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Traveseando

-Ricardo Zelarayaá n-

(1984)
La primer edicioá n de este texto fue: Traveseando, Coleccioá n La manzana roja, Editorial Kapelusz, Buenos Aires, 1984.
Para esta transcripcioá n se ha seguido la incluida en Ahora o nunca. Poesía reunida. 1ª edicioá n. Editorial Argonauta. Buenos Aires:2009. Pp.
75-92 y la de Eloíása Cartonera en su Colección Nueva narrativa y poesía Sudaca Border. Buenos Aires:2010.

Traveseando

(apto para todo puá blico)

Para Lola y Margarita, mis hijas bonitas,


…y tambieá n para Marcelo Di Marco,
en la flor de la edad y la amistad.
La confesión de un paraguas:

Vivo casi siempre en un rincoá n oscuro, pero cuando llueve me abro como una flor. Rara vez he visto el sol. Apenas lo recuerdo. Apenas me
lo imagino.
Soy un ala redonda a la que no dejan volar.
Me han dicho que en realidad soy un techo que camina, un techo ambulante que aparece cuando llueve.
Me abren y enseguida me inflo como un pavo y siento caer la lluvia sobre míá.
Soy un paraguas para atajar mil lluvias:

chaparrones, aguaceros, garuá as


lloviznas... En fin, toda la familia...

Despueá s cuando me cierran, me siento mustio, marchito como una flor o peor... como un fosforo apagado. Menos mal que me llevan
abierto cuando hace rato dejoá de llover.
Y cuando estoy abierto me siento un ala prisionera, la uá nica ala hecha para mojarse cuando llueve. Y entonces quiero escaparme en serio,
escaparme volando... Pero me tienen bien sujeto por ese dichoso mango traidor. Ni los paá jaros ni los barriletes vuelan cuando llueve. Yo,
en cambio, quiero volar en medio de la lluvia hasta verle la cara al sol.
Ni flor ni paá jaros. Flor negra, paá jaro negro, me han dicho alguna vez. Y hasta dicen que es de mal aguü ero llevarme creyendo que va a
llover.
Tal vez por eso me olvidan con facilidad. El nuevo duenñ o siempre me cuida maá s que el que me perdioá . Pero, de todos modos, hace
conmigo lo mismo que el otro: abrirme, cerrarme, sujetarme, olvidarme... Y asíá se va la vida.
Me han hecho para navegar por la lluvia como una canoa al reveá s.
Somos todo un pueblo que aparece con la lluvia. Brotamos como los hongos cuando comienza a llover.
Pero ya somos creciditos. Es hora de soltarnos y dejarnos volar. Tenemos que esperar un descuido para escaparnos como los globos. ¡Ah!
¡Cuaá ndo seremos paraguas sin mango!
Al final uno se parece al pelo y las unñ as, que quieren crecer y seguir creciendo siempre... ¡Y los cortan! Pero eá ste ya es otro cuento.
El vaso no quiere asomarse

La vieja botella, que nunca se arruga, me dice siempre que yo no soy maá s que un vaso de docena, lo que es mucho decir porque quedamos
nueve.
¿Pero queá podreá entender yo de viejas, de arrugas y de docenas? Lo que yo seá es que hay un borde al cual no conviene asomarse.
Debajo del borde de la mesa estaá el abismo...
Aunque siempre, hasta ahora, hay manos cerca que nos salvan. Y tampoco seá si esas manos son míáas o de otros.
La botella vieja me ha dicho tambieá n que ella y yo somos inventos difíáciles de mejorar, que tenemos una historia larga y que si no
existiera el vidrio no seríáamos nada. ¿Pero por queá tengo yo que ser vaso y botella ella, en vez de ser vidrio de ventana o de anteojo?
Y bueno, asíá nos han hecho, por lo menos a míá, con la boca siempre abierta para llenarnos. Por eso nos cuidan tanto, le digo a la vieja
botella. Pero ella no me deja hablar ni quiere oíárme, porque sabe que soy un vaso de una docena de nueve, ¡vieja bruja!
Estaá bien que los chicos me llenen de arena despueá s de tomar la leche. Estaá muy bien que me pongan una rosa, alada, inquieta como una
llama. La muá sica de la cucharita despierta alegremente mi corazoá n adormecido. Me encanta cuando me llena la lluvia, y si no fuera por
ese maldito borde, me escaparíáa al patio o al balcoá n cuando oigo llover.
No es cuestioá n de llenarme con lo primero que venga. Porque boca abierta arriba como soy me ha caíádo de todo. Boca abajo, en cambio,
he conocido una lucieá rnaga.
Perdoá n, una hormiga me hace cosquillas en mis labios siempre abiertos. No te caigas porque no podraá s salir hasta que me laven...
Y ahora me hacen rodar en medio del agua: me estaá n lavando. De paso, muy de pasada, conozco una copa mimosa y muy mimada.
¿Seraá mi novia? Yo no seá nada.
De pronto me dejan solo. No veo ni el borde. No hay una mano. No se oye ni el rezongo de la vieja botella. ¿Queá estaraá pasando?
De pronto una botella de cuello largo. Maá s fea que los anteojos... No ganeá nada.
Subir, bajar y otros sueños más

El agua puede bajar por una escalera pero no puede subir, lo mismo que la pelota.
La hormiga no soá lo puede subir y bajar, por una escalera y por todas partes, e incluso caminar cabeza abajo.
La mosca camina poco, pero puede posarse tranquilamente en cualquier lugar, cabeza abajo o no. En el techo, por ejemplo, como el
mosquito.
El gato se sube por los aá rboles y las paredes, pero hasta ahora nadie ha visto nunca caminar a un gato cabeza abajo por el techo.
A las cosas y a muchos bichos hay que subirlos porque se pueden caer desde cualquier parte que no sea el suelo, aunque tambieá n pueden
caerse en el suelo. No hay que confundir el piso con el suelo (las plantas crecen en el suelo, no en el piso. O en un pedazo de suelo
-maceta- instalado artificialmente sobre el piso). Ademaá s, puede haber un subsuelo, que seríáa mejor llamar subpiso
Y como no todo es caer, hay que caer en la cuenta, de que, por ejemplo:
El loro aprende a hablar cuando no lo dejan volar.

Los gatos odian el agua pero adoran los pescaditos.

Los murcieá lagos son los uá nicos ratones que vuelan y no les gusta el queso.

Pero cuando uno suenñ a se da el gusto de caminar no soá lo por el techo sino tambieá n por el cielo -el techo del mundo-, que ademaá s puede
comerse porque es azul y dulce. Y uno puede banñ arse en las nubes con la lluvia que caeraá manñ ana, aquíá o en otra parte, y despueá s caer
directamente como una gota o una pelota o deslizarse suavemente como un paá jaro sobre las hojas de los aá rboles.
Y, aunque suenñ e que soy un murcieá lago, me sigue gustando el queso. Y puedo sonñ ar que soy un gato sumergieá ndose en el ríáo para
hacerles cosquillas a las mojarritas y algo maá s...

Y como hay suenñ os rosados y negros, en mis negras pesadillas suenñ o que soy una lenta polilla que dos manos enormes tratan de aplastar.
A veces, muerto de susto, suenñ o que soy un piano de cola que cae desde el piso 22...
Felizmente, al tocar el suelo, el piano rebota musicalmente, sube y vuelve a caer como una pelota e incluso puede subir por la escalera...
hasta que me despierto.
Otras veces, suenñ o que soy un acordeoá n que rueda feliz por una pendiente interminable, sonando siempre.
Subir y bajar, sonñ ar y sonar. Hay suenñ os sin enñ e y sonidos con enñ e.
Cuando llueve:

Cuando llueve, ¿quieá n se moja maá s? ¿El que corre o el que camina despacio? Adivina adivinador. ¿Nunca se sabraá ?
Cuando llueve, el mosquito se moja menos que el elefante, y la mosca menos que el tigre y que las pulgas del tigre. Pero, ¿queá no daríáa el
mosquito por tener la sombra de un elefante y la mosca la sombra de un tigre?

Cuando llueve, nadie quiere mojarse pero todos se mojan, menos los que consiguieron ponerse debajo de algo, techo o paraguas, que son
casi todos. Asíá no vale.
Cuando llueve, el aá rbol que hace sombra de sol, hace sombra de lluvia
Cuando llueve, no se puede volar o se vuela menos. Y los paá jaros buscan un aá rbol frondoso o un alero, porque nadie les ensenñ oá a cubrirse
con las alas.
Cuando llueve, a los mares o a los ríáos ni les va ni les viene, porque nunca se mueren de viejos. Las lagunas y los lagos no estaá n tan
seguros y, cuando llueve, sonríáen encantados.

Cuando llueve, es la fiesta de los sapos. No hay mal que por bien no venga.
Cuando llueve, fracasa la casa que no podemos terminar, como el fuego al aire libre que no podemos encender.
Pero... cuando llueve, las gotas se dan al fin un banñ o de tierra.
Cuando llueve, tu pelo se moja mucho y tus ojos nada... porque estaá n bajo techo.
Cuando llueve, no hay canto de paá jaros.
Cantemos nosotros al ritmo del aguacero.
Cuando llueve, es mejor que sea en verano que en invierno, es cierto.
Pero... nunca se sabraá si se moja maá s el que corre o el que camina despacio.
El mosquito inocente
Yo soy Tico, un pobre mosquito inocente que jamaá s picoá a nadie.
Porque ustedes deben saber que las que pican son ellas, no yo, que soá lo me alimento de jugos, de neá ctares y de alguna otra cosa tan suave
y tan inocente como yo.
Anoche sonñ eá que yo no era tan inocente y que picaba en serio, o por lo menos que queríáa picar. Y lo primero que quise fue picar a una
tortuga... ¡Uy! ¡Pobre de míá! Despueá s a un rinoceronte... pero, ¿coá mo picarlo sin saber y sin tener con queá picar?
Las que saben picar, y pican muy bien, son mis hermanitas y mi mamaá . ¡Creá anmelo! Mis hermanitos, mi papaá , mis abuelos, bisabuelos y
tatarabuelos, todos inocentes porque somos y hemos sido siempre vegetarianos.

Hoy, al despertarme, el cielo y la tierra se miraban de frente, como una flor azul y una flor dorada.
En cuanto salíá del suenñ o pasoá un picaflor. Medio dormido como estaba yo, me asusteá mucho porque seá que no es tan vegetariano como
yo. Hay jugos de flores para nosotros y los picaflores. La naturaleza es sabia, pero hay que tener cuidado porque todos nos equivocamos
alguna vez.
De pronto pasoá un murcieá lago... Menos mal que no me vio... porque volaba dormido. Despueá s me asomeá curioso al caá liz profundo de una
flor anaranjada... Parecíáa un saloá n enorme y los rayos del sol se filtraban a traveá s de los peá talos. Adentro, en una pequenñ a laguna de gotas
de rocíáo, un insecto verde retozaba nadando en el agua rosada. Enseguida me poseá en una margarita, pero tuve que levantar vuelo y me
mantuve a distancia al ver una hormiga que caminaba por los peá talos hacia el centro, hacia el sol de la margarita. Y una abeja
desprevenida al ver a la hormiga. Siempre se aprende algo. Yo no sabíáa que las abejas se asustaban de las hormigas... En una flor, al
menos.
Y asíá pasoá mi manñ ana de hoy, de flor en flor, entre mariposas, abejas y moscas verdes o doradas.
Despueá s dormíá plaá cidamente la siesta, con la panza llena de jugo de jazmines, de azahares o de flores de duraznero... queá seá yo.
EÉ sa es la vida de un mosquito inocente. Y les juro que, si alguá n mosquito los pica, no fui ni sereá nunca yo. Pueden ser, síá, mi madre,
mis hermanitas, mis abuelas, pero nunca yo.
El tenedor que se perdió dos veces

Un tenedor perdido es siempre maá s que una media o un zapato que se pierden. Siempre se dice que del dicho al hecho hay mucha
distancia. Mucha maá s que del piso al techo y de una manñ ana a la otra.

Y era precisamente una manñ ana, una hermosa manñ ana, cuando una rubia naranja cayoá naturalmente de su aá rbol y fue rodando hasta las
puntas de un tenedor que no teníáa nada que hacer porque se habíáan olvidado de eá l el domingo anterior.
El benteveo, que contemplaba la escena, dejoá de cantar desconcertado al ver ese extranñ o objeto que brillaba al sol, y pensoá que nada
bueno podíáa esperarse de ese brillo extranñ o ni de esa naranja que corríáa hacia eá l (el tenedor) como un corderito incauto hacia la boca del
tigre... Pero nada malo podíáa esperarse de un tenedor perdido, sin una mano que lo empunñ ara.
Como nada se pierde en la naturaleza, muy pronto la naranja se cubrioá de hormigas, porque el impasible y deslumbrante tenedor
asustaba a los paá jaros tanto como los ojos de los gatos por la noche.
Despueá s siguieron cayendo naranjas maduras y las hormigas acudíáan de todas partes. El tenedor al sol era el guardiaá n de ese festíán y los
paá jaros, intrigados, no se atrevíáan a acercarse.
Por uá ltimo, el pasto cubrioá al tenedor y todo volvioá a ser como antes. El objeto civilizado dejoá de brillar y la naturaleza comenzoá su lento
trabajo para hacerlo suyo o, por lo menos, para tragaá rselo o atraparlo, cubrieá ndolo de tierra, de raíáces y de hojas.
No se sabe exactamente lo que pasoá despueá s. Tal vez lo pisoá un caballo al galope y saltoá como una langosta, pero lo cierto es que un buen
díáa el tenedor aparecioá sobre una piedra ante los ojos de Perico.
Y como nada se pierde en la naturaleza, el tenedor perdido en el bosque pasoá enseguida a la bolsa de objetos encontrados por Perico. Allíá
fue a parar junto con bolitas, piedras, corchos, naipes sueltos, plumas, entre eá stas una legíátima de nñ anduá , no arrancada de un plumero.
Pero como Perico sabíáa que el tenedor corríáa riesgo, lo escondioá cuidadosamente en el fondo de la bolsa. Tengo un tenedor, un tenedor de
verdad, pensoá primero. Despueá s comenzoá a dudar: ¿queá es un tenedor sin un cuchillo?
Enseguida su pensamiento entroá a correr, a volar... Ahora tengo que encontrar un cuchillo... Despueá s una mesa... Despueá s una silla...
Despueá s una casa... ¡Epa! Con la casa la cosa se complicaba mucho.
Y no pensoá maá s. Al fin y al cabo, un tenedor de verdad no es una cucharita cualquiera y, pensaá ndolo bien, es maá s que una cuchara...
Aunque por el momento el tenedor soá lo le servíáa para mirarlo o para empunñ arlo y pinchar el aire, un corcho, la pelota o el gato, todo a
escondidas.
Otra posibilidad de usarlo era mostrarlo. A un amigo, a míá. Pero no se lo digas a nadie. ¿Queá se puede hacer con un tenedor solo?, me
preguntaba.
Y bueno, primero juguemos a quieá n lo clava maá s lejos en la tierra. Despueá s useá moslo como rastrillo, para escarbar un hormiguero... (¡ay!
¡coá mo nos picaron!) o como peine para peinarnos.
Un díáa que almorzaá bamos al aire libre con nuestros padres, Perico se las ingenioá para comer con el tenedor encontrado, escondiendo el
otro en el bolsillo. Yo no podíáa maá s de la risa, pero nadie se dio cuenta.
AI final casi casi nos convencimos de que un tenedor encontrado era mejor que una bicicleta regalada.
Pero alguien habloá , alguien maá s envidioso que yo les contoá a los otros chicos.
Y cuando todos los chicos se enteraron, cada uno tratoá de encontrar un tenedor… De cualquier manera, lo maá s raá pido posible.
-Este es mejor que el tuyo, es un tenedor de plata —le decíáa un chico a Perico.
-Y yo encontreá dos -decíáa otro.
-Eso no vale, mi tenedor me encontroá a míá. Yo no lo busqueá -respondíáa Perico.
Se habíáa desatado una tormenta de tenedores. Alguien teníáa que pararla.
El ruido que hace un tenedor al caer en el piso es inconfundible. Un buen díáa, el padre de Perico le dijo con toda naturalidad:
-¿Queá tal si te cambio tu tenedor por un tren eleá ctrico?
Y el padre de Luisito a su hijo:
-Te cambio tu tenedor por una guitarrita eleá ctrica.
Y el padre de Garlitos:
-Te lo cambio por un pianito eleá ctrico.
Los chicos quedaron electrizados.
Todo terminoá bien, ¿bien?, pero el tenedor
de Perico no entraba en ninguá n juego de cubiertos.
Perico encontroá la solucioá n: perderlo en el mismo lugar del bosque donde lo habíáa encontrado.
Perdido por perdido, era lo mejor.

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