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Huellas rebeldes
Itinerario de Luis de La Puente Uceda
El 23 de octubre del año 1965, cae en combate Luis Felipe de la Puente Uceda, jefe
del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), junto con siete guerrilleros más
de la columna denominada Pachacútec. Tenía entonces treintainueve años y un
poco más de veinticinco dedicados a la política, a la organización partidaria y,
apenas un año a la lucha armada. Este es el episodio más desgarrador de la política
nacional, pues confluyó en aquella década una rara simbiosis del poder político y de
los partidos políticos tradicionales, especialmente de la Alianza Popular
Revolucionaria (APRA). El gobierno dictatorial de Prado que convoca a sus
acérrimos enemigos políticos y, éstos, que coquetean y se acercan a su verdugo y
principal responsable de penurias, deportaciones y hasta muertes.
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Túpac Amaru, por Máximo Velando y Guillermo Lobatón en el centro y, Manco
Cápac, en el norte, al mando de Gonzalo Fernández Gasco.
Aniquilada la columna del sur, donde no quedó sobrevivientes, el resto de
frentes guerrilleros fueron cayendo uno a uno, hasta finales de ese fatídico año.
Desde entonces no se sabe con certeza, hasta hoy, donde están sepultados los
cuerpos de los ocho guerrilleros caídos. El gobierno y el Ejército nunca quisieron
informar sobre los hechos. Algunos dicen que están enterrados en las alturas de
Amaybamba; otros, que fueron arrojados desde un helicóptero y desaparecidos
para no dejar rastros de ellos. En cambio, los integrantes de la columna que
operaban por el centro del Perú si fueron identificados y cristianamente sepultados,
por lo menos.
El MIR estuvo compuesto por un grupo de luchadores sociales, desgajados
del Partido Aprista Peruano, el principal partido político del Perú. Sus dirigentes se
autodenominaron APRA Rebelde, y era el ala más izquierdista del partido fundado
por Víctor Raúl Haya de la Torre, a la sazón pariente lejano de De la Puente.
Todo el accionar ideológico y político más o menos conocido de Luis Felipe
proviene de su legado recopilado por Voz Rebelde, el órgano oficial del MIR; pero,
también de ensayos de diversos analistas y, especialmente de los sobrevivientes de
la guerrilla, en su mayor parte del Frente Norte, comandado por Gonzalo Fernández
Gasco. Sin embargo, lo que se conoce muy poco o casi nada es la vida misma de los
personajes, comenzando por el líder del MIR, Luis de la Puente.
Esta historia, por tanto, intenta, por ello, rescatar la parte humana de cada
actor y, a partir de allí, comprender la humanidad desbordante de los jóvenes
guerrilleros que escribieron una página importante en la historia del Perú, y en la
dinámica social de Latinoamérica.
Son estas las motivaciones que me llevaron a presentar el proyecto de un
gran reportaje sobre Luis Felipe de la Puente Uceda y sus compañeros de ruta,
acicateado por la segunda convocatoria del premio Crónicas Planeta/Seix Barral,
convocado el año 2006 por el Grupo Editorial Planeta. Lo que sigue es entonces solo
la estructura presentada hace cinco años de una investigación periodística de largo
aliento que quedó trunca y, despojada de discusiones ideológicas y políticas, temas
brevemente narrados para contextualizar hechos históricos.
He identificado más de cincuenta personajes, entre sobrevivientes de la
guerrilla del 65, camaradas muy cercanos a Luis Felipe de la Puente, sus familiares y
personaje secundarios valiosos para la historia. A ello se agrega una variopinta
bibliografía, especialmente prensa clandestina, pero, también, ensayos e
investigaciones sociológicas e ideológicas que me han servido para el borrador y de
seguro las emplearé en la propuesta final.
El esquema lo he mantenido inédito hasta el momento, aún cuando los
hechos que aquí se narran no lo son. En realidad mi propósito es otro: repito, busco
desarrollar a los personajes, central y secundarios, en su dimensión social y humana
más profunda, no contada hasta ahora.
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Capítulo uno
Fuego en la pradera
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si bien democrático, pero en la lógica de los sublevados, pro imperialista y
entreguista. Era presidente de la República, el arquitecto Fernando Belaúnde
Terry, un socialdemócrata que había ganado las elecciones al líder del APRA,
Víctor Raúl Haya de la Torre.
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magnitud del hecho, hasta que llegaron a su centro de operaciones en el cuartel
del Cuzco. No advirtieron que Luis de La Puente Uceda, secretario general del
Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) y comandante en jefe de la
guerrilla y del Frente Pachacútec, estaba entre los caídos. Tenía entonces 39
años. Con él murieron Paúl Escobar, Rubén Tupayachi y Edmundo Busquén, un
viejo y recio obrero chiclayano que bordeaba los sesenta años y el tercero entre
los más altos dirigentes político-militares que operaban junto con Augusto
Marín, Benito Cutipa, Alberto Llanos y Polo Quispe. Todos integrantes del
Frente Sur, cuya base, supuestamente inexpugnable, era un punto en la sierra
cuzqueña, denominada zona de seguridad Illarce Ch´aska, término quechua
traducido al español como Estrella del Amanecer, que denotaba- más que
escenario de guerra- un bucólico paraje altoandino, que los lugareños mal
llamaban «Mesa Pelada», no tanto, por la desnudez de los cerros pelados y
sin mucha vegetación, sino, por el inclemente frío de la puna sureña.
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los focos fueron, uno a uno, sofocados a sangre y fuego. Los primeros días de
enero de 1966 cae muerto, también en acción, Guillermo Lobatón, del frente
Túpac Amaru, quien había asumido la jefatura del MIR, a la muerte de De La
Puente. Dos meses antes había sido capturado, torturado y asesinado, el
comandante Máximo Velando, lugarteniente de Lobatón. Ambos operaban en el
centro del Perú. En la estrategia que diseñaron, apenas se instalaron en Mesa
Pelada, De la Puente quedó como responsable de la columna Sur, llamada
Pachacútec, nombre prestado en honor al primer soberano del Imperio de los
Incas, que comenzó precisamente su expansión de triunfos militares en
Amaybamba, en el hermoso valle de La Convención, aproximadamente en el
siglo trece. Curioso episodio histórico, pues De la Puente pensaba más o menos
lo mismo: incendiar la pradera desde este santuario inca.
El MIR, sin embargo, comenzó a operar simultáneamente con otras
dos columnas guerrilleras. La segunda se desplazaba por el centro del país y fue
conocida como Frente Túpac Amaru, en distinción al insurrecto y legendario
cacique cusqueño, emblemático símbolo nacional de la lucha independentista
del Perú, asesinado de la manera más cruel en 1781, por defender la libertad de
los indios. Este Frente estuvo comandando por Guillermo Lobatón. En el norte
se formó, el Frente Manco Cápac, cuyo nombre fue tomado del personaje casi
mítico, mitad real, mitad leyenda, quien fundara en el siglo XIII la ciudad del
Cusco. La columna guerrillera del norte la asumió Gonzalo Fernández Gasco, un
paisano y compañero de estudios y sueños de Luis Felipe. Fue la única columna
que nunca disparó un solo tiro y que tampoco adoptó la política guevarista de
asentarse en una “zona de seguridad”, lo que le valió una movilización constante
por las alturas de la sierra del departamento de Piura y un blanco difícil de
ubicar para el Ejército. Eso explica por qué la mayoría de sus integrantes fueron
los pocos sobrevivientes de la guerrilla.
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Capítulo dos
Santiago, querido
Durante los primeros cinco años Luis Felipe los pasó mataperreando
con Antonio, el hermano mayor, por los trigales de la hacienda, llenando de aire
puro sus pulmones en un bendito clima serrano a 3,115 metros sobre el nivel del
mar. Julcán, es la capital andina del distrito del mismo nombre. Fue un villorrio
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de la entonces Villa Santiago de Chuco, anexada a Huamachuco en 1867 que
luego el gobierno le subió de categoría a Ciudad, en 1874. Había sido fundada
por los españoles en el siglo XVII, en la margen izquierda del río Patarata, en las
faldas de la montaña de La Luna, más conocida como el Cerro Quillajirca.
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casi todos. Fue en ese ambiente social convulso y tenso cuando Luis Felipe pisó,
por primera vez, la cuna del APRA, el partido político a cuya ideología se
abrazaría, sin reservas, hasta transformar su vida completamente.
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Capítulo tres
Vivir a los 16
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No bien hubo terminado el cuarto año de secundaria, cuando Luis se
metió en problemas de mayores. Fue detenido por la policía una fría mañana de
enero por pintarrajear paredes en el centro de la ciudad con lemas alusivos al
APRA y confinado a los calabozos de la policía ubicada en la calle Ayacucho,
felizmente, en la misma ciudad. Fue su primera, pero no última, de sus
carcelerías por asuntos políticos. Tenía entonces sólo dieciséis años y se
perfilaba, como un militante de acción de aquel movimiento partidario que su
familia veía siempre de reojo. Pero, la reprimenda familiar no le preocupaba
demasiado. Fueron las historias de la revolución del 32 el episodio que marcaría
su vida y su inquebrantable fe del cambio social y que, años más tarde, trazaría
una línea divisoria- según él- entre la consecuencia e inconsecuencia de los
ideales.
Como sea, en el fragor de la agitación política y de encargos
partidarios, Luis, llegó a terminar sus estudios secundarios en 1943, cuando el
país estaba gobernando por Manuel Prado y Ugarteche, régimen que había
proscrito inicialmente al Partido Aprista y, sus principales dirigentes, o estaban
presos o deportados.
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Capítulo cuatro
Aprendiz de gavilán
La mirada fija y la mandíbula tensa que acompañaba con los puños sobre la
mesa, le daban a la conversación un aire enrarecido. Ansiosamente había
esperado este encuentro en el vetusto local partidario, de la cuadra siete del
jirón Francisco Pizarro. Armando Villanueva del Campo, hombre de extremada
confianza del jefe del APRA, Víctor Raúl Haya de la Torre, no era un don nadie.
Plantearle, a modo de queja, su punto de vista acerca del manejo de los asuntos
partidarios con el régimen del presidente Manuel Prado, era de alguna forma un
acto osado e irreverente. Pero, Luis Felipe no lo creyó así. Furibundo y
observando directamente a su ilustre interlocutor, le dijo con energía:
─ Y usted como sabe, compañero, que este pacto que hemos concretado,
no es positivo para nuestro movimiento, le respondió, también colérico,
Villanueva.
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había emprendido y que coronaría en 1948 en los calabozos del Panóptico, preso
durante siete meses por protestar contra la convivencia apro-pradista.
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Capítulo cinco
Hecho y derecho
Tiempo después, quiso sentir otra vez el bicho de salir del país para
reestablecer sus contactos internacionales. Esa oportunidad le llegaría como
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anillo al dedo con el triunfo de la revolución cubana, en 1959. Viaja por primera
vez a Cuba y conoce a Fidel y al “Che” Guevara, con quienes entabla una larga
amistad, pero también, discrepancias de orden estratégico y militar.
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Capítulo seis
Quiebre político
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Principios Primigenios del APRA, que la prensa y gran parte de los militantes lo
conocería simplemente como el APRA Rebelde.
Después de este episodio, Luis Felipe parte por tercera y última vez a
Cuba, viaje que lo llevaría también a Europa y Asia, en una travesía
transoceánica cuyo epílogo fue la entrevista que tuvo ese año con el líder de la
revolución china, Mao Tse Tung. De regreso al Continente, visitó otros países
latinoamericanos, antes de retornar a Perú. La idea de transformar el campo y
revolucionar el agro se le cruzaba por la cabeza constantemente. No por algo su
tesis de bachiller en derecho había abordado el tema con mucha pasión. Decidió
realizar entonces la revolución en su propia casa al iniciar la reforma agraria en
la Hacienda Julcán, una propiedad familiar que la entregó totalmente en favor
de los campesinos. El hecho como era natural provocó adhesiones entre los
campesinos, pero rechazo de los sectores oligárquicos de Trujillo.
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demanda que cinco años más tarde lo tomaría como bandera, la Junta
Revolucionaria del gobierno militar de Juan Velasco Alvarado.
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Capítulo siete
Juan Ernesto no recuerda el beso de despedida que le dio su padre Luis Felipe
aquel diez de junio. Tenía apenas seis meses de nacido. Había llegado a este
mundo convulso y violento el día 31 de diciembre del año 1963. Estaba en
brazos de su madre Carmen cuando su padre se acercó tiernamente para
acariciarlos en una escena irrepetible pues horas más tarde haría otro de sus
tantos viajes, pero esta vez, sin retorno.
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Luis Felipe, pensaba que bastaría el foco guerrillero en varios frentes
para “incendiar la pradera”, al más ortodoxto pensamiento de Mao Tse Tung.
Trataba de diferenciarse así de la estrategia guerrillera del Che Guevara, quien sí
creía que era suficiente un solo foco, como ocurrió con el alzamiento de Fidel, en
Cuba. Por lo menos, eso es lo que se desprende del tenor de una carta enviada a
los periódicos de Lima por Luis Felipe, desde el campamento Illarce Ch´aska, o
simplemente Mesa Pelada: "Pensamos que nuestra insurrección iniciada por las
acciones guerrilleras se transformará, en un breve plazo, en una revolución
agraria en las montañas y en el campo, y que las masas, respaldará a los grupos
armados y dirigidas por el partido revolucionario, invadirán masivamente las
tierras de los grandes propietarios y un poco más tarde explotará la bomba de
tiempo de los arrabales marginalizados que rodean a las ciudades de la costa".
El frente más activo fue sin duda el Túpac Amaru, que operaba en la
sierra central, especialmente en las punas de Jauja y Huancayo. Allí estaban
Lobatón y Velando, dos osados lugartenientes de Luis Felipe que tenían por
misión, atraer al enemigo hacia su territorio para evitar que las Fuerzas
Armadas concentraran su poder de fuego en Mesa Pelada, el puesto de mando
de la guerrilla. En efecto, al principio, el gobierno pensó que la mayor fuerza de
la guerrilla era precisamente la del centro y hacia allá envió fuerzas combinadas
y tropas de elite del Ejército, Marina y Aviación, además de los rangers de la
Guardia Republicana. La columna Túpac Amaru concentró así en poco tiempo
el mayor peso de las acciones, en un marco desesperado del gobierno del
arquitecto Fernando Belaúnde Terry, que dispuso que las Fuerzas Armadas se
encargaran de la situación, pues las acciones guerrilleras iban en aumento en el
centro y sur. Del norte no se conocía casi nada. Para un mayor consenso a la
decisión gubernamental, el belaundismo se blindó con el apoyo del Parlamento,
especialmente del Partido Aprista, que no tuvo reparos en impulsar un proyecto
de ley que declaraba la pena de muerte para los insurgentes. La Ley fue
aprobada en forma mayoritaria y el Ejecutivo lo promulgó y la puso en vigencia
de inmediato.
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compartiendo entonces penas y glorias con Lobatón, Velando y Paucarcaja. En
eso estaba cuando un compañero le avisó que en el mismo camión viajaba
Ernesto Paucarcaja, nieto de Juan, su camarada de armas y su jefe inmediato en
la guerrilla del 65. Su emoción no tuvo límites. Se acercó al muchacho, le
confesó quien era y, luego, se confundieron en un abrazo eterno, como si fueran
padre e hijo en un melancólico reencuentro familiar. Horas después, él, Ernesto
y sesenta guerrilleros más del MRTA caían en combate en las pampas de Los
Molinos en un enfrentamiento con soldados de la Zona de Seguridad Militar del
Centro. Esta vez no pudo salvarse. Murió en su ley. Lo abrazó la muerte y el
infortunio, casi medio siglo después que pusiera el pecho y su juventud al
servicio de una causa de la cual nunca se arrepintió.
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Referencias bibliográficas
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Referencias hemerográficas
Revistas Voz Rebelde, vocero oficial del MIR, de los años 65 al 68
Caretas, revista de actualidad, años 65 al 68
La Prensa, El Comercio, La Crónica de los años 65 al 68
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