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25 Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo
que hacer para heredar la Vida eterna?».
26 Jesús le preguntó a su vez: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?».
27 Él le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas
tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo».
28 «Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida».
29 Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: «¿Y quién es
mi prójimo?»
30 Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y
cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo
medio muerto.
31 Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo.
32 También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.
33 Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.
34 Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso
sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo.
35 Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y
lo que gastes de más, te lo pagaré al volver"
36 ¿Cuál de los 3 te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?
37 «El que tuvo compasión de él», le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: «Ve, y procede tú de
la misma manera».
Antes que nada nos podríamos preguntar qué nos puede aportar esta parábola en este
Congreso Eucarístico, puesto que a primera vista no nos alude a nada relacionado con la
Eucaristía o la Santa Misa.
No obstante, está profundamente relacionada puesto que la Eucaristía es la expresión
más sublime de la Caridad de Nuestro Señor Jesucristo. Y quien participa en la Eucaristía y la
recibe como alimento, también debe revestirse de la Caridad de Jesucristo.
A propósito vale la pena recordar aquí lo que nos dice el Papa Francisco en ‘Amoris
Laetitia’: “La Eucaristía reclama la integración en un único cuerpo eclesial. Quien se acerca al
Cuerpo y a la Sangre de Cristo no puede al mismo tiempo ofender este mismo Cuerpo
provocando escandalosas divisiones y discriminaciones entre sus miembros. Se trata, pues, de
«discernir» el Cuerpo del Señor, de reconocerlo con fe y caridad, tanto en los signos
sacramentales como en la comunidad, de otro modo, se come y se bebe la propia
condenación (cf. 1 Cor 11,29). Este texto bíblico es una seria advertencia para las familias que se
encierran en su propia comodidad y se aíslan, pero más particularmente para las familias que
permanecen indiferentes ante el sufrimiento de las familias pobres y más necesitadas. La
celebración eucarística se convierte así en un constante llamado para «que cada cual se
examine» (v. 28) en orden a abrir las puertas de la propia familia a una mayor comunión con los
descartables de la sociedad, y, entonces sí, recibir el Sacramento del amor eucarístico que nos
hace un sólo cuerpo. No hay que olvidar que «la “mística” del Sacramento tiene un carácter
social». Cuando quienes comulgan se resisten a dejarse impulsar en un compromiso con los
pobres y sufrientes, o consienten distintas formas de división, de desprecio y de inequidad, la
Eucaristía es recibida indignamente. En cambio, las familias que se alimentan de la Eucaristía
con adecuada disposición refuerzan su deseo de fraternidad, su sentido social y su
compromiso con los necesitados” (n° 186).
La parábola del «Buen samaritano» es más que provocativa. Para empezar, resultó ser
una trampa inversa. Un experto de la ley intentó atrapar a Jesús pues esperaba que con su
respuesta ignoraría la Ley; pero el Señor le mostró que los líderes judíos eran los que en
realidad no cumplían la ley. En realidad el Señor Jesús atacaba la complacencia de las personas
religiosas que, por preferir la comodidad, elaboraban excusas para no ayudar a los demás. Los
aspectos con los que cuestionó al experto de la ley son igualmenteválidad para nosotros hoy, y
su enseñanza provoca de golpe numerosas preguntas.
En primer lugar, nos obliga a abordar el tema de nuestra necesidad de practicar la
misericordia. No debemos pasar por alto que esta parábola responde a la pregunta: «¿Qué
debo hacer para heredar la vida eterna?». Jesús le respondió al experto en la Ley a través de la
parábola del «Buen samaritano», que se ocupó de cubrir las necesidades físicas y económicas
del hombre que se encontraba moribundo en el camino. Recordemos que igualmente un joven
rico le planteó una interrogante similar a Jesús (Mc 10,17). En esa oportunidad, Jesús también
concluye exhortándolo: «anda y vende todas tus posesiones y entrega el dinero a los pobres, y
luego ven y sígueme» (v. 21). En ambas instrucciones Jesús expone que ocuparse de los pobres
es una característica esencial de todo cristiano.
¿Cómo puede ser? En su exposición sobre el juicio final, observamos que Jesús determinará
quiénes son las personas justas por cómo se condujeron con los hambrientos, desnudos,
desamparados, enfermos y prisioneros (Mt 25,31). ¿Se refiere a que solamente los trabajadores
sociales heredarán el Reino? ¿No es que nos salvamos por la fe en Cristo? ¿Entonces, por qué
parece que el ministerio de la misericordia es tan trascendente para juzgar quién es cristiano?
En segundo lugar, observamos el alcance y la dimensión del ministerio de misericordia.
Recordemos que el maestro de la ley no negó el requisito de ocuparse de los necesitados. En
realidad nadie en este mundo lo haría. Sin embargo, preguntó: «¿Quién es mi prójimo?
Podemos observar en su pregunta a un típico occidental: «Vamos, Señor, seamos razonables.
Sabemos que debemos ayudar a los desafortunados, pero, ¿hasta dónde debemos llegar?»
«No estarás afirmando que deberíamos abrirnos ante cualquiera, ¿verdad? ¿La caridad no
empieza por casa?»
«No querrás indicar que todo cristiano debe involucrarse profundamente con los necesitados y
los que sufren, ¿verdad? No soy bueno en ese tipo de trabajo; no es mi don».
«Mi agenda está muy congestionada y mi comunidad me ha confiado muchas tareas... ¿No es
acaso este tipo de tareas algo que le corresponde al gobierno?»
«Apenas cuento con dinero para mí mismo».
«¿Muchos de los que viven en pobreza no han llegado a ella por irresponsables?»
Cuando Jesús habla de la actitud indiferente del sacerdote y del levita, desenmascara los
muchos límites falsos que le ponen los líderes religiosos al mandamiento de «amar al
prójimo». Con el proceder del samaritano, Jesús nos muestra que el prójimo, al que debemos
prestarle ayuda, es cualquier persona en necesidad, incluso un enemigo. Cualquiera que
comienza a leer esta parábola se empieza a sentir atrapado por su lógica. ¿Pero, acaso no es
irreal? ¿Las necesidades del mundo pobre no exceden mi capacidad? ¿Realmente Jesús nos
exige que asumamos una vida de pobreza voluntaria y nos mudemos con los oprimidos?
¿Hasta qué punto hemos superado la distinción entre pobres que merecen serlo, y los que no?
En tercer lugar, hablemos del motivo o la dinámica del ministerio de misericordia. Israel
se regía por la ley de Dios, que claramente demandaba que las personas practicaran la
misericordia con su prójimo, pero Jesús demostró que los maestros de la ley, la habían
interpretado de tal manera que frustraba los propósitos de la misma. No es suficiente conocer
las obligaciones de cada uno. El sacerdote y el levita poseían el conocimiento bíblico, los
principios éticos y la afinidad étnica con el hombre moribundo. Pero no era suficiente. El
samaritano no contaba con nada de eso, pero tuvo compasión: “lo vio, y se conmovió” (Lc 10,33).
¡Eso fue suficiente! ¿Cómo se logra que la Iglesia, por medio de sus miembros, practique la
misericordia? No será suficiente manipular a los cristianos para que se sientan culpables de ser
tan «ricos». ¿Entonces cómo procederemos como discípulos de Jesús para sanar las heridas
profundas, cubrir las necesidades, y transformar la sociedad en la que vivimos?
Es muy frecuente que los católicos eludamos la radicalidad de la enseñanza de esta
parábola. Como máximo, la atesoramos para preparar una canasta navideña para los
necesitados, o para darle dinero a las organizaciones de supervivencia cuando se desencadena
algún desastre natural en alguna provincia o nación vecina. Con todo, no debemos seguir
dilatando su puesta en práctica, pues el mundo nunca será un sitio para vivir seguros, más
aún, cada vez se torna menos acogedor. Gracias a los medios de comunicación podemos
palpar bien de cerca los miles y miles de atropellos a la dignidad humana. Pero no basta
saberlo y comentarlo, sino que nos debe movilizar la caridad por el necesitado.
Sólo un escaso porcentaje de personas, a lo largo de la historia, han conseguido vivir en
condiciones relativamente seguras. Cabe reconocer que las guerras, injusticias, opresión,
hambre, desastres naturales, crisis familiares, enfermedades, problemas psicológicos,
discapacidades físicas, racismo, crimen, escasez de recursos, luchas de clases, etc., son fruto
de nuestra separación de Dios. Traen consigo gran miseria y violencia a la vida de la mayor
parte de la humanidad. Toda tentativa de aislamiento para evitar o no ver el sufrimiento es un
esfuerzo frágil e inútil, pues el dolor y las injusticias nos rodean ¡aún en zonas de seguridad!
Por tanto, es fundamental que tengamos una visión atinada del mundo en que vivimos.
Necesitamos ver cuán dura es la vida y amarla, en vez de vivir en islas de paz. Todos vivimos
en el camino a Jericó.