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A inicios del siglo XX, el departamento de Puno, en el extremo sur de los Andes
peruanos, era una de las regiones más pobres, marginadas y atrasadas del país. La
alta demanda de la lana peruana creó un proceso de modernización en la región, lo
que condujo al confrontamiento entre las comunidades indígenas y los hacendados.
Sin embargo, tras la reducción de la demanda de lana, el clima de tensión fue
paulatinamente reemplazado por uno de cooperación, con una relativa paz social.
Asimismo, tras la ley de libertad religiosa, pastores protestantes adventistas
comenzaron a predicar sobre sus creencias y sus estilos de vida, como el interés por
la higiene y el abandono del abuso del alcohol y la coca, así como el educar a la
población indígena, comenzaron a cambiar la mentalidad de la población puneña. En
esas décadas, se instaló el movimiento denominado indigenismo, cuyos proponentes
propugnaban una revaloración de la historia y la cultura indígenas, así como su
integración en la sociedad mediante la educación. El movimiento, si bien se originó en
círculos literarios, dejaría su huella en las ciencias políticas, sociales y médicas.
Los símbolos de los brigadistas eran el jabón, el peine, el lápiz y el cuaderno. Ellos se
concentraron en promover la higiene y la vacunación en la prevención del tifus y la
viruela. También se dedicaron a atender partos, administrar inyecciones, cortar el
pelo, despiojar a las personas y desinfectar habitaciones, entre otros. Los brigadistas
trabajaban en sus comunidades primero y luego se distribuían, cual médicos
itinerantes, en otras localidades de la región. Participaban en ferias o en los mercados
dominicales, en la plaza del pueblo, donde Núñez Butrón o alguno de sus
colaboradores pronunciaban discursos sobre la importancia de la higiene y la
vacunación. Asimismo, la publicación de la revista Runa Soncco desde 1935,
autodefinida como ‘‘de los indios y para los indios’’, fue decisiva en el desarrollo de los
rijcharis. Para 1937, realizaron diez mil vacunaciones y cortaron el pelo a poco más de
seiscientas personas. Ese año, Núñez Butrón fundó el primer hospital de Juliaca. Sin
embargo, los enemigos de la brigada como la Iglesia (por la influencia de los
adventistas), los comerciantes (ante el rechazo del alcoholismo y el abuso de las hojas
de coca) y los hacendados (sospechosos de que la educación ocasionaría que los
indígenas reclamaran sus derechos) descabezaron el movimiento: Núñez Butrón fue
enviado, sucesivamente, a Ucayali (1937) y Huancavelica (1938). Tras el exilio, Núñez
Butrón intentó reactivar su movimiento, publicando Runa Soncco irregularmente entre
1945 y 1948. La brigada, que dependía en gran parte de un líder, declinó cuando éste
perdió vitalidad. Núñez Butrón, el Hatun Rijchary, falleció en 1952.
Pedersen (1984) señala que ‘‘La América Latina y el Caribe, es una región
particularmente rica en tradiciones y sistemas médicos, los que lejos de ser un vestigio
indeseable de un pasado remoto, son una expresión cultural actual, dinámica y
cambiante, que forma parte de las estrategias de sobrevivencia frente a los procesos
de aculturación y de crisis y transformación social política y económica en marcha en
la región’’. Por ello, el trabajo con las comunidades, trabajo del cual fue precursor
Manuel Núñez Butrón, implica necesariamente respetar todo ello. La labor del médico,
en especial el médico de la zona rural, no debe restringirse a un consultorio o a un
hospital, sino proyectarse a la comunidad. Ello traerá, inevitablemente, el contacto
entre el saber biomédico y el saber tradicional. Es importante, por ello, no caer en
actitudes de subvaloración o rechazo, sino buscar profundizar los puntos en común y
acortar las brechas, mediante una mejor disposición de apertura y respeto. No es
correcto pretender reemplazar la medicina tradicional por la medicina académica, pues
tienen la misma naturaleza y el mismo objetivo: el mejoramiento de la salud de la
comunidad.