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Como en un laberinto borgiano, el Juzgar que la vida vale o no la pena de que se viva es responder
a la pregunta fundamental de la filosofía.
narrador-detective de este texto va
tras las pistas de la muerte del escritor El mito de Sísifo, Albert Camus
las posibilidades, va creando un gran El entierro se efectuó el 12 de mayo de 1896, un día lu-
minoso, con poca gente y muchos curiosos en las ace-
cuadro de la Bogotá de su época y del ras.
paso de este poeta por la Costa Caribe
Lo metieron en el ataúd con la ropa que tenía pues-
colombiana. La ironía y el buen humor ta: pantalón negro de rayas blancas, medias punzó de
seda y zapatos charolados.
saltan a la vista en cada párrafo.
La marcha fúnebre se detuvo en el Palacio de la gober-
nación para llenar un formulario, y lo enterraron en
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el muro de los suicidas del cementerio común. El en- Es el mismo Fernando Vallejo quien en Almas en pena,
terrador levantó la tapa del ataúd para extender una Chapolas negras (p. 21) nos dice: “Silva se pegó un tiro
capa de cal sobre el rostro. Esa misma cara reprodu- por su libre albedrío. Por el fuero soberano de su lúci-
cida en los billetes de cinco mil y que a todos nos es da, libre, irredenta, atea e hijueputa voluntad. Y dejó a
familiar. muchos preguntándose que por qué se había matado”.
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Bogotá era una ciudad de 80 mil habitantes, malolien- San Miguel, que me sea fiel.
te y cara, costosos los bienes importados y sin mucho San Román, que sea galán.
sentido de la comodidad. Casas con tienda en los pisos San Justo, que sea a mi gusto.
bajos, mucho mendigo, poca distancia física entre las San Enrico, que sea muy rico.
damas distinguidas, las lavanderas y las vendedoras. San Severino, que no le guste el vino.
Estos datos los da Martín García Merou (1884), diplo- San Abdón, que tenga buen corazón.
mático argentino, en su libro Impresiones. San Bonifacio, que tenga un palacio.
San Alejo, que no sea viejo.
Tema ilustrado con los datos sobre un baile realizado
Qué contraste con un Silva y sus sombreros duros
en el palacio presidencial el 8 de agosto de 1891, siendo
grises, vestidos ingleses, zapatos de charol, petacas
presidente Carlos Holguín. Había 1500 invitados con
plateadas con cigarrillos turcos, grandes botones de
ocasión, tal como lo decían las tarjetas, de “una exhi-
tagua en el saco, anchas corbatas, gran perla, medias
bición de la cultura y del buen gusto bogotano”, pero
de seda y clavel rojo o azucenas en las solapas; todo lo
como dice el anónimo cronista:
que entra en la definición de dandy según The concise
Oxford dictionary (Oxford, 1990): “Un hombre indebi-
Las señoras y caballeros invitados al baile, ya fueran
damente dedicado al estilo, la agudeza y la moda en la
a pie o en coche, eran recibidos por aquella plebe
soez con insultos y rechiflas que daban bien a cono-
ropa y la apariencia”.
cer qué clase de sentimientos bullen y se agitan en el
fondo de aquella masa. Por analogía se relacionaba el contoneo de un barco o
una carroza con el contoneo de los elegantes de la épo-
¿Qué había pasado? Que en la ciudad circulaba la idea ca. Es una aristocracia espiritual, decía Baudelaire, ya
de que los bailes eran danzas infernales y que ocasio- que poseía las más variadas facultades para el estudio
naban toda clase de pecados. y para el arte.
La Defensa Católica no había dejado de incitar a la feli- Solo un talento le faltaba a Silva, y era saber ocultar
gresía ni un solo día contra el baile. su mérito bajo una capa de vulgaridad, dijo Delio Se-
raville, y acota Enrique Santos Molano: “Cómo es eso
Para la ocasión se publicaron las partituras de cuatro de difícil en un medio donde encubrimos nuestra vul-
valses del compositor Jorge Pombo Eyerbe, compues- garidad con una capa de mérito”.
tos expresamente para la fiesta. Constaban de ocho
páginas financiadas con dos avisos: uno de la Cerveza Max Grillo nos relata una reunión en casa del poeta:
Kopp’s Bavaria y el otro de los importadores de pianos
Estábamos el uno frente al otro en su escritorio. Leía
R. Silva e hijo (José Asunción).
con acento original de notas más agudas que graves.
Fumaba de cuando en cuando un cigarrillo de bo-
Había una presencia clerical omnipotente; así, el nú-
quilla de los mismos que tanto escándalo provocó en
mero telefónico del arzobispo era el uno, el del presi-
Londres al verlo en los labios atormentados del autor
dente el 106 y el del almacén Silva el 375. de Dorian Grey. La luz de las lámparas era tenue ta-
mizada al través de las pantallas de un leve color lila.
E. Rothlisberjer en su libro de viajes retrata a un peti- En el centro del escritorio un ramo de rosas, “genio
metre de bogotano y lo clasifica como “criollo” al lado del combate” que parecían corazones sangrientos.
de los huitotos, chibchas y arhuacos; es decir que la De pronto por la puerta del centro sala-escritorio
mirada europea no hacía mayor diferencia entre un apareció Elvira vestida de azul pálido. Mientras viva
dandy nuestro y un indígena. Y digo esto para referir- recordaré aquella visión divina. Elvira Silva ejercía
me al refinamiento de Silva en el vestir. “Hacer una sobre quien la contemplaba una fascinación de dio-
carrera de dandy criollo implicaba correr con gastos sa. Tenía algo de Helena un campo de hermosura
y riesgos excepcionales, todo cuesta más y el precipi- como sideral.
cio está más cerca” (Malcolm Deas, citado por Bacca,
2013). El ambiente de Bogotá en que vive Silva está descrito
en “Día de difuntos”:
Bogotá era esa ciudad donde las damas seguían los
consejos de El secretario de los amantes, libro que les La luz vaga. Opaco el día
sugería que antes de dormir recitaran: La lluvia cae y moja
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Con sus hilos penetrantes
La ciudad desierta y fría.
No era un hombre que se hacía querer por el grueso “¿Estaríamos tan interesados en
público. En la antología Ofrendas del ingenio al bazar de
los pobres, hecha por José Manuel Marroquín y Ricar- Silva y su obra si el suicidio no le
do Carrasquilla, incluyeron a Silva con un poema, “La
crisálida”. Al volver de París, Silva se refirió a Marro-
hubiera dado esa aura trágica?”.
quín como un mal poeta. Esto se lo cobraron en Pax,
novela escrita por J. Rivas Groot y Lorenzo Marroquín,
hijo del expresidente. La novela fue un éxito porque
estaba escrita en clave y aludía a motivos políticos de
la época. En ella hay un poeta llamado S. C. Mata que
pretende, sin lograrlo, caricaturizar a Silva. Llega has-
ta ridiculizar el “Nocturno”:
Una noche
Una noche
A la una,
A las dos de la mañana
A la una
A las dos
A las tres de la mañana.
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La impresión que nos produjo su personalidad fue como él mismo los califica en una carta a su madre,
extraordinaria, pues no encontré en ella nada siquie- para que se asociaran a la empresa de baldosas que
ra vagamente parecido a lo que se había pintado. Un estaba proyectando. Fracasó porque estos personajes
hombre sencillo, tranquilo, discreto, de maneras y le dieron largas al asunto y falsas esperanzas.
porte aristocráticos pero sin asomos de esnobismos,
con nervios muy bien templados porque después de Cuando Mainero Trucco murió, el poeta cartagenero
los tres trágicos días que había vivido exhibía sin
Luis Carlos “El Tuerto” López compuso una “fabulilla”
afectarla una calma imperturbable.
que decía:
Como había perdido todos sus baúles, con todos sus Y aquel gran tigre cebado
valores, entre ellos los poemarios, novelas y cuentos que con saña se comía
escritos en Caracas, Castro y Palacios llevaron a Silva de noche y a pleno día
al mejor almacén de ropa para hombre en Barranqui- los burros de mi cercado
lla, de propiedad del señor Emilio Bell; allí Silva pagó se murió… todo el ganado
con una letra de cambio de un banco de Caracas, pero solídepo que temía
posteriormente le fue devuelto el dinero por decidir la cual teme la burguesía
jefatura militar aviar a los náufragos. la zarpa del potentado.
Tigre viejo, sabio y fuerte
Hubo otro personaje, el escritor sefardita radicado en
que a muchos asnos dio muerte
Barranquilla Abraham Zacarías López Penha, que se
y se murió como en broma
aproximó y le dio alojamiento a Enrique Gómez Carri- para que un jumento
llo, el celebérrimo periodista guatemalteco radicado clamase con sentimiento
en París. ¡murió como una paloma!
Gómez Carrillo y Silva no congeniaron. Cuando se Silva finalmente hizo un contrato con seis socios de
estaba hundiendo el “Amérique”, Gómez se acercó a Bogotá y se dijo que la empresa había fracasado. En
Silva y le dijo: “Mire qué crepúsculo opalino”. Silva co- mayo de 1896, la contabilidad de la fábrica arrojaba
mentó después que nunca antes había sentido el deseo un déficit que anunciaba una segunda quiebra. Muer-
de matar a alguien. to Silva y al hacer la liquidación se mostró que no era
así. A la madre de Silva le correspondieron “dos mil
A. Z. López Penha estaba resentido con Silva porque, pesos de la época” (cuatro millones de ahora).
en alguna forma, le había llegado la noticia de que el
poeta bogotano había escrito en un periódico de Cara- En ese mayo de 1896 Silva había perdido toda su obra
cas tildándolo de mal poeta. literaria en el naufragio del “Amerique”. Era mirado
como un fracaso económico.
Se conoce una carta de Silva a Baldomero Sanín Cano
de octubre de 1894 en la que se queja de la importancia Pasada la euforia primera en el negocio de las baldo-
que le dan en Venezuela a A. Z. López Penha, Julio N. sas, en mayo del 96 su último cheque, por cuatro pe-
Galofre y a Ernesto O. Palacio, secretario de Núñez e sos, fue para enviarle flores a su hermana Julia. No
inquisidor literario, importancia que en su concepto quedaba ni un centavo más en su cuenta bancaria.
no merecen. ¿Era el final?
Gómez Carrillo no menciona en su autobiografía a Su pariente Hernando Villa escribió:
López Penha ni su hospitalidad, pero este último man-
tuvo su rencor a Silva y en una entrevista que le hizo Mis presagios sobre su suicidio obedecían no a que
décadas después Julio Enrique Blanco se refirió a Silva viera en él signo de locura, sino en la inmensa des-
como un “petimetre de nalguitas entecas” y exaltó la proporción entre su vida extremadamente elegante,
virilidad costeña. sus aspiraciones a vivir a todo lujo y la carencia de
medios para realizarlas. Si José Asunción hubiera sa-
Después del naufragio, Silva estuvo en Cartagena y Ba- bido ser pobre, no se habría matado.
rranquilla, en la que intentó convencer a J. B. Mainero
Trucco y a Martínez Bossio, un par de “pejes gordos”, Más explícito su biógrafo Cano Gaviria nos dice:
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Silva no se había matado porque su obra lo anun- Fernando Vallejo duda y dice: “Coño, una garçonnière
ciare de acuerdo a una mitología literaria de origen en una ciudad de noventa mil habitantes con la lengua
romántico, ni porque su biografía estuviera llena de suelta”. Más adelante agrega:
fechas infaustas y su casa pudiera ilustrar cualquier
novela escrita desde una óptica naturalista inspirada Apartamento, Garçonnière, esos son anacronismos
en las leyes de la herencia, aspectos que no eran des- en el siglo xix. En la Bogotá de Silva lo que había eran
conocidos para él, sino porque al fin había encontra- “tiendas”. Hernando Villa está repitiendo lo que dijo
do un buen motivo, estaba arruinado. Arias Argáez, y Arias Argáez está inventando. La inti-
midad de Silva es un secreto que él tuvo más guarda-
El mismo poeta parece confirmarlo cuando decía: do que sus deudas de las que nadie habló.
“Prefiero la muerte a estar pálido de nuevo” (frente a
sus acreedores). Su confidente Hernando Villa dijo:
Más lapidario fue Umaña Bernal al decir: “Silva se sa- Lo que puedo asegurar es que Silva jamás entró a
crificó a los dioses ciudadanos”. ¿Explica todo eso el casas de mujeres alegres, pero sí tuvo amores muy
suicidio? íntimos con distinguidas damas de la sociedad, con
quienes se veía en un apartamento que tenía en la
calle 19 y con una de ellas –respecto a la cual me hizo
Silva y su sexualidad íntimas confidencias– tuvo una hija en la que se no-
taban los bellos rasgos de José.
De Silva se ha dicho que era “El casto José”.
Como “La casta Susana” se le bautizó en Caracas. Al
Daniel Arias Argáez da testimonio de cómo por un parecer Silva desechó cualquier amorío con las damas
incendio se encontró una “garçonnière” llena de diva- de la sociedad caraqueña que estuvieron en un princi-
nes, almohadones, retratos femeninos y unas maripo- pio entusiasmadas por él.
sas clavadas en la pared con flechas que indicaban las
citas satisfechas. Al parecer el arrendatario era Silva. Cano Gaviria conjetura que la pasión de Silva por Julia
Holguín, hija del presidente Carlos Holguín, pasión no
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correspondida, hizo que el poeta y diplomático no fija- que le fueron suministradas en París por el profesor
ra su atención en otra dama; de ahí el apodo. Legendre.
Fernando Vallejo dice: El profesor José Francisco Socarrás va más lejos y dice
que se le prescribían afrodisíacos para la impotencia.
“No era Silva el ejemplar para gustar a las mujeres Las letras aphd de las fórmulas médicas son indicati-
de su tiempo. El sitio estaba dominado por el hombre vas de la voz francesa aphrodisiaque.
más macho. Bogotá era más una ciudad de provincia
que la capital tirando a cosmopolita que vemos hoy”. Luis Alberto Sánchez, escritor y político peruano, insi-
núa que tenía una enfermedad venérea inconfesable.
A todo esto se puede afirmar que Silva es el primero en Los datos que aporta son muy débiles. Saca a relucir
introducir el erotismo en la poesía de Colombia: un poema de Gustavo Adolfo Bécquer:
Temblabas y eras mía, temblabas y eras mía Una mujer me ha envenenado el alma
bajo el follaje espeso. Otra mujer me ha envenenado el cuerpo
(…) Ninguna de las dos vino a buscarme
Desnuda tú en mis brazos fueron míos tus Yo de ninguna de las dos me quejo.
besos.
Para Sánchez, esa es una confesión clara de Bécquer
Tu cuerpo de veinte años entre la roja seda
sobre su sífilis, y una confesión oculta sería la de Silva
Tus cabellos dorados y tu melancolía
Tus frescuras de virgen y tu olor de reseda. cuando escribió en sus “Gotas amargas”:
De los filósofos etéreos
Si se compara este poema (“Poeta di paso…”) con el poe- huye la enseñanza teatral
ma “Elvira Tracy” de Rafael Pombo, en el que el poeta y aplícate buenos cauterios
coloca al ángel de la guarda enamorado de la quin- al chancro sentimental
ceañera muerta, un tema inefable, nos damos cuenta (“Psicoterapéutica”)
de la turbulencia sensual que aportaba Silva. No hay
pues tal castidad. Y tras de mil angustias
y gestas y pasiones
Afectado, afeminado eran algunos de los epítetos que se hubiera suicidado
se le adjudicaban. con una smith y wetson
ese espermatozoide.
Carrasquilla dijo: “Es un prójimo tan supuesto y afec- (“Zoospermos”)
tado, que causa risa e incomodidad al mismo tiempo”.
Estas invocaciones a la muerte prosaica y amarga le
Fernando Vallejo habla sin mucho fundamento de una dan pie al peruano para insinuar una enfermedad in-
posible homosexualidad: “¿Pero lo era?” –se pregunta curable y vergonzosa en Silva.
el mismo Vallejo–, y concluye: “No sé, Dios sabrá. La
intimidad de Silva es un misterio”. Lo de la impotencia está desmentido por la presencia
de una presunta hija de Silva. Así, se ha dicho que el
Blas Matamoros, autor de una biografía sobre Rubén poeta tuvo relaciones con la hija de los dueños de una
Darío, recoge la conseja y lo tilda de “loca de armario”. tipografía, llamada Herminia Cortés. De esa relación
nació una hija bautizada con el nombre de Elvira.
Hay algo de grotesco en todo esto, pienso que Silva era
un heterosexual no machista. La única prueba de todo esto es el testimonio de la
propia Herminia; sin embargo, en el centenario de la
Un malqueriente, como era Ismael Enrique Arcinie- muerte de Silva no se presentó ningún descendiente a
gas, hace una lista de los calificativos que le endilga- los eventos conmemorativos.
ban: Casto José, Casta Susana, Don Azuceno, Silva Pen-
dolfi, etc. El amor incestuoso por su hermana Elvira
Lo que parece más pertinente es una probable impo- El primero en insinuar un amor incestuoso entre Silva
tencia. Aníbal Noguera afirmaba conocer unas recetas y su hermana Elvira fue el escritor venezolano Rufino
Blanco Fombona. Así retrata al poeta:
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Poseyó la hermosura corporal a la par de la hermosu-
ra del espíritu, regalo que los dioses combinan rara
vez en un mismo presente a los mortales. De dandy
se le ha calificado, no sin razón, pero este Brummel
tenía el alma de Leopardi.
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camino. Elvira hizo la observación de cómo se exten-
dían y se perdían sus sombras en el llano.
Cito unas estrofas de un poema del propio Silva: “Silva es el primero en introducir el
Dime quedo, en secreto, al oído muy de paso erotismo en la poesía de Colombia”.
con esa voz que tiene suavidades de raso
si entrevieras en sueños a aquel con quien tú
sueñas
Tras las horas del baile, rápidas y risueñas
y sintieras sus labios anidarse en tu boca
y recorrer tu cuerpo y en su lasciva boca Como en esas películas en las que después de una se-
besar todos los pliegues cuencia se retrocede y se repite pero con una variante,
de tibios aromas llenos así una y otra vez Santos Molano habla de las palabras
Y las rígidas puntas rosadas de tus senos que cruzaron esa noche en la cena ofrecida por Silva
si en los locos, ardientes y profundos abrazos este y su pariente Hernando Villa. Algo se dijeron y se
agonizas, soñaras de placer en sus brazos demoraron un tanto. Villa, según Santos Molano, esta-
por aquel de quien eres todas las alegrías ba implicado en la falsificación de billetes nacionales.
¡oh!, dulce niña pálida, ¿di, te resistirías? Silva lo amenazó con denunciarlo.
A estas alturas podemos decir que al poeta lo inclina- Después de la cena, alrededor de la medianoche, Silva
ba a la muerte: galopó por San Victorino rumbo a Fontibón. Al llegar
a la fábrica unos sujetos lo emboscaron y le dieron un
El fracaso económico tiro certero en el corazón (Santos afirma que Villa era
un excelente tirador). Trasladaron el cuerpo, y como el
La exquisitez sibarítica solar de la casa de Silva colindaba con la casa de Villa,
lo entraron sigilosamente a la casa del poeta y nadie
La disonancia con el medio lo advirtió.
Todo esto es, según Santos Molano, una confabula- J. J. Tablada decía que Silva no era una Vida sino una
ción para tapar lo que pasó en la realidad: a Silva lo leyenda, y Stefano Gondi afirmó que “Quiso morir por
asesinaron. ¿Quiénes? y ¿por qué? no haber podido poner su vida de conformidad con su
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Bibliografía
Achury Valenzuela, D. (1993). Cita en la trinchera con la muer-
te. Bogotá: Colcultura.
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