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TEMA:
NÚMERO DE GRUPO: 1
INTEGRANTES:
Del Castillo Corcuera, Alice
Terrones Arévalo, Alex
Burgos Rodríguez, Roció
Mendoza Sánchez, Karla
Solano Vásquez, Nathaly
DOCENTES:
Dr. Casusol Urteaga, Carlos
FECHA:
28 de septiembre del 2017
TRUJILLO – PERÚ
2017
PRESENTACIÓN
Como incentivo a generar diálogos amenos, que den la apertura a desarrollar esta
variable cultural importante dentro de los ámbitos socioculturales, “EL GÉNERO”;
pretendemos desarrollar una exposición de nuestros resultados, muestra de una
recopilación de información dirigida a seguir la programación de temas a estudiar,
dentro de la asignatura titulada: ANTROPOLOGÍA Y GENERO, llevada a cabo en la
base de VIII ciclo en la carrera de Antropología Social, a cargo del Dr. CASUSOL
URTEAGA, Carlos.
De esta manera, brindamos el alcance de la información sistematizada por
intermedio de este informe, con motivos meramente académicos.
INTRODUCCIÓN
Con estos pequeños puntos, pretendemos dar una introducción a lo que vendría a
ser nuestro trabajo en relación a los planteamientos teóricos que definen el Género,
como tema cultural. Como equipo de trabajo lo que pretendemos que mediante una
transmisión sencilla de información se apertura el entendimiento de la temática y
los ámbitos en los que, como Antropólogos tenemos variedad para campos de
intervención.
ANTROPOLOGIA DE GÉNERO
1. ANTECEDENTES
GÉNERO
«Parte de una serie de estudios por los cuales se distingue el concepto de sexo como una
característica natural o biológica, y el concepto de género como una significación cultural
que hace referencia a un conjunto de roles».
2. LOS ESTUDIOS DE GENERO
Se puede sostener que el concepto de género aparece como un término que ayudará a
resolver algunas de las problemáticas que emergieron en el desarrollo de los Estudios de la
Mujer. El concepto fue acuñado en la psicología por dos investigadores -Stoller y Money
abocados a la indagación de las disfunciones sexuales. La pregunta que ellos se formularon
se vinculó al hecho de que habiendo las mismas disfunciones (por ejemplo,
hermafroditismo) en los sujetos, cada uno definía su identidad de manera diferente.
De esa manera proponen una distinción conceptual y sostienen que hay una diferencia entre
sexo y género. El primero apunta a los rasgos fisiológicos y biológicos de ser macho o
hembra, y el segundo a la construcción social de las diferencias sexuales (lo
femenino y lo masculino). Así, el sexo se hereda y el género se adquiere a través del
aprendizaje cultural. Esta distinción abre una brecha e inaugura un nuevo camino para las
reflexiones respecto a la constitución de las identidades de hombres y mujeres. Este
concepto de género será también recuperado por las otras ciencias sociales, las cuales
comenzarán a re-elaborarlo y a dotarlo de nuevos contenidos. Así es como en Antropología,
Gayle Rubin dirá que las relaciones entre sexo y género, conforman un "sistema que varía
de sociedad en sociedad", estableciendo que el lugar de la opresión de las mujeres y de las
minorías sexuales está en lo que ella denomina el sistema sexo/género. Cada sociedad
poseería un sistema sexo/género particular, es decir, un conjunto de arreglos por los cuales
una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana. Así,
cada grupo humano tiene un conjunto de normas que moldean la materia cruda del sexo y
de la procreación. La analogía que utiliza para explicar esto es que el hambre es hambre en
todas partes, pero cada cultura determina cuál es la comida adecuada para satisfacerla; de
igual modo, el sexo es sexo en todas partes; pero lo que se acepta como conducta sexual
varía de cultura en cultura.
La Introducción de la noción de género en los análisis sociales trajo consigo una serie de
rupturas epistemológicas a las maneras en cómo se había entendido la posición de las
mujeres en las distintas sociedades humanas. En primer lugar, supuso la idea de
variabilidad: toda vez que ser mujer u hombre es un constructo cultural, entonces sus
definiciones variarán de cultura en cultura (no se podría así universalizar y hablar de la
mujer" o "el hombre" como categorías únicas). En segundo lugar, configura una idea
relacional: el género como construcción social de las diferencias sexuales, alude a las
distinciones entre femenino y masculino y por ende a las relaciones entre ellos. Los análisis
de género. propondrán que es preciso estudiar las relaciones entré mujeres y hombres toda
vez que en la mayoría de las sociedades sus diferencias producen desigualdad.
El supuesto que hay tras la noción de posicionamiento es que es preciso indagar en los
desplazamientos que viven los sujetos al interior de las jerarquías. De esta manera el
concepto de género plantea el desafío de particularizar, de explorar en las realidades más
que en asumirlas como dadas. En este sentido se contrapone a la idea de un universal mujer
u hombre y de la fijeza de su identidad, posición y condición. Precisamente, este término
permite no sólo conocer los cambios en las relaciones entre hombres y mujeres, sino que
abre la posibilidad de las transformaciones de esas relaciones (es decir, no se queda en la
inmutabilidad de la subordinación universal de la mujer). Por último, un análisis de género
dadas las múltiples variables que comporta abre una clara senda para emprender lecturas
interdisciplinarias.
Es posible distinguir dos grandes enfoques en los análisis de género: por un lado, aquellos
que enfatizan en la construcción simbólica de lo femenino y lo masculino, y los que ponen
el acento en lo económico como clave para entender cómo se posicionan hombres y mujeres
en la vida social.
Por otro lado, los roles sociales de la mujer estarían aprisionados" en la naturaleza, pues su
papel como reproductora la habría limitado a funciones que están ligadas a ésta. De allí su
confinamiento al dominio de lo doméstico, en donde permanece a cargo de la crianza de los
niños y la reproducción cotidiana. Esta cercanía de la mujer al ámbito doméstico hace que
la esfera de sus actividades se mueva en relaciones intra e interfamiliares, en oposición al
hombre que se mueve en el dominio público y político de la vida social. Así el hombre es
identificado con el "Interés público" y la mujer identificada con la familia y en algunos
particulares asuntos sociales. Estos planteamientos fueron criticados por su etnocentrismo
(en el sentido, por ejemplo, de concebir la oposición naturaleza/cultura con valoraciones de
dominio y subordinación) y por suponer que en todas las sociedades existe la dualidad
doméstica/público. Sin embargo, la importancia de analizar a mujeres y a hombres como
“categorías simbólicas” sigue vigente toda vez que permite identificar los valores que las
culturas particulares otorgan a lo femenino y a lo masculino. Esos valores, a su vez, dos dan
pistas para conocer las ideologías de género que operan en cada sociedad. El desarrollo de
este enfoque ha llevado a considerar el análisis de los símbolos asociados al género con los
otros sistemas de significados culturales y a poner atención sobre las estructuras de prestigio
que derivan de esos sistemas. Estas estructuras de prestigio tendrán un correlato a nivel de
los posicionamientos y representaciones de lo femenino y lo masculino en cada grupo social.
Por su lado, los enfoques de la construcción social del género -relacionados con la teoría
marxista sostendrán que es más importante considerar qué es lo que hacen hombres y
mujeres y no los símbolos, y que ¿se hacer está relacionado con la división sexual del
trabajo. Por otro lado, a partir de estos análisis se cuestiona fuertemente la idea de una
subordinación universal de las mujeres por su historicidad y no consideración de los efectos
de la colonización y el nacimiento de la economía capitalista mundial. En Antropología,
Leacock es la más conocida de las investigadoras que trabaja en esta línea; sus aportes han
sido el rechazo a la idea de que el status de la mujer esté directamente relacionado con su
función de parir y criar hijos; y que la distinción pública/privado sea una oposición válida
Intercu1turalmente para el análisis de las relaciones de género.
4. ROLES DE GENERO
La palabra rol designa la función que una persona desempeña en un determinado contexto;
por otra parte, el género es una categoría que identifica “los roles socialmente construidos
que expresan los valores, conductas y actividades que asigna una sociedad a las mujeres y
a los hombres” (Castañeda Abascal, 2007; Saldívar-Garduño, 2005: 61), los cuales varían a
través del tiempo las sociedades y las culturas.
El concepto roles de género designa no sólo a las funciones referidas, sino también a los
papeles, expectativas y normas que se espera que las mujeres y los varones cumplan en
una sociedad, los cuales son establecidos social y culturalmente, y que dictan pautas sobre
la forma como deben ser, sentir y actuar unas y otros dependiendo en principio, del sexo al
que pertenecen esos roles diferenciados para mujeres y varones, en el fondo, marcan
también una posición en una estructura social, la cual generalmente está fincada sobre la
desigualdad; por esta razón, algunas actividades o características son socialmente valoradas
como más importantes o superiores, mientras que otras se consideran inferiores o menos
trascendentes.
Los roles atribuidos a cada género, son adquiridos durante la niñez, se acentúan durante la
adolescencia, y se refuerzan al inicio de la vida sexual, y son transmitidos a través de la
socialización familiar, escolar, y la que se realiza a través de los medios de comunicación;
estos tres agentes se encargan de mostrar a niñas y niños cuáles son los comportamientos
y expresión de estados emocionales que se esperan de las mujeres y los varones en
diferentes escenarios y situaciones.
En opinión de Bornstein (2013), la genética y la anatomía son los primeros elementos sobre
los que se asientan las asignaciones genéricas, y constituyen elementos innegables para la
definición de nuestros roles en la vida, pero ser “niña” o “niño” tiene implicaciones que
trascienden lo biológico; de modo que, la mayor parte de las cosas que creemos y la forma
como nos comportamos están marcadas por el género. Además de la biología, de las
presiones sociales, y de la variación cultural, las niñas y los niños desarrollan universal y
normativamente un sentido claramente razonable de sí mismos como “hembras” o
“machos”, y ejecutan con destreza los roles asociados generalmente con su género
asignado; estas generalidades “panculturales” han sido reportadas por diversos estudios,
como el de Machover, Rosenblum y Sander (1987 en Saldívar Garduño & Contreras Ibáñez,
1995) y han descrito algunos rasgos generales que comparten las mujeres y los hombres a
través de distintos grupos sociales. El género, entonces, se utiliza para mantener la
responsabilidad de las personas sobre su desempeño de cualquier actividad que realicen
como mujeres o varones (Hicks, 2008).
De acuerdo con lo anterior, la expectativa sobre los varones establece que sean fuertes,
que no lloren, que sean independientes y competitivos, mientras que de las mujeres, se
espera que sean cariñosas, emocionalmente expresivas, amables, y que ayuden a los
demás; dicho de otro modo, que las mujeres sean femeninas y los varones, masculinos
(Hegelson, 2002 en Matud et al., 2002). En esa lógica, las mujeres son “de la casa” y
pertenecen al mundo privado, “femenino”, poco valorado y reconocido socialmente, en el
que realizan actividades para el beneficio común de la familia y la sociedad sin recibir una
remuneración o algún reconocimiento, generalmente en el aislamiento o en compañía de
otras mujeres, y se considera que su dominio es el del mundo de los afectos y del trabajo
doméstico.
Los varones, por su parte, son “de la calle” y dominan el mundo productivo, público,
“masculino”, el cual es altamente valorado socialmente, pues realiza actividades
remuneradas y con alto reconocimiento y status social; el moverse en ese ámbito posibilita
para ellos una mayor sociabilidad que la que tienen las mujeres, y se considera que dominan
el mundo de la razón (Archer & Lloyd, 1989; Velázquez, 2010).
5. IDEOLOGÍA MACHISTA
El machismo es una expresión derivada de la palabra macho, definido como aquella actitud
o manera de pensar de quien sostiene que el varón es por naturaleza superior a la mujer.
Una definición de algunos movimientos feministas lo define como "el conjunto de actitudes
y prácticas aprendidas sexistas llevadas a cabo en pro del mantenimiento de órdenes
sociales en que las mujeres son sometidas o discriminadas”. Se considera el machismo
como causante principal de comportamientos heterosexistas u homofóbicos. Aquella
conducta permea distintos niveles de la sociedad desde la niñez temprana hasta la adultez
con iniciaciones de fraternidades y otras presiones de los llamados grupos.
6. CORRIENTE FEMINISTA
Las estudiosas feministas pronto indicaron que el estudio de las mujeres no sólo alumbraría
temas nuevos, sino que forzaría también a una reconsideración crítica de las premisas y
normas de la obra académica existente.
La forma en que esta nueva historia debería incluir y dar cuenta de la experiencia de las
mujeres depende de la amplitud con que pudiera desarrollarse el género como categoría de
análisis. Aquí las analogías con las clases (y las razas) eran explícitas; claro está que los
especialistas en los estudios en torno a la mujer con mayores intereses políticos, invocaban
regularmente las tres categorías como cruciales para poder escribir una nueva historia.
El interés por clase social, raza y género apuntaba, en primer lugar, el compromiso del
estudioso con una historia que incluía las circunstancias de los oprimidos y un análisis del
significado y naturaleza de su opresión, y, en segundo lugar, la comprensión académica de
que las desigualdades del poder están organizadas en al menos tres ejes.
La letanía de clase, raza y género sugiere la paridad entre esos términos, pero de hecho ése
no es de ningún modo el caso. Mientras que, por lo general, "clase" se apoya en la
sofisticada teoría de Marx (desarrollada además entretanto), de la determinación económica
y del cambio histórico, "raza" y "género" no comportan esas connotaciones. No existe
unanimidad entre quienes emplean los conceptos de clase. Algunos estudiosos emplean los
conceptos weberianos, otros usan la clase como recurso heurístico temporal. No obstante,
cuando invocamos las clases, trabajamos con o contra un conjunto de definiciones que, en
el caso del marxismo, implican una idea de causalidad económica y una visión del camino a
lo largo del que se ha movido dialécticamente la historia. No hay la misma claridad o
coherencia en los casos de raza o género. En el caso de género, el uso ha implicado un
conjunto de posiciones teóricas como también de meras referencias descriptivas a las
relaciones entre sexos.
Las historiadoras feministas, preparadas como la mayor parte de los historiadores para
sentirse más cómodas con la descripción que con la teoría, han buscado pese a ello de
forma creciente, formulaciones teóricas de posible aplicación; así lo han hecho, al menos,
por dos razones. La primera, la proliferación de estudios concretos {case studies) en la
historia de las mujeres parece hacer necesaria alguna perspectiva de síntesis que pueda
explicar las continuidades y discontinuidades, y las desigualdades persistentes, así como
experiencias sociales radicalmente diferentes. Segunda, la discrepancia entre la alta calidad
de la obra reciente en la historia de las mujeres y la persistencia de su estatus marginal en
el conjunto de este campo (tal como puede medirse en los libros de texto, planes de estudios
y trabajos monográficos), indica los límites de los enfoques descriptivos que no se dirijan a
conceptos dominantes de la disciplina, o al menos que no se dirijan a esos conceptos en
términos que puedan debilitar su validez y quizá transformarlos.
7. ENFOQUES FEMINISTAS
Las historiadoras feministas han empleado diversos enfoques para el análisis del género,
pero pueden reducirse a una elección entre tres posiciones teóricas. La primera, esfuerzo
completamente feminista, intenta explicar los orígenes del patriarcado. La segunda se centra
en la tradición marxista y busca en ella un compromiso con las críticas feministas. La tercera,
compartida fundamentalmente por posestructuralistas franceses y teóricos angloamericanos
de las relaciones objeto, se basa en esas distintas escuelas del psicoanálisis para explicar la
producción y reproducción de la identidad de género del sujeto.
Las teóricas del patriarcado se han enfrentado con la desigualdad de varones y mujeres
desde vías interesantes, pero sus teorías presentan problemas para los historiadores. En
primer lugar, mientras ofrecen un análisis desde el propio sistema de géneros, afirman
también la primacía de ese sistema en toda organización social. Pero las teorías del
patriarcado no demuestran cómo la desigualdad de géneros estructura el resto de
desigualdades o, en realidad, cómo afecta el género a aquellas áreas de la vida que no
parecen conectadas con él. En segundo lugar, tanto si la dominación procede de la forma
de apropiación por parte del varón de la labor reproductora de la mujer o de la objetificación
sexual de las mujeres por los hombres, el análisis descansa en la diferencia física.
8. ANTROPOLOGÍA Y GÉNERO
Gomariz (1992), al igual que otros autores que han abordado la historia del movimiento
feminista, los estudios sobre las mujeres y el género insisten en afirmar la existencia de tres
momentos y períodos que denominan “olas”. Para este autor, los primeros antecedentes de
los estudios de las mujeres hacen referencia a su condición femenina. Se remonta a Platón
y Aristóteles porque fueron de los primeros filósofos en tratar acerca de la inferioridad
femenina en contraposición de la superioridad masculina.
El interés antropológico en las mujeres hasta la segunda mitad del siglo XX se limitó a los
temas de parentesco, es decir, no las estudió como sujetos con valor en sí mismas, sino
como madres, en tanto generadoras de hijos y como agentes que equilibraban las dialécticas
de poder entre grupos e individuos a través de su intercambio. Las mujeres fueron
consideradas mercancías, monedas de cambio, objetos de transacción en la mayoría de los
casos, porque el etnocentrismo de los estudiosos les hacía buscar lo equivalente de su
cultura occidental en las sociedades no occidentales que estudiaban, al tiempo que su
ideología androcéntrica fijaba su atención en los elementos masculinos y despreciaba los
femeninos.
Sin embargo, no es hasta la Revolución Francesa y la Ilustración (siglos XVII y XVIII) cuando
surgieron con énfasis en Europa, y más adelante en Estados Unidos, los valores de la
modernidad, explicitados en los términos igualdad, libertad, fraternidad. A partir de esos
principios, las mujeres comenzaron a reclamar sus derechos como ciudadanas, y fue
adquiriendo peso el movimiento sufragista que reclamaba el derecho al voto para las
mujeres. Aquél movimiento marca el inicio de la “primera ola” del feminismo. Y no solo
establece los derechos básicos de las mujeres, sino que también muestra la hasta entonces
poco visible inconsistencia entre los planteamientos ideológicos y el trato que se les daba a
las mujeres.
Es hasta el siglo veinte, hacia los años 60, cuando surge en los países anglosajones la
llamada “segunda ola” del movimiento feminista, con algunos antecedentes importantes
como las reflexiones de Simone de Beauvoir de 1949 en El Segundo Sexo. Las primeras
críticas de aquellas feministas se orientaban, en buena parte, a lo que consideraban rasgos
de la opresión patriarcal, en particular la sexualidad femenina enclaustrada en la esfera
familiar y en la función reproductora. En esa década surgen nuevos movimientos,
especialmente en Estados Unidos, que tienden a la crítica antiautoritaria y al incremento de
oportunidades con mayores posibilidades de prosperidad económica. Dentro de estos
movimientos sociales se destacan los pacifistas, la lucha antiracial y la feminista, misma que
logra avanzar en sus demandas de igualdad social. En los años setenta, algunos sectores
feministas radicalizados sostienen que las mujeres forman un grupo social que padece
condiciones significativas de opresión en la sociedad patriarcal. Varias son las autoras que
hicieron suyo y centraron su análisis en este vocablo, dándole el significado de poder
masculino sobre las mujeres, quedando éstas subordinadas al mismo. Según Kate Millet
(1975), esta forma de poder era más rigurosa que la estructura de clases sociales y
constituía una ideología dominante que había penetrado profundamente en la cultura. El
término fue criticado posteriormente y en algunos sectores desterrado, por considerarse
que su utilización era universalista -abarcaba todo el planeta-, transhistórica -sin
transformaciones o diferencias con el paso del tiempo- ambigua -se usaba en contextos muy
distintos- uniforme y vacua (Lerner, 1990). Carecía de valor explicativo y ocultaba las
diferencias (Benería, 1985; Rubín, 1996). También en esa década surge el llamado
Feminismo de la diferencia, que sostiene que ser diferente es lo que enaltece a las mujeres:
su irracionalidad, su sensibilidad y su sensualidad se ubicarían por encima de los valores
masculinos. También defiende la maternidad y la ética específica de las mujeres.
En ese periodo comienzan a instalarse en la estructura académica de los diversos países del
hemisferio norte los primeros seminarios y departamentos de Estudios de la Mujer, que
institucionalizan la producción teórica y las investigaciones relativas a las mujeres. Así, la
“segunda ola” feminista provocó una mayor conciencia social, al exponer y nombrar el
sexismo en todas las políticas y prácticas que explícitamente discriminaban, basándose en
el sexo de las personas.
Esta segunda ola retó a la población a enfrentar que asuntos tales como el hecho de
restringir el número de mujeres en las escuelas o de pagarles menos que a los hombres por
igual trabajo, no tenían nada que ver ni con lo natural ni con supuestos papeles biológicos
e históricos de las mujeres en tanto esposas y madres, sino que era una forma de
discriminación basada en estereotipos culturales (Palomar, 1999:241). La “tercera ola”
feminista aparece cuando en el mundo académico comienza a surgir el concepto de género
para expresar que las diferencias entre hombres y mujeres son elaboradas culturalmente y,
por lo tanto, son susceptibles de modificaciones y pueden transformarse en nuevas maneras
de vivir los papeles sexuales. Durante los años 80 se llevó a cabo un interesante debate
sobre el concepto género, como instrumento de análisis en las ciencias sociales y
herramienta movilizadora en la práctica política.
Muchas fueron las investigadoras feministas que se adhirieron a aquél con mayor o menor
entusiasmo, pero dotándolo en los primeros tiempos de una interpretación semántica
específica, útil y práctica (Burín y Meler, 1998:27). El género quedó definido como categoría
fundamental de la realidad social, cultural e histórica, y de la percepción y estudio de dicha
realidad (Goldsmith, 1986), que comprende un conjunto complejo de relaciones y procesos
en términos de relaciones intergenéricas e intragenéricas; esto es, estudia las relaciones
entre los sexos y dentro de los sexos (Rosaldo, 1979). Como categoría analítica incluye,
pero trasciende, la definición biológica de sexo; hombres y mujeres son categorías de
análisis socialmente construidas. Género es un conjunto de valores y creencias, normas y
prácticas, símbolos y representaciones acerca de la manera en que se comportan hombres
y mujeres a partir de la diferencia sexual, con significados sociales, psicológicos y culturales
(Rubín, 1996; Lamas, 1996; Barbieri, 1992). Los estudios de género aspiran a ofrecer
nuevas construcciones de sentido para que hombres y mujeres perciban su masculinidad y
su feminidad, y reconstruyan los vínculos entre ambos en términos que no sean los
tradicionales opresivos y discriminatorios, todo ello basado en que el análisis de las
relaciones de géneros contribuirá a establecer condiciones de vida más justas y equitativas
para ambos. Aquí conviene señalar el sentido que tiene la perspectiva de género para la
teoría feminista, pues ésta no busca únicamente el examen de la población femenina, o
incluso el diagnóstico de la condición de género, sino que conecta explícitamente ese
diagnóstico con la búsqueda de caminos para transformar esa situación.
CONCLUSIONES
Los seres humanos no son sólo biología o sólo cultura, sino que individual y
colectivamente se moldean en la interacción entre biología y cultura y muchas
de las significaciones con sus asignaciones e implicaciones, son aprendidas y,
por tanto, transformables