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Decide la Corte el recurso de casación interpuesto por Carlos Alberto Gama Montes,
frente a la sentencia de 18 de octubre de 2012, proferida por la Sala Civil del Tribunal
Superior del Distrito Judicial de Medellín, dentro del proceso ordinario que adelantó en
nombre propio y el de la menor María Camila Gama Gómez, contra el Hospital Pablo
Tobón Uribe, en el que éste llamó en garantía a Aseguradora Colseguros S.A.
Se sintetizan así:
De los tres restantes, todos ellos por la vía indirecta, el cuarto se refiere a errores de
hecho en la interpretación de la demanda, que se despachará en un comienzo.
CUARTO CARGO
CONSIDERACIONES
El desacierto conduce a que se analice la cuestión en un marco normativo que no le
es propio, como producto de ese desvío, dejando de solucionar los puntos que se
sometieron a la discusión litigiosa.
Queda por fuera de este tipo de reparo el ejercicio de la facultad de esclarecer o
dilucidar los textos confusos o contradictorios, cuando con ello se persigue un
apropiado ejercicio de la función judicial.
Cosa muy distinta es que el inconforme acepte apartes de la decisión, pero disienta de
aquello que le es adverso, para recalcar como un desfase el que al pronunciarse el ad
quem sobre todo el período en que estuvo la paciente al cuidado del centro
hospitalario, se desatendió un lapso menor que quedaba comprendido en aquel.
Y esa fue la materia del análisis por el Tribunal cuando resaltó que «la responsabilidad
debatida en este asunto, en línea de principio, concierne con la ejecución del acto
médico y el supuesto incumplimiento de algunas obligaciones paramédicas (no tomar
los signos vitales, omisión que habría impedido un acertado y rápido diagnóstico)».
En cuanto a los reproches porque «el problema que se expone en este caso, fue el
descuido de la enfermera y abandono médico que se presentó en el postoperatorio
inmediato, entre las 14:15 y 18:00 horas», delimitación que, según el opugnador no
tuvo en cuenta el juzgador, se desecha con lo que éste señaló al respecto en el
sentido de que
Lo transcrito se refiere claramente al tiempo corrido desde que culminó la cirugía hasta
cuando se hizo crítica la situación, sólo que se encontró probado que durante el mismo
no eran necesarias las medidas que extraña el reclamante.
SEGUNDO CARGO
Señala infringidos los artículos 49 de la Constitución Política; 63, 1604 inciso 3, 2341,
2347, 2349 y 2356 del Código Civil; 10, 13, 15, 19, 21 y 34 de la Ley 23 de 1981; 3 y
17 del Decreto 3380 de 1981; 1 al 4 de la Resolución 1995 de 1999; la Ley 6 de 1991
y Decreto 97 de 1996, artículo 1; y 174 al 258 del Código de Procedimiento Civil; al
«dar por no probado lo afirmado en los hechos (5, 6, 7, 8, 12 y 19) de la demanda y
por probado lo planteado por la accionada sobre esos mismos hechos».
Al concluir esto supuso algo inexistente, puesto que en la historia clínica no aparece
tal reporte, e ignoró lo que dijeron los expertos en el sentido de que «la cercanía de las
instalaciones físicas y la dotación no son prueba de atención adecuada diligente, pero
es un requisito para realizar una atención adecuada».
Incluso de admitir que se dio tal control, «es evidente que los monitores no eximen del
cuidado personalizado», pues, «son instrumentos que dan cifras de los signos
medibles pero no analizan todo: ni estado de conciencia, sangrado, palidez, vómito,
hemodilución o sepsis», requiriéndose el personal de la salud que tome nota de las
mediciones arrojadas y, a su vez, controle y atienda las alteraciones detectadas.
TERCER CARGO
Inculpa el quebrantamiento de los artículos, 2341, 2347 y 2356 del Código Civil, y 174
al 258 del de Procedimiento Civil, «especialmente los artículos 187 y 241», ya que
«analizó parcialmente los testimonios y los dictámenes médicos, limitándolos solo a lo
favorable a los demandados y distorsionó o supuso pruebas inexistentes».
Asumió desacertadamente que los exámenes fueron ordenandos a las 16:45 cuando
fue a las 18:00 y que se tomaron medidas antes de la crisis, detectada a las 5 y 15
p.m., pero en otros apartes se asevera que «no se requería ninguna actuación ya que
la evolución del postoperatorio era normal».
Los comentarios de los expertos de que así fue se refieren a cuando se presentó la
complicación, esto es, después de las 18:00 horas, no a los momentos anteriores en
que faltó tratamiento.
CONSIDERACIONES
Sin embargo, al desarrollar el segundo cargo se refiere a los documentos aportados,
consistentes en el consentimiento informado y la historia clínica de la paciente; así
como los testimonios y los dictámenes rendidos; afirmando que, vistos de manera
uniforme y aplicando las reglas de los artículos 174 al 258 del Código de
Procedimiento Civil, eran suficientes para acceder a sus pretensiones.
Toda vez que ambos reproches, vistos a la par, esbozan la incursión de un error de
derecho, se integran para su estudio, como lo manda el artículo 51 del Decreto 2651
de 1991.
La Sala en SC17116-2014, donde se presentó algo similar, estimó que «como los dos
ataques se erigen en la misma causal, aunque por dos aspectos diferenciados que
resultan complementarios (…) se justifica su estudio conjunto a la luz del artículo 51
del Decreto 2651 de 1991, numeral 3».
(…) cuando se achaca un yerro de jure por la infracción del artículo 187 del Código de
Procedimiento Civil, como tiene dicho la Sala, “en procura de que ese error aparezca,
debe el impugnante demostrar que la tarea evaluativa de las distintas probanzas
cumplida por el sentenciador se llevó a cabo al margen del análisis de conjunto pedido
en el artículo 187, o sea, poniendo de manifiesto cómo la apreciación de los diversos
medios lo fue de manera separada o aislada, sin buscar sus puntos de enlace o de
coincidencia. Ese y no otro debe ser el criterio a seguirse cuando de individualizar este
tipo de yerro se trata. En consecuencia, si, con prescindencia de las conclusiones
obtenidas en el campo de los resultados de la prueba, pues es asunto que cae en el
terreno rigurosamente fáctico, la referida tarea valorativa se ciñó a la norma citada, no
será admisible la prédica de la sustitución del examen de conjunto realizado por el
sentenciador por el que proponga el recurrente. Expresado de otra manera, se debe
tener un cuidado sumo para que el planteamiento no derive hacia el aspecto de la
objetividad de los hechos pues en éste la cuestión queda ya bajo el influjo del error de
hecho que como se sabe tiene una naturaleza distinta a la del error de derecho (SC
067 de 4 de marzo de 1991, rad. 4102; reiterada en SC 4809-02014).
Por esta razón, solo es constitutiva de responsabilidad civil una mala praxis, ya sea
por proceder en contravía de lo que el conocimiento científico y la experiencia indican
o al dejar de actuar injustificadamente conforme a los parámetros preestablecidos, eso
sí, siempre y cuando se estructuren los diferentes elementos de daño, culpa y nexo
causal que contempla la ley.
Aunque en principio la indemnización es por cuenta del profesional que actúa
negligentemente, si presta los servicios como subordinado de un centro especializado,
dicha entidad responde directamente. Lo que también acontece cuando la reclamación
proviene de varios comportamientos o descuidos endilgados al personal asignado por
los centros hospitalarios para atender al enfermo.
(…) las fallas ostensibles en la prestación de servicios de esa índole [médica], por
acción u omisión, ya sean resultado de un indebido diagnóstico, procedimientos
inadecuados o cualquier otra pifia en la atención, son constitutivas de responsabilidad
civil, siempre y cuando se reúnan los presupuestos para su estructuración, ya sea en
el campo contractual o extracontractual.
En asuntos de esta clase, si bien como lo manda el artículo 177 del Código de
Procedimiento Civil «incumbe a las partes probar el supuesto de hecho de las normas
que consagran el efecto jurídico que ellas persiguen», jurisprudencialmente se ha
admitido que el deber de demostrar la existencia de responsabilidad médica o la
ausencia de la misma recaiga en quien esté en mejores condiciones de aportar los
elementos de convicción.
Tal planteamiento, si bien se refiere a aspectos del yerro de jure, como lo son lo
relacionado con la carga de la prueba y los alcances de las que en su criterio no
reúnen los requisitos de ley, se inmiscuye en aspectos propios de la apreciación
material de los elementos de convicción, cuando le endilga al Tribunal la suposición, el
desconocimiento y la desfiguración de algunos, lo que imposibilita la configuración del
vicio por desatender las reglas del artículo 187 del Código de Procedimiento Civil.
Es así como destacó, antes de realizar dicho análisis, que el descontento de los
promotores provino de la falta de actuación con «diligencia y cuidado dentro de las
primeras tres horas del postoperatorio hasta la crisis de la paciente», porque el
personal de atención no estuvo presto a sus signos vitales, generándose un retraso en
«la diagnosis del agravamiento»; y hubo demora en la atención de la crisis «que
provocó un mayor avance en los daños que llevó a la señora Gómez Montoya a su
fallecimiento».
Acto seguido, escudriñó el material obrante para verificar como primer supuesto «si
existe culpabilidad para efectos de realizar el juicio de imputación civil», empezando
con la historia clínica, por su trascendencia; continuando con la primer experticia;
siguiendo con las declaraciones de Luz Mary Zapata Soto y el anestesista Carlos
Mario Gómez Bermúdez, quienes estuvieron encargados de velar por la salud de
Martha Elvia en la sala de recuperación; y culminando con el último dictamen.
Que «sí le fueron controlados los signos vitales durante el tiempo que estuvo en la
sala de recuperación».
(…) el primero de los dictámenes no adolece de error grave, en tanto la declaración allí
realizada se hizo con fundamento en conocimientos técnicos y teniendo en cuenta la
observación de los hechos sometidos a examen, máxime que en últimas, en ambas
experticias es clara una conclusión, consistente en que no hubo negligencia en la
actuación del médico encargado de recuperación, pues no podía asegurarse con
certeza, que no se prestó importancia al cuadro clínico de la paciente, aunado a que el
tratamiento ordenado y aplicado fue adecuado en ese momento.
Ese proceso dialéctico, por lo tanto, no fue el resultado de mirar por separado las
probanzas, para luego articular el sentido del fallo sobre una base falaz, sino una
solución coherente, razonada y lógica, sustentada en su correlación.
La Resolución 1995 de 1999 del Ministerio de Salud, que establece normas para su
manejo, señala como características básicas que le son propias la integralidad,
secuencialidad, racionalidad científica, disponibilidad y oportunidad. Esto es, debe
contener, cronológicamente y a medida que van sucediendo, los aspectos científicos,
técnicos y administrativos relativos a la atención en salud, entre otros, en la etapa de
«tratamiento y rehabilitación de la enfermedad, abordándolo como un todo en sus
aspectos biológico, psicológico y social, e interrelacionado con sus dimensiones
personal, familiar y comunitaria», evidenciando «en forma lógica, clara y completa, el
procedimiento que se realizó en la investigación de las condiciones de salud del
paciente, diagnóstico y plan de manejo».
Y a pesar de que, como exige el artículo 5° ibídem, debe diligenciarse «en forma clara,
legible, sin tachones, enmendaduras, intercalaciones, sin dejar espacios en blanco y
sin utilizar siglas», anotando «la fecha y hora en la que se realiza, con el nombre
completo y firma del autor de la misma», en el artículo 10 id. se faculta al prestador del
servicio para seleccionar «los registros específicos que correspondan a la naturaleza
del servicio que presta».
Por tal razón, sin desconocer que el incumplimiento de las obligaciones allí
reglamentadas acarrea sanciones administrativas a la luz del artículo 21 ejusdem, eso
no implica más limitaciones demostrativas que las encontradas por el fallador luego de
un análisis concienzudo y mesurado, en conjunto con los restantes medios de
convicción oportuna y debidamente recaudados.
Precisamente eso fue lo que aquí aconteció, pues, el ad quem dedujo una vigilancia
apropiada durante «todo el tiempo en que la paciente estuvo en recuperación», no
sólo de lo que «consta en la historia clínica», sino que lo complementó con lo narrado
por Luz Mary Zapata Soto y Carlos Mario Gómez Bermúdez, así como lo dictaminado
por los peritos.
Monitorizar significa vigilar, observar. La monitoria por tanto debe ser clínica: por
ejemplo: color de la piel, "palidez", excitación, estado de conciencia, etc., y monitoreo
instrumental medida por monitores: Presión arterial medida invasiva y no
invasivamente con un monitor de presión arterial no invasivo, saturación arterial
medida con un oximetro de pulso, etc. En conclusión, esta paciente fue monitorizada,
tanto clínica como instrumentalmente a través de monitores, y la prueba de ello son las
notas que se hacen en ese corto lapso. Las órdenes médicas sí tienen la hora: ingreso
y estado clínico a las 14:30, extubación a las 16:15, morfina a las 16:15 y 16:45, crisis
a las 17:15, etc. El registro del monitoreo, sí es una evaluación por parte del personal
del servicio, puesto que para que el proceso de monitorización sea efectivo, debe
haber: (…) 1. Un hecho para censar, por ejemplo: presión arterial. (…) 2. Un monitor
que cense (…) 3. Alguien que recoja la información, la analice y si hay que tomar las
medidas correctivas, las tome. En este caso, la monitorización es una evaluación, y no
puede pasar por la cabeza, que cuando un monitor toma unas cifras, que si son
anormales dispara una alarma, la auxiliar o el médico las anota en una hoja y estas
son normales, no haya una evaluación. Lo que la paciente estaba presentando, no
obligaba a tomar medidas diferentes a las que se tomaron.
En cuanto a los saltos temporales de los reportes dejados por el personal del opositor,
ese mismo profesional anotó que
Tan es así que el juzgador encontró elementos suficientes con los cuales resolver el
debate, sin margen de duda en relación con la adecuada prestación del servicio
durante el lapso en que insiste el impugnante, recalcando que «no existe ningún medio
que acredite algún tipo de descuido, negligencia, error, mucho menos dolo en la
atención a la paciente en el postoperatorio».
(…) dependiendo de las circunstancias del asunto, se insiste una vez más, es posible
que el juez, con sujeción a las normas jurídicas y de la mano de las reglas de la
experiencia, el sentido común, la ciencia o la lógica, deduzca ciertas presunciones
(simples o de hombre) relativas a la culpa galénica; o que lo haga a partir de indicios
endoprocesales derivados de la conducta de las partes (artículo 249 Ibídem); o que
acuda a razonamientos lógicos como el principio res ipsa loquitur (como cuando se
olvida una gasa o material quirúrgico en la zona intervenida, o se amputa el miembro
equivocado, etc.); o teniendo en consideración la manifiesta anormalidad de las
consecuencias del acto médico deduzca una “culpa virtual” o un “resultado
desproporcionado”, todo lo anterior, se reitera aún a riesgo de fastidiar, sin que sea
admisible la aplicación de criterios generales que sistemática e invariablemente
quebranten las reglas de distribución de la carga de la prueba previstos en el
ordenamiento.
Complementan esa estipulación los artículos 9 al 13 del Decreto 3380 de 1981, que
señalan como «riesgos injustificados aquellos a los cuales sea sometido el paciente y
que no correspondan a las condiciones clínico patológicas del mismo» y se refieren al
cumplimiento de la obligación de enterar al enfermo o su familia cercana sobre los
efectos adversos del tratamiento, los casos excepcionales en que se exonera de
hacerlo, la exigencia de que se deje expresa constancia sobre su agotamiento o la
imposibilidad de llevarlo a cabo, y la salvedad de que por la imprevisibilidad connatural
a esta ciencia «el médico no será responsable por riesgos, reacciones o resultados
desfavorables, inmediatos o tardíos de imposible o difícil previsión dentro del campo
de la práctica médica al prescribir o efectuar un tratamiento o procedimiento médico».
Eso quiere decir que, siendo un derecho de quien va a ser sometido a una
intervención saber cuáles son los peligros a los que se verá enfrentado, no puede
llegarse al extremo de exigir que se consignen en el «consentimiento informado»
situaciones extraordinarias que, a pesar de ser previsibles, tengan un margen muy
bajo de probabilidad que ocurran.
(…)
Ahora bien, se dejó constancia en la historia clínica como causas del fallecimiento
«Disociación electromecánica. Coagulopatía dilucional. Anemia hemolítica.
Nefrolitiasis izq» y en declaración rendida por el Médico Cirujano y Urólogo Federico
Escobar Jaramillo, que participó en la intervención realizada a Martha Elvia, al ser
preguntado a su criterio de que murió ésta, precisó que
Dejando de lado que se señaló como riesgo de la anestesia la «muerte», que fue
precisamente lo que ocurrió, desde un comienzo se les previno a la difunta y su
compañero sobre la posibilidad de «infección», que a criterio del profesional tratante,
pudo ser la principal razón del desenlace fatal. Y la «hemólisis» como motivo
secundario, al tener un margen tan insignificante del cero punto veinticinco por ciento
(0.25%) de los pacientes, encaja dentro de las situaciones de «difícil previsión» que
justifica el silencio sobre la misma.
Eso quiere decir que el dictamen inicial no era determinante y daba lugar a confusión,
pues, a pesar de que se admite la existencia de personal, esto es, la «enfermera» (que
en realidad era una auxiliar de enfermería) y el anestesista, en el área de recuperación
y que estuvieron prestos a los requerimientos de la paciente, revisándola y
medicándola, después concluye que no estima adecuada la atención por la falta de
«notas en la historia clínica», con la salvedad de que el sentenciador podía llegar a
otra conclusión con el concurso de las pruebas restantes.
Precisamente esas dudas quedaron despejadas con el segundo concepto
especializado, según el cual «hay notas que prueban que la paciente fue evaluada por
la auxiliar de enfermería y el anestesiólogo» discriminándolas, por lo que el Tribunal
prefirió tomar como complementarios ambos laboríos en los que «es clara una
conclusión, consistente en que no hubo negligencia en la actuación del médico
encargado de recuperación, pues no podía asegurarse con certeza, que no se prestó
importancia al cuadro clínico de la paciente, aunado a que el tratamiento ordenado y
aplicado fue adecuado en ese momento».
Costas a cargo del recurrente y a favor del demandado y la tercera interviniente, que
serán liquidadas por la Secretaría, e incluirá en estas la suma de seis millones de
pesos ($6’000.000) por concepto de agencias en derecho.
Notifíquese y devuélvase
Presidente de Sala
Ref.: 08001-3103-008-1994-26630-01
1. En la demanda con la que se dio inicio al referenciado proceso, que en copia obra
del folio 126 al 271 del cuaderno No. 27, conforme la reconstrucción parcial del
expediente que se realizó en audiencia del 13 de mayo de 2003 (fl. 283, cd. 27), se
solicitó, en síntesis:
1.1. Declarar que el demandado “es civilmente responsable de todos los daños y
perjuicios” sufridos por los actores “con motivo de la acción pauliana” que aquél
adelantó en su contra y del “registro de la demanda que logró”.
1.2. Ordenar al accionado pagar a los promotores de la controversia, “como
indemnización de los daños y perjuicios ocasionados”, las siguientes cantidades:
2.1.1. Previa adquisición de los lotes de terreno distinguidos con los Nos. 74-89 y
74-125 de la carrera 52 de Barranquilla, el señor Tarud María, en el “primer
semestre de 1984”, se propuso la construcción en ellos de dos edificios,
inicialmente, de cuatro pisos cada uno y, luego, de diez pisos de altura, razón por
la que el 18 de junio del mismo año consiguió que la Oficina de Planeación
Municipal de dicha ciudad impartiera aprobación provisional al proyecto y el 18 de
septiembre siguiente celebró contrato de compraventa e instalación de los
ascensores que funcionarían en la primera torre que iba a ser levantada.
2.1.2. Debido a que días más tarde el Gobierno Nacional suspendió la importación
de ascensores, se paralizó el referido proyecto y el nombrado actor, “ante la
necesidad de una mejor administración de los bienes familiares (…)”, aprovechó
tal circunstancia para constituir con sus hijos la sociedad Iván Tarud y Cía. S. en
C., lo que hizo mediante la escritura pública No. 3740 del 31 de diciembre de 1984.
2.1.3. Dicha sociedad, luego de desarrollar con gran éxito un conjunto vacacional
en dos lotes de terreno que previamente había adquirido en la ciudad de Santa
Marta, compró, por una parte, al señor Tarud María, los predios de la carrera 52
Nos. 74-89 y 74-125 de Barranquilla; y, por otra, a la familia Marimon de Newman,
el lote intermedio entre ellos, distinguido con el No. 74-107 de la misma carrera, lo
que efectuó con las escrituras públicas Nos. 230, 237 y 348 de la Notaría Segunda
de esa capital, fechadas los días 6, 9 y 19 de febrero de 1987.
2.1.4. Con la titularidad del dominio de los tres predios ubicados sobre la carrera
52, la sociedad aquí demandante adecuó los planos iniciales para construir allí, ya
no dos, sino tres torres de diez pisos cada una y luego de que el Gobierno
Nacional levantó la prohibición de importar ascensores reactivó el proyecto, que
denominó “TEQUENDAMA I, II y III”, mediante la elaboración del presupuesto, que
en costos ascendió a $618.163.302.00 y en utilidades a $880.648.698.00, “con la
posibilidad de incrementarlas en más del 25%, en vista de que los precios de venta
que se estaban dando en la época, eran comercialmente bajos, lo que resultaba
muy atractivo en el tiempo que se tenía proyectada la venta total”.
2.1.6. “Al sacar copia de las escrituras de las propiedades ubicadas en la carrera
52 Nos. 74-89, 74-107 y 74-125, lo mismo que los folios de las matrículas
inmobiliarias de cada una de ellas ante la Oficina de Registro de Instrumentos
Públicos para demostrar la titularidad y la tradición actualizadas de estos
inmuebles, aparecieron afectadas las matrículas inmobiliarias CON LA
INSCRIPCIÓN DE LA DEMANDA DE UN PROCESO ORDINARIO DE ACCIÓN
PAULIANA PROMOVIDO POR EL BANCO DE BOGOTÁ CONTRA IVÁN PEDRO
TARUD MARÍA E IVÁN TARUD S. EN C., (…), RADICADO EN EL JUZGADO
ONCE CIVIL DEL CIRCUITO DE ESTA CIUDAD”, inscripción que se verificó “el 12
de diciembre de 1987”.
2.1.7. Como consecuencia de esa circunstancia, por una parte, los asesores
jurídicos de la sociedad demandante “le aconsejaron abstenerse de presentar la
documentación de los proyectos de construcción de TEQUENDAMA I, II Y III, ya
que dos (2) de los inmuebles en donde se iban a construir las tres (3) torres
estaban afectados por el registro de la demanda ordinaria de acción pauliana (…),
lo que tendría como consecuencia el rechazo de la PROTOCOLIZACIÓN del
REGLAMENTO DE LA PROPIEDAD HORIZONTAL y, por ende, [haría] imposible
realizar la venta, fuera anticipada o terminada, de los locales comerciales y
oficinas, ya que la demanda inscrita aparecería en todos los certificados o
matrículas inmobiliarias de los inmuebles a venderse y los compradores se
abstendrían de negociar”; por otra, en el supuesto de que se otorgara el permiso
para la construcción y se realizara la enajenación de las correspondientes
unidades inmobiliarias, la sociedad actora sería responsable “de todos los daños y
perjuicios” que se ocasionaran a los potenciales compradores; y, por último, se
paralizó el desarrollo del referido proyecto arquitectónico.
2.2.5. “Se puede apreciar y comprobar el SEGUNDO DAÑO QUE POR CULPA
ÚNICA DEL BANCO DE BOGOTÁ con su acción temeraria y de mala fe, con
su acción dañosa y gravosa, además de d i l a t o r i a y a CONCIENCIA
durante el proceso ordinario de Acción Pauliana contra IVÁN PEDRO TARUD
MARÍA e IVÁN TARUD S. EN C., ITAR (…), por medio del cual trabaron y
sacaron del comercio estos inmuebles ubicados en la Carrera 52 entre calles
74 y 75 donde se iba a desarrollar en los años 1987 y 1988 la construcción de
las tres (3) torres llamadas TEQUENDAMA I, II y III, obras que desde ese
momento -Noviembre 12/87- fueron F R U S T R A D A S por C U L P A del
BANCO DE BOGOTÁ y seis (6) años después de vencido el demandante en
SENTENCIA DEFINITIVA, éste LE I M P I D I Ó, LE F R U S T R Ó, AHORA SÍ
EN FORMA TOTAL, LA REALIZACIÓN DE DICHO PROYECTO
TEQUENDAMA I, II y III, AL NO PODERSE CONSTRUIR EDIFICIOS DE MÁS
DE C U A T R O (4) PISOS, CAUSÁNDOLE INMENSOS Y
MULTIMILLONARIOS DAÑOS ECONÓMICIOS A IVÁN TARUD S. EN C.,
ITAR (…)”.
d. Los bienes puestos a disposición por el Juzgado Once Civil del Circuito de
Barranquilla, avaluados en $2.093.815.00.
2.3.4. Pese a la plena verificación por parte del aquí demandado de los hechos
señalados precedentemente y de que en la sentencia de primera instancia con
la que se desestimó la acción pauliana de que se trata se admitió, con total
claridad, ese estado de cosas, el Banco apeló dicho fallo, impugnación que
ratifica su “excesiva temeridad y mala fe”, así como su “inten[c]ión, (…), de
causar daño, como efectivamente lo causó”, conforme lo señaló la
Sala Civil del Tribunal Superior de Barranquilla al desatar la memorada alzada,
según se infiere de los pasajes de ese pronunciamiento que se reprodujeron.
3. Admitida que fue la demanda por auto del 13 de octubre de 1994, según mención
contenida en la audiencia de reconstrucción del expediente verificada el 13 de
mayo de 2003 (fls. 283 y 284, cd. 27), se surtió su notificación personal y se corrió
traslado de dicho escrito al banco accionado, a través de comisionado, en
diligencia cumplida el 11 de enero de 1995 (fl. 72, cd. 3).
1.2. Respecto del abuso del derecho, estimó que, en Colombia, la teoría en que se
sustenta tuvo origen en la jurisprudencia emitida en la “segunda parte de la década
de 1930”; que transcendió “el campo del derecho civil para ubicarse también en el
ámbito comercial, administrativo e, inclu[so], hace parte ya de los derechos
fundamentales del hombre”; que en torno de este instituto jurídico subsisten dos
teorías: la subjetiva, que cimenta su ocurrencia en la “[i]ntención de causar
perjuicio (animus nocendi)”; y la objetiva, que radica su existencia en “un
manifiesto ejercicio anormal o irregular de un derecho subjetivo o sea cuando se
actúa de forma contraria a la función económico-social inherente a cada derecho
subjetivo”.
1.3. Señaló que puede darse el abuso “en el ejercicio de litigar”, cuando se “actúa
con temeridad o de mala fe”, como por ejemplo cuando se formula “denuncia
temeraria” o “demanda civil infundada” o se pide “un embargo desproporcionado
de los bienes del demandado”, sin desconocer, claro está, “que la interposición de
acciones judiciales, no significa por sí sol[a] que se configure la teoría del abuso
del derecho y consecuentemente que se produzca indemnización de perjuicios”.
2.1. En torno de la primera, estimó necesario que se hubiera demostrado que “el
actor tenía certeza o por lo menos cierto temor respecto de la solvencia del deudor
demandado en acción pauliana”, para el momento en el que ejercitó dicha acción.
Advirtió que “el hecho de existir un proceso ejecutivo entre las partes, unas ventas
de bienes y la existencia de otros procesos ejecutivos, que buscaban la
persecución de los bienes al demandado, hacen presumir un real temor de
insolvencia”.
2.3. En lo tocante con la falsedad del pagaré que sirvió de base al proceso
ejecutivo seguido entre las partes y que antecedió al ordinario contentivo de la
acción pauliana, el sentenciador de segunda instancia puso de presente que la
Sala de Casación Penal de esta Corporación casó el fallo condenatorio proferido
por la Sala Penal del Tribunal Superior de Barranquilla y que la Corte “absolvió al
sindicado por encontrar pruebas de que él fue ajeno a la liquidación del crédito y al
llenado de los espacios en blanco del título” y porque “tampoco evidenció de que
obrara dolosamente al ordenar la presentación de la demanda ejecutiva”.
Con tal fundamento concluyó que “no es sostenible la imputación de que la acción
pauliana se ejerció de manera abusiva dado que el pagaré con [el] que se inició la
acción ejecutiva era falso, ilícito, porque lo demostrado fue todo lo contrario. Y así
lo [acredita] el que en segunda instancia fuera revocada la sentencia ejecutiva,
disponiendo continuar la ejecución; la Corte en Sala Penal no juzgó punibles los
hechos fundantes de la denuncia penal revocando la sentencia del Tribunal y en
acción de tutela, como [en el] recurso de revisión, nada se admitió al respecto”,
aserto este último que sustentó con transcripción parcial de la sentencia T-022 de
2005 de la Corte Constitucional.
Agregó que “la solicitud de cautela[s] no genera, per se, una actitud dolosa”,
menos cuando son diversos los créditos cuya satisfacción se pretende
ejecutivamente; que la circunstancia de excederse el acreedor en la persecución
de los bienes del deudor “no presupone dolo o culpa, sino que para ello debe
demostrarse que [aquél] asum[ió] una actitud de resistencia a la solicitud de
reducción”; que el Código de Procedimiento Civil “brinda los mecanismos idóneos
para obtener [la] limitación de cautelas”; y que, por consiguiente, “aún probada la
existencia de exceso de medidas cautelares, de ese hecho, per se, no se deduce
conducta abusiva o dolosa, porque la licitud inicial no ha sido desvirtuada en el
presente proceso de responsabilidad”.
3.1. El daño indemnizable debe ser cierto, lo que no acontece “si las
consecuencias del hecho dañoso no existen realmente o no son lógicas,
necesarias, sino simplemente posibles, contingentes o hipotéticas”.
3.2. “(…) quedó plenamente probado, y aún admitido por la parte actora, que el
proyecto aprobado el 18 de junio de 1984 lo conforman 2 edificaciones de 4 pisos
cada un[a] A.P. 63; anteproyecto que no incluye la modificación posterior, esto es,
proyección a diez pisos (A.P. 116), y menos las tres torres [de] diez pisos cada una
(proyecto TEQUENDAMA I, II, III)”.
3.5. Según se desprende del dictamen pericial presentado por los señores Javier
Juviano y Samy Segerbe Habibe, “la aprobación provisional no daba lugar a
construir, puesto que tenía una vigencia de 6 meses; lo que nos lleva a concluir
que la construcción cuya proyección son 4 pisos, A. P. 63, era el único que estaba
autorizado o aprobado en cierta medida”.
3.6. En lo que hace referencia a los dineros que la sociedad actora sufragó por
concepto de honorarios profesionales a los distintos abogados que la
representaron en los procesos que se adelantaron en su contra, no procede
aceptarlos como perjuicio indemnizable, como quiera que “fue un asunto propio de
dichos procesos” y “no es dable revivir un asunto concluido”.
3.7. “(…) tampoco se probaron los daños morales, razón por la cual el juez a quo
declaró improcedente[s] tales rubros, traducido todo en [los] numeral[es] tercero y
cuarto de la providencia objeto de esta apelación, posición que esta Sala
mantendrá”.
4.1. Se trata de “la relación o vínculo que debe existir entre el hecho y el
correspondiente daño”, la que está sometida a “la tesis de la equivalencia de las
causas, en virtud de la cual se hace responsable a todo aquel que haya ejecutado
un hecho o conducta que tenga influencia en el resultado, pero no como simple
condición sino que alcance la categoría de causa. Esto significa que todo aquel
que concurra con alguna causa importante en el resultado, es
responsable civilmente”.
4.2. Los actores admitieron que el proyecto arquitectónico en cuestión, “no se pudo
construir en virtud de la prohibición que estableció el gobierno en [la] importación
de ascensores, argumento que no se acepta, teniendo en cuenta que la edificación
aprobada era para 4 pisos (A.P. 63)”.
3.1.1. Luego de señalar que el ad quem sostuvo que “la acción pauliana procede
ante el mero hecho de que el acreedor tema una insolvencia de su deudor”, el
impugnante destacó que como éste “conserva la libre disposición de sus bienes” y
el conjunto de ellos que integren o lleguen a conformar su patrimonio, son “prenda
de garantía” de todos los créditos a su cargo, tiene el deber “de no traicionar la
confianza del acreedor”, quien, a su turno, no puede “interferir” en las actuaciones
y negocios de aquél.
3.1.3. Así las cosas, el recurrente puso de presente que en tratándose de la acción
pauliana, “el detonante de todo es la insolvencia” o, con otras palabras, que el
contrato cuya revocatoria se solicite sea el motivo “de la situación ruinosa del
deudor; ya porque con clara causalidad generó la insolvencia en que no se hallaba
antes del contrato, ora por cuanto sin suscitarla propiamente, lo que hizo fue
empeorarla”.
3.1.4. Añadió que “la insolvencia se caracteriza porque el deudor está incapacitado
económicamente para satisfacer el interés de su acreedor”, debido a que “en su
patrimonio el activo es inferior al pasivo que soporta” y que, por lo tanto, su
ocurrencia “tiene que ser un hecho cumplido y consumado”, ya que si no fuera así,
sería “imposible predicar que un acreedor está perjudicado” o, lo que es lo mismo,
que “mientras el activo supere el pasivo del deudor, el acreedor carece de interés
para dolerse”.
3.1.5. Estimó que, “[e]n rigor, la insolvencia que no haya llegado, no es tal”; que
“en estas materias el empobrecimiento del deudor ha de ser algo esplendente y
rechaza por ende todo atisbo de duda”; que “no hay sitio para las insolvencias más
o menos reales”, ni para las “imaginadas, supuestas, columbradas, conjeturadas” o
“insinuadas”; que “[n]i siquiera las inminentes tienen virtualidad a ese propósito”; y
que además de ser real y verdadera, la insolvencia del deudor debe ser “actual y
contemporánea con la demanda pauliana”, pues su promotor, en ese preciso
momento, “debe estar perjudicado con el acto o contrato que celebró el obligado”,
como quiera que si, “como está dicho, el perjuicio enfunde directamente de la
insolvencia del deudor, es apodíctico que asimismo la insolvencia pretérita o futura
care[zca] de relevancia para dichos efectos”, en la medida que “por mal que haya
estado el deudor en el pasado, si ya no lo está, jamás podrá tener hoy perjudicado
al acreedor; ni que agregar con relación a la eventual que llegare a presentarse
con posterioridad al juicio, respecto de lo cual, bien vale decirlo, nadie podría
asegurar, libre de duda, que la insolvencia futura estará signada por el fraude”.
3.3. Error de hecho por preterición de las restantes pruebas con las que, en
concepto del censor, se acreditó el comportamiento temerario del Banco en el
ejercicio de la acción de cobro:
b. Que todas fueron decretadas mediante auto del 30 de junio de 1987, obrante a
folio 6 del cuaderno No. 2.
c. Y que, “según los peritos del juicio pauliano, lo embargado tenía un valor diez
veces mayor que el crédito cobrado”.
3.3.2. En ese orden de ideas observó, por una parte, que no obstante que la
entidad aquí demandada sabía que actuaba con base en un “supuesto pagaré”
e igualmente conocía las abundantes medidas cautelares en precedencia
relacionadas, promovió la acción pauliana y, en el interior de ella, solicitó la
inscripción de la demanda”; y, por otra, que consiguientemente, el banco
“inventó lo de la insolvencia de Iván Tarud”.
3.3.5. Añadió el impugnante que el ad quem, si bien apreció que “la acción
pauliana se adelantó a pesar de que en el proceso ejecutivo ‘se logró vincular
bienes del demandado en demasías’”, estimó “que tal circunstancia no revela
dolo o culpa; y que dolo o culpa habría si el ejecutante se hubiere resistido a
una solicitud de reducción de embargos”, postura que calificó de “bastante
peligrosa”, toda vez que entraña que el proceder descuidado del ejecutante al
“solicitar cuanto embargo se le ocurra”, “no merece reproche” si el ejecutado
no se queja y, específicamente, solicita “reducción de embargos”, salvo que
aquél se oponga a dicha petición, es decir, que “[e]l fundamento de la
responsabilidad en tal caso estaría, no en el actuar liviano e imprudente del
ejecutante”, sino en la oposición a la queja del deudor, planteamiento que, por
una parte, desconoce “uno de los principios rectores de proceso ejecutivo, cual
es que al deudor se le cause el menor sacrificio posible” y, por otra, “fomenta el
criterio de que es lícito herir con tal de que luego el ejecutante acceda a la
reducción de embargos”.
3.3.6. El censor, al cierre de este segmento del cargo, señaló que la conclusión
del Tribunal de que la conducta del banco no fue dolosa, ni siquiera culposa,
obedeció a que “pretermitió toda la secuencia procesal que tanto del proceso
ejecutivo como del pauliano quedó relatad[a] atrás; esto es, que cometió
gravísimos errores de hecho al no ver todas y cada una de aquellas
probanzas, que una a una fueron detalladas en párrafos anteriores. (…). El
resultado desastroso de todo ello, es que el banco logró el siniestro cometido
que lo inspiraba: bloqueó a los demandantes durante todo el tiempo de la
inscripción de la demanda que se prolongó desde el 23 de diciembre de 1987
hasta el 9 de noviembre de 1993 (folio 7, cuaderno 22)”.
3.4.2. Con ese entendimiento, adujo que, por consiguiente, “no cabe imaginar
cómo fue el tribunal a dar en la ausencia de daño”, porque “sin entrar en tantas
disquisiciones, cuando un proyecto económico tiene bastante probabilidad de
realización, significa que dentro de una marcha natural de las cosas, acabaría
convirtiéndose en realidad; por lo tanto, si resulta truncado por la acción de
otro, eso debiera bastar para establecer la responsabilidad civil. Traduce todo
que el tribunal se desentendió de desgajar la necesaria consecuencia de que
el proyecto de construcción de marras, reunía las condiciones objetivas para
que efectivamente se cristalizara”.
3.4.4. Trajo a colación, además, que “el sentenciador dio en añadir que el
proyecto inicial, el de los cuatro pisos, [fue] el único que había obtenido
aprobación. Y si bien agregó que autorizado estaba ‘en cierta medida’, ¿qué
quiso dar a entender con ello? ¿Acaso que por contar con licencia, así fuera
provisional, la situación era distinta de aquel otro proyecto? ¿Y si era distinta,
cómo es que no profirió sentencia indemnizatoria, en relación con ese
específico daño? Es imposible establecer el sentido de ese discurrir. Ni por
modo es acertado pensar que por ser un daño inferior, el tribunal sea del
criterio que en casos así la solución es absolver al demandado y no dictar la
sentencia correspondiente, sin saberse entonces a qué cesto ech[ó] el inciso
tercero del artículo 305 del código de procedimiento civil, que, como es
conocido, autoriza la sentencia infra petita”.
3.5. Errores fácticos relacionados con la inexistencia del nexo causal, que
predicó el Tribunal.
3.5.1. Con fundamento en que el ad quem aseguró, por una parte, que “el
proyecto inicial, el de los cuatro pisos, no se realizó por la imposibilidad de
conseguir ascensores, ante la prohibición legal de entonces”, y, por otra, que
ese “es un daño que no sería atribuible al demandado”, por provenir de “un
acto de autoridad”, el casacionista memoró que dicha prohibición fue temporal
y que luego de levantada, “se reactivó la idea de construir en dichos lotes y al
hacerse las gestiones pertinentes, se encontró que sobre tales inmuebles
había sido inscrita una demanda ordinaria”, la de la acción pauliana, cautela
que “aborta todo proyecto de construcción”, como quiera que “en tales
condiciones construir ya no se debe, porque como se verá en seguida [ella]
arruina toda posibilidad de éxito”.
3.5.3. Se ocupó luego de la premisa expuesta por el ad quem, relativa a que “si
para el año 1993 no se permitían en el sector edificaciones de diez pisos, ello
no fue consecuencia del ‘registro de la demanda’, dizque porque se trata de
una cuestión que debió preverse”, planteamiento que, en criterio del
impugnante, deja al descubierto el indebido concepto que en cuanto a lo
previsible aplicó dicha autoridad, al punto que el “terremoto, la avenida y el
rayo, que son cuestiones que normalmente escapan a toda previsión humana,
no constituirían causa extraña a los ojos del Tribunal de Barranquilla, no más
porque jamás podría descartarse la posibilidad de que sobrevengan”, por lo
que le reprochó haber exigido “la previsión de leyes, decretos y reglamentos”,
puesto que ese hecho escapa al “ser humano común y ordinario”, sin que, por
lo tanto, los aquí demandantes hubiesen podido precaver la reglamentación
que prohibió la construcción de edificaciones de diez pisos en el sector donde
se encuentran ubicados los lotes en los que pensaba levantarse el proyecto de
que aquí se trata.
3.5.4. Le imputó al Tribunal la comisión de nuevos errores de hecho, por no
haberse fijado en todas las circunstancias que servían para establecer el nexo
de causalidad que echó de menos, que son consecuencia de la preterición de
las pruebas que las acreditaron, como pasa a relacionarse:
a. Los actores “no son personas que a la hora de nona quieran mostrarse como
constructores”, según se desprende de las siguientes circunstancias:
- Los “planos de tres años después, marzo de 1987, folios 153, 154, 162, 163
(éste de enero de 1993), 165 (octubre de 1987), y otros más que están a folios
180 a 198 del mismo cuaderno”.
- Los planos de septiembre de 1984, que obran del folio 205 al 207, suscritos
por el arquitecto Oswaldo Borrero G., con matrícula 11206 del Atlántico, “y así
hasta el folio 218”.
- Las gestiones de que dan cuenta los documentos militantes a folios 98, 114 y
115 del cuaderno No. 6, “en el último de los cuales aparece el sello de
Planeación que dice ‘usos permitidos: comercio y vivienda’, con índices de
construcción”.
3.5.5. Añadió que “la reiniciación del proyecto tuvo ocurrencia antes de [la]
inscripción” de la demanda, “según dan cuenta, verbigracia, los planos de
marzo de 1987 ya referidos, al paso que la medida cautelar data de diciembre
de esa anualidad”.
3.6. Violación directa de los artículos 17 del Código Civil y 690 del Código de
Procedimiento Civil, habida cuenta que el ad quem desconoció “el significado,
alcance y efectos de la inscripción de la demanda como medida cautelar”.
3.6.1. Con pie de apoyo en los citados preceptos, el censor expuso que es
excepción al principio de “la relatividad de los fallos judiciales” la medida
cautelar de inscripción de la demanda en los procesos ordinarios, como quiera
que el artículo 690 del Código de Procedimiento Civil establece que quien
adquiera el bien sobre el que pesa dicha cautela, “estará sujeto a los efectos
de la sentencia de acuerdo a lo previsto en el artículo 332. Si sobre aquéllos se
constituyen gravámenes reales o se limita el dominio, tales efectos se
extenderán a los titulares de los derechos correspondientes”.
3.6.2. En opinión del recurrente, “hoy por hoy hay pronunciamientos de jueces
que rebasan los linderos subjetivos del proceso, porque entonces
las sentencias que se dicten en aquellas condiciones alcanzan aun a los
terceros, quienes no fueron parte en el proceso. (…). Siendo así, cabe decir
que la inscripción de la demanda pesa como plomo, y lejos de ser aderezo
para los inmuebles, causa en cierto sentido su fallecimiento comercial”. Es que,
añadió, los efectos de la cautela “no desaparecen con sólo decir y saber que
los bienes, pese a la medida, continúan en el comercio; el caso es que la
circulación que aún conservan es bastante precaria y bamboleante”.
3.6.3. En tal orden de ideas, estimó que fue errada la consideración del
Tribunal consistente en que “no fue el registro de la demanda lo que truncó el
proyecto, y que más se debió a que los demandantes fueron malaconsejados
en cuanto a que no continuasen con la obra. Con que hubiera conocido
siquiera ese demoledor efecto de la inscripción de la demanda, no habría
hablado con tanta desdicha, y acaso estuviéramos ante un resultado distinto
de la litis. La razón lo abandonó”.
3.6.4. Al final, solicitó a la Corte que “en su misión de guiar y unificar la
jurisprudencia nacional, aclare al tribunal de Barranquilla, y a otros que pudiera
estar así de equivocados, la genuina inteligencia de esa medida cautelar.
Porque lo que dijeron los magistrados en la sentencia impugnada, viene a
confirmar la poca ilustración que existe en el punto: en efecto ya es opinión
que todo acaba con simplemente repetir y recitar que la inscripción de la
demanda ‘no saca los bienes del comercio’”, prédica que constituye “una visión
recortada del asunto”.
CONSIDERACIONES
I. Observación Preliminar. Falta de interés por parte del demandante señor Iván
Pedro Tarud María.
4. Ahora bien, como se desprende del compendió que del único cargo introducido
en casación se dejó atrás consignado, la impugnación extraordinaria busca el
derrumbamiento del fallo del ad quem para que, en definitiva, se impongan al
banco, sin distingos, las condenas pedidas en el libelo introductorio, por lo que
es pertinente deducir la falta de interés del citado actor en la formulación de
dicha acusación, toda vez que si se dispusiera el quiebre de la sentencia del
Tribunal, la Corte, en sede de segunda instancia, no podría modificar la
negativa mencionada, debido a que, como viene de observarse, el señor Tarud
María no la apeló.
1. Desde los albores del siglo pasado, en la mayoría de las naciones del mundo
occidental, se consolidó la tesis jurídica según la cual, cuando del ejercicio de
los derechos subjetivos se trata, dado el carácter relativo que en general tienen
las prerrogativas que el ordenamiento jurídico reconoce, su titular no puede
actuar arbitrariamente, con exceso o con desconocimiento tanto de los
derechos ajenos, como de los límites y finalidades que los propios suponen,
toda vez que si así procede y con su obrar ocasiona daño a otro, está obligado
a reparar los perjuicios que de tal modo haya provocado.
En sentencia que, por su elocuencia, bien vale reproducir a espacio, esta Sala
de la Corte, sobre el particular, expuso recientemente lo siguiente:
“Siguiendo por ese rumbo, la jurisprudencia francesa, en varios fallos que sin
duda vienen a ser en este tema antecedentes de marcada importancia (de las
Cortes de Colmar y de Lyon, entre otros), empezó a bosquejar la que ha sido
denominada teoría del abuso del derecho, cuya línea más general propugna
porque el titular de una facultad la ejerza con la diligencia y el cuidado
necesarios para no conculcar con su actividad los derechos de otros. Y de esa
forma, la jurisprudencia patria, tras los derroteros trazados por el citado
Josserand, ha producido también un abigarrado conjunto de decisiones en las
cuales plasmó su criterio con relación a esa doctrina, a tal grado que ha
auspiciado la interpretación y la integración legal teniendo en mira siempre la
idea de evitar la posibilidad de que los ciudadanos utilicen sus derechos para
agredir los ajenos.
“La señalada tesis del abuso representa, pues, una respuesta de avanzada
frente a la tendencia que consideró los derechos desde una marcada
perspectiva individual y egoísta, fruto del formalismo legal y del absolutismo
jurídicos reinantes, de manera que con ella los derechos comenzaron a
adquirir una connotación y un significado claramente sociales, impregnados de
un carácter solidario ajeno a aquella visión existente en un principio.
“Y la Corte, mediante especial esfuerzo por actualizar las normas a las nuevas
realidades, comenzó a mirar con un sentido amplio y extraordinario los
principios generales y, en esa tarea, moldeó la doctrina de la relatividad de los
derechos, en la que de la interpretación literal de los textos legales, empezó a
extenderla a una hermenéutica funcional apoyada en los mencionados
principios y valores. Fue así como sostuvo, a modo de hito inconfundible, cómo
los derechos subjetivos, en la medida en que ‘…son dados para la sociedad, a
la cual sirven, más que al individuo… no son absolutos, sino relativos…’, razón
en la que se apoyó para, a renglón seguido, manifestar que consecuentemente
deben ‘…ejercitarse dentro del plano de la respectiva institución, conforme al
espíritu que los inspira…’ ( G. J., t. XLVI, pág. 60), puesto que si bien era cierto
que ellos merecían todo el respecto, también lo era que no podrían
considerarse ‘…absolutos…’, y ‘…que el ejercicio de todo derecho tiene por
límite el derecho ajeno…’ (G. J., t. XV, pág. 8).
“Una vez asimilada y aplicada la doctrina del abuso del derecho, fundada en
los antecedentes de los actos de emulación y en las inmisiones, empezaron a
brotar, como sucedáneas, la visión subjetiva, afincada en la necesidad de
intención dañina o por lo menos de imprudencia o descuido en la conducta,
para que pudiera advertirse el fenómeno, y la objetiva, apoyada en la
presencia del exceso o anormalidad en la ejecución del respectivo derecho,
tesis ambas que terminaron siendo aceptadas en una especie de postura
ecléctica, de conformidad con la cual se incurriría, en cualquiera de los dos
casos, en el fenómeno que se viene tratando, pues en una u otra situación
emergería el desafuero siempre que el titular del respectivo privilegio causara
menoscabo por razón de su designio dañado, ora por virtud de la simple
negligencia, ya porque desbordase sus límites, lo ejerciera de manera anormal
o merced a que lo practicara en forma diversa a la función para la cual fue
establecido.
“El abuso del derecho, en todo caso y con independencia de la teoría objetiva
o subjetiva que se predique haberle dado origen, en cada situación concreta y
según las circunstancias fácticas que lo rodeen, se caracteriza entonces
fundamentalmente por la existencia, ab initio, de una acción permitida por una
regla, sólo que, por contrariar algún principio de trascendental connotación
social, como la moralidad del acto, la buena fe y otros semejantes, termina
convirtiéndose en una conducta del todo injustificada y, por contera,
constitutiva de un perjuicio.
“Fue así como, concordante con esas directrices ideológicas que circulaban en
el mundo, la Corte entendió también que el abuso de los derechos no se
presentaba únicamente en la esfera particular del dominio, sino en otros
escenarios, y por ello adujo que ‘…la responsabilidad civil por abuso de
derechos subjetivos, generalmente en nada se separa de los lineamientos
principales de la culpa aquiliana, o de la contractual en su caso…’ (G. J.. t.
CXLVII, pag. 82), aserción mediante la cual reafirmó la entrada que le había
dado en el campo propio de los contratos, desde cuando, casi un siglo antes,
en sentencia de 6 de diciembre de 1899 (G. J. XV, 8), encontró posible su
ocurrencia siempre que se abusara de los derechos emanados de los
acuerdos de voluntades.
“…
“(…) De conformidad con el artículo 830 del Código de Comercio ‘el que abuse
de sus derechos estará obligado a indemnizar los perjuicios que cause’. Con
esta norma surge indiscutible cómo sin ambages ni dubitación el ordenamiento
dio carta legislativa a la figura y, con ello, ofreció cabida a la reparación de los
daños originados en la actividad del titular que ejerciera sus derechos en forma
excesiva, anormal, dolosa o culposa, ora en la práctica de una prerrogativa
desvinculada de toda conducta convencional y de la nacida de un contrato.
“Asimismo, el numeral 1° del artículo 95 de la Constitución Política de
1991 estableció que constituye deber de todas las personas y de todos los
ciudadanos ‘[R]espetar los derechos ajenos y no abusar de los propios’; con lo
que, cual es fácil de apreciar, el ordenamiento jurídico encontró necesario
adoptar y respaldar el postulado hasta entonces examinado y definido desde la
doctrina y la jurisprudencia, para, ante la magnitud e importancia en los
tiempos que corren, consagrarlo como un deber cuya raigambre se halla en la
misma concepción constitucional, demostración palmaria del interés
sobresaliente que encuentran hoy el Estado y la sociedad en ese principio.
Esto es, no quieren ellos que el ejercicio de los derechos propios sea pretexto
para que los ajenos deban ceder ineluctable e injustificadamente, como quiera
que las atribuciones de cada ciudadano deben ser practicadas dentro de sus
precisos linderos, sin intromisión en las órbitas extrañas y sin violación de los
intereses correspondientes a los demás” (Cas. Civ., sentencia del 16 de
septiembre de 2010, expediente No. 11001-3103-027-2005-00590-01).
4. Así las cosas, es pertinente concluir que el ejercicio adecuado de los derechos,
esto es, el que se ajusta a los propósitos y límites que su propia naturaleza les
impone, teniendo en cuenta para ello los parámetros que el ordenamiento
jurídico vigente, con la Constitución Política a la cabeza, establezca, no es, ni
puede ser, objeto de reproche, así otras personas resulten afectadas -ejercicio
legítimo del derecho-, razón por la cual la responsabilidad civil por abuso del
derecho surge, como se ha reseñado, por el contrario, de los daños que su
extralimitación, desviación o desbordamiento ocasione a otras personas.
3. Empero, como acontece con todos los derechos subjetivos, según ya se indicó,
el de acudir a la administración de justicia tampoco es absoluto o irrestricto. La
libertad que tienen las personas, por una parte, de acceder a ella y, por otra,
de que, consiguientemente, puedan solicitar al Estado el reconocimiento y la
protección de sus derechos, no significa que les sea dable acudir al aparato
jurisdiccional para hacer efectivas sus prerrogativas cuando proceden con
temeridad o mala fe.
Es que el ejercicio del referido derecho está sometido, a su vez, a una serie de
deberes que, en lo fundamental, según se desprende del artículo
71 del Código de Procedimiento Civil, se condensan en que las partes y los
apoderados que las representen deben “[p]roceder con lealtad y buena fe en
todos sus actos” (num. 1º) y deben “[o]brar sin temeridad en sus pretensiones
o defensas y en el ejercicio de sus derechos procesales” (num. 2º),
disposiciones éstas que resultan complementadas con el artículo 74 de la
misma obra, que a la letra reza:
“(…) El artículo 2341 del C. Civil consagra el principio de que todo perjuicio
causado por dolo o culpa, obliga a su autor a cabal indemnización. No se exige
una determinada culpa para que surja la obligación de resarcimiento. Es
suficiente una culpa sin calificación, una culpa cualquiera, desde luego que no
es indispensable que el autor del daño haya actuado con intención positiva de
inferirlo o que se requiera, específicamente, que se le declare reo de una
determinada clase de culpa.
“(…) Ahora bien, como no son los mismos los elementos de la responsabilidad
por abuso de un derecho subjetivo o por el del empleo de vías de derecho,
necesario será advertir que, acogiendo en el punto lo que la doctrina francesa
sostiene sobre el abuso de estas últimas vías, el nuevo Código de
Procedimiento Civil (arts. 71, 72, 73 y 74), para deducir responsabilidad a los
terceros intervinientes, a las partes o a sus apoderados por los perjuicios que,
con sus actuaciones procesales, causen a su adversario o a terceros, exige
expresamente que esos actos sean fruto de la temeridad o de la mala fe.
“El principio general, consagrado en el artículo 2341 del C. Civil, relativo a que
quien ha inferido daño a otro, intencional o culposamente, así la culpa sea leve
o levísima, es obligado a la indemnización, es aplicable al campo del abuso del
derecho, pero sólo en tratándose del ejercicio de un derecho subjetivo.
Cuando, por el contrario, el abuso se ha realizado en la escogencia de las vías
de derecho, es decir, en el ejercicio de los derechos procesales seleccionados
para lograr la efectividad del derecho material discutido, entonces una culpa
cualquiera del litigante no genera necesariamente, en caso de darse los otros
elementos de la responsabilidad, la obligación de indemnizar. Desde luego que
en la actividad procesal la ley no exige una máximo de cuidado, una diligencia
suma, y como quiera que el contenido de las normas positivas no siempre
ofrece una sola interpretación, el legislador sólo ha impuesto a los litigantes el
deber de observar una conducta que excluya la mala fe y la temeridad,
circunstancias éstas que ley presume en los siguientes eventos, según lo
establece el artículo 74 precitado: ‘(…)’.
“Mas es lógico que esta lista de casos no excluye la existencia de otros en que
se haya actuado con mala fe o con temeridad. El catálogo copiado es de los
episodios en que legalmente se presumen esas circunstancias, pero ello no
quiere decir que no haya otros eventos en que se actúe de esa manera
perniciosa” (Cas. Civ., sentencia de 26 de enero de 1978, proceso de Karol
Fortich frente a Isaac Schuster; se subraya).
“De modo que perseguir bienes cuyo valor excede los límites establecidos por
la propia ley, sin que concurra alguna de las circunstancias de excepción que
ella misma indica, torna abusivo el ejercicio del derecho subjetivo establecido
por el art. 2488 del C. Civil, y como se dijo, compromete la responsabilidad de
quien así actúa, si con tal proceder causa un perjuicio y se le puede imputar un
comportamiento temerario o de mala fe, pues al fin de cuentas el abuso se da
en el empleo de las vías de derecho, es decir, en la actuación procesal, donde
no basta para dar por descontado el elemento subjetivo de la responsabilidad
personal, la culpa sin calificación alguna, sino una que haya sido fruto de la
temeridad o la mala fe (Cas. Civ. 27 de noviembre de 1998. Exp. 4909).
6. Siendo ello así, es dable inferir que los elementos estructurales de dicha
acción -la resarcitoria de los perjuicios causados por el abuso del derecho de
litigar- son aquellos que tanto la doctrina como la jurisprudencia tienen
definidos en todos los supuestos de responsabilidad civil extracontractual, con
los ajustes que corresponde, es decir, una conducta humana antijurídica, en
este caso, el adelantamiento de un proceso o la realización de un acto
procesal particular en forma desviada de su finalidad; un factor o criterio de
atribución de la responsabilidad, que en la referida hipótesis, como viene de
explicarse, solamente puede consistir en la temeridad o mala fe; un daño o
perjuicio, es decir, un detrimento, menoscabo o deterioro, que afecte bienes o
intereses lícitos de la víctima, vinculados con su patrimonio, con su esfera
espiritual o afectiva, o con los bienes de su personalidad; y, finalmente, una
relación o nexo de causalidad entre el comportamiento de aquel a quien se
imputa la responsabilidad y el daño sufrido por el afectado.
Así las cosas, para el obligado está proscrita toda actuación, en la que,
conociendo el mal estado de sus negocios, disponga de sus bienes y, como
consecuencia, provoque una desproporción tal de su patrimonio, que implique
que sus activos pasen a ser insuficientes para cubrir el pasivo que lo grava -
estado de insolvencia-, comportamiento que por comprometer la garantía de
sus acreedores, puede ser revisado judicialmente por petición de éstos para
efectos de obtener la revocación del respectivo acto, en la medida en que
el artículo 2491 del Código Civil les concede el “derecho para que se rescindan
los contratos onerosos, y las hipotecas, prendas y anticresis que el deudor
haya otorgado en perjuicio de ellos, siendo de mala fe el otorgante y el
adquirente, esto es, conociendo ambos el mal estado de los negocios del
primero”, así como “[l]os actos y contratos no comprendidos en el número
precedente, incluso las remisiones y pactos de liberación a título gratuito (…),
probándose la mala fe del deudor y el perjuicio de los acreedores”.
4. Del mismo modo se advierte que la señalada facultad concebida en favor de
los acreedores, no puede ser ejercida en frente de cualquier acto o contrato del
deudor que comporte la disposición de sus bienes, puesto que, como ya se
dijo, el vínculo obligacional no le sustrae tal prerrogativa, de donde los
negocios jurídicos que en tal sentido realice, por regla general, están excluidos
del reproche de sus acreedores, quienes, como es lógico entenderlo, al no
haber sido parte en los mismos, carecen de interés para cuestionarlos, de
conformidad con el principio res inter allios acta, que en el ámbito patrio se
infiere del artículo 1602 del Código Civil.
En fallo que data del 17 de abril de 1951 observó que “[d]os condiciones son
siempre necesarias para que la acción pauliana pueda ser ejercitada: A) Es
necesario que el acto cause un perjuicio al acreedor (eventus damni); B) Es
también indispensable que haya sido hecho en fraude de los derechos de los
acreedores (consilium fraudis). Cuando se trata de actos a título oneroso se
requiere una tercera condición: la complicidad del tercero en el fraude del
deudor”. En cuanto hace al primero de esos requisitos, seguidamente explicó:
“El perjuicio es la base de la acción; se desprende del principio ya señalado, de
que donde no hay interés, no hay acción. Por lo tanto, la acción pauliana
supone que el acto impugnado ha convertido al deudor en insolvente, o ha
aumentado su insolvencia anterior. De esto se desprende que los jueces
deben rechazar la acción dirigida contra un acto del deudor, aun cuando se
haya realizado con intención fraudulenta, si se deduce de las circunstancias
ampliamente apreciadas por el juzgador, que tal acto, aunque fraudulento, no
causa perjuicio alguno al acreedor” (G.J., T. LXIX, pág. 535; negrillas y
subrayas fuera del texto).
Del mismo modo, en fallo del 14 de marzo de 1984 la Corte sostuvo que “[e]sta
acción, que es eminentemente ética o moralizadora, como quiera que va
destinada a sancionar el fraude o mala fe con que actúan los deudores en sus
negocios jurídicos respecto de sus acreedores, se caracteriza por la
concurrencia de los presupuestos siguientes: a) que exista un crédito; b) que el
acto o negocio celebrado por el deudor haya propiciado o aumentado la
insolvencia del deudor y, por ende, produzca daño a los acreedores; c) que el
deudor al celebrar el acto lo haga en fraude de sus acreedores, el cual se da
cuando aquel tiene conocimiento del mal estado de sus negocios. (…). A los
anteriores requisitos y para el evento de que el acto celebrado por el deudor lo
sea a titulo oneroso, se suma el de la complicidad del tercero, o sea, que éste
esté de mala fe (consilium fraudis), pues si el acto es a título gratuito no se
requiere de esta última exigencia, porque aunque el tercero adquirente esté de
buena fe, si concurren los otros requisitos, procede la acción revocatoria (art.
2491 del C.C.)”. A continuación, en torno de la segunda de tales exigencias, la
Sala aclaró que ello acontece cuando el “pasivo patrimonial sea superior a su
activo” y que, por lo mismo, “se haya producido un desequilibrio entre el activo
y el pasivo del patrimonio del deudor que le impida pagar sus obligaciones. Si
el deudor es solvente o tiene bienes con que satisfacer la acreencia del actor,
la acción revocatoria no puede prosperar porque no se configura el eventus
damni y sin éste no hay interés en la acción. Y si a pesar de esta última
circunstancia el deudor resulta demandado, bien puede éste defenderse
exitosamente alegando y estableciendo que sus activos son bastantes o
suficientes para pagar la deuda que tiene contraída con el acreedor
demandante, esto es, formulando la excepción que la doctrina francesa
denomina de ‘discusión de bienes’, medio exceptivo éste que también puede
alegar el tercero adquirente” (G.J., T. CLXXVI, pág. 93; se subraya).
“En ese cometido, imprescindible deviene tener claro que el fraude pauliano no
se identifica con el dolo instituido como vicio del consentimiento de los actos o
contratos, ni con el dolo de la responsabilidad civil, contractual o
extracontractual. Por esto, el legislador patrio, siguiendo la tradición romanista,
en este específico caso tiene configurado el fraude cuando el deudor
‘conociendo’ el mal estado de sus negocios, ejecuta actos o contratos en
‘perjuicio’ de sus acreedores (artículo 2491 del Código Civil). Por lo tanto, no
es la simple demostración del ánimo preconcebido del otorgante lo que agota
la carga probatoria dicha, sino el discernimiento que tiene sobre el daño que va
a irrogar con el negocio, porque debido a los quebrantos patrimoniales que lo
aquejan, va a tornar nugatorio el derecho de tales acreedores.
1. Generalidades
1.1. En la demanda con la que se dio inicio al litigio, los actores solicitaron que
se condenara al banco accionado a resarcirles los perjuicios, patrimoniales y
extrapatrimoniales, que éste les ocasionó con el abuso del derecho de litigar
en que incurrió, al haber promovido en su contra el proceso ordinario (acción
pauliana) en el que solicitó la revocatoria del contrato de compraventa
celebrado entre ellos, recogido en la escritura pública No. 230 del 6 de febrero
de 1987, otorgada en la Notaría Segunda de Barranquilla, pretextando una
inexistente insolvencia del señor Tarud María, y porque en desarrollo del
mismo solicitó y obtuvo el decreto de la medida cautelar de registro de la
demanda, en los folios de matrícula inmobiliaria correspondientes a los dos
inmuebles objeto de la indicada enajenación.
1.4. En tal orden de ideas, pasa la Corte a estudiar las diversas acusaciones
según el orden en el que el ad quem analizó los señalados requisitos
axiológicos de la acción.
2. El factor de imputación.
2.2. Según señaló el censor, el ad quem en relación con cada uno de esos
planteamientos, para desestimarlos, en síntesis, expuso:
2.2.1. Frente al primero, que el mero temor a la insolvencia del deudor hace
viable que el acreedor reclame judicialmente la revocatoria de los actos por
medio de los cuales aquél se desprendió de alguno o algunos de sus bienes.
2.4.1. Denunció el quebranto recto del artículo 2491 del Código Civil, como
quiera que, según el genuino sentido del mismo, la razón de ser de toda acción
pauliana se encuentra en la insolvencia del deudor, entendida como la notoria
o sensible disminución de su activo patrimonial que irroga un perjuicio real,
cierto y actual al acreedor demandante por afectar la garantía general con que
cuenta para hacer efectivo su crédito, sin que, entonces, la insolvencia
pretérita y superada o la futura, esto es, la que se teme que sobrevenga,
habilite su válido ejercicio.
En el marco de esa perspectiva fue que el Tribunal, con apego a que como
en el momento en el que se inició el proceso por fraude pauliano, Iván
Pedro Tarud María, por una parte, había traspasado a la sociedad Iván
Tarud y Compañía S. en C. unos bienes de su propiedad; por otra, no
había solucionado el crédito que el mismo Banco de Bogotá le cobraba en
un proceso ejecutivo; y, adicionalmente, sus bienes eran perseguidos
cautelarmente por otros acreedores, en diversos procesos de similar linaje,
estimó que era posible admitir que la preocupación de la entidad aquí
demandada por una insolvencia del citado deudor era fundada, temor que
hizo “plausible” el ejercicio de la acción pauliana.
h. En tal orden de ideas, era pertinente colegir que la insolvencia del señor
Tarud María, que se adujo como fundamento cardinal de la acción
pauliana, así como la aseveración que se hizo para sustentarla, de que las
medidas cautelares solicitadas en el referenciado proceso ejecutivo que
cursaba en el Juzgado Sexto Civil del Circuito de Barranquilla resultaron
“inefectivas e inconducentes”, fueron afirmaciones no solo infundadas, sino
manifiestamente contrarias a la realidad, y que, por lo tanto, la proposición
de dicha acción fue un acto temerario del banco, de conformidad con lo
previsto en los numerales 1º y 2º del artículo 74 del Código de
Procedimiento Civil.
3. El daño.
3.1. En punto de los perjuicios cuyo resarcimiento fue aquí solicitado por la
sociedad actora, sea lo primero advertir que el “daño emergente” -pago de
honorarios profesionales- y el moral, fueron negados en la sentencia de
primera instancia, sin que ella la hubiese apelado.
Por consiguiente, el análisis que en virtud del cargo en estudio le compete a la
Corte, se circunscribirá al “lucro cesante” pedido en la demanda, consistente
en “las ganancias o beneficios” que la sociedad Iván Tarud y Cía. S. en C. dejó
de obtener, como consecuencia de haber perdido “la oportunidad” de “construir
las torres de diez (10) pisos que (…) había proyectado y presupuestado”.
3.4.3. Observó que si esa autoridad, al advertir que solamente fue en relación
con el proyecto inicial de construir dos torres de cuatro pisos cada una, que los
actores obtuvieron licencia provisional de construcción, quiso significar que
únicamente a esa idea original de negocio se concretó el daño, es inadmisible
que se abstuviera de acceder a la indemnización reclamada aunque fuera en
proporción al mismo, puesto que “[n]i por modo es acertado pensar que por ser
un daño inferior, el tribunal sea del criterio que en casos así la solución es
absolver al demandado y no dictar la sentencia correspondiente”.
Así las cosas, ningún poder se avizora en los referidos reproches para
ocasionar el quiebre de la sentencia combatida, como quiera que ellos no
inciden en la conclusión que dicho pronunciamiento contiene, en el sentido de
que el proyecto constructivo aludido era apenas una expectativa, en la medida
que, como ya se advirtió, se limitaron a tildar de errada la apreciación del
Tribunal relativa a que ningún daño se causa a quien se le impide avanzar en
una obra, mientras carezca de licencia definitiva para realizarla; a cuestionar al
sentenciador porque, pese a que estimó que el proyecto “TEQUENDAMA I, II y
III” era viable, no reconoció el carácter cierto del daño esgrimido por los
accionantes; y a señalar que el ad quem debió acceder a las pretensiones, por
lo menos, en cuanto hace al proyecto original de construir dos torres de cuatro
pisos cada una.
3.6. No obstante lo anterior, encuentra la Corte que el recurrente, al referirse al
elemento del nexo causal, se ocupó también del daño, lo que resulta admisible
por tratarse de uno de los extremos de dicha relación, y allí denunció los
errores fácticos que pasan a indicarse:
3.6.1. El Tribunal pasó por alto que los actores eran constructores, porque no
vio las pruebas con las que se acreditó, por una parte, que ellos realizaron los
proyectos “Cipreses”, a través de la sociedad Incolsa Ltda., y “Bello Horizonte”;
y, por otra, que ese era el objeto de la sociedad demandante.
3.6.2. Ignoró los actos realizados por los accionantes en procura de desarrollar
el proyecto “TENQUEDAMA I, II y III”, así: la adquisición de los terrenos donde
se iba a levantar el mismo; la autorización provisional dada a la iniciativa
original -construir dos edificios de cuatro pisos cada uno-, otorgada el 18 de
mayo de 1984; los planos elaborados tanto en 1984 como en 1987 por Isabel
Salcedo y Oswaldo Borrero; las gestiones de que dan cuenta los documentos
de folios 98, 114 y 115 del cuaderno No. 6; y la cotización y el contrato para la
adquisición de ascensores.
3.7. Llegados a este punto, es necesario, en primer lugar, reiterar que el daño
es todo detrimento, menoscabo o deterioro, que afecta bienes o intereses
lícitos de la víctima, vinculados con su patrimonio, con su esfera espiritual o
afectiva, o con los bienes de su personalidad; en segundo término, recordar
que el perjuicio es, si se quiere, el elemento estructural más importante de la
responsabilidad civil, contractual y extracontractual, al punto que sin su
ocurrencia y demostración, no hay lugar a reparación alguna; y, finalmente,
insistir en que el daño indemnizable, debe ser cierto.
Respecto del perjuicio patrimonial, señala el artículo 1613 del Código Civil que
“[l]a indemnización (…) comprende el daño emergente y lucro cesante”; y
explica el 1614 de la misma obra, que la primera de esas modalidades, es “el
perjuicio o la pérdida” experimentada por la víctima, en tanto que la segunda,
es “la ganancia o provecho que [para ella] deja de reportarse”.
Al respecto, la Corte ha puntualizado que “el lucro cesante ha de concretarse
en la afectación de un interés lícito del damnificado a percibir una ganancia o
provecho, que ya devengaba o que habría obtenido la víctima según el curso
normal de las cosas o de las circunstancias del caso concreto, y que el citado
interés no es, ni puede ser, de naturaleza abstracta, sino que, se insiste, el
mismo ha de hacer referencia a la situación concreta y particular de la víctima”
(Cas. Civ., sentencia del 18 de diciembre de 2008, expediente No. 88001-
3103-002-2005-00031-01).
Es claro, entonces, que el lucro cesante sufrido por la víctima puede estar
constituido por la ganancia o el provecho cierto que dejó de percibir (actual); o
por la utilidad o el beneficio que, con un alto grado de probabilidad, esperaba
generar y que no habrá de producirse (futuro).
Es claro, entonces, que si, como se señaló, una cosa es no percibir una
ganancia y otra verse desprovisto de la posibilidad de obtenerla, el daño por
pérdida de una oportunidad acaece sólo en frente de aquellas opciones
revestidas de entidad suficiente que, consideradas en sí mismas, permitan
colegir, por una parte, que son reales, verídicas, serias y actuales, reiterando
aquí lo expresado por la Sala en el fallo precedentemente citado, y, por otra,
idóneas para conseguir en verdad la utilidad esperada o para impedir la
configuración de un detrimento para su titular, esto es, lo suficientemente
fundadas como para que de su supresión pueda avizorarse la lesión que
indefectiblemente ha de sufrir el afectado. Es decir, en compendio, debe
tratarse de oportunidades razonables.
Sobre esta temática, otros autores foráneos han observado que “[s]i bien lo
que daría el carácter de eventual sería la posibilidad de obtener la ganancia o
de evitar el perjuicio, hay, por otra parte, una circunstancia cierta: la
‘oportunidad’ de obtener la ganancia o de evitarse el perjuicio, y esa
oportunidad cierta se ha perdido por el hecho de un tercero, o a causa de la
inejecución de una obligación por el deudor. Si la probabilidad hubiese tenido
bastante fundamento, la pérdida de ella debe indemnizarse. (…). La
indemnización deberá ser de la chance misma, y no de la ganancia, por lo que
aquélla deberá ser apreciada judicialmente según el mayor o menor grado de
posibilidad de convertirse en cierta: el valor de la frustración estará dado por el
grado de probabilidad” (Bustamante Alsina, Jorge. “Teoría general de la
responsabilidad civil”. Ed. Abeledo-Perrot. Buenos Aires, pág. 179; se
subraya), e, igualmente, que “la chance perdida puede variar; pero, para ser
ella resarcible, debe necesariamente ser seria, objetiva y ponderable (…); la
pérdida de la chance es resarcible cuando importa una ‘probabilidad suficiente’
de obtener un beneficio económico que resulta frustrado por culpa ajena, no
siendo indemnizable si representa una posibilidad general y vaga” (López
Mesa, Marcelo J. “Elementos de la responsabilidad civil: examen
contemporáneo”. Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá; Biblioteca Jurídica
Diké, Medellín, 2009, págs. 134 y 137; destacado fuera del texto).
Es que así se acepte que la sociedad actora Iván Tarud y Cía. S. en C. tiene
por objeto principal, entre otros, “[l]a compra, venta, construcción,
administración y arrendamiento de bienes raíces, urbanos y rurales” (se
subraya), como se desprende de la escritura pública en la que consta su
constitución y del certificado de la Cámara de Comercio de Barranquilla
aportado para acreditar su existencia y representación legal; que ella era la
propietaria de los lotes ubicados en la carrera 52 Nos. 74-89, 74-107 y 74-125
de Barranquilla, según aparece en las escrituras públicas Nos. 230, 237 y 348
del 6, 9 y 19 de febrero de 1987, otorgadas todas en la Notaría Segunda de
Barranquilla; que mientras el señor Iván Pedro Tarud María fue el titular del
dominio de los predios primero y último atrás relacionados, obtuvo licencia
provisional para desarrollar en ellos el proyecto que inicialmente concibió y
contrató la adquisición de los ascensores que se instalarían en esas
construcciones; y que en desarrollo de la idea de construir en los tres
inmuebles indicados el proyecto denominado “EDIFICIO TEQUENDAMA
PRADO” se elaboraron los planos de folios 153 y 154 del cuaderno No. 2,
ambos de marzo de 1987, tales hechos no tienen la envergadura o entidad
suficientes para deducir de ellos que, ciertamente, ese proyecto habría de
convertirse en realidad, así la actora hubiese obtenido la licencia definitiva para
llevarlo adelante, cosa que, ciertamente, no ocurrió.
DECISIÓN
Magistrado Ponente
SC16669-2016
Radicaci�n n� 11001-31-03-027-2005-00668-01
ANTECEDENTES
A. La pretensi�n
Enrique Constant�n Jim�nez formul� demanda contra Jos� Enrique Fadul Estefan,
Mar�a Aurora Villalobos de Fadul, Carmen Luz, Camilo Enrique, Jorge Mauricio Fadul
Villalobos y Nohora Luz Burbano Moncaleano, formulando como pretensiones las
siguientes:
Primera Principal:
Subsidiarias:
Segunda principal:
Declarar que existi� simulaci�n absoluta del contrato de compraventa y de la
renuncia del derecho de usufructo del apartamento 601 de la carrera 11 n� 117-23 de
Bogot�, contenidos en la escritura p�blica n� 436 de 3 de marzo de 2005, otorgada
ante la Notar�a 32 de Bogot�.
Subsidiarias:
B. Los hechos
1. Mediante providencia de25 de enero de 2006 fue admitida la demanda. [Folio 34,
c. 1]
2. Los demandados Jos� Enrique Fadul Estefan, Mar�a Aurora Villalobos de Fadul,
Carmen Luz y Jorge Mauricio Fadul Villalobos se opusieron a las pretensiones del
actor, no aceptaron los hechos que adujo, y plantearon como previas las
excepciones de�prescripci�n y/o caducidad�,��haberse dado a la demanda el
tr�mite de un proceso diferente al que le corresponde � ilegitimidad en la causa
de la parte demandada (�) � Ineptitud de la demanda por falta de los requisitos
formales�,y la de m�rito de�prescripci�n y/o caducidad de la acci�n, sea que
se pretenda la acci�n pauliana o la nulidad�.[Folio 69,ib�dem]
D. La providencia impugnada
������� Mediantefallo proferido el 4 de mayo de 2012, el Tribunal confirm�
la sentencia proferida por el juzgador de primer grado.
Aunque el deudor aleg� que la enajenaci�n del bien ra�z no era indicativa de la
intenci�n de evadir el cumplimiento de la obligaci�n crediticia, pues precedi� al
mencionado convenio de pago, eso�no desvirt�a que los pr�stamos fueron
antecedentes a la venta, de donde se infiere sin hesitaci�n alguna lo espurio de
tal negocio, siendo que su actuar se dirigi� a precaver el embargo posterior de su
patrimonio, por causa y con ocasi�n de esa obligaci�n pendiente�.[3]
En ese sentido, la conducta del demandado Fadul Estefan -a�adi�- hab�a sido
contraria al principio de lealtad contractual, que reclama�honrar la
palabra�,como tambi�n�acometer el compromiso asumido[y]observar un
comportamiento dirigido a mantener su patrimonio como garant�a de sus
obligaciones�.[4]
������� La falta de pago del precio, lo exiguo del mismo frente a las
condiciones de ubicaci�n y calidad del inmueble, am�n de la constituci�n y
posterior renuncia del usufructo -agreg�- constituyen medios de inferencia del
car�cter ap�crifo de los actos cuestionados.�
Se acus� al fallo de violar de forma indirecta los art�culos 665, 666, 667, 669,
765, 1494, 1495, 1498, 1527, 1568, 1766, 2221 y 2488 del C�digo Civil, como
tambi�n los preceptos 1� y 2� de la Ley 28 de 1932, irregularidad que deriv�
de los errores de hecho en que se incurri� en la valoraci�n de las pruebas.
Los recurrentes denunciaron la violaci�n indirecta de los art�culos 665, 666, 669,
756, 768, 769, 1495, 1498, 1505, 1527, 1568, 1634, 1638, 1639, 1766, 2142, 2149
y 2221 del C�digo Civil, como consecuencia de haber incurrido en errores de
hecho en la valoraci�n de las probanzas.
CONSIDERACIONES
1. La�legitimaci�n en la causa�como presupuesto indispensable para la
procedencia de la pretensi�n, es decir, como condici�n de la acci�n judicial, ha
sido considerada unacuesti�n propia del derecho sustancial, pues alude a la
materia debatida en el litigio.
No son ellos los terceros absolutos openitus extranei, que son totalmente
extra�os al contrato y no guardan nexo alguno con las partes, por lo que aquelni
les perjudica ni les aprovecha, sino los terceros relativos, de quienes se predica
una vinculaci�n jur�dica con los contratantes por cuanto ese pactolesirradia
derechos y obligaciones, categor�a dentro de la cual se encuentra el acreedor,
toda vez que el patrimonio de su deudor constituye prenda general de garant�a,
de ah� que puede solicitar la declaraci�n de certeza aparejada a la acci�n a fin
de que se revele la realidad del negocio jur�dico celebrado o que no existi�
ninguno.
Sin embargo, en todo caso, se debe atender quela legitimaci�n de los terceros,
es�eminentemente restringida, puesto que �el contrato no puede quedar
expuesto a que cualquier persona que tuviera conocimiento del acto, pudiera
asistirle inter�s para hacer prevalecer la verdad��(CSJ SC, 5 Sep. 2001, Rad.
5868), de ah� que en cada controversia debe evaluarse�a la luz de las
particulares circunstancias en que dicho negocio se haya verificado y en que,
respecto de �l, se encuentre el tercero demandante� (CSJ SC, 30 Nov. 2011,
Rad. 2000-00229-01),toda vez que para que surja en �ste�el inter�s que lo
habilite para demandar la simulaci�n, es necesario que sea actualmente titular de
un derecho cuyo ejercicio se halle impedido o perturbado por el acto ostensible, y
que la conservaci�n de ese acto le cause un perjuicio� (G.J. tomo CXIX, p�g.
149)�(CJS SC, 30 Nov. 2011, Rad. 2000-00229-01), de ah� que dicho
presupuesto�debe analizarse y deducirse para cada caso especial sobre las
circunstancias y modalidades de la relaci�n procesal que se trate, porque es �sta
un conflicto de intereses jur�dicamente regulado y no pudiendo haber inter�s sin
interesado, se impone la consideraci�n personal del actor, su posici�n jur�dica,
para poder determinar, singulariz�ndolo con respecto a �l, el inter�s que
legitima su acci�n��(G.J. LXXIII, p�g. 212).
As� se desprende del testimonio rendido por Guillermo Cruz Cruz, quien por
encargo del acreedor, realiz� la gesti�n de cobro extrajudicial del cr�dito, labor
en la que -dijo- sostuvo varias conversaciones con Fadul Estefan y logr� que
aquel�le cancelara al doctor Constant�n unas cuotas, cuyas cuant�as no
recuerdo y que se abonaron a la referida deuda. La �ltima vez que habl� con �l,
Fadul, este me manifest� �que estaba sin un peso�, que no pod�a hacer m�s
abonos a la deuda, que iba a hablar con su hijo Camilo, residente en el exterior, a
fin de que le ayudara en estas urgencias econ�micas. Pas� el tiempo y el se�or
Fadul nunca hizo m�s abonos (�)�.[23]
���������
(�)Una vez declarado el acto simulado, por tanto, lo aparente no est� llamado a
generar efecto alguno, por lo que no resta m�s que dejar igualmente sin efecto
todos los dem�s contratos que de �l se derivaron. En principio, si alguien compra
por medio de una enajenaci�n simulada y, a su vez, vende a un tercero, este
�ltimo y todo aqu�l que sea sucesor suyo est� expuesto a la evicci�n desde el
momento en que se declare la simulaci�n del negocio originario.
De todo ello se sigue que en virtud del negocio simulado pueden llegar a
constituirse leg�timos intereses en el mantenimiento de la situaci�n aparente por
parte de los terceros de buena fe. ��los terceros que no se pueden ver
perjudicados por la nulidad del negocio simulado �refiere la doctrina
contempor�nea� son los terceros de buena fe, los que obran en base a la
confianza que suscita un derecho aparente; los que no pudieron advertir un error
no reconocible; los que �obrando con cuidado y previsi�n� se atuvieron a lo que
�entendieron o pudieron entender�, vale decir, a los t�rminos que se
desprenden de la declaraci�n y no a los que permanecen guardados en la
conciencia de los celebrantes�.
As�, los terceros protegidos son los que creyeron en la plena eficacia vinculante
del negocio porque no sab�an que era simulado, es decir los que ignoraban los
t�rminos del acuerdo simulatorio, o dicho de otra forma, los que contrataron de
buena fe, a quienes el contenido de ese convenio les es inoponible.(CSJ SC, 5
Ago. 2013, rad. 2004-00103-01; se destaca).
V. DECISI�N
RESUELVE
�������PRIMERO:Modificar la parte resolutiva de la sentencia de 31 de mayo
de 2011 proferida por el jueza-quoen lo siguiente:
���������
NOTIF�QUESE
[4]Ib�dem.
[7]Folio 47.
[8]Folio 48.
[9]Folio 49.
[12]Folio 55.
[13]Folio 56.
[15]Ib�dem, 446.
[16]Ib�dem, 440.
[17]Ib�dem, 560.
[18]Seg�n Rocco, la coincidencia entre el sujeto del derecho de acci�n y el sujeto del
derecho sustancial es un fen�meno de normal ocurrencia, pero no absolutamente
necesario (Tratado de derecho procesal civil, T. I, p. 365).
[19]Ib�dem, 560.
[23]Folio 505, c. 1.
[24]Folio 29, c. 1.
[25]FERRARA, Francisco. La simulaci�n de los negocios jur�dicos. M�xico: Editorial
Jur�dica Universitaria, 2004. P�g. 146.
[27]Folio 495, c. 1.
1. En la demanda con la que se dio inicio al presente proceso, que obra del folio 31 al
37 del cuaderno No.1, se solicitó, en síntesis, que se declarara que le pertenece a
la actora el dominio del lote No. 9 del “Condominio Casa de Campo”, ubicado en el
municipio de Ricaurte, que identificó además por su cabida y linderos; que, por
consiguiente, se ordenara al accionado restituírselo; y que se le condenara a
pagarle a aquélla los frutos percibidos o que, con mediana inteligencia y cuidado,
hubiese podido producir el bien, desde cuando el accionado empezó a detentarlo,
por tratarse de un poseedor de mala fe, así como el valor de “las reparaciones” y
las costas del proceso.
4. La citada oficina judicial puso fin a la instancia con sentencia del 18 de diciembre
de 2009, en la que desestimó la excepción de “existencia de promesa de venta”;
ordenó al demandado hacer entrega a la actora del inmueble disputado; lo
condenó a pagarle, la suma de $545.139.857.34, por concepto de frutos civiles
dejados de percibir; negó el reconocimiento de mejoras y la retención del bien; e
impuso al accionado el pago de las costas del proceso (fls. 181 a 198, cd. 1).
1. Empezó el ad quem por precisar que ninguna discusión se suscitó en torno del
cumplimiento de los requisitos propios de la acción reivindicatoria, pero que, ante
el planteamiento por el demandado de la excepción de “existencia de promesa de
compraventa entre las partes”, que reforzó en la impugnación, el problema jurídico
se orientaba “a determinar si existe una relación contractual que justifique la
posesión del demandado” y que conduzca a que dicha acción no deba acogerse,
más concretamente, si concurre “una promesa de compraventa” o una “oferta”.
4. Ante el hallazgo de que las partes se encontraban vinculadas por ese acuerdo de
voluntades, concluyó “que ello excluye la acción reivindicatoria promovida”, por lo
que, añadió, “prospera la excepción de mérito correspondiente”.
5.2. Esas omisiones conducen a que deba declararse de oficio la nulidad absoluta
de la citada promesa, pues “ha sido aducida y probada, su nulidad aparece
manifiesta y las partes intervinientes en ella están presentes, sin que en tal medida
se entienda violado derecho constitucional alguno, como insinúa el apelante al
prever que el contrato está afectado de nulidad, pero que no se podría dar su
decreto oficioso, porque para ello [es] menester promover un nuevo proceso donde
previamente se agotara la conciliación prejudicial, puesto que de ser así,
simplemente jamás se podría reconocer de oficio la aludida nulidad, asunto que no
es de recibo frente a la claridad y vigencia del canon que prevé tal posibilidad,
pues siempre que el juez debe proceder así es porque nadie lo ha solicitado y
siendo de tal manera nunca se habría realizado tal intento conciliatorio, además
que la actora tuvo la posibilidad de pronunciarse sobre la existencia y validez de la
mencionada promesa que la vinculaba con el demandado, al descorrer el traslado
frente a la excepción de ‘existencia de promesa de compraventa entre las partes’”.
Consideró al demandado “poseedor de buena fe”, toda vez que ingresó “al
inmueble en virtud de la promesa declarada nula, por lo que tiene derecho a que
se le abonen las expensas necesarias y las mejoras útiles
(artículos 965 y 966 del Código Civil)” y, con ese fundamento, catalogó como tales
las alegadas en la contestación, ya que tratándose de una finca de recreo, los
arreglos de la piscina, el jacuzzi y la vivienda, la siembra de árboles, la instalación
de polisombra con estructura y rejas de puerta y entrada, no pueden estimarse
como simples “artificios inútiles”.
En cuanto a los frutos, se apartó de la tasación que de ellos hicieron los peritos,
porque estimó que los expertos partieron erróneamente de considerar que se
trataba de una vivienda con destinación turística, pese a que no tenía la licencia
que exige el Decreto 2590 del 2009, reglamentario de la Ley 1101 del 2006. Con
ese fundamento, estableció el canon de arrendamiento del inmueble en “el 1%
mensual sobre el valor comercial del bien, que no es otro que el confesado y
respaldado por el demandado, sin contra-evidencia de la demandante, en
$380.000.000”, y sumó “las rentas desde julio de 2005 hasta julio de 2010, en un
equivalente a 60 meses, reajustados cada doce meses conforme al 100% del
incremento de precios al consumidor en el año inmediatamente anterior, para un
total de $253.754.592”.
CARGO PRIMERO
4. Enfatizó “que el contrato de promesa celebrado entre las partes -que el Tribunal
consideró demostrado en el juicio- no fue invocado como fuente de derechos y
obligaciones (…) y, por ello, no se cumplía con una de las condiciones necesarias
para que tal negocio pudiera ser declarado nulo por el Tribunal; el demandado,
como antes se acotó, lo mencionó en uno de los hechos expuestos en sustento de
la excepción propuesta, con la única finalidad de enervar la acción ejercida por la
parte actora, es decir, con un alcance meramente procesal y nada más”.
CARGO SEGUNDO
(PARTE FINAL)
CONSIDERACIONES
1. Luego de colegir el fracaso de la acción reivindicatoria ejercitada en la demanda
con la que se dio inicio al proceso y, correlativamente, el éxito de la excepción
meritoria que se denominó “existencia de promesa de compraventa entre las
partes”, alegada por el accionado, habida cuenta que los litigantes se hallaban
vinculados por un “acuerdo de voluntades”, el Tribunal estimó que “la médula del
debate traído a conocimiento de la judicatura para ser desatado, tiene como eje
articulador un contrato de promesa de compraventa de un bien inmueble” y, por tal
razón, juzgó que era su “deber”, en acatamiento de las previsiones contenidas en
el artículo 1742 del Código Civil, “pronunciarse sobre la a[p]titud e idoneidad del
pacto en el que se trenza el litigio base de la confrontación”.
Y aseveró que en el caso sub lite, de esos tres requisitos, no estaba satisfecho el
segundo, toda vez que la actora no se refirió a la existencia de un contrato de
promesa de compraventa entre las partes y el demandado, si bien en la
contestación del libelo introductorio lo mencionó, fue “para explicar cómo y porqué
(…) se encontraba en posesión del inmueble que la demandante pretendía
recuperar mediante el ejercicio de la acción real”, y no “como fuente de derechos y
obligaciones”.
Teniendo presente el marco que delimita las acusaciones acumuladas, las cuales,
según ya se reseñó, plantean que el fallo del ad quem es incongruente por haber
decretado la nulidad absoluta de un contrato que no había sido “invocado en el
litigio como fuente de derechos y obligaciones para las partes” y que, además,
dicha decisión vulnera por interpretación errónea el artículo 1742 del Código Civil,
reemplazado por el artículo 2º de la Ley 50 de 1936, procede la Corte a
despacharlas ceñida al específico ámbito allí trazado, sin que le sea dable, por
tanto, abordar temáticas ajenas al alcance que pueden tener acusaciones
elevadas con base en esos precisos fundamentos.
3. Reza el artículo 1742 del Código Civil, subrogado por el artículo 2º de la Ley 50 de
1936, en lo pertinente, que “[l]a nulidad absoluta puede y debe ser declarada por el
juez, aun sin petición de parte, cuando aparezca de manifiesto en el acto o
contrato; (…)”.
4.1. La Corte, en cuanto hace al artículo 15 de la Ley 95 de 1890, que con un tenor
similar en el punto que se examina antecedió al artículo 2º de la Ley 50 de 1936,
señaló que “[s]i bien [dicho precepto] impone al Juez la obligación de declarar de
oficio la nulidad absoluta cuando aparezca de manifiesto en el acto o contrato, esta
atribución no puede ejercerla indistintamente respecto de todo acto que figure en
el juicio, sino sólo con relación a aquellos cuya validez o nulidad tenga influencia
en la decisión del litigio; pues dicha disposición tiene precisamente por objeto que
el Juez no reconozca validez para los efectos del fallo a un acto o contrato
absolutamente nulo” (Cas. Civ., sentencia de 8 de febrero de 1923, G.J. T. XXIX,
pág. 345; se subraya).
4.2. Con posterioridad, la Sala precisó que “[u]na nulidad absoluta de la clase a
que se refieren los artículos 15 [de la Ley 95 de 1890] y 2º [de la Ley 50 de 1936]
citados, es decir manifiesta, en el sentido ya expresado, no puede declararse de
oficio sino cuando entre las partes contratantes se está litigando sobre la
efectividad o el cumplimiento del contrato y entonces como por un principio general
de orden público los actos absolutamente nulos no pueden vincular jurídicamente
a las partes, el fallador niega esa vinculación por medio de la declaratoria oficiosa
de nulidad. Quiere esto decir que ni el artículo 15 de la Ley 95 de 1890 ni el 2º de
la Ley 50 de 1936 son de una aplicabilidad irrestricta e ilimitada” (Cas. Civ.,
sentencia de agosto 26 de 1938, G.J. T. XLVII, págs. 61 a 67; se subraya).
4.3. En fallo proferido pocos días después, la Corte añadió: “Por eso, el segundo
requisito para que la nulidad absoluta pueda ser declarada de oficio es que el acto
o contrato haya sido invocado en el litigio; es decir que el acto o contrato nulo se
haya exhibido en el proceso en apoyo de la pretensión de alguna de las partes”
(Cas. Civ., sentencia de 18 de octubre de 1938, G.J. T. XLVII, págs. 235 a 239; se
subraya).
4.4. Luego, la Corporación desarrolló los requisitos necesarios para que proceda la
declaratoria oficiosa de nulidad absoluta de un acto o contrato, en los siguientes
términos: “Y el poder excepcional que al Juez le otorga el artículo 2º de la Ley 50
de 1936 para declarar de oficio la nulidad absoluta no es irrestricto o ilimitado, sino
que por el contrario está condicionado por la concurrencia de tres circunstancias:
1ª, que la nulidad aparezca de manifiesto en el acto o contrato, es decir, que a la
vez que el instrumento pruebe la celebración del acto o contrato contenga,
muestre o ponga de bulto por sí solo los elementos que configuran el vicio
determinante de la nulidad absoluta; 2ª, que el acto o contrato haya sido invocado
en el litigio como fuente de derechos u obligaciones para las partes; y 3ª, que al
pleito concurran, en calidad de partes, las personas que intervinieron en la
celebración de aquel o sus causahabientes, en guarda del principio general que
enseña que la declaratoria de nulidad de un acto o contrato en su totalidad no
puede pronunciarse sino con audiencia de todos los que lo celebraron” (Cas. Civ.,
sentencia de 5 de abril de 1946, G.J. T.LX, pág. 363; se subraya).
4.6. Las fallos que se han reseñado, en esencia, han orientado la doctrina
jurisprudencial expuesta con posterioridad por esta Corporación respecto de esta
temática, debiéndose destacar que la enumeración de los requisitos para la
declaración oficiosa de las nulidades absolutas planteada en la sentencia de 5 de
abril de 1946, ha sido reiterada en fallos de 10 de octubre de 1995 (expediente No.
4541), 11 de marzo de 2004 (expediente No. 7582), 25 de julio de 2005
(expediente No. 20915), 28 de abril de 2006 (expediente No. 05001-3103-007-
1997-10347-01) y 14 de diciembre de 2007 (expediente No. 73001-3103-005-
2004-00072-01), entre otros.
5. Teniendo como fundamento, por una parte, los antecedentes jurisprudenciales que
se dejan compendiados, por otra, que “la sanción de la nulidad absoluta obedece a
razones de interés general y tiene por objeto asegurar el respeto de disposiciones
de orden público” (Cas. Civ., sentencia de 19 de agosto de 1935, G.J. T.XLII, pág.
372; se subraya), y, finalmente, la necesaria observancia del debido proceso y del
ejercicio del derecho de defensa (art. 29 C.P.), la Sala estima pertinente
puntualizar que la facultad-deber establecida en el artículo 2º de la Ley 50 de 1936
para declarar de oficio la nulidad absoluta de un negocio jurídico opera en frente
de todos los actos o contratos que sean invocados en el proceso por cualquiera de
las partes, para dar soporte, total o parcialmente, a la postura procesal que
asuman dentro del respectivo trámite, esto es, en el caso del actor, como
fundamento de la acción, o en el caso del demandado, como sustento de la
oposición y/o de las excepciones que haya propuesto, toda vez que en uno y otro
supuesto es claro que con su aducción se persigue guiar el sentido de la decisión
con la que se deba resolver el conflicto, propósito éste que es suficiente para que
el juez, evacuadas las etapas procesales que garanticen la adecuada
contradicción, ejerza el control de legalidad que se le ha confiado y, de esta
manera, prevenga que las determinaciones que adopte se vean influenciadas por
manifestaciones viciadas de nulidad absoluta, que, por lo mismo, no deben servir
de fundamento a la definición de una controversia judicial. Situación diferente se
presenta si el negocio jurídico de que se trate sólo ha tenido en el juicio una
mención marginal, o una referencia tangencial, y, por ende, no hace parte de los
soportes fácticos de las posturas procesales de las partes, ya que en tales
supuestos la injerencia del juez para auscultar la validez de tal acto dispositivo
está restringida y corresponderá al interesado en tal propósito ejercer el derecho
de acción en orden a obtener de la administración de justicia el correspondiente
pronunciamiento.
Se sigue de lo expuesto, que cuando la Corte enlistó como requisito para que
proceda la declaración oficiosa de la nulidad absoluta, el atinente a “que el acto o
contrato haya sido invocado en el litigio como fuente de derechos u obligaciones
para las partes”, no le dio a dicha expresión el alcance restringido que pretende el
recurrente, esto es, que la aducción en el proceso del respectivo negocio jurídico
hubiese tenido como fin exclusivo pretender el cumplimiento de los derechos y/o
las obligaciones principales que de él se desprendan. Tal comprensión del
requisito en estudio, como es lógico entenderlo, no armoniza con la razón de ser
de las nulidades absolutas, en cuanto que con dicho instituto, en general, se busca
defender el orden público, como ya se destacó, el cual se vería negativamente
afectado si se aceptara que un acto o contrato viciado de esa manera pudiera
servir de soporte a una sentencia judicial, en tanto que si así fuera, se le estaría
reconociendo un efecto jurídico-procesal, que es lo que el juez debe evitar
mediante el oportuno ejercicio de la facultad analizada.
6.3. Bajo el título “RELATO DE LOS HECHOS”, expuso los que a continuación se
reproducen:
“TERCERO: Del precio acordado en el numeral 2º literal (a) del punto anterior, mi
poderdante Diego Mauricio Posada Londoño pagó [$210.000.000], según consta
en anexos de listados suministrados tanto por el demandado como por la actora.
7. Ninguna duda queda, pues, que el demandado, señor Diego Mauricio Posada
Londoño, al invocar el contrato de promesa de compraventa que dijo haber
celebrado verbalmente con la actora en relación con el inmueble materia de la
controversia, pretendió que tal negocio produjera efectos jurídicos y que, como
consecuencia de ello, en la sentencia con la que se dirimiera el pleito se negara la
acción reivindicatoria reclamada porque, según afirmó reiteradamente, la parte
pasiva llegó a la posesión del predio en virtud de un acto voluntario de su
antecesora, tal y como, en definitiva, lo resolvió el ad quem, aspecto este del fallo
de segunda instancia que, valga anotarlo, no es susceptible de ser analizado por la
Corte en desarrollo del recurso extraordinario de casación, pues quedó al margen
de toda censura.
(PRIMERA PARTE)
3. Luego de transcribir las normas señaladas al inicio del cargo, explicó que fue
equivocada la hermenéutica que en relación con ellas realizó el Tribunal al
considerar “que un contrato de promesa de compraventa de inmueble que no se
haya hecho constar por escrito es absolutamente nulo”, pues la falta de tal
requisito lo que conlleva es que “no está acreditada su existencia” y, por lo mismo,
“mal podría declarar[se] nulo lo que es, en puridad, inexistente”.
CARGO TERCERO
1. Igualmente con estribo en el numeral 1º del artículo 368 del Código de
Procedimiento Civil, se reprochó al ad quem la aplicación indebida de las mismas
normas especificadas en los cargos anteriores, debido al error de derecho en la
apreciación de las pruebas, con violación medio de los artículos 174 y 180 ídem.
3. Añadió que el ad quem “tuvo por demostrada la existencia del contrato de promesa
de compraventa con base en los documentos visibles a folios 63 a 66, con la
confesión de la demandante y con los testimonios de Ortiz, Ramírez y Restrepo
(fls. 7 a 14; 15 y 16, 21 y 22 c. 3, respectivamente) y al hacerlo cometió el error de
derecho denunciado, pues violó la regla probatoria establecida en el art. 89 de
la ley 153 de 1887”.
4. Tras insistir en que la exigencia de que el contrato de promesa conste por escrito
constituye un requisito ad probationem y ad substantiam actus, el casacionista
reiteró el error de derecho por él denunciado y puso de presente que, como
consecuencia de tal anomalía, fue indebida la aplicación que el sentenciador de
segunda instancia hizo del artículo 1742 del Código Civil, modificado por el
artículo 2º de la Ley 50 de 1936.
CONSIDERACIONES
1. Con el propósito de resolver las acusaciones primeramente examinadas por la
Corte, se compendiaron, en lo que era necesario, las actuaciones procesales del
demandado, señor Diego Mauricio Posada Londoño. De ellas, en suma, se colige
lo siguiente:
1.1. El citado accionado fue quien, en el presente asunto, invocó la existencia del
contrato de promesa de compraventa que manifestó haber celebrado con la
actora, respecto del inmueble objeto de la reivindicación por ésta última
reclamada.
1.2. Con base precisamente en tal negocio jurídico, él afirmó que la posesión que
ejerce sobre el bien aquí disputado la derivó de dicho contrato.
1.3. Con ese fundamento, estimó que la acción de dominio intentada en su contra,
no estaba llamada a prosperar.
1.5. Predicó, además, que dicho negocio jurídico no está afectado de nulidad
absoluta, pues satisface las exigencias que en relación con la promesa de
contratar contempla el Código de Comercio, que era el aplicable, en concreto, su
artículo 861, por lo que ese acuerdo de voluntades es existente y válido.
2. Debe añadirse ahora, que fue el propio accionado quien, además, se ocupó de
allegar medios de prueba para acreditar la mencionada promesa de compraventa,
como quiera que él aportó la prueba documental y solicitó las declaraciones de
testigos con las que procuró su comprobación.
En efecto, para decirlo en breve, en la primera parte del cargo segundo, sobre la
base de que el contrato de promesa de compraventa que celebró con la
accionante no se hizo constar por escrito, afirmó su inexistencia jurídica y, con tal
fundamento, reclamó el quiebre en casación del fallo del Tribunal, en cuanto hace
a la declaratoria oficiosa de nulidad absoluta que dicha autoridad pronunció
respecto del anotado negocio jurídico. Y en el cargo tercero denunció la comisión
por parte del ad quem de error de derecho, consistente en que en tuvo por
probado el indicado contrato preparatorio con la prueba documental, la confesión
de la actora y los testimonios recaudados, cuando, por tratarse de un negocio
jurídico solemne, la acreditación de su existencia sólo podía hacerse con el
documento que lo contuviera, reproche que, como es lógico entenderlo, va dirigido
a enervar también la nulidad oficiosamente reconocida por el sentenciador de
segunda instancia.
En resumen, las referidas acusaciones están soportadas en la inexistencia jurídica
de la promesa y en la falta de demostración de dicho contrato.
4. Cotejados unos y otros planteamientos del demandado, se concluye que los que
soportan los cargos que ahora ocupan la atención de la Sala, contradicen
abiertamente los que esa misma parte predicó en el trámite de las instancias, pues
mientras allá, para defenderse de la reivindicación, afirmó tanto la existencia como
la comprobación, con los elementos de juicio que por iniciativa o petición suya se
recaudaron en el juicio, del tantas veces mencionado contrato de promesa de
compraventa, en sede del recurso extraordinario de casación, para obtener el
derrumbamiento de la nulidad absoluta que en relación con ese negocio jurídico
declaró de oficio el Tribunal, aseveró su inexistencia y señaló que los medios de
convicción militantes en el litigio no servían para su demostración.
5. Siendo ello así, como en efecto lo es, forzoso es desde ya señalar que ninguno de
los argumentos en que se soportan las acusaciones objeto del presente examen
son admisibles en casación por la incoherencia o contradicción que entrañan
frente al comportamiento anterior del accionado, y que, por esa razón,
independientemente de la postura que la Sala pueda tener sobre la forma del
contrato de promesa y las consecuencias de su inobservancia, tales censuras no
están llamadas a abrirse paso, con fundamento en los siguientes razonamientos.
5.1. Respecto de la buena fe, principio general del derecho, hoy de rango
constitucional (art. 83, C.P.), se debe destacar, entre sus distintas facetas y
modalidades, la regla de conducta que exige de las personas un comportamiento
ajustado a estándares o parámetros de corrección, lealtad o probidad en todas sus
actuaciones, particularmente, en aquellas con significación jurídica.
“…
“Las reseñas verificadas, con todo y las variables incorporadas en cada región o
normatividad, respecto de las cuales no entra la Corte a establecer
categorizaciones o ligeras generalizaciones, ponen de presente la teoría de los
actos propios o “venire contra factum proprium non valet”, que en definitiva
conclusión, puede anunciarse que es la coherencia exigida en el comportamiento
de las personas, de tal forma que lo realizado en el pasado, que ha servido, a su
vez, como determinante o referente del proceder de otras o que ha alimentado,
objetivamente, ciertas expectativas, no pueden ser contrariadas de manera
sorpresiva, caprichosa o arbitraria, si con ello trasciende la esfera personal y
genera perjuicio a los demás.
“…
Ese deber impera por igual en las relaciones de las partes entre sí, de ellas para
con el juez y de éste para con aquellas. Todos en sus actuaciones deben
comportarse en forma correcta y leal, y, por ende, observar una línea de conducta
que, sin desconocer las diversas posiciones que ocupan en el proceso, se ciña al
referido principio y que esté caracterizada por la coherencia, lo que descarta de
plano la posibilidad de que en un momento dado, sin existir justificación,
desarrollen actuaciones que, pese a ser lícitas, en sí mismas consideradas,
contradigan la conducta que con anterioridad observaron, socavando así la
posición que los otros intervinientes en el proceso asumieron con fundamento en
la razonable confianza que les suscitaba la continuidad de aquel comportamiento.
CARGO CUARTO
3. Explicó el censor que el artículo 1746 del Código Civil no distingue, para efectos
de definir las prestaciones mutuas, que la nulidad declarada tenga origen en la
iniciativa de las partes o del juez, pues en uno y otro caso ellas “tienen derecho a
ser restituidas al mismo estado en que se hallarían si no hubiese existido el acto o
contrato nulo, tomándose en consideración la posesión de buena o mala fe (…),
según las reglas generales que sobre la materia prevé el Código Civil”,
planteamiento que sustentó con apoyo en la jurisprudencia de esta corporación.
CONSIDERACIONES
1. Como se aprecia, la inconformidad del recurrente se reduce al momento del que
partió el Tribunal para cuantificar los frutos cuya restitución ordenó al demandado,
que corresponde a la fecha en la que éste entró a poseer el inmueble disputado -
julio de 2005-, hito que con la censura se pretende variar hacia adelante, hasta la
fecha en la que se dio contestación al escrito introductorio -13 de enero de 2009- o
a aquella en la que se surtió el enteramiento personal al accionado del auto
admisorio de la demanda, diligencia que tuvo lugar el 26 de noviembre de 2008.
2. Por mandato del artículo 1746 del Código Civil, “[l]a nulidad pronunciada en
sentencia que tiene la fuerza de cosa juzgada, da a las partes derecho para ser
restituidas al mismo estado en que se hallarían si no hubiese existido el acto o
contrato nulo; sin perjuicio de lo prevenido sobre el objeto o causa ilícita. (…). En
las restituciones mutuas que hayan de hacerse los contratantes en virtud de este
pronunciamiento, será cada cual responsable de la pérdida de las especies o de
su deterioro, de los intereses y frutos, y del abono de las mejoras necesarias, útiles
o voluntarias, tomándose en consideración los casos fortuitos, y la posesión de
buena o mala fe de las partes; todo ello según las reglas generales y sin perjuicio
de lo dispuesto en el siguiente artículo” (se subraya).
3. Así las cosas, se torna imperativo dirigir la mirada al artículo 964 del Código Civil,
que establece:
“Si no existen los frutos, deberá el valor que tenían o hubieran tenido al tiempo de
la percepción; se considerarán como no existentes los que se hayan deteriorado
en su poder.
“En toda restitución de frutos se abonarán al que la hace los gastos ordinarios que
haya invertido en producirlos” (subrayas y negrillas fuera del texto).
4. Resulta cierto, como se infiere del contenido de los señalados preceptos, que en
ellos el legislador no incluyó como factor que se debe tener en cuenta para la
concreción de las prestaciones mutuas de que allí se trata, si la nulidad declarada
lo fue a solicitud de parte o por declaración oficiosa del juez, y que, por el
contrario, lo que ambas normas contemplan como parámetro para el efecto es la
buena o mala fe del poseedor.
5. Sobre ese particular, la Sala, en relación con el artículo 964 del Código Civil, ha
observado que dicha norma “establece una excepción a la regla general
desarrollada en el artículo 716 ibídem, pues hace dueño al poseedor de buena fe
de los frutos que haya percibido con anterioridad al enteramiento de la demanda,
momento hasta el cual puede atribuírsele dicha condición -la de poseedor de
buena fe-, pues a partir de allí, en el supuesto de ser vencido en el proceso, se le
dará el mismo tratamiento establecido para el poseedor de mala fe y, por lo
mismo, estará obligado a la restitución de la totalidad de los frutos que perciba”
(Cas. Civ., sentencia de 16 de septiembre de 2011, expediente No. 19001-3103-
003-2005-00058-01; se subraya). No sobra destacar que esta posición de la
jurisprudencia que ha sido constante desde hace varios lustros, al precisarse en su
momento que “[c]uando los arts. 964 y 966 del C.C. hablan de contestación de la
demanda, no se refieren al hecho material de la respuesta del demandado al libelo
con que se inicia el juicio, sino al fenómeno de la litis contestatio, o sea a la
formación del vínculo jurídico-procesal que nace con la notificación de la demanda”
(Cas. Civ. 3 de junio de 1954, LXXVII, pág. 772).
SENTENCIA SUSTITUTIVA
DECISIÓN
ANTECEDENTES
1. - El actor solicitó que se declarara la simulación absoluta del contrato de
compraventa de un inmueble situado en el municipio de Itaguí, el cual se
encuentra contenido en la Escritura Pública 1308 de 29 de julio de 1999 de la
Notaría Quinta de Medellín, con las consecuencias de rigor.
2.5.- El “interés jurídico actual” del libelista para obtener el “reintegro patrimonial”
del convocado, es patente, pues persigue “satisfacer las prestaciones impuestas”
en el fallo de “resolución contractual”.
LA DEMANDA DE CASACIÓN
CARGO ÚNICO
1. - Denuncia la violación directa de los artículos 1766 y 2488 del Código Civil, por
interpretación errónea y por falta de respeto de un precedente judicial.
CONSIDERACIONES
1. - La violación directa de la ley sustancial presupone que el sentenciador apreció en
forma correcta la cuestión fáctica y probatoria del proceso, y que, por lo tanto, en
ese terreno no incurrió en ninguna equivocación o imprecisión, todo lo cual así
debe ser aceptado por la censura. Se trata, entonces, de un problema de
subsunción de los hechos debidamente fijados en las hipótesis normativas, en
cuanto a su aplicación y alcance.
Como tiene explicado la Corte, por esa vía, el “único análisis que puede formularse
como sustento del cargo ha de limitarse a las normas sustanciales que considere
inaplicadas, aplicadas indebidamente o interpretadas en forma equivocada, con
absoluta prescindencia de consideraciones que, en tanto discrepantes de la
apreciación del juzgador en el campo fáctico, persigan un nuevo examen crítico en
este aspecto”1.
La pregunta que surge es si el tercero que adquiere un crédito luego del contrato
simulado celebrado por el deudor, ostenta legitimación para impugnarlo. Para la
Corte, en un comienzo, era indiferente la distinción, puesto que en ningún caso la
aceptaba. Sólo a partir del fallo de 30 de agosto de 19243, la reconoció, siempre y
cuando el acreedor que lo hiciera tuviera “ese carácter cuando nació el acto que
se ataca de simulado”.
“La relación jurídica entre acreedor y deudor debe por lo tanto existir cuando tiene
nacimiento el acto doloso, o simulado y, la acción del acreedor puede retrotraerse,
sólo respecto de los actos dolosos o simulados, pero no de la relación jurídica o
sea de la mera existencia del crédito”.
En ese orden, surge claro que quien blande el título de acreedor, no cuenta con
libertad absoluta para ejercitar la acción de simulación, porque en coherencia con
la jurisprudencia, para el efecto se requiere, además, que esa calidad sea anterior
o concomitante al contrato impugnado, pues es apenas natural entender que la
prenda general de la garantía del deudor se debe tomar en el estado en que se
encuentra.
Desde luego, si el artículo 2488 del Código Civil, prescribe que “[t]oda obligación
personal da al acreedor el derecho de perseguir su ejecución sobre todos los
bienes raíces o muebles del deudor, sean presentes o futuros”, esto supone una
obligación preexistente al negocio jurídico que se controvierte, por cuanto el
patrimonio de una persona, al momento de obligarse, es el que al fin de cuentas
determina la seguridad del acreedor.
Si bien la Corte, en el último fallo citado, reiteró que para que “en el actor surja el
interés que lo habilite para demandar la simulación, es necesario que sea
actualmente titular de un derecho cuyo ejercicio se halle impedido o perturbado por
el acto ostensible, y que la conservación de ese acto le cause un perjuicio”, esto
no significa de manera alguna aceptar que el crédito aducido puede ser posterior
al acto o contrato acusado de simulado, porque si la prenda general de garantía,
en boca del propio legislador, se integra con los “bienes…del deudor, sean
presentes o futuros”, esa actualidad o futuridad, por sí, comporta su correlativo,
como es una anterioridad, referida ésta obviamente a la relación jurídica de donde
dimana el interés.
En esa línea, el error del ad-quem no pudo ser juris in judicando, porque para su
estructuración, el recurrente debe aceptar las conclusiones fácticas y probatorias
fijadas en la sentencia. En el caso, con independencia del acierto, que conforme a
la sentencia de resolución de la promesa de compraventa, el “ahora demandante
es acreedor sólo desde el año de 2003, y pretende que se declare la simulación de
un acto celebrado por su deudor el 29 de julio de 1999”.
Esto, desde luego, releva cualquier pesquisa oficiosa de la Corte, dado el carácter
estricto y dispositivo del recurso de casación. Y es que ni siquiera es dable
interpretar el cargo, porque bajo el supuesto de la comisión de errores de hecho,
era indispensable, como requisito de idoneidad formal, no sólo identificar las
falencias, sino singularizar los medios probatorios mal apreciados (artículo 374, in
fine, del Código de Procedimiento Civil), lo cual no parece cumplido, pues
simplemente se evoca, a manera de un alegato de instancia, lo sucedido desde
cuando se suscribió la promesa de compraventa.
DECISIÓN
Radicación n° 05266-31-03-001-2004-00307-01
Por causa de esta concepción el problema teórico que enfrenta el fallo de ahora,
implícitamente edifica y relaciona impropiamente el quid como un asunto del dolo,
y directamente como un fraude a los acreedores quienes para legitimarse en la
demanda deben contar con un título preexistente al acto impugnado. Nótese, en
este nivel, coinciden sin diferencia, tanto el acreedor de la simulación como el de la
acción pauliana.
3. Tercera etapa: La simulación como unidad o teoría monista desde 1968, hasta la
fecha. Rechaza la existencia de dos negocios porque únicamente existe uno, pero
el consentimiento está bifurcado en dos manifestaciones de voluntad, una
aparente y otra secreta. Es una corriente con fuerte influjo del derecho italiano13,
que concibe la simulación como un solo acto constituido por dos elementos
distintos e independientes, uno de los cuales es secreto, destinado a guardar la
realidad del convenio llevado a cabo entre los contratantes; mientras que el otro se
extiende externamente para el público y está destinado a producir la ficción o el
engaño respecto de terceros. Las partes acuden a un procedimiento anómalo pero
tolerado, “(…) creándose así un contraste evidente, no entre dos negocios
diversos pero conexos, sino entre dos aspectos de una misma conducta,
constitutivos de un solo compuesto negocial, pasos integrantes necesarios de un
iter dispositivo único aunque complejo”14; criterio reiterado luego por la
providencia del 30 de agosto de 1968, postulando que: “(…) en la simulación hay
entre las partes un acto estructurado en dos declaraciones acordadas por las
partes, pero a una de las cuales éstas voluntariamente le restan eficacia en el
entendimiento de que, dentro de nuestro ordenamiento positivo, esa dicotomía, en
cuanto ilícita está permitida, y de que, en todo caso, su voluntad real habrá de
prevalecer sobre el simple tenor de la declaración aparente”15.
“En ese orden, surge claro que quien blande el título de acreedor, no cuenta con
libertad absoluta para ejercitar la acción de simulación, porque en coherencia con
la jurisprudencia, para el efecto se requiere, además, que esa calidad sea anterior
o concomitante al contrato impugnado, pues es apenas natural entender que la
prenda general de la garantía del deudor se debe tomar en el estado en que se
encuentra.
“Desde luego, si el artículo 2488 del Código Civil, prescribe que “[t]oda obligación
personal da al acreedor el derecho de perseguir su ejecución sobre todos los
bienes raíces o muebles del deudor, sean presentes o futuros”, esto supone una
obligación preexistente al negocio jurídico que se controvierte, por cuanto el
patrimonio de una persona, al momento de obligarse, es el que al fin de cuentas
determina la seguridad del acreedor.
“Si bien la Corte, en el último fallo citado, reiteró que para que “en el actor surja el
interés que lo habilite para demandar la simulación, es necesario que sea
actualmente titular de un derecho cuyo ejercicio se halle impedido o perturbado por
el acto ostensible, y que la conservación de ese acto le cause un perjuicio”, esto
no significa de manera alguna aceptar que el crédito aducido puede ser posterior
al acto o contrato acusado de simulado, porque si la prenda general de garantía,
en boca del propio legislador, se integra con los “bienes…del deudor, sean
presentes o futuros”, esa actualidad o futuridad, por sí, comporta su correlativo,
como es una anterioridad, referida ésta obviamente a la relación jurídica de donde
dimana el interés.
“Si el crédito no ha nacido ni existe al momento del acto fingido, es apenas lógico
que no se puede hablar de un perjuicio serio, cierto y actual. El acreedor posterior
del negocio simulado, por lo tanto, no puede, escudriñar en el pasado de quien
para entonces no era su deudor, de ahí que en protección del principio de
seguridad jurídica, la prenda general de garantía, debe recibirla como se
encuentra, en el entendido que la conoce y asume sus consecuencias,
circunscrita, como ha quedado dicho, a los bienes presentes y futuros. Por esto,
como tiene sentado la Corte, “el soporte legal de la acción [de simulación] se halla
en los artículos 2488 y 1766”17, que no exclusivamente en este último”.
Ciertamente, de conformidad con el art. 2488 del Código Civil, los bienes del
deudor, presentes o futuros, son prenda, o mejor garantía genérica del acreedor, y
su calidad jurídica debe existir en el momento cuando el deudor ejecuta un acto
fraudulento o doloso para inferir la existencia de concilium fraudis y del eventus
damni, pero como requisitos para la acción pauliana, más no para el caso de la
simulación.
El vocablo simulación deriva de la palabra latina “simulare”, que dice fingir o hacer
real lo que en verdad no lo es. Comprende al tiempo dos acepciones: por un lado,
la de hacer figurar una cosa distinta a como lo es en realidad y, por el otro, la de
ocultar esa verdad; incorpora una discrepancia intencional entre la declaración de
voluntad externa y la interna, dirigida a producir un aparente convenio. A través de
ella se disfraza una relación de derecho totalmente inexistente o se muestra una
con matices diferentes, a la par que se oculta la realidad jurídica; en fin, supone la
realización de un pacto que no existe y produce una ilusión para obtener, por su
conducto, los objetivos perseguidos. Como lo señala la doctrina italiana, el contrato
simulado desde el principio es aparente, un acto no serio, “(…) y la convención
secreta está destinada a constatar históricamente esta ficción (…)”20.
“[n]o es necesario para el ejercicio de la acción por los terceros (…) la anterioridad
del crédito (…); su razón es muy simple. Los acreedores posteriores al acto ficticio
pueden promoverla, ya que no tratan de rescindir negocios realizados
efectivamente por el deudor, sino simplemente declarar que ciertos bienes no han
salido del patrimonio; su finalidad es comprobar que el bien aparentemente
transferido no dejó de pertenecer al deudor, tratándose de reconstruir la prenda
colectiva de los acreedores, resultando innecesario distinguir entre acreedores
anteriores o posteriores al contrato irreal”28.
“Por otra parte, las fuentes del codificador son expresas, pudiendo citar a Aubry y
Rau: ‘es necesario no confundir con la acción pauliana, la demanda que tuviera
por objeto hacer declarar ficticios y falta de seriedad en su conjunto o en parte, los
actos jurídicos cuya ejecución sea de tal naturaleza que perjudique el derecho de
los acreedores. Semejante demanda, a diferencia de la acción pauliana
propiamente dicha, puede ser ejercida aun por los acreedores posteriores a los
que pretender atacar, y sin que tengan que probar que esos actos han producido o
agravado la insolvencia del deudor’”29.
“a) La acción pauliana requiere la concurrencia del eventus damni y del fraude, sea
en relación con causante y causahabiente, sea sólo respecto del primero, según
que el acto sea oneroso o gratuito (artículo 249 del C. C., numerales 1º y 2º), al
paso que la acción de simulación presupone sólo el perjuicio del acreedor,
suficiente para dotarlo del interés jurídico necesario para legitimar su causa
(artículo 1766 del C. C.).
“b) La acción pauliana, por ser revocatoria, se ejerce en orden a abolir por entero
los efectos del acto fraudulento y dañoso, al paso que la de simulación puede
proponerse para descubrir el acto oculto, y acogerse a él, según se deduce del
artículo 1766 citado.
“Mientras la acción pauliana no puede ser ejercitada sino por los acreedores
anteriores del acto fraudulento, que son lo que ese acto perjudica, la acción de
simulación pertenece a todos los acreedores sin distinción, pues desde que el acto
de transferencia es simulado y el bien que ha sido objeto de este acto dependía
del patrimonio del deudor en el momento de nacer su crédito y formar por lo
mismo, como los otros bienes del deudor, la prenda común o garantía general de
los acreedores, los nuevos acreedores pueden hacer valer sobre ese bien los
derechos que la ley les reconoce en todos los bienes del deudor y tienen un
interés en que se declare que no ha salido del patrimonio por esta convención
simulada.”32
“En la acción pauliana el acto atacado existe realmente; mientras que el acto
contra el cual se dirige la acción de simulación no existe más que en apariencia.
De esta diferencia resulta que la acción pauliana tiene por fin reintegrar en la
prenda general de los acreedores lo que de ella había salido por el efecto del acto
fraudulento; y la acción de simulación tiene por objeto demostrar que en razón del
carácter puramente ficticio de cierto acto, un bien que parece haber salido de esta
prenda común, no ha dejado de formar parte de ella.
“Por lo mismo, mientras la acción pauliana no puede ser ejercitada sino por los
acreedores anteriores al acto fraudulento, que son los que ese acto perjudica, la
acción de simulación pertenece a todos, los acreedores sin distinción, pues desde
que el acto de transferencia es simulado y el bien que ha sido objeto de este acto
dependía del patrimonio del deudor en el momento de nacer su crédito y forma,
por lo mismo, como los otros bienes del deudor, la prenda o garantía de los
acreedores, pueden los nuevos acreedores hacer valer sobre ese bien los
derechos que la ley les reconoce a todos los bienes del deudor; y tienen interés en
que se declare que no ha salido del patrimonio por ese acto inexistente o
simulado.
7. La providencia, entonces, debió legitimar la acción del acreedor cuyo crédito nace
con posterioridad al acto dispositivo simulado, para luego sí plantearse como
problema real a cuál grupo de acreedores posteriores al acto simulado debe
protegerse, si a los del simulador enajenante o a los del simulador adquirente
cuando los intereses de estos entran en conflicto. En casos, de este talante, es
indiscutido, debe protegerse a los acreedores de buena fe del adquirente cuando
contratan en atención a la novel situación patrimonial del adquirente, quienes por
tanto, estarán interesados en sostener la inoponibilidad del acto simulador:
“Para que la solución no sea disvaliosa es preciso distinguir entre los acreedores
del enajenante simulado y los acreedores del adquirente simulado. Los primeros
están interesados realmente en hacer declarar la simulación para comprobar el
verdadero estado patrimonial de su deudor. Y respecto a ellos es equitativo no
distinguir entre los acreedores del adquirente, interesados en la no oponibilidad del
negocio simulado. Pero la solución debe ser diferente cuando contempla a los
acreedores del adquirente, interesados en la no oponibilidad del negocio simulado,
en mantener la adquisición aparente que aumenta la responsabilidad de su
deudor. La protección debe dispensarse a los terceros acreedores de buena fe que
confiaron en el acto aparente, vale decir a los acreedores posteriores al negocio
simulado, que contrataron en atención a la situación patrimonial que se desprendía
del mismo; pero no media interés en alegar la inoponibilidad de la simulación
respecto de los acreedores de fecha anterior al negocio simulado, que no pudieron
tener en cuenta una apariencia posterior al origen del crédito, que no pueden
alegar perjuicio alguno en apoyo de sus pretensiones y, por tanto, carecen de un
interés legítimo para accionar.”38
Fecha ut supra
1. Aunque comparto la decisión que adoptó la Sala, toda vez que los reproches que
se hicieron a la sentencia proferida por el Tribunal no fueron suficientes para
desvirtuar la presunción de legalidad y acierto que la cobija, me permito disentir de
un punto en concreto que -en mi criterio- debió tener un tratamiento distinto,
concerniente a la legitimación del actor para deducir la acción de simulación.
En la resolución del único cargo que planteó el censor, se afirmó que el acreedor
“no cuenta con libertad absoluta para ejercitar la acción de simulación, porque en
coherencia con la jurisprudencia, para el efecto se requiere, además, que esa
calidad sea anterior o concomitante al contrato impugnado, pues es apenas natural
entender que la prenda general de la garantía del deudor se debe tomar en el
estado que se encuentra”. [Folio 10]
Por ello, el objetivo que se propone quien demanda la simulación consiste en dejar
al descubierto la verdad oculta que subyace al negocio simulado, por lo que la
legitimación por activa en esta clase de acción está dada por el interés jurídico,
serio y actual del actor en que se descubra tal realidad. De ahí que la sentencia en
el proceso de simulación es una sentencia de declaración de certeza.
1. La prueba del consilium fraudis o del eventos damni nacido del contrato simulado,
porque también puede haber interés en obtener el reconocimiento de una
simulación no fraudulenta; e igualmente es susceptible de ser descubierta, a fin de
lograr algún beneficio, una
3. La previa excusión del deudor autor del engaño, ya que la impugnación por
simulación no tiene por objeto resarcir el perjuicio sufrido, del que habría que
determinar por anticipado la subsistencia y la entidad, sino hacer constar el
verdadero estado del patrimonio de los simulantes, o la verdadera índole de los
negocios realizados, para ejercitar después sobre esa base los derechos que
normalmente competen al impugnante.
Para que la solución no sea disvaliosa es preciso distinguir entre los acreedores
del enajenante simulado y los acreedores del adquirente simulado. Los primeros
están interesados realmente en hacer declarar la simulación para comprobar el
verdadero estado patrimonial de su deudor. Y respecto de ellos es equitativo no
distinguir entre acreedores anteriores y posteriores al negocio simulado…
(Contratos Simulados y Fraudulentos. t. I. Buenos Aires: Rubinzal – Culzoni
Editores. 2001. P. 261)
En idéntico sentido, con relación a las distintas acciones que puede ejercitar el
acreedor del enajenante simulado, MESSINEO explica:
3. Es cierto que el contrato no puede quedar expuesto a que cualquier persona que
tenga conocimiento del acto pueda solicitar que prevalezca la verdad que se oculta
tras ese instrumento, por lo que adquiere especial relevancia la identificación de
las personas que tiene interés para el ejercicio de tal acción. Por ello, la
jurisprudencia de esta Corporación «ha exigido para ese efecto que el demandante
exhiba un interés jurídico serio y actual, que no es otra cosa que la titularidad de
un derecho cierto cuyo ejercicio se halle impedido o perturbado por el acto
ostensible que por ser fingido su declaración de simulación se reclama. De manera
que en términos generales, el interés se pregona de las propias partes; de los
terceros que por fungir de acreedores de los contratantes eventualmente se ven
lesionados; y del cónyuge, respecto de los actos jurídicos celebrados por el otro,
bajo las pautas, desde luego, del régimen económico del matrimonio, previstas por
la Ley 28 de 1932…» (SC de 5 de septiembre de 2001. Exp. 5868)
Ostentan la calidad de terceros y, como tales, extraños pero interesados en los
efectos de la simulación: el subadquirente o causahabiente de uno de los que
participaron en el contrato simulado, es decir quien adquiere un derecho (por lo
general, real) de uno de los participantes en la simulación; el acreedor de uno de
los participantes en el contrato simulado; y todos los otros terceros que por el
contrato simulado resulten perjudicados en su derecho (legitimarios, coherederos,
cónyuges, etc.).
Tal como lo dispone el artículo 2488 del Código Civil, “toda obligación personal da
al acreedor el derecho de perseguir su ejecución sobre todos los bienes raíces o
muebles del deudor, sean presentes o futuros, exceptuándose solamente los no
embargables designados en el artículo 1677.” (Se resalta)
Luego, si el acreedor está legalmente facultado para perseguir todos los bienes
que conforman el patrimonio de su deudor, sean presentes o futuros, entonces
nada obsta para que pueda invocar la acción de simulación tendiente a rehacer
ese patrimonio que constituye la prenda general de su crédito, sin que tenga
ninguna incidencia la fecha de realización del acuerdo simulado.
Es más, el fragmento que se citó como reciente reiteración de doctrina solo afirma
que «los acreedores están legitimados para iniciar este tipo de acciones cuando su
deudor con la apariencia de un acto simulado, altera su patrimonio en desmedro
de la garantía general de sus obligaciones». [Folio 38] Pero esta referencia no
afirma nada respecto de la preexistencia del crédito como requisito para la
legitimación de la acción de simulación.
Magistrado
10 COLOMBIA, CSJ. Civil. Sent. del 30 de abril de 1923, G.J., T. XXX, p. 14.
12 COLOMBIA, CSJ. Civil. Sent. del 24 de octubre de 1936, G. J., T. XLIV, p. 167.
14 COLOMBIA, CSJ. Civil. Sent. del 16 de mayo de 1968, Mg. Pon. Dr. Fernando
Hinestrosa.
15 COLOMBIA, CSJ. Civil. Sent. del 30 de agosto de 1968, Mg. Pon. Dr. Guillermo
Ospina Fernández.
26 COLOMBIA, CSJ. Civil, G. J., ts. XLII, páginas 336-337, y LXXVII, páginas 792-
795.
ANTECEDENTES
A. La pretensión
Fernando Augusto García Matamoros y Claudia Marcela Ortega Rueda
promovieron proceso ordinario en contra del Banco Granahorrar S.A. –este último
en calidad de cesionario del Banco Central Hipotecario– para que se lo
declare civilmente responsable por el incumplimiento de las obligaciones
derivadas del contrato de mutuo que ellos celebraron con la entidad cedente, por
haber abusado de su posición dominante al reversar el alivio a que por ley tenían
derecho; negar la cancelación de la hipoteca; afectar su integridad psíquica al
someterlos a constantes cobros; y reportarlos de manera arbitraria en las centrales
de riesgo.
B. Los hechos
4. El 17 de marzo de 2000, el representante legal del BCH les informó que como
resultado del proceso de reliquidación del crédito se les había aplicado una
disminución de $4’004.886,43 por concepto de alivio autorizado por la Ley de
vivienda. [Folio 45]
10. A partir de ese momento los demandantes rechazaron el cobro que se les
estaba haciendo porque la entidad cesionaria no podía variar a su antojo las
condiciones del crédito ni reversar el alivio que había aplicado.
11. Ante los reclamos por ellos elevados y la solicitud de cancelación de hipoteca,
la demandada solo ofreció respuestas evasivas, alejadas de la realidad y sin
ninguna justificación legal.
12. Desde ese momento adelantaron una incesante y agotadora lucha para que
Granahorrar les aclarara su situación crediticia, frente a lo cual solo obtuvieron
como respuesta una molesta ola de cobros de una deuda inexistente que los
sumió en un constante estado de zozobra, intranquilidad, angustia, tormento y
desasosiego extremos, que se tradujeron en un evidente daño moral.
13. El reporte negativo ante las centrales de información, de igual modo, afectó su
buen nombre e historia crediticia; les impidió acceder a créditos con otras
entidades; obstaculizó la realización de negocios; y les generó pérdidas
económicas que significaron un ostensible daño patrimonial.
1. PRIMER CARGO
“El yerro del Tribunal –agregó– recae exclusivamente sobre la parte resolutiva de
la sentencia, no en el examen de las consideraciones que le sirvieron a dicho
juzgador como motivos determinantes de su fallo, y el error se traduce en no
guardar congruencia alguna entre aquélla y éstos.” [Folio 16]
CONSIDERACIONES
1. De manera reiterada esta Corte ha sostenido que la incongruencia consiste en un
quebrantamiento de las formas esenciales del procedimiento que se patentiza
cuando la sentencia decide sobre puntos ajenos a la controversia, o deja de
resolver los temas que fueron objeto de la litis, o realiza una condena más allá de
lo pretendido, o no se pronuncia sobre alguna de las excepciones de mérito
cuando es del caso hacerlo.
Y en igual sentido ha sostenido: “El precepto citado fija los límites dentro de los
cuales debe el juzgador desarrollar su actividad decisoria, en forma tal que si los
desborda, bien porque concede más de lo pedido por los litigantes, o provee sobre
pretensiones no deducidas por ellos, u omite la decisión que corresponda sobre
alguna de las pretensiones o excepciones en los términos fijados por la norma,
incurre en un error de procedimiento, originado en la violación de la regla
mencionada, que le impone el deber de asumir un específico comportamiento al
momento de fallar, yerro para cuya enmienda está instituida la causal segunda de
casación, mediante la cual puede lograrse la simetría que debe existir entre lo
decidido en la sentencia y lo solicitado por los contendientes”. (Sentencia de
Casación Nº 042 de 26 de marzo de 2001. Exp.: 5562)
La trasgresión de las anteriores pautas de conducta por parte del fallador significa
la incursión en una causal de incongruencia que -como puede advertirse- conlleva
un error de procedimiento porque las referidas reglas no señalan al funcionario
judicial cuál debe ser el sentido de su decisión sino que, por el contrario, le dictan
los parámetros que debe seguir para el proferimiento del fallo.
En ese orden, cuando el juez infringe el primer inciso del artículo 305 incurre en el
vicio de inconsonancia por emitir una sentencia que decide sobre puntos ajenos a
la controversia o deja de resolver los temas que fueron objeto de la litis. Incurre,
además, en incongruencia cuando desconoce el mandato contenido en el segundo
inciso de la citada disposición, esto es cuando condena al demandado por
cantidad superior o por objeto o causa distinta de la invocada en la demanda (ultra
petita o extra petita).
En efecto, cuando el juez comete errores en los razonamientos que realiza para
hallar la premisa fáctica o la normativa, o para hacer la correspondiente
subsunción de aquélla en ésta, o cuando no obstante haber realizado la correcta
inferencia lógica se abstiene de declarar el efecto jurídico que la norma consagra,
en todos esos casos el eventual equívoco consistirá en un error de juicio y no en
uno de procedimiento.
2. SEGUNDO CARGO
CONSIDERACIONES
1. Con sustento en la causal primera de casación consagrada en el artículo
368 del Código de Procedimiento Civil, una sentencia puede ser acusada de
quebrantar normas de derecho sustancial, bien porque el Tribunal se equivocó
sobre la cuestión jurídica sometida a su consideración, ora porque esa infracción
se produjo como consecuencia de un error de hecho manifiesto en la apreciación
de la demanda, su contestación o una determinada prueba, o de un error de
derecho en la valoración probatoria.
“1. Al quebranto del derecho sustancial puede llegarse por dos vías o caminos
diferentes, según que el desacierto cometido por el sentenciador dependa o no del
examen probatorio. En el primer evento se ha dicho que la violación se produce de
manera indirecta porque la transgresión de la ley queda sujeta a la constatación
irregular de los hechos por parte del Juez, que solo de contragolpe conduce a su
inaplicación o a su aplicación inexacta, en tanto que la vulneración se produce de
manera directa cuando el Juzgador incurre en esas mismas conductas o en la de
interpretar erróneamente la ley, pero en este caso con total prescindencia del
problema probatorio, como cuando ignora la existencia de la norma o desconoce
su validez y alcance; supuestos estos en los que se ha dicho que el error es
puramente jurídico, por oposición al primero que surge de la falsa apreciación de
los hechos.
“2. Por ser, entonces, el error jurídico y el probatorio dos conductas bien distintas y
perfectamente delimitadas del Juzgador en la violación de la ley sustancial, la
jurisprudencia de esta Corporación ha sostenido reiteradamente que ellas no se
deben confundir y menos entrelazar en una misma vía o camino de impugnación,
por cuanto ello constituye irregularidad técnica de la acusación que impide a la
Corte ocuparse de su desarrollo y a la casación de cumplir a cabalidad sus fines
de nomofilaquia y de unidad interpretativa de la jurisprudencia”. (G.J. t. CCXLVI,
Vol. II, pág. 1251)
La muy acentuada diferencia entre las dos maneras en que se puede producir la
violación de la ley sustancial debe tenerse en cuenta al momento de formular las
acusaciones contra el fallo impugnado, pues un ataque en casación sólo puede
desvirtuar la argumentación jurídica y probatoria que haya expuesto el ad quem
como fundamento de su decisión, si guarda estricta correspondencia con ellas.
En efecto, el ad quem confirmó el fallo absolutorio del juez a quo porque no halló
acreditados los perjuicios alegados por los demandantes; y ello obligaba al censor
a combatir la sentencia impugnada en el mismo campo fáctico, mediante la
demostración del supuesto error que cometió el Tribunal al no dar por probados,
estándolo, los daños cuyo resarcimiento se invocó en la demanda.
Por tal razón, los términos en que el recurrente se situó para impugnar la
sentencia, no resultan eficaces para lograr el quiebre de aquélla y tal deficiencia
impide la prosperidad del cargo.
3. TERCER CARGO
Manifestó que el banco reportó a los actores como morosos ante las centrales de
información sin que ello fuera cierto, lo que demuestra “el incumplimiento de la
obligación de no hacer y el daño mismo al buen crédito del que gozaban sus
nombres, siendo legal y jurídicamente procedente la correspondiente reparación”.
4. CUARTO CARGO
Uno por uno se citaron los documentos que corroboran el acoso persistente y
mortificante al que la entidad financiera sometió a los demandantes, aún en horas
inapropiadas, y que los sumió en un constante estado de angustia y molestias
insoportables por el cobro de algo que no debían.
CONSIDERACIONES
1. Tanto el cargo tercero como el cuarto reprocharon la sentencia de segunda
instancia por no haber tenido en cuenta las pruebas que corroboran que los
actores sufrieron un daño a su buen nombre y un grave menoscabo moral, hechos
que -según su criterio- ameritan la imposición de sendas indemnizaciones frente a
cada uno de esos tipos de perjuicio, del modo como fuera solicitado en las
pretensiones.
2. El estudio del daño ha adquirido una importancia cada vez mayor en los últimos
tiempos, al punto que para muchos autores el análisis de ese elemento constituye
en la actualidad el tema central de la responsabilidad civil, pues ya no se lo
examina como un simple asunto accesorio al factor de imputación, sino que se le
concede todo el protagonismo que le otorgan una sociedad y una cultura jurídica
interesadas en la reparación del derecho o bien vulnerado, en el reconocimiento
del valor de la persona humana, en la reivindicación del nombre de las víctimas y
en la obtención de su perdón por haber resultado agredida su dignidad.
Por ello, desde hace algunas décadas, la doctrina de esta Corte ha venido
afirmando que “dentro del concepto y la configuración de la responsabilidad civil,
es el daño un elemento primordial y el único común a todas las circunstancias,
cuya trascendencia fija el ordenamiento. De ahí que no se dé responsabilidad sin
daño demostrado, y que el punto de partida de toda consideración en la materia,
tanto teórica como empírica, sea la enunciación, establecimiento y determinación
de aquél, ante cuya falta resulta inoficiosa cualquiera acción indemnizatoria”.
(Sentencia de casación civil de 4 de abril de 1968)
3. Durante mucho tiempo se consideró que para el derecho civil el único daño
importante y, por ello, objeto de protección, era el patrimonial; creencia que se
apoyó, tal vez, en la interpretación de la fórmula del jurisconsulto Paulo (siglo III),
según la cual “el daño y la condena se predican tanto de la privación como de la
disminución del patrimonio”. (Digesto, Libro XXXIX, título II, Ley 3ª: “Damnum et
damnatio ab ademptione et quasi deminutione patrimonio dicta sunt”)
En tal sentido, los primeros comentaron que, desde siempre, el sentimiento del
honor “era conocido en los tiempos más remotos; sin duda alguna, en la época de
la venganza privada, los atentados contra el honor se reprimían con mayor
severidad que los daños materiales”. (Ibid. Pág. 428)
En similar sentido anotó Ihering: “Cuando la espada era la llamada a poner término
a las guerras de lo tuyo y de lo mío, cuando el caballero de la Edad Media enviaba
el cartel de desafío, los que presenciaban la lucha podían colegir perfectamente
que no se luchaba sólo por la cosa en su valor material, por sólo evitar una pérdida
pecuniaria, sino que se defendía algo más, se defendía en la cosa el derecho de
cada uno, su honor, su persona misma”. (La lucha por el derecho. Buenos Aires:
Editorial Atalaya, 1947. Pág. 176)
Frente a este mismo tema, el autor chileno Gastón SALINAS UGARTE refiere: “el
moderno derecho de daños considera la necesidad de reparar, no sólo la esfera
material del mismo, sino todos los aspectos vinculados con la espiritualidad,
afectividad y dignidad humana en consideración a ideales humanistas y
solidaristas…” (Responsabilidad civil contractual. Tomo II. Santiago de Chile:
Thomson Reuters, 2011. Pág. 673)
4. Nuestra jurisprudencia, por su parte, desde 1922 reconoció que “tanto se puede
dañar a un individuo menoscabando su hacienda, como infligiéndole ofensa en su
honra o en su dignidad personal o causándole dolor o molestia por obra de malicia
o negligencia en el agente.” Con sustento en esas consideraciones, la Corte
revocó una sentencia que había negado las pretensiones por no hallar probado
que el actor sufriera menoscabo en su patrimonio por el hecho de la extracción de
los restos de su finada esposa de la tumba en que fue sepultada; y, en su lugar,
concluyó que al demandante, “por el solo hecho de la extracción indebida de los
restos de su esposa que él tenía depositados en una bóveda de su propiedad, se
le infirió por culpa de los empleados del Municipio un daño moral que debe ser
reparado, a la luz de los artículos 2341 y 2356 del Código Civil…” (Sentencia de
21 de julio de 1922. León Villaveces contra Municipio de Bogotá) [Se resalta]
El único pronunciamiento que en todo ese tiempo llegó a una conclusión diferente
fue el de 6 de julio de 1955, que condenó a un mandante al pago de los perjuicios
morales que ocasionó a su abogado, por haber incumplido el contrato de mandato.
(G.J. LXXX p. 658)
A partir de una interpretación sistemática del artículo 1613 del Código Civil, éste no
puede seguir siendo entendido como un obstáculo para el reconocimiento del
perjuicio extrapatrimonial derivado del incumplimiento de un contrato, dado que
ese precepto no tiene un alcance restrictivo en materia de indemnización y, por el
contrario, sólo cumple una función de orientación para establecer la condena por el
daño patrimonial, lo que no significa que solo esta clase de perjuicio tiene
relevancia en el ámbito de las convenciones.
Es más, el artículo 1615 señala que “se debe la indemnización de perjuicios desde
que el deudor se ha constituido en mora”, sin limitar el resarcimiento a los daños
patrimoniales; lo que de todas maneras no resultaría posible porque el artículo
16 de la Ley 446 de 1998 señala que “dentro de cualquier proceso que se surta
ante la Administración de Justicia, la valoración de daños irrogados a las personas
y a las cosas, atenderá los principios de reparación integral y equidad y observará
los criterios técnicos actuariales”; sin que la citada disposición introduzca
diferencias en la indemnización en razón de la fuente que dio origen al perjuicio.
(Se subraya)
Ello significa que el juez tendrá que ordenar al responsable del daño la reparación
plena del mismo, que en materia contractual se traduce en el deber de colocar al
deudor en la misma situación en que se habría hallado si el convenio se hubiera
cumplido a cabalidad, lo cual supone restablecer tanto las condiciones económicas
como las personalísimas que resulten afectadas con el incumplimiento.
Tal postura significó un gran avance teórico para su época. Sin embargo, en la
actualidad ha sido objeto de revisión y complementación por parte de la doctrina y
la jurisprudencia comparada, toda vez que hoy en día no se justifica catalogar ‘la
lesión a la integridad psíquica’ de una persona, esto es a su interioridad moral, por
‘su proyección’ en el patrimonio u otro bien jurídico tutelado por el derecho.
Desde luego que el daño se clasifica por las consecuencias que produce y no por
las causas que le dieron origen. De ahí que un daño a la esfera interna del sujeto
que ‘repercute o se traduce’ en un detrimento patrimonial, es simple y llanamente
un perjuicio material o económico, y no existe ninguna razón para confundirlo con
el daño a la persona. Lo contrario supondría retornar a la antigua categoría del
‘daño moral objetivado’, superado por la doctrina y la jurisprudencia desde hace
varios lustros.
Así fue reconocido por esta Sala en providencia reciente, en la que se dijo que
ostentan naturaleza no patrimonial: “…la vida de relación, la integridad
sicosomática, los bienes de la personalidad –verbi gratia, integridad física o
mental, libertad, nombre, dignidad, intimidad, honor, imagen, reputación, fama,
etc.–, o a la esfera sentimental y afectiva…” (Sentencia de casación de 18 de
septiembre de 2009) [Se subraya]
Estas subespecies del daño extrapatrimonial no pueden confundirse entre sí, pues
cada una de ellas posee su propia fisonomía y peculiaridades que las distinguen
de las demás y las hacen merecedoras de tutela jurídica; aunque a menudo suele
acontecer que confluyan en un mismo daño por obra de un único hecho lesivo.
Con relación a la usual definición del daño moral, esta Corte ha ratificado que “está
circunscrito a la lesión de la esfera sentimental y afectiva del sujeto, ‘que
corresponde a la órbita subjetiva, íntima o interna del individuo’ (sentencia de 13
de mayo de 2008), de ordinario explicitado material u objetivamente por el dolor, la
pesadumbre, perturbación de ánimo, el sufrimiento espiritual, el pesar, la congoja,
aflicción, sufrimiento, pena, angustia, zozobra, desolación, impotencia u otros
signos expresivos”, que se concretan “en el menoscabo de los sentimientos, de los
afectos de la víctima y, por lo tanto, en el sufrimiento moral, en el dolor que la
persona tiene que soportar por cierto evento dañoso”. (Sentencia de Casación Civil
de 18 de septiembre de 2009. Exp.: 2005-406-01)
De suerte que es ésta la oportunidad propicia para retomar la línea trazada por la
jurisprudencia de la Sala y, especialmente, por las sentencias de 13 de mayo de
2008 (Exp. 1997-09327-01) y de 18 de septiembre de 2009 (Exp. 2005-00406-01),
con relación al tema del resarcimiento de las diversas subclases de perjuicios que
constituyen el daño a la persona o extrapatrimonial; y, en concreto, respecto de la
protección en materia civil de los bienes jurídicos de especial relevancia
constitucional.
Mientras que el artículo 15 ejusdem dispone que el Estado debe respetar y hacer
respetar los derechos a la intimidad personal y familiar y al buen nombre. (Se
subraya)
La dignidad del ser humano es una idea a la que apenas daban cierta importancia
los sistemas de derecho civil decimonónicos. Sin embargo, con posterioridad a la
segunda posguerra pasó a ocupar el centro del constitucionalismo occidental
sobre el que se apoya la mayoría de ordenamientos jurídicos contemporáneos y
por el cual éstos últimos adquieren su razón de ser. La persona humana como fin
en sí mismo significa ahora no sólo el bien más preciado sino el único bien
absoluto, por lo que no otra sino su defensa es el propósito primordial del derecho.
El constitucionalismo se convirtió de ese modo en el nuevo paradigma del orden
jurídico, cuyo influjo ha repercutido en las demás áreas del derecho positivo,
incluido el derecho civil, naturalmente, que además de la función que
tradicionalmente ha cumplido como regulador de las relaciones privadas, asume
ahora un carácter protector de los derechos inalienables.
“Esto es, resulta imperativo conforme a la Constitución, que el Estado adopte los
mecanismos de protección que resulten adecuados para garantizar la efectividad
de los mencionados derechos, y ello implica la necesidad de establecer diversos
medios de protección, alternativos, concurrentes o subsidiarios, de acuerdo con la
valoración que sobre la materia se haga por el legislador.” (Corte
Constitucional. Sentencia C-489/02)
Desde esta nueva óptica, ya no resulta posible concebir el derecho civil como un
conjunto de normas con significado netamente patrimonial, porque la protección de
los intereses superiores de los ciudadanos hace necesaria la intervención del
derecho privado cuando aquéllos resultan vulnerados, pues de otro modo la tutela
de los bienes jurídicos protegidos por la Constitución y por las disposiciones
internacionales que declaran derechos humanos, no lograría hacerse del todo
efectiva y quedaría relegada al ámbito de las buenas intenciones.
Tal protección, sin embargo, para que sea eficaz, presupone que esta clase de
daño guarde correspondencia con los valores del ordenamiento jurídico que le
imprimen sentido y coherencia al sistema, lo que impone la necesidad de delimitar
la extensión del resarcimiento; es decir que se debe discernir entre los
padecimientos que son dignos de tutela civil y los que deben quedar al margen de
ella, pues de lo contrario se corre el riesgo de incurrir en una peligrosa anarquía
conceptual que banalice las conquistas de la responsabilidad civil y borre los
límites entre lo que es jurídicamente relevante y lo que constituye simples
bagatelas.
Este daño, entonces, debe ser de grave entidad o trascendencia, lo que significa
que no debe ser insustancial o fútil, pues no es una simple molestia la que
constituye el objeto de la tutela civil. Naturalmente que toda persona, en tanto
pertenece a un conglomerado social y se desenvuelve en él, está llamada a
soportar desagrados o perturbaciones secundarias ocasionadas por sus
congéneres dentro de ciertos límites, no siendo esas incomodidades las que gozan
de relevancia para el derecho; pues es claro que prácticamente cualquier
contingencia contractual o extracontractual apareja algún tipo de inconvenientes.
Así, por ejemplo, si el daño al buen nombre coincide con la afectación del
patrimonio de la víctima, y en la demanda se reclaman sendas indemnizaciones,
entonces no será posible conceder ambas pretensiones porque en tal caso se
estaría en presencia del mismo perjuicio, imposible de ser reparado por partida
doble, dado que uno converge en el otro. Lo mismo cabe predicar de aquél frente
al daño moral o a la vida de relación cuando no aparezcan claramente
diferenciados.
Como también puede ser que el actor únicamente reclame la indemnización del
daño a los bienes jurídicos esenciales al individuo porque su interés se centra en
la reivindicación de su dignidad, más que en el resarcimiento de un padecimiento
interior a su psiquis, de un eventual detrimento patrimonial, o de un menoscabo a
su vida de relación.
Puede decirse, en síntesis, que existen ciertos parámetros que no constituyen una
limitación al libre arbitrio del juzgador, pero que es aconsejable tener en cuenta a
fin de evitar que se indemnicen situaciones que no lo merecen. Así, por ejemplo,
hay que evaluar si el hecho lesivo vulnera o no un interés jurídico que goza de
especial protección constitucional por estar referido al ámbito de los derechos
personalísimos; si ese perjuicio confluye o converge en otro de dimensiones
específicas como el daño patrimonial, el moral, a la salud o a la vida de relación,
de tal suerte que se presenten como una misma entidad; o si, por el contrario, es
posible su coexistencia con esos otros tipos de daños por distinguirse claramente
de ellos o tener su fuente en circunstancias fácticas diferenciables; entre otras
particularidades imposibles de prever de manera apriorística, dado que solo las
peculiaridades de cada caso permiten arribar a la decisión más equitativa y
ajustada a derecho.
8.1. Una vez aclarados los puntos precedentes, solo resta analizar el medio de
prueba que corresponde a cada una de las indemnizaciones que se reclaman en
los cargos tercero y cuarto, respectivamente, pues solo así se logrará establecer si
en verdad el Tribunal erró por no tener en cuenta las probanzas que demuestran la
existencia de uno y otro tipo de daño.
8.2. En cuanto al menoscabo del derecho al buen nombre, hay que admitir que el
daño se configura cuando se demuestra la violación culposa de ese bien jurídico,
sin que se requiera la presencia de ninguna otra consecuencia. Es decir que una
vez acreditada la culpa contractual y la vulneración de la garantía fundamental
como resultado de ese incumplimiento, se tiene por comprobado el detrimento al
bien superior que es objeto de la tutela civil, y en ese momento surge el interés
jurídico para reclamar su indemnización, porque el daño resarcible se identifica
con el quebranto que sufre el derecho de estirpe constitucional.
Lo anterior por cuanto –se reitera– el objeto de la tutela judicial efectiva civil en
este específico evento es el derecho fundamental al buen nombre en sí mismo
considerado, y no la afectación de otros bienes jurídicos tales como el patrimonio,
la integridad psíquica o moral, o la vida de relación del sujeto.
“(…)
Pero el aludido perjuicio no culminó en esa época, sino que, cual lo muestra el
reporte emitido por la CIFIN el 3 de febrero de 2005, todavía en esta última fecha
figuraba la mora de una deuda que -como quedó demostrado- era inexistente. [F.
299]
Es decir que la demandada, aún a sabiendas de que fue ella quien incumplió el
contrato de mutuo –pues así se lo hizo saber la Superintendencia–, y de que los
actores habían cancelado voluntariamente la deuda desde octubre de 2000 (tal
como consta en el correspondiente comprobante de pago que reposa a folio 49),
continuó en su actitud despreocupada y negligente de mantener el reporte
negativo ante las centrales de información, vulnerando de esa forma el derecho
fundamental al buen nombre de los demandantes.
Lo anterior se estima suficiente para tener por demostrado el tipo de daño del que
se viene haciendo alusión y, por lo tanto, se impone la prosperidad del cargo
tercero.
8.3. Con relación a la demostración del daño moral, el medio probatorio que
resulta más idóneo es la presunción simple, sin que ello signifique que ésta sea la
única probanza admisible, pues en punto a las pruebas la legislación procesal
entregó al fallador un sistema de libre apreciación razonable dentro del cual
pueden ser valorados todos los medios legales de convicción que logren sacar a la
luz la verdad de los hechos que constituyen la base de la controversia jurídica.
Tal presunción, conocida también como “de hombre o judicial”, no puede ser
confundida en modo alguno con las presunciones legales a las que alude
el artículo 176 del Código de Procedimiento Civil, pues estas últimas son
directamente establecidas por el legislador, y ante la comprobación del hecho en
que se fundan, el juzgador no realiza inferencia alguna sino que simplemente se
limita a aplicar la consecuencia jurídica que ellas prevén.
En ese orden, una vez acreditados los hechos que según las reglas de la
experiencia y la sana crítica constituyen una afectación a la esfera íntima de las
personas, es preciso reconocer esa clase de perjuicio si el mismo no ha sido
desvirtuado por otros medios de prueba. De ahí que cuando el juez no advierte la
presencia de esos hechos indicadores, o los observa pero deja de valorarlos como
presunciones, siendo tales, entonces incurrirá en un error de hecho por falta de
apreciación de la prueba.
A tal respecto, esta Sala tiene establecido, con relación a la prueba del daño
moral, que “cuando la jurisprudencia de la Corte ha hablado de presunción, ha
querido decir que esta es judicial o de hombre. O sea, que la prueba dimana del
razonamiento o inferencia que el juez lleva a cabo. Las bases de ese
razonamiento o inferencia no son desconocidas, ocultas o arbitrarias. Por el
contrario, se trata de una deducción cuya fuerza demostrativa entronca con
clarísimas reglas o máximas de la experiencia de carácter antropológico y
sociológico, (...).” (Sentencia de casación civil de 5 de mayo de 1999. Exp.: 4978)
En primer término, aparecen las cartas suscritas por el propio demandante, señor
García Matamoros, visibles a folios 86 a 89, 101 a 102, 103, 104, 116 a 121, 135 a
137, 165 y 166, 215 a 217, 300 y 302 del cuaderno uno, que analizadas en
conjunto con los escritos remitidos por el Banco, revelan un cruce de información
que gira en torno al cobro de las sumas de dinero que el Tribunal halló
injustificado.
iii) La carta de febrero de 2002, dirigida al actor por Asesorías Jurídicas y Cobros
Ltda, que reza:
iv) La de enero 2 de 2002, suscrita por Tania Alejandra Vega Ramírez, que es del
siguiente tenor:
“Respetado señor García: En respuesta a su petición relacionada con la obligación
hipotecaria de la referencia, le informamos que los saldos suministrados para la
cancelación de su obligación, fueron determinados por el B.C.H., antes de que se
efectuara el proceso de redenominación y la clasificación de los clientes que no
podían recibir la reliquidación por encontrarse en la base de la Superintendencia
Bancaria, recibiendo el beneficio con otra entidad, por lo tanto al GRANAHORRAR
realizar los procedimientos de acuerdo a lo dispuesto en la Ley de Vivienda 546 de
1999 el B.C.H en liquidación no autorizó la aplicación de la reliquidación, toda vez
que usted está reportado recibiendo el beneficio de Colmena.
“Así las cosas una vez se realice la cancelación total del saldo vigente,
procederemos a tramitar la cancelación de hipoteca y actualizar la información
ante las centrales de riesgo financiera”. [203]
“El banco quiere conocer los motivos por los cuales no se ha podido colocar al día,
y nos ha autorizado para lograr la recuperación de la misma.
“Es por esta razón que lo estamos invitando para que se acerque a nuestras
oficinas o a uno de los centros de atención especializado (CAES) en donde un
asesor se encuentra disponible a atenderlo y orientarlo sobre la forma de poder
normalizar su crédito”.
“De acuerdo a lo anterior y con el fin de dar una mayor compresión a su petición
me permito adjuntar movimiento histórico de la obligación donde podrá observar la
forma como fueron aplicados los vencimientos facturados, los abonos efectuados y
saldos de capital vigente discriminados mes a mes hasta la fecha de cancelación
del crédito.” [Folio 303]
Por ello, el Tribunal incurrió en los errores de hecho denunciados por los
recurrentes, pues supuso que no estaba demostrado el daño moral, cuando las
pruebas que se acaban de analizar dan cuenta de la existencia del perjuicio
extrapatrimonial que se reclama.
De manera que es el usuario quien debe escoger el crédito al que se debe aplicar
el alivio, según le resulte más benéfico, o en caso de que no realice manifestación
alguna, el abono debe hacerse al crédito de mayor monto.
En este último mes los actores pagaron la cantidad de $345.000 [folio 49], es decir,
un poco más del valor de la obligación, por lo que es evidente que ésta quedó
completamente saldada.
Por tal razón, la deuda volvió a ascender a $4.721.250 [folio 51] sin ninguna
justificación real ni legal; lo que deja en evidencia el incumplimiento del contrato de
mutuo por parte de la entidad acreedora, tal como fuera considerado por el
Tribunal.
5.1. Con relación al pago de los perjuicios morales, conviene reiterar que como
hacen parte de la esfera íntima o fuero mental del sujeto damnificado, no son
susceptibles de tasación por medio de pruebas científicas, técnicas o directas,
toda vez que su esencia originaria y puramente espiritual obliga al juez a
estimarlos, pues es por medio de la equidad y el derecho, mas no del saber teórico
o razón instrumental, que pueden llegar a ser apreciados.
Bajo esos presupuestos, por cuanto sólo quien padece ese dolor subjetivo conoce
la intensidad con que se produjo, tal sufrimiento no puede ser comunicado en su
verdadera dimensión a nadie más; no obstante, como tal daño no puede quedar
sin resarcimiento por la trascendencia que tiene para el derecho, es el propio juez
quien debe regularlos con sustento en su sano arbitrio, sustentado en criterios de
equidad y razonabilidad.
5.2. En cuanto al daño al buen nombre, es preciso admitir, en los términos del
derecho comparado actual, que la esfera reservada de la persona se valora con
base en criterios extrínsecos, con prescindencia de la consideración subjetiva que
cada quien tenga sobre su propio honor, intimidad o imagen. Estos parámetros
externos se encuentran demarcados por la trascendencia que el ordenamiento
jurídico les concede a los bienes esencialmente personalísimos, los cuales gozan
de un superior privilegio por cuanto se encuentran expresamente consagrados en
la Constitución Política como garantías fundamentales.
Junto con la pauta anterior, deben valorarse las circunstancias particulares de
cada caso, pues son ellas, precisamente, las que permiten a la jurisprudencia
adaptar los criterios objetivos a las situaciones concretas de cada realidad; y en tal
sentido se hace necesario tener en cuenta las condiciones personales de la
víctima, apreciadas según los usos sociales, la intensidad de la lesión, la duración
del perjuicio, entre otras condiciones que el juez logre advertir para la
determinación equitativa del monto del resarcimiento.
A partir de todos esos lineamientos, se logra constatar que el daño sufrido por los
demandantes corresponde al menoscabo de un derecho superior; que el perjuicio
se prolongó por más de cuatro años; que se trata de personas con estudios
universitarios cuyo desenvolvimiento profesional y social depende, en gran parte,
de su buen nombre; y que mantenían frecuentes relaciones comerciales con
entidades crediticias y establecimientos de comercio, ante los cuales su reputación
financiera sufrió un grave deterioro.
Todo ello conlleva a concluir que el mencionado daño debe ser tasado en la suma
de $20.000.000 para cada uno de los pretensores.
RESUELVE
PRIMERO
REVOCAR la sentencia proferida el 31 de julio de 2007 por el Juzgado Tercero Civil
del Circuito de Bogotá.
SEGUNDO
DECLARAR no probadas las excepciones propuestas por el Banco Granahorrar S.A.
TERCERO
DECLARAR que el Banco Granahorrar S.A., (hoy Banco BBVA Colombia) incumplió el
contrato de mutuo que celebró con los actores, al reversar unilateralmente el alivio que
había otorgado al crédito.
CUARTO
CONDENAR al Banco BBVA Colombia a pagar a cada uno de los demandantes la
suma de $ 10.000.000 por concepto de perjuicios morales.
QUINTO
CONDENAR al Banco BBVA Colombia a pagar a cada uno de los demandantes la
suma de $20.000.000 como compensación al daño ocasionado a su buen nombre.
SEXTO
NEGAR las pretensiones del llamamiento en garantía por lo dicho en la parte motiva.
SÉPTIMO
CONDENAR a la demandada al pago de las costas causadas en ambas instancias.
Tásense por Secretaría, incluyendo como agencias en derecho de la segunda
instancia la suma de $3.500.000.
Sin costas en el recurso extraordinario de casación ante la prosperidad del mismo.
(Salva voto)
(Salva voto)
(Salva voto)
11001-31-03-031-1999-01475-01.
1. En el escrito con el que se inició este proceso las demandantes solicitaron declarar
la prescripción de la acción cambiaria respecto del pagaré 169918-0 suscrito por
ellas el 23 de mayo de 1995 a favor de la Corporación Grancolombia de Ahorro y
Vivienda Granahorrar -hoy Banco Granahorrar S. A.-, correspondiente a la
obligación hipotecaria 10040069918-0, y ordenar, como consecuencia, la
cancelación del gravamen constituido a favor de la demandada sobre el
apartamento 207 del Edificio Nautilus de la calle 6 número 1-61 de Santa Marta,
según consta en la escritura pública 0726 de 14 de marzo de 1995 de la Notaría
35 de Bogotá.
c. Han transcurrido más de tres años desde la fecha en que la obligación se hizo
exigible, sin que las actoras cancelaran en dicho lapso suma alguna, como se
desprende de la certificación expedida por la opositora el 30 de julio de 1999.
3. Al descender al caso recalcó que por cuanto la demanda de este proceso, en que
las demandantes invocaron la extinción de la acción cambiaria derivada del pagaré
otorgado a favor de la opositora, se presentó el 23 de agosto de 1999, antes de la
promulgación de aquella ley, cuando para entonces no se hallaban habilitadas
para proponer la prescripción extintiva como pretensión, emergía “la falta de
legitimación de la acción”, a lo que añadió que no era posible aplicar el citado
ordenamiento jurídico a este litigio sin norma expresa que así lo permitiera, “dado
que de esa prerrogativa no se ocupó” dicho estatuto jurídico.
Para finalizar, el juez de segundo grado anotó que como al momento en que fue
presentado el libelo no “existía la facultad de promover contra el acreedor el modo
extintivo de la deuda, bajo la imposición de la pretensión liberatoria”, porque “para
esa época la ley no habilitaba la promoción de esa clase de acciones”, revocaría la
sentencia apelada, como en efecto lo hizo.
1. Luego de citar algunos pasajes del fallo recurrido y de transcribir aquel precepto
legal, dicen las impugnadoras que la interpretación que el tribunal le dio a dicha
disposición es errónea, pues considerar que las actoras no se hallaban habilitadas
para proponer la prescripción extintiva como pretensión, por haber sido presentada
la demanda antes de la promulgación de ese ordenamiento jurídico, “es restringir
el alcance de la norma”, ya que la Constitución y la ley no lo prohíbe, y ello
tampoco “constituye ilicitud alguna”; en este orden de ideas, dicen, “a ninguna
persona se le puede impedir el derecho de requerir la intervención del Estado para
la composición de sus diferencias”, por cuanto, de hacerse, “se llegaría al absurdo
de impedir el ejercicio lícito de las vías judiciales”(fl.9).
2. Anotan las recurrentes que no existe problema alguno en relación con la aplicación
de las normas nuevas a situaciones nacidas y extinguidas bajo la vigencia de otras
anteriores, debido a que la ley nueva no puede regular las situaciones que
nacieron y se extinguieron dentro de la vigencia de la normatividad anterior,
porque, de aceptarse lo contrario, las novísimas disposiciones serían retroactivas.
Con esta precisión, recalcan que el problema surge es respecto de las “situaciones
jurídicas nacidas con anterioridad a la existencia de la ley”, que se desarrollan y
tienen efectos “durante el tiempo en que entra a regir la norma nueva”. Comentan
que ésta impera desde su “promulgación para todas las situaciones y efectos
jurídicos que se produzcan en el futuro sin que importe que hayan nacido con
antelación a su vigencia. Es lo que se denomina el efecto inmediato de la ley”, el
cual “no permite más la subsistencia de la ley antigua, ni siquiera para las
situaciones jurídicas nacidas en el tiempo en que esta última regía” (fl.9).
Deducen así las acusadoras “que los nuevos preceptos legales son aplicables, en
principio, a todas las situaciones jurídicas en curso”, con mayor “razón a las
acaecidas después de entrar en vigor”, y que dicha aplicación inmediata no
significa que la ley nueva sea retroactiva. De allí que “se deben respetar las
condiciones de adquisición de un derecho y sus efectos”, las cuales “se rigen por
la ley vigente en la época en que… fue creado o consumado”, aspecto alrededor
del cual citan un precedente jurisprudencial.
3. Dicen que por lo anterior es necesario tener presente la “dicotomía entre el efecto
retroactivo y el efecto retrospectivo de la ley, para enmarcar dentro del primero el
quebranto” de los “derechos adquiridos conforme a leyes anteriores, y la simple
acción sobre los desarrollados, las modalidades o las consecuencias de relaciones
jurídicas, situaciones o status en curso” (fl.10).
Concluyen que la ley 791, que entró a regir el 27 de diciembre de 2002, es
aplicable a este caso, pues, auncuando el pagaré aquí involucrado “se suscribió
con anterioridad” -23 de mayo de 1995-, “su terminación, como obligación por
prescripción, … debe regirse por la nueva ley,… dándole efecto retrospectivo…,
por tratarse de una relación jurídica que aunque nacida bajo … la ley anterior, se
desarrolló y vino a culminar dentro de la vigencia de la nueva”; dicha aplicación
traduce un acto de “justicia al sancionar con… la prescripción de la acción
cambiaria” la “negligencia y abandono” por parte del acreedor. (fls.10 y 11).
CONSIDERACIONES DE LA CORTE
1. Como se observa de la sinopsis que se hizo del fallo combatido, el ad-quem
aseguró que, para enervar por medio de la prescripción extintiva el derecho
subjetivo incorporado en un título valor, antes de la vigencia de la ley 791 de
2002 debía procederse únicamente por vía de excepción, dado que “sus efectos
siempre han sido y serán ope excepcionis mas no ope legis, por su naturaleza y la
necesidad de su invocación previa, para su declaratoria, rechazándose la
posibilidad de ejercitarla como acción”; es decir, entendió que la mentada
prescripción no era un derecho de acción del deudor sino un medio de defensa
tendiente a paralizar el del acreedor, de donde el primero no se encontraba
legitimado para provocar su declaración por la vía escogida. Enfatizó entonces que
en orden a que el deudor pudiera demandar la declaración de dicho fenómeno
jurídico, a partir de 27 de diciembre de 2002 el legislador adicionó el artículo
2513 del Código Civil a través del ordenamiento legal arriba citado, al establecer
que la prescripción adquisitiva o extintiva podía invocarse mediante acción o
excepción.
Con esa base aseguró que como la demanda de este proceso fue presentada el
23 de agosto de 1999, antes de la promulgación de aquella ley, cuando para
entonces las actoras no se hallaban habilitadas para proponer la prescripción
extintiva como pretensión, afloraba “la falta de legitimación” de ellas, a lo que
agregó que no era posible aplicar el citado ordenamiento jurídico a este litigio sin
norma expresa que así lo permitiera, “dado que de esa prerrogativa no se ocupó”
dicho estatuto jurídico; y como juzgó que para la fecha en que se presentó el libelo
no “existía la facultad de promover contra el acreedor el modo extintivo de la
deuda, bajo la imposición de la pretensión liberatoria”, porque “para esa época la
ley no habilitaba la promoción de esa clase de acciones”, revocó la sentencia
apelada.
Por su lado, las recurrentes aducen que la interpretación que del modo indicado
aquél le dio al artículo 2º de la ley 791 ya citada es errónea, debido a que sostener,
como lo hizo ese juzgador, que las actoras no estaban habilitadas para proponer la
prescripción extintiva como pretensión, por haber presentado la demanda antes de
que ese estatuto jurídico adquiriera vigencia, implica restringir el alcance del
mismo, por cuanto constitucional ni legalmente se encuentra prohibido, ni
constituye ilicitud alguna; y aseguran que a nadie se le puede impedir el derecho
de exigir la intervención del Estado para componer unas determinadas diferencias.
Bajo ese argumento, recalcan que la norma nueva, desde que es promulgada,
gobierna todas las situaciones que se produzcan en el futuro sin que importe que
hayan nacido con antelación a su vigencia, como consecuencia del efecto
inmediato de la ley, el cual no permite la subsistencia de la ley antigua, ni siquiera
para los hechos surgidos en vigencia de ésta, sin que ello implique que la
normatividad posterior sea retroactiva. En suma, dicen que la ley 791, cuya
vigencia empezó el 27 de diciembre de 2002, es aplicable a este caso, pues,
auncuando el pagaré involucrado fue suscrito con anterioridad a ella, la
prescripción de la obligación que incorpora debe regirse por la misma, por
aplicación retrospectiva, por cuanto se trata de una relación jurídica que, aunque
nacida bajo la ley anterior, se desarrolló y vino a culminar en vigencia de la
posterior.
2. Al contrastar una y otra posición, encuentra la Sala que la aseveración del juez de
segundo grado consistente en que con anterioridad a la vigencia de aquella ley no
se podía promover acción que tuviera por objeto la declaración de la prescripción
extintiva del derecho subjetivo incorporado en un título valor y que, por ende, a ello
el interesado debía proceder sólo por vía de excepción, quedó al margen de la
crítica en el recurso extraordinario, pues, como se advierte de la síntesis de la
acusación, ésta se dirige con exclusividad a delatar el yerro jurídico en el que
aquél, al decir de las censoras, incurrió por haber interpretado en forma errónea el
artículo 2º del citado ordenamiento jurídico; de este modo, como sobre la
susodicha aserción del juzgador no se plantea ningún reparo en casación, en ese
específico aspecto el fallo combatido emerge intangible, de donde la Corporación
queda relevada de entrar en consideraciones sobre ese particular. Más
exactamente, el impugnante declinó la tarea de demostrar cómo, con sustento en
la normatividad entonces vigente, se podía impetrar la especie de prescripción que
hoy aduce. En consecuencia, la Corte se abstiene de un pronunciamiento en ese
sentido.
3. Dicho lo precedente, se impone notar cómo el reproche a la sentencia gira
alrededor de la aplicación en el tiempo de la ley 791 de 2002, porque mientras
para el tribunal la misma no era aplicable a este asunto dado que fue promulgada
después de la fecha en que se presentó la demanda del proceso, para las
impugnadoras el artículo 2º de esa normatividad debe hacerse actuar en esta
causa pues, por virtud del efecto inmediato de la ley, ella gobierna todas las
situaciones que se produzcan en el futuro sin importar que hayan nacido con
antelación a su vigencia. En suma, se trata de establecer si a esta controversia le
son aplicables los efectos que se desprenden del mentado artículo 2º, conforme al
cual la “prescripción tanto la adquisitiva como la extintiva, podrá invocarse por vía
de acción o por vía de excepción, por el propio prescribiente, o por
sus acreedores o cualquiera otra persona que tenga interés en que sea declarada,
inclusive habiendo aquel renunciado a ella”.
En lo tocante con la aplicación inmediata, aspecto alrededor del cual gira el cargo
que se analiza, es claro que este método de hacer actuar la ley nueva se
manifiesta de dos formas diferentes. Por un lado, en que se aplica a todos los
hechos jurídicos que se constituyan a partir de su vigencia; y, por el otro, en que
puede estar llamado a regular el ejercicio de las consecuencias jurídicas
producidas antes de su vigencia, al igual que las acaecidas a partir de ella; en esta
última variable la aplicación inmediata se hace consistir en que el ejercicio,
administración, cargas o deberes de las mentadas consecuencias se rigen por la
ley nueva. Es evidente entonces que ésta debe aplicarse a los hechos futuros y a
los derechos o efectos jurídicos que en el porvenir produzcan las situaciones
fácticas cumplidas antes.
En el segundo de los sentidos acabados de referir, la Corporación ha dicho que si
la ley nueva “se aplica a consecuencias aún no realizadas, derivadas de una
determinada situación fáctica, inclusive preexistente a ella, está actuando de una
manera que suele serle propia, o sea, surtiendo efectos inmediatos”; es decir, que
desde el punto de vista de su alcance temporal las normas jurídicas regularmente
se clasifican, entre otras categorías, en leyes “de aplicación inmediata, cuando
gobiernan todos los efectos que se produzcan desde el momento en que entra en
vigor, incluidos los que se deriven de una situación surgida de antemano”, aspecto
en el que se distingue de las retroactivas, por cuanto estas últimas “actúan sobre
los efectos ya cumplidos con anterioridad a su vigencia”(sentencia 030 de 20 de
marzo de 2003, exp.#6726).
O como también lo expuso la Sala en reciente oportunidad, “la doctrina con el fin
de zanjar la eventual y concreta oposición entre retroactividad e irretroactividad de
la ley, ha morigerado el alcance del principio de irretroactividad acudiendo a dos
excepciones, ambas con respaldo legal en el ordenamiento jurídico colombiano:
las leyes interpretativas, que se entienden incorporadas a la interpretada y las
leyes de orden público, a las cuales además de otorgárseles un carácter
imperativo,… se les implica directamente con la prevalencia del interés general
sobre el particular o privado. Por consiguiente, sendos tipos de leyes se prodigan
de un efecto inmediato”(sentencia 072 de 20 de abril de 2001; subrayas fuera de
texto). Las consideraciones que vienen expresadas acompasan con el artículo
14 del Código Civil, en cuanto prescribe que las “leyes que se limitan a declarar el
sentido de otras leyes, se entenderán incorporadas en estas”, y, en buena parte,
con la ley 153 de 1887, especialmente con las normas contenidas en sus artículos
18, 19, 20, 23, 26, 28 y 29, entre otros.
En todo caso, como el principio general es el de la irretroactividad, en el entendido
de que la ley nueva no puede ignorar los derechos formados, adquiridos o
extinguidos bajo el imperio de la anterior -ya que si no los tuviese en cuenta,
equivaldría a desconocer el hecho jurídico que les dio nacimiento o que los hizo
fenecer, según como fuese-, es palmario entonces que la retroactividad o el efecto
general inmediato debe resultar de una cláusula expresa del legislador; y en el
evento de que éste no la hubiese previsto en el respectivo ordenamiento legal, le
corresponderá al intérprete, dentro del marco trazado por las normas contenidas
en la citada ley 153, determinar la manera como habrá de aplicar el precepto
normativo de que se trate. A este respecto la Corte ha dicho.
“… .
“El artículo 20, por su parte,… prevé… su aplicación inmediata en relación con ‘los
derechos y obligaciones anexos al mismo estado, las consiguientes relaciones
recíprocas de autoridad o dependencia entre los cónyuges, entre padres e hijos,
entre guardadores y pupilos, y los derechos de usufructo y administración de
bienes ajenos’… .
“El artículo 23 ídem, recalca, así mismo, el efecto inmediato de la ley en relación
con las normas que extienden la capacidad de la mujer para administrar sus
bienes… . El artículo 26 conjuga los principios de no retroacción de la ley y de la
eficacia inmediata de la misma al prever que ‘el que bajo el imperio de una ley
tenga la administración de bienes ajenos, o el que ejerza válidamente el cargo de
guardador, conservará el título que adquirió antes, aunque una nueva exija, para
su adquisición, nuevas condiciones; pero el ejercicio de funciones, remuneración
que corresponde al guardador, incapacidades y excusas supervinientes, se regirán
por la ley nueva’, ponderación que también refleja el artículo 28 ibídem, en cuanto
prescribe que ‘todo derecho real adquirido bajo una ley y en conformidad con ella,
subsiste bajo el imperio de otra; pero en cuanto a su ejercicio y cargas, y en lo
tocante a su extinción, prevalecerán las disposiciones de la nueva ley’. Otro tanto
acontece con los artículos 29, 31, 34 y 40 que ordenan la aplicación inmediata de
la nueva ley en relación con las materias que allí se mencionan”(sentencia 030 de
20 de marzo de 2003, exp.#6726).
En este mismo sentido ha de resaltar la Sala que ese alcance del artículo 13 citado
fue el que le permitió al ad-quem asegurar que a este proceso no le eran
aplicables los efectos de la mencionada normatividad.
Evidentemente, al aseverar que por el hecho de que el libelo con que se inició el
pleito fue presentado a la jurisdicción -23 de agosto de 1999- con anterioridad a la
fecha en que tal estatuto legal se promulgó -27 de diciembre de 2002-, el juez de
segundo grado no hizo más que sujetarse a la disposición legal arriba
mencionada, pues si acorde con la misma, por principio general, la ley surte
efectos sólo a partir de su promulgación, y así lo dice expresamente el artículo 13
de la ley 791, al haber sido publicada ésta después de que se presentó la
demanda con que se promovió la acción, aquél, vistas las cosas desde el
panorama que ofrece el artículo 52 del Código de Régimen Político y Municipal, se
encontraba imposibilitado para aplicarle a este asunto los efectos del estatuto
jurídico en cuestión, en especial los que surgen de su artículo 2º.
Es palmario entonces que aquella ley no dice, expresa ni implícitamente, que ella
entre a regular el ejercicio de todas o algunas de las consecuencias jurídicas aún
no realizadas, derivadas de una determinada situación fáctica preexistente a su
vigencia, como sería el caso, por citar sólo el ejemplo que viene al momento, de
las demandas presentadas a la jurisdicción antes de que ella entrara en vigor.
Dado ese manifiesto silencio, aunado a los razonamientos que vienen precedidos,
no queda otra alternativa que la de pensar que ese estatuto legal, en lo tocante
con la prealudida norma, está llamado a ser aplicado únicamente a los hechos y
efectos jurídicos que se realicen en el futuro a partir de su promulgación.
No se trata ella, insístese, de una regla imperativa, como lo son las que participan
de la comentada noción de orden público, sino de una meramente potestativa, al
extremo de no expresar que el interesado estuviera obligado inevitablemente a
alegar la prescripción adquisitiva o extintiva particularmente cuando fuere
demandado judicialmente, sino que escasamente determina un derecho de mera
facultad, al señalar que aquél, valga reiterarlo, “podrá invocarla por vía de acción o
por vía de excepción”, lo cual guarda plena armonía con el artículo 2513 -que
resultó adicionado por aquella norma-, en cuanto enseña que “el que quiera
aprovecharse de la prescripción debe alegarla”, y que “el juez no puede declararla
de oficio”.
En consecuencia, como aquella no es una disposición de orden público ni
involucra una norma imperativa sino apenas potestativa, y en vista de que el libelo
con el que se inició este proceso fue instaurado algunos años antes de entrar en
vigor la respectiva ley -aspecto en el que ninguna controversia existe-, no puede
sostenerse fundadamente que la misma aquí debía aplicarse con efecto inmediato
en lo tocante con las consecuencias jurídicas surgidas desde antes de su vigencia
y que bajo su imperio se prolongaron o continuaron consolidándose.
8. Desde otra perspectiva, la Sala tampoco encuentra que la ley 791 de 2002 declare
o interprete el sentido de alguna norma anterior, o que, por tratarse de una ley
expedida por motivos de moralidad, salubridad o utilidad pública, restrinja el
ejercicio de derechos adquiridos a través de leyes anteriores, como para que por
estos otros aspectos válidamente se pudiera predicar de dicho estatuto jurídico, en
lo pertinente a su artículo 2º, el mentado “efecto general inmediato” y, por ende, su
aplicación a este litigio sin importar que la demanda haya sido presentada mucho
antes de la promulgación de esa norma positiva, cual es el exclusivo argumento
del cargo, desde luego que el hecho consistente en la reducción de “los términos
de prescripción en materia civil”, temática que es la que trata la mencionada ley,
muy lejos está de constituir preceptos normativos que le den entendimiento a otro
anterior, o de configurar un ordenamiento legal que hubiese sido dictado por
razones de salubridad, equidad, moralidad, utilidad pública, o, en fin, de encajar en
cualquiera de los supuestos que incorporan aquellos artículos de la ley 153 de
1887 y del Código Civil que prevén la aplicación de las disposiciones legales con
efecto inmediato.
V. DECISIÓN
SALVEDAD DE VOTO
En ese sentido, hay que anotar que antes del advenimiento de la aludida norma,
ninguna disposición legal coartaba o restringía la posibilidad de adelantar un
proceso declarativo con el propósito de que se dijera que una obligación está
extinguida por prescripción.
Expresado de otro modo, antes de la Ley 791 de 2002, nada impedía que el
deudor beneficiado con el paso del tiempo y la desidia de su acreedor, pudiera
rogar al aparato jurisdiccional un pronunciamiento que le brindara certeza sobre la
extinción del crédito, por manera que ante un evento como ese, el juez no podría
rehusarse a decidir, porque de hacerlo, podría socavar el derecho que asiste a
todos los administrados a obtener una respuesta del Estado una vez se han
ejercido las acciones.
Hay que entender, entonces, que ese precepto tiene un alcance eminentemente
interpretativo, en tanto que buscaba zanjar cualquier duda que pudiere presentarse
en relación con las alternativas que antes de la ley tenía el deudor una vez
prescribía la deuda, máxime cuando la propia jurisprudencia de la Corte se ha
mostrado vacilante en torno al punto, ejemplo de lo cual son las sentencias de de
casación de 26 de julio de 18971, 23 de junio de 19212 y 17 de octubre de 19563
en las cuales ningún reproche se planteó al hecho de haberse formulado la
prescripción como pretensión, en tanto que en sentencias de 25 de abril de 19414
y 17 de octubre de 19455 se adoptó el criterio de que el dicho fenómeno extintivo
sólo podía alegarse como excepción.
Por ende, a la luz del artículo 14 ibídem, el artículo 2º de la Ley 791 de 2001 podía
entenderse incorporado en la regla 2513 del Código Civil para el momento en que
fue desatada la controversia en segunda instancia, por su indudable carácter
interpretativo.
Desde otra perspectiva, es cierto que no todo lo que toca con la prescripción es de
orden público, como con tino se afirma en la sentencia; a pesar de ello, en cuanto
a la habilitación que se reconoce al deudor para acceder a la jurisdicción,
planteando la pretensión de prescripción extintiva como acción, se trata de un
asunto de orden público pues atañe al derecho al tribunal.
Fecha ut supra,
Magistrado
1 G.J. XIII, 2.
7 Ibídem.
8 Ibídem.
Se presentó demanda ordinara para declare la inexistencia en el acto o contrato
contenido en escritura pública de la compraventa del inmueble, para que recrece al
patrimonio, en beneficio del acreedor, hasta la concurrencia de su crédito, el
demandado contesto la demanda oponiéndose a las pretensiones, invocando
defensas de fondo, de igual manera propuso excepciones previas, la primera instancia
culmino con sentencia en la que se declaró no probada las excepciones de fondo
propuestas, le reconoció fundamento a la acción, de simulación incoada, declarando
así mismo que es inexistente la venta contenida en escritura pública, ordenando la
cancelación del registro inmobiliario, apelado dicho fallo ante el Tribunal se le puso fin
con sentencia en la que se revocó en su integridad la del a-quo, presentándose el
recurso de casación, y luego del trámite correspondiente la Corte resolvió no casar la
sentencia, porque es inútil el estudio de los cargos propuestos, pues existen errores de
hechos denunciados en relación con varias pruebas SIMULACION No se configura la
interposición fingida de persona y por lo tanto no es posible imprimir el tratamiento
propio de la simulación, si junto con la puesta a nombre de otro de la propiedad
adquirida, no se acredita que quien se transfiere fue participe de un acuerdo
simulatorio y la adquisición no se verificó a nombre del llamado a ser definitivo y
efectivo beneficiario de la atribución patrimonial discutida. Rad: Casación Civil de 30
de julio de 1992, sin publicar
Santafé de Bogotá, D.C., veintidós de Junio de mil novecientos noventa y tres
(22/06/1993)
I- ANTECEDENTES:
1. Mediante demanda presentada con fecha veinticuatro (24) de mayo de 1985 que le
correspondió por reparto al Juzgado 26 Civil del Circuito de esta ciudad, el BANCO
MERCANTIL, establecimiento bancario constituido en legal forma y con domicilio
principal en Bogotá D.C., obrando por intermedio de apoderado entabló demanda
para que con citación y audiencia de JUAN SANABRIA SANCHEZ, MYRIAM
GARCIA ANGEL y CAPRINA SANABRIA GARCIA, mayores de edad los dos
primeros y menor la tercera, se hagan en sentencia de mérito las siguientes
declaraciones y condenas: a) Que por adolecer de simulación, es inexistente el
acto o contrato contenido en la escritura pública 5813 de 14 de septiembre de
1983 otorgada en la Notaría 9a del Círculo de Bogotá, contrato que se relaciona
con la compraventa celebrada entre GABRIEL RAMIREZ MORENO y JUDITH
BOTERO DE RAMIREZ con MYRIAM GARCIA ANGEL y la menor CAPRINA
SANABRIA sobre un inmueble situado en la Carrera 31 Número 126-19 de esta
ciudad, ello con el fin de que "...el citado bien regrese al patrimonio de JUAN
SANABRIA SANCHEZ en beneficio del acreedor BANCO MERCANTIL, hasta
concurrencia de su crédito...". b) En subsidio, que se disponga la revocatoria del
mismo contrato para alcanzar el objetivo recién indicado, esta vez "...en ejercicio
de la acción pauliana...". c) Que se ordene la cancelación del registro de la
escritura pública 5813 del 14 de septiembre de 1983 otorgada en la Notaría 9a del
Círculo de Bogotá, así como también se decrete la inscripción de la demanda en
"...el Libro de Registro correspondiente de la Oficina de Registro de Instrumentos
Públicos de Bogotá..." y, en fin, d) Que se condene a los demandados a pagar las
costas del proceso.
3. La primera instancia culminó con la sentencia proferida con fecha siete (7) de
diciembre de 1989, providencia ésta por cuya virtud el juzgado del conocimiento,
después de declarar no probadas las excepciones de fondo propuestas, le
reconoció fundamento a la acción de simulación incoada, declarando asimismo
que es inexistente la venta contenida en la escritura 5813 de 14 de septiembre de
1983 otorgada en la Notaría 9a de Bogotá, ordenando la cancelación del registro
inmobiliario de este instrumento e imponiéndole a los demandados la obligación de
pagar las costas del proceso.
Apelado dicho fallo, le puso fin a la segunda instancia la sentencia de trece (13) de
marzo de 1991 que, luego de revocar en su integridad la decisión tomada por el a
quo, resuelve negar las pretensiones de la demanda y por ende absolver a los
demandados de los cargos contra ellos enfilados, ordenando la cancelación de la
inscripción de la demanda y condenando a la parte actora a pagar las costas
causadas en ambas instancias.
2. Partiendo de esta premisa y haciendo ver que de acuerdo con la demanda lo que
pretende el Banco no es tan sólo que se declare "...simulado e inexistente..." el
contrato de compraventa del que da razón la escritura pública 5813 de 14 de
septiembre de 1983 otorgada ante el Notario 9º de Bogotá, sino que además el
inmueble objeto de enajenación en dicho acto SANABRIA SANCHEZ, afirma el
tribunal que un estado de cosas así hace suponer que el bien raíz en cuestión
hubiese sido transferido con anterioridad por el propio JUAN SANABRIA
SANCHEZ, y lo cierto es que al tenor del instrumento público recién mencionado y
del folio de matrícula inmobiliaria respectivo, no aparece por parte alguna que esa
persona haya sido propietaria del inmueble o quien lo dio en venta a través del
acto respecto del cual se ejercita la acción de simulación; "...Es que para que una
cosa regrese -explica la corporación sentenciadora- tal como se solicita en la
demanda donde se pide que el inmueble regrese al patrimonio de JUAN
SANABRIA regrese al patrimonio del demandado JUAN SANCHEZ,
necesariamente hay que concluir que el mismo fue de propiedad de dicho señor,
pues el verbo regresar tiene como único significado retornar al lugar de origen o
volver al lugar de donde se partió, cosa 'que en el sub lite sería imposible
ordenarlo (sic) porque como ya se dijo el inmueble nunca ha sido de propiedad del
mencionado SANABRIA SANCHEZ según el certificado de tradición de dicho bien
raíz expedido por funcionario competente...".
CARGO PRIMERO:
Como consecuencia de evidentes errores de hecho en la apreciación de las
pruebas, se le atribuye a la sentencia la violación, por falta de aplicación, de los
artículos 1766 y 2488 del Código Civil.
CARGO SEGUNDO:
SE CONSIDERA
1. Bien sabido es que, utilizando como factor de clasificación el distinto grado en que
puede presentarse la anomalía en que ella consiste, la doctrina divide la
simulación en dos especies según que el acto o contrato aquejado consista tan
sólo en una mera ficción con la que los interesados se propusieron engañar a
terceros haciéndoles creer en la existencia de algo que ninguna entidad tiene,
caso en el cual se dice que la simulación es absoluta, mientras que es relativa
cuando al acto o contrato lo enseñorea un disfraz creado para reflejar una
apariencia que no corresponde a su verdadera entidad, vale decir cuando se ha
querido por los agentes llevar a cabo un negocio diferente al exteriorizado, habida
cuenta que la naturaleza de aquél no es la que por este último se manifiesta al
público, o aún siendo la misma, le atribuye características que no coinciden con las
que dicha apariencia muestra. Así, pues, por contraposición a la calificada como
"absoluta" donde el acuerdo simulatorio ha de servir para establecer pura y
simplemente que el contrato nada tiene de real y por ende carece de existencia, en
la simulación relativa hay contenido aunque disimulado u oculto tras un artificio,
contenido que es prueba del genuino designio de los contratantes y es divergente
del que la forma externa pone de manifiesto, afirmándose por lo tanto que esta
especie de simulación puede darse en tres variantes, a saber: a) Aquella en que la
fase oculta del negocio transforma la naturaleza misma del que se hizo ostensible,
pero no para destruir los efectos que a éste último le son en esencia inherentes, b)
Aquella en que el acto aparece realizado por un testaferro cuya intervención tiene
por objeto ocultar la identidad de los titulares de la relación creada, c) Y por último,
aquella en que lo fingido no es ya la propia naturaleza del negocio, sino las
condiciones llamadas a regirlo en cuanto a objeto, precio, fecha, modalidades,
pactos accesorios, etc., todo desde luego bajo el bien entendido que estas tres
categorías, aun cuando en términos conceptuales separables con toda claridad, en
la práctica no se excluyen pues suelen darse situaciones de mayor complejidad en
que el fenómeno simulatorio engloba varias de esas posibilidades a cuyo
descubrimiento tiende la acción declarativa correspondiente.
DECISION
En mérito de las consideraciones que anteceden, la Corte Suprema de Justicia en
Sala de Casación Civil, administrando justicia en nombre de la República de
Colombia y por autoridad de-la ley, NO CASA la sentencia que con fecha trece (13) de
marzo de 1991 profirió el Tribunal Superior del Distrito Judicial de Bogotá para ponerle
fin, en segunda instancia, al proceso ordinario de la referencia.
A. Primera:
B. Segunda:
Que ‘se declare rescindido y/o invalidado el negocio jurídico’, habida cuenta
que en su realización existió lesión enorme.
2.6. Esa enajenación, sostuvo, fue absolutamente simulada, entre otras razones
porque el precio convenido fue pírrico, dado que se estableció por ese concepto
una suma de cuatrocientos ochenta millones de pesos ($480.000.000.oo.), cuando
el lote tenía un valor superior a los mil millones de pesos ($1.000.000.000.oo.);
además, el demandado-vendedor no recibió precio alguno ni el comprador
desembolsó ningún dinero. Adicionalmente, la venta como tal, engendra un fraude
pauliano.
3.1. El señor Zapata López aceptó varios hechos (1º al 14); respecto de otros
manifestó estarse a lo probado en el trámite, mientras que, frente a unos más, los
negó rotundamente.
3.2. Por su parte, el señor Ismael Franco, manifestó aceptar algunos hechos, otros
los negó; de unos más dijo que no le constaban y, frente a los restantes manifestó
que no eran hechos sino solo apreciaciones del actor.
4. El ocho (8) de marzo de dos mil diez (2010), se llevó a cabo la audiencia prevista
en el artículo 101 del C. de P.C., sin lograr conciliación alguna. El siete (7) de abril
del señalado año, se abrió el proceso a pruebas teniendo como tales los
documentos aportados por las partes, ordenando, además, el interrogatorio del
actor, la recepción de algunos testimonios y prueba pericial (folios 233, 234 y 235,
cuaderno principal). En auto de quince (15) de abril de la misma anualidad, fueron
citados los demandados a verter su declaración como partes.
Respecto de una y otra condición, dijo, no había reparo que hacer, pues ambas
exigencias quedaron plenamente acreditadas.
(folios 44 y 45 idem).
Agregó que el material probatorio allegado, además de haber sido valorado por el
juez de instancia con sujeción a las normas que regulan la materia, no permitían
inferir la existencia de la simulación denunciada. Así concretó su parecer:
Alusivo al cheque emitido y entregado al vendedor como parte de pago, título valor
que el actor cuestionó e inclusive dejó en consideración la posibilidad de haber
sido devuelto, el fallador refirió que tal postura solo rondaba los predios de la
presunción «sin ninguna clase de apoyo que permita inferir la verdad del tal hecho;
es decir, no existe en el proceso nada que pueda dar consistencia a ese
pronóstico». Lo propio adujo sobre los créditos que debió adquirir el comprador
para satisfacer el precio convenido, es decir, si el demandante puso en duda tal
situación, a él le correspondía acreditar ese supuesto fáctico.
También afirmó que las inconsistencias en que incurrieron los declarantes, cuando
refirieron al precio y su cancelación, no resultaban ser de tal jerarquía que
afectaran la realidad del negocio, pues, enfatizó, alrededor de los contratos
regularmente surgen cosas o circunstancias que solo conocen en detalle las partes
y no los terceros, de ahí que sean comprensibles algunas imprecisiones.
Por último, sostuvo que en el proceso no existía prueba de ninguna índole que
permitiera deducir en qué fecha se concretó la acumulación del proceso ejecutivo
para, por esa vía, inferir que la data de tal proceder fue concurrente con la venta
del predio y, a través de ese trámite, generar la insolvencia a que alude el actor.
C. LA DEMANDA DE CASACIÓN
CARGO UNICO
4.1. Documentales:
a) De una parte, cuando dicha persona sostuvo que el precio de la venta fue
cancelado así: $200.000.000.oo., el día de la suscripción de la Escritura de venta;
el 23 de abril de 2007, $100.000.000.oo.; el 21 de mayo de 2007, la suma de
$42.025.000.oo.; el 23 de junio del mismo año, el valor de $37.975.000.oo.; y, el
25 de junio la suma de $100.000.000.oo., fechas y sumas que no coinciden con lo
previsto en la señalada cláusula tercera.
b) De otra, en el señalado escrito se aseveró que desde la fecha de la división
había sido concertada la venta del predio; sin embargo, allí, en ese documento, se
indicó que los demandados sólo se habían conocido cuatro meses antes y con
motivo de la transferencia aludida.
iii) También se dejó de lado evaluar la versión del otro demandado (Ismael
Franco), alusiva al precio de la venta y su forma de pago, concretamente, cuando
aseveró que el saldo del precio fue cancelado a lo largo de cinco meses; además,
que para el momento de la entrega del dinero no había personas diferentes al
vendedor.
CONSIDERACIONES
1. Conforme quedó reseñado en precedencia, la discrepancia planteada en el
recurso extraordinario que ocupa a la Corte, atañe a la simulación de un negocio
jurídico que los demandados concertaron, ficción que no fue acogida por el
Tribunal de segunda instancia, de ahí, la confutación del fallo.
La Corte Suprema abordó el tema y, entre muchas decisiones en las que plasmó
su parecer, propicio resulta memorar la siguiente:
(….)
(…) siendo necesario ‘que los indicios y las conjeturas tengan el suficiente mérito
para fundar en el Juez la firme convicción de que el negocio es ficticio; lo cual sólo
ocurrirá cuando las inferencias o deducciones sean graves, precisas y
convergentes. Vale decir, la prueba debe ser completa, segura, plena y
convincente; de no, incluso en caso de duda, debe estarse a la sinceridad que se
presume en los negocios (In dubio benigna interpretatio ad hibenda est ut magis
negotium valeat quam pereat)’ (cas. Junio 11/1991) CSJ SC, 13 de octubre de
2011, rad. 200200083-01).
(…) Sucede, entonces, que por regla general las conclusiones razonables a que
arribe en el punto quedan a salvo de reproche, y se mostrarán así impermeables al
ataque en casación (sentencia de 11 de julio de 1990 y 24 de enero de 1992)’
(cas. Octubre 24/2006, exp. 00058-01), pues, ‘…..en la prueba por indicios se trata
fundamentalmente de que el juzgador, por el hecho conocido, pase a descubrir el
hecho que se controvierte’, ‘…no existe duda alguna acerca de que por regla
general el debate sobre su mérito queda cerrado definitivamente en las instancias,
y que la crítica en casación se reduce a determinar si por error evidente de hecho
o de derecho estuvieron admitidos como probados o como no probados los hechos
indicativos; si todas las conjeturas dependen exclusivamente de un indicio no
necesario; y si la prueba por indicios es o no de recibo en el asunto debatido. Pero
en lo que atañe a la gravedad, precisión, concordancia y nexo de los indicios con
el hecho que se averigua, el sentenciador está llamado por la ley a formar su
íntima convicción, que prevalece mientras no se demuestre en el recurso que
contraría los dictados del sentido común o desconoce el cumplimiento de
elementales leyes de la naturaleza’ (LXXXVIII, 176; CXLIII, 72); y ‘…aún en el
evento de que surgieran dudas a través del nuevo examen de los indicios, es bien
claro que el recurso extraordinario no podría fundarse en base tan deleznable
como el estado dubitativo para decretar el quiebre de la sentencia objeto de
acusación’ (LXXXVIII, 176 Y 177), (cas. Febrero 16/1996, CCXL, pp. 194, reiterada
en Sentencia S-029 de marzo 15/2000, exp. 5400, cas. Julio 16/2001, exp. 6362,
cas. Octubre 24/2006, exp. 00058-01)” (cas. civ. sentencia de 30 de julio de 2008,
exp. 41001-3103-004-1998-00363-01) CSJ SC, 13 de octubre de 2011, rad.
200200083-01).
ii) La razón del por qué existió una marcada distancia temporal entre la fecha de la
venta y la del secuestro, situación que, para el Tribunal, resultaba razonable en la
medida en que la titulación del fundo en favor del vendedor (José Zapata) no se
había formalizado. Así lo infirió el juzgador: «dicho en otros términos, mientras no
tuviera el bien bajo su dominio, no podía vender y fue cuando se obtuvo esa
propiedad legalmente que se realizó el negocio previsto» (folio 49, sentencia de
segunda instancia).
iii) No se aludió a la fecha en que la deuda se constituyó, habida cuenta que «sin
que exista prueba de cuándo se demandó el ejecutivo acumulado, para concretar
en el supuesto de que la venta se hiciera por época concomitante al cobro
coercitivo» (folio 49 ib.).
10. Sin embargo, dejando de lado tales situaciones, el error de hecho acusado no
existió, por lo que se abordará el análisis de todas las inconsistencias que, según
el casacionista, se desprenden del fallo adoptado por el Tribunal y constituyen las
equivocaciones en que incurrió dicha Corporación; las mismas refieren, de manera
resumida y particular:
10.1. Es así que, sobre las contradicciones alrededor del precio, entre lo dicho por
los demandados (vendedor y comprador), y el contenido de la escritura pública
que incorpora el referido negocio (cláusula tercera), ello fue un asunto que el
Tribunal visualizó y se declaró persuadido de las deficiencias probativas alusivas al
mismo. Sin embargo, para el fallador, no resultaban suficientes en función de
concluir sobre la existencia de la simulación, por el contrario, expresó que:
Por manera que ese estado de cosas ni las ignoró ni las tergiversó; sencillamente,
consideró que no connotaban tal gravedad para socavar los cimientos de la
decisión final. En esa dirección, resaltó, entre otros aspectos, que la necesidad de
la venta no quedó desvirtuada o que el precio, de no haber sido cancelado, no se
demostró tal evento; tampoco que el comprador no hubiese realizado actos de
nuevo propietario.
Razonar en esa forma no estructura un desconocimiento del sentido común o la
lógica; no se muestran como argumentos que contraríen toda coherencia; tales
planteamientos menos resultan excluidos debido a la tesis ensayada por el
recurrente, por tanto, bajo esa perspectiva, no habría mérito para desechar la
sentencia censurada.
10.2. Referente a la época de la venta que resultó siete (7) años distante de la
liberación del secuestro a que fue sometido el vendedor, causa que,
supuestamente, determinó la enajenación, si bien puede resultar sospechosa tal
argumentación, no debe perderse de vista que el Tribunal consideró razonable y
atendible lo expuesto por el vendedor en cuanto que la venta no la había podido
realizar dado que la división del inmueble no se produjo antes y, por ende, no
estaba en condiciones de vender (folio 49, sentencia del juez de segundo grado).
Dicho planteamiento, según se dejó en líneas precedentes reseñado, el
impugnante no lo cuestionó, quedó libre de confrontación.
11.1. En efecto, obsérvese que en folio 65 del expediente aparece carta a través
de la cual el señor Zapata –vendedor- notifica a su arrendataria (Johana Vargas),
en el sentido de que el predio había sido vendido al señor Ismael Antonio Franco y
que se le advertía que, en el futuro, debía entenderse con él, ya que, por razón de
la venta, sobrevino la cesión del contrato de arriendo. Esta misiva tiene fecha 27
de marzo de 2007, data concurrente a la de la venta del inmueble. Circunstancia
que fue ratificada por la destinataria de esa comunicación (folios 3 y 4, cuaderno
de pruebas).
11.2. También aparece la declaración del señor Néstor L. Gutiérrez Sánchez (folio
5 ib), maestro de obra, quien manifestó que realizó en el predio objeto de la venta
algunos trabajos de construcción. Y si bien no fue explícito en mencionar el
propietario del inmueble, no dudo en aseverar que recibió las órdenes del
demandado Ismael Antonio Franco y por cuenta del mismo se le cancelaron los
trabajos realizados.
11.4. A lo anterior debe agregarse que en folio 812, del mismo cuaderno, se adosó
copia de un extracto bancario (Banco de Colombia), en donde se registró un
desembolso de $100.000.000.oo., coincidiendo dicho valor con uno de los pagos a
los que refirió tanto el vendedor como el comprador.
El cargo no prospera.
V. DECISIÓN
Presidente de Sala
MARGARITA CABELLO BLANCO
Impedido
ANTECEDENTES
1. Ante el Juzgado 4º Civil del Circuito de Bogotá, las personas convocadas
inicialmente, a través del trámite reservado al proceso ordinario, con la citación y
audiencia de los mencionados en segundo lugar, solicitaron que fuera declarado
incumplido y, por tanto, resuelto el contrato de cesión de acciones suscrito el día
23 de abril de 2002, por medio del cual los señores Erick Eduardo García Duarte,
Eduardo García Moreno y Cristóbal Peña Clavijo, cedieron a favor de los
demandados 114.324 acciones de la sociedad Superview S.A.
2. Las peticiones reseñadas tienen soporte en los siguientes hechos que de manera
sucinta se compendian:
2.1. Los señores Eduardo García Moreno, Erick Eduardo García Duarte y Cristóbal
Peña Clavijo, el día 23 de abril de 2002, junto con Juan Carlos Ospina Arango,
Xavier Gallardo Villar e Instalaciones Técnicas y Mantenimiento para Televisión
Ltda I.T.M. Televisión Ltda., celebraron un contrato de cesión a través del cual, los
primeros transferían a los segundos, el dominio de 114.324 acciones de la
sociedad Superview S.A.
2.5. Para la fecha señalada sólo se hizo efectivo uno de los seis títulos emitidos,
concretamente, el girado por la cantidad de $10.000.000.oo., pues de los restantes
los cesionarios solicitaron prórroga para su presentación al girado, la que,
efectivamente, fue concedida por los cedentes hasta el 20 de febrero de 2004,
data en que hubo cancelación sólo del librado por $65.000.000.oo., quedando, en
definitiva, un saldo por la cuantía de $125.000.000.oo.
2.6. Se informó, así mismo, que pese al vencimiento del término establecido para
ello, los demandados no asignaron la zona de desarrollo al señor García Moreno,
lo que, de paso, le impidió percibir el porcentaje convenido (50%) derivado de la
explotación proyectada. Tampoco fue designado administrador y menos le fue
reconocida la suma de $2.000.000.oo., mensuales concertada como salario.
2.7. Otra causa de incumplimiento de los accionados, arguyó la parte actora,
consistió en no haber pignorado las acciones objeto de cesión, como garantía de
las obligaciones adquiridas.
2.8. El señor García Moreno, el 1º de marzo de 2004, adquirió, por cesión, los
derechos que el señor Peña Clavijo detentaba en la negociación mencionada en
líneas precedentes.
2.9. Por último, se afirmó que los cheques impagados, aunque habían sido
involucrados en un convenio que los actores realizaron con terceros, por solicitud
de los cesionarios, aquellos obtuvieron la devolución de los referidos títulos y, una
vez en su poder, dado que habían optado por iniciar la resolución del contrato por
incumplimiento, ofrecieron su restitución a los obligados, aunque no emitieron
respuesta alguna sobre el particular. En conclusión, la parte demandante conservó
los citados documentos.
LA DEMANDA DE CASACION
PRIMER CARGO
Cumple decir, en este aparte, que el actor, en rigor, debió memorar, además de las
disposiciones citadas como trasgredidas por el Tribunal acusado, el texto
del artículo 870 del C. de Co., en cuanto que habilita al contratante cumplido
reclamar de la otra parte la satisfacción de la obligación asumida o la resolución
del contrato. Empero, dicha norma al igual que el artículo 1546 del C.C.,
consagran, en últimas, similares efectos, luego tal situación no deviene
trascendente.
2. Afirmó que la interpretación dada por el tribunal al referido negocio contraría toda
lógica, pues, entender, como así lo hizo el juzgador, que una persona puede
simultáneamente ser deudora y acreedora raya en lo absurdo. No es razonable,
dijo, que el empleado aporte para pagar su propio sueldo. Sostuvo que:
“(…) acudiendo al artículo 1622 del Código Civil invocado por el Tribunal para
recordar las reglas interpretativas, debe entenderse que lo que se estipuló es que
los costos de elaboración, perfeccionamiento y legalización del contrato serían de
cargo de ambas partes contratantes, pues al referirse la cláusula octava del
contrato a que los gastos ‘en que se incurra para esta negociación se harán por
partes iguales’, no hace nada diferente, al utilizar los vocablos ‘esta negociación’ a
referirse al propio contrato que mediante ese documento se estaba plasmando,
con lo cual, además, se acudió a la cláusula de general utilización, atinente a fijar
cómo se distribuyen los gastos derivados de la elaboración, perfeccionamiento,
legalización y registro –cuando ello es necesario- de los contratos” (folio 16,
cuaderno de la Corte).
Agregó que el Tribunal no apreció adecuadamente el escrito fechado 20 de abril
de 2002, suscrito de manera previa al contrato de cesión porque allí, en forma por
demás clara, fueron acordados los únicos compromisos que asumirían las partes;
por un lado, la cesión de las acciones y, por supuesto, por el otro, el pago de ellas,
sin establecer ningún otro compromiso a cargo del señor Eduardo García Moreno.
En esa línea, insiste el recurrente, acoger la interpretación del juez de segunda
instancia es admitir que una persona adquiera sobre sí misma una obligación, es
decir, para el caso presente, que el cedente aceptara asumir el costo del salario
que devengaría, lo que resultaba, a voces del casacionista, atentatorio de toda
lógica.
CONSIDERACIONES
1. De la reseña efectuada en precedencia se infiere, prontamente, que la acusación
comprendida en el cargo objeto de análisis, implica auscultar el proceso evaluativo
o interpretativo que el tribunal brindó al contrato ajustado por las partes, contentivo
de la cesión de acciones que el actor verificó en favor de la demandada, ejercicio
que, según el casacionista, resultó distante de la verdadera intención de los
convencionistas, en particular, itérase, cuando el sentenciador concluyó que el
cedente había asumido la obligación de aportar algunos dineros para el desarrollo
de la explotación de la televisión por cable.
1.1. Evidenciado así el fondo del asunto, propicio resulta anotar que cuando las
personas requieren satisfacer un servicio o la provisión de un bien, en procura de
la consecución de uno u otro, atendiendo las circunstancias particulares de su
economía, la naturaleza de la carencia, las condiciones del mercado y, desde
luego, las previsiones legales, acuden a los mecanismos establecidos en la
normatividad vigente comprometiendo su consentimiento en los términos que
consideren y, desde luego, que la ley, según el caso, les permite. En esa dinámica,
enarbolando la autonomía de su voluntad para contratar, los interesados crean así
un vínculo negocial que recoge los pormenores del pacto celebrado, el que una
vez adaptado a los parámetros señalados por las disposiciones pertinentes, en
cuanto a las formalidades y contenido establecidos, adquiere tal categoría que se
vuelve ley para las partes, como así lo previene, perentoriamente, el artículo 1602
C. C.
1.3. No obstante, cuando de acuerdo escrito se trata, existen eventos en que, por
diferentes circunstancias, vr. gr., deficiente formulación de los aspectos que recoge
el contrato, utilización de términos que no corresponden al sentido original del
asenso de las partes, la convicción por una de ellas de haber concertado sobre un
tema diverso al que considera el otro contratante, forma y fechas de pago, etc.,
surgen discrepancias anejas a tales actividades que comportan, de manera
inevitable, la implementación de algunos mecanismos o reglas interpretativas de
esa relación contractual, procurando con ello, reconstruir el camino andado en
función de desentrañar el verdadero querer de los convencionistas y, reluciente
esa realidad, hacerla prevalecer por encima de cualquier otra situación, aún de su
texto no obstante la aparente claridad.
“Sin embargo, a ello no le sigue que el sentenciador, per se, tenga plena o
irrestricta libertad para buscar la communis intentio de los contratantes, sino que
debe apoyarse en las pautas o directrices legales que se encaminan,
precisamente, a guiarlo en su cardinal tarea de determinar el verdadero sentido y
alcance de las estipulaciones de las partes, de modo que pueda descubrir la
genuina voluntad que, otrora, las animó a celebrar el contrato y a identificar, en la
esfera teleológica, la finalidad perseguida por ellas, en concreto en lo que
concierne al establecimiento de las diversas estipulaciones que, articuladas,
integran el contenido contractual, objeto de escrutinio por parte de su intérprete”.
“(….)”
“(…) Ahora bien, el criterio basilar en esta materia –más no el único, útil es
memorarlo- es, pues, el señalado en el artículo 1618 del Código Civil, según el
cual, ‘conocida claramente la intención de los contratantes, debe estarse a ella
más que a lo literal de las palabras’, en cuya puesta en práctica sirve de
fundamento, entre otras pautas o reglas, la prevista en el inciso final del artículo
1622 ib., a cuyo tenor las cláusulas de un contrato se interpretarán ‘por la
aplicación práctica que hayan hecho ambas partes, o una de las partes con
aprobación de la otra’”.
“El mismo artículo 1622 –ya citado- sienta otras reglas más de acentuada valía,
como aquella que prevé que ‘las cláusulas de un contrato se interpretarán unas
por otras, dándosele a cada una el sentido que mejor convenga al contrato en su
totalidad’, en clara demostración de la relevancia que tiene la interpretación
sistemática y contextual, brújula sin par en estos menesteres”.
“Por eso la Corte, en jurisprudencia reiterada, ha resaltado que ‘Si la misión del
intérprete,…, es la de recrear la voluntad de los extremos de la relación
contractual, su laborío debe circunscribirse, únicamente, a la consecución
prudente y reflexiva del aludido logro, en orden a que su valoración, de índole
reconstructiva, no eclipse el querer de los convencionistas’ (cas. civ. 14 de agosto
de 2000, exp. 5577). De allí que ‘la operación interpretativa del contrato parta
necesariamente de un principio básico: la fidelidad a la voluntad, a la intención, a
los móviles de los contratantes. Obrar de otro modo es traicionar la personalidad
del sujeto comprometida en el acto jurídico, o en otros términos, adulterar o
desvirtuar la voluntad plasmada en él’ (CCLV, 568)”.
1.3.1.4. La declaración del señor Sánchez Bernal, versión mutilada por parte del
Tribunal, según lo aseveró la impugnante, informa que él no tuvo acceso a los
pormenores de la negociación de las acciones, luego no estaba en condiciones de
afirmar si el señor García Moreno asumió o no el compromiso de aportar dineros
para el desarrollo de la zona de Modelia, “No se, mi conocimiento se limita al
conocimiento que tengo de la compañía y a la cercanía con las personas
involucradas, pero mi trabajo en la compañía era en el área operativa y no tenía
manejo alguno sobre los contratos o cualquier tipo de documentación que tuviera
que ver con esa transacción” –la Sala hace notar- (folio 7 cuaderno No. 9).
1.4. En ese orden de ideas, valorados los medios de prueba recogidos durante el
trámite del proceso, aflora la ausencia de elementos de convicción, de
contundencia persuasiva, con miras a fijar los derroteros del convenio de cesión de
acciones; las declaraciones de terceros no concurren a ese propósito, pues los
testigos, como se memoró, no fueron conocedores de la dinámica del negocio y,
en particular, de su génesis; el documento elaborado de manera previa, tampoco
aporta claridad sobre el punto y, contrariamente, se muestra en extremo
incompleto. Lo propio aconteció, como recién se advirtió, con la confesión del
gestor de este reclamo.
El cargo no prospera.
SEGUNDO CARGO
1. En esta oportunidad, el actor, acudiendo a la vía indirecta de la causal primera de
casación, denunció la violación del artículo 1546 del Código Civil, cuya aplicación,
por remisión del artículo 822 del Código de Comercio, resultaba inevitable, sin
embargo, debido a los errores de hecho en que incurrió el funcionario acusado, su
texto no se hizo operar; señala también como desconocidos los artículos 643 y 882
de la última codificación citada.
Igual que en la primera acusación, el promotor del recurso debió memorar, junto
con las disposiciones citadas, el texto del artículo 870 del C. de Co., habida cuenta
que consagra la autorización al contratante cumplido de reclamar del otro, la
satisfacción de los compromisos asumidos o la resolución del contrato. Sin
embargo, al igual que el artículo 1546 del C.C., aquella norma, en últimas,
contempla similares efectos, por lo tanto, tal situación no trasciende en cuanto al
resultado de este estudio.
TERCER CARGO
A través de esta acusación, trazada por la vía directa de la causal primera
del artículo 368 del Código de Procedimiento Civil, el casacionista, reprocha la
sentencia emitida por el juzgador de segunda instancia habida cuenta que violó los
artículos 643 y 882 del Código de Comercio, en cuanto que los interpretó de
manera equivocada; además, por no haber aplicado el artículo 1546 del Código
Civil, también incursionó en la violación denunciada.
Y agregó:
CONSIDERACIONES
1. La inconformidad plasmada por la recurrente, a través de estos dos cargos, frente
a la decisión que resolvió la segunda instancia, se concreta a que la emisión y
entrega de unos títulos valores –cheques- en virtud del negocio jurídico de cesión
de acciones de la sociedad anónima “Superview S.A.”, no tenían el propósito de
servir de pago de las sumas adeudadas por los adquirentes de las acciones, sino
que eran para “ROBUSTECER el derecho al pago del acreedor, lo cual significa,
dado el sentido natural y obvio de las palabras, que no tiene el objeto de
REEMPLAZAR la obligación de pago derivada del negocio causal NI
EXTINGUIRLA, sino, precisamente, se insiste, ROBUSTECERLA” (folio 27 de la
demanda de casación).
“Está acreditado que los cesionarios pagaron el precio con la entrega de cheques,
de los cuales sólo dos (….) resultaron impagados; igualmente, no está acreditada
la existencia de pacto especial en contra de la (sic) disposiciones citadas (….)” –
folio 39 cuaderno principal-.
Referencias que, contenidas en el mismo pacto, sin duda alguna, reflejan que los
contratantes, antes que condicionar el giro de los cheques a un fin distinto,
estuvieron concertados en que la parte deudora los emitiría y el acreedor los
recibiría con el propósito de instrumentalizar el pago de las acciones.
En conclusión, si bien los negociantes podían, como así lo hicieron, convenir que
los deudores libraran y entregaran al acreedor algunos cheques y a los mismos
darles una destinación precisa, verbi gracia, que sirvieran de garantía, unos y otro
guardaron silencio sobre el particular, evento que habilitaba la interpretación que el
juzgador de segunda instancia brindó a tal circunstancia, que no fue otra que
considerar la emisión y entrega de esos documentos como idóneos en función de
la extinción de la obligación originaria.
“(…) mas no entregó los títulos valores ni ofreció caución por ellos, tan sólo anexó
a la demanda copia de los títulos (…)” –folio 40 ib-.
Es decir, para el ad-quem, acreditado como estaba que los títulos valores en poder
del acreedor(demandante) tenían como destino extinguir la obligación, una vez
éste constató el rechazo del pago, al optar por la resolución deprecada, debió
restituir al cesionario los referidos cheques o allegarlos con la demanda; dado el
caso, como así lo advirtió el sentenciador, en defecto de dicha restitución, le
correspondía ofrecer caución para salvar al emisor de eventuales perjuicios tal
cual lo pregona, expresamente, el artículo 882 de la codificación mencionada, si el
propósito es lograr que, ante un incumplimiento en el pago de los títulos
entregados, la obligación causal perviva, empero, ni lo uno ni lo otro realizó el
actor.
“Por supuesto que frente a la condición resolutoria del pago, el demandante optó
por resolver el contrato que motivó la entrega del cheque, devolviéndolo, inclusive,
con la constancia de su no pago (….)”(……)” –hace notar la Sala- (Sent. Cas. Civ.
23 de junio de 2000, Exp. No. C-4823).
A lo anterior debe agregarse que si el artículo 1626 del Código Civil establece que
el pago es “la prestación de lo que se debe”, y lo adeudado es una suma dineraria,
sin duda, la satisfacción de tal acreencia debe procurarse con dinero “De modo
que solo entregando la cantidad de signos monetarios que, con referencia a
determinada unidad de cuenta, constituyan el objeto de la prestación, el deudor
quedará liberado de la obligación” (Sent. Cas. Civ. No. 236, de 18 de noviembre de
1991), sin perjuicio de que las partes convengan, de manera voluntaria, que dicho
pago pueda efectuarse con la emisión o transferencia de títulos valores, en la
medida en que, itérase, es como entregar dinero; por ello, al aceptarse uno de
dichos instrumentos están así mismo admitiendo, en forma manifiesta e
inequívoca, que la obligación sea satisfecha de esa manera, desde luego, en
ausencia de una regulación diferente por parte de los interesados y, en el
entendido, que no surge como una forma preeminente de la satisfacción de la
obligación y menos si resulta ser impuesta por el deudor.
“(…) se trata, pues, de dos derechos contrapuestos entre los que debe elegir el
vendedor, y en la medida en que dan lugar a acciones derivadas del contrato
mismo como son las de cumplimiento y la de resolución, respecto del ejercicio de
ambos juegan papel de importancia las restricciones consagradas en los artículos
643 y 882 del Código de Comercio, si el precio se pretendió pagar total o
parcialmente mediante la entrega de títulos de crédito que no llegaron a ‘buen fin’.
En otras palabras, permaneciendo vivos estos instrumentos y existiendo por
consiguiente el riesgo cierto de que el comprador pueda terminar pagando dos
veces la misma deuda, en el caso de que el vendedor opte por exigir el
cumplimiento, o en la hipótesis de resolución por incumplimiento acabe aquél
ejecutando una prestación objeto de una obligación desprovista de causa por
efecto de la desaparición sobreviniente del contrato del cual emana, ninguna de
estas pretensiones es de recibo sino en tanto el actor devuelva los títulos o preste
garantía suficiente de responder por los eventuales perjuicios que para el deudor
puedan seguirse de la no devolución oportuna, criterio éste que como con acierto
lo apuntan los casacionistas, ha sido prohijado por la corte al declarar (…)” –hace
notar la Sala- (Sent. Cas. Civ. 30 de julio de 1992, Exp. 2528).
DECISION
En mérito de lo discurrido, la Corte Suprema de Justicia, Sala de Casación Civil y
Agraria, administrando justicia en nombre de la República y por autoridad de la ley, NO
CASA, la sentencia de 15 de marzo de 2010, proferida por la Sala Civil del Tribunal
Superior del Distrito Judicial de Bogotá.
Antecedentes
1. En la demanda correspondiente, que valga anotar fue presentada el 6 de julio de
1988, se pidió que se declare que los demandados incumplieron al no pagar la
obligación solidaria de diez millones de pesos, valor del préstamo que obtuvieron
del referido banco, por lo que han de ser condenados a pagarle esa suma y la de
la cláusula penal del 1.25 por mil diario, calculada ésta desde el 3 de agosto de
1984, fecha de vencimiento de la obligación.
a.) Los demandados solicitaron del Banco Extebandes el crédito aludido, en virtud
del cual suscribieron el 3 de mayo de 1984 el pagaré No. 21-8400037-9, por el
capital ya indicado e intereses al 36% anual, con vencimiento del 3 de agosto de
1984.
b.) Los demandados incumplieron el pago, por lo que se han hecho responsables
de la cláusula penal pactada en el mismo pagaré. El banco se vio forzado
entonces a adelantar un proceso ejecutivo, en el que los demandados estuvieron
representados por curador ad-litem, quien formuló la excepción de prescripción.
"Ese es el estado actual del proceso ejecutivo".
Explanando el punto, apoyóse en el concepto doctrinal que allí cita, así como
en el criterio de la Corte, según el cual 'la única condición necesaria para la
prescripción extintiva de acciones y derechos es solamente el que se cumpla
cierto lapso de tiempo durante el cual no se hayan ejercido dichas acciones'
(XXXV, 57), para desembocar en la siguiente conclusión:
"Siendo así las cosas, no encuentra la Sala razón alguna que haga atendible la
argumentación aducida por el funcionario de instancia en la providencia
impugnada, para denegar el acogimiento de las súplicas demandatorias
invocadas por la parte actora, considerando para el efecto aquél que en la
presente contienda se había formulado una petición antes de tiempo en razón
a que la demanda con la que se inició la litis se presentó con anterioridad a la
fecha en que debería quedar ejecutoriada la sentencia que en acción ejecutiva
trabada entre las mismas partes que aquí contienden, declaró la prescripción
de la acción cambiaria demandada con soporte en el mismo documento valor
que aquí se ha invocado como derivativo de un enriquecimiento sin causa por
parte de los demandados, pues como ya se puntualizó anteriormente, para que
sea factible promover una acción de enriquecimiento sin causa, no se requiere
de previo pronunciamiento judicial que declare tal fenómeno liberatorio de una
obligación".
Debe recordarse que son dos las demandas de casación, toda vez que los
demandados sustentaron el recurso por separado, así:
Primer cargo
Denuncia la violación directa de los artículos 822, 831 y 882 del Código de
Comercio y 1579 del Código Civil.
Explica en el punto que si bien es cierto que el Código Civil llama codeudor al
deudor solidario, es de señalar que así es en cuanto que el codeudor "ha
recibido parte del valor del crédito proveniente de la obligación" asumida en
forma solidaria. Por eso es que el artículo 1579 de tal cuerpo normativo califica
de fiador "a quien ha comprometido su responsabilidad sin que el 'negocio para
el cual ha sido contraída la obligación solidaria' le concierna o le atañe".
De modo tal que para ser deudor principal no basta la solidaridad; "es
necesario ser partícipe de la deuda, que el negocio le concierna". Lo cual es
importante frente al artículo 882 del Código de Comercio, pues sólo podrá ser
sujeto pasivo de la acción "quien habiendo recibido (incremento patrimonial),
no haya devuelto el dinero (reembolso) y que cumpliéndose estas dos
condiciones, (...) se demuestre también que el actor dejó 'prescribir o caducar'
el título valor y que se ha empobrecido". Y resulta que en este caso, "no ha
sido demostrado" que Klaus Vollert se enriqueció o que tuvo un incremento
patrimonial; "por el contrario, la prueba producida y recaudada en el plenario
muestra cómo el desembolso de los $10.000.000.oo fue recibido por el otro
demandado".
Consideraciones
Si se memora que cuando la transgresión de la ley se denuncia por la vía directa,
necesariamente se ha de pensar en un desacierto que es completamente ajeno al
aspecto fáctico y probatorio del proceso, este cargo inmediatamente se revela
inidóneo. Bien se sabe, en efecto, que en tal caso el desatino se produce muy a pesar
de que ningún reproche amerite el análisis del tribunal en cuanto a los aspectos
premencionados; la censura ha de apuntar entonces a un error netamente jurídico,
conocido en casación como juris in judicando, precisamente para denotar que ningún
roce tiene con las cuestiones inherentes a los hechos deducidos en el juicio y las
pruebas traídas en pos de su demostración.
Segundo cargo
Así que al no detenerse en estas últimas pruebas, el juzgador no percató que la fiducia
cumplía con el requisito de la escritura pública que menciona el artículo
1228 del Código de Comercio y dejó de aplicar las normas del Código de
Procedimiento Civil que mandan que las decisiones judiciales deben fundarse en las
pruebas regular y oportunamente allegadas y que el dictamen pericial se debe tomar
en consideración dada su firmeza, precisión y calidad de los fundamentos.
Puntualizó, en trasunto, que si el sentenciador no reparó que Klaus "no había recibido
el valor del crédito del que trata el proceso, como tampoco que en la cambial era un
fiador y menos aún que se le había liberado de la solidaridad y relevado de la fianza,
así como que no era ni es el deudor de la obligación de que se trata y que por tanto no
había acrecentado su patrimonio con ocasión de la prescripción pregonada en
detrimento del patrimonio del banco actor no le dio aplicación al artículo
306 del C.P.C. que ordena al sentenciador a (sic) reconocer oficiosamente en la
sentencia la excepción cuyos hechos se demuestren en el proceso".
Consideraciones
Como se aprecia, Klaus Vollert estima que no habría sido condenado si el
sentenciador hubiera caído en la cuenta de que el acreedor, mediante la constitución
del fideicomiso en las circunstancias que anota, anduvo relevándolo de la fianza y
renunciando a la solidaridad. Funda lo primero en que, conforme a las pruebas del
proceso -las cuales dice que ignoró el tribunal- Vollert no recibió el dinero objeto del
préstamo, resultando así que el negocio no le concernió y, por lo mismo, se trató
apenas de un fiador a términos del artículo 1579 del Código Civil.
Bien se conoce, ciertamente, que la solidaridad pasiva tiene como rasgo característico
el que todos y cada uno de los obligados responden por el total de la deuda; es decir,
que a los ojos del acreedor cada deudor responde como si fuera el único que se
encuentra en la parte pasiva del vínculo obligacional. Es por esto que la solidaridad
constituye una caución para el acreedor; pues así se le garantiza que ningún obligado
pueda pretextar que la deuda sea dividida. Trátase, entonces, de la quintaesencia
misma de la solidaridad, al punto de que donde se diga obligación solidaria se dice al
propio tiempo que para el acreedor todos los obligados son iguales, y a cualquiera
puede perseguir por la obligación entera. El acreedor los mira a ras: sencillamente
todos son codeudores. No interesa si los deudores reportan beneficio económico de la
negociación, o no. Para el acreedor es esto indiferente; se desnaturalizaría el carácter
de caución que ínsito se ve en la solidaridad, si los deudores eludiesen aquel su
principal efecto, con sólo argüir luego que no han recibido provecho del negocio que
sirvió de fuente a la obligación que se les cobra, como sería, en el caso del mutuo, el
no haber recibido parte alguna del préstamo. Vana ilusión del acreedor sería que los
deudores se digan solidarios al contraer la obligación, mas no al momento de pagarla.
Visto que todos los deudores solidarios, sin excepción, están en pie de igualdad con
respecto al acreedor, es erróneo sostener que uno de ellos sea apenas fiador.
Aunque también es una caución de tipo personal, no es dable confundir la fianza con
la solidaridad. Ningún deudor solidario es, per se, fiador frente al acreedor. Allí no hay
sino codeudores.
Queda fácil comprender ahora que el concepto de fiador que asoma en el artículo
1579 del Código Civil no altera, en manera alguna, la ventaja que para
el acreedor representa la solidaridad. Tal disposición no involucra a éste para nada,
desde que está destinada, in integrum, a disciplinar lo que acontece entre los
codeudores, mirados unos a otros, precisamente cuando el acreedor, ya satisfecho su
crédito, nada tiene que hacer entonces; ahora el asunto ha quedado reducido a
establecer cómo soportan los varios deudores la carga de la extinción de la obligación
solidaria. Y como se trata ya de un asunto a definir no más que entre codeudores, es
decir, una cuestión interna de deudor a deudor, resulta apenas obvio y justo que se
entre a distinguir e identificar quiénes, entre los varios deudores, se aprovecharon del
negocio que dio origen a la obligación asumida por todos, porque sería inicuo que, no
obstante la diferencia que pudiera existir sobre el particular, a todos se les trate de la
misma manera. Tal desnivel llevó al legislador a señalar que solamente quienes
tuvieron interés en el negocio soporten a la postre la extinción de la obligación, y que,
en cambio, nada deba aquel a quien no le concernió el negocio, y apenas sí funja, de
cara a sus congéneres, como simple fiador.
Dispuso, en efecto:
De otra parte, auncuando para los fines propios del proceso ordinario que regula el art.
882 del Código de Comercio, en principio no interesa la solidaridad que hubiere podido
existir en la obligación que prescribe con el título valor que la contiene -conforme se
verá adelante-, es lo cierto que por tratarse del otro sendero por el que el recurrente
acaricia la posibilidad del éxito en la casación, no está de más, y hasta necesario es,
referirse a él, aunque sea, por lo mismo, someramente, para indicar que, amén de
ineficaz, carece del ataque que exige un recurso tan dispositivo como el de casación.
Efectivamente, la labor del recurrente se circunscribió a enunciar que el tribunal no se
dio cuenta de la existencia de una renuncia a la solidaridad; y en abono de su aserto,
simplemente trae a colación el hecho de haberse constituido el pluricitado fideicomiso;
pero subestimando la concreción que sin reservas exige la casación, no menciona
siquiera si es que tal renuncia aparece explícita allí o simplemente quiere servirse de
la tácita; y si es que de esta segunda modalidad se tratase, más notoriamente se echa
de menos cuál es el fundamento o el planteamiento dialéctico que lo mueve a pensar
que ese hecho, así escueto, comporta la anhelada renuncia de solidaridad. Lo que
demuestra que es una idea lanzada al desgaire, sin ninguna precisión, y quizá con el
vano deseo de que la Corte se aplique oficiosamente en el punto.
Por donde se viene en conocimiento que si los planteamientos jurídicos del censor,
únicos a través de los cuales persigue que el recurso florezca, resultan unas veces
inexactos, y otras mal planteados e ineficaces, sencillamente adviene frustráneo el
recurso.
No sobra poner de resalto que Vollert no afrontó el litigio con el argumento en análisis -
incluso no contestó la demanda incoativa del juicio-, como quiera que la gestión
defensiva que tiempo después asumió giró básicamente sobre la fiducia aludida y la
extinción de la obligación.
Así que el cargo no prospera.
También con estribo en la causal primera de casación, dos cargos contiene ella; pero
en virtud de la misma razón dada para la demanda que viene de despacharse, sólo se
estudia el primero, que, salvo la misma observación hecha en aquella oportunidad,
aparece repetido en el segundo.
Primer cargo
-No se consideró el testimonio de Carlos Rodríguez Herrera, quien narró que el hotel,
por intermedio de su representante, solicitó al banco prórrogas de su obligación
durante los años 1984, 1985, 1986 y 1987, "con lo cual reconoció la existencia de la
misma".
Impétrase así el quiebre del fallo del tribunal, para que, en su lugar se diga que la
acción de enriquecimiento sin causa del artículo 882 del Código de Comercio no había
surgido para el banco cuando presentó su demanda, "pues la acción cambiaria
derivada del pagaré de autos no estaba prescrita como tampoco caducada, únicas
condiciones que dan lugar al nacimiento de la tan mentada acción de
enriquecimiento".
Consideraciones
Sin esfuerzo de ninguna especie se detecta que la inconformidad del impugnador está
en que, a su juicio, no se produjo la prescripción del pagaré, pues que el tribunal no
percató que dicho fenómeno extintivo se había interrumpido, y de ahí que le endilgue
errores de hecho.
Tratóse entonces de un criterio fijado por vía de tesis general, netamente jurídico. Para
el sentenciador, en verdad, la prescripción es un fenómeno objetivo que todas las
veces, así en este litigio como en cualquier otro, se constata simplemente con el
parangón de fechas; con tal modo de pensar, deja al descuido anidar la afirmación de
que la prescripción corre ininterrumpidamente; tanto, que la equiparó a la caducidad.
Tesis que afirmó, como se observa al rompe, sin consideración alguna respecto a los
hechos y pruebas que atañen al caso concreto.
Para decirlo con total afán de síntesis, el tribunal vio consumada la prescripción, no
porque la hallase sin interrupción, sino porque en su entender no es indispensable,
aquí ni allá, averiguación semejante. Para él basta la comprobación objetiva del punto.
Siendo la del tribunal, pues, una posición de puro derecho, el ataque en casación ha
de ser de la misma laya, si es que desde luego se quiere ser coherente. En el combate
que conlleva el derecho de impugnación, el sentenciador debe ser convocado en tal
evento a un escenario estrictamente jurídico, con total prescindencia del material
fáctico y probatorio del proceso, porque precisamente sobre este particular no existe
en comienzo disputa alguna. La controversia no llama sino a invocación de
planteamientos jurídicos. Pues que, fácil es comprobarlo, mientras que aquí el
recurrente no derrumbe la tesis de que el fenómeno prescriptivo es objetivo, y que su
comprobación no exige más que la lectura del instrumento, de nada le sirve descender
derechamente a las pruebas e inclusive llegar a demostrar la interrupción de la
prescripción. Repítese, el tribunal no está diciendo que en este caso no se interrumpió
dicho fenómeno, sino que en ninguno es susceptible de interrumpirse.
Derívase como corolario que si la posición del juzgador es un asunto de puro derecho,
el recurrente no puede focalizar su inconformidad en un campo extraño a ello, como es
el de las pruebas; dado que en tal ocurrencia, y por lo pronto, sentenciador e
impugnador nada tienen por reñir allí. En consecuencia, la vía idónea para denunciar
la posible violación de la ley, no era precisamente la que supone una controversia de
pruebas y de hechos, o sea la indirecta. Era riguroso para el impugnador valerse de la
vía directa.
Insístese: si el juzgador jamás descendió a las pruebas para fincar aquella tesis, en el
punto no puede haber enfrentamiento con el recurrente. Mal hace éste, entonces, al
emprender el ataque en casación con una disputa inexistente.
Más aún: es probable que la pereza del acreedor se vea purgada por la actitud del
obligado, dado el reconocimiento que éste haga de la deuda.
En una palabra, el comportamiento tanto del acreedor como del deudor puede
interferir el lapso prescriptivo. De este modo, háblase lisamente de la interrupción de la
prescripción, sin que esté de sobra recordar a este respecto que su principal
consencuencia es la de que el tiempo anterior queda como borrado para esos fines
(art. 2539 ejusdem).
Recuérdese que pueden existir, de otra parte, circunstancias especiales que obstruyan
el decurso de la prescripción, y se habla ya de la suspensión de la misma (art. 2541 in
fine).
Hace apenas unas líneas, en efecto, se hizo notar que en la prescripción juegan
factores subjetivos, que, por razones más que obvias, no son comprobables de la
"mera lectura del instrumento" contentivo de la obligación. La conducta de los sujetos
de la obligación es cuestión que siempre ameritará un examen orientado a establecer
si concurrentemente se configuran todas las condiciones que deben acompañar al
tiempo para que con certeza se pueda decir si la prescripción ocurrió verdaderamente.
Sólo así se llegará a determinar lo relativo a la interrupción y suspensión de la
prescripción.
La propia demanda introductoria del ordinario evidencia estas cosas, al referir en uno
de sus hechos que en el proceso ejecutivo se formuló la excepción de prescripción y
que "Ese es el estado actual del proceso"; es inexacto, entonces, que el actor afirmase
en otro pasaje de ese libelo, que acudía al proceso ordinario porque a la sazón carecía
de otras acciones.
Derívase, así, que en esta acción se echa de menos el elemento subsidiario que sin
discusión se le atribuye.
Decisión