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Lucio Cornelio Sila Félix (en latín, Lucius Cornelius Sulla Felix;1 Roma, 138 a. C.

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Puteoli, 78 a. C.) fue uno de los más notables políticos y militares romanos de la
era tardorrepublicana, perteneciente al bando de los optimates. Cónsul en los
años 88 a. C. y 80 a. C. y dictador entre los años 81 a. C. y 80 a. C.
Tras distinguirse en la guerra de Jugurta, la guerra cimbria y la guerra social, los intentos
de Cayo Mario por arrebatarle el control del ejército que debía combatir a Mitrídates
VI de Ponto le llevaron a marchar sobre Roma y restaurar el statu quo anterior por la
fuerza de las armas, siendo la primera vez que un ejército romano expugnaba la propia
Urbe. Dejó Roma en manos de un cónsul popular, Lucio Cornelio Cina, y
otro optimate, Cneo Octavio, marchando a combatir a Oriente, pero al poco retornó Mario,
que aliado con Cina dio un golpe de Estado. Mario murió al poco tiempo, instaurando Cina
un gobierno autocrático de tres años (Cinnanum tempus, 87-84) y persiguiendo a los
seguidores de Sila.2
Éste derrotó en Oriente al rey Mitrídates, obligándole a firmar la Paz de
Dárdanos en 86 a. C. Su vuelta a Italia precipitó la primera guerra civil (83-82 a. C.), en la
que derrotó a los líderes populares Cneo Papirio Carbón y Cayo Mario el Joven, que
habían tomado las riendas del Estado, mientras que un tercero, Quinto Sertorio, resistiría
durante años a los silanos en Hispania.
Su victoria fue seguida por su dictadura indefinida, en la que además de perseguir
sistemáticamente a sus enemigos, realizó una ambiciosa obra legislativa para tratar de
restaurar el funcionamiento de las instituciones republicanas. Finalmente, cumplidos sus
objetivos, volvió a la condición de simple particular.
Estos hechos hacen de Sila un personaje extraordinario y moralmente ambiguo. Político
sagaz y militar genial,[cita requerida] su carrera refleja fielmente su época: fue uno de los
últimos defensores de la legalidad constitucional romana, pero también uno de los
principales responsables de la caída de la República.[cita requerida] La posteridad ha estado
muy dividida en su juicio sobre Sila, considerado por algunos un monstruo sanguinario y
elogiado por otros a causa de sus dotes políticas.3

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