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comunidad, incluso los laborales. Sin embargo, son vistos como ciudadanos pasivos por
un mundo adulto que desconfía de su participación; como ciudadanos incompletos a los
que parte de sus derechos son negados o, al menos resguardados hasta que adquieran
la capacidad para hacer uso responsable de ellos. La formación de ciudadanos
autónomos y reflexivos, defensores de sus derechos y de los demás, que la educación
secundaria pretende formar, demanda entre otros aspectos, considerar los intereses, las
problemáticas y perspectivas de los adolescentes en las estrategias pedagógicas que se
ponen en marcha y la construcción de ambientes escolares democráticos que se
produzcan a partir de una participación activa de los jóvenes como sujetos éticos,
sociales y políticos, es decir, a partir de su participación como ciudadanos.
Los grupos juveniles, aun con su carácter espontáneo y a veces efímero, son espacios
de participación de los adolescentes. Si tomamos la palabra participación en su sentido
literal: ‘tomar parte, compartir las mismas opciones’, vemos que naturalmente los
adolescentes buscan y promueven permanentemente esa posibilidad.
La capacidad que tienen todos los adolescentes de expresar sus puntos de vista, ya sea
verbalmente o por medio de otros lenguajes. • El derecho a opinar libremente; el
carácter voluntario de la participación como requisito implícito. • El derecho a ser
escuchados en todos los asuntos que los conciernen. Son pocos los ámbitos de la toma
de decisiones familiares, comunitarias, nacionales o internacionales que no tengan
incidencia en sus vidas. • El derecho a que sus opiniones sean tomadas seriamente, de
acuerdo con su edad y su madurez. El peso de una opinión variará en función de su
comprensión y, por eso, la edad y la madurez deben ser analizadas conjuntamente (no
sólo la edad como único factor decisivo). Varios son los aspectos que entran en juego y
que afectan la capacidad del adolescente para entender y opinar.