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Una batería es un conjunto de células, en cada una de las cuales tiene lugar una reacción química reversible en la

que se produce un intercambio de iones y electrones entre sus dos polos. En la “dirección de descarga”, se produce
una corriente eléctrica que es capaz de mover el motor eléctrico que impulsa el coche, mientras que en la
“dirección de recarga” iones y electrones vuelven a su situación original a partir de un aporte de energía externo.

Existen tres tipologías de baterías, atendiendo a su química, cuyo desarrollo actual las hace adecuadas para
alimentar el motor de un coche eléctrico: las baterías de Plomo-Ácido, las baterías de Metal-Níquel y, finalmente,
las baterías de Ion-Litio. Escoger entre los diferentes tipos de baterías es siempre una decisión de compromiso
entre densidad energética, potencia específica, costes, seguridad y durabilidad.

Las baterías de Plomo-Ácido son la opción de bajo


coste, y se han utilizado durante décadas para
arrancar nuestros motores de combustión. Entre sus
ventajas, además del bajo coste y estandarización
universal, se encuentran su buena potencia específica
(W/kg), buen comportamiento en un amplio rango de
temperaturas, buena retención de la carga en el
tiempo y son relativamente fáciles de reciclar. Sólo
pueden almacenar unos 40 Wh/kg, una densidad
energética muy pobre como veremos más adelante.

Las baterías de Níquel-Metal han sido las preferidas por el archiconocido Toyota Prius durante sus más de 10 años
de historia, por lo que han demostrado sobradamente su capacidad para responder con solidez en las entrañas
de un híbrido no enchufable. Su potencia específica es correcta, su ciclo de vida largo y no presentan problemas
medioambientales, mientras que tienen un alto índice de descarga en periodos de inactividad (pierden el 30% de
la carga en un mes paradas) y su coste de producción es algo elevado por incorporar tierras raras en el electrodo
positivo. Sus 60 Wh/kg las hace superiores a las de Plomo-Ácido, pero las mantiene todavía cierta distancia del
Litio, que, no en vano, es el más ligero de los elementos de la tabla periódica que no es un gas a temperatura
ambiente.

Las baterías de Ion-Litio, de las que existen muchas variedades, parecen estar llamadas a prevalecer, pues sus
características técnicas más importantes mejoran sustancialmente a las dos opciones anteriores, si bien
introducen también algún que otro problema en la ecuación. Su voltaje, densidad energética, potencia específica,
carga utilizable, eficiencia de recarga y ciclo de vida son muy superiores a las de sus dos rivales, al tiempo que su
índice de descarga es mucho menor.

Como inconveniente, cabe señalar su menor robustez ante variaciones de voltaje, que obliga a incorporar costosos
sistemas de gestión de las baterías para su protección y correcto funcionamiento. De ello y de su propia
composición química se deriva un coste de producción también mayor que sus rivales, tema a tener muy en cuenta
dada su extrema relevancia en la competitividad del coche eléctrico.

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