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Historia Social
Introducción: La Historia
como disciplina científica

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Introducción

La palabra “historia” tiene una doble significancia. Por un lado, representa al pasado, a
los hechos tal y cual cómo sucedieron; y por otro, representa a la disciplina científica
que intenta conocer ese pasado.

Al estudio del pasado llamaremos Historia (con mayúscula) o historiografía. Podemos


definirla como la disciplina científica encargada del estudio de los procesos del pasado
de las sociedades humanas, a través de los restos y vestigios que éstas fueron dejando.

Como podemos observar, en el concepto de Historia encontramos los dos elementos


principales para considerarla como disciplina científica. Por un lado, definimos su
objeto de estudio, los procesos del pasado de las sociedades, es decir, que se centra en el
estudio de los seres humanos, de cómo se fueron configurando, a lo largo del tiempo, las
diferentes dimensiones constitutivas de la sociedad (la política, la economía, las
interrelaciones sociales, la mentalidad, la cultura, etc.).

Por otra parte, definimos también su metodología de trabajo, cómo pretende la


historiografía acercarse al pasado de una manera más acabada. En este aspecto la
Historia debe lidiar con una dificultad casi desconocida para el resto de las ciencias, la
inexistencia material de su objeto de estudio. El pasado es inexistente, ya pasó, por lo
tanto, el tradicional método científico es inaplicable ya que uno de los pasos
fundamentales, la observación, no se puede realizar. Es por ello que los historiadores
deben recurrir a los restos que dejaron las sociedades humanas para intentar acercarse al
conocimiento del pasado.

Estos restos reciben el nombre de “fuentes historiográficas” y ayudan, como dijimos


anteriormente, al investigador a interpretar cómo fue el pasado. Las fuentes pueden ser
de todo tipo, escritas, orales, materiales, audiovisuales, etc.

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La Historia de la Historia
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La Historia no tiene un origen formal ya que el ejercicio de recordar el pasado,
reproducirlo, transmitirlo, es propio de las sociedades humanas desde el origen de los
tiempos. Sin embargo, en las antiguas civilizaciones griega y romana podemos
encontrar los primeros intentos de recopilar el conocimiento, dejarlo para la posteridad
o utilizarlo de una manera educativa.

Sin embargo, las narraciones no dejaban ser eso, narraciones que no contaban con el
sustento empírico necesario para darle legitimidad al relato.

En los siglos XVIII y XIX la historiografía nace de la mano de la conformación de los


Estados Nacionales Modernos en Europa. Éstos se encontraban en una etapa de
formación, expansión y afianzamiento, por lo que necesitaban diferentes recursos para
obtener la legitimidad y cohesión necesaria en la sociedad que pretendían abarcar.

Para ello se hicieron de ejércitos regulares, aparatos burocráticos e impositivos nuevos y


más eficaces, y de relatos históricos que le daban sentido a la idea de nación. Así surge
la historiografía tradicional, de la mano de Ranke en Prusia.

El gran paso que dio la Historia en esta etapa fue unir a los dos grandes componentes de
su discurso, la narración propiamente dicha, respaldada en la base empírica que le
proporcionó el análisis de las fuentes históricas, definiendo no solo su objeto sino
también su método.

En el comienzo solo se analizaban fuentes escritas, oficiales y diplomáticas, por lo que


el conocimiento obtenido estaba centrado en los procesos políticos y las obras de los
“grandes personajes de la historia”.

Aquí podemos ver una clara subordinación en la construcción del conocimiento hacia
los intereses políticos de la época, ya que se hacía hincapié en el conocimiento de lo
necesario para darle legitimidad al orden nuevo.

Con el surgimiento del positivismo como postura filosófica imperante en el siglo XIX
no faltaron los intentos de llevar a la Historia a la órbita de las ciencias más duras
intentando llegar a conclusiones nomotéticas. Sin embargo, la propia naturaleza de su
objeto de estudio, la incapacidad de despegarse de su subjetividad, fueron determinante
en la insignificancia de este paradigma.

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Entrado el siglo XX tres grandes paradigmas van a luchar por la prevalencia, el de la
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historia marxista, el de la escuela de los anales y el de la historia económica.

El enfoque Marxista toma de Karl Marx los principales conceptos e ideas y realiza una
reinterpretación total de la historia, entendiéndola a partir de la noción de dialéctica y
como escenario de lucha entre clases, dominante y dominada.

La Historia Económica tiene subdivisiones, sin embargo, todas comparten la centralidad


en los estudios netamente económicos por sobre el resto de los aspectos posibles de ser
estudiados. Recurren a métodos numéricos y estadísticos.

El paradigma de la Historia Social de los anales está también subdividido en varias


corrientes, pero todas comparten algunos aspectos en común, como, por ejemplo, el
enfoque global, la estructura como principal objeto de análisis, la interdisciplinariedad y
la centralidad de los grandes procesos sociales.

Con el advenimiento de la posmodernidad los tres grandes paradigmas del siglo XX


pierden fuerza y dan lugar a nuevas maneras de acercamiento a la historia, la narrativa
vuelve a cobrar importancia por sobre el análisis imperante en la escuela de anales, el
individuo vuelve a escena, con la particularidad de ser el individuo común y no los
grandes personajes los que adquieren centralidad, y la diversificación inagotable de
maneras de acercarse a la historia.

La Historia Social

La historia social se pretende a sí misma como historia global, es decir, intenta abarcar
todos los aspectos de la vida del hombre. Para ello se centra en el estudio de los grandes
conjuntos sociales, en un determinado tiempo histórico, analizándolos desde todas las
perspectivas posibles. para poder hacerlo de una manera más precisa recurre a otros
paradigmas historiográficos y disciplinas.

Para George Duby, historiador que puede ser ubicado dentro de la corriente de anales,
hay tres principios metodológicos a tener en cuenta a la hora de hacer historia social .
Por un lado, el hombre en sociedad es el objeto de estudio fundamental, es decir, el
análisis no puede caer en la centralización de los grandes personajes, aquellos que

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detentan el poder o realizan “acciones importantes”, sino el individuo dentro del
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conjunto de interrelaciones que establece en el marco de la sociedad en la que vive.

Por otro lado, el historiador propone descibrir las articulaciones verdaderas, agotar
instancias, fuentes, posibilidades, dimensiones de análisis, para tratar de dilucidar las
causas de los fenómenos, o al menos acercarse lo más que se pueda a la “verdad de lo
que pasó”.

Por último, tener en cuenta, siempre, el tiempo histórico, a fin de no caer en


anacronismos ni juicios injustos, ni que nuestra cosmovisión actual afecte el análisis.

Bibliografía:

• BIANCHI, Susana. Historia Social del Mundo Occidental. Del feudalismo a la


sociedad contemporánea. Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, 2016.

• MORADIELOS, Enrique. El oficio de historiador. Madrid: Siglo XXI editores,


1994. (Capitulo 1: ¿Qué es la Historia?)

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