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Mayen Arroyo Adrian Baruc

Periodismo y lenguaje narrativo


2 de abril

Leñero, buen cuentista


El periodismo —como oficio, como profesión, o como desee considerársele— no es
aquella labor rígida, monótona y tediosa cuyo fin es ofrecer datos. Permite, más
bien, que haya un tratamiento de la información para trascender la simple exposición
de referentes con el objetivo de ofrecer al público un análisis, una visión completa e
integral de un suceso que sirva como base para tomar decisiones o formar criterios
acerca de la realidad.

El Manual de periodismo de Vicente Leñero y Carlos Marín pretende condensar lo


que equivaldría a un curso sobre géneros periodísticos en trescientas quince
páginas. Sin embargo, más que una compilación de recomendaciones y reflexiones
acerca del tema, es una antología de imperativos que, a más de treinta años de su
publicación, merece ser criticada.

Una de las principales críticas que podrían hacerse a esta obra es la concepción de
la crónica como un género en el que debe imperar el orden cronológico de los
acontecimientos. Esta perspectiva es, sin duda, incompleta y limitada, pues dicho
género permite al periodista utilizar el tiempo a su conveniencia con el objetivo de
conseguir un producto tan asequible como atractivo.

Si esta percepción de la crónica se compara, por ejemplo, con lo propuesto por


Martín Caparrós en el prólogo de Las mejores crónicas de Gatopardo se hacen más
visibles sus carencias:

La crónica es el género de no ficción donde la escritura pesa más […] Aprovecha la


potencia del texto, la capacidad de hacer aquello que ninguna infografía, ningún
cable podrían: armar un clima, crear un personaje, pensar una cuestión […] La
crónica es una mezcla, en proporciones tornadizas, de mirada y escritura […] Busca
el interés en la cotidianidad […] Cuando el cronista empieza a hablar más de sí que
del mundo, deja de ser cronista.1

Pero en este trabajo no pretendo realizar observaciones a tal manual, sino hacer
una comparación entre los conceptos, categorías y exigencias del mismo y el texto
Raphael, amor mío del propio Vicente Leñero. Esto con el objetivo de encontrar si
el autor es coherente entre lo que propone en una obra y lo que realiza en otra.

Primero, es necesario cuestionar si es posible encasillar a Raphael, amor mío en


alguno de los géneros periodísticos que el manual expone. Desde este momento es
pertinente descartar a la nota informativa (llamado “noticia” en el texto), la entrevista,
el artículo o la columna, pues la obra relata una historia a partir de algunos recursos
de la literatura.

De acuerdo con Leñero y Marín, el reportaje “sirve para complementar, para ampliar,
para profundizar, para dar contexto a una noticia”2. Además, “profundiza en las
causas de los hechos, explica los pormenores, analiza caracteres [y] reproduce
ambientes sin distorsionar la información”3.

Por otro lado, la crónica “es el relato pormenorizado, secuencial y oportuno de los
acontecimientos de interés colectivo. [Implica] hacer la historia de un suceso”4. A
este género también le compete la descripción “describe a los personajes desde
muy distintos ángulos y emplea recursos dramáticos para ‘prender’ al lector”5.

Hay distintos tipos de crónicas, como lo es la opinativa —“relato de un suceso


presenciado o reconstruido por el reportero […] Se informa y se comenta,
simultáneamente, el asunto que se aborda”6— y la interpretativa, en la cual el

1 Caparrós, Martín. Las mejores crónicas de Gatopardo. Editado por Silva, Miguel; Molano, Rafael.
Editorial Debate, 2006.
2 Leñero, Vicente; Marín, Carlos. Manual de periodismo. Editorial Grijalbo, México, D.F., 1986, p.

186.
3 Ibíd. p. 185
4 Ibíd. p. 155
5 Ibíd. p. 156
6 Ibíd. p. 167
cronista “toma la realidad como punto de referencia para interpretar los fenómenos
sociales […] No tiene el propósito de informar sino de orientar al público”7.

Por cuanto a la estructura del relato, puedo afirmar que Raphael, amor mío está
más cercano a ser una crónica interpretativa que una opinativa o un reportaje. Sin
embargo, no consigue serlo del todo. Es, más bien, un intento pobre.

“Se apellida Martos y nació en Linares, Andalucía, el 5 de mayo de 1945 […] Tiene
otra casa en Madrid, donde vive con su familia. Su fruta preferida es el plátano, su
número de buena suerte es el 13…” versa un fragmento del texto de Leñero, a
propósito del cantante conocido como Raphael.

El texto está escrito a modo de diario. La narradora —cuyo nombre jamás se


menciona— se dirige permanentemente a su diario. Todo en la obra gira alrededor
del apasionado enamoramiento que esta mujer siente por el cantante. Sobran los
halagos y palabras de un afecto que deviene devoción.

Hasta este punto, Raphael, amor mío cumple con la primera característica de la
crónica según el Manual de periodismo: es un relato secuencial, además de
cronológico, de los acontecimientos.

El lugar es precioso: lleno de arcos y columnas y molduras y adornos dorados por


todas partes. Se parece un poquito al cine Alameda y al Real Cinema, pero más
lujoso todavía: como la iglesia de Santa Rosa de Lima. Lujosísimo en fin. Y la gente,
¡válgame la Virgen!, la mejor sociedad de México: pieles brillantes, mujeres
elegantísimas.

En el fragmento anterior, Leñero refiere lugares pertenecientes a la realidad del


Distrito Federal del siglo XX, como el cine Alameda y el Real Cinema. Cabe
mencionar que esta parte de la obra es una descripción de El Patio, un centro
nocturno que se ubicó en la colonia Juárez.

7 Ibíd. pp. 174-175


Si uno revisa la lista de artistas que se presentaron en El Patio, es posible verificar
que, como se sugiere en el texto, Raphael realizó un espectáculo en algún
momento.

Ante esto, es necesario considerar que Raphael, amor mío refiere sucesos verídicos
pero la manera en que los aborda no es pertinente. “Los periodistas ofrecen dichos,
razonamientos, cifras, emociones, gráficas a partir de su verosimilitud, de la
posibilidad de ser aceptadas, creídas, verificables con el rigor presunto de los juegos
de la cientificidad”8, afirma Froylán López Narváez en el prólogo del Manual de
periodismo.

Además, el propio Leñero afirma, más adelante en el manual, que los textos
periodísticos no son cartas privadas ni apuntes de un diario íntimo, sino que son
escritos destinados a todo tipo de personas, por lo que se debe tener en cuenta:

a) El apego a las normas de redacción determinadas por la gramática, así como


el estilo personal de cada periodista para comunicarse con un público
indeterminado
b) El acatamiento de las normas éticas fundadas en su propia convicción y en
el conocimiento de los preceptos constitucionales básicos que rigen la vida
colectiva.
c) El respeto que el periodista debe a la vida íntima de los protagonistas de los
hechos de interés público, a menos que esa intimidad incida en la vida
colectiva.9

Si bien la “crónica” de Leñero alude a un espectáculo que ocurrió efectivamente, no


proporciona información que permita verificar su veracidad. Si “el periodismo
pervierte su función cuando escamotea información”10, parece que Raphael, amor
mío representa una avanzada degeneración de la labor periodística.

La mitad del texto carece de relevancia periodística. El tratamiento de la historia


como un cuento hace que el relato pierda su carácter periodístico y, en lugar de ser

8 Ibíd. p. 14.
9 Ibíd. pp. 28-29
10 Ibíd. p. 18
útil como estructura para dar a conocer cierta información, termina por devorar el
aspecto noticioso del mismo.

“Lástima que Toño no estaba aquí. Me hubiera encantado que oyera a tío Pepe
hablar de que mi amor ha revolucionado […] el arte de la canción moderna. ¡Y eso
se lo debemos al generalísimo Franco!”

Toño y tío Pepe son personajes que pudieron, o no, existir, y el lector nunca lo sabrá.
El único indicio de la identidad de Toño es que, en algún momento de su vida fue
poseedor de un Fiat.

Además, la referencia al franquismo resulta muy gratuita, pues no se retoma en


ningún otro momento del texto. Si se hubiera profundizado en mayor medida en
dicho tema y se hubiese encontrado la relación entre Franco y el auge del cantante,
quizá el texto sería mucho más rico, periodísticamente hablando.

En conclusión, Raphael, amor mío no llega a ser un texto periodístico. Comprendo


que los personajes secundarios no son sino eso, secundarios, pero se les otorga
una importancia excesiva. El tratamiento del suceso —el espectáculo de Raphael
en El Patio— es breve, incompleto y, por si fuera poco, se pierde como aspecto
relevante del texto entre el sinfín de calificativos y rasgos superfluos que Leñero
eligió destacar.

No hay explicación de la información, el texto no va más allá de la exposición y la


descripción exhaustiva, pero innecesaria. El autor intentó refugiarse en la recreación
de ambientes y buscó, a través de ellos, otorgar a su trabajo un carácter periodístico
del cual carece.

No hay antecedentes ni repercusiones, no hay referencias históricas ni ambiente


político o sociológico para que el lector comprenda la trascendencia de los hechos
relatados. No hay análisis y Leñero tampoco averigua las causas ni anticipa las
consecuencias de nada. Se conforma con hacer una ilustración escrita. Como
cuento, es un texto bien logrado, fluido y entretenido. Como reportaje o crónica, es
apenas un ínfimo boceto.
Referencias:

- Caparrós, Martín. Las mejores crónicas de Gatopardo. Editado por Silva, Miguel; Molano,
Rafael. Editorial Debate, 2006.
- Leñero, Vicente; Marín, Carlos. Manual de periodismo. Editorial Grijalbo, México, D.F.,
1986.

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