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Dinámicas rentistas: transformaciones institucionales en contextos de proyectos de Titulo

gran minería
Damonte, Gerardo - Autor/a; Autor(es)
Desarrollo rural y recursos naturales En:
Lima Lugar
GRADE Editorial/Editor
2012 Fecha
Colección
Comunidades campesinas; Minería; Ruralidad; Organizaciones rurales; Planificación Temas
regional; Nueva ruralidad; Perú;
Capítulo de Libro Tipo de documento
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/Peru/grade/20121109040224/30_damonte.pdf URL
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Dinámicas rentistas: transformaciones
institucionales en contextos de
proyectos de gran minería1

Gerardo Damonte

INTRODUCCIÓN

En la década de 1990 se inició un nuevo ciclo de expansión minera. La producción


se multiplicó, y el valor de las exportaciones mineras se incrementó en más de
mil por ciento. Este ciclo expansivo ha sido liderado por la gran minería y estuvo
asociado a la entrada de corporaciones mineras y al inicio de megaproyectos en
el Perú. Esta expansión fue también geográfica, pues incorporó nuevas zonas de
los Andes a las dinámicas de exploración y extracción minera. Múltiples estudios
han abordado desde distintos ángulos los efectos de este ciclo extractivo en la
institucionalidad rural peruana actual (Bebbington 2007, Glave y Kuramoto
2007, Alayza 2007, Scurrah 2008, Salas 2008, Damonte 2008a, Gil 2009, De
Echave et al. 2009, Damonte y Castillo 2010, Arellano 2011). Estos estudios nos
muestran los múltiples impactos y respuestas sociales, como la constitución de
movimientos sociales o la proliferación de conflictos sociales de diversa intensidad
en el contexto del actual ciclo de expansión extractiva. El presente artículo busca
aportar a esta literatura analizando las transformaciones que vienen sufriendo las
organizaciones rurales directamente involucradas en los proyectos en relación
con el desarrollo extractivo minero y, en especial, en el marco de los procesos de
cambio general de las zonas rurales andinas.

1 Una versión preliminar de este artículo fue presentada y comentada por Julio Cotler en el marco
de los Seminarios por los 30 años de GRADE. Los comentarios de Julio así como las preguntas
del público asistente fueron de mucha ayuda para definir el enfoque definitivo del texto.
96 Gerardo Damonte

En particular, este artículo pretende responder las siguientes preguntas:


¿Cómo afecta la entrada de proyectos mineros a gran escala la organización
rural en el Perú actual? ¿En qué medida los procesos de cambio institucional
están asociados a cambios generales en la ruralidad andina y en qué medida son
dependientes del desarrollo extractivo? Para responder a estas preguntas enfocamos
nuestro análisis en dos de las organizaciones más representativas del espacio andino
rural peruano: la comunidad y la ronda campesina.
Los estudios sobre los procesos de transformación institucional vinculados
a ciclos extractivos tienen larga data. Los primeros trabajos buscaron analizar
y comprender los procesos de destribalización y urbanización en las ciudades
mineras que constituyen la franja de cobre de Zambia (Gluckman 1964). En los
Andes, el foco de interés estuvo puesto en la transformación social de poblaciones
indígenas y campesinas en proletarias mineras. El estudio de Flores Galindo
(1974) sobre el desarrollo de Cerro de Pasco Cooper Corporation, el de Nash
(1979) sobre la matriz campesina de la cultura chola de los mineros bolivianos,
o el de Taussig (1980) sobre la manera conflictiva en que las poblaciones
indígenas procesan el paso de un modo de vida precapitalista a uno capitalista
y extractivo, son solo algunos ejemplos significativos. En todos estos estudios las
organizaciones rurales y los sujetos campesinos se transformaban dramáticamente.
Las tribus africanas o comunidades andinas fueron desestructuradas o relegadas
de su función primordial de organizadoras de la vida social rural para dar paso
al sindicato como base institucional más acorde a los nuevos modos de vida
urbanos sustentados por la labor extractiva. Esta transformación institucional
se entendió como un paso lógico a la previa transformación de los sujetos
campesinos o indígenas en proletarios y/o urbanos al ser captados por millares
para trabajar en las minas. El cambio institucional, entonces, se asoció con los de
modo de vida: de uno “premoderno” rural a uno “moderno” como trabajadores
mineros. Cambios, sin, embargo, no lineales y dependientes de la extracción,
como lo muestra Ferguson (1999) décadas después, en su descripción de los
procesos de re-ruralización y re-tribalización en Zambia durante la crisis de la
industria minera al cerrarse dicho ciclo extractivo. Por ello se puede afirmar
que el desarrollo minero de mediados del siglo XX conllevó una profunda
transformación en el modo de vida y las bases institucionales de la población
Dinámicas rentistas: transformaciones institucionales en contextos de proyectos 97

rural, que pasó de campesina a proletaria y de rural a urbana, al menos mientras


se mantuvo el apogeo extractivo.
Sin embargo, durante las últimas décadas los nuevos escenarios sociales
nos obligan a revisar y repensar la problemática del cambio social asociado a la
extracción. Ahora son las corporaciones multinacionales los principales actores
en procesos de globalización económica e institucional de la industria extractiva.
Se ha impuesto la extracción a gran escala, especializada y tecnificada, reduciendo
de manera significativa la demanda de mano de obra local no calificada. Estas
formas de extracción demandan más recursos —como agua y tierra— que mano
de obra local, desplazando así el foco de interacción social del trabajo al acceso
de recursos, y el de la política de los sindicatos a las comunidades que hacen uso
de dichos recursos. Por ello, las dinámicas de extracción se enmarcan en una
creciente competencia por los recursos, generalmente entre corporaciones mineras
y poblaciones campesinas y/o indígenas. Asimismo, los campesinos o pueblos
indígenas actuales no podrían ser catalogados como “premodernos”, puesto que
sabemos que de uno u otro modo —y de manera creciente— son protagonistas
de las dinámicas de sus sociedades nacionales. El objetivo del presente artículo
es entender cómo la nueva realidad social y extractiva repercute en procesos de
transformación en las organizaciones emblemáticas del Ande peruano.
El ensayo está dividido en tres secciones. En la primera se describen
brevemente, y de manera paralela, los procesos de cambios socioeconómicos
generales en ámbitos rurales, que constituirían una “nueva ruralidad”, así como
los observados en zonas mineras. En la segunda sección se hace una descripción
analítica de las dinámicas institucionales y de las políticas locales que surgen con
el desarrollo de grandes proyectos mineros. En la última sección se identifican
los procesos de transformación de la organización y representación política en
contextos extractivos.

1. NUEVA RURALIDAD Y EXTRACCIÓN MINERA

Un primer tema de análisis se refiere a la paulatina integración económica entre


los ámbitos urbanos y rurales del espacio andino. Este fenómeno se conoce como
“nueva ruralidad” y tiene algunas características básicas. Una de ellas se refiere a
98 Gerardo Damonte

la expansión del espacio de producción económica de las familias campesinas.


Los miembros de las familias se emplean cada vez más en actividades como el
transporte o el trabajo asalariado en las ciudades, en detrimento de actividades
consideradas tradicionalmente rurales como la agricultura y la ganadería. Así, la
reproducción social de las familias depende de una multiplicidad de actividades
tanto urbanas como rurales. Aquí no hablamos de procesos de migración y
proletarización, sino de diversificación de actividades. La familia campesina no
abandona el campo: diversifica las actividades de sus miembros, ampliando su
espacio de acción a los ámbitos urbanos.
Esto es posible gracias a la migración temporal o permanente de sus
miembros, pero no implica necesariamente la disolución de la familia como
unidad económica de producción. El mantenimiento y la ampliación de las redes
sociales es una práctica común de las familias andinas. Son los lazos de parentesco
sanguíneo o ceremonial los que sirven de red básica institucional sobre la cual se
establecen las dinámicas económicas familiares. Los bienes producidos en el campo
y la ciudad se transan y circulan siguiendo una estrategia relacional de integración
con los mercados locales y regionales. Por ejemplo, una típica familia campesina
va a buscar a un pariente o compadre transportista para que lleve o venda sus
productos en la feria o mercado urbano; asimismo, buscará a otro para que le
consiga casa o trabajo a sus hijos en la ciudad; los hijos devolverán los favores
con trabajo y remesas, así como consiguiendo nuevos “contactos” con quienes
seguir ampliando la red de oportunidades económicas. En síntesis, la familia
campesina no se proletariza ni se quiebra, sino que se diversifica, multiplicando
sus actividades (mercantiles y no mercantiles) y ampliando su radio de acción a
las ciudades.
Esta integración económica entre el campo y la ciudad se ha facilitado
con la mejora de la infraestructura y los servicios de transporte (carreteras,
comunicaciones), acceso a educación (literalidad) y oportunidades de trabajo
en ciudades intermedias. Luego de la crisis económica y el periodo de violencia
vivido en las décadas de 1980 y 1990, en las pequeñas ciudades andinas la
infraestructura y los servicios han mejorado de manera lenta pero sostenida. Las
carreteras se encuentran en mejor estado; los medios de transporte, aunque con
serias deficiencias en el servicio, se han multiplicado; mientras que los medios
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de comunicación interpersonal, en particular el teléfono celular, han tenido un


impacto significativo en la capacidad de coordinación a larga distancia entre los
miembros de las familias campesinas.
La integración económica campo-ciudad también se relaciona con el
crecimiento de las pequeñas ciudades andinas. La focalización de la inversión
pública y el anhelo de mejores servicios en las zonas rurales se han traducido en
crecimiento urbano. Las familias campesinas buscan mantener espacios propios en
las ciudades que faciliten un constante movimiento urbano-rural de sus miembros.
Esto se logra, generalmente, cuando algún(os) miembro(s) de la red familiar
logra(n) comprar propiedades donde se acoge a los migrantes y visitantes. Así, la
ciudad se convierte en un espacio vivencial y de aprendizaje para los miembros
de las familias campesinas. La experiencia urbana se integra a la socialización,
mientras que las familias campesinas se apropian de espacios urbanos.
La adquisición de una vivienda urbana no significa necesariamente el
abandono de la casa rural, lo que genera el fenómeno de doble residencia. Se habla
de doble residencia cuando un individuo o familia nuclear realiza sus actividades
desde dos residencias sin otorgarle una clara prioridad a alguna de ellas. Esto es
solamente posible si el individuo —o la familia— mantiene actividades paralelas
en ambos espacios. En el caso de la doble residencia rural-urbana, esto implica
mantener actividades económicas y no económicas (educativas, culturales o de
ocio) tanto en el campo como en la ciudad. Si bien aún no se trata de un fenómeno
masivo, el mantenimiento paralelo de una residencia urbana-rural puede verse
como un claro reflejo de la nueva ruralidad.
Este proceso de ampliación de las redes económicas y sociales desde el campo
hacia la ciudad ha mantenido en vez de reducir las enormes diferencias de nivel
de vida entre los ámbito urbanos y rurales. Como nos muestran las mediciones
oficiales, la pobreza urbana solo se ha reducido drásticamente en algunas áreas
urbanas, mientras que en áreas rurales su reducción ha sido menor2. Esto puede
deberse a la mayor inversión pública en zonas urbanas; sin embargo, también
puede explicarse por la priorización en la inversión urbana por parte de las familias
rurales. Típicamente, una familia campesina utilizará sus activos rurales, como

2 El Informe técnico: evolución de la pobreza 2001-2010 (INEI 2011) muestra que la pobreza
rural bajó de 70% a 54% y la urbana de 37% a 19%.
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por ejemplo, ganado, para asegurar el estudio, el trabajo o la residencia urbana de


sus miembros. Así, la posible mejora económica de la familia campesina muchas
veces se invierte en su urbanización.
En lo correspondiente a propuestas para esta “nueva ruralidad”, los trabajos
desde la perspectiva de desarrollo territorial rural buscan encontrar soluciones para
mejorar los niveles de vida en ámbitos rurales a partir del impulso a mercados
desde una aproximación territorial. La propuesta se basa en una transformación
productivo-institucional que ayude al productor rural a conectarse y consolidar
mercados locales y regionales en un espacio territorial favorable, identificado
a partir de dinámicas económicas, demográficas y culturales existentes: la idea
es identificar los espacios territoriales que faciliten y potencien las dinámicas
existentes. El desarrollo institucional de estos territorios permitiría una mejor
integración del campo a la ciudad3. En este escenario, el crecimiento urbano
sería el reflejo de un desarrollo integrado desde y para el campo, facilitando un
crecimiento sostenido en las áreas rurales.
En lo concerniente a localidades mineras, los procesos asociados a la
integración campo-ciudad se exacerban y toman un rumbo singular. En primer
lugar, la aparición de una oferta de empleo minero, aunque limitada, genera una
oportunidad económica significativa para la población local. Como consecuencia,
las familias campesinas priorizarán el acceso a dicho empleo, en detrimento de
las labores agropecuarias. Dada la enorme diferencia entre el jornal campesino
tradicional, que oscila entre 10 y 15 soles, y el minero, que puede llegar a 50
soles, la labor agrícola se sacrifica ante la posibilidad de trabajar en la mina. Con
el tiempo, la falta de jornaleros para el campo encarece el jornal, lo que aumenta
el costo de producción agrícola y genera, con ello, que muchos productores con
acceso al empleo minero decidan dejar de producir su tierra. Si a esto le sumamos
la cantidad de terreno que cambia de vocación productiva de agrícola a minera,
tenemos que la producción agrícola local tiende a decrecer. Sin embargo, la
minería actual no proletariza a las familias campesinas, como lo hacía la minería
del siglo XX, por el sencillo hecho de que el empleo que ofrece es limitado (en

3 Teniendo como base el trabajo de Schejman y Berdegué (2004), existen un conjunto de


documentos sobre las dinámicas de desarrollo territorial rural que aguardan publicación. Véase
<http://www.rimisp.org/proyectos/seccion_adicional.php?id_proyecto=180&id_sub=183>.
Consulta: 1 de diciembre del 2011.
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número de puestos de trabajo) y generalmente temporal. Las familias campesinas


buscan acceder al empleo minero, relegando la labor agrícola, pero no dejan de
ser campesinos empleados temporalmente como asalariados. Lo que se produce es
un proceso de des-campesinización selectiva cuyo eje de acumulación se traslada
de la producción agrícola al empleo minero.
La aparición del empleo minero y el decrecimiento de la producción agrícola
originan procesos de monetización de la economía local y mayor diferenciación
social. La capacidad de consumo de aquellas familias con miembros empleados
en la mina crece significativamente. Como la oferta de productos locales decrece,
los artículos importados, más costosos, aumentan. Esto genera la aparición de un
segmento de la población local que accede a más y mejores productos, mientras
que las familias sin miembros empleados en la mina ven decrecer su nivel de vida
ante el proceso inflacionario.
La minería también facilita un rápido desarrollo urbano local, pero
dependiente de una actividad no agrícola: la minería. La entrada de la minería
conlleva mejoras en la infraestructura y crecimiento poblacional acelerado por
la inmigración. Las empresas mineras y el gobierno local, gracias al canon,
generan recursos que se canalizan sobre todo en la mejora de la infraestructura
y los servicios locales urbanos. Asimismo, la oferta de empleo, tanto en la mina
como en nuevas construcciones y servicios, supone un proceso de inmigración
al centro urbano más cercano a la operación minera. Las redes familiares que
se expandieron hacia centros urbanos regionales ahora sirven para canalizar
una migración temporal o permanente de retorno con el fin de aprovechar la
oportunidad de empleo local. Sin embargo, esto no quiere decir que las familias
campesinas prioricen la inversión local. En las localidades se prioriza el consumo,
mientras que la inversión se sigue destinando a centros urbanos típicos (grandes
ciudades de la costa), porque se consideran más “sostenibles”. La minería actual
no produce, como antaño, ciudades campamentos, sino un desarrollo urbano
moderado de pequeños centros agrícola-mineros, impulsado en gran medida por
los recursos que genera la actividad minera.
En los escenarios mineros actuales se aprecian formas de integración campo-
ciudad con un signo distinto. La localidad se urbaniza, pero no con el impulso de
las familias campesinas. Los espacios rurales con minería se urbanizan en estrecha
102 Gerardo Damonte

vinculación del desarrollo minero y con dependencia de este. En términos de


desarrollo territorial, las minas originan un nuevo foco de atracción económica
pero no necesariamente territorios de desarrollo, puesto que no se basan en
dinámicas socioeconómicas preexistentes. Se trata de procesos dependientes de la
actividad minera que, más que articular el desarrollo, lo concentran prefigurando
un nuevo escenario de desarrollo de enclave. Por ello, el desarrollo territorial con
minería debería incorporar esta actividad a territorios mayores como parte de
dinámicas regionales preexistentes. En este sentido, la inversión privada y pública,
así como el canon, deberían enfocarse en dichos territorios regionales más que
en las localidades productoras.

2. EMPRESAS CORPORATIVAS Y ORGANIZACIONES RURALES EN


CONTEXTOS DE GRAN MINERÍA

Un segundo tema de análisis se refiere a las transformaciones que experimentan


tanto las principales organizaciones como las formas de representación política en
contextos de desarrollo extractivo. Para comenzar, describiremos las características
de los principales agentes de extracción en el ciclo minero actual: las corporaciones
mineras multinacionales. Luego, describiremos las principales organizaciones de
los ámbitos rurales andinos del Perú: la comunidad y la ronda campesina.

2.1. Las corporaciones mineras multinacionales

Las corporaciones han sido las protagonistas del actual ciclo de expansión
minera que se inició en 1993. Las corporaciones como Río Tinto, BHP Billiton
o Rio do Vale Doce son conglomerados de empresas de extracción, transporte
y procesamiento de minerales articuladas verticalmente en un conglomerado
corporativo. Típicamente, las corporaciones tienen un capital multinacional,
desarrollan proyectos en más de un continente y mantienen presencia legal en
más de un territorio nacional, por lo que en la práctica no son reguladas en su
totalidad por gobierno alguno. Un puñado de corporaciones mineras maneja la
mayoría de grandes proyectos mineros en el orbe, habiendo logrado dominar el
Dinámicas rentistas: transformaciones institucionales en contextos de proyectos 103

mercado global de minerales gracias a un agresivo proceso de concentración de


capital por fusión y compra de empresas mineras. Casi la totalidad de las grandes
corporaciones mineras globales tienen operaciones en el Perú.
El éxito de estas empresas se relaciona con su capacidad para reestructurar
su sistema productivo, el sostenido aumento del precio de los metales y la
posibilidad de expandirse a países del tercer mundo. Desde principios de la
década de 1980 los sistemas de extracción, procesamiento y transporte de mineral
se han tecnificado, mientras que las escalas de extracción se han incrementado;
paralelamente, la demanda de mano de obra —en particular de la no calificada—
decrecía ostensiblemente. Las nuevas grandes minas necesitan maquinaria costosa,
gran cantidad de agua y tierra y solo un millar de trabajadores, en su mayoría
altamente capacitados.
Como resultado, los costos de producción (sobre todo los laborales)
decrecieron sistemáticamente. Esto, unido al aumento de los precios
internacionales de los metales —fruto de la creciente demanda de las economías
emergentes, en particular de China—, posibilitó que las ganancias de las minas
en producción se multiplicaran, y que se volvieran rentables yacimientos antes
poco atractivos por sus costos de extracción.
En esta coyuntura favorable, las corporaciones expandieron geográficamente
sus operaciones hacia el sur del planeta, y en particular hacia América Latina.
Las reformas estructurales implementadas en los países de este continente desde
mediados de la década de 1980 facilitaron la entrada de esas multinacionales
mineras en sus territorios. En particular, las políticas de estabilidad, exoneración
tributaria y flexibilización laboral crearon un escenario conveniente para la
inversión y expansión de la gran minería corporativa multinacional.
En el plano social, la gran minería ya no puede ofrecer empleo masivo como
antaño; debido a esto y a la flexibilización del mercado laboral, los sindicatos
han perdido importancia y fuerza política. Sin embargo las nuevas grandes minas
necesitan recursos como agua y tierra, que en el Perú son generalmente utilizados
por familias o comunidades campesinas o indígenas. Por ello las corporaciones
multinacionales, junto con organismos multilaterales de financiamiento como el
Banco Mundial, crearon protocolos de responsabilidad social para lidiar con las
competencia por recursos y los múltiples retos que conlleva el desarrollo extractivo
en zonas pobres del planeta.
104 Gerardo Damonte

Así nace el concepto de responsabilidad social corporativa (RSC), que


sirve como marco a un conjunto de protocolos de comunicación y formas de
intervención desarrollista que cada corporación busca establecer e implementar en
los países donde se asienta, con el fin principal de evitar conflictos. La RSC se puede
entender, en términos simples, como un conjunto de mandatos y prácticas sociales
conducentes a facilitar el devenir pacífico de las operaciones extractivas, aunque en
algunos casos las empresas pueden adquirir un compromiso de desarrollo regional y
nacional, siempre y cuando este se asocie al desarrollo extractivo que ellas impulsan.
El peso de las políticas de RSC en determinado país y operación estará
directamente relacionado con la política social de la corporación en cuestión y
con el tipo de presencia efectiva del Estado nacional en asuntos de desarrollo y
regulación social. Desde la década de 1990 los sucesivos gobiernos peruanos han
venido apostando por una política minera que relegaba la intervención estatal tanto
en la producción como en la regulación social. Así se incentivaron las relaciones
bilaterales directas entre empresas y poblaciones locales, con mínima participación
estatal. En la práctica, esto condujo a una privatización de la responsabilidad social
que determinó que las empresas y sus políticas de RSC definieran las reglas de juego.
En el Perú tenemos un espectro amplio y diverso de empresas y políticas de
RSC, aunque solo las corporaciones más importantes han intentado realmente
llevar a la práctica, de manera programática y sostenida, sus enunciados de
responsabilidad social. Por ello cada gran proyecto minero se convierte en un
experimento singular de formas de relación social entre población local y empresa.
Si bien los discursos de RSC son similares, las maneras en que las empresas los
implementan y las poblaciones los instrumentalizan o rechazan terminan siendo
particulares en cada operación.
A pesar de esta multiplicidad de casos específicos, podemos establecer ciertos
procesos comunes. En el frente interno, las empresas han tenido que desarrollar
su área social, creando nuevas unidades organizacionales y contratando más
personal especializado en temas sociales. En la actualidad la mayoría de grandes
empresas dividen su área social en dos: la unidad de relaciones comunitarias,
encargada de las negociaciones cotidianas por tierras, accesos y reclamos; y la
unidad de desarrollo comunitario, para impulsar proyectos de desarrollo. Para
esta última existen hasta tres modelos de ejecución: directa, indirecta vía contratos
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con terceros e indirecta vía fundación (Damonte 2008b).


Por lo anterior entendemos que el desarrollo de un gran proyecto
extractivo genera una dinámica social (política, económica y cultural) nueva que
definitivamente acarreará cambios en la vida social local. Cuando una corporación
multinacional llega a una localidad a desarrollar un proyecto extractivo, se
convierte en un actor clave. Si llega a ser el principal agente de desarrollo en el
marco de políticas de RSC con anuencia de un aparato estatal que resigna su
responsabilidad social, su influencia crecerá de manera desproporcionada. Como
veremos más adelante, este poder mal utilizado puede lleva a la coaptación o
destrucción del tejido organizativo rural local.

2.2. Las comunidades campesinas

Las comunidades campesinas agrupan a un conjunto de familias campesinas que


usufructúan de manera organizada los terrenos de propiedad comunal. La mayor
parte de las comunidades cuentan con varios tipos de tierras que usufructúan
de manera diferenciada. Las comunidades tienen sus propios dirigentes (junta
comunal y presidente de la comunidad), elegidos en asamblea, y así se constituyen
en espacios de autogobierno y reproducción social4.
La existencia de la comunidad responde a la tradición histórica de manejo
organizado de recursos comunes en los Andes. La fortaleza y legitimidad de la
organización comunal está vinculada a la reproducción de un conjunto de prácticas
agropecuarias que buscan maximizar el aprovechamiento de la tierra, el agua y
demás recursos considerados propios. Más allá de diferenciaciones sociales internas
y de la enorme diversidad de comunidades campesinas, el mandato político de
esta organización siempre se ha referido a asegurar el acceso y control de los
recursos colectivos. Así, la defensa de la tierra se constituyó históricamente en la
principal bandera de movilización de las comunidades.
Sin embargo, los procesos socioeconómicos comprendidos en la llamada
“nueva ruralidad”, como el mayor trabajo urbano y la doble residencia, han

4 Existe una amplia bibliografía sobre comunidades campesinos. Entre otros estudios podemos
ver Diez (1999) y Castillo et al. (2007).
106 Gerardo Damonte

impactado en la base agropecuaria que sustenta la legitimidad y participación


comunal. Las familias campesinas dependen cada vez menos del campo y, por
ende, de la organización comunal para su subsistencia. En la gran mayoría de
comunidades la participación en faenas comunales ha disminuido y en algunas
ha desaparecido. En este contexto, el eje de la cohesión comunal se ha desplazado
de lo económico a lo político. La comunidad sigue siendo un espacio legítimo
y funcional de autogobierno y representación. Este cambio se ha reflejado en
las elecciones comunales, cuando, al momento de elegir representantes, se
privilegia el grado de educación y experiencia urbana antes que el conocimiento
agrícola. La labor del presidente de comunidad en la actualidad se vincula más
con la coordinación y negociación con agencias estatales, organizaciones no
gubernamentales y empresas, que con la conducción de un trabajo agropecuario
que cada vez más se organiza exclusivamente de manera familiar.
Las comunidades, sin embargo, no han logrado mantener federaciones
sólidas que les permitan tener una presencia política unitaria a nivel regional. La
Confederación Campesina del Perú (CCP) y la Confederación Nacional Agraria
(CNA), que tuvieron un importante rol en las movilizaciones campesinas pre
y post reforma agraria, han perdido parte de su capacidad de representación y
movilización. El agotamiento del discurso de lucha por la tierra luego de la reforma
agraria, la guerra interna, así como los serios problemas de debilidad institucional
comunes en la incipiente sociedad civil peruana, pueden verse como las causas más
notorias de la fragmentación y falta de liderazgo regional de estas organizaciones.
En la última década, la Confederación Nacional de Comunidades Afectadas por
la Minería (CONACAMI) buscó articular nuevamente a las comunidades sobre la
base de un nuevo discurso que desplazaba el foco reivindicativo de la tierra a los
recursos naturales, y posteriormente a los derechos territoriales indígenas, pero el
esfuerzo no logró constituir una representación regional y/o nacional significativa.

2.3. Las rondas campesinas

La ronda campesina es una organización relativamente nueva que agrupa a


miembros de familias de pequeños propietarios en cuadrillas de autodefensa. Las
rondas post reforma agraria nacieron en Chota para llenar el vacío de autoridad
Dinámicas rentistas: transformaciones institucionales en contextos de proyectos 107

dejado por los hacendados y no cubierto por el Estado; de allí se expandieron,


principalmente en la región de Cajamarca. Durante la guerra interna el gobierno
organizó comités de autodefensa contra Sendero Luminoso en las zonas de
conflicto, basándose en la experiencia de las rondas, pero fueron las rondas
tradicionales y no los comités las que se mantuvieron organizadas acabado el
conflicto. En Cajamarca y regiones aledañas, donde la propiedad y organización
comunal es poco frecuente, la gran mayoría de caseríos han creado su base de
ronda masculina y, en algún caso, también femenina5.
Las organizaciones ronderas constituyeron sus estatutos de autogobierno
y crearon sus propios códigos y procedimientos de justicia. Esta autonomía
desafiaba la autoridad del Estado en la administración de justicia, por lo que
el gobierno promulgó la ley de rondas, que busca integrar a esta organización
al sistema de justicia nacional. En la actualidad, el acatamiento de esta ley por
parte de las rondas es parcial, puesto que se considera que la “justicia rondera”
es más efectiva que la estatal, pero no se quiere generar un conflicto directo con
la autoridad nacional.
Si bien la ronda nace en la década de 1970 como una organización local de
autodefensa contra el abigeato ante la retirada de los hacendados y la ausencia
del Estado, su rol social evoluciona con los años y adquiere nuevas tareas de
representación. En la década de 1980 asume la tarea de administrar justicia, y
con ello se crean los procedimientos de la “justicia rondera”. En los años noventa
las bases de ronda asumen el rol de representar políticamente a las familias
campesinas agrupadas en los caseríos ante las autoridades del Estado y los agentes
de desarrollo públicos y privados. En la década siguiente se incorporó a su labor
la defensa de los recursos locales ante la entrada de empresas extractivas. Así, la
ronda se constituye en el primer referente de representación colectiva campesina
en los Andes del norte del Perú.
Las primeras bases de rondas fueron impulsadas por profesores de escuela
vinculados a partidos de izquierda. Estas bases se articularon en zonales y en una
federación nacional de rondas vinculada al sindicato de maestros. Desde entonces,
la intervención estatal, la guerra interna y el surgimiento de liderazgos alternos

5 Existe una creciente bibliografía sobre las rondas campesinas. Entre otros estudios, sugerimos
revisar los de Starn (1999) y Pérez (1997).
108 Gerardo Damonte

han debilitado esta organización. En la actualidad existen dos organizaciones


regionales de rondas en Cajamarca: la federación y el comité de rondas, que
compiten por agrupar a la mayor cantidad de bases. Sin embargo, como en el caso
de las comunidades campesinas, la fortaleza institucional termina en el ámbito
local. Las organizaciones regionales se encuentran en competencia y divididas
internamente en facciones políticas, lo que debilita su capacidad de movilización.
Si bien las rondas de distinta adscripción coordinan para la solución de problemas
puntuales, su cooperación es circunstancial y su ámbito de unidad en la acción no
va más allá del nivel distrital o provincial, siendo excepcional una movilización
a nivel regional.

3. C O R P O R AC I O N E S Y C O M U N I D A D : E N C U E N T RO S Y
DESENCUENTROS EN DOS MOMENTOS DISTINTOS DEL
DESARROLLO EXTRACTIVO

La entrada de emprendimientos extractivos a gran escala en el ámbito de


comunidades y rondas campesinas en el Perú ha catalizado varios procesos de
cambio institucional, que pueden agruparse en dos fases temporales. La primera
fase, concerniente a las etapas de exploración y primeros años de explotación (hasta
que comienzan a hacerse efectivas las transferencias de los fondos del canon),
está marcada por una compleja y tensa relación entre comunidades o rondas y
empresas. La segunda fase incorpora a los municipios receptores de canon al
centro del espectro político.

3.1. Primera fase: negociaciones por tierra y agua

En los siguientes párrafos describiremos las dinámicas sociales observadas


cuando son las comunidades o rondas localizadas en el centro del proyecto
minero las que comparten el protagonismo político con la empresa.
Los últimos gobiernos nacionales, siguiendo una política que prioriza
el incentivo a la inversión privada, creyeron conveniente dejar a la iniciativa
privada el establecer los marcos normativos sociales para el desarrollo de
Dinámicas rentistas: transformaciones institucionales en contextos de proyectos 109

proyectos extractivos. Así, las transacciones y los acuerdos entre empresas


y comunidades no se encuentran reguladas por el Estado, mientras que la
presencia de la autoridad del Estado central ha sido llamativamente escasa
en los grandes proyectos mineros. Más allá de su participación en audiencias
públicas convocadas para la aprobación de estudios de impacto ambiental,
los representantes del Estado central no han tenido una presencia efectiva
en los múltiples intercambios y conflictos que conlleva la implementación
de un proyecto minero a gran escala. Las reglas de juego se han establecido
en la marcha, a partir de la política corporativa de la empresa de turno y la
capacidad de movilización o negociación de las comunidades involucradas.
Generalmente la empresa ha mantenido el apoyo del Estado, mientras que un
conjunto de organizaciones no gubernamentales han servido de consejeros a
las comunidades.
Debemos tener en cuenta que la primera prioridad para el comienzo de un
proyecto minero es lograr el acceso a la tierra, con el fin de explorar y construir
la infraestructura para la operación minera. En concordancia, la empresa buscará
establecer una estrategia que le permita un acceso irrestricto a la cantidad de
tierras necesaria para su operación. La naturaleza violenta o negociadora de
esta estrategia dependerá de las políticas corporativas específicas de la empresa
involucrada, de la capacidad de su equipo social y, a veces, de la capacidad de
escrutinio de organismos nacionales e internacionales. Esta primera etapa de
negociación termina por lo general con la compra o alquiler de tierras por lapsos
de cinco a diez años, mientras que los acuerdos, cuando se consiguen, son el
resultado de procesos que alternan periodos de enfrentamiento y negociación
(véase el gráfico 1). Cabe tener en cuenta que, luego de la negociación, las
comunidades o familias involucradas perderán el acceso a las tierras vendidas
o negociadas, lo que restringirá su capacidad productiva agropecuaria.
110 Gerardo Damonte

Gráfico 1

En el caso de las comunidades, el proceso mismo de llegar a estos


primeros acuerdos ha sido particularmente desgastante para las autoridades y la
organización comunal. Por un lado, las autoridades generalmente son acusadas
de corromperse en las negociaciones de venta o alquiler de tierras, lo que genera
muchos reemplazos y desconfianza en el aparato directivo comunal. Por otro
lado, las familias comuneras compiten por los beneficios de la venta o el alquiler
de tierra comunal. Estos hechos incentivan la agudización de luchas entre
facciones/familias al interior de las comunidades, produciéndose en muchos casos
un fraccionamiento de la comunidad. Lo más común es que el sector comunal
más afectado decida escindirse de la comunidad madre, con el fin de negociar y
recibir de manera directa las compensaciones correspondientes. Por ello, durante
las negociaciones por tierra los conflictos comunes no solamente enfrentan a la
empresa con las comunidades sino también a las distintas comunidades, sectores
o inclusive familias al interior de las comunidades.
Sin embargo, las comunidades que logran mantener cierta cohesión y
negocian en términos socialmente aceptables el acceso a sus tierras logran una
visibilidad y prestigio económico y político regional (Damonte 2008c). En todas
las grandes operaciones mineras, las comunidades campesinas se han convertido
en actores económicos, sociales y políticos fundamentales, al menos en el ámbito
distrital. Esto es especialmente significativo en lugares donde las comunidades
Dinámicas rentistas: transformaciones institucionales en contextos de proyectos 111

habían sido históricamente relegadas del juego político por las élites políticas
urbanas locales. En estos casos, como en el distrito de San Marcos-Huari, las
comunidades han irrumpido en la escena política electoral con candidatos
campesinos que han triunfado en las elecciones municipales (Salas 2010).
Cuando el proyecto minero se encuentra en ámbito de rondas, el papel de
estas organizaciones es indirecto, puesto que la tierra es propiedad de familias y
no comunal. En los escenarios estudiados, las rondas sirven como intermediarios
o soporte político allí donde las familias consideran que las transacciones por
la tierra no están siendo llevadas a cabo de manera correcta, o cuando acusan
presión para vender por parte de la empresa. Sin embargo las rondas, en su rol
de representación política colectiva, mantienen siempre una actitud de escrutinio
ante las acciones de la empresa. Así, las rondas juegan un rol político de suma
importancia, aunque no necesariamente representen de manera directa a las
familias en las transacciones de sus tierras.
Como en el caso de las comunidades, las rondas se enfrentan y negocian
con las empresas. En este proceso, las rondas asumen un discurso de protección
de los recursos naturales de la localidad, cuando no de la provincia, reclamando
precauciones ambientales pero, sobre todo, beneficios tangibles para las familias
ronderas; en particular, trabajo. Cuando las negociaciones se quiebran, devienen
enfrentamientos que pueden ser particularmente violentos. En estos casos, la
empresa y el Estado buscan cuestionar o debilitar a las rondas acusándolas de
un uso ilegal de la fuerza. Aquí también los dirigentes ronderos son muchas
veces acusados de coludirse con la empresa, lo que genera presión sobre la
institucionalidad rondera.
Terminadas las negociaciones por el acceso a la tierra, cuando el proyecto se
viabiliza, las comunidades o rondas comienzan un periodo de tensa convivencia
con la empresa. Este periodo está marcado por la paulatina implantación de un
nuevo orden local que incorpora las reglas de juego llevadas por las empresas.
Este nuevo orden empresarial se traduce en un conjunto de reglas de convivencia
implantadas por la empresa y muchas veces resistida por la población local. Estas
reglas incluyen protocolos de seguridad y de comunicación, así como formas de
acceso a empleo o programas sociales. La empresa se convierte, con anuencia de
un Estado poco visible, en el actor político y económico local más poderoso, con
112 Gerardo Damonte

capacidad para asumir roles de control y gestión pública. Las reglas de convivencia
se plantean desde la empresa, aunque por lo general negociadas de alguna manera,
principalmente con comunidades o rondas, para que resulten viables.
Esta convivencia puede darse en dos escenarios no excluyentes. Un primer
escenario es el de continuo enfrentamiento y negociación. Aquí, la empresa
genera un conjunto de alianzas con algunos líderes y sectores de la población y
se enfrenta sistemáticamente a otros. El resultado es un equilibrio de poder que
neutraliza la oposición, en el contexto de constantes conflictos.
Un segundo escenario es el de la absorción de las fuerzas sociales locales,
rondas o comunidades, dentro de la lógica de la operación minera, como
proveedoras de fuerza de trabajo o servicios. La organización comunal o rondera
se transforma, adecuándose a las necesidades de la operación. Los conflictos
son menos frecuentes y, en el mejor de los casos, los procedimientos y las reglas
del régimen corporativo son transparentes. En ambos escenarios surgen nuevos
liderazgos y discursos, en un contexto de cambios sociales, económicos y culturales
significativos.
En resumen, la presencia de empresas extractivas a gran escala produce
tres fenómenos locales referentes a las formas de representación local en esta
primera fase. En primer lugar, genera que las comunidades o rondas campesinas,
generalmente marginadas, adquieran una visibilidad y el protagonismo mayor en
la política distrital y provincial. En segundo lugar, exacerba la competencia y el
fraccionamiento tanto entre comunidades o rondas como al interior de las mismas;
la posición frente a la operación es causa de conflictos y en algunos casos hasta de
la fragmentación de las organizaciones rurales locales. Por último, la implantación
de regímenes corporativos transforma la naturaleza de las organizaciones y las
formas de representación locales, al insertarlas en la lógica del proyecto extractivo.
La primera fase termina cuando se hacen efectivas las primeras transferencias
del canon, hecho que desplaza el foco político de las comunidades hacia los
gobiernos locales. Hasta este momento los gobiernos municipales han jugado
un rol político relevante en la medida en que han participado en los conflictos
y negociaciones entre las comunidades o rondas y la empresa. A partir de ahora
los gobiernos locales tendrán un mayor peso político en relación con el proyecto
extractivo.
Dinámicas rentistas: transformaciones institucionales en contextos de proyectos 113

3.2. Segunda fase: transformaciones por las rentas mineras

Gracias a los recursos del canon los gobiernos locales se convierten en protagonistas
políticos en contextos de desarrollo extractivo. La manera en que se comporte
este actor dependerá de las características de las fuerzas políticas que asuman su
gobierno; es decir, de las fuerzas políticas que logren ser elegidas. Por ejemplo,
Salas (2010) nos describe cómo la llegada a la alcaldía de una facción política
nueva trasladó el foco de atención municipal lejos de las comunidades asentadas
en el centro extractivo hacía una zona periférica del distrito antes marginalizada.
Así, el espacio político se amplía e integra a nuevos actores y facciones que
pueden entrar en pugna por el proyecto minero y sus rentas en ámbitos distritales,
provinciales y hasta regionales.
Cualquiera sea el matiz de las autoridades ediles en localidades con
presencia de extracción a gran escala, el municipio adquiere preponderancia
política. La cantidad de recursos que el Estado entrega a estas localidades es
inmensamente superior a la de los distritos rurales no productores de minerales
(véase el gráfico 2). En un ejemplo extremo, el distrito productor de San Marcos
recibió más de 110 millones de soles solo por concepto de canon minero en el
2010, aproximadamente 8000 soles per cápita cuando un distrito no productor
difícilmente se acerca a una renta estatal de 1000 soles per cápita. Como
consecuencia, los municipios mineros tienen la capacidad de generar empleo y
mejorar la infraestructura local de manera significativa, convirtiendo al distrito
en un centro de atracción de inmigrantes. Así, el municipio se convierte en
el eje de procesos de cambio con un marcado sesgo urbano. Un efecto ligado
a estos procesos es la multiplicación de centros poblados; es decir, de caseríos
(dentro o fuera de comunidades) que buscan y adquieren un estatus de centro
poblado en el ámbito distrital.
114 Gerardo Damonte

Gráfico 2

En las últimas elecciones regionales realizadas en el Perú (2010) se reafirmó


la tendencia hacia la dispersión política del voto entre un conjunto de partidos
y frentes regionales. Asimismo, se observa que la población rural —y no solo
rural— vota por personas más que por ideologías, programas o partidos; por ello,
es común que las mismas personas postulen con diferentes listas en elecciones
sucesivas. Sin embargo, el perfil del candidato exitoso en las localidades estudiadas
ha variado. Si antes se trataba de líderes campesinos o personalidades locales, ahora
muchos votantes prefieren al emprendedor: el empresario de éxito que organiza
una campaña costosa con fiestas y dádivas a sus potenciales seguidores. Así, más
que facciones políticas, se crean redes de clientela alrededor de los candidatos
considerados “más exitosos” en términos personales.
En zonas mineras el escenario es similar en varios aspectos, pero tiene una
diferencia sustancial: el discurso y el programa político están dominados por el
tema extractivo; los candidatos se ubicarán en el espectro político local de acuerdo
con su posición ante la operación extractiva. En este sentido, los candidatos de
las comunidades o rondas directamente involucradas en la operación adquieren
protagonismo, puesto que pueden mostrar una mayor experiencia en lidiar con
la empresa. Asimismo, en zonas mineras la cantidad de candidatos y denuncias
por corrupción contra las autoridades vigentes se multiplica, lo que convierte
Dinámicas rentistas: transformaciones institucionales en contextos de proyectos 115

las elecciones en distritos mineros en un espectáculo con la operación minera


como temática central.
En resumen, en la segunda fase de la entrada de emprendimientos extractivos
se produce un proceso de municipalización de la política y la representación. El
liderazgo comunal o rondero se ve desplazado, en términos institucionales, por
el municipio. Esto no quiere decir que los líderes comuneros o ronderos pierdan
vigencia, sino que ahora el espacio de lucha política se centra en los municipios.
Los líderes de organizaciones rurales se presentan —y en varios casos acceden—
al gobierno municipal. Por lo tanto, en estos contextos la municipalización de la
política también implica una campesinización de la misma.

4. NUEVA RURALIDAD Y GRAN MINERÍA: PROCESOS DE CAMBIO


INSTITUCIONAL EN LA ACTUALIDAD

A partir de las dinámicas socioeconómicas descritas, podemos identificar al


menos tres procesos de cambio. El primero nos muestra una des-campesinización
económica de las familias comuneras o ronderas que, sin embargo, no se
proletarizan. La inflación local y la oportunidad de empleo minero agudizan
el proceso, más o menos común en nuestro país, de priorización del empleo
urbano sobre las labores agropecuarias. Sin embargo, los sistemas actuales de
empleo minero evitan la formación de una masa proletaria. Como resultado, se
constituye una masa de desempleados a la espera de oportunidades en la localidad
o fuera de ella.
Las redes familiares campesinas son particularmente útiles en estos contextos
extractivos. Por un lado, los residentes aseguran políticamente los posibles puestos
de trabajo sobrantes, para sus familiares emigrados que emprenden el camino de
retorno. Por otro lado, los “contactos” urbanos les servirán para aprovechar mejor
las oportunidades de trabajo en la operación minera, y les brindarán, además, la
posibilidad de invertir en las ciudades los excedentes generados gracias a dicho trabajo.
En un contexto post boom minero, lo más probable es que las redes familiares
sirvan para canalizar la emigración de la población joven hacia mejores mercados
de trabajo. La familia campesina diversifica y prioriza —pero difícilmente
abandona— una actividad o espacio potencial de reproducción económica
116 Gerardo Damonte

futura. Así, la no proletarización de las familias campesinas puede ser también


una ventaja en contextos de inestabilidad.
El segundo proceso es el de urbanización. Si bien puede observarse no solo
en contextos mineros, en este tipo de escenario es particularmente acelerado y
dependiente de una sola actividad: la extractiva. El impulso urbanístico se da a
partir de dos ejes: la población que inmigra en busca de trabajo, la cual demanda
servicios (alojamientos, restaurantes, telefonía móvil), y la inversión estatal-
municipal, principalmente con fondos del canon. Sin embargo, en muchos
casos los trabajadores mineros prefieren invertir fuera de la localidad, en espacios
urbanos más sostenibles a largo plazo. Como consecuencia, las urbes extractivas
son más espacios de consumo que de inversión familiar.
El desarrollo urbano en estos contextos no es el reflejo del desarrollo
territorial de actividades productivas, como se esperaría en las actuales propuestas
de desarrollo, sino el reflejo de una actividad y renta extractiva focalizada y
finita. La actual forma de distribución del canon no hace sino agudizar este
problema de sostenibilidad. Si se busca un desarrollo sostenible, el canon debería
distribuirse de acuerdo con una planificación regional de desarrollo territorial; y
no como compensación por el uso de recursos, con el ánimo político de facilitar
el desarrollo extractivo.
El tercer proceso tiene que ver con cambios en la organización y representación
local en contextos extractivos. Este proceso tiene dos fases. En la primera, signada
por la relación empresa-comunidades o rondas, se genera la competencia,
fraccionamiento y visibilidad política de las organizaciones campesinas. Las
negociaciones con las corporaciones —por recursos y compensaciones—
devienen en rupturas y enfrentamientos políticos, cuando no territoriales. Las
organizaciones que logran resistir la presión de enfrentarse y negociar con las
corporaciones multinacionales se ven políticamente fortalecidas. En este proceso
intervienen otros actores secundarios, como el Estado —generalmente en apoyo
a la empresa— y un conjunto de organizaciones no gubernamentales nacionales
y extranjeras que buscan servir de soporte a las comunidades o rondas6.

6 En este sentido, la relación entre actores transnacionales y organizaciones locales como espacio
alterno de institucionalidad ante el vacío público estatal es un tema interesante y de análisis
actual, pero que excede los objetivos del presente artículo. Véanse al respecto Bebbington
1993, Tsing 2005 y Szablowski 2007.
Dinámicas rentistas: transformaciones institucionales en contextos de proyectos 117

En esta fase también se producen cambios en el discurso y liderazgo


campesino. Los discursos se definen a partir de la defensa o, en la mayoría de
los casos, la oposición a la operación extractiva. El recurso extraído adquiere
un enorme valor económico y simbólico, y sirve como eje de cohesión en la
constitución de identidades políticas. El ingreso de nuevos actores (empresa y
organizaciones no gubernamentales) con discursos empresariales, de desarrollo y
conservación, enriquece el debate y le da un alcance, al menos retórico, planetario.
En este contexto, surgen nuevos líderes campesinos, expertos en lidiar con actores
y discursos transnacionales.
En una segunda fase del proceso el eje político se desplaza hacia el
municipio, mientras que la política municipal se “campesiniza”. Los nuevos
líderes campesinos, que surgieron en la fase anterior del proceso, participan y
son elegidos para cargos municipales distritales, provinciales y hasta regionales,
y desplazan a las élites urbanas que tradicionalmente accedían a dichos cargos.
Sin embargo, son los líderes, no las organizaciones campesinas, los que acceden
al poder municipal. La representatividad comunal o rondera no logra cruzar las
fronteras locales de la representación directa.
El surgimiento de nuevos líderes en este contexto no crea mayor
institucionalidad. La debilidad y fraccionamiento de las federaciones comunales o
de rondas hace que su influencia en la política municipal sea limitada en ámbitos
regionales. El surgimiento de personalidades produce nuevas redes de clientela
que cruzan la institucionalidad campesina de base. Si bien la presencia extractiva
supone una mayor sofisticación del discurso y algunas veces alianzas electorales pro
o, principalmente, contra el desarrollo extractivo, la política electoral municipal
continúa siendo más un espectáculo que un ejercicio de representación.

5. REFLEXIONES FINALES A MANERA DE CONCLUSIONES

Los cambios asociados a la “nueva ruralidad” nos obligan a replantear lo que


entendemos por “rural”. En este sentido, consideramos que lo “rural” se debe
definir como el espacio de reproducción social de familias que, al menos parte
del año, habitan zonas no urbanas, teniendo en cuenta que esta reproducción
no necesariamente tiene una base económica (puede ser política o identitaria).
118 Gerardo Damonte

Asimismo, debemos definir a una familia como campesina cuando una parte
significativa de la vida de sus miembros se desarrolla en ámbitos rurales.
Por ello, las organizaciones rurales deben adaptarse a esta nueva realidad,
diversificando sus funciones y membresías, para poder representar tanto a las
familias que todavía mantienen su base de subsistencia en la tierra, como a aquellas
que se encuentran más articuladas a espacios urbanos. La comunidad y la ronda,
entonces, encuentran su razón de permanecer en la representatividad política de
las familias que al menos tienen un pie en el campo.
En contextos extractivos, la labor política de la ronda y la comunidad se
intensifica en la primera fase del desarrollo extractivo, toda vez que la empresa
necesita adquirir la tierra y derechos de uso de agua para acceder a los recursos
y desarrollar su actividad. Entonces, la transformación de las organizaciones
rurales en entes de representación y negociación política es dramática y tiene
consecuencias en su legitimidad como organizadoras o guardianas del trabajo
en el campo.
Esta transformación se aprecia en los cambios generacionales de liderazgos
y las continuas crisis de legitimidad por la que atraviesan comunidades y rondas
involucradas en proyectos extractivos. El liderazgo se traslada a individuos con
mayor capacidad negociadora, que generalmente provienen de las familias con
más grados de educación o experiencia urbana. El liderazgo se disocia de la
actividad productiva agropecuaria, para responder a las nuevas necesidades de
representación. Con el advenimiento del canon (y la segunda fase del encuentro),
la política —y con ella, las comunidades— se traslada a la arena municipal. Los
líderes comunales aprovechan su recién ganada experiencia política para postular
a la municipalidad y así poder disponer de los recursos del canon.
En este proceso de politización y municipalización de la batalla política,
las comunidades, muchas veces marginadas por las élites urbanas, comienzan a
disputar el liderazgo urbano-distrital; en este momento la negociación pasa de la
tierra a los recursos del canon. La nueva estrategia es urbanizar las comunidades
para convertirlas en centros poblados y así poder acceder directamente a más
recursos derivados del desarrollo extractivo: más rentas.
Por ello, lo que apreciamos en este nuevo ciclo de expansión minera es la
paulatina transformación de las comunidades y rondas, de colectivos vinculados
Dinámicas rentistas: transformaciones institucionales en contextos de proyectos 119

primordialmente a la producción agropecuaria y modo de vida campesino, a


colectivos cada vez más vinculados a la competencia por acceder a la renta de la
actividad minera. Las dinámicas productivas han dado paso a dinámicas rentistas.
Para finalizar, es importante señalar que los procesos de cambio en contextos
extractivos se deben entender en el marco de transformaciones de alcance mayor,
ligadas a formas de producción y modelos de desarrollo hegemónicos nacionales y
globales. En el capitalismo actual, el trabajo ha sido desplazado por la extracción
de recursos naturales como principal condición de acumulación. Esto se traduce
en una focalización geográfica de la inversión de capital, lo que tiende a generar
economías dependientes de múltiples enclaves. En el presente ensayo hemos
intentado mostrar los cambios institucionales locales, ligados a dichos procesos
globales, en los centros de extracción mineros andinos.
120 Gerardo Damonte

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