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BARBARA SHER

ANNIE GOTTLIEB

CÓMO CONSEGUIR
LO QUE REALMENTE
QUIERES

Wishcraft
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Colección Nueva conciencia


CÓMO CONSEGUIR LO QUE REALMENTE QUIERES - WISHCRAFT
Barbara Sher y Annie Gottlieb

Título original:
Wishcraft. How to get what you really want

1.ª edición: octubre de 2013


Fotocomposición: Text Gràfic
Traducción: Manuel Manzano
Corrección: M.ª Jesús Rodríguez
Diseño de cubierta: Enrique Iborra

© 2003, Barbara Sher


(Reservados todos los derechos)
© 2013, Ediciones Obelisco, S. L.
(Reservados todos los derechos para la presente edición)
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ISBN: 978-84-9777-996-8
Depósito legal: B-20.764-2013

Printed in Spain

Impreso en España en los talleres gráficos de Romanyà/Valls, S. A.


Verdaguer, 1 - 08786 Capellades (Barcelona)

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño
de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada
en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico,
de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor.
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)
si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Índice

Prólogo a la edición del 30 aniversario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9


Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

PRIMERA PARTE
El cuidado y la alimentación de la genialidad humana
1. ¿Quién te crees que eres? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
2. El entorno que crea ganadores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35

SEGUNDA PARTE
Desear
3. En busca de tu propio estilo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
4. En busca de tu meta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
5. Tiempos Difíciles, o el poder del pensamiento negativo . . 125

TERCERA PARTE
Elaboración I: Trazar el camino hacia tu meta
6. Lluvia de ideas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151
7. Levantar un granero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187
8. Trabajar con el tiempo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 221

CUARTA PARTE
Elaboración II: Moviendo y sacudiendo
9. Ganar mediante la timidez o primeros auxilios
contra el miedo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 245
10. No lo hagas tú misma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267
11. Procedimiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 291

Epílogo. Aprender a convivir con el éxito. . . . . . . . . . . . . . . . . 297


Agradecimientos

Como intenté ser buena persona, el destino trajo a mi vida justamente


a la gente que necesitaba para plasmar mis ideas en un libro: Rhoda
Weyr, mi agente; Annie Gottlieb, mi colaboradora; Amanda Vaill, mi
editora; y Paulette Lundquist, que hizo mi trabajo, además del suyo, en
la oficina. No me puedo imaginar un equipo mejor. Sin ellos este libro
no existiría.
Hay también cinco hombres: John, que me ayudó a seguir adelante cuan-
do las cosas se pusieron difíciles; Danny, Matthew y Freddy, que siempre
estuvieron orgullosos de mí (e hicieron las tareas del hogar durante diez
años); y mi padre, que me enseñó a ser el tipo de persona que confía
en sí misma y no se da por vencida. Sin ellos no habría habido ninguna
Barbara.
BARBARA SHER

Un agradecimiento especial a mis abuelas, por el don de la palabra: Anne


Preaskil Stern, que me enseñó el alfabeto; Dorothy Kuh Gottlieb, que
en paz descanse, que compartió conmigo su pasión por los libros. Y a
Jacques Sandulescu, Margaret Webb, Gita, Harry y Jean Gottlieb, y J.
Barnes y Mina Creech.
ANNIE GOTTLIEB
Prólogo a la edición del 30 aniversario

Resulta difícil creer que hayan pasado treinta años desde que tuve en
las manos un ejemplar de mi primer libro, contemplé la palabra Hechi-
cería en la cubierta y, justo debajo, mi nombre. Mi vida no cambió al
principio. Seguía siendo una soltera trabajadora, madre de dos chicos,
como lo había sido durante diez años, y seguía teniendo problemas
financieros, sin mencionar el hecho que en aquel momento casi había
cumplido los cuarenta y cinco años, lo que en 1979 se consideraba que
era una edad demasiado avanzada para cualquier persona, en especial
una mujer, para empezar nada nuevo.
Pero por lo que a mí respecta, ese día fui Cenicienta en al baile por-
que me había convertido en una escritora a quien habían publicado su
libro. Era como un sueño. Siempre había albergado el temor secreto de
que pasaría por esta vida sin que nadie supiera que había existido. Ahora
todo estaba bien. Había entrado en la historia. Había escrito un libro
y sabía que era bueno porque se basaba en un taller meticulosamente
diseñado que había estado impartiendo durante casi tres años. Sabía que
mi taller ayudaba mucho a la gente. Veía cómo utilizaban mis técnicas
para hacer realidad sueños imposibles justo delante de mis ojos: creando
pequeños negocios, encontrando los medios para representar sus obras en
los teatros de Nueva York, consiguiendo becas para viajar a los Apalaches
a tomar fotos de niños, accediendo a buenas facultades de Derecho (y
licenciándose), encontrando ayuda fiable para adoptar niños. Sueños tan
únicos como las personas que los tenían.
Albergaba la esperanza de que Hechicería pudiera ayudar a las perso-
nas de la misma manera que les era útil mi taller, pero no sabía si sería

9
posible. Había grabado cada uno de los talleres (y las doce horas de cada
uno de ellos representaban un montón de cintas de audio), porque sabía
que valía la pena conservarlos, y utilicé esas mismas palabras en el libro.
Pero las personas nos veíamos las caras en los talleres y me preocupaba
que un libro no pudiera tener ese impacto.
No tuve que preocuparme durante mucho tiempo.
Unas pocas semanas después de la publicación de Hechicería em-
pezaron a llegar cartas a mi buzón, cartas manuscritas con la dirección
escrita a mano y en sobres con sellos. Al principio, unas pocas cada
semana, y después cada vez más, hasta que después de seis meses tenía
cajas de cartón llenas de cartas apiladas hasta el techo de la alacena.
Los lectores me escribían para agradecerme que fuera tan práctica y
con los pies en el suelo, por comprender la realidad de sus vidas y por
ayudarles a fijar sus sueños. Apreciaban que les explicase que debían
esperar miedos y negatividad, y les gustaban las sesiones de quejas que
les recomendaba.
Algunas personas fueron sensibles al origen de Hechicería en los talleres
y establecieron grupos de lectura que tardaron hasta un año en pasar por
todas las páginas y alcanzar todos sus sueños. Otras me explicaron que
Hechicería era el manual de una de sus asignaturas universitarias y otras
pedían formación para dirigir Equipos de Éxito especiales, utilizando He-
chicería como guía. La mayoría de las personas leían el libro en solitario
pero me escribían que ya no se sentían solas. Sus cartas me invitaban a
penetrar en sus vidas y querían que supiera que finalmente sentían que
Hechicería les ayudaba, comprendía y tenía en cuenta. Todo esto no se
parecía en nada a cualquier experiencia anterior.
Ahora han pasado treinta años y sigo recibiendo cartas de agradeci-
miento, algunas de ellas de personas que releyeron Hechicería después de
muchos años y querían que supiera que les había ayudado una y otra vez.
Incluso he recibido noticias de sus hijos ya adultos.
Sólo he podido conservar un puñado de las cartas que el cartero me
entregó en los primeros años. También he guardado algunos de los correos
electrónicos que me siguen llegando casi cada día. Pero no importa cuántos
reciba, me sigo sintiendo emocionada y honrada al leerlos, y respondo
personalmente a todos los que puedo.

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En términos editoriales, Hechicería es un éxito. Nunca se ha agotado
desde el primer ejemplar en tapa dura que tuve en mis manos en 1979.
Los editores se sintieron felices de recibir manuscritos posteriores y de
publicar más libros míos, que también han vendido bien.
A causa de Hechicería me convertí en «alguien». Me llamaban periodis-
tas independientes para citarme en sus artículos de revista. Me han invitado
a hablar ante cientos de audiencias, desde empresas de la lista Fortune 100 y
multinacionales hasta padres en conferencias «para personas sin formación»
y niños con talento en escuelas rurales. He hablado en Estados Unidos,
Canadá, Australia y Europa occidental, e incluso en países que acababan
de aparecer detrás del Telón de Acero y querían aprender de nuevo a soñar.
En el momento de escribir estas líneas he participado en cinco
programas especiales de la televisión pública y hay planes para realizar
algunos más. De vez en cuando hay personas que me reconocen en los
aeropuertos, lo que me sorprende mucho porque normalmente llego
en vuelos desde el extranjero, cansada, despeinada y con un perro. No
tengo el aspecto de una celebridad y nunca me tratan como tal. Me
hablan como si nos conociéramos desde hace mucho tiempo y eso es lo
que más me gusta.
En términos personales, Hechicería es un éxito más grande de lo que
nunca hubiera podido imaginar. Se me ha dado la oportunidad rara y
sorprendente de ayudar a las personas para que persigan sus sueños, ofre-
ciéndoles una manera nada misteriosa y sencilla de alcanzar sus metas, y
aunque crean que no saben cuáles son sus objetivos y no puedan creer
en ellos mismos, o no puedan tener una actitud positiva permanente.
Hago que se reían de su negatividad y les muestro que tienen en su
interior todo lo que necesitan para crear la vida que desean, pero que el
aislamiento es el asesino de los sueños y que recibir apoyo es un elemento
más poderoso que la actitud.
Hasta el momento este mensaje, que se plasmó por primera vez en
Hechicería, ha despertado a millones de personas. Gracias a sus respuestas
me he podido ganar la vida durante décadas dedicándome a lo que más me
gusta. Como todo el mundo, he tenido momentos buenos y momentos
malos, pero no me he aburrido nunca. Ni siquiera durante un instante.
Eso ha permitido que los últimos treinta años hayan pasado volando.

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Y todo empezó con el libro que tienes entre las manos. Espero con
todo mi corazón que Hechicería te ofrezca la misma vida apasionante
y significativa que me ha dado a mí. Aún más, espero que también te
inspire para ayudar a otras personas a perseguir sus sueños. Eso será lo
que me haga más feliz.

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Introducción

Este libro está diseñado para convertirte en un ganador. No del tipo


Vince Lombardi, de los que dice sal ahí fuera y machácalos, a menos que
eso sea lo que realmente quieres. Pero no creo que sea así. No creo que
la mayoría de nosotros obtenga verdadero placer de machacar a la com-
petencia y acabar solo en la cima de una pila mítica. Eso es simplemente
un premio al bobo que perseguimos porque nadie nos ha dicho jamás
lo que es ganar. Yo tengo mi propia definición, y es una definición muy
simple, muy radical.
Para mí ganar significa conseguir lo que quieres. No lo que quería
para ti tu madre o tu padre, no lo que crees que puedes conseguir de
este mundo desde un punto de vista realista, sino lo que quieres: tu
deseo, tu fantasía, tu sueño. Te conviertes en ganador cuando tienes
una vida a la que amas, de manera que cada mañana te despiertas
emocionado por el día que tienes por delante y encantado de estar
haciendo lo que haces, aunque a veces tengas algo de miedo y te pongas
un poco nervioso.
¿Te he descrito a ti? Si no eres tú, ¿qué podría hacer para que te con-
virtieras en esa persona? ¿Cuál es tu sueño más anhelado? Podría ser vivir
en una granja de dos hectáreas, o salir de un gran Rolls-Royce y encon-
trarte rodeado de gente haciéndote fotos; sacar fotos de rinocerontes en
África, o convertirte en el vicepresidente de una compañía en la que ahora
eres secretario; adoptar un niño o hacer una película…montar tu propia
gestoría o aprender a tocar el piano… abrir un local de cena y teatro o
sacarte el carné de piloto. Tu sueño será tan exclusivo como lo seas tú . Pero
sea cual sea –ya sea magnífico o modesto, fantástico o práctico, tan lejano

13
como la luna o simplemente a la vuelta de la esquina–, a partir de este mis-
mo instante quiero que te lo empieces a tomar muy, muy en serio.
En contra de lo que tal vez te hayan enseñado, no hay nada frívolo
ni superficial en lo que quieres. No es un lujo que pueda esperar hasta
que te hayas ocupado de todos los asuntos «serios» de la vida. Es una
necesidad. Lo que quieres es lo que necesitas. Tu deseo más anhelado viene
directamente de tu propia esencia, repleto de información sobre quién eres
y en quién te puedes convertir. Tienes que valorarlo. Tienes que respetarlo.
Y, sobre todo, tienes que tenerlo. Y puede ser así. Espera un minuto. Has
escuchado eso antes. Si te pareces a mí en lo más mínimo, esas palabras
«¡Tú puedes hacerlo!» son suficientes para hacer sonar una alarma en tu
mente. «¡La última vez que caí en esa trampa, me rompí todos y cada
uno de los huesos de mi cuerpo! El mundo ahí afuera es duro, y aquí
dentro no estoy en tan buena forma. Creo que no estoy preparado para
más rollos relacionados con el pensamiento positivo. Tal vez tú sí puedas
hacerlo. Da la casualidad que, gracias a mi dura experiencia personal, te
puedo decir que yo no puedo».
Como víctima de todos los libros y programas para conseguir el éxito
que me prometieron diez fáciles pasos para obtener autoestima, fuerza de
voluntad, o una actitud positiva, sé de lo que estoy hablando cuando digo
que este libro es distinto. Lo escribí para gente como yo –gente que nació
sin ninguna de las virtudes que hicieron que Horatio Alger fuera grande, y
que han renunciado a cualquier esperanza de desarrollar esas virtudes. ¿Eres
capaz de perseverar? Yo no. No hay dieta de tipo alguno, física, emocional
o financiera a la que no haya renunciado el miércoles, habiendo empezado
el lunes. ¿Autodisciplina? En una ocasión hice footing, creo que hace cuatro
años. ¿Confianza en mí misma? He salido de docenas de seminarios rebo-
sante de confianza en mí misma. Me duró tres días. Soy un as a la hora
de dejar las cosas para más tarde, no hay nada que me guste más que ver
pelis antiguas en el Late Show de CBS cuando se supone que debería estar
haciendo algo importante. Mis actitudes positivas se siguen, de manera in-
variable, de bajones. Como me dijo una amiga, aunque bien intencionada,
sin tacto alguno: «Barbara, si tú puedes, cualquiera puede».
Y así lo hice. Acabé en la ciudad de Nueva York hace once años,
divorciada y sin un duro, con dos hijos que mantener y una licencia-

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tura en antropología. (Espero que te estés riendo por lo bajo, porque
eso significará que sabes exactamente a qué me refiero). Tuvimos que
aguantar con las ayudas sociales hasta que encontré un trabajo. Pero
por suerte, encontré uno que me encantó, trabajando con gente, no
con papeles. A lo largo de los diez años siguientes monté y gestio-
né dos empresas muy exitosas yo sola, escribí dos libros y el manual
de formación para mis seminarios, y crie a dos hijos sanos y ado-
rables. (También perdí 10 kilos. Incluso dejé de fumar. Dos veces).
Y todo eso sin que se me note ni la más ligera mejoría. Sigo sin poder
mantenerme fiel a las cosas que me propongo. Sigo teniendo muy mala
actitud la mayor parte del tiempo. Pero lo conseguí, según mis propias
condiciones, y me encanta mi vida incluso en los días en los que me odio
a mí misma. De acuerdo con mi propia definición, soy una ganadora.
Y eso significa que tú también lo puedes ser.
¿Cómo?
Tengo el mismo respeto extremo por esa palabra de cuatro letritas
que el respeto que siente una persona muerta de hambre por una barra
de pan. Si hace diez años, un alma caritativa me hubiera dado informa-
ción rigurosa sobre cómo convertir mis sueños en realidad, en lugar de
simplemente asegurarme discretamente que se podía hacer, me habría
ahorrado una gran cantidad de tiempo y angustia. Cuanto más intentaba
creer en mí misma y reformar mis malos hábitos, más me desplomaba,
y me culpaba a mí misma. No fue hasta que renuncié a arreglarme a mí
misma e intenté improvisar una serie de ayudas que me servirían (porque
no pensaba irme a la tumba sin conseguir lo que quería, me lo mereciera
o no) cuando me topé con el verdadero secreto que está tras los bastidores
de cualquier persona que tenga éxito. No son los genes de un super-héroe
o de un hombre-hierro, como dicen los mitos. Es algo mucho más simple:
es el saber hacer y el apoyo.
Para empezar a crear la vida que quieres, no necesitas mantras, ni
auto-hipnosis, ni un programa de formación de carácter, ni una pasta
de dientes nueva. Lo que sí necesitas son técnicas prácticas para resolver
problemas, planificar, y tener a tu alcance los materiales, habilidades, in-
formación, y contactos. (Véase capítulos 6, 7 y 8 en «Elaboración I: Trazar
el camino hacia tu meta».) Necesitas estrategias de sentido común para

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poder lidiar con los sentimientos y las debilidades humanas que no van
a desaparecer, como el miedo, la depresión y la pereza. (Véase capítulo 5,
«Tiempos Difíciles, o El poder del pensamiento negativo», y el capítulo
9, «Ganar mediante la timidez, o primeros auxilios contra el miedo»). Y
necesitas maneras de capear los temporales emocionales transitorios que
pueden producir tus cambios de vida en tus relaciones con las personas
más cercanas, y a la vez conseguir el apoyo emocional extra que necesitas
para asumir riesgos. (Véase capítulo 10 «No lo hagas tú misma»).
Ésa es la parte laboriosa de este libro. Está basada en las necesidades
y los potenciales de los seres humanos según lo que somos realmente,
no lo que deberíamos ser. Tuve que descubrir todo esto por mí misma,
a base de ensayo y error. Y pienso que tú no tendrías por qué tener que
aprenderlo a golpes. De modo que te voy a dar los resultados de mi
experimento: las técnicas ya probadas por miles de mujeres y hombres
que las han utilizado en Grupos de Éxito para hacer sus sueños realidad,
desde ranchos de caballos a encuadernación a mano, desde cantar en un
coro hasta dedicarse a la planificación urbana, desde escribir libros para
niños a vender acciones blue-chip. La segunda parte de este libro es una
respuesta detallada a la pregunta, «¿cómo?». Lo único que voy a decirte
ahora es que no tendrás que cambiar porque, 1) eso no se puede hacer y
2) eres perfecto tal como eres. Sin nada más que un lápiz y un papel, tu
imaginación, tu familia y tus amigos, vas a crear un sistema de soporte
vital que hará gran parte del trabajo duro por ti y te dejará libre para
poder funcionar al máximo.
Pero antes que nada, tienes que saber qué quieres.
La primera mitad de este libro trata sobre los deseos. A diferencia de
las habilidades que se necesitan para hacer los sueños realidad, que son
habilidades esenciales como la carpintería o la ingeniería, el desear no se
tiene que aprender. Es innato en los seres humanos de la misma manera
que volar es innato en los pájaros. Para que tu deseosa imaginación em-
prenda el vuelo, no necesitas añadirte nada, ningún conocimiento. Pero
es muy probable que sí debas deshacerte de algo: esa fascinación cultural
por la maldición del «No puede ser», y el peso pesado del abatimiento
que tal vez estés llevando a tus espaldas si has intentado cumplir tus
sueños en el pasado y has fracasado. Como a muchos de nosotros jamás

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nos dijeron cómo hacer nuestros sueños realidad, después de un par de
intentos asumimos que era imposible o terriblemente difícil. De modo
que ajustamos nuestras perspectivas hacia abajo y nos conformamos con
lo que pensábamos que podíamos conseguir. Pero es curioso: el arte de
la hechicería de los deseos realmente no te será útil a menos que incluyas
en él tus mayores esperanzas y tus sueños más profundos. Porque mien-
tras que las técnicas y estrategias son el «cómo» ganar, el desear forma
una parte esencial del «porqué», la fuente de energía que hace que toda
maquinaria funcione.
Nuestro idioma está lleno de frases que nos dicen que el desear es
algo poco realista e impotente: «Simplemente con desear las cosas, no se
van a hacer realidad», «Ella quiere la luna», «Eso es simple fantasía», «Es
un soñador incurable». Eso son tonterías. Desear y soñar son el principio
de cualquier empresa humana. Mira, el hombre quiso llegar a la luna
durante miles de años, y en el siglo XXI viajamos a ella. Eso es lo que
puede hacer el deseo más la técnica: puede cambiar la realidad. Es cierto
que con solamente desear no se consigue nada. Como el vapor sin un
motor, simplemente se disipa. Pero la técnica sin el deseo es como un
motor frío y vacío: no funciona. Si en alguna ocasión has encontrado
difícil hacer algo, párate un momento y piensa en lo que has encontrado
tan difícil de hacer: ¿escribir a máquina?, ¿cavar zanjas?, ¿fregar suelos? Si
tienes que hacerlo, lo haces, pero te resulta terriblemente difícil dedicar
todas tus fuerzas a ello como si de una meta se tratara.
Hay muchísimos hombres y mujeres trabajadores y responsables en
nuestra sociedad que sí saben cómo hacer las cosas, pero que nunca se han
explorado a sí mismos para descubrir qué quieren hacer. Si eres una de esas
personas, la primera mitad de este libro será una revelación. Te enseñará
cómo y por qué posiblemente hayas perdido el contacto con tus sueños,
y te propondrá unos ejercicios simples y divertidos para redescubrir esos
sueños. Y después te ayudará a modelar una meta real a partir de lo que
te encanta. Así que, lejos de ser algo «no práctico» o «irresponsable», hacer
lo que más te gusta es, precisamente, ganar la lotería: es como acceder a
una fuente de energía que te llevará a la cima del éxito.
Si, por otro lado, has escogido este libro ya sabiendo lo que quieres
y simplemente buscas instrucciones claras de cómo conseguirlo, podrías

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estar tentado a saltarte todo lo anterior e ir directamente a la parte prác-
tica. En todo caso, tómate tu tiempo para leer la parte del «desear». Te
ayudará a definir tus metas de manera más clara, como nunca lo has
hecho –tendrás media batalla ganada– y te prometo que eso enriquecerá
en gran medida tu percepción de lo que es posible conseguir en una sola
vida humana.
El conocido psicoterapeuta Rollo May escribió un libro titula-
do Amor y voluntad. El presente habla del amor y las habilidades, los
dos ingredientes fundamentales para conseguir el éxito verdadero.
¡A tu salud!

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PRIMERA PARTE

El cuidado y la alimentación
de la genialidad humana
1

¿Quién te crees que eres?

Ésta es una pregunta muy interesante. O lo sería si las personas que


nos la hacían cuando éramos jóvenes realmente hubieran esperado una
respuesta meditada. Desafortunadamente, no esperaban respuesta de
ningún tipo. Ya tenían las respuestas. Esto es lo que decían:
«¿Quién te crees que eres, Sarah Bernhard? Quítate ese chal ahora
mismo y acaba de fregar los platos». O: «¿Quién te crees que eres,
Charles Darwin? Quita esa tortuga asquerosa de encima de la mesa del
comedor y haz tus problemas de aritmética». O «tú, astronauta», «tú,
científica como madame Curie, «tú, estrella de cine»... ¿Quién te crees
que eres?».
¿Te suena de algo todo esto? Esa pregunta nos la hicieron a la mayo-
ría de nosotros durante nuestra infancia y adolescencia, normalmente en
ese momento vulnerable en el que nos aventurábamos en un sueño, una
ambición o una opinión especialmente importantes. Pero imagina que,
por una vez, nos hubieran hecho esta misma pregunta de manera curiosa,
abierta, interesada, no con ese tono de regañina que se nos ha quedado
grabado a todos en la mente.
Me gustaría invitarte a probar un experimento sencillo. Te voy a hacer
esa misma pregunta de nuevo, pero esta vez intenta procesarla como si fuera
una pregunta de verdad. ¿Quién te crees que eres?

21
EJERCICIO 1: ¿QUIÉN TE CREES QUE ERES?

Coge una hoja en blanco (vamos a utilizar muchas hojas en blanco en este
libro, es la esencia de la vida) y, en una extensión de como mínimo un par
de líneas, máximo una página responde a la pregunta: «¿quién te crees que
eres?». Realmente me interesa saber la respuesta. ¿Cuáles crees que son las
cuatro o cinco características que definen tu identidad? No hay respuestas
correctas o incorrectas, solamente hay una regla: no pienses ni demasiado
tiempo ni con demasiada intensidad. Escribe lo primero que te venga a la
cabeza: «Esto soy yo».
Ahora mira tu respuesta. Hay una posibilidad de más del 50 % que
hayas dicho algo como esto:
«Tengo 18 años, soy católico, secretario en una empresa de electrónica,
vivo en Búfalo».
O:
«Mido 178 cm de altura, peso 79 kilos, tengo el pelo negro, los ojos
marrones, soy italiano, antiguo corredor de fútbol americano, voto
a los Demócratas, soy veterano de Vietnam, vendedor de electrodo-
mésticos».
O:
«Antes era profesora, estoy casada con un hombre al que quiero, un
médico, soy madre de tres hijos estupendos: Marty, de 13 años, Jimmy,
de 8, y Elise, de 5 años y medio».
O:
«Soy negro, nacido en Detroit, el mayor de cinco hijos. Mi padre
trabajó para General Motors. Tengo una licenciatura de la Universidad
Estatal Wayne. Soy programador informático. El verano que viene me
caso con mi novia de toda la vida».

Cualquier variante de «Ésta es mi profesión, vivo en tal sitio, estoy


casado, no estoy casado, gano dinero, no gano dinero, soy la madre de tal
y tal, soy episcopalista, estoy en la escuela», es el tipo de cosas que decimos

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cuando conocemos a alguien. Una vez intercambiadas estas estadísticas
vitales, detalles geográficos y ocupacionales, sentimos como que ya hemos
declarado nuestra identidad y que hemos empezado a conocernos. Bueno,
pues nos equivocamos.
No hay duda de que estas cosas han sido importantes en nuestras
vidas. De hecho, son las que normalmente las han modelado. Expresan
experiencia, historia, rol, relaciones, sustento, habilidad, supervivencia.
Algunas son elecciones; otras, incluidas muchas de las que clasificaríamos
como elecciones, son compromisos. Algunas son accidentes.
Ninguna de ellas es tu identidad.
Esto tal vez te sorprenda, pero si yo me sentara contigo para ayudarte
a elegir un objetivo y a diseñar una vida hecha a tu medida, no te pediría
ese tipo de información. No querría saber cómo te ganas la vida, a menos
que realmente te emocionara tu trabajo. No querría saber ni una sola de
las cosas que aparecen en tu currículo: tu educación, tu experiencia, tus
habilidades. Con demasiada frecuencia estamos capacitados para hacer cosas
que realmente nunca elegimos, cosas que tuvimos que hacer, como escribir
a máquina o fregar suelos (ésas eran mis habilidades), no cosas que nos
encanta hacer. Cuando llega el momento de elegir en qué gastarás tu energía
y alegría, las cosas en las que podrías tener un éxito aplastante, no es que
tus capacidades no sélo no sean importantes, sino que pueden obstaculizar
tu camino, a menos que les des un papel estrictamente secundario. Por el
momento, me gustaría que te olvidaras de ellas.
¿Qué?
Eso es. Y, sólo por un momento, me gustaría que te olvidaras de tu
trabajo (a menos que te encante), tu familia (aunque los quieras), tus
responsabilidades, tu educación, todas las cosas que conforman tu «rea-
lidad» y tu «identidad». No te preocupes. No desparecerán. Sé que son
importantes para ti. Algunas de ellas son necesarias e importantes para ti,
pero no eres tú. Y ahora mismo el centro de atención eres tú.
Pero lo que me interesa saber es qué te encanta.
Tal vez puedas, o no, especificar qué es lo que te gusta. Si es que sí,
puede que sea tu trabajo, o un hobby, o un deporte, o un pasatiempo
como ir al cine, o algo sobre lo que siempre te ha encantado leer, o una
asignatura que desearías haber estudiado en la escuela, o simplemente

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algo que te fascina cada vez que entras en contacto con ello, aunque
sea un mundo desconocido para ti.
Puede que haya varias cosas que te hagan sentir de esa forma. Sea lo
que sea –música de guitarra, puentes, observación de aves, coser, el mercado
de valores, la historia de la India–, hay una muy buena razón por la que te
encantan. Cada una es una pista sobre algo en tu interior: un talento, una
habilidad, una manera de ver el mundo que es exclusivamente tuya. Puede
que no sepas que lo tienes. Puede que sufras una especie de amnesia en
lo que a ello se refiere. Esa amnesia puede ser tan grave que tal vez ya ni
sepas qué es lo que realmente te gusta. Y, sin embargo, ¡eso eres tú!
Ésa es tu identidad, tu propia esencia.
Es algo más. Porque «quien tú eres» no es algo pasivo o invariable.
Es una señal vital, como dijo cierto filósofo, que se tiene que desarrollar
poco a poco y tiene que expresarse a través de toda tu vida. Así que ese
singular patrón de talentos y dones que se esconde en las cosas que te
encantan es también el mapa de tu propio proyecto de vida.
¿Alguna vez has ido a una caza del tesoro en tu infancia, o has leído
«El escarabajo de oro» de Edgar Allan Poe? Pues entonces sabes que lo
primero que tienes que hacer antes de encontrar el tesoro es encontrar
el mapa. Puede que esté escondido, puede que esté roto en un millón
de pedacitos, pero tu primera tarea consiste en encontrarlo y unir los
fragmentos de nuevo, como un puzle. Eso es lo que vamos a hacer por
ti en esta primera sección del libro.
Las pistas que llevan a tu proyecto de vida no se han perdido. Sim-
plemente están fuera de tu alcance y escondidas, algunas de ellas justo
delante de tus narices, a la vista de todos. Tienes que juntar las piezas
y examinarlas detenidamente antes de poder empezar a saber de qué
manera diseñar una vida que realmente se adapte a ti, una vida que
te haga tener ganas de saltar de la cama cada mañana para enfrentarte
al mundo, con algo de miedo en ocasiones, tal vez, pero sintiéndote
completamente vivo.
Si estás deprimido, si necesitas dormir mucho y te sientes como
que siempre te estuvieras arrastrando a medio gas, tal vez no sea porque
necesites vitaminas o porque tengas niveles bajos de azúcar en la sangre.
Es posible que sea porque no has encontrado tu propósito en la vida.

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Reconocerás tu propio camino cuando te topes con él, porque de repente
tendrás toda la energía e imaginación que puedas necesitar.
Esto es parte del secreto de toda la gente verdaderamente exitosa: han
encontrado su camino. Además, tienen una capacidad muy especial para
hacer que sus visiones se conviertan en realidad. Eso es muy importante,
y es precisamente el propósito de la segunda parte de este libro enseñarte
esas habilidades. Pero, en primer lugar, debes liberar tu propio ingenio y
motivación, y la única manera de hacerlo es descubrir tu propio camino.
Es el único camino que realmente te podrá absorber. Y el tesoro al final
de ese camino es el éxito.
Ahora mismo me gustaría que hicieras algo simbólico. Coge la hoja
de papel en la que contestaste a la pregunta, «¿Quién te crees que eres?».
Échale otro vistazo. Ahora rómpela y tírala a la papelera.
Ésta es la única hoja de papel que te voy a pedir que rompas, y como
he dicho, vas a tener que utilizar un buen número de hojas a medida que
vayamos avanzando.
Quizás quieras guardar este papel como recuerdo. Nos servirá de
maravilla como primera foto en nuestro «antes y después». Llámalo el
recuerdo de la idea errónea, porque si eres como la mayoría de nosotros,
no eres quien piensas que eres.
¿Quién eres realmente?
Te has olvidado –pero antes lo sabías– cuando eras muy niño. Así
que ése es el lugar en el que debes empezar la búsqueda del mapa del
tesoro de tus talentos: en los primeros cinco preciosos y misteriosos
años de tu vida, el más fantástico de los períodos de aprendizaje que
jamás hayas tenido.
Te voy a decir una cosa sobre quién eras en aquel entonces: eras un
genio.

Tu genio original

Ahora probablemente te estés riendo, pero hablo en serio. No me importa


qué has conseguido en tu vida o cuál es tu cociente intelectual, naciste
con tu propio genio. Y lo digo en el sentido más amplio de la palabra.

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No genio con una «g» minúscula, en oposición a Albert Einstein. Sino
con una «G» mayúscula, como Albert Einstein.
Otorgamos el título honorífico de «genio» solamente a aquellas pocas
personas que pensamos que nacieron con un algo especial y misterioso:
una gran genialidad, una forma original de ver las cosas o de ver el mundo
y una determinación increíble. Y creemos que ese «algo extra» no puede
evitar expresarse con una fuerza tal que supera las circunstancias más
difíciles. Pongamos a Mozart como ejemplo. Nació rebosante de música.
O a Picasso, otro genio. La escultora Louise Nevelson dice que Picasso
«dibujaba como un ángel desde la cuna». Ellos son genios, tú y yo no.
O eso es lo que el razonamiento estándar nos dice.
BIEN, vamos a examinar primero las tres características que, como he
dicho, definen a un genio –grandes habilidades, visión original y una de-
terminación increíble– y vamos a ver si las poseías cuando tenías 2 años.
«Grandes habilidades» es un poco difícil de definir. Ahora hemos
descubierto que el cociente intelectual no se puede medir. Muy de
fiar después de todo. Pero aunque pudiéramos medirlo, solamente
podríamos determinar una cantidad limitada de conocimientos o de
habilidades. De modo que utilicemos el concepto de «grandes habilida-
des» para los casos especiales de «visión original»: visión intelectual en
oposición a un tipo de visión artística o musical, o una docena de otros
tipos de visiones que hemos descubierto ya o no hemos descubierto
todavía: políticas, emocionales, atléticas, humanitarias… cualquier cosa
que se te pueda ocurrir.
A los 2 años tenías visión original. Tal vez no te acuerdes, pero eso
es porque es difícil acordarte de cosas cuando no tienes las palabras para
definirlas. La realidad es que, en esos primeros tiempos veías el mundo de
una manera tan original que ninguna persona a tu alrededor podía darte
las palabras para definirlo. Y, si encontrabas las palabras, normalmente
nadie las podía entender.
Si alguna vez has escuchado a un niño muy pequeño –si eres madre,
por ejemplo– sabes que dicen unas cosas bastante extrañas e increíbles.
Eso es porque están intentando decirnos qué aspecto tiene el mundo,
visto por primera vez, ¡desde un punto de vista que jamás ha existido
antes! Los grandes poetas son personas que han mantenido esa habilidad

26
de ver las cosas de una forma nueva y de explicar lo que ven, pero todos
nosotros tuvimos esa habilidad. A los 2 años, tú la tuviste. No solamente
estabas reinventando la lengua para servir a tus propios objetivos, sino que,
como dice un amigo mío que es físico, estabas haciendo una investigación
original de la naturaleza del universo.
Así que lo tenías: visión original. Una nueva manera de ver el mundo
que solamente tenías tú.
También tenías «una determinación increíble».
Sabías perfectamente lo que más te gustaba y lo que querías. E ibas
tras ello sin la menor vacilación y sin dudar para nada de ti mismo. Si
veías una galleta encima de la mesa no pensabas: «¿La puedo coger? ¿Me
la merezco? ¿Haré el ridículo? ¿Estoy perdiendo el tiempo de nuevo?». Te
subías, amontonabas cajas en el suelo, hacías lo que fuera por conseguir
esa galleta. Si no la conseguías, armabas un alboroto, te echabas una siesta,
y cambiabas de tema. Y eso no te frenaba para nada a la hora de ir a por
la siguiente cosa maravillosa que veías.
Fíjate que no necesitas «confianza en ti mismo» cuando eres así. Esas
palabras no significan nada. No eres ni siquiera consciente de ti mismo.
Te enfocas totalmente en lo que quieres. ¿Sabes, esas cualidades «poco
comunes» y «especiales» que pensamos distinguen a los genios del resto
de nosotros? Tú las tenías. Yo las tenía.
¿A dónde fueron a parar?
Mientras fuiste demasiado joven para escuchar o razonar o para que
te entrenaran a hacer algo «útil», tenías una libertad maravillosa para
ser quien eras. A los 5 o 6 años, o incluso antes, el precioso derecho de
tomar decisiones basadas en tus propios deseos se empezó a alejar. Tan
pronto fuiste lo suficientemente mayor como para que te controlaran
y pudieras permanecer sentado sin moverte en la escuela, se acabó la
luna de miel.
Probablemente te hayas olvidado de lo que es entrar en una clase de
primer grado. Acababas de tener 5 años de experiencia sólida –viendo
cosas, conociendo cosas, sintiendo, odiando y amando cosas. Pero las
escuelas no están diseñadas para aprender de ti; están diseñadas para en-
señarte. De manera involuntaria, probablemente te dieron la impresión de
que tus conocimientos, tus gustos, tus opiniones no tenían valor alguno.

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Por el simple hecho de ignorar quién eras, anularon completamente
el mundo interno con el que habías entrado. Lo único que veían era
una pizarra en blanco que iban a llenar por completo de todas las cosas
que merece la pena saber. Si para ti era importante hablar con tu mejor
amigo, o soñar despierto, o dibujar, y ellos estaban haciendo tablas de
multiplicar, a ti te castigaban. Si por casualidad sabías hablar con las
plantas y las plantas te contestaban, nadie te preguntaba, «¿Quieres
aprender ortografía, o tenías otra cosa en mente?». Te decían, «Apártate
de las plantas y vamos a ver lo rápido que te aprendes el alfabeto».
Ya hablabas con las plantas o con los perros, o hacías esculturas de
barro, o ibas a ser un artista de cine o ibas a patinar sobre hielo a Eskimo
Land,1 comprendiste muy pronto que eso no servía para gran cosa. Así
que, poco a poco, te fuiste olvidando. Desarrollaste amnesia. Ahora bien,
si salías al mundo y alguien te preguntaba, «¿Qué sabes hacer?». Fácilmente
podías decir «Nada», queriendo decir «Nada que nadie pudiera considerar
importante». O tal vez podías decir, «Bueno, se me dan bien las mates»,
o «Sé escribir a máquina». Nunca se te ocurriría decir: «Me encantan las
plantas. Me acuerdo de todos sus nombres, y creo que entiendo qué es
lo que las hace felices».
Todas las personas a las que llamamos «genios» son hombres y muje-
res que, de algún modo, escaparon a la obligación de tener que poner a
dormir a ese niño curioso e inquisitivo que tenían en su interior. En lugar
de eso, dedicaron sus vidas a equipar a esa criatura con las herramientas
y habilidades necesarias para jugar en un nivel adulto. Albert Einstein
jugaba, ¿sabes? Era capaz de hacer grandes descubrimientos precisamente
porque mantenía vivos la originalidad y la alegría de un niño pequeño
que explora su universo por primera vez.
Lo primero que tienes que hacer es despertar de nuevo esas cuali-
dades infantiles que tienes en tu interior. Así que vamos a volver atrás
para intentar ver el genio que fuiste una vez. Ésa es la primera pista
importante en el diseño de tu vida, descubrir qué cosas de las que pue-

1. Eskimo Land (literalmente «tierra de esquimales») es el nombre de una pista de


patinaje sobre hielo. (N. del T.).

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des hacer te harán más feliz y qué se te dará mejor. Es cierto que los
logros originales, las grandes obras de arte y los tipos de vida que son
en sí mismos obras de arte, tienen casi siempre sus raíces en la infan-
cia. Pregúntale a cualquier famoso, hombre o mujer, y probablemente
descubrirás que se acuerdan de tener una clara conciencia de lo que
tenían que hacer desde una edad muy temprana. En un artículo de la
revista Redbook sobre la cantante Linda Ronstadt se lee que su primer
recuerdo es decirles a sus padres, «Ponedme algo de música». Una no-
che, a la edad de 4 años, estaba cantando con ellos cuando empezó a
armonizar. Su padre le dijo, «No estás cantando la melodía». Ella dijo
«Lo sé». Y la escultora Louise Nevelson, en sus memorias Dawns and
Dusks, recuerda, «Desde una tempranísima edad supe que iba a ser artis-
ta. Me sentía artista […] En mi infancia pintaba, y continué dibujando
a diario […] De niña tenía la capacidad de entrar en una habitación y
recordar todo lo que había visto. Echaba un vistazo y me sabía todo lo
que había visto. Eso es tener una mente visual».
La única verdadera diferencia entre estas personas y tú es que en
ellos hay una continuidad ininterrumpida entre los niños que fueron
un día y los adultos en los que se han convertido. Vamos a ponernos
manos a la obra para restablecer esa continuidad en ti. Pero en primer
lugar necesitamos saber: ¿quién era ese niño? ¿Qué le encantaba a ese
niño? El diseño de tu vida está ahí mismo, en miniatura, como los
genes en la semilla que dicen que pronto se va a convertir en tomate-
ra, en palmera o en rosa. Así que me gustaría que volvieras la mirada
a tu infancia, para ver qué recuerdas que pueda señalar hacia tu tipo
especial de genio.
O, ya que esa palabra aún nos suena presuntuosa, tengo un nombre
todavía mejor. Vamos a llamarlo tu yo original. Y me refiero a los dos
significados de la palabra «original»: «Ahí desde el principio» y «Único,
nuevo, jamás visto en el mundo».

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EJERCICIO 2: TU YO ORIGINAL

Deja que tu mente vuelva atrás en el tiempo a tus recuerdos de infancia,


sobre todo los momentos especiales y privados cuando te dejaban jugar
o soñar despierto o hacer lo que quisieras. Ahora, en la nueva hoja de
papel, intenta contestar estas preguntas:

UÊ ·+ÕjÊiÃʏœÊµÕiÊÌiÊ>ÌÀ>‰>ÊÞÊv>ÃVˆ˜>L>ÊiëiVˆ>“i˜ÌiÊVÕ>˜`œÊiÀ>ÃÊ՘Ê
niño?
UÊ ·+ÕjÊ Ãi˜Ìˆ`œÊ qۈÃÌ>]Ê œ‰`œ]Ê Ì>V̜qÊ vÕiÊ iÊ µÕiÊ “?ÃÊ iÝ«iÀˆ“i˜Ì>ÃÌi]Ê
o disfrutabas de cada uno de ellos por igual?
UÊ ·+ÕjÊÌiÊ}ÕÃÌ>L>ʅ>ViÀʜÊÜLÀiʵÕjÊÌiÊ}ÕÃÌ>L>Êܚ>ÀÊ`iëˆiÀ̜]Ê«œÀʓÕÞÊ
«tonto» o poco importante que te pueda parecer ahora? ¿Cuáles eran
las fantasías y los juegos secretos que nunca le contabas a nadie?
UÊ ·-ˆi˜ÌiÃʵÕiÊÈ}Õiʅ>Lˆi˜`œÊ՘>Ê«>ÀÌiÊ`iÊ̈Ê>ʏ>ʵÕiʏiÊi˜V>˜Ì>˜ÊiÃ>ÃÊ
cosas?
UÊ ·+ÕjÊÌ>i˜ÌœÃʜʅ>Lˆˆ`>`iÃÊ«Õi`i˜ÊiÃÌ>ÀÊÃiš>>˜`œÊiÜÃʈ˜ÌiÀiÃiÃÊÞÊ
sueños tempranos?

Marcia, 32 años, respondió a esta pregunta de manera conmovedora:


«Realmente volví a lo que había experimentado durante mis primeros
5 años de vida. A partir de entonces todo ha ido cuesta abajo. Este
ejercicio fue muy emotivo para mí. He hecho muchas terapias, pero
jamás me había dado cuenta de que mis primeros cinco años habían
sido tan buenos».
Aquí hay más respuestas:
Ellen, 54 años: «Recuerdo que los árboles me fascinaban. Solía mi-
rarlos fijamente desde abajo y abrazaba los troncos. Creo que sentía lo
que era ser uno de ellos».
John, 35 años: «El ritmo me volvía loco. Me pasaba la hora de cenar
tamborileando la mesa con los dedos, creando pequeñas melodías. No
dejaba a nadie cenar».

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Bill, 44 años: «Me encantaban los colores. Sé que empecé a dibujar
desde que tuve edad suficiente para sujetar un lápiz de color. Cubría
de garabatos hojas de papel enteras, las páginas de los libros, y la pared
junto a mi cama».
Anna, 29 años: «Esto sonará ridículo, pero salía por la tele en el Me-
dio Oeste un anuncio de una cerveza llamada Hamms, que se hacía en
Minnesota. Tenía esta cancioncilla, aún recuerdo la letra y la melodía: «De
la tierra de aguas azules como el cielo / de la tierra de los pinos, de altos
bálsamos / Llega la cerveza refrescante / Hamms, la cerveza refrescante».
Tenía un sonido evocador y unos tam-tam indios y salía un lago brillando
bajo la luna. Bueno… por la noche, en la cama, solía meter la cabeza bajo
las sábanas y simulaba ser una princesa india en la tierra de las aguas azules
como el cielo».
Si no tenías un objetivo al empezar este libro, te doy la enhorabuena.
Tal vez no lo creas, pero acabas de dar tu primer paso para elegir uno.
La hija menor de Ellen se acaba de ir a la universidad, y Ellen está
buscando cambiar su trayectoria profesional. Podría haber sido –y aún
podría ser– botánica, guarda forestal, jardinera, poeta o pintora, o incluso
psicoterapeuta.
John es un hábil maquinista. No sabe mucho de música, pero podría
haber sido –y aún podría ser– un gran baterista de jazz o una bailarín.
Bill es abogado, como su padre. Se gana bien la vida y le gusta su
trabajo, pero en su interior, esperando ser descubierto, tiene un artista o
un decorador de interiores de gran talento.
Anna es secretaria de redacción en una editorial. Tenía, y aún tiene,
el tipo de imaginación que se necesita para ser director de cine o jefa de
redacción.
¿Cuál ha sido tu respuesta? ¿Qué te dice sobre lo que quieres y lo
que podrías hacer bien?
Ahora viene el quid de la cuestión.
¿Cómo pudo Albert Einstein convertirse en Albert Einstein, mientras
que Marcia, Ellen, John, Bill, y Anna –y tal vez tú– no habéis potenciado
al máximo vuestros talentos?
Si de veras viniéramos todos al mundo bien servidos de originalidad
y de motivación, ¿cómo explicáis lo de Albert Einstein? ¿Mary Cassatt?

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¿Luther Burbank? ¿Margaret Mead? Ellos tuvieron que sobrevivir el primer
grado. Tuvieron que crecer y pagar el alquiler. ¿Cómo consiguieron man-
tener sus mapas del tesoro intactos? Debieron de tener alguna cualidad
misteriosa –fuerza de carácter, perseverancia, autoconfianza, autodisciplina,
incluso una inestabilidad que rozaba la locura– algo que pone a esa gente
«especial» en una categoría distinta a ti y a mí. Es cierto. El «genio», el
que consigue el éxito verdadero, el que se siente realizado sí tenía algo
que el resto no teníamos. Pero no hay ni el más mínimo misterio en
todo ello. No es algo con lo que tengas que nacer, no es una virtud de
carácter que tengas que desarrollar a través de años de lucha solitaria. Te
diré exactamente qué es lo que tenía Einstein.
Tierra y aire y agua y sol.

Entorno

Si a una semilla le das buena tierra y suficiente agua y sol, no tiene que
hacer un esfuerzo para crecer. No necesita confianza en sí misma, ni
autodisciplina, ni perseverancia. Simplemente crece. De hecho, no puede
evitar crecer.
Si una semilla tiene que crecer con una roca encima, o a plena sombra,
o con falta de agua, no llegará a ser una planta sana de tamaño normal.
Lo intentará –con todas sus fuerzas– porque la motivación para convertirse
en lo que se supone que debe ser es increíblemente poderosa. Pero en el
mejor de los casos llegará a ser una especie de sombra de lo que podría
haber sido: pálida, más pequeña de lo normal, caída.
En cierto modo, es lo que nos pasa a la mayoría de nosotros.
Estoy hablando sobre educación, alimentación, cuidado. Lo que
estoy diciendo es que la diferencia entre un genio y tú y yo es nuestro
entorno, y me refiero a nuestro primer entorno, a nuestra familia de
la infancia.
En esencia, lo que Albert Einstein tuvo fue lo siguiente: alguien –no
sé quién, su madre, su padre, su abuelo, su tío– alguien le dijo que po-
día hacer lo que quisiera. Vieron algo en él, una tenacidad, una timidez
especial y lo respetaron y fomentaron. Y no me extrañaría que alguien le

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hubiera dado una brújula, un giroscopio, unos libros, una sonrisa cons-
piratoria y que le hubieran dejado solo.
Es así de simple. Y así de excepcional.
Nos resulta difícil creer en nosotros mismos si nadie ha creído nunca
en nosotros, y es casi imposible mantenernos firmes en nuestra visión ante
una serie de disuasiones aplastantes. Y no podemos ni siquiera construir
una estantería de libros si nadie nos dijo que éramos capaces de hacerlo, ni
nos dieron los materiales, ni nos enseñaron cómo hacerlo. Ésa es nuestra
naturaleza. Es así como somos.
¡En la edad de la ecología, nosotros mismos somos las únicas criaturas
que tenemos la esperanza de florecer en un entorno que no nos da lo que
necesitamos! No le pediríamos a una araña que tejiera una bellísima red
en un espacio vacío, o que una semilla saliera de la superficie vacía de
un escritorio. Y eso es exactamente lo que nos hemos estado exigiendo
a nosotros mismos.
Como resultado, muchos de nosotros no somos conscientes de que
no crecimos en un entorno que propiciara la genialidad. Simplemente,
pensamos que no somos genios y culpamos a nuestra heredad o a nuestra
falta de carácter por la posición en la que nos encontramos. Fuera lo que
fuera lo que no encajaba en el entorno en el que crecimos, asumimos
que los «genios» lo tuvieron igual de mal que nosotros, o peor. Ellos
simplemente tuvieron la misteriosa fuerza de superar esas circunstancias.
No vemos a la abuela o profesora especial que estuvo allí con el amor
y la ayuda adecuados en el momento adecuado. No reconoceríamos las
características principales de un entorno propicio ni aunque cayéramos
de bruces sobre ellas.
En el capítulo siguiente voy a enseñarte lo que es el entorno real-
mente, y cómo se diferencia del entorno en el que crecimos la mayoría
de nosotros. Y después te voy a demostrar que todas las personas que
han tenido éxito verdadero –a los que les encanta su vida– han tenido
ese entorno… o partes de él… o han descubierto la manera de crearlo
por sí mismos.
Y después vamos a empezar a crearlo para ti.

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