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Resumen
Este artículo busca acercarse a las significaciones imaginarias sociales que consti-
tuyen el imaginario del vacío en el ser mexicano; visión que se sitúa dentro del
dominio histórico-social y justifica los sentimientos como propios. El trabajo se
centra, específicamente, en un breve análisis de los sentimientos de displacer
que inciden en la constitución del ser, como son la desesperación, la angustia,
la soledad, la melancolía, entre otros. El estudio comprende desde los antiguos
mexicanos a las actitudes y comportamientos de la vida actual. Asimismo, se
pone atención en sentimientos que en su momento algunos especialistas anali-
zaron como propios de la cultura mexicana, como son el complejo de inferiori-
dad, la insuficiencia o carencia de fundamento, la soledad y melancolía.
Abstract
This article researches to approach the social imaginary significations that cons-
titute the emptiness’ imaginary in the Mexican’s being. This vision is within
the social-historical domain and justifies the feelings as owns. The work is fo-
cus specifically on a brief analysis of the feelings of displeasure which incise
on the being’s constitution, for example: despair, anxiety, loneliness, and me-
lancholy, among others. The study comprehends from the ancient Mexicans to
the attitudes and behaviors of the modern life. Therefore, it pays attention in
feelings that once some specialists analyzed as belonging to the Mexican cul-
ture such as: the inferiority complex, inadequacy or lack of foundation, loneli-
ness, and melancholy.
Para reconocer las significaciones imaginarias sociales2 que dan sentido a las ne-
cesidades de la sociedad mexicana es indispensable revisar lo que se dice acer-
1
Profesor investigador de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
2
En el lenguaje de Cornelius Castoriadis significaciones imaginarias sociales es “la cohesión interna de un entretejido
de sentidos, o de significaciones, que penetran toda la vida de la sociedad, la dirigen y la orientan” en Cornelius
Castoriadis, Una sociedad a la deriva: entrevistas y debates (1974-1997), p. 78. El concepto de institución (instituye,
instituyente) significa “normas, valores, lenguaje, herramientas, procedimientos y métodos de hacer frente a las cosas
y de hacer cosas y, desde luego, el individuo mismo, tanto en general como en el tipo y la forma particulares que le
da la sociedad considerada” (Ibidem, p. 77).
3
Entendemos como imaginario del vacío una experiencia espiritual interna imaginada, compuesta por diversas vivencias
determinadas (sentimientos), ya sea a través de una idea, recuerdo o percepción, que se encuentran incorporados
en la mente de cada individuo perteneciente a una comunidad determinada. Está determinada por las condiciones
propias de una sociedad –pueden ser las amenazas de inseguridad, enfermedades, guerras, hambre, desempleo, entre
otros fenómenos- y se expresa en un espacio y un tiempo que se manifiesta en el dominio histórico-social.
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Las creencias de una cultura se levantan sobre ciertas creencias básicas acerca de
cómo es el mundo y de cómo el hombre se relaciona con él. Esas creencias básicas,
presupuestas en las demás, constituyen un núcleo invariable en las múltiples di-
versificaciones y cambios de una misma cultura. Expresan la manera como el mun-
do, y los hombres en él, se ‘configuran’ ante una cultura, constituyen lo que en otra
parte he llamado una ‘figura del mundo’.7
6
Ibidem, pp. 234-235.
7
Luis Villoro, “Emilio Uranga: La accidentalidad como fundamento de la cultura mexicana”, en Emilio Uranga, Análisis
del Mexicano, p. 17.
8
El concepto de hibridación se asume a partir del trabajo realizado por Néstor García Canclini, Culturas hibridas.
Estrategias para entrar y salir de la modernidad.
ESTUDIO 197
9
Paul Ricoeur, Historia y verdad, p. 261.
10
Ibidem, p. 259.
11
Eduardo Subirats, El continente vacío, pp. 300-301
12
Eduardo Subirats, El alma y la muerte, p. 275.
13
Leopoldo Zea, “Busqueda de la identidad latinoamericana”, en VVAA, El problema de la identidad latinoamericana,
p. 18.
Los indios del México antiguo entendieron que los sentimientos religio-
sos estaban por encima de las acciones individuales, situación que los mantu-
vo alejados de la percepción del yo absoluto, pues la relación con los dioses (lo
que los hace politeístas) fue de colaboración para cumplir la misión de salvar a
los hombres y la naturaleza. Había entre ellos características comunes; las rela-
ciones iban más allá de conductas terrenales. Los actos y pensamientos de los
indios eran en función de cumplir “…con un deber trascendental y que en su
acción radicaba la posibilidad de que el mundo continuara viviendo […]”.14
Dicha relación con los dioses hace que la cultura mexicana se le identifique
con el pensamiento irracional. Esta afirmación nos permite justificar a la irracio-
nalidad como una necesidad para sobrevivir y poder escapar de las desgracias,
así como para buscar por este camino una explicación y sentido del mundo a
través de las deidades, la magia, los sueños y la locura. Bajo esta perspectiva,
el hombre encuentra comunicación y una forma de encontrar la verdad.
Por lo anterior, se puede decir que se requirió limitar la irracionalidad del
antiguo mexicano a través de la racionalidad, ya que la conciencia de poder y
el peligro que trae consigo lo irracional podrían generar elementos incontrola-
bles. Ante este poder se necesitó una imposición pensada de manera universal y
única para todos aquellos pueblos comprendidos en su circunferencia cultural.
Este nuevo sujeto racional –el indio- se encontró en una nueva condición
aparentemente libre de pensar, hacer y realizar lo que le pudiera dictar su ra-
zón: era dueño de su propio destino. No obstante, la realidad de este nuevo
ser colonizado estaría sujeto a los designios de la institución eclesiástica, lo que
constituyó una limitante de cualquier intento por ejercer el libre albedrio que
ostenta como principio la racionalización.
Esta es una clara evidencia de cómo la subjetivación es un instrumento de
colonización y manipulación de las contradicciones infranqueables de la racio-
nalidad. Supuestamente se reconoce en ésta rasgos de flexibilidad, libertad, opi-
nión y conocimiento; sin embargo, y aquí se encuentra dicha contradicción, en
el proceso de evangelización que se realizó en el pueblo mexicano los resulta-
dos llevaron al sujeto a su propia negación.
Subirats apunta que había de manera consciente, de parte del mexicano
converso, un deseo por querer alcanzar el “ser absoluto” o “la unidad sustan-
cial del alma” a través de un comportamiento casi sobrenatural (místico) que
le permitiera alcanzar a Dios. Este deseo puede verse como si fuera inducida
por el yo; sin embargo, dicha aspiración fue una imposición propiciada por del
cristianismo que anuló la voluntad individual, lo cual significó un despojo de
la “conciencia de sí” sin dejar margen a una “capacidad de juzgar”.15
La autonomía que trae consigo la subjetividad quedó resquebrajada en el
marco de la conquista y colonización. Aquí, la capacidad de distinguir el sí del
no sí y de actuar en consecuencia no le permite al mexicano reconocer su pro-
pio estado, situación que lo nulifica y vacía de una conciencia de sí mismo.
Por lo tanto, sólo se reconocerá dicha consciencia de sí en función o a partir
del exterior: “la conciencia de sí era la instauración […] de sí propio como re-
presentación […] de lo otro, es decir, la exterioridad de la interioridad de una
exterioridad. Un principio subjetivo de representación absoluta y de absoluta
nada”.16 Esta forma de subjetivación en donde el sujeto y el yo tienen un papel
14
Alfonso Caso, El pueblo del sol, p. 122.
15
Cfr. Eduardo Subirats, El continente vacío, pp. 306-307.
16
Ibidem, p. 310.
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18
Véase las siguientes obras de los autores citados: Samuel Ramos, El perfil del hombre y la cultura en México; Emilio
Uranga, ob. cit.; Octavio Paz, El laberinto de la soledad. Posdata. Vuelta a laberinto de la soledad; Roger Bartra, La
jaula de la melancolía. Identidad y metamorfosis del mexicano.
19
Cfr. Roger Bartra, ob. cit., p.14.
20
Emilio Uranga, ob. cit., p. 56.
21
Con base en el pensamiento de Aristóteles vemos que el accidente no puede darse fuera de la esencia, pues esta se
da por alteraciones o modificaciones de la misma. Dicho elemento -la sustancia- será lo que integrará la esencia
de los seres. Su contraparte, el accidente, es la alteración de la sustancia que se produce fuera de sí, pues no tiene
su “causa en sí mismo,” es una manera de ser. Para Aristóteles el accidente es “… lo que se encuentra en un ser, y
puede afirmarse con verdad, pero que no es, sin embargo, ni necesario ni ordinario.” Su causa, como accidente, es
totalmente fortuita, por lo tanto, es indeterminado. Véase Aristóteles, Metafísica, pp. 84-98.
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formación del ser como esencia. Esta característica especial es una respuesta a
los factores que intervinieron en su entorno (la conquista, el poder, las clases
sociales, la discriminación, entre otros), dando como consecuencia un ser con
sentimientos extremadamente susceptibles de donde se constituye un carácter
frágil que propicia de manera irreversible el no ser o la nada.
Producto de dicha debilidad y por el deseo de reconocerse “alguien”, se ge-
nera el deterioro y el distanciamiento de la esencia original del ser (de lo que
fue el ser en sí) y se construye una manera de ser; esto lo lleva a identificarse en
el accidente como causalidad.22
Desde la perspectiva de Uranga, la identidad del ser mexicano pierde la
sustancia debido a que hay una necesidad de encontrar atributos23 (predica-
mentos que atribuyen una propiedad que no es sino una manera de ser) que se
adapten a las condiciones de sobrevivencia.
Por lo anterior, podríamos justificar que el mexicano, como cualquier pue-
blo que, dominado por conquistadores, recurre necesariamente a buscar una
forma de reconocerse y lograr una identidad que inevitablemente se logra a
través del accidente. Sin embargo, el recurso es sólo una forma transitoria que
termina en mostrarse como esencia. Lo que quiere decir que, independiente-
mente de los atributos que pudieron ser absorbidos, finalmente hay un ser que
conforma una identidad propia. Lo importante en la posición que ofrece Uran-
ga es reconocer las significaciones sociales que se instituyeron como imágenes
del vacío en ese periodo transitorio, el cual precedió a la esencia del mexicano
y que permanecen, según se infiere, ya instituidos en la cultura.
22
Emilio Uranga, ob. cit., pp. 68-69.
23
Cuando hablamos de atributo, lo entenderemos como lo que se le asigna al sujeto. Lo que no lo coloca como de-
finición de sujeto, pues no es la significación de la esencia. Estamos refiriéndonos en el sentido aristotélico, ya que
a partir de Descartes, Spinoza, entre otros, los atributos constituyen de algún modo la constitución de las esencia,
como propiedades de cada sustancia y también es lo que se capta de la esencia.
24
Eduardo Nicol, Metafísica de la expresión, p. 134.
25
Ibidem, p.137.
por Ramos. Asimismo, a través del análisis psicológico del mexicano llevado a
cabo por Santiago Ramírez,26 se señalan algunas experiencias internas de des-
agrado como la angustia, el dolor, la inseguridad y la depresión, entre otros
sentimientos. Para el antropólogo Roger Bartra, a diferencia de las posturas
apuntadas, la melancolía es una de las características que sobresale del carác-
ter singular del mexicano.27
En el complejo de inferioridad, el vacío es el camino final del individuo.
Ramos deduce que para contrarrestar toda manifestación que implique dolor,
las actitudes de fingimiento mantendrán un comportamiento que se regodea
de disimulo, apariencia y complacencia. No obstante, la consecuencia princi-
pal será la negación de sí mismo. Esta afirmación coincide con la apuntada por
Octavio Paz cuando se refiere a la actitud del mexicano por ocultarse. El disi-
mulo, como negación de sí mismo, es una actitud que, según Paz, es llevada a
cabo por el indígena, pues busca encontrarse en la nulidad para vivir; es decir,
ser nada para pasar desapercibido; no verse para ser indiferente ante los de-
más. Acerca de este comportamiento dice: “En sus formas radicales el disimulo
llega al mimetismo. El indio se funde con el paisaje, se confunde con la barda
blanca… con la tierra oscura… con el silencio… Se disimula tanto su humana
singularidad que acaba por abolirla […] la nada de pronto se individualiza, se
hace cuerpo y ojos, se hace Ninguno”.28
Sin embargo, la nada en el ninguno no sólo es atribuible al hombre de la
vida rural, también en el individuo citadino de las grandes urbes se pueden en-
contrar las actitudes que podríamos reconocer en el deseo de sentirse ninguno.
El mundo globalizado que facilita los medios tecnológicos ha llevado al hom-
bre a encerrarse y a ver lo que le rodea a través de la pantalla.
En los comportamientos planteados hay una fuerte relación con un deseo
de mimetizarse para no tocar la extrema emotividad del dolor y depresión. En
la mimesis, según Santiago Ramírez,29 el mexicano ha hallado un fuerte aliado
para buscar la trasformación o apariencia de su carácter y personalidad al loca-
lizar una aceptación dentro del ambiente en el que se desarrolla, para así poder
“borrar” el “sentimiento deprimente” que siempre está presente de forma oculta.
Esta relación mimética es una necesidad clara por no estar, lo que indu-
ce a negar una verdadera esencia en el mexicano que lo identifique. Si admi-
tiéramos esta concepción platónica que reconoce a la esencia como superior al
mundo sensible, entonces en el mexicano definitivamente no hay fundamento
o esencia, simplemente se buscarán modelos para proyectar apariencias: acci-
dentes que denotan atributos.
En el accidente, del que ya hemos hablado, se plantea el tomar para sí un
modelo para poder ser, una esencia que no le pertenece; sin embargo, se proyecta
como un ser con apariencia ajena a su ser; esto hace a un ser mexicano imper-
fecto y ausente de esencia. 30 Esta mimesis o imitación tiene como singularidad
perder la visión de la realidad y así lograr encaminarse por lo ficticio. Se busca
querer ser distinto al imitar conductas ajenas a su idiosincrasia porque se les
considera superiores a pesar de que son o pudieran ser totalmente extrañas.
La imitación no permite ver la realidad; al respecto el filósofo Villegas apunta
26
S. Ramírez, ob. cit., p. 22.
27
R. Bartra, ob. cit., pp. 21-25.
28
O. Paz, ob. cit., p. 47.
29
S. Ramírez, ob. cit., p. 38.
30
O. Paz. ob. cit., p. 48.
ESTUDIO 203
Si la desproporción que existe entre lo que quiere hacer y lo que puede hacer es
muy grande, desembocará sin duda en el fracaso, y al instante su espíritu se verá
asaltado por el pesimismo… sin darse cuenta de su verdadero error, se imaginará
que es un hombre incapaz; desde ese momento desconfiará de sí mismo; en suma:
germinará en su ánimo el sentimiento de inferioridad.33
31
A. Villegas, ob. cit., p. 122.
32
S. Ramos, ob. cit., p. 51.
33
Ibidem, p. 12.
34
Cfr. O. Paz. ob. cit., p. 32.
35
Idem.
36
Ibidem, p. 212.
37
R. Bartra, ob. cit., pp. 45-57.
38
E. Uranga, ob. cit., p. 35.
39
S. Ramos, ob. cit., p. 54.
40
Ibidem, p. 61.
ESTUDIO 205
B I B L I O G R A F Í A
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Subirats, Eduardo, El alma y la muerte, Barcelona, Anthropos, 1983.
Idem, p. 86.
42