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Martín de Jesús Carvajal Chamorro

Universidad Tecnológica de Bolívar


10/03/2018
EL LADO TRISTE Y SALVAJE DE AMÉRICA LATINA
En 1845 salió a la luz Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas de
Domingo Faustino Sarmiento, libro donde resumía sus ideas en torno al Progreso y la esencia
de América, particularmente de Argentina. En su resumen del pensamiento del ex presidente
y pedagogo como se presenta en este libro, Marco Urdapilleta-Muñoz y Herminio Núñez-
Villavicencio hacen notar que Sarmiento recurre al determinismo natural dieciochesco, según
el cual “el espacio no dominado por el ser humano permite la formación de una personalidad
instintiva, agresiva, en la que se adhieren el despotismo, la intolerancia y el irracionalismo,
profundamente arraigados en las costumbres y mentes de los latinoamericanos” (2014, 37).
La formación intelectual de Sarmiento lo llevó a esencializar y llevar a su extremo la relación
entre espacios y seres humanos: los seres de ciudad eran la encarnación de la civilización, el
ejemplo de orden, rectitud y raciocinio, mientras que los humanos más cercanos a la
naturaleza eran la barbarie, la materialización de la anarquía y la sinrazón. El espacio natural
americano, para Sarmiento, era un caos agresivo, una maraña irrefrenable de violencia que
el ser humano, particularmente el blanco europeo, estaba en obligación de domesticar. A un
siglo de separación de estas ideas, su peso en el pensamiento y la cultura de América Latina
podía sentirse, pero no siempre de la forma maniquea de Sarmiento. Cuentos como “A la
deriva” (1917) de Horacio Quiroga, “El hombre de la esquina rosada” (1927) de Jorge Luis
Borges y “Los fugitivos” (1946) de Alejo Carpentier, son historias donde los matices de la
postura frente a la barbarie, la civilización y el espacio americano se representan de forma
más clara.
“A la deriva” es un relato corto en tercera persona sobre un hombre mordido por una
serpiente y su vano intento por cruzar la selva uruguaya para llegar a la ciudad y curarse.
Plinio, un campesino, tiene un funesto encuentro con una yaracacusú y regresa a su casa para
descansar. Al ver que el veneno de la víbora sólo progresa, él se va en chalupa sin
comunicarle nada de su problema a su esposa, Dorotea, e intenta navegar hasta la ciudad de
Tacurú-Pucú, pero muere mucho antes de llegar. En su poca extensión, el lector observa sólo
cuatro agentes: Plinio, el campesino y protagonista, la serpiente que lo muerde, su esposa, a
quien no le comunica nada de lo que le ocurre, y la selva atravesada por el río Paraná que se
convierte en su tumba.
Al principio, “A la deriva” representa un paisaje americano atosigante y peligroso que
poco a poco va mermando los nervios, la salud y la razón de su protagonista. La muerte de
Plinio está directamente asociada a su malestar fisiológico: el veneno convierte su pierna en
una masa gangrenosa y lo priva lentamente de su capacidad para sentir y saborear, al tiempo
que la inmensidad y las enormes distancias de la selva lo alejan de casi todo elemento humano
y de civilización. Plinio nunca llegará a la ciudad, porque el solo hecho de haberse quedado
en la selva uruguaya lo condenó a morir allí. De hecho, el narrador transforma al río Paraná
en un ataúd acuático, recargado de adjetivos mortuorios:

El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien
metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros
Martín de Jesús Carvajal Chamorro
Universidad Tecnológica de Bolívar
10/03/2018
bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados,
detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en
incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un
silencio de muerte.

Pero terminada esta descripción, de inmediato hace notar que “[a]l atardecer, sin embargo,
su belleza sombría y calma cobra una majestad única”. En consonancia con esta quietud, la
muerte de Plinio no es un culmen grotesco y aterrador, como se hubiera esperado de su pierda
gangrenosa, sino que se asemeja más a un adormecimiento: milagrosamente comienza a
sentirse bien, pierde el tacto, rememora con nostalgia algunos hechos de su vida, y el paisaje
se transforma para dar paso a un “cielo [que] se abría ahora en pantalla de oro”, un río
“coloreado”, y un monte que “dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes
efluvios de azahar y miel silvestre”. A pesar de que Plinio siente frío de repente justo antes
de fallecer, su muerte es rápida e indolora. El río y el paisaje le ofrecieron unos últimos
minutos esplendorosos antes de recordarle que estaba ahí para morir de una vez por todas.
La barbarie americana en “A la deriva” está, así, encarnada en la naturaleza, un ataúd remoto,
alejado de la urbe, tan implacable como es manso, a la vez mortífero y seductor.
Si “A la deriva” se centra en lo que el paisaje americano le hace al individuo, “El hombre
de la esquina rosada” versa sobre la manera como una sociedad se construye en torno a la
barbarie gracias a dicho espacio. Las pampas argentinas y los gauchos son los protagonistas
de esta historia, donde un narrador en primera persona, sin nombre, cuenta el modo en que
Francisco Real, norteño, es asesinado luego de hacerse pasar por el más “guapo” de todos los
hombres del barrio de Villa Santa Rita, es decir, el más agresivo y mandamás. Los guapos
tienen poder, se llevan a las mejores mujeres, actúan como tiranos benevolentes, pero su
mundo es inestable e impredecible, lleno de habladurías y de giros inesperados. El narrador,
por ejemplo, implica al final de la historia que él mató a Real, pero nada en su relato parecía
presagiar aquel final sorpresa, y a lo largo de la narración se enfatiza la “soberbia” de los
personajes para luego demostrar cómo se limita a fanfarronear.
Es posible deducir que el narrador miente y que él es tan sólo un reflejo más de las
condiciones en las que ha crecido, pero contrario a lo que un lector moderno esperaría, no
recurre a argumentos sociológicos ni psicológicos, sino que su explicación involucra a la
pampa que circunda a Villa Santa Rita:

Me quedé mirando esas cosas de toda la vida —cielo hasta decir basta, el arroyo que
se emperraba solo ahí abajo, un caballo dormido, el callejón de tierra, los hornos—
y pensé que yo era apenas otro yuyo de esas orillas, criado entre las flores de sapo y
las osamentas. ¿Qué iba a salir de esa basura sino nosotros, gritones pero blandos
para el castigo, boca y atropellada no más? Sentí después que no, que el barrio cuanto
más aporriao, más obligación de ser guapo.

La palabra que utiliza para describirse a sí mismo, “yuyo”, se refiere a la mala hierba o la
maleza, lo que explicita la identificación, incluso igualación, del narrador con esa naturaleza
Martín de Jesús Carvajal Chamorro
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10/03/2018
a la que llama “basura” y a la que él asocia tanto con el orgullo de los gauchos como con su
capacidad para la violencia. No hay un contraejemplo positivo a lo largo de todo el relato,
nada que implique que un gaucho puede ser otra cosa que un hablador o un guapo viniendo
de la pampa. Tanto el espacio natural americano como los humanos que lo habitan aparecen
caracterizados de manera negativa y Borges hace eco del determinismo natural de Sarmiento.
“Los fugitivos” (1946) nos presenta una opinión distinta, con una resolución relativamente
“feliz” para uno de sus protagonistas y una postura más a favor del predominio de la barbarie.
Aquí, existe un contraste básico entre una civilización apoyada en la religión y las
plantaciones y una barbarie representada por todo lo salvaje, jíbaro, que habita en la selva
cubana. A pesar de que el espacio es descrito en abundancia, este actúa como complemento
de los personajes y no como determinante. Las acciones que ellos ejercen sobre el espacio
son los verdaderos causantes del cisma entre civilización y barbarie al proliferar injusticias y
violencia. En este relato, Carpentier explora la transformación de un perro, llamado
simplemente “Perro”, en jíbaro, de animal doméstico a silvestre, junto a la transformación de
un esclavo africano en cimarrón, también llamado solamente “Cimarrón”. El animal es
enviado a matar al esclavo, pero no tarda mucho en unírsele en la vida fuera del ingenio. En
este contexto, la guerra entre la civilización y la barbarie comienza con la civilización, la cual
engendra una respuesta agresiva mediante su administración injusta de la violencia a través
de la esclavitud y el ingenio. A pesar de que sus modos aparentan el recato y la cortesía, en
realidad es peligrosa y Perro así lo reconoce. Los “bárbaros” se unen para escapar de la
violencia de la civilización y eso es lo que los une:

—¿Te vas conmigo? —preguntó Cimarrón.


Perro lo siguió dócilmente. Allá abajo había demasiados látigos, demasiadas
cadenas, para quienes regresaban arrepentidos. […] Ahora Perro estaba mucho más
atento al olor a blanco, olor a peligro. Porque el mayoral olía a blanco, a pesar del
almidón planchado de sus guayaberas y del betún acre de sus polainas de piel de
cerdo. Era el mismo olor de las señoritas de la casa, a pesar del perfume que
despedían sus encajes. El olor del cura, a pesar del tufo de cera derretida y de
incienso, que hacía tan desagradable la sombra, tan fresca, sin embargo, de la capilla.
[…] Había que huir ahora del olor a blanco. Perro había cambiado de bando (1946,
4)

En la selva, Perro encuentra peligros, pero también la posibilidad de una convivencia libre,
exenta de castigos, una complicidad tácita apoyada en haber recibido los abusos de la
civilización y en la capacidad de desafiarla. De hecho, el lazo que mantienen sólo se rompe
cuando Perro recuerda sus obligaciones con los amos: “Al fin, Cimarrón dio un paso,
adelantando una mano blanda hacia su cabeza. Perro lanzó un extraño grito, mezcla de
ladrido sordo y de aullido, y saltó al cuello del negro. § Había recordado, de súbito, una vieja
consigna del mayoral del ingenio, el día que un esclavo huía al monte” (11). Mientras que
en los “Los fugitivos” la civilización crea divisiones y relaciones basadas en la hipocresía, es
la barbarie la que tiene la posibilidad de crear alianzas entre quienes la comparten.
Martín de Jesús Carvajal Chamorro
Universidad Tecnológica de Bolívar
10/03/2018
A lo largo de estos cuentos pudimos observar actitudes divergentes en torno a la relación
entre el espacio natural americano y la dicotomía civilización-barbarie. Mientras que en el
relato de Borges hay una condena al paisaje americano por el papel que en la formación del
bárbaro, en el de Quiroga existía un terror acompañado de fascinación, e incluso admiración,
por ese paisaje como promotor de la barbarie. Carpentier, entre tanto, se alejó del
determinismo natural para poner el foco en las acciones de los seres vivos de su relato y creó
un paisaje limitado a complementar dichas acciones, premisa bajo la cual condena el proceder
de la civilización como originador de la barbarie en primer lugar.

BIBLIOGRAFÍA
Borges, Jorge Luis. (1927). “El hombre de la esquina rosada”. Recuperado el 27 de Marzo
de 2017, en http://www.literatura.us/borges/rosada.html
Carpentier, Alejo. (1946). “Los fugitivos”. Recuperado el 27 de Marzo de 2017, en
http://fierasysabandijas.galeon.com/enlaces/fugitivos.pdf
Núñez-Villavicencio, Herminio & Urdapilleta-Muñoz, Marco. (Abril a Junio de 2014).
“Civilización y barbarie. Ideas acerca de la identidad latinoamericana”. (pp.). La colmena,
(82), pp. 31-40.
Quiroga, Horacio. (1917). “A la deriva”. Recuperado el 27 de Marzo de 2017, en
http://ciudadseva.com/texto/a-la-deriva/

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