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(1915)
Nota introductoria
«Das Unbewusste»
Ediciones en alemán
Traducciones en castellano *
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títulos de estas aparecían al margen del texto. La única ex-
cepción es la frase «y el punto de vista tópico», que actual-
mente forma parte del título de la sección 11, y que origi-
nalmente figuraba, en el margen, al comienzo del segundo
párrafo, junto a las palabras «Dentro de una exposición po-
sitiva. . .» (pág. 169). En la edición de 1924 se introdu-
jeron también unas pocas modificaciones menores en el texto.
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Jieve en las páginas iniciales del presente artículo: a saber,
que restringir los sucesos anímicos a los que son concientes,
y entremezclarlos con los sucesos puramente físicos, neuro-
lógicos, es algo que «quiebra la continuidad psíquica» e in-
troduce brechas ininteligibles en la cadena de los fenóme-
nos observados. Pero esta dificultad podía encararse de dos
maneras distintas. Podemos desentendernos de los sucesos
físicos y adoptar la hipótesis de que las brechas están cu-
biertas por sucesos anímicos inconcientes; o, por el contra-
rio, podemos desentendernos de los sucesos anímicos con-
cientes y construir una cadena puramente física, sin solución
de continuidad, que abarcaría todos los hechos de la obser-
vación. Para Freud, que en los comienzos de su carrera cien-
tífica había estado totalmente dedicado a la fisiología, esta
segunda posibilidad resultó al principio irresistiblemente
atractiva. Sin duda esto se vio reforzado por las opiniones
de Hughlings-Jackson, cuya obra Freud admiraba —como
lo demostró en su monografía sobre las afasias (1891¿), de
la cual se encontrará un importante pasaje en el «Apéndice
B» {infra, págs. 204-6)—. Por lo tanto, el método de des-
cripción de los fenómenos psicopatológicos que Freud adop-
tó al principio fue el neurológico, y todos sus escritos del
período de Breuer se basan expresamente en ese método.
La posibilidad de construir una «psicología» a partir de
elementos puramente neurológicos ejerció gran fascinación
intelectual sobre él, y consagró muchos meses del año 1895
a dar cumplimiento a esa hazaña. Así, el 27 de abril (Freud,
1950fl, Carta 23);, escribió a Fliess: «Me encuentro tan ato-
llado en la "Psicología para neurólogos" que me consume
por completo, al punto de que estoy trabajando en exceso y
me veo obligado a interrumpir. Jamás he estado tan inten-
samente preocupado por cosa alguna. ¿Y qué saldrá de todo
esto? Espero que algo resulte. . .». Algo salió, por cierto,
mucho después: el «torso» que conocemos como «Proyecto
de psicología», enviado a Fliess en setiembre y octubre de
1895. Esta sorprendente producción se propone describir y
explicar todo el ámbito de la conducta humana, normal y pa-
tológica, por medio de un complicado manejo de dos enti-
dades materiales: la neurona y la «cantidad fluyente», una
energía física o química no especificada. De esta manera,
Freud evitó por entero la necesidad de postular cualesquiera
procesos anímicos inconcientes; la cadena de sucesos físicos
era ininterrumpida y completa.
Sin duda, son muchas las razones por las que el «Proyec-
to» nunca se terminó y toda la línea de pensamiento subya-
cente fue al poco tiempo abandonada. Pero la principal es
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que el neurólogo Freud fue desplazado y sustituido por el
psicólogo: cada vez se hizo más evidente que aun la elabo-
rada maquinaria de los sistemas neuronales resultaba dema-
siado incómoda y burda para lidiar con las sutilezas que el
«análisis psicológico» estaba trayendo a la luz, y que sólo
podían describirse en el lenguaje de los procesos anímicos.
En realidad, el interés de Freud había ido desplazándose muy
gradualmente. Su tratamiento del caso de Emmy von N.
fue dos o tres afros anterior a la publicación de su mono-
grafía sobre las afasias, y el historial clínico correspondiente
fue escrito más de un año antes que el «Proyecto». Estampó
por primera vez en letra impresa la expresión «lo incon-
ciente» en una nota al pie de ese historial clínico {AE, 2,
pág. 96); y aunque la teoría ostensible que sirve de base a
su participación en los Estudios sobre la histeria ( 1 8 9 5 Í / )
sea neurológica, ya se insinuaba firmemente allí la psicología,
y con ella la necesidad de los procesos anímicos inconcien-
tes. Por cierto, los cimientos mismos de la hipótesis de la
represión en la histeria y del método catártico clamaban por
una explicación psicológica, y su fundamentación neuroló-
gica en la segunda parte del «Proyecto» sólo se hizo posible
mediante acrobáticos esfuerzos.^ Pocos años más tarde, en
La interpretación de los sueños {\900a), había ocurrido
una extraña trasformación: no sólo desapareció por com-
pleto la explicación neurológica de la psicología, sino que
buena parte de lo que Freud escribiera en el «Proyecto»
en términos del sistema nervioso resultaba ser ahora válido,
y mucho más inteligible, al traducírselo a términos anímicos.
El inconciente quedó, de tal modo, establecido de una vez
para siempre.
Pero,, debe repetírselo, Freud no estableció una mera en-
tidad metafísica. Lo que hizo en el capítulo Vil de La
interpretación de los sueños fue, por así decir, convertir la
entidad metafísica en algo de carne y hueso. Por primera
vez mostró cómo era el inconciente, cómo trabajaba, cómo
difería de otras partes de la psique y cuáles eran sus rela-
ciones recíprocas con ellas. En el artículo que sigue volvió
a esos descubrimientos, ampliándolos y profundizándolos.
No obstante, ya antes de eso se había hecho evidente que
el término «inconciente» era ambiguo. Tres años atrás, en
el artículo que escribió en inglés para la Society for Psy-
chical Research (1912g), y que en muchos sentidos es un
prólogo a este, había investigado cuidadosamente tales am-
2 Curiosamente, el primero en hacer una defensa razonada de las re-
presentaciones inconcientes fue Bteuer, en su contribución teórica a los
Estudios sobre la histeria (Breuer y Fteud, 1895), AE, 3, págs. 232-4.
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bigüedades, y diterenciado entre los usos «descriptivo», «di-
námico» y «sistemático» de la palabra. Repite estas distin-
ciones en la sección I I del presente artículo (págs. 168 y
sigs.), aunque en forma algo diferente; y volvería de nuevo
sobre ellas en el capítulo I de El yo y el ello (1923&), y
con mayor extensión todavía en la 31? de las 'Nuevas con-
ferencias de introducción al psicoanálisis (Í933a). La des-
prolijidad con que se acomoda el contraste entre «conciente»
e «inconciente» a las diferencias entre los diversos sistemas
de la psique se expone con toda claridad infra, pág. 189;
pero su posición completa no fue puesta en perspectiva sino
en El yo y el ello, donde Freud introdujo un nuevo cuadro
estructural de la psique. Pese a la insatisfactoria aplicabilidad
del criterio para distinguir «conciente o inconciente», Freud
insistió siempre (como lo hace aquí en dos lugares, págs.
168 y 189, y de nuevo en El yo y el ello y en las Nuevas
conferencias) en que ese criterio «es en definitiva la úni-
ca antorcha en la oscuridad de la psicología de las pro-
fundidades».^
James Strachey
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V. Las propiedades particulares
del sistema Ice
IK»
permitido jugar con elementos del sistema Prcc, aparece
como «cómico» y mueve a risa.*
Los procesos del sistema Ice son atemporales, es decir, no
están ordenados con arreglo al tiempo, no se modifican por
el trascurso de este ni, en general, tienen relación alguna con
él. También la relación con el tiempo se sigue del trabajo del
sistema Ce*
Tampoco conocen los procesos Ice un miramiento por la
realidad. Están sometidos al principio de placer; su destino
sólo depende de la fuerza que poseen y de que cumplan los
requisitos de la regulación de placer-displacer.''
Resumamos: ausencia de contradicción, proceso primerio
(movilidad de las investiduras), carácter atemporal y sus-
titución de la realidad exterior por la psíquica, he ahí los
rasgos cuya presencia estamos autorizados a esperar en pro-
cesos pertenecientes al sistema Ice."
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Los procesos inconcientes sólo se vuelven cognoscibles pa-
ra nosotros bajo las condiciones del soñar y de las neurosis,
o sea, cuando procesos del sistema Prcc, más alto, son tras-
ladados hacia atrás, a un estadio anterior, por obra de un
rebajamiento (regresión). En sí y por sí ellos no son cognos-
cibles, y aun son insusceptibles de existencia, porque en épo-
ca muy temprana al sistema Ice se le superpuso el Prcc, que
ha arrastrado hacia sí el acceso a la conciencia y a la motili-
dad. La descarga del sistema Ice pasa a la inervación corporal
para el desarrollo de afecto, pero, como tenemos averiguado
[pág. 174], también esa vía de aligeramiento le es dispu-
tada por el Prcc. Por sí solo, y en condiciones normales, el
sistema lee no podría consumar ninguna acción muscular
adaptada al fin, con excepción de aquellas que ya están orga-
nizadas como reflejos.
Sólo veríamos a plena luz el significado cabal de los rasgos
descritos del sistema Ice si les contrapusiéramos y compará-
semos con ellos las propiedades del sistema Prcc. Pero esto
nos llevaría demasiado lejos, y yo propongo que, de común
acuerdo, lo pospongamos y emprendamos la comparación
entre los dos sistemas después que hayamos apreciado el más
alto,' Sólo lo más apremiante debe elucidarse desde ahora.
Los procesos del sistema Prcc exhiben —con independen-
cia de que sean ya concientes o sólo susceptibles de concien-
cia— una inhibición de la proclividad a la descarga, carac-
terística de las representaciones investidas. Cuando el pro-
ceso traspasa de una representación a otra, la primera retiene
una parte de su investidura y sólo una pequeña proporción
experimenta el desplazamiento. Desplazamientos y condensa-
ciones como los del proceso primario están excluidos o son
muy limitados. Esta situación movió a J. Breuer a suponer
dentro de la vida anímica dos estados diversos de la energía
de investidura: uno ligado, tónico,j' otro móvil, libre y pro-
clive a la descarga. [Cf. pág. 18X «• 2.] Yo creo que este
distingo sigue siendo hasta hoy nuestra intelección más pro-
funda en la esencia de la energía nerviosa, y no veo cómo
podríamos prescindir de él. Sería una urgente necesidad de
la exposición metapsicológica —quizá una empresa dema-
siado osada todavía— con^tinuar la discusión en este punto.
Al sistema Prcc competen, además, el establecimiento de
una capacidad de comercio entre los contenidos de las re-
presentaciones, de suerte que puedan influirse unas a otras,
el ordenamiento temporal de ellas,* la introducción de una
^ [Probable referencia al artículo extraviado sobre la conciencia.]
* [Se alude al mecanismo mediante el cual el Prcc efectúa esto
en «Nota sobre la "pizarra mágica"» (1925;?), AE, 19, pág. 247.]
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censura o de varias, el examen de realidad y el principio de
realidad. También la memoria conciente parece depender por
completo del Prcc;^ ha de separársela de manera tajante de
las huellas mnémicas en que se fijan las vivencias del Ice, y
probablemente corresponda a una trascripción particular tal
como la que quisimos suponer, y después hubimos de deses-
timar [págs. 169-72], para el nexo de la representación con-
ciente con la inconciente. En esta concatenación hallaremos
también los medios para poner fin a nuestras fluctuaciones en
la denominación del sistema más alto, que ahora, de manera
aleatoria, llamamos unas veces Prcc y otras Ce.
Es atinado también hacer una advertencia en este lugar:
no ha de generalizarse apresuradamente lo que aquí hemos
traído a la luz sobre la distribución de las operaciones aními-
cas en los dos sistemas. Estamos describiendo la situación tal
como se presenta en el adulto, en quien el sistema Ice, en
sentido estricto, funciona sólo como etapa previa de la or-
ganización más alta. El contenido y los vínculos de este sis-
tema durante el desarrollo individual, y el significado que
posee en el animal, no deben derivarse de nuestra descrip-
ción sino investigarse por separado.-"' Además, en el caso del
hombre debemos estar preparados para descubrir, por ejem-
plo, condiciones patológicas bajo las cuales ambos sistemas
se alteren en su contenido y en sus caracteres, o aun los true-
quen entre sí.
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