigo personal suyo.
Martínez Silva, al comentar este incidente, decía:
«De todo lo cual se deducen tres conclusiones:
»1.* Que el presidente de la república tiene amigos y ene­
migos personales, oficialmente reconocidos y clasificados;
»2.* Que el cumplimiento de los deberes legales impues­
tos al presidente de la república, está tácitamente subordi­
nado, en ciertos casos, a sus amistades o enemistades perso­
nales; y
»3.1 Que el edificio público llamado palacio de gobierno,
se considera casa particular del presidente, aun para el efecto
de actos meramente oficiales.»
En estas observaciones, Martínez Silva tenía razón, pues
indudablemente el señor Caro no podía dejar de cumplir una
obligación legal por consideraciones exclusivamente persona­
les. Aún en el caso de que el señor Abadía Méndez hubiera
sido enemigo personal del vicepresidente (que no lo era), este
último no podía negarse a dar a aquél posesión del cargo para
el cual había sido designado, porque, entre otras cosas, tal
procedimiento equivalía a desconocer una elección efectuada
regularmente por el senado. Supóngase que el señor Abadía
Méndez fuese en aquella época presidente de la cámara de
representantes, y que en tal carácter hubiese solicitado au­
diencia al presidente de la república. ¿Podría admitirse
que el señor Caro no recibiera al presidente de la cámara
popular por considerar que el señor Abadía Méndez era
su enemigo personal? Claro es que no, porque en el caso
MIGUEL ANTONIO CARO 163

supuesto, dicho señor no iba a entenderse con el presiden­


te de la república en forma personal, sino como presidente
de una de las cámaras legislativas. Lo mismo ocurría cuando
el señor Abadía Méndez solicitó que se le recibiese para to­
mar posesión de un cargo público, pues no era él personal­
mente quien sería recibido por el vicepresidente Caro, sino
un miembro del Consejo de Estado con credencial legítima
emanada del senado de la república. Tratábase, en consecuen­
cia, de un asunto oficial y no privado.
A mediados de septiembre de 1896 un trueno gordo debía
resonar en el campo político. El periódico bogotano La Epoca
lanzó la candidatura del general Rafael Reyes para la presi­
dencia de la república en el período de 1898 a 1904. Esta
candidatura se proclamaba «a nombre de la unidad del par­
tido nacional» y aparecía con las firmas de varios senadores
y de casi todos los miembros de la cámara de representantes.
Días después, otro diario de Bogotá, proclamaba igualmen­
te la candidatura Reyes con las firmas de algunos senadores
y representantes, y esta proclamación se hacía en nombre
del partido conservador.
El hecho curioso de que el general Reyes apareciese como
candidato de las dos corrientes en que el partido de gobierno
se hallaba ya dividido, produjo, como era natural, desconcier­
to y perplejidad. Por una parte, no se sabía a ciencia cierta
cuál sería la actitud del señor Caro como jefe del nacionalis­
mo; por otra parte, tampoco se conocía la decisión que en
punto de candidaturas tomaría definitivamente la corriente
de oposición a Caro y, por otra, en fin, se ignoraban las opi­
niones del general Reyes (quien por entonces vivía en Europa);
y, sobre todo, nada se sabía acerca de su posición respecto al
gobierno y a la corriente oposicionista
Paralelamente a la candidatura Reyes, en varias pobla­
ciones de la costa atlántica, fué lanzada la candidatura del
señor Caro. Esta circunstancia originó automáticamente un ac­
164 GUILLERMO TORRES GARCIA

tivo movimiento entre los partidarios del vicepresidente para


inclinarlo a que aceptase dicha candidatura, pues Caro habíase
apresurado a manifestar a varios amigos suyos su deseo de no
ser candidato. De todas maneras, la palabra reelección que­
daba en el ambiente y ello tendría no pocas consecuencias,
como adelante se verá.
Este era el estado de cosas en el orden político al concluir
ifil año 1896.
En ese mismo año el gobierno de Caro efectuó dos nego­
ciaciones importantes. Refiérome al arreglo relativo a nues­
tra deuda exterior y a los tratados celebrados con el gobierno
de Venezuela.
El arreglo sobre nuestra deuda externa fué el llamado
Convenio Roldán-Passmore, suscrito en Bogotá por el señor
Antonio Roldán, ministro de gobierno, encargado del despa­
cho del tesoro, y el señor Frank B. Passmore, representante
del Comité de Tenedores de Bonos extranjeros de Londres,
convenio por el cual los acreedores extranjeros rebajaron el
capital nominal de la deuda colombiana de £ 3.514.442 a
£ 2.700.000. Los nuevos bonos que se emitieron a virtud de
este arreglo, por valor nominal de £ 2.700.000 y sustitutivos
de todos los anteriormente emitidos por la república, gana­
ban inicialmente un interés de 1 y 1/2 por 100 anual, interés
que iba aumentándose cada tres años en 1/2 por 100 hasta
llegar al tipo máximo del 3 por 100. Estos bonos tenían un
fondo de amortización de 1/2 por 100 anual a partir del l.°
de enero de 1900, aumentando en 1/2 por 100 cada tres años
hasta llegar al 1 y 1/2 por 100. Dicho fondo debía invertirse se­
mestralmente en tales bonos por remates o compras en el
'mercado, mientras su precio fuera inferior a la par, y en
pago de sorteos al 60 por 100 mientras los bonos devengaran
menos del 3 por 100, y al 70 por 100 cuando su interés al­
canzara al 3 por 100 en el caso de que su cotización llegara
o superara a la par.
MIGUEL ANTONIO CARO 165

A los bonos no se les asignó garantía específica alguna que


asegurara su servicio, sino la firma de la nación.
Tal fué, en síntesis, el arreglo efectuado por el gobierno
de Caro con nuestros acreedores extranjeros.
Este convenio, ajustado a las dificultades fiscales y a las
posibilidades reales de la nación en aquellos tiempos, todo
ello reconocido por los acreedores, fué rigurosamente cum­
plido por Colombia hasta 1899, año en que la república sus­
pendió el servicio de la deuda por causa de la guerra civil.
A Caro, pues, debe reconocerse que su gobierno regulari­
zó nuestra deuda exterior, que restableció su servicio después
de dieciséis años de haber estado suspendido y que a éste
lo atendió puntualmente a pesar de las dificultades fiscales-
de la época.
Como información complementaria, conviene recordar que
el arreglo inmediatamente anterior al Convenio Roldán-Pas-
smore de 1896, fué el Convenio Pérez-O’Leary de 1873, sus­
crito en Gogotá por el señor Felipe Pérez, secretario del tesoro
del presidente Murillo, y el señor Carlos O’Leary, representan­
te de los acreedores extranjeros; y que el arreglo inmediata­
mente posterior al mismo Convenio Roldán-Passmore de 1896*
fué el Convenio Holguín-Avebury de 1905, celebrado en Lon­
dres por el señor Jorge Holguín, agente fiscal de la república
en Europa, y Lord Avebury, presidente del Comité de Tene:
dores de Bonos Extranjeros de Londres.
Los tratados celebrados con el gobierno de Venezuela
eran dos: uno, de paz, amistad y alianza defensiva; y otro,
de navegación, comercio fronterizo, comercio de tránsito y
ejecución del laudo de límites entre los dos países. Estos
tratados se negociaron en Bogotá y los firmaron el señor Jor­
ge Holguín, ministro de relaciones exteriores y el señor Mar­
co A.. Silva Gandolphi, ministro plenipotenciario de Vene­
zuela.
Ambos pactos, sometidos por el gobierno a la ratifica­
166 GUILLERMO TORRES GARCIA

ción legislativa en las sesiones extraordinarias del congreso


de 1896, fueron mal recibidos por la opinión pública, espe­
cialmente el relativo a la navegación, al comercio y a la
ejecución del laudo de límites. Ya que el tratado que tuvo
mayor oposición fué éste último, me ocuparé de él exclusiva­
mente con algunas someras anotaciones.
Como para apreciar debidamente una negociación inter­
nacional es necesario conocer sus antecedentes, procedo a
dar noticia de los pertinentes a este tratado. Dichos antece­
dentes hállanse detalladamente relatados en la exposición
que el ministro de relaciones exteriores hizo al senado el
día 9 de diciembre de 1896. De tal exposición transcribo lo
más esencial:
«Obedeciendo a su destino, los dos países se han tomado
el trabajo de ser justos en el cultivo de sus mutuas relacio­
nes : ambos se han conservado en el carril de la razón y de
allí el que ninguno de los dos haya querido extremar su
derecho, esforzándose por el contrario en dejarse uno a otro
gratas impresiones.
»En los tratados que celebraron sus plenipotenciarios en
1881 y 1886, sometiendo el pleito de límites que tenían pen­
diente, a la elevada decisión del gobierno español, se esti­
puló que la sentencia que dictara el árbitro sería inapelable
y que quedaría ejecutoriada desde que se publicase en la
Gaceta de Madrid.
»El laudo fué dictado por la corona de España el 16 de
marzo de 1891 y, sin embargo, ninguno de los dos países se
apresuró a tomar posesión de lo que conforme al mismo
laudo le correspondía.
»Fué después de transcurrido algún tiempo cuando Co­
lombia manifestó a Venezuela su propósito de proceder en
tal sentido.
»El gobierno venezolano aceptó con buena voluntad tal
MIGUEL ANTONIO CARO 167

determinación, pero solicitó un plazo para recabar del con­


greso ciertas autorizaciones.
»Disuelto el congreso que se había reunido al efecto sin
tomar las medidas que aquel gobierno había considerado
necesarias, Colombia llamó la atención sobre aquel olvido,
manifestando su deseo de que se diera cumplimiento a la sen­
tencia y negándose resueltamente a prolongar el plazo.
»Estas manifestaciones dieron lugar a aquella larga co­
rrespondencia que se cruzó entre la cancillería venezolana
y nuestra legación en Caracas, en la cual ésta sostuvo, con
grande acopio de razones, el derecho de Colombia a la eje­
cución del laudo, con prescindencia de cualesquiera medi­
das extrañas a la sentencia.
»Como dije en el informe que tuve la honra de presen­
taros el 20 de julio de este año, la guerra civil que afligió
a Venezuela en 1892 puso por el momento término a aque­
lla correspondencia.
»Algún tiempo después, en 1893, Venezuela acreditó una
legación de primera clase a cargo del señor don J. A. Unda,
con quien mi honorable antecesor el señor don Marco Fidel
Suárez ajustó el proyecto de tratado sobre navegación y co­
mercio fronterizos y de tránsito que se firmó el 24 de abril
de 1894.
»En el acta que los mismos plenipotenciarios firmaron
antes de celebrar el tratado (el 4 de abril de 1894) constan
las siguientes declaraciones.
»1.* El enviado extraordinario y ministro plenipoten­
ciario de Venezuela declara que su gobierno ha aceptado y
acepta, como es natural e indispensable, el laudo pronun-
' ciado por Su Majestad, el Rey de España en 16 de marzo
de 1891, por el cual fijó el árbitro, como juez de derecho, la
lina divisoria que en 1810, separaba el virreinato de Santa-
fé, de la capitanía general de Venezuela, y a la cual se refi­
rió el tratado de arbitramento y compromiso de .14 de sep­
168 GUILLERMO TORRES GARCIA

tiembre de 1886, celebrado entre Venezuela y Colombia, con


el propósito de dirimir, definitivamente, la controversia que
había existido entre ellas sobre la verdadera situación del
común lindero, según el uti possidetis de 1810, base reconoci­
da de sus respectivos derechos territoriales; y que en con­
secuencia de esto, y en cumplimiento de las estipulaciones
contenidas en el tratado de arbitramento de 1886, las exten­
siones de territorio separadas por aquella línea divisoria de
1810 fijada por el laudo, quedaron siendo ipso jacto, propie­
dades territoriales de las dos naciones respectivamente y
éstas desde luego con perfecto derecho de dominio y juris­
dicción sobre ellas, así como consiguientemente de posesión
y ocupación de los territorios correspondientes.
»2.a El enviado extraordinario y ministro plenipoten­
ciario de Venezuela ha expuesto además que, existiendo en­
tre esta república y la de Colombia muchas relaciones cuya
reglamentación positiva está en la actualidad pendiente de
nuevos tratados públicos, y considerando el gobierno de Vene­
zuela que entre los intereses comunes a que estas relaciones
se refieren hay muchos económicos y políticos que están
íntimamente conexionados con la línea de frontera común, y
que serían muy favorecidos por un acto de noble voluntad
de parte de Colombia, en que se hiciese la rectificación de
algunos puntos de la línea de frontera, ha sometido en sus
conferencias con el señor ministro de relaciones exteriores,
estas miras y propósitos del gobierno de Venezuela, con el
carácter de completamente amistosas y fraternales.
»3.a El enviado extraordinario y ministro plenipoten­
ciario de Venezuela, expuso también que una vez terminado
de acuerdo con el uti possidetis de derecho, y en virtud de
la sentencia arbitral, el litigio sobre límites entre los dos
países, nada impide el que los gobiernos de Venezuela y Co­
lombia, dejando en salvo la validez y el carácter definitivo e
inapelable del laudo, adopten las modificaciones a que se han
MIGUEL ANTONIO CARO 169

referido, teniendo en mira sus mutuas conveniencias y el


desenvolvimiento de sus comunes intereses, y compensán­
dose recíprocamente en la forma que encuentren más pro­
vechosa.
»4.a El ministro de relaciones exteriores de la repúbli­
ca de Colombia hace constar que habiendo oído en sus con­
ferencias con el señor ministro de Venezuela, la exposición
hecha por éste de las ideas que preceden, y de acuerdo con
instrucciones especiales del gobierno colombiano, ha manifes­
tado al señor representante de Venezuela que hallándose en
las justas consideraciones y propósitos del gobierno de dicha
nación, salvada la efectividad de la sentencia arbitral y la
integridad de los derechos que para ambos países se des­
prenden del laudo y del tratado de 1886, y consultados al
propio tiempo con equidad, elevación de miras y cordialidad
internacional los intereses comunes a las dos naciones, el go­
bierno de Colombia acepta en principio general la proposición
del gobierno de Venezuela sobre algunas modificaciones
en la línea fronteriza, las cuales se determinarán al pac­
tarse los tratados que están a punto de considerarse y cele­
brarse sobre el comercio y la navegación entre Colombia y
Venezuela, de manera que los intereses comunes queden
equitativamente compensados.
»De acuerdo con estas declaraciones los susodichos ple­
nipotenciarios firmaron el proyecto de tratado «sobre nave­
gación y comercio fronterizos y de tránsito» de 24 de abril
de 1894 a que me he referido, en el cual se hicieron a Vene­
zuela las mismas, exactamente las mismas concesiones terri­
toriales que se hacen en el que ahora se está discutiendo.
»Conviene observar, que guiado por el interés nacional
y ansiando allegar las mayores probalidades de acierto, el
señor Suárez antes de firmar este tratado, consultó las opi­
niones de una Junta privada, compuesta de ciudadanos de
todos los partidos, a la cual concurrieron los señores Aníbal
170 GUILLERMO TORRES GARCIA

Galindo, Vicente Resprero, Rafael Reyes, Luis A. Robles,


Antonio Roldán, Teodoro Valenzuela y Jorge Holguín. Ha­
blando de esta Junta y refiriéndose a los señores que la for­
maron, el mismo señor Suárez dice en su informe de 1894:
«Ellos favorecieron al gobierno con su dictamen, que estuvo
conforme con las ideas que acabo de expresar y con la línea
de conducta que se ha seguido en la preparación de un arre­
glo cuya definitiva calificación tendrá que ser la más acer­
tada y patriótica, puesto que ha de depender de vuestras re­
soluciones.» Consta en el mismo informe que el señor Ma­
riano Tanco no asistió a la Junta por estar ausente, pero
que luego se sirvió expresar su dictamen, que resultó armó­
nico con el de los demás invitados.
»A pesar de que conforme al artículo 48, el expresado
proyecto de tratado debía ser ratificado primero por el pre­
sidente de los Estados Unidos de Venezuela, previa la apro­
bación constitucional del congreso venezolano, y luego por el
presidente de Colombia, previa la aprobación constitucional
del congreso colombiano, el señor Suárez presentó copia de
él y de todos los documentos relacionados con él, al senado
de Colombia, en las sesiones de aquel año (octubre de 1894).
»El silencio que guardó el senado sobre tan importantes
documentos, fué interpretado por este ministerio como sín­
toma inequívoco de aprobación.
»Comoquiera que sea, y no obstante el amplio espíritu
de conciliación que domina en todas sus cláusulas, el trata­
do no solamente no fué aprobado por Venezuela, sino que
su gobierno propuso, en un contraproyecto, veinticuatro
modificaciones, alegando que varias estipulaciones del tra­
tado modificaban la legislación fiscal de su país.
»Aun cuando tales modificaciones eran (como ya lo he
dicho en otra parte) un supuesto necesario y admitido desde
el principio por el representante venezolano, el gobierno de
Colombia, animado por el espíritu de la fraternidad, convi-
MIGUEL ANTONIO CARO 171

no en reconsiderar lo pactado y acordó, con el mismo repre­


sentante, algunas modificaciones, entre las cuales se conta­
ba la perpetuidad de la servidumbre <ie Atures y Maipures,
concedida por Colombia.
»Si se tiene en cuenta que, conforme al Derecho Inter­
nacional, una nación que es dueña de la parte superior de
un río navegable, tiene derecho a que la nación que posee
la parte inferior no le impida la salida al mar, aquella con­
cesión no fué de gran valía; pero si se recuerda que Vene­
zuela, profesando doctrina contraria, se ha reservado la fa­
cultad de legislar sobre la navegación de sus ríos, restrin­
giéndola sin sujeción a ninguna regla fija, se comprende que
la concesión fué de grande importancia.
»Venezuela no le atribuyó mayor significación, y es lo
cierto que su representante en Bogotá, en nota de 10 de
septiembre de 1894, puso en conocimiento de este ministe­
rio «que por oficio de su gobierno de 18 de agosto del men­
cionado año, se había participado a esa legación que no ha­
biendo sido posible al gobierno de Venezuela avenirse a las
últimas formas bajo las cuales había indicado el gobierno
de Colombia que aceptaría las modificaciones propuestas por
parte de Venezuela, al tratado de 24 de abril de 1894, y con­
siderando aquel gobierno estas modificaciones como indis­
pensable complemento para el del tratado mencionado, ha
considerado éste sin efecto, razón por la cual no fué some­
tido a la deliberación del congreso.
»Al mismo tiempo llegó también a este ministerio la no­
ticia de que el congreso venezolano por acuerdo de 21 de
agosto de 1894, había aprobado el laudo y autorizado al pre­
sidente de la república para que de consuno con el gobierno
de Colombia, dictara en ejercicio y cumplimiento del laudo
librado sobre límites por el gobierno de Su Majestad el Rey
de España, el 16 de marzo de 1891, las providencias nece­
sarias al efecto, tales como el nombramiento de una comi­
172 GUILLERMO TORRES GARCIA

sión mixta que determine el nuevo alinderamiento por


medio de la fijación y colocación de mojones en aquellos luga­
res en que la naturaleza del territorio no ofrezca separacio­
nes precisas; la reglamentación a que debe obedecer el ejer­
cicio de la servidumbre de que habla el penúltimo aparte
de la sentencia arbitral; la manera de efctuar la entrega y
posesión de los territorios disputados; el modo de proceder
aquella comisión y, en fin, la indicación de los demás medios
prácticos para llevar a cabo el fallo relativo de España.
»En el mensaje que con fecha 27 de octubre de 1894 diri­
gió el excelentísimo señor vicepresidente de la república,
encargado del poder ejecutivo, a los honorables senadores
y representantes de Colombia, enviando el dicho tratado ce­
lebrado con la legación de Venezuela, las modificaciones que
a él propuso el gobierno de la misma nación y la correspon­
dencia referente a este negocio, dió cuenta también del
acuerdo del congreso venezolano sobre ejecución del laudo
y manisfestó que creía conveniente que se expidiera una
ley armónica, en virtud de la cual pudiera procederse a veri­
ficar las operaciones que son consecuencia necesaria del
mismo laudo.
»El congreso, que cerró sus sesiones el 16 de noviembre
de 1894, no tomó en consideración el asunto y con este moti­
vo el gobierno se consideró facultado para dictar las medi­
das que fueran necesarias para obtener aquel fin. Preparán­
dolas estaba cuando estalló la guerra que atormentó a
Colombia en 1895.
»No bien disipado el humo de los combates, anuncióse
la llegada a Bogotá de un nuevo representante de Venezue­
la. En efecto, poco tiempo después, el 26 de agosto de 1895,
fué recibido en audiencia pública, en clase de enviado extra­
ordinario y ministro plenipotenciario el señor general don
Marco A. Silva Gandolphi, quien habiendo manifestado el
encargo que tenía de reanudar las interrumpidas negociacio-
MIGUEL ANTONIO CARO 173

nes, las continuó con mis honorables antecesores los seño­


res Suárez y Uricoechea.
»A ningún resultado práctico llegaron, entre otros moti­
vos, porque las proposiciones de Venezuela habían sufrido
transformación completa en punto importantísimo para
.Colombia.
»Proponía Venezuela cambiar la porción territorial que
Colombia le había ofrecido en la región de Atabapo por otra
que debía quedar comprendida entre la línea del laudo en la
región de Atures y Maipures y el paralelo del apostadero
del Meta, bajando este río hasta encontrar el Vichada, y si­
guiendo aguas 'abajo de este mismo río hasta su desembo­
cadura en el Orinoco.
»Negada rotundamente esta solicitud, propuso con ins­
tancias muy vivas una nueva línea que partiendo del mis­
mo apostadero terminase en la desembocadura del Vichada.
En este estado estaban las negociaciones cuando me hice
cargo del ministerio de relaciones exteriores.
»Comprendiendo su importancia y apreciando con exac­
titud la pobreza de mis conocimientos insté al señor vicepre­
sidente de la república para que nombrara un plenipoten­
ciario especial que fuera principal colaborador en tarea tan
grave y difícil.
»Este encargo para el cual fué nombrado el señor doctor
Aquileo Parra, quien se excusó por el mal estaco de su salud,
se confió al mismo señor Suárez, que con tanto lucimiento
había redactado el proyectado tratado Unda, del cual el pre­
sidente titular, señor doctor Rafael Núñez dijo, en el número
894 (8 de marzo de 1894) en El Porvenir de Cartagena:
»Se nos comunica de Bogotá la grata nueva de haberse re­
suelto por medio de protocolo el delicado problema del laudo,
en términos tan satisfactorios para nuestro honor y derecho
como para la afirmación de las relaciones fraternales entre los
pueblos unidos por tantos vínculos. Era éste el asunto de más
174 GUILLERMO TORRES GARCIA

trascendencia que ocupaba a nuestro gobierno, pues todo lo


demás es secundario y de fácil arreglo; no tenemos palabras
con qué elogiar debidamente la sabiduría del excelentísimo se­
ñor Caro y del dignísimo ministro de Relaciones Exteriores.
»Muchas y muy largas fueron las conferencias que tuvi­
mos el señor Suárez y yo con el señor general Silva Gan-
dolphi.
»Varias veces, en vista de las dificultades que presentaban
las exigencias de Venezuela y temiendo que no fuera posible
llegar a un arreglo igualmente satisfactorio para los dos paí­
ses, estuvimos a punto de romper las negociaciones y exigir
rigurosamente el cumplimiento del laudo.
»Pero nos detuvo siempre la consideración de los peligros
que llevaba consigo una determinación semejante, tan pre­
ñada de responsabilidades en el sentir de los que estábamos
en la intimidad de las cosas, y la cual no podía ser tomada
con perfecto derecho sino por el Congreso.
»En tratándose de asuntos de tan alta y trascendental
importancia, de donde pueden surgir complicaciones inespe­
radas, es lícito el traspaso de responsabilidades.
»Si por un rompimiento de las negociaciones llegara el
caso de que la nación tuviera que hacer un ensayo de su vigor
militar, estaba más conforme con los dictados de la razón y
de la previsión que fuera ella misma la que, por medio de sus
representantes y con el concurso de los órganos más carac­
terizados de la opinión, echara sobre sí el peso de tan tre­
menda responsabilidad.

»Producto de las conferencias que tuvimos el señor Suá­


rez y yo con el representante de Venezuela, son los tratados
que en este momento se discuten.
»El de navegación y comercio fronterizos y de tránsito
y sobre ejecución del laudo de límites entre las dos repúbli­
cas, es copia textual, en la parte referente a cesión territorial,
MIGUEL ANTONIO CARO 175

.del celebrado por los señores Suárez y Unda y que mereció


la aprobación del presidente titular señor Núñez, del expre­
sidente señor Holguín, del vicepresidente señor Caro y la de
los hombres de Estado que los acompañaron en el gobierno.
.»A pesar de estos votos de aprobación tan respetables, el
señor Suárez y yo, obedeciendo a instrucciones del excelentí­
simo señor vicepresidente de la república, quien ha deseado
dejar este asunto en términos tales, que nada pueda impedir
que el congreso lo resuelva, como se lo aconsejen su sabiduría
y previsión, estipulamos como condición indispensable para
la terminación de los proyectados tratados el que se exten­
diese y firmase previamente el acta que los acompaña, en la
cual se estipula expresamente:
»1.° Que en caso de que el tratado mencionado no fuere
aprobado por el congreso de Venezuela en sus próximas se­
siones o por el de Colombia en sus sesiones actuales, quedarán
rotas y sin ningún valor ni efecto las negociaciones que hasta
hoy han tenido lugar sobre las materias a que dicho tratado
se refiere, así como el pacto de alianza defensiva ajustado
también en esta fecha;
»2.° Que en ese mismo caso, es decir, en el supuesto que
el tratado dicho no fuere aprobado, cada una de las dos repú­
blicas reasumirá la posición y derechos que le reconoció la
sentencia arbitral de límites y podrá proceder a. tomar pose­
sión de los territorios que le fueron adjudicados, reservándose
la facultad de legislar respecto de navegación y comercio fron­
terizos del modo que mejor convenga a sus intereses políticos
y económicos, de acuerdo con el Derecho Internacional;
3.° Que en el mismo caso, de la no aprobación del trata­
do sobre navegación y comercio fronterizos y de tránsito, y
sobre ejecución del laudo de límites, cada gobierno hará in­
mediatamente los nombramientos que le corresponden para
la constitución de la comisión mixta que debe fijar en el te­
rreno las secciones artificiales de la frontera, y dictará las
176 GUILLERMO TORRES GARCIA

demás disposiciones necesarias para el amojonamiento y para


la formal entrega de los lugares y regiones que habían venido
bajo su jurisdicción y que según los términos del laudo, de-
• ben pasar a las del otro'; y
»4.° Que si por algún caso, que no sea el de guerra, cual­
quiera de las dos naciones se viere imposibilitada para eje­
cutar inmediatamente el laudo, dictando las providencias de
que habla el punto anterior, la otra podrá, previo aviso dado
con seis meses de anticipación, proceder a demarcar la fron­
tera con las precauciones necesarias a fin de no menoscabar
ningún derecho de la nación limítrofe, y haciendo uso del te­
rritorio de éste sólo transitoriamente y para los efectos in­
dispensables de las operaciones técnicas del amojonamiento
de las secciones artificiales de la frontera.»
La exposición anterior da luz suficiente sobre las nego­
ciaciones que el gobierno del señor Caro celebró con Vene­
zuela, primero en 1894 (tratado Suárez-Unda), y luego, en'
1896 (tratado Holguín-Silva Gandolphi).
El tratado sometido por el gobierno a la ratificación del
congreso, que fue el Holguín-Silva Gandolphi, implicaba en
lo relativo a la ejecución del laudo de límites, la cesión a Ve­
nezuela de determinados territorios a cambio de que Colom­
bia tuviese la libre navegación en los ríos comunes.
Esta forma de negociación le creó al tratado un ambiente
adverso, tanto en la opinión pública como en el seno de las
cámaras legislativas. Evidentemente, la cesión de territorio
a trueque de la libre navegación de los ríos, no podía mirarse
como un buen arreglo para Colombia. Mientras ella enaje­
naba a favor de Venezuela algo tangible y valioso, represen­
tado en las zonas territoriales que le cedía, Venezuela por
toda compensación únicamente se limitaba a reconocer a
Colombia el ejercicio de un derecho que a ésta correspondía, ■
como lo era el de la libre navegación de los ríos internacio­
nales. Verdad es que Venezuela siempre se había opuesto a
I

\
KISKKIO <:λκο , ι ι κ η μ λ .ν ο dk m i c i k l a s t o :
MIGUEL ANTONIO CARO 177

reconocernos aquel derecho y que al desistir de tal empeño


esto era un cambio sustancial de actitud por parte suya; pero
este cambio de actitud no constituía ni podía constituir una
concesión, porque no hay concesión alguna en el hecho de
dejarle a uno hacer uso de su derecho. La libre navegación
de los ríos comunes era entonces, como lo es hoy, un prin­
cipio de Derecho Internacional; por manera que en el caso
concreto del tratado celebrado por el gobierno del señor Caro,
Colombia no hacía en definitiva sino pagar a muy alto precio
la posibilidad de ejercer un derecho. ¿Había en esto compen­
sación? Yo al menos no la veo, por más que el señor Caro
se esforzase en sostener que la negociación con Venezuela
implicaba «justas compensaciones».
En la vía de defender el tratado suscrito con el gobierno
de Caracas, el señor Caro, apoyándose en un concepto del
profesor Bluntschli, sustentaba el sofisma de que por aquel
pacto no había enajenación de territorio, sino rectificación de
fronteras, como si por el hecho de dar a este negocio la ci­
tada denominación se cambiase la naturaleza del tratado, el
cual, lo repito, entrañaba una cesión territorial.
El laudo español, en efecto, nos había reconocido la pro­
piedad de un territorio determinado, y otro tanto ocurría
respecto de Venezuela. Ambas naciones estaban obligadas a
acatar y a llevar a la práctica la sentencia arbitral. Ambas
se hallaban conformes con tal sentencia, y así lo habían de­
clarado expresamente. ¿Cuál rectificación de fronteras cabía
entonces? ¿Qué era lo que iba a rectificarse? ¿Y por qué la
«rectificación» debía hacerse en forma exclusivamente uni­
lateral con relación a Colombia, ya que ella cedía zonas te­
rritoriales sin contrapartida de ningún género a su favor,
puesto que Venezuela nada nos cedía realmente en compen­
sación?
En la exposición hecha al senado por el ministro de Re­
laciones Exteriores, cuyas partes esenciales transcribí ante-
12
178 GUILLERMO TORRES GARCIA

nórmente, consta que por el tratado celebrado con Venezue­


la en 1896 se hacían a ella determinadas concesiones territo­
riales exactamente iguales a las que se habían pactado en la
negociación de 1894; es decir, en el tratado Suárez-Unda. En
efecto, el ministro señor Holguín dice lo siguiente en su
citada exposición al senado: «Producto de las conferencias
que tuvimos el señor Suárez y yo con el representante de
Venezuela son los tratados que en este momento se discu­
ten. El de Navegación y Comercio fronterizos y de tránsito
y sobre ejecución del laudo de límites entre las dos repúbli­
cas, es copia textual, en la parte referente a cesión territo­
rial, del celebrado por los señores Suárez y Unda y que me­
reció la aprobación del presidente titular señor Núñez, del
ex-presidente señor Holguín, del vicepresidente señor Caro
y la de los hombres de Estado que los acompañaron en el
gobierno.
Curioso es observar que mientras el ministro de Rela­
ciones Exteriores, señor Holguín, hablaba de «cesión terri­
torial» en su exposición al senado de la república, el vice­
presidente señor Caro se empeña en sostener que por la
negociación con el gobierno venezolano Colombia no hacía
cesiones de territorio. ¿Cuál de estos dos conceptos contradic­
torios estaba más ajustado a la realidad de las cosas? Induda­
blemente, a mi juicio, el que fué expresado por el señor
Jorge Holguín.
En la exposición del ministro de Relaciones Exteriores
se ve que fué Venezuela quien propuso la llamada rectifica­
ción de fronteras con la aspiración de que Colombia le ce­
diese ciertas zonas, alegando para ello que intereses de ca­
rácter económico y político conexionados con la línea de
frontera común «serían muy favorecidos por un acto de no­
ble voluntad de parte de Colombia en que se hiciese la recti­
ficación de algunos puntos de la línea de fronteras», y que
«estas miras y propósitos del gobierno de Venezuela» se so-
MIGUEL ANTONIO CARO 179

metían a la consideración del gobierno de Colombia «con


el carácter de completamente amistosas y fraternales».
Esta manera de plantear la cuestión de la rectificación de
la frontera y las palabras que acabo de transcribir (que fue­
ron declaraciones del negociador venezolano), demuestran
que Venezuela consideraba no tener derecho alguno a que
se le hiciesen cesiones territoriales, puesto que ella solamente
invocaba para justificar sus aspiraciones ciertas razones de
conveniencia en relación con sus intereses económicos y po­
líticos y móviles de amistad y fraternidad entre los dos pue­
blos que hiciesen posible la rectificación de la frontera co­
mún.
Colombia, animada de la mejor voluntad, aceptó la pro­
posición de Venezuela; es decir, convino en que se hablase
y se negociase sobre la rectificación de linderos. Esta actitud
nuestra dió origen al tratado Suárez-Unda de 1894, por el
cual se hicieron a Venezuela determinadas concesiones terri­
toriales. Dicho pacto no solamente no fué sometido a la ra­
tificación del Congreso venezolano, sino que el gobierno de
Caracas, tan pronto concluyó en Colombia la guerra de 1895,
se apresuró a presentar una serie de modificaciones, a aque­
lla negociación.
Abierta por Colombia la puerta de la rectificación de fron­
teras, a Venezuela no le parecieron satisfactorias las conce­
siones territoriales obtenidas en el tratado Súárez-Unda y
de ahí que hubiese sugerido posteriormente nuevas y aún
más importantes concesiones, que Colombia, naturalmente,
negó. Llegóse entonces, poco después, a la firma del tratado
de 1896 que, en punto de cesiones territoriales, contenía, co­
mo ya se ha visto, exactamente las mismas que habían sido
estipuladas en el tratado de 1894.
Tratándose de la gestión del señor Jorge Holguín como
ministro signatario del tratado de 1896, justo es reconocer que
cuando él se puso al frente del ministerio de Relaciones
180 GUILLERMO TORRES GARCIA

Exteriores, existía ya una situación creada a virtud de las


negociaciones acordadas y firmadas por el señor Suárez en
1894, situación que al señor Holguín no le era dado des­
truir, ni siquiera modificar, porque él no podía desconocer ni
alterar los compromisos asumidos por Colombia en convenios
anteriores. El señor Holguín, en consecuencia, no tenía la li­
bertad de acción necesaria para negociar como él hubiera
deseado, y esta circunstancia le pone al margen de toda crí­
tica injusta. El obró patrióticamente, animado del propósito
de definirle a la república su intrincada y vieja cuestión de
límites con Venezuela.
El vicepresidente en ejercicio, señor Caro, los ministros
de Relaciones Exteriores, señores Suárez y Holguín, y los dis­
tinguidos ciudadanos a quienes el gobierno tuvo a bien con­
sultar, todos ellos fueron partidarios de la negociación con
Venezuela en los términos acordados por los respectivos ple­
nipotenciarios. La opinión pública colombiana, sin embargo,
no les acompañó, porque en la conciencia del país existía la
convicción de que el tratado, en la forma en que había sido sus­
crito, era un mal negocio. Hay alguien que no se equivoca
nunca, decía Talleyrand, y ese alguien es todo el mundo.
La impopularidad de estas negociaciones obligó al gobier­
no a retirarlas de la consideración del congreso. El señor Caro,
en mensaje dirigido al senado con fecha 28 de diciembre de
1896, manifestó, en efecto, lo siguiente:
«Honorables senadores: si estimáis fundadas las razones
que acabo de exponer, si juzgáis que conviene a la tranquili­
dad interior y a las buenas relaciones internacionales, apla­
zar el examen de los tratados entre Colombia y Venezuela
para que ellos sean estudiados por la legislatura ordinaria de
1898, podéis dar por retirada la recomendación que hice de
éste asunto entre los que debían tratarse en las actuales se­
siones extraordinarias.»
Es de observar que no se explica cómo el señor Caro
MIGUEL ANTONIO CARO 181

hablaba de aplazar el examen de los tratados entre Colombia


y Venezuela para que ellos fuesen estudiados por la legislatura
ordinaria de 1898, siendo así que en el Acta suscrita por los
negociadores, que era un documento anexo a dichos tratados,
se había estipulado expresamente que si estos pactos no eran
aprobados por el Congreso de Venezuela en sus próximas se­
siones o por el de Colombia en sus sesiones de 1896, queda­
rían «rotas y sin ningún valor ni efecto» las negociaciones
celebradas.
Tanto la ejecución del laudo de límites como el derecho
de Colombia a la libre navegación de los ríos, fueron asuntos
que solamente pudieron resolverse, en forma definitiva y sa­
tisfactoria, mediante las negociaciones celebradas en 1941. La
nación está obligada a especial gratitud con el presidente
Santos y su ministro de Relaciones Exteriores, señor López
de Mesa, por el histórico servicio de haberle dado una acertada
y final solución a nuestro problema secular con Venezuela.
Vuelvo ahora a las cuestiones de política interna.
XI

En enero de 1897, el general Reyes, quien se hallaba en­


tonces en Europa, como anteriormente dije, comunicó su acep­
tación de la candidatura presidencial. Por ese mismo tiempo,
la candidatura del señor Caro continuaba ganando terreno es­
pecialmente en el Cauca y en los departamentos de la costa at­
lántica.
Como en aquellos días, el gobierno era la única fuerza
política organizada, porque los elementos de la oposición es­
taban dispersos, estas circunstancias daban a Caro en su con­
dición de jefe del partido nacional las mayores posibilidades
• para fijarle a la campaña electoral un rumbo determinado.
Sin embargo, un movimiento de concentración fué iniciado
por algunos conservadores oposicionistas mediante la consti­
tución de un directorio político para la lucha electoral. Como
jefe de ese directorio fué designado el general Quintero Cal­
derón. El grupo de conservadores que se dió este principio
de organización no era en verdad numeroso, pero obró con
actividad sobre los conservadores de Bogotá y de los depar­
tamentos, a fin de aumentar su fuerza.
Por entonces existían en la capital de la república tres
periódicos denominados Bogotá, El Progreso y El Nacionalista,
fundados para defender ,la reelección del señor Caro. El ge­
neral Reyes, por su parte, nada comunicaba sobre.su regreso
184 GUILLERMO TORRES GARCIA

al país y nada tampoco se conocía concretamente acerca de


sus propósitos políticos, porque él se había limitado a aceptar
la candidatura, pero sin fijar en forma alguna su posición
respecto del gobierno y de la corriente oposicionista.
A mediados del año, el señor Caro resolvió no aceptar la
candidatura a la presidencia de la república, candidatura que,
pertinente es advertirlo, había sido proclamada por varios ór­
ganos de la prensa y por el directorio nacionalista, pero sin
su explícito asentimiento. Verdad es que él no la había des­
autorizado, lo que equivalía a una tácita aprobación de su
parte; pero de todas maneras, era un hecho cierto que tam­
poco la había aceptado en forma expresa y definitiva.
El día 30 de julio, sus numerosos partidarios de la capital
hiriéronle una manifestación pública para pedirle que revo­
case su decisión, pero el señor Caro, en discurso dirigido a
los manifestantes desde los balcones del palacio presidencial,
no accedió a ello. Su negativa la expresó en los siguientes
términos:
«He deseado solamente volver a confundirme con vosotros,
en las modestas y aun humildes condiciones de toda mi vida,
únicas que me satisfacen, para confirmar con ejemplo palpa­
ble, el sentimiento de la igualdad cristiana y republicana,
a que en el corazón no he faltado nunca; no para yacer inerte,
sino para trabajar con más libertad al lado de mis hermanos
y compañeros, por la causa santa de la patria, cual vosotros
y yo la entendemos, al modo que en el año 54 el viejo general
Francisco de Paula Vélez, hijo ilustre de esta ciudad, de los
libertadores de Venezuela, pidió permiso en Bosa para com­
batir como soldado, y prestó mejor servicio con su ejemplo
de patriota, que el que habría prestado con su reconocida
pericia militar.
»Señores: si tenéis confianza en mi experiencia, en mi cri­
terio político y en mi buena voluntad, favorecida hasta ahora
MIGUEL ANTONIO CARO 185

de modo visible por la Providencia, os ruego me hagáis el


honor de respetar los motivos de mis resoluciones.»
La no aceptación por Caro de su candidatura presidencial
despejó el horizonte político, porque el fantasma de la reelec­
ción, que era lo que privaba del sueño a sus enemigos, des­
apareció definitivamente. El campo quedaba, pues, abierto a
los ingenios, como suele decirse, y dentro de este nuevo esta­
do de cosas las fuerzas políticas que se disputaban el triunfo
en la próxima lucha electoral, procedieron a tomar posiciones.
En las filas del nacionalismo se produjo el fenómeno de
la desbandada de los conservadores, quienes, abandonando
las antiguas tiendas, corrieron a incorporarse en las huestes
de la oposición. De ahí que un mes justo, después del día
que Caro había retirado su nombre del debate electoral, el
señor Martínez Silva, jefe indiscutible de la oposición, pudiera
referirse con júbilo en las páginas del Repertorio Colombiano
al «resultado altamente beneficioso» de «la separación del
partido conservador de aquel conglomerado político que se
ha llamado partido nacional».
Consumada en esta forma la desintegración parcial del na­
cionalismo, los conservadores resolvieron organizarse como
partido autónomo. Empezaron por constituir un nuevo direc­
torio, el cual publicó, el día 26 de agosto, con destino a todos
sus copartidarios del país, un documento que, con el nombre
de Bases, fijaba en diecinueve puntos las principales cuestio­
nes sobre las cuales versaría la acción política del partido.
Dicho directorio quedó integrado por los señores Juan
N. Valderrama, Carlos Martínez Silva, Jorge Holguín, Jaime
Córdoba, Primitivo Crespo, Manuel J. Uribe, Carlos Cuervo
Márquez, Carlos Calderón y Enrique Restrepo García. Para
presidente fué designado el general Juan N. Valderrama y
como secretario se nombró al señor Miguel Abadía Méndez.
Debo' observar, de paso, que la designación del general
Valderrama para presidente del directorio conservador, paré-
186 GUILLERMO TORRES GARCIA

cerne que tenía una marcada intención contra Caro, dada la


circunstancia de que las relaciones entre ellos venían muy
mal desde el día que éste había removido al general Valde-
rrama del cargo de gobernador de Cundinamarca. Igualmente
es conveniente anotar que al general Marceliano Vélez, quien
había sido el candidato opuesto a Caro en el debate electoral
de 1891 y quien era el jefe de una vigorosa oposición en An-
tioquia, también se le nombró miembro del directorio conser­
vador. Estas designaciones, empero, eran explicables por parte
de aquel movimiento de concentración conservadora hostil
con el señor Caro: hay amistades políticas que, en el fondo,
son odios comunes.
Como el asunto más urgente que debía resolverse era el
de las candidaturas para la presidencia y vicepresidencia de
la república, el directorio conservador, juzgando necesaria la
presencia en Colombia del general Reyes, procedió a pedirle
que regresase inmediatamente al país, y él, atendiendo a tal
llamamiento, salió de Europa, con destino a Bogotá, el día 25
de septiembre.
El nacionalismo, aunque debilitado por la separación de
muchos conservadores, pero teniendo aún fuerzas suficientes'
para afrontar la lucha electoral, y en la convicción de que el
general Reyes sería el candidato del partido conservador, apre­
suróse a proclamar, pocos días antes de que aquél llegase al .
país, las candidaturas de los señores Manuel Antonio Sánele-
mente y José Manuel Marroquín para la presidencia y vice­
presidencia de la nación, respectivamente.
El general Reyes llegó a Bogotá el 31 de octubre. Los con­
servadores recibiéronle con grande entusiasmo y tributáronle
ovación. En estas manifestaciones predominó por parte de
ellos (no del general Reyes) el sentimiento de oposición al
gobierno de Caro. Tres días después de su llegada, esto es,
el 3 de noviembre, el general Reyes publicó una Declaración
sobre sus ideas políticas y administrativas que satisfizo pie-
MIGUEL ANTONIO CARO 187

namente a los conservadores, quienes, en vista de este docu­


mento, resolvieron proclamar a nombre del partido su candi­
datura para la presidencia de la república y la del general
Quintero Calderón para la vicepresidencia. De esta suerte,
quedaba confirmada la creencia de los nacionalistas de que
ei general Reyes sería el candidato del partido conservador.
Inicióse entonces un movimiento en el nacionalismo ten­
diente a buscar con los conservadores una inteligencia que se
tradujese en la adopción por parte de sus respectivos directo­
rios de unas mismas candidaturas, escogiendo los nombres
que pudiesen conciliar las aspiraciones de ambos partidos. No
habiendo llegado a ningún acuerdo en este sentido, naciona­
listas, y conservadores continuaron firmes en sus posiciones
con las candidaturas que habían proclamado.
¿Cuál fué la actitud del partido liberal en esta coyuntura
política? El directorio del liberalismo convocó una Conven­
ción compuesta de tres delegados por cada departamento, la
cual inició sus trabajos en Bogotá el día 20 de agosto de 1897
y los concluyó el 15 de septiembre siguiente. Esta Convención
designó para jefe del partido al ex-presidente de la república,
señor Aquileo Parra y en materia electoral decidió que el li­
beralismo votase en las próximas elecciones para presidente
y vicepresidente de la nación. La Convección, sin embargo,
no proclamó ninguna candidatura.
Posteriormente, en el mes de noviembre, después que las
conversaciones entre nacionalistas y conservadores sobre
adopción de candidaturas comunes habían fracasado, y cuando
estaban en juego solamente dos listas de candidatos (Sancle-
mente-Marroquín) y (Reyes-Quintero Calderón), la dirección
del partido liberal proclamó como candidatos para la presi­
dencia y vicepresidencia de la república a los señores Miguel
Samper y Foción Soto, respectivamente.
El señor Samper, ciudadano eminente, aceptó la candida­
tura, y al dar este paso expuso muy claramente a la opinión
188 GUILLERMO TORRES GARCIA

pública las líneas generales de su programa político. De­


claró que aceptaba la Constitución de 1886 con las reformas
a que aspiraban liberales y conservadores, y en la cuestión
religiosa manifestóse de acuerdo con lo que sobre ella estaba
consagrado en la Constitución, pero sugería le reforma de que
al clero se le otorgase el derecho de representación política.
Interesante es anotar que sobre este último punto los can­
didatos Samper y Reyes estaban acordes, pues mientras el se­
ñor Samper aspiraba a que se reconociese al clero el derecho
de representación, ya el general Reyes había abogado por esta
misma reforma en el senado de 1894. Recuérdese que Caro
(como lo expliqué en páginas anteriores) nunca fué partidario
de la representación política del clero y que fué él quien im­
pidió la reforma intentada por el general Reyes, a virtud de
un mensaje especial sobre esta materia, dirigido al senado el
31 de agosto de aquel año.
Con la proclamación de las candidaturas liberales, la cam­
paña electoral quedó limitada a estas tres listas: la del par­
tido nacional, con los nombres de los señores Sanclemente y
Marroquín; la del partido conservador, con los de los seño­
res Reyes y Quintero Calderón, y la del partido liberal, con
los de los señores Samper y Soto.
Esta era la situación política para fines de noviembre de
1897.
Al mes siguiente, una crisis grave sobrevino en el partido
conservador. El general Reyes había dirigido una carta po­
lítica al directorio nacionalista de Barranquilla, carta que el
nacionalismo se apresuró a hacer conocer al público transmi­
tiéndola a todas partes por telégrafo. Los términos de aquel
documento ocasionaron una vehemente reacción de los con­
servadores contra su propio candidato, porque ellos conside­
raron que la mencionada carta demostraba, entre otras cosas,
que el general Reyes había dado al señor Caro ciertas expli­
caciones privadas sobre el alcance político que debía darse
MIGUEL ANTONIO CARO 189

a la Declaración publicada por él a su regreso de Europa y


en vista de la cual el partido conservador había proclamado
su candidatura.
La reacción de los conservadores se tradujo en una franca
repudiación de la candidatura Reyes. El directorio procedió
inmediatamente a lanzar una nueva lista electoral con la can­
didatura del general Quintero Calderón para la presidencia y
la del general Marceliano Vêlez para la vicepresidencia.
Efectuadas las elecciones, de ellas salió triunfante el par­
tido nacional, y por lo tanto, fueron elegidos los señores San-
clemente y Marroquín.
Dos serios descalabros sufrieron, pues, los conservadores:
la candidatura del general Reyes, proclamada en la creencia
de qué sería invencible porque todo lo arrollaría, y que al
decir del señor Martínez Silva ella produciría «el efecto de
las trompetas de Josué sobre los muros de Jericó», habíase
desvanecido como el humo con el viento, y la lista sustitu-
tiva de la esfumada candidatura Reyes, con los nombres de
los generales Quintero Calderón y Yélez, derrotada había sa­
lido de la batalla electoral.
La victoria del nacionalismo, naturalmente, enardeció a los
enemigos de Caro y recrudeció en ellos el espíritu de oposi­
ción. De ahí que aun después de que éste se había retirado
del gobierno, el señor Martínez Silva continuase combatién­
dole en términos todavía más duros y vehementes.
XII

El 7 de agosto de 1898 tomó posesión de la presidencia


de la república el vicepresidente señor Marroquín, porque al
presidente electo no le fue posible hacerlo en aquella fecha a
causa del mal estado de su salud. El señor Sanclemente, por
su avanzada edad, no estaba en condiciones de ponerse al
frente del gobierno.
La candidatura y exaltación de este ilustre ciudadano a
la presidencia de la república, obra exclusiva del naciona­
lismo, es algo que no se explica, dados los ochenta y seis
años de edad y la notoria invalidez en que, según se ha dicho,
se encontraba el señor Sanclemente. Pero como este error po­
lítico era un hecho consumado, claro aparece que al partido
nacional correspondíale arrostrar las consecuencias.
Deseosos los nacionalistas de que el anciano presidente
asumiera el mando, hiriéronle viajar a la capital (pues él re-
. sidía en Buga) y el día 3 de noviembre de 1898 tomó posesión
de la presidencia ante la Corte Suprema de Justicia.
Muy pocos días después, el señor Sanclemente se vió obli­
gado a trasladarse fuera de la capital, porque así se lo pres­
cribieron los médicos. El hecho de que el jefe del Estado no
residiese en Bogotá, que viviese alejado de sus ministros y
especialmente, que no gozase de la plenitud de sus facultades
mentales (c.omo se ha aseverado), fueron causas de que el go-
I 192 GUILLERMO TORRES GARCIA

bierno no solamente marchara en forma irregular, sino que,


poco a poco, se anarquizara, porque, en realidad, no había
presidente. El nacionalismo era, sin duda, el único responsa­
ble de esta anómala situación.
Dos hechos de suma gravedad, ocurridos después de la
elección de los señores Sanclemente y Marroquín y consumados
cabalmente dentro del sexenio constitucional para el cual ellos
habían sido elegidos, o sea entre 1898 y 1904 (refiérome a la
guerra civil de 1899 y a la separación de Panamá en 1903),
llevan a pensar que el fracaso de la candidatura del general
Reyes en 1897 fué un suceso desgraciado que debe deplorarse.
En efecto, si Reyes hubiera sido presidente de la república
en el período de 1898 a 1904, su amplitud política con el li­
beralismo, tal vez habría impedido la guerra civil de tres años
y tal vez también él hubiera dirigido por parte nuestra, con
buen éxito, las negociaciones de Washington relativas al ca­
nal de Panamá, habiendo, quizás, evitado la desmembración
de la república. Triste es, en verdad, hacer esta clase de hi­
pótesis retrospectivas que a nada conducen, ya que el pasado
es irremediable.
El gobierno de Sanclemente no satisfacía a los conservado­
res. Aunque éstos tenían en ese gobierno varios ministerios
y posiciones importantes en diversos ramos administrativos,
el hecho era que el partido conservador no se sentía en po­
sesión del poder. El nacionalismo, por su parte, estaba des­
integrado; Caro, su jefe, hallábase fuera del gobierno, y la
presencia del señor Sanclemente al frente del poder público
constituía para este partido la única clave de su dominación
política. De ahí que la pugna entre conservadores y naciona­
listas fuese cada día más aguda: el nacionalismo luchaba por
mantener a todo trance al señor Sanclemente en el ejercicio
del .mando supremo y el partido conservador sólo aspiraba a
derrocar el anciano presidente.
Hallándose las cosas en este estado, el liberalismo se lanzó
MIGUEL ANTONIO CARO 193

a la guerra a mediados de octubre de 1899. Iniciadas las hos­


tilidades, era evidente que la oportunidad se presentaba a los
conservadores para desplazar del gobierno al señor Sancle-
mente. En efecto, la guerra civil hacía aún más difíciles las
labores del jefe del Estado, de suerte que, en realidad, no
era posible que coexistiesen la contienda armada y la falta de
un gobierno eficaz. Dado el régimen presidencial que entre
nosotros se había establecido por la Constitución de 1886 y
dadas las facultades que en tiempo de guerra ha de ejercer
el presidente de la república, era innegable que si el señor
Sanclemente no estaba en capacidad de gobernar el país en
tiempos normales, menos aún podía estarlo para hacerle fren­
te a una guerra civil. Y como esta última circunstancia pro­
dujo eñ la marcha del gobierno sus naturales efectos, los con­
servadores aprovecharon tal coyuntura para adueñarse del
poder.
Un movimiento civil, emanado del partido conservador, y.
secundado por las autoridades militares, depuso del mando al
señor Sanclemente el día 31 de julio dé 1900 y en su lugar
asumió la dirección del gobierno el vicepresidente señor Ma-
rroquín.
Fué de esta manera, que el partido conservador pudo re­
conquistar el dominio del poder público, después de cuarenta
años de no haber tenido en sus manos la dirección del Es­
tado. En efecto, derrocado el presidente Ospina durante la
guerra de 1860, el liberalismo gobernó prácticamente desde
entonces hasta 1879; de 1880 a 1883, el gobierno de la repú­
blica lo tuvo el partido liberal-independiente, y desde 1884
hasta el golpe del 31 de julio de 1900, era el partido nacional
el que había estado en el poder.
El 31 de julio no fué una revolución, palabra ésta de la
cual se ha abusado mucho en Colombia. No fué un golpe de
cuartel. No tuvo el carácter de un golpe de Estado. Fué un
movimiento esencialmente civil que no trastornó el orden cons­
13
194 GUILLERMO TORRES GARCIA

titucional y que en el fondo respetó la voluntad popular, por­


que a la dirección del gobierno entró el legítimo sucesor del
presidente, o sea el vicepresidente elegido señor Marroquín.
El 31 de julio fué, especialmente, la culminación de la
campaña de los conservadores contra Caro y contra el partido
nacional. En aquel golpe político claro es que tuvieron parte
decisiva los principales enemigos de Caro y entre ellos, na­
turalmente, el jefe de la oposición, señor Martínez Silva. Este,
en el nuevo gobierno de Marroquín, figuró como ministro de
Relaciones Exteriores.
La caída del nacionalismo y el consiguiente advenimiento
de los conservadores al poder, era el triunfo final de los es­
fuerzos en que Martínez Silva venía empeñado desde 1894.
Seis años de lucha tenaz, hábilmente sostenida, dieron al jefe
de la oposición conservadora una victoria absolutamente total,
porque el nacionalismo no sólo perdió el poder, sino que prác­
ticamente desapareció, poco después, como partido político.
Todo esto fué, a mi juicio, la consecuencia lógica de un
error en que el gobierno del señor Caro había incurrido. En
efecto, recuérdese que la oposición de Martínez Silva provino
de aquellos ataques injustos que a él se le hicieron en la pren­
sa por elementos oficiales muy allegados al vicepresidente
Caro, con motivo del artículo editorial Nuestros progresos
publicado en El Correo Nacional, y que el gobierno atribuyó
a Martínez Silva, propietario de dicho diario. Recuérdese igual­
mente que esos mismos elementos oficiales amenazaron desde
las columnas de El Telegrama con una investigación que el
gobierno haría efectuar sobre las operaciones realizadas por
el Banco Nacional en la época en que Martínez Silva había
sido ministro del tesoro. Y recuérdese, por último, que éste
se vió en la necesidad de defender su reputación, explicando
sus actos como ministro de Estado en un discurso ante la
cámara de representantes.
Con procederes como los que se emplearon contra Martí-
MIGUEL ANTONIO CARO 1.95.

pez Silva, procederes que forzosamente le colocaban en una


posición falsa y desdorosa ante la opinión nacional, era hu­
mano que él reaccionara con indignación y que asumiera una
obligada y legítima actitud de defensa.
Empero, estos desgraciados sucesos habríanse indudable­
mente evitado, si el gobierno hubiera obrado en aquellas cir­
cunstancias con más prudencia, honradez y visión. No fué, en·
verdad, prudente, combatir al señor Martínez Silva como autor
de un artículo publicado en su periódico El Correo Nacional
sin tener previamente la seguridad de que tal escrito había
salido de su pluma. (Es cosa sabida, por lo demás, que el autor
del artículo Nuestros progresos fué el señor Julio E. Pérez);
no fué honrado haberle atacado en su probidad personal, sini
disponer de prueba positiva alguna contra él; y en el terreno1
político fué una gran falta de visión quebrar lanzas con un
hombre que por su inteligencia, sus virtudes, su carácter, su
ilustración, su experiencia y sus dotes políticas, podía con­
vertirse en adversario poderoso, como él mismo se encargó de
demostrarlo con su pluma y con sus hechos.
El error del señor Caro en relación con Martínez Silva fué
no haberle llamado para conversar con él a raíz de. la pu­
blicación del artículo de El Correo Nacional, pues si ambos
hubiesen hablado, Caro hubiera sido informado por el propio
Martínez Silva de que él no era el autor ele aquel escrito, y
después de una conversación amigable, seguramente las re­
laciones entre ellos habríanse conservado en muy buen pie.
Pero Caro no habló con Martínez Silva. Al contrario: no le
atrajo de ninguna manera; desestimó sus cualidades; le con­
sideró un adversario de segundo orden, y prefirió dejarle que
se entretuviera con el peligroso juego de la oposición. El re­
sultado de esta actitud fué que el antiguo amigo se tornó ene­
migo, y que como tal, desplegase una capacidad y una acti­
vidad no previstas por Caro, quien a su vez vino a ser víctima -
de un error en sus cálculos.
196 GUILLERMO TORRES GARCIA

Como el señor Martínez Silva fué el jefe indiscutible de


la oposición conservadora, en las páginas de su revista Reper­
torio Colombiano es donde puede seguirse todo el curso de
ese movimiento político. Martínez Silva, a mi juicio, no sola-
mente encabezó y dirigió permanentemente la oposición desde
1894 hasta 1900, sino que por virtud del éxito final de su
campaña y por la circunstancia de no existir fuentes de in­
formación accesibles a las nuevas generaciones, distintas de
sus escritos, él ha sido para éstas el modelador de su criterio
sobre el período de nuestra historia política comprendido en-
, tre los años 1894 y 1900. La opinión que predomina en Co­
lombia acerca de la personalidad política de Caro, de su ges­
tión como gobernante, y de lo que fué el partido nacional,
no es otra cosa que el eco de la voz del ilustre santandereano.
Mas como en las campañas de oposición política suelen ha­
llarse mezcladas la justicia y la injusticia, la imparcialidad y
la pasión, la serenidad y la vehemencia, la realidad y la exa­
geración y, en una palabra, lo blanco y lo negro, los escritos
de este género de todos los tiempos y naciones han de leerse
con precaución. Otro tanto cabe observar acerca de las cam­
pañas en defensa de hombres y gobiernos; por manera que,
en el caso concreto de Caro y del nacionalismo, conviene que
las nuevas generaciones colombianas, extrañas a esas luchas
y por lo tanto imparciales, procuremos formar nuestras opi­
niones a virtud de la propia investigación y del propio aná­
lisis de los hombres y de los hechos, para no repetir como
papagayos lo que otros han dicho desde un punto de vista
estrictamente personal.
Véase un ejemplo a este respecto. Trátase de un concepto
del señor Martínez Silva, concepto que ha pasado a la poste­
ridad y que por ella se repite en una forma inconsciente:
Entre las apreciaciones del notable publicista que más se
han consolidado en la mente de las actuales generaciones,
figura aquella por la cual se da al «nacionalismo» el califi-
MIGUEL ANTONIO CARO 197

cativo de compañía industrial Esta expresión, que dada la


malevolencia humana, sugiere la idea de que el partido nacio­
nal fué entre nosotros una simple comparsa de negociantes ó
de especuladores con los dineros públicos, repítese hoy co­
rrientemente cada vez que se habla de aquel partido.
Pero, ¿cuál es el origen y cuál el alcance de este concepto?
Helos aquí:
Cuando el señor Caro ya había dejado el poder, el señor
Martínez Silva escribió en el Repertorio Colombiano, en octu­
bre de 1898, lo siguiente: «Por los rieles del ferrocarril del
norte ha girado la política nacionalista desde la segunda ad­
ministración del doctor Holguín hasta el 7 de agosto próximo
pasado; y natural era, por lo mismo, que al cambiar el rumbo'
y el eje de la política general, se volviera la vista a lo que'
ha constituido el verdadero centro y núcleo de la compañía
industrial.»
Esto decía Martínez Silva con motivo de un contrato ce­
lebrado por el gobierno de Caro con el concesionario del fe­
rrocarril del norte, señor Juan M. Dávila, sobre la forma de
devolver a la nación la subvención otorgada a la empresa del
ferrocarril, contrato que había sido improbado por el congreso.
Pero es claro que de las palabras del señor Martínez Silva
no puede inferirse que él hubiese calificado de «compañía in­
dustrial» al partido nacional o concretamente al gobierno de
Caro. Martínez Silva se refería únicamente a la circunstancia
de que el concesionario del ferrocarril del norte fuese un na­
cionalista, como lo era el general Dávila; a que la concesión
la hubiese otorgado un gobierno nacionalista, el del señor
Carlos Holguín, del cual había sido ministro del tesoro el pro­
pio señor Martínez Silva, y a que el contrato sobre la devo- :
lución de la subvención hubiera sido suscrito por el gobierno
nacionalista de Caro. Es de advertir, porque esto tiene im­
portancia, que el señor Martínez Silva no habló sino una vez
de «compañía industrial» en relación con la política naciona-
'198 GUILLERMO TORRES GARCIA

¡lista y únicamente en los términos que he dejado transcritos.


Estos son, pues, el origen y el alcance de sus palabras.
Mas si mi interpretación no fuese exacta y si, por tanto,
se insistiere en que el jefe de la oposición conservadora sí
calificó de «compañía industrial» al nacionalismo, bueno es
•entonces demostrar que este juicio no era nuevo en la pluma
de Martínez Silva, que ya estaba usado y gastado por él, por­
que en 1880, con motivo de la posesión de Núñez de la pre­
sidencia de la república, Martínez Silva había dado al partido
liberal el mismo calificativo, a este sí en forma directa e in­
equívoca y en muy agresivos términos. En efecto, comentando
el discurso de Núñez al tomar posesión de la presidencia y
■el del presidente del congreso, Martínez Silva se expresó del
liberalismo y de los presidentes liberales, en la forma si­
guiente :
«Muchos años hacía que en este acto solemne no se oía
otro lenguaje que el del espíritu de partido; ni podía exigirse
¡otro de magistrados alzados al poder, no por el querer popular
•sino en virtud de la fuerza, del fraude o de la intriga. Hijos
■de un círculo, que ni siquiera de un partido, los presidentes
así nombrados carecían de autoridad para hablar a la nación,
y todas sus promesas, todos sus agradecimientos se dirigían,
'Como era natural, a aquel a quien debían el beneficio del po­
der. Gerentes de una compañía industrial, su lenguaje debía
ser mercantil, y encaminado todo a asegurar pingües ganan­
cias a sus consocios de especulación.»
Compárense las dos formas de expresión empleadas por
Martínez Silva, es decir, la de 1880 en relación con los libe­
rales y la de 1898 respecto de los nacionalistas, y háganse las
deducciones del caso. De todas maneras, la más importante
deducción que puede hacerse, es que aquello de «compañía
-industrial» parece haber sido una obsesión en el jefe de la
«posición conservadora, ya que él veía compañías industria­
ses a diestra y siniestra.
MIGUEL ANTONIO CARO 199

El ejemplo anterior demuestra la ligereza en que se incu­


rre al aseverar que el nacionalismo fué lisa y llanamente una
«compañía industrial», apoyándose para ello únicamente en
las opiniones del señor Martínez Silva. Y demuestra, sobre
todo, lo poco prudente que es acoger como propios los con­
ceptos ajenos, cuando no se conocen previamente el origen,
el alcance y el fundamento que tengan estos mismos con­
ceptos.
I

I
XIII

Caro, desde el día que dejó de ejercer el poder público,


esto es, desde el 7 de agosto de 1898, renunció a toda acti­
vidad de carácter político. Retirado a la vida privada, en ella
permaneció durante cinco años, pues solamente en 1903 y
1904 volvió a tomar parte en los negocios de Estado, como
miembro del senado de la república.
Sin embargo, en 1902, cuando el país se hallaba todavía
en guerra civil, hizo un acto de presencia que tuvo no poca
resonancia. El ministro de guerra había publicado con el tí­
tulo Prevención una declaración en la cual manifestaba que
si en el término de veinte días no se habían puesto en liber­
tad cuatro prisioneros hechos al gobierno, serían fusilados en
Bogotá cuatro presos políticos, y en la parte final de esta re­
solución decía: «Igualmente prevengo a usted que de la vida
de los señores Camacho, Moreno, Acuña y García Padilla y
demás presos del ejército nacional que están en poder de los
rebeldes, me responden: la vida de los principales prisione­
ros de guerra que están en poder del gobierno y la de los
demás que se capturen, inclusive usted, en el curso de la
campaña, y los bienes de todos los enemigos o desafectos al
gobierno.»
Esta providencia, sin precedente en nuestra historia, des­
ató en Caro una profunda indignación. Movido por sentimien-
202 GUILLERMO TORRES GARCIA

tos de humanidad y de justicia, asumió la defensa de los pre­


sos políticos, y al efecto dirigió una extensa carta al ministro
de Relaciones Exteriores señor Felipe F. Paúl, en la cual de­
mostraba, con grande erudición jurídica, la arbitrariedad e
injusticia de los procedimientos anunciados por el gobierno.
Aquel documento fué dirigido al señor Paúl como a un miem­
bro del partido nacional que figuraba en el gobierno conser­
vador de entonces, y con Caro lo firmaron algunos de sus
antiguos ministros.
En 1903, el vicepresidente Marroquín sometió a la apro­
bación del Congreso Nacional un tratado celebrado con el go­
bierno de los Estados Unidos de América relativo a la cons­
trucción del canal de Panamá. Dicho pacto, conocido con el
nombre de Tratado Herrán-Hay, había sido firmado en Wash­
ington el 22 de enero de ese mismo año.
El señor Caro, entonces senador, tuvo una participación
fundamental en los debates que se suscitaron con motivo de
esta negociación. Dos serias objeciones, en efecto, fueron he­
chas por él al acto diplomático para el cual solicitaba el go­
bierno la ratificación legislativa. Una de ellas, atacaba el fondo
mismo de la negociación, y la otra, impugnaba la forma de
presentación del tratado. Por la primera, Caro sostenía que
aquel pacto, tal como se había suscrito en Washington, era
inconstitucional e implicaba lesión de soberanía; y por la
segunda, que dicho instrumento diplomático había sido pre­
sentado a la consideración del Cuerpo legislativo en una forma
irregular e inadmisible, por cuanto el tratado únicamente
tenía la firma del negociador señor Herrán, pero no la apro­
bación ejecutiva correspondiente, es decir, las firmas del· pre­
sidente de la república y del ministro de Relaciones Exteriores
que, para el caso, constituían el gobierno. Esta última circuns­
tancia fué la razón en que se apoyó el señor Caro para cali­
ficar de expósito el mencionado tratado.
El hecho de que el Senado hubiese improbado la negocia-
MIGUEL ANTONIO CARO 203

ción con los Estados Unidos y que poco tiempo después de


aquella improbación se consumase la desmembración de la
república por la separación de Panamá, ha sido causa de que
en algunos sectores de la opinión colombiana, deficientemente
informados, se considere al señor Caro como responsable de
tales sucesos.
La gravedad de este cargo y la de los hechos que lo han
motivado, hacen necesarias ciertas reflexiones.
La tesis sustentada por el señor Caro de que el tratado
Herrán-Hay era inconstitucional y que entrañaba lesión de
soberanía, no tenía réplica. En efecto, por dicho pacto se hacía
a los Estados Unidos una cesión de territorio para la construc­
ción del canal interoceánico, que no estaba autorizada ni pre­
vista en la Constitución nacional, y que, por lo mismo, tam­
poco podía estipularse en ejercicio de las facultades que tiene
el presidente de la república como director de las relaciones
internacionales.
Las únicas cesiones de territorio previstas y autorizadas
por la Constitución de 1886, eran las que se hicieran a algún
país limítrofe por razón de una negociación de. fronteras. Es­
tas cesiones territoriales hallábanse implícitamente' permiti­
das por el artículo 3.° de la Constitución que decía: «Las lí­
neas divisorias de Colombia con las naciones limítrofes se fi­
jarán definitivamente por tratados públicos, pudiendo éstos
separarse del principio del uti possidetis de derecho de 1810».
Las cesiones de territorio con motivo de la fijación de límites
quedaban de esta suerte autorizadas, porque es claro que
para que los tratados por los cuales se fijasen definitivamente
los límites de la república pudiesen separarse del principio
del uti possidetis de derecho, forzoso era enajenar de parte
nuestra alguna porción territorial que por virtud de este mis­
mo principio nos perteneciese.
La cesión de territorio que por el tratado Herrán-Hay se
hacía a los Estados Unidos para efectos de la construcción
204 GUILLERMO TORRES GARCIA

del canal de Panamá, era pues una estipulación inconstitu­


cional, porque dicha cesión no tenía la naturaleza, ni los
motivos, ni los fines de las cesiones territoriales permitidas
por la Constitución. El gobierno de la república no podía, en
consecuencia, estipular aquella cesión territorial y el Cuerpo
legislativo tampoco podía aprobar tal estipulación.
El tratado, además, permitía la presencia de funcionarios
públicos norteamericanos en Panamá y el ejercicio por parte
de éstos de actos de autoridad en asuntos de policía y aún
en punto de administración de justicia; todo ello, naturalmen­
te, en conexión con la zona de construcción del canal.
Dichas prerrogativas implicaban, en concepto de Caro,
una lesión de soberanía. El no podía concebir que en un de­
partamento de la república se enarbolase, como símbolo na­
cional, un pabellón que no fuese el de Colombia. No podía
tampoco admitir que se le diese autoridad y mando a una
policía extranjera, y menos aún convenir en que la adminis­
tración de justicia se compartiese con jueces extraños, a vir­
tud de la constitución de tribunales mixtos.
Verdad es que todas estas concesiones representaban fac­
tores muy importantes para los Estados Unidos en la reali­
zación de los trabajos de apertura del canal y en la futura
administración de aquella grande empresa; pero esta circuns­
tancia no les borraba a esas mismas concesiones su carácter
de atentatorias o lesivas de la soberanía colombiana. Tales
concesiones eran conveniencias norteamericanas incompati­
bles con nuestro honor nacional.
En las relaciones y negocios políticos de Colombia con los
Estados Unidos de América existe un precedente que es opor­
tuno recordar. En 1881, el general Ramón Santodomingo Villa,
ministro de Colombia en los Estados Uindos, firmó en Nueva
York con el representante del secretario de Estado, señor
Evarts, un protocolo por el cual se fijaba la posición res­
pectiva de las dos naciones en el proyectado canal de Panamá.
MIGUEL ANTONIO CARO 205

Por dicho protocolo se estipulaba lo siguiente: «Los buques


de guerra y los convoyes militares de los Estados Unidos po­
drán, en paz y en guerra, pasar libremente por el Canal sin
pagar derechos. De común acuerdo se escogerán por ambos
gobiernos, en el territorio del Istmo, lugares a propósito para
fortalezas, arsenales, carboneras y depósitos navales. En tiem­
po de paz no habrá fuerza militar americana en el Istmo, sino
la indispensable para la reparación y conservación de tales
fortalezas, arsenales, etc. En caso de amenaza a la neutralidad
del Canal, los Estados Unidos quedan autorizados para ocupar
militarmente el territorio del Istmo, y Colombia queda obli­
gada a prestarles cooperación. Los buques de guerra y con­
voyes militares de las demás naciones, excepto los Estados
Unidos, no tendrán derecho de pasar por el Canal en tiempo
de paz. Sin embargo, las dos naciones, por mutuo acuerdo,
podrán permitir el paso inocente de tales buques y convoyes.»
Las anteriores estipulaciones causaron muy mala impre­
sión en la opinión colombiana. Uno de los comentadores po­
líticos más autorizados de aquel tiempo, el señor Carlos Mar­
tínez Silva, escribía sobre ellas lo que sigue: «Como se ve
por estas estipulaciones, el verdadero soberano en el Istmo
de Panamá vendría a ser los Estados Unidos, y a Colombia
sólo correspondería cargar con todos los inconvenientes y pe­
ligros, sin provecho ninguno positivo. En caso de guerra, Co­
lombia debería ayudar a los Estados Unidos;' y. como éstos
serían los que determinarían la naturaleza y cuantía del au­
xilio, tendríamos ahí una fuente de reclamaciones e indem­
nizaciones que nos expondrían a humillaciones y erogaciones
superiores a nuestros recursos. En caso de amenaza a la neu­
tralidad, los Estados Unidos podrían ocupar militarmente el
Istmo. ¿Y quién determinaría cuándo empezaba y cesaba la
amenaza? Claro es que el más fuerte. No hay, pues, exagera­
ción en decir que la soberanía colombiana sería nominal al
principio en Panamá para ser absolutamente nula más tarde.»
206 GUILLERMO TORRES GARCIA

¿Cuál fué la suerte que corrió el protocolo firmado en


Nueva York? Exactamente la misma que la del tratado Herrán-
Hay: sometido el protocolo a la consideración del Senado,
éste le negó unánimemente su aprobación, después de largas
deliberaciones en sesiones secretas que tuvieron lugar durante
el mes de marzo de 1881,
Caro, a mi ver, estaba en lo cierto al sostener que el
tratado Herrán-Hay implicaba lesión de soberanía y contenía
estipulaciones contrarias a la Constitución de la república.
Este modo de pensar no revelaba en él una noción exagerada
de la soberanía nacional, ni un mal entendido celo por el
respeto debido a la Carta Fundamental. Al contrario: su ac­
titud en aquella ocasión no sólo fué altamente patriótica, sino
ajustada a las más puras normas del derecho público y a
la obligada conducta de toda nación consciente de su perso­
nalidad. El señor Caro, además, bueno es advertirlo, no era
adverso a una negociación con los Estados Unidos, y de ahí
que en el momento de cerrarse los debates sobre el tratado
Herrán-Hay hubiese presentado una proposición según la cual
Colombia continuaba dispuesta a negociar con la Unión Ame­
ricana, siempre que el asunto se colocara en un terreno per­
mitido por la Constitución.
Un ejemplo elocuente de los tiempos actuales que hoy
puede citarse en apoyo de la posición asumida por Caro en
los debates parlamentarios de 1903, ejemplo que enaltece su
conducta como paladín de la patria soberanía, lo encuentro
yo en la forma de proceder de las naciones signatarias del
tratado sobre la Comunidad Europea de Defensa.
En efecto, sabido es que Francia, la República Federal
Alemana, Italia, Holanda, Bélgica y Luxemburgo, firmaron
en París el 27 de mayo de 1952 un tratado sobre defensa
común de orden militar, a virtud del cual se creaba el lla­
mado «ejército europeo» integrado por fuerzas armadas de
MIGUEL ANTONIO CARO 207

estas seis naciones. Dicho tratado, como es obvio, debía ser


ratificado por los parlamentos de esos mismos Estados.
Pues bien: cuando los gobiernos signatarios sometieron
esta negociación a la consideración de sus Cuerpos legislati­
vos la cuestión inicial que en todos ellos se suscitó fué la
de definir previamente si el Tratado de París implicaba o no.
lesión de soberanía y si se conformaba o no a las disposi­
ciones constitucionales respectivas.
En Bélgica y en la República Federal Alemana, estos
puntos fueron sometidos al dictamen de la Suprema Corte de
Justicia y sólo después de tal dictamen los parlamentos ra­
tificaron el tratado. En Holanda y en Luxemburgo también
se aprobó el tratado, pero antes se definieron las cuestiones'
relativas a la soberanía nacional y a las disposiciones cons­
titucionales, siendo de advertir que tanto en estas dos na­
ciones, así como en Bélgica, hubo necesidad de reformar pre­
viamente la Constitución a fin de que el tratado fuese com­
patible con la ley fundamental de dichos Estados.
En Francia, país que fué el promotor de la comunidad
europea de defensa y a cuya iniciativa se debió la celebración
del tratado, la discusión sobre los aspectos de éste relaciona­
dos con la soberanía nacional, produjo una extraordinaria in­
quietud en toda la nación. En la prensa publicáronse sobre
los puntos que se debatían, conceptos diversos de profesores
de ciencia constitucional de la Facultad de Derecho de París,
de la Sorbona y de la Escuela de Ciencias Políticas; nume­
rosos miembros del Parlamento, así como otras personalida­
des, igualmente hicieron conocer al público su opinión sobre
tales asuntos, y, en suma, la nación entera estuvo pendiente
de la actitud que el Cuerpo legislativo asumiría en lo tocante
a la ratificación del tratado. El concepto que prevaleció fué
el de que sería necesario reformar previamente la Constitu­
ción para poder aprobar el tratado, pero especialmente el de
que éste implicaba para Francia una inadmisible enajenación
208 GUILLERMO TORRES GARCIA

de su soberanía en el orden militar y en ciertas materias eco­


nómicas y financieras. El Parlamento, en sesión del día 30 de
agosto de 1954, negó la ratificación del tratado, fracasando así
la negociación coronada dos años antes en París y que, como
anteriormente se vió, ya había sido aprobada por los Parla­
mentos de la República Federal Alemana, Bélgica, Holanda
y Luxemburgo.
En cuanto al gobierno italiano, que por entonces se apres­
taba a someter el tratado a la aprobación legislativa, tuvo que
prescindir de este propósito en vista del rechazo sufrido por
dicho pacto en el Parlamento francés.
El caso de la negociación relativa a la Comunidad Euro­
pea de Defensa a que acabo de referirme, constituye, pues,
como anteriormente dije, un ejemplo elocuente en favor de la
actitud que Caro asumió respecto del tratado celebrado entre
Colombia y los Estados Unidos de América sobre la construc­
ción del canal de Panamá.
Los debates efectuados en el Senado de 1903, en los cuales
el señor Caro desplegó toda su elocuencia, son célebres en
nuestros anales parlamentarios. Caro venció en la discusión
a todos sus contendores y el hecho fué que el Senado decidió
negar la ratificación del tratado Herrán-Hay.
No es pertinente relatar aquí los sucesos acaecidos con
posterioridad a la improbación de aquel negocio, porque la
nación los conoce suficientemente. Que el departamento de
Panamá se hubiese separado; que Colombia no pudiese so­
focar la rebelión; que los gobiernos extranjeros reconociesen
rápidamente a la nueva república del Istmo y que ésta se
apresurase a pactar con los Estados Unidos de América lo
que en el Senado colombiano se había considerado lesivo de
la soberanía nacional, hechos son todos estos que para la
opinión colombiana constituyen cosa juzgada.
Debo decir, no obstante, que considero equivocados a quie­
nes atribuyan al señor Caro cualquier responsabilidad en la
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MIGUEL ANTONIO CARO 209

separación de Panamá, porque este concepto está reñido con


la justicia y con la .historia.
En primer lugar, la improbación del tratado Herrán-Hay
no fué un acto de Caro, ni podía serlo; fué una decisión del
Senado de la república; por manera que en la hipótesis de
que esa improbación hubiera sido la causa generadora de la
secesión, correspondería al Senado y no a Caro personalmente
la responsabilidad que pudiera existir por la desmembración
del. país. La circunstancia de que el señor Caro hubiese te­
nido una participación esencial y aun decisiva en los debates
sobre dicho tratado, no le resta fuerza alguna al argumento
de que cualquiera responsabilidad deducible en este asunto,
recaería en todo caso en la corporación legislativa que rechazó
el pacto con los Estados Unidos de América y no en uno de
los miembros de aquella corporación, individualmente con­
siderado. Si la participación del señor Caro fué definitiva
para el rechazo del tratado, ello demuestra que las razones
por él aducidas contra dicha negociación tenían indudable­
mente fundamentos muy serios y aceptables, puesto que in­
clinaron el ánimo de los legisladores a negar su ratificación;
a menos que al Senado de 1903 se le tome por un grupo de
hombres sugestionables e inconscientes, lo cual es inadmisible,
entre otras razones, porque esto le haría muy poco honor a la
república.
En segundo lugar, si la separación de Panamá pudo con­
sumarse, tal suceso se debió al decisivo apoyo prestado por
los Estados Unidos, factor éste que ni los demás miembros
del Senado ni nadie en Colombia podía razonablemente pre­
ver, dadas las obligaciones contraídas por la Unión Ameri­
cana en el tratado Mallarino-Bidlack de 1846, a virtud del
cual ella garantizaba en forma solemne los derechos de sobe­
ranía y propiedad que Colombia tenía y poseía en el Istmo
de Panamá.
Oportuno es tener a la vista la forma en que los Estados
M
210 GUILLERMO TORRES GARCIA

Unidos se hallaban obligados con Colombia. En la parte final


del artículo 33 del tratado de 1846, estaba estipulado lo si­
guiente: «Para seguridad del goce tranquilo y constante de
estas ventajas, y en especial compensación de ellas y de los
favores adquiridos según los artículos 4.°, 5.° y 6.° de este
tratado, los Estados Unidos garantizan positiva y eficazmente
a la Nueva Granada por la presente estipulación, la perfecta
neutralidad del ya mencionado Istmo, con la mira de que
en ningún tiempo, existiendo este tratado, sea interrumpido
ni embarazado el libre tránsito de uno a otro mar; y, por
consiguiente, garantizan de la misma manera los derechos de
soberanía y propiedad que la Nueva Granada tiene y posee
sobre dicho territorio.»
Las ventajas y favores estipulados en los artículos 4.°, 5.°
y 6.° de que se habla en la cláusula transcrita, eran: la ga­
rantía dada por el gobierno granadino de que el derecho de
tránsito al través del Istmo, por cualesquiera medios de co­
municación, sería franco y expedito para los ciudadanos y
gobierno de los Estados Unidos y para el transporte de sus
mercancías; y la igualdad de tratamiento para el comercio
norteamericano y el granadino en todo lo relativo a impor­
taciones, derechos de aduana, etc.
Conviene anotar, incidentalmente, que si los Estados Uni­
dos garantizaron en el tratado de 1846 la perfecta neutrali­
dad del Istmo de Panamá y los derechos de soberanía y pro­
piedad que la Nueva Granada tenía sobre dicho territorio,
ello no se debió a la sagacidad de Mosquera (entonces presi-'
dente de la república) ni a la habilidad diplomática de nues­
tro negociador señor Mallarino (como ingenuamente se creyó
entre nosotros por aquel tiempo), sino a la circunstancia de
que la construcción de un canal interoceánico por parte de
los Estados Unidos era punto muy importante de la política
exterior del presidente Polk.
Los acontecimientos ocurridos después de la improbación
MIGUEL ANTONIO CARO 21b

del tratado Herrán-Hay por el Senado colombiano, no d an ;


materia para precisar responsabilidades, porque ellos no eran. ,
moralmente previsibles en Colombia; al contrario, y por lol
que a Caro se refiere, éste manifestó en uno de sus discursos:
en el Senado, que abrigaba toda confianza en la grandeza y
buena fe de los Estados Unidos.
La secesión de Panamá es un hecho histórico que debe­
mos explicárnoslo con cierto fatalismo. Los Estados Unidos,
en efecto, eran los constructores natos del canal interoceánico. ·
Su incontrastable predominio en el continente americano les
daba y aseguraba ese carácter. No existía fuerza alguna su­
ficiente para impedirlo. La historia de los tratados Clayton-
Buhver (1850) y Hay-Pancefote (1901) en el orden político,
y la del Barón de Lesseps y su Compañía Francesa del Canal
de Panamá, en el orden técnico y en el financiero, demuestran
que tanto la construcción de ese canal como el dominio sobre
éste eran negocios que, tarde o temprano, caerían en manos··
de los Estados Unidos.
Valiéndome de un término, hoy muy en boga, diré que la:
separación de Panamá era algo que estaba «planificado.» A sí.
lo revela la rapidez de los actos políticos ejecutados por las,
dos partes interesadas. En efecto, la secesión fué proclamada·
el 3 de noviembre de 1903; el gobierno de Washington re-··,
conoció la nueva república tres días después, o sea el 6, y el.
día 18 se firmó la Convención Hay-Bunau Vañila, en cuyo*
artículo 1° la Unión Americana garantizó y se obligó a man-
tener la independencia de Panamá. De esta suerte, Panamá
pudo separarse de Colombia y consolidar su soberanía, .bajo1
la expresa protección de los Estados Unidos.
Las principales estipulaciones de carácter político y las"
cesiones territoriales y otros derechos concedidos por Panamá
a los Estados Unidos en la mencionada convención, fueron.,
en síntesis los siguientes:
Los Estados Unidos, como antes dije, reconocieron la inde-.
2 12 GUILLERMO TORRES GARCIA

■pendencia de Panamá y se obligaron a sostener dicho indepen­


dencia’; Panamá les cedió, a perpetuidad, la zona destinada a
4a;construcción del canal, zona que empieza en el mar Caribe,
atraviesa todo el Istmo y termina en el Océano Pacífico; se
obligó a cederles, también a perpetuidad, todas las tierras que
fueran necesarias para la construcción, sanidad o defensa del
canal o de cualquiera otros canales auxiliares o demás trabajos
indispensables; cedióles igualmente, a perpetuidad, un grupo
de islas entre las cuales quedaron incluidas las llamadas Perico,
Naos, Culebra y Flamenco, en la bahía de Panamá; otorgó­
les, a perpetuidad, el monopolio para la construcción, conser­
vación y explotación de todo sistema de comunicaciones por
canal o ferrocarril a lo largo del territorio del Istmo, entre
el mar Caribe y el Océano Pacífico; dióles el derecho de ad­
quirir en las ciudades de Panamá y Colón las tierras, edifi­
cios y, en general, todas las propiedades necesarias para cua­
lesquiera obras de carácter sanitarios, inclusive las de distri­
bución de agua en dichas ciudades; comprometióse a que en
Panamá y en Colón regirían, a perpetuidad, las disposiciones
sanitarias emanadas de las autoridades de los Estados Unidos
y a que en caso de que el gobierno panameño no estuviese
én capacidad de hacer cumplir tales disposiciones, los Esta­
dos Unidos tendrían el .derecho y la autoridad para imponer
su cumplimiento; otorgó a los Estados Unidos igualmente el
derecho y autoridad para mantener el orden público en las
ciudades de Panamá y Colón, cuando a juicio de aquéllos el
gobierno panameño careciese de la posibilidad de hacerlo;
dióles el derecho de que en cualquier tiempo que lo estima­
ran conveniente, los Estados Unidos podrían establecer for­
tificaciones, así como emplear sus fuerzas armadas de todo gé­
nero para la seguridad y protección del canal o de los buques
■que hiciesen uso de él. Por último, todos los derechos y pri­
vilegios que los Estados Unidos adquirieron por virtud de la
iConvención Hay-Bunau-Vañila, quedaron garantizados por
MIGUEL ANTONIO CARO 213

Panamá, en el sentido de que tales derechos y privilegios no


serían afectados en ninguna forma, en caso de que Panamá
se uniese en cualquier tiempo a otra nación o entrase a ha­
cer parte de una unión o confederación de Estados,
La separación de Panamá, consumada bajo la protección de
. los Estados Unidos, quebrantó profundamente, como era na­
tural, la cordialidad en las relaciones de Colombia con el go­
bierno de Washington, pues por poderosas que fueran las ra­
zones de orden político y económico que asistiesen a la Unión
Americana para construir el canal interoceánico y especial­
mente para asegurar en sus manos el dominio y defensa de
esa obra, ellas no podían justificar en Colombia ante el sen­
timiento público los medios a que se ocurrió para lograr aque­
llos fines.
Mas si los acontecimientos del Istmo eran inadmisibles
para la opinión nacional, hay sin embargo antecedentes que
hoy los hacen explicables. En efecto, Colombia había dado
el espectáculo de siete guerras civiles durante el siglo x d í ,
y la nueva centuria se inició para ella dentro del repugnante
cuadro de las matanzas fratricidas. Estos hechos, de imposible
negación, habían creado en los Estados Unidos la convicción
de que nosotros no eramos una garantía para mantener y
responder del orden público en la zona del canal de Panamá.
Mas lo anterior no era todo lo que podía argüirse en contra
nuestra. Infortunadamente había algo más: entre 1821, año
en que se consolidó la república, y 1903, año en que se efec­
tuó la separación de Panamá, los colombianos nos habíamos
dado ocho Constituciones; habíamos cambiado de nombre
cinco veces; cinco de nuestros presidentes habían sido derro­
cados, y siete contiendas armadas registrábamos en el trans­
curso de aquél período de ochenta y dos años. Tal era el ba­
lance que presentábamos a los ojos del pueblo norteamerica­
no en la época en que su gobierno se hallaba resuelto a llevar
a cabo la construcción del canal de .Panamá.
■214 GUILLERMO TORRES GARCIA

Ante los hechos rememorados, fácil es suponer el concep­


to que de nosotros se habrían formado las gentes de los Es­
tados Unidos, nación ésta que desde el día que fué soberana
tse ha gobernado con una sola Constitución, expedida por la
Convención de Filadelfia el 17 de septiembre de 1787; nación
que nunca ha cambiado de nombre; que no ha derrocado nin­
guno de sus presidentes, y que, con excepción del período de
la guerra de secesión, todo el resto de su vida ha transcurrido
• dentro de una admirable estabilidad institucional y guberna­
tiva y una perfecta paz interior.
Debemos por tanto explicarnos que para la época en que
era imprescindible realizar la construcción del canal interoceá­
nico, esto es, para principios del presente siglo, los Estados
Unidos no nos tomasen en serio, por considerarnos un pueblo
incapaz de gobernarse a sí mismo y de vivir ordenadamente.
Claro es que estas consideraciones no justifican la sece­
sión de Panamá, ni la ayuda prestada por los Estados Unidos
a aquella rebelión; pero sí las explican. La construcción del
‘canal, además, era una necesidad vital de la economía nor­
teamericana y de la política internacional de los Estados Uni­
dos. Era también una obra de urgente realización para la
marcha de las corrientes del comercio mundial. Dadas estas
circunstancias, aquella empresa no podía dejar de coronarse,
y de ahí que el canal de Panamá fuese una obra que los Esta-
dos Unidos habrían de construir —con tratado Herrán-Hay
o sin él—, como en efecto, así ocurrió.
Estudiada esta cuestión del Istmo a la luz de factores co­
mo los que aquí he presentado, puede verse cuán simplista
es el criterio de quienes juzguen que el señor Caro es respon­
sable de la separación de Panamá por el sólo hecho de haber
combatido en el Senado de la república la ratificación del tra­
tado Herrán-Hay,
Del señor Caro se ha aseverado también que en uno de sus
discursos sobre este tratado tuvo la imprudencia de decir (en
MIGUEL ANTONIO CARO 215

momentos tan delicados para nuestras relaciones con los Es­


tados Unidos) que el secretario de Estado, señor Hay, «no
sabía Derecho Internacional.» Es ésta 'una versión muy co­
rriente, en la cual se han tergiversado sus palabras, porque
el señor Caro nunca emitió tal concepto en ninguno de aque­
llos discursos.
En las relaciones de los debates del Senado de 1903, debe
hallarse lo siguiente: El señor Caro, apoyándose en la dife­
rencia que suele hacerse entre un tratado y una convención,
observó incidentalmente que, dada la naturaleza de las esti­
pulaciones contenidas en el documento diplomático firmado
en Washington por los señores Hay y Berrán, tal documento,
a su juicio, era más una convención que un tratado; y como
alguien le arguyese (me parece que el señor Antonio José
Uribe, entonces ministro de Instrucción Pública y defensor
del tratado Herrán-Hay) que ese concepto era erróneo por
cuanto en los Estados Unidos sí se consideraba como un tra­
tado el documento firmado por Colombia, puesto que así se le
llamaba en su texto y así lo había suscrito el secretario Hay,
el señor Caro lacónicamente contestó: «Se equivocó el señor
Hay». Estas fueron sus palabras, Así, pues, Caro limitóse a
decir que el señor Hay se había equivocado, lo cual es muy
distinto de haber qfirmado que el secretario de Estado de la
Unión Americana no sabía Derecho Internacional. Cuando de
alguien decimos que se ha equivocado en una apreciación de
carácter científico, no hemos afirmado que ese alguien ignora
la ciencia.
Mas lo curioso que he encontrado en este asunto es lo que
sigue. Panamá se separó de Colombia muy poco después de
la improbación del tratado Herrán-Hay, y el gobierno de los
Estados Unidos apresuróse a celebrar con la nueva república
una negociación sobre la construcción del canal interoceáni­
co. Esa negociación era de naturaleza idéntica a la del trata­
do Herrán-Hay, y la firmaron en Washington, como atrás
216 GUILLERMO TORRES GARCIA

dije, el secretario de Estado señor Hay y el señor Bunau-Va-


rilla, en representación de Panamá. Pues bien; a ese acto
diplomático se le dió en los Estados Unidos el nombre de «con­
vención» y no el de «tratado»; así se le denomina en todas
las cláusulas en que a él se hace referencia, y en las compila­
ciones de pactos públicos suscritos por el gobierno americano,
aparece intitulado de esta manera: Convention with Panana
jor the construction of a canal.
No quiero decir con esto que si a la negociación entre los
Estados Unidos y Panamá se la llamó convención y no trata­
do, ello deba atribuirse a las consideraciones que el señor Caro
hizo en el Senado acerca del tratado Herrán-Hay; considera­
ciones que, por lo demás, bien pudieron haber sido transmiti­
das a la secretaría de Estado de Washington en alguna co­
municación del ministro de los Estados Unidos en Bogotá so­
bre el curso de los debates relativos a aquella negociación;
pero, en todo caso, el hecho que anoto no deja de ser intere­
sante en relación con Caro.
Justo es, por otra parte, reconocer que después de los su­
cesos de 1903 los Estados Unidos se mostraron dispuestos a
hacer un arreglo con Colombia. Esto explica que durante el
gobierno del presidente Reyes se hubiera negociado en Was­
hington un tratado, el cual firmaron los señores Elihu Root,
secretario de Estado, y Enrique Cortés, ministro de Colombia
en la Unión Americana.
Este tratado fué muy mal recibido por la opinión colom­
biana, porque ella estaba todavía bajo la impresión del recuer­
do de lo acaecido. En el alma de la nación aún no se habían
cerrado las heridas. Preciso era esperar que la acción del tiem­
po crease un estado de ánimo más propicio para el restableci­
miento de la antigua cordialidad entre las dos naciones.
Fué así como se llegó, en 1914, a concluir la negociación
conocida con el nombre de Tratado Urrutia-Thompson, firmado
en Bogotá el 6 de abril de aquel año, tratado que sólo vino a
MIGUEL ANTONIO CARO 217

ser aprobado por el congreso colombiano en 1921 y a cuya vir­


tud quedaron definitivamente arregladas las cuestiones rela­
tivas a la separación de Panamá. Esta negociación inició una
nueva era en nuestras relaciones con los Estados Unidos, y
el país ha demostrado ser un amigo leal de la democracia
norteamericana, tal como lo había sido durante el siglo xix
desde los días gloriosos de la Independencia.
El Tratado Urrutia-Thompson tiene un aspecto financiero
que es interesante comentar. En dicha negociación, los Es­
tados Unidos reconocieron a Colombia una indemnización por
valor de US $ 25.000.000, suma que le fué pagada entre los
años 1922 y 1926, en cinco anualidades de US $ 5.000.000
cada una.
Si esta indemnización se estudia con ánimo sereno, llé­
gase a la conclusión de que ella fué equitativa desde el punto
de vista de su valor. En efecto, Colombia, en el fondo, nada
había enajenado en favor de los Estados Unidos, pues fué
la nueva república de Panamá quien les hizo una cesión te­
rritorial para la construcción del canal interoceánico. Pana­
má, en su condición de nación independiente, podía efectuar
las cesiones territoriales que quisiera, y Colombia no era en
realidad sino el país del cual se había separado uno de sus
departamentos, con la circunstancia de que el nuevo Estado
surgido de esta secesión había sido reconocido por los go­
biernos de las demás naciones. Colombia, pues, a causa de
la secesión dicha, no tenía ya derecho alguno de propiedad
sobre el Istmo, y de ahí el que pueda considerarse que ella,
efectivamente, no había cedido a los Estados Unidos ningu­
na porción de territorio a cambio de la cual éstos debieran
reconocerle un determinado valor. La indemnización que nos
fué pagada se explica por razones morales, es decir, por el
hecho de que los Estados Unidos hubiesen apoyado en forma
decisiva la rebelión de Panamá, causándole con ello a Co­
lombia una pérdida de carácter territorial. Los Estados Uni-
218 GUILLERMO TORRES GARCIA

dos, en suma, hallábanse obligados con Colombia, en con­


ciencia, no en derecho.
Ahora bien, si el pago de 25 millones de dólares lo hicie­
ron los Estados Unidos a título de indemnización por el per­
juicio que se nos había ocasionado con la desmembración del
territorio, y si Colombia aceptó aquella suma a ese mismo
título, claro es que esta transacción equivalía en definitiva a
que Colombia, por una ficción jurídica, enajenase el terri­
torio que de ella se había separado, a cambio de 25 millones
de dólares; pero con la circunstancia de que los Estados
Unidos no adquirirían para sí tal territorio, puesto que él
pertenecía y continuaría perteneciendo a la República de
Panamá.
Contemplada la indemnización americana como el precio
que Colombia recibía por una supuesta enajenación del te­
rritorio del Istmo, es como puede verse más claramente si
dicho precio fué o no equitativo. Creo que este punto debe
dilucidarse a la luz de los precedentes que existen en mate­
ria de adquisiciones territoriales por parte de los Estados
Unidos de América.
Hasta donde mis investigaciones alcanzan, creo que las
adquisiciones territoriales de los Estados Unidos desde que
ellos se constituyeron como nación independiente, han sido
las siguientes:
a) Por el Tratado de Fontainebleau de 1762, Francia ce­
dió a España la Luisiana, y treinta y ocho años después, esto
es, en 1800, España, por virtud del Tratado de San Ildefonso
(que fué un pacto secreto), se la devolvió a Francia. Alar­
mado el gobierno de Washington con el hecho de que Fran­
cia volviese a entrar en posesión de la Luisiana y especial­
mente del puerto de Nueva Orleans, el presidente Jefferson
envió a París a James Monroe con la misión de negociar la
compra de Nueva Orleans, negocio para el cual el Congreso
Americano había destinado 2 millones de dólares. Napoleón,
MIGUEL ANTONIO CARO 219

acosado por las necesidades financieras de sus guerras, re­


solvió vender toda la Luisiana, negociación que se llevó a
cabo por una convención firmada el 30 de abril de 1803, Los
Estados Unidos pagaron . por dicho territorio la suma de
12 millones de dólares.
b) España, probablemente con el fin de ganarse la bue­
na voluntad de los Estados Unidos para que no reconociesen
la indepedencia de las colonias españolas de América, les ce­
dió la Florida, a cambio de que la Unión Americana recono­
ciese y pagase varias reclamaciones de súbditos españoles
hasta concurrencia de 5 millones de dólares, negocio efectua­
do por tratado de 22 de febrero de 1819.
c) Por el Tratado de Guadalupe Hidalgo, de 2 de febre­
ro de 1848, que puso fin a la guerra con Méjico, los Estados
Unidos adquirieron a Nuevo Méjico y la Baja California, por
la suma de 15 millones de dólares.
d) Por convención de 30 de marzo de 1867, los Estados
Unidos compraron a Rusia el territorio de Alaska y pagaron
US $ 7.200.000.
e) En el tratado de paz con España, firmado en París el
10 de diciembre de 1898, ésta cedió a los Estados Unidos el
archipiélago de las Filipinas, la isla de Puerto Rico y otras
en el mar Caribe y la isla de Guam. Los,Estados Unidos pa­
garon 20 millones de dólares; y -
/) Por la Convención Hay-Bunau Varilla de 18 de no­
viembre de 1903, los Estados Unidos adquirieron de Panamá
la zona para la construcción del canal interoceánico y otros
derechos por la suma de 10 millones de dólares.
Se tiene, pues, que la indemnización reconocida a Colom­
bia en el tratado de 6 de abril de 1914, representa el desem­
bolso más cuantioso o si se quiere el más alto precio pagado
por los Estados Unidos en toda su historia de adquisiciones
territoriales. Colombia, en efecto, recibió una suma superior
en 108 por 100 del precio pagado por la Luisiana; en 400 por
220 GUILLERMO TORRES GARCIA

100 del de la Florida; en 66 por 100 del de Nuevo Méjico y


la Baja California; en 247 por 100 del de Alaska; en 25 por
100 del de las Filipinas, Puerto Rico, la isla de Guam y otras
islas, y lo que es todavía más diciente, en 150 por 100 del
precio pagado a Panamá por la zona destinada a la construc­
ción del canal.
Vistas así las cosas, y habida consideración de la impor­
tancia de los territorios adquiridos por los Estados Unidos,
del monto de los precios pagados por dichas adquisiciones y
de las épocas en que se se efectuaron las negociaciones res­
pectivas, parece que el valor de la indemnización reconocida
a Colombia fué equitativo.

* $

En esa misma legislatura de 1903, el señor Caro tuvo otra


intervención importante. Las grandes emisiones efectuadas
por causa de la guerra civil de tres años, habían depreciado
nuestro papel moneda en un grado hasta entonces descono­
cido en la historia universal de este signo monetario. Cuan­
do sólo se registraban en el mundo como los casos más ex­
traordinarios de envilecimiento de los billetes emitidos por
el Estado, el de Francia, con los asignados de la Revolución,
y el del papel argentino, que había llegado a cotizarse al
2.500 por 100, en Colombia teníamos tipos de cambio real­
mente inverosímiles, como el de octubre de 1902, que fué
del 18.900 por 100. La inseguridad en las transacciones era
el principal factor de perturbación y de crisis, a lo cual se
agregaba una desastrosa situación fiscal emanada de la más
cruenta, larga y costosa de todas nuestras contiendas civiles.
Preocupado el legislador con tal estado de cosas, la cá­
mara de representantes aprobó un proyecto de ley «sobre
regulación del sistema monetario y amortización del papel
moneda». Sometido luego el proyecto a la consideración del
MIGUEL ANTONIO CARO 221

Senado, a Caro correspondió estudiarlo como miembro de la


Comisión de Hacienda; mas por no haber estado de acuerdo
con los demás miembros de ésta en algunas de las disposiciones
esenciales del proyecto, Caro presentó un informe especial
separado, documento que es un modelo de trabajo legislativo.
* **
En 1904 hubo elecciones para presidente y vicepresidente
de la República. Los conservadores, divididos, votaron por los
señores Rafael Reyes y Joaquín F. Yélez, habiendo resultado
electo el general Reyes. El señor Caro, que no se consideraba
miembro del partido conservador, no votó por ninguno de
aquellos dos candidatos, sino por el antiguo liberal-indepen­
diente señor José María Campo Serrano. Caro continuaba
firme en su posición de nacionalista, aunque en verdad el
partido nacional del cual él había sido jefe desde la muerte
de Núñez, prácticamente no existía ya como colectividad po­
lítica. El nacionalismo, en efecto, estaba desintegrado, pues
los conservadores, que eran su mayor elemento constitutivo,
habíanse separado de él para organizarse como partido autó­
nomo, y los llamados independientes o sean los liberales que
acompañaron a Núñez en la reforma política; unos volvieron
a las filas del liberalismo y otros se declararon conservadores.
Caro concurrió a las deliberaciones del Senado en 1904,
siendo esta la última vez que figuró en el Congreso nacional.
Su actitud en aquella ocasión fué conciliadora con el presi­
dente Reyes, quien tenía una mayoría adversa en las cáma­
ras, y de quien Caro no era partidario entonces, como tam­
poco lo había sido cuando se trató de su candidatura a la
Presidencia de la República en 1897.
Clausurado el Congreso a fines de 1904, el señor Caro re­
tiróse definitivamente a la vida privada y en ella permane­
ció hasta el día de su muerte, ocurrida en Bogotá el 5 de
agosto de 1909.
I

f
XIV

Miguel Antonio Caro es una gran figura de la política co­


lombiana a quien la Historia no debe en rigor colocar dentro
de ninguno de nuestros partidos tradicionales. Si bien entre
los años 1864 y 1885 el señor Caro estuvo afiliado al partido
conservador, si sus ideas fueron conservadoras en varias de
sus concepciones políticas y si tenía un temperamento tradi-
cionalista, cierto es también que él mostró siempre la ten­
dencia a no aceptar la denominación de conservador y a no
figurar en un partido que llevase este nombre. Incorporado
en 1885 en el partido nacional, Caro, desde entonces, no so­
lamente jamás volvió a llamarse conservador, sino que una
vez separados los conservadores de aquella colectividad po­
lítica y organizados independientemente con esta denomina­
ción, él no se adhirió a esa corriente y vivió y' murió políti­
camente desvinculado de ella, por más que sus adeptos se
considerasen los «históricos», es decir, los genuinos deposita­
rios y continuadores de la tradición política de José Eusebio
Caro y Mariano Ospina.
La tendencia en Caro a no llamarse conservador se ve en
el hecho de que la principal preocupación política de su ju­
ventud fuese la de organizar en Colombia una nueva co­
rriente con el nombre de partido católico·, en la circunstan­
cia de que como periodista manifestase su esquivez por la
224 GUILLERMO TORRES GARCIA

denominación de conservador, y, sobre todo, en su determi­


nación de haber renunciado irrevocablemente durante los
últimos veinticuatro años de su vida a esta denominación.
Recuérdese que cuando Caro se hallaba al frente del go­
bierno de la República, publicó en el mes de julio de 1896
su renombrada Declaración sobre el partido nacional, docu­
mento en el cual decía, entre otras cosas, lo siguiente:
«El partido que ejerce hoy el poder público se compone
de los elementos que concurrieron a reintegrar la nación y
expedir la Constitución de 1886 y que hayan permanecido
fieles a esa bandera.
»Este partido es «conservador» en cuanto sostiene y con­
serva el orden constituido, el respeto a la autoridad y la con­
cordia con la Iglesia, base de la paz social.
»Pero no es este un partido reaccionario. El partido que
votó la Constitución de 1886 no puede ser el mismo que ha­
bía votado la de 58, porque esta y aquella ley fundamental
son antagónicas.
■ »El partido que sustenta la Constitución del 86 se fundó
para efectuar y defender una gran transformación política
que se ha llamado regeneración; es un organismo que tiene
principios y fines determinados, vida y desarrollo propios,
y por lo mismo, un nombre propio, cual es el hermoso nom­
bre de PARTIDO NACIONAL, bajo el cual, y con la obra
que ha realizado, se presentará ante el tribunal de la pos­
teridad.»
El señor Caro, pues, no se reputaba «conservador», sino
individuo perteneciente a un partido político llamado Par­
tido Nacional que, según sus propios palabras, no podía ser
el mismo que había votado la Constitución de 1858, esto es,
el antiguo partido conservador colombiano *.
* E l Congreso que expidió la Constitución de 1858 tenía una fuerte
m ayoría conservadora. Sobre 71 signatarios de dicha Constitución, 46 eran
conservadores y 25 liberales. El señor Caro consideró siempre como un
grave error del partido conservador la expedición de ese estatuto político.
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lóílirc. < / (i^oootr/ &<- d C'dfcO ÿ v tïd Z

^ y p t- ■ . C & Yo

KACSIMM. OKI. gO.NKTO "CCNTRA EL ECOISAJO'


MIGUEL ANTONIO CARO 225

Véase ahora el comentario que a esta Declaración hizo el


jefe de la oposición conservadora, señor Martínez Silva, co­
mentario que corrobora la poca o ninguna inclinación en el
señor Caro a denominarse conservador. Martínez Silva escri­
bía en el Repertorio Colorríbiano, correspondiente al 22 de
julio de 1896, lo que sigue:
«El señor Caro declara que a este partido, denominado
Nacional desde su fundación, se debe la reforma política que
se ha llamado regeneración; que lo constituyen los individuos,
no agrupaciones, que sostengan en toda su integridad el sis­
tema imperante en la República; y, finalmente, que él no
reconoce abolengo alguno en nuestros partidos históricos. No
es conservador sino en el valor adjetivo de la palabra, como
fué también conservador el partido liberal mientras se con­
servó en el poder.
»Estos conceptos o declaraciones del señor Caro, que a
muchos han causado sorpresa, no tienen, sin embargo, nove­
dad, pues no es la primera vez que él los formula, ya en do­
cumentos oficiales ya en artículos de periódicos, desde mu­
cho antes de su elevación al poder.
»No nos explicamos, por lo mismo, la extrañeza, real o
fingida, con que han sido recibidas ahora las palabras del vi­
cepresidente de la República y jefe nato, por la investidura
presidencial, del Partido Nacional.
»Parece que esta denominación hubiera sido tomada has­
ta ahora como mera fórmula convencional, sólo' para ciertos
y determinados fines electorales, sin reparar en el alcance
que ella ha tenido y tiene.
»Pero el señor Caro, que a lo menos es hombre serio, sabe
lo que dice, y por qué lo dice; y por eso no hay que creer
que sea en él obra de pasajero capricho la marcada aversión
o desdén con que ahora y en todo tiempo ha mirado el nom­
bre de conservador, desde que por primera vez habló en la
cámara de representantes de 1868, desde que redactó El Tra-
15
226 GUILLERMO TORRES GARCIA

áicionista, hasta que recientemente apareó aquel nombre con


el concepto de imbecilidad.»
Mas el factor de mayor importancia que se encuentra en
Caro al estudiarle por este aspecto político, es su evolución
en cuestiones económicas y sociales, hecho que le aleja en
esas materias de la ideología de los conservadores colom­
bianos. Y fué justamente dicha evolución el motivo de orden
intelectual que determinó su apartamiento definitivo de las
filas conservadoras, porque ella constituía para un hombre
de la integridad conceptual de Caro, una razón poderosa que
le impedía llamarse conservador cuando en realidad había
dejado.de serlo. Que él, por su parte, no lo manifestase así,
y que los conservadores, de su lado, no se hubiesen apercibi­
do del cambio ideológico en Caro, son circunstancias que no
le restan fuerza alguna a esa misma evolución.
Si al señor Caro se le sigue con atención en todos sus es­
critos políticos y económicos, descúbrese que desde el año
1890, o sea después de expedida la nueva Constitución y an­
tes de haber ejercido la Presidencia de la República, ya se
había iniciado en él una determinada orientación socialista.
Pero si bien esa orientación se fundaba en los principios del
Cristianismo y en las enseñanzas de la Iglesia Católica, ella
implicaba, sin embargo, una concepción distinta de la que
tenían los conservadores en el terreno económico-social.
Los conservadores, en efecto, al igual que los liberales,
eran adictos al individualismo capitalista; ambos partidos'de­
fendían la libertad económica, la iniciativa privada, la libre
empresa; y ambos eran, por tanto, adversos al intervencio­
nismo de Estado. De esta suerte, entre un Miguel Samper y
un Carlos Martínez Silva, por ejemplo, no había contraposi­
ción de ideas en aquellos campos. Caro, al contrario, estaba
lentamente apartándose de la concepción capitalista conser­
vadora y liberal, porque en él se acentuaba progresivamente
su grande inclinación al intervencionismo, inclinación esti-
MIGUEL ANTONIO CARO 227

mulada por ciertas preocupaciones suyas de carácter socia­


lista. De ahí que tanto en la Prensa como en sus mensajes
presidenciales, se le hubiesen escapado varios conceptos re­
veladores del nuevo rumbo que tenía su pensamiento. Como
prueba de esta aseveración, véanse los siguientes pasajes de
escritos diversos suyos.
Defendiendo el principio del privilegio de emisión de bi­
lletes de banco, Caro escribía con innegable sabor socialista:
«Conservando el Estado el privilegio de emisión, como habrá
de conservarlo mientras la dirección de los negocios públicos
obedezca al interés social y no al de clases monopolistas, el
gobierno estará en capacidad de cumplir con la enunciada
promesa cuando pueda disponer de un capital muy inferior
al monto del papel moneda como billete de banco privile­
giado».
Criticando en la libertad económica la ausencia de una
intervención del Estado reguladora de la libre concurrencia,
Caro impugnaba esa libertad en los siguientes términos so­
cialistas: «Ningún género de monopolio de Estado, aun en
los casos de abuso y de mayor abuso, ofrece los inconvenien­
tes a que en su gran desarrollo, ilimitado cual lo exige y sus­
tenta el liberalismo, sin freno moral ni inspección guberna­
tiva, está expuesta la libre concurrencia. El «trabajo libre»,
que parecía sinónimo de redención, desarrollándose en Euro­
pa fuera del Cristianismo, ha sometido a millones de obre­
ros a una servidumbre infinitamente más opresiva que la
de los siervos de la gleba; por lo cual las masas desenga­
ñadas abominan del liberalismo, ansiosas de una ■libertad
que no podrá florecer por la venganza que se elabora, sino
por el triunfo del Cristianismo en la conciencia de los pue­
blos y en las leyes de las naciones». ;
Estimando que el interés social o colectivo que repre­
sentan los gobiernos, es preferible al interés individual (lo
cual es un concepto socialista), Caro dice, en defensa del
228 GUILLERMO TORRES GARCIA

colectivismo: «Si, por gran dicha, en estos países nuevos


no afrontamos aún esos problemas formidables creados por
una concurrencia implacable que abruma al trabajador y di­
suelve la familia, siempre es cierto, porque es ley de la hu­
manidad, que cuanto más se generalice el interés, más se
depura, más se dignifica, y por la noción de patria se con­
sagra. El individualismo es siempre menos generoso que el
colectivismo; el individuo privilegiado por la naturaleza o
por el Estado, no acuerda compensaciones, ni busca tempe­
ramentos como los gobiernos representantes del interés común».
Refiriéndose a los abusos que cometen los fuertes con
las clases menesterosas (lo que ha sido siempre una de las
mayores preocupaciones del socialismo), Caro escribía: «Los
gobiernos, por su institución, no son amenaza, sino escudo;
un gobierno cristiano aspira a proteger todo derecho, y es­
pecialmente el de los débiles, contra los abusos que se co­
meten a la sombra de las desigualdades naturales y de los
monopolios de particulares que ellas inevitablemente engen­
dran: por lo cual la regla general es que, defendiendo al
gobierno, se defiende también la libertad».
Justificando ciertos monopolios de Estado, decía lo si­
guiente en contra del individualismo: «Como quiera, es el
hecho que en las naciones más civilizadas y más ricas, y
por; lo mismo menos necesitadas de recursos extraordinarios
o supletorios, existen esos monopolios, tales o cuales, justi­
ficados por uno u otro motivo; las formas o procedimientos
varían, pero el derecho mismo perdura, por consentimiento
y práctica universal, resistiendo victoriosamente al embate
de doctrinas individualistas y de cuantas declamaciones lo
niegan y se esfuerzan por desacreditarlo en la opinión pú­
blica».
Mas cuando Caro hizo una declaración socialista aún más
concreta que todos los conceptos anteriormente transcritos,
fué en su exposición doctrinaria acerca de la propiedad gra-
MIGUEL ANTONIO CARO 229

tuita, al escribir: «Por lo expuesto, yerran los economistas


que cubren la onerosidad con el manto sagrado de la pro­
piedad; y yerran al propio tiempo los comunistas, que pre­
tenden ensanchar el círculo de la propiedad común. El ideal
comunista es un ideal falso y absurdo, como hijo, al fin, de
la envidia; mientras que el socialismo cristiano, que procura
ensanchar la esfera de la propiedad gratuita, es un ideal ge­
neroso y científico, hijo de la caridad».
Así, pues, Caro estaba alejándose de la ideología capita­
lista; su lema en materias económicas no era ya aquello.de:
Laissez faire, laissez passer, no gouvemez pas trop, cifra y
compendio del liberalismo económico y fórmula anti-inter-
vencionista igualmente grata a liberales y conservadores;1sus
ideas, por el contrario, inclinábanse en favor de la acción del
poder público, de la intervención del Estado, como freno y
contrapeso de una libertad económica ejercida sin control
de ningún género y sin un sentido cristiano del interés co­
lectivo. . .
Pero esta evolución ideológica hallábase apenas en ges­
tación ; ella no alcanzó a madurar en la mente de Caro, aun
cuando sí había germinado lo suficiente para que las nuevas
concepciones que en él empezaban a definirse no le permi­
tiesen llamarse conservador. Su mayor renuencia a llevar este
nombre político coincide cabalmente con la época en que sus
conceptos económicos y sociales evolucionaban; de suerte
que, esa renuencia obedecía a algo muy consciente, porque se
trataba de una cuestión de ideas y no de un asunto de nom­
bres o una simple disputa de palabras.
La circunstancia de que aquel cambio ideológico no es­
tuviese suficientemente consolidado en Caro, es lo que ex­
plica, a mi ver, que él no hubiese hecho una declaración ter­
minante a este respecto; pero esa evolución, sin embargo,
fué, lo repito, la razón que en el fondo le impidió continuar
figurando con la denominación de conservador. Caro no se
230 GUILLERMO TORRES GARCIA

declaró socialista en una forma expresa, mas tácitamente sí


dio a entender que esa era su orientación. Su vocación para
las concepciones de un socialismo inspirado en la doctrina
social de la Iglesia revélase tan claramente en su mentali­
dad y en sus escritos, que no es descaminado pensar que si
él hubiese vivido en estos tiempos, no solamente habría sido
en Colombia el promotor de un intervencionismo de Estado
conforme a la doctrina sedal católica, sino que habría enca­
bezado y dirigido entre nosotros un nuevo partido político
con un programa de acción en ese sentido. Así, pues, está
bien claro que cuando he hablado de socialismo en relación
con el señor Caro, no me he referido al socialismo condena­
do por la Iglesia, sino a las formas de acción económica y
social que los Sumos Pontífices (como León XIII, Pío XI y
Pío XII principalmente) han explicado en diversas encícli­
cas y otros documentos, en los cuales se encierran los prin­
cipios sociales católicos.
Ahora bien: Si el señor Caro, según ya se ha visto, reti­
róse para siempre del partido conservador, si nunca volvió
a aceptar para sí ese nombre político, y si en los últimos
diecinueve años de su vida tuvo una ostensible orientación
socialista, la conclusión que se impone es la de que a él no
debe considerársele como un auténtico miembro del partido
conservador colombiano, por más que en la época compren­
dida entre 1864 y 1885 hubiera militado en sus filas.
Caro, en hecho de verdad, no le pertenece al partido con­
servador. Esa colectividad no puede reclamarlo por suyo,
pues esto es proceder contra la voluntad misma del insigne
estadista, es irrespetar sus determinaciones, desvirtuar sus
actos políticos y desconocer la evolución de sus ideas.
Miguel Antonio Caro es una excelsa figura nacional que
se destaca aislada, solitaria, enhiesta, desvinculada de nues­
tras dos corrientes políticas tradicionales, porque así lo quiso
él y porque así es mejor para su gloria.
XV

Al definir la compleja personalidad de Caro, fácil es in­


currir en errores de apreciación, por la circunstancia de tra­
tarse' de un hombre cuya inteligencia superior se ostenta
igualmente luminosa en todos sus variados campos de pen­
samiento. Dicha circunstancia ha sido la causa de que el cri­
terio público no se haya formado un juicio exacto sobre lo
que Caro fué realmente. La opinión general hase inspirado
en los panegiristas que él ha tenido; pero éstos estudian la
personalidad de Caro somera y fragmentariamente, y, por
consiguiente, en forma incompleta. De aquí que para unos,
Caro no sea sino un filólogo; para otros, un crítico; para
muchos, un poeta, y para la generalidad, un literato exclu­
sivamente, sin que falten quienes vean en él principalmente
un polemista o un orador. Tal profusión de puntos de vista,
demostrativos de las dotes múltiples de Caro, ha originado
el concepto de que él fué solamente un gran letrado. Este
juicio, si bien es acertado en el terreno de la cultura, cons­
tituye, no obstante, una síntesis deficiente de su personali­
dad, porque sólo exalta en ella una de sus fases, con pres-
cindencia de la más sustancial.
Caro, en efecto, revélase sobre todo como un hombre de
Estado. Es este su aspecto fundamental, porque es el que
predomina en su personalidad; porque es en el cual se en-
232 GUILLERMO TORRES GARCIA

cuentran sus persistentes preocupaciones; el que presenta


sus realizaciones más trascendentales y el que comprende
un mayor número de años de actividad durante su existen­
cia. A esta conclusión se llega mediante el estudio de su vida
y de su obra.
Recordémoslas brevemente. En los primeros años de ju­
ventud, a Caro preocúpanle especialmente las humanidades.
Son sus trabajos filológicos, su estudio de la antigüedad clá­
sica, sus producciones de crítica literaria, sus composiciones
poéticas y sus admirables traducciones de Virgilio, de Hora­
cio y de otros poetas latinos, las ocupaciones que en él pa­
recen prevalecer.
Mas paralelamente a estas actividades y por virtud de su
notable capacidad para las cuestiones sociales, adquiere con
gran rapidez una sólida versación en ciencias morales y polí­
ticas, disciplinas que le convierten muy pronto, primero, en
brillante periodista, luego en legislador y, por último, en au­
téntico jefe de partido y en ilustradísimo gobernante.
Cuando Caro tiene apenas veintiséis años, arremete con­
tra las doctrinas de Bentham, y su Estudio sobre el Utilita­
rismo, obra que publica en 1869, revela en él preocupaciones
propias de un hombre de Estado, porque el fin perseguido
con aquel estudio era destruir en nuestra sociedad la influen­
cia de un sistema filosófico contrario a la moral cristiana y
arrebatar a ese mismo sistema el campo de la legislación y
el de las costumbres. No se trataba pues, de una cuestión
meramente especulativa, sino de un grave negocio político
y social.
A los veintiocho años de su edad, hállase al frente de
El Tradicionista, periódico del cual se sirve para fijar sus
ideas políticas y empeñar una ruda lucha en defensa, de sus
principios. Por entonces Caro demuestra sus dotes parlamen­
tarias, pues en las legislaturas de 1868 y 1876 son admiradas
su ilustración y su elocuencia.
MIGUEL ANTONIO CARO 233

En 1886, en plena madurez, es cuando corona su mayor


realización política al dar a la república una nueva Consti­
tución.
Antes de haber llegado a los cincuenta años, ya es jefe
de la nación, y la gobierna durante un sexenio, siendo así,
después del General Santander, el colombiano que por un
mayor número de años consecutivos ha estado al frente del
poder público.
Deja la presidencia y poco tiempo después vuelve a vér­
sele en las cámaras legislativas de 1903 y Í904, año este úl­
timo en que se retira a la vida privada.
Tal fué, en líneas generales, la carrera política de Caro.
Al estudiar sus actividades de hombre de Estado, adviér-
tense la más perfecta lógica y consecuencia en su obra insti­
tucional así como el buen éxito alcanzado en ella. En efecto,
el año 1871 en el cual aparece El Tradicionista y el año 1886,
en que se expide la nueva Constitución colombiana, son como
los puntos inicial y terminal de su pensamiento político, por­
que las ideas que él había sustentado en las columnas de El
Tradicionista salieron triunfantes en las páginas de la Cons­
titución. Este es el hecho que demuestra en Caro, como antes
dije, lo consecuente que fué en el campo de los principios y
el feliz coronamiento de sus empeños políticos en el orden
constitucional.
Su vida intelectual compartiéronla las letras y las cues­
tiones de Estado. Mas si se hace un balance tanto del tiempo
a éstas dedicado como del valor de trascendencia que tiene
para Colombia la obra por él realizada, claramente se ve, y en
forma predominante, su condición de estadista. Caro empezó
a figurar, prácticamente, en 1864, y murió en 1909. Puede
decirse, por tanto, que sus grandes labores intelectuales com­
prenden cuarenta y cinco años. En 1868 entró en la lucha
política como periodista, y desde, entonces y casi hasta el fin
de sus días ocupóse preferentemente de las cuestiones públi-
234 GUILLERMO TORRES GARCIA

cas. unas veces en la prensa y otras como legislador cons­


tituyente, ora como gobernante o jefe de partido, ya, en fin,
como Senador de la República. Su carrera política extiéndese
en consecuencia desde 1868 hasta 1904, época en que retiróse
de ella, o sean treinta y seis años sobre cuarenta y cinco a que
. alcanza el total de su tiempo de actividad. Estos hechos, que
son incontrovertibles, llevan a la conclusión de que en la per­
sonalidad de Caro los negocios de Estado predominan sobre
todos sus otros campos de acción.
Y si su obra se contempla desde el punto de vista del
valor trascendental que ella representa para la nación, igual­
mente puede verse la primacía que en Caro debe darse al
hombre de Estado sobre el hombre de letras. Porque, cabe
preguntar: su campaña contra el utilitarismo, ¿no fué de
mayor importancia para la república que su Gramática La­
tina o su Tratado del Participio? Su labor periodística en
defensa de la religión nacional y de los principios de uno de
nuestros partidos políticos, ¿acaso no tuvo más grande tras­
cendencia para los colombianos que sus escritos de crítica
literaria? Sus documentos y discursos de gobernante y legis­
lador, ¿no entrañaron por ventura una conveniencia nacional
superior a la de sus poesías o a la de sus bellas traducciones
poéticas? ¿Y sus concepciones políticas, consignadas en la
Constitución de Colombia, ¿no han significado para la vida
nacional algo mucho más sustancial que su magistral versión
de la Eneida?
Frívolo y superficial es, pues, aquel criterio que no reco­
noce en Caro sino un letrado exclusivamente. La verdad es
bien distinta, porque Caro, en realidad, fué un brillante es­
tadista, que adornado con las humanidades y armado de la
ciencia, de la elocuencia y de una pluma admirable, demos­
tró que él podía no solamente estructurar, escribir y conso­
lidar una constitución política, sino también hacer la mejor
versión en lengua castellana de una de las más perfectas
MIGUEL ANTONIO CARO 235

epopeyas que nos dejó la antigüedad; que si era capaz de


conducir un partido político, igualmente lo era para exaltar
en versos imperecederos la grandeza de Bolívar; que si se
mostraba intrépido polemista en las luchas del periodismo
político y expositor erudito en sus documentos gubernativos,
asimismo ostentábase profundo en la crítica literaria e his­
tórica y muy artista en sus composiciones y traducciones
poéticas; y que si su palabra revestíase de todas las galas
de la elocuencia en las deliberaciones parlamentarias, con
igual ornamento aparecía en la cátedra universitaria y en el
sillón académico. Caro era un hombre de Estado a la manera
de Gladstone, quien fué un brillante jefe del partido liberal
inglés y una gran figura del parlamento, siendo a la vez un
erudito comentador de Homero, y quien gobernó el imperio
británico en la época gloriosa de la Reina Victoria, habiendo,
al propio tiempo, enriquecido las letras inglesas con sus no­
tables traducciones de Horacio.
Negarle a Caro sus dotes políticas, es no conocer ni su vida
ni su obra o ignorar en absoluto lo que realmente debe en­
tenderse por hombre de Estado.
El estadista auténtico posee una determinada concepción
política, persigue realizar una obra, sírvele al Estado con ab­
negación y desinterés, exhibe en la lucha positivas cualidades
de fundador o continuador, de restaurador o reformador, y la
bondad y el éxito de sus realizaciones pueden apreciarse por
lo que ellas presenten de perdurable. En este sentido, Miguel
Antonio Caro ostenta todas las condiciones del hombre de
Estado. Tuvo él una concepción precisa acerca de la forma
de gobierno, del nuevo espíritu y de la vida nueva que debían
darse a Colombia; luchó con ejemplar constancia por el feliz
coronamiento de esa obra política; sirvió al Estado con grande
abnegación y desprendimiento; mostróse sabio y prudente
como reformador de las instituciones fundamentales de la re­
pública. y la excelencia y buen suceso de sus reformas insti-
236 GUILLERMO TORRES GARCIA

1 tucionales hanlos demostrado su duración a .través del tiempo


i y su arraigo en la conciencia nacional.
Caro fué, pues, entre nosotros, un verdadero estadista, del
| propio modo que en sus respectivas naciones, en el siglo pa­
sado, guardadas proporciones y en escalas diversas, lo fueron,
| por ejemplo, los pontífices Pío IX y León XIII en el gobierno
de la Iglesia; Napoleón el Grande y su ministro Talleyrand;
[ el príncipe de Metternich en Austria; Cavour en Italia; Bis­
marck en Alemania; Disraeli y Gladstone en Inglaterra; Cá-
I novas del Castillo en España; Leopoldo II en Bélgica; Jef­
ferson y Lincoln en los Estados Unidos de América.
I Y por lo que hace a Colombia, la personalidad de Miguel
. Antonio Caro brillará siempre en nuestra historia al lado de
' nuestros más célebres estadistas del siglo xix, después de fun-
I dada la república, tales como un Francisco de Paula Santan­
der, un Tomás Cipriano de Mosquera, un Manuel Murillo, un
| Rafael Núñez.
Aparte de su innegable capacidad para los asuntos de
| Estado, son de admirarse en Caro los rasgos sobresalientes
de su personalidad política, porque él se mostró fuerte en su
| carácter, elevado en sus miras, leal con sus principios, serio
en sus procedimientos, firme en sus decisiones, enérgico en
| la dirección de su partido político, vigoroso en sus campañas
periodísticas, elocuente en sus disertaciones, erudito en sus
I documentos; probo, desinteresado y constante en el servicio
de la nación.
I Su carrera pública constituye, por otros aspectos, un bello
, ejemplo de patriotismo, porque Caro procedió en todos los
' órdenes de su actividad con un grande amor por la nación.
I Fué paladín de nuestra fe religiosa con dotes apologéticas,
pues tuvo la solidez de creencias, la amplitud de ilustración
| y la entereza que son necesarias en la defensa escrita y oral
de la Religión; estudió la historia nacional en una forma tan
| meditada, minuciosa y completa, que pudo dejarnos sobre ella

I
I
MIGUEL ANTONIO CARO 237

escritos luminosos, consideraciones profundas y grandes ense­


ñanzas; amó la patria lengua como ninguno entre nosotros,
demostrándolo con sus sabios trabajos literarios y filológicos;
el entusiasmo y energía de su juventud entrególos a la nación
luchando en la prensa por los principios religiosos y políticos
que su fe cristiana y su saber le aconsejaban para la repú­
blica; cuando llegó el momento de que fuesen reformadas
sustancialmente nuestras instituciones, puso al servicio del
Estado toda su ciencia jurídica y política, al escribir con su
clásica pluma y defender con su elocuencia una nueva Cons­
titución Nacional; el día que la república se vió en la nece­
sidad de definir su más grave negocio internacional, Caro fué
el inflexible defensor de la patria soberanía ante las propo­
siciones de la Unión Americana.
Su númen poético igualmente sirvióle para mostrarse pa­
triota, porque ¿quién entre nosotros ha cantado mejor que
Caro la gloria de Bolívar? ¿Quién, sino él, nos dejó aquella
oda a la estatua del Libertador, más perdurable que el bronce
mismo de Tenerani, puesto que este bronce puede ser destrui­
do no sabemos cuándo, ni cómo, ni por qué, mientras que los
versos de Caro vivirán siempre en labios de nuestras gene­
raciones? Y su soneto a la Patria, ¿no es acaso en Colombia
para la niñez algo así como un segundo himno nacional, para
la juventud y la edad madura una enseñanza,^ para la an­
cianidad un dulce recuerdo de tiempos que se fueron y que
nunca han de volver?
• Pero cuando Caro ostentó toda su grandeza de patriota
fué en la preparación y defensa de nuestra Constitución de
1886. Los discursos que con tal motivo pronunció en el cuerpo
constituyente, discursos con los cuales demostró ser el colom­
biano más elocuente y el de mayor versación en esa bella ra­
ma del derecho público que es la ciencia constitucional, fue­
ron al propio tiempo manifestaciones de patriotismo, porque
su inteligencia y su saber ofrendólos a la república con abso-
238 GUILLERMO TORRES GARCIA

luto desprendimiento y muy probada lealtad con ella. Y, en


verdad, Caro amó tan entrañablemente a Colombia, que así
como en sus escritos pueden apreciarse su alegría por nues­
tras glorias o su congoja ante los infortunios nacionales, en
sus personales determinaciones respecto del país llegó hasta
la exageración, al hacer el propósito irrevocable, que cumplió,
de no salir nunca de su tierra nativa.'
Mas al lado de tantos talentos y virtudes, de tanto estudio
y erudición, de tan admirables esfuerzos y tan importantes
realizaciones, Caro como estadista tuvo también lunares, por­
que no hay hombres perfectos en ningún campo y menos aún
en el campo tan humano de la política. ¿Qué hombre de Es­
tado no ha tenido defectos?
Su concepción demasiado rígida del ejercicio del poder
público y su temperamento autoritario, luciéronle incurrir en
graves errores políticos cuando fué jefe de la nación. Su pro­
funda convicción de que los principios por él profesados cons­
tituían la mejor forma de gobierno practicable entre nosotros,
llevóle a considerar que nuestras demás corrientes de opi­
nión no eran organismos o colectividades con ideas y fines
propios, que no eran partidos políticos, sino facciones anár­
quicas y revolucionarias. Caro no aceptaba que entre sus ideas
y las de esas otras corrientes lo que se interponía era sola­
mente una divergencia de conceptos políticos, porque él par­
tía del principio de que aquellas mismas corrientes únicamen­
te abrigaban propósitos subversivos. Todo cuanto pugnase con
sus personales concepciones gubernativas reputábalo inadmi­
sible por antisocial. De ahí que para él la oposición política
no fuese, como en realidad lo es, un elemento regulador en
la marcha de las naciones y una actividad necesaria porque
ella contribuye al acierto mismo de los gobiernos, sino un
factor de perturbación y desorden. Había en Caro una gran
tendencia a confundir la oposición con la insurrección. La
censura al gobierno mirábala como una manifestación inequí-
MIGUEL ANTONIO CARO 239

voca de sediciosos intentos y en el fondo de toda crítica


política siempre descubría un fin avieso en relación con la au­
toridad. Por todas estas razones, el señor Caro fué un gober­
nante autocràtico que no pudo conciliar la autoridad con la
libertad.
La oposición política es hija de la libertad y el despotismo
ha sido siempre su más implacable enemigo. Dondequiera
que la oposición no pueda libremente manifestarse, es porque
allí impera la tiranía en cualquiera de sus formas odiosas. El
mismo Caro lo comprendía así, pues escribió lo siguiente:
«Dos clases de silencio engendra el despotismo: el silencio
natural del que oprime y el silencio obligado del oprimido.»
Por manera que si el señor Caro no ignoraba ninguna de es­
tas verdades, tal circunstancia hace aún más deplorable el
hecho de que él no las hubiese practicado cuando estuvo al
frente del gobierno. Recuérdese que al señor Santiago Pérez,
jefe de la oposición liberal, le desterró y le suspendió El
Relator y que al señor Carlos Martínez Silva, jefe de la opo­
sición conservadora, le suspendió El Correo Nacional y le
cerró su imprenta. ¿Quién podría entonces hablar? El gobier­
no solamente. ¿Era esto libertad?
El señor Caro, sin embargo, fué mas benévolo con la opo­
sición conservadora, pues no solamente no desterró ninguno
de sus escritores, sino toleró la vehemente y larga campaña
de Martínez Silva en el Repertorio Colombiano.
Al partido liberal, por el contrario, tratóle siempre como
facción sediciosa y por eso adoptó con él una política per­
manentemente represiva. Mas como toda acción engendra una
reacción, tal política vino a convertirse en un desgraciado
círculo vicioso: el liberalismo reaccionaba por causa de la
represión y Caro reprimía porque el liberalismo reaccionaba.
Semejante estado de cosas tenía que traducirse en incesante
y abrumadora lucha.
Verdad es que contra el gobierno del señor Caro se des-
240 GUILLERMO TORRES GARCIA

ató una contienda armada en 1895 que, afortunadamente, fué


corta; pero ese movimiento insurreccional ¿no sería una ex­
plicable reacción del liberalismo, una reacción desesperada an­
te los métodos represivos empleados por el gobierno, métodos
con los cuales se privaba a ese partido de toda participación
en la vida política nacional, habiéndose llegado hasta el más
antidemocrático extremo como fué el de impedir que sus hom­
bres representativos tuviesen acceso a nuestros cuerpos deli­
berantes?
Caro recibió en paz la república. Cuando tomó posesión
del mando, hacía siete años que había ocurrido la rebelión
liberal de 1885. Si él, en 1892, al iniciar su gobierno, en lugar
de anunciar al liberalismo un régimen de severa represión,
hubiese optado por plantearle una política amplia y concilia­
dora como la practicada por el presidente Reyes en 1904, esa
iniciativa tal vez habría evitado a la nación y al mismo señor
Caro muchas horas amargas.
Caro y Reyes representan, en este orden de ideas, dos
políticas antagónicas respecto del liberalismo; aquél levantó
la bandera de la represión y éste la bandera de la concilia­
ción; la primera engendraba la guerra y la segunda conso­
lidaba la paz; la represión ejercida por Caro tradújose en un
conflicto permanente entre nuestras diversas ideologías po­
líticas y la conciliación practicada por Reyes fué la coexis­
tencia de esas mismas ideologías. El señor Caro consideró
que aquella coexistencia era imposible y el general Reyes de­
mostró que era posible.
Pero todo esto tiene su explicación. Caro concebía el go­
bierno como una actividad exclusiva de quienes profesaran
determinadas ideas políticas; todos los que militasen en opues­
tas filas, eran para él anarquistas y reaccionarios; eran ene­
migos irreductibles de la autoridad y del gobierno, y, por lo
tanto, elementos que debían excluirse de las funciones públi­
cas. Oigámosle: «Los anarquistas y reaccionarios son enemi-
MIGUEL ANTONIO CARO 241

gos del gobierno no por otra razón sino porque contrarían el


orden social; y el gobierno los excluye del servicio público,
no por lo que piensan sino por lo que son; no por odio político,
sino en ejercicio de aquella instintiva e impasible intolerancia
con que todo organismo excluye y desecha los elementos des­
tructivos de su existencia.» Lo anterior, que tiene la aparien­
cia de haber sido escrito contra el anarquismo, el señor Caro
lo escribió refiriéndose a los liberales colombianos.
Tales conceptos del señor Caro son admisibles, siempre
que se trate de aplicarlos en realidad al anarquismo, puesto
que éste es la antítesis de la autoridad; pero si el dictado
de anarquista se da arbitrariamente a un determinado partido
con el fin de excluirle de la vida política por el sólo hecho
de diferir en concepciones y métodos de gobierno con la co­
rriente que se halla al frente de los negocios públicos, en­
tonces el principio enunciado por Caro no es ya lo que rige,
sino el espíritu sectario y la más cruda intolerancia política. .
Piénsese en el estado de cosas que se produciría en las na­
ciones, si todos los partidos políticos se considerasen recípro­
camente anarquistas por razón de sus divergencias concep­
tuales, y si con tal criterio procediesen, unos respecto de
otros, en el gobierno del Estado.
Muy diferente es, en verdad, el juego de los partidos en
las naciones donde la lucha política se efectúa en forma real­
mente democrática. Véase, como ejemplo, el siguiente casó
ocurrido recientemente en la Gran Bretaña. Para festejar los
ochenta años de edad del jefe del gobierno y del partido con­
servador, el pueblo británico, por medio de sus representantes,
rindió a Sir Winston Churchill un elocuente homenaje. El
Parlamento, en sesión especial, entregó a éste el presente que
los voceros de la nación le ofrecían en testimonio de gratitud
por sus servicios al Estado, y el jefe de la oposición, señor
Clemente Attlee, fué quien en este acto político solemne hizo
el elogio del viejo luchador, en representación de todo, el Par-
16
242 GUILLERMO TORRES GARCIA

lamento. La ovación tributada por la nación británica al más


ilustre de sus hombres de Estado en lo que va transcurrido
del presente siglo, y el hecho de que el jefe de la oposición
fuese el vocero del Parlamento en el homenaje rendido al
primer ministro, constituyen una demostración de que las
diferencias ideológicas no son guerras de exterminio entre
los partidos, sino pugna civilizada por el bien público, en la
cual todas las corrientes políticas organizadas se disputan la
la dirección del Estado defendiendo ideas y sistemas guber­
nativos divergentes.
En el caso concreto de Caro con el liberalismo colombiano,
conviene, sin embargo, tener en cuenta ciertos factores. Caro
fué el inspirador y el auténtico autor de la Constitución de
1886. Ese estatuto político es la antítesis de la Constitución
de 1863, especialmente en tres de sus disposiciones fundamen­
tales, porque mientras por la Carta de Ríonegro se habían
establecido el sistema federal, el régimen parlamentario (aun­
que atenuado) y la separación de la Iglesia y el Estado, en
la Constitución de 86 estatuyéronse, por el contrario, el sis­
tema unitario, el régimen presidencial y el principio concor­
datorio en las relaciones entre la potestad civil y la eclesiás­
tica.
El señor Caro, apoyado en la experiencia nacional, tenía
el concepto de que la república unitaria y no la federación,
que un poder ejecutivo vigoroso y no una autoridad con es­
casas y débiles facultades, y que el entendimiento entre el
Estado y la Iglesia de los colombianos y no su absoluta se­
paración, eran entre nosotros los mejores cimientos para unas
instituciones políticas estables. Por eso él defendió persisten­
temente estos principios hasta verlos consignados en la Cons­
titución de Colombia.
El liberalismo, por su parte, no solamente era adverso
a la Constitución de 1886, sino que había intentado derrocar
el gobierno de Núñez e impedir la reforma institucional, con
MIGUEL ANTONIO CARO 243'

la rebelión armada de 1885. Caro veía, por tanto, en el partido


liberal, el más pujante enemigo de su obra constitucional, y
como su principal propósito al encargarse del gobierno fué
consolidar a todo trance las nuevas instituciones, su rigor corn­
ei liberalismo fundábase en esos motivos.
El temperamento del señor Caro constituyó igualmente un
factor determinante de su severidad con el partido liberal y
en general con toda oposición política. El era un hombre fun­
damentalmente autoritario no sólo por la índole de su carácter
sino también por la de su formación intelectual. «En todo
fué jefe desde el principio», dice de Caro acertadamente el
señor López de Mesa. Y a la verdad que así lo fué : recuér-
desele.en la prensa, y es el brillante conductor político que
se halla al frente de El Tradicionista·, contémplesele en el
Consejo Nacional Constituyente y se le verá descollar como
la figura central de aquella asamblea; obsérvesele en su po­
sición de encargado del poder ejecutivo por ausencia de Nú-
ñez, y se hallará que el presidente titular anota que Caro
nada le consulta y que sólo le escribe muy de tarde en tarde ;
estudíesele en el ejercicio de la presidencia de la república,
muerto ya el jefe ele la Regeneración, y podrá entonces apre­
ciarse mejor su irresistible tendencia al gobierno personal;
óigasele en las Cámaras legislativas después de haber dejado
el mando supremo de la nación, y su pensamiento se remon­
tará en alas de la elocuencia imponiéndose a la opinión na­
cional y dominando el criterio del Congreso; sígasele en sus
labores como jefe del nacionalismo y se advertirá la rígida
conducción que él le da a esa colectividad, con el fin de ase­
gurarle el predominio político en Colombia. La arrogante
soledad en que el señor Caro resolvió vivir sus postreros años,
caído y desintegrado el partido que él había dirigido, fué la "
final demostración de su temperamento autocràtico, demostra­
ción con la cual se tiene la impresión de que su divisa en el ‘
244 GUILLERMO TORRES GARCIA

terreno político parece haber sido la misma de César Borgia:


«0 César, o nada».
Mas estos rasgos de su recia personalidad no deben em­
pero considerarse como manifestaciones de ambición o de so­
berbia, pues ellos respondían solamente a una convicción muy
honda de lo que él era capaz de realizar en beneficio de la
nación. El señor Caro no aspiró nunca a gobernar por go­
bernar, sino a gobernar para servir; pero es claro que en esa
vía un hombre de su magnitud no podía figurar como se­
gundón, ni someterse a ninguna capitis diminutio en su po­
sición política, no por orgullo, sino por decoro intelectual.
Las inteligencias superiores como la suya, vélense en el
orden pob'tico de su propia luz y de su órbita propia, y su
misma intrínseca fuerza les impide convertirse en satélites.
La intransigencia política fué el rasgo característico del
gobierno 'de Caro, pero esa intransigencia creo yo que obe­
decía principalmente, bueno es repetirlo, a su inquebrantable
resolución de consolidar las instituciones de 1886. Como los
liberales eran firmes adversarios de dichas instituciones, mal
podía el señor Caro apoyarse en ellos para que cooperasen a
aquella obra de consolidación, del propio modo que los gobier­
nos radicales no se valieron del partido conservador cuando
intentaron hacer lo mismo con las instituciones de Ríonegro.
Mas si estas circunstancias explican que el señor Caro no hu­
biese ofrecido al liberalismo una participación esencial en su
gobierno, ellas no justifican en manera alguna el tratamiento
de total exclusión que se dió a ese partido, y menos aún la
iniquidad que con él se consumó, al privársele de la libre
expresión de sus ideas tanto en la prensa como en las corpo­
raciones deliberantes de la república.
Insisto en que el error del señor Caro consistió en no haber
ocurrido a ningún recurso de conciliación con el partido li­
beral, sino a permanentes medidas depresivas y humillantes,
política de la cual sólo podían cosecharse amargos frutos. Las
MIGUEL ANTONIO CARO 245

instituciones de 1886, es cierto, quedaron consolidadas para


bien del país; pero desgraciadamente esto se logró a precio
de sangre, porque las guerras civiles de 1895 y 1899 creo que
no tienen otra explicación, que el régimen de opresión a que
quiso someterse indefinidamente al partido liberal, descono­
ciéndose con ello el hecho fundamental de que ese partido,
ha contado siempre entre nosotros, como mínimum de su fuer­
za política, con no menos de media nación.
Si el señor Caro hubiera sido un gobernante verdadera­
mente democrático, habría reconocido y respetado todos los
derechos del partido o partidos de oposición. Prefirió él, sin
embargo, gobernar en sentido contrario, y éste fué el gran
lunar en su admirable carrera de hombre de Estado.
*1

I
XVI

Conviene ahora examinar brevemente otros aspectos de su


gestión gubernativa. Aunque el señor Caro tenía sólidos cono­
cimientos en cuestiones económicas, su gobierno empero no
hallábase en condiciones de desarrollar plan ninguno de im­
portancia en esas materias, no sólo porque sus preocupacio­
nes primordiales estaban dominadas por los asuntos de orden
político, sino principalmente porque el Estado carecía en aquel
tiempo de la posibilidad de obtener los vastos recursos finan­
cieros que exige todo prospecto de fomento económico digno
de este nombre. No se podía en esa época recurrir a grandes
impuestos como arbitrio rentístico, dado que la materia im­
ponible, por el atraso mismo del país, era demasiado pobre,
y por lo tanto incapaz de producir cuantiosos ingresos fisca­
les ; no era posible hacer uso del crédito público interior, por­
que no se contaba con capitales privados para su inversión
en títulos de Estado; tampoco podía apelarse al crédito exte­
rior, pues no había banqueros que estuviesen dispuestos a
lanzar al mercado monetario empréstitos de una nación cuyas
dificultades habíanle impedido atender regularmente al ser­
vicio de su deuda externa; e ingenuidad, por último, hu­
biera sido pensar en una política de inmigración de gentes y
de capitales, porque nuestra fama de país entregado a las
contiendas civiles y el hecho de que nos hallásemos dentro
248 GUILLERMO TORRES GARCIA

del régimen del papel moneda con todos los riesgos que este
entraña, eran factores decisivos para que a Colombia no aflu­
yesen inmigrantes ni capitales extranjeros.
Carente, pues, aquel gobierno de toda posibilidad finan­
ciera efectiva, no sería justo que la crítica contemporánea
hiciese al señor Caro el cargo de no haberse preocupado por
el desarrollo económico nacional. La posteridad no puede cen­
surar a los hombres de Estado por las obras que éstos de­
jaron de realizar en el gobierno, sino en vista del orden de
cosas en que ellos se movieron y de los problemas y dificul­
tades de su tiempo.
La imposibilidad de arbitrar recursos suficientes para el
fomento de la economía nacional, imposibilidad proveniente
de las adversas circunstancias anotadas anteriormente, es lo
que explica que la administración del señor Caro no hubiera
tenido grandes iniciativas de carácter económico y que ella
resultara desde este punto de vista una modesta administra­
ción, tan modesta como lo fueron en esa misma materia las
administraciones de sus predecesores liberales y conservado­
res y también las de no pocos de sus sucesores. Dicha admi­
nistración, al igual de las anteriores y posteriores hasta 1922,
vivió en permanente desequilibrio fiscal y dejó al gobierno
siguiente el forzoso déficit que es característico de esta clase
de situaciones.
Oportuno es advertir, de paso, que el déficit en los pre­
supuestos nacionales fué una dolencia endémica de nuestras
finanzas desde el día de la fundación de la república hasta
la época en que se expidieron las leyes fiscales sugeridas por la
misión de expertos que dirigió el profesor Kemmerer. Durante-
el siglo xix, sólo en dos ocasiones se habló de la existencia
de un pequeño superávit: en tiempo de Santander y en tiem­
po de Parra; y por lo que hace a la actual centuria, entre
1900 y 1922, o sea en los años anteriores a la reforma acón-
MIGUEL ANTONIO CARO 249

sejada por la misión Kemmerer, parece que únicamente hubo


superávit en la administración del presidente Restrepo.
Ante la carencia de recursos extraordinarios para el fo­
mento económico, el gobierno del señor Caro tenía forzosa­
mente que limitarse a lo muy poco que pudiera realizar con
los exiguos ingresos ordinarios de aquella época. Y a esta
circunstancia preciso es agregar otro factor que en la prác­
tica le anulaba al gobierno la posibilidad de destinar a obras
de fomento una apreciable parte de las rentas públicas, factor
que consistía en lo siguiente: Como el señor Caro vióse en
1895 en la necesidad de debelar un movimiento insurreccional,
esto llevó a su ánimo la convicción de que el gobierno debía
contar para la defensa del orden público con mayores elemen­
tos de los que hasta entonces había tenido. De ahí que a partir
de 1896 el pie de fuerza hubiera sido elevado a 10.000 hombres,
lo cual implicaba un gasto anual de $ 4.500.000, a tiempo que
el producto de las rentas escasamente llegaba a $ 14.000.000
por año. El sostenimiento de esa fuerza, pública absorbía, en
consecuencia, prácticamente .la tercera parte de los ingresos
nacionales. Fácil es comprender que un gobierno'colocado en
situación semejante, estaba reducido a la impotencia para
adelantar prospectos de desarrollo económico.
Pero si la administración que presidió el señor Caro no
tuvo evidentemente ningún plan de fomento, justo es, no obs­
tante, reconocer que su gestión fué acertada en, relación con
otros problemas que a la sazón existían.
Caro, en efecto, manejó el papel moneda con prudencia y
visión. Las emisiones efectuadas durante su gobierno, por un
monto de $ 11.075.231, no fueron en realidad excesivas, como
lo demuestra el hecho de que el promedio del tipo del cambio
sobre el exterior en el sexenio de su administración hubiera
sido el 149 por 100, o sea que $ 1,49 en papel moneda equi­
valía a $ 1 en oro, prima ésta del oro que no era un índice
250 GUILLERMO TORRES GARCIA

de la depreciación del papel, sino de la escasez de divisas


para pagar las importaciones.
Deseoso el señor Caro de remodelar el Banco Nacional y
proveer a la amortización del papel moneda, envió a Londres,
en 1893, a su ministro del tesoro, señor Carlos Calderón, para
que estudiase con banqueros ingleses la posibilidad de efec­
tuar una negociación sobre las siguientes bases:
«1.a La creación de un Banco Anglo-Colombiano con ca­
pital considerable, que debía ser aportado en su mayor parte
por accionistas particulares y el resto por el gobierno, en la
cuantía correspondiente a la suma de $ 2.400.000 en moneda
de plata, que tenía en sus cajas el antiguo Banco Oficial de
Colombia. El Banco sería, pues, autónomo.
»2.a El Banco se. encargaría de la administración de la
renta de cigarrillos, creada con el especial objeto de servir
de fondo de cambio al papel moneda.
»3.a El Banco descontaría esa renta y abriría el cambio
del papel moneda por oro. Pero la amortización del billete
se haría con imputación a estos valores:
a) El producto de la renta de fabricación y venta de ci­
garrillos.
b) La cuota de utilidades que al gobierno correspondie­
ra por sus $ 2.400.000 en acciones.
c) La utilidad que al gobierno correspondiera por el pri­
vilegio de emisión de billetes al portador que se le otorgaba
al Banco.
»4.* El saldo que quedara sería aplicado al servicio de
la deuda exterior en la cuantía necesaria.»
La misión del señor Calderón desgraciadamente no tuvo
buen éxito, como él mismo lo explicó en los siguientes tér­
minos:
«Por primera vez se intentaba en Europa una operación
de ese género. La ocasión no era propicia, porque estaba aún
vigente el recelo producido por el crack de la Argentina, y la
MIGUEL ANTONIO CARO 251

cuestión monetaria de los Estados Unidos presentaba signos


demasiado serios para que no se temiera algo como un cata­
clismo. Por el lado del país, el tono de la prensa era dema­
siado belicoso, y los preparativos de guerra demasiado noto­
rios para que se hallasen capitales dispuestos a entrar en
negocios con Colombia.»
Este plan del presidente Caro sobre reconstrucción del
banco de emisión, incluía dos condiciones esenciales cuyo
acierto en haberlas previsto ha venido a ser demostrado por
el tiempo. Refiérome a la constitución misma del banco, como
sociedad anónima de carácter privado, y al destino de las uti­
lidades del Estado, o sea a su aplicación para el retiro del
papel moneda. Y digo que el tiempo ha demostrado el acierto
del gobierno de Caro en la inclusión de aquellas dos condi­
ciones, porque no debe olvidarse que cuando la misión de
técnicos norteamericanos presidida por el profesor Kemmerer
preparó, treinta años después, en 1923, los proyectos relati­
vos a la organización de nuestro actual Banco de la República,
en ellos se estableció y así quedó consignado en la ley orgá­
nica del instituto, que éste sería una entidad privada en
forma de sociedad anónima y que las utilidades correspon­
dientes al Estado se destinarían, inmediatamente, a la amor­
tización del papel moneda.
Como lo anoté en páginas precedentes, el gobierno de Caro
celebró en 1896 un buen arreglo con los acreedores extran­
jeros. A virtud de esa negociación, el servicio de nuestra
deuda exterior (que estaba suspendido desde hacía dieciséis
años) fué restablecido, y la república lo atendió puntualmente
hasta el día que estalló la guerra civil en 1899.
Poco1es, en verdad, lo que la administración del señor
Caro presenta a la posteridad como actividades en el campo
económico y financiero. Pero esto se debió, no solamente a la
falta de recursos, según ya se ha visto, sino también a la
índole misma de aquel gobierno. El señor Caro creía que la
252 GUILLERMO TORRES GARCIA

necesidad más apremiante de la nación no era en aquel tiem­


po una cuestión de carácter económico, sino un asunto de
orden institucional. Su objetivo primordial como jefe del Es­
tado estaba limitado (conforme lo he dicho varias veces) a
la consolidación de las instituciones de 1886, porque él esti­
maba que una vez alcanzado este propósito, el país quedaría
en posibilidad de abordar en condiciones más propicias sus
otros problemas. Caro gobernó, pues, con un programa esen­
cialmente político y esta circunstancia no debe perderse de
vista al examinar su gestión oficial en el campo administra­
tivo.
Si el señor Caro hubiese pretendido desarrollar un plan
gubernativo de fomento económico, y si durante su adminis­
tración no hubiera realizado ese plan siquiera parcialmente,
claro es que su gobierno, por este aspecto, habría fracasado;
mas él no procedió así, pues desde el día que tomó posesión
de la presidencia de la república hizo la declaración termi­
nante de que su principal empeño en el ejercicio del poder
sería la estabilización de las nuevas instituciones colombia­
nas. Ahora bien: como dichas instituciones fueron consoli­
dadas, forzoso es concluir que el señor Caro, lejos de fracasar
en sus determinaciones, llevó a cabo, por el contrario, la obra
que había anunciado a la nación.
Y esta realización representa el éxito de todos sus obje­
tivos políticos, porque la estabilización de las instituciones no
sólo fué la victoria de las ideas que él había sustentado años
antes en la prensa y consignado luego en la Constitución de
la república, sino también la de su obra misma constitucio­
nal y la de su programa de gobierno. De esta suerte, el señor
Caro triunfó en su triple aspecto de publicista, de legislador
y de gobernante.
No creo que haya entre los colombianos una carrera de
hombre de Estado más armoniosa y completa que la de Caro.
Armoniosa, por la unidad de pensamiento con que se des-
MIGUEL ANTONIO CARO 253

arrollaron todas las etapas fundamentales de su vida pública


y por la lógica concatenación de esas mismas etapas para el
coronamiento de sus concepciones; y completa, porque el se­
ñor Caro logró consumar su obra, ya que no solamente llevó
a la práctica la totalidad de su pensamiento político al con­
sagrarlo en la Constitución -de Colombia, sino que consolidó
desde el gobierno el imperio de las instituciones que él había
inspirado y escrito.
La carrera política de Caro comprende, como ha podido
verse en este estudio, tres etapas diferentes, perfectamente
definidas, guiadas todas ellas por un mismo pensamiento, y
encaminadas a un mismo fin. Esas etapas fueron: la prensa,
el parlamento y el gobierno. En el periodismo, Caro preco­
nizó la necesidad de reformar las instituciones y enunció los
principios en los cuales debía inspirarse esa reforma; en el
Consejo Nacional Constituyente, defendió los mismos princi­
pios que había sostenido en la prensa y los concretó en de­
recho positivo al escribir nuestra Constitución; y cuando fué
jefe del Estado, consolidó las nuevas instituciones. La obra
política del señor Caro ostenta así tan admirable unidad, que
ella da la impresión de un monolito.
La bondad de las realizaciones de un estadista puede de­
mostrarse, entre otros argumentos, con el muy poderoso del
de la perdurabilidad que ellas hayan alcanzado.,En este orden
de ideas, es indudable que la obra del señor Caro tiene a su
favor el hecho de haber resistido, ilesa, a la prueba del tiempo.
En efecto, hace casi tres cuartos de siglo que la Constitución
de 1886 se halla en vigencia, y aun cuando a ella se han he­
cho varias enmiendas en diferentes épocas, ninguna de las
reformas, sin embargo, ha modificado los principios funda­
mentales de ese estatuto político. De ahí que no sea errado
aseverar que la obra de Caro ha perdurado sin alteración en
todos sus aspectos esenciales.
Nuestras siete Constituciones anteriores a la de 1886 pue-
254 GUILLERMO TORRES GARCIA

den calificarse de ensayos efímeros, al lado de la recia cons­


trucción del señor Caro. La Constitución de la Gran Colom­
bia, expedida por el Congreso de Cúcuta en 1821, estuvo en
vigencia solamente siete años, pues ella fué prácticamente sus­
tituida por el Decretó Orgánico expedido por Bolívar en agos­
to de 1828 que estableció la dictadura del Libertador-Presi­
dente; la Constitución de 1830, duró dos años; la de 1832,
que fué la primera que se dió la Nueva Granada, estuvo en
vigor once años; la de 1843, diez años; la de 1853, cinco
años; la de 1858, también cinco años y la de 1863, veintitrés
años. Así, pues, la vigencia de todas estas instituciones abarca
un período de sesenta y tres años, o sea un tiempo menor
del que hasta ahora lleva de hallarse en vigor la Carta de
1886. Ante estos hechos, cabe preguntar: ¿Cuál de nuestros
hombres de Estado presenta en la historia de Colombia, des­
pués de fundada la república, una realización política más
sólida y perdurable que la obra institucional de Caro?
Cierto es, como antes dije, que la Carta de 86 ha sido modi­
ficada e indudable es también.que ella sufrirá otras enmien­
das con el transcurso del tiempo; pero tanto las reformas ya
efectuadas como las que se harán en el futuro, han conser­
vado las unas y conservarán, seguramente, las otras, los cua­
tro principios capitales que Caro fijó a la Constitución y que
son los cimientos sobre los cuales se asienta esa estructura.
Esos cuatro principios pueden enunciarse así:
1. ° República unitaria y no república federal.
2. ° Centralización política con descentralización adminis­
trativa y no descentralización administrativa y política.
3. ° Régimen presidencial y no sistema parlamentario.
4. ° Régimen concordatorio y no separación de la Iglesia
y el Estado.
Mientras estos principios se mantengan en nuestra Ley
Fundamental, el pensamiento político de Caro es lo que per-
MIGUEL ANTONIO CARO 255

dura, porque ellos constituyen la esencia misma de su obra


institucional.
Y a la verdad que dichos principios, practicados en Co­
lombia con buen éxito durante setenta años, no habrán de
ser abolidos, pues es de esperar que todas nuestras comentes
políticas estarán siempre acordes en que debemos conservar
la organización de república unitaria, si no queremos des­
garrar la unidad nacional; que es necesario tener centrali­
zado lo político, no sólo porque así lo requiere la forma de
gobierno que hemos adoptado, sino porque esta centralización
da mayor fuerza al régimen unitario; que conviene mantener
prudentemente descentralizado lo administrativo, para el fo­
mento y progreso de las secciones de la república; que es pre­
ferible el régimen presidencial por la estabilidad y vigor que
lo caracterizan, a las frecuentes crisis políticas y a la inesta­
bilidad gubernamental que engendra el sistema parlamenta­
rio; y que, por último, la concordia en las relaciones entre
la iglesia y el Estado no debe romperse, por exigirlo así tanto
la paz social como la conciencia cristiana y la unidad reli­
giosa de la nación.
La perdurabilidad de la obra del señor Caro se explica por
su adecuación a la índole y conveniencias del pueblo colom­
biano. El hecho de que nuestros dos partidos tradicionales
hayan podido gobernar la república sin necesidad de refor­
mar ninguno de los principios esenciales en que se inspira
la Constitución, es la mejor demostración de la practicabiii-
dad de esta Carta política y del acierto con que fué concebida.
Lo perdurables que han sido las instituciones de 1886
hace elocuente contraste con lo fugaces que fueron todas
nuestras anteriores Constituciones. Basta esta sola conside­
ración para apreciar la eficacia de dichas instituciones y la
magnitud del servicio que el señor Caro hizo a la nación.
El período de nuestra historia política comprendido desde
la expedición de la Constitución de la Gran Colombia hasta
256 GUILLERMO TORRES GARCIA

el año 1886, caracterizóse por la inestabilidad institucional


en que vivió la república. Durante dicho período tuvimos cua­
tro Constituciones centralistas y tres Constituciones federa­
listas.
Con la Constitución de 1853 el país entró en el régimen
federal por el hecho de haber decretado en ella la autonomía
provincial, a virtud de la cual las secciones que integraban
la Nueva Granada procedieron a darse sus propias institu­
ciones. Cerca de treinta Constituciones disímiles hubo enton­
ces en la república. De este mate magnum surgieron suce­
sivamente los Estados federales: el Estado de Panamá en
1855, el de Antioquia en 1856 y en 1857 los Estados de Bo­
lívar, Boyacá, Cauca, Cundinamarca, Magdalena y Santander.
El Estado del Tollina fué creado por el general Mosquera
en 1860.
Por un Acto adicional a la Constitución, expedido en 1855,
se dispuso que los Estados serían soberanos. Esta inconsulta
reforma rompió la unidad nacional y engendró la rivalidad
entre los Estados nacientes.
Poco tiempo después de consumado tamaño error, creyóse
que la mejor forma de recuperar la perdida unidad política
era que aquellos Estados se confederasen, y de ahí la Cons­
titución de 1858, por la cual se estableció la llamada Confe­
deración Granadina. Mas esta nueva organización puso al
país al borde del abismo, porque el sentimiento separatista
comenzó a germinar vigorosamente en algunos de esos Es­
tados.
Estalló luego, con fines separatistas, la conflagración in­
terna de 1860, suceso que a mi ver es lo más grave que ha
ocurrido en Colombia, porque la nacionalidad misma estuvo
a punto de perecer en aquel conflicto, cuya iniciación pre­
sentó el carácter de una guerra de secesión. Si el intrépido
general Mosquera no hubiera tenido una grande ambición de
mando y si él no se hubiese adueñado del gobierno de la
MIGUEL ANTONIO CARO 257

república en esa contienda civil, el país habríase desmembrado


en proporciones tales, que la Nueva Granada se habría di­
suelto. El gobierno de la Confederación que presidía don Ma­
riano Ospina no hubiera podido evitar aquel desastre (sin
tener en él, por otra parte, ninguna responsabilidad) porque
la verdadera causa del mal estaba en la naturaleza de las ins­
tituciones imperantes. Mosquera, pues, con todo y su dicta­
dura, fué el hombre que impidió la disolución nacional.
Al proceloso período de inestabilidad institucional que
caracterizó a Colombia desde su entrada en el concierto de
las naciones libres, solo pudo ponérsele fin con la expedición
de la Constitución de 1886, pues lo cierto es que a partir de
aquel año la nación ha venido gobernándose con las institu­
ciones que Caro le dió a la república. Es este un hecho de
extraordinaria importancia en la vida colombiana, porque la
estabilidad institucional que hemos alcanzado representa para
nosotros no solamente la más preciosa conquista política des­
pués de la de nuestra propia independencia, sino un factor
de permanente valor para el prestigio y el progreso ordenado
de la nación.
La obra constitucional del señor Caro entraña, además,
una profunda significación, porque ella fué nada menos que
el complemento de la obra de nuestros libertadores. Estos,
en efecto, hicieron de Colombia una nación soberana, mas no
lograron estructurarla políticamente como Estado. Por eso,
desde 1821 hasta 1886, la república vivió oscilando entre for­
mas diversas de organización gubernativa.
Caro, en cambio, inspiró, escribió y consolidó las únicas
instituciones estables que la nación ha tenido, instituciones
que ni los hombres de la Independencia ni los neograna-
dinos pudieron darle. Es ésta la razón para que su obra deba
considerarse realmente complementaria de la de los liberta­
dores de Colombia.
La trascendencia, la eficacia y la perennidad de la obra
17
258 GUILLERMO TORRES GARCIA

institucional de Caro, constituyen factores que a él le colocan


al lado de los constructores mismos de la nación colombiana,
porque si Bolívar es para nosotros el padre de la patria y
Santander el fundador de la república, Caro fué el modela­
dor del Estado. La Patria que nos dio el Libertador, la Re­
pública que fundó Santander, y el Estado que modeló Caro,
son las tres realizaciones supremas de orden político en nues­
tra vida de nación independiente. .
INDICE DE NOM BRES

Abadía Méndez, Miguel, 162, Calderón, Carlos, 39, 44, 83,86,


185. 185, 250.
Académo, 10. Calvo, Bartolomé, 33.
Acosta, Santos, 117. Camacho Roldan, Miguel, 134.
Arboleda, Julio, 158. Camargo, Sergio, 110.
Arboleda, Sergio, 35, 39, 47, Campo Serrano, José María,
158. . • 39, 62, 221.
Argáéz, Jerónimo, 129. Cánovas del Castillo, Antonio,
Attlee, Clement, 241. 236.
Augusto, 123. Cárdenas, Vicente, 158.
Caro, Francisco Javier, 21.
Barreto, Benigno, 39. Caro, Antonio José, 21, 37,
Bentham, Jeremías, 232. 153.
Berrío, Pedro Justo, 158. Caro, José Eusebio, 22, 38,
Bidault, Georges, 57. 158, 223,
Bismarck, Otón, 79, 236. Casas Rojas, Jesús, 39, 83.
Bluntschli, Juan Gaspar, 79, Castillo y Rada, José María,
177. 30.
Bolívar, Simón, 29, 92, 235, Córdoba, Jaime, 185.
237, 254, 258. Corredor, Julio A., 39, 88.
Bond, Samuel Start, 23. Cortés, Enrique, 216.
Borgia, César, 244, Cousin, Víctor, 18.
Bossuet, Jacques Bénigne, 18. Crespo, Primitivo, 185.
Briceño, Manuel, 35. Cuervo, Antonio Basilio, 33,
Bunau-Varilla, 212, 216. 39, 114, 124.
Cuervo Márquez, Carlos, 185.
Caballero y Góngora, Antonio,
21. Churchili, Sir Winston, 241.
D israeli, Benjam ín, 236. Lleras Restrepo, Carlos, 140.

r aure, Edgar, 57. Malo O’Leaiy, Arturo, 132,


Fernández Madrid, Pedro, 158. 133, 165.
Mallarino, Manuel María, 209,
210 .
Galindo, Aníbal, 170. Marie, André, 57.
Garcés, Modesto, 117. Martínez Silva, Carlos, 27, 32,
García, Rafael, 134. 39, 107, 129, 130, 132, 138,
Gladstone, William, 79, 236. 142, 145, 158, 159, 160, 162,
González, Eduardo, 130. 185, 189, 194-199, 205, 225,
Guerra, José Joaquín, 44, 88. 239.
Gutiérrez, Ignacio, 22. Marroquín, José Manuel, 152,
Gutiérrez Isaza, Ignacio, 115. 186, 191, 193.
Mayer, René, 57.
Hay, John, 203, 206, 215. Medina, César, 39, 47.
Berrán, Tomás, 202, 203, 2Q6, Mendes-France, Pierre, 57.
215. Metternich, Clemente Vences­
Holguin, Carlos, 33, 107. lao, 236.
Holguin, Jorge, 107, 165, 170, Molano, Acisclo, 39.
176, 178, 179, 180, 185. Molina, Pedro Antonio, 134.
Holguin y Caro Hernando, 27. Monroe, James, 218.
Homero, 235. Moreno, Abraham, 152, 154.
Horacio, 235. Mosquera, Joaquín, 22, 26, 61.
Mosquera, Tomás Cipriano de,
236
Ibáñez, Miguel, 22, 37. Muñoz, Francisco de P., 130.
Murillo, Manuel, 32, 165, 236.
Jefferson, Thomas, 218, 236.
Nariño, Antonio, 30.
Kemmerer, Edwin Walter, Narváez, Roberto de, 88.
248. Núñez, Rafael, 26, 27, 32, 33,
34, 35, 105, 106, 143, 151,
170, 236, 242.
Laborde; José, 39.
Lacordaire, (predicador fran­
cés), 18. Obando, José María, 61.
Laínez, Diego, 23. Octavio, 124.
Lamiel, Joseph, 57. Olaya Herrera, Enrique, 101.
León XIII, 230, 236. Ortiz, José Joaquín, 35, 110.
Leopoldo II, 236. Osorio, Nicolás, 133.
Lesseps, Ferdinand de, 211. Ospina, Mariano, 26, 96, 158,
Lincoln, Abraham, 236. 223, 257.
López de Mesa, Luis, 9-15. Ospina Camacho, Domingo, 39,
López, Alfonso, 101. 44, 47, 48, 54, 193.
Lozano, Jorge Tadeo, 22, 30. Ovidio, 124.
Páez, José Antonio, 61. Santander, Francisco de Pau­
Parra, Aquileo, 32, 33, 34,110, la, 92, 233, 236, 258.
121, 122, 187. Santodomingo Vila, Ramón,
Passmore, Frank B., 164. 204.
Paúl, Felipe Fermín, 39, 44, Santos, Eduardo, 101, 140.
130, 202. Santos, José, 39.
Pérez, Benito (virrey), 21. · Sarmiento, Roberto, 39.
Pérez, Felipe, 165. Schuman, Robert, 57.
Pérez, Lázaro María, 33. Sierra, Ramón, 130.
Pérez, Santiago, 115, 117, 120, Silva Gandolphi, Marco A.,
122. 165, 172, 174, 176.
Pinay, Antoine, 57. Soto, Foción, 187.
Pío IX, 236. Stevens, Thomas Jones, 23.
Pío XI, 230. Suárez, Marco Fidel, 23, 35,
Pío XII, 230. 167, 172, 175, 176.
Pléven, René, 57.
Polk, James Knox, 210.
Pombo, Lino de, 22, 135. Tanco, Mariano, 170.
Posada, Alejandro, 33. Talleyrand (príncipe de), 236.
Tobar, Miguel, 22, 23, 24, 37.
Torres, Camilo, 30.
Quintero Calderón, Guillermo, Trujillo, Julián, 32, 34.
152, 154, 155, 183, 187.
Ulloa, Juan de Dios, 39.
Ramadier, Paul, 57. Unda; J. A., 167, 176.
Rengifo, Tomás, 35. Uribe, Manuel José, 185.
Restrepo, Vicente, 170. Uribe, Antonio José, 215.
Restrepo García, Enrique, 185.
Reyes, Rafael, 39, 64, 86, 145,
163, 170, 183, 186, 221, 240. Valderraiha, Juan N., 185.
Robles, Luis, 39, 130, 170. Valenzue;la, Teodoro, 170.
Roldán, Antonio, 39, 164, 170. Vêlez, Francisco dePaula, 184.
Root, Élihu, 216. Vêlez, Mareeliano, 107, 108,
110, 154, 186, 189.
Vêlez, Joaquin F., 33, 221.
Salgar, Eustorgio, 26, 32. Vives, Miguel A., 39, 44.
Samper, Miguel, 187, 226.
Samoer, José Maria, 33, 39,
46; 48, 49, 80, 105. Wilches, Solón, 36.
San Francisco de Sales, 155.
Sanclemente, Manuel Antonio.,
186, 191, 193. Zaldúa, Francisco Javier, 32.
¿
IN D ICE G E N E R A L

I. —Consideraciones sobre la política y los hombres de


. Estado................................................................. 17
II. —¡Ambiente y tradiciones familiares de Caro.—Sus
antepasados en el régimen colonial y en la Repú­
blica.—Su infancia y adolescencia—Influencia de
don Miguel Tobar en los primeros estudios de Ca­
ro.—Sus profesores británicos.—Sus estudios en el
Colegio de San Bartolomé..........-......................... 21
III.—Iniciación de la vida pública de Caro.—Sus prime­
ros escritos de prensa.—Caro dirige en 1868 el pe­
riódico La Fe.—En ese mismo año concurre, por
primera vez, al cuerpo legislativo.—En 1871 apa­
rece bajo su dirección El Tradicionista.—Los fac­
tores políticos fundamentales de aquella época.—
Reflexiones sobre la federación.—La situación polí­
tica en 1875.—Las candidaturas presidenciales de
Rafael Núñez y de Aquileo Parra.—La elección
del señor Parra.—'Caro concurre al congreso na­
cional en 1876.—En agosto de ese año estalla una
guerra civil·—® gobierno suspende El Tradicio­
nista.—En 1878 se posesiona de la presidencia de
la república el general Julián Trujillo.—Consecuen­
cias políticas de esta elección.—Núñez levanta la
bandera de la Regeneración y es elegido presiden­
te de la república para el período de 1880 a 1882.—
Entre 1880 y 1884, Caro dirige la Biblioteca Na­
cional y escribe en la prensa—Núñez es elegido
presidente, por segunda vez, para el período de
1884 a 1886,—La rebelión armada de 1885 es ven-
cida por el gobierno y Núñez convoca un Consejo
Nacional Constituyente para reformar las institu­
ciones.—El cuerpo constituyente se instala en Bo­
gotá el 11 de noviembre de 1885 ... .....................
IV.—La participación de Caro en el Consejo Nacional
de Delegatarios.—Caro redacta las Bases de la re­
forma constitucional y éstas son aprobadas por las
municipalidades de la república.—'Sus intervencio­
nes en los debates del consejo constituyente.—Sus
discursos sobre cuestiones constitucionales.—La
nueva Constitución de Colombia es expedida el 4
de agosto de 1886 ................ ...............................
V.—Examen de algunas de las ideas de Caro sobre la
reforma institucional.—Los principales aspectos de
la Constitución de 1886,—La república unitaria.—
El régimen presidencial.—Irresponsabilidad del
presidente de la república.—Las libertades públi­
cas.—‘La cuestión religiosa.—El régimen concor­
datario.—El derecho de representación del clero.—
Atribuciones del presidente de la república—Pre­
rrogativas del poder legislativo.—El sufragio.—Di­
visión política del territorio nacional.—El principal
documento de Caro sobre nuestras instituciones po­
líticas.—Consideraciones acerca de este documento.
Vl.-Caro ingresa en el Consejo de Estado en 1887.—
En 1888 asume la dirección del periódico oficial La
Nación—Sus esfuerzos por la consolidación de las
nuevas instituciones.—Las candidaturas de Rafael
Núñez y Miguel Antonio Caro y de Rafael Núñez
y Marceliano Vélez en 1891.—El partido nacional
se divide en «caristas» y «velistas».—(La campaña
electoral—Triunfan las candidaturas de Núñez y
Caro.—Núñez no asume el mando .........................
VII.—Caro se posesiona de la presidencia de la república
el 7 de agosto de 1892.—Su discurso de posesión.—
Sus primeros mensajes al cuerpo legislativo.—En
1893 se decreta el estado de sitio en Bogotá.—El
partido liberal designa como jefe supremo al señor
Santiago Pérez—Campaña de El Relator contra el
gobierno de Caro.—El gobierno suspende El Rela­
tor.—El destierro de don Santiago Pérez.—Examen
de esta providencia ..............................................
VIII.—En 1894 se suscita la cuestión de las «emisiones
clandestinas» de 1889.—Polémica entre El Correo
Nacional y El Telegrama—Carlos Martínez Silva
explica en la cámara de representantes sus actos
como ministro del tesoro en lo relativo a las emi­
siones clandestinas.—Examen de esta cuestión.—
Rompimiento de Martínez Silva con Caro.—Martí­
nez Silva inicia su campaña de oposición al go­
bierno .................................................................... 129
IX.—En 1895 estalla un movimiento insurreccional—La
rebelión es vencida por las fuerzas del gobierno—
El mensaje de Caro al congreso de 1896 sobre la
guerra civil de 1895 ............................................. 145
X.—En marzo de 1896 Caro se retira del mando—El de­
signado, general Quintero Calderón, entra a ejercer
el poder ejecutivo.—Caro, pocos días después, re-
- asume el poder.—Los motivos de esta determina­
ción.—Declaración de Caro sobre el partido nacio­
nal.—Martínez Silva, a mediados de 1896, reinicia
su oposición a Caro en el Repertorio Colombiano.—
Examen de esta campaña política.—En septiembre
del mismo año, es lanzada la candidatura presi­
dencial del general Rafael Reyes—Paralelamente
a esta candidatura, se proclama la reelección del
señor Caro.—El gobierno efectúa un convenio con
los acreedores extranjeros y somete a la aprobación
del congreso dos tratados celebrados con el go­
bierno de Venezuela.—Examen de estas negocia­
ciones ................................................................... 151
XI.—A mediados de 1897 el señor Caro resuelve no acep­
tar su candidatura presidencial para un nuevo pe­
ríodo de 1898 a 1904.—El nacionalismo se debilita
por la separación de muchos conservadores.—Los
conservadores se organizan como partido autóno­
mo, constituyen un directorio, publican las Bases
de acción política y proclaman luego, en nombre del
partido, la candidatura presidencial del general Ra­
fael Reyes—El nacionalismo, por su parte, apresú­
rase a lanzar las candidaturas de los señores Ma­
nuel Antonio Sanclemente y José Manuel Marro-
quín para la presidencia y vicepresidencia de la
república, respectivamente.—En el' mes de agosto
se reúne en Bogotá una Convención liberal, la cual
elige jefe del partido al señor Aquileo Parra.—Pos­
teriormente, el directorio liberal proclama las can-
didaturas de los señores Miguel Samper y Foción
Soto, para la presidencia y vicepresidencia de la
república.—Rompimiento de los conservadores con
el general Reyes.—Su candidatura es anulada y se
la sustituye con la del general Guillermo Quintero
Calderón.—El nacionalismo triunfa en las elec­
ciones ...................................................................

XII.—El vicepresidente Marroquín toma posesión del


mando el 7 de agosto de 1898—Tres meses después,
se posesiona el presidente señor Sanclemente.—La
pugna entre conservadores y nacionalistas.—En oc­
tubre de 1899 estalla la guerra civil—Los conser­
vadores derrocan el gobierno de Sanclemente.—El
31 de julio de 1900.—Consideraciones sobre este
golpe político ....................................... . ............

XIII.—Caro, a partir del 7 de agosto de 1898, retírase a


la vida privada y en ella permanece basta 1903,
año en que concurre al senado de la república —
En 1902, durante la guerra civil, Caro protesta
contra las providencias que el gobierno conserva­
dor anuncia que tomará y en carta· dirigida al mi­
nistro de relaciones exteriores, asume la defensa
de los presos políticos.—En el senado de 1903 Caro
combate el tratado Henán-Hay sobre construc­
ción del canal de Panamá.—Las tesis de Caro con­
tra esta negociación.—El ejemplo de las naciones
signatarias del tratado de París sobre Comunidad
Europea de Defensa.—La supuesta responsabilidad
de Caro en la secesión de Panamá.—Las negocia­
ciones entre la República de Panamá y los Estados
Unidos.—Consideraciones sobre la secesión.—El tra­
tado Urrutia-Thompson de 6 de abril de 1914.—Exa­
men de la llamada indemnización americana.—Las
adquisiciones territoriales de los Estados Unidos.—
La cámara de representantes de 1903 aprueba un
proyecto de ley sobre regulación del sistema moneta­
rio y amortización del papel moneda.—Caro, como
miembro de la comisión de Hacienda del Senado, pre­
senta un importante informe sobre esta cuestión.—
En 1904, Caro, en las elecciones para presidente de la
república, no vota por ningún candidato del partido
conservador, pues él se considera desvinculado de
este partido.—'Concurre al senado en ese mismo
año y se muestra conciliador con el presidente Re­
yes.—Clausurada la legislatura, retírase definitiva-
mente a la vida privada.—La muerte de Caro el 5 de
agosto de 1809 ..................................................... 201
XIV.—La personalidad política de Caro y nuestros partidos
tradicionales.—Tendencia en Caro a no Mamarse
«conservador».—Su esquivez por dicha denomina­
ción.—Comentario de Martínez Silva sobre esta ac­
titud de Caro.—La evolución de las ideas de Caro.—
Su orientación socialista.—Su separación definitiva
del partido conservador....................................... 223
XV. —Análisis de la personalidad de Caro.—El hombre de
Estado y el hombre de letras.—¡Consideraciones so- ·
bre su carrera política.—Sus concepciones guberna­
tivas.—¡Caro y los partidos de oposición—Caro y el
liberalismo colombiano.—Su actitud con el partido li­
beral.—Caro se propone consolidar desde el gobier­
no la Constitución de 1886,—La estabilización de las
nuevas instituciones ............................................ 231
XVI. —Aspectos diversos del gobierno de Caro.—Sus difi­
cultades en el campo económico y fiscal.—Caro ma­
neja con acierto el papel moneda, trata de recons­
truir el banco central de emisión y regulariza el
servicio de nuestra deuda exterior.—Consideracio­
nes finales sobre su obra política.—Significación de
la obra institucional de Caro ............................... 247

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