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La siguiente etapa de Nick, que abarcó los últimos años de la veintena y los primeros de
la treintena, consistió en debatirse con la mota de conciencia que se le revelaba de vez en
cuando desde su niñez. Exteriormente fue la época más caótica de su vida, pues el impulso de
liberarse de sus demonios se expresaba de modos retorcidos, con frecuencia como conducta
autodestructiva. No obstante, en algún plano profundo iba creciendo, misteriosamente, la
integridad.
El divorcio de Clare no fue cordial; le siguió muy pronto una agria disputa legal con los
padres de Nick, que reclamaban la propiedad de la casa y la cuenta bancaria del hijo; les
habían sido transferidos como recurso legal durante el juicio de divorcio, pero una vez que se
asignó a Clare una pensión modesta, los padres de Nick se negaron rotundamente a devolverle
la propiedad. Su padre lo desafió tranquilamente a que le iniciara juicio, asegurando que podía
mantenerlo en los tribunales por años enteros.
Nick, furioso, abandonó la empresa familiar. Se las compuso para sacar algún dinero de
un fondo en fideicomiso y viajó a Italia, donde pasó un año en una especie de fantasía:
aprendiendo a conducir coches de carrera en los grandes circuitos. Conducía temerariamente,
llevando a su límite los peligros del deporte, pero esa veta autodestructiva apenas comenzaba a
emerger. Pronto volvió a Bastan e hizo la apuesta de su vida dedicándose a la cocaína. La
misma mezcla de peligro, emoción e ira que había experimentado al conducir coches de
carrera tomó un filo mucho más agudo.
La compulsión de continuar consumiendo cocaína era inmensa. Nick había llegado a un
punto en que le era casi imposible, ya con treinta y cinco años, mantener la fachada de
normalidad, aunque lo había hecho tan bien a los cinco. Pese a sus intensos esfuerzos por
canalizar sus energías hacia actividades productivas (corría ocho kilómetros por día, nadaba
tres kilómetros más en la piscina, se ejercitaba en el gimnasio y tenía un gran círculo de
amigos comprensivos), descubrió que la desesperación y la cólera se le filtraban
inexorablemente en la mente, tiñendo cualquier otro impulso. Sus secretos sepultados
clamaban venganza.
Nick se liberó de la drogadicción en lentas etapas, pero en cada una el tema común era
su expansión de la conciencia. Lo que da un poder siniestro a cualquier forma de tormento
mental es que la gente tiene una noción equivocada de sí misma. Creemos ser torturados por el
dolor, la depresión, el miedo y la desesperación, como si algún enemigo extranjero nos atacara
desde adentro. Sin embargo, adentro no hay enemigos. Hay sólo materia mental. Esta
sustancia invisible, como una especie de arcilla universal, se modela a sí misma
convirtiéndose en todos nuestros pensamientos, sensaciones y deseos.
El problema es que esta materia mental puede representar dramas en los que juega
papeles opuestos. Puede ser la víctima y el torturador al mismo tiempo. Nick me contó que,
años antes, se había hospedado en un hotel de Jamaica para pasar una semana buceando.
Momentáneamente había abandonado todas las drogas y se encontraba en mejor estado físico
que nunca. Una mañana, al entrar en la ducha, súbitamente se dejó caer de rodillas, llorando,
totalmente fuera de sí. Desde algún rincón oscuro brotaba una ola de desesperación.
-¡Dios! -exclamó en voz alta-. ¿Por qué me ocurre esto? ¿Tengo que matarme? ¿Existes?
Por favor, por favor, si eres Dios, llévate mi tormento.
Como siempre, relató este momento terrorífico en voz dominada y agradable, pero me
Deepack Chopra, Vida sin condiciones. 2
"Cada vez que gritamos, nuestra voz llega a nosotros mismos. Cuando tenemos miedo
somos nosotros mismos los que nos damos miedo; si empezamos a desgarramos por adentro,
la misma mente desgarra y es desgarrada. Experimentar sólo una parte lleva al sufrimiento; no
importa si usted se identifica con el actor o con aquello sobre lo que actúa. En la realidad, el
actor no está separado del objeto de la acción. Todo es sólo usted."
Al pensar en el inútil sufrimiento resultante, vi también en la cara de Nick una expresión
triste y desconcertada. Pero no estábamos allí para discutir el dolor. La última fase en la vida
de Nick ha sido la más feliz, pues ha comprendido que puede hallar una salida a la cruel
autodivisión que le dio forma en la niñez. Comprendió que, si quería vi vir en paz consigo
mismo, debía desmantelar las recurrentes amenazas de su pasado. Fue afortunado al encontrar
un terapeuta comprensivo y experimentado, que empezó a tratado varias veces por semana. Al
principio, la ira que en Nick inspiraba su padre era demasiado violenta como para manejada.
"Cuando descorché mis fantasías de venganza y empecé a hablar de matar a mi padre, lo hice
de manera muy convincente; mi terapeuta dijo que tendría que llamar a mis padres para
advertirles del peligro. Hizo falta esa fuerte amenaza para detenerme."
También fue necesario internado de vez en cuando en centros de desintoxicación para
drogadictos; pasó por diversos programas de rehabilitación, nueve veces en total.
Con el correr del tiempo, la turbulencia de su mundo interior empezó a ceder. Ya no
tenía la súbita erupción de su negra ira; no despertaba a medianoche, como le había ocurrido
desde la adolescencia, sudando de pánico. El Nick de la superficie (el niñito bueno que
deseaba complacer) comenzó a comprender que el otro Nick, al parecer tan loco y
autodestructivo, era en realidad un niño sollozante, con legítimas emociones de dolor y terror
que no merecían ser condenadas y temidas, sino curadas.
Hace un año, ya al final de su terapia, Nick comenzó a meditar. Fue una experiencia
reveladora, pues de pronto recobró la claridad que había perdido veinte años antes, la última
vez que estuvo solo en los bosques de Vermont. Aunque sus experiencias de silencio interior
eran breves, al salir de ellas se sentía como si hubiera establecido contacto con una fuente de
profunda satisfacción. Era su primera experiencia de un ser íntegro en muchos años; además,
la primera satisfacción que restaba toda importancia a su vergüenza, su culpa y alodio que
contra sí mismo sentía.
-He tenido una imagen recurrente en que me veo nadando solo en medio del océano -
dijo Nick-. Me debato en el agua, en tanto monstruos borrosos se elevan desde abajo hacia mí.
Pero la primera vez que medité esa imagen siniestra sufrió un cambio. Se me ocurrió que yo
no era sólo el nadador, sino también el mar, y que los monstruos no eran otra cosa que yo
mismo.
Deepack Chopra, Vida sin condiciones. 3
entretejidos a él.
En esta vida humana no podemos impedir que la rueda muela, pero en algún otro plano
tenemos todo el poder. Somos los hijos privilegiados de la naturaleza. Una vez que nos
concentramos en nuestros deseos más profundos, tienen que tornarse realidad. Por eso es que
el gran deseo del mundo es, en primer lugar: desplegarse.
Nick y yo guardamos silencio, compartiendo un concepto de la vida muy delicado, muy
apasionante. El no tenía nada más que decir, pero yo aún escuchaba lo que había pasado antes
por alto y no deseaba olvidar jamás. Por primera vez, en su voz se había elevado el gozo puro.