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ENTRE
CASANDRA Y CLÍO
UNA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA
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UNIVERSITARIA
D
esde Ια reivindicación diltheyana de la centralidad para
digmática de la autobiografía al hincapié contemporá
neo en el carácter narrativo de toda construcción de
identidades, las colectivas no menos que las individuales, se ha
sugerido en más de una ocasión que la filosofía de la historia
debiera ser considerada (más que como una alternativa a la teo
ría de la historia, y no digamos a la historia misma) como una
variedad de la filosofía de la acción o, mejor aún, de la praxis,
pues lo suyo no es ni esa suerte de profecía al revés en que con
siste la omniabarcante captación del sentido de la historia pasa
da ni mucho menos la confusión entre la predicción científica y la
auténtica profecía que subyace a tantas visiones teleológicas,
cuando no escatológicas, de la historia futura, sino sencillamen
te el añadido, en el que insiste nuestra autora, de una conciencia
moral a la información procedente de la historia como ciencia.
La filosofía de la historia no pretendería, así, disputar a la histo
ria los favores de Clío ni emular a Casandra en sus dones profé-
ticos, sino tan sólo recordarnos que los sujetos [...] de la historia
son o deberían ser también tenidos por sujetos morales. El recor
datorio de este protagonismo de la historia que a todos nos
incumbe no sería un mérito menor entre los muchos con que
cuenta este libro (Del Prólogo de Javier Muguerza.)
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CONCHA ROLDAN
ENTRE
CASANDRA Y CLÍO
Una historia de la filosofía
de la historia
Prólogo de
Javier Muguerza
Maqueta: RAG
R e s e r v a d o s to d o s los d e r e c h o s . D e a c u e r d o a lo d i s p u e s t o en
el art. 27 0 , d el C ó d i g o P en al , p o d r á n s e r c a s t i g a d o s c o n p en a s
de m u l t a y p r i v a c i ó n de l i b e r ta d q u i e n e s r e p r o d u z c a n o p l a g i e n ,
en t o d o o e n p ar te , u n a o b r a li ter ari a, a r t ís ti c a o c i e n t í f i c a f ij ada
e n c u a l q u i e r tip o d e s o p o r te s in la p r e c e p t i v a a u t o r i z a c i ó n .
© C o n c h a R o l d á n , 1997
© E d i c i o n e s A k a l , S, A ., 1997
L o s B e r r o c a l e s de l J a r a m a
Apdo. 400 - Torrejón de A rdoz
Tels. ( 9 1 ) 6 5 6 5 6 11 - 6 5 6 61 5 7
F a x : ( 91) 6 5 6 4 9 11
M adrid - España
ISBN: 84-460-0610-3
D e p ó s i t o le ga l: M . 1 0 .8 1 9 - 1 9 9 7
I m p r e s o e n G r e f o l , S. A.
M óstoles (M adrid)
A todos los Ulises
que sucumbieron ante
el canto de las sirenas.
PRÓLOGO
5
de obras com o ¡deas para una historia universal en clave cosmopolita
y otros escritos de filosofía de la historia, de Kant, o la publicación de
trabajos como «R.G. Collingwood: el canto de cisne de la filosofía de la
historia», aparecido no ha mucho en la revista Isegoría y que se incluye
aquí com o apéndice, sin olvidar las consideraciones relativas a la filo
sofía de la historia esparcidas en otros textos suyos, como su incur
sión en la llam ada he rs tory o f philosophy desde una perspectiva fem i
nista recogida bajo el título de «El reino de los fines y su gineceo. Las
lim itaciones del universalism o kantiano a la luz de sus concepciones
antropológicas», aparecido en el volumen colectivo E l individuo y la
historia (Paidós, Barcelona, 1995).
En cuanto al libro que presentamos, se nos ofrece en él una conci
sa, pero sumam ente inteligente, panorám ica de las líneas maestras de
la evolución de la filosofía de la historia, desde sus primeros balbuceos
en la filosofía antigua y medieval a su etapa auroral con Vico, Voltaire
y Herder, a la que seguiría su consolidación a manos de Kant y Hegel,
su nada más que relativo eclipse con Comte y Marx y su replantea
miento a través del proyecto de una «crítica de la razón histórica» en
D ilthey o la harto singular «filosofía de la historia» de W eber (uno de
los capítulos, digám oslo entre paréntesis, más brillantes de todo ci
conjunto), para desembocar, finalmente, en la problem ática situación
contem poránea de nuestra disciplina, acuciada por desafíos tales como
los planteados por la polém ica entre las concepciones explicativa y
com prensiva del m étodo histórico, la tentación de sucumbir al deter
m inism o causal y hasta al dogm a de la inevitabilidad histórica, la
com plejidad de las relaciones entre la historia y las ciencias sociales o
el auge recobrado por la narratividad com o sustancia de la prim era
frente a la hegem onía de su enfoque estructural y sistémico predom i
nante durante décadas. No me es posible entrar aquí en detalles sobre
la pertinencia de las conclusiones filosóficas que Concha Roldán ex
trae de aquella evolución y de esta problem ática situación, pero, como
botón de m uestra, citaré las extraídas de la im portancia que atribuye
al papel de la narración. Desde la reivindicación diltheyana de la cen-
tralidad paradigm ática de la autobiografía al hincapié contemporáneo
en el carácter narrativo de toda construcción de identidades, las colec
tivas no menos que las individuales, se ha sugerido en más de una oca
sión que la filosofía de la historia debiera ser considerada (más que
como una alternativa a la teoría de la historia, y no digamos a la histo
ria m isma) como una variedad de la filosofía de la acción o, mejor
aún, de la praxis, pues lo suyo no es ni esa suerte de profecía al revés
en que consiste la omniabarcadora captación del sentido de la historia
pasada ni mucho menos la confusión entre la predicción científica y la
auténtica profecía que subyace a tantas visiones teleológicas, cuando
no escatológicas, de la historia futura, sino sencillamente el añadido,
en el que insiste nuestra autora, de una conciencia moral a la informa
ción procedente de la historia como ciencia.
La filosofía de la historia no pretendería, así, disputar a la historia
los favores de Ciío ni emular a Casandra en sus dones proféticos. sino
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tan sólo recordarnos que los sujetos, sea por activa o por pasiva, de la
historia son o debieran ser también tenidos por sujetos morales. Kant,
como es bien sabido, respondió a la pregunta «¿Cómo es posible una
historia a p rio ri?» diciéndose a sí mismo: «Muy sencillo, cuando es el
propio adivino quien determ ina y prepara los acontecim ientos que
presagia», esto es, cuando se convierte en sujeto agente o protagonista
de tales acontecim ientos, que es asim ism o la óptica que nosotros
adoptam os cuando, «desde el presente com o historia», volvemos la
vista atrás para enjuiciar — con mirada cuyo rigor científico no tendría
por qué excluir alguna ira o, cuando menos, no poca m elancolía— las
vicisitudes por las que a su pesar atravesaron los sujetos pacientes de
la historia a posteriori. El recordatorio de ese protagonism o de la his
toria que a todos nos incumbe, querámoslo reconocer así o no, no se
ría un mérito m enor entre los muchos con que cuenta este libro.
JAVIER MUGUERZA
7
«C om o e l a rte de p ro fe tiza r el p a sa d o , se ha d e
f in id o la filo s o fía de la h isto ria . E n realidad,
c u a n d o m e d ita m o s sobre e l pasado, p a ra e n te ra r
n o s de lo q u e llevaba dentro, es fá c i l que e n c o n
trem o s en é l un c ú m u lo de e sp e ra n za s — no lo g ra
das, p e ro ta m p o c o fa llid a s —, un fu tu ro , en sum a,
o b jeto leg ítim o d e p ro fe cía » (Juan de M airena).
INTRODUCCIÓN
11
Lo que presento en estas páginas quiere ser una reconstrucción
histórica del hilo filosófico de la razón — de forma continua a través
de sus hitos más representativos— y su ruptura contem poránea. Por lo
tanto, me permito hablar de filosofía de la historia desde mi modestia
de «moderna posm oderna», sin la presunción de absolutos ni la fatui
dad de los grandes relatos om nicom prensivos. De ahí que subtitule a
mi trabajo «una historia de la filosofía de la historia».
Aunque bastante fiel, tam poco ha de buscarse un desarrollo crono
lógico estricto en el discurrir de los capítulos, donde a veces un pen
sador históricam ente posterior es tratado con anterioridad a otro que le
precedía, o viceversa. Toda periodización que se establezca en la pre
sentación de cualquier historia de la filosofía es arbitraria, pues el de
sarrollo del pensam iento no puede encorsetarse en com partim entos es
tancos. Por eso, las divisiones que se realicen sólo pueden tener un
sentido metodológico. Sin embargo, esto no significa que la arbitrarie
dad de los intérpretes no esté sujeta a motivos. En mi caso, siguiendo
la intuición de Koselleck, cada capítulo presenta un paso más en el ca
mino de la filosofía de la historia, la adquisición de un elem ento inno
vador u horizonte de expectativas (Erw artungshorizont) en el espacio
de experiencia habitual (Erfahrungsraum )', un tirón más en el proceso
de tensión de una cuerda que acabará por romperse.
En otro orden de cosas, una de las cuestiones iniciales que se le
plantean de forma problem ática al estudioso de la filosofía de la histo
ria, es si debe considerarse prioritariam ente historiador o filósofo. En
el prim er caso, el desarrollo concreto de la historia se encargaría de
fundam entar una filosofía determ inada, m ientras que en el caso se
gundo sería la filosofía quien serviría de base a cada modelo de análi
sis histórico. El prim er punto de vista es el que utiliza la sociología
del conocimiento siguiendo a Max Weber, al sostener que todo saber
remite en definitiva a una com unidad histórica concreta, de tal manera
que Galileo no habría podido encabezar la revolución científica sino
dentro del período renacentista, ni Kant habría escrito la Crítica de la
razón pura fuera de la Prusia de finales del siglo xvm . La segunda
opinión sería sustentada fundam entalm ente por Hegel, para quien ha
bría que hacer historia siempre desde un principio o supuesto determ i
nado, de manera que filosofía de la historia e historia de la filosofía se
den la mano bajo la égida de la historia universal vuelta de suyo filo
sófica.
En la historia de la filosofía de la historia que presento, el pulso
entre la historia y la filosofía se hace patente. Podemos afirmar que la
filosofía de la historia consistirá, desde este punto de vista, en trazar
un puente que comunique ambas disciplinas, para, a la postre, term i
nar prescindiendo de su objeto.
12
En el mundo antiguo y medieval se presentan la historia y la filo
sofía como disciplinas separadas por una barrera infranqueable. Los
filósofos consideran su tarea muy superior a la de la incipiente histo
riografía, ya que los historiadores se preocupan únicam ente de confec
cionar crónicas de aquellos acontecim ientos que presencian como tes
tigos, lo que da com o resultado un saber incom pleto y fragmentario,
frente al conocim iento de lo universal e inmutable que obtiene la fi
losofía. Aún no se ha tendido el puente que perm ita hablar de una
filosofía de la historia, si bien podemos descubrir algunos elementos
precursores de la m ism a en uno y otro lado. Sólo en el mundo judeo-
cristiano y en su recepción escolástica encontram os un boceto de lo
que llegará a ser reflexión filosófica sobre la historia — en los concep
tos de «sentido», «finalidad» y «universalidad» del plan providente
divino— , pero no interesa la narración e interpretación de los asuntos
humanos por sí mismos, sino sólo en la m edida en que pueden ilustrar
la historia del pueblo de Dios; si se reflexiona sobre la historia hum a
na es para m ostrar su sinsentido y trascenderla, porque lo que realm en
te importa es la historia de la salvación; estamos ante la teología de la
historia. Ha aparecido el concepto de tiempo lineal consustancial a la
filosofía de la historia occidental, la continuidad de la tríada pasado-
presente-futuro, pero el sentido de su curso se sigue llamando provi
dencia.
El puente entre historia y filosofía em pieza a tenderse en el renaci
miento de la m ano de filósofos políticos como M aquiavelo; se trata de
un interés pragm ático por la historia: no sólo interesa narrar los acon
tecimientos, sino buscar la manera de intervenir en ellos para nuestro
provecho. Pero será la ilustración la encargada de cim entar las cone
xiones entre am bos saberes, perm itiendo que nazca esta disciplina
nueva, la filosofía de la historia, encargada de explicar el proceso
temporal que engloba los asuntos humanos como una evolución con
sentido; para ello, buscarán los filósofos un elem ento de permanencia
en el seno de los acontecim ientos cambiantes e im previsibles; la razón
quedaba entronizada como garantía del progreso lineal de la hum ani
dad hacia un horizonte de perfección, herencia secularizada de la pro
videncia divina. H asta el m ismo Hegel, m uchos filósofos tomarán
como su tarea prim ordial investigar la evolución de la humanidad des
de sus orígenes, estudiando el desarrollo de las civilizaciones para
descubrir esas constantes de progreso que suponían; estaban tomando
el pulso a la historia, a quien veían som etida a un «plan oculto de la
naturaleza» o a una «astucia de la razón» que les sobrepasaba. La Ra
zón — así, con m ayúscula— quedaba deificada, y Hegel anunciaba la
culm inación del m ovim iento histórico en su filosofía, una filosofía
que penetraba lo histórico de tal modo que la filosofía de la historia
iba más allá de su pretensión incicial de leer la historia universal en
clave filosófica; sobre la misma clave dialéctica, lo real y lo racional
se confunden, la historia universal es la historia de la filosofía y ésta
camina de la m ano con la filosofía de la historia.
Llegados a este punto, la filosofía de la historia puede prescindir
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de la historia, entendida como transm isión objetiva de hechos y cono
cimientos. En su afán por explicar el conjunto ha perdido de vista los
aspectos singulares e individuales de la disciplina que com enzó siendo
su m ateria de estudio. La filosofía de la historia, que se enseñaba en
las universidades alem anas — como disciplina independiente— desde
la época de Herder hasta la muerte de Hegel, estaba concebida como
m ateria de especulación m etafísica, de ahí que sea conocida entre no
sotros como «filosofía especulativa de la historia».
No se hicieron esperar las reacciones a los excesos racionalistas de
Hegel. La realidad em pírica debía ser recuperada y la filosofía espe
culativa de la historia criticada y repudiada, junto a toda la metafísica.
Había que abandonar las hipótesis de interpretación histórica fruto de
una imaginación febril, para dar pasos hacia una concepción científica
de la historia. Pero así surgía la dependencia gnoseológica de la nueva
filosofía de la historia — que no quería recibir esta denom inación— ;
la m etodología y las leyes de explicación de la evolución eran tanto
más im portantes que la m ateria de unos acontecim ientos históricos
que, por lo demás, quedaban polarizados como m ateria de estudio ha
cia la problem ática social; la evolución histórica era la evolución de
las sociedades, como anunciaba la ley com tiana de los tres estadios;
los problem as que debía resolver la filosofía de la historia eran los ge
nerados por contradicciones socio-económ icas, como propugnaba
Marx. La preocupación por hacer científica a una sociología incipien
te aproximó la filosofía de la historia a la m etodología de las ciencias
naturales, haciendo caer a los defensores de la filosofía social en el
espejismo de que podía predecirse el futuro — bien por las leyes de la
dialéctica, bien de la evolución— , y así anunciaron la llegada de un
estadio positivo y de una sociedad sin clases, momentos ambos de libe
ración y emancipación de una humanidad que Comte llegó a deificar.
La predictibilidad de la historia y la determ inación de los aconte
cimientos que llevaba im plícita hicieron que se replantearan las p re
misas de la historia como saber científico. Unos continuaban afirm an
do que si se trataba de una ciencia debía ser bajo el m odelo de las
ciencias naturales, mientras otros propugnaban la separación entre la
m etodología de las ciencias naturales y de las ciencias del espíritu,
como fue el empeño de Dilthey. La polém ica se ha prolongado hasta
nuestros días bajo el signo del debate acerca de la explicación y com
prensión histórica, tras la propuesta de Hempel de un modelo de ley
de cobertura nom ológico-deductivo, y la consiguiente crítica de von
Wright. Predictibilidad, determ inism o causal e inevitabilidad histórica
han sido los caballos de batalla de una filosofía de la historia que con
tinuaba teniendo como objeto fundamental la sociología o, en un sen
tido más lato, las ciencias sociales. Una filosofía de la historia que se
presentaba como crítica no sólo por adoptar esta actitud frente a los
planteam ientos anteriores, sino también por centrar su tarea más en el
análisis de problemas — fundam entalmente de signo epistem ológico—
que en la búsqueda de un sentido a la historia o en el denodado inten
to de predecir el futuro.
14
Este es, en resum en, el panoram a de la filosofía de la historia que
presento. Pero ¿acaso significa mi planteam iento que la filosofía de la
historia es algo que sólo pertenece al pasado? ¿Podemos seguir ha
blando de filosofía de la historia? Si es así, ¿en qué sentido?
Desde mi punto de vista,1todavía podem os hablar de filosofía de la
historia, y m e da la razón el hecho de que en los últimos años está re
tom ándose el interés por una disciplina que parecía abandonarse a su
disolución. Este resurgir se debe, sin duda, a las taxativas afirm acio
nes que lanzaron hace poco más de un lustro Vattimo y Fukuyama*
acerca del fin de la historia, una predicción de clara raigambre hege
liana a pesar de sus pretensiones posmodernas. Ciertamente, ha acaba
do — o se debate exánim e— la concepción de una historia entendida
como un proceso único, evolutivo, coherente hacia una meta, pero no
la reflexión sobre la historia que, más bien al contrario, como dice
M anuel Cruz, «es una reflexión inevitable en este momento, necesa
ria, conveniente y probablem ente ejem plar en el sentido de que en la
tem atización del asunto historia confluyen las líneas mayores de lo
que se está pensando y se puede pensar en este momento»**. No sólo
hablamos, pues, de filosofía de la historia como perteneciente al pasa
do, sino que sigue habiendo algo a lo que denominamos «filosofía de
la historia», sólo que ha cambiado de signo.
"' Se ha roto en m il pedazos el espejo de lo absoluto, pero no le ve
nía nada mal un baño de modestia a esa filosofía que buscaba arrogan
tem ente racionalidad en todas las formas de realidad, im poniéndola
con su varita m ágica allá donde no aparecía. Pero continúa pensándo
se sobre y a partir de la historia, como si los filósofos hubieran expe
rim entado un giro desde lo perenne a lo perentorio: a los problemas
prácticos que se desgajan de la marcha de los acontecimientos históri
cos. Por eso, la reflexión sobre la historia nos obliga a volver en defi
nitiva sobre la ética, sobre la acción — como diría M anuel Cruz.
Mi apuesta por la filosofía de la historia es una apuesta mediata
por la ética. No propongo que la ética sustituya a la historia” *, pero sí
que se sirva de ella para seguir buscando el rumbo que evite la catás
trofe. De alguna manera, se trata de una simbiosis entre historia y éti
ca. ¿Podrá la ética dar un renovado tirón del pasado y hacer que el án
gel de la historia a que aludía W. Benjamin"** vuelva la cara hacia el
15
futuro sin dejarse arrastrar por el huracán del mal llam ado progreso
hacia su autodestrucción? El filósofo de la historia ya no puede dedi
carse a realizar terroríficas o esperanzadoras predicciones de futuro,
pero tampoco debe renunciar a realizar valoraciones estim ativas acer
ca del mismo*; no puede anunciar lo que será, pero sí proponer cómo
debiera ser o, en todo caso, cómo no debiera ser jam ás. ¡x
Por esto mismo, la filosofía de la historia que defiendo también es
una apuesta por la historia de la filosofía, por la conservación de
nuestra tradición filosófica, de esa herencia ilustrada que nos deja in
satisfechos. Esto es, en la m edida en que los problem as que nuestros
antecesores planteaban sigan teniendo sentido para nosotros, porque
aunque las respuestas sean contingentes, hay preguntas que siguen te
niendo vigencia. Por consiguiente, no porque la historia sea maestra
de vida, como decía Cicerón, o estemos alentados por la creencia de
Brunschvicg en que si los hombres conocen la historia, ésta no se re
petirá, sino porque la historia nos ayuda a conocer el presente y a
construir el futuro; un presente que, con palabras de M anuel Cruz,
«respira por la historia» y un futuro que «no se predice, se produce»".
El filósofo de la historia se siente fundam entalm ente filósofo, con una
tarea reflexiva y crítica, pero no sólo se preocupa por los problemas
que le sugiere su presente histórico, sino que también rastrea sus epí
gonos en el pasado, esto es, dedica parte de sus esfuerzos a cuestio
narse la tradición filosófica recibida.
Ciertam ente, com o ha afirm ado Javier Muguerza*” , en nuestros
días los tiempos no parecen estar para sistem as, y quizá la m uestra
más representativa de esto sea el frustrado intento haberm asiano por
elaborar — a modo de cuarta crítica kantiana, o de quinta, si tenemos
en cuenta la Crítica de la razón histórica de D ilthey— una Crítica de
la razón dialógica. Sin embargo, seguimos em peñándonos en conm e
m orar centenarios, hom enajes y jubileos en m em oria de los grandes
que son y han sido; si de verdad creyéramos que a nada conducen los
análisis sobre el pasado, tendríam os que concluir que pretendem os
salvar nuestra honrilla profesional con la entronización de una nueva
religión laica en la que adorar a nuestros santones, dado que la inspi-
16
ración y potencia filosófica murió con ellos. Podem os cuestionarnos si
la tarea fundamental del filósofo hoy es volver sobre los análisis del
pasado. Pero, ¿acaso podemos prescindir de las reflexiones ya realiza
das por los maestros del pensam iento? ¿Es lícito entrar con un m arti
llo en el museo de los grandes sistemas reflexivos y dem oler por com
pleto esa «galería de héroes de la razón pensante» a que aludía Hegel?
¿No continuam os siendo, a nuestro pesar, «enanos subidos a hombros
de gigantes» — como decía Newton siguiendo a Diego de Stúñiga— ?
Más bien debemos aceptar la sim biosis entre filosofía e historia de la
filosofía, entre ésta y la filosofía de la historia.
- i Mi filosofía de la historia se sitúa, pues, entre la ética y la historia.
Entre esas estim aciones de futuro a que aludía hace un rato y el cono
cim iento del pasado. Sin pretensiones om niabarcantes y om nicom -
prensívas de la historia, ni aspiraciones proféticas. De ahí el presente
título: Entre Casandra y Clío.
Ni el futuro se puede predecir, ni el pasado es algo fijo, cerrado,
terminado, como pretendía Peirce. En realidad siempre estamos revi
sando nuestras investigaciones sobre el pasado*, que sólo nos resulta
inteligible a la luz del presente.
* * *
A. D a n t o lo e x p r e s a así: « L a a f i r m a c i ó n d e P e i r c e es falsa. S ie m p r e e s t a m o s r e v i s a n d o
n u e s tr a s c r e e n c i a s s ob r e el p as ad o , y s u p o n e r lo ' ‘fi j ad o " s e r ía d e s le a l al e s pí ri tu de la in v e s t i
g a c i ó n hi s tó r i ca . En p ri n c ip io , c u a lq u ie r c r e e n c ia s o b r e el p a s a d o es s u s c e p ti b le de r ev is ió n,
q u i z á d e la m i s m a m a n e r a q ue c u a l q u i e r cr e e n c ia a c e r c a d e l f u t u r o » (H is to r ia v n a r ra c ió n ,
P ai d ó s , B a r c e lo n a . 1989, p. 102.
17
A Victoria Garrido y Pedro Pastur gracias por su am istosa pacien
cia con mis cuitas informáticas, por encima del tiem po y del espacio.
Tampoco quiero dejar de m encionar a mis amigos, filósofos y no
filósofos, que discutieron conm igo estos temas y estuvieron a mi lado
en esos momentos que hace falta mucha filosofía para encarar la his
toria: K. H. Alexander, Joseph Bärchen, Gerhard Biller, Durro Bobillo,
A ndrea Bohrm ann, Sonia Carboncini, Julián C arvajal, Silvia-E lena
Delmonte, Ulrike Diederichs, Ingrid Dietsch, Carm en Esteban, Anke
Finster, Wolfgang Graf, Christiane Heitmeyer, Martin Heitmeyer, Ima-
nol Irizar, H erm a Kliege, Anne Le Naour, M atti L ukkarila, M anuel
Luna, Inge Luz, Ralf Müller, Javier Rodríguez de Fonseca, Ina Saame,
Elena Salaverria, Max Stern, Jesús Torres, Eskarne Zubero y otros que
ya han sido mencionados y ellos saben quiénes son. Rosa García Mon-
tealegre, Carlos Gómez M uñoz, Ana Lozano, Fernando de M adariaga
y N uria Roca, no dejaron, además, de acom pañarm e en mis trances
oposicionales.
Por último, no quiero dejar en el olvido a todos aquéllos que tu
vieron que sufrir mis ausencias, algo que conllevan los períodos de
creatividad, muchas veces en momentos difíciles y dolorosos: Lorea
Aramayo, N atividad Areces, Elena Rodríguez González, Yolanda R o
dríguez González, y M anuel Rodríguez Aramayo y M anuel Rodríguez
San José — que ya no están para remediarlo-—. A lejandro Abad, A le
jandro A bad Roldán, Yolanda Moya, Teresa Roldán G onzález, Clara
Roldán Panadero y A lfonso Roldán Panadero, tuvieron que padecer
además mis altibajos de humor, por ser los más cercanos.
A Alfonso Roldán González y Concepción Panadero, gracias por
su com prensión y apoyo incondicional, siempre.
Y a Branko Kurtanjek, por ser mi Lebensgefährte en este último
lustro, no sólo en lo bueno.
Last but not least, mi agradecimiento a José Carlos Berm ejo por
su gestión editorial y sus comentarios de especialista en la materia.
Vale.
Madrid, 15 de noviem bre de 1995
18
CAPÍTULO PRIM ERO
LA PREHISTORIA
DE LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA
19
No obstante, la filosofía occidental es, en último término, fruto del
encuentro entre las teorías griegas antiguas y la reflexión religiosa
cristiana, y esto es algo que también atañe a la génesis de la filosofía
de la historia como disciplina independiente. De ahí que tengamos que
comenzar por hacer referencia a las posibles aportaciones para la filo
sofía de la historia por parte del pensam iento antiguo y medieval.
1. E l n a c im ie n t o de la h is t o r io g r a f ía
20
los primeros historiadores otorgándole el significado de «indagación»
o «investigación». Pero ya en el pensam iento griego prefilosófico y
precientífico puede rastrearse el origen etim ológico de algunas de es
tas connotaciones de la nueva historia «científica». Lledó4 analiza en
el lenguaje «prehistórico» griego aquellas palabras que representan el
paisaje sem ántico del que va a surgir la palabra «historia»; se refiere a
dos textos de la Ilíada donde, si bien Homero no em plea el término
«historia», baraja otro que podría tomarse com o antecedente: «histor»,
esto es, el testigo que sabe en tanto que ha visto. En el primero de los
textos m encionados5 dos hom bres discuten acerca del pago de una
multa y se reclam a la presencia de un histor que dirim a en la contien
da. En el segundo6, Ayax e Idom eneo discuten sobre qué auriga va en
primer lugar en una carrera y se reclam a también la presencia de un
histor, en este caso, de Agamenón; de ambos pasajes se desprende que
el histor es un testigo, que por haber visto y por atenerse a lo visto
puede dirim ir en las disputas.
El que ha visto, esto es, ha presenciado los hechos, «sabe». El sa
ber del testigo brota, pues, de la observación y de la experiencia, pero
no se acaba en ella, pues su fuerza y peculiaridad radican, precisa
mente, en que se trata de un saber cuya principal m isión no termina en
su expresión o com unicación, sino en la solución de un problem a para
el que ese saber sirve de testimonio. En ambos textos, se reclama un
testigo presencial de los hechos que dirima en una contienda, esto es,
que ejerza de juez de los hechos; en el caso de Agamenón, no es tanto
su autoridad lo que interesa como el testim onio de lo que ha visto,
aunque su autoridad sirva como confirm ación a la veracidad de su ex
periencia. El testigo es, pues, intermediario entre lo experimentado y
un supuesto destinatario, para el cual es importante la fidelidad de ese
testim onio7.
De esta m anera, el sentido etim ológico del térm ino «historia»
como indagación y narración de sucesos, aparece como derivado de
ese otro concepto de «histor» en el que el «sabio o conocedor» da pri
macía a la percepción directa de los hechos, a la observación de lo
visto. Pero, como acabamos de explicar, la función del testigo no ter
minaría con la m era transm isión objetiva de su testim onio, puesto que
éste será utilizado a su vez para la solución de un dilema, lo que lleva
do al campo que nos interesa significa que el historiador va a reclamar
la presencia objetiva de unos hechos históricos para solucionar un
problem a previam ente planteado. Desde el análisis del lenguaje m is
mo se nos m anifiesta, pues, que sin teoría no puede haber historia.
A hora bien, aunque la función del historiador-testigo responda
m ediatam ente a la form ulación de un problem a previo, la percepción
21
directa, la observación y la experiencia constituyen sin duda la base
de la incipiente m etodología historiográfica, Las preferencias en la an
tigua Grecia y luego en Rom a por la proxim idad temporal del objeto
de investigación8 eran fruto de la seguridad que brindaba a los histo
riadores el escribir historia cercana a lo contem poráneo9; según Mo-
migliano, esta preferencia por lo contem poráneo no resulta de una in
capacidad para analizar fuentes antiguas, sino que responde a un
intento consciente de optar por el testim onio directo que concede la
vista, como único modo de alcanzar la fiabilidad y credibilidad; de ahí
que los investigadores con pretensión de historiadores sólo se ocupen
— para decirlo con palabras de Hegel— de la historia inmediata, de
jando a los arqueólogos, filósofos y gram áticos el estudio del pasa
d o 10. Pero será este «exilio en el presente»11 lo que im pida precisam en
te a los historiadores antiguos justificar paso a paso su experiencia,
explicar de form a adecuada las causas que dieron origen a los hechos,
trascender el presente para m ejor comprenderlo. Es en este sentido en
el que Collingwood criticó a los historiadores griegos denominándolos
«autobiógrafos»12, al considerar que su m étodo les im pedía ir más allá
del alcance de la m em oria individual, ya que la única fuente que po
dían exam inar críticam ente era el testigo de vista con que pudieran
conversar cara a cara.
Así p u e s/e l surgim iento de la investigación histórica propiam ente
dicha consistirá en la interdependencia entre el planteam iento previo
de los problem as que se quieren solucionar y los hechos históricos,
aunque la investigación m ism a dependa en últim a instancia del desa
rrollo histórico de los acontecim ientos, pues, volviendo a nuestro
ejemplo, si Ayax e Idom eneo no hubieran estado presenciando una ca
rrera de carros en los juegos funerarios celebrados en honor de Patro
clo, no podrían haberse planteado la cuestión de qué auriga avanzaba
a la cabeza, ni habrían precisado de Agamenón como testigo. No po
8 « H e r ó d o t o es c r i b ió s o b r e las g u e r r a s m é d ic a s , un a c o n t e c i m i e n t o de la g e n e r a c i ó n p r e
c e d e n te ; T u c íd id e s e s c r i b ió la h is to r i a de la g u e r r a c o n t e m p o r á n e a de l P e l o p o n e s o ; J e n o f o n te
se ce n tr ó en la h e g e m o n í a e s p a r t a n a y t e b a n a d e la q u e h a b í a si d o test ig o. ..» , cfr. A. M o m i -
GLIANO, La h is to r io g r a fía g r ie g a , C rít ic a , B a r c e lo n a , 1984, p. 47.
9 E n est e s e n ti d o h a a f i r m a d o r e c i e n t e m e n t e J. C. B e r m e j o , en su E n tre h is to r ia y f i l o s o
fí a , A k a l, M a d r id , 1994, p. 186: « L a H i s t o r i o g r a f í a g r ie g a e n t r a r ía d e n t r o del g é n e r o qu e hoy
l l a m a r í a m o s H is to r ia C o n t e m p o r á n e a , p u e s t o q u e los p r i n c i p a l e s h i s t o r i a d o r e s , o b ie n s on
c o n t e m p o r á n e o s de los a c o n t e c i m i e n t o s q u e d e s c ri b e n , c o m o H e r ó d o t o , T u c íd id e s . P o li b i o o
Fl av i o J os e f o , o bi en r e c u r r e n a los h e c h o s del p a s a d o p a r a b u s c a r lo q u e M ic h e l F o u c a u l t
ll a m a r í a la “g e n e a l o g í a del ti e m p o p r e s e n t e ” ».
10 Cfr. M o m i g l i a n o , op. cit., p. 101.
" M e a p r o p i o a q u í de la e x p r e s i ó n e m p l e a d a p o r J. L o z a n o , op. cit., pp. 25 -2 8 . « P e n s e
m o s — d i c e — , p o r e j e m p l o en T á c it o . R e s e r v a el t é r m i n o H is to r ia e a los i n f o r m e s s o b r e la
é p o c a q u e él o b s e r v ó p e r s o n a l m e n t e , m i e n tr a s qu e a sus o b r a s s o br e el p e r í o d o an t e r io r las
int itu ló A n n a le s » (p. 28).
« P u e d e de c ir s e q u e en la a n t i g u a G r e c i a no h u b o H i s t o r i a d o r e s en el m i s m o se n ti d o
q u e h u b o artistas y fil ó so fo s: n o h a b í a p e r s o n a s qu e d e d i c a r a n sus v id a s al e s tu d i o de la his
toria; el h is to r i a d o r s ó lo er a el a u t o b i ó g r a f o de su g e n e r a c i ó n , y la a u t o b i o g r a f í a no es una
p r o f e s ió n » , R. G. C o l l i n g w o o d , Id e a d e la h is to r ia (trad, de E. O ' G o r m a n y J. H e r n á n d e z
C a m p o s ) , F.C.E., M é x ic o , 1946, p. 35.
22
demos hablar de historia o de filosofía como experiencia de hechos en
el vacío, sin un punto de partida previo, como muy bien expresa A g
nes Heller: «El filósofo no puede com enzar de cero sin correr el ries
go del diletantism o. Lo m ism o vale para la historiografía... No existen
los hechos “desnudos” ; los hechos siem pre están encajados en teo
rías»13. De m anera que, si bien la base de la historia es el interrogato
rio de los testigos (consulta de documentos), el proceso de «dar signi
ficado» a un acontecim iento o a una serie de acontecimientos implica
un procedim iento m etodológico14, o, si se prefiere, una idea previa a la
experiencia que funcione respecto a ella como una retícula.
En este sentido, podemos considerar a Hecateo de M ileto (ca. 500
a. C.) com o el precursor del discurso histórico al mostrarse consciente
del paso de la narración m ítica a la indagación geográfica, etnográfica
e histórica, con las tan citadas palabras que inician sus Genealogías:
«Así habla Hecateo de M ileto: escribo lo que sigue según lo que me
parece ser la verdad, pues las historias referidas por los helenos son
numerosas y a menudo ridiculas»15. Esta actitud crítica hará que se ini
cie en G recia una tradición histórica que se oponga a los mitos y que
cifre sus expectativas en la eliminación de los mismos. Hecateo com
pone «genealogías» desde los tiempos prim itivos hasta el presente de
su época, com o arm azón para una historiografía científica a la cual
proporcionan su material la épica y las listas históricas; en ellas asig
na a cada generación una duración m edia de cuarenta años, elaboran
do con este criterio el árbol genealógico de los Heráclidas y el de su
propio linaje; asim ism o dedicó parte de su obra a la descripción de la
tierra y de los pueblos conocidos que la poblaban, basándose para ello
en gran parte en sus v iajes16. Con esto se inicia también la tradición
del historiador com o viajero, que tiene que desplazarse al lugar de los
hechos para poder transm itir lo que ha presenciado. El tiempo y el es
pacio com ienzan a concebirse con ello com o algo cronom etrable y
abarcable, frente a los relatos míticos que referían historias acaecidas
en el más allá habitado por los dioses y los héroes, y que se perdían
en la noche de los tiem pos. La historia habrá de ser desde Hecateo
algo fundam entalm ente humano, aunque en las narraciones de estos
primeros historiadores continúen m ezclándose de forma inevitable as
pectos míticos, com o algo inherente a su cultura.
Como continuador de Hecateo se nos presenta Heródoto de Halicar
naso (484-426 a. C.) al iniciar el proemio de su Historia de la siguiente
manera: «Esta es la exposición del resultado de las investigaciones de
Heródoto de Halicarnaso para evitar que, con el tiempo, los hechos hu-
23
m anos queden en el olvido y que las notables y singulares empresas
realizadas, respectivamente, por griegos y bárbaros — y, en especial, el
motivo de su mutuo enfrentamiento— queden sin realce»17.
Se suele hacer referencia a Heródoto como prim er historiador del
mundo occidental18 por ser la suya la prim era obra extensa en prosa
griega —jónica— que se ha conservado. Antes de él, o contemporánea
mente, escribieron pequeños tratados monográficos de corta extensión
filósofos como Heráclito y Demócrito, logógrafos o «narradores de his
torias» como Cadmo de Mileto, Acusilao de Argos e incluso su precur
sor Hecateo de Mileto, o el médico Hipócrates; se trata de los primeros
ejem plos del género filosófico o científico, escritos a partir del s. vi
a. C., constando de un proemio y una pequeña narración, pero conti
nuando, en cierto modo, el contenido y el estilo de las pequeñas com
posiciones de la lírica. Con la Historia de Heródoto nos encontramos
con una obra en prosa que compite con la gran epopeya, con Homero.
En este sentido, nos transmite — igual que Homero en su Ilíada con la
guerra de Troya— que su intención al narrar las Guerras M édicas es
evitar que las grandes acciones queden privadas de gloria, tanto las de
los griegos como las de los bárbaros; pero va a contar además las causas
por las que guerrearon, y aquí se marca la distancia con las explicacio
nes míticas de la epopeya homérica. Como pormenorizaré más adelan
te, Heródoto abandona la historia m ítica para pasar a la contem porá
nea; los dioses ya no están presentes en su Historia, al menos en forma
personal y directa, sino que los acontecimientos humanos adquieren su
pleno protagonismo; además, será él mismo quien se haga responsable
de su propia investigación, basada en la observación de los hechos o
en la comprobación de los testimonios e interpretaciones de otros, para
dar una visión general, no unilateral, de los sucesos narrados19.
En el racionalismo naciente de Heródoto hay todavía muchas su
pervivencias de la tradición mítica, pero el hecho de que yuxtaponga
los temas frecuentes en los poetas líricos, la m etafísica que ha presidi
do el nacimiento de la tragedia, las enseñanzas de los logógrafos y los
viajeros, y las preocupaciones del nuevo espíritu crítico, resulta extre
m adam ente valioso y doblem ente revelador. Por una parte, perm ite
captar las estructuras dom inantes del pensam iento tradicional y en
contrar en forma más depurada la visión del m undo que subyace, por
ejemplo, a las obras de Píndaro o Esquilo. Por otra parte, hace posible
una m ejor com prensión de la am bigüedad del pensam iento clásico
griego en su origen, impregnado aún del espíritu mitológico y, sin em
bargo, abierto ya a la crítica racional20.
24
Desde un punto de vista etimológico, es también en H eródoto don
de encontramos por prim era vez el sustantivo «historia», no sólo en el
proemio antes citado, sino también en otros lugares de su obra21. El
sentido de este término es el de «investigación» o «indagación» y vie
ne a resum ir el doble empeño del autor, a m odo de incipiente m etodo
logía histórica, esto es, la pretensión de salvar la m em oria del pasado
y el buscar las razones y causas que expliquen determ inados aconteci
mientos. En este punto se aparta H eródoto de Hecateo, pues ya no
sólo cifra su tarea en narrar con exactitud lo acaecido, sino que por
ende quiere evitar los «relatos» de los logógrafos, entre los que sitúa a
Hecateo22, para presentar en lugar de ellos «investigación», «historia».
Heródoto quiere ser «investigador», hombre de ciencia riguroso, y
para ello intensifica la actitud crítica de Hecateo. Quiere presentar la
verdad, los hechos positivos, de ahí que no describa el pasado remoto,
sino el más próxim o a él; no escribe la historia primitiva, sino las lu
chas de los helenos con los bárbaros desde la época de los lidios hasta
el 479 a. C., la historia de los setenta años anteriores a su nacim iento23.
La razón es que de estos tiempos más cercanos pueden darse relatos
más seguros, pues cabe interrogar a testigos presenciales e investigar
en su lugar los monumentos en los que el pasado continúa viviendo.
La documentación escrita constituye la parte m enor de las fuentes con
que trabaja Heródoto, refiriéndose con m ayor frecuencia a las cosas
que ha visto en sus v iajes24 o que escuchó de personas anónim as25,
constituyendo su principal tarea la exclusión — con un criterio propio
de persona ilustrada— de todo aquello que debe considerarse increíble
para la sana razón de un hombre de su tiem po26; de ahí que, mientras
tiene certeza de su percepción directa, requiera confirm ación y con
traste de lo que otros le han contado27.
La crítica al método empleado por Heródoto en sus investigacio
nes com enzó con su discípulo y com petidor Tucídides de Atenas
(aprox. 464-404 a. C.), quien, escéptico, desconfió sistem áticam ente
de los testigos directos, pues «presentan versiones que varían según su
25
sim patía respecto de unos y otros, y según su m em oria»28. Ésta era a
sus ojos, probablem ente, la razón de que la historia se confundiese
muy a menudo con la erudición superficial, de ahí que evite la palabra
«historia», que tiene, para él, un eco de las fabulaciones más o menos
reales de H eródoto29. La prim era fuente de credibilidad que admitirá
Tucídides será su propia experiencia visual, después, una crítica lo
más cuidadosa y com pleta posible de sus inform aciones, sin fiarse
nunca «ni de los datos del primer llegado ni de sus conjeturas perso
nales», acusando tácitam ente a Heródoto al afirm ar que el resultado al
que llegará por su método histórico será «una adquisición para siem
pre y no una obra de concurso que se destina a un instante»30. Irónica
mente, la obra de Heródoto no sólo fue muy popular desde el m om en
to mismo de su publicación, sino que su lectura aparece testim oniada
por num erosas citas en la época romana, y ha continuado siendo el
historiador griego más conocido hasta nuestros días.
Sin duda, la innovación de Tucídides reside en su mayor aproxi
m ación a los testim onios escritos, lo «único adquirido para siempre».
Sin embargo, no puede ser considerado por ello com o un mero m em o
rialista; no son sólo los grandes hechos los que le interesan, ni su cu
riosidad es la de un poeta o un viajero, sino que su docum entación va
a referirse a los hechos considerados.\Su Historia es menos un relato
que tiende a hacer im perecederos los acontecim ientos pasados que
una dem ostración destinada a deducir las leyes generales de una evo
lución histórica.. Como dice Chátelet, «la necesidad política, el rigor
que preside el desenlace de los encuentros militares, la constancia de
los principios que caracterizan a la naturaleza hum ana, el realism o
profundo que revela a fin de cuentas cualquier acción que com prom e
ta la vida, el honor o el interés de quienes participan en ella, todos es
tos factores contribuyen a hacer de la indagación histórica algo más
que un m em orial»31. De esta manera, su pretensión de que sea una ad
quisición para siempre se refiere también a que sea susceptible de ins
truir a las generaciones futuras, de prevenir los errores y servir de
guía a los políticos. Con el carácter dram ático de su relato de la gue
rra 32 se deja traslucir la esencia m ism a de la violencia colectiva, y,
aunque no tenga intención de ello, el historiador se m uestra moralista,
o, al menos, pensador que busca las constantes y descubre las estruc
turas profundas del acto histórico humano, del dram a individual o co
lectivo.
28 T u c í d i d e s , H is to r ia d e la g u e r r a d e l P e lo p o n e s o , I, 2 2 . 3. E x i s t e tr a d u c c ió n ca st el la n a,
H e r n a n d o , M a d r id , 19 7 3 .
Cfr. E. L l e d ó , op. cit., p. 98.
30 Cfr. I, 22, 4.
31 F. C h á t e l e t , op. cit., p. 126.
32 « N u n c a ha b í a n s id o t o m a d a s y d e j a d a s sin h a b i ta n t e s ta nta s c i u d a d e s , u n as p o r los bár
ba ros . otra s p o r los m i s m o s gr ie go s lu c h a n d o un o s c o n ot r os ( h ay a l g u n a s in c lu s o q u e al ser
to m a d a s c a m b i a r o n de h a b i ta n t e s ), ni h a b í a h a b i d o ta n to s d e s ti e r r o s y m u e r te s , u n as en la
g u e r r a y las ot ra s po r las lu c h as ci vi le s» , I. 23. Cfr. F. C h á t e l e t , op. cit., p. 121.
26
λ Desde este momento se capta mejor la diferencia que separa a He
rodoto de Tucídides. Para el primero, la historia en el sentido de histo
ria rerum gestarum todavía está separada de su significación filosófi
ca; hay que hacer un gran esfuerzo para encontrar en la lectura de los
hechos el hilo de una concepción general del devenir histórico; aun
que algunas veces el acontecim iento esté sometido a la crítica, la ra
cionalización del dato apenas está esbozada. Por el contrario, en Tucí
dides encontram os conceptos clave que perm iten com prender toda
acción humana; no se trata de una filosofía «sobre» la historia o m e
nos aún de una moral «a propósito de» la historia, sino más bien de
una historia rerum gestarum original, que es inm ediatam ente historia
filosófica33. Aunque sea consciente de que las pasiones y las luchas
im perialistas preponderan en la historia, Tucídides tiene un ideal del
hombre tal como debería ser (honorable, fiel, noble, piadoso, razona
ble, previsor, comedido, reflexivo y valiente); querría verle obrar por
principios y con reflexión, justam ente y en beneficio de la comunidad;
pero sólo excepcionalm ente existen hombres así. C ontem poráneo de
Protágoras y Eurípides, aprendió de ambos a caracterizar al individuo
y a conocer sus pasiones. Por todo esto, resulta dem asiado sim plista la
asimilación que hace Hegel de Heródoto, Tucídides «y demás histo
riógrafos semejantes», incluyéndolos a todos en el m ism o saco de su
«historia inm ediata»34.
Quiero poner punto final a este recorrido por los orígenes de la
historiografía con una breve referencia a Jenofonte de Atenas (ca. 430-
353), quien representa a mi juicio un hito im portante en el desplaza
miento que va a experim entarse en los com ienzos m ismos del pensa
miento occidental desde la historia hacia la filosofía. Jenofonte con
tinuó con sus Helenica la obra de Tucídices en vida de éste, pero su
representatividad en la historia de la historiografía queda reducida a la
confección de pequeñas memorias como la conocida A nabasis'5. Dis
cípulo de Sócrates — quien le salvó la vida en la batalla de Delio— ,
ha pasado a la posteridad por la im portancia de las lucubraciones filo
sóficas que aparecen en las obras dedicadas a su m aestro, como las
M emorabilia o la Apología de Sócrates, donde nos presenta a un pa
dre de la filosofía mucho menos atractivo e idealizado que el que nos
transmite Platón, en el que predom ina el sentido común y la referencia
constante a las cosas cotidianas .'"En cualquier caso, y sin quererlo, Je
nofonte inició la tradición de una historia de la filosofía hecha por his
27
toriadores-filósofos36, un precedente de gran im portancia, pero a todas
luces insuficiente para construir un puente entre historia y filosofía,
que en el mundo griego se presentan divorciadas.
2. I d e a s precursora s de la f il o s o fía de la h is t o r ia
28
Croce se muestra mucho más drástico en sus afirmaciones, al sostener
que el hombre griego, quien veía las cosas humanas sujetas al proceso
cíclico de recurrencias fatales, fue incapaz de concebir las ideas de es
píritu, de humanidad, de libertad y de progreso40, cosas todas que le
incapacitarían para encarar una filosofía de la historia.
Frente a estas apreciaciones se han enunciado otras fundam ental
mente opuestas a ellas, abogando por la defensa de un sentido históri
co en la cultura griega, como la m encionada de Schwartz. Así, Rodolfo
M ondolfo sostiene que en obras de la literatura y de la filosofía grie
gas se encuentran textos que ponen de m anifiesto una clara teoría del
progreso, teoría que supone un preciso sentido de la historia41; su te
sis, defendida con notable erudición y vigor, no está, sin embargo, a
cubierto de objeciones; se apoya, por ejemplo, en dos argumentos fun
damentales que avalarían la presencia de una teoría del progreso: uno,
que por obra de la necesidad van increm entándose los conocimientos
y los recursos técnicos del hombre, y otro, que los pensadores griegos
veían en la destrucción de las civilizaciones sólo el resultado de facto
res externos al hom bre, nunca internos; sin em bargo, no me parece
sostenible que una teoría que explica el progreso creciente por la ne
cesidad pueda constituir una concepción de la historia como desarrollo
progresivo, sino que más bien establece una m era relación de causa y
efecto entre necesidad y conocim iento42; por otra parte, el concepto
griego de «degeneración» no hacía referencia únicam ente a factores
externos, sino que también incluía la vida m ism a del hombre, puesto
que el tiempo m ism o es concebido com o algo que deshace la vida,
tanto de individuos como de civilizaciones — de ahí que la única con
cepción de eternidad provenga de la sucesión cíclica de lo mismo.
Con la opinión de M ondolfo coincide la de W ilhelm N estle43, quien
está persuadido de que en algunos autores helénicos — como H eródo
to y Polibio— existió una cierta filosofía de la historia y de que ella
era expresión de una clara conciencia histórica. Y en la misma cuerda
se sitúa Bréhier, apoyándose en la obra de Polibio y en algunas obser
vaciones de Nestle, al afirmar que el hecho de que el cristianism o hu
biera traído a la civilización de Occidente el aporte de una visión de la
Historia, no significa que ésta sea la prim era; en su opinión , la de los
griegos era distinta, pero no por eso dejaba de ser, estrictamente, una
filosofía de la historia44.
29
En mi opinion, hay un hecho clave que nos impide hablar con pro
piedad de una filosofía de la historia en el pensam iento griego, y es la
m arginación a que se ve sometido el saber histórico, incapacitado para
entrar en los verdaderos campos del conocim iento inteligible. Es cier
to que en algunos autores — como veíamos en el apartado anterior—
aparecen destellos que pueden interpretarse com o un cierto sentido
histórico, pero también es obvio que en ninguno de ellos existe volun
tad de reflexionar sobre el devenir histórico para buscar un sentido a
la form a en que se desarrolla la historia, ni tam poco intentan referirse
a unas coordenadas universales que enm arquen este desarrollo. Para la
m ente griega, la historia es fragmento, y el tiempo una m era función
del acontecim iento relatado, más un tiem po lógico que cronológico;
en este sentido, me parece muy acertada la afirm ación de M eyerson
sobre Heródoto, y que yo haría extensiva al pensam iento griego en ge
neral, por lo que a la concepción del tiempo y de la historia se refiere:
«...la historia está hecha de sucesos y de cuadros singulares, sorpren
dentes, llam ativos; ella no se desarrolla; los actos sucesivos de los
hom bres no forman, según la fórm ula feliz de Focke, un hilo rojo,
sino manchas rojas»45.
Sin embargo, aunque la cultura griega carezca de una conciencia
histórica profunda que exprese la propia concepción del mundo, pode
mos encontrar de forma rudim entaria en las expresiones de su histo
riografía y filosofía nacientes algunas ideas precursoras de teorías que
posteriorm ente aparecerán en el marco de una filosofía de la historia.
Lim itém onos a enum erar algunas de estas intuiciones fundam enta
les: 1) Explicación del origen del universo y del hom bre por teogonias
y cosmogonías filosóficas (de Hesíodo a Heráclito); 2) Indagaciones
sobre el estado prim itivo del hombre y los com ienzos del desarrollo
cultural, plasmadas en la creencia en un estado prim itivo paradisíaco
— una edad de Oro donde imperaban la paz y la justicia— que habría
ido degenerándose por el desgaste de la cultura a lo largo de sucesivas
edades — plata, bronce, hierro— , con lo que descubrim os que la exal
tación de un estado prim itivo feliz va aparejado con la limitación del
valor de la cultura técnica (Heródoto, Ovidio, Demócrito, Protágoras,
Platón, Séneca); en la escuela epicúrea46 hubo, sin embargo, juicios
menos favorables sobre la bondad de este estado prim itivo, lo que
M ondolfo interpreta en el lugar arriba m encionado como una aproxi
mación a la teoría del progreso; 3) Explicaciones acerca de las leyes
que rigen la sucesión cíclica de las formas de gobierno, como si los
Estados disfrutaran de una especie de vida orgánica, consistente en
nacer, crecer, florecer y morir (destaca Polibio)47.
En la prim era parte de este capítulo hacíam os un pequeño recorri
J' I. M e y e r s o n , « L e te m p s , la m é m o i r e , l 'H i st o ir e » , en J o u r n a l de P s y c h o lo g ie n o r m a le
et p a th o lo g iq u e , Paris, 1956, n." 3, p. 339.
" Cfr., p o r e j e m p l o , L u c r e c i o , D e re n u n n a tu r a , V, 9 0 7 ss.
J7 S o b r e es to s p u n to s es i n t e re s a n te c o n s u lt a r J. T h y s s e n , H is to r ia d e ¡a fi lo s o fía de la
h is to r ia , trad, de F. K o re ll , E s p a s a C a l p e A r g en ti n a, B u e n o s A ir e s , 1954, pp. 15-21.
30
do por los orígenes de la historiografía, observando un paulatino des
plazamiento hacia quehaceres filosóficos en los prim eros historiadores
griegos. Ahora vamos a analizar som eram ente la opinión que tenían
algunos de los prim eros filósofos, para desentrañar si acaso nos en
contramos con una incipiente filosofía de la historia, o, al menos, con
una filosofía de la historia en germen, com o fruto de ese tem prano es-
coramiento de la historia hacia la filosofía.
No puede decirse que en estos primeros momentos asistamos a un
enfrentamiento entre historiadores y filósofos, como el que habrá de
darse en el siglo xix y que provocará com entarios com o el de J.
Burckhardt — quien profesa de historiador y quiere evitar, sobre todo,
hacer una filosofía de la historia— : «La filosofía de la historia es un
compuesto heterogéneo, una contradictio in adjecto, pues la historia
coordina y la filosofía subordina. En cambio, cuando la filosofía trata
de penetrar directam ente el gran m isterio de la vida, se eleva muy por
encima de la historia que, aun bien comprendida, no puede alcanzar
sino indirecta e im perfectam ente este fin»48.
- Los filósofos griegos no m enosprecian la historia. Tampoco la nie
gan, como no pueden negar el devenir histórico, e incluso le dedican
sus esfuerzos, pero considerando que se trata de un saber inferior, ba
sado en la percepción, en la opinión (de los testigos presenciales); de
ahí que este saber deba som eterse a otro superior, fundam entado en
ideas y conceptos; esta es la m anera en que la historia debe ser supe
rada por la filosofía.
Para Platón (428/429-347) y Aristóteles (ca. 384-322) el término
«historia» era expresión de la ingenuidad de la conciencia griega du
rante las guerras M édicas. Heródoto pretendía, como prim era m anifes
tación de voluntad histórica al reconocer el ser temporal del hombre,
com prender e interpretar los hechos, pero apenas supera la transcrip
ción del pasado como tal. Tucídides va más lejos y con él el devenir
adquiere una significación precisa: ya no basta con traducir el pasado,
hay que sacar de él una enseñanza para siempre y, por consiguiente,
darle un sentido; pero el m ensaje del historiador es negativo, pues re
com ienda una prudencia que el curso de los acontecim ientos puede
destruir a cada instante; lo que define Tucídides es menos el destino
del hombre que una sabiduría completam ente singular, la que consiste
en refugiarse en un retiro apartado y comprender, com prender triste
mente que sólo se puede describir a los héroes, decir cómo deben ser
los grandes hombres, a sabiendas de que su presente hacía inoperantes
todas las respuestas y propuestas teóricas que pudiera ofrecer. Para
entender este pesimismo, hay que recordar el drama político que se vi
vía en Grecia; la Historia de la guerra del Peloponeso es la descrip
ción de un fracaso: el im perialism o era incapaz de asegurar la pacifi
cación del mundo griego. Como afirm a Collingwood: «Vivían en una
48 J. B u r c k h a r d t , R e fle x io n e s so b re la h is to r ia d e l m u n d o (trad, d e L. D a l m o r e ) , El A t e
neo , B u e n o s A ire s , 1945, p. 16.
31
época en que la historia se m ovía con extraordinaria rapidez, y en un
país donde los terremotos y la erosión m udaban la faz de la tierra con
una violencia difícil de experim entar en otra parte. Veían la naturaleza
como un espectáculo de cambios incesantes, y a la vida humana como
algo que cam biaba con más violencia que cualquier otra cosa»49.
Los historiadores de gestas bélicas han descubierto que ser hum a
no es ser temporal y que la tem poralidad no es sólo fuente de grande
za y hechos heroicos, sino también origen de desgracias. Pero frente a
su postura de avestruz que les hace encerrarse en un retiro a com pren
der lo que ha sucedido y hacer de historiadores, opondrá Platón una
racionalización que conduzca a la acción; como filósofo se aparta del
devenir, siguiendo un camino intelectual que le perm ita escapar de lo
sensible en aras de un objeto de conocim iento inmutable; como políti
co construye una ciudad ideal; como historiador se complace en evo
car — contrariam ente a Heródoto y Tucídides— leyendas y mitos des
tinados solamente a ilustrar una dem ostración abstracta50.
En esto consiste la tendencia anti-histórica de la filosofía. Puesto
que el objeto que el historiador considera es el propio devenir — in
cluso los hechos del pasado son actos que pertenecen a un mundo
cam biante— , no pueden constituir el conocim iento propiam ente dicho
(epistéme), sino sólo un sem i-conocim iento empírico, fruto de la opi
nión (dóxa), esto es, un saber inm ediato, sin fundam ento de razón e
incapaz de dem ostrarse, válido únicam ente para el m om ento de su
propia duración y no en todas partes y para siempre. En la posición
extrem a de los eleáticos, la historia tenía que ser imposible. Para Pla
tón y Aristóteles había en el conocim iento histórico algo de real, en
cuanto perceptible, pero com o conocim iento altam ente ininteligible,
algo que no podía ser objeto de ciencia. Para ambos, puede ser conve
niente recordar la historia de los acontecim ientos, en cuanto sirve de
pronóstico en los procesos rítmicos a que se ve sometida la vida hu
mana, pero, valiosas y todo las enseñanzas de la historia, su valor está
limitado por la ininteligibilidad de su contenido, condenado a ser un
mero agregado de percepciones.
Esta es la razón, tal y como nos transm ite L ledó51, de que el térm i
no «historia» aparezca casi desterrado en los escritos de Platón y con
un contenido muy limitado en los de Aristóteles. En Platón lo encon
tramos en el Cratilo (437 b), donde se da a esta palabra una curiosa
etimología, y en otro pasaje, poco interesante, del Fedro (244 c); por
último, en el Fedón (96 a), aparece en un sentido muy preciso: como
un estadio prim itivo de lo que después va a ser filosofía: «cuando era
joven estuve asombrosamente ansioso de ese saber que ahora llaman
“investigación de la naturaleza” (physeos historia), porque me parecía
ser algo sublim e conocer las causas de las cosas». Este sentido de
«historia» com o conocim iento y estudio de la naturaleza adquirirá
32
precisión term inológica con Aristóteles, quien también entenderá por
historia el conocim iento de los hechos pasados, investigación o bús
queda, e incluso sab er52. Por lo que respecta a la historia entendida
como narración de los hechos pasados, me parece interesante traer a
colación — por redundar en favor de la tesis que vengo manteniendo—
un texto aristotélico en el que nos trasmite que la poesía es más cientí
fica que la historia por añadir un juicio universal a lo que en ésta es
mera colección de hechos empíricos; reza así: «En efecto, el historia
dor y el poeta no se diferencian por decir las cosas en verso o en prosa
(pues sería posible versificar las obras de Heródoto y no serían menos
historia en verso que en prosa); la diferencia está en que uno dice lo
que ha sucedido, y el otro lo que podría suceder. Por eso también la
poesía es más filosófica y elevada que la historia; pues la poesía dice
más bien lo general, y la historia lo particular»53. Así, mientras la histo
ria se ocupa de lo contingente, lo empírico, lo particular, la poesía — por
no ser esclava de los acontecimientos reales— puede dirigirse directa
mente a lo universal y hacerse m erecedora de rango filosófico.
Así pues, para el pensam iento griego es filósofo54 quien es capaz
de adquirir conocim ientos científicos (en el sentido de epistéme) in
mutables, esto es, no sujetos al devenir histórico, ni a los avatares de
los acontecim ientos. Y la historia m ism a se escapa, por su carácter
contingente, de ser objeto de atención filosófica.vUnicam ente Polibio
(210-120), ya en pleno período helenístico, parece aproxim arse a una
concepción más científica de la historia, sin duda anim ado por la ex
periencia del m om ento histórico que le tocaba vivir55, y en sus análisis
podemos atisbar algunos elementos precedentes de una concepción fi
losófica de la historia: para él todos los acontecimientos conducían a
52 R e s p e c t o a los s e n t i d o s de « in v e s t ig a c ió n » o « b ú s q u e d a » y « c o n o c i m i e n t o » o «s ab er »,
cfr. p o r e j e m p l o , D e c o e lo (2 9 8 b 2), D e a n im a (4 0 2 a 4) o H is to r ia a n im a liu m (491 a 12).
53 A r i s t ó t e l e s , P o e tic a 1451 b, si g o la tr a d u c c ió n de V. G a r c í a Yebra, G r e d o s , M a d ri d ,
1974, p. 157. S o b r e la r e l a c i ó n en tr e hi s to r i a y p o é t i c a es in t e r e s a n te c o n s u l t a r J. L o z a n o , op.
cit., pp. 115-121.
54 E. L l e d ó , op. cit., p p . 11 8 -1 2 2 a n a l i z a l o s o r í g e n e s e t i m o l ó g i c o s d e l t é r m i n o « f i l ó s o
f o» q u e s e g ú n a l g u n o s a u t o r e s s e r e m o n t a r í a a H e r á c l i t o y s e g ú n o t r o s a P i t á g o r a s . T a r e a e n -
c o m i a b l e d e l a q u e p a r e c e n s e r e x c l u i d a s l a s m u j e r e s — ¿ a c a s o m á s s u j e t a s al d e v e n i r ? — si
a t e n d e m o s a l a s v e c e s q u e s e h a b l a e n l o s t e x t o s g r i e g o s de l « v a r ó n f i l ó s o f o » (p h iló s o p h o s
a n ér); c fr., p o r ej., H e r á c l i t o , f r a g m e n t o 35 ( D i e l s , I, 159), y P l a t ó n , F e d ó n , 6 4 d, 84 a, 95
c; S o fista , 2 1 6 a; y T im eo , 19 e. C f r . t a m b i é n al r e s p e c t o , E. L l e d ó , op. cit., p. 120.
55 P o lib io . na c id o en M e g a l o p o l i s , p e q u e ñ a c i u d a d de A rc ad ia , e s t u v o in m e r s o d e s d e su
infa ncia en el a m b ie n t e po lí ti c o de su épo c a: su pa d re, Li cor tas , er a j e f e del p a r t id o m o d e r a d o
y en el añ o 185 a. C. fu e e l e g i d o m á x i m o m a g is tr a d o d e la L i g a o F e d e r a c i ó n aq ue a. El m i s m o
era s e g u n d o m a g i s t r a d o de la L i g a en p le n a g u e r r a de R o m a c o n t r a M a c e d o n i a (1 72 a. C. ) y
fue d e p o r t a d o a Ital ia c u a t r o añ os d e s p u é s , tras la v ic to ri a de los r o m a n o s . G r a c ia s a la p r o te c
ción de la f a m il i a d e E s c i p i ó n E m il i a n o , de q u ie n h a b í a sido tutor, t uv o a c c e s o a los m e jo r e s
círc ulos de R o m a , p u d i e n d o re u n i r gr an n ú m e r o d e d o c u m e n t o s de los a rc h i v o s d e la ci u d ad ,
así c o m o te s t im o n i o s de te st ig o s p r es en ci al e s, e l e m e n t o s qu e le sir v ie ro n a p ar ti r de 150 a. C.
— en qu e se le p e rm it i ó r e g r e s a r a su p at r ia — p a r a d ed ic ar s e a e n t e n d e r y e x p l ic a r a los g r ie
gos la g é n e s i s y el d e s a r r o ll o del p o d e r í o ro m a n o , r e d a c t a n d o p a r a ello u n a hi s to r i a un ive rsa l.
C o m o a c o m p a ñ a n t e de E s c i p i ó n p u d o asis ti r u n o s a ñ o s d e s p u é s al a s e d i o y d e s t r u c c i ó n de
C art ag o. a s í c o m o a un v ia je de e x p l o r a c ió n p o r la co s ta n o r te af ri ca n a. P o r últ im o, c a b e res e
ñar su f u n c i ó n c o n c i l i a d o r a en tr e g r ie g o s y r o m a n o s tras el s a q u e o de C o r i n t o p o r p art e de és-
33
la dom inación del mundo por parte de R om a56, la Fortuna había guia
do todos los asuntos del mundo y la tarea que se arrogaba como histo
riador consistía no tanto en narrar hechos inconexos como en indagar
críticam ente cuándo y cóm o se originaron los sucesos y cóm o se diri
gió a su fin 37.,
Polibio caracterizaba el tipo de historia que él hacía como prag
mática, entendiendo por ello el estudio no de leyendas o genealogías,
sino de hechos descritos detalladam ente y explicados causalm ente en
función de las intenciones y decisiones de los agentes; de aquí que los
acontecim ientos no puedan exponerse de modo m eram ente inconexo,
sino que se presentan condicionados lógicam ente unos por otros, inte-
rrelacionando además lo que sucede en todas las partes del mundo ha
bitado. En su explicación histórica distinguirá Polibio la causa, el ini
cio y el pretexto de los acontecim ientos: «Yo sostengo que los inicios
de todo son los prim eros intentos y la ejecución de obras ya decididas;
causas son, en cambio, lo que antecede y conduce hacia los juicios y
las opiniones; m e refiero a nuestras concepciones y disposiciones y a
los cálculos relacionados con ellas: gracias a ellas llegamos a juzgar y
a decidir»58. Con otras palabras, la misión del historiador es interpretar
racionalm ente las reflexiones y decisiones que llevaron a los protago
nistas a la acción, y en esto consiste el valor práctico — y no m era
mente teórico de la historia— en cuanto que se convierte en escuela y
campo de adiestram iento para la política; aunque Polibio no cree que
el estudio de la historia pueda im pedir a los hombres caer en los erro
res de sus predecesores, sí considera que de este aprendizaje se des
prende un fortalecim iento interior que conduce a la victoria sobre las
circunstancias. Podem os decir que en Polibio aparece la tensión estoi-
34
ca que acom pañará a la filosofía especulativa de la historia en siglos
venideros, entre la m utable Fortuna, con su fuerte elemento determ i
nista, y las acciones de los individuos; los hombres no se sienten due
los de su destino y, precisam ente por ello, el éxito de sus acciones no
se m uestra en los acontecimientos externos, sino en el gobierno inte-
rjor del ánim o con que se enfrenta a ellos.1Existe una especie de fuer
za superior, Fortuna o Destino (tijé) que domina a los hombres, a los
dioses, a los Estados, y aunque es más bien una fuerza ciega que un
sistema ordenado de leyes, su modo de actuación puede ser com pren
dido m ediante el análisis de los fenóm enos históricos; en cualquier
caso, la actividad de los indiviuos aparece rebajada al insistirse en la
presencia del destino^ Quizá por este fondo estoico, no serán los indi
viduos los responsablés de la marcha de la historia, sino los pueblos,
como dice M osterín: «Polybios no sólo explicó la irresistible ascen
sión de R om a en el mundo antiguo. También se dio cuenta de que,
como consecuencia de su propio éxito, la actitud rom ana hacia el res
to del mundo debía cambiar. Tras su victoria Roma adquiría una nue
va responsabilidad: ya no se trataba de saquear los países vencidos,
sino de asum ir el liderazgo de la hum anidad y de la civilización, y de
sentar las bases de una cosmópolis en que la paz y la justicia univer
sales legitim asen la supremacía rom ana sobre todo el mundo habitado
(oikoum éné)»59. Estas últimas ideas, típicam ente griegas, volverán a
aparecer en los proyectos cosmopolitas ilustrados de Leibniz o Kant.
Com o m uy bien recoge C ollingw ood60, con Polibio, la tradición
helenística del pensam iento histórico pasa a manos de Roma, donde el
único desarrollo original que se le im prim e desde entonces procede de
Tito Livio, quien concibió la idea de escribir una historia de Rom a
desde sus orígenes, es decir, una historia universal, puesto que el Im
perio Rom ano se había convertido en la totalidad del mundo conoci-
do.'Las pretensiones de Tito Livio son m ucho más moralizantes que
científicas, no persiguiendo con su obra originalidad ni en la investi
gación ni en el método, pues cifra la m isión del historiador en descri
bir los hechos y costum bres de los hombres en un pasado remoto, para
mostrar a sus lectores cómo los cim ientos de la grandeza de Roma es
taban fundados en un sólida moralidad. Se trata, pues, de una manera
filosófica de hacer historia, aunque no llegue a la talla de su maestro.
Ni Polibio ni Tito Livio presentan una form a de hacer historia que
consiga derrocar de su trono a la filosofía en el mundo grecorromano.
Con todo, com o señalábam os en el apartado anterior, a pesar de la
orientación antihistoricista de su pensamiento, el género histórico sur
gió en el m undo griego, y en él se encuentran en gérmen, como acaba
mos de analizar, algunos elementos de relevancia para el posterior de
sarrollo de la filososfía de la historia.
35
3 . L O S P R IM E R O S PASOS D E LA FILO SO FÍA D E LA H IST O R IA
EN EL M U N D O JU D E O C R IS T IA N O
61 W. D i l t h e y , In tr o d u c c ió n a las c ie n c ia s d e l e s p ír it u , trad , d e J. M a r ía s , p r ó l o g o de
}. O r t e g a y G a s s e t, A l ia n z a , M a d r i d , Í98Ü. pp. 3 7 3 - 37 4 .
6- Cf r. R. G. C o l l i n g w o o d , op. cit., p. 25.
Cfr. E. R e n a n , Vida ele J e sú s , trad, de A. G. T i r a d o , Bdaf, M a d r i d , 1981, p. 90. Sin
e m b a r g o , H. S c h n e i d e r (cfr. op. cit., p. 23) o t o r g a es te tí tu lo al p r o f e t a A m o s , q u ie n en su
o p in i ó n h iz o p o s i b l e la p r i m e r a v is ió n h o m o g é n e a del m u n d o de la histo ria .
36
rrestres64; esta idea ha sido considerada como un antecedente de la pe-
riodización de la historia, pero no va mucho más allá que el concepto
¿e «cuatro edades» em pleado por griegos y romanos, además con los
mismos calificativos de oro, plata, bronce y hierro; la diferencia estri
ba en que la cultura grecorrom ana hacía referencia a edades pasadas y
presentes, mientras que el profeta, basándose en un sueño, predice el
porvenir; durante siglos se interpretó que Daniel aludía a los imperios
asirio-babilónico, m edo-persa, greco-m acedónico y rom ano, con su
continuación sacro-germ ana, suponiéndose que este último se prolon
garía hasta el fin de los tiem pos65. El acontecim iento central para el
mundo judío se encuentra en el futuro, y la expectación del M esías
hace que el tiempo se divida para ellos en presente y futuro66, ocupan
do el pasado un lugar secundario; por esto, podemos afirm ar — utili
zando la term inología de Schlegel— que los profetas bíblicos eran
«historiadores al revés»67, poniendo su atención en los sucesos por ve
nir y dando sentido a la historia desde lo que aún no era historia.
^Desde mi punto de vista, es inherente a la concepción religiosa de
Israel una visión de la historia, y podem os descubrir en sus narracio
nes del Pentateuco y de los Profetas diversos aspectos que caracteri
zan su pensam iento histórico, como: 1) la presentación de la historia
como un proceso que se despliega desde el comienzo; 2) la asociación
de lo particular y lo universal en la historia, es decir, la asociación en
tre referencias a distintas historias nacionales, especialm ente la de Is
rael, y la idea de una única historia de la humanidad; 3) la certidum
bre de que los acontecim ientos que se integran en el proceso llamado
historia tienen sentido si se los considera con un criterio m oral; la
conciencia de que el desarrollo de la vida de la hum anidad conduce a
un futuro «m ejor»611. A hora bien, aunque estas características se en
cuentren a la base de la futura filosofía de la historia, me niego a ad
mitir que en el pensam iento hebreo se pueda descubrir una filosofía
de la historia como tal, térm ino que prodigan abusivam ente autores
como Schneider. Una cosa es que algunos elementos de la concepción
bíblica judía posibiliten la aparición de una filosofía de la historia, y
otra muy distinta que hablem os de filosofía hebrea de la historia.
Tampoco en el pueblo de Israel exite una voluntad de búsqueda de
sentido a la forma de desarrollo histórico; y, si aparece entre los pro
fetas una concepción temporal del futuro, es en detrim ento de la valo
ración del pasado, que es contem plado en los libros del Pentateuco a
la manera de narración épica de las vicisitudes de un pueblo que bus
ca en el mundo una tierra prometida.
Con todo, la verdadera influencia para el pensam iento medieval, y
37
para la ulterior filosofía de la historia, provendrá de la confluencia de
judaism o y cristianismo; la era del Antiguo y Nuevo Testamento se en
frentan como Promesa y Cumplimiento, aunque sigue haciéndose hinca
pié en una continuidad lineal en la historia de la salvación, encaminada
a la segunda venida de Cristo, que los prim eros cristianos considera
ban inm ediata65. Tomando com o apogeo el advenim iento del Mesías,
el cristianism o valora la historia pasada como algo precedente que ha
sido superado, y sabe que el m om ento de la redención inicia una his
toria de renovación espiritual que perm itirá la salvación de los justos
al final de los tiempos, con lo que la esperanza pierde cualquier posi
ble m atiz terrenal y la historia se bifurca en dos aspectos: el profano,
que carece de interés — es, en este sentido, «intrascendente»— , y el
divino, que se cifra en la salvación de las almas y, en rigor, «no es de
este mundo».
Para el cristiano, lo precedente mismo, narrado en el Antiguo Tes
tamento, tiene forma de historia: Creación y pecado original, reform a
ción de la hum anidad después del diluvio, separación y conducción
del pueblo elegido por Dios como portador de la Salvación, estableci
m iento de la Ley, etc.; estos datos del pasado pertenecen a la esencia
de la religión, lo mism o que la esperanza en una era dorada al fin de
los tiempos; en este sentido, hay que considerar la intuición religiosa
del Antiguo Testamento como comienzo y com ponente de la imagen
cristiana de la historia™. El pasado ha conducido al acontecim iento
central, a la venida del Cristo, y desde ese «presente perfecto»71 surge
la línea de la historia de la salvación teniendo como m eta el fin de los
tiempos (parusía), cuando se instaurará el reino de Dios, trascendien
do el concepto de tiempo terrenal. Así, el pasado cobra entidad, pero
la esperanza de futuro se tiñe de tintes escatológicos y apocalípticos,
pues el fin de la historia sólo será glorioso para aquellos que se hayan
hecho dignos de ello cum pliendo los m andatos divinos; nadie sabe
cuándo ni cómo llegará el día del Señor72, pero será el fin del tiempo
histórico. Nos hallam os, pues, ante una escatología que encierra un
juicio sobre el presente y sobre el pasado y, ciertamente, sobre la his
toria y la humanidad: «el futuro de que se trata es un futuro concreto,
com prende la llegada del Reino de Dios y el fin del mundo de los
hombres; el presente, a su turno, es el tiempo de la decisión con res
pecto al futuro y concierne a todos los que escuchan el m ensaje»7’. El
contraste con la soberanía real de Jahvé en el Antiguo Testamento es
que el futuro reino de Dios se m uestra como un acontecimiento sobre
38
natural, y no como la realización del reino de la paz o de la salvación
dentro del marco de la historia, que era lo que esperaban los judíos; el
fin de la historia proclama la redención del hombre de la historia misma.
El cristianism o reafirm a, pues, la linealidad de la historia, pero
para subrayar que la historia hum ana sólo tiene sentido dentro del
plan divino de la providencia, de una Historia con m ayúscula que per
sigue como finalidad la salvación de las almas y m argina o, al menos,
subordina, todo saber histórico profano. Com o afirm a Tillich en su
The interpretation o f H istory14, frente a la concepción cíclica griega,
en la que el espacio engloba al tiempo, en la concepción judeocristia-
na «el tiempo arranca la realidad de su limitación en el espacio para
crear una línea que no retorna sobre s í misma», y esta línea sin solu
ción de continuidad abre para el hom bre la posibilidad de una espe
ranza, absolutam ente desconocida para los griegos; no podían los
griegos vivir para el futuro, porque el futuro no era susceptible de
ofrecerles ninguna novedad; en cambio el cristianism o vive orientado
al futuro. El reino de Dios que se espera es sobrenatural y trascenden
te al tiempo, pero la perdición o la salvación es una alternativa que se
decide en el tiempo, com o una creencia que m anifiesta el sentido del
tiempo. La división de la historia en períodos, en base a acontecim ien
tos creadores de época, culm ina con la instauración de un período de
luz, que acaba con el tiempo reintroduciendo la eternidad divina.
' De esta manera, la historia se objetiva bajo form a de teología de la
historia, que ocupará el lugar de la filosofía de la historia hasta que se
avance en el proceso de secularización.,Y, a partir de este momento,
toda historia escrita partiendo de las nociones cristianas (fundam ental
mente en el m edievo, aunque encontraremos tam bién algún ejemplo
en pleno siglo xvn, como Bossuet) reunirá como características prin
cipales el ser universal, providencial y apocalíptica.
4. S a n A g u st ín y la t e o l o g ía de la h is t o r ia
Suele afirm arse que en San Agustín nos encontram os la prim era
exposición sistem ática de una «filosofía cristiana de la historia», por
lo que su ubicación en el deslinde, real o convencional, entre la A nti
güedad y la Edad M edia adquiere particular significación, ya que la
suya es, al mismo tiempo, una de las últimas especulaciones sobre la
duración de Rom a y su Im perio75. Otras veces se afirma que De civita
te D ei llegó a ser la prim era grandiosa interpretación de la historia y
su autor el «creador de la doctrina ideológica de la historia», por ha
ber sometido a la mirada retrospectiva, después de la gran antítesis de
la civitas D ei y la civitas terrena, el conjunto de la historia y no sola
mente la historia de la G racia76. M uchos consideran esta obra como el
39
trabajo que marca el com ienzo de nuestra disciplina77, y algunos con
sideran la exposición agustiniana de La ciudad de Dios como «el pri
m er gran ejem plo de una genuina filosofía de la historia»78. No faltan,
sin embargo, detractores; así, Croce no hace sino restar im portancia al
protagonism o de San Agustín en el campo de la interpretación históri
ca, diluyendo su aportación entre el conjunto de las escasas contribu
ciones m edievales a la historiografía79; igualm ente, Collingw ood no
hace sino nom brar de pasada a San Agustín — de la mano de San Je
rónim o y San Ambrosio, mientras Eusebio de Cesarea sale m ucho m e
jo r parado— en el marco de las escasas páginas dedicadas a la histo
riografía cristiana y m edieval80; con todo, Troeltsch es quien le niega
más explícitam ente el carácter de filósofo de la historia — lo mismo
que a Eusebio o San Jerónim o—por no ser más que un com pilador y
actuar dogm áticam ente, «basándose en m ilagros y en convenciones
escolásticas de la antigüedad acerca de la historia»81.
Es cierto que en la obra m encionada de San A gustín puede ras
trearse un intento por buscar un sentido a la historia, tomándola como
objeto de reflexión y sistematizando las argumentaciones. Pero habría
que plantearse si solamente por eso nos encontram os ante una filoso
fía de la historia. Esta es una cuestión que ha preocupado a autores
como Gilson, quien afirma que una respuesta afirm ativa o negativa a
esta pregunta significa ya una cierta noción de la filosofía82. Es incon
testable que en San Agustín aparece un saber cristiano acerca de la
historia, pero lo que no está tan claro es si su exposición histórica es
susceptible de una interpretación de conjunto prescindiendo de las lu
ces de la revelación, esto es, una interpretación puram ente racional.
La respuesta no se deja esperar: su explicación de la historia universal
es esencialm ente religiosa, en el sentido de que deriva su luz de la de
la revelación, por lo que podem os afirm ar que se trata más bien de
una teología de la historia que de lo que hoy día denominamos filoso
fía83. En mi opinión, pues, aunque no me parece errónea la denom ina
ción de «filosofía cristiana de la historia», me parece m ucho más
acertado que nos dirijamos a la obra de San Agustín hablando de «teo
logía de la historia», para no inducir a confusión, lo que no significa
que no sea consciente de que en la época agustiniana filosofía y teolo
40
gía obraban juntas o, más bien, la prim era al servicio de la segunda;
esto no sería sino un argumento más para avalar la denom inación por
la que he optado.
Otra cuestión aparte es la influencia que San Agustín pudo ejercer
en la filosofía de la historia posterior. Si pasamos revista a las interpre
taciones posteriores y, sobre todo, a las creaciones de la denom inada
filosofía especulativa de la historia, todo invita a pensar que las diver
sas filosofías de la historia que se han desarrollado después de A gus
tín de Hipona no son sino intentos por resolver, con las solas luces de
la razón natural, un problem a que había sido planteado en un principio
por la fe y sin poder resolverse más que con su ayuda. En este sentido,
«el prim er teólogo de la historia se convertirá en el padre de todas las
filosofías de la historia, aunque él no las haya querido y aunque ellas
no lleguen a ser reconocidas por este origen»84. Más adelante iremos
viendo en qué medida las filosofías de la historia posteriores se reafir
man por un cambio de paradigm a que incluye como nota más relevan
te la secularización, pero por ahora podemos conceder que la teología
de la historia agustiniana contribuye al nacimiento de la filosofía de la
historia al poner de manifiesto un esfuerzo sin precedentes en la siste
matización de las ideas sobre el desarrollo de la vida de la hum anidad
y su sentido. Durante la época patrística abundaban los desarrollos de
la teología de la historia85 que Pablo de Tarso había dejado delineada,
pero únicam ente en Agustín de Hipona aparece una sistem atización
adecuada.
Un acontecim iento histórico constituye el argumento inicial de La
ciudad de Dios, el desplom e del Im perio rom ano brinda la ocasión
para reflexionar acerca del sentido de la historia; com o muy bien ex
presa Góm ez-H eras, «Agustín se esfuerza por trascender los hechos
brutos, buscando una comprensión de los mismos desde un sentido y
en un horizonte global del acontecer, y tal trascencencia es de carácter
teológico»“ . Sin embargo, aunque la cuestión de la historia constituya
el argumento de su obra, habría que preguntarse hasta qué punto este
contenido estaba tan supeditado a su intención de llevar a cabo una
apología del cristianism o que difum inaba e instrum entalizaba su labor
teórica87. En mi opinión, no se trata de renunciar a las valiosas aporta
ciones agustinianas por su intención apologética, pero sí de dejar claro
de qué experiencia biográfica parte su crítica. Los veintidós volúm e
nes de que consta la obra fueron com puestos entre los años 413-426, y
su redacción fue ocasionada por el saqueo de Rom a por A larico en
410; que la intención del libro es apologética queda claro en el título
SJ E. G i l s o n , op. cit., pp . 7 1 - 7 2 .
S o n d ig n o s de m e n c ió n , c o m o p r e c u r s o r e s o c o e t á n e o s de S a n A g u s t ín : H ip ó l i t o R o
m a n o (C h r o n ic a ). L a c ta n c io (D e m o rtib u s p e r s e c u to ru m ), E u s e b i o d e C e s a r e a (H is to r ia E c
c le s ia s tic a ), S a n J e r o n i m o (D e viris illu s tr ib u s ) y R O r o s i o (H is to r ia e a d v e rs u m p a g a n o s ).
*f' Cfr. J. G ó m e z - H e r a s , H is to r ia v r a zó n , A l h a m b r a . M ad r id . 1985. p. 8.
S7 E n es te se n ti d o a f i r m a J. T h y s s e n , op. cit.. p. 25: «L a i n t e n c i ó n de S a n A g u s t í n n o es
teóri ca, s in o ap o l o g é ti c a » .
41
original, De civitate Dei contra paganos. Agustín quería defender al
cristianism o del cargo de ser culpable de la decadencia del Imperio
rom ano y del saqueo de Rom a por Alarico, o, como ha expresado Phi
lipe Aries, «para defender el cristianism o de la acusación de ser el
instrum ento del fin de Rom a y también para destruir la idea de que
el fin de Rom a sería igualm ente el fin del mundo y, por consiguien
te, el fin de la Iglesia de C risto»8*.
La com presión agustiniana de la historia se apoya en dos presu
puestos fundam entales: 1) el mundo es obra de Dios Creador y 2) el
acontecer m undano está regido por la providencia divina, que planifi
ca, conduce y gobierna el devenir de la humanidad, planificando a su
vez el tiempo — lugar de la historia— , pero dejando un lugar a la li
bertad del hom bre y descartando la necesidad del destino*· El pensa
miento agustiniano organiza, así, la historia a modo de dram a89 donde
acontece la perdición y la salvación del hombre; el principio y el fin
de la representación es Dios, todo procede de El y cam ina hacia El; y
éste es el esquem a del exitus-reditus que perdurará a lo largo del m e
dievo. El dram a se desarrolla en tres actos: el hombre caído (Adán), el
hombre redim ido (en Cristo) y el hombre glorificado (en Dios); tiem
po del pecado, tiempo de la gracia y tiempo del gozo eterno; el plan
del Creador fue entorpecido en un principio por la negligencia del
hombre, pero su sabia providencia supo aprovechar las malas volunta
des para el triunfo del bien, de forma que toda la hum anidad pueda
participar de su plan trazado; el género hum ano form a parte de una
unidad total al com partir los eventos fundamentales que constituyen la
historia: el acto creador, el acto de la caída y el acto de la redención;
en ese m arco global, todos los hombres son partícipes de la misma
suerte y destino.
La representación concreta del dram a discurre entre dos posibili
dades antagónicas: la ciudad de Dios (civitas Dei) y la ciudad terrena
(civitas diaboli)m. La historia humana es la narración de la lucha entre
ambas, verdadera dialéctica que mueve el proceso histórico. La ciudad
terrestre es de Satán y se inició en la historia con Caín, mientras que
la ciudad de Dios está representada desde el com ienzo por Abel, es
decir, por aquél que fundó una sociedad en la tierra, mientras su her
m ano se convertía en el eterno peregrino91; y a partir de este origen, la
historia de los dos pueblos a que cada uno dio origen se confunde con
la historia universal, precisam ente no porque haya una sociedad uni-
42
versal única, sino porque ambas son universales en el sentido de que
todo hombre, sea quien sea, es necesariam ente ciudadano de una o de
otra, ya predestinado a reinar eternam ente con Cristo (si ama a Dios),
ya predestinado a sufrir con los dem onios un suplicio eterno (si no
ama a D ios)92; aquellos que no aman a Dios son los que aman exclusi
vamente el mundo, los paganos, y en este sentido puede Agustín afir
mar que son dos amores los que dan lugar a dos ciudades93. Se trata
pues de dos «ciudades» sim bólicas, cuya naturaleza está definida por
la de aquellos que las aman, y pueden, a su vez, recibir dos nombres
más simbólicos todavía: Jerusalem (visión de paz) y Babilonia (Babel,
confusión)94; el enfrentam iento se prolongará hasta el fin de los tiem
pos, cuando será el triunfo definitivo de Jerusalem. El combate entre
la ciudad eterna y la ciudad terrestre es en definitiva la lucha entre el
espíritu y la carne, entre el bien y el mal, que coexisten conflictiva
mente hasta el fin de los tiempos.
En la interpretación agustiniana de las dos ciudades descubrimos
una clara influencia del platonismo, recibida con toda seguridad a tra
vés de los pensadores neoplatónicos que San A gustín conocía. Para
Platón había un contraste radical entre el orden perfecto de lo eterno y
el orden de lo cambiante, de lo que cae bajo la experiencia sensible
del hombre; entre las Ideas que son la verdadera realidad y el mundo
de lo sensible que es su reflejo debilitado. En La ciudad de Dios apa
rece, junto a esta idea una nueva, del contraste rotundo entre una rea
lidad perfecta y otra que es, no sólo inferior a ella, sino que también
le es hostil. La convicción que se le planteaba a Platón en el plano
metafísico, se proyecta también para San Agustín en el ámbito diná
mico del desarrollo de la historia, a la vez terrena y celestial. De este
modo, lo que en Platón sólo había sido una especie de contraste entre
una apariencia cam biante y una realidad estática, inm óvil, se convier
te en San Agustín en un combate generador del m ovim iento de la his
toria95. San Agustín presenta dos com unidades históricas que transcu
rren a través del tiempo, pero cuya finalidad últim a es transcenderlo,
de forma que la historia desem boca en la m etahistoria o, mejor, en la
transhistoria, el tiempo en la eternidad. Con palabras de Gómez-He-
ras96, el tiempo y la historia discurren a dos niveles: humano y divino,
intrahistórico y m etahistórico. Hay un tiempo de la naturaleza y un
tiempo de la gracia; un tiempo del pecado y un tiem po de la reden
ción. Ahora bien, el prim ero — el que se desarrolla en el mundo hu
m ano— no es para San Agustín propiam ente historia, mientras que sí
lo es el segundo; la historia es la historia de la salvación. La verdade-
43
ra historia sigue un curso hom ogéneo que responde al plan salvifico
de Dios, trazado por su providencia.
Sin embargo, aunque tenga sus miras puestas en la eternidad, tam
bién se interesó San Agustín por el problem a de la periodización de la
historia, eso sí dividiendo las diferentes etapas de forma simbólica y
con clara influencia teológica. Así, pensaba que, en número igual al
de los días de la creación y en analogía con ellos, existen seis «si
glos», a los que seguirá el tiempo del sábado, eterno, después del Jui
cio final; estos siglos representan al m ism o tiempo las seis edades de
la humanidad; y el sexto siglo, del que no cabe predecir la duración,
estará regido por el Im perio romano a partir de Jesucristo, que habrá
de ser el último según la profecía de D aniel97. Los puntos de vista teo
lógico y sim bólico se anteponen a una form a objetiva de contemplar
la m archa de la historia profana. La lucha entre la ciudad de Dios y la
ciudad terrena es desde un principio un hecho incontestable, de forma
que la historia entre el com ienzo y el fin de esa contienda aparece
sólo como un intermedio, como un interludio fugaz. No sólo se esta
blece el sentido de la historia terrenal, sino que ésta queda descartada
tam bién como lugar de grandes realizaciones futuras, ya que se en
cuentra en su últim a fase. La historia hum ana no puede contener nin
gún m ovim iento creador, al margen del plan trazado por la providen
cia divina.
Según todos estos supuestos, la perspectiva desde la que Agustín
de Hipona interpreta la historia es la de la razón creyente. El sentido
profundo del acontecer sólo es perceptible desde la revelación divina
y desde la fe de quien la acepta. La filosofía cede su sitio a la teolo
gía. El quehacer del historiador se identifica con la labor religiosa del
creyente, esto es, organizar los materiales dispersos de la revelación
judeocristiana, sistem atizándolos, otorgándoles un sentido en la totali
dad de la historiaNLa teología está preparada para com enzar su larga
andadura por la Edad M edia, transm itiendo una escasa sensibilidad
para la historicidad y relegando a un segundo plano la reflexión sobre
el acontecer hum ano. No obstante, estam os ya en presencia de una
prim era e im portante interpretación de la historia, aunque su intención
por sacar a la luz el verdadero contenido de la historia temporal, en
contraste con la supratemporal, coloque al acontecer humano en un lu
gar secundario. Tal y como afirma G óm ez-H eras, «las bases de una
interpretación del tiempo estaban ya echadas y en espera de que la se
cularización efectuada por el pensam iento de la Edad M oderna las to
mara como pauta para construir la filosofía de la historia»98.
Sin embargo, pasarán aún muchos siglos hasta que el saber históri
co abandone la tutela de la teología y pueda com enzar a hablarse de
una filosofía de la historia. Hasta ese momento la interpretación agus-
44
tiniana será custodiada por fieles pensadores m edievales, quienes ape
nas harán innovaciones conceptuales y seguirán insistiendo en inter
pretaciones sim bólicas y apocalípticas. Serán figuras relevantes en
este período Paulo O rosio (H istoriae adversum paganos), Otto von
Freising (Chronica sive H istoria de duabus civitatibus), Joaquín de
Fiore (Evangelium sancti spiritus, el «Evangelio eterno»)99.
> El período que conocem os com o Edad M edia no dedicó cierta
mente sus esfuerzos a la historia laica, puesto que los filósofos-teólo
gos estaban polarizados en sus estudios por las verdades eternas e in
mutables. La historia contingente y cambiante sólo adquiría relevancia
para ellos com o contraejem plo, como valle de lágrimas que hay que
atravesar en el camino hacia la salvación, puesto que la verdadera his
toria de los hom bres sólo adquiere sentido desde la perspectiva del
Reino de Dios, que tiene su propia historia som etida a un desarrollo
lineal providencialista con tres momentos esenciales: creación, reden
ción y consum ación de los tiempos o juicio final, i.
Esta será la m elodía de fondo de la obra m encionada de Otto von
Freising, de clara inspiración agustiniana en su exposición de la obra
en torno al eje de dos ciudades (que caminan juntas pero en sentidos
opuestos), aunque en honor de la verdad hay que señalar que la des
cripción que hace de las épocas en su aproxim ación de la historia uni
versal ha dejado de ser m eram ente simbólica, apoyando su narracción
en documentos e intentando vincular causalmente los acontecimientos
que enumera. Adem ás, se ve en su concepción un atisbo de confianza
en el perfeccionam iento y progreso de la hum anidad que no sólo pue
de alcanzar su culm inación en la otra vida, sino en una edad de oro
futura (plena en felicidad y civilización), cuya duración presenta
como indeterminada, pero que llegará a instaurarse sin duda antes de
la destrucción del mundo, tal y como escribe en el último libro de su
obra m encionada. Estos conceptos de continuidad y perfectibilidad
que subyacen al planteam iento de von Freising, volveremos a encon
trarlos, una vez secularizados, a la base de la filosofía de la historia
que se inicia en la época de la Ilustración.
Pero no quisiera concluir este capítulo sin resaltar otro aspecto
fundamental que tiene su origen en el medievo, en lo que he denom i
nado como concepción teológica de la historia, y que también incidirá
posteriorm ente en la filosofía especulativa de la historia y en sus here
deras con pretensiones de historia científica. Me estoy refiriendo a la
yv P a r a u n c o n o c i m i e n t o m á s e x h a u s t i v o de es ta f il os o fí a de ia h is to r i a p r o v id e n c ia l is ta o
te o lo g ía de la h ist or ia , p u e d e c o n s u l t a r s e co n p r o v e c h o ia o b r a y a c i ta d a de L ö w i t h . sobre
tod o en los c a p ít u l o s V Ï I - I X . P r o b a b l e m e n t e la p r i m e r a r e b e l ió n c o n s c i e n t e c o n t r a el provi-
d e n c i a l i s m o a g u s ti n ia n o se p r o d u c e a p r in c ip io s del sig lo x i v d e la m a n o de D a n t e A li gh ie r i,
q u i e n en su D iv in a C o m e d ia a f i r m a el h i s t o r i c i s m o del h o m b r e , o t o r g a n d o un s e n t i d o al
a c o n t e c e r h is tó r i c o h u m a n o d e n t r o d e su finiíud, aú n c u a n d o r e f l e je la v o lu n t a d d e D io s : Ja
H is to r ia tr a ta r á de e x p l i c a r la o b r a de los h o m b r e s e n su á m b i t o li m it a d o , y si m e r e c e la p e n a
s e r e s t u d i a d a es p o r q u e c o n s t i t u y e un fin en sí m i s m a y no u n m e r o i n s t r u m e n t o de los plan es
de D io s . S in e m b a r g o , en p l e n o s ig lo x v n to d a v í a nos e n c o n t r a r e m o s en B o s s u e t un cl ar o
e j e m p l o de in t e r p r e t a c i ó n p r o v i d e n c i a l i s t a de la histo ria .
45
virtualidad profética de la historia. En este punto, quisiera subrayar la
im portancia de la obra de Joaquín de Fiore, conocida bajo la denom i
nación de «el Evangelio Eterno», la cual se corresponde con el tercer
gran período de la hum anidad (tras el del Padre o Antiguo Testamen
to, y el del Hijo, ya entonces próximo a su fin) caracterizado por una
libertad espiritual absoluta y un com unism o m onástico — sin je ra r
quías, lo que le granjeó las iras eclesiásticas1™. Esto es, en el mismo
sentido que en la obra de von Freising, para J. de Fiore la salvación no
irrumpe al final de los tiempos, sino dentro del tiempo histórico, con
cebido como realización del Espíritu — idea sobre la que volverá H e
gel en otro nivel. U na historia, pues, que se convierte en profecía, en
la que el pasado sólo se com prende desde el futuro, dentro de una vi
sión esencialm ente escatológica, «donde la consum ación del tiempo
no se abre a una plenitud m etahistórica sino que esta plenitud se da
dentro de la historia, dentro del tiem po»101.
Basten estas líneas como botón de m uestra del gérmen de filosofía
de la historia que ocultaba la visión teológica medieval y que se mani
festará en plenitud tras el período de secularización que se inicia en la
filosofía m oderna y que culm ina con la Ilustración.
46
CAPÍTULO SEGUNDO
LA AURORA
DE LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA
47
algunos elem entos que p u ed en considerarse — como muy bien ha se
ñalado B ury— a n teced en tes de la idea de progreso desarrollada a par
tir de la época ilu stra d a y tan im portante p ara la constitución de la fi-
losfía de la h isto ria; tre s p u n to s de su concepción histórica fueron
favorables al ad v en im ien to de la idea de progreso: 1) el rechazo de la
teoría de la d eg en eració n hum ana, 2) la afirm ación de que el tiempo
nuevo es, en las cien cias y en las artes, superior al de la antigüedad
clásica, y 3) la co n cep ció n de una historia universal «común a todos
los pueblos de la tie rra » 10“, γ.
En los albores de la m odérnidad presenciam os un claro menospre
cio del saber h istórico en favor del desarrollo de las ciencias exactas,
aspecto del que D escartes es un claro exponente. El conjunto de la
obra cartesiana conduce a un escepticism o histórico que sirvió de base
a una nueva escuela h istoriógráfica, cuyo principal postulado consistía
en no adm itir ninguna fuente docum ental sin antes som eterla a un pro
ceso crítico, con lo que la m em oria histórica baconiana y las autorida
des tradicionales debían adem ás verificarse em pleando testimonios no
docum entales. La tarea h istó rica así concebida todavía descansaba en
textos escritos, pero los historiadores estaban aprendiendo a manejar
sus fuentes con un espíritu profundam ente crítico. Con este mismo es
píritu escribió S pinoza su Tratado teológico-político, que le valió su
inm erecida fam a de ateo, co nvirtiéndose en el paladín de la nueva
exégesis bíblica, aunque sus intereses no se dirigían tanto a investigar
la veracidad histórica de los relatos bíblicos como a m ostrar las rela
ciones entre filosofía y teología.
Seguram ente fue la filo so fía de Leibniz, como afirm a Flint, «la
prim era que se penetró entera y profundam ente del espíritu de la his
toria»'03. Paul H azard señala cóm o Leibniz, viajero, estudioso, conse
jero de príncipes, quería saber todo lo que ocurría en su tiempo y se
interesó por la historia porque deseaba conocer el pasado. Y M einecke
llega a incluirle entre los precursores del historicism o, subrayando que
en su pensam iento aparece la idea de individualidad que actúa y se
desarrolla según sus propias leyes y que, sin embargo, no hace sino
conjugar una ley u n iv ersal104. En efecto, la postura leibniziana indica
una clara aproxim ación entre las esferas, hasta entonces extrañas, de
la filosofía y de la historia, aunque conserve la diferenciación entre la
filosofía, como ciencia dem ostrativa que se refiere a las cosas posibles
y necesarias, e historia, que es un conocim iento de las cuestiones de
48
hecho o singulares105, cuyo conocim iento necesita tam bién de la me
moria y no sólo de la razón como la filosofía106. Su interés por la críti
ca histórica no se revela únicamente en su tarea como historiador — re
cordemos que en H annover dedicó parte de sus esfuerzos a escribir
una historia de la fam ilia Braunschw eig— , sino que aplicó también
sus métodos de investigación al estudio de la historia de la filosofía; y
aunque no escribiera ninguna historia de la filosofía, su m ism a obra
testimonia los conocim ientos que tenía de filosofía antigua y m edie
val, y es a él a quien debemos la idea de la filososfía como una tradi
ción histórica continuada107, donde los avances obedecen no tanto a la
postulación de ideas nuevas y revolucionarias, sino a la conservación
y desarrollo de lo que él denominó perennis philosophia, es decir, el
conjunto de verdades permanentes e inmutables que siempre han sido
conocidas, con lo que pretendía contrarrestar el extremado afán de ori
ginalidad que propugnaba D escartes108.
Ciertam ente, Leibniz no llegó a elaborar una filosofía de la his
toria, aunque sí ha ejercido sobre esta disciplina una influencia consi
derable al poner, por ejem plo, en relación los estudios filológicos con
los históricos1“ . Pero, sin duda, su mayor aportación se encuentra en
su concepción filosófica misma, donde aparecen insinuadas algunas
ideas que desde m ediados del siglo xvm fueron desarrolladas por los
primeros filósofos de la historia; no ha de extrañarnos encontrar esta
influencia en Herder y Kant, e incluso en Hegel y M arx, aunque en
muchos aspectos no sean conscientes,de ella, o incluso se hubieran es
candalizado de ser sus continuadores. Me estoy refiriendo en concreto
a sus principios metafísicos de continuidad, perfección y arm onía uni
versal110, cuyo entram ado proporciona, como veremos, un antecedente
a la versión laica y racional de la providencia que se da en Kant y H e
gel, en form a de «intención oculta de la naturaleza» o de «astucia de
49
la razón», respectivam ente; elem entos que caracterizaran a la filosofía
especulativa de la historia, junto con su peculiar idea de progreso ha
cia lo m ejo r1". En contra de ¡a opinión de Flint mencionada, me pare
ce de la m ayor relevancia m ostrar qué «barros m etafísicos» dieron lu
gar a los «lodos de la filosofía especulativa de la historia», los cuales
term inaron conduciendo a las concepciones posteriores del determ i
nism o e inevitabilidad históricas, que m enosprecian la actuación y
responsabilidad del individuo y han contribuido notablem ente a la caí
da en desgracia de la filosofía de la historia, la cual se identifica casi
exclusivam ente con la concepción especulativa de la misma. Pero de
jem os ya a Leibniz, a quien me he querido referir más porm enorizada-
mente por no dedicarle un capítulo especial112, dado que su influencia
se presenta más en germen que de form a desarrollada.
Adem ás de a Leibniz, considera M einecke igualm ente precursores
del historicism o alem án a Shaftesbury y a Vico, concediendo una m a
yor im portancia a Voltaire — a quien dedica un capítulo aparte— y si
tuando a H erder dentro del denom inado m ovim iento historicista. Su
presentación responde al campo de la filosofía de la historia que pre
tende estudiar, esto es, el historicism o entendido com o «la aplicación
a la vida histórica de los nuevos principios vitales descubiertos por el
gran m ovim iento alemán que va desde Leibniz a la muerte de G oe
the»113. C onsidero la obra de M einecke aleccionadora en general, pero
no estoy de acuerdo con el em pleo del térm ino «historicism o» aplica
do a figuras tan dispares com o Möser, Herder y Goethe; de este térm i
no se ha hecho posteriorm ente un abuso tal que corrientes tan dispares
como las de Hegel, Comte y M arx — según pretendía M andelbaum —
tendrían cabida en él, y después de la crítica de Popper114 se suele te-
111 S o b r e l a i n f l u e n c i a d e L e i b n i z e n la id e a d e p r o g r e s o k a n t i a n a , cfr. mi ar t íc u l o « t i
p r i n c i p i o d e p e r f e c c i ó n y la id e a de p r o g r e s o m or a l e n L e i b n i z » , e n II c a n n o c c h ia le . R iv is ta
d i S tu d i ß l o s o ß c i ( 1 9 9 2 ) , p p . 25 -4 4. U n r e s u m e n dei m i s m o se p u b l i c ó en la R e v is ta L a tin o a
m e r ic a n a d e F ilo s o fía , vol. X V I I I , n.° 1 (O t o ñ o 1992), pp. 1 27 -1 31 .
Cfr. al r e s p e c t o m i s tr a ba jo s « L e i b n i z ' E i n s t e l l u n g z u m P r o j e k t d es e w i g e n F r i e d e n s
ais p o l i t i s c h e V o r a u s s e t z u n g f ü r ei n e e u r o p ä i s c h e E i n h e i t » , e n L e ib n iz u n d E u r o p a (V I. I n te r
n a tio n a le r L e ib n iz -K o n g r e ß ), H a n n o v e r , 199 4 (pp. 2 4 8 - 2 5 3 ) y « L a s ra í c e s del m ul ti c u li u r a li s -
m o e n la c r í t i c a l e i b n i z i a n a al p r o y e c t o d e p a z p e r p e t u a » , e n S a b e r y c o n c ie n c ia (H o m e n a je a
O tto S a a m e ), C o m a r e s , G r a n a d a , 1995 (p p. 3 6 9 - 3 9 4 ) .
113 Cfr. F. M e i n e c k e , op. cit., p. 12.
114 L a c r í ti c a q u e K. P o p p e r l l e v a a c a b o c o n t r a el h i s t o r i c i s m o p a r t e de la c o n c e p c i ó n
q u e ti en e del m i s m o : « E n t i e n d o p o r ' ‘h i s t o r i c i s m o ’' un p u n t o de v i s t a s o b r e las c i e n c ia s s o c ia
les q u e s u p o n e q u e la p r e d ic c ió n h is tó r ic a es el fin p r i n c i p a l de ésta s, y q u e s u p o n e q u e este
fin es a l c a n z a b l e p or medio, del d e s c u b r i m i e n t o de los “ r i t m o s ” o los " m o d e l o s " de las " le
y e s ” o las " t e n d e n c i a s ” que y a c e n b a j o la e v o l u c i ó n de la h is to r i a » , La m is e r ia d e l h is to r ic is
m o , M a d r i d , A l i a n z a , 1973, p. 17. S o b re la c r í ti c a a e s t a c o n c e p c i ó n p o p p e n a n a s im p l is ta ,
p u e d e c o n s u l t a r s e co n p r o v e c h o M. C r u z , « L a f i l o s o fí a p o p p e r i a n a d e la h is to r i a » , F ilo so fía
d e ¡a h is to r ia , P a i d ó s , B a r c e l o n a 1991, pp. 10 7 - 1 2 8 ; c o m o m u y b ie n r e c o g e M a n u e l C r u z ,
ti en e r a z ó n C a r r c u a n d o s e ñ a l a q u e P o p p e r h a c e del h i s t o r i c i s m o el c a jó n de sa str e en qu e
j u n t a to d a s las o p i n i o n e s a c e r c a de la h is to r i a q u e le d e s a g r a d a n . E n los e s c r i to s d e P o p p e r
s o b r e f i l o s o f í a d e la h is to r i a o p ol í ti c a a p a r e c e cl ar a su c r u z a d a c o n t r a el m a r x i s m o , al go que
p o n e de re l ie v e la s e g u n d a p ar te de su ú l t i m a p u b l i c a c i ó n — c o l e c c i ó n de ar tí cu lo s y c o n f e
r e n c i a s — A lle s L e b e n is t P r o b le m lo s e n , P ipe r, M ü n c h e n - Z ü r i c h . 1994. de c u y a v e r s ió n c a s t e
l l a n a s oy r e s p o n s a b l e ( P a id ó s , B a r c e l o n a , 1995).
ner un concepto m eram ente peyorativo, sin entrar en detalles. Para
una mejor com prensión del historicism o remito a las excelentes publi
caciones de M anuel Cruz citadas en la bibliografía.
‘Por mi parte, como ya indicaba en la introducción, prefiero referir
me a la distinción entre filosofía de la historia «especulativa» y «críti
ca», incluyendo en la prim era a la tradicional filosofía de la historia
con pretensiones om niexplicativas y om niabarcantes, y en la segunda,
a los m ovim ientos posthegelianos — si se me apura, postm arxistas—
que intentan una aproxim ación filosófica más fragm entaria a la reali
dad histórica. D esde este punto de vista, considero igualm ente precur
sores de la filosofía de la historia a Vico y a los ilustrados franceses.
La influencia de la ilustración inglesa fue muy im portante por sus
contribuciones anticartesianas — Locke, Berkeley, H um e— , pero su
aportación concreta a la filosofía de la historia com o disciplina es me
nos reseñable; probablem ente como resultado de la influencia estética
de Shaftesbury, el problem a histórico en el siglo x v i i i inglés se pre
sentará com o un problem a de historia literaria, tal y com o pone de
m anifiesto el prerrom anticism o inglés; desde finales del siglo xix has
ta nuestros días jugará, sin embargo, el pensam iento anglosajón un pa
pel im portante en la llam ada filosofía crítica de la historia, por in
fluencia de la filosofía analítica.
^ La ilustración francesa, alentada en un m om ento dado por su revo
lución, será la responsable de que se introduzca un concepto nuevo en
la explicación histórica, oponiéndose al tradicional de la providencia:
el progreso. D esde sus com ienzos, el concepto de progreso se planteó
como problem ático, al aparecer vinculado a otro concepto, el de per
fectibilidad del género hum ano tanto en sus conocim ientos com o en
su trasfondo m oral; pero con el tiempo se convirtió en el denom inador
com ún de esta incipiente doctrina el avance y el desarrollo de unos
conocim ientos técnicos, aspecto que haría a Rousseau desconfiar de la
teoría del progreso, pues preconizaba una decadencia cultural. Entre
los ilustrados, hubo quien se jugó la cabeza en aras del progreso; así,
Condorcet, uno de los más jóvenes enciclopedistas, pasó los últimos
meses de su vida bajo la am enaza de la guillotina, proyectando una
historia del progreso hum ano (Esquisse d ’un tableau historique du
progrès de l ’esprit hum ain, 1793). Y otros, como M ontesquieu, Vol
taire y Turgot, decidieron aplicar la teoría del progreso a la interpreta
ción histórica: si el progreso había de ser algo más que la ilusión do
rada de algún o p tim ista (com o el Abbé de S aint-Pierre), había que
dem ostrar que la vida del hom bre sobre la tierra no se había reducido
a un capítulo de accidentes susceptibles de conducir o no a alguna
parte, sino que estaba sujeta a leyes com probables que hubieran deter
minado su orientación general y aseguraran su llegada a la m eta de
seada. H asta el m om ento, se había encontrado un cierto orden y uni
dad en la historia m ediante la teoría cristiana de los designios
providenciales; ahora había que buscar nuevos principios de orden y
unidad que reem plazasen a estos otros desacreditados por el raciona
lismo. Turgot llegó a proponer leyes de desarrollo, observando que
cuando un pueblo se halla progresando, cada paso que da causa una
aceleración en el ritmo del progreso, anticipando además en la evolu
ción intelectual la famosa ley de los tres estadios de C om te115.
Adem ás, hay dos puntos en las concepciones ilustradas que van a
jugar también un papel im portante en el desarrollo de la filosofía de la
historia: su lucha contra el argumento de autoridad y los prejuicios, y
su valoración incluso exacerbada de la razón. Ambos elementos son
relevantes para la crítica histórica, de la que P. Bayle representó tam
bién un claro antecedente, al presentar a la historia en su Dictionaire
historique et critique como el único juez capaz de sancionar la legiti
m idad de cualquier argumentación, que debe som eterse al refrendo del
examen histórico en lugar de parapetarse tras los prejuicios revestidos
de autoridad. Por otro lado, la razón ilustrada anticipaba los derroteros
por los que iba a adentrarse la filosofía especulativa de la historia: la
exposición de la racionalidad subyacente en todos los hechos y aspec
tos de la experiencia humana.
A continuación resaltaré las aportaciones de Voltaire, como crea
dor del térm ino «filosofía de la historia», de Vico, como instaurador
de esta disciplina, aunque no fuera objeto de reconocim iento entre sus
contem poráneos, y de Herder, como prim era aportación clara a la m a
teria en el m undo alemán, que habría de influir tanto en el desarrollo
especulativo que culmina en el idealismo objetivo de Hegel, como en
el m ovim iento rom ántico. Tanto Vico como H erder son dos figuras
pioneras en la filosofía de la historia, y me parece acertado que I. B er
lin resalte su papel en su libro Vico and Herder, aunque habría que te
ner cuidado con el tratamiento superficial — e incluso ingenuo— que
parece dar en algunos puntos a estas figuras señeras de la Ilustración,
queriendo ignorar que en ellos aparecen en germen también muchos
de los problem as de la «cara oculta de la Ilustración».
Com o se observará, ni aquí ni en sucesivos apartados respeto
siem pre una exposición cronológica. Explico a Voltaire antes que a
Vico por su relevancia para el establecimiento del concepto de la dis
ciplina que nos ocupa. Incluyo a Vico por la anticipación de ideas que
supone en su época, aunque pudiera parecer anacrónica esta inclusión,
teniendo en cuenta que su influencia real se realizará casi doscientos
años después. Por último, me refiero a Herder antes que a Kant por
que, a pesar de ser aquél discípulo de éste, le precede en su preocupa
ción — o, al menos, en su exposición escrita— por la temática relativa
a la filosofía de la historia. De todas formas, quiero volver a subrayar
que me parece arbitraria cualquier periodización que se establezca en
la presentación de cualquier historia de la filosofía, pues el desarrollo
del pensam iento no puede encorsetarse en com partim entos estancos.
Las divisiones que se realicen sólo pueden tener un sentido m etodoló
gico, y así es como hay que entender las que yo realizo a lo largo del
52
libro, aunque a veces pueda parecer que me expreso demasiado dog
máticam ente al respecto.
1. V o l t a ir e . E l o r ig e n de la e x pr e sió n
«F il o s o f ía de la H ist o r ia »
53
esto es, la convicción de que la atención debe centrarse en la historia
profana, para considerar al hom bre y sus creaciones (leyes, usos y
costum bres) como los verdaderos sujetos de la historia y no a la pro
videncia divina. Sin embargo, aunque puede descubrirse en la confec
ción del Ensayo el interés voltairiano por concebir la historia de ma
nera crítica o científica, como un tipo de pensar histórico en el que el
historiador se ocupara de «reconstruir» la historia, en lugar de limitar
se a repetir los relatos encontrados en libros antiguos, no puede decir
se que nos encontrem os ante una filosofía de la historia en sentido es
tricto — com o la que nos proporcionarán más tarde Herder, Kant,
Fichte, Schlegel o Hegel— , sino más bien ante una historia universal
desarrollada con interés filosófico, con independencia del argumento
religioso de autoridad, y críticam ente.
^V oltaire, incisivo polem ista, confeccionó la prim era versión de su
E nsayo com o reacción al D iscurso de Bossuet, el gran m onum ento
histórico de la época, con la pretensión de no lim itar su historia al
m undo m editerráneo — como hacía Bossuet— ni aceptar la providen
cia como causa prim era de todas las cosas. Con sagaz ironía disfraza
de homenaje su intención crítica al retom ar el hilo de la historia donde
lo había dejado el obispo, obviando para ello toda la historia antigua y
com enzando en el im perio de Carlom agno. Esto proporcionaba una
visión cercenada de la historia, pero con la inclusión del opúsculo Fi
losofía de la historia com o D iscurso prelim inar quedó parcialm ente
cubierta esta laguna. El acierto de Bossuet había sido exponer con un
discurso elegante la conexión causal del acontecer histórico, pero li
m itaba el material empleado a aquello que tenía significación para la
m archa del pueblo de Dios y la historia de la iglesia. Voltaire rompe
conscientem ente con esta consideración de la historia que se centra en
el desarrollo del judeocristianism o, abriendo al juicio crítico del histo
riador la historia de toda la humanidad; esto es lo que proporcionará a
Croce motivo para hablar de un «cristianismo vuelto del revés» o de
una «teología profana» en Voltaire, afirmando que éste creía en la ra
zón universal, intem poral, com o el cristianism o ortodoxo cree en la
validez del dogm a independientem ente del tiempo, en la revelación de
una razón sobrenatural122. Esta deificación de la razón alcanzará su cé
nit, como veremos, con la filosofía especulativa de la historia, cuando
se pretenda dar una explicación de la racionalidad subyacente al con
junto de la historia como un todo.
54
En definitiva, para Voltaire hacer filosofía de la historia consistía
en leer la historia «en clave de filósofo», en oponer las luces de la ra
zón hum ana a las supersticiones, prejuicios y fanatism o de la iglesia,
y en adoptar una actitud escéptica y crítica con los argum entos de
autoridad que proporcionaban las verdades establecidas de la religión.
Su propuesta «científica» se traducía en una explicación histórica por
medio de principios «razonables», al menos hasta que se encontraran
otras formas de explicación más convincentes. Para Voltaire, en la his
toria han luchado el «dogma» — supersticiones y fanatismos religio
sos— y la «moral» — fundamentos de religión natural iguales para to
dos los pueblos— , y la m isión cultural de una exposición histórica es
hacer patentes a la hum anidad los defectos del fanatismo, las guerras
de religión, etc., para que se coloque del otro lado, el de la razón y la
tolerancia. Su horror por la teocracia, por la religión como poder, es
manifiesto, y eso le hace m enospreciar la Edad M edia y el pensam ien
to en ella desarrollado123; y de este prejuicio ideológico se desprenden
algunos errores del texto, por lo que a exactitud histórica se refiere.
i Precisam ente esta actitud polém ica contra la religión, violenta y
unilateral, es lo que le hace afirmar a Collingwood que la perspectiva
histórica de Voltaire — como la de toda la ilustración— no era auténti
cam ente histórica, sino más bien antihistórica en sus propósitos capi
tales, pues «pensar que una etapa dada de la historia es com pletam en
te irracional, equivale a considerar la historia, no como historiador,
sino como un panfletista, o sea, un escritor polém ico de ocasión»124·.
Es cierto que Voltaire y los ilustrados contribuyeron escasamente en la
tarea de perfeccionar los m étodos de investigación histórica, pero,
desde un punto de vista dialéctico, si no se hubieran opuesto tan radi
calm ente a la manera teológica de ver la historia, nunca hubiera podi
do afirm ar después Collingwood ni nadie que «una perspectiva verda
deram ente histórica consiste en ver que todo en la historia tiene su
propia razón de ser y que todo existe en beneficio de los hombres cu
yas m entes han creado com unitariam ente esa historia»123.
El relato de Voltaire no es exhaustivo, ni las citas que utiliza todo
lo fidedignas que deberían, pero eso no resta im portancia a su intento,
cuya pretensión no iba más allá de exponer lo que hoy denom inaría
mos una historia de la cultura con cierto fundam ento antropológico..
Su interés — inteipretando los deseos de la m arquesa de Chátelet, para
quien escribió el Ensayo— no era dar a saber todos los acontecim ien
A l r e s p e c t o a f i r m a í. B e r l í n en E l fu s te to rcid o ele la h u m a n id a d , P en ín s u la , B a r c e l o
na, 1992, p. 68: « P a r a V ol ta ire los p e r í o d o s o s c u r o s d e la h is to r i a h u m a n a n o m e r e c í a n en
r e a l i d a d la a t e n c ió n d e los h o m b r e s in t el i g en te s . L a fi n a li d a d de la h is to r i a es p a r a él im p ar ti r
v e r d a d e s i n d e s t r u c ti v a s , no s a ti s f a c e r u n a c u r i o s i d a d inútil, y es to s ó lo p u e d e lo g r a r se e s tu
d i a n d o los tr i un f os d e la r a z ó n y la im a g i n a c i ó n , no los fr ac a so s ».
1!1 R. G. C o l l i n g w o o d , op. cit., p. 83. E n es te m i s m o s e n t i d o se e x p r e s a J. T h y s s e n , op.
cit., p. 49 : «...el lad o “ a h i s t ó r i c o ” de la Ilu s tr a c ió n c o n la fal ta de c o m p r e n s i ó n de lo q u e está
f u er a de la p r o p i a es fer a, e n es te c a so de la p r o f u n d i d a d y la fu e r z a de la v i v e n c i a p r o p ia s de
la r e l i g i o s i d a d po s iti va ».
R. G. C o l l i n g w o o d , op. cit., p. 8 3 .
55
tos, sino las verdades útiles que se desprenden de ellos; obtener un
concepto general de los pueblos que han habitado y devastado la tie
rra, conocer el espíritu, la moral y las costum bres de las principales
naciones; todo ello apoyado por los hechos que, sin rem edio, había
que co nocer126. Pero su espíritu asistem ático hace que su actitud de
respeto a los hechos no siempre se traduzca en una exposición lo sufi
cientem ente m etódica y fidedigna.
Esta visión del pasado como carga que lastra los avances del es
fuerzo histórico, en vez de como edad de oro utópica, junto con la admi
ración que le producían los descubrimientos matemáticos y científicos
del medio siglo anterior, es lo que perm ite a algunos autores hablar de
una cierta teoría del progreso en la concepción histórica de Voltaire,
que no será desarrollada sino por Turgot y Condorcet. Voltaire recela
ba demasiado de las ilusiones optimistas para hacer de la perfectibili
dad del hombre una esperanza sin reservas, apartándose con su senti
do común de cualquier especulación utópica sobre el futuro; además,
su esquem a de los cuatro grandes siglos, como momentos estelares de
la humanidad, se opone a una teoría progresiva; sin embargo, este fe
nómeno ha sido interpretado por Paul Hazard como confianza en un
proceso subterráneo que em erge en m om entos estelares: «Voltaire...
creyó discernir una evolución que llevaba al progreso, progreso muy
lento, muy difícil, incesantem ente amenazado y que, sin embargo, sale
a la luz en ciertas épocas privilegiadas de la civilización»127. En este
sentido, podemos afirm ar que la idea de progreso está presente en él
de m anera m oderada, apoyada en la m ism a idea de razón universal,
que es parte del hombre, y que, como dice en su Ensayo «subsiste
pese a todas las pasiones que la combaten, pese a todos los tiranos que
la ahogarían en sangre, pese a todos los impostores que quisieran ani
quilarla m ediante la superstición»128. En realidad,^ Voltaire no tiene
tanto una idea de progreso como perfeccionam iento gradual de la hu
manidad, como de aproxim ación gradual de esa mism a humanidad a
los ideales de la razón y la civilización de su tiempo, por lo que afir
ma en el Ensayo: «Podemos creer que la razón y la industria progresa
rán cada vez más y más; que las artes útiles m ejorarán; que, de los
males que han afligido a los hombres, los prejuicios, que no han sido
su menor azote, desaparecerán gradualm ente de las mentes de quienes
gobiernan las naciones y que la filosofía, difundida por toda la faz de
la tierra, ayudará a la naturaleza hum ana a consolarse de las calam ida
des que ha experim entado a lo largo de los siglos»v Estas expresiones
tan taxativas nos perm iten afirm ar que la creencia voltairiana en el
progreso y su confianza en el triunfo de la razón están muy lejos de
sus concepciones cínicas, pesimistas y escépticas, reflejadas en otros
lugares. De esta manera, pese a su crítica al finalism o y optim ism o
metafísico, tan acerbam ente presentado en el Cándido contra Leibniz,
56
descubrim os en sus reflexiones sobre Ia historia un optim ism o que
descansaría en su creencia en las cualidades perfectibles de la razón
— que dirigen el progreso— y en su confianza en la «acción terapéuti
ca» de la filosofía. Progreso y razón. Dos elem entos en que nos basa
mos para sostener que Voltaire aporta algo más que su discutible crea
ción del término «filosofía de la historia», las claves que configurarán
las líneas m aestras de la filosofía de la historia europea.
2. Vico. L a pr im e r a f o r m u l a c ió n
57
Las ideas que Vico expone en su Ciencia nueva son, sin duda, re
volucionarias para su tiem po, pero su m érito no fue reconocido sino
cuando, dos generaciones después (Herder), el pensam iento alemán
alcanzó una situación sem ejante a aquélla de donde había partido el
italiano; Ipero este hecho no hizo sino ejem plificar la propia doctrina
de Vico, según la cual las ideas no se propagan por difusión, sino por
el descubrim iento independiente que cada nación hace de aquello que
necesita en cada etapa de su propio desarrollo.’ En este sentido, escribe
Berlin: «La principal obra de Vico perm aneció en el anonimato, salvo
para un puñado de italianos y para los escasos franceses a los que,
años después, les hablaron de él los italianos, hasta que Jules M ichelet
se tropezó con él a principios del siglo pasado, se entusiasmó y ensal
zó sus m éritos para toda E uropa»133. M ichelet hace hincapié en que
Vico es el fundador solitario — ante la indiferencia de sus coetáneos—
de la filosofía de la historia, aunque ésta aparezca sin su influencia en
el pensam iento alemán y arraigue fuertem ente en él.
Sobre los elementos que pudieron influir en el rechazo de la obra
de Vico por sus coetáneos, probablem ente se centraran todos en su ta
lante en alguna medida «antiilustrado»; si le consideramos ilustrado,
tendríamos que subrayar que se trata de un «ilustrado atípico», que se
aproxim aría en algunos aspectos a la antítesis de la ilustración típica,
por ej., a Rousseau con la idea de la decadencia cultural. Como dice
Thyssen «si hacemos encabezar por Vico la serie no típica de los filó
sofos de la historia de la ilustración, la razón para ello estará clara,
pues aparece el ahondamiento en el pasado como tal y su contenido y
sus épocas principales no son hallados en aquella forma simple de la
contraposición del presente ilustrado con la barbarie antigua, especial
m ente medieval, sino “filológicam ente”» 134. Vico es además un con
vencido católico que no pretende desbancar los dogmas eclesiásticos
con su nueva ciencia, sino hacer conciliables ambas perspectivas, en
el mismo sentido que ya Leibniz lo intentara. Pero por encima de todo
hay que resaltar que Vico no busca ninguna alianza con el poder ecle
siástico, a quien muchas veces alcanzarán sus críticas, lo mismo que a
los poderes monárquicos y tradicionales en general.
Algunos intérpretes prefieren considerarle un renacentista, no sólo
por su proxim idad a los planteam ientos científicos de Bacon y G ali
leo, sino también por su concepción de los corsi y ricorsi («cursos» y
«recursos») de la historia humana, que siempre repite algo de sí m is
m a en su renacim iento infatigable — sobre esta idea volveremos más
adelante. En este sentido, escribe Ferrater Mora: «... la visión histórica
de Vico es una visión renacentista, no sólo por ser la culm inación teó
rica de ciertas experiencias, luego disueltas por las ideas claras y dis
tintas, que alborearon en el Renacim iento, sino también porque su eje
lo constituye la fe en el renacim iento perpetuo de la especie humana.
I. B e r l i n , op. cit., p. 74 .
151 J. T h y s s e n , op. cit., p. 66 .
58
La historia ha nacido una sola vez con la creación del hombre, pero ha
renacido ya m uchas veces y parece ir en cam ino de un renacimiento
perpetuo, de una perpetua destrucción y reconstrucción de sí m is
m a»135.
Pero no vamos a discutir ahora en qué período de la historia de la
filosofía encuadram os a Vico, sobre todo porque, com o ya he dicho
anteriorm ente, toda periodización encierra algo de arbitrario y ni la
historia hum ana, ni la historia del pensam iento se dejan encorsetar
conform e a patrones preconcebidos. Considerem os, eso sí, las influen
cias que pudo recibir de la cultura filosófica y científica de su tiempo,
así com o sus posibles reacciones, en cuanto que sean iluminadoras de
su aportación a la nueva concepción de la historia. Desde este punto
de vista, son reseñables, por una parte, su em ulación de los métodos
de experim entación de Galileo y Bacon — sobre todo del inductivismo
de este últim o— , y, por otra parte, su radical postura anticartesiana.
La tarea que Vico pretende llevar a cabo consiste en la elaboración
de un esquem a que le perm ita explicar el m undo histórico con la m is
ma precisión que el mecanicismo m oderno explicaba el mundo de la
naturaleza. Para ello sigue de cerca el m étodo baconiano, en cuyo
concepto de experim entación no aparece una m era observación pasiva
de la naturaleza, sino más bien la pretensión de que el investigador la
«provoque» para hacerla decir aquello que desea saber, actitud inves
tigadora que requiere una técnica adecuada, que Bacon expresaba en
su método inductivo^E sta postura de Bacon im plicaba una supedita
ción del conocim iento a la acción, de la ciencia a la técnica, y Vico va
a aplicarla a su interpretación histórica, realizando con ello una crítica
epistem ológica del cartesianism o136.'V ico asume el planteam iento em-
pirista de que lo que m ejor conocemos es aquello que nosotros m is
mos hacem os, elaborando sobre él un principio lógico-gnoseológico
básico que aplicará a su nueva ciencia histórica: verum et factum con
vertuntur137, esto es, que la condición para que se pueda conocer algo
con verdad — o sea, entender y no solam ente percibir— consiste en
que el sujeto que conoce haya fabricado aquello que conoce. Para
Vico, «el criterio y la regla de la verdad es el haberla hecho»; verum
es una verdad a priori, y se obtiene, por ejem plo, razonando m atemá
ticamente, donde cada paso es rigurosam ente demostrado; así, un co
nocim iento a priori puede extenderse sólo a lo que el conocedor mis-
59
mo ha creado; esto es verdad del conocimiento m atem ático porque los
hombres mismos han hecho las m atem áticas, y lo es de todo aquello
que los hombres han forjado: casas, pueblos, ciudades, cuadros, escul
turas, artes y ciencias, lenguajes y literaturas, en definitiva, la historia;
ahora bien, los hombres no pueden crear el m undo físico, de ahí que
no tengan de él una form a de verum, sino de certum, es decir, no tie
nen de los procesos naturales una scienza (platónica) sino una cos-
cienzam .
En opinión de Vico, los filósofos modernos (como Descartes) se
han ocupado en la investigación de aquello que los hombres mismos
no han hecho, resultándoles por ello más difícil de conocer, y se han
olvidado de aquello que les es más próxim o y que ellos mismos han
hecho, como es la historia, que puede ser definida como el conjunto
de las acciones humanas cuyo protagonista es el hombre; de aquí que
Vico considere el proceso histórico como un proceso por el cual los
seres humanos construyen sistem as de lenguajes, costum bres, leyes,
gobiernos, etc..., es decir, piensa la historia como génesis y desarrollo
de las sociedades hum anas y sus instituciones. De esta manera, funda
menta la subjetividad hum ana, que se basa en el derecho natural, y
con el derecho natural de las gentes fundam enta la «naturaleza común
de las naciones», dando entidad objetiva a los pueblos; como muy
bien ha señalado Flórez M iguel, la historia en el sentido científico del
término no será para Vico la historia de los individuos, sino la historia
de las naciones139.
■Hasta ahora hem os analizado dos elem entos que nos permiten
considerar la obra de Vico como expresión de una prim igenia filosofía
de la historia, esto es, la elaboración de un método científico y la fun-
damentación de la subjetividad humana, pero podemos añadir un ter
cer elemento: su peculiar concepción del progreso. Al respecto, pro
pone la idea de los corsi inductivam ente reversibles, ya que la apela
ción al ricorso es un artificio para no afirm ar a priori la imposibilidad
de una involución del género humano como la que se había apreciado
en el medievo; el curso de las naciones está formado por su nacim ien
to, progresos, estancam ientos, decadencias y finales, curso que coinci
de de forma inm anente con la ordenación de la providencia; los ricor-
si son el resurgim iento de las naciones que vuelven a adoptar formas
sociales antiguas, pero esto no es una decadencia ni un retorno a lo
mismo, sino un desarrollo a un nivel superior que pasa por los tres es
tadios que le marca la providencia divina, la cual, aprovechándose del
egoísmo de los hombres, consigue conservar el género humano. Así
pues, la historia no se desarrolla cíclicam ente, sino que la acum ula
ción de saber la convierte en una form a espiral; la historia jam ás se
repite, sino que el «retorno» a cada nueva fase se reviste de formas
60
distintas de las precedentes; de esta forma, por ejemplo, la barbarie de
la Edad M edia se diferencia de la barbarie pagana de la edad hom éri
ca por todo aquello que la convierte en una form a de expresión de la
m entalidad cristiana. Esta es la razón de que no pueda predecirse la
historia, pues constantem ente crea novedades, y de que los hombres
puedan — a través del uso de la ciencia nueva— detener la posible de
cadencia de las naciones.
El análisis de Vico se centra en la historia antigua, que divide en
sagrada y profana'40. La prim era com prende cuatro edades: 1) la crea
ción y la edad de la inocencia adánica; 2) la edad del diluvio; 3) la de
A braham y la fundación del pueblo elegido; 4) la edad de M oisés y de
la legislación sinaítica. L a historia profana antigua com prende un
tiem po oscuro dividido en cinco épocas: 1) el régim en teocrático pa
triarcal; 2) el teocrático tribal; 3) el de los héroes y las aristocracias;
4) el de las monarquías y dem ocracias, y 5) el del derecho de guerra y
de paz que da origen a una sociedad racional. El tiem po oscuro es
descrito, dada su dificultad de conocim iento, de form a análoga por
m edio de las edades del tiempo fabuloso (del oro, del hierro, de los
pastores, etc.). Finalm ente, el tiempo histórico, donde se desarrolla el
curso de las naciones, se divide en edad de los dioses, de los héroes y
de los hombres; a cada una corresponde, respectivam ente, un tipo de
gobierno teocrático, aristocrático o dem ocrático; mientras en la prim e
ra la historia no la hacen los hom bres, sino Dios, civilizándose los
hombres en virtud de tres factores basados en el sentido común (la re
ligión, los m atrim onios que fundan las fam ilias, y el sepelio a los
m uertos, que se fundam enta en la creencia en la inm ortalidad del
alm a), en la últim a Dios queda fuera de una historia que hacen los
propios hombres, pues es ésta la edad de la razón desarrollada com
pletam ente141. Así, en la edad de los hombres, son ellos los encargados
de hacer la historia, pero la providencia sigue m anifestándose en sus
costum bres naturales, como una especie de anticipación de la «astucia
de la razón» hegeliana, conduciendo a los hom bres según un orden
fijo en la historia, esto es, siguiendo de forma determ inada la sucesión
de las tres edades m encionadas en form a de ricorsi, aunque pueda
siem pre enriquecerlas con lo que haya aprendido de las etapas ante
riores.
Además de las innovaciones inherentes al desarrollo de su teoría,
tam bién fue pionero en la proposición de ciertos m étodos historiográ-
ficos entonces revolucionarios, com o son: la utilización de la filología
para ilum inar la historia, el uso no literal de las fuentes mitológicas y
tradicionales, o la aplicación de la psicología en el estudio de las so
ciedades primitivas. Por otra parte, dirá, el historiador tiene que estar
en guardia frente a ciertos prejuicios que pueden ser fuente de error en
61
su trabajo: tener una idea desorbitada acerca de la m agnificencia de la
antigüedad, la vanagloria nacional, la vanagloria de los sabios, la fala
cia de las fuentes, o el prejuicio de suponer que los antiguos estaban
m ejor inform ados que nosotros acerca de los tiempos que les estaban
más cercanos; con estas consideraciones, está fomentando tanto el es
píritu crítico como el rechazo explícito de los argum entos de auto
ridad.
Como vemos, hay muchos aspectos en los que Vico se adelantó a
su época, quizá demasiado com o para que su obra tuviera una acogida
inm ediata entre sus coetáneos. El m érito extraordinario de su obra no
fue reconocido sino cuando, dos generaciones más tarde, el p en sa
miento alemán había alcanzado por cuenta propia, gracias al floreci
m iento de los estudios históricos en Alemania a finales del siglo xvm,
una situación semejante a aquella de donde partió Vico. Tal y como
subraya Collingwood, «cuando aconteció eso, los escritores alemanes
lo redescubrieron, concediéndole un gran valor a su obra, y de esta
suerte ejem plificaron la propia doctrina de Vico de que las ideas no se
propagan por “difusión”, como los artículos com erciales, sino por el
descubrim iento independiente que cada nación hace de aquello que
necesita en cualquier etapa de su propio desarrollo»142.,
3. H e r d e r . L a p ie d r a a n g u l a r d e l a f il o s o f ía
A L E M A N A DE LA HISTORIA
62
com pañero de viajes desde la juventud— , subrayan que, al abordar la
obra de Herder, debem os fijarnos más en lo que aspiró a realizar como
historiador que en lo que realmente realizó, esto es, más en sus suge-
rentes postulados que en las contradicciones o incongruencias que
puedan aparecer en el desarrollo de los mism os. Las aportaciones a la
filosofía de la historia pueden rastrearse en muchas de sus obras, pero
entre ellas hay que destacar dos: Auch eine Philosophie der Geschich
te. Zur Bildung der M enschheit (1774)145 e Ideen zur Philosophie der
Geschichte der M enschheit (1784-1791, publicada en cuatro partes)146.
- Podemos afirm ar que ese descubrim iento de Herder, que le llevó a
transform ar el m undo de la historia, consistió en afirm ar que el hom
bre no es sólo un ser que obra, sino también que piensa y siente, de
ahí que la interpretación histórica no deba polarizarse hacia la suma
de esos actos sino más bien hacia la génesis dinám ica de esa indivi
dualidad que los genera; los hechos sólo cuentan para Herder como
m anifestación de lo humano que tras ellos se esconde. Si el filósofo
historiador se fija sólo en los acontecim ientos externos, se condena a
lo fragmentario, m ientras que buscando el alm a de los mismos podrá
dar una explicación de la racionalidad subyacente del todo. Será esta
oposición a una form a pragm ática de hacer historia — lo que había
sido divisa de la ilustración francesa— , así com o la im portancia con
cedida al yo-razón y al yo-pasión, uno de los elem entos que convier
tan a Herder en precursor querido de m ovim ientos rom ánticos e idea
listas; y su apuesta universalizadora en el conocim iento histórico le
convierte también en el prim er eslabón de la filosofía especulativa de
la historia. Su propuesta se cifra en una m anera subjetiva de vivir la
historia, esto es, en una conciliación de la m eta universalizadora his
tórica con la potenciación del individuo; com o Fausto trata de hacer
de sí el universo, de sentir y vivir en su propio yo cuanto ha sido adju
dicado a toda la hum anidad147.
Desde su prim er escrito aparece el concepto de «evolución de la
hum anidad» com o la idea fundamental para la explicación histórica,
63
concepto en el que descubrim os una vertiente inm anente y una tras
cendente. La primera se apoya en el moderno concepto de naturaleza
y en una especie de evolución vegetativa, conduciendo a una especie
de progreso en el que ningún eslabón de la cadena es concebible sin el
otro, pero ninguno existe tam poco en función del otro solam ente. La
segunda, rem ite a un plan de desarrollo divino, del que no somos la
mayor parte de las veces capaces de descubrir la intencionalidad, pero
que seguro la posee y es el resultado de la providencia del creador. La
providencia, no obstante, se m uestra siem pre por cauces naturales;
Dios obra a través de la naturaleza, por lo que no puede hablarse de
una intervención sobrenatural de Dios en la historia.
En efecto, una de las peculiaridades de su concepción filosófica de
la historia, en la que la evolución m encionada desem peña un papel es
telar, se cifra en el concepto de naturaleza que coloca a la base. H er
der ve la vida hum ana como estrecham ente relacionada con su esce
nario en el mundo natural. En su opinión, si hemos de com prender la
historia humana, tenemos que conocer primero el lugar del hombre en
el cosmos y tomar muy en serio el asunto148. En su análisis, el univer
so cuenta con una región especialm ente favorecida, el sistem a solar,
dentro del cual, a su vez, se encuentra un planeta con condiciones es
peciales para que se desarrolle la vida, la Tierra; entre las formas de
vida, la vegetal es la más prim itiva, la vida animal es una especializa-
ción ulterior de la vida vegetal, siendo la vida hum ana una especiali-
zación ulterior de la animal. Se trata de una concepción teleológica de
la naturaleza, en la que cada etapa de la evolución se presenta como
una especie de preparación para la siguiente; ninguna etapa es un fin
en sí misma, pero con el hom bre llega el proceso a su culm inación149,
porque el hombre sí es un fin en sí mismo, cuya vida racional y moral
justifica su propia existencia, de ahí que aparezca como un eslabón
entre el m undo natural y el espiritual. Tanto en la presentación del
universo como com puesto arm ónico de macrocosmos y microcosmos,
como en la organización jerárquica de ios seres — a cuya base se en
contraría el principio de continuidad— , e incluso en la distinción de
los dos mundos de que participa el hombre, podem os descubrir una
clara influencia leibniziana150, y, por ello mismo, algunos elem entos
que terminarán dando su fruto en la teoría de la evolución de las espe
cies. Precisamente esta estructura que acabo de presentar constituye el
armazón de su obra Ideas para una filosofía de la historia de la hu
manidad. El primer libro com ienza con una disquisición sobre el ca
148 E n la i m p o r t a n c i a del c o n c e p t o de n a t u r a l e z a en la e x p l i c a c i ó n h i s t ó r i c a de H e r d e r
c o i n c i d e n m u c h o s aut ores . Cf r., po r e j e m p l o , E. C a s s i r e r , op. ci!., pp. 2 7 0 - 2 7 1 ; R. G. C o
l l i n g w o o d , op. cit., pp. 9 4 - 9 5 ; y W. H. W a l s c h , op. cit., pp . 15 8- 159 .
1J‘' «Se p u e d e c o n s id e ra r al g é n e r o h u m a n o c o m o ia g r a n c o n f l u e n c i a d e f u e r z a s o r g á n i
cas in f e ri o r es q u e d eb í an g e r m i n a r en él p a r a la f o r m a c i ó n de la h u m a n i d a d » . J. G. H i z r d h r .
Id e a s p a r a u na filo s o fía d e la h is to r ia d e la h u m a n id a d , trad, de R. R o v ir a A r m e n g o l . L o s a
da, B u e n o s A ire s , 1959, p. 139.
150 J. T h y s s e n s o st ie n e q u e se p o d r í a l l e g a r a la tesis d e q u e en H e r d e r e s t a m o s
s e n c i a de ia f il os of ía d e la h is to ri a p r o p i a de la m e ta f í s i c a de L e ib n iz ; cfr. op. cit., p. 80.
64
rácter físico de la tierra y sus relaciones con otros planetas. En el se
gundo pasa a estudiar la vida vegetal y animal (incluyendo al hom
bre), su evolución y organización jerárquica, com o anunciábam os
hace un m om ento151. En el tercero y cuarto com para la estructura de
los demás seres orgánicos con el hombre, para term inar analizando las
características esenciales de la especie hum ana152, entre las que resalta
la capacidad para cam inar en posición vertical153, a diferencia de los
demás anim ales; a esta característica atribuye H erder una sorprenden
te variedad de fenóm enos humanos, no sólo el desarrollo de las facul
tades de razonar y el uso del lenguaje — dado que, a su entender, la
posición vertical afecta al cerebro— , sino tam bién la posesión de fa
cultades sociales, morales y religiosas'54; incluso la libertad es deduci
da por Herder del hecho de que el hom bre se m antenga erguido. Kant,
precisam ente, le criticará esta inversión del finalism o en su interpreta
ción, esto es, que no defienda que al hom bre le fue asignada su posi
ción erguida para el uso racional de sus m iem bros por estar destinado
a la razón, sino que más bien adquiriese ésta com o resultado natural
de dicha posición, es decir, que la razón sea algo adquirido155. Se trata
de una concepción lam arkiana avant la letre: el hom bre se vuelve ra
cional y libre por el hecho de cam inar erguido.
En el resto de los libros de las Ideas se consagrará Herder a anali
zar la organización de la hum anidad en todas sus vertientes, racial, so
cial, nacional, religiosa, etc., con una estructrura muy sim ilar a la que
posteriorm ente conferirá Kant a su Antropología en sentido pragm áti
co (1798). El concepto de «humanidad» va sustituyendo al de «natura
leza» conform e el espíritu humano va creciendo por las fuerzas espiri
tuales que poco a poco se van desarrollando en él, pero también se ve
sometido a una evolución procesual tendente a un horizonte de perfec
ción, al verdadero «ideal de la humanidad» que quizá alcanzarán las
generaciones futuras: «Nuestra hum anidad es sólo un ejercicio preli
minar, el capullo de una flor futura. La N aturaleza se aleja paso a paso
de lo innoble, cultivando por el contrario lo espiritual, refinando aún
65
más lo sutil, y así podemos esperar que su m ano de artista también
hará florecer nuestro capullo de la humanidad en una existencia donde
aparezca en su propia, verdadera y divina forma hum ana»156.
En cuanto ser natural, el hom bre se divide en las diversas razas de
la humanidad, cada una de ellas estrecham ente relacionada con su m e
dio ambiente clim ático y geográfico, y cada una con características fí
sicas y mentales moldeadas por ese ambiente; pero cada raza, una vez
formada, es un tipo específico de hum anidad que tiene características
propias perm anentes, que no dependen de su relación inm ediata con
su ambiente, sino con sus peculiaridades congénitas. Será de esta hu
manidad racialm ente diferenciada de la que em erja un tipo más eleva
do de organismo humano, a saber, el organismo histórico, o sea, una
raza cuya vida en vez de perm anecer estática se desarrolla con el
tiempo hacia formas más elevadas. Para Herder, el centro privilegiado
en que surge esta vida histórica es Europa, debido a sus peculiaridades
geográficas y climáticas; según esto, sólo en Europa la vida humana
es genuinam ente histórica, estando el resto de las civilizaciones priva
das de progreso histórico y som etidas a una inm utabilidad estática.
Europa es, pues, una región privilegiada, de la m ism a m anera que el
hombre es privilegiado entre los animales y el resto de los organismos
vivientes. No es difícil descubrir aquí el etnocentrism o que se hará
consustancial al idealismo alemán y en el que se encuentran im plíci
tas, tanto las ideas nacionalistas y racistas que afloraron en la segunda
guerra mundial, como la concepción de la unidad europea a que ahora
asistimos y que quizá no esté tan alejada de las ideas antes m enciona
das, como estamos pudiendo com probar137.
Herder fue el prim er pensador en presentar de form a sistem ática
las diferencias raciales, estudiando las peculiaridades físicas y psico
lógicas de las mismas, así como sus costumbres, lo que le convierte
en el padre de la antropología com parada (sin que esto nos haga olvi
dar el papel precursor de Vico en la antropología histórica, cuyo m éto
do sería el progenitor de los antropólogos sociales más modernos, que
intentan com prender la conducta de los pueblos prim itivos a partir de
lo que queda de ellos). Las investigaciones de Herder supusieron un
paso muy importante en la concepción de la naturaleza humana, pues
reconocía que ésta no era un dato sino un problema, no era algo uni
forme en todas partes — frente a la idea ilustrada de una sola naturale
za humana fija— , sino algo variable, cuyas características especiales
exigían investigaciones diversas. Sin embargo, a pesar de las aporta
ciones, esta concepción no era genuinam ente histórica, por considerar
a cada una de las naturalezas hum anas únicam ente como un supuesto
previo de la historia, y no como un producto histórico; todavía no ha
nacido la idea de que el carácter de un pueblo es lo que es por su pro-
66
pia experiencia histórica, considerándose, por el contrario, esta expe
riencia como el mero resultado de su carácter fijo, idea que acabaría
desem bocando en los orgullos, purezas y superioridades raciales, que
se colocaron a la base de los nacionalism os e im perialismos, arrojan
do en el últim o siglo saldos sangrientos por todos conocidos, desde
A lem ania a N orteam érica, desde la India a Africa. En el fondo de la
interpretación herderiana se encontraría la confusión entre la antropo
logía física y la antropología cultural158.
Sin embargo, esto parece contradecirse con la concepción que te
nía Herder, diez años y antes del supremo ideal de la humanidad, que
no puede ser relativo a los distintos pueblos, sino una norma universal,
y según el cual los pueblos y las épocas no serían sino eslabones de
una gran cadena, estaciones de paso en la gran ruta de la humanidad
hacia su suprem a meta. De aquí deduce C assirer que Herder rechaza
aquellos criterios que tienden a santificar una determ inada época o
una determ inada nación y a convertirla en canon para las dem ás159. En
mi opinión, era ésta una idea que aparecía clara en Otra filosofía de la
historia, donde Herder se negaba a adm itir la preponderancia absoluta
en el pasado de Grecia y después de Roma, como si estas civilizacio
nes hubieran sido la meta de la historia; cada una fue un eslabón de la
cadena, lo mism o que lo era Europa en su m om ento histórico; pero lo
único que im portaba era la m archa del todo, el plan de desarrollo de la
historia trazado por la providencia, y cuya intención suprema nos es
desconocida. En este sentido, cada civilización, cada época, son a la
vez medio o instrum ento y fin o algo sustantivo1“ , lo mismo que en
las edades de la vida la niñez conduce a la adolescencia, ésta a la m a
durez y, finalmente, a la ancianidad, aunque cada momento posea en
sí mismo el centro de su felicidad: «Nadie está solo en su época, sino
que edifica sobre la anterior, que no es más que el cimiento de la épo
ca futura, ni pretende ser otra cosa... El egipcio no podía existir sin el
oriental; el griego edificó sobre aquél; el rom ano se levantó sobre las
espaldas del mundo entero: hay un verdadero avance, un desarrollo
progresivo, aunque ningún individuo haya ganado nada con él. El de
sarrollo progresa hacia lo grande; se convierte en aquello de lo que la
historia superficial tanto se envanece y de lo que m uestra tan poca
67
cosa, teatro de una intención rectora sobre ¡a tierra, aunque no veamos
su propósito final, teatro de la divinidad, aunque sea sólo a través de
las aberturas y los restos de escenas aisladas»161. Según esto, el papel
preponderante de un pueblo en una época determ inada no es sino una
escena de la gran representación universal162, y Herder en ningún m o
mento pretende — como más tarde hará Hegel— que la Europa de su
momento culmine la historia; igual que Grecia y Rom a pasaron, pasa
rá la Europa ilustrada, piensa Herder; son eslabones en la cadena de la
historia, pero cada civilización es buena para proporcionar felicidad a
la humanidad. En el fondo no se trata sino de una consciente postura
anti-ilustrada, dirigida en general contra los franceses y en especial
contra Voltaire, quien subraya su oposición a que el siglo xvm sea la
culm inación de una línea de progreso que ha sabido dar el esquinazo
al período oscurantista medieval y a su dom inio teológico. Le parece
ingenuo que «los filósofos de París» crean que educan a toda Europa
y a todo el universo, cuando sólo puede enseñarse partiendo de la es
pecificidad de la cultura y costum bres de cada pueblo163. Esta concep
ción que subraya el valor intrínseco a cada cultura, con sus diferen
cias, será, sin embargo, rechazada por H erder en sus Ideas sobre la
filosofía de la historia de la hum anidad por im plicar un relativismo.
Desde mi punto de vista, entre los dos escritos herderianos sobre
filosofía de la historia transcurren diez años «pasados por Kant», un
Kant precrítico que le enseña antropología y geografía física, pero que
está, a su vez, pergeñando sus Ideas para una historia universal en
clave cosmopolita. De ahí que Herder oscile entre subrayar la autono
m ía y peculiaridad específica de cada cultura y la existencia de una
racionalidad subyacente a la historia, esto es, de un plan que persiste
debajo de la variedad de las épocas y los pueblos.
Estas nociones am bivalentes se encuentran tam bién a la base de su
noción de progreso. Por una parte, H erder se opone a la hipótesis de
un estado final único e igual en perfección, como m eta de la historia,
pues ello im plicaría que las generaciones precedentes existieron sólo
para servir a las últimas y que sufrieron para asegurar ia felicidad de
la posteridad más remota, teoría que ofendía su sentido de la justicia y
de la conveniencia; por el contrario, el hombre puede realizar su feli-
69
za que posibilita la marcha de la historia hacia su meta final, cl ideal
de humanidad, que es una virtualidad en fase de desarrollo, una per
fección posible aún no lograda. En este proceso, cada época, cada in
dividuo, cada pueblo, no son sino despliegues de una m ism a m eta a
conseguir, el ideal de hum anidad. Y todos los acontecim ientos históri
cos, a pesar de su dispersión aparente, poseen una finalidad inmanente
y una lógica interna: la form ación de la humanidad, que junto con la
persecución de la felicidad para el género humano constituyen el sello
de universalidad que convierte a los hechos históricos en una totalidad
con sentido.
En el ideal de hum anidad convergen tres conceptos diferenciados:
el plan providente de Dios, la educación y la tradición, haciendo todos
juntos que la historia no sea una secuencia de hechos arbitrarios acae
cidos al azar170. El decurso de la historia aparece regido por la razón
divina y, aunque la com prensión total de su acontecer escape a la inte
ligencia humana, su presencia evita que dicha historia transcurra
com o un aglomerado de fuerzas irracionales en cuyo laberinto se pier
da el hombre. El papel de la tradición en ese decurso se refleja en que
cada individuo, cada pueblo es y se realiza como es en virtud de los
eslabones que le precedieron. Pero esta tradición no tendría sentido
sin el concepto de educación — no en vano el título com pleto de la
obra a que nos venim os refiriendo es: Otra filo so fía de la historia
«para la educación de la h um anidad»— , pues la asim ilación de la
tradición cultural se lleva a cabo en un proceso de autoeducación que
tiende a lograr la perfección del hombre; para Herder, la educación de
la humanidad no puede consistir en la im partición-adquisición de co
nocim ientos171, sino en un proceso vital, de racionalidad práctica, a
cada uno según sus posibilidades; y aquellos que poseen más sabidu
ría o poder deben perm itir que los menos favorecidos perm anezcan en
un estadio inferior si en él son felices, permitiendo que se expresen en
igualdad de condiciones. «Si mi voz tuviese fuerza y auditorio, ¡cómo
gritaría a todos los que trabajan en la educación de la hum anidad!:
nada de lugares comunes de perfeccionam iento, de cultura libresca, y
no basta el estar dispuesto: ¡hay que actuar! Dejadles hablar y decir
disparates a los que tienen la desgracia de no poder hacer otra
cosa...»172. La construcción del saber histórico consiste, en definitiva,
en estudiar el proceso educativo de la humanidad — sobre todo en su
vertiente ética y religiosa1”— a través de los hechos históricos en los
70
que se m anifiesta el plan divino y que queda reflejado en las creencias
de las religiones y en las culturas de los pueblos. La idea de educación
de la hum anidad será también una constante en los planteam ientos de
L essing174 y de Kant, en el primero vinculada también a una idea reli
giosa, y en el segundo totalmente secularizada. En Herder, la confluen
cia de naturaleza y providencia divina a que aludíam os al principio,
perm itirá afirmar a Thyssen que la filosofía de la historia de Herder
consigue secularizar la idea histórica de San Agustín, haciendo que el
reino de la «humanidad» se convierta en «la verdadera ciudad de Dios
en la tierra»'73. Como vimos, Herder no adm ite una intervención so
brenatural de Dios en la historia, pero esto no impide que represente
el papel de educador de la hum anidad176, a través del desarrollo natu
ral de esa m ism a historia, aunque sea inescrutable en sus designios.
71
CAPÍTULO TERCERO
LA FILOSOFÍA ESPECULATIVA
DE LA HISTORIA
73
ner al descubierto, de una vez para siempre, el secreto de la historia,
esto es, la racionalidad subyacente en el curso de los acontecimientos.
Con Hegel llega la filosofía especulativa de la historia a su culm i
nación, sobre todo con sus famosas conferencias de 1820, que serían
publicadas postum am ente, pero sus conclusiones eran el efecto de las
aportaciones que Herder, Kant, Schelling y Fichte habían hecho en
este terreno. En el presente capítulo — y siguiendo la tónica de los an
teriores— no pretendo escribir una historia com pleta del desarrollo de
la filosofía especulativa, por eso he elegido como elementos represen
tativos para ilustrar el carácter de esta concepción a Kant y a Hegel, el
primero y el últim o de los eslabones en que ésta se presenta de m ane
ra sistemática, siendo el último, además, el despliegue de algunos as
pectos que en el prim ero aparecían en germ en178. Sin embargo, para
que la transición entre uno y otro autor no parezca dem asiado brusca,
voy a hacer algunas referencias en esta pequeña introducción a las
aportaciones más significativas de Fichte y Schelling.
Entre toda la producción filosófica de Fichte, abstracta en grado
sumo, encontram os dos obras relevantes de cara a la filosofía de la
historia: Grundzüge des gegenwärtigen Zeitalters (Caracteres de la edad
contemporánea) publicada en 1806 sobre la base de las lecciones im
partidas los dos años anteriores, y Reden an die deutsche Nation (Dis
cursos a la nación alemana) de 1807, que se presenta como continua
ción de Deutung der Gegenwart (Interpretación del presente), sacada
a la luz el año anterior con la finalidad política de obtener la libera
ción de la dom inación napoleónica, para lo cual propone Fichte como
medio principal una nueva educación nacional de los alem anes179.
Fichte establece en los Caracteres de la edad contemporánea cin
co edades diferentes en el desarrollo de la historia, sobre la base de Ja
filosofía de la historia de Kant y con algunos elementos que nos re
cuerdan los planteam ientos de Herder. En estos estadios de la evolu
ción humana intercala otros «miembros intermedios», según el método
presentado en su Doctrina de la ciencia.^La concepción fundamental
que allí presenta es que la humanidad ha de llegar en su evolución,
desde la inocencia instintiva del estado primitivo, a través de la depra
vación, al estado moral de la autodeterm inación por la razón y la li
bertad. Ambos puntos evidencian su racionalism o estremo y su creen
cia en el progreso. En el quinto estadio o edad se alcanza la realidad,
convitiéndose el género humano en «una estam pa perfecta de su im a
gen eterna en la razón», pero esto sucede gracias a que en el estadio
anterior la libertad moral es conocida por la «ciencia de la razón», su
perando la libertad arbitraria y la disolución total del orden de los es
7A
tadios anteriores; ahora bien, sin el tránsito de la inocencia ingenua a
la disolución y depravación, ninguna vida habría llegado a la realidad.
^ Pero Fichte se aparta de Kant — concordando en esto con Schi
ller— al concebir al presente como el punto focal donde convergen las
líneas del desarrollo histórico; en consecuencia, para él, la tarea fun
dam ental del historiador es com prender el período de la historia en
que vive, de ahí que en sus lecciones se imponga la tarea de analizar
el carácter peculiar de su propia época, mostrando cuáles son sus ras
gos centrales y cómo los secundarios se derivan de aquéllos. En su
opinión, cada época es la encarnación concreta de una sola idea o con
cepto, form ando la historia la secuencia sucesiva de varias ideas o
conceptos fundam entales — correspondientes a edades sucesivas—
que ha de ser entendida como una secuencia lógica donde un concepto
— que com prende siem pre tres fases: tesis, antítesis y síntesis— con
duce necesariam ente al siguiente, estructura que posibilita la com
prensión de la historia. Este m ovimiento dinámico del concepto es lo
que hace de la concepción fichteana de la historia un plan dinámico
que se sum inistra su propia fuerza impulsora, un plan más simple que
el de Kant y que term inará madurando en Hegel. A hora bien, el con
cepto fundamental de la historia (y aquí Fichte vuelve a seguir a Kant)
es la libertad racional, y la libertad, como cualquier concepto, debe
desarrollarse a través de esas etapas necesarias, esto es: 1) libertad-li
bertinaje que se corresponde con el estado de naturaleza, 2) libertad
civil, en un período de gobierno autoritario o coercitivo, y 3) libertad
moral, tras una etapa revolucionaria se consigue que las mism as per
sonas gobiernen y sean gobernadas.
> De todo lo expuesto podemos destacar dos elementos en el plan
teamiento fichteano que aparecerán como constantes en toda filosofía
especulativa de la historia, junto con la im portancia concedida a los
conceptos de razón, libertad y progreso; el prim ero de ellos es una
clara anticipación de la visión hegeliana, el segundo se m uestra here
dero del proyecto kantiano, y ambos representan la posibilidad de
comprensión del sentido de la historia: 1) la idea de que el estado ac
tual del mundo es perfecto, que es un logro completo y final de todo
aquello que la historia ha estado preparando, y 2) la idea de que la su
cesión histórica de las épocas puede determinarse a priori por referen
cia a consideraciones lógicas abstractas 18\
Respecto a Schelling, cabe cuestionarse hasta qué punto su contri
bución a la filosofía de la historia es representativa desde el punto de
vista de la especulación racional que venimos analizando, o si, por el
contrario, habría que entender su aportación como puntal de un para
digma rom ántico181 desde el que va a gestarse la más clara oposición a
las concepciones racionalistas, universalistas y abstractas que culmi-
180 R. G. C o l l i n g w o o d h a c e un d e s a r r o l l o p o r m e n o r i z a d o de e s t o s p u n t o s en o p . cu .,
pp. 112-114.
S o b r e « S c h e l li n g y e! p a r a d i g m a r o m á n ti c o » , cfr. C. F l ó r e z M i g u e l , G é n e s is d e la
ra zó n h is tó r ic a , Univ. S a l a m a n c a , 1983, pp. 69- 7 2.
75
nan en el pensam iento de Hegel. A mi entender, la prim era filosofía
de la historia de Schelling, cuyo planteam iento se mueve en el mundo
ético, es de corte kantiano y representativa de la postura especulativa,
mientras que la correspondiente a la últim a fase de su pensam iento,
enclavada en el m undo religioso, se ha apartado de esta concepción
para aproxim arse al m ovim iento romántico. Por otra parte, es objeto
de disputas si las doctrinas que Hegel compartió con Schelling, más
joven que él, las alcanzó pensando independientemente o bajo la in
fluencia de é ste 182. Una cosa es clara, Schelling publicó un sistem a de
filosofía, donde incluía sus meditaciones sobre la historia mucho antes
de que Hegel escribiera el primpr boceto de su filosofía de la historia
en la Enciclopedia de Heidelberg. Además, la tarea de exponer la filo
sofía de la historia especulativa de Schelling fuera de su sistem a filo
sófico es más complicado que en Kant, Fichte o Hegel, pues nunca la
presentó de forma claram ente delimitada, o en lecciones divulgativas,
sino en el entram ado de su System des transzendentalen Idealism us
(Sistema del idealismo trascendental) de 1800183.
La filosofía del joven Schelling está claram ente encuadrada dentro
del program a de investigación abierto por Kant, pero en su intento por
superar la dualidad sujeto-objeto, instituyendo el principio de la iden
tidad absoluta como punto de partida para todo su sistema, propondrá
el desarrollo de los planteam ientos de Kant y Fichte en torno a dos
puntos fundamentales: 1) la idea de que todo lo que existe es cognos
cible, es decir, una encarnación de la racionalidad o, en su propio len
guaje, una m anifestación de lo Absoluto, y 2) la idea de identidad en
tre dos térm inos que, aunque contrarios, sean ambos representación de
lo Absoluto.^Este proceso aparece en la naturaleza bajo la categoría
organizativa &e «alma del mundo», dando en el hombre lugar al «espí
ritu», que puede ser considerado desde el punto de vista de la intui
ción — en la razón teórica— y desde el punto de vista de la acción — en
el caso de la razón práctica— . Estos dos elementos serán los respon
sables de la realización de la dialéctica histórica, como tensión entre
el elemento encarnado por la libertad individual y el representado por
la legalidad estatal.
Según Schelling, hay dos grandes reinos de lo cognoscible: la na
turaleza y la h isto ria184. Cada uno de ellos, en cuanto inteligible, es
una m anifestación de lo Absoluto, pero encarnado de maneras opues
tas; la naturaleza consiste en cosas distribuidas en el espacio y su inte
ligibilidad se m anifiesta en las relaciones regulares y determ inadas
que hay entre ellas; la historia consiste en los pensamientos y acciones
de las mentes, las cuales no son sólo inteligibles, sino también inteli-
76
gentes y, por tanto, encarnan de form a más adecuada al Absoluto al
contener en sí mismas ambas partes de la relación del conocimiento
(sujeto y objeto)..En cuanto objetivam ente inteligible, la actividad de
la m ente en la historia es necesaria: en cuanto subjetivamente inteli
gente, es libre. De esta manera, el curso del desarrollo histórico se
presenta como la génesis de la autoconciencia de la mente, al mismo
tiempo libre y sujeta a la ley, es decir, por em plear el lenguaje kantia
no, moral y políticam ente autónoma. Las etapas por las que pasa este
desarrollo están determ inadas, como en Fichte, por la estructura lógi
ca del concepto mismo, y pueden reducirse a tres185: 1) una fase donde
el hom bre concibe la realidad como rota y dispersa en realidades se
paradas, y donde las formas políticas nacen y perecen como los orga
nismos naturales, sin dejar nada tras de sí; en ella predomina el poli
teísmo y el destino es la fuerza ciega que unifica las acciones de los
hom bres; Schelling denom ina a este m om ento período trágico de la
historia y representa al viejo mundo, del que apenas ha quedado el re
cuerdo; 2) una etapa en la que impera la naturaleza, en la que la nece
sidad que determ ina la libertad se m anifiesta como ley física y funcio
na siguiendo una regularidad mecánica; este período parece empezar
con la expansión del imperio romano y en él todos los sucesos han de
verse como meras consecuencias necesarias de las leyes naturales, sin
una cara trágica ni una cara moral; y 3) una fase en la que lo absoluto
se concibe propiam ente como historia, esto es, com o un desarrollo
continuo donde el hombre ejecuta los propósitos de lo Absoluto, coo
perando con la providencia en el plan que que ésta tiene para el desa
rrollo de la racionalidad humana; en esta etapa tiene lugar la hegem o
nía de la libertad y, dentro de ella, aparece el Estado como institución
encargada de la armonización de la necesidad y la libertad; no se sabe
cuando culm inará esta etapa, pero se ha iniciado progresivam ente en
la época moderna, donde la vida humana está gobernada por el pensa
m iento científico, histórico y filosófico.
^ Schelling sostiene que la prim era pregunta que el filósofo debe ha
cerse acerca de la filosofía de la historia es, sin duda, la de cómo es
pensable una historia en general186. La evolución progresiva de la his
toria entera es relevante y, en este sentido, la historia pasada es objeto
de conocim iento del filósofo de la historia, pero — y aquí coincide con
77
Fichte, alejándose de Kant— «el objeto fundamental de la historia es
la explicación del estado presente del mundo y podría, por tanto, par
tir igualmente del estado actual y concluir sobre la historia pasada, y
no sería un intento carente de interés ver cómo desde aquélla podría
ser deducido todo el pasado con estricta necesidad»187. Sin embargo,
hay historia únicam ente para aquél sobre el que ha operado el pasado,
en tanto que lo que ha sido en la historia se conecta con su conciencia
individual a través de infinitos miembros interm edios. Pero esto no
significa que la historia sea un fenómeno individual; la necesidad tras
cendental de la historia ha sido deducida ya anteriorm ente del hecho
de que la constitución jurídica universal está propuesta a los seres ra
cionales como un problem a que sólo es realizable por la especie en su
conjunto.^Desde esta perspectiva (y aquí vuelven a resonar los plan
teamientos kantianos), «el único objeto verdadero de la historia sólo
puede ser el surgim iento paulatino de la constitución cosm opolita,
pues precisam ente éste es el único fundamento de una historia; cual
quier otra historia, que no sea universal, sólo puede ser pragm ática,
esto es, según el concepto de los antiguos, orientada a un determinado
fin empírico. Inversam ente, una historia universal pragm ática es un
concepto contradictorio en sí m ism o»188. En este carácter de trascen-
dentalidad y universalidad de la historia descansa el concepto de una
progresividad infinita en la misma, aunque no pueda deducirse de ello
inmediatam ente la conclusión de la infinita perfectibilidad de la espe
cie humana, como tampoco su contrario; Schelling critica a aquellos
que reflexionan sobre el progreso de la hum anidad sin distinguir entre
un progreso moral y uno técnico; para él, la confianza en el progreso
del hombre que actúa sólo puede descansar en el único objeto de la
historia, la paulatina realización de la constitución jurídica, quedando
como criterio histórico del progreso de la especie hum ana el acerca
miento progresivo a este fin, cuyo logro final no puede deducirse de la
experiencia acumulada, ni tampoco demostrarse teóricam ente a priori.
Como hemos podido observar hasta el momento, hay tres constan
tes en la búsqueda de una explicación de la historia por parte del pen
samiento especulativo alemán, los conceptos de razón trascendental,
libertad y progreso. La concepción ética ilustrada del mundo se eleva
a la autoconciencia, y el individuo aspira a realizar plenam ente su li
bertad dentro de la totalidad del Estado, entendido como regulador de
las relaciones hum anas.'L a historia es el progreso del espíritu univer
sal hacia la racionalidad, y en ella la praxis de los individuos actúa
como mediación...
En la concepción rom ántica se tenderá a subrayar el papel del in-
78
dividuo, caracterizado también por la conciencia, pero en el que el pa
pel del sentimiento compite con la razón, llegando a desplazarla. Su
relevancia desde el punto de vista de la filosofía de la historia es, en
este sentido, inferior; en sus planteam ientos existe una cierta tenden
cia a la visión de absoluto, pero caracterizada por un elemento místico
o religioso que se aleja de la perspectiva ético-política. Sin embargo,
sus aportaciones serán claves para la crítica que muchos m ovimientos
posthegelianos realizarán sobre la filosofía especulativa de la historia,
sustituyendo el concepto de racionalidad absoluta por otro que consi
deran más relevante para la explicación histórica, el concepto de vida.
Por m encionar a un par de autores, Schiller189, Schlegel y Goethe, es
cribiendo en este mismo período, contribuirán a cambiar el clim a inte
lectual de Alemania, perm itiendo que, más adelante, su escepticismo
respecto a la historia universal y nuestro conocim iento e interpreta
ción de la misma generen nuevas interpretaciones y perspectivas más
amplias para el conocim iento y la com prensión del fenómeno históri
co. M ás cercanos a la veta rousseauniana «atípica» de la ilustración,
colocarán el ideal de la naturaleza por encima del de la razón, apor
tando como perspectiva novedosa que el progreso no puede consistir
sino en el acercamiento a este ideal por medio del arte. Pero volvamos
a centrarnos en la visión especulativa de la historia de Kant y Hegel,
constitutiva de la «línea triunfante» que aquí presento.
1. L a fil o s o fía de la h is t o r ia en K a n t :
L a P O S I B I L I D A D D E U N A H I S T O R I A A P R IO R I
79
acuerdo con los cuales las variaciones que pueden experim entar los
individuos siem pre tienen lugar dentro del espacio cerrado de un gé
nero o especie, y sólo dentro de este espacio funciona con precisión el
procedimiento analógico; cuando se trasciende este límite, las analo
gías pierden toda su fuerza lógica y no son otra cosa que ejercicios de
imaginación que nunca podrán llegar a constituir un sistem a científico
de la naturaleza, puesto que han perdido su poder dem ostrativo y ya
no sirven para construir conceptos científicos190. Según Kant, la filoso
fía exige una disciplina m etódica si quiere llegar a constituirse riguro
samente, y para ello no debe nunca olvidar que también el uso racio
nal de la experiencia tiene sus límites.
Puede sostenerse que los escritos de Herder actuaron como acica
te, por el efecto revulsivo que ejercieron sobre él, para que Kant se
decidiera a sacar a la luz sus investigaciones sobre el tema. Sin em
bargo, esto no conduce a afirmar, contra lo que suele creerse, que el
tratam iento kantiano de esta tem ática sea algo puntual y episódico,
sino que, más bien al contrario, supone una constante dentro de sus
reflexiones191. Los escritos dedicados por Kant a desarrollar sus ideas
en torno a la filosofía de la historia son ciertam ente escasos, pero no
por ello m enos relevantes. Entre ellos destaca el opúsculo titulado
Idee zu einer allgem einen Geschichte in weltbürgerlicher Absicht, pu
blicado en noviem bre de 1784 y que ha sido traducido hace unos años
como Ideas para una historia universal en clave cosmopolita™1. Al fi
nal de este artículo Kant hace la siguiente advertencia: «Mi propósito
sería interpretado erróneam ente si se pensara que con esta idea de una
« ¿ Q u é d e b e u n o p e n s a r en g e n e ra l de la hi p ó t es is d e las fu er za s in v i si b le s qu e o r ig i
n a n la o r g a n i z a c i ó n y, p o r e n de , del p r o y e c t o de q u e r e r e x p l i c a r lo q u e uno n o e n tie n d e a p a r
tir de a qu e llo q u e e n tie n d e m e n o s to d a v ía ? R e s p e c to de ¡o p r i m e r o p o d e m o s al m e n o s c o n o
c e r las le ye s g r a c i a s a la e x p e r i e n c i a , a u n q u e d e s d e lu e g o p e r m a n e z c a n d e s c o n o c i d a s las
c a u sa s de las m i s m a s ; a c e r c a d e lo s e g u n d o nos v e m o s p r iv a d o s d e to d a e x p e ri e n c i a . ¿Q ué
p u e d e aducir, p ue s , el fi l ó so f o p a r a ju s t i f i c a r su p r e t e n s ió n , a no se r la m e r a d e s e s p e r a c ió n
p o r e n c o n tr a r tal e x p l i c a c i ó n en c u a l q u i e r c o n o c i m i e n t o de la N a t u r a l e z a , b u s c a n d o es a ap re
m i a n t e r es o lu c ió n en el f e c u n d o c a m p o de la fi c ci ó n p o é t i c a ? P er o e s to no d e j a de se r m e ta f í
sica, e in c lu s o m u y d o g m á t i c a , p o r m u c h o q u e n u e s tr o au t o r la r e c h a c e s i g u i e n d o los di c ta d o s
de la m o d a » , R e c e n s io n e s so b re la o b ra d e H e r d e r « ¡d ea s p a r a u n a fi lo s o fía de la h is to r ia de
la h u m a n id a d » , en Id e a s p a r a una h is to r ia u n iv e r sa l en c la v e c o s m o p o lita y otro s e sc rito s
s o b re filo s o fía d e la h is to r ia (en lo s u c e s i v o Id e a s ), trad, de C. R o l d á n y R. R o d r í g u e z Ara -
m a y o , Te cn os , M a d r i d , 1987, p. 39. S o b r e la p o l é m i c a K a n t - H e r d e r es i n t e r e s a n te c o n s u lt a r
C. F l ó r e z M i g u e l , op. cit., pp. 38- 4 1.
m C o m o d e m u e s t r a R. R. A r a m a y o en su e s tu d i o in t r o d u c t o r i o a n u e s t r a e d i c ió n ca s t e
llana d e I. K a n t , Id e a s , p. xxxvi: «... los p ro b le m a s a b o r d a d o s p o r K an t en sus o p ús cu lo s sobre
f il so fí a de la h is to r i a o c u p a r o n b u e n a pa rt e d e las R e f l e x i o n e s c o r r e s p o n d i e n t e s a la s e g u n d a
m i ta d de la d é c a d a d e los s e te n ta y p r in c ip io s de la si g u ie n te , e s t a n d o a s i m i s m o p r es en t es en
m u c h o s de los c u r s o s u n iv e r s i ta r i o s i m p a r ti d o s d u r a n t e es te p er í o d o , tal y c o m o p u ed e a p r e
ci ar s e en sus L e c c i o n e s de A n t r o p o l o g í a , P e d a g o g í a y Ética. P o r lo tanto, a n u e s tr o m o d o de
ver, el p ap el j u g a d o a q u í po r H e r d e r se a s e m e j a al d e un r e v u l s i v o q u e p r e c i p it ó la p u b li c a
ci ó n de uno s p e n s a m i e n t o s q ue v e n í a n a c r i s o lá n d o s e d e s d e m u c h o ti e m p o atrás».
1,2 S o b r e los d at os de la p u b li c a c i ó n , cfr. la no ta p r e c e d e n te . L a r a z ó n de h a b e r p lu ra li z a
d o el té r m in o Id e e r e s p o n d e a la c o n v i c c i ó n de q u e K a n t no se si r v ió del s in g u la r si n o pa ra
p o n e r de re li ev e las m o d e s t a s p r e t e n s i o n e s d e su o p ú s c u l o en c o n t r a s t e c o n la a m b ic i o s a o b r a
de H erd er, al go que, a c a u s a d e r es ul ta r d e m a s i a d o o b v i o p a r a los tr a d u c to r e s , no q u e d ó ex-
pli ci t ad o en n in g u n a n o ta del texto.
historia universal que contiene por decirlo así un hilo conductor a
p rio ri, pretendo suprim ir la tarea de la historia propiam ente dicha,
concebida de un modo m eram ente empírico; sólo se trata de una refle
xión respecto a lo que una cabeza filosófica (que por lo demás habría
de ser muy versada en m ateria de historia) podría intentar desde un
punto de vista distinto»193.
Kant encom ienda al filósofo que, cuando exam ine la historia, en
lugar de quedar paralizado por el disparatado espectáculo brindado
por las acciones hum anas en el gran escenario del mundo, «intente
descubrir en este absurdo decurso de las cosas humanas una intención
de la Naturaleza, a partir de la cual sea posible una historia de criatu
ras tales que, sin conducirse con arreglo a un plan propio, sí lo hagan
conform e a un determ inado plan de la N aturaleza»194ΛΕ1 filósofo de
Königsberg se conform a con encontrar el hilo conductor para diseñar
una historia sem ejante, dejando en manos de la N aturaleza el engen
drar al hombre que habrá de com ponerla más tarde sobre esa base. En
este terreno Kant se com para a sí m ismo con Kepler y se contenta con
anunciar el advenim iento de un Newton que clarifique las leyes recto
ras del ámbito de la historia^^XTomo es bien sabido, este hilo conduc
tor no será otro que el pseudoparadójico concepto de la «insociable
sociabilidad»; Kant convierte al antagonismo en la llama que alumbra
todo progreso de la cultura, tal y como expresó en su célebre metáfora
de los árboles, los cuales crecen atrofiados en solitario, mientras que
lo hacen erguida y esbeltam ente en medio de un bosque, al verse obli
gados a buscar el sol que le disputan los dem ás196. «El hombre quiere
concordia, pero la N aturaleza sabe m ejor lo que le conviene a su espe
cie y quiere discordia»197 — sentencia Kant. -
La idea de una «intención de la naturaleza» que se m anifiesta a
través de Ja «insociable sociabilidad» volverá a aparecer en el ensayo
kantiano publicado en 1795 Zum ewigen Frieden (Hacia la paz perpe
tua), que puede ser incluido entre sus escritos de filosofía de la histo
ria. En este contexto, la naturaleza misma, a lo largo de su indefinido
devenir histórico, se convierte en la garante de la paz perpetua al con
ducir a la humanidad a un estado cosmopolita, y lo hace — por una es
pecie de designio superior— sirviéndose no sólo de los pactos solida
rios (federaciones pacíficas) sino tam bién de las insolidarias rivali
dades (guerras). Más aún, la naturaleza se vale casi exclusivam ente de
los antagonism os hum anos, de la insociable sociabilidad, para produ
cir una arm onía superior, que a modo de fuerza im personal se sitúa
81
por encim a de las voluntades de los interesados. Se trata de un proce
so de tintes estoicos que se nos presenta a la vez como destino y como
providencia, según se subraye su causalidad oculta o su sabia finali
dad. Ë1 texto de Kant no tiene desperdicio: «Quien sum inistra esta ga
rantía es, nada menos, que la gran artista naturaleza (natura daedala
rerum), en cuyo curso m ecánico brilla visiblem ente una finalidad: que
a través del antagonism o de los hombres surja la arm onía198, incluso
contra su voluntad. Por esta razón se la llam a indistintam ente destino,
como causa necesaria de los efectos producidos según sus leyes, des
conocidas para nosotros, o providencia, por referencia a la finalidad
del curso del mundo, como la sabiduría profunda de una causa más
elevada que se guía por el fin últim o objetivo del género humano y
que predeterm ina el devenir del m undo»199>Pareciera como si el Kant
filósofo de la historia, que no puede vislum brar la viabilidad del pro
yecto de paz en el futuro, decidiera cortar por lo sano y deshacerse del
im perativo ético que, sin embargo, form ulará dos años después en la
M etafísica de las costumbres: «no debe haber guerra»200, en cuanto
que ésta se convierte paradójicam ente en el medio más seguro de con
seguir la paz, respaldada por la intención oculta de la naturaleza.
Con este «plan de la Naturaleza» que los hombres ejecutarían de
un modo inconsciente, Kant se hace eco de esa «mano invisible» que
A. Smith (autor por el que, dicho sea de paso, profesaba una gran esti
ma) colocara tras el juego de la econom ía de mercado, al mismo tiem
po que revela una clara im pronta estoica201 con esta cosmovisión don
de la suerte de lo particular queda sacrificada en aras del conjunto de
la especie; un fenómeno que no tardará en aparecer en Hegel bajo la
denom inación de «astucia de la razón» (List der Vernunft). Colling
wood, por su parte, señala que Kant eleva a categoría filosófica la vi
E n un tr a b aj o re c i e n te m e he o c u p a d o d e m o s tr a r q ue a la base de la f il o so fí a de la
hi s to r i a k a n t i a n a qu e se r e v e l a en el e n s a y o s o b re la p a z p e r p e t u a , se e n c u e n t r a n los pr in c i
p io s le ib n iz ia n o s de p er f e c c ió n , c o n t i n u i d a d y a r m o n ía , de m a n e r a que. u ti li z a n d o le n g u aj e
le ib n iz ia n o , p o d r í a m o s h a c e r la s ig u ie n te t r a s p o s i c i ó n del p l a n t e a m i e n t o qu e K a n t ha c e en su
H a c ia la p a z p e r p e tu a : «P u e s to qu e el g é n e r o h u m a n o se h a l la en c o n t in u o p r o g r e s o h a c ia lo
mejo r, no d e b e p r e o c u p a r n o s el ma l en el m u n d o , e s to es, la g ue rr a, pues la r a z ó n p r o v id e n te
d iv i n a q u e se e s c o n d e en la n a t u r a l e z a de las co s a s se e n c a r g a r á de in s ta u r a r la pa c íf ic a a r m o
n ía u n iv e r sa l a p e s a r de las d i s o n a n c i a s q u e n u e s tr a ig n o r a n c i a s ie m b r e n en el tr a ye ct o , p u e s
to qu e c u a n d o r e c u l a m o s s i e m p r e es p a r a s a lt a r m e jo r en un p r o g r e s o in f i n it o q ue, po r d e f i n i
c ió n, n u n c a p o d r á a l c a n z a r su t é r m i n o » , cfr. « L o s " p r o l e g ó m e n o s " de! p r o y e c t o k a n t i a n o
s ob r e la p a z p e r p e t u a » , en L a p a z λ1 el id e a l c o s m o p o lita de la Ilu s tr a c ió n (A p r o p ó sito d e l bi-
c e n te n a r io de « H a cia la p a z p e r p e tu a » d e K a n t), R. R. A r a m a y o , J. M u g u e r z a y C. R o l d a n
( eds.), T e cn o s , M a d r id , 1996, pp. 125 -15 4.
I. K a n t , L a p a z p e r p e tu a , trad, de J. A b e ll á n , T e cn o s , M a d r id , 1985, p. 31.
200 Cfr. I. K a n t , M e ta fís ic a d e las c o s tu m b r e s , trad, de A. C o r ti n a y J. C on il l. Te cn o s.
M a d r id , 1990, p. 195. K a n t d ic e e x a c t a m e n t e : « L a r a z ó n p rá c t i c o - m o r a l f o r m u l a en n o s o tr o s
su ve to ir r e v o ca b le : n o d e b e h a c e r g u e r r a » .
;01 S o b re la im p r o n t a e s to i c a de K an t, es i n t e r e s a n te c o n s u l t a r R. R. A r a m a y o , « L a fil o
s o f ía k a n t i a n a de la histo ri a: u n a e n c r u c i j a d a de su p e n s a m i e n t o m or a l y p o lí tic o» , en C rítica
d e la r a zó n u c r ó n ic a , Te cn o s, M a d r id , 1992, s o b r e tod o pp. 2 0 5 -2 0 9 . C o n s u l t a r a s i m i s m o R.
R. A r a m a y o , « L a v er s ió n k a n t i a n a de la " m a n o in vi sib le 'X y o tro s alias del de s ti n o ) » , en el
v o l u m e n c o l e c ti v o L a p a z v el id e a l c o s m o p o lita de ¡a ilu stra c ió n (En el b ic e n tc n a r io de la
p a z p e r p e tu a de K a n t) y a ci ta do , pp. 101-1 22.
82
sión pesim ista enarbolada por el Candide de Voltaire en contra del op
timismo leibniziano. A hora bien, la ambición, la codicia y la perversi
dad son puestas al servicio del progreso moral, siguiendo un razona
miento muy sim ilar al utilizado por M andeville en su Fábula de las
abejas, con gran escándalo de la sociedad de su tiempo: los vicios pri
vados se trocan en virtudes públicas, y que alienta al pensamiento li
beral desde sus orígenes. Kant arguye «que si la historia es el proceso
en que el hom bre se vuelve racional, no puede ser racional en su prin
cipio; por lo tanto, la fuerza que sirve de resorte al proceso no puede
ser la razón humana, sino que debe ser lo opuesto de la razón, es decir,
la pasión»202. De esta manera, la insociable sociabilidad se convierte
en la clave de un modelo histórico-político que cifra en la desigualdad
de las partes la m archa del conjunto, o, en expresión de nuestros días,
en las bolsas de pobreza el estado de bienestar general, entendiendo
por tal un número mayoritario que corresponde a una estadística abs
tracta. Algo que recuerda el concepto de arm onía leibniziano, favore
cido por las disonancias que alberga en su seno.
En otro orden de cosas, se ha dicho que Kant salva el sentido de la
historia pagando un altísimo precio, ya que no lo haría sino a costa de
la libertad humana, por cuanto la representación sólo cobraría algún
significado para la Providencia, quien se serviría de los hom bres a
modo de m arionetas201. Al hacerse esta afirmación, suele olvidarse la
pertinencia de un im portante distingo kantiano que debe traerse aquí a
colación; se trata de la distinción entre juicio determ inante y juicio re
flexionante. La N aturaleza — alias Providencia— no utiliza a los hom
bres como meros títeres por la sencilla razón de que su plan no se eje
cuta inexorablem ente204, sirviendo únicam ente de pauta teleológica
para el estudioso de la historia. Precisamente es a esta función regula
dora de las leyes históricas a las que hace referencia Collingwood,
cuando explica a Kant en los siguientes términos: «Desde el punto de
vista de Kant era tan legítimo hablar de un plan de la Naturaleza reve
lado en los fenóm enos estudiados por el historiador como hablar de
83
leyes de la N aturaleza reveladas en los estudiados por el científico. Lo
que las leyes de la N aturaleza son para el hombre de ciencia, son los
planes de la N aturaleza para el historiador. Cuando el hom bre de cien
cia se describe a sí mismo com o descubriendo leyes de la Naturaleza,
no quiere decir que haya un legislador llamado “N aturaleza” ; lo que
quiere decir es que los fenóm enos muestran una regularidad y un or
den que no sólo puede, sino que debe ser descrito m ediante alguna
m etáfora de este tipo.^De m anera semejante, cuando el historiador ha
bla de un plan de la N aturaleza que se desarrolla en la historia, no
quiere decir que exista una mente real llamada “N aturaleza” que ela
bore conscientemente un plan que ha de cumplirse en la historia, quiere
decir que la historia procede como si existiera tal m ente»203, O, mejor
aún, que la mente del historiador procede como si la historia siguiera
su curso adaptándose a un plan racionalm ente diseñado.
En efecto, el plan de la N aturaleza se halla trazado en realidad por
el filósofo kantiano de la historia, quien cuenta con el entusiasm o
como con una suerte de «sentim iento moral» para detectar los grandes
hitos que jalonan el progreso de la hum anidad206. Así, la sim patía ra
yana en el entusiasm o que suscita en un espectador desinteresado el
fenómeno de la Revolución francesa supondrá, para Kant, un síntoma
inequívoco de que sem ejante acontecim iento histórico representa un
hito señalado dentro del progreso m oral del género hum ano207. Por
ello, cabe afirmar — con W alsh— que dentro del planteam iento kan
tiano «la filosofía de la historia fue un apéndice de la filosofía moral;
en realidad, no es m ucho insinuar que no habría tratado en absoluto la
historia si no fuera por las cuestiones morales que parecía plantear»208.
El lema que preside toda la filosofía kantiana de la historia se cifra
en esta cuestión: «¿cómo es posible una historia a priori?». La respues
ta del autor de El conflicto de las facultades es la siguiente: «Muy
sencillo, cuando es el propio adivino quien causa y prepara los acon
tecimientos que presagia»209. A continuación ofrece como ejemplos lo
acertados que se m uestran en sus pronósticos los políticos o el clero,
añadiendo que tales aciertos no tienen particular mérito al haber pro
piciado ellos mismos los acontecimientos que vaticinaban. No ha de
ser otra la tarea del filósofo de la historia. Este debe enjuiciar los fe
nómenos históricos con arreglo a un horizonte utópico que, aunque se
sabe inalcanzable por definición, pueda servir de guía al progreso de
la humanidad.
La historia consiste fundamentalm ente en un devenir ético-políti
co, es el ámbito donde m oralidad y legalidad pueden realizarse, es un
2. H e g e l y la c u l m in a c ió n d e la h is t o r ia e n e l E s t a d o
85
lo que ha de parecer necesitado de explicación, o rmis bien de justifi
cación, es que el objeto de nuestro estudio sea una filosofía de la his
toria universal y que pretendam os tratar filosóficam ente la historia.
Sin embargo, la filosofía de la historia no es otra cosa que la conside
ración pensante de la historia; y nosotros no podemos dejar de pensar,
en ningún m om ento»213.
A la base de esta concepción de la filosofía de la historia se halla
la identificación de las categorías del ser y el pensar, esto es, de la on
tología y la lógica, así como la m anifestación dialéctica de ambos. Ni
la historia del pensam iento, ni la reflexión sobre la historia pueden ser
algo m eram ente externo, porque la historia del mundo no es algo dife
rente de la construcción dialéctica del Espíritu. Mientras que la filoso
fía de la naturaleza considera la Idea fuera de sí, exteriorizada, la filo
sofía de la historia — como filosofía del espíritu— considera la Idea
en sí y para sí, constituyendo la coronación del sistema. La historia se
presenta, pues, como el despliegue de una totalidad, y lo que nos narra
son objetivaciones del Absoluto en su devenir hacia la plena posesión
de sí mismo; el fin hacia el que la historia tiende no es otro que la ad
quisición por parte del Espíritu de la plena autoconciencia de lo que él
es; el tiempo es el ámbito donde el Absoluto de despliega; y el fin de
la historia se alcanza cuando el Espíritu logra la meta de adquirir la
plena autoconciencia. Los acontecimientos de la historia no son sino
momentos del despliegue del Absoluto (que se objetiva en las diferen
tes etapas de su desarrollo en los fenómenos del arte, del derecho, de
la filosofía o de la religión), pero autodeterm inándose y reconociéndo
se a través de esos acontecimientos hasta conseguir la autocompren-
sión total de sí mismo. Este camino se identificará, a su vez, con la
realización de la razón divina, que determ ina los acontecimientos, y
con el desarrollo de la conciencia de la libertad.
Como es bien sabido, el Espíritu se despliega en tres momentos de
desarrollo dialéctico, como espíritu subjetivo (alma, conciencia, espí
ritu en tanto que objeto de la psicología), espíritu objetivo (derecho
abstracto, moral o moralidad interna, esto es, M oralität, moralidad ob
jetivada o eticidad, es decir, Sittlichkeit), y espíritu absoluto (arte, re
ligión, filosofía). La teoría de la moral objetivada en sus tres m om en
tos — familia, sociedad civil y Estado— fue desarrollada especialmente
87
tario e inconexo de los resultados que se obtienen de esas maneras,
busca el sentido de todo el proceso histórico, m ediante la exhibición
del trabajo de la razón en la esfera de la historia. Para realizar esta ta
rea, los resultados de la historia empírica le servirán com o datos, pero
su com etido será elevar los contenidos em píricos a la categoría de
verdades necesarias, haciendo que su conocim iento de la Idea, esto
es, la articulación formal de la razón, actúe sobre la historia. La R a
zón es a la vez el sentido de la historia, el fin de la historia y la esen
cia de todo lo histórico com o real220. La reflexión filosófica tiene
como finalidad elim inar el azar — la contingencia es lo m ism o para
Hegel que la necesidad exterior— , así com o la creencia en el destino
ciego221, dando paso a una com prensión racional que explicita en un
tipo de necesidad222 que es la m anifestación m ism a del desenvolvi
m iento de la libertad, de ahí que, aunque el filósofo sepa que la razón
ha de operar en la historia de la humanidad, no pueda predecir en qué
form a va a actuar. ,Para captar la sustancialidad histórica, su universa
lidad, no podem os guiarnos por la observación sensible, ni pensar
con el entendimiento finito; «hay que mirar con los ojos del concepto,
de la razón, que penetra la superficie de las cosas y traspasa la apa
riencia abigarrada de los acontecim ientos»223. A sí se obtiene la certi
dum bre de que la Razón gobierna el mundo; lo que trasladado al len
guaje religioso viene a decir que «en el m undo reina una todopo
derosa voluntad divina» o que «la Providencia divina es la sabiduría
que, con un poder infinito, realiza sus fines, es decir, realiza el fin úl
timo, racional y absoluto del m undo»224. Dicho de otra manera, la la
bor de la filosofía de la historia consistiría, para Hegel, en hacer que
los datos em píricos contingentes adquieran un estatuto de necesidad y
dotar al acontecer histórico de una realidad m etafísica, que term ina
desbancando a cualquier otro tipo de realidad en aras de la certeza
gnoseológica — sive religiosa—- de que la racionalidád — sive provi
dencia— gobierna el mundo.
Ahora bien, para comprender en qué m anera la Razón gobierna el
mundo, hay que aprehender a la Razón mism a en su determ inación, y
esto sólo se consigue por medio de la idea de libertad, esto es, desen
trañando el proceso por el que el Espíritu llega a una conciencia real
de sí mismo: «La conciencia que el Espíritu tiene de su libertad y, por
consiguiente, la realidad de su libertad, constituyen en general la R a
Ib id ., p. 87.
”6 Ib id ., p. 87.
2:7 Cfr. F ilo s o fía d e l d e r e c h o § 3 52 -3 6 0 , L a ra zó n en la h is to r ia , pp. 3 2 8 - 3 3 3 .
”8 T a n to al final co r n o al c o m i e n z o d e las L e c c io n e s d e h is to r ia d e la filo s o fía , H eg el
p r o y e c t ó su p r o p i o p u n t o de p a r t id a ac e rc a de la c o n s u m a c i ó n f i l o s ó f i c a y c e r r ó así el rei no
del p e n s a m i e n t o . D e a c u e r d o c o n la p e r i o d iz a c ió n de la h is to r i a de la f il o s o f í a p r o p u e s t a p o r
él, su p r o p io s is t e m a se h a l la al final de la t e rc er a ép o c a ; la p r i m e r a se e x t i e n d e de Tales a
lo de m anifiesto su afirm ación de que piensa desde la «ancianidad del
espíritu». La visión hegeliana era com partida por muchos pensadores
de la época; trás la revolución de julio de 1830, N iebuhr advirtió que
la civilización estaba am enazada por una destrucción sem ejante a la
que el mundo rom ano experim entó alrededor del siglo ni: aniquilación
del bienestar, de la libertad, de la cultura y de la ciencia; y Goethe le
dio la razón al profetizar una futura barbarie, en m edio de la que ya
com enzaban a estar229. Pero Hegel ni siquiera anuncia un después;
frente a Kant, con la m irada puesta en un lejano e inalcanzable hori
zonte utópico, Hegel se vuelve hacia el pasado con los ojos puestos
únicam ente en el presente;'E l filósofo de la historia ya no sabe nada
del futuro; la historia ya no culm ina en una utopía, sino en el presente
actual230!· Será esta culm inación de la historia, este encorsetam iento del
devenir en un universo cerrado, lo que hagan descubrir a E. Bloch una
grave incom patibilidad en el pensam iento de Hegel, pues ¿cómo con
ciliar la dialéctica con la elim inación del devenir del futuro?231 Vista
así, la historia no es otra cosa que la explicación de lo Absoluto — de
P r o c lo y a b a r c a el c o m i e n z o y la d e c a d e n c i a del m u n d o an ti g u o ; la s e g u n d a se e x t i e n d e d e s
d e el c o m i e n z o de la m e d i c i ó n c r i s t i a n a del t i e m p o h a s ta la R e f o r m a ; la te r c e r a c o m i e n z a con
D e s c a r te s . D e a c u e r d o c o n e s ta c o n s t r u c c i ó n de las é p o c a s , la h is to r i a h e g e l i a n a del es p íri tu
n o se ci er ra p r o v i s i o n a l m e n t e en u n lu g a r ar bi tra rio , si n o q u e q u e d a d e f i n i t i v a y c o n s c i e n t e
m e n t e « c e r r a d a » . Tal c i er re y c o n c l u s i ó n (B e sc h lu s s) de la h is to r i a de la f il o s o f í a no es lo
m i s m o q u e la c l a u s u r a (S c h lu ss ) de la F e n o m e n o lo g ía , la L ó g ic a y la E n c ic lo p e d ia ; es decir,
n o se trata de un c o n t i n g e n t e h a b e r ll e g a d o h as ta allí, s in o de un es ta r en la « m e ta » , y p o r eso
m i s m o , de un h a b e r ll e g a d o al «r es u lt ad o » .
’’’ Cfr. K. L ö w i t h , D e H e g e l a N ie tz s c h e (trad, de E. Stiú), ed. S u d a m e r i c a n a , B u e n o s
A ir e s , 1968, p. 49. Cfr. al r e s p e c t o E. B l o c h , S u je to y o b je to . E l p e n s a m ie n to d e H e g e l (trad,
d e W. R o c e s, J. M . R ip a ld a, G. H ir a t a y J. Pé re z del Co rr al ), F.C.E., 1982, p. 212: « L a h is to
r ia h u m a n a es, p a r a H eg e l , el d e v e n i r p a r a sí m e d i a n t e el cual r o m p e el e s p ír it u los v ín c u lo s
d e la e x i s t e n c i a p u r a m e n t e nat ural. P er o la h is to ri a te rm ina , p ar a n u e s tr o f il ó so fo , en el añ o de
1830, s o b r e p o c o m á s o m e n o s ; ta n p o c a c u r i o s i d a d sie nt e p o r el po rv en ir , q u e ni s iq u ie r a lo
h a c e nacer. L a s e n d a p o r la q u e a v a n z a h a c ia sí m i s m o el es p ír i tu del t i e m p o , el " p r o g r e s o en
la c o n c i e n c i a d e la li b e r ta d ", c o n d u c e al B e r l ín de los ti e m p o s de H eg e l . A q u í te r m i n a el de
v e n i r h is tó ri co , p o r lo m e n o s en el libr o q u e lo d es cr i b e» .
Cfr. R. G. C o l l i n g w o o d , op. cit., pp. 117-118. N o o l v i d e m o s q u e e n t r e K a n t y H ege l
se ha in t e r p u e s t o la f il o so fí a de la h is to r i a f o r ja d a p o r el r o m a n t i c i s m o , c u y o l e m a es c o n c e
bi r el p r e s e n t e c o m o el p u n t o foca l d o n d e co n v e rg e n las lín ea s del d e s a r r o l l o h is tó r i co , c o n
v ir t ié n d o s e la c o m p r e n s i ó n h is tó r i c a del m o m e n t o en que se viv e en la t a r e a f u n d a m e n t a l del
hi s to r i ad o r , tal y c o m o a p u n t a r a n S c h i l l e r y Fic ht e; cfr., r e s p e c t i v a m e n t e , W as lie is s t u n d zu
w e lc h e m E n d e s tu d ie r t m a n U n iv e r s a lg e s c h ic h te ? ( 1 7 8 9 ) y G ru n d z iig e d e s g e g e n w ä r tig e n
Z e ita lte r s (1 8 0 6 ).
-M Cfr. E. B l o c h , op. cit., pp. 2 1 2 - 2 1 3 : « T r o p e z a m o s aq u í c o n u n a i n c o m p a t i b i l i d a d que
e n v e r d a d lo es: co n la i n c o m p a t i b i l i d a d en t r e H e g e l c o m o a m i g o y p e n s a d o r del a c a e c e r
( G e s c h e h e n ) y H eg el c o m o r e g e n t e de lo a c a e c id o (G e s c h ic h te ). El p r i m e r o p ie n s a d i a l é c t i
c a m e n t e el d e v e n i r ta m b ié n en el p as ad o ; el s e g u n d o e l i m i n a el d e v e n i r del f ut ur o p o r no ser
s u s c e p t i b l e de re c o r d a r s e c o m o el p as ad o , ni d e s ab er s e en c o n t e m p l a c i ó n . El H eg el p e n s a d o r
d ia lé c t ic o es otr o qu e el H e g e l in v e s t i g a d o r de l pa s a d o ; és te, al v er las co s a s c u b i e r ta s y e m
b e l le c i d a s p o r la p át in a del ti em p o, e s ta b le c e q ue lo a l c a n z a d o es ta m b ié n lo lo g r a do . C o m o
p e n s a d o r di a lé ct ic o , en c a m b io , H eg el no d e s c a r t a el porv eni r, q ue va im p l í c i t o en el c o n c e p
to m i s m o del río, el cual no s e r ía c o n c e b i b l e sin la n o ta de lo a bi er to h a c ia de la n te . P er o el
H e g e l in v e s t i g a d o r de lo an t ig u o y ta m b ié n el H e g e l c o n t e m p o r á n e o de los r o m á n ti c o s , en t r e
g a d o s ta n p r o f u n d a y n o s t á l g i c a m e n t e al p a s a d o , s u p o n e s i e m p r e qu e el s a b e r s e li m it a al si
le n c i o s o p a s a d o y éste, a su vez, se c o o r d i n a y a d e c ú a a la no m e n o s s i l e n c i o s a c o n t e m p l a
c ió n» .
90
Dios— en el tiempo, y lo absoluto, por el mero hecho de serlo, no ad
m ite novedad alguna. Otra vez con palabras de Bloch: «Lo que acaece
en el tiempo real se convierte, así, sim plem ente en el movimiento de
quien lo contem pla y considera; es algo así como la lectura página
tras página de un m anuscrito terminado ya desde hace largo tiempo. O
bien se trata de un desarrollo puram ente pedagógico, parecido a lo que
hace el profesor cuando explica y “desarrolia”en el encerado un teore
m a cualquiera... Es lo muerto, más aún, la m uerte misma, en el pensa
m iento hegeliano de la historia y la génesis, en el que, fuera de esto,
actúan con tanta fuerza la vida y la dialéctica»232.
Hegel se aleja, pues, de Kant en lo que respecta a la concepción
histórica del tiempo y del progreso, sin embargo, toma de él la idea de
que la historia filosófica debe interesarse por una unidad mayor que
los individuos, y, siguiendo a Herder, identifica esa unidad con los di
versos pueblos y naciones: «En la historia, el Espíritu es un individuo
de una naturaleza a la vez universal y determinada: un pueblo; y el es
píritu al que nos enfrentamos es el espíritu del pueblo (Volkgeist)»233.
Los individuos son medios para producir las etapas en el camino de la
realización de la Razón en el mundo, pero desaparecen ante la sustan-
cialidad del conjunto; si hay «grandes hombres» que destacan en la
historia es porque sus fines particulares contienen la sustancialidad
conferida por la voluntad del espíritu universal234. Los medios para la
realización de la finalidad racional universal son las actividades de los
individuos, que son dirigidas, de acuerdo con su propia conciencia,
por sus intereses y pasiones egoístas235; pero los individuos no im pi
den que suceda lo que debe suceder, porque en lo que atañe a los «in
dividuos de la historia universal» obra en realidad la «astucia de la
razón» (die List der Vernunft), que utiliza las pasiones humanas y los
intereses particulares en favor de la finalidad del mundo, provocando
resultados no previstos por los individuos que actuaban: «En la histo
ria universal, de las acciones de los hombres resulta algo distinto a lo
que ellos proyectaron y lograron, a lo que inm ediatam ente saben y
quieren. Realizan sus intereses, pero a la vez se produce algo en ellos
oculto, de lo que su conciencia no se daba cuenta y que no entraba en
sus cálculos»236. Así pues, la categoría hegeliana de la astucia de la ra
2,2 Ib id ., p. 215.
233 L a r a zó n en la h is to r ia , p. 82.
234 Cfr. ib id ., pp. 83 y 118.
23í « E s su p r o p i o b ie n lo q u e los i n d i v i d u o s b u s c a n y l o g r a n en su o p e r a n t e v it a li d a d ,
p e r o a la v e z ellos so n los m e d io s y los in s tr u m e n to s d e al go m á s e l e v a d o , m á s vas to, q u e ig
n o r a n e i n c o n s c i e n t e m e n t e re a l iz a n .. . P a r a la r a z ó n u n i v e r s a l y s u s t a n c i a l q u e g o b i e r n a el
m u n d o , to d o lo d e m á s es s u b o r d i n a d o y le s irv e de i n s t r u m e n t o y de m e d io » , L a r a zó n en la
h is to r ia , p. 115.
236 Ib id ., p. 116. L a id e a de u n a «a s tu c ia de la r a z ó n » se h a l la b a y a im p lí c it a en la d o c t r i
n a so ci a l de H o b b e s y s o b r e tod o en L a fá b u la d e las a b e ja s de M a n d e v i l l e , s e g ú n la cua l el
e q u i l i b r i o y ha s ta las b e n d i c i o n e s de la s o c ie d a d ca p it a l is ta s u r g en del m e c a n i s m o de las p a
s io n e s e g o í s t a s y h as ta v ic io s a s de los h o m b r e s . I g u a l m e n t e , tiene un aire de fa m il i a c o n la
t e o r ía de «l a m a n o in v i si b le » de A d a m S m it h y c o n el « p la n o c u l t o de la n a t u r a l e z a » d e f e n d i
d o p o r K an t.
91
zón está apuntando a aquellos resultados no queridos por los hombres
y que, sin embargo, son el resultado de sus acciones; perm ite la exten
sión del poder y la libertad del hombre, como ser genérico, a pesar del
egoísm o de los individuos, y perm ite una interpretación de la historia,
pues bajo el tumulto de los acontecim ientos preserva la constancia de
una ley universal; con palabras de D ’Hondt: «La astucia de la razón
dem uestra cóm o de una suma de azares individuales nace una ley ne
cesaria universal, y también el hecho de que, si la historia es obra del
hombre, tam bién el hombre es obra de la historia»237. Pero todo esto
im plica que la m archa arm ónica y racional de la historia se lleva a
cabo a costa de los individuos: «Podríamos calificar como astucia de
la razón a ese dejar obrar por ella a las pasiones, de suerte que sólo al
m edio del que se vale para llegar a la existencia alcanzan pérdidas y
daños. Lo particular es demasiado pequeño frente a lo universal; y los
individuos son, en consecuencia, sacrificados y abandonados»238. Por
consiguiente, aunque existan leyes que rigen la marcha de la historia,
no es posible para los individuos llegar al conocim iento de las m is
mas; se trata de leyes que no perm iten ninguna previsión ni ninguna
acción racional, por lo que cabe preguntarse si tiene algún significado
moral; sólo resta la fe en que la m archa de la historia tiene un sentido
racional que se nos escapa. El mismo Hegel es consciente de que par
te de un presupuesto: «Desde un principio me he explicado sobre este
extremo y he indicado cuál es nuestro punto de partida o nuestra fe: es
la idea de que la Razón gobierna el mundo y, por consiguiente, go
bierna y ha gobernado la historia universal»239.
A hora bien, Hegel va a señalar un camino por el que los indivi
duos pueden cobrar alguna relevancia en la m archa histórica, el reco
nocim iento de una voluntad universal y la participación política. La
razón del mundo se vuelve realidad en los individuos sólo en cuanto
unen su voluntad con la voluntad racional general. La realización, el
m aterial de la razón del mundo, es lo esencial de los individuos y esto
es el Estado: «En la medida en que el individuo conoce, cree y quiere
lo universal, el Estado es la realidad en la que halla su libertad y el
disfrute de esa libertad»240. En el Estado, la libertad se hace objetiva y
se realiza positivamente. Sólo en el Estado tiene el hombre una exis
tencia conform e a la Razón. De ahí que el fin de toda educación sea
que el individuo deje de ser algo puram ente subjetivo y se objetive en
el Estado, que es la vida ética real y existente, porque es la unidad del
querer subjetivo y del querer general y esencial.
Así, si bien la historia filosófica com enzó preguntándose por el
desarrollo de la libertad para descubrir el sentido racional de la histo-
92
ría, acaba planteándose la cuestión por cómo cobró existencia el E sta
do, en el que se m anifiesta la Idea universal241. El Estado es la más
alta encarnación del Espíritu objetivo, la realidad de la Idea ética en la
que se plasma el espíritu de un pueblo. Sin embargo, más allá de los
espíritus nacionales de los pueblos aparece el espíritu del mundo
( Weltgeist), que debería conducir a relativizar el concepto de Estado,
pero, por el contrario, desde el punto de vista hegeliano, no hace sino
reforzar el poder del Estado dominante; toda nación tiene — dice— su
propio principio o genio característico, que se refleja en los fenóm e
nos asociados a ella, en su religión, sus instituciones políticas, su có
digo moral, su sistem a jurídico, sus costumbres, aun en su ciencia y
en su arte; y toda nación tiene una aportación peculiar que hacer, la
cual a su vez está destinada a contribuir al proceso de la historia del
mundo; ahora bien, cuando suena la hora de una nación, que suena
sólo una vez, todas las dem ás tienen que cederle el camino, porque en
aquella época particular es ella, y no las otras, el vehículo elegido del
espíritu del m undo242. Y, claro, la hora del Imperio alem án había sona
do, por lo que Hegel se dedica a preservar el sistem a establecido, her
manando su filosofía de la historia y su filosofía política, erigiéndose
en la figura del filósofo que contem pla el acaecer histórico desde la
atalaya del poder político: «Para conocer bien los hechos y verlos en
su verdadero lugar hay que estar situado en la cumbre, no contem plar
los desde abajo, por el ojo de la cerradura de la moralidad o de cual
quier otra sapiencia. En nuestra época es indispensable elevarse sobre
el lim itado punto de vista de los estamentos y beber en la fuente de
quienes son depositarios del derecho del Estado y ostentan el poder de
gobernar; con tanta más razón cuanto que los estam entos a los que les
está más o menos vedado el acceso a la influencia política directa se
entusiasman con los principios morales y ven en ellos un medio para
consolarse de su inferioridad y descalificar a los estam entos superio
res»243. Estas palabras de Hegel nos sitúan — por decirlo así— al otro
lado de la trinchera de un Kant que nos hablaba del entusiasm o como
de un sentimiento moral que perm itía valorar los acontecim ientos his
tóricos. Hegel, por el contrario, entiende que ese entusiasm o sólo pue
de cundir entre quienes carecen de poder o influencia y que la historia
sólo puede ser encarada desde la cim a244.
93
Ciertam ente, el Estado es para Hegel una abstracción, cuya reali
dad reside únicam ente en la de los ciudadanos, pero también existe la
necesidad de un gobierno y una administración que dirija los asuntos
de Estado, restándole al pueblo desem peñar su obediencia a ¿la mejor
constitución? D esde el punto de vista histórico, Hegel sacrificaba a
los individuos como medios para la m archa de lo Absoluto, desde una
perspectiva política, una abstracción se concretiza en el poder de un
gobierno determ inado y pondrá en peligro los derechos de los ciuda
danos. Esto es lo que le hará afirm ar a M arcuse: «la urgencia por pre
servar el sistem a predom inante lleva a Hegel a hipostasiar el Estado
como un dom inio en sí mismo, situado por encima y aún opuesto a los
derechos de los individuos»245.
La misión del filósofo de la historia se resume, así, en legitim ar el
orden establecido, que se presenta como culm inación necesaria del
devenir. Cuando las razones son fagocitadas por una única Razón abs
tracta y absoluta, trasunto secularizado de una implacable providencia
divina, cabe el peligro de que una cabeza despótica se arrogue la ra
cionalidad exclusiva y que las cabezas disidentes rueden con sus razo
nes por el suelo.
94
CAPÍTULO CUARTO
95
debates de la lógica de la historia por el método y la independencia de
la ciencia histórica. Por otra parte, los cambios profundos de alcance
mundial en las condiciones políticas económicas y sociales durante el
siglo X I X , contribuyeron sobrem anera a ese giro «realista», constitu
yendo su m áxim o exponente la concepción histórica marxista. La co
rriente idealista ha continuado tiñendo algunas interpretaciones de la
historia, pero de esto nos ocuparem os en los próximos capítulos. En
éste quisiera resaltar únicam ente la aportación de Comte, como deto
nante de la concepción positivista de la filosofía de la historia, y la de
Marx, que vendrá a subrayar el significado práctico de lo que denom i
namos filosofía de la historia, al poner el acento en los nuevos proble
mas sociales y económicos de la incipiente edad de la industralización
y del capitalismo.
/ Tanto Comte como Marx reaccionan contra la actitud idealista m e
tafísica, pretendiendo compensarla o sustituirla con una actitud realista
práctica, encam inada a la reorganización de la sociedad. Para el opti
m ism o com tiano, la sociología haría posible una decisiva reordena
ción del mundo político-social, de la cultura y la moral. Para Marx, la
historia es la marcha dialéctica hacia una meta moralm ente deseable:
la sociedad com unista sin clases (algo que, salvando las distancias,
nos evoca la profecía de Joaquín de Fiore a que nos referíamos en el
prim er capítulo).
Pero ambos están sufriendo las consecuencias de la filosofía espe
culativa de la historia heredada, aunque pretendan quitarle sus tintes
metafísicos abstractos, pues ambos persiguen dem ostrar la posibilidad
del conocim iento científico de la historia. Comte m ediante la form ula
ción de leyes generales científicas, Marx por medio de las implacables
leyes de la dialéctica; ambas susceptibles de predecir y comprobar. De
forma que, en realidad, no cum plen el propósito de descubrir leyes so
bre los hechos; más bien al contrario, los hechos deben adaptarse a un
esquem a histórico-científico preconcebido. Tanto la verdad del positi
vismo como la del m aterialism o dialéctico, no será algo que hay que
som eter a falsación, sino un presupuesto de su interpretación de la
historia. Y como resultado, la contingencia tampoco tendrá cabida en
la explicación del curso de la historia, lo mismo que el individuo ocu
pará un lugar secundario, como campo de aplicación de las leyes so
ciológicas o como elemento configurador del m ovimiento revolucio
nario. En cualquiera de los dos casos, tanto el estadio positivista como
el estadio com unista sin clases era el fin a que apuntaban las leyes
mismas de la historia, y ninguno contaba con un estado potspositivista
o postcomunista.
96
so de filo so fía positiva ( 1830-1842)24fi. A llí retom a la idea de progreso
aplicada a la evolución de la historia de la humanidad, buscando una
constante explicativa de la misma, y form ulando su respuesta en la
form a de su fam osa Ley de los tres Estadios, el cam ino que la hum a
nidad recorre desde una etapa teológica, a través de un ámbito metafí-
sico, hasta llegar a un nivel «positivo», que es el estadio propiamente
científico. De acuerdo con esto, Com te se adhiere a la concepción
ilustrada inaugurada por Turgot y Condocet, m anteniéndose en las fi
las del racionalism o, aunque intente com pensar su teorización a priori
con una actitud em pírica. Un definido ideal de la ciencia, realizado
decisivam ente en las ciencias naturales, es lo que determ ina el saber
del estadio más alto, renunciándose a la explicación por fuerzas des
conocidas de los estadios anteriores para exponerse las leyes de lo
dado que se nos presenta realmente; en lugar de buscar lo «incondi-
cionado», lo «absoluto», hay que estudiar lo «condicionado», lo «rela
tivo».) Hay que investigar la vida histórica según ese ideal científico
para encontrar las leyes de la vida social, constituyéndose la sociolo
gía en la últim a y m ás concreta de las ciencias de la jerarquía, así
como la m atem ática es el fundamento. El optim ism o comtiano se re
fleja en su confianza en que la sociología hará posible una decisiva re
ordenación del mundo político-social, así com o tam bién de la cultura
y de la moral; la tarea del saber es prevenir el derroche de fuerza en
cam inos equivocados y favorecer lo históricam ente necesario de la
evolución trazada por la ley de los tres estadios. Aunque la ley de los
tres estadios sea, según intención de su autor, una ley general — que
representa la evolución general de las sociedades desde el estado in
fantil, idea que se corresponde con la antigua concepción de las eda
des de la vida histórica— , Comte la utiliza ante todo para la explica
ción del decurso de nuestra historia occidental. En esto, como en otros
aspectos, la filosofía de la historia de Com te hace pareja con la de He
gel, pero para caracterizar la distancia que separa a ambos, basta señalar
que en Com te la religión y la ciencia representan los principos antité
ticos de la evolución y que ni ellos, ni los elementos de concordancia
propios de cada etapa, se deducen com o propios de una razón del
m undo247.
En un prefacio a su Curso de filosofía positiva hace notar Comte
que la expresión «filosofía positiva» es em pleada siempre en sus lec
ciones «en un sentido rigurosamente invariable» y que, por ello, sería
superfluo dar otra definición que la que se contiene en este uso unifor
me del término. No obstante, pasa a explicar que por «filosofía» en
tiende lo que entendían los antiguos y, en particular, Aristóteles por
97
este término, a saber, «el sistem a general de los conceptos humanos»;
y por «positiva» entiende la idea de que las teorías tienen por finali
dad «coordinar los hechos observados»248. Según esto, la misión de la
filosofía es coordinar indirectam ente los hechos observados, ya que
aspira a una síntesis general de las coordinaciones parcialm ente logra
das por las ciencias. El conocim iento positivo lo es sólo de los hechos
o fenómenos observados y de las leyes que coordinan o describen los
fenómenos; el uso del término «fenómeno» por parte de Comte expre
sa su convencim iento de que únicam ente conocem os la realidad tal
como nos aparece, lo que no es en ninguna m anera identificable con
las im presiones subjetivas; para él sólo cuenta como conocimiento lo
que puede som eterse a prueba em pírica, siendo necesaria la form ula
ción de leyes generales para predecir y para com probar249; que éste sea
el m odo de adquirir auténtico conocim iento es para Com te algo de
sentido com ún250, aunque, por otra parte, el espíritu o enfoque positivo
presupone que existen y están ya avanzadas las ciencias naturales, y
es el resultado de un desenvolvim iento histórico de la mente humana.
Algunas de las ideas que aparecen en la filosofía de Comte habían
sido propuestas ya por Saint-Sim on (del que fue secretario durante
siete años, desde 1817), pero la originalidad de Comte no desaparece
por ello, pues supo desarrollar estas ideas a su peculiar manera, m ar
cando las distancias con su maestro. Ambos buscaban la m anera de
reorganizar la sociedad valiéndose de la ayuda de una nueva ciencia
del com portam iento humano y de las relaciones sociales del hombre,
pero, mientras Saint-Simon tendía a pensar en términos de un método
científico universal y de la aplicación de este método al desarrollo de
una nueva ciencia del hombre, Comte consideraba que cada ciencia
desarrolla su propio m étodo en el proceso histórico de su em ergencia
y de su avance. Lo que en los análisis de Saint-Simon eran meras su
gerencias, tom aría cuerpo de sistem a en el pensam iento de Comte,
con su esquema orgánico del saber humano, su elaborado análisis de
la historia y la creación de su nueva ciencia: la sociología.
/A la base de la «ley de los tres estadios» está la idea de progreso,
cuyas leyes pretende determinar Com te para interpretar el sentido de
la historia. Turgot había anticipado de form a general que los hombres
99
artificio de Condorcet» y trata a los diferentes pueblos que se pasaron
la antorcha de la civilización com o si fueran un único pueblo entrega
do a una única carrera251. Pero en su planteam iento se circunscribe a la
civilización europea, como tantos de sus predecesores, por lo que su
síntesis no puede ser considerada como una síntesis de la historia uni
versal. Comte sostiene que el crecim iento de la civilización europea
es la única parte de la historia que puede tener interés, descartando así
civilizaciones enteras como la de la India y la China; y esta tom a de
postura, que significa algo más que un artificio, nunca fue justificada
científicam ente por Comte. Sin embargo, el problem a fundam ental no
radica en su polarización en la historia europea, sino en hacer a toda
costa que los hechos encajen en su esquem a interpretativo, basado en
cierta visión de la historia europea; en su planteam iento, no está cum
pliendo su propósito de descubrir leyes sobre los hechos; más bien al
contrario, los hechos deben adaptarse a un esquem a preconcebido. En
otras palabras, Comte lee la historia desde el punto de vista de un po
sitivista convencido y el resultado no es una descripción neutral, ni
científica, sino una reconstrucción efectuada desde un determ inado
punto de vista. La verdad del positivism o252 no era algo que había que
someter a un proceso de falsación, sino un presupuesto de la interpre
tación com tiana de la historia. La prueba es que Comte no estaba pre
parado para considerar la posibilidad de un estadio post-positivista del
desarrollo intelectual.
A diferencia de Hegel, que creía haber culm inado la historia,
Comte se considera el precursor del nuevo estadio, pero no se sabe
muy bien si una vez alcanzado éste se prolongará indefinidam ente o le
sucederá la nada más absoluta253. En su opinión, al conseguir que el
estudio de los fenómenos sociales se convierta en una ciencia positi
va, está facilitando que el hom bre entre en el estadio positivo de su
curso histórico. Como la ciencia social es el escalón más alto en la je
rarquía de las ciencias, no pudo desarrollarse hasta que no lo hubieron
hecho las dos ciencias que le anteceden inmediatamente, la biología y
100
Ia química; una vez alcanzado el rango científico por ellas, puede fun
darse una sociología científica. E sta ciencia, com o todas las demás,
tiene su estática y su dinámica; la prim era estudia las leyes de coexis
tencia, la segunda las de sucesión; la prim era contiene la teoría del or
den, la segunda la del progreso. La ley de la cohesión es el principio
fundamental de la estática social, la ley de los tres estadios la de la di
námica social. El estudio de la historia sería una aplicación de estas
leyes sociológicas, de form a que sin proponérselo o, al menos, sin de
nominar de este modo su faena intelectual, está haciendo filosofía de
la historia. A hora bien, esa parte dinám ica de su física social se ocupa
del establecim iento de una secuencia ideal de m anifestaciones del pro
greso en la historia de la hum anidad, lo que requiere sobre todo un
método comparativo, basado en la observación de sociedades contem
poráneas que representen los diversos niveles del desarrollo; de esta
manera, el método propiamente histórico se convierte en algo de impor
tancia secundaria, porque las secuencias ideales de Comte no necesitan
ninguna coordenada tem poral ni espacial; en definitiva, el progreso,
que debe verse en el paso de la hum anidad de un nivel al siguiente, es
algo natural que tiene lugar al m argen de los sucesos históricos; se
m aterializa continuam ente, a través de cam bios lentos cuyo avance
determinan sus propias leyes; los hechos o sucesos históricos no son
sus portadores y, por tanto, pueden considerarse de modo estático,
como elem entos pasivos de la historia, como m anzanas de edificios si
tuadas por alguien de un modo determ inado con anterioridad; así re
cuerdan a los hechos de la naturaleza, igualmente estáticos 254.
En la utopía comtiana, el rasgo fundam ental del tercer período se
ría la organización de la sociedad m ediante la sociología científica.
Entonces, el mundo se guiaría por una teoría general, controlada por
aquellos que la entienden y saben aplicarla. La sociedad resucitaría
aquel gran principio que se realizó en la etapa monoteísta: la separa
ción del poder espiritual y del poder temporal, pero el orden espiritual
se com pondría de sabios que dirigirían la vida social mediante las ver
dades positivas de la ciencia y no m ediante ficciones teológicas, im
pondrían un sistem a de educación universal y perfeccionarían hasta el
fin el código ético, siendo más capaces que la Iglesia de defender los
intereses de las clases humildes. La convicción de Comte de que el
mundo estaba preparado para una transform ación de este género se
basaba principalm ente en las muestras de decadencia del espíritu teo
lógico y del espíritu militar, que eran para él — no tan erradam ente—
los dos grandes obstáculos para el reinado de la razón. En su opinión,
a m edida que la sociedad industrial se aproxim ara a la madurez, la
101
unificación de la humanidad, prom ovida por el común conocim iento
científico y por la industrialización, daría como resultado, bajo la guía
de una élite científica, una sociedad pacífica en la que las diferencias
serían dirim idas mediante discusión racional. No sería necesaria una
federación política de naciones, pues, aunque las naciones se organi
zaran de maneras distintas según sus exigencias respectivas, actuaría
un poder espiritual com ún, bajo la dirección de una clase científica
homogénea. En la fase positiva del pensamiento, la hum anidad pasa a
ocupar el puesto que le correspondía a Dios en el pensam iento teoló
gico, y el objeto del culto positivista es «el Gran Ser», la Humanidad,
para quien Comte llegará a elaborar un sistema religioso255, erigiéndo
se en su sumo sacerdote256 y propugnando como form a más alta de la
vida moral el amor y el servicio a la humanidad.
El exagerado optim ism o de Com te reside no tanto en esperar la re
generación moral de la hum anidad, sino más bien en su confianza en
que tal regeneración acom pañará inevitablem ente al desarrollo de una
sociedad que se basará en la ciencia y en la industria. No está nada
claro por qué un aumento de conocim iento científico haya de llevar a
un aumento de moral en la hum anidad, ni por qué una sociedad indus
trial haya de ser más pacífica que una sociedad no industrializada.
Después de todo, Comte no se lim ita a decir lo que en su opinión de
bería suceder, desde un punto de vista ético, sino que está diciendo lo
que sucederá necesariamente, en virtud de las leyes que rigen el desa
rrollo del hombre, pues la ley de los tres estadios se presenta, más que
como una hipótesis faisable, com o la expresión de una fe o de una fi
losofía teleológica de la historia a cuya luz haya que interpretar los
hechos históricos; una ley podría ser falsada por la acción humana, sin
embargo, cuando se trata de la ley de los tres estadios, Comte tiende a
hablar como si fuese inviolable y como si la sociedad hubiese de de
sarrollarse de la forma indicada por esta ley, haga el hombre lo que
haga. La contingencia no tiene cabida en la explicación com tiana del
curso de la historia, lo mismo que el individuo ocupa un lugar secun
dario.
Si las leyes sociológicas se establecen positivam ente de un modo
tan cierto como la ley de la gravedad, no hay lugar para las opiniones
individuales; la conducta social recta es una, definitivam ente fijada;
las funciones adecuadas a cada m iembro de la com unidad no admiten
discusión, por tanto, la petición de libertad se presenta como irracional.
102
Comte sim patizaba poco con la insistencia liberal en los presuntos de
rechos naturales de los individuos. La noción de que los individuos
tuviesen unos derechos naturales independientem ente de la sociedad y
hasta en contra de ella resultaba extraña a su m entalidad. En su opi
nión, semejante noción sólo podía provenir de una incomprensión del
hecho de que la realidad fundamental es la hum anidad y no el indivi
duo; el hombre com o individuo es para él una abstracción, cuando la
regeneración de la sociedad «consiste sobre todo en sustituir los dere
chos por deberes, a fin de subordinar m ejor la personalidad a la socia
bilidad»257. En definitiva, aunque la sociedad positiva garantice ciertos
derechos al individuo, necesarios para el bien común, tales derechos
no existirán independientem ente de la sociedad. En otras palabras,
confía en que el desarrollo de la sociedad industrial, cuando se organi
ce propiam ente, irá acompañado de una regeneración moral que im pli
cará la sustitución de los intereses particulares de los individuos por el
exclusivo interés en el bienestar de la humanidad.
En resumen, a pesar de sus contribuciones indiscutibles al desarro
llo de las ciencias sociales, las leyes positivas de Com te nos han ayu
dado a com prender la historia tan poco como las categorías metafísi
cas de Hegel. Para Comte el curso de la historia está determinado por
consideraciones extrahistóricas y a priori tanto com o para Hegel. A
los hechos se los ajusta por la fuerza a una tram a rígida que no es m e
nos objetable porque se la llame científica y no m etafísica258. No obs
tante, el m ovim iento positivista tuvo una considerable influencia so
bre el desarrollo de los estudios históricos durante el siglo xix, en un
intento por hacer científica la historia; incluso hasta el siglo xx llegó
el interés por explicar la historia en base a leyes fundamentales, pero
tam poco entonces obtuvo solución la com patibilización de «leyes uni
versales» con «leyes de caso único». Como observó Croce, el m ovi
miento positivista en historia fue el com plem ento del m ovimiento m e
tafíisico; en ambos casos se encontraba a la base el impulso de ir más
allá de la escueta narración de hechos particulares, buscando una ex
posición conexa e inteligible de ellos. No se equivocaron los positivis
tas al buscar la conexión de la com prensión de la historia en una m a
teria más amplia: el estudio de la naturaleza hum ana en general. Su
error fue subestim ar y simplificar las dificultades de esta empresa, al
pretender asentar el estudio de la naturaleza hum ana y su com porta
miento histórico-social sobre una base científica.
103
2. M arx y la m archa dialéctica de la historia
104
mismo Marx en su interpretación263, pero no podemos ser tan sim plis
tas. Q uizá debamos afirmar con Cohén que en ambas teorías hay una
misma estructura común — la dialéctica— y contenidos diferentes — el
espíritu o la m ateria264. Aunque apliquen el mismo método, los resulta
dos son diferentes porque parten de prem isas diferentes, Hegel del
prim ado de la idea, Marx del prim ado de la realidad sensible; por eso,
para Marx, el m ovimiento dialéctico no puede pertenecer a la esfera
del pensam iento sobre la realidad, sino que es el m ovim iento de la
realidad misma, el proceso histórico; la negación de la negación (abo
lición de la propiedad privada) lleva consigo el nacim iento de una
nueva situación histórica positiva, en la cual el hombre supera su alie
nación no sólo en el ámbito del pensam iento sino también, de hecho,
en la realidad. M arx no quiere prescindir de los conceptos, sino sólo
robarles su om nipotencia; su ideal es la unión de pensam iento y ac
ción, pero no de una actividad subjetiva — por mucho que recoja la
objetividad en la conciencia— sino de una transformación efectiva de
la realidad exterior; es necesario sustituir el concepto por el hombre
real y el sujeto abstracto por el sujeto concreto. Si Marx acepta el es
quem a hegeliano de interpretación de la historia, es para asignarle un
contenido opuesto, en vez de la «Idea», la «m ateria socio-económ i-
ca»; el hombre y la sociedad, productor y producto de la historia res
pectivam ente, no son sino fenómenos de la naturaleza en devenir.
De esta manera, la postura de M arx ante la dialéctica hegeliana es
la de una recepción crítica265. A laba a Hegel por haber reconocido el
carácter dialéctico de todo proceso, viendo en esto uno de los mayores
logros de la filosofía clásica alemana, y sirviéndose de él para cons
truir su materialismo dialéctico; pero, al mismo tiempo, critica severa
mente la concepción hegeliana por estar tarada de idealismo, por haber
convertido el Espíritu en el factor m etahistórico al que todo fenómeno
cultural es reducible. Para Marx, si el proceso histórico se diluye en
determ inaciones de la autoconciencia, se está sacrificando la realidad
c í e n t e d e l m o v i m i e n t o d i a l é c t i c o d e l m u n d o r e a l , y a s í la d i a l é c t i c a d e H e g e l se s i t u ó e n s u
c a b e z a ; o m á s b i e n , d e s v i ó l a c a b e z a s o b r e l a q u e s e a p o y a b a y s e c o l o c ó s o b r e s u s p i e s » ; cfr.
J. T o p o l s k y , M e to d o lo g ía de la h is to r ia ( tr a d , d e M . L. R o d r í g u e z T a p i a ) , C á t e d r a , M a d r i d .
1973, p. 163. R. G. C o l l i n g w o o d , op. cit., p. 126, d i c e q u e M a r x e s el a u t o r d e la f a m o s a
ja c t a n c i a de h a b e r to m a d o la d ia lé c tic a d e H e g e l y « h a b e rla p u e sto c a b e z a a b a jo » , a u n q u e en
s u o p i n i ó n n o q u i s o d e c i r al p i e d e la l e t r a lo q u e d ij o .
lf,y A sí , J. T h y s s e n , op. cit., pp. 1 6 1 - 16 2 , a f i r m a ; « N o h a y n e c e s i d a d d e r e b u s c a r in t e r
p r e t a c i o n e s ai sl ad as de la h is to r ia en los es cr i to s de M a r x ,. .. , p a r a v e r q u e a q u í se ha p l a n t e a
d o u n a n u e v a y r ad i ca l f il o so fí a d e la h is to ri a, q u e en su a s p e c t o t e ó r ic o es u n a in v e r sió n ta l
d e la c o n c e p c ió n h is tó r ic a d e H eg el, q ue ra ya e n parodia·». P o r el co n t r a r io , a l g u n o s a u t o r e s ,
c o m o L. A l t h u s e r , se o p o n e n a v e r en M a r x u n a s i m p l e « in v e r s i ó n d e H e g e l » y u n a m e r a
tr a s p o s i c i ó n de su d ia lé ct ic a ; cfr. L a r e v o lu c ió n te ó ric a d e M a r x (trad, d e M. H a r n e c k e r ) , S i
g l o X X I . M é x i c o , 1970, pp. 4 3 y ss.
264 C f r . G . C o h é n , L a te o ría d e la h is to r ia d e K. M a r x . U na d e fe n s a (trad, de P. L ó p e z
M á ñ e z ) , S ig lo X X I , M a d r id , 1986, p. 1; « E x p o n e m o s la c o n c e p c i ó n h e g e l i a n a de la h is to r i a
c o m o la v id a del e s pí ri tu u n iv e r s a l y m o s t r a m o s c ó m o to m ó M a r x es ta c o n c e p c i ó n , c o n s e r
v a n d o su e s tr u c tu r a y c a m b i a n d o su c o n t e n id o » .
265 C f r . J. G. G ó m e z - H e r a s , op. cit., p. 28.
105
objetiva; reducir la historia a una explicitación del concepto es, en su
opinión, hipotecar una teoría al pasado, im posibilitándola para cons
truir una ciencia crítica respecto del presente, y conduce al saber a una
esterilización, al cerrarle cualquier perspectiva de futuro. La hipoteca
idealista — con su esquem atismo abstracto y su devaluación de la na
turaleza— es la razón de que la dialéctica hegeliana haya degenerado
en ideología conservadora. Por eso, desde sus escritos juveniles, M arx
introduce m odificaciones profundas en la dialéctica hegeliana, acep
tándola como método, pero rechazando su m istificación idealista e in
tentando reinterpretarla desde una nueva perspectiva: la del hombre
concreto, tal como existe en la realidad social; aspira a recuperar al
hombre íntegro, no diluido en un abstracto espíritu absoluto, sino in
serto en su existencia real, consistente en naturaleza, actividad creado
ra y sociedad., El modelo formal hegeliano era válido para diagnosticar
certeramente las contradicciones de la sociedad burguesa, pero el diag
nóstico certero no se vio correspondido con un remedio eficaz, pues,
en lugar de ubicar aquellas contradicciones en el contexto social global
y en la realidad socioeconómica que las sustentaba, fueron interpreta
das como contradicciones del devenir del Espíritu; esto es, los plantea
mientos correctos dieron al traste al sugerirse respuestas falsas266.
Al aplicar la dialéctica al mundo material de la naturaleza y la so
ciedad, Engels y Marx se alejaron del grupo de izquierda hegeliana al
que estuvieron unidos en un principio, pues este grupo no sólo recha
zó el idealism o de Hegel, sino también el método dialéctico, porque
no lograron ver que el materialismo, sin una dialéctica que explique el
movimiento y el desarrollo, acaba conduciendo a una interpretación
idealista del pasado. Desde un punto de vista epistem ológico, el m ate
rialismo mecanicista era, en realidad, más prim itivo que el idealismo
dialéctico, puesto que interpretaba el m undo de form a pasiva, sin asu
mir el papel activo de la m ateria cognoscitiva. Por eso Marx, al criti
car el m aterialismo de Feuerbach, subrayaba que «el principal defecto
de todo el materialismo existente hasta ahora es que la cosa realidad,
sensualidad, sólo es concebida en form a de objeto o de contem pla
ción, pero no como actividad sensible humana, no subjetivamente. Así
ocurría que el lado activo, en contraposición al m aterialismo, fue de
sarrollado por el idealism o — pero sólo de form a abstracta, puesto
que, desde luego, el idealism o no conoce la actividad real, sensible
como tal»267. Por contraposición, el m aterialism o dialéctico, al unir en
su método el materialismo con la dialéctica, unió en un mismo siste
ma la tesis sobre la realidad m aterial como objeto de conocim iento
con la tesis sobre el papel activo de la m ateria cognoscitiva, que en
cierto modo «configura» el objeto de conocim iento en el curso del
proceso cognoscitivo. Así, el m aterialism o dialéctico evitaba, por un
Cfr. s o b r e es te p u n to L. L a n d g r e b e , « H e g e l un d M a r x » , M a r x is m u s -S tu d ie n . 1 ( 19 54 ).
pp. 39- 5 3.
’fi7 Cfr. J. T o p o l s k y , op. cit., p. 163. E s ta c r ít ic a al m a t e r i a l i s m o m e c a n i c i s t a es r e p e t i d a
a lo la rgo d e las T esis so b re F e u e r b a c h ( 1 84 5 ).
106
lado, el acercam iento característico del positivism o, que asume un re
flejo pasivo del m undo real en la m ateria cognoscitiva, y por otro
lado, la opinión idealista que afirm a que la realidad es creada por la
materia cognoscitiva en el proceso del conocim iento. Tal como lo in
terpreta el materialism o dialéctico, el conocim iento es un proceso en
el que hay una contradicción constante entre el sujeto y el objeto del
conocimiento, contradicción que es la fuente del desarrollo del proce
so cognoscitivo; llegam os a conocer el mundo real en el curso de la
actividad práctica, es decir, cuando transform am os el mundo real, que
es el objeto de nuestro conocimiento; cada estado real del mundo real
es un estím ulo que hace que el hom bre em prenda una actividad cog
noscitiva, y al mismo tiempo sirve como criterio sobre la validez de
los estados de conocim iento anteriores, esto es, adquirimos el conoci
miento de los hechos pasados cuando com probam os las líneas m aes
tras basadas en el estudio del pasado y proyectadas para transform ar
las condiciones ahora existentes; si nuestra actividad, basada en el co
nocimiento del pasado, produce los resultados esperados, esto señala
la fiabilidad de ese conocim iento nuestro; si no lo hace, entonces este
hecho es un estímulo más para afrontar estudios que modifiquen (glo
balmente o en parte) la imagen del pasado obtenida hasta el momento.
De este modo, la idea dialéctica de la superación de las contradiccio
nes como fuente de m ovim iento y desarrollo perm ite cam biar total
mente el modelo de explicación de la historia como resultado de una
nueva interpretación de los hechos pasados.
Por otra parte, hay que situar a Marx en la tradición científica de
los enciclopedistas del siglo x v i i i 268, representados en los asuntos
prácticos por los benthamianos, y en la esfera de la teoría por Com te269
y los positivistas. A pesar de sus críticas a ambos grupos, Marx espe
raba, como Com te, asentar el estudio de la historia sobre una base
científica, lo cual significaba también para él explicar los fenómenos
históricos de m anera diferente a como venía haciéndolo la metafísica.
Y se m ostraba ansioso de hacerlo porque, com o Bentham, estaba do
minado por la pasión de la reform a práctica, encarnada en su famoso
comentario, enunciado al com ienzo de las Tesis sobre Feuerbach, se
gún el cual «los filósofos anteriores trataron sólo de interpretar el
mundo, cuando lo im portante es cambiarlo».
107
No sin razón constituye uno de los tópicos más com únm ente acep
tados dentro de la literatura sobre el marxismo reconocer que el idea
lismo alemán, el socialism o francés y la economía política inglesa son
las tres fuentes de donde proceden los elementos con los que va a ela
borarse el m aterialism o histórico270. Ahora bien, esto no significa que
el materialismo histórico pueda ser reducido a la suma — ni a la sínte
sis reelaborada— de una serie de autores e influencias intelectuales,
precisamente porque no debe ser definido únicam ente a partir de las
ideas que componen su visión del mundo y su program a, sino a partir
de su propósito de transform ar el mundo y de los m étodos que propo
ne para alcanzarlo271. Esto nos perm ite decir tanto que el papel funda
mental en el materialism o histórico es acaparado por el factor socio
económico, como que la historia es considerada por él com o una
m archa dialéctica hacia una m eta m oralm ente deseable, la sociedad
comunista sin clases. Dialéctica, proyecto utópico y análisis económ i
co del presente se dan la m ano en la concepción m arxiana de la histo
ria, junto con la afirmación de que es posible el conocim iento científi
co de la misma, es decir, el conocim iento objetivo de situaciones
concretas, aunque a diferencia de lo que más tarde harán Hempel y
von W right, M arx no proponga un «modelo» de explicación o un
«método» particular para la ciencia social, sino que «coloca las pie
dras angulares» de la ciencia de la historia, a partir de las cuales se
pueden producir explicaciones del proceso histórico272. La concepción
materialista de la historia pretende ser algo más que un sinónim o de
ciencia social, pero, por otra parte, la fuerza de sus explicaciones his
tóricas descansa en un aparato teórico que tiene su origen en un fenó
meno sociológico: la lucha de clases. Teoría y acción, ciencia de la
historia e ideología revolucionaria; la «filosofía de la historia» de
Marx presenta una intención claramente ético-política: la necesidad de
intervenir en el proceso de constitución de la clase revolucionaria.
Pero no debemos cuestionar la cientificidad de la teoría m arxista de la
historia por su carencia de neutralidad política (toda interpretación
implica una toma de partido y la objetividad no está identificada con
la asepsia), sino por su incapacidad para form ular hipótesis que per
mitan establecer conexiones entre nuevas entidades y procesos socio-
políticos, para descubrir y explicar nuevos fenómenos. Esto no quita a
108
Marx el valor de haber analizado y definido con precisión — en este
sentido es plenam ente científico— las entidades y relaciones básicas
de su m om ento histórico, pero probablem ente infravaloró el alcance
de los tentáculos de las superestructuras, así com o no previo la co
rrupción del poder y no contó con que en las sociedades m acroindus
triales los lobos esteparios que pueblan las ciudades abandonarían fá
cilm ente su conciencia de clase. El planteam iento de M arx tendrá una
gran incidencia en la concepción de la ciencia histórica a partir de ese
mom ento, determinando cuál es el objeto de la m ism a — la realidad
socioeconóm ica— y el método adecuado para tratarlo — la dialéctica
negativa. Desde él, la historia se enfrenta a nuevas tareas: preguntarse
por la función social y revolucionaria de la cultura, establecer la vin
culación causal que m edia entre las ideas y las condiciones socioeco
nómicas que las determinan, establecer equivalencias entre estructuras
socioeconóm icas y fenóm enos ideológicos, o precisar qué grado de
autonom ía posee la actividad reflexiva respecto a la praxis sociopolí-
tica.
Desde la posición m aterialista en el estudio de la historia, ésta se
concibe como un proceso, material y necesario273, cuyo desarrollo no
es azaroso ni depende de un fin o m eta exterior, o de la intención de
un sujeto concebido al margen de él. Las leyes de la dialéctica son im
placables, ahora bien, ¿acaso pueden predecirse los contenidos de ese
proceso insoslayable? Frente a la visión idealista, que levanta una ba
rrera entre naturaleza e historia, M arx y Engels sostienen que tanto el
mundo de la naturaleza como el de la historia se m uestra como un
proceso gobernado por leyes internas generales. Ciertamente hay dife
rencias entre la naturaleza — donde sólo hay agentes ciegos, incons
cientes, actuando uno sobre otro— y la historia de la sociedad — don
de los actores están dotados de conciencia, trabajando para conseguir
metas definidas que respondan a sus proyectos— , pero el desarrollo
histórico, a pesar de sus peculiaridades, es en principio un proceso na
tural que tiene lugar en cada caso de acuerdo con los principios de la
dialéctica; esto es, la historia de la sociedad es considerada, en última
instancia, como la historia de la naturaleza, y los métodos de estudiar
la historia de la sociedad no necesitan diferir esencialm ente de los que
se utilizan para estudiar la naturaleza, lo que le da pie a M arx para
afirmar que «la historia misma es una parte real de la historia natural,
de la conversión de la naturaleza en hombre. Algún día la ciencia na
tural se incorporará la ciencia del hom bre, del m ism o modo que la
ciencia del hombre se incorporará la ciencia natural; habrá una sola
D e la C o r re sp o n d e n c ia de M a r x c o n Vera Z a s u l i c h se d e s p r e n d e q u e la v is ió n h is tó r i
ca d e t e r m i n i s t a se refi ere ú n i c a m e n t e a la E u r o p a o c c id e n ta l, d o n d e el f e u d a l i s m o e n g e n d r ó
el c a p i t a l i s m o y e n cu y o s e n o su rg ir á i n e x o r a b l e m e n t e la r e v o l u c i ó n p r o le ta r ia . Cfr. al r e s p e c
to M. C r u z . F ilo s o fía d e la h is to r ia , P ai d ó s , B a r c e l o n a 1991, p. 104: « P er o , c o m o le d e s t a c a
rá a la p o p u l i s t a rusa, la “ fa t al i d ad h i s t ó r i c a ” de e s e m o v i m i e n t o es tá e x p r e s a m e n t e r e d u c i d a a
los p aí se s de la E u r o p a o c c id en ta l. Su e s b o z o h i s t ó r i c o de la g é n e s i s de l c a p i t a l i s m o e n el O c
c i d e n te e u r o p e o n o d e b e se r e q u i p a r a d o , s e g ú n se dijo, a u n a f il o so fí a de la h i s t o r i a d o n d e
esté e s c r i to el it in er a rio de c a d a pu eb l o » .
109
ciencia»274. Cuando M arx propone sustituir el concepto idealista por el
«hombre real» y el sujeto abstracto por el sujeto concreto, lo que tiene
en m ente com o referente de ese sujeto real no es otra cosa que el
hombre en su existir concreto en el mundo y la sociedad; ahora bien,
la definición del «sujeto real» se alcanza mediante el recurso al factor
naturaleza en un doble aspecto, en cuanto que la naturaleza es el ubi
donde el hombre existe y en cuanto la naturaleza es el ám bito donde
el hombre ejerce su acción; el prim er aspecto perm ite definir al hom
bre como «ser natural», el segundo vincula al hom bre a la naturaleza
en cuanto que ésta se constituye en materia para ser transform ada por
él, de forma que a través de su acción la naturaleza aparece como su
tarea, de forma que el trabajo puede considerarse como el fundamento
de la existencia concreta del hombre en el m undo275; «para el hombre
socialista toda la llam ada historia universal no es otra cosa que la pro
ducción del hombre por el trabajo humano, el devenir de la naturaleza
para el hom bre tiene así la prueba evidente, irrefutable, de su naci
miento de sí mismo, de su proceso de originación»276. De esta manera,
la prim era contradicción dinám ica que condiciona el desarrollo social
se da entre el hom bre y la naturaleza, dando com o resultado unas
fuerzas productivas que tienden a desarrollarse continuam ente. La se
gunda contradicción, que condiciona el desarrollo social y está estre
chamente unida a la prim era, concierne a la relación entre las fuerzas
productivas y las relaciones de producción, esto es, entre trabajadores
y propietarios que controlan la naturaleza de la producción y, con ello,
las relaciones sociales; la form a más m anifiesta de esta contradicción
es la lucha de clases, es decir, el conflicto entre grupos de personas,
algunos de los cuales están interesados en cam biar las relaciones de
producción existentes, m ientras que los otros se esfuerzan en conser
var el estado actual de cosas. La tercera contradicción fundam ental en
el macrosistema que es la sociedad tiene lugar entre las relaciones de
producción y la denom inada superestructura social, es decir, la supe
restructura legal y política a la que corresponden formas definidas de
conpiencia social.
Los fundadores del m aterialism o histórico llegaron a la conclusión
de que el desarrollo de la sociedad es de naturaleza dialéctica, después
de haber examinado la historia de la humanidad, tal y como se afirma
en El manifiesto comunista (1848), que resum ía el estado de forma
110
ción del m aterialismo dialéctico: «La historia de todas las sociedades
hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases»277. La teoría
del proceso social como desarrollo tiene lugar a través de la lucha de
las contradicciones, de forma que el estado posterior es de desarrollo
de las ideas que explican la historia. Así, la historia se presenta como
un proceso en el que el papel fundam ental es acaparado por el factor
socio-económ ico278, que condiciona cualquier otra actividad hum ana
de tal modo que las formas de cultura que denom inam os arte, derecho,
moral, religión, etc., son «superestructuras» determinadas por la «base»
m aterial. La historia universal nos presenta a los diferentes pueblos
pasando por similares fases socioeconómicas a las que corresponden
procesos ideológicos y políticos paralelos. La base m aterial perm ite
etiquetar a la sociedad antigua como «esclavista» y a la medieval como
«feudal», dados los m odos de producción que en ellas imperaron; la
revolución francesa instauró un nuevo orden social, cuyos protagonis
tas fueron los burgueses, con el capitalism o como estructura económ i
ca; durante la era capitalista emerge, como clase antagónica de la bur
guesía, el proletariado obrero y, como sistem a opuesto al capitalismo,
el comunismo. En este punto, los proletarios, con el materialism o dia
léctico como ideología, ponen en m archa la revolución con vistas a lo
grar la instauración del comunismo, sociedad sin clases, como meta
final de la historia; De esta manera, en la concepción del materialism o
histórico se dan la mano una visión del pasado, una explicación del
presente y un proyecto de futuro. La historia, definida por etapas que
son las épocas de la explotación del hombre por el hombre, de la lu
cha de clases, conduce a explicar un presente de m iseria y sujección;
el capitalism o no puede ser el punto de llegada de toda la evolución
humana, sino una fase más que debe ser destruida como las anteriores,
para conducir a la plenitud que será una sociedad sin clases -—sin ex
Ill
plotación— ; el pasado explica el presente, como ocurre en toda visión
de la historia, pero no lo legitima; además, conduce a la acción, a la
destrucción revolucionaria del orden social establecido — el capitalis
m o— para dar paso a una etapa definitiva en la que toda explotación
será abolida — el socialismo.
Así pues, el m aterialism o histórico contiene una concepción de la
historia que nos m uestra la evolución humana a través de unas etapas
de progreso que no son definidas fundamentalmente por el grado de
desarrollo de la producción, sino por la naturaleza de las relaciones
que se establecen entre los hombres que participan en el proceso pro
ductivo. Térm inos com o esclavism o, feudalism o o capitalism o — o
como socialismo, en la proyección hacia el futuro— no se refieren al
caracter predom inantem ente agrario o industrial de la producción, a
que esté destinada a la subsistencia familiar o al m ercado, sino al tipo
de relación que existe entre amo y esclavo, señor y vasallo, em presa
rio capitalista y obrero asalariado — o a la relación de igual a igual en
tre hombres libres en una sociedad que habrá elim inado la explota
ción, en el caso del socialismo. Según esto, no puede considerarse la
interpretación m arxista de la historia como un econom icism o27'', a pe
sar del protagonism o del factor económico en su planteam iento; detrás
de una term inología económ ica se esconde el verdadero planteam iento
sociológico, ético y político. En la medida en que lo que más importa
al hombre son los hom bres, lo que ante todo cuenta es la modificación
de las relaciones de producción, esto es, la abolición de toda forma de
explotación; el capitalismo debe ser destruido porque es una forma de
esclavitud, independientem ente de que su destrucción dé paso a una
fase acelerada de crecim iento económico.
En vez de hablarse de progreso, se habla de evolución280 a lo largo
de un proceso histórico que se desarrolla en las sociedades antagóni
cas en form a de lucha de intereses y de clases sociales, pugnando
unos por m antener privilegios y otros por conquistar derechos. Y el
motor de la historia no depende ya del perfeccionam iento consecutivo
de la racionalidad humana, ni de la dialéctica interna de un espíritu
absoluto, sino de la revolución a que da lugar la lucha de clases; de
esta manera, el proletariado pasa a desempeñar el papel de protagonis
ta del acontecer político-social, convirtiéndose en el depositario de la
verdadera conciencia de las leyes por las que la historia se rige y
quien m archa a la vanguardia en la lucha en pro de la liberación del
estado de explotación a que la burguesía, clase dom inante, le tiene so
metido. ¿Es acaso el proletariado el verdadero sujeto de la historia en
la concepción m arxista? Esto nos sitúa ante la clásica pregunta de
112
quién o quiénes «hacen» la historia281. En opinión de Schaff, M arx se
hubiera reído de lo lindo de aquél que quisiera discutir su proposición
de que «los hombres hacen su propia historia»282, pero ¿significa esto
que cada individuo hace la historia? Por una parte, Marx propugnaba:
«Hay que evitar ante todo el hacer de nuevo de la sociedad una abs
tracción frente al individuo. El individuo es el ser social. Su exteriori-
zación vital (aunque no aparezca en la forma inm ediata de una exte-
riorización vital comunitaria, cum plida en unión de otros) es así una
exteriorización y afirm ación de la vida social. La vida individual y la
vida genérica del hom bre no son distintas, por más que, necesaria
mente, el modo de existencia de la vida individual sea un modo más
particular o más general de la vida genérica, o sea, la vida genérica
una vida individual más particular o general»283. En sentido estricto,
pues, la historia de la humanidad es la historia de los individuos li
bres284, pero no podemos concluir con M arcuse que para la concepción
m arxista de la historia la meta sea el individuo, ni que la tendencia in
dividualista sea fundamental a su teoría285. Para Marx, el «sujeto real»
o «concreto» de la historia no puede identificarse con el individuo.
Precisam ente, la aportación de la filosofía alem ana de la historia, re
m ontándonos a Herder, es que hay un sujeto histórico denom inado
«humanidad» que trasciende a los individuos. Y la versión m arxista
añadirá en La ideología alemana que la form a individual de la «hum a
nidad», del «ser hombre», de ningún modo es prim aria como aparece
espontáneam ente ante sí misma, sino secundaria, ya que su base real
está constituida, fuera de los individuos, por el conjunto objetivo e
históricam ente móvil de las relaciones sociales286.
El herm anam iento entre la historia y las ciencias sociales había
comenzado, y el papel de los individuos en la m archa histórica seguía
relegándose a un segundo plano. En la búsqueda de una mayor rele
vancia del individualism o se empeñará el marxism o analítico, curioso
maridaje entre la idea de un marxismo que parte de unos agentes so
ciales — las clases— cuyos intereses determ inan su acción indepen
dientem ente de los individuos que com ponen una clase social, y la
elección racional com o un planteam iento radicalm ente individualis
ta287. Con todo, el camino que continuaba trazándose al individuo en su
discurrir histórico, estaba empedrado de predicción e inevitabilidad.
113
CAPÍTULO QUINTO
W . H. W a l s h , In tr o d u c c ió n a la fi lo s o fía de la h is to r ia ( tr a d , d e F. M. T o r n e r ) , S i g l o
X X I , 1978, p. 12.
115
de conocim iento, b) Verdad y hecho en historia, c) Objetividad histó
rica, y d) La explicación en historia289. Como vemos, se trata de un
planteam iento fundam entalm ente epistemológico, que atañe a la posi
bilidad de conocim iento de la historia — también su cientificidad— , a
las condiciones que debe reunir, a su vinculación con otros conoci
mientos — otras ciencias, por ej., la natural o las sociales— y a la ela
boración de un discurso histórico propio.
Danto sigue las mismas directrices que Walsh en lo que a la defi
nición de la filosofía de la historia se refiere, aunque prefiere emplear
la distinción «substantiva/analítica», en lugar de «especulativa/críti
ca»: «La expresión “filosofía de la historia” abarca dos diferentes cla
ses de investigación. Me referiré a ellas como filosofías de la historia
substantiva y analítica. La prim era de ellas se encuentra conectada
con la investigación histórica normal, lo que significa que los filóso
fos substantivos de la historia, como los historiadores, se ocupan de
dar cuenta de lo que sucedió en el pasado, aunque quieren hacer algo
más que eso. Por otro lado, la filosofía analítica de la historia no sola
mente está conectada con la filosofía: es filosofía, pero filosofía apli
cada a problem as conceptuales especiales, que surgen tanto en la prác
tica de la historia, como de la filosofía substantiva de la historia. Esta
no se encuentra realm ente conectada con la filosofía, no es más que la
propia historia. Este libro constituye un ejercicio de filosofía analítica
de la historia»290. En opinión de Danto, la filosofía substantiva de la
historia com parte con la historia m ism a su interés por proporcionar
una explicación del pasado, pero va más allá al pretender explicar el
conjunto de la historia, es decir, mostrar una pauta en los aconteci
mientos que constituyen todo el pasado, y proyectar esa pauta sobre el
futuro, m anteniendo, por lo tanto, la tesis de que los acontecimientos
en el futuro, o bien se repetirán, o bien completarán la pauta exhibida
por los acontecim ientos pertenecientes al pasado; en esto consistiría
una teoría descriptiva, una explicativa sería el intento de dar cuenta de
esta pauta en términos causales; en este sentido, una teoría explicativa
equivale a una filosofía de la historia sólo en la m edida en que se en
cuentra conectada con una teoría descriptiva, como sería el caso del
marxismo. Será precisam ente el afán profético de la filosofía substan
tiva de la historia lo que le haga ver a Danto que se trata de una acti
vidad erróneam ente concebida y basada en una confusión básica: su
poner que podemos escribir la historia de los acontecimientos antes de
que los acontecimientos mismos hayan sucedido. ;La forma de organi
zar los acontecimientos, que es esencial en la historia, no admite una
proyección sobre el futuro y, en este sentido, las estructuras de acuer-
116
do con las cuales se efectúan estas organizaciones, no son como teo
rías científicas; en parte, esto se debe al hecho de que la significación
histórica está conectada con la significación no histórica y que esta úl
tima varía con los cambios en los intereses de los seres humanos. Lo
que haría de la filosofía de la historia un m onstruo intelectual, un
«centauro» — com o en cierta ocasión la denominó B urckhardt— es
que no es ni historia ni ciencia, aunque se parece a una y hace afirm a
ciones acerca de sí m ism a que sólo puede hacer la otra291. En el mismo
punto decía Burckhardt que la historia coordina, mientras la filosofía
subordina, y que la filosofía de la historia es una contradicción en los
térm inos292; para Danto, uno de los principales objetivos de la filosofía
analítica de la historia será precisamente aclarar esta forma de coordi
nación histórica; el problem a es considerar que dos acontecim ientos
que se coordinan, y que son ambos pasado para el historiador, son
tem poralm ente distantes entre sí, esto es, fueron pasado y futuro, o
presente y futuro respectivam ente; explicar por qué, y si han de ser
ambos considerados pasado para el historiador, será la prim era cues
tión que trate Danto en su libro: «... al discutir nuestro conocimiento
del pasado, no puedo dejar de estar interesado en discutir nuestro co
nocimiento del futuro, si es que podemos hablar de conocimiento en
ese caso. Por eso, en un cierto sentido, estaré tan interesado en la filo
sofía substantiva de la historia, como en la historia misma. M antendré
que nuestro conocim iento del pasado se encuentra significativam ente
limitado por nuestra ignorancia del futuro. La identificación de los lí
mites es el asunto general de la filosofía, la identificación de ese lím i
te la cuestión particular de la filosofía analítica de la historia tal como
la concibo»293.
Por mi parte, prefiero utilizar la distinción — apuntada por Walsh y
que será consagrada por Aron— entre filosofía especulativa de la his
toria y filosofía crítica de la historia, por parecerm e más susceptible
de aplicación m etodológica que la presentada por Danto. Si utilizamos
la distinción que hace Danto entre filosofías de la historia substantivas
y analíticas (entendiendo por las primeras aquellas que pretenden ex
plicar el conjunto de la historia y proyectar esa pauta proféticam ente
sobre el futuro, m ientras que las segundas se restringen a la aplicación
de la filosofía a problem as específicos que surgen del conocim iento y
práctica de la historia) nos encontramos con que hay algunos autores
que se resisten a ser encuadrados294. Y esto es así porque muchos filó
117
sofos de la historia se dedicaron al estudio crítico de los problem as sin
abandonar el horizonte de una reflexión de orden superior sobre la
m etodología historiográfica, o incluyendo en su pensam iento las cla
ves para que esto pudiera hacerseJE n mi acepción, podríam os consi
derar la filo so fía analítica de la historia como una parte de la filosofía
crítica de la historia que incluye a aquellos que se dedican al estudio
crítico de los problem as abandonando no sólo el afán profético — en
lo que insistía D anto— , sino también la reflexión om nicomprensiva,
esto es, buscando los límites que el filósofo de la historia tiene en su
tratam iento de los problem as, desde una clara apuesta por la contin
gencia histórica y la responsabilidad ética individual frente al futuro
ignoto y por hacer.
También para Aron, la filosofía tradicional de la historia termina
en el sistem a de Hegel, dando comienzo entonces la filosofía moderna
de la historia por rechazo del hegelianismo. E l filósofo de la historia
deja de tener como ideal el determ inar de un golpe el significado del
devenir humano, como si se creyese depositario de los secretos de la
providencia. Así, dice, «la filosofía crítica de la historia renuncia a es
perar el sentido últim o de la evolución. El análisis de la conciencia
histórica es a la filosofía de la historia lo que la crítica kantiana es a la
m etafísica dogm ática»295. Cabe preguntarse, desde luego, en qué m edi
da la crítica histórica llega a ¿em barazarse de toda m etafísica, pero
que esa era la intención común a Rickert, Sim m el y Dilthey, entre
otros, no es discutible; a sus ojos, el trabajo histórico del siglo xix ha
bía creado una ciencia cuya existencia se les imponía, enfrentándolos
a problemas com parables a los que le planteaba a Kant la física new-
toniana: analizar los caracteres propios de las ciencias históricas, re
montar hasta las formas, a las categorías del espíritu, extraer las con
secuencias que com portan los nuevos conocim ientos para la manera
m ism a de pensar, esto es, para la filosofía; de ahí que la expresión
«Crítica de la razón histórica» fuera corriente a com ienzos de siglo.
La tarea que se proponen no es tanto transform ar la historia en una
ciencia empírica, com o tomar conciencia de los caracteres específicos
de la investigación histórica; la crítica de la razón histórica opone las
ciencias del hombre a las ciencias de la naturaleza, ayuda a las prim e
ras a reconocer su naturaleza original, sin prescribirle la imitación de
la objetividad física; esto m arcará las distancias entre los sociólogos
118
franceses e ingleses, herederos de Com te y Mili — que intentarán
aproxim ar su disciplina al modelo de la física— , y los alem anes 296.
Aron escoge cuatro sistem as alemanes para m ostrarnos como conci
ben esta crítica histórica: Dilthey, Rickert, Simmel y Weber. Los tres
prim eros tratan exhaustivam ente, en su opinión, las posibilidades de
una filosofía crítica de la historia, mientras el último, en lugar de pre
guntarse cuáles son las form as que rinden cuenta del conocim iento
histórico en su conjunto, busca circunscribir los límites de la objetivi
dad histórica297.
Para este recorrido relám pago que venimos realizando, he elegido
a Dilthey — quien será expuesto junto a W eber— com o representante
del prim er grupo m encionado por Aron.' En definitiva, los cuatro pen
sadores mencionados encarnan una postura antipositivista, diversifica
da y heterogénea, que, una vez iniciada por D roysen298 pasó a ser co
nocida como tendencia herm enéutica; a ella pertenecería tam bién
W indelband, el otro representante de un genuino «historicismo» según
mi interpretación. T odos estos pensadores rechazan el monismo meto
dológico del positivism o y rehúsan tom ar el patrón establecido por las
ciencias naturales exactas como ideal regulador, único y supremo, de
la comprensión racional de la realidad. Muchos de ellos acentúan el
contraste entre las ciencias que, al modo de la física, la quím ica o la
fisiología, aspiran a generalizaciones sobre fenómenos reproducibles y
predecibles, y las ciencias que, como la historia, buscan comprender
las peculiaridades individuales y únicas de sus objetos. En este senti
do, W indelband dispuso los términos «nomotético» para calificar las
ciencias que persiguen leyes e «idiográfico» para calificar el estudio
descriptivo de lo individual299. Por otra parte, hay un elemento im por
tante que hará de la reflexión filosófica sobre la historia algo diferente
a partir del siglo xix: la influencia de la crítica filológica en los estu
119
dios históricos300, que se convirtió en el caballo de batalla de los que
se denom inaban historiadores, frente a los que se consideraban filóso
fos de la historia; esta crítica le servirá a Ranke — a quien dedicamos
el primer apartado de este capítulo— , por ejemplo, para oponerse tan
to a las sistem atizaciones filosóficas del idealism o alemán, como al
positivism o com tiano, haciendo que su trabajo consistiera en com pro
bar los hechos «tal y como realm ente habían sido», m ediante el em
pleo del m étodo crítico de estos, pero rechazando la segunda etapa
que proponían los positivistas y que consistía en descubrir a partir de
esos hechos leyes generales; desde el punto de vista de Ranke, la his
toria, como conocim iento de hechos individuales, debía separase, en
cuanto estudio autónom o, de la ciencia entendida como conocimiento
de leyes generales, y de la filosofía como interpretación fundamentada
en las mismas.
1. R a n k e y l a e s c u e l a h i s t ó r i c o - f i l o l ó g i c a :
EL VALOR DE LOS D O C U M E N T O S HIS TÓRICO S
120
del pasad o 301. En todo caso, se ha abandonado la creencia de que la
presencia del historiador garantice la objetividad de lo relatado; más
bien al contrario, se piensa que la distancia temporal habrá de contri
buir a un desapasionam íento beneficioso para que los estudiosos del
pasado puedan juzgar y conocer la verdad.
El centro de gravedad del historiador, pues, se irá desplazando ha
cia la investigación, tarea que, según Pom ian, se institucionaliza a
partir del siglo xvn. Y este cambio provocará a su vez que la investi
gación se vaya ubicando bajo los auspicios de la razón, puesto que el
estudio crítico de los documentos y monumentos no desemboca en un
mero relato de los acontecim ientos, sino en una evaluación crítica de
los m ism os302. La tarea del historiador habrá de ser desde este m om en
to la de relacionar acontecim ientos de un pasado que se presenta nece
sariam ente de form a incom pleta y fragm entaria, a través de unos res
tos que deberá descifrar, conocer, com prender e investigar. Tal y como
escribía Collingwood, el historiador no es un testigo ocular de los he
chos que desea conocer, no conoce el pasado por sim ple creencia en
lo que dice un testigo que vio los hechos en cuestión y que ha dejado
un registro de su prueba, sino que «cuando un hombre piensa históri
camente, tiene ante sí ciertos docum entos o reliquias del pasado, sien
do su tarea descubrir qué pasado fue ese que dejó tras de sí esas reli
quias»303.
A hora bien, aunque a finales del siglo x v i i y comienzos del xvm
se desarrollara una gran preocupación por la cuestión teórica de la crí
tica de los docum entos, no será sino en el xix cuando pueda empezar
a hablarse de los orígenes de la historia considerada como auténtica
ciencia304. Tal y como afirma M arrou305, fue en este siglo cuando el ri
gor de los métodos críticos puestos a punto por los grandes eruditos
de las dos centurias anteriores se extendió del dominio de las ciencias
auxiliares (numism ática, paleografía,etc.) a la construción misma de la
121
historia: strictore sensu nuestra tradición no ha sido definitivam ente
inaugurada sino por B.G. Niebuhr (1776-1831) y, sobre todo, por Leo
pold von Ranke (1795-1885). De este modo, se operó un cambio sus
tancial en el m irar histórico, pues mientras la historia de la Ilustración
apuntaba a la aplicación de principios filosóficos y procedía more geo
m etrico, la nueva historia se dedicará a estudiar el legado del pasado
more philologico, proceso m etodológico iniciado por N iebuhr y del
que Ranke llegaría a ser la figura más representativa306.
En el prólogo a su H istoria de los pueblos rom ano-germ ánicos
(1824) afirm aba Ranke que, aunque la historia tiene la misión de ju z
gar el pasado y de instruir el presente en beneficio del porvenir, su li
bro no aspiraba a tanto, sino que se contentaba con «m ostrar las cosas
tal y como sucedieron»307. Esta expresión (considerada demasiado in
genua por Sim m el, entre otros) ha sido profusam ente citada, subra
yando su pretensión de objetividad histórica, como si fuera posible
negar la intervención subjetiva del observador, idealizándolo hasta tal
punto que pueda lim itarse a recibir pasivam ente la inform ación que le
proporciona un dato y transmitirle así la verdad de un hecho. Un he
cho. El siglo X I X fue una gran época para los hechos, y los positivis
tas, ansiosos por consolidar su defensa de la historia como ciencia,
contribuyeron a este culto de los hechos. La historia, pues, desde esta
perspectiva, consiste en un cuerpo de hechos verificados, y los hechos
los encuentra el historiador en los documentos. Junto al culto de los
hechos, el fetichism o de los documentos, tal y como afirm a Carr: «El
fetichismo decim onónico de los hechos venía com pletado y justifica
do por un fetichism o de los docum entos. Los documentos eran, en el
templo de los hechos, el Arca de la Alianza. El historiador devoto lle
gaba ante ellos con la frente humillada, y hablaba de ellos en tono re
verente. Si los documentos lo dicen, será verdad...»308.
A sí pues, la revolución experim entada en el m étodo histórico y
asociada al nombre de Ranke se apoyaba en el intento por hacer la
historia más objetiva, más científica, por m edio de la utilización de
122
docum entos oficiales. Los historiadores com enzaron entonces a elabo
rar técnicas sofisticadas para verificar la fiabilidad de esos docum en
tos, sistem as para organizar el material de investigación309. Fue el des
cubrim iento y la proliferación de docum entos lo que hizo creer al
historiador que en la autenticidad documental estaba contenida la ver
dad y que podía hacerse historia con la m era recolección de datos en
los archivos310.
Desde el punto de vista que nos interesa, quiero subrayar que la
fórm ula «wie es eigentlich gewesen», a pesar de su aparente modestia,
puede resum ir tam bién el program a de historiografía científica de
Ranke y sus seguidores: el conocim iento de los hechos tenía que pres
cindir de toda especulación filosófica311. Ranke rechaza la incursión de
la filosofía en la historia, quizá no tanto porque no reconociera el de
recho de existencia de la filosofía de la historia, sino porque la consi
deraba com o un modo de conocim iento no científico; En su opinión el
cam ino del conocim iento histórico va de lo singular a lo general, y
para llegar a aprehender lo general es necesario prim ero conocer «las
cosas tal com o sucedieron» y no partir de ideas a priori o reglas abs
tractas312. Pero este program a de objetividad histórica no puede llevar
se a cabo sin la «enajenación» del historiador, quien para abrirse a lo
real tiene que «salir de sí mismo», abandonar sus intereses y pasiones
a fin de poder ver la realidad histórica «tal como era». Esta pérdida de
identidad del historiador es justam ente lo que ya en su día le reprochó
Simmel: «Cuando Ranke expresa el deseo de extinguir su yo para ver
las cosas tal como han sido en sí, el cum plim iento de este deseo supri
m iría justam ente el resultado que él espera. Después de extinguirse el
yo no quedaría nada que perm itiera com prender el no-yo, y no sólo
porque el yo es el vehículo de toda representación en general — pues
Ranke mismo había concretado hasta allí su expresión— , sino porque
también los contenidos particulares, accesibles únicamente por medio
de la vivencia personal, inseparables del yo individualmente diferen
-w S e g ú n P. B u r k e , S o c io lo g ía e s to r ia ( 1 9 7 2 ) , e s t e f e n ó m e n o p u e d e r e s u m i r s e e n la f ó r
m u l a : « u n s i t i o p a r a c a d a h e c h o y u n h e c h o p a r a c a d a s i t i o » , cfr. J. L o z a n o , op. cit., p. 82.
310 Cfr. F. B r a u d e l , L a h is to r ia v la s c ie n c ia s s o c ia le s . Alia nza , M ad r id , 1968. p. 6 6 (es te
libr o es en r e a l i d a d la tr a d u c c ió n de la s e g u n d a parte, la m á s ex t e n s a , de E c r its s u r l'h is to ir e ,
F l a m m a r i o n , Par is, 1953). Cfr. a s i m i s m o , L. F e b v r e , C o m b a te s p o r la h is to r ia , A rie l, B a r c e
lona, 1970.
« L o s h e c h o s de la h is to r i a e r a n p o r sí m i s m o s un a p r u e b a del h e c h o s u p r e m o de q u e
ex i st ía un p r o g r e s o b en é fi co , y al p a r e c e r inf in ito , h a c ia co s as jn á s e l ev ad as . E r a a q u é l l a la
e d a d d e la in o c e n c ia , y los h i s t o r i a d o r e s se p a s e a b a n p o r el J a rd ín del E d é n sin un r e t a z o de
f i l o s o f í a c o n q u e c u b r i r s e , d e s n u d o s y sin a v e r g o n z a r s e an t e el d io s d e la h is to r i a » . E. H.
C a r r , op. cit., p. 2 7 .
3I- Cfr. J. V o g t , E l c o n c e p to d e la h is to r ia d e R a n k e a T o yn b ee (trad. J. P ér ez Co rr al ),
G u a d a r r a m a , M a d r id , 1974, p. 22: « D e 1831, añ o de la m u e r t e de H e g e l , p r o c e d e el re c i é n
d e s c u b i e r t o m a n u s c r i t o de R a n k e L a id e a d e h is to r ia u n iv e r sa l, en el cual se d e c l a r a c o n t r a la
c o n s t r u c c i ó n ar b i tr a r ia y a p r e s u r a d a d e las id e a s o lo un iv e r sa l, p o s tu la n d o en l u g a r d e es to la
n e c e s i d a d d e ll e g a r a lo ge n e ra l, al u n iv e r s o , a p a r t ir d e lo in d i v id ua l. Es to s u p o n e la u n i ó n de
in t u ic i ó n y c o n c e p t u a l i d a d y v a en c o n t r a ta n to de la m e r a in v e s t ig a c ió n d e los h e c h o s c o m o
de la e s p e c u l a c i ó n f il osó fi ca» .
123
ciado, son la m ateria im prescindible para toda com prensión de los de
m ás»313.
Según la interpretación que hace C arr314 — y con la que sim patiza
mos bastante— en alguna parte de esta m etodología histórica había un
error, y el error era la fe en esa incansable e interm inable acumulación
de hechos rigurosos vistos como fundamento de la historia, la convic
ción de que los datos hablan por sí solos, cuando es obvio que los da
tos, hayan sido encontrados en docum entos o no, tienen que ser elabo
rados por el historiador antes de que él pueda hacer algún uso de
ellos, siendo este uso m ism o un proceso de elaboración. Más aún,
para que un objeto se convierta en docum ento es necesario en prim er
lugar un historiador que le otorgue ese estatuto315. Ni los datos ni los
hechos pueden hablar por sí mismos, sino únicamente cuando el histo
riador apela a ellos; él es quien decide a qué hechos se da paso, y en
que orden y contexto hacerlo. Los datos y docum entos son esenciales
para el historiador, pero hay que guardarse de convertirlos en fetiches.
De A lem ania salió en los dos últimos decenios del siglo xix el pri
mer desafío a la doctrina de la prim acía y la autonom ía de los hechos
en la historia, siendo W. Dilthey (1833-1911) el principal representan
te de este movimiento de reacción antifáctica316, pero con el nuevo si
glo pasó a Italia la antorcha, donde B. Croce (1866-1952) em pezaba a
abogar por una filosofía de la historia — que debía mucho a los m aes
tros alem anes— que podría resum irse en la siguiente afirmación:
«toda historia es historia contem poránea»317; esto es, la historia consis
te esencialm ente en ver el pasado por los ojos del presente y a la luz
de los problem as de ahora, siendo la tarea primordial del historiador
no recoger datos sino valorar y seleccionar qué merece la pena ser re
cogido. Croce ejerció un gran influjo sobre el filósofo e historiador
británico R.G. Collingwood (1889-1943), uno de los pocos pensado
res que han realizado en este siglo una aportación seria a la filosofía
de la historia con sus escritos recopilados tras su muerte en el volu
men titulado La idea de la historia (1945). Dejo para más adelante la
enumeración de las lagunas de su teoría, ahora sólo quiero resum ir su
intención respecto al tema que nos ocupa; según Collingwood, la filo
sofía de la historia no se ocupa del pasado en sí ni de la opinión que
de él se forma el historiador, sino de ambas cosas relacionadas entre
124
sí; la reconstitución del pasado en la mente del historiador se apoya en
la evidencia empírica, pero no es de suyo un proceso empírico ni pue
de consistir en una m era enumeración de datos, pues es precisamente
la selección318 y la interpretación de los hechos lo que les confiere un
carácter histórico319.
Naturalm ente, los peligros de esta nueva concepción son los de
caer en un subjetivism o en el que cada historiador pueda hacer de su
capa un sayo. De ahí que la misión fundamental del filósofo de la his
toria sea intentar restablecer el equilibrio en esa lucha sin cuartel que
parece enfrentar desde tiempo inmemorial a historiadores y filósofos.
Una vez adm itido que sin teoría no hay historia, sino mera acum ula
ción de datos, hay que dar un paso más y afirmar que de esto se dedu
ce que los hechos de la historia nunca nos llegan en estado “puro”,
sino siempre a través del tamiz de la mente que los recoge; de ahí que
el prim er interés del estudioso de un libro de historia deba ser la figu
ra del historiador m ism o y sólo después los datos que dicho libro con
tiene. Cada historiador es deudor de su propio presente y sólo una re
creación im aginativa de su mom ento histórico puede ayudarnos a
com prender la selección e interpretación de los docum entos que nos
trasm ite320. Esta sería en gran m edida la visión de Collingwood, pero
no nos conviene tam poco perder de vista que un excesivo énfasis
puesto en el papel del historiador como hacedor de la historia tiende,
llevado a sus lógicas consecuencias, a descartar toda historia objetiva
y, en últim a instancia, a sumirnos en el escepticism o más absoluto, o,
al menos, a suscribir una concepción meramente pragm ática de la his
toria, en la que los hechos no son nada y la interpretación lo es todo.
Ciertas dosis de objetividad e im parcialidad son deseables si quiere
dotarse de algún estatuto científico al hacer histórico321.
En nuestros días hemos presenciado un nuevo «proceso al docu
mento» como una de las características más importantes de la discipli
na histórica, según señala M. Foucault en su Arqueología del saber:
«La historia ha cambiado de posición frente al documento: como obje
tivo principal se impone no el de interpretarlo, no el de determinar si
dice la verdad y cuál sea su valor expresivo, sino la de trabajarlo desde
el interior y de elaborarlo: lo organiza, lo selecciona, lo distribuye, lo
ordena, lo subdivide en niveles, establece series, distingue lo que es
pertinente de lo que no lo es, individualiza los elementos, define las
unidades, describe las relaciones»322. Está claro que de esta manera se
abandona la idea de un documento como materia inerte, a la vez que
desaparecen los peligros de una interpretación subjetiva — en realidad
125
no se interpreta— , pero aparece la duda de si lo que se está haciendo
al margen de la m em oria es historia o arquitectura323. Si diacronía y
sincronía, génesis y estructura se confunden, no nos queda del discurso
histórico sino la forma del discurso y sus condiciones de posibilidad.
126
necesario y universalm ente válido el conocim iento histórico?, ¿cómo
es posible una ciencia de la historia?326
D ilthey se propone cum plim entar el proyecto kantiano y diseñar
una teoría del conocim iento referida a las ciencias del espíritu, basán
dose en la realidad dada por la «experiencia interna»327. El dato básico
que debe nutrir a tal epistem ología será la E rleb n is328 (vivencia), la
«experiencia vivida». Sobre este telón de fondo mi personalidad se va
form ando a través del tiempo, en un proceso continuo de crecimiento
de lo nuevo sobre lo viejo. La estructura categoríal de la razón kantia
na ha ignorado el papel de la historicidad. En el Prólogo a la Intro
ducción a las ciencias del espíritu, Dilthey critica con vehemencia el
intelectualism o que ha caracterizado a todas las teorías epistem ológi
cas anteriores a él: «Si excluimos unos pocos planteam ientos, que por
lo demás no han alcanzado un desarrollo científico, como los de H er
der y W ilhelm von Humboldt, podemos decir que hasta hoy la teoría
del conocim iento, tanto la empirista como la kantiana, explica la ex
periencia y el conocim iento a partir de un estado de cosas pertene
ciente al mero representar. Por las venas del sujeto cognoscente cons
truido por Locke, H um e y Kant no corre sangre verdadera, sino la
tenue savia de la razón como actividad m ental»329. Su filosofía del co
336 R. A r o n d e s c u b r e u n c i e r to k a n t i s m o en D ilthey , ta n to p o r su p o s i c i ó n cr ít ic a — d e f i
ni da p o r la n e g a c ió n d e un d o g m a t i s m o ant erior y po r la p r e p a ra c ió n de u n a filo sof ía n u e v a — ,
c o m o p o r es te p l a n t e a m i e n t o a c e r c a de la p o s ib il id a d del c o n o c i m i e n t o h is tó r i co ; cfr. L a p h i
lo so p h ie c r itiq u e d e l ’h is to ir e , lo e cit., p. 23.
337 D i l t h e y p r e c i s a es te c o n c e p t o gra ci as a la n o c i ó n d e « i n t e n c i o n a l i d a d » qu e t o m a p r es
t ad a d e H u s s e r l y qu e él d e n o m i n a r á «ac tit ud ». A l parec er, la le c tu r a de L a s in v e s tig a c io n e s
ló g ic a s de H u s s e r l c a u s a r o n u n a g r an i m p r e s ió n en D il t h ey ; a nt e to d o , vio en este libro la
r e a l iz a c ió n de u n a t e o rí a d e s c r i p t i v a del c o n o c i m i e n t o , tal c o m o él d e s e a b a c o n s tr u i r la ha c ía
ti e m p o , d e f o r m a q u e se p r o p u s o uti liz ar en sus an ál isi s a l g u n o s r e s u l t a d o s de H u ss er l , po r
e j e m p l o , la p r e s e n c i a d e u n e l e m e n t o r e p r e s e n t a ti v o en to d o e s t a d o d e c o n c i e n c i a es m á s fácil
de d e m o s t r a r c o n la a y u d a d e la id e a d e in t e n c i o n a li d a d (D il t h e y e m p l e a el té r m in o d e Ver
h a lte n , q u e c o r r e s p o n d e , s e g ú n los ca sos, a la i n t e n c i o n a l i d a d o a la n o e s is , p ue s no es ta b le ce
la d i s t i n c i ó n e n t r e es os t é r m i n o s , lo m i s m o que no la ll e v a a c a b o en t re n o e m a y o b je to s e x t e
rio re s); la r e c i p r o c i d a d de la in t u ic i ó n y del c o n c e p t o es tá c o n f i r m a d a p o r la f ó r m u l a de la
E rfü llu n g ; la a s i m i l a c i ó n de l p r o c e s o del c o n o c i m i e n t o a un p r o c e s o s u s c e p ti b le de ser d e s
c ri to en té r m i n o s p s ic o l ó g i c o s , se p r e s t a b a a u n a tr a s p o s ic ió n d el v o c a b u l a r i o f e n o m e n o ló g i -
co. S in e m b a r g o , la d i f e r e n c i a d e f o n d o en tr e a m b a s f il o so fí as es tan ta, q u e la o p o s ic i ó n de
bí a m a n i f e s t a r s e e n s e g u i d a ; D i l t h e y n o p u e d e a c e p t a r u n a c o n c e p c i ó n q u e no d e f i e n d a el
p r i m a d o d e la vid a, y H u s s e r l , si b ie n par te d e ell a e n s u s r e f l e x i o n e s , es p a r a in ic ia r el as
c e n s o h a c i a la f il os o fí a, h a c i a el p e n s a m ie n t o , s i r v i é n d o s e de la e p o jé ; m i e n tr a s que en D i l
they, al co n t r ar io , el m o v i m i e n t o de la v id a a la fil o so f í a es hi s tó r i c o , se d e s a r r o l l a hi s tó r i ca
m e nt e, y s u s r e s u l t a d o s n o e s c a p a n t a m p o c o a la e v o l u c ió n ; p a r a D i l t h e y n o p u e d e co n o c e r s e
la v id a m á s q u e p o r la c o m p r e n s i ó n , es decir, h i s tó r i c a m e n te ; s ó lo p u e d e s e r s u p r a - h is tó r i c a
u n a te o r ía del c o n o c i m i e n t o . S o b r e H u s s e r l y D il t h ey cfr. R. A r o n , op. cit., pp. 2 94 -2 9 5 .
328 El a u t o r de la « A u r o r a de la r a z ó n hi s tó r i c a » es c r i b e a es te r e s p e c t o : « H a c i a 1860,
D ilt hey , el m á s g r a n d e p e n s a d o r q u e ha te nid o la s e g u n d a m i ta d del s ig lo XIX, h iz o el d e s c u
b r i m i e n t o de u n a n u e v a r e a l id a d : la vid a h u m a n a . Es s o b r e m a n e r a c ó m i c o q u e re a l id a d tan
p r ó x i m a al h o m b r e y ta n i m p o r t a n t e p a r a él h ay a ta r d a d o ta nt o en ser d e s c u b i e r t a y q u e fues e
d e s c u b i e r t a un ci er to d í a y a u n a ci e rt a hora, c o m o el f o n ó g r a f o o la a s p ir i n a » (cfr. J. O r t e g a
y G a s s e t , O b ra s c o m p le ta s , A l i a n z a Ed it ori al , M ad ri d , 1983, vol. XII, p. 326).
32‘' Cfr. W. D i l t h e y , « P r ó l o g o al p r i m e r v o l u m e n de la « I n t r o d u c c i ó n a las c i e n c ia s del
e s p ír i tu » , e n C r ític a d e la r a zó n h is tó r ic a (e d i c ió n d e H a n s - U l r i c h L e s s i n g ; trad, y pról. de
C a r l o s M o y a ) , P e n ín s u la , B a r c e l o n a , 1986, pp. 39-40.
127
nocer pretende abarcar al hombre en su totalidad y para ello se traza
el siguiente program a metodológico: «acerco cada elem ento del actual
pensam iento científico, abstracto, a la totalidad de la naturaleza hum a
na, tal com o la m uestran la experiencia, el estudio del lenguaje y la
historia, y busco la conexión entre ambos. Y así resulta que los princi
pales elem entos de nuestra realidad, como la unidad de la vida perso
nal, el mundo externo, los individuos fuera de nosotros, su vida en el
tiempo y su interacción, pueden todos explicarse a partir de esta tota
lidad de la naturaleza humana, en la que el querer, sentir y representar
no constituyen más que aspectos distintos de su proceso real de vida.
Las preguntas que todos hemos de dirigir a la filosofía no podrá res
ponderlas el supuesto de un rígido a priori de nuestra facultad cogniti-
va, sino sólo la historia evolutiva que parte de la totalidad de nuestro
ser»330.
j Como vemos, Dilthey se rebela contra la concepción «aséptica» e
intelectualista del sujeto cognoscente alumbrada por las teorías episte
m ológicas tradicionales, postulando una filosofía de la vida en la que
se abandone la idea de un sujeto cognoscente «puro»y ahistórico, res
tringido a sus facultades intelectuales. «El a priori kantiano es rígido
y muerto; pero las condiciones reales y los supuestos de la conciencia,
tal como yo los concibo, son proceso histórico vivo, son desarrollo,
tienen su historia»331. Dilthey viene a concebir al sujeto del conoci
miento como una realidad histórica y psíquica, am pliando así el con
cepto kantiano de conciencia al tomar en cuenta los aspectos volitivos
y emotivos 332. «Si ensanchando el tema de Kant — expone Ortega—
nos preguntam os cómo son posibles los principios de todas las cien
cias — de las naturales y de las históricas— caeremos en la cuenta de
que hace falta otra ciencia — la ciencia de los fundamentos o funda
mental— que investigue cómo es de hecho la concienoia del hombre,
base y clave de todo lo demás. Esa ciencia tendrá, pues, que ser por lo
pronto psicología, pero una psicología ordenada a descubrir la estruc
tura general de la conciencia, el sistema genérico de su funcionam ien
to: en sum a la vida real de la conciencia»333.
De este modo, la autobiografía se convierte en algo así como la
célula originaria de la historia y las biografías de las grandes persona
lidades (poetas, literatos, filósofos o políticos) nos proporcionan las
claves para comprender ésta o aquélla esfera de la vida cultural en una
u otra fase de su desarrollo334. «La posibilidad — escribe Dilthey— de
128
vivir en mi propia existencia estados religiosos es para mí, como para
la m ayoría de los hombres, muy limitada. Pero al recorrer las cartas y
escritos de Lutero, los testim onios de sus contem poráneos, las actas
de las disputas religiosas y de los concilios, así como de sus relacio
nes oficiales, vivo un proceso religioso de tal poder eruptivo, de tal
energía y tan a vida o muerte que se encuentra más allá de toda posi
bilidad de vivencia para un hombre de nuestros días. Sin embargo,
puedo revivirlo»335. La Erlebnis, la «vivencia», es tanto aquello direc
tamente experim ehtado por el sujeto cognoscente como lo «revivido»
en sí. El conocimiento que el individuo tiene de sí debe verse integra
do por la com prensión de los otros y de las relaciones que lo unen a
ellos e incluso no puede verificarse sino m ediante ese conocimiento
de los demás. A hora bien, como no cabe penetrar en lo más íntimo de
la conciencia vital de otro individuo, es preciso que éstos la exteriori
cen, perm itiendo así que sea reproducida o revivida por m í reconstru
yéndola con referencia a mi propia Erlebnis. Sólo así puedo «com
prender» esa otra intim idad336.
La com prensión supera a la inm ediatez de vivir; la objetivación de
la vida en sus m últiples formas exige un exam en basado en construc
ciones conceptuales que las ciencias del espíritu vayan elaborando y
afinando progresivam ente, para que se presten cada vez mejor a confi
gurar las conexiones estructurales de las distintas formaciones del es
píritu objetivo, entendiendo por tal «las m últiples formas en que la co
m unidad existente entre los individuos se ha objetivado en el mundo
sensible. En este espíritu objetivo el pasado es para nosotros continuo
presente. Su ámbito abarca desde el estilo de vida y las formas del tra
to hasta el nexo de fines que la sociedad ha configurado, las costum
bres, el Derecho, el Estado, la religión, el arte, las ciencias y la filoso
fía»337.
La Erlebnis es presencia, pero la presencia es un constante trans
currir y, por lo tanto, cuando se trata de aferraría con el pensamiento,
de fijarla con la atención, se destruye su esencia. No se está ya ante la
constante m ovilidad de la vida, sino ante la rigidez estática del recuer
do; ya no se está ante la experiencia viva del presente, sino ante el
despojo inerte del pasado. El tiempo parece algo inescrutable y anti
nómico. Nuestra vida se encuentra toda en el presente, mientras que,
por otra parte, el presente transcurre continuam ente. Por un lado se
dice que el pasado y el futuro sólo son experim entables en el presente
n at ur al en su m e d i o h is tó r i co , r e p r e s e n t a un p un to c u l m i n a n t e d e la h is to r i o g r a f ía » (cfr. « P r ó
lo g o a la « I n tr o d u c c ió n . . .» , en C r ític a ele la ra za n h is tó r ic a , ed. cit., p. 65). F. D u q u e es cr ib e
al r e s p e c t o , en op. cit., p. 63: « H is to r ia s er á j u s t a m e n t e el m é d iu m de la c o m p r e n s i ó n de sí
(S e lb s tb e s in n u n g : a u t o g n o s i s ) de la a c ti v i d a d in d i v id u a l e n su d e s p li e g u e so cial. D e ahí q u e
la h i s t o n a , e n s e n ti d o es tri cto , s e a b io g r a fía : u n a a c ti v a r e a c c i ó n a las f u e r z a s del m u n d o pa ra
oto r g a r le s f o r m a u n it a r ia or ig i n al : e x i s t e n c i a c o m o o b r a d e arte (D a se in a ls K u n s tw e r k )».
Cfr. « L a c o m p r e n s i ó n de otra s p e r s o n a s y de su s m a n i f e s t a c i o n e s v it al e s» ( 19 1 0) . en
C rític a d e la r a zó n h is tó r ic a , ed. cit., p. 281.
5-'' Cfr. ib id., pp. 271 y ss.
?57 Cfr. C rític a de la ra zó n h is tó r ic a , ed. cit., p. 275.
129
y, por otro, que el presente se resuelve en un dilatarse hacia el pasado
y hacia el futuro.¡Y sólo cuando mi presente se proyecta hacia el por
venir queda orientado hacia una finalidad, es decir, hacia una posibili
dad realizable mediante mi acción libre, queda esclarecido el pasado.
«La m utabilidad es tan propia de los objetos que construim os en el
conocim iento de la naturaleza como lo es de la vida que se percata de
sí misma en sus determ inaciones. Pero sólo en la vida el presente
abarca la idea del pasado en el recuerdo y la del futuro en la fantasía,
que se ocupa de sus posibilidades. Así, el presente está henchido de
pasado y lleva en su seno al futuro»338. Para Dilthey, la temporalidad
es una de las determ inaciones categoriales contenidas en la vida que
resulta fundamental para todas las demás. Pero hay otra: la categoría
de significado. Esta «designa la relación de las partes de la vida con el
todo. Poseem os esa conexión únicam ente a través del recuerdo, en el
que podem os abarcar con la m irada el curso vital ya pasado. Capta
mos el significado de un mom ento del pasado. Es significativo en la
medida en que en él se estableció un compromiso para el futuro»339. La
m elodía de la vida selecciona sus notas del pasado buscando pautas
para el porvenir. «Lo que establecem os como fin para el futuro condi
ciona la determ inación del significado de lo pasado. La configuración
de la vida que se lleva a cabo obtiene un patrón de m edida mediante
la estim ación de lo recordado»340. El suceso evocado puede resultar
significativo por incidir en el plan de vida posterior o justam ente por
oponerse a su realización; también puede cobrar relevancia una actua
ción individual que incide en la configuración de toda la humanidad.
«En todos estos casos y en tantos otros el m om ento particular tiene
significado por su conexión con el todo, por la relación entre pasado y
futuro, entre existencia individual y hum anidad»34'.
Sin embargo, se trata de una relación que nunca se com pleta del
todo. «Habría que esperar el fin del curso vital y sólo en la hora de la
muerte podría abarcarse con la mirada el todo desde el cual sería posi
ble establecer la relación entre sus partes. Habría que esperar asim is
mo el fin de la historia para poseer el m aterial com pleto con el que
determ inar su significado. Pero, por otra parte, el todo sólo nos está
presente en la medida en que se torna com prensible desde las partes.
La comprensión oscila siempre entre ambas perspectivas»342: pasado y
futuro, lo parcial y la totalidad. En efecto, al igual que el pasado de
termina los planes del futuro, al tiempo que el porvenir condiciona la
significación de lo acontecido, la totalidad343 confiere un significado a
130
las partes, en tanto que el sentido de dicha totalidad es engendrado a
posteriori por dicho significado.
«La acción recíproca de los individuos — escribe Dilthey— apare
ce azarosa e inconexa; el nacimiento y la m uerte y toda la contingen
cia del destino, las pasiones y el estrecho egoísm o, que tanto lugar
ocupan en el prim er plano del escenario de la vida; todo esto parece
confirm ar la opinión de los conocedores de los hombres, que sólo ven
en la vida de la sociedad el juego encontrado de los intereses de los
individuos bajo la influencia del azar, la opinión del historiador prag
mático para el cual igualm ente el curso de la historia se resuelve en el
juego de las energías personales. Pero, en realidad, la necesaria cone
xión fin a l de la historia de la humanidad se realiza precisam ente por
medio de esa interacción de los individuos, de sus pasiones, vanidades
e intereses. El historiador pragm ático y Hegel no se entienden m utua
mente, pues conversan com o si uno estuviera en tierra firme y el otro
elevado por los aires. Sin embargo, cada uno de ellos posee una parte
de la verdad. Pues todo lo que el hombre realiza en esta realidad his-
tórico-social acontece gracias al resorte de la voluntad; pero en ésta
actúa la finalidad como motivo. Su disposición general, lo que en ella
es universalm ente válido y rebasa la vida individual, cualquiera que
sea la fórm ula en que se la interprete, es el fundam ento del complejo
de fines que actúa a través de las voluntades. En este conjunto de fi
nes, la actividad habitual de los hombres, que sólo se ocupa de sí m is
ma, realiza, sin embargo, lo que es m enester»344. ¿Acaso ésta página
de la Introducción a las ciencias del espíritu no m erece ser catalogada
como perteneciente al ámbito de la filosofía de la historia? Sin embar
go, quien así lo hiciere, correría el riesgo de verse reprendido por su
autor, cuyas simpatías hacia semejante disciplina, por paradójico que
pueda resultar, parecen manifestarse más bien escasas.
Dilthey habla con cierto desdén de esas dos ciencias que aspiran a
conocer las relaciones existentes entre el hecho histórico, la ley que lo
rige y las reglas que guían el propio juicio del historiador. Se está refi
riendo a la sociología y a la filosofía de la historia343. Tales teorías ye
vien te y e n m o v i m i e n t o de la h is to r i a del m u n d o . El es tu d i o de la h is to r i a n o s r e v e l a la n a t u
ra le za es e n c i a l del h o m b r e , e n la m e d i d a e n q u e e n ella se d e s p l i e g a la to t a li d a d de la e x p e
ri e n ci a h u m a n a ; d e a c u e r d o c o n e s te p l a n t e a m i e n t o , el h is to r i a d o r se a d e n t r a en la v id a de las
g e n e r a c i o n e s p a s a d a s r e v i v i e n d o en su p r o p io p e n s a m i e n t o los p e n s a m i e n t o s y las ac c io n e s
m e d ia n t e los qu e los h o m b r e s se h a b í a n d ef i n id o a sí m i s m o s . . . L a c a t e g o r í a de to t a li d a d sirve
a D il t h ey p a r a i n t e n ta r r e c o n s t i t u i r la v i e j a un ió n en tr e te o r ía y p r ác ti ca , e n t r e l ó g i c a y ética,
ent re lo e m p í r i c o y lo t r a s c e n d e n t a l , q u e K a n t h a b í a p a r t id o e n dos. H a b r í a q u e decir, p o r ta n
to, a m o d o de r e s u m e n , q u e en D i l t h e y c o n v e rg e n las in f l u e n c i a s de K a n t y H eg e l , te n ie n d o
la de es te ú l t i m o un d o b l e f o n d o » .
Cfr. In tr o d u c c ió n a la s c ie n c ia s d el e s p ír itu (trad, d e J u li á n M a r ía s ) . A l i a n z a U n i v e r s i
dad , M a d r i d , 1980, p. 106.
545 « E n c u a l q u i e r p u n t o es p o s i b l e a c re d it a r es a trip le r e l a c i ó n d e t o d a i n v e s t i g a c i ó n y
to d a c i e n c ia p a rt ic u l a r c o n el c o n j u n t o de la re a l id a d h i s tó r i c o -s o c ia l y su c o n o c i m i e n t o : rel a
ci ó n c o n la c o n c r e t a c o n e x i ó n c a u s a l de t o do s los h e c h o s y c a m b i o s d e d i c h a r ea l id ad , co n las
leyes g e n e r a l e s q ue la ri g e n y c o n el s is te m a d e va l o r es e im p e r a t iv o s p r e s e n t e e n la v in c u la
ción del h o m b r e c o n el c o n j u n t o de su s ta reas: ¿ h a y u n a c i e n c ia qu e c o n o z c a es ta tr ip le co n e-
131
rran al ver «en la descripción de lo singular mera m ateria prim a para
sus abstracciones. E sta superstición, que somete los trabajos de los
historiadores a un misterioso proceso de alquim ia para transm utar la
m ateria de lo singular, hallada en ellos, en el oro puro de la abstrac
ción, y obligar a la historia a revelar su últim o secreto, es tan aventu
rada como el sueño de un filósofo alquimista, que imaginaba arrancarle
a la naturaleza su última palabra. No hay una última y sim ple palabra
de la historia que exprese su verdadero sentido, del m ismo modo que
la naturaleza no tiene una palabra sem ejante que revelar»146. Esto es
algo en lo que insistirá una y otra vez347. A su modo de ver, la filosofía
de la historia se presenta como una suerte de piedra filosofal que pre
tende desvelar los más profundos m isterios del decurso histórico. «Si
se habla de una filosofía de la historia, sólo puede tratarse de una in
vestigación histórica con propósito e instrum entos filosóficos»348.
La misión de la filosofía de la historia se le antoja a Dilthey, no
sólo imposible, sino lisa y llanam ente contradictoria. No es posible
«reducir el curso de la historia a la unidad de una fó rm ula o de un
principio, como tampoco puede hacerlo la fisiología con la vida. La
ciencia sólo puede aproximarse al descubrim iento de principios expli
cativos sencillos mediante el análisis y el m anejo de una m ultitud de
principios explicativos. La filosofía de la historia tendría que renun
ciar, por tanto, a sus pretensiones si quisiera servirse del m étodo al
que se halla ligado todo conocim iento efectivo del curso de la histo
ria. Tal como es, se extenúa en busca de la cuadratura del círculo»349.
No en vano han fracasado — en su opinión— todos los intentos anterio
res de llevar a cabo una filosofía de la historia basada en especulacio
nes metafísicas: «De estas fórmulas que pretenden expresar el sentido
de la historia no ha salido ninguna verdad fecunda. Todo es niebla
m etafísica»350.
132
El filósofo crítico de la historia que Dilthey es, no quiere olvidar
ni por un momento que, «al revivir algo pasado, por el arte de la ac
tualización histórica, nos sentimos instruidos como por el espectáculo
de la vida m ism a»351. Contra los intentos de trazar una imagen totali
zadora del decurso histórico partiendo de un principio metafísico ge
neral, Dilthey se lim ita a observar que «la realidad, extremadamente
com pleja, de la historia sólo puede conocerse m ediante las ciencias
que investigan las uniform idades de los hechos más sencillos en los
que podemos descom poner esa realidad»352. Sobre él se ha escrito que,
si bien rechaza todo tipo de Absoluto en el sentido filosófico más tra
dicional, no deja de introducir «un Dios o un A bsoluto de nuevo cuño,
al considerar que hay un Método, en este caso concreto el método his
tórico, que nos puede desvelar el enigm a del mundo y de la vida, y
que a la vez puede otorgar sentido a nuestras vidas»353.
2. M ax W eb er , f il ó s o fo de la h is t o r ia
133
rótulo de filosofía de la historia son más enjundiosas que las que su
gieren las peculiaridades de su term inología. Por lo pronto, se diría
que su teoría del racionalismo occidental ha pasado a formar parte de
la visión contem poránea del mundo, muchas veces de m anera irrefle
xiva y, algunas, de modo distorsionado. Cabe hablar, pues, de un «we-
berianismo intuitivo» integrado en nuestro universo de creencias más
comúnmente admitido, en m anera quizá tan sólo com parable a la del
materialism o histórico135. También es indiscutible que a la obra de We
ber le va asociada una cierta concepción de la historia entre cuyas
consecuencias no es la menor su sentido polém ico respecto de la tra
dición ilustrada de la filosofía de la historia. A mayor abundamiento,
podríamos decir que las líneas maestras del programa weberiano serían
ininteligibles sin suponer una tal polém ica con respecto a la idea del
desarrollo histórico derivada de la filosofía ilustrada de la historia. Si
la contem poraneidad ha declarado inválida la pretensión de elaborar
una filosofía de la historia, es m enester contar a Weber entre los prin
cipales causantes de dicha prohibición.
Las relaciones de la obra de Weber con la historia son, en efecto,
abundantes y varias. No sólo es Weber el autor de una Römische Agrar-
geschickte y una Allgemeine W irtschaftsgeschichte, sino que su obra
propiam ente sociológica consiste en últim a instancia en una nueva
propuesta teórica para la elaboración y com prensión de m ateriales que
poseen un sesgo em inentem ente histórico. Cuando la sociología de
nuestro tiempo ha querido ajustar cuentas con la tradición en gran par
te antihistórica de la teoría social clásica, ha sido natural la referencia
a Max Weber como el principal padre fundador de una teoría social
que caminase de la mano de la historia336. El taller weberiano es un ta-
134
Iler de historiador, y las tradiciones teóricas a que adhiere — así como
aquéllas que critica— se hallan centralmente presididas por patrones
históricos357. El entero program a de una «sociología com prensiva»
puede estudiarse como un intento de respuesta a las aporías en que la
tradición historicista se veía envuelta en los prim eros años de siglo.
Así, para com prender la génesis de la verstehende Soziologie, resulta
notablem ente más fecundo acudir a los problem as suscitados por la
escuela histórica del Derecho, por la historische Nationalökonomie y
por la m etodología de las ciencias históricas (así la rickertiana como
la diltheyana)358 que seguir confiando en la tradicional autocompren-
sión de la sociología como heredera del ideal de una «física social».
Ni la Ilustración escocesa ni Comte ni Spencer abastecieron la des
pensa intelectual de W eber en m edida com parable a las tradiciones
historicista y neokantiana alemanas, y es precisam ente a través de este
trasfondo teórico como los problemas clásicos de la filosofía de la his
toria se abren paso en las preocupaciones de W eber359. Pero los intere
ses histórico-filosóficos derivados de su período de formación y de las
disputas intelectuales de la época no son un mero factor ocasional de
la configuración del program a teórico weberiano. La propuesta m eto
dológica de una sociología com prensiva resulta imposible de entender
sin integrarla en una constelación de preocupaciones cuyo plantea
miento posee como requisito la definición de una postura clara respec
to de los problem as tradicionales de la filosofía de la historia. La re
flexión sobre el progreso, sobre la libertad y sobre las dim ensiones
universales de una racionalidad que se manifiesta en el devenir tempo
ral ha pasado a ser asunto de una disciplina científica particular cuyos
fundamentos gnoseológicos quiere Weber elucidar como parte esencial
de la empresa. Y sucede que a dicha disciplina particular le cumple
135
ocupar el lugar dejado vacante por la tradicional visión especulativa
de la historia y por sus críticas románticas e historicistas. Hay sociolo
gía com prensiva porque no puede haber ya filosofía de la historia en
sentido fuerte, porque la realización de la razón en la historia es un fe
nómeno preñado de paradojas, de efectos perversos y de consecuen
cias no deseadas que impiden confiar en un saber que se haga aliado y
guía del destino de los tiempos. La razón se realiza en la historia bajo
la forma de la progresiva e indefinidam ente creciente im plantación de
la Zweckrationalität (una razón, pues, gravemente m utilada respecto
del ideal ilustrado o de su réplica hegeliana) en un «devenir histórico»
inconcebible ya como proceso total. M ientras el ideal clásico desvela
ba la racionalidad como la causa final y eficiente a un tiem po del
acontecer histórico — colocándola, así, en su fundam ento mismo y
elevándola a terminus ad quem— , la vision w eberiana descubre una
razón fragm entaria com o episodio contingente que ya se ha producido
y cuyas consecuencias son imposibles de interpretar bajo el esquema
de la realización de la libertad. Antes al contrario, progreso de la ra
zón y progreso de la libertad se revelan antinómicos, aunque ello no
resulte de invertir m ecánicam ente el esquem atism o de la ilusión ilus
trada, sino más bien de evaluar las meras consecuencias fácticas de un
episodio histórico que obstinadam ente se resiste a ocupar su lugar en
el relato de la vieja filosofía de la historia.
No son infrecuentes las lecturas distorsionadoras de Weber, y m e
nos que nunca en lo que respecta a su diagnóstico de la «historia del
racionalism o occidental». Así, toda una línea de pensam iento de la
que circunstancialm ente se han alimentado desde el marxismo hege-
lianizante de Lukács hasta los actuales neoaristotelism os, pasando pol
las distintas generaciones de la Teoría Crítica, ha propendido en de
m asía a identificar apresuradamente el mensaje con el mensajero y a
atribuir a Weber el papel de defensor de un fatalismo histórico oscu
rantista y de inductor de una ética acom odaticia y com placiente360. Tal
distorsión interpretativa sólo es posible malentendiendo gravemente el
sentido de la crítica implícita de Weber a la tradición de la filosofía de
la historia. Es cierto que el término «destino» (Schicksal) aparece ob
sesivam ente en la obra w eberiana (con sentidos, por lo demás, bien
poco unívocos), y que, prima facie, el corolario de su relato postilus-
trado de la historia de la razón es más pesim ista que esperanzado.
Pero en ningún caso hay en Weber nada que autorice a erigirlo en el
profeta del desencanto ni en el centinela de la jaula de hierro. Para
deshacer el equívoco resulta indispensable tener presentes tramos de
su obra que no atañen directam ente al problem a de la racionalización
y que, sin embargo, muestran elocuentem ente cuál es el enfoque con
el que W eber contempla los problem as conceptuales de la conciencia
y el saber histórico. Tales aspectos se descubrirán en los escritos m e
136
todológicos, aunque lo fragmentario y desordenado de los mismos no
sea el mejor com pañero de la claridad. En dichos escritos, y muy en
particular en el dedicado a la crítica de Roscher y K nies361, se analizan
las pretensiones de una ciencia histórica cortada por el patrón de las
filosofías tradicionales de la historia (su verstehende Soziologie que
tanto tiene de sociología histórica vendría a ser la construcción alter
nativa a dicha concepción), con el resultado de declarar la insolvencia
m etodólogica de toda construcción que proyecte sobre el acontecer
histórico el ideal de la triunfal imposición del progreso y la libertad, y,
de igual manera, la visión de un destino ciego sobreim puesto a los
agentes históricos. Ni la necesidad ni el libre arbitrio cuentan nada
para com prender el pasado, y tampoco para dotar a los agentes de fi
nes que quieran ser racionales. Si ello es así, conviene someter a seria
revisión la idea de un «destino del capitalismo» o de un «destino de la
razón». Si hay fatalidad en la historia, la hay en la trivial m edida en
que, puestas ciertas condiciones, se siguen con «necesidad» (i.e., con
eficacia causal) ciertas consecuencias. Las condiciones de la racionali
zación del mundo fueron, en efecto, puestas por el desarrollo del capi
talismo y la burocracia y por la concom itante aparición de una ética
secular postradicional, y las consecuencias de dichos fenómenos son
fácticamente determ inables con el uso de la correspondiente m etodo
logía histórico-sociológica362. Hay, sí, algo que se deja llamar «desti
no» en la historia de la modernidad, si bien es un destino nada necesa
rio (su génesis m ism a fue contingente) salvo uso m etafórico de la
noción de eficacia c a u sa l\L a causalidad (épica o trágica) de la histo
ria ha de investigarse presuponiendo la ausencia de un plan (divino o
diabólico) de la misma. De hecho, no habríamos sido capaces de com
prender lo que reputam os designio trágico de nuestro mundo sin antes
habernos desem barazado de la noción mism a de un destino rector de
la historia. Paradójicos hados los de la razón363.\
Mas, si crucial es com prender cabalm ente qué haya de entenderse
por «destino» cuando dicho término aparece en Weber, no menos cen
tral es evitar equívocos a propósito de la noción de libertad. La gran
137
lección de la propuesta histórico-filosófica de Weber es la de desterrar
el término «libertad» de lo que fue su contexto semántico característi
co desde la prim era M odernidad./D isipada toda ilusión de que destino
y libertad celebren nupcias venturosas, los vástagos de dicha unión no
parecen ya criaturas viables. Lo que primero se bautizó como teodicea
y después se secularizó en «historia filosófica», en filosofía de la his
toria o en antropología económ ica, ha quedado vaciado de sentido, y
ello ha sido así muy principalm ente en lo que toca a la idea que al su
jeto moderno le sea dado hacerse de su libertad. Disuelto el contexto
en que poseía sentido oponer libertad a necesidad, no cabe ya definir
aquélla en términos de la ausencia (o limitación) de ésta. Lo que liber
tad m ienta en el lenguaje postilustrado que Weber trata de pergeñar
tiene más que ver con la responsabilidad y el cálculo de los agentes
que con la soberanía y el im perio de las voluntades, La libertad se ha
desontologizado definitivam ente, y ha pasado a designar la m edida de
la eficacia causal de las acciones. Con ello, no ha perdido, empero, su
lugar en el lenguaje de la razón práctica (aunque difícilm ente se m an
tenga como postulado suyo); no es posible pensar la acción racional
responsable sin pensarla como una acción libre, lo que equivale a de
cir: al agente y sólo al agente cabe im putar las decisiones racionales
im plicadas por sus acciones. Del sujeto weberiano cabe hablar, por
antonomasia, como del usuario de la libertad, sin que ninguno de sus
usos se sustraiga a la crítica racional. La libertad de quien escoge m e
dios (en relación con fines) es, sin embargo, distinta de quien elige fi
nes (en relación con valores). Para dar cuenta de las acciones del pri
mero, supondremos medios que compiten en eficacia y un agente que
librem ente los sopesa y sobre los que decide (la racionalidad será su
principal auxilio, y al uso no inteligente de la libertad apellidaremos
irracional); para describir la conducta del segundo, empero, tal proce
der será insuficiente (si bien necesario: los fines han de ser adecuados
a valores y dicha adecuación no es inasequible al escrutinio racional),
ya que los fines compiten entre sí de m anera diversa a como lo hacen
los medios, a saber, en una lucha sin cuartel respecto de la cual son
pertinentes decisiones últimas de índole ética364. La imputación de efi
cacia causal no implica, pues, suponer constante una misma causali
dad, o, dicho de otra forma, el determ inism o es una hipótesis inútil
para el historiador: «Cuando en las discusiones metodológicas nos en
contram os, y no raram ente, con la afirm ación de que “tam bién” el
hombre, en su acción (objetiva), “estaría” sometido “siempre al mismo
nexo causal” (por tanto: legal), nos hallamos frente a una protestatio
fid ei no fundada sobre la praxis científica y mal formulada, en bene-
138
ficio del determ inism o metafísico, de la cual el historiador no puede
obtener ninguna consecuencia para su em presa práctica»365. Ello, sin
embargo, no es un error más grave «que la correspondiente suposición
del signo opuesto: que cualquier fe m etafísica en la “libertad de la vo
luntad” excluye la aplicabilidad de conceptos de género y de “reglas”
al com portam iento humano, y que la “libertad de la voluntad” humana
está unida a una específica “incalculabilidad” o, más en general, a
cualquier especie de irracionalidad “objetiva” de la acción humana.
Como hemos visto, se trata justam ente de lo contrario»366.
/ El uso correcto de la noción de libertad en la comprensión de la his
toria excluye por entero, como queda dicho, mantener el concepto de li
bertad propio de las metafísicas de la historia, y, a mayor abundamien
to, no carece de un sesgo irónico que, en el límite, haría equivalentes
«libertad» y «necesidad», bien que de forma harto diversa de las sínte
sis especulativas de la tradición filosófica: «Cuanto más “libremente”,
es decir, cuanto más sobre la base de “consideraciones propias”, no in
fluidas por constricciones externas o por “estados emotivos” incontrola
dos, toma una “decisión” el actor, tanto mejor puede ser encuadrada,
ceteris paribus, dentro de las categorías de “fin” y de “medio”, y por
ello tanto más precisam ente puede conseguirse su análisis racional y,
dado el caso, su ordenación en un esquema de acción racional, con lo
que, consecuentemente, tanto mayor será el papel a desempeñar por el
saber nom ológico — sea del actor, sea del observador— y tanto más
“determ inado” estará el actor respecto a los “medios”»367./
El agente libre se halla, pues, «teleológicam ente vinculado por los
medios que son necesarios para alcanzar sus fines»368, y tal es el único
esquem a válido para dar cuenta cabal de su obrar. Suponer otra noción
de libertad — como suponer la necesidad— constituiría una mera pro
testatio fid ei que, además, distorsionaría gravem ente aquello que de la
historia nos es dado esperar^H a dejado de ser la historia un juicio uni
versal, una confirm ación de la profecía y una crónica triunfal del pro
greso de la razón. Con ello, ni la libertad es ya la coartada del optimis
ta ni el destino nada que valga al pesim ista para serlo. La contempo
raneidad ha aprendido de Max W eber que la historia es una tupida
rapsodia de libertad y destino, amén de darse por enterada de algunos
episodios contingentes de la misma que, de forma siempre dolorosa,
se nos han hecho ya necesarios/ Su «círculo hechizado» nos sigue ro
deando porque no podríam os renunciar a sus logros, según suele suce
der después de todo desencanto. No es poca cosa, sin embargo, que el
lenguaje del desencanto sólo se aprenda balbuciendo el vocabulario de
la responsabilidad.
v,s M. W e b e r , « R o s c h e r y K n ie s y los p r o b l e m a s ló g i c o s de la E s c u e l a H i s t ó r i c a de E c o
n o m í a » . C it o p o r la t r a d u c c i ó n c a s t e ll a n a de J o s é M a r í a G a r c ía B l a n c o y L i o b a S i m ó n en su
r e c o p i la c ió n E l p r o b le m a d e la ir r a c io n a lid a d en las c ie n c ia s so c ia le s , T e cn os , M a d ri d . 1985.
p. 163. L o s e n t r e c o m i l l a d o s c o r r e s p o n d e n a cita s de S ch m ol le r .
M6 « R o s c h e r y K n ie s .. . » , ed. G a r c í a B la n co , p. 164.
167 I b i d , p. 158.
Ib id ., p. 159.
139
Decidir sobre si a la reflexión weberiana sobre la historia le con
viene o no la denom inación de «filosofía de la historia» no pasa de set-
una cuestión term inológica, sujeta siempre a las estipulaciones que
cada cual guste de establecer. Ello vale también de la expresión «filo
sofía crítica de la historia», como de cualquier otra. Sin embargo, no
faltan cuestiones sustantivas en el balance. Decíamos que la idea we
beriana de la historia se halla incorporada a nuestra visión del mundo
de forma muchas veces inconsciente y no pocas distorsionada. Incor
porar reflexivam ente dicha idea a las tareas del pensam iento crítico
contemporáneo es una labor que queda por realizar. Si alguna noción
del lugar de los problem as históricos en la filosofía es pertinente para
el m enester crítico, pienso que W eber no podría hallarse ausente de
ese lugar. Y no debería hacerlo, en gran parte, m algré lui. M irar al ho
rizonte weberiano nos invita a colocar la reflexión sobre la historia en
problem ática tensión con la ética y a pensar las condiciones de la in
dependencia de una y otra. El significado de una filosofía crítica de la
historia es, como siempre ocurrió con nuestra disciplina, el de una di
mensión incóm oda y problem ática de la filosofía práctica. Suele de
nunciarse desde la Ilustración el tránsito del hecho al valor, del «es»
al «debe», de la descripción a la norma, como una falacia lógica y
como una inconveniencia ética. Sabemos que, para seguir pensando la
racionalidad práctica, no nos es dado ser naturalistas. De parecida for
ma puede Weber obrar como el nuevo Hume de lo que podría llam ar
se la «falacia historicista». El «será» y el «debe» pertenecen a lengua
jes distintos, entre los que no cabe mestizaje, y ello porque la historia
ha dejado de ser el puente que los unía. Como a menudo sucede con
Max Weber, suelen resultar más rentables sus lecciones negativas que
sus muchas veces ambiguas propuestas constructivas. Por lo que toca
a su aporética «filosofía de la historia», el marco de discusión convie
ne situarlo en una redefinición de sus relaciones con (el resto de) la fi
losofía práctica./W eber nos ha convencido de que la filosofía de la
historia no sirve como fundam ento de la praxis, y al m ismo tiempo ha
configurado con especial vigor una idea de la historia que pertenece a
lo irrecusable de la cultura contemporánea. «Filosofía crítica de la his
toria» puede mentar, después de Weber y a través suyo, la reflexión
sobre las relaciones entre una historia que proyecta sobre los sujetos
toda la fuerza de sus constricciones y una praxis que sólo cabe im agi
nar a contrapelo de la historia. Ciertam ente, la em presa, en caso de
que sea weberiana, lo será en sentido harto heterodoxo, si bien no es
menos cierto que, sin Weber, habría de plantearse en términos menos
radicales y, sobre todo, históricam ente menos ricos369.
5<w El p r o f e s o r A n t o n i o V al d e c a n to s h a te n id o la g e n t il e z a de le e r y cr i ti c ar est e ca p ít u l o ,
g r a c i a s a lo cua l he p o d i d o b e n e f i c i a r m e de a l g u n a s de sus s u g e r e n c i a s . El l e c to r p o d r á c o n
s ul ta r co n p r o v e c h o sus ar tí cu lo s « H i s t o r i c i s m o , su jet o y m o r a l ( M a x W e b e r y el m i to de la
t r a n s p a r e n c i a d e la ra zó n )» , ¡ se g a ría 2 ( 1 9 9 0 ) y « A r g u m e n t o s w e b e r i a n o s » , C la v e s d e ra zó n
p r á c tic a 27 ( 1 99 2 ).
140
CAPÍTULO SEXTO
PANORAMA CONTEMPORÁNEO
/
Por fin llegamos a la últim a parte de mi recorrido histórico por la
filosofía de la historia. Y le toca el turno a lo que, en mi acepción po
dríamos considerar la filosofía analítica de la historia, que, como ve
nía anunciando, supone aquella parte de la filosofía crítica de la histo
ria cuyos integrantes se dedican al estudio crítico de los problem as
abandonando no sólo el afán profético, sino también la reflexión om-
nicomprensiva, esto es, aquellos que se ocupan de buscar los límites
que el filósofo de la historia tiene en su tratamiento de los problemas,
desde una clara apuesta por la contingencia histórica y la responsabili
dad ética individual frente al futuro ignoto y por hacer, pues, como
decía Danto: «M antendré que nuestro conocim iento del pasado se en
cuentra significativam ente limitado por nuestra ignorancia del futuro.
La identificación de los límites es el asunto general de la filosofía, la
identificación de ese límite la cuestión particular de la filosofía de la
histpria tal como la concibo»370.
Filosofía analítica de la historia aplicada a problem as conceptuales
especiales, que surgen tanto en la práctica de la historia, como de la
crítica de la filosofía especulativa de la historia, y que yo he querido
reunir también de form a problem ática en torno a los que podrían ser
considerados los núcleos fundam entales de discusión de la filosofía
analítica de la historia contemporánea:· Explicación y compresión, de
terminismo causal e inevitabilidad histórica, historia y ciencias socia
les, y narración e historia.
1. E x p l ic a c ió n y c o m p r e n s ió n
A . D a n t o , op. cit., p. 5 2 .
141
dem asiado— entre los herederos de un monismo positivista, con su
insistencia en la explicación según el modelo de ley de cobertura, y
los partidarios de la tradición hermenéutica, centrada sobre la idea de
la comprensión de una realidad humana demasiado com pleja para ser
abordada con los métodos de las ciencias naturales371. Tanto el estruc-
turalism o y el marxismo, como el idealismo y la fenomenología, apor
tarán su granito de arena a esta discusión, que puede decirse se desa
rrolla íntegramente en el cam po de la filosofía analítica. Es relevante
señalar que quienes entre los filósofos analíticos han criticado el posi
tivismo, han sido com únm ente autores cuyo pensamiento venía inspi
rado por la filosofía del últim o W ittgenstein, pudiendo apreciarse en
algunos de ellos una orientación hacia la fenomenología, fundam en
talm ente en el continente europeo.
Puede considerarse la obra de Popper, La miseria del historicismo
(1944)37:, como el trabajo divulgativo — por lo demás, desafortunado,
en su afán de vivificar estereotipados fantasm as— de este nuevo plan
teamiento del problema acerca de la posibilidad de una ciencia históri
ca. La crítica de la filosofía de la historia tradicional aparece como
asum ida y en su lugar se toman como punto de referencia las ciencias
sociales. La tesis fundamental del libro pretende desbancar la creencia
en un destino histórico — lo que considera pura superstición— , al sos
tener que no puede haber predicción del curso de la historia humana
por métodos científicos o cualquier otra clase de método racional171.
La crítica de Popper se dirigirá tanto a la filosofía de las ciencias del
espíritu como a la sociología com prensiva y al modelo dialéctico, En
su planteam iento se presupone la unidad del método científico, aun
que distinga entre ciencias teóricas y ciencias históricas'74; las prime-
’7I L a d i c o t o m í a m e t o d o l ó g i c a en tr e los t é r m in o s « e x p l ic a c ió n » y « c o m p r e n s i ó n » ( e n al e
m á n , E rk lä re n y V e rste h e n ) fue a c u ñ a d a p o r J. G. D r o y s e n en su H isto rik. V o rle su n g e n ü b e r
E n z x k lo p ä d ie u n d M e to d o lo g ie d e r G e s c h ic h te ( 1858). L a di st i n ci ó n m e t o d o l ó g i c a h e c h a p or
D r o y s e n tuv o en un p r in c ip io f o r m a de t r i c o to m ía : el m é t o d o filosó fi co, el m é t o d o fís ic o y el
m é t o d o hist óri co; los o b je tiv o s de los tres m é t o d o s eran, re s p e c t iv a m e n te , c o n o c e r (e rk e n n e n ).
e x p l i c a r y c o m p r e n d e r. Es tas id ea s m e t o d o l ó g i c a s , s e g ú n las cu al es el o b je ti v o de las c ie nc ia s
n a t u r a l e s c o n s is te en e x p l ic a r y el p r o p ó s i t o de la hi s to r i a en c o m p r e n d e r los f e n ó m e n o s que
o c u r r e n en su ám bi to , fu er o n lu e g o e l a b o r a d a s ha s ta a lc a n z a r p le n it u d s is t e m á t i c a c o n D i l
they. q u ie n d e s ig n ó tod o el d o m i n i o de a p l i c a c i ó n del m é t o d o de c o m p r e n s i ó n s ir v ié n d o s e del
t é r m i n o G e is te sw iss e n s c h a fte n , e q u i v a l e n t e de la ex p r e s i ó n in gl es a m o r a l sc ie n c e .
111 Su t e o r ía h ab í a a p a re c id o y a p e r g e ñ a d a en L o g ik d e r F o r s c h u n g ( 1 9 3 5 ) , r a z ó n p o r la
q u e re c l a m a r á , frente a H e m p e l. la p r i o r i d a d de es ta te o ría que él d e n o m i n a « e x p l i c a c i ó n c a u
sal» . E n L a s o c ie d a d a b ie rta v s u s e n e m ig o s ( 1 9 4 5 ) v o lv e r á a tra tar el tem a.
,7'' « E n t ie n d o p o r " h i s t o r i c i s m o " un p u n t o de vi s ta s o br e las c ie n ci a s s o ci a le s qu e s u p o n e
q u e la p r e d ic c ió n h is tó r ic a es el fin p r in c ip a l de éstas, y que s u p o n e que este fin es alcan za -
bl e p o r m e d i o del d e s c u b r i m i e n t o de los " r i t m o s " o los " m o d e l o s " , de las “ l e y e s " o las " t e n
d e n c i a s " qu e y a c e n bajo la e v o l u c i ó n de la h is to ri a» . K. P o p p e r . L a m is e r ia d e l h is to r ic is m o
(trad, de P. S c h w a r tz ) . A lia n za , M a d r id , 1973. p. 17.
174 P ara Pop per , la histori a se s itú a e n u n niv el m u y d if e r en te a lo q u e él d e n o m i n a histo-
r i c i s m o s o h is te r is m o s , que son p o s tu r a s f il os óf ic as : « P o d r í a m o s ll a m a r a las ci e n c ia s que se
i n t e r e s a n en los h e c h o s e s p e c í f ic o s y en su e x p l ic a c ió n , en c o n t r a p o s ic ió n a las ci e n c ia s gene-
r a l i z a d o r a s . c ie n c ia s h is tó r ic a s » (K. P o p p e r . L a s o c ie d a d a b ie rta y s u s e n e m ig o s . P ai d ó s .
B a r c e l o n a . 1981. p. 426). Las c i e n c ia s h i s t ó r i c a s no s o n c i en ci a s p or ley es, y no ca be en ab
s o l u t o la p o s ib il id a d de qu e se ll eg ue a la e l a b o r a c i ó n de u n a ci en ci a de la hi sto ri a, a la que
142
ras se interesan principalm ente por la búsqueda y la experimentación
de leyes universales, mientras las segundas dan por sentadas toda cla
se de leyes universales y se interesan especialm ente en la búsqueda y
experim entación de proposiciones singulares; por ejemplo, dado un
cierto «explicandum» singular — un acontecim iento singular— , busca
rán las condiciones iniciales singulares que (junto con toda clase de
leyes universales) explican ese «explicandum»; o tam bién pueden ex
perim entar una hipótesis singular dada, usándola, junto con otras pro
posiciones singulares, como condición inicial y deduciendo de estas
condiciones iniciales (otra vez con la ayuda de toda clase de leyes
universales de poco interés) algún nuevo pronóstico que pueda descri
bir un acontecim iento ocurrido en el distante pasado y que puede ser
confrontado con pruebas empíricas, quizá con docum entos e inscrip-
ciopes, etc.
•La historia no es, pues, para Popper, una ciencia, ya que no puede
form ular leyes, sino únicam ente deducir tendencias. La gran aporta
ción de Popper a la epistem ología consistió en dem ostrar que no hay
teorías verdaderas y que las ciencias no dem uestran nada; la dem os
tración sólo es posible en la lógica y en las m atem áticas, pero no en
las ciencias físico-naturales; en ellas se construyen teorías que no son
verdaderas ni falsas, sino solamente válidas m ientras no resulten refu
tadas por un experim ento crucial; en la historia no puede haber teo
rías, es decir, leyes válidas, porque, al no poder form ularse experi
mentos cruciales que puedan falsar las teorías, no se puede establecer
una distinción clara entre ciencia y m etafísica; los historicistas creen
hallar leyes — dice— pero en realidad lo que form ulan son pseudo-le-
yes, pues llegan a ellas utilizando procedim ientos lógicos incorrectos,
como el esencialism o, es decir, la pretensión de que conocemos el ser
de las cosas375. En este sentido, la reflexión sobre la historia ha de re
ducirse a la explicación causal de acontecim ientos singulares pasados,
lo que concuerda con la idea popular de que explicar algo causalm en
te es explicar cómo y p or qué ocurrió, es decir, contar su “historia”;
en las ciencias teóricas, las explicaciones causales de este tipo son
medios para llevar a cabo la experim entación de leyes universales 376.
La historia no puede llevar honradamente a cabo la tarea de predecir
; el futuro debido a la diversidad de los datos que m aneja y a su carác-
I ter específico; pero Popper no nos explica en qué consiste esa peculia
ridad de carácter; se lim ita a afirmar que la historia carece de signifi
cado o de sentido; la historia no existe como tal, no hay historia, sino
P o p p e r d e n o m i n a h is to r i a te ór ic a: « H e m o s de r e c h a z a r la p o s i b i l i d a d de u n a h is to r ia te ó ric a .
es decir, d e u n a c i e n c i a h i s t ó r i c a y so cia l de la m i s m a n a t u r a l e z a q u e la fís ic a te ó ric a. No
p u e d e h a b e r u n a t e o r ía c i e n tí f ic a del d e s a r r o ll o h is tó r i c o q u e s ir v a de b a s e p a r a la p r e d i c c ió n
h is tó r i ca » (K. P o p p e r , L a m is e r ia d e l h is to r ic is m o , A li a n z a , M a d r i d , 1973, p. 12). En su o p i
n ión . q u i e n e s s o s t i e n e n la e x i s t e n c i a de es a c i e n c ia de la h i s t o r i a s on los «h ist o r i ci s ta s» : pa ra
ellos « la s o c i o l o g í a es h is to r i a te ó r ic a » (cfr. ibid. p. 53).
P a r a P o p p er , u n a v e r d a d e r a c i e n c ia d e b e s e r s i e m p r e n o m i n a l i s t a , es decir, c o n s c i e n te
del c a rá ct e r c o n v e n c io n a l de sus ca teg or ía s y su le ngu aje ; cfr. L a m iseria d el h isto ric ism o , p. 43.
:'76 Cfr. K. P o p p e r , op. cit., pp. 158 -16 0.
143
historias; los hechos hum anos son infinitos y el número de hombres
que ha existido elevadisim o; como debem os estudiarlos, en p rin ci
pio, a todos, no podem os form ular ningún criterio de selección y, por
lo tanto, el conocim iento histórico se halla íntimamente vinculado al
azar.
Ahora bien, la pequeña contradicción popperiana — com o señala
Wilkins— surge por no acabar aquí su reflexión, sino añadir: «si bien
la historia carece de fines, podem os imponérselos, y si bien la historia
no tiene significado, nosotros podemos dárselo»377; de ser cierta esta
afirmación, todas las historias serían válidas, y el historicism o tam
bién. Pero esta contradicción queda resuelta por Popper en función de
su teoría ética, basada en la tolerancia hacia todos, excepto frente a
los que predican la intolerancia. En contra de lo que afirma W ilkins,
Popper no elabora una teoría global del conocim iento histórico, sino
que únicam ente desarrolla de m odo asistem ático su epistem ología
aplicada a la historia. No obstante, puede ser considerada su reflexión
como una «filosofía de la historia» en un sentido m uy especial, en
cuanto que, al no ser un análisis crítico del discurso histórico, es bási
camente una reflexión en torno al sentido de la historia; pero como
nuestro filósofo niega precisam ente que la historia tenga algún senti
do, entonces llegaría a una curiosa situación en la que su filosofía de
la historia se convertiría en una de las cosas que ese autor más odia,
una reflexión sobre la nada. Sin embargo, Popper no llegó nunca a
este extremo porque, en prim er lugar, no tuvo interés en proclam arse
filósofo de la historia y, en segundo lugar, porque su reflexión es fun
damentalmente ética y política, aunque con repercusiones en lo que a
la concepción de la historia se refiere378.
Nos encontramos, pues, ante la actualización en el seno de la filo
sofía contem poránea de la problem ática del conocim iento histórico,
polém ica que se prolonga hasta nuestros días y que fue desarrollada y
precisada, en la m ism a línea de Popper, por Hempel y O ppenheim
y redefinida más tarde por Stegm üller. Todos estos autores persiguen
la unificación de la ciencia, pues en su opinión la separación entre
ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu priva a estas últimas
de estatus científico; sólo puede haber ciencia sobre una base nomoló-
gica, es decir, cuando es posible subsumir fenómenos singulares bajo
leyes o regularidades generales; se dice entonces que hay una explica
ción de tales fenómenos. Por lo tanto, bajo esta perspectiva, la preten
sión de establecer una autonom ía para las ciencias del espíritu, sobre
la base metodológica de algo distinto a esa explicación — esto es, so
bre la «com prensión» de D ilthey— , no significa, en consecuencia,
sino el apartamiento de las ciencias del espíritu del ámbito general de
la ciencia/ De otro lado, la dialéctica deja de constituir en sus plantea
144
m ientos un m odelo lógico consistente, por apelar a una experiencia
superior a cuanto es verificable.
El problem a que presentan las denom inadas ciencias del espíritu
proviene de su carácter individualizador, que sólo puede recibir una
consideración histórica; su reto era m ostrar cómo puede hacerse cien
cia de lo individual. Al superarse la distinción, la pretensión de Hempel
y su corriente será descubrir en qué sentido, esto es, bajo qué modelo
concreto y con qué características propias puede razonarse epistem o
lógicam ente la ciencia de la historia. El desarrollo de tal razonamiento
es lo que sistem atizaron Hempel y Oppenheim en su artículo «La lógi
ca de la explicación» (1948)379, sobre la base del esquema explicativo
presentado por Hempel unos años antes en su artículo «La función de
las leyes generales en la historia» (1942)380.
La teoría hem peliana de la explicación ha venido a conocerse por
«modelo de ley de cobertura» (Covering Law M o d el)m , o «modelo de
ley inclusiva». Parte de la distinción en toda ciencia entre «descripcio
nes» y «explicaciones»; la descripción debe responder a las preguntas
por el qué o el cómo, mientras la explicación ha de responder a la pre
gunta del porqué™2. La explicación consiste, pues, en responder a la
pregunta ¿por qué es afirmado el fenómeno del explanandum ?, mos
trando que éste resultó de ciertas circunstancias particulares o condi
ciones concretas (C,, C2,..., Ck), de acuerdo con leyes generales (L ,,
L2,..., Lr). El explanandum (la conclusión E) es, por lo tanto, una con
secuencia lógica del explanans (C,, C2,..., Ck y L,, L 2,..., Lr, conjunta
mente), es decir, dadas determinadas circunstancias y de acuerdo con
ciertas leyes generales, la ocurrencia del fenóm eno era de esperarse.
Denomina a este tipo de explicación nomológico-deductivo, en tanto
3” C. G. H e m p e l y P. O p p e n h e i m , «S tu d ie s in the L o g i c o f E x p l a n a t i o n » , P h ilo s o p h y o f
S c ie n c e 15 ( 1 9 4 8 ) , pp. 13 5 - 1 7 5 . Tr ad , ca st e ll a n a e n C. G. H e m p e l , L a e x p lic a c ió n c ie n tífic a ,
P aid ós , B u e n o s A ire s , 1979, pp. 24 7 - 2 9 4 .
380 C. G. H e m p e l , « T h e F u n c t i o n o f G e n e ra l L a w s in H is to r y » , en J o u r n a l o f P h ilo s o p h y .
vol. 39, n°2, 1942. L a te o r í a p r e s e n t a al gu na s m o d i f i c a c i o n e s , a u n q u e n o s u st an ci al es , en ar
tí cul os p o s t e r i o r e s ; cfr. « E x p l a n a t i o n in S c ie n c e a n d H is to r y » , e n R. G. C o l o d n y (ed), F r o n
tiers o f S c ie n c e a n d P h ilo s o p h y , U n i v e r s i t y o f P it t s b u r g h Pr ess, 1962 (trad, c a s t e ll a n a en T eo
ría d e la h is to r ia , T e r r a N o v a , 1981, pp. 3 1 -6 4 ), y « A s p e c t s o f S c ie n ti fi c E x p l a n a t i o n » , en C.
G. H e m p e l , A s p e c ts o f S c ie n tific E x p la n a tio n a n d o th e r e s s a y s , T h e Fre e P ress, N.Y., 1966
(trad, c a s t e l l a n a e n L a e x p lic a c ió n c ie n tífic a , loe. cit.). O « R e a s o n s an d C o v e r i n g L a w s in
H i s t o r i c a l E x p l a n a t i o n » ( 1 9 6 3 ) , ed. p o r P. G a r d i n e r en T h e p h ilo s o p h y o f h is to r y , O x f o r d
U n iv e rs it y P re ss, 1974, pp. 9 0 - 1 0 5 .
381 El t é r m i n o fue i n v e n t a d o p o r u n o de los cr ít ic o s d e la teor ía, W i l l i a m D r a y , L a w s a n d
E x p la n a tio n in H is to r y , O x f o r d , 1957, cap. I; cfr. el p r o p i o H e m p e l , « R e a s o n s a n d C o v e r i n g
La w s .. . » , loc. cit., p. 90 ; D r a y c a r a c t e r i z a este tipo de e x p l i c a c i ó n c o m o « la s u b s u n c i ó n qu e
d e b e s e r e x p l i c a d a b aj o u n a le y g e n e r a l » , y lu e g o e x ho r ta , en n o m b r e del re a l i s m o m e t o d o l ó
gic o, a q u e «el r e q u i s i to d e u n a s o l a ley s ea a b a n d o n a d o » . P a r ti e n d o d e la d e f i n i c i ó n de Dray,
G .H . v o n W r i g h t p r o p o n e u n a d e n o m i n a c i ó n a l te r n at iv a: « te o r ía de la e x p l i c a c i ó n p or s u b
s u n c i ó n » ( S u b s u m tio n T h e o r y o f E x p la n a tio n ), cfr. G. H . v o n W r ig h t , E x p lic a c ió n v c o m
p r e n s ió n (tra d. L. Ve ga) , A li a n z a , M a d r id , 1979, p. 30.
382 Cfr. C. G. H e m p e l , « L a e x p l i c a c i ó n en la c i e n c ia y en la h is to r i a » ( 196 2) , e n Teoría de
la h is to r ia , lo c .cit., pp. 3 1 - 3 2 . A l g u n o s au t o re s p r e f i e r e n d i s t i n g u i r en tr e « e x p l ic a c ió n d e s
cri p ti v a » ( q u é ), « e x p l i c a c i ó n g e n é t i c a » (c ó m o ) y « e x p l i c a c i ó n c a u s a l » (p o r q u é ); cfr. J. T o -
p o l s k y , op. cit., p. 4 1 3 y ss.
145
que viene a ser una subsunción deductiva del explanandum bajo prin
cipios que tienen el carácter de leyes generales. Desde este punto de
vista, una explicación es adecuada cuando reúne las siguientes condi
ciones: a) el explanans tiene que contener al menos una ley general,
b) explanans y explanandum tienen que poseer un contenido empírico,
y c) el explanandum tiene que deducirse del explanans por vía pura
mente lógica; cuando estas condiciones se dan, la explicación es ver
dadera. No obstante, Hempel tiene que reconocer en sus trabajos pos
teriores que no toda explicación científica está basada en leyes de
form a estrictam ente universal, adm itiendo leyes no universales, de
forma probabilística o estadística, y que son justam ente las que más se
utilizan en las explicaciones de las ciencias sociales383. Aunque las ex
plicaciones probabilísticas com parten algunas características con las
nomológico-deductivas, ya no se deduce con certeza el explanandum
de la inform ación contenida en el explanans, sino que sólo lo hace
probable en cierto grado.
j Puesto que Hempel sostiene la unidad m etodológica de la ciencia,
la'historia — si quiere alcanzar la condición de ciencia— deberá satis
facer los postulados del m odelo nomológico-deductivo de explicación,
o sus variantes propuestas. Las leyes cumplen una función teórica in
dispensable y sin su presencia no se podría hablar de explicación. La
tarea de Hempel consistirá, entonces, en mostrar la existencia y fun
ción de leyes generales en la historié. Para que una explicación sea
completa, el explanandum debe deducirse de leyes generales y de con
diciones antecedentes específicas; pero puede haber explicaciones
elípticas, en las que no se m encionan ciertas leyes o hechos particula
res porque se los considera obvios, explicaciones parciales o im com
pletas que, sin embargo, sugieren las leyes o hipóteis generales como
base de la explicación. Según Hempel, la razón por la que falta en las
explicaciones históricas una formulación completa de leyes generales
reside prim ordialm ente en la excesiva complejidad de tales leyes y en
la insuficiente precisión con que las conocemos 384; las explicaciones
dadas por los historiadores son típicamente elípticas o incompletas; en
términos estrictos constituyen únicam ente esquemas o bosquejos de
explicación — G ardiner se encargará de desarrollar este punto de vis
ta— , que consistirían en una indicación más o menos vaga de cuáles
son las leyes universales que se requieren para com pletar este boceto,
y cuáles son las condiciones iniciales que se consideran necesarias
para la explicación de un acontecim iento. Frente a un acontecimiento
histórico cualquiera se pueden tener numerosos esquemas de explica
,8‘ E n «L a e x p l i c a c i ó n en la c i e n c i a y en la h is to r ia » m e n c i o n a d o s m o d e l o s de e x p l i c a
c ió n cie ntífica : el n o m o l ó g i c o - d e d u c t i v o y el in d u c ti v o - p r o b a b i lí s t ic o . E n « A s p e c to s de ex
p li c a c i ó n c i en tí f ic a» tres tipos b á s ic o s: n o m o l ó g i c o - d e d u c t i v o , i n d u c t i v o - e s t a d í s t i c o y dedu c-
tiv o -e s ta dí st ic o .
:'SJ P ara Po pp er, la r a z ó n de q u e las le y e s n o s ea n f o r m u l a d a s en las e x p l i c a c i o n e s h is tó ri
cas, es q u e tales le ye s so n d e m a s i a d o tr i v ia l e s p ar a m e r e c e r u n a m e n c i ó n ex p l íc i ta ; e s ta m o s
fa m il i a r iz a d o s c o n ella s y las d a m o s i m p l í c i t a m e n t e p o r s u p u e s ta s ; cfr. K. P o p p e r . L a s o c ie
d a d a b ie rta y su s en e m ig o s (trad. E. L o e d e l) , P ai d ós , B ar c e lo n a , 1981, pp. 4 2 6 - 4 2 7 .
146
ción distintos; estos esquemas se irían com pletando en forma crecien
te, precisándose cada vez más por medio del avance de las investiga
ciones históricas. Como se ve, estos «esquemas explicativos» con los
que Hempel pretende dar cuenta de la m anera como explican los his
toriadores, son muy vagos y amplios, y es difícil determinar con pre
cisión, en base a ellos, cuál es la función de las leyes generales en la
historia; en su prim era formulación, estos esquemas aparecen calcados
del m odelo más fuerte, el nom ológico-deductivo, para basarse más
tarde en generalizaciones de tipo probabilístico que expresan, no uni
form idades estrictas, sino tendencias; es de constatar, además, que
rara vez — o nunca—· proporciona Hempel ejemplos que se refieran a
acontecim ientos propiam ente históricos, sino más bien extraídos de la
psicología o de las ciencias sociales.
El m érito del modelo hem peliano de explicación histórica reside
en su afirm ación de la posibilidad y necesidad de constituir la historia
como ciencia. Pero deja sin determ inar con precisión cuál es la fun
ción de las leyes generales en la historia; no considera cuáles serían
las leyes específicam ente históricas, señalando únicam ente que los
historiadores «tom an» las hipótesis universales que utilizan en sus
explicaciones de otros cam pos de investigación científica. El desco
nocim iento de la especificidad del objeto teórico de la ciencia de la
historia, y de cada una de las prácticas científicas, la ausencia de una
concepción explícita del todo social, en suma, la ausencia de una teo
ría de la historia, constituye un grave obstáculo en la determinación
hem peliana de la especificidad de la lógica de las explicaciones histó
ricas; justam ente porque esta teoría es la que determina no sólo qué
leyes hay — cosa que Hempel no pone en cuestión, puesto que sólo
afirm a que debe haber leyes— , sino si las leyes son o no necesarias
en una explicación, el modelo — por más ventajas que posea su sim
plicidad y su concisión— aparece com o totalm ente insuficiente385. No
se trata sólo de poder explicar los acontecim ientos históricos como
hechos individuales que pueden subsum irse en la coherencia científi
ca del conjunto, esto es, que son universalizables, sino de reparar en
que estos fenóm enos responden a acciones humanas; una teoría de la
explicación histórica no puede eludir dar razón de la finalidad e in
tencionalidad humana, en cuanto relevante para la interpretación de
un acontecim iento individual; de lo contrario, la pretensión científica
desem bocaría en la mera descripción de los hechos, cosa que preten
día evitar. En este sentido, me parece acertada la crítica de von
Wright, quien propone com o test elem ental de la pretensión de vali
dez universal de la teoría de la explicación por subsunción el plantear
la cuestión de si el modelo de cobertura legal com prende así mism o
las explicaciones teleológicas, y como test definitivo si puede hacerse
cargo cabalm ente de la explicación de los estados de cosas a los que
147
se atribuye intencionalidad, entre los que las acciones ocupan un lugar
sobresaliente386.
Una consideración radicalm ente distinta del com etido de las leyes
en las explicaciones históricas es la expuesta por D ray en su libro
Laws and Explanation in H istory (1957), donde se presenta como
abierto crítico de la teoría de ley de cobertura, y en particular de Hem
pel. Según su planteam iento, la razón por la que las explicaciones his
tóricas no hacen normalmente referencia a leyes no radica en que las
leyes sean tan complejas y oscuras que debamos contentarnos con su
mero bosquejo, ni en que resulten demasiado triviales para ser m en
cionadas; la razón consiste sim plem ente en que las explicaciones his
tóricas no se fundan en absoluto en leyes generales. Tom ando un
ejemplo propuesto por G ardiner387, la afirm ación de que Luis XIV m u
rió en olor de im popularidad por seguir una política que dañaba los
intereses nacionales franceses, Dray se pregunta; ¿cómo podría defen
der el teórico de la ley de cobertura su pretensión de que en esta ex
plicación hay una ley im plícita?; una ley general que nos hace saber
que todos los gobernantes que... llegan a ser im populares, dará lugar a
un modelo de ley de cobertura del caso en cuestión sólo si se añaden a
ella tantas condiciones de restricción y cualificación que, en último
término, equivaldría a decir que todos los gobernantes que siguen una
política exactam ente pareja a la de Luis XIV bajo unas condiciones
estrictam ente similares a las prevalecientes en Francia y en los demás
países afectados por la política de Luis, llegan a ser im populares; se
gún lo cual, el aserto correspondiente deja de ser una ley en absoluto,
pues por fuerza cuenta con una única referencia de aplicación, a saber,
el caso de Luis XIV; si se especificaran las condiciones de similitud
— em presa im posible en la práctica— , tendríam os una ley genuina,
pero la única instancia de aplicación de esta ley habría de ser precisa
m ente el caso que se supone ha de «explicar» — sería, pues, una ley de
caso único— ; empeñarse en la existencia de la ley no conduciría en
tonces más que a una reafirm ación en todo caso de lo ya establecido,
a saber, que la causa de la creciente impopularidad de Luis fue su des
dichada política exterior388.
La crítica de Dray de la función de las leyes generales en la expli
cación histórica lleva entonces a una recusación com pleta del modelo
148
de ley de cobertura. Sus intenciones metodológicas son similares a las
expuestas por Gardiner cinco años antes en The nature o f H istorical
Explanation (1952), pero G ardiner se encuentra dem asiado influencia
do por la filosofía positivista de la ciencia, tendencia dominante en
tonces, mientras que Dray se desem baraza de ella tanto por vía «nega
tiva» — m ediante su crítica del m odelo de ley de cobertura como
instrumento de explicación histórica— , como por vía «positiva» — al
insistir en el carácter sui generis de los modelos explicativos de la ac
ción humana. El aspecto crítico es con mucho el más sólido en la obra
de Dray; las contribuciones positivas reflejan los pasos a tientas de
una filosofía «analítica» de la acción, por entonces todavía en pañales.
Explicar una acción es, en opinión de Dray, m ostrar que esa acción
fue el proceder adecuado o racional en la ocasión considerada; Dray
llama a esto explicación racional, pero no consigue esclarecer dem a
siado su naturaleza al buscar las peculiaridades lógicas de este tipo de
explicación en elementos de valoración antes que en un tipo de teleo
logía389.
Centrando la polém ica en la cuestión de la filosofía de la acción,
que comienza a ser clave entre los filósofos analíticos, y particular
mente en la noción de intencionalidad390, von W right propone en su li
bro Explicación y comprensión (1971) un modelo de explicación his
tórica que se opone al m odelo hem peliano. Como acabamos de ver,
dicho modelo puede situarse dentro del intento de la filosofía analítica
de la ciencia que surge como oposición a la corriente de filósofos idea
listas de la historia, que sostienen una división tajante entre las cien
cias naturales y las ciencias sociales, por lo que Hempel condena su
m étodo — el de la «com prensión» propuesto por D ilthey o el de la
«empatia» sugerido por Sim m el— com o no científico o reducido a
cumplir un papel simplemente preexplicativo. Von W right vuelve a es
tablecer este abismo entre los métodos de explicación científica — pro
pios de las ciencias naturales— y la herm enéutica, tom ando una de
sus acepciones, la de la comprensión interpretativa — m étodo propio
de las llamadas ciencias sociales— para proporcionar una nueva ver
sión de la misma.
Von Wright sitúa el problem a partiendo de la presentación de dos
tradiciones diferentes en la ciencia y en la filosofía de la ciencia: la
aristotélica, que se caracteriza por ofrecer explicaciones teleológicas o
149
finalistas de los hechos, y la galileana que, para von W right, se rela
ciona, por el contrario «con los esfuerzos del hombre por explicar y
predecir fenómenos», dando explicaciones causales o m ecánicas; uni
da a esta tradición está la posición positivista en la filosofía de la
ciencia, posición criticada por von Wright en virtud del énfasis puesto
en la unidad del método científico y por el requisito de incluir los fe
nómenos bajo leyes generales — característica fundam ental de las ex
plicaciones «causales»,* Por el contrario, unida a la tradición aristoté
lica, y en contra del m onism o m etodológico positivista, la tradición
hermenéutica sostiene que la historia es una ciencia que busca com
prender los rasgos individuales y únicos de su objeto. Hay, por tanto,
una diferencia entre «explicar» un hecho, finalidad de las ciencias na
turales, y «com prender» un hecho, finalidad de la historia y de las
ciencias sociales. La comprensión, señala von W right, está relaciona
da con la intencionalidad, «dim ensión semántica de la com prensión:
uno comprende los fines y propósitos de un agente, el significado de
una institución social o de un rito religioso»391.
Asimismo, von W right pretende dem ostrar la legitim idad y la ne
cesidad de la teleología en la filosofía de la acción, sin la que no puede
darse razón de los fenóm enos históricos. Para ello, una de las metas
fundamentales de su obra es analizar la relación entre las explicacio
nes causales y el concepto de acción humana, m ostrando que ésta no
puede ser explicada en términos de «causación humeana» — relación
causal en la que causa y efecto son lógicamente independientes. Fren
te a la causación hum eana sostiene una noción experim entalista de
causalidad según la cual la causación consiste en la intervención de un
agente en un sistem a determ inado, intervención que provoca ciertos
cambios que de otro m odo no habrían tenido lugar; si tenem os una
concepción adecuada de la causalidad es en virtud de nuestra capacidad
no sólo de observar, sino de actuar. De ahí que distinga entre una cosa
«hecha» — resultado de una acción— y una cosa «producida» — con
secuencia de una acción— ; si bien podemos decir que una acción ha
sido causada, en el sentido de que puede ser resultado de órdenes,
amenazas y persuasión, esto no involucra conexiones causales, sino
que supone un mecanism o m otivacional y, como tal, se trata de una
relación teleológica y no causal. En relación con este punto, introduce
una distinción importante entre «comportamiento» — aspecto id e o ló
gico tomado en cuenta por las explicaciones biológicas y cibernéti
cas— y «acción» — a la que se le atribuye intención, y que interviene
en las explicaciones de las ciencia sociales— . Por acción hay que en
tender, para von Wright, com portam iento com prendido o descrito bajo
el aspecto de la intencionalidad. De ahí que según su planteam iento,
la validez universal del modelo nomológico-deductivo dependa de su
150
respuesta a la cuestión de si puede dar cuenta de la explicación de ac
ciones; ahora bien, si se puede hablar de causas para explicar la ac
ción, el modelo nomológico-deductivo sería válido, pero todavía falta
ría explicar la intención, los motivos de las acciones.
La explicación histórica es, pues, para von W right una clase espe
cial de explicación teleológica, distinta de las explicaciones causales.
La peculiaridad m etodológica de la explicación teleológica, considera
da como una alternativa real al m odelo nom ológico-deductivo, está en
su uso de los silogismos prácticos392. Este tipo de silogismos («infe
rencias prácticas») fueron tratados de m anera asistem ática por A ristó
teles y desarrollados, antes de por von W right, por Elisabeth Anscom-
be; pueden ser resum idos de la siguiente manera:
(1) A tiene la intención de producir p.
(2) A considera que no puede producir p a menos que haga a.
(3) Por lo tanto, A procede a hacer a.
Así pues, en la prim era prem isa de una inferencia práctica intervienen
intenciones, deseos; en la segunda, creencias, conocim ientos; estas
premisas llevan a la ejecución de una acción; la conclusión se refiere
así a la acción ejecutada por el agente. El esquem a de inferencia prác
tica es, según von W right, el de una explicación teleológica «vuelta
del revés», proporcionándonos un conjunto de condiciones necesarias
que nos perm iten explicar acciones.
Las explicaciones en historia y en las llam adas ciencias sociales
no siguen exactam ente el esquem a de inferencia práctica, sino que
presentan adem ás ciertas afinidades con el m odelo nom ológico-de
ductivo. En virtud de esta com binación de causación hum eana y ele
mentos teleológicos en estas explicaciones, von W right las denom ina
«casi-causales». A hora bien, la validez de estas explicaciones no de
pende de la validez de la conexión nóm ica entre causa y efecto, como
en el caso de las explicaciones causales. Las explicaciones «casi-cau
sales» nos perm iten com prender qué es algo o p o r qué razón sucedió
algo; de ahí su im portancia para la historia y para las ciencias socia
les. En historia, las explicaciones serán del tipo ¿cómo fu e p o sib le?,
y sus explananda deben consistir, para que sean relevantes, en resul
tados de acciones individuales o colectivas; la explicación tendrá
como fin decir cómo fueron posibles esas acciones; y la teleología in
tervendrá en las inferencias prácticas que conectan el explanans con
el explanandum.
Un problem a que plantea este tipo de explicación — como pone de
relieve su ejemplo del desencadenam iento de la Prim era Guerra M un
dial— es la aparente arbitrariedad de la interpretación presentada; a la
serie de inferencias prácticas aducidas podrían agregarse muchas otras
3,2 E n un a r tí cu lo p o s t e r i o r v o n W r i g h t s u g ie r e q u e e n v is ta de las c o n f u s i o n e s qu e p u e
de n s u r g ir del us o de los t é r m i n o s « s il o g i s m o p r á c t i c o » o « i n f e r e n c i a p rá ct ic a », pr ef er i r ía ¡la-
m a r a este m o d e l o de e x p l i c a c i ó n « e x p l ic a c ió n in t e n c i o n a l» ; cfr. G. H. v o n W r ig h t . « R é p l i
cas», en E n s a y o s so b re e x p lic a c ió n v c o m p r e n s ió n , J. M a n n i n e n y R. T o u m e l a eds., (trad, de
L. Vega), A li a n z a . M a d r id . 1980, p. 144.
151
que el historiador podría considerar igualm ente relevantes, lo que con
duciría al relativism o; sin embargo, en la versión que da von W right
parecería que hay una sola interpretación posible, con lo que caería en
el extremo contrario, que aboca el mero descriptivism o. Por otra par
te, puesto que el modelo de explicación intencionalista no nos propor
ciona ningún criterio de cómo estarían estructurados y jerarquizados
los múltiples factores que intervienen en la producción de un determ i
nado acontecim iento histórico, parecería que sólo habría que ir agre
gando factores de cualquier tipo (político, económ ico, social, etc.) a
medida que contamos con más evidencia, y «construir» las inferencias
prácticas, hasta llegar al acontecimiento que se busca explicar — com
prender— 39-\
El peso de la explicación histórica está, según este modelo, en las
inferencias prácticas, las cuales se basan, como vimos, en «intencio
nes», «deseos», «creencias», «acciones», y hay mucho de positivo en
haber colocado el acento en este aspecto tan olvidado por la interpre
tación histórica. El problem a surge, por una parte, de su falta de com
promiso en establecer una prioridad de determ inación en estos facto
res, y, por otra, de el hecho de que, en su afán por ocuparse sólo de
aquellas cuestiones que afectan a las acciones humanas, term ina apro
ximándose a la postura del «individualismo m etodológico»394 — a pe
sar de que intenta evitar entrar en la polém ica— , asunto que en este
momento no debe interesarnos por las consecuencias éticas que pueda
implicar, sino por la problem ática que com porta de cara a la teoría de
la historia: la realidad social no está constituida por una suma tal de
acciones individuales que, una vez comprendidas cada una de éstas a
la luz de los motivos, intenciones y creencias de los agentes, queden
explicadas las transform aciones de aquélla395. Es verdad que von
Wright no sostiene que los fenómenos sociales deban ser analizados y
explicados a partir de enunciados sobre creencias, disposiciones, in
tenciones, etc., de los agentes individuales y por referencia a las leyes
y teorías concernientes a la conducta individual; pero tam poco llega a
considerar — por ejemplo— que a una sociedad se le puedan atribuir
152
intenciones, motivos, etc., como si se tratara de un «macro-agente».
Cabe preguntarse si al historiador y al filósofo de la historia no les
com pete más bien ocuparse del funcionam iento de las instituciones
sociales que del comportamiento intencional de los individuos, deter
m inados en casi todas sus acciones por una com pleja estructura so
cial396. En todo caso, aparece claro que algunas funciones de la llam a
da filosofía de la historia han sido asum idas por las ciencias sociales,
dejando el resto del trabajo a la ética.
Precisam ente en la aplicación de la intencionalidad a la com pren
sión histórica desem peñó un papel im portante la fenom enología de
Husserl. En el punto de partida de su filosofar, sus planteam ientos se
encontraban bastante lejos de la consideración del acontecer histórico
y de la historicidad; originariam ente se preguntó por el modo de ser
de las configuraciones lógicas y m atem áticas, configuraciones que
descansan sobre sí mismas y constituyen la extrem a contrapartida de
la m ovilidad histórica397; se trataba entonces de establecer, frente a la
subjetivación psicológica, la idealidad de tales configuraciones y el
sentido de esa idealidad, es decir, el sentido de la validez del juicio en
cuanto unidad ideal enfrentada a los m últiples cursos subjetivos del
juzgar en los cuales se realiza; pero la pregunta por la idealidad de los
sujetos lógicos no subsiste sim plem ente en sí — como en Bolzano, a
quien se refiere Husserl en Las investigaciones lógicas— , sino que re
mite a las actividades subjetivas en las que se forman, es decir, a los
posibles actos del juzgar, siendo idealidad sólo en su relación con es
tos; dichos actos constituyen la experiencia o percepción pre-predica-
tiva, a cuyo sentido corresponde la posición del ser, la tesis del ser,
esto es, la presunción de que lo percibido es un ente real; no se trata,
pues, de una proyección retroactiva del ser desde la esfera lógica ha
cia la prelógica, sino solam ente la caracterización de una diferencia
fenomenal: lo efectivam ente percibido, lo mentado como ente en un
juicio, se da como miembro del mundo real y en conexión concordan
te con la restante experiencia del mundo. De este modo, la pregunta
por el ser de lo lógico tuvo que ser generalizada en pregunta por el ser
donde quiera que éste se nos dé en nuestra experiencia. Y aquí es don
de la intencionalidad juega su papel, pues, para que podamos encon
trar en nuestra experiencia un determ inado ente, son precisos determ i
nados actos del intencional estar-dirigido-hacia.
La intencionalidad es así com prendida como efectuación (L eis
tung) de la formación constituyente de sentido, como efectuación de
la configuración del sentido en el cual en cada caso se nos da el ente
G . H . v o n W r ig h t se a u t o c r i t i c a r á en u n o de su s ú it im o s tr a b aj o s , « R é p l i c a s » , loe.
cit., p. 144: « s u b e s t i m é , en tr e otras co s as , el p a p e l q u e las r eg l as e in s ti tu c i o n e s so c ia le s d e
s e m p e ñ a n c o m o d e t e r m i n a n t e s de las a c c i o n e s ta nt o d e g r u p o s c o m o de in d i v id u o s » . E n «El
d e t e r m i n i s m o y el e s tu d i o del h o m b r e » , ib id ., pp. 1 8 3 - 2 0 4 , v u e l v e a r e t o m a r este tem a.
^ E s te a s p e c t o a p a re c e tr a ta d o en J. M . G . G ó m e z - H e r a s , op. cit., pp. 10 3- 12 6, b a j o un
e p í g r a f e t i tu la d o « N a t u r a l e z a y r a z ó n m a te m á tic a : la m a te m a tiz a c ió n d el u n i v e r s o p o r G a li le o
y el s e n ti d o de la n u e v a c i e n c ia d e s d e el p u n t o de v is ta d e la f e n o m e n o l o g í a » .
153
como tal. Este análisis intencional fue formado, pues, por de pronto,
exclusivam ente desde el punto de vista de la polarización objetiva de
los actos singulares, de las «vivencias», esto es, como análisis estático
— tal y com o queda expuesto en las Ideas— , orientado a la correla
ción de unidad objetiva y modos subjetivos del estar-dirigido-hacia.
Sin embargo, cada uno de dichos actos no es una unidad rígida, sino
que constituye en sí una unidad en devenir, una unidad inmanente de
la duración, delim itable ciertam ente respecto de las otras, pero, sin
embargo, en un enlace con ellas susceptible de ser vivenciado. Del
análisis estático, por tanto, hay que pasar al genético, que investiga
los actos particulares en su devenir y en las conexiones de su devenir
dentro de la totalidad concreta del fluir de la conciencia; todo acto
particular es una unidad de la duración en la conciencia del tiempo in
manente; en sus efectuaciones intencionales, aquél no sólo constituye
la unidad objetiva, sino que también se constituye a sí mismo en cuan
to unidad tem poral inmanente.
La conciencia del tiempo inmanente no debe ser com prendida en
este caso com o form a tem poral vacía que ya existiera de antem ano
para luego ser llenada con el contenido de determinados actos; por el
contrario, la tem poralidad inm anente del devenir m ism o tan sólo se
constituye al configurar la unidad objetiva en los actos entendidos como
unidades de duración dentro del fluir de la conciencia; la constitución
del fluir de la conciencia como serie temporal de actos orientados ob
jetivam ente es, a su vez, constitución de la tem poralidad del fluir de la
conciencia y, de tal modo, constitución de sí m ism a en cuanto con
ciencia fluyente. La pregunta por las unidades objetivas ideales lleva,
así, a la pregunta por los actos correlativos a dichas unidades y, desde
allí, a la constitución de los actos mismos, en cuanto unidades tem po
rales dentro del fluir de la conciencia. De tal modo, conduce final
mente a la constitución del fluir mismo en cuanto temporal. Todo lo
que nos sale al encuentro como unidad objetiva tem atizable, como ob
jeto de una experiencia externa o inmanente, es decir, como objeto en
el mundo exterior o como acto o estado psíquico, es una unidad que
se forma en las efectuaciones constituyentes de la fluyente conciencia
intencional, en las que tiene su origen. Con palabras de Landgrebe:
«La búsqueda fenom enológica de ese origen es para Husserl, al m is
mo tiempo, la revelación de la conciencia en su historicidad, es el
análisis de la historia del fluir de la conciencia, de tal modo, en H u
sserl la historicidad se tem atiza en cuanto historicidad de la fluyente
conciencia intencional»398. La comprensión de la temporalidad y de la
historicidad se nos presenta como un fenómeno radicalm ente ontoló-
gico, centrado en la subjetividad del hombre y en la preem innencia de
154
la dimension de la conciencia, lo que le ha valido a Husserl el califi
cativo de idealista399.
La situación del problem a de la comprensión de la historia en el
horizonte de la ontología se debe por entero al advenim iento del exis-
tencialismo, en cuyos planteamientos ya no se trata de desarrollar una
m etodología de las ciencias del espíritu o de solventar las aporías del
«historicismo», sino de replantear el problem a del se r400. La epistem o
logía cede el prim er puesto a la ontología, sobre la que intentará fun
damentarse; con tal inversión se aspiraba a superar el idealismo feno-
m enológico de Husserl. La identidad entre «ser» y «tiem po» es el
postulado fundam ental401; el ser, la verdad y la historia son interpreta
dos a partir de la tem poralidad y no desde la conciencia o desde el yo
tracendental. Ello encauzará, con palabras de Gadam er, una herm e
néutica de la facticidad, del «estar ahí», sobre cuya pauta se realiza la
relectura de la h isto ria402. En el retorno a la facticidad, H eidegger
coincide con el historicism o y se distancia del idealismo. La posibili
dad del conocimiento histórico arraiga en última instancia en un pos
155
tulado ontológico: el cognoscente y lo conocido, el sujeto y el objeto,
comparten la historicidad como modo de ser común; se hace historia
porque se es historia/ La estructura del Dasein legitima el conocim ien
to histórico; se actüaliza el pasado porque se es tiem po; la historia
queda legitim ada por un criterio inmanente a la misma; el sentido del
ser y de la objetividad se comprenden desde la historicidad del D a
sein. Este planteam iento ontológico representa un giro com pleto en
los planteam ientos metodológicos y en la cuestión de com o com pren
der la historia: «com prender» es la forma originaria de realizarse el
Dasein, y del «estar en el mundo»; es la determ inación más funda
mental del «estar ahí» en cuanto proyecto. Antes de realizar la divi
sión diltheyana entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu
— y del planteam iento epistemológico peculiar de unas y de otras— ,
la com prensión y el sentido afectan al Dasein en su estructura funda
mental y, con ello, tanto a la verdad de unas ciencias com o de otras4“ .
La identificación heideggeriana entre ser y tiempo harán que su onto-
logía tienda a diluirse en una filosofía de la historia/
No quisiera acabar este recorrido relám pago por el análisis de la
com prensión histórica sin hacer una referencia a C ollingw ood404,
quien sin duda representa el máximo exponente de la teoría idealista
contemporánea, calificativo ganado a pulso por su fam osa afirmación
«toda la historia es historia del pensam iento»405, así como por su opo
sición al realism o y al positivism o. Collingwood decidió abandonar el
llamado «realismo» en que se había formado, precisamente por su vincu
lación a un cierto positivism o, aunque su distanciam iento tuvo un ori
gen lógico, al encontrar inconsistente — o al menos insuficiente— la
lógica proposicional para la metodología filosófica406, si bien su oposi
ción a los planteam ientos realistas se debía más bien a los resultados
403 Es to es lo q u e le h ace a f i r m a r a H .- G . G a d a m e r q u e la c o m p r e n s i ó n es un p r o b l e m a
p r e v i o a la d i v e r s i f i c a c i ó n del s a b e r en m é t o d o s y ár ea s d if e r e n c ia d o s ; cfr. V erd a d y m é to d o .
S í g u e m e , S a l a m a n c a , 1977, pp. 3 2 4 - 3 2 5 . G a d a m e r i n t e n ta « p r o l o n g a r p r o d u c t i v a m e n t e » los
p l a n t e a m i e n t o s d e H e i d e g g e r y ll e g a a d e s a r r o l l a r co n ello u n a teo ría c o m p l e t a de la h e r m e
n éu t ic a. A u n q u e G a d a m e r d e s a r r o l l a su p r o b l e m á t i c a d e n t ro de un h o r i z o n t e o n t o l ó g i c o má s
bi e n q u e e p i s t e m o l ó g i c o , su s ide as n o se c e n tr an , c o m o o c u r r e c o n H e id e g g e r , en la i n v e s t i
g a c ió n del se nt id o del ser, sino en la e x p l o r a c ió n h e r m e n é u ti c a de l ser histó ri co, e s p e c i a lm e n te
tal c o m o se m a n i f i e s t a en la tr a d ic i ó n del le ng u a je . G a d a m e r r e c h a z a to d o tip o d e p o s i t i v i s m o
h is tó r i c o p o r la r e d u c c i ó n o b je ti v i s t a d e l s a b e r q u e ll ev an a c a b o ; a fi rm a, p o r el c o n t r a r io , q u e
to d o te xt o es tá s it u a d o en un c o n t e x t o de se n ti d o , el cual lo c o n d i c io n a , y q u e to d a in t e r p r e ta
c ió n par te de u n a p re c o m p r e n s ió n p o s e íd a p o r el intérprete. L a c o m p r e n s ió n y la in te rp r et a ci ó n
t r a s c i e n d e n los lí m it e s del p r o b l e m a m e t o d o l ó g i c o de los s a b e r e s pa rt ic u l a re s ; p e r t e n e c e a la
e x p e r i e n c i a g lo b a l h u m a n a del m u n d o y de su se nt id o; o r i g i n a r i a m e n t e es, p u e s , un p r o b l e m a
m á s o n t o l ó g i c o q u e m e to d o ló g i c o : « C o m p r e n d e r e in t e rp re ta r te xt os no es s ó lo u n a i n s ta n c ia
c i en tí f ic a, si n o q u e p e r t e n e c e c o n to d a e v i d e n c i a a la e x p e ri e n c i a h u m a n a de l m u n d o » (ibid.,
p. 23). U n an á lis is m á s d et al l ad o de G a d a m e r p u e d e e n c o n t r a r s e en J. M. G. G ó m e z - H e r a s .
op. cit., pp. 4 9 - 5 9 , en el a p a rt a d o ti tu la d o « A c o n t e c e r h is tó r i co y r a z ó n ex i s t e n c i a l» .
m A u n q u e v a y a a d ed i c a rl e el s i g u i e n t e c a pí tu l o, a m o d o de e p í lo g o, y h a y a un p ar de
id e as q u e se repi tan .
40í Cfr., p o r e j ., R. G. C o l l in g w o o d , Id e a d e la h is to r ia , F.C.E., M é x i c o , 1946. p. 291 o
30 3; cfr. t a m b i é n del m i s m o , A u to b io g r a fía , F.C.E., M é x ic o , 1953, p. 111. Es ta s o b r a s q u e d a
rán d e s i g n a d a s en lo s u c e s iv o co n las a b r e v i a tu r a s Id e a y A u t., r e s p e c t iv a m e n te .
40IS Cfr. A u t., pp. 23-8 0, p a s sim .
156
de aplicar esa lógica hasta sus últimas consecuencias, esto es, por una
parte, a su descuido de la historia, por otra, a la disolución de la éti
ca407. Croce es tam bién un representante destacado de esta postura
idealista408, pero me parece encontrar muchos más elem entos rescata-
bles en la exposición de Colljngwood, aunque no sea aceptable esta
interpretación en su conjunto./Ciertamente, la historia es para Colling
wood historia de los asuntos humanos, pero su interés radica funda
mentalmente en el pensam iento, de ahí que la com prensión histórica
tenga un carácter único e inm ediato/ Se afirm a que el historiador pue
de penetrar hasta la naturaleza interior de los acontecim ientos que es
tudia, que puede captarlos desde adentro, por así decirlo; ésta es una
ventaja que no puede disfrutar nunca el científico de la naturaleza409:
los sucesos naturales pueden ser explicados únicam ente desde «fue
ra», las acciones históricas tienen un «interior» o un «lado pensativo»,
que expresa la intención del agente, confiriendo un caracter universal
al acto individual único y posibilitando que el historiador reconstruya
el pasado a partir de las pruebas que se le presentan com o aspecto
«exterior» de aquellos actos deliberados o reflexivos que son el objeto
de la historia410./La historia es inteligible de este m odo porque es, en
definitiva, historia de las ideas, es decir, de la acción intelectual que
lleva a cabo el historiador al re-actualizar (re-enactm ent)AU los acon-
157
tecímientos; sólo los pensamientos pueden actualizarse de esta manera
y, por eso, sólo ellos pueden constituir la m ateria de la historia.,A hora
bien, el historiador no se limita a revivir pensam ientos pasados, los re
vive en el contexto de su propio conocimiento y, por tanto, al revivir
los, los critica, form a sus propios juicios de valor, corrigiendo los
errores que pueda advertir en ellos; esta crítica de los pensam ientos
cuya historia traza no es algo secundario a la tarea de trazar su histo
ria, sino condición indispensable al conocim iento histórico mismo,
pues «todo pensar es pensar crítico»412; y éste es el sentido en el que
se dice que el historiador recrea la historia. /
Profundizando en su definición de historia, para Collingwood, afir
mar que la historia es la historia del pensamiento es una forma de sal
var el abismo temporal entre el historiador y su objeto, el pasado. De
acuerdo con Croce una vez más, considera que la «resurrección del pa
sado» — según palabras de M ichelet— es una tarea im posible e inú
til413; imposible, pues no puede conocerse el pasado tal cual fue; inútil,
pues nadie quiere desarraigarse del presente para caer, atrás, en un pa
sado muerto. El pasado sólo puede investigarse desde el presente y, al
subrayar la contem poraneidad de toda historia414, está señalando a su
vez la prim acía de la motivación práctica en la obra histórica; frente a
Ranke, que quería exponer los hechos mismos tal y como habían acae
cido (wie es eigentlich gewesen) 415, Collingwood reivindica el principio
kantiano de «pensar es juzgar» — el historiador nunca puede ser impar
cial— , añadiendo que sólo un interés de la vida presente puede mover
nos a investigar un hecho pasado, apareciendo la historiografía siempre
que surge la necesidad de entender una situación para actuar.
E s to s u p o n e pa ra el h is to r i a d o r r e p r e s e n t a r s e la s it u a ci ó n en qu e se h a l la b a César, y p e n s a r por
sí m i s m o lo que C é s a r p e n s a b a de la sit u a c ió n y las p o s ib le s m a n e r a s d e e n f r e n t a r s e a ella.
L a h is to r i a del p e n s a m i e n t o y, p o r lo tanto, to d a his toria, es la r e a c t u a l i z a c i ó n d e p e n s a m i e n
tos p ret éri to s en la p r o p ia m e n t e del hi st o r i ad o r» , R. G. C o l l i n g w o o d , Id ea , p. 210. S o b r e la
« r e - a c tu a l iz a c ió n » de C o l l i n g w o o d , cfr. la s e g u n d a par te de mi a r t íc u l o s o b r e C o l l i n g w o o d
( « L a te o ría de la re a c tu a l iz a c ió n y el p r i m a d o de la r az ó n p r á c t ic a » ) , ed. cit., pp. 15 8- 16 7; cfr.
a s i m i s m o E. L l e d ó , L e n g u a je e h is to r ia , Ariel, B ar c e lo n a . 1978. pp. 173 -18 5.
412 R. G. C o l l in g w o o d , op. cit., p. 211.
413 A q u í se e q u i v o c a H. I. M a r r o u c u a n d o a fi r m a r e f i r i é n d o s e a C o l l i n g w o o d : « D e c l a r é
m o s l o co n en erg ía : el h i s t o r i a d o r n o se p r o p o n e po r ta rea ( c o n c e d i e n d o q ue p u e d a co n c e b ir s e
sin c o n t r a d ic c ió n ) el re a n i m a r, h a c e r revi vir, r es u ci ta r el p a s a d o » , en E l c o n o c im ie n to h is tó r i
co, Láb or , B a r c e lo n a , 1968, p. 35.
414 Cfr. al re s p e c t o B. C r o c e . T eoría e S to ria .... p. 1. Cfr. C o l l i n g w o o d . « L a f il os o fí a de
la hi s to r i a de C r o c e » , E n s a y o s , p. 4 4 y ss; un po co má s a d e la n te , c r i ti c a r á a C r o c e p o r su o p i
n ió n de qu e el h is to r i a d o r s ie m p r e ju s t i f i q u e y n u n c a c o n d e n e , p u e s lo c o n s i d e r a c o n t r a d i c t o
rio c o n la id ea de c o n t e m p o r a n e i d a d de la his toria: « C o m o h i s t o r i a d o r de C é s a r so y c o n t e m
p o r á n e o de Césa r. C u a n d o u n h o m b r e e s tá m u e rt o , el m u n d o le ha ju z g a d o , y m i j u i c i o no
i m p o rt a ; pe ro el m e r o h e c h o de qu e e s to y r e c o n s i d e r a n d o su h is to r i a p r u e b a q u e no ha m u e r
to, q ue el m u n d o no ha e m it i d o to d a v ía su jui cio ... El p e n s a m i e n t o es vida, y p o r c o n s i g u i e n
te el h is to r i a d o r n u n c a p u e d e ser i m p a r c i a l» {ibid.. p. 54).
415 E n el p r e f a c i o a la H is to r ia d e lo s p u e b lo s ro m á n ic o s v g e r m á n ic o s (1 8 7 4 ) a p a r e c e la
f a m o s a e x p r e s i ó n d e L. v o n R a n k e q u e t a n t a t in t a h a h e c h o d e r r a m a r : « S e h a d i c h o q u e la
h i s t o r i a t i e n e l a f u n c i ó n d e e n j u i c i a r e l p a s a d o , d e i n t u i r el p r e s e n t e e n b e n e f i c i o d e l f u t u r o ; el
p r e s e n t e e n s a y o n o se a r r o g a t a n a lt a f u n c i ó n ; m o s t r a r á s i m p l e m e n t e , c o m o h a sid o cu r e a li
d a d » . Cf r. Id ea , p. 133.
158
A h o ra bien, si nadie sabe, ni nadie ha sabido jam ás, y nadie sabrá
jam ás, qué fue lo que sucedió exactam ente, esto significa, de un lado,
que la filosofía de la historia no puede tener como objetivo determ inar
los hechos históricos ni arrojar ninguna luz sobre ellos, y, de otro
lado, que ninguna form ulación histórica podrá expresar nunca la ver
dad com pleta sobre un hecho particu lar..L a objetividad del conoci
m iento histórico habrá de buscarse, pues,Ken algo diferente que en la
reconstrucción exacta de los acontecim ientos del pasado, de los que es
im posible tener experiencia inm ediata. Sin embargo, para tener cono
cimiento de algo, es preciso tener experiencia de ello, aunque la mera
experiencia no constituya conocim iento. ¿Cómo es, pues, posible el
conocim iento del pasado? A quí la explicación de Collingwood: el his
toriador parte de pruebas del pasado — «reliquias»— que han llegado
hasta su presente y a partir de ellas com ienza su tarea de interpreta
ción de las mismas, reconstruyendo críticam ente en su mente los ele
mentos que dieron lugar a esa prueba416, pero esto sólo es posible por
que dichas pruebas son fruto del pensam iento de individuos que
existieron antes que nosotros; y aquí pensam iento ya ha dejado de sig
nificar únicamente reflexión, para adquirir el caracter intencional de la
acción. Decir que «el conocim iento histórico tiene como objeto propio
el pensam iento»417 expresa en un prim er momento la autoconciencia
del historiador, esto es, su capacidad para volverse consciente de la
continuidad de sus experiencias revirtiendo en su actividad reflexiva;
pero lo que diferencia al conocimiento histórico de la psicología — que
atendería a los procesos de conciencia, al acto de pensar m ism o— o
de la ciencia natural — que subrayaría la continuidad de experencias,
infiriendo generalidades de los acontecim ientos observados— es que
reviste al acto reflexivo de intencionalidad en un doble sentido: 1) en
cuanto que toda investigación histórica com ienza con el planteam iento
de un problema, con el propósito de resolverlo, y 2) en cuanto que es
capaz de representar y transm itir al presente las intenciones y delibe
raciones de individuos pasados.
En este sentido/en su afán por evitar el escepticism o y relativismo
a que conducía la teoría diltheyana, sostiene que todo lo que podemos
conocer con veracidad y objetividad de las experiencias históricas son
los pensam ientos y razonam ientos de las personas que tomaron parte
en ellas: «Para la historia, el objeto por descubrir no es el mero acon
tecimiento sino el pensam iento que expresa; descubrir ese pensam ien
to es ya comprenderlo; después que el historiador ha comprobado los
hechos, no hay proceso ulterior de inquisición en sus causas; cuando
sabe lo que ha sucedido, sabe ya por qué ha sucedido»418 En conse-
159
cuencia,1para Collingwood el concepto central de la historia es el con
cepto de «acción», es decir, de pensamiento que se expresa en conduc
ta externa; según esto, los historiadores tienen que partir de lo m era
mente físico o de descripciones de lo m eram ente físico, pero su de
signio es penetrar más allá, hasta el pensamiento que está en su base;
en la term inología propia de Collingwood, quieren pasar del «exterior»
del acontecimiento a su «interior»; y una vez que han hecho esta tran
sición, dice, la acción se hace para ellos completamente inteligible. De
esta manera, el puente entre el presente y el pasado es el pensamiento
que tienen en común los seres humanos, concebido como racionalidad
práctica, esto es, como acción. Los actos reflexivos o deliberados, esto
es, los que hacemos «a propósito», son los únicos que pueden conver
tirse en materia de historia; de ahí su taxativa afirmación: «no hay he
chos en historia, sino acciones que expresan algún pensam iento»419. El
historiador reconstruye el pasado a partir de las huellas del mismo que
han llegado al presente, de forma que el pasado que resulta ya no es el
que realmente sucedió, sino el resultado del trabajo crítico del historia
dor420; el hecho en sí es incognoscible, pero eso no significa que el his
toriador construya el pasado que se le antoje, pues depende de las
pruebas, por una parte, y de su capacidad lógica, por otra.
Esta concepción de la comprensión histórica tiene, sin duda, muchos
puntos flacos, entre ellos — además del ya mencionado y que afecta a la
objetividad del conocimiento histórico— , la pretensión de que los hom
bres hacen la historia absolutamente libres de cualquier determinación
natural o social, o la suposición de que todas las acciones humanas son
deliberadas, cuando hay tantas impulsivas e irreflexivas421. Su plantea
miento trasluce una cierta ingenuidad de su confianza en la razón humana,
que no hay que confundir con un intelectualismo —como hace Walsh422— ,
sino como un intento de recuperar para la historia el primado de la razón
práctica ilustrada423; de ahí su crítica al pensamiento como mera activi
dad teórica, que no podría ser moral ni inmoral, sino únicamente verda
dero o falso, mientras que la acción conllevaría ese aspecto ético desea
ble en todo conocimiento práctico; y la historia debe serlo424.
160
EI caballo de batalla de Collingwood es su lucha contra el realismo
histórico425, que supone que el mejor historiador es el que conoce la
mayor cantidad posible de aspectos del pasado, haciendo que su tarea
de confeccionar historias universales desemboque en el ejercicio m ecá
nico de «tijeras y engrudo»426, es decir, en la combinación más com ple
ja posible de testimonios de autoridades, ante la im posibilidad de acce
der directamente a esos acontecimientos del pasado que se pretenden
transm itir fielmente; sin embargo, no aparece en su obra un rechazo
com pleto de la acum ulación de nombres y fechas. Collingw ood en
cuentra utilidad en las crónicas, a las que denomina «huesos descarna
dos que pueden un día convertirse en historia cuando alguien pueda
vestirlos con la carne y la sangre de un pensamiento que es al mismo
tiempo de él mismo y de ellas»427; las crónicas no son historia, pero
pueden llegar a convertirse en ella si una generación posterior hace ob
jeto de reflexión de. aspectos que para sus progenitores eran m eram en
te «huesos descarnados»] La finalidad de la historia como ciencia autó
noma ya no puede consistir en la confección de una historia universal
exhaustiva, tarea im posible y conducente al escepticism o — bien por
exceso o por defecto de testimonios. Pero la otra ladera es justam ente
el subjetivism o histórico, el historicism o antropológico; el perspecti-
vismo, en cuanto reactualizado un suceso pasado, significa que el his
toriador reconstruye en su propia mente lo que considera que eran los
pensamientos de los agentes involucrados en esos sucesos, críticamente,
es decir, en el contexto de sus propios conocimientos, condicionado por
la época y el lugar que le ha tocado vivir: desde su punto de vista.
Por esto, casi más im portante que saber qué historia nos está con
tando un individuo, es saber quién es el narrador en cuestión, pues la
do sin p r o p ó s it o , o, en el o tr o e x t r e m o , d e f e n d e r q u e só lo p u e d e h a b e r h is to r i a d e a s p e c t o s de
la v id a p rá c t i c a ( po lítica, g u e rr a , v i d a e c o n ó m i c a , etc ) — r e s u lt a d o de la c o n c e p c i ó n h e g e lia -
na, e x p r e s a d a en sus l e c c io n e s s o b r e f il o s o f í a de la hi sto ri a, de q u e la m a t e r i a p r o p i a d e 1a
hi s to r i a es la s o c ie d a d y el E s ta d o , e s to es, la « m e n t e ob je ti v a » , la m e n t e en c u a n t o e x p r e s á n
d o s e h a c ia af u e r a en a c c io n e s e i n s t i t u c i o n e s — , cfr. I d e a , pp. 2 9 7 - 2 9 9 , y A u t., p. 145 y ss. El
p r o b l e m a q u e s u s c it a es te p u n t o d e vis ta, e s to es, q u e to d a i n v e s t i g a c i ó n c o m i e n z a c o n el
p l a n t e a m i e n t o de un ci er to p r o b l e m a , c o n la c o n c e p c i ó n de u n p r o p ó s i t o o la f o r m a c i ó n de
u n a i n t e n c i ó n , es q u e c o n t r i b u y e a d e s d i b u j a r la f r o n te ra en tr e c i e n c ia n a t u r a l e h i s t o r i a que
ta n to s u b r a y ó .
425 «El r e a l i s m o h is tó r i c o s i g n i f i c a p o r sí m i s m o q ue to d o lo qu e se i n c l u y a en la s u m a
total de a c o n t e c i m i e n t o s q u e h a n s u c e d i d o es un o b je to p o s ib le y le g í t i m o d e c o n o c i m i e n t o
h is tó ri co ... El r e a l i s m o h is tó r i c o s u p o n d r í a qu e n o exi ste n in g ú n lí m it e p a r a el c o n o c i m i e n t o
histór ic o, e x c ep to los lí mites del p a s a d o en cu a n to pas ado ... A d e m á s el re a l is m o h is tó r ic o ll eva
a p a re ja d o ei ab s u r d o de c o n s i d e r a r el p a s a d o c o m o algo to d a v ía e x i s t e n te p o r s í en un n o e tó s
to p o s p r o p io » , « Lo s lí m it es ... », E n s a y o s , p. 146.
426 Es é s ta u n a e x p r e s i ó n qu e a p a re c e u ti li z a d a p r o f u s a m e n t e a lo la rg o de su obr a. D e s d e
mi p u n t o d e vista, el lu g a r d o n d e a p a r e c e m e jo r e x p l i c a d o y s i s t e m a t i z a d o q u é e n t i e n d e po r
es to es en « L a ev i d e n c ia .. .» , Id e a , pp. 2 4 8 - 2 4 9 .
427 « E l a s u n to d e la h is to r ia » , I d e a , p. 2 92. E n es te p u n to se n o ta t a m b i é n la i n f l u e n c i a de
C r oc e , q u ie n , pa r a il us tr ar q u e t o d a h is to r i a es h is to r i a c o n t e m p o r á n e a , d i f e r e n c i a e n t r e « hi s
tor ia » y « cr ó n i c a » , c o n s i d e r a n d o q u e es ta úl t im a es el p a s a d o en cu a n to c r e í d o s i m p l e m e n t e
s o b r e la b as e de te s t im o n i o s p er o n o h i s t ó r i c a m e n t e c o n o c id o , al go as í c o m o el c u e r p o d e la
hi s to r i a del cu al se le h a ido el e s p ír i tu , el « c a d á v e r d e la his to ri a» . C o l l i n g w o o d h ac e r ef e
r e n c i a a es te p u n to en la pa r t e d e d i c a d a a C r o c e en Id e a , pp. 198- 199 .
161
historia no consiste en la narración de hechos, sino en la reflexión so
bre los mismos y no puede, ni debe, prescindir de la intencionalidad
del historiador./L a recuperación del pasado sólo es im portante en
cuanto que nos sirva para reconstruir nuestra propia identidad cultural,
para ayudarnos en el diagnóstico de nuestros problem as morales y po
líticos. Así, la historia se convierte en una serie de respuestas no defi
nitivas a preguntas lanzadas desde el presente, con la m odestia de las
cuestiones fundamentales./
U na de las virtudes de C ollingw ood (de quien me ocuparé con
más detenim iento en el epílogo) es haberle bajado los humos a la filo
sofía de la historia, denunciando sus pretensiones de universalidad y
objetividad, que hacen que la explicación histórica desem boque en la
predicción del futuro — aspecto en el que se dan la mano filosofías de
la historia especulativas, positivism os y m aterialism os históricos— ,
que el filósofo de la historia devenga algo así como «m etereólogo»428
y que la historia se convierta en un proceso inevitable, al margen de
las intenciones y deliberaciones de los individuos racionales libres
que las encarnan. Pero esto es ya objeto del siguiente apartado.
2. D e t e r m in is m o c a u s a l e in e v it a b il id a d h is t ó r ic a
162
mo e indeterm inism o en historia, a saber, si el proceso histórico está
en m anos de las leyes inexorables de un destino im personal o, por el
contrario, se haya sujeto a las directrices voluntarias que quieran im
prim irle individuos e instituciones sociales.
La explicación causal entra a form ar parte en la polém ica bajo el
espejism o de que si la interpretación de los hechos pasados puede
aparecem os como necesariam ente determinada, en el supuesto de que
a ciertas causas siguieran inexorablem ente ciertos efectos, lo mismo
ha de ser válido para el futuro. Esta postura es errónea porque no tiene
en cuenta la distinción entre un aspecto gnoseológico y otro ontológi-
co en el análisis histórico; del conocimiento de hechos pasados se pre
tende deducir no sólo leyes de regularidad histórica431, sino también
predicciones de hechos concretos, sin atender a que los elementos que
fijamos y ordenam os han dejado de ser hechos para convertirse en sa
ber acerca de los mism os; se trata, utilizando term inología bergsonia-
na, de lo real como «ya dado», como «ya sido»; sabemos qué pasó y
podemos ponernos a lucubrar p o r qué fue así y no de otra m anera432,
pero no podem os deducir de la pretensión de cientificidad del conoci
m iento histórico que nos espera un futuro inexorable, al margen de las
condiciones de posibilidad que nosotros instituyam os433. Toda explica
ción causal — en form a de razones aducidas con posterioridad— pro
voca una ilusión de fatalism o; la referencia a un momento del pasado
hace que se detenga la evolución; el encorsetamiento cognoscitivo hace
que lo que es contingente de suyo aparezca com o necesario, lo que es
cambio, como inm utable; el tiempo, connatural a lo histórico, se pone
entre paréntesis por las pretensiones gnoseológicas de eternidad.
El problem a del determ inism o, es decir, del principio que afirma
que todo en el universo tiene su condicionam iento, está estrechamente
unido al principio de causalidad como fundam ento de la afirmación de
que los hechos — tanto naturales como sociales— se rigen por regula
ridades. G eneralm ente se entiende por determinismo la convicción de
que todo cuanto ocurre tiene una o varias causas, y no podría haber
ocurrido de otra m anera más que si algo, en la causa o en las causas,
hubiese sido asim ismo distinto, de manera que todo está de antemano
fijado, condicionado y establecido j El principio de causalidad es, pues,
la esencia o la principal m anifestación del determ inism o. Se puede de
cir, sin embargo, que el determ inism o implica más que la causalidad,
porque junto a la propia causalidad, acepta tam bién la existencia de
regularidades que determ inan el funcionam iento de las causas. Por
4M S o b r e el p r in c ip io d e c a u s a l i d a d c o m o b a s e pa r a la a f i r m a c i ó n s o b r e la r e g u l a r id a d de
los h e c h o s hi s tó ri co s , cfr. J. T o p o l s k y , op. cit., p. 190 y ss.
J” E s c o n o c i d a l a m á x i m a d e H . A . T a i n e : « D e s p u é s d e l a r e c o l e c c i ó n d e h e c h o s , v i e n e
l a b ú s q u e d a d e c a u s a s » ; cfr. E s s a is d e c r itiq u e e t d ’h isto ire , 18 5 8 -1 8 9 4 , y N o u v e a u x E ssa is
d e c r itiq u e e t d 'h is to ir e , 1865.
E. C a s s i r e r , en D e te r m in is m u s u n d In d e te r m in is m u s in d e r m o d e r n e n P h y sik. H is to
r is c h e u n d s y s te m a tis c h e S tu d ie n z u m K a u s a l p r o b le m , 1936, p. 82, s o s t ie n e q u e h a b l a r de
e n u n c i a d o s c a u s a l e s en el c o n t e x t o de la e x p l i c a c i ó n h is tó r i c a s u p o n e q u e tr a ta m o s de «p r o
p o s ic i o n e s s o b r e el c o n o c i m i e n t o » y no s o b re c o s a s o a c o n t e c i m i e n t o s .
163
tanto, es un concepto que une el problem a de las causas con el de las
leyes, es decir, la causalidad con la interpretación nom otética.
Por el contrario, la interpretación que niega que el universo se rige
por regularidades, puede ser llamado indeterminismo radical. No obs
tante, aunque para el indeterm inista el universo no está sujeto a ningu
na regularidad, puede aceptar el principio de causalidad como uno de
los principios de conocim iento basado en el sentido común, pero m u
chas veces lo lim ita a las causas inmediatas y se niega a ceptar el con
dicionam iento causal indirecto. Así, un indeterm inista radical dirá que
la Prim era G uerra M undial fue causada por el asesinato de Sarajevo, y
quizás llegará un poco más lejos en su análisis, pero se negará a bus
car las causas, por ejemplo, en los conflictos económ icos y políticos
entre las grandes poten cias^E l principio del indeterm inism o radical
choca con una pretensión científica para la historia, ya que sería in
com patible con el principio de que la investigación científica no debe
lim itarse a sim ples descripciones de los hechos. Un indeterm inism o
moderado, sin embargo, podría ser com patible porque adm itiría regu
laridades estadísticas — necesarias desde el punto de vista gnoseológi-
co— junto a sucesos casuales — que llenarían el margen entre la pro
babilidad considerable y la certeza.
¿D eterm inism o o azar en la historia? Ambos se presentan como
torrenteras que conducen inexorablem ente a la inevitabilidad históri
ca, actuando como obstáculos que impiden que el hom bre se convierta
en rector consciente de su propio destino. Desde el punto de vista de
la interpretación histórica, se conoce al primero como «la perversidad
de Hegel» y al segundo como «la nariz de Cleopatra»434, denom ina
ción esta últim a voltairiana, aludiendo a que el resultado de la batalla
de Actium no se debió a las causas que suelen exponer los historiado
res, sino al encantam iento amoroso en que Cleopatra tenía a Antonio.
La precipitación de los acontecim ientos en el desencadenam iento
de la Prim era Guerra M undial había hecho que los escritores británi
cos, como resultado de una creciente sensación de incertidum bre y de
aprensión, insistieran en la im portancia del accidente en la historia. El
primero en ocuparse de este tem a fue Bury, quien escribió un artículo
titulado precisam ente «La nariz de C leopatra»435, donde llam aba la
atención sobre «el elemento de la coincidencia casual» que ayuda en
m edida no pequeña «a determ inar los acontecimientos en la evolución
social»; en su opinión, la historia no se determ ina por secuencias cau
sales tales como las que forman la m ateria de la ciencia, sino por la
fortuita «colisión de dos o más cadenas independientes de causas»; se
164
m uestra partidario de la regularidad en la explicación de los aconteci
m ientos históricos, pero no de las leyes generales; en definitiva, lo
que pretende al subrayar la im portancia de las coincidencias fortuitas
en la determ inación de los acontecim ientos históricos es m ostrar la
función decisiva de la individualidad436, a la cual ha eliminado, en su
opinión, falsam ente la sociología con el fin de facilitarse la tarea de
asim ilar la historia a la uniformidad de la ciencia. H.A.L. Fisher refle
jó su desilusión ante el desm oronam iento de los sueños liberales des
pués de la prim era G uerra mundial, suplicando a sus lectores que re
conozcan «el papel de lo contingente y lo im previsto en la historia»437.
La popularidad en Inglaterra de una teoría accidental de la historia
coincidió con el desarrollo del existencialism o en Francia, bajo la fa
m osa consigna dictada por Sartre en El ser y la nada: «la existencia
no tiene causa, ni razón, ni es necesaria». En Alemania, Meinecke, al
final de su carrera, se impresionó ante el papel que el azar desempeña
en la historia; afeó a Ranke no haber dedicado bastante atención a este
fenómeno, y, después de la segunda G uerra M undial, atribuyó los de
sastres nacionales de los pasados cuarenta años a una serie de acci
dentes: la vanidad del Kaiser, la elección de Hindenburg para la presi
dencia de la república de Weimar, el carácter obseso de Hitler, etc. En
fin, todo parece indicar que cuando las naciones navegan por los acon
tecimientos históricos con vientos adversos, prevalecen las teorías que
destacan el papel del azar o de lo accidental en la historia.
K. Popper, que en los años treinta había escrito en Viena una obra
de gran relevancia acerca del nuevo aspecto de la ciencia — La lógica
de la investigación científica—, escribió en inglés durante la segunda
165
Guerra M undial dos libros de índole más popular, La sociedad abierta
y sus enemigos y La m iseria del historicism o. Fueron escritos bajo la
poderosa influencia em ocional de la reacción contra Hegel, tratado,
junto con Platón, de antecesor espiritual del nazismo, y contra el mar
xismo más bien superficial que caracterizaba el clim a intelectual de la
izquierda inglesa de unos años antes. Los blancos de sus críticas eran,
pues, las — a su decir determ inistas— filosofías de la historia de He
gel y de Marx, que quedaban hermanadas bajo el concepto vergonzo
so de «historicism o»438. Estos ataques de Popper al por él denominado
historicism o anticipaban los argumentos en contra del determinismo
histórico y sus conexiones con el totalitarismo político que encontra
mos en el ensayo de I. Berlin, La inevitabilidad histórica (1954)439. Sir
Isaiah dejó el ataque contra Platón, añadiendo a cambio la acusación
— que falta en Popper— de que los planteam ientos de Hegel y Marx
son censurables porque el explicar las acciones humanas en términos
causales implica la negación del libre albedrío humano y estim ula a
los historiadores a que abandonen su obligación de pronunciar senten
cias morales condenatorias contra los Carlomagnos, los Napoleones,
los Hitlers y los Stalins de la historia. Berlin com enzaba su ensayo
con un lema de T.S. Eliot: «...esas vastas fuerzas impersonales», y a
todo lo largo del escrito satiriza a quienes creen que esas fuerzas son
el factor decisivo de la historia, y no los individuos.-
En opinión de Berlin, el determ inism o no es sólo un presupuesto
del método científico, ya que «uno de los más profundos deseos hu
manos es encontrar un patrón unitario en el que esté simétricamente
ordenada la totalidad de la experiencia; el pasado, presente y futuro;
lo real, lo posible y lo que está incompleto; la unidad del cognoscente
y de lo conocido, de lo externo y de lo interno, del sujeto y del objeto
de m ateria y forma, del yo y del no-yo... Esta idea central, cualquiera
que sea su origen o valor, está en el corazón m ismo de una gran parte
de la especulación m etafísica, de los esfuerzos que se hacen para la
unificación de las ciencias, y de una gran parte del pensamiento estéti
co, lógico, social e histórico»440./Con esto, Berlin critica tanto los es
fuerzos m etafísicos y teológicos' de toda la filosofía especulativa de la
historia desde sus orígenes441, como los intentos positivistas de reducir
la explicación histórica a una subsunción a causas y leyes, así como la
propuesta m arxista de hacer de la sociología una ciencia442. Para Ber-
166
lin, cualquier teoría que desem boque en la marcha inexorable de la
historia, ignorando que ésta es un fenómeno individual que hacen los
individuos libres, debe ser com batida; lo m ism o da que se presente
bajo el signo del providencialism o, del progreso, de la causalidad o de
las leyes científicas; lo mism o da que conduzca a la inevitabilidad, la
«astucia de la razón» o una «mano invisible»; todo determ inism o apa
rece como incom patible con la esencia misma de lo histórico./En rea
lidad, es por un punto de vista ético por lo que Berlin rechaza el deter
minismo histórico, porque excluye la idea de responsabilidad personal
y de libertad: «El determ inism o claram ente priva a la vida de toda una
escala de expresiones morales. Muy pocos de sus defensores se han
hecho la pregunta de qué es lo que contiene esta escala (sea o no desea
ble) y de cuál sería el efecto que su elim inación produciría en nuestro
pensam iento y en nuestro lenguaje. De aquí que yo crea que, sea o no
sea verdad alguna form a de determinismo, están equivocados aquellos
historiadores o filósofos de la historia que sostienen que la responsa
bilidad y el determ inism o no son nunca incom patibles entre sí, y que,
a su vez, esté o no esté justificado algún tipo de creencia en la reali
dad de la responsabilidad moral, lo que parece claro es que estas posi
bilidades se excluyen mutuamente: ambas creencias pueden ser infun
dadas, pero las dos no pueden ser verdad al m ism o tiem po. No he
intentado dar la razón a ninguna de estas alternativas, sino sólo defen
der que los hombres han presupuesto siempre en su discurso ordinario
la libertad de elegir»443. /
Una de las cosas que reprochaba Carr a Berlin en la polém ica sos
tenida con él en la década de los sesenta, era que le parecía infantil
atribuir los acontecim ientos históricos a los actos de los individuos,
pues la historia debía escribirse de form a impersonal para ser científi
ca444. Ciertam ente le parece a Berlin una falacia el reducir la historia a
las biografías y proezas de los grandes hombres, pero falacia igual
mente grande es decir que cuanto más impersonal y general sea la his
toria, más válida es; en opinión de Berlin, afirmar que la verdad está
entre esos dos extrem os, entre las posturas igualm ente fanáticas de
Comte y Carlyle, es decir quizá algo insípido, pero que puede estar
cerca de la verdad445./Frente a la acusación de invitar a los historiado
res a moralizar, se defiende diciendo que no es eso lo que pretende,
sino sostener que los historiadores y filósofos de la historia, como los
demás hombres, usan un lenguaje que está salpicado de palabras que
tienen fuerza valorativa, y que invitarles a que elim inen de él dicha
167
fuerza es pedirles que lleven a cabo una tarea entontecedora y anor
malmente difícil: «Ser objetivo, no estar apasionado y carecer de pre
juicios es, sin duda alguna, una virtud de los historiadores, como de
cualquiera que quiera establecer la verdad en cualquier campo. Pero
los historiadores son hombres y no están obligados a deshum anizarse
en jnayor m edida que otros hom bres»446.
Desde mi punto de vista, es un acierto de Berlin subrayar que toda
interpretación histórica debe conllevar una actitud moral: «Ningún es
crito histórico que sobrepase a la pura narración de un cronista e im
plique una selección y una distribución desigual de lo que subraye,
puede ser por com pleto wertfrei (carente de juicios valorativos)»447.
No puede pretenderse que sea tarea del historiador o del filósofo de la
historia la m era presentación, descripción y análisis de los aconteci
mientos, retirándose después y «dejando hablar a los hechos». Tampo
co es admisible la confusión de que al com prender los sucesos pasa
dos, al saber porqué fueron como fueron, considerem os que no podían
haber sido de otra m anera y nos sintam os tentados de disculpar a
aquellos individuos que llevaron a cabo una opción ética equivocada;
comprenderlo todo no significa perdonarlo todo, y es tarea del filóso
fo de la historia — en este sentido, filósofo m oral— com prom eterse en
sus juicios históricos, k/
En definitiva, Berlin puede aceptar algunas leyes y estructuras que
dejen alguna libertad de decisión. No es que defienda que el determi-
nismo sea necesariam ente falso, sino sólo que nosotros no hablamos
ni pensamos como si pudiera ser verdadero y que sería difícil que si
guiéramos teniendo la m ism a imagen del mundo si creyéramos seria
mente en él; si la creencia en la libertad — dice— es una ilusión, ésta
es tan profunda y está tan arraigada que no se puede considerar tal ilu
sión: «De aquí que la vieja controversia entre libertad y determinismo,
mientras que sigue siendo un auténtico problem a para teólogos y filó
sofos, no tiene por qué turbar las ideas de los que se preocupan de
cuestiones concretas: las vidas reales de los seres humanos en el espa
cio y en el tiempo de la experiencia normal. Para los historiadores que
ejercen su profesión el determ inism o no es, ni necesita ser, un tema
im portante»448. Al producirse la explicación causal con posterioridad
al desarrollo del acontecimiento, experim entam os siempre una ilusión
de fatalism o; al referirnos a un m om ento del pasado, detenem os la
evolución.
/E n mi opinión hay que valorar el giro ético que se opera en la con
cepción histórica de Berlín, aunque su punto débil es descuidar, en
aras de la defensa de un individualism o a ultranza, un análisis detalla
168
do de las instituciones sociales y políticas que a veces llegan a cons
treñir al individuo. De todas formas, la opción por el determinismo o
el indeterm inism o es de suyo una opción ética; no hay demostración
posible que incline la balanza hacia el lado del determ inism o o del
azar449, a no ser que partam os de unos presupuestos o condiciones.
Como diría R. Aron «el determ inism o no es la sim ple aplicación a la
historia del principio de causalidad, sino cierta filosofía de la histo
ria»450.
3. H is t o r ia y C ie n c ia s s o c ia l e s
169
dad del tráfico no ha dejado de crecer en ambas direcciones. Claro,
que su afirm ación réponHía ya a la constatación de un m ovim iento
creciente que había venido desarrollándose entre las dos guerras m un
diales: la denom inada «historia social» del grupo francés de Armales.
Fueron un grupo de sociólogos, filósofos y geógrafos quienes em
prendieron con resultados definitivos el lento trabajo de destrucción
de las fronteras tan vigorosam ente construidas por lo que Braudel ha
denom inado la gran historiografía alem ana del siglo xix; del campo
mismo de la historia académ ica saldrían los hombres para sacar la dis
ciplina en que trabajaban del em pantanam iento — de erudición factual
estéril y teorización sin base de investigación— en que se hallaba su
mida. Pirenne, historiador belga, inició la polém ica contra Sombart,
reclam ando que la necesaria teorización se fundam entara en una base
suficiente de conocim iento concreto. El cam ino que él abrió, lo si
guieron dos amigos suyos, dos jóvenes historiadores franceses, Lucien
Febvre y M arc Bloch, que darían gran resonancia a su cam paña gra
cias a la fundación en 1929 de una revista que tenía que servir para
expresar y difundir sus puntos de vista y que bautizarían con el nom
bre de «Annales d ’Histoire Econom ique et Sociale», cam biando des
pués en varias ocasiones hasta llegar a ser la actual, definida por el tí
tulo «Annales» y el subtítulo «Economies, Sociétés, Civilisations»452.
\ü B s difícil resum ir los rasgos fundam entales de la concepción de la
historia de la escuela de Annales, dado que han escrito dem asiado y
de forma fragm entaria y asistemática; además, por su m ism a vitalidad,
por la necesidad de cam biar el frente de ataque de acuerdo con las
exigencias del combate cotidiano, la obra de Bloch y de Febvre tenía
que caer en contradicciones inevitables. Quizá su rasgo definidor más
relevante corresponda a la finalidad crítica de la m ayor parte de su
obra, esto es, al rechazo del historicism o y de su estéril erudición fac
tual, a la protesta contra el intento de establecer la indagación del «he
cho histórico» como objetivo suprem o, tal vez único, del historia
d o r453. El prim er com bate es justam ente el que librarán contra una
170
historia estrictam ente «política», que no se preocupa de otra cosa sino
de establecer «si tal rey nació en tal sitio, tal año, y si en una región
determ inada consiguió una victoria decisiva sobre sus vecinos», va
liéndose de textos que eligen con todo cuidado para «componer un re
lato exacto y preciso»454. Junto a esta actitud negativa, encontramos
tres afirm aciones de orden general que pueden presentarnos el aspecto
positivo de sus convicciones: 1) la referente a la consideración de la
historia com o ciencia y a la aceptación de una teoría de la historia,
con unos métodos y unas leyes propias455; 2) propuestas de sustitución
de la historia estrictam ente política criticada; y 3) la necesidad de re
lacionar la historia con las ciencias cercanas a ella456 y de modernizar
los métodos concretos de trabajo, rom piendo la lim itación del texto,
es decir, del docum ento escrito457. Febvre insistirá en que la historia es
un «estudio científicam ente elaborado» y no una ciencia, es decir, que
lo que tiene de científico son los instrum entos que usa, tomados casi
siempre de otras disciplinas458; no debe extrañarnos, en consecuencia,
que los m iem bros de la escuela no nos hablen casi nunca de teoría,
sino de métodos, de instrumental de análisis e investigación. La histo
ria es la ciencia del hombre, del perpetuo cambio de las sociedades hu
manas, y en este sentido hay que aceptar la denom inación de «social»
o «económica» para la historia; la historia es una «historia viva»459.
b ie n lo s c e sto s. D e s e m p o lv a d lo s b ie n . P o n e d lo s e n c im a de v u e s tra m e sa . H a c e d lo q u e h ac en
los n iñ o s c u a n d o se e n tre tie n e n co n “c u b o s ” y tra b a ja n p a ra re c o n s titu ir la b e lla fig u ra q u e, a
p r o p ó s ito , n o s o tro s les h e m o s d e s o rd e n a d o ... S e a c a b ó el tra b a jo . L a h is to r ia e s tá h e c h a .
¿ Q u é m á s q u e ré is ? N ad a. S ó lo : s a b e r p o r q u é. ¿ P o r q u é h a c e r h is to ria ? ¿Y q u é es, e n to n c e s ,
la h is to ria ? » .
454 « N i s iq u ie ra se les p id e la e x p lic a c ió n c rític a d e un te x to : la h is to ria se h ac e ca si e x
c lu s iv a m e n te c o n p a la b ra s , fe c h a s, n o m b re s d e lu g a re s y d e p e rs o n a s . B a s ta re c o rd a r la fó r
m u la: “ la h is to r ia se h a c e c o n te x to s ” . S in d u d a , e n to n c e s , se c o m p re n d e to d o » , L. F e b v r e ,
op. cit., p. 2 0 ; cfr. ibid., pp. 1 7 - 3 1 .
155 C fr. L. F e b v r e , op. cit., p p . 3 2 - 3 4 .
456 C fr. L . F e b v r e , op. cit., p. 20.
457 « I n d u d a b le m e n te la h is to ria se h a c e c o n d o c u m e n to s e s c rito s . P ero ta m b ié n p u e d e h a
c e rs e , d e b e h a c e rse , sin d o c u m e n to s e s c rito s si é s to s n o e x iste n . C o n to d o lo q u e el in g e n io
d el h is to r ia d o r p u e d a p e rm itirle u tiliz a r p a ra f a b r ic a r su m iel, a fa lta de las flo re s u s u a le s. P or
ta n to , c o n p a la b ra s . C o n s ig n o s . C o n p a isa je s y c o n te ja s . C o n fo rm a s d e c a m p o y m a las h ie r
bas. C o n e c lip s e s de lu n a y c a b e stro s. C o n e x á m e n e s p e ric ia le s de p ie d ra s re a liz a d o s p o r g e ó
lo g o s y a n á lis is d e e s p a d a s d e m e tal re a liz a d o s p o r q u ím ic o s . E n u n a p a la b ra : c o n to d o lo q u e
s ie n d o d e l h o m b re d e p e n d e del h o m b re , s irv e al h o m b re , e x p re s a al h o m b re , s ig n ific a la p re
s e n c ia , la a c tiv id a d , los g u s to s y las fo rm a s d e s e r d e l h o m b re » , L. F e b v r e , op. cit., p. 232.
458 C fr. ib id ., p. 40.
4H « L a h is to ria se in te re s a p o r h o m b re s d o ta d o s de m ú ltip le s f u n c io n e s , d e d iv e rsa s acti
v id a d e s , p r e o c u p a c io n e s y a c titu d e s v a ria d a s q u e se m e z c la n , c h o c a n , se c o n tra ría n y a c ab an
p o r c o n c lu ir e n tre e lla s u n a p a z d e c o m p ro m is o , un m o d u s v iv e n d i al q u e d e n o m in a m o s
V id a... E n u n a p a la b ra , el h o m b re de q ue h a b la m o s es el lu g a r c o m ú n de to d a s las a c tiv id a d e s
q u e e je rc e y p u e d e in te re s a rs e m ás p a rtic u la rm e n te p o r u n a d e é s ta s, p o r su a c tiv id a d , p o r
su s a c tiv id a d e s e c o n ó m ic a s, p o r e je m p lo . C o n la c o n d ic ió n d e no o lv id a r n u n c a q u e esas ac ti
v id a d e s in c rim in a n s ie m p re al h o m b re c o m p le to y e n el m a rc o d e la s s o c ie d a d e s q u e h a fo rja
d o . E so es, p r e c is a m e n te , lo q u e s ig n ific a el e p íte to « so c ia l» q u e r itu a lm e n te se c o lo c a ju n to
al de « e c o n ó m ic o » . N os re c u e rd a q ue el o b je to de n u e s tro s e stu d io s no es u n f ra g m e n to d e lo
real, u n o de los a s p e c to s a isla d o s de la a c tiv id a d h u m a n a , s in o el h o m b re m ism o , c o n s id e ra d o
en el s e n o d e los g ru p o s de q u e es m ie m b ro » , L. F e b v r e , op. cit., p . 4 1 . C fr. M . B l o c h , op.
cit., pp. 2 5 -2 6 , y 38.
171
La nueva historia científica no podía lim itarse, por tanto, a esta
blecer hechos cuyo sentido era dado y sim plem ente comprendido; te
nía que dirigir preguntas y utilizar modelos en los que cada hecho re
cibiera su sentido a partir de la relación que el investigador — dotado
de conceptos y teorías— estableciera con todos los demás y con su
propio presente460. La concepción de la historia-problem a, que los fun
dadores de Annales erigirán como uno de los principales distintivos de
su hacer histórico, consiste precisam ente en preguntarse por el pasado
a partir de hechos y experiencias contem poráneas y en suponer que
existe una conciencia que piensa y valora la realidad. La ingenuidad
positivista que supone la existencia de hechos objetivos a la espera de
un historiador que los recopile, ordene y narre, se sustituyó por una
práctica cuya prim era tarea consistía en dirigir y form ular preguntas,
en plantear problemas, en abrir un cuestionario a la realidad con obje
to no sólo de descubrirla, sino de crearla: «Plantear un problem a es,
precisamente, el comienzo y el final de toda historia. Sin problemas
no hay historia... Plantear problem as y form ular hipótesis»461.
La amplitud del objeto y el cam bio de perspectiva científica afec
taron irrem ediablem ente a la subyacente filosofía de la historia y a la
finalidad subjetiva del trabajo del historiador. Este cambio de perspec
tiva implica, ante todo, que el historiador debe proceder a una elabo
ración conceptual explícita para resolver los problem as previam ente
planteados y que se refieren no ya a los hechos de que queda testim o
nio escrito en algunos textos, sino a la totalidad de la experiencia hu
mana. Para alcanzar esta experiencia debe, ante todo, am pliar sus
fuentes, no limitarse a documentos escritos, sino llevar su mirada has
ta todos los artefactos de que se ha servido el hombre, desde el len
guaje a las técnicas de producción, desde los signos hasta los utensi
lios, desde el medio físico hasta las creencias colectivas./t’ero lo más
relevante es que esa totalidad de la experiencia hum ana que la historia
debe establecer como su objeto propio no se deja captar si el historia
dor no entra en diálogo con el resto de las ciencias sociales. La opción
por lo «social» para definir el tipo de historia que pretendían impulsar
obedeció precisam ente a su indeterm inación, muy adecuada al propó
sito de no señalar límites ni levantar fronteras entre la historia y las
ciencias sociales462/ La iniciativa que toma el historiador, al construir
17?
su objeto sin lim itarse pasivam ente a tomarlo por dado, le obliga a in
tegrar cada hecho en un análisis de estructuras económ icas, sociales,
lingüísticas, culturales, psicológicas, en las que adquiere su significa
do. La em presa historiográfica que aparece en Francia en los años
veinte se alimentará, por tanto, de conceptos, métodos e hipótesis pro
cedentes del resto de las ciencias sociales sin excepción. Siguiendo
estos cánones se publicaba en 1949 la prim era edición de un libro ex
traordinario, que muy pronto obtendría una ju sta fama: La M éditerra
née et le monde m éditerranéen, de Fernand Braudel; la estructrura del
libro era bastante original y reflejaba un intento de traducir la fórmula
definidora de los nuevos Annales — economía, sociedades, civilizacio
nes— en un m étodo de trabajo y de interpretación; en un afán de uni
versalidad, de ruptura con el europeocentrism o habitual, de apertura
hacia los métodos de otras disciplinas, de conciencia de interrelación,
etc, lograba com binar desde la tradición hum ana de Vidal de la Blache
hasta la historia económ ica. Pero incluso en esta culm inación se m ani
festaba la debilidad de la escuela, que habría de llevarla al caos en que
hoy se encuentra, esto es, su incapacidad de resistir la tentación de se
guir todos los sortilegios que le salían al paso, com o le sucedió con el
estructuralismo levistraussiano463. Esto puede ayudarnos a com prender
que los miembros del grupo se hayan dedicado en los últimos tiempos
a desarrollar su preocupación por los métodos concretos de investiga
ción y por la asim ilación de las otras ciencias, llegando a convertir lo
que un día fue la virtud principal de Bloch y Febvre en un defecto: en
una simple m itología de la novedad, en un pseudocientifism o que
tiende a encubrir, por la sobrevaloración mism a de la im portancia que
otorga al instrum ental de investigación, la falta de unos principios teó
ricos sólidos.
Historia económ ica y social designa, pues, en los años treinta una
empresa caracterizada por todo aquello que ha constituido la crítica de
la historia científica de la escuela alemana: conceder el prim ado de la
investigación historiográfica a la formulación de problem as; elaborar
conceptos e hipótesis que perm itan construir los hechos; com prender
173
el hecho aislado en la totalidad que lo constituye y no en el orden cro
nológico en que se produce; m antener un diálogo continuo con todas
las ciencias del hombre; elaborar encuestas y form ular cuestionarios
que permitan recoger inform ación relativa a todos los aspectos de la
vida humana; privilegiar el estudio de los grupos sociales sobre los in
dividuos; atender a los elementos constitutivos de la base económ ica y
social. Sin embargo, es justam ente lo que parece definir la historia
económica y social lo que señala los límites que no la definen, es de
cir, lo que esta historia no es o no implica. No hay en ella una teoría
de la sociedad y, menos aún, de la historia464.
^ P a sem o s ahora a examinar lo que me parece el otro punto crucial
respecto a las ciencias sociales en nuestro siglo, el debate sobre el po
sitivism o acontecido durante la década de los sesenta465. El problem a
en discusión afectaba directam ente a las bases m etodológicas de la
ciencia social, pero las posiciones que se adoptaron incidían profunda
mente sobre el modo de concebir las ciencias de la cultura, entre ellas
la historia. En el debate se enfrentaron racionalistas críticos de te n
dencia neopositivista, como K. Popper y H. Albert, con dialécticos neo-
marxistas como Th. Adorno y J. Habermas. Los prim eros polem izan
contra quienes pretenden interpretar la historia desde factores meta-
empíricos, saliendo en defensa del «derecho de los datos» que las ideo
logías pretenden violentar466. Los segundos desarrollan ideas formuladas
ya en la década de los treinta por los frankfurtianos M. H orkheim er y
M. Marcuse, insistiendo en los condicionam ientos sociales del queha
cer científico y en el com prom iso emancipatorio revolucionario de la
ciencia marxista.
La polém ica puso de nuevo sobre el tapete la debatida cuestión de
la neutralidad de la ciencia, que había sido planteada a com ienzos de
siglo por M. Weber. El grupo de Frankfurt reactualizó aspectos m eto
dológicos de la dialéctica que, si bien estaban referidos directam ente a
la investigación social, se proyectaban profundam ente sobre la ciencia
histórica.. Adorno insistió467 sobre todo en la categoría de «totalidad»,
así como en la revisión del concepto de verdad; ésta ha de ser com
prendida más como un factor ético-social que em pírico-racional; el
criterio de la verdad es el «deber ser» y no el «ser»; por eso un enun
ciado es verdadero no cuando se ajusta a unos hechos (criterio positi-
174
vista), sino cuando está al servicio de la em ancipación social (criterio
dialéctico-social), Podría afirmarse que se establece así un nexo nece
sario entre ciencia y praxis social, que convierte el quehacer científico
en un subproducto del sistema social^El punto de partida de la «Es
cuela crítica de Frankfurt» difiere esencialm ente, por tanto, del elegi
do por el racionalism o crítico de los popperianos; m ientras para éstos
lo evidente son los hechos y el problem a es la teoría social, para aqué
llos lo incuestionable es la teoría social y lo problem ático la asim ila
ción de los hechos empíricos a la misma. Am bos grupos tienen opi
niones divergentes acerca de la finalidad de la sociología; m ientras
para los neopositivistas consiste en establecer un cálculo de sistemas
sociales, relacionados entre sí funcional o disfuncionalm ente y medí-
bles en sus propios procesos — esto es, una tecnología social o cálcu
lo de las realciones objetivas dadas en una determ inada sociedad— ,
para los neom arxistas coincide con la em ancipación social, esto es,
saber liberador del hom bre frente a una estructura que le violenta.
A pesar de las pretensiones de neutralidad, ninguna de las dos ver
siones de la sociología se halla libre de intereses y de juicios de valor.
Subyace en ellas algo más que una abstracta opción teórica sobre el
método científico. En las dos late un conflicto que hunde sus raíces en
sistemas políticos contrarios y en comprensiones opuestas de la historia
humana468. No en vano uno de los protagonistas de la polémica ha pues
to de relieve en uno de sus libros la cuestión en torno «al interés que
orienta todo conocimiento»469. Las sociologías de corte positivista esta
rían guiadas por un interés pragmático: mantener el dominio de la civi
lización técnico-científica, respaldando los intereses de una clase domi
nante, instalada en el poder; las sociologías dialécticas, por el contrario,
estarían orientadas por un interés emancipatorio: liberar al hombre de
las coacciones establecidas por las estructuras económico-sociales. Un
análisis simplista que ignora las relaciones de poder en las cúpulas diri
gentes de las sociedades comunistas — si todo poder corrompe, el poder
absoluto corrompe absolutamente— , pero que nos lleva, en definitiva, a
la filosofía de la historia y al problema de la interpretación histórica
desde la comprensión global de la ideología que se profesa.
4. N a r r a c ió n e h is t o r ia
175
plicación — esto es, la validez del «modelo de ley de cobertura»— en
la filosofía de la historia. En este marco, algunos autores insisten en el
caracter explicativo de la estructura narrativa como alternativa a la ex
plicación causal, derivada de la concepción científica470, a la par que
algunos historiadores abogan por la narración como alternativa a una
historiografía científica, representada hasta el m om ento por el modelo
m arxista o por la escuela de los Annales*11.
"SEI filósofo de la historia ha dejado de plantearse definitivam ente
si la historia tiene sentido o si, por el contrario, carece de él. El senti
do, lo mismo que la objetividad y la verdad históricas, hay que bus
carlo en las afirm aciones que hacen en sus relatos los historiadores.
Una vez despedido de sus oficios como profeta y meteorólogo, ¿acaso
queda relegado el filósofo de la historia en su tarea a crítico literario?
El historiador se ha convertido en narrador, y sin narrador no hay his
toria. Las filosofías de la historia exhiben a menudo una estructura na
rrativa, proporcionando interpretaciones de secuencias de aconteci
mientos que son muy parecidas a las que se encuentran en la historia.
^L a diferencia, pues, entre una historia — y digo «una» porque habrá
tantas historias como narraciones de un acontecim iento se escriban—
y una filosofía de la historia no puede ser la de que ésta proporciona,
y la prim era no, relaciones basadas sobre hallazgos detallados de he-
chosv Si acaso alguna misión le resta al filósofo de la historia diferen
te a là del historiador será plantear problemas a la interpretación que
éste sugiera en su relato, criticar sus planteam ientos, sus referencias y
sus omisiones — reflejo de sus intenciones— , en una palabra, adquiere
el estatuto de m etanarrador y su obra se presentará como metarelato.
No puede confundirse «narración» con «crónica». A diferencia de
las crónicas, las narraciones históricas trazan las secuencias de even
tos que conducen de fases inaugurales a fases conclusivas (provisiona
les) de los procesos sociales y culturales. Las crónicas, por el contra
rio, se caracterizan por tener abierta su conclusión; al inicio no tienen
partes inaugurales; comienzan simplemente cuando el cronista em pie
za a enum erar los acontecimientos, y no tienen partes culm inantes o
resolutivas, sino que pueden am pliarse indefinidam ente472. La crónica
176
en sentido estricto com ienza en el m om ento en que el cronista toma su
plum a y concluye cuando la deja para, eventualm ente, ser continuada
por otro; por tanto no describe sino un segm ento de tiempo cuyos
puntos de partida y de llegada son arbitrarios de cara a los aconteci
mientos. El relato histórico, por el contrario, com ienza y concluye una
historia, constituyendo un todo cerrado, coherente textualmente, esto
es, significativo.
A la distinción entre historia y crónica dedica D anto uno de los
capítulos de su Filosofía analítica de la historia. Para explicar la dife
rencia entre ambas se sirve de una ficción. Im aginem os una persona
— o un com putador electrónico— capaz de conocer todo lo que ocu
rrió, en el m omento del pasado en que tuvo lugar, y que, además, fue
ra capaz de registrarlo instantáneam ente, esto es, un C ronista Ideal
(CI). De esta manera, consideraríamos los escritos de este CI como un
duplicado de ese pasado tal y como realm ente ocurrió y, por tanto, su
periores a los textos de los historiadores.iSin embargo, esta crónica
ideal sería también incompleta, precisam ente por su perm anente con
tem poraneidad con los hechos relatados, lo que no le perm ite tomar la
distancia necesaria con los acontecimientos para utilizar aquellas ex
presiones que son el rasgo característico mínimo de cualquier discurso
histórico: las «oraciones narrativas»473. En este sentido, ni un cronista
deportivo, ni un corresponsal de guerra, pueden ir más allá de la noti
cia y hacer historia, tal y como un día pretendió V alle-Inclán474. Es,
pues, condición indispensable para que pueda darse la narración histó
rica que el acontecim iento que se relata sea pasado; con palabras de
Mink: «La historia sobreviene cuando la partida está term inada y, por
lo tanto, debe mucho al punto de vista del que narra: no ignora nada
de los efectos no queridos»475.
- La preocupación de Danto no es tanto dar cuenta del estatuto epis
temológico del quehacer de los historiadores, como identificar el m ar
co conceptual que rige el uso de ciertas oraciones, que se caracterizan
por referirse com o m ínim o a dos acontecim ientos separados en el
tiempo, describir sólo al primero de ellos y tener el verbo en pasado:
las oraciones narrativas. Su planteamiento se situaría en la tradición
kantiana, en cuanto que atribuye a la filosofía la labor de describir y
analizar nuestros modos de pensar y de hablar sobre el mundo, esto
es, la tarea de identificación de los límites del conocim iento histórico
4,1 A . D a n t o , H is to r ia y n a r ra c ió n , p p . 1 0 5 - 1 2 1 .
474 C fr. « B re v e n o tic ia » , in tro d u c c ió n a L a m e d ia n o ch e . V isión e s te la r d e u n m o m e n to de
g u e r r a , A u stra l, 1970, pp. 10 1 -1 0 2 : « E ra mi p ro p ó s ito c o n d e n s a r e n un lib ro lo s v ario s y d i
v e rso s la n c e s de un d ía d e g u e rra en F ra n c ia ... T orpe y v a n o d e m í, q u is e s e r c e n tro y te n e r de
la g u e rra u n a v is ió n a stra l, fu e ra de g e o m e tría y c ro n o lo g ía , c o m o si el alm a, d e s e n c a rn a d a ,
y a m ira s e a la tie ra d e s d e su e s tre lla ... A c o n te c e que, al e s c r ib ir de la g u e rra , el n a rra d o r q u e
a n te s fu e te stig o da a los s u c e s o s un e n lace c ro n o ló g ic o p u ra m e n te a c c id e n ta l, n a c id o d e la
h u m a n a y g e o m é tric a lim ita c ió n ... El n a rra d o r a ju sta a la g u e rra y s u s a c c id e n te s a la m e d id a
d e su c a m in a r: las b a ta lla s c o m ie n z a n c u a n d o su s ojo s lle g a n a m ira rla s » .
475 L. O. M in k , H is to r ic a l U n d e r sta n d in g , C o rn e ll U niv. P ress, Ith a c a , 1987, c ita d o p o r F.
B iru lé s e n su in tro d u c c ió n a H is to r ia y n a r ra c ió n , p. 22.
177
(nuestra ignorancia del futuro) y el análisis de las formas de narrar el
pasado. En este punto se cifra la crítica de Danto a las pretensiones
proféticas de las filosofías especulativas de la histo ria\M ientras que
los historiadores se proponen como objetivo hacer afirm aciones ver
daderas sobre el pasado o, lo que es lo mismo, sobre el pasado y el fu
turo, pero cuando éste ha devenido pasado, los filósofos de la historia
pretenden abarcar todo el conjunto de la historia, la totalidad del tiem
po, explicando todo el pasado y prediciendo todo el futuro476, haciendo
un uso abusivo del concepto de significado. De esta manera, el filóso
fo de la historia se presenta como un historiador impaciente: «Existen
formas de averiguar lo que sucederá e incluso formas de proporcionar
una descripción histórica de cosas que pasarán; una forma segura de
hacerlo es esperar y ver lo que sucede y escribir luego su historia,
pero el filósofo de la historia es una persona impaciente; quiere hacer
ahora lo que los historiadores corrientes, con el correr del tiempo, po
drán hacer más adelante; quiere mirar el presente y el pasado con la
perspectiva del futuro (en realidad el futuro definitivo, porque todo re
lato ha de tener un fin); y desea poder describir los acontecim ientos
de una form a que no es norm alm ente accesible en el momento en que
los acontecimientos mismos tienen lugar»477. No puede narrarse, pues,
ni la historia del presente — porque el futuro está abierto— 478, ni la del
futuro; en rigor, historia es sólo historia del pasado., El historiador
considera el significado de los acontecim ientos pasados en relación a
una «totalidad temporal». Este sería el m ism o uso que hacem os del
término «significado» cuando nos referimos a la falta de significado
de un episodio de una novela; cuando hablamos así, estamos indican
do que el episodio es superfluo, estéticam ente poco apropiado, etc.;
pero sólo podemos hacer tal juicio en el momento en que hemos aca
bado de leer la novela, sólo retrospectivam ente nos sentimos autoriza
dos a atribuir un significado a tal o cual acontecimiento; la pregunta
por el significado sólo puede tener respuesta en el contexto de un rela
tó^ El historiador habla desde un horizonte temporal que no es el del
testimonio ocular, pero ésta es precisam ente la condición de posibili
dad de todo significado o conocim iento histórico. Esta es precisam en
te la razón de que el historiador pueda introducir cambios retroactivos
178
en el significado del pasado, lo que le estaría vedado al Cronista Ideal,
dado que para él la categoría de significado histórico está vacía de
contenido. Sólo en este sentido hay que entender que la historiografía,
de una form a análoga a la ciencia, va más allá de lo dado y m aneja es
quemas organizativos: la narración histórica organiza y, al mismo
tiempo, interpreta; sin criterios de selección, no hay historia^
!iLa narración histórica no es, pues, un mero vehículo de transm i
sión de información, es un procedim iento de producción de significa
do y, por lo tanto, puede atribuírsele una función explicativa. A pesar
de que en la obra de Danto se atribuye una función explicativa a la na
rración, no hay que olvidar que la historia sólo la podemos conocer
desde dentro; somos sujetos históricam ente situados en un momento
posterior a los hechos relatados. Así, las historias que contamos dicen
tanto de nuestro pasado, como de nuestros intereses presentes; en cier
to sentido, somos un microcosmos de las historias que somos capaces
de narrar. Esto es lo que a Habermas le perm ite afirm ar que p an to lle
va la filosofía analítica al mismo umbral de la herm enéutica. El histo
riador no habla desde fuera, la historia no es una reflexión im perso
nal: es una disciplina subjetiva, en el doble sentido de ser el marco en
cuyo seno podemos autorrepresentarnos y, al mism o tiempo, marco en
el cual el historiador no es espectador sino partícipe. La obra de Dan
to se aleja, pues, a pasos agigantados del modelo hempeliano de ley
de cobertura y da pie a un posible diálogo entre la tradición analítica y
la herm enéutica479, diálogo que podría ser fructífero en tanto que per
m itiría un espacio en el que pensar nociones tales como la de identi
dad narrativa, por ejemplo: problem atizar las relaciones entre com
prensión histórica y filosofía de la acción; ofrecer un concepto de
significado histórico que vaya más allá tanto del tratam iento cientifis-
ta de la historia, como del tratamiento historicista, donde se enfatiza
la prim acía de un sujeto pasado y constituido, frente a un sujeto pre
sente; llenar de contenido la idea de reconstrucción del pasado; y sa
car consecuencias del hecho de que, a través del análisis de la estruc
tura de la narración, sabemos que las acciones de los hombres superan
en mucho la conciencia que tienen de ellas.i
Desde este punto de vista, la tarea del filósofo de la historia, como
m eta-historiador o m eta-narrador, será la de convertirse en guardián
de la veracidad del sentido de las interpretaciones históricas del pasa
do, pero, a su vez, adquiere un com prom iso ético con su m om ento
histórico — que aún no puede narrar— haciendo «entrar en razón»,
aunque sea con minúscula, a todos aquellos que no se percatan de que
las consecuencias de sus acciones desbordan la reflexión que de ellas
se ha hecho. JDesde este compromiso ético del filósofo es como inter
preto las palabras de A. Heller: «Es m ejor insistir en el “sentido de la
historia” y en “dar sentido a la historia” que renunciar completam ente
a la búsqueda de un sentido para nuestras acciones y vidas; es mejor
179
insistir en la “verdad” en la historia que renunciar a la búsqueda de la
verdad; es m ejor sobredeterm inar y em itir así promesas y advertencias
convincentes que renunciar totalm ente al intento de prom eter y adver
tir. Por esto — a pesar de la dura crítica a la falsa conciencia de la filo
sofía de la historia, a pesar de todo el escepticismo acerca de su reali
zación, a pesar de la conciencia de los peligros, tanto teóricos como
prácticos, inherentes a esta em presa— hay que repetir con Herder:
“Auch eine Philosophie der Geschichte zur Bildung der M enschheit”
(también se necesita una filosofía de la historia para la educación de
la hum anidad)»480.
A MODO DE EPÍLOGO.
R. G. COLLINGWOOD: EL CANTO
DEL CISNE DE LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA 481
181
Este es el sentido que puede tener hoy dedicar unas páginas a un
pensador que llevó a cabo uno de los últimos intentos serios por in
vestigar desde un punto de vista filosófico la idea de historia, no para
resucitar un discurso histórico que ya está m uerto y enterrado, sino
para poner sobre el tapete que en el seno mismo de los planteam ientos
de Collingw ood podem os descubrir el desm oronam iento del discurso
histórico y la disolución de la filosofía de la historia; que fueron ellos
mismos los que propiciaron la aparición de la discontinuidad, del
fragmento, del desarrollo particular de las historias con m inúscula.
En la filosofía de la historia de Collingwood cabe distinguir un as
pecto epistem ológico y uno práctico. El primero es el más elaborado
en sus escritos y pretende responder a las preguntas por la definición
(qué es), el objeto (de qué trata) y el m étodo (cómo procede) de la
historia. El segundo, no aparece tan claram ente formulado en su obra,
aunque puede rastrearse siem pre como m elodía de fondo y es lo que
da, en definitiva, unidad y sentido a sus planteam ientos: es la pregun
ta por la utilidad de la historia (para qué sirve); en el fondo, a modo
de cuarta pregunta kantiana, se está interrogando por el ser del hom
bre, pero no sólo desde un punto de vista m etafísico u antropológico,
sino tam bién ético y político: él conocim iento histórico le sirve al
hombre para contribuir al proceso de identificación del hombre, ilum i
nar su situación actual y ayudarle a actuar., En la prim era parte de este
epílogo me ocuparé fundam entalm ente de analizar la definición y ob
jeto de la idea de historia de Collingwood, dedicando el segundo apar
tado a su m etodología e intencionalidad práctica. Sólo entonces apare
cerá claro que la filosofía de la historia agoniza en el intento colling-
woodiano por encontrarle un tercer camino entre las interpretaciones
especulativas del siglo xvm y las científicas o positivistas del xix; ter
tium non datur, y lo que Collingw ood propone no puede considerarse
ya filosofía de la historia, sino a lo sumo m eta-historia.
1. D e f in ic ió n y o b je t o de la h is t o r ia : La h e r e n c ia id e a l is t a
182
con reticencias y a regañadientes483. Ahora bien, no es lícito vincular
su peculiar idealism o a una fuerte herencia hegeliana, como algunos
autores han querido subrayar, a pesar de su afirm ación de que en la
obra de Hegel «por prim era vez la historia se presenta totalmente de
senvuelta en el escenario del pensam iento filosófico»486^E l respeto de
Collingwood por la dialéctica es incuestionable, como resulta patente
en su crítica a la teoría de los ciclos históricos de Spengler487; sin em
bargo, extiende a la filosofía especulativa de la historia su crítica por
ser uno de los dos tipos de indagación que han reclamado ilegítim a
mente el título de «filosofía de la historia», al pretender que la historia
es la realización progresiva de un plan único y concreto, el despliegue
de un dram a cósmico. Collingwood sería partidario de una cierta dra-
m atización del discurso histórico, como una investigación que se es
fuerza en buscar la conexión y coherencia entre los acontecimientos,
pero no porque esta narración corresponda al desarrollo necesario de
un plan previo, trazado por una finalidad o racionalidad universal in
herente al mismo, sino porque el historiador persigue con su tarea la
explicación unitaria de unos acontecim ientos que en el momento de su
realización estaban regidos únicam ente por las motivaciones de los in
dividuos que las llevaron a cabo; no existe más finalidad en la historia
que los propósitos de cada sujeto: «la historia es un drama, pero un
dram a improvisado, solidariam ente im provisado por sus propios per
sonajes»488.-
Æ1 otro tipo de indagación que reclam aría ilegítim amente — desde
su punto de vista— el rótulo de «filosofía de la historia» sería el posi
tivismo, con su pretensión de descubrir leyes generales que gobiernen
el curso de la historia, creando una superestructura de generalizacio-
183
nes basada en los hechos históricos. Ciertamente, Collingwood defen
derá el estatuto de ciencia para la historia (aunque le parece decisivo,
para situar el problem a en las coordenadas adecuadas, que Croce en
un prim er m omento negara a la historia su faceta científica489), pero
oponiéndose taxativam ente a la aplicación a ésta de la m etodología de
las ciencias naturales; en ambos casos nos encontraríam os ante un
cuerpo organizado de conocim ientos, al que se accede de forma infe-
rencial, esto es, procediendo de lo conocido a lo desconocido, pero
mientras las ciencias naturales tienen como finalidad de su obsevación
y experim entación el establecim iento de generalizaciones abstractas,
la historia se ocupa de acontecim iento individuales, situándolos en
una fecha y lugar determ inados; el interés de la historia no es inventar
nada, sino descubrir algo, es decir, establecer hipótesis lo más exactas
posibles respecto a unos acontecim ientos pasados que son inaccesibles
a nuestra observación, a partir de pruebas históricas que se nos pre
sentan como huellas de ese pasado histórico. Sin embargo, la crítica
de Collingwood a la posición positivista se basa menos en la preocu
pación histórica por los acontecim ientos únicos (caballo de batalla de
otro idealista contemporáneo suyo: Oakeshott), que en su defensa de que
la historia tenga que explicar, no los sucesos naturales, sino las acciones
racionales de los seres hum anos; mientras que los sucesos naturales
pueden ser explicados únicam ente desde «fuera», las acciones históri
cas tienen un «interior» o un «lado pensativo», que expresa la inten
ción del agente, confiriendo un caracter universal al acto individual úni
co y posibilitando que el historiador reconstruya el pasado a partir de
las pruebas que se le presentan como aspecto «exterior» de aquellos ac
tos deliberados o reflexivos que son el objeto de la historia490.
489 « C r o c e , al n e g a r q u e l a h i s t o r i a f u e r a u n a c i e n c i a , s e a p a r t ó d e g o l p e d e l n a t u r a l i s m o y
v o l v i ó l a c a r a h a c i a u n a i d e a d e la h i s t o r i a c o m o a l g o r a d i c a l m e n t e d i s t i n t o d e l a n a t u r a l e z a .
E l p r o b l e m a d e l a f i l o s o f í a a f i n e s d e l s i g l o x i x e r a l i b e r a r s e d e la t i r a n í a d e l a c i e n c i a n a t u
r al ; l a a u d a c i a d e l a i n n o v a c i ó n d e C r o c e f u e p o r t a n t o , e x a c t a m e n t e , l o q u e e x i g í a la s i t u a
c i ó n . F u e el c o r t e n e t o q u e h i z o e n 1 8 9 3 , e n t r e l a i d e a d e la h i s t o r i a y la i d e a d e l a c i e n c i a , lo
q u e le p e r m i t i ó d e s a r r o l l a r l a c o n c e p c i ó n d e l a h i s t o r i a y l l e v a r l a m á s l e j o s q u e c u a l q u i e r o t r o
f i l ó s o f o d e s u g e n e r a c i ó n » , Id e a , p. 190 . S e e s t á r e f i r i e n d o al e n s a y o d e B. C r o c e t i t u l a d o L a
S to r ia r id o tta s o tto il c o n c e tto g e n e r a le d e l l ’A r te , r e i m p r e s o e n P r im i S a g g i, B a r i , 1 9 1 9.
4,0 M . O a k e s h o t t a f i r m a b a e n E x p e r ie n c e a n d Its M o d e s ( C a m b r i d g e U n i v e r s i t y P r e s s ,
L o n d r e s , 1 9 3 3 , p. 154 ): « E n el m o m e n t o e n q u e s e c o n s i d e r a a l os h e c h o s h i s t ó r i c o s c o m o
e j e m p l o s d e l e y e s g e n e r a l e s s e d e s p i d e a l a h i s t o r i a » . W. D r a y p r e s e n t a u n a c l a r a e x p o s i c i ó n
d e la p o l é m i c a d e O a k e s h o t t y C o l l i n g w o o d f r e n t e al p o s i t i v i s m o e n el s e g u n d o c a p í t u l o d e su
F ilo s o fía d e la h is to r ia , t i t u l a d o « C o m p r e n s i ó n h i s t ó r i c a » ; cfr. tr a d , c a s t e l l a n a e n ( J . T . E . H . A . .
M é x i c o , 1 9 6 5 , p p. 6 - 2 1 . R e s p e c t o a l o s a s p e c t o s a q u í m e n c i o n a d o s d e l a h i s t o r i a c o m o c i e n
c ia , cfr. C o l l i n g w o o d , « L a e v i d e n c i a d e l c o n o c i m i e n t o h i s t ó r i c o » ( 1 9 3 9 ) y « E l a s u n t o d e la
h i s t o r i a » ( 1 9 3 6 ) , Id ea , p p . 2 4 1 - 2 4 4 y 2 9 6 , r e s p e c t i v a m e n t e ; l a e x p o s i c i ó n m á s p r e c i s a d e lo
qu e e n tie n d e p o r «ex terio r» e « interior» de un a c o n te c im ie n to histórico, la e n c o n tr a m o s en
« N a t u r a l e z a h u m a n a e h i s t o r i a h u m a n a » ( 1 9 3 6 ) , e n ibid., pp . 2 0 8 - 2 0 9 ; a e s t a d i s t i n c i ó n h a b í a
a l u d i d o W. D i l t h e y e n s u « E s t r u c t u r a c i ó n d e l m u n d o h i s t ó r i c o p o r las c i e n c i a s d e l e s p í r i t u »
(cfr . E l m u n d o h is tó r ic o , F . C . E . , M é x i c o , 1 9 7 8 ) , a u n q u e e n la c o n c e p c i ó n d i l t h e y a n a d e « i n t e
r i o r » t e n d r í a n t a m b i é n c a b i d a s e n t i m i e n t o s y e m o c i o n e s , y n o s ó l o p e n s a m i e n t o s , c o m o e n el
c a s o d e C o l li n g w o o d ; s o b re este a s p e c to de la c o m p a r a c i ó n e n tr e D ilth e y y C o l l i n g w o o d h a
l l a m a d o la a t e n c i ó n W . H . W a l s h , I n tr o d u c c ió n a la filo s o fía d e la h isto ria , S i g l o X X I , M é
x ico , 1978, pp. 54-58.
184
Collingwood decidió abandonar el llamado «realismo» en que se
había formado precisam ente por su vinculación a un cierto positivis
mo, aunque su distanciam iento tuvo un origen lógico, al encontrar in
consistente — o al menos insuficiente— la lógica proposicional para la
m etodología filosófica491, si bien su oposición a los planteamientos rea
listas se debía más bien a los resultados de aplicar esa lógica hasta sus
últimas consecuencias, esto es, por una parte, a su descuido de la his
toria, por otra, a la disolución de la ética492. Collingw ood se opone a la
concepción de que los problem as que ocupan a la filosofía son inm u
tables, consistiendo la historia de la filosofía únicam ente en diferentes
intentos por contestar a las mismas preguntas; su «lógica de preguntas
y respuestas» estará encam inada a dem ostrar el carácter histórico tan
to de los problem as como de las soluciones propuestas en cualquier
rama de la filosofía493; en cada época se «suscitarían» preguntas dife
rentes, y la m isión del filósofo sería dar con la respuesta «justa», que
no «verdadera», a esa pregunta — algo así como el cambio de paradig
m a propuesto más tarde por Kuhn.
-■ A hora bien, la am enaza m ás grave que el positivism o proyecta
sobre la historia — y que en opinión de Collingwood sería com partida
por el m aterialism o histórico— consiste en que lo que se explica se
torne pronosticable, al estar regido por leyes em píricas y universales;
la explicación histórica, al dem ostrar que un hecho en cuestión no fue
cosa del azar, sino fruto de determ inadas condiciones sim ultáneas o
preexistentes, haría a su vez posible la anticipación científica y racio
nal, con lo que el historiador dejaría de ser un profeta del revés
(como afirm aba O rtega parafraseando a Schlegel) para dedicarse
como tarea fundam ental a la predicción del futuro; de esta forma, el
filósofo de la historia devendría por razones obvias m eteorólogo494 y
la historia se convertiría en un proceso inevitable, al margen de las
185
intenciones y deliberaciones de los individuos racionales libres que la
encarnaran. K
La filosofía de la historia no puede consistir, pues, según la inter
pretación de Collingwood en especular sobre el curso de los aconteci
mientos históricos in toto, ni en el intento de form ular y justificar ge
neralizaciones históricas sobre las que se pueda cim entar la predicción
de acontecimientos futuros, sino pura y simplemente una tentativa por
elucidar la esencia específica del conocimiento histórico frente a otros
tipos de conocim iento. «Filosofía de la historia» es en definitiva para
Collingwood el esfuerzo por responder a la pregunta de «qué es histo
ria»495. En este sentido, «la historia es la historia del pensam iento»,
aparece como respuesta a esta pregunta, esto es, com o el lem a de su
filosofía de la historia o, m ás aún, como su prim er principio, pero
¿qué quiere significar con ello?
Unos años antes, Croce había escrito «la historia es esencialm ente
obra de pensam iento»496, queriendo expresar con ello, por una parte,
que la historia no puede ser obra del sentimiento ni de la im aginación,
y, por otra parte, la condenación y disolución de la filosofía de la his
toria, esto es, de un pensam iento que esté por encim a de la historia,
pues ésta se identificaría con la filosofía — que no es sino el «manto
metodológico» de la historia— , lo que es lo mismo que afirm ar que
toda historiografía es intrínsecam ente filosófica. Collingw ood estará
com pletam ente de acuerdo en el prim er punto, aunque disentirá en el
segundo. En efecto, que la historia sea obra del pensam iento y no de
186
la fantasía es lo que marcará la distancia entre el historiador y el no
velista histórico; pero Collingwood, a pesar de la aproximación que
constata en sus obras entre historia y filosofía, insistirá en denominar
«filosofía de la historia» a toda m etodología de la historia, a toda re
flexión filosófica sobre la m ism a que no incurra en los dos errores
arriba m encionados, al estudio de los problem as filosóficos creados
por la existencia de una actividad de investigación histórica organiza
da y sistem ática497. Para nuestro autor, el historiador está demasiado
absorbido en su tentativa de aprehender los hechos para pararse a re
flexionar sobre esta tentativa, planteándose sólo preguntas sobre su
propio objeto y no sobre la manera en que llega a conocer ese objeto;
ésta es la tarea, pues, del filósofo de la historia, que no puede confor
marse con ser filósofo, sino que también ha de ser historiador; sin em
bargo, esto no es la exposición de un desideratum, sino la constatación
de lo que había sido hasta el momento — en su opinión— moneda co
mún: los filósofos habían ignorado la historia y los historiadores no se
habían parado a reflexionar sobre el objeto de su disciplina./A l pro
pugnar una interrelación entre historia y filosofía, entre teoría y prác
tica498, no quiere borrar las fronteras entre ellas, sino, por un lado, su
brayar la autonom ía de la historia frente a la filosofía y la ciencia, y,
por otro, acabar con el supuesto hegeliano de una historia filosófica
superpuesta a la historia ordinaria; si la filosofía de la historia puede
llegar a tener algún sentido, dependerá de una com pleta renovación de
las m etodologías tanto de una como de otra disciplina, y esto es lo que
él pretende con su revolucionario método «pregunta-respuesta» suge
rido por la práctica arqueológica./
Profundizando en su definición de historia, para Collingwood,
afirm ar que la historia es la historia del pensam iento es una forma de
salvar el abismo temporal entre el historiador y su objeto, el pasado.
De acuerdo con Croce una vez más, considera que la «resurrección
del pasado» — según palabras de M ichelet— es una tarea imposible e
187
inútil499; im posible, pues no puede conocerse el pasado tal cual fue;
inútil, pues nadie quiere desarraigarse del presente para caer, atrás, en
un pasado m uerto. El pasado sólo puede investigarse desde el presente
y, al subrayar la contem poraneidad de toda historia500, está señalando a
su vez la prim acía de la m otivación práctica en la obra histórica; fren
te a Ranke, que quería exponer los hechos mism os tal y como habían
acaecido (wie es eigentlich g ew esen )501, /Collingw ood reivindica el
principio kantiano de «pensar es juzgar» — el historiador nunca puede
ser im parcial— , añadiendo que sólo un interés de la vida presente
puede m overnos a investigar un hecho pasado, apareciendo la histo
riografía siem pre que surge la necesidad de entender una situación
para actuar./'
Ahora bien, si nadie sabe, ni nadie ha sabido jam ás, y nadie sabrá
jamás, qué fue lo que sucedió exactamente, esto significa, de un lado,
que la filosofía de la historia no puede tener como objetivo determinar
los hechos históricos ni arrojar ninguna luz sobre ellos, y, de otro
lado, que ninguna form ulación histórica podrá expresar nunca la ver
dad com pleta sobre un hecho particular. La objetividad del conoci
miento histórico habrá de buscarse, pues, en algo diferente que en la
reconstrucción exacta de los acontecim ientos del pasado, de los que es
imposible tener experiencia inm ediata. Sin embargo, para tener cono
cimiento de algo, es preciso tener experiencia de ello, aunque la mera
experiencia no constituya conocim iento. ¿Cóm o es, pues, posible el
conocimiento del pasado? A quí la explicación de Collingwood: el his
toriador parte de pruebas del pasado ■ — «reliquias»— que han llegado
hasta su presente y a partir de ellas com ienza su tarea de interpreta
ción de las mismas, reconstruyendo críticam ente en su mente los ele
mentos que dieron lugar a esa prueba502, pero esto sólo es posible por
que dichas pruebas son fruto del pensam iento de individuos que
existieron antes que nosotros; y aquí pensamiento ya ha dejado de sig
nificar únicam ente reflexión, para adquirir el caracter intencional de la
acción. Decir que «el conocimiento histórico tiene como objeto propio
C o m o se ñ a la b a en la n o ta 4 1 3 , a q u í se eq u iv o ca H . I. M a r r o u c u a n d o a firm a re firié n d o
se a C o llin g w o o d : « D e c la ré m o s lo c o n e n e rg ía : el h is to ria d o r no se p ro p o n e p o r ta re a (c o n c e
d ie n d o q u e p u e d a c o n c e b irs e sin c o n tra d ic c ió n ) el re a n im a r, h a c e r rev iv ir, r e s u c ita r el p a s a
d o » , en E l c o n o c im ie n to h is tó r ic o , L á b o r, B a rc e lo n a , 1968, p. 35.
500 C fr. al re s p e c to B. C r o c e , T eoría e S to ria ..., p. 1. C fr. C o l l in g w o o d , « L a filo so fía de
la h is to ria d e C ro c e » , E n s a y o s , p. 4 4 y ss; u n p o c o m ás a d e la n te , c ritic a rá a C ro c e p o r su o p i
n ió n d e q u e el h is to ria d o r s ie m p re ju s tifiq u e y n u n c a c o n d e n e , p u es lo c o n s id e ra c o n tra d ic to
rio co n la id e a de c o n te m p o ra n e id a d de la h isto ria : « C o m o h is to ria d o r de C é s a r so y c o n te m
p o rá n e o de C ésar. C u a n d o un h o m b re e s tá m u e rto , el m u n d o le h a ju z g a d o , y m i ju ic io no
im p o rta; p ero el m ero h ec h o d e q ue e sto y re c o n s id e ra n d o su h is to ria p ru e b a q u e n o h a m u e rto ,
q u e el m u n d o no h a e m itid o to d a v ía su ju ic io ... E l p e n s a m ie n to es v id a , y p o r c o n s ig u ie n te el
h is to ria d o r n u n c a p u e d e s er im p a rc ia l» (ibid., p. 54).
501 E n el p re fa c io a la H is to r ia d e lo s p u e b lo s r o m á n ic o s y g e r m á n ic o s (1 8 7 4 ) a p a re c e la
fa m o sa e x p re s ió n d e L. von R a n k e q u e ta n ta tin ta h a h e c h o d e rra m a r: « S e h a d ic h o q u e la
h is to ria tie n e la fu n c ió n de e n ju ic ia r el p a s a d o , de in tu ir el p r e s e n te en b e n e fic io d el fu tu ro ; el
p re s e n te e n s a y o no se arro g a ta n a lta fu n c ió n ; m o s tra rá s im p le m e n te , co m o h a sid o en re a li
d a d » . C fr. Id e a , p. 133.
502 Cfr. « L os lím ite s del c o n o c im ie n to h is tó ric o » (1 9 2 7 ), E n s a y o s , pp. 143-145 y 147-148.
188
el pensam iento»503 expresa en un prim er momento la autoconciencia
del historiador, esto es, su capacidad para volverse consciente de la
continuidad de sus experiencias revirtiendo en su actividad reflexiva;
pero lo que diferencia al conocimiento histórico de la psicología — que
atendería a los procesos de conciencia, al acto de pensar mismo— o
de la ciencia natural — que subrayaría la continuidad de experencias,
infiriendo generalidades de los acontecim ientos observados— es que
reviste al acto reflexivo de intencionalidad en un doble sentido: 1) en
cuanto que toda investigación histórica comienza con el planteam iento
de un problem a, con el propósito de resolverlo, y 2) en cuanto que es
capaz de representar y transm itir al presente las intenciones y delibe
raciones de individuos pasados.
De esta manera, afirmar que «no puede haber historia de otra cosa
que no sea el pensam iento»504, viene a significar que el conocimiento
histórico es fruto del esfuerzo del historiador por proceder de acuerdo
con un plan previam ente trazado y llegar a resultados que pueden ju z
garse de acuerdo con criterios que se derivan de los propósitos m is
mos, y esto es precisam ente lo que confiere caracter universal a los
actos individuales únicos; este punto de vista es lo que m arcaría la
distancia entre nuestro autor y Oakeshott, pues para Collingwood «los
actos o personas individuales aparecen en la historia no en virtud de
su individualidad en cuanto tal, sino porque esa individualidad es el
vehículo de un pensam iento que, por haber sido efectivamente el de
esas personas o actos, es potencialm ente el de todo el m undo»505. Si la
historia versara sólo sobre actos individuales, el historiador podría
aprehender inm ediatam ente506 el pensam iento de un individuo pasado,
tal y como ocurrió, como si hubiera quedado congelado en el tiempo o
como si el historiador pudiera identificarse en ese mismo acto de pen
sam iento con la persona cuya historia narra/ El puente entre el presen
te y el pasado es el pensam iento que tienen en común los seres hum a
nos, concebido como racionalidad práctica, esto es, como acción. Los
actos reflexivos o deliberados, esto es, los que hacemos «a propósito»,
son los únicos que pueden convertirse en m ateria de historia; de ahí su
taxativa afirmación: «no hay hechos en historia, sino acciones que ex
presan algún pensam iento»507. El historiador reconstruye el pasado a
partir de las huellas del m ism o que han llegado al presente, de forma
que el pasado que resulta ya no es el que realm ente sucedió, sino el
resultado del trabajo crítico del historiador508; el hecho en sí es incog
noscible, pero eso no significa que el historiador construya el pasado
189
que se le antoje, pues depende de las pruebas, por una parte, y de su
capacidad lógica, por otra.
Los esfuerzos de Collingw ood por cambiar los paradigm as del co
nocimiento histórico son encom iables. Sin embargo, se trasluce una
cierta ingenuidad de su confianza en la razón humana, que no hay que
confundir con un intelectualism o — como hace W alsh51”— , sino como
un intento de recuperar para la historia el primado de la razón práctica
ilustrada510; de ahí su crítica al pensam iento como mera actividad teó
rica, que no podría ser moral ni inmoral, sino únicamente verdadero o
falso, mientras que la acción conllevaría ese aspecto ético deseable en
todo conocim iento práctico — y la historia debe serlo511. El caballo de
batalla de C ollingw ood es su lucha contra el realism o histórico512, que
supone que el m ejor historiador es el que conoce la m ayor cantidad
posible de aspectos del pasado, haciendo que su tarea de confeccionar
historias universales desem boque en el ejercicio m ecánico de «tijeras
y engrudo»513, es decir, en la com binación más com pleja posible de
testimonios de autoridades, ante la imposibilidad de acceder directa
mente a esos acontecim ientos del pasado que se pretenden transm itir
fielmente; sin embargo, no aparece en su obra un rechazo com pleto de
la acumulación de nombres y fechas. Collingwood encuentra utilidad
en las crónicas, a las que denom ina «huesos descarnados que pueden
un día convertirse en historia cuando alguien pueda vestirlos con la
carne y la sangre de un pensam iento que es al m ism o tiem po de él
190
mismo y de ellas»514; las crónicas no son historia, pero pueden llegar a
convertirse en ella si una generación posterior hace objeto de refle
xión de aspectos que para sus progenitores eran m eram ente «huesos
descarnados». La finalidad de la historia como ciencia autónom a ya
no puede consistir en la confección de una historia universal exhausti
va, tarea im posible y conducente al escepticism o — bien por exceso o
por defecto de testimonios. La historia consistirá en la reconstrucción
ideal del pasado a partir de las «pruebas históricas» — denom inación
sugerida por su experiencia com o arqueólogo— 515, que no pueden
confundirse con las fuentes o los testim onios, y que constituyen el
único anclaje con la realidad y la piedra de toque de la objetividad,
concepto problem ático, com o veremos.
2. L a T E O R ÍA D E L A R E A C T U A L IZ A C IÓ N
Y E L P R IM A D O D E L A R A Z Ó N P R Á C T IC A
191
me refiera a algunos puntos a lo largo del desarrollo de este apartado.
Sin embargo, quiero dejar claro desde un prim er momento que, en mi
opinión, no puede separarse la teoría de la reactualización del resto de
los elementos que componen la filosofía de la historia de Collingwood,
resultando crucial para explicar la posibilidad del conocim iento histó
rico, porque no es sino la consecuencia lógica de la epistem ología de
Collingwood; es la más clara expresión de su m étodo histórico, una
vez definida la historia y su objeto en términos de pensam iento-acción
intencional, como he analizado en el apartado anterior. Si nos quedamos
sólo con las nociones de inferencia y prueba, o con la im portancia de
plantear en la investigación la pregunta adecuada, ¿cómo podem os ex
plicar la posibilidad del conocim iento histórico? Por el contrario, si
consideramos la teoría de la reactualización com o un concepto aisla
do, no veremos sino un sinsentido, una burda caricatura de lo que Co
llingwood quiso d ecir518.
No sólo suele interpretarse la teoría de la reactualización aislada
del resto de los elem entos de su filosofía de la historia, sino que ade
más se la considera com o un elem ento tardío de su pensam iento,
enunciado por prim era vez en los epilegóm enos de su Idea — esto es,
allá por 1936— en el ensayo titulado «La historia como recreación de
la experiencia pasada», fruto no tanto de la m adurez de su pensam ien
to como de la debilidad m ental a que le conducía su enfermedad; un
elemento, en definitiva, que no habría sido necesario añadir y que no
hacía sino entrar en contradicción con la importancia que había confe
rido a las pruebas o huellas del pasado como piedra de toque de la in
terpretación histórica. Sin em bargo, ya había desarrollado este con
cepto en un manuscrito de 1928, titulado «Outlines of a Philosophy of
History»; esto quiere decir que Collingwood redacta una primera apro
ximación a su teoría inm ediatam ente después de haber escrito «Los lí
mites del conocim iento histórico» (1927), com o consecuencia cohe
rente de los problem as allí planteados, y que ya tiene un esquema más
o menos elaborado de su sistem a cuando en 1930 com ienza a trabajar
en su gran proyecto sobre «Filosofía de la H istoria»519. No se observa
una evolución excesiva desde los planteam ientos del prim er ensayo a
los del segundo, aunque en el ensayo de 1936 está más elaborada la
argumentación epistem ológica, m ientras que en el de 1928 le interesa
sobre todo m arcar las distancias de su teoría con los planteam ientos
realistas, con lo que la faceta epistem ológica hace pie en algunas dis
quisiciones metafísicas, como la distinción entre «realidad» y «exis
tencia», o entre ser ideal y ser actual; el que los hechos históricos no
sean actuales no quiere decir — según Collingwood— que no posean
192
realidad alguna, sino que poseen la existencia ideal que les confiere el
pensam iento del historiador, sin que esto signifique que el pensam ien
to sea lo único que tenga realidad por excelencia, ni que quiera con
cluir hegelianam ente que «todo lo real es racional»; el pasado como
tal no puede revivirse, los hechos pasados no tienen ninguna realidad
como tales, luego la única posibilidad del conocim iento histórico está
en la reconstrucción de aquellos elementos del pasado que respondan
a actividades conscientes del hombre, de form a que pueda haber con
tinuidad y hom ogeneidad entre el sujeto y el objeto de conocimiento:
«N ada sino el pensam iento puede ser tratado por el historiador con
esa intim idad sin la cual la historia no es historia, pues nada sino el
pensam iento puede ser re-actualizado de esta m anera en la mente del
historiador. El nacim iento de sistemas solares, los orígenes de la vida
en nuestro planeta, el prim er curso de la historia geológica, todos es
tos no son estrictam ente estudios históricos porque el historiador no
puede penetrar en el interior de ellos»520/ la intención de Collingwood
no es hacer, pues, una filosofía de la historia de tipo absolutamente ra
cionalista, sino subrayar que aquello que el historiador puede recrear
del pasado y de lo que puede tener un conocim iento en parte objetivo
son los «actos de pensam iento», es decir, los elementos del pasado en
los que puede penetrar en su interior, reproduciendo las deliberacio
nes, intenciones y razones que dieron lugar a los m ism os; ahora bien,
sin olvidar que la base de este conocimiento, lo que garantiza que el
historiador pueda construir el pasado es un «cuerpo de reliquias», un
conjunto de «restos m ateriales» — lo que luego denom inará «pruebas
históricas»— , fruto de acciones realizadas por individuos pasados se
m ejantes al historiador que las interpreta./
En «La historia como re-creación de la experiencia pasada» intenta
responder a la pregunta acerca de las condiciones de posibilidad del co
nocimiento histórico, analizando en qué consisten los actos de pensa
miento, para lo que se sirve de dos supuestos im pugnadores, cuyas
ideas va rebatiendo paulatinam ente. El acto de pensam iento presente
por el que se reactualiza un pensamiento pasado, no es idéntico a éste,
ni siquiera una copia del mismo, pero si no existe cierta continuidad,
nos vemos abocados al solipsismo: «Estoy considerando cómo es posi
ble la historia como conocimiento de pensamientos pasados (actos de
pensamiento); y sólo me interesa demostrar que es imposible excepto
desde la posición de que conocer el acto de pensamiento de otro supone
repetirlo uno por su cuenta. Si una persona que rechace esa posición se
ve empujada, en consecuencia, a esta especie de solipsismo, mi argu
mentación queda probada»521. Si sólo pudiéramos hablar de los pensa
193
mientos que tienen lugar en nuestra propia mente, estaríam os, pues,
abocados al solipsismo, sin embargo es imposible contemplar los actos
de pensamiento pasados como si pudiéramos servirnos de una máquina
del tiempo a lo H.G. Wells, o como si fuera posible la memoria históri
ca; la diferencia entre memoria e historia es a la vez de actividad y de
contexto, pues mientras para la memoria el pasado es un simple espec
táculo, para la historia se recrea de forma crítica desde el presente522; es
lo que Collingwood pretende aclarar con el ejemplo de una autobiogra
fía que pretende volver sobre una investigación filosófica pasada: «El
abismo de tiempo entre mi pensamiento presente y su objeto pasado se
salva no con la supervivencia o revivificación del objeto, sino sólo con
el poder del pensam iento para saltar por encim a de sem ejante abis
mo»523; y puede salvarse el abismo, porque el acto de pensam iento pue
de ser subjetivo y objetivo a la vez, esto es, somos nosotros los que es
tamos pensando, pero sobre un acto que ejecutamos en otra ocasión; sin
embargo, el recuerdo puede convertirse en un guía traicionero, al rein-
terpretar nuestros pensamientos pasados y asimilarlos a los que pensa
mos ahora: «Sólo hay una m anera de contrarrestar esta tendencia. Si yo
quiero estar seguro de que hace veinte años cierto pensamiento estaba
realmente en mi mente, tengo que tener prueba de ello (un libro, una
carta, un cuadro, etc.). Sólo teniendo ante mí tal prueba y reinterpretán-
dola con justicia y buena fe, puedo probarme a m í mismo que pensaba
así. Habiéndolo hecho así, redescubro mi yo pasado y re-creo ese pen
samiento como mis pensam ientos, con la esperanza de juzgar mejor
ahora que entonces sus méritos y defectos»524.
Pero, obviam ente, no puede considerarse igual el conocim iento
histórico de tipo autobiográfico, que aquel que se refiere a otro indivi-
194
duo pasado desconocido para nosotros, ¿cóm o podemos estar seguros
de que los pensam ientos que recream os son los suyos? Collingwood
pretende no caer en el escepticism o con su teoría, por eso tiene que
subrayar que, aunque se opere un cam bio de contexto, el pensam iento
puede sustentarse y revivir en otro diferente; sin embargo, los actos de
pensam iento no son entidades sustantivas que nadan en las aguas del
tiempo a la espera de un historiador que decida p e sc a rlo s/la historia
no puede concebirse como el desarrollo de la historia del pensam ien
to, pues los actos de pensam iento son tam bién subjetividad y necesi
tan por ello de una determ inada conciencia para desarrollarse; los lí
m ites del conocim iento histórico están claramente m arcados por las
pruebas históricas: «el pasado en cuanto simple pasado es plenamente
incognoscible; lo cognoscible es sólo el pasado en cuanto se halla pre
servado por los residuos del presente»525; todo pensamiento tiene por
su constitución interna la posibilidad de ser reactualizado, pero sólo
puede serlo realm ente aquel pensam iento del que poseam os prueba
histórica, y esto es lo que asem eja la tarea del historiador con la del
autobiógrafo — en la segunda parte de su tarea, no en la de la mera
m em oria— , lo que diferencia a la historia de la crónica y lo que per
mite que pueda com probarse la objetividad de nuestros conocim ien
tos: l«Si el autobiógrafo puede desenredar sus pensam ientos pasados
con ayuda de la prueba,..., el historiador, gracias al em pleo de pruebas
del m ism o carácter general, puede recuperar los pensam ientos de
otros, llegando a pensarlos, aun cuando nunca los haya pensado antes,
y sabiendo que esta actividad es la re-creación de lo que aquellos
hombres pensaron alguna vez. No sabremos jam ás a qué olían las flores
en el jardín de Epicuro, o cómo sentía Nietzsche el viento en el cabe
llo al cam inar por la m ontaña; no podem os revivir el triunfo de Arquí-
medes o la amargura de Mario; pero la prueba de lo que estos hom
bres pensaron está en nuestras manos. Y al recrear estos pensamientos
en nuestras propias mentes m ediante la reinterpretación de esas prue
bas podem os saber, en la m edida en que hay conocim iento, que los
pensam ientos que cream os fueron los suyos»526: Las pruebas no nos
proporcionan, pues, más que la posibilidad de recrear fidedignamente
aquello que es objeto de conocim iento, esto es, los aspectos lógicos e
intencionales de los pensam ientos-acciones pasadas o, lo que es lo
m ismo, los elem entos racionales de los com portam ientos de indivi
duos pasados, pero prescindiendo de sus sentim ientos y em ociones.
Lo que conocemos históricam ente no son datos fosilizados acerca de
195
individuos que murieron, ni los sentim ientos que acom pañaron a sus
actos de pensam iento, sino aquello que de los mismos pervive en el
presente en form a de pruebas y a través de las preguntas que nosotros
planteamos a las mismas. De ahí que no pueda haber nada fuera del
pensam iento que sea objeto de conocim iento histórico. Si podem os
volver a pensar sobre cosas pasadas es porque: a) alguna huella de las
mismas ha sobrevivido hasta nuestros días, se ha m antenido «viva», y
b) existe en la naturaleza hum ana alguna continuidad en los m ecanis
mos racionales (categorías lógico-gnoseológicas, intencionalidad de la
deliberación), que perm iten la recreación de los pensam ientos pasados
desde el contexto presente. En ese caso, la reactualización presupone
que el historiador puede colocarse en el lugar del o tro 527, reconstruir
su proceso de pensam iento, como si su individualidad pudiera repre
sentar analógicam ente los principios internos que llevaron a determ i
nada figura histórica a actuar de determ inada manera, siguiendo sus
creencias, propósitos y principios528; pero la reactualización del pensa
miento de Nelson, por ejemplo, es una recreación con una diferencia,
el contexto; el historiador interpreta y juzga al personaje histórico y, a
su vez piensa en sí mismo, se propone investigar algo secundario para
su vida real en cuanto que la problem ática histórica ha surgido en últi
ma instancia de los problem as prácticos de su vida real529. El pasado
sólo le concierne al historiador en cuanto le conduzca al presente, esto
196
es, en cuanto sea capaz de m ostrarle el mundo real que le rodea como
el sucesor de un pasado irreal ya muerto: «El historiador quiere re
construir en su m ente el proceso por el que su mundo, el mundo en
aquellos de sus aspectos que en este momento concreto le im presio
nan, ha llegado a ser lo que es»530; todo historiador debe saber que hay
que ser especialista, y que si trata de saberlo todo, al final no conoce
rá nada; su tarea ha dejado de ser la confección de una historia univer
sal monum ental a base de la recopilación de testim onios fidedignos,
para dedicarse a la investigación de algunos elem entos de su pasado
cultural — de los que disponga pruebas— para com prender el mundo
que le rodea a la vez que progresa en su autoconocimiento. Sobre este
aspecto práctico del conocim iento histórico volveré más adelante.
El concepto de reactualización es, pues, fundam entalm ente un
concepto epistem ológico que quiere dar solución a los problemas m e
todológicos que suscita el conocimiento histórico, una vez establecida
la imposibilidad de acceder inm ediatamente a los acontecim ientos del
pasado, los cuales form arían sensu stricto el objeto de la historia. El
conocimiento histórico es, en definitiva, posible porque el contenido o
la m ateria del m ism o es el pensam iento y, en cuanto tal, reconstruible
por el historiador; según expresaba Collingwood en «La imaginación
histórica» (1935), el historiador debe ir en dos sentidos más allá de lo
que sus autoridades le dicen: uno es el camino crítico, que Bradley ha
bía tratado de analizar, el otro es el camino constructivo, que C olling
wood m ism o quiere explicar.; De esta manera, se sitúa Collingwood
con su teoría de la reactualización en la tradición de Vico, según la
cual sólo existe posibilidad de conocimiento de aquello que construi
mos: verum et factum convertuntur531; en opinión de Collingwood, Vico
posibilitó con el establecim iento de este principio el surgim iento de la
«historia crítica» (aunque no se pusiera en práctica hasta mucho tiem
po después), esto es, el abandono de la historia de «tijeras-y-engrudo»
para entrar en un m undo donde la historia no se escribe copiando los
testimonios de las m ejores fuentes, sino llegando a conclusiones pro-
197
pias532. Sin embargo, la historia crítica o científica no puede limitarse
a la búsqueda de veracidad y objetividad en los testimonios históricos,
sino que una parte fundam ental de su tarea ha de consistir en lo que
Collingwood denom ina «historia constructiva», esto es, la confección
del discurso histórico, como relato, sirviéndonos de las pruebas con
que contamos. No puede considerarse historia al conocimiento aislado
de un dato, sino a la reconstrucción interpretativa del argumento que
dio lugar a él; y esto no puede hacerse sin la colaboración de la capa
cidad creativa del historiador o, como el mismo Collingwood escribe,
sin la imaginación que nos perm ite interpolar aquellos elementos que
den una continuidad lógica al discurso histórico, rellenando los hue
cos entre las pruebas que poseem os. Ahora bien, esta interpolación no
es arbitraria ni caprichosa, sino necesaria, por lo que decide denom i
narla, según el lenguaje kantiano, imaginación a priori, que se distin
guirá por ello de la fantasía literaria533; siguiendo a Kant, sostiene que
lo imaginario en sí no es real ni irreal, de forma que no sólo hay un
uso de la «im aginación pura» por parte del artista, sino que incluso
existe una «im aginación perceptual» que se encarga de com pletar y
consolidar los datos de la percepción a que no accedemos en realidad
(por ej., la parte de abajo de una mesa, el interior de un huevo intacto
o la cara oculta de la luna); en este último caso, im aginación a priori
querría decir que no podemos dejar de representarnos lo que no puede
menos que estar ahí, y la «imaginación histórica» sólo diferiría de la
perceptual en que tiene como tarea especial im aginar el pasado, que
no es un objeto posible de percepción, puesto que no existe ahora,
aunque pueda convertirse a través de esa actividad en objeto de nues
tro pensam iento. La im aginación histórica no tiene, pues, para C o
llingwood un papel meramente ornam ental, sino que constituye el es
queleto mismo del discurso histórico: «Sin la im aginación histórica el
historiador no tendría narración alguna que adornar. La imaginación,
esa “facultad ciega pero indispensable” sin la cual, como Kant ha de
mostrado, no podríamos percibir el mundo que nos circunda, es indis
pensable de la m ism a manera para la historia; es la que, operando no
caprichosamente como la fantasía, sino en su forma a priori, hace el
trabajo entero de construcción histórica»534. Pero en realidad, siendo
totalmente fieles al sistem a de Collingw ood en su conjunto, hay que
recordar que la imaginación no es una facultad que teje su red entre
198
distintos puntos fijos que se nos dan preconfeccionados — lo que
constituirían los argum entos de autoridad— , sino que estos mismos
hitos hay que obtenerlos con pensam iento crítico, form ando parte
ellos mism os de la construcción im aginativa, con lo que se pone en
cuestión la veracidad y objetividad del relato reconstruido, pues, con
palabras del m ism o C ollingw ood «fuera del pensam iento histórico
mismo, no hay cosa alguna, por referencia a la cual puedan verificarse
sus conclusiones»535. Según aclara nuestro autor, el historiador piensa
exactam ente com o el héroe de una novela policiaca en cuanto que,
partiendo de los indicios más diversos, construye el cuadro imaginario
de la escena de un crimen; pero la diferencia con el historiador es que
los detectives de las novelas tienen siempre la suerte de obtener una
verificación del exterior para su teoría: la confesión del criminal he
cha en unas circunstancias que no ha lugar a duda536, m ientras que los
historiadores tienen que enfrentarse con el problem a de la autenticidad
de las mismas pruebas. Sin embargo, a pesar de las diferencias, Co
llingwood gusta de utilizar la analogía entre el procedim iento de in
vestigación criminal y el método histórico, tal y como ocurre en el apar
tado de «La evidencia del conocimiento histórico» que titula «¿Quién
mató a John Doe?»; en ambos casos se parte de huellas que han deja
do ciertos sucesos537 y, también en ambos, el éxito depende de la perti
nencia de las cuestiones que se planteen, y no tanto de la acumulación
indiscrim inada de pruebas518; en la vida real com probamos que no to
dos los casos crim inales se resuelven, o que se resuelven mal con la
prisa de castigar a un culpable; para Collingwood, será la diferencia
de propósitos entre los procedim ientos analogados lo que marque las
diferencias: «Puesto que el historiador no tiene la obligación de deci
dir dentro de ningún plazo fijo, nada le im porta aparte de que su de
cisión, cuando la tome, sea justa, lo cual significa para él que se siga
inevitablem ente de la prueba histórica»539. N uevam ente vemos que ob
jetividad no se com padece con verdad; en la correlación entre pregun
ta y respuesta, im porta sobre todo m ostrar la adecuación del proceso
— su racionalidad intrínseca— , y no la veracidad del suceso: «Hacer
preguntas a las que no se ven posibilidades de respuesta es el pecado
fundamental en la ciencia,... En la historia, pregunta y prueba históricas
535 Ib id ., p. 236.
í!fi C o m o a firm a b a S. K r a c a u e r e n su e n s a y o D e r D e te k tiv -R o m a n , S u h rk a m p , F ra n k fu rt
am M . 1971, p. 131: « D as E n d e d es D e te k tiv -R o m a n s ist d e r u m b e s tritte n e S ieg d e r ra tio » .
" 7 « E l h is to ria d o r tie n e q u e a le g a r a b ase d e las p ru e b a s c o n q u e c u e n ta , o c a lla rs e la
b o c a » , A u t., p. 138.
5:’8 E n la a c tiv id a d in te r ro g a tiv a c o n s is te la « re v o lu c ió n b a c o n ia n a » a q u e ta n ta s v e c e s
a lu d e en su s e scrito s. R e s p e c to a la a n a lo g ía c o n la in v e s tig a c ió n c rim in a l, la d if e re n c ia en tre
P o iro t y H o lm e s s e ría p a ra él p ro fu n d a m e n te s ig n ific a tiv a del c a m b io s u rg id o en la c o m p re n
sió n d el m é to d o h is tó ric o ; así, c u a n d o P o iro t in s is tía en q u e el s e c re to d el d e te c tiv is m o está
en e m p le a r las « p e q u e ñ a s c é lu la s g ris e s » , q u e ría a firm a r q u e no es p o s ib le r e c o p ila r p ru e b a s
an te s d e e m p e z a r a p e n s a r (cfr. ¡d ea , p. 2 7 1 ). El in te ré s de C o llin g w o o d p o r la lite ra tu ra p o li
c ia c a h a d a d o lu g a r en n u e s tro s d ía s a tra b a jo s c o m o el d e J. L e v i n e , « T h e A u to n o m y o f H is
to ry : R .G . C o llin g w o o d a n d A g a th a C h ris tie » , C lio 7, 1978, pp. 2 5 2 -2 6 4 .
5W Id e a , p. 259. El s u b ra y a d o es m ío.
199
son correlativas. Cualquier cosa que le permite a uno contestar a su pre
gunta — la pregunta que hace ahora— es prueba histórica. Una pregun
ta sensata (la única clase de pregunta que hará un hombre científica
mente competente) es una pregunta de la cual piensa uno que tiene o va
a tener la prueba con que darle respuesta»540. Aunque pretenda resaltar
se la importancia de las pruebas como anclaje a la realidad, no existe
posibilidad para contrastar la autenticidad de las mismas, al margen del
proceso de correlación con la pregunta a que se quiere responder; por
otra parte, ¿cómo puede avanzar el conocimiento científico si sólo se
plantean aquellas preguntas para las que tenemos una prueba con que
avalar nuestra respuesta?, ¿acaso no son dignos de reconstrucción his
tórica aquellos acontecimientos de los que un poder dictatorial pretende
borrar toda huella para sumirlos en la noche de los tiem pos?541.
Aunque se refiere en ocasiones a la objetividad histórica, no queda
suficientemente definido qué entiende por tal. El criterio de objetivi
dad no puede residir en las pruebas, que se presentan de form a azaro
sa ante el historiador, y entre las cuales selecciona aquéllas que se re
fieren a acciones intencionales que se encuentran vinculadas a una
preocupación suya presente; tampoco puede consistir en la adecuación
de las respuestas a las preguntas que el historiador se ha planteado,
pues ¿cómo estar seguros de que no existe más de una respuesta ade
cuada a la m ism a pregunta? Si se entiende por criterio de objetividad
la coherencia racional del relato y su no contradicción con la prueba
histórica de que parte, una novela histórica podría ser tan objetiva
como una narración histórica.^Objetividad no tiene nada que ver para
Collingwood con veracidad; no le interesa el descubrim iento de la
verdad de los sucesos pasados, pero entonces ¿para qué hacer histo
ria? ¿Para qué ocuparse filosóficam ente de los problem as m etodológi
cos que aquélla plantea? Por otra parte, si el historiador sólo analiza
algunas de las pruebas históricas que han llegado hasta él, esto es, las
que se han m ostrado más resistentes al paso del tiempo (lo mismo que
llegan a manos del arqueólogo aquellos restos de construcciones, ele
mentos, etc., que se han m ostrado más resistentes a los elem entos),
¿no significa que, en el supuesto de que sea posible alguna reconstruc
ción histórica, ésta será siempre la historia de los «vencedores»?542
200
Con la teoría de la reconstrucción o reactualización de C olling
wood nos enfrentamos en este punto a un círculo vicioso, pues, ju sta
mente, la prueba de la veracidad de los testimonios históricos proviene
en su opinión de la coherencia interna del mismo discurso histórico,
que se torna auto-explicativo por la actividad autónom a de la im agina
ción a prio ri543, lo que significa a su vez que la narración, si es buena
o coherente, no puede desarrollarse de otra m anera que como lo hace,
es decir, es necesaria, relato único de una historia inevitable:/«No bas
ta con que la ciencia sea autónom a o creadora, también tiene que ser
convincente u objetiva; tiene que presentarse como inevitable a quien
pueda o quiera considerar las bases sobre las cuales descansa, y pen
sar por sí mismo cuáles son las conclusiones a las que apuntan esas
bases»544. Defender la posibilidad teórica de la reactualización como
metodología histórica significa a su vez estar convencido de un cierto
determinism o histórico, de un concepto racionalista de libertad545; lo
mismo que la autonom ía de la historia se m anifiesta en la liberación
del dominio de la ciencia natural, la libertad del hom bre se traduce en
su capacidad de construir su propio mundo de asuntos humanos (res
gestae) al margen de la naturaleza, pero no porque el hombre pueda
hacer lo que le parezca, sino porque está sometido a su propia racio
nalidad práctica: «La libertad que hay en la historia consiste en el he
cho de que esta actividad no se la impone a la razón humana sino ella
misma... El pensam iento histórico, pensam iento sobre la actividad ra
cional, es libre de la dom inación de la ciencia natural, y la actividad
racional es libre de la dom inación de la naturaleza»546. Esto equival
dría a sostener que es posible reactualizar determ inada acción hum a
na, puesto que ésta fue perpetrada de form a totalm ente intencional,
deliberada y responsable, es decir, totalm ente racional, sin intromisión
alguna de dudas, perplejidades o sentimientos. Sin embargo, C olling
wood no quiere llegar tan lejos en sus conclusiones y sostiene que el
hom bre no siem pre es libre para planear sus acciones y llevarlas a
cabo tal y como las había proyectado, porque no siem pre es capaz de
analizar correctam ente la situación en que se encuentra, la cual contie
ne a su vez pensam ientos de otros seres humanos; tam poco quiere dar
a entender que la situación en que un hombre se encuentra existe sola-
201
mente porque la han creado otros hombres mediante una actividad ra
cional de especie similar, y que si actúa de acuerdo con sus propias lu
ces lo hará de una forma determinada, pues la razón hum ana es siempre
la razón humana, de modo que el historiador, sucesor de estos indivi
duos pudiera a su vez reconstruir la situación547; pero si el historiador
no puede ignorar las diferencias individuales y afirm ar taxativamente
que la razón hum ana ha creado la situación en que ella se encuentra,
¿cómo puede en ese caso reconstruir la escena?; C ollingw ood tiene
para esta pregunta una respuesta sutil, la cual, lejos de solucionar el
problema no hace sino m ultiplicarlo; «Toda la historia es historia del
pensamiento y cuando un historiador dice que un hom bre está en de
terminada situación esto equivale a decir que piensa que está en esa
situación. Los hechos brutos de la situación, a los cuales le importa
tanto enfrentarse, son los hechos brutos de la m anera en que concibe
la situación»548. A sí pues, vuelve a quedar claro que la tarea histórica
no consiste en establecer la veracidad de los hechos pasados, pero al
mismo tiempo resulta palm ario que la reactualización no intenta que
el historiador se ponga en el lugar del personaje histórico, sino más
bien que la recreación de un aspecto pasado contribuya a esclarecer la
situación presente del historiador/ En este punto, C ollingw ood está
pretendiendo que los hechos históricos son en esencia hechos filosófi
cos, en tanto que no im porta cómo fue un suceso, sino cómo un deter
minado historiador piensa que fu«^7sin embargo, todo hecho filosófico
es hecho histórico, pero no al revés549; no es lo mism o reconstruir los
hábitos de defensa en la Britania rom ana a partir de restos de muralla
encontrados, que la batalla de Trafalgar a través del diario de Nelson,
ni la teoría de las ideas platónicas a raíz de la lectura del Fedón; acaso
en el único campo en que pueda aplicarse su m étodo con coherencia
sea en la historia de la filosofía, que pretende interpretar las concep
ciones filosóficas del pasado a partir de los textos de sus autores550;
pero en este caso no necesitamos de una filosofía de la historia, que
quedaría reducida a una historia de la filosofía de la historia, algo que
?m
Collingwood se esfuerza por presentar en las cuatro prim eras partes
de su Idea.
En el duelo entre la autonom ía y la objetividad históricas, sale
triunfadora la primera^ Reactualizar un suceso pasado, significa que el
historiador reconstruye en su propia mente lo que considera que eran
los pensam ientos de los agentes involucrados en esos sucesos, crítica
mente, es decir, en el contexto de sus propios conocimientos, condi
cionado por la época y el lugar que le ha tocado vivir: desde su punto
de vista../En su afán por defender a ultranza la autonom ía del conoci
miento histórico, term ina presentando un m onadism o gnoseológico o,
lo que es lo m ism o, desem boca en el perspectivism o, posibilitando
que su teoría de la reactualización dé lugar a un número de historias
directam ente proporcional al de historiadores que se encarguen de
analizar problem as pasados. Si recurrimos a algunas de sus afirm acio
nes, descubrimos que no sólo cada época posee juicios históricos dife
rentes respecto a los mism os actos históricos551, sino también que cada
historiador de una m ism a época puede pensar por su cuenta el mismo
suceso y llegar a m uy distintas versiones552; la historia es la historia de
asuntos hum anos, y estos son com plejos, por eso ninguna historia
puede ser definitiva; cada historiador aportará su propia perspectiva y
el resultado será innum erables historias hipotéticas, facetas de un con
junto que ya no existe más que com o realidad recreada a través de
nuestra problem ática presente. Sin embargo, el perspectivism o co-
llingwoodiano no conduce tanto al escepticism o, según ha pretendido
dem ostrar S halom 553, com o al subjetivism o en la historia; C olling
wood se mostró explícitam ente partidario del subjetivism o histórico554,
pero acaso no supo calibrar que su defensa del m ismo acababa con la
posibilidad de una historia científica, dando lugar a la desaparición
del relato histórico en aras de «las historias». En alguno de sus prim e
203
ros ensayos intentó superar el perspectivism o histórico por medio de
la filosofía, que haría el trabajo de coordinar la infinidad de perspecti
vas posibles, volviéndose críticam ente sobre su objeto y trascendiendo
los diferentes puntos de vista: «A sí pues, filosofar sobre el pensa
m iento histórico supone trascender el m onadism o del pensam iento
histórico, abandonar el m onadism o por la m onadología, no sólo ver
una perspectiva, sino el espacio de perspectivas»555, pero esto habría
sido subordinar la historia al papel coordinador de la filosofía, cosa
que habría dañado la autonom ía de la historia, por eso abandonó en lo
sucesivo esta convicción.
A hora bien, ¿no se tambalea la autonom ía de la historia con la teo
ría de Collingwood del primado de la razón práctica? Si — como es
cribe en algunos lugares de su A utobiografía y de la Idea de histo
ria556— los problem as históricos surgen de problem as prácticos y la
finalidad de los primeros es ayudarnos en el diagnóstico de nuestros
problemas morales y políticos, si el estudio de la historia conduce a
una mejor com prensión de los asuntos humanos o al autoconocimien-
to del yo, ¿no se está haciendo de la historia una ciencia auxiliar de la
ética, la política, o la antropología, respectivam ente? A Collingwood
•le interesa establecer en definitiva una ciencia de la naturaleza hum a
na que le sirva al hombre para su actuación práctica, y los métodos y
conocimientos históricos son únicam ente un camino para conseguirlo:
«Generalmente se considera im portante que el hombre se conozca a sí
mismo, entendiendo por ese conocerse a sí mismo, no puram ente co
nocimiento de las peculiaridades personales, es decir, de aquello que
lo diferencia de otros hombres, sino conocim iento de su naturaleza en
cuanto hombre. Conocerse a sí mismo significa conocer, primero, qué
es ser hombre; segundo, qué es ser el tipo de hom bre que se es, y ter
cero, qué es ser el hombre que uno es y no otro. Conocerse a sí mismo
significa conocer lo que se puede hacer, y puesto que nadie sabe lo
que puede hacer hasta que lo intenta, la única pista para, saber lo que
puede hacer el hom bre es averiguar lo que ha hecho. Él valor de la
historia, por consiguiente, consiste en que nos enseña lo que el hom
bre ha hecho y en este sentido lo que el hom bre es»557. Esto hace que
se pueda situar a C ollingw ood dentro del denom inado historicism o
antropológico 558; la recuperación del pasado sólo es im portante en
cuanto que nos sirva para reconstruir nuestra propia identidad cultural,
pero tanto los asuntos históricos com o el propio individuo son lo sufi
cientem ente complejos para que en la práctica nunca alcancem os el
fin que nos proponem os, aunque tendam os estoicam ente hacia esa
204
meta inalcanzable: «En la práctica, este fin no se alcanza jam ás. Pero
esta separación entre lo que se intenta en principio y lo que se alcanza
en la práctica es rasgo común de toda la humanidad, no una peculiari
dad del pensar histórico... en la historia, com o en todas las cuestiones
fundamentales, ninguna conquista es definitiva. El testimonio históri
co disponible para resolver cualquier problem a cam bia con cada mé
todo histórico y con cada variación en la com petencia de los historia
dores»559.
Así, la autonom ía mism a de la historia queda sacrificada también
en aras no tanto de una filosofía práctica com o de la autonom ía del
propio individuo, que tiene que hacer su propia historia. El pensa
m iento histórico es como un río herácliteo en el que nadie puede ba
ñarse dos veces; los problem as históricos cam bian porque cam bian
nuestras cuestiones acerca de ellos; no basta con recoger la cosecha,
hay que seguir adelante, impulsados por la corriente que nos empuja.
Por eso nuestros conocim ientos no pueden conducirnos a encasilla-
mientos, ni a escolasticism os, porque no son árboles enraizados en tie
rra firme, sino nenúfares que flotan en el agua al pairo del oleaje. Este
es el legado de Collingwood: construid vuestras historias y vuestras
filosofías, aunque sepáis que no son definitivas. Su filosofía de la his
toria se disuelve una vez que ha m ostrado en qué consiste su idea de
historia, cual es el cam ino adecuado para llegar a ella y para qué sir
ve. Como si de una escalera w ittgensteiniana se hubiera tratado, deja
de tener sentido una vez cumplida su función m eta-histórica. Nosotros,
seguimos luchando con el Minotauro.
« L a im a g in a c ió n h is tó ric a » , Id ea , p. 240.
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217
ÍN D IC E
III. L a f i l o s o f í a e s p e c u l a t i v a d e l a h i s t o r i a ................................ 73
219
V. L a filosofía crítica de la historia ........................................ 115
L Ranke y la escuela histórico-filológica: el valor de los
docum entos históricos ........................................................... 120
2. Dilthey, el historicismo y la «Crítica de la razón histó
rica» ............................................................................................ 126
3. Max Weber, filósofo de la historia .................................. 133
220
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hispanoamericana 130 Historia de las ideologías. De los faraones
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Rodríguez, Juan Carlos Chatelet, François
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112 Historia política del mundo contemporáneo
(de 1945 a nuestros días) 131 Madrid, presente y futuro
Caivocoressi, Peter EstébanezAlvarez, José y otms
114 Las cámaras artísticas y maravillosas 133 Literatura latina de la Edad Media en España
del renacimiento tardío Bodelón, Serafín
Schlosser, Julius Von
134 Arqueología antropológica
115 La sociedad feudal Alcina Franch, José
Bloch, Marc
135 Las fronteras de los saberes
116 Didáctica de la lengua materna
Pintos, Ju a n Luis
J jia r e z Méndez, Juan Manuel
117 Conocimiento, ideología y política educativa 136 La formación del sistema económico
Sharp, Rachel de la Unión Soviética
Palazuelos,Enrique
118 Aprendiendo a trabajar
Willis, Paul 137 Hacer visible lo cotidiano
Santos, Miguel Angel
119 El Estado, la guerra y la paz.
El pensamiento político español 138 Innovación pedagógica y racionalidad
en el Renacimiento (1516-1559) científica
Fernández Santamaría, J. Λ Vinao Frago, Antonio