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La presencia de estereotipos de género en la


publicidad de las revistas femeninas que se venden en
Lima Metropolitana.

El mundo en el que actualmente vivimos está lleno de medios de comunicación de


masas que, prácticamente, determinan el éxito o el fracaso de cualquier acción al
informar –o mal informar- a la opinión pública, al influenciar de manera positiva o
negativa. A través de estos medios de comunicación es que la publicidad trabaja para
incrementar el consumo de un producto o servicio; sin embargo, este objetivo principal
de la publicidad puede conllevar a la transformación de nuestra sociedad, puesto que
tiene un enorme alcance en la misma. La publicidad, en la actualidad, es asumida como
un fenómeno social que ha llegado a adquirir el valor de la cotidianeidad. Nosotros, los
consumidores, hemos aceptado a la publicidad como una forma natural para conocer
cuáles son las opciones de las cuales el mercado dispone. Por supuesto, la publicidad es
una actividad muy compleja, que atrae muchas controversias. Una de ellas es respecto
de la relación entre la imagen de la mujer y la publicidad misma. Como sabemos, la
mujer es parte muy importante de una sociedad y su influjo es determinante. Aún más
en una sociedad como la peruana, en la cual la mujer se ha ido dando a conocer en
diversos aspectos- aunque la cultura machista/patriarcalista siga vigente- en los últimos
años, esta ha dado un paso enorme en su biografía al haber incursionado en los diversos
campos de la vida social, escapando así del espacio privado al público. El reto ahora es
compenetrar sus labores domésticas/tradicionales, con las que le exigen salir de ese
mundo privado.

A la medida que ha ido variando el papel de la mujer peruana, también ha ido variando
la valoración social que posee. Sin embargo, su valoración como persona es tema
aparte. Una de las manifestaciones de la valoración como persona de las féminas es,
claramente, la publicidad (avisos publicitarios) que venden las revistas dirigidas
justamente a esta población.
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Veremos entonces, a partir del análisis de los contenidos publicitarios dentro de las
revistas femeninas de mayor circulación, cuál es el valor que como persona que se le
otorga a la mujer; si se le valora como persona humana o si se le reduce a un simple
objeto sexual u otro de subordinación, y las consecuencias que acarrea ello.

En la publicidad,” las imágenes tienen doble lectura, una que refleja la realidad y otra
que influye en los destinatarios de su mensaje. En cuanto al primero una imagen puede
mostrar fielmente la realidad y también distorsionarla si exalta una parte por encima
del todo. En este sentido se habla de estereotipos.” (Castillo y Mensa, 2009: 147)
Consecuentemente, nos referimos a la publicidad como formadora de estereotipos de
género, en nuestro caso particular, estereotipos de la mujer, ya que se tiende a resaltar
frecuentemente algunos rasgos de la mujer- que no se refieren a su realidad de manera
completa- como lo sexual, lo doméstico, lo maternal, dejando de lado aspectos también
importantes como su dignidad, su afán de ser mejor, de superarse a sí misma, sus tareas
con su entorno, etc. Numerosas investigaciones tanto en Latinoamérica, como en
Estados Unidos, reúnen evidencias acerca de las representaciones del sexo femenino en
los medios masivos que se circunscriben a realzar la imagen tradicional del ama de casa,
la madre y esposa sumisa y dependiente, y, por otra parte, objeto sexual y de placer
interesada casi exclusivamente en actividades relacionadas a su mudo íntimo: el hogar,
su persona (belleza y cuidado), sus afectos (hijos, esposo); además, se denota en estas
mujeres, la falta de rasgos que tiene una persona que ejerce roles que requieren
racionalidad, decisión y ejecutividad. (Margaret Gallagher citada por Díaz de Landa,
1983: 17)

Este sesgo de información y resalte de algunas ideas sobre otras se deben,


probablemente, a la falta de objetividad de los autores de los anuncios publicitarios, que
llevados por sus intereses personales, económicos o políticos, realizan este tipo de
trabajos poco fiables. La publicidad, según Manuel Garrido Lora, es “una herramienta
de comunicación persuasiva al servicio de los intereses de las empresas, las
administraciones, los partidos políticos y todo aquel deseoso de influir en los
conocimientos, las actitudes o las conductas de los públicos”. Claro que hay ciertas
normas de regulación de la publicidad, por ejemplo, “Ningún anuncio debe favorecer o
estimular cualquier clase de ofensa o discriminación racial, sexual, social, política o
religiosa” o “Los anuncios no deben contener nada que pueda inducir a actividades
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antisociales, criminales o ilegales o que parezca apoyar, enaltecer o estimular tales


actividades”. Sin embargo, como se puede apreciar en los artículos anteriores, este
principio de legalidad no busca velar por el correcto comportamiento de los agentes
económicos en el tráfico mercantil, como tampoco tiene por finalidad la protección de
los derechos de los consumidores. Además, existe una línea muy delgada en cuanto a
obstruir la libertad de expresión y sancionar algo indebido. Como bien dictamina la
Corte Interamericana de Derechos Humanos, “resulta violatorio de la libertad de
expresión todo acto del poder público que implique una restricción al derecho de
buscar, recibir y difundir informaciones e ideas, en mayor medida o por medios
distintos de los autorizados por la misma Convención Americana sobre Derechos
Humanos”.

En la publicidad en específico,

“(…) los mecanismos de censura indirecta suelen esconderse detrás del


aparente ejercicio legítimo de facultades estatales, muchas de las cuales se
ejercen por los funcionarios en forma discrecional. En consecuencia, estas
formas de censura indirecta son particularmente difíciles de detectar, ya que no
es fácil determinar con exactitud la línea que separa al ejercicio legítimo de una
facultad de la restricción ilegítima de un derecho.”

En este sentido, para Súmar y Avellanada, queda claro que las normas que regulan la
publicidad no responden a un interés de la sociedad, sino al interés de las propias
empresas reguladas. Los consumidores a los que se pretende proteger a través de la
regulación publicitaria son, irónicamente, quiénes se ven directamente perjudicados por
esta actividad.

Por otro lado, está también el hecho de que los publicistas trabajen para obtener el
impacto deseado de los avisos publicitarios en los receptores, muchas veces sin tomar
en cuenta la consecuencia que estos puedan tener en los consumidores. Pero, por más
que nos empeñemos en buscar a los culpables de crear estereotipos de la mujer en la
publicidad, es un proceso más complejo que involucra tanto a publicistas, a las agencias
y a los mismos receptores.

Perú es uno de los países en los que los índices de violencia contra la mujer alcanzan
cifras altísimas.” La sociedad peruana es capitalista, con una cultura que presenta
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valores patriarcales, aún lo suficientemente fuertes como para influir en la


personalidad y la conducta de los integrantes del grupo social, sean estos del género
femenino o masculino”. (Mansilla, 1983: 66) Así pues, se encuentra una de las razones
que encausan el hecho de vivir en un país en donde la mujer vive frecuentemente
atemorizada de ser violentada por algún individuo, solo por el hecho de ser mujer, y no
tener la fuerza suficiente para defenderse. Estas actitudes conllevan a la repetición y al
incremento de las expresiones de rechazo, discriminación y disminución hacia la mujer;
ya sean hombres (o incluso mujeres) que creen que el lugar de las mujeres está
supeditado a los mandatos del hombre y que este puede ejercer la violencia para
defender su posición.

Entonces, ¿Qué tiene que ver la publicidad con los patrones de género? ¿Quién sería el
responsable de las campañas que muestran poco rigor frente al tratamiento de género: la
agencia, el cliente o el público? Lo que podemos rescatar es que los publicistas, al
formar parte también de la sociedad machista peruana, son afectados por esos roles de
género implantados y los reproducen en los avisos publicitarios, ya que eso es lo que la
masa consume, olvidando que de ese modo se perpetúan y justifican los estereotipos de
género. El mantenimiento de tradiciones, mitos, creencias y la subordinación de la
mujer con respecto al hombre, han provocado un condicionamiento general a una
imagen estereotipada de la mujer.

“La publicidad, como elemento básico de los medios de comunicación, ya que de ella
se sostienen económicamente, utiliza a la mujer como principal receptor de sus
mensajes, induciéndola muchas veces al consumo irreflexivo, Así mismo, proyecta a la
mujer como principal elemento de persuasión, como objeto sexual y decorativo,
usándola como anzuelo, denigrando su condición de ser humano.” (Díaz de Landa,
1983) Así pues, la publicidad no solo utiliza a la mujer como ejemplo para las féminas
que consumen las revistas que reproducen estos estereotipos, sino que es su principal
receptor induciéndole tareas, funciones y posiciones sociales que debería cumplir esta.

Estos imaginarios (tanto de los hombres como de las mujeres) se forman desde que
somos unos infantes, se concretan en la adolescencia y se reafirman en la adultez. Un
trabajo de investigación demostró que los adolescentes hombre tienen como mujer ideal
a alguien “bonita y de buen cuerpo”, mientras que las mujeres idealizaron al hombre
como alguien “comprensivo, de buenos sentimientos y fiel”. La publicidad representa
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así a los hombres y mujeres. Básicamente les atribuyen ámbitos diferenciados de acción
y dominio: la mujer tiene una marcada orientación hacia el ejercicio de los roles
domésticos, concluyendo que su ámbito por antonomasia es el privado, mientras que el
masculino es la esfera pública. Los contenidos publicitarios son explícitos al momento
de reflejar que la zona de acción social de la mujer es el hogar, es allí donde ella ejerce
su dominio, donde se centran sus responsabilidades primordiales y donde se dimensiona
su participación social ya como “estabilizadora del sistema doméstico (administración
de recursos, educación y cuidado de los hijos, organización y atención de las tareas
cotidianas, amor y abnegación materna y marital) ya como principal consumidora de
confort, necesario o superfluo, para la realización de sus tareas y deberes hogareños”.
(Díaz de Landa, 1983: 41) La publicidad en las revistas femeninas tiende a
sobredimensionar el complejo de roles ama de casa- madre- esposa; no obstante, se
observa también que se le incita a ahorrar tiempo y esfuerzo en los quehaceres
domésticos (objetivo de los productos que se le ofrecen) como también se le destaca las
bondades de una administración racional del presupuesto familiar. De esto modo se
configura el perfil de una mujer del tipo ama de casa cuya preocupación es el ahorro de
tiempo, esfuerzo y dinero.

Por otro lado, se representa a la mujer como objeto de atracción, con características
estereotipadas. Se presentan modelos femeninas de origen caucásico, blancas, altas, con
las medidas “exactas” (90-60-90), con cabellos rubios, largos y brillosos. Para Alfaro,
este tipo de mujer en la publicidad, está ligada a la atracción sexual y al cuidado
personal, con productos de maquillaje y moda. Obviamente, la mujer peruana no
cumple con esos rasgos, el promedio de la mujer mide 1.51m y pesa 57.9kg; con lo que
podemos deducir que muchas de estas tandas publicitarias trastocan la realidad,
tomando las aspiraciones de muchas mujeres, mezclando estas con la cotidianeidad.
“(…) La sobredimensión de este aspecto en la orientación de la mujer al consumo de
una inagotable fuente de juventud, belleza, elegancia y seducción, y la importancia que
se le atribuye a la belleza y al aspecto físico como mecanismo de realización femenina
hacen de esta preocupación por su cuerpo el centro de interés y de aspiraciones más
marcado y exclusivamente femenino”. (Díaz de Landa, 1983: 42) De esta manera, las
mujeres receptores se sienten llevadas a imitar estas características e idealizan a estas
mujeres, consumen los productos mostrados con la finalidad de alcanzar a ser como
ellas.
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Aceptar la imagen que reproduce la publicidad en las revistas y tomarla como la


“correcta” o lo que se espera de la mujer, supone fuertes repercusiones en el auto
concepto y la autoestima de estas, pues comparan su verdadera imagen con la
proyectada en la publicidad y realizan en que son dos realidades opuestas, que nunca
podrán coincidir. Hoy en día la belleza, la juventud y la delgadez parecen ser
imperativos sociales, características a las cuales las mujeres le rinden culto y sin las
cuales se sienten fracasadas, pues son rasgos indispensables para obtener éxito en
cualquier ámbito de la vida. La publicidad con el paso del tiempo nos proporciona
imágenes de mujeres cuyo físico nos parece más irreal cada vez –por ejemplo, en la
actualidad las modelos pesan un 23% menos que las mujeres normales, cuando
hace unos años la diferencia solo era un 8%- , lo cual resulta un daño para la salud de
la mujer al tratar de alcanzar un ideal físico inalcanzable: “(…) La publicidad, como el
espejo de la madrastra del cuento, nos refleja a las ‘más hermosas’, y se olvidan que
ese mundo al que pertenecen es tan lejano e irreal como el país de las hadas. Así
mujeres fuertes, sanas y guapas torturan su cuerpo sometiéndolo a regímenes
desquiciados, sesiones brutales de gimnasio, tratamientos estéticos absurdos… y sus
cuerpos nunca se acercan a la imagen que quieren que el espejo les refleje.” (Eva
Rodríguez y Lita Gómez citadas por Santiso, 2001: 45). Hacer dieta, calcular cuantas
calorías se está ingiriendo, estar constantemente alerta a las subidas y bajadas de peso
son el día a día de las mujeres que sufren de la influencia de la publicidad en particular,
que incluso se puede derivar en enfermedades de desórdenes alimenticios como la
anorexia o bulimia. En otro aspecto, la belleza también está ligada a la juventud, es por
eso que casi nunca se encuentra en las tandas publicitarias a mujeres mayores, ya que en
la actualidad no se considera bello el envejecer. Eso genera una negación a la trayectoria
de la mujer, a la propia identidad, a la historia, y al temor de las mujeres jóvenes a las
mujeres maduras y viceversa. Todo lo que pasa en el cuerpo de una mujer repercute en
su mente, por lo cual se afirma que lo que se desea crear no es la delgadez en sí misma,
sino la actitud de las personas que sobrevaloran estas características (Naomi Wolff
citada por Santiso, 2001: 51), para así perpetuar el adormecimiento mental de las
mujeres, o de las personas en general, lo cual es un eficaz sistema de control político.
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A lo largo de los años, hemos sido espectadores de los cambios que se han producido en
la publicidad, tanto en los anuncios televisivos como en los de las revistas. Estos
estereotipos que aparecen en la publicidad no vienen de ahora, de hecho, se han ido
perpetuando desde la mitad del siglo XX, con algunas pequeñas modificaciones. Desde
los años 60, hasta la primera mitad de los 70 aproximadamente, se presenta a la mujer
subordinada al hombre. Se le reducía a ser la madre y esposa condescendiente
encargada de satisfacer incondicionalmente a su marido, dependiente económicamente
de este y encargada del cuidado de los hijos; eran pocos los trabajos fuera del hogar que
estaban relacionados con la mujer, entre ellos la educación, la enfermería, el
secretariado. Ello avalado por la sociedad machista/sexista en la que la mujer no tenía
ni voz ni voto, y era considerada diferente al hombre. Un caso extremo de esta
representación de la mujer es la “Guía de la buena esposa”, publicada en 1953 en
España y difundida incluso hasta el año 2010 en Latinoamérica.

Fuente: http://www.vivelohoy.com/noticias/8035814/la-paradoja-de-la-guia-de-la-buena-esposa-fotos.
Consultada
Esta guíael 19fue
de escrita,
junio de irónicamente,
2015. por una mujer: Pilar Primo de Rivera; y repartida
durante la dictadura del General Franco a la mujeres que conformaban el Servicio
Social de la Sección Femenina. Este manual estaba teñido del pensamiento católico y
conservador de esa época, se resaltaba la femineidad y la maternidad como sinónimo de
sumisión y espíritu de sacrificio por el hombre.

Ya a partir del fin de los 70 en adelante, se empiezan a reconocer los derechos políticos
de las mujeres y, por ende, su igualdad frente a la ley; sin embargo, esto se vio poco
reflejado en los anuncios publicitarios debido, quizá, a la reticencia al cambio en la
sociedad y el temor del hombre-recordemos que la mayoría de publicistas eran varones-
a perder su hegemonía en la esfera pública. La forma de vestir – con pantalones- y la
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relación con el alcohol y el tabaco –antes productos únicamente de consumo masculino-


es la manera de mostrar en la publicidad la liberalización de la mujer. Esto, no obstante,
trajo consecuencias contradictorias: al negar las diferencias entre los hombres y las
mujeres, la legislación tampoco distingue entre ambos y por tanto las leyes
proteccionistas hacia la mujer se retiran. Así, “la mujer ve muy difícil hacer compatible
las exigencias laborales hechas a medida de los hombres con la crianza de los hijos,
convirtiéndose en una ‘superwoman’ y asumiendo la ‘doble jornada laboral’,
trabajando dentro y fuera del hogar.” (Santiso, 2001: 48) La “súper mujer” es un claro
ejemplo que marca el cambio en la publicidad, aunque no haya sido muy provechoso.

Respecto al tema de la publicidad y su influencia en la mujer, Norma Fuller Osores,


profesora de ciencias sociales e investigadora en temas de género, en su artículo
“Imagen de la mujer vehiculada por las revistas” resalta que las revistas femeninas
proporcionan un código de lectura basado en tres líneas de interpretación: el
cientificismo, el psicologismo y el feminismo, de manera que el público femenino
pueda construir una imagen coherente de sí mismo. Estos saberes especializados
(cientificismo) permiten que la actuación de la mujer ya no sea basada en criterios
naturalistas (“naturaleza femenina”) o pasatistas (“como manda la tradición”) y que los
roles tradicionales en los que se apoyaba la mujer sean reinterpretados: “en la mayoría
de las recetas propuestas en la publicidad se señala que demandan un mínimo de
tiempo y esfuerzo (…) lo que apunta al hecho de que las tareas domésticas no son la
actividad principal del ama de casa o no a través de ellas que la mujer define su rol
productivo.” (Fuller, s.f: 05) La cultura Psi, por su lado, remite a una relectura de la
experiencia cotidiana y de la propia biografía, importante por los constantes cambios
que ha sufrido el rol de la mujer: “… al referirse a la cocina, las revistas no se refieren
a esta actividad como un deber, sino al placer que esta proporciona…” (Fuller, s.f: 05)

Si bien es cierto que el punto de vista imperante desde el cual se dirige la publicidad no
es más la ideología machista, o la idea de que la mujer por ser mujer debe de cumplir
ciertos roles, aún podemos notar ciertos rasgos de este concepto que ahora son
representados de diferentes maneras. Se han integrado nuevos prototipos de mujer a la
publicidad por ejemplo, la mujer que se está familiarizando con la tecnología, la
profesional de éxito, la mujer “real” con virtudes y defectos; sin embargo, en contraste,
siguen apareciendo anuncios publicitarios con mujeres como objetos sexuales, con
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cuerpos “ideales”, mujeres que se muestran poco diestras con las nuevas tecnologías de
comunicación e información, anuncios en los que todavía se valora más el producto que
lo que expresan las mujeres que lo acompañan. Además, aún se siguen mostrando
elementos como los cursos de capacitación en tareas domésticas y las ocupaciones
tradicionales femeninas: maquillaje, peluquería, modelación del cuerpo, etc. Se le
proponen alternativas no conflictivas con sus ocupaciones “básicas” con un fin
terapéutico, o como medio para alcanzar mayor eficiencia en sus labores domésticas, o
mayor capacidad de consumo. (Díaz de Landa, 1983: 33) A sus ocupaciones
tradicionales se añade la exigencia de realizarse profesionalmente, lo cual implica en
una redistribución de su tiempo y una nueva manera insertarse en el mundo. Esto
significa una apertura para el dominio público que rompe con las barreras de
domesticidad pero que, al mismo tiempo, impone una carga extra de trabajo. En cuanto
a sus intereses, se considera que la mujer se preocupa fundamentalmente en ser bella y
encuentra su realización en el plano afectivo. Es decir que la identidad femenina
continúa definiéndose primariamente por sus caracteres sexuales y reproductivos, la
mujer debe ser deseable y joven; apta y pronta para emparejarse o ya dentro de este rol,
ser madre. Pero esto no es expresado de esta manera, si la mujer quiere ser bella es para
“curtirse” a sí misma y la maternidad es una “vía de realización personal”. Las
exigencias son las mismas pero cambiaron la forma de presentarlas. De esta manera, la
diferenciación que se hace entre los diferentes tipos de mujeres no es precisa, más bien,
contradictoria, lo que crea una confusión y una creencia aún más arraigada de lo que
una fémina debe hacer para ser socialmente “aceptada”.

Con respecto al feminismo, la autora dice que este cuestiona la asignación de la mujer
en el dominio privado y por lo tanto la división de papeles sexuales en la cual se basaba
la familia nuclear, libera a la mujer de sus características domésticas. Por lo tanto, su
imagen no se identificará con la “ama de casa” y su sexualidad pasará a estar regida por
ella misma y ya no por la familia. Esta línea de interpretación está estrechamente ligada
con los nuevos estereotipos que muestran la liberalización de la mujer y su
empoderamiento, aunque estos han mostrado efectos secundarios negativos o
reiterativos. Por supuesto, en pleno siglo XXI a ningún publicista se le ocurriría plasmar
a la mujer como un sujeto servil cuya vida gire en torno a su marido, como pasaba años
antes. La publicidad es pleno reflejo de la sociedad, y la sociedad ya no es así- o no en
esa medida. Con la emergencia de la corriente feminista, y su repercusión en el campo
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laboral, se abrieron nuevos estereotipos publicitarios, entre ellos la mujer exitosa o


“superwoman”. Esta es una mujer que a la par de su trabajo en la esfera pública, hace
también de ama de casa y protectora de los niños; esto gracias a que, igual que ella, su
cónyuge también labora fuera del hogar, quedando como única responsable de las tareas
domésticas. Aunque ahora el hombre también aparece en zonas donde antes solo
accionaba la mujer, como la cocina, se le presenta o bien como un “superexperto” el
cual le explica a la mujer qué y cómo hacer algo; o bien como un hombre poco astuto
para las labores del hogar, dejándolo como un hombre que no sabe hacer nada y,
consecuentemente, la mujer se ve en la obligación de socorrerlo o hacer todo por él.
Una mujer muy moderna, ¿verdad? Pero, ¿acaso alguien comparte sus tareas? Así pues,
se observa que la publicidad no se ha “modernizado”, sino que ahora es más sutil,
aunque se siguen manteniendo los roles de género.

Ahora, un punto central de la publicidad y los estereotipos, es si esta los crea o no.
Sobre ello existen diferentes puntos de vista, Fuller opina que las revistas femeninas, al
formar parte de los medios de expansión de nuestra cultura, expresan y resumen los
modelos ideales compartidos por los diferentes sectores sociales; modelos de los cuales
las mujeres se valen como presupuestos básicos para interpretar su mundo, y a sí
mismas. En este sentido, concluye que la publicidad no crea estereotipos, sino que más
bien parte de esos roles ya establecidos para que haya un efecto más efectivo en los
consumidores; y que los estereotipos siempre han existido, los cuales responden
dependiendo de la época.

Por el contrario, a nuestro parecer, no es cuestión de si los crea o no, sino que es un
proceso de retroalimentación, la publicidad usa de soporte estereotipos ya preexistentes,
y crea nuevos que, a través, de los medios masivos de comunicación llegan a
internalizarse en la sociedad, haciendo que la publicidad los utilice una y otra vez. Se
reafirma un modelo social, a la vez que a partir de él – con la necesidad de provocar al
consumo de bienes y servicios- crea nuevos perfiles, que ulteriormente los
consumidores “naturalizan” y habitualizan. Por ejemplo, las muñecas Barbie lograron
sacar de los brazos de las niñas a los bebés con que jugaban a ser mamás, y les pusieron
en cambio mujeres -y hombres- flaquísimos, "elegantes", y con accesorios propios de
una clase socioeconómica alta; el mensaje implícito, recibido desde los primeros años
de vida, está produciendo la internalización de un modelo diferente: lo deseable no es
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ser "mamá", sino "estar estilizada"


(Fuente:https://ar.answers.yahoo.com/question/index?
qid=20061108084531AA5DCtF,consultada el 23 de junio de 2015) Entonces, se
demuestra que los estereotipos traen consigo referentes, muchas veces erróneos, y con
esto se crean los clichés. . Estos podrían ser válidos si es que se apuntara hacia
estereotipos positivos, pero el problema es que para la publicidad no hay ni bueno ni
malo, lo que importa es que el producto (bien o servicio) se consuma o venda. Crear
ideas mentales, conceptos generalizados, nunca traerá nada positivo a nuestra sociedad.

De todo lo dicho, podemos concluir que no hay una verdadera correlación entre el rol
que desempeña la mujer en nuestra sociedad y lo que se proyecta en los anuncios
publicitarios. Lo peor de esto es que la sociedad misma se ha acostumbrado tanto a estos
patrones que se proyectan en la publicidad, que la manipulación a la que se nos somete
es cada vez más directa, lo que implica riesgos para nuestra salud mental y física.

Aunque es innegable el poder que posee la publicidad para crear, renovar y romper con
modelos sociales y estereotipos, sería ideal que se la utilizara a favor de las personas y
promover desde los niveles institucionales y políticos un trato humano y no abusivo de
la misma, como se ha hecho con los anuncios de tabaco y alcohol, los cuales cumplen
con normas muy estrictas. Los estereotipos de la mujer como objeto sexual, o su imagen
como bella, joven y delgada no ha reportado muchas variaciones o normas que los
restrinjan; por ello, sería importante – ya que no es suficiente con las fuerzas sociales- la
unión de la sociedad con los poderes públicos, para de alguna manera se pueda generar
un cambio.

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