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Fuentes................................................................................................................................ 2
Presentación........................................................................................................................3
Fuentes
Henri Wallon, La vie mentale, Messidor/Éditions Sociales, París, 1982. Traducción castellana: La vida mental, Editorial
Crítica, Barcelona, 1985.
Henri Wallon, L’Evolution psychologique de l’enfant, Librairie Armand Colin, París, 1968. Traducción castellana: La
evolución psicológica del niño, Editorial Crítica, Barcelona, 1976.
Rene Zazzo, Psychologie et Marxisme, Editions Denöel, 1975. Traducción castellana: Psicología y marxismo: la vida y la
obra de Henri Wallon, Pablo del Río Editor, Madrid, 1976.
Presentación
El objetivo de esta selección de textos es suministrar los materiales básicos para apreciar la concepción
walloniana de la psicología globalmente. Esto es lo que puede tener mayor trascendencia de cara al
desarrollo de la cosmovisión proletaria de la evolución psicológica. Si Wallon centra sus intereses en el
estudio de la infancia, lo hace desde una perspectiva genética y evolutiva que enlaza así con la perspectiva
de la transformación revolucionaria de la psicología. El conocimiento del adulto a través del niño puede bien
proporcionarnos muchas claves imprescindibles, pues en el fondo de lo que se trata es de qué tipo de adulto
es el resultado del desarrollo desde la infancia. De esta manera, la lectura de los materiales que aquí
publicamos puede servir de base para una mayor profundización en esta dirección, tanto en los escritos de
Wallon o sus discípulos como Zazzo, como en otros autores.
En cuanto a la presentación de los textos, hemos procurado mejorar la estructuración dada a los textos
fragmentarios que componen La vida mental, poniéndoles una numeración y creando algún apartado nuevo
cuando resultaba imprescindible, procurando los menores cambios posibles en este sentido. Los textos de
Zazzo se han numerado respetando su orden en Psicología y marxismo y se han dividido en apartados que
mayormente estaban esbozados en la edición original, en la que para establecer las separaciones
simplemente se dejaban varios renglones en blanco.
Roi Ferreiro
02/04/2009
La vida mental es uno de los títulos importantes de la literatura psicológica. Esta obra ha sido y
es una de las grandes síntesis de la psicología moderna. Pero, por razones de orden
circunstancial, hasta hoy no ha llegado a conocimiento del gran público, al que, de hecho, su
autor había destinado. En 1982 apareció una reedición francesa, de la que ahora ofrecemos la
traducción castellana.
Henri Wallon (1879-1962) es, junto a Freud y Piaget, uno de los grandes fundadores de la
psicología científica, de la concepción moderna del psiquismo humano. Es, también, el gran
psicólogo marxista en lengua francesa.
De la medicina a la psicología
La obra psicológica de Wallon es considerada de acceso difícil, acaso porque en ella se refleja,
en un estilo deseoso de expresar toda la complejidad de lo real, la experiencia del médico
formado en el método neurológico a la vez que la intrepidez intelectual derivada de una
formación filosófica. Dado que se atiene a datos más recientes de la neuropatología y que sus
hipótesis revisten carácter innovador, todavía hoy se sitúa en la extrema vanguardia de las
investigaciones actuales. De hecho, Wallon siempre sostuvo que «imaginar es el primer deber, el
segundo verificar».
Importancia de Wallon
La obra de Wallon, tanto por su posición en la historia de la psicología como por su valor
intrínseco, tiene un alcance incomparable. Desde el primer punto de vista, Wallon ocupa un lugar
intermedio, juega un papel de eslabón entre Freud, inventor del psicoanálisis, y Piaget, el
creador de la epistemología genética. En cuanto al segundo aspecto, la importancia capital de
Wallon consiste en la elaboración de una psicología interdisciplinaria y total, en la que un
método, a la vez genético y comparativo, proporciona el doble resorte.
Indudablemente, Wallon es el gran psicólogo de la infancia que se dedica a estudiar todos sus
aspectos, biológico y social, afectivo y cognoscitivo. Pero la psicología genética también es, a su
Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - cica_web@yahoo.com - http://www.geocities.com/cica_web
Una psicología genético-dialéctica. El pensamiento de Henri Wallon Pág. 5
modo de ver, más que la psicología del niño, constituye el método mismo de una psicología
general concebida como conocimiento del adulto a través del niño. Puesto que el conocimiento de
una estructura, de una formación madurada sólo puede ser obtenida mediante el análisis de su
génesis, del movimiento que la ha producido. El mecanismo de una función psíquica, al igual que
el modo de producción de una formación económica, sólo puede ser comprendido a través del
estudio del desarrollo, de la historia de la que es el resultado. Comprender es siempre recuperar,
reflejar, reproducir en el pensamiento el movimiento que ha producido la propia cosa.
Al propio tiempo, según Wallon, el estudio de un tipo particular de génesis implica la toma en
consideración de las analogías y de las diferencias que presenta su movimiento con otras formas
de proceso más o menos entroncadas con él. De modo que el estudio del niño, y del adulto a
través del niño, presupone el estudio del animal, del retrasado mental, de las formas arcaicas del
pensamiento salvaje. De suerte que el método genético es ipso facto comparativo: consiste en
comprender la génesis de las estructuras, no asimilando, sino más bien diferenciando, diversos
tipos de procesos, cuyas velocidades y cuyos puntos de llegada son de lo más variado.
Estas ideas no están en absoluto pasadas de moda, siguen estando en la vanguardia misma de
los progresos recientes de los métodos de la psicología. Ciertos psicólogos vuelven a insistir en la
idea que un conjunto en movimiento, puesto que es un conjunto de variables en interacción, no
puede ser comprendido por simple disociación en variables elementales, en factores
independientes, sino más bien mediante la comparación con otros conjuntos del mismo tipo o de
tipo similar. Tal es el principio de técnicas tan sofisticadas como el análisis multivariado, que no
es el momento de definir aquí.
Wallon y Piaget
El método que consiste en restituir el movimiento del objeto total se contrapone, en cuanto a la
metodología de las ciencias, a aquel que se funda en la definición operacional de un conjunto
restringido de variables independientes. Este segundo método forma parte de una tradición de
pensamiento que pasa por Descartes y Claude Bernard, mientras que el primero se inscribe en la
corriente del pensamiento dialéctico. Wallon se inserta claramente en este último, al considerar
que la psicología genética, por el hecho de implicar conjuntos en movimiento, precisa de esta
metodología del todo o nada: el único conocimiento posible es el del objeto total, del conjunto
exhaustivo de las variables en interacción-conflicto.
Parece bastante claro que es en este corte epistemológico donde reside el trasfondo de la
desavenencia jamás superada entre Wallon y Piaget en el terreno de la psicología del niño.
Ambos conceden, ciertamente, una importancia primordial al movimiento muscular en la génesis
de la vida mental. Y en este sentido tanto el uno como el otro son pensadores materialistas. Pero
sobre tal base, Wallon desarrolla una concepción de conjunto del psiquismo enfocada bajo el
doble aspecto afectivo e intelectual. En tanto que Piaget, al fijar su atención exclusivamente en
la segunda de las variables, construye una psicología de la inteligencia. De hecho, el
descubrimiento genial de Wallon consiste en un análisis completo, y nuevo en su tiempo, de las
componentes funcionales de la motricidad. En primer lugar, el movimiento muscular entraña una
función efectora (exterofectiva) aplicada al dominio del objeto físico y origen de la inteligencia.
Pero también comprende en el ser humano una función expresiva (propiofectiva), dirigida hacia
el sujeto humano, y base de la afectividad. Además, sucede que la aparición de la segunda
función precede genéticamente a la primera, a la que proporciona su verdadera base de
asentamiento.
Piaget, en cambio, se ampara en el tópico, casi universal en la época y aún vigente, que
consiste en considerar únicamente la función efectora del movimiento, la cual lógicamente no
puede conducir más que a una psicología de la inteligencia. Pero de este análisis parcial resulta,
de hecho, una perspectiva ilusoria sobre la naturaleza de la variable tomada en consideración,
incluso un cierto número de distorsiones que conciernen a su estatuto teórico y funcional. Rotos
los vínculos con la otra función más primitiva, no cabe sino una interpretación tergiversada.
Ese prejuicio reductivo entraña una descripción del desarrollo intelectual que, aunque marcando
fuertemente el acento sobre el carácter activo del proceso de conocimiento, tiende a minimizar el
rol del factor afectivo-social en su formación. También es inevitable que esa descripción se
incline a valorizar la noción de equilibrio, en detrimento de la de conflicto.
Al respecto, acaso sea una trivialidad invocar, como suele hacerse en descargo de Piaget, el
derecho que ampara al investigador de sólo tener en cuenta las variables que le interesan.
Imaginemos un jugador de bridge que en las partidas que juega durante toda una tarde decide
no interesarse más que en sus tréboles, por ejemplo. En el supuesto que gane algunas partidas,
es evidente que los inconvenientes de su táctica no tardarán en aparecer.
Wallon y Freud
Freud es el otro gran interlocutor de Wallon. Durante más de cuarenta años, éste mantendrá a
lo largo de toda su obra un diálogo ininterrumpido con el inventor del psicoanálisis.
Posiblemente, sea lícito preguntarse si ese texto de una claridad algo esotérica excluye o
implica el reconocimiento del inconsciente psíquico del que Freud ha encontrado la clave. Cuando
menos puede parecer una especie de reproche velado a Freud por haber elaborado un
inconsciente puramente psíquico, carente de todo nexo, en particular del orgánico.
De hecho, Freud y Wallon, partiendo de una formación may similar de neurólogo y médico, han
seguido, como consecuencia de su inclinación por clientelas diferentes, evoluciones dispares.
Freud se vio obligado a abandonar el terreno de la neurología para crear la terapéutica de las
neurosis, en tanto que Wallon sigue anclado en las categorías neurológicas que al parecer le
impone su consulta de niños retrasados y turbulentos.
Wallon y la dialéctica
Parece que las nociones clásicas de la dialéctica materialista expresadas por Engels en términos
de ley de interpenetración de los contrarios y de ley de la negación encuentran sus equivalentes
en las grandes obras de Wallon bajo la forma respectivamente de un principio de integración y
de un principio de alternancia funcional.3
1
No cale la posibilidad aquí de aportar más detalles sobre este complicado tema. Véase E. Jalley, Wallon lecteur
de Freud et Piaget, Éditions Sociales, París, 1981, pp. 153-158.
2
Es cierto especialmente en lo que concierne a la cuestión de las psicosis infantiles.
3
E. Jalley, op. cit., pp. 299-309.
La vida mental es la obra de Wallon donde la cuestión de las relaciones entre psicología y
dialéctica es mencionada de una forma más consistente, y a tenor de una pauta de pensamiento
tan clara como profunda. Al respecto cabe destacar particularmente dos largos pasajes.
En el primero, Wallon insiste acerca del rol de los «conflictos dialécticos» en la génesis de las
etapas del psiquismo. Tal como lo enfoca, el conflicto constituye el modo de transición de una
etapa a la siguiente, a la vez que el modo de estructuración propio de cada etapa. De forma que
el conflicto es a un tiempo, y contradictoriamente, factor de ruptura y factor de equilibrio. Ese
doble carácter, sucesivo y simultáneo4, genético y estructural, del conflicto se cristaliza en el
pensamiento walloniano en lo que puede llamarse el esquema filiación-oposición: las funciones
integradas por cada estadio, por ejemplo la representación y la emoción, mantienen una doble
relación de filiación y de oposición. Utilicemos una comparación de orden familiar: en una familia,
la relación de filiación entre hijos y padres no excluye siempre, sino que a menudo implica el
conflicto.
En opinión de Wallon el equilibrio sólo puede resultar del conflicto, mientras que Piaget concibe
el equilibrio como si se produjera en cierto modo por sí solo, por una especie de tendencia
interna. En otro orden de ideas, el conflicto freudiano no parece ser del mismo tipo dialéctico que
el conflicto walloniano. Sin duda, en el psicoanálisis, el conflicto contribuye a la estructuración del
sujeto, conduce a la producción de nuevas instancias. De esta manera el superyó se forma a
modo de instancia que integra la superación del conflicto edípico. Pero también existe en Freud
una acepción más restrictiva de la noción de conflicto, en tanto que fuente, en la composición de
las fuerzas en presencia, de «formaciones de compromiso»: actos fallidos, pero sobre todo
síntomas neuróticos. El conflicto se expresa entonces dentro de una especie de equilibrio, activo
aunque inmóvil, de las fuerzas en presencia, excluyendo por su propia estructura cualquier
posibilidad de superación ulterior.5
Lo que no impide que el segundo texto importante de La vida mental referente a la dialéctica
lleve a Wallon a un acercamiento cuanto menos audaz entre el psicoanálisis y el marxismo. A
propósito de un largo razonamiento sobre la vida afectiva, refiere el concepto freudiano de
ambivalencia al principio de la «conexión de los contrarios», cuya formulación atribuye a Marx y
de paso también busca otras ilustraciones, por ejemplo, en el terreno de la neurofisiología. En
este contexto llega a integrar ambas nociones, hasta el punto de utilizar la asombrosa expresión
de «la ley de los contrarios o de la ambivalencia» (p. 216). En el conjunto de la obra, Wallon
recurre ampliamente, en el plano de la descripción concreta de los hechos psíquicos a esta ley de
los contrarios.
Actualidad de Wallon
4
Esto es diacrónico y sincrónico, en términos técnicos.
5
Salvo por intervención terapéutica.
Las ideas de Wallon también han influido en un cierto número de psicoanalistas célebres,
pertenecientes, de hecho, a diferentes tendencias teóricas: Spitz, Winnicott, e incluso Lacan, en
el que se vislumbra a través de bastantes referencias de una parte de su obra un auténtico
«freudo-wallonismo» (R. Zazzo).
La vida mental es el título del tomo octavo, publicado en 1938, de la Encyclopédie française
(1934-1939). Este volumen, consagrado a la psicología, es un trabajo colectivo dirigido por Henri
Wallon, con la colaboración de unos treinta autores, entre ellos el psicoanalista Jacques Lacan.
La contribución de Wallon en La vida mental representa una parte considerable, casi una cuarta
parte de esta obra redactada en común. Concierne, esencialmente, a la psicología del niño, pero
tratada desde una óptica interdisciplinaria, recurriendo a distintos dominios de la psicología. No
forma una serie continua, pero constituye el aglutinante básico de la obra, distribuida por los
principales puntos de articulación de su armadura.
Ahora bien, extraídos del edificio colectivo y reagrupados, los textos de Wallon aparecen,
sugestivamente, como un todo bien trabado, siguiendo un plan riguroso y perfectamente legible,
en una palabra, como una especie de libro dentro del libro.
Sucede que este libro, en cierto modo oculto en el interior de otro mayor, reúne dos cualidades
relevantes que invitan a concederle un espacio mucho más amplio en el conjunto de la obra de
Wallon.
La segunda consiste en que La vida mental representa una síntesis exhaustiva, el inventario
completo de las concepciones de Wallon en el conjunto de los campos de la psicología: psicología
genética sin duda, pero también neurofisiología, psicología animal, psicopatología del niño y del
adulto, estudio experimental de las grandes funciones y psicología del adulto normal, e incluso
psicología escolar, psicología social, psicología del anciano, sin olvidar la amplitud de las
indagaciones de orden metodológico y epistemológico.
De modo que podemos afirmar que La vida mental representa la obra más completa y al propio
tiempo la más accesible de Wallon.
Por su fecha de publicación, La vida mental señala una etapa intermedia en la elaboración de la
obra de Wallon. Esta fecha sitúa la obra a medio camino de las obras anteriores: L'enfant
La psicología de Wallon consiste esencialmente en una teoría de los estadios del desarrollo de la
personalidad infantil. La personalidad es una construcción progresiva, en la que se realiza la
integración, según relaciones variables, de dos funciones principales: la afectividad, por un lado,
vinculada a las sensibilidades internas, y orientada hacia el mundo social, la construcción de la
persona; la inteligencia, por otro lado, vinculada a las sensibilidades externas, y orientada hacia
el mundo físico, la construcción del objeto.
El desarrollo de la personalidad progresa según una sucesión de estadios, cada uno de los
cuales constituye un conjunto original de conductas, caracterizado por un tipo particular de
jerarquía entre esas dos funciones. De tal forma que se instituye una alternancia entre dos tipos
de estadios: unos caracterizados por la predominancia de la afectividad sobre la inteligencia,
otros por la predominancia inversa de la inteligencia sobre la afectividad. El tránsito de un
estadio a otro presenta un aspecto discontinuo, lo que, sin embargo, no excluye la continuidad
global del desarrollo. Esta continuidad se expresa particularmente en los fenómenos de
superposición: los estadios de predominio afectivo comportan, de forma subordinada, una
evolución de las conductas intelectuales y viceversa.
importancia considerable; y en el plano intelectual el niño rebasa el mundo de las cosas para
alcanzar el mundo de las leyes.»
Sumario*
Una Introducción general muy larga se consagra a definir el objeto y los métodos de la
psicología. Este texto no es el único que Wallon ha dedicado a las cuestiones de orden
metodológico y epistemológico (1934, 1941, 1942, 1945). Pero es, a considerable distancia de
los demás, el más extenso de todos, también el que abarca el círculo más vasto de problemas.
Esta introducción aborda cuatro puntos distintos.
Sigue a continuación una crítica de la introspección y del sustancialismo que conduce a revisar
toda la psicología de la conciencia, incluyendo también la forma más sutil del paralelismo
psicofisiológico, a favor de una «psicología de la eficiencia». Estas ideas, aunque situadas en un
determinado contexto histórico, de hecho, conservan una gran actualidad.
Una conclusión general sobre «los verdaderos y los falsos problemas», suscita cuestiones de
orden epistemológico y metodológico que enlazan con las que se tratan en la introducción
general.
6
Tran-Thong, Stades et concept de stade de développement de l'enfant dans la psychologie contemporaine, pp.
280 ss.
*
Para esta edición hemos suprimido las partes que detallan la estructura de la obra y reproducido solamente las
que versan sobre la Introducción general y las Conclusiones finales.
A decir verdad, todo el edificio de la ciencia puede ser llamado mental. Es precisamente la tesis
del idealismo: el conocimiento sólo nos permite encontrar estados de conciencia, construcciones
intelectuales, testimonios sensoriales y, por consiguiente, es en ellos donde cabe buscar el
principio y el fin de toda realidad. En esta realidad el idealista, empero, consiente en distinguir,
por un lado, lo que parece opuesto a la conciencia, porque es exterior a ella, por otro lado su
propia actividad; por una parte las ciencias concretas, cuyo objeto parece que lo proporciona la
experiencia; por otra las ciencias formales, cuyo objeto es la actividad que da forma a la
experiencia.
Todavía, hace muy poco, H. Delacroix (Nouveau Traité de psychologie, V) cotejaba y distinguía
la lógica y la psicología en los siguientes términos:
La psicología del pensamiento está en el tiempo, la lógica fuera del tiempo ... El objeto del
estudioso de la lógica, es la necesidad lógica considerada en sí misma, al margen de la duración y al
margen de cualquier pensamiento actual y actuante. El objeto del psicólogo, en cambio, es la
operación activa que se desarrolla en el tiempo, y que alcanzará su meta o la errará, según observe
o no, en el orden de sus operaciones, el orden lógico intemporal ... A la psicología no le compete la
justificación ni el origen de ciertas leyes muy generales del pensamiento, esenciales a todo
pensamiento, imprescindibles para que el pensamiento pueda funcionar. Lo que se llama las
categorías queda fuera de su campo, porque lejos de poder explicarlas, se limita a presuponerlas, y
se detiene en la teoría del conocimiento. La psicología estudia únicamente el juego de las formas en
la conciencia individual, su adaptación a la experiencia de cada uno de nosotros.
De manera que la psicología sería en cierto modo consecutiva a la lógica, cuyo orden eterno y
necesario se limitaría a expresar por medio ele actividades individuales que se desarrollan en el
tiempo y están sujetas a las vicisitudes del error. Psicología del pensamiento, se dirá pero ¿es
que hay otras? Seguramente, aunque bastará con sustituir lógica por instinto, o por cualquier
otro vocablo apropiado, para aplicar a todos los aspectos de la vida psíquica el mismo tipo de
explicación. Eso es lo que hizo Bergson. Poniendo en lugar de las intuiciones de la razón la
intuición del élan vital, sin duda llegó a conclusiones contrarias: denunció la ciencia como una
falsificación de la realidad e identificó la realidad con las aspiraciones del instinto. Pero este
cambio de frente no hace sino mostrar mejor lo que hay de idéntico en las concepciones de los
psicólogos que parten de lo mental o de lo psíquico. Su psicología no encuentra un terreno que le
sea propio entre los de las ciencias concretas. Planea por arriba porque es la expresión inmediata
de los principios del conocimiento o del ser.
Entre las actitudes idealista y organicista obviamente no puede haber mayor antagonismo. Los
principios invocados son, en la primera, un orden o una finalidad que preexiste a los efectos; en
la segunda, elementos simples, cuyas sucesivas combinaciones se ordenan mecánicamente. La
psicología, en un caso, tiene por objeto lo que realizan potencias en cierto modo anteriores a la
experiencia; en el otro, un simple fragmento de la realidad experimental, tanto más subordinado
cuanto que la cadena de sus condiciones anteriores es más larga, confiriendo a los hechos, en
mucha mayor medida, figura de epifenómenos. Es, pues, bastante sorprendente que, a tenor de
las conveniencias del objeto, cada uno de esos puntos de vista pueda, como a menudo sucede,
ser alternativamente adoptado en la misma obra o por el mismo autor. Tienen, no obstante, en
común un cierto carácter sustancialista y deductivo, puesto que ambos remiten los datos de la
experiencia a las propiedades de una realidad inicial y fundamental.
O sea, que para no tener que pronunciarse sobre la naturaleza esencial del ser, cuestión
metafísica por excelencia, numerosos psicólogos y sabios afirman que sólo existe un problema
que concierna a la ciencia: el de las relaciones que es posible discernir y medir en el campo de
los hechos observables, esto es, en lo que es sensible, o ha sido convertido en sensible, a través
de técnicas apropiadas a nuestra percepción. De manera que nuestros estados de conciencia de
nuevo se convierten en la envoltura que nuestro saber jamás llegará a rebasar. Acerca de la
naturaleza de las cosas, de la significación de la vida, de las relaciones de la conciencia y del
universo: agnosticismo. La ciencia es un simple sistema de métodos y de procedimientos para
prever o provocar la aparición de determinados efectos. Las leyes científicas son simples
construcciones intelectuales mejor logradas que otras. Se admiten por pura comodidad, no por
su veracidad, puesto que no hay criterio para evaluarla. En pugna con lo desconocido que lo
cerca, las hipótesis del hombre, nunca serán más que meras hipótesis.
De modo que es puesta en duda la validez de la ciencia, e incluso sus progresos se vuelven a
menudo contra ellos; y aunque sus propios descubrimientos le impongan la necesidad de ajustar
los hechos a las teorías, de profundizar sus perspectivas y de centrarlas de diferentes formas,
todo ello es aportado como prueba de su impotencia para aprehender lo real. Puesto que la
incertidumbre esencial que se atribuye a su proceder es una posición moralmente insostenible y
el problema de la cosa en sí vuelve a aparecer como es lógico, bajo una u otra forma. Lo que se
pretende incognoscible sirve para reafirmar la necesidad de fuerzas místicas, cuya influencia, una
vez aceptada, no se detiene en los confines del saber científico, sino que delinea sus perfiles a su
manera. La psicología es la primera que sufre sus deformaciones, puesto que su campo de acción
es la zona en la que el hombre se une a las cosas. Por su excesiva prudencia, esa actitud de
renuncia, que es particularmente la del criticismo y la del positivismo, da como resultado una
concepción de la objetividad meramente pasiva y, por ello, subjetivista.
Las impresiones que el hombre recibe del mundo exterior no deben ser sólo estudiadas desde
dentro. Al más bajo nivel hay la excitación, y la reacción motriz que la acompaña
inevitablemente. Y la experiencia muestra que la reacción se modifica en la medida que no
concuerde exactamente con la situación de la que procede la excitación. Una discordancia
persistente sólo podría acarrear la desaparición del ser que la presentara. Reacción de un nivel
superior, tampoco la percepción es un dato en bruto, es un ajuste, en cierto modo experimental,
que se limita a ultimar su reconocida concordancia con la realidad. Un disentimiento sistemático,
por parcial que sea, en los casos de alucinación, por ejemplo, acarrea tales desórdenes en la
conducta que el sujeto debe ser muy a menudo confiado al cuidado de los demás. En definitiva,
es la misma incesante adecuación a lo real que se opera en las construcciones intelectuales de
las que la ciencia surge.
Esta progresión está inscrita en el sistema nervioso. En cada una (le sus escalas, en cada una
de sus etapas, implica la realidad del mundo exterior, medida, como entre los dos extremos de
un compás, por la acción conjugada de las impresiones aferentes y de las realizaciones
eferentes. Medida que puede, con arreglo al nivel de actividades en juego, limitarse
estrictamente a la coyuntura presente o, por el contrario, evocar sistemas de alcance más
profundo y de consecuencias más lejanas. Medida que capta de lo real todo cuanto puede captar
en las condiciones de la experiencia actual.
Y el conocimiento científico en sus diferentes grados de desarrollo prosigue ese mismo trabajo.
La realidad que alcanza es la que responde a los medios de investigación desplegados. ¿Cómo
exigir todavía más? Con técnicas apropiadas explorará horizontes más distantes o estructuras
más íntimas. Sus progresos no han aminorado su ritmo, antes al contrario. ¿Por qué
contraponerle la cosa en sí, cuando no sólo no cesa de ganar terreno en el conocimiento de las
cosas, sino que además se ha mostrado capaz de reformar los supuestos cuadros a priori de la
experiencia y del conocimiento humanos para adaptarlos a su objeto y que, ya la historia y la
psicología nos aportan el presentimiento de su relatividad a través de la evolución mental de las
sociedades y de los individuos?
En este cuerpo a cuerpo, las fuerzas de la naturaleza sólo se revelan a la ciencia si ésta es
capaz de oponerles fuerzas equivalentes o superiores para tomarles el pulso o dominar sus
efectos. Es esencialmente acción. Si debe captar en la naturaleza misma las fuerzas que ésta
despliega es para que ellas sean la prolongación de las que residen en el hombre. Siendo más
diestra, más compleja, menos espontánea y menos inmediata, la acción del hombre sigue
siendo, como en sus reacciones primitivas, una respuesta de las fuerzas íntimas a las fuerzas
externas que acarrea su modificación recíproca. A pesar de los intermediarios entre él y las
cosas, acumulados por sus técnicas, no puede substraerse a su condición que es la de pertenecer
al universo. No está en sus manos hacerse mero espectador pasivo de él. Las imágenes que se
ofrece del universo, la única garantía de eficacia que tienen es la de haber surgido de su contacto
con las cosas. Esta acción recíproca explica, sin duda, que en un grado de alta tenuidad el físico
constate en las fuerzas observadas la alteración producida por las fuerzas necesarias a la
observación. De modo que el análisis del objeto conduce al hombre a encontrar en él las huellas
de su actividad, y a la necesidad de conocer su naturaleza, de medir su pulso. Pero el circuito es
largo.
Si esta actividad del hombre no puede ser aislada de las cosas tampoco puede serlo de la
actividad de los demás hombres. Desde que se eleva por encima de las reacciones que están
inmediatamente vinculadas a la estructura biológica del individuo, implica técnicas, imágenes,
símbolos, un lenguaje, operaciones intelectuales, cuya condición necesaria es la sociedad. El
hombre no puede concebirse al margen de la sociedad sin sufrir mutilaciones. Campos enteros
Si a Auguste Comte le parecía imposible que la psicología pudiera convertirse en una ciencia, es
porque el objeto es modificado por la observación, siendo así que objeto y observación
constituyen una unidad. Es meridiana la analogía con ese principio de indeterminación, que el
estudio del átomo obligara a Heisenberg a reconocer. Pero para la psicología, ahí residía una
interdicción previa y global; en física, por el contrario, se trata de la consecuencia de inmensos
progresos. Un caso está en las antípodas del otro, como los dos infinitos de Pascal. No obstante,
ambos son indicio de una misma necesidad: contar con el hombre como una fuerza que
interviene en todos los efectos o realidades de las que se apropia, aunque sólo sea por la vía del
conocimiento. Es un intento vano, querer, como pretende el behaviorismo de Watson, ignorar la
introspección y la conciencia. La ciencia considerada globalmente no es sino la toma de
conciencia por el hombre del universo. Pero su control experimental es la condición de cada
instante. Si la introspección no puede servir de fundamento a la psicología, como algunos todavía
pretenden, es porque es mero testimonio, mera manifestación psíquica entre otras muchas más
directas y más espontáneas; por eso debe ser encuadrada dentro de un aparato experimental y
crítico tanto más riguroso.
La existencia de gran cantidad de factores cuya acción recíproca es incesante en la vida mental
hace que sea peligroso el empleo de abstracciones que, en la esfera de las ciencias más
antiguas, han permitido constituir series simples e invariables de propiedades y de relaciones de
causas a efectos. La más mínima realidad psíquica se refiere habitualmente a todo un conjunto
de condiciones, cuya significación actual depende, en cada una de ellas, de todas las demás. La
consideración de los conjuntos, el arte de reconocerlos, en los últimos tiempos ha adquirido una
importancia cada vez mayor en la psicología.
El conjunto puede ser una estructura, puede ser, también, una colectividad. En el estudio de
una estructura se trata de especificar la subordinación recíproca de las partes. El determinismo
está en el todo, no en cada uno de los componentes. Ello es fácil de observar en todas las
escalas de la vida psíquica: en una reacción psico-vegetativa, en una percepción, en un
temperamento, en un carácter, en la conducta de un individuo. Ahora bien, el individuo, a su
vez, puede ser restituido al grupo, a la colectividad de la que forma parte, para conocerle mejor
recurriendo a la vía estadística.
Debe también ser representada bajo la forma de conjuntos coherentes. El papel del tiempo es
tan fundamental que nunca debería ser considerado como un cuadro inerte en el que sólo se
irían yuxtaponiendo las manifestaciones de la vida psíquica. Empezando por una simple
excitación, ésta sólo es independiente de su propia duración a partir de una determinada
intensidad. Su eficacia depende de ello, al contrario, de las intensidades liminares, esto es,
apenas suficientes. En los fenómenos de adquisición: costumbre, memoria, aprendizaje, cuyo
ámbito es tan amplio en el desarrollo y constitución de la actividad psíquica, el tiempo se
convierte en la función esencial: es imposible estudiarlos si no se relacionan sus progresos o sus
regresiones con los intervalos y la duración de las repeticiones. Para captar su fisonomía y
expresar el conjunto, la psicología busca en qué tipo de curva -parábola, hipérbola o cualquier
otra- puede inscribirse la sucesión de sus valores numéricos.
Pero el problema puede ser resuelto considerando que, en todos los seres vivos, el momento de
su madurez biológica es algo así como su definición, la ley de su existencia. Desde este punto de
vista, las demás etapas son condiciones o consecuencias que sólo cabe constatar. ¿Hay otro que
permita ir más al fondo de las cosas? Evidentemente surgen interferencias que complican el
aspecto de las diversas etapas. Éstas pertenecen simultáneamente a distintos sistemas o
conjuntos. Se ha insistido mucho acerca de las huellas que la historia de la especie iría dejando
en el individuo: similitud de la ontogénesis y de la filogénesis. Parece, sin embargo, que la
recapitulación es poco fidedigna; que las fases del pasado se alteran y se revocan rápidamente
cuando ya no responden al plan del ser evolucionado; y las semejanzas invocadas son muy
aproximativas.
Influencias actuales también modelan el presente. Se trata, en primer lugar, de las diferentes
actividades que pone en juego y cuyas manifestaciones tienen tendencia a desarrollarse por sí
mismas, como si dejaran escapar al regulador que es la sucesión de etapas a recorrer. Luego el
medio. Él es el que suscita en todo momento las reacciones donde se revelan, se ejercen, se
especifican las posibilidades funcionales. El desarrollo de la vida mental, de hecho, parece
destinado a acrecentar el poder del medio: extiende y diversifica frente al mundo exterior la
superficie impresionable; la ha hecho sensible a las influencias sociales, intelectuales y morales,
que muy a menudo se han convertido en el intermediario de las necesidades físicas y que sirven
para modificarlas o para dominarlas.
Al análisis de esos conjuntos, ¿de qué le serviría la hipótesis de un acontecer creador (Bergson)
o la de los valores trascendentales que darían a la vida del hombre su auténtica significación y
separarían la psicología del bloque de las demás ciencias (Dilthey)? Esa superación metafísica de
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la ciencia sólo podía justificarse con una ciencia que sustituyera el conjunto de la realidad por sus
propios análisis. Por un lado, segregando el tiempo considerado un medio inerte, sólo le cabía
alinear en ella una sucesión de momentos estadísticos, cuyas relaciones meramente mecánicas
no podían explicar la unidad evolutiva, y el tiempo eliminado reaparecía bajo la forma de
finalidad inmanente. Amputando, por otro lado, el objeto de su estudio de los medios de los que
forma parte, esta ciencia se negaba a ver en sus reacciones recíprocas el principio mismo de la
realidad, la realidad en estado germinal, el origen de los cambios conjugados que han modificado
estructuras funcionales y medios. Son las exigencias resultantes de sus relaciones las que
expresan a cada nivel de vida biológica y social los, valores que se imponen al individuo. Los
valores espirituales no escapan a esta ley de relatividad, tal como nos enseña la historia de las
civilizaciones. De modo que el comportamiento del individuo respecto a ellos no obliga a la
psicología a abandonar el dominio de la ciencia que se extiende a las condiciones de existencia
de todo lo que es.
Una actividad pura es, de hecho, inconcebible. No hay actividad que no tenga un objeto. Una
función viene determinada por sus efectos. Para detectarla y medirla hay que ponerla a prueba
con tareas a las que pueda responder: es en lo que consiste el método de los tests. Pero las
tareas que le imponen las circunstancias y la actividad del sujeto, su medio, su profesión, todas
las exigencias de si, vida, a su vez la modifican. El objeto de la actividad reacciona sobre la
actividad misma, y sólo, también en este caso, un estudio diferencial permitirá definirla.
Tras los períodos de reflexión y de pleno ejercicio, se sucede el período de declinación, todavía
más diverso que los demás: a veces rápido y global como consecuencia de la involución
orgánica; pero susceptible de ser retardado por las disciplinas anteriores, los hábitos adquiridos,
las compensaciones interfuncionales y según el objeto o los temas de la actividad. Todas las
funciones no envejecen simultáneamente. La desaparición de unas puede dejar el campo libre a
otras hasta entonces más o menos refrenadas. Algunas actividades, en definitiva, son capaces, a
veces, de desarrollarse por sí mismas. Las obras de vejez de algunos artistas no son, ni mucho
menos, inferiores a las de la edad madura. Menos lastradas por contingencias, son una expresión
más libre y más pura de su genio.
¿El hombre genérico? Nada de eso. Hombres comparados en la totalidad de su vida mental;
similitudes que se van desvelando, habida cuenta de las circunstancias: quizás así se puedan
descubrir ciertas leyes fundamentales del destino humano. La unidad de la naturaleza humana
no se halla en una entidad a priori donde los más heteróclitos contenidos pueden agruparse; hay
que indagar a través de qué vicisitudes se realiza la unidad.
En cuando al análisis, éste también debe proceder de los hechos y de la experiencia. No debe
ser abstracto y convertir a la psicología en una dependencia de la lógica. Consiste en la
comparación dinámica de las funciones entre ellas, en el examen de sus relaciones estructurales,
en la investigación de sus correlaciones, también en la comparación de cada función consigo
misma en el curso de su evolución y según sus motivos de actividad. Pero todavía hay otros
campos de comparación: la psicopatología y la zoopsicología.
Probablemente sea en Francia donde el estudio de la patología mental ha sido más ampliamente
utilizado en la psicología. Inspirándose en Claude Bernard que descubría en las experiencias del
fisiólogo un medio para producir artificialmente los mismos trastornos que la enfermedad, y, en
consecuencia, de detectar sus causas, Th. Ribot pensó que esta especie de identidad
fundamental entre la experimentación y la enfermedad permitía reemplazar la primera, que
habitualmente es impracticable en el hombre, por la segunda. En realidad, el procedimiento es
exactamente a la inversa. Al contrario del método experimental que modifica el efecto
modificando algunas de sus condiciones, aquí hay que partir de la modificación para poder
descubrir sus condiciones. Entre todas las diferencias que pueden distinguir el caso patológico del
caso normal o medio, se trata de reconocer la que es responsable del efecto que debe explicarse.
Para localizarla entre las asociaciones meramente fortuitas de síntomas, para delimitarla entre
los conjuntos a veces masivos de lesiones, a menudo son necesarias gran cantidad de
comparaciones muy minuciosas. Y, para hacer esas comparaciones, habrá que haber encontrado
casos suficientemente parecidos. De modo que la rigurosa aplicación del método es altamente
delicada.
Finalmente el estudio psicológico de los animales es indispensable. Es cierto que aquí, hasta
ahora, sólo hemos hablado del hombre. Y es, en efecto, el hombre el que servirá de eje a esta
exposición sobre la vida mental. Por dos razones: la ciencia es acción más que especulación pura
y, en el dominio de la psicología, lo que despierta mayor interés práctico es captar los motivos y
los mecanismos de nuestra conducta. Por otro lado, es la psicología del hombre, al superponer el
medio social al medio natural, la que ofrece la perspectiva más vasca y la curva de desarrollo
más completa. Pero la propia complejidad de sus manifestaciones entraña la necesidad de
indagar en las especies animales las formas de comportamiento más simples y de reconstruir las
series más o menos continuas que permitan vislumbrar a través de qué circunstancias de
estructura y de medio la función se complica, se diversifica y se integra en otros sistemas
funcionales.
Pero las analogías funcionales que pueden observarse a través de las especies animales no
significan necesariamente similitud. Por ejemplo, el hecho de vivir en sociedad no implica que, en
todas las especies donde se observa, las disposiciones y actividades individuales que hacen
posible la colaboración social sean de naturaleza idéntica. Incluso se plantea la cuestión de saber
si, en las sociedades en apariencia mejor ordenadas, como las sociedades de insectos, lo que se
da no es una simple yuxtaposición de actividades en lugar de una colaboración (Rabaud).
Aunque en ellas haya realmente nexos sociales, puede ocurrir que su mecanismo sea tan
diferente de los que se observan en el hombre o en determinados mamíferos como diferentes
son la estructura física de los vertebrados y la de los artrópodos. En este caso la comparación
sería de un interés capital. Haría patente hasta qué punto una función puede recurrir a medios
diversos para realizarse. Es también lo que muestra la extrema variedad de las manifestaciones
a las que da lugar el instinto sexual. En la evolución psíquica no hay necesariamente más unidad
y continuidad de tipo ni filiación unilineal que en la de los organismos. Series irreductibles entre
ellas permiten profundizar mejor el estudio diferencial de las funciones y de los
comportamientos.
Fundado en comparaciones muy vastas, aplicándose a descubrir los conjuntos de los que emana
la manifestación psíquica en cuestión y de cuyas acciones es la resultante, el estudio concreto de
la vida mental deja evidentemente de lado todo el aparato de distinciones lógicas, de entidades
abstractas e incluso de investigaciones a veces minuciosas que se refieren a los pretendidos
elementos del edificio psíquico, herencia de la antigua psicología. Ocupándose, en cambio, de
enfocar la realidad desde puntos de vista muy diversos. Es útil ofrecerle como preámbulo un
examen de los métodos, también muy diversos, de los que poco a poco se ha ido dotando, ya
sea a través del contacto con otras ciencias, ya sea bajo la presión de necesidades técnicas o de
otro tipo que se ha visto obligado a satisfacer.
B. Los métodos:
I. Psicología como ciencia
Ciencia de la naturaleza o ciencia del hombre: ¿bajo cuál de estas dos rúbricas debemos colocar
la psicología?
Lo más habitual, sin duda, es considerar que procede de las ciencias sociales, enlaza con ellas a
través de su filiación literaria y universitaria; pero ya Descartes le reconocía conexiones íntimas
con la fisiología. Y, como veremos, es gracias a la técnica de algunas ciencias exactas, la
astronomía y la óptica en particular, que, por primera vez, se descubrieron relaciones, cuya
naturaleza psicológica es incontestable -se refieren exclusivamente a la actividad sensoriomotriz
o intelectual del hombre y asignan incluso un índice personal a cada individuo- pero que, al
propio tiempo, se expresan mediante medidas numéricas con el mismo rigor de las relaciones del
mundo físico. El entroncamiento o las participaciones de la psicología en las ciencias de la
naturaleza no han cesado de extenderse. Algunas de sus esferas, la de la psicología animal, por
ejemplo, parecen más una conquista de la biología que un trasplante en un terreno vecino de los
conocimientos obtenidos por el hombre en el estudio directo e inmediato de sí mismo. De
manera que la psicología no puede ser clasificada entre las ciencias del hombre argumentando su
antagonismo con las ciencias de la naturaleza.
Frente a las ciencias del hombre, la posición de la psicología, por otro lado, está definida con
mucha menos nitidez de lo que podría parecer a primera vista. Todavía hoy, le suele suceder que
no se considera en pie de igualdad con ellas, aplicando en su dominio particular los
procedimientos corrientes de información. Pretende disponer de procedimientos especiales, los
cuales le otorgarían ese privilegio único de ser idéntica a su objeto y de conocerlo, siendo, a la
vez, su animadora y su vida.
Para llegar a obtener resultados objetivos, cuya existencia no varíe a tenor de modas o
sistemas ideológicos, las ciencias del hombre han procedido como las ciencias de la naturaleza,
que encuentran sus objetos en el mundo exterior y a los cuales tratan como cosas. Se han
consagrado a la búsqueda de «cosas» que fueran exteriores a cada individuo e identificables por
todos de un modo parecido. De estas cosas sólo quisieron conocer los caracteres materialmente
discernibles y controlables. Limitando su estudio a las relaciones que se deducen de la
comparación, han dejado de introducir en la realidad las veleidades a través de las cuales a cada
uno le puede parecer que penetra en su esencia. El etnólogo, en lugar de seguir insinuando bajo
los oropeles de lo «salvaje» su concepción optimista o pesimista de una humanidad no civilizada,
se ajusta a lo que el inventario de los objetos, el examen de los testimonios le permite establecer
en relación a una sociedad determinada o a un conjunto de sociedades, cuyas manifestaciones y
vestigios ha podido comparar. Tampoco el lingüista se dedicará a explicar la historia del lenguaje
a través de las aptitudes o tendencias que la intuición o el análisis subjetivo parecerán hacerle
descubrir en sí mismo o en sus semejantes; para él sólo cuenta lo que está materialmente
probado o grabado de los dialectos o de las formas fonéticas objeto de estudio, y las únicas leyes
que se siente capaz de desvelar deben proceder de las relaciones establecidas por el análisis de
este material.
De modo que las ciencias del hombre tuvieron como condición previa la radical eliminación del
sentimiento de su existencia y de su propia actividad, que espontáneamente el hombre mezcla
en todo. Y lo que así culmina en la esfera de las ciencias del hombre, es una evolución de la que
las propias ciencias de la naturaleza han sido anteriormente el producto. Puesto que sus
comienzos no se remontan a una fecha tan alejada que no nos sea posible conocer las ideas o las
creencias que se han visto obligadas a suplantar.
Bajo una forma más o menos abstracta, de lo que se trata siempre es de la noción de un
principio eficiente que se confundiría, a la vez, con la existencia o las manifestaciones del objeto
y con la fórmula de su inteligibilidad o de su conocimiento. En él se expresa visiblemente la
ilusión animista, que sitúa en el corazón de cada realidad algo, en lo que se combinan, a
diferentes escalas, según el caso, el poder y el querer, la vida y la conciencia. Su similitud con la
representación que el hombre se hace de su ser personal es evidente, su comunidad de origen es
prueba de ello. Puesto que estos focos, que han sido tan numerosos como los objetos o los tipos
de efectos a explicar, se desprendieron, como una nebulosa primitiva, de la intuición, al
comienzo indivisa y global, que unía al hombre al ambiente. Para que de ello surgiera el
universo, es decir, esa parte de sus impresiones y de sus experiencias que se le opone bajo la
forma de existencias o de causas ajenas, ha sido preciso que el hombre introdujera esas
distinciones, las categorías, que elaboran un orden de cosas no sujeto a las variaciones de su
propia sensibilidad.
La prueba de que esta transformación se ha ido realizando gradualmente está en el ejemplo del
primitivo o del niño. En sus creencias o prácticas, el sentimiento de una participación, que haría
depender de sus deseos o de sus pensamientos el curso de los acontecimientos o el destino de
los seres, sólo sufre lenta regresión en la medida en la que cada objeto, cerrándose a su
influencia inmediata, parece contraerse en sí mismo, apropiarse y oponerles la vida y la
conciencia difusa que extravasan en él. Pero este en sí mismo no es más que una etapa.
Tras esos reflejos de vida y de conciencia que parecen emanar de las cosas, y en los que el
hombre acaba por reconocer su propio espejismo, discierne, al propio tiempo, una constante de
efectos y de relaciones que le conduce a eliminar de su explicación cualquier rastro de
interpretación subjetiva. A partir de este momento se invierte el orden de los factores. La
subjetividad humana que era, ora inmediatamente, ora por delegación, la medida de todo, se ve
confrontada con las medidas que la ciencia introduce en el universo y se ve obligada a tomarlas
como denominador. Y el círculo no cesa de estrecharse a su alrededor. Todavía durante mucho
tiempo pareció que, sin un principio o impulso vital que no es sino una emanación de ella, la vida
era imposible de concebirse. Y luego las rigurosas medidas que iban multiplicando las ciencias
biológicas han ido reduciendo, paulatinamente, la acción de este principio al papel de una mera
afirmación general, destinado más que a rendir tributo a nuestra ignorancia, a satisfacer ciertas
supervivencias de nuestra sensibilidad. ¿Dónde se detendrán en el hombre las medidas que
introduce la biología? Hay quien todavía quisiera oponer al dominio biológico otros dominios de
los que, por definición, quedaría excluido el número. Pero, ¿no es acaso, el número un medio
cabal para expresar relaciones exactas? Ahora bien, todas las ciencias del hombre tienen como
objetivo el descubrimiento de tales relaciones y, en consecuencia, tienden hacia el número.
Las aversiones que suscita esa usurpación progresiva aumentan en la medida que se trata de
hechos en los que la participación de la personalidad parece más íntima. Son, además variables,
no sólo a tenor de las realidades contempladas, sino también a tenor de los hábitos mentales
propios de cada uno de nosotros e incluso a tenor de nuestras disposiciones del momento.
A algunas personas no les resulta difícil admitir en relación a las manifestaciones más generales
o más usuales de la actividad humana que estas sean el efecto de condiciones más o menos
rigurosamente determinables, pero, en cambio, les parece excesivo aceptar que ese tipo de
determinaciones lleguen incluso a indagarse en la conducta individual y en sus móviles. ¿No es
acaso el autor y único testigo (le las intenciones que lo hacen actuar y pensar, muchas de las
cuales no re pueden traducir exteriormente en actos ni en palabras? ¿Cómo hacer para rebatir su
certidumbre de que cuando actúa o piensa sólo depende de sí mismo y, que, por lo tanto, no es
reducible a una medida común? Paralelamente, a quien su cultura predispone a no aceptar que
en el hombre todo es imputable a condiciones objetivamente determinables, puede sucederle,
bajo la influencia de un choque afectivo, de una situación que exalta hasta el paroxismo sus
intereses o sus pasiones, que llegue a oponer a sí mismo, como si estuvieran animados por
sentimientos y designios hostiles, no solamente a los hombres y a las instituciones humanas,
sino también a los acontecimientos explicables desde un punto de vista más mecánico, y a las
cosas mismas. Probablemente nadie es capaz de evitar que la emoción le arrastre hasta el límite
de maldecir o implorar al destino. La emoción puede incluso barrer la distinción entre el yo y el
no-yo asociando a sus arrebatos el ambiente y la totalidad de la creación. Una voluntad frenética
es fácil que llegue a la convicción de que puede actuar inmediatamente en los demás y en las
cosas. A la inversa, la angustia puede abrir la intimidad de un ser a la influencia de los demás o
de las cosas. Y la patología demuestra que este estado tiende a convertirse en progresivo y
crónico en aquellos que se hallan dominados, de un modo absoluto y sin remisión, por la
preocupación o la sensibilidad hacia su propia persona.
1.5. Su alcance
Hay en esas regresiones una auténtica contra-prueba que muestra el antagonismo esencial
entre la intuición subjetiva y el conocimiento objetivo. La reflexión sobre el universo, el estudio
de sus leyes sólo han sido posibles a través de la destilación de la experiencia inmediata,
concreta y personal, donde se confunde la acción, la sensibilidad y la vida de cada uno. Para
desglosarla gradualmente, fue necesaria la elaboración por la inteligencia humana de esas
nociones o sistemas estables e impersonales que, habiendo encontrado una fórmula en el
lenguaje, luego en la ciencia, acaban por imponerse a la conciencia de cada uno y preparan el
momento en el que otras sistematizaciones separarán del yo subjetivo otros fragmentos de
realidad y de conocimiento.
Así se multiplican, gracias al lenguaje y a los usos que los fijan, los planos sobre los que el
pensamiento proyecta el universo, incluida la humanidad y el hombre. En cada época ya están
plenamente elaborados para el niño, se le imponen de golpe, en la medida que el desarrollo de
su inteligencia le permite situarse en relación a ellos, concebir la estabilidad abstracta y la
simultaneidad al menos virtual de los mismos. Puesto que las etapas a través de las cuales su
pensamiento enlaza con el del adulto, parecen remitirse a la aptitud, gradualmente adquirida, de
ordenar a voluntad las cosas, de acuerdo con uno de los puntos de vista al uso en su entorno, y
de distribuirse entre ellos. De este modo se reducen, frente al orden invasor del pensamiento, los
dominios que parecían ser los de las variaciones fortuitas o espontáneas. Se convierten en meras
apariencias, cuyas leyes es preciso indagar.
De retroceso en retroceso, ¿hacia qué último refugio podría emigrar el sentimiento de absoluto
y de incomparable autonomía que dejan en cada uno las impresiones de su sensibilidad y las
manifestaciones de su actividad, que no sea hacia el de su personalidad íntima? Ahí es donde la
eliminación progresiva de todo cuanto responde al objeto y a las necesidades externas de
nuestras experiencias podría alcanzar, condición suprema de toda experiencia, al propio sujeto.
En este supremo grado de pureza, cada sujeto sería el único apto para conocerse a si mismo, y
este conocimiento se asemejarla a una especie de autocreación. Pero ¿hay ahí un límite
inaccesible a los procedimientos de la ciencia? o ¿tal vez se trate de un último conjunto de
apariencias que, a su vez, se dejarán penetrar por las leyes de la causalidad?
2. La introspección y la sustancia
Contra el cerco total del sujeto sensitivo, actuante y pensante, montado por la ciencia que teje,
valiéndose de todas las realidades, su entramado de medidas comunes, todavía son demasiado
vivas las objeciones para que sea posible extrapolar, pura y simplemente, al hombre psíquico de
la modificación del punto de vista que se ha ido operando de forma sucesiva gracias a las
ciencias del mundo físico, de la vida y de la sociedad. Asimilarles la psicología chocaría, se dice,
con el hecho de que una forma propia de conocerse está tan esencialmente vinculada a la
naturaleza del hombre que renunciar a ella equivaldría a renunciar a sí mismo: abolir
simultáneamente el objeto y su visión. Si hay algo en el hombre que sea diferente a lo que son
sus funciones fisiológicas y a aquellas que le impone la sociedad, ¿no es, acaso, su vida interior,
esto es, lo que sólo existe por su conciencia: dicho de otro modo, por ese conocimiento
inmediato de sí mismo que se llama introspección?
De modo que la conciencia, objeto único o al menos esencial y central de la psicología, une, sin
distinción posible, la realidad y su imagen inteligible. Plantea como una identidad la idea y su
objeto. En seguida se advierte a qué estadio primitivo del pensamiento conduce este postulado.
En sus comienzos el pensamiento no sabía situarse frente a su objeto, ni siquiera cuando ese
objeto era el mundo físico. Pensarlo equivalía a hacerlo existir; dejar de pensarlo, si no era
reducirlo a la nada -habida cuenta que un pensamiento creador de existencia es absolutamente
inepto para pensar la nada-, era al menos abolirlo momentáneamente y hacerlo ineficiente. Pero,
por encima de todo, el objeto debía ser tal como había sido pensado. Las transformaciones que
sufría a través de la imaginación, los sueños o el lenguaje, debía presentarlas realmente, al
modo como lo proyectan las creencias y las fórmulas de la magia. Al principio, confundía su
existencia con la impresión que producía y con las imágenes intelectuales que evocaba. Al
relajarse el nexo, esta comunidad de existencia se fue convirtiendo en mera participación. Y ésta
se convirtió en mera simpatía o intuición asimilativa cuando, tras invadir el número el mundo de
la experiencia multiplicando en él a los individuos, cada ser individualizado, cosa, animal u
hombre, se convierte él mismo en un foco simultáneo de existencia y de conciencia, puesto que
su existencia se fundamenta en su conciencia y en su voluntad de vivir, tal como lo proclama la
concepción animista del universo.
La unión en la conciencia, del ser y del conocimiento psíquicos, sobre la cual la introspección
pretende fundar su privilegio, presenta exactamente la misma gradación y las mismas
dificultades que la del pensamiento con la existencia de las cosas. La psicología introspectiva no
puede desprenderse de su subjetivismo inicial, que haría imposible cualquier propuesta, aun la
menos general, si no atribuye al sujeto el poder de asimilarse a los demás por intuición y de
encontrar en sí mismo, en las fórmulas de su propia conciencia, las razones de su conducta y la
sustancia de sus sentimientos.
El hecho de que la intuición sea más o menos inmediata, que proceda más de la mera analogía
que de la identificación íntima, supone inevitablemente un poder de participación, que hace
posible a la conciencia de cada uno la inteligibilidad de la conducta de todos, y a la conciencia en
general la implicación de la existencia de su objeto. Esta misma dependencia (o más bien esta
confusión en la que la introspección pretende encontrar el fundamento de su evidencia y de su
certidumbre) es la que Comte denuncia en la medida que convierte a la psicología en una pura
ilusión. Puesto que, si su objeto es idéntico al conocimiento de ese objeto, éste se modifica y se
renueva a la vez que se desarrolla el conocimiento, y el conocimiento sólo puede aprehenderse a
sí mismo. Se halla en un presente perpetuo, en un incesante devenir, y no es capaz de ponerse
frente a una realidad estable, para fijar sus relaciones constantes, puesto que ella misma es esa
realidad y que la transforma al ritmo de sus investigaciones. Creación y conocimiento se
excluyen. El conocimiento sólo llega a ser posible en la medida en que es capaz de desdoblarse
frente a la experiencia inmediata, que es realización vivida. Ahora bien, la conciencia, cuya
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2.3. Un sustancialismo
Este paralelismo, en el que desembocan en cierto modo necesariamente, no puede hacer sino
postular, tras ese doble lenguaje imaginado por Taine, una única y misma realidad, de la cual
constituiría, término a término, la traducción yuxtalineal. Por lo tanto, ninguna interacción, sólo
concomitancia entre las dos series psíquica y fisiológica. Y si esa concomitancia tiene algo
esencial e ineluctable, incluso si resulta que es posible modificar una modificando la otra, es
porque ambas son profundamente idénticas. De modo que es preciso, en su diversidad, postular
un substrato común, en el que ellas sólo serían las apariencias. Contrariamente a lo que hace la
ciencia, cabe suponer tras los fenómenos, no una especie de estructura común, que los haga
conmensurables sin cercenar nada de su adversidad, sino una existencia cuya diversidad se
limita a reflejar, bajo aspectos diferentes, la identidad fundamental. Mas ¡cuánta dificultad en el
terreno de los hechos!
Para justificar en el detalle de los hechos la correspondencia de las dos series cuya identidad
postula, el paralelismo llega hasta desnaturalizarlos e hipertrofiarlos. Puesto que lo que está en
una está simultáneamente en la otra, su ideal sería deducirlas una de otra, siendo así que cada
tina supone conjuntos de condiciones totalmente diferentes. A cada orden de hechos responden
métodos de estudio y una ciencia particulares. Pero no hay una ciencia que pueda aislarse de las
demás, como tampoco hay hechos que constituyan una serie hermética. De modo que no cabría
rechazar la identificación substancialista de todas las series para afirmar especificidades
irreductibles y que, por otro lado, procedieran del mismo prejuicio sustancialista.
La reacción más radical contra los errores del paralelismo psicofisiológico fue la de Bergson.
Denunció el carácter ficticio no solamente de la aplicación a la actividad nerviosa de los
resultados obtenidos por la introspección, sino también esos mismos resultados. Yendo todavía
más lejos, condenó con la introspección toda tentativa de referir la realidad psíquica a cualquier
tipo de relaciones, esto es, en definitiva, al conocimiento científico, exclusivamente fundado en
relaciones y que se desentiende de la cosa en sí.
Esos contactos, según Bergson, son el origen y el tipo de relaciones con las que la ciencia ha
constituido su dominio. En consecuencia, la ciencia tampoco puede pretender insinuarse en la
intimidad y en la realidad del ser psíquico. Como el lenguaje, de hecho, se detiene en la
superficie de las cosas. Más aun, debe fijar en cada una de sus fórmulas y aislar, en el conjunto
siempre cambiante que constituye la vida individual y la vida universal, ni siquiera un momento
ele una existencia particular, sino lo que puede quedar como punto de intersección de un número
indeterminado de ellas. A imitación del lenguaje, la ciencia separa de lo real lo que puede retener
para estabilizarlo, esto es, lo que hay de más ajeno a la existencia profunda de la cosa, que sólo
es concebible en el estado de devenir perpetuo. Con esos elementos inertes, disociados y
discontinuos sólo puede construir mecanismos, cuya utilidad práctica cabe enjuiciar en relación a
la oportunidad, pero que no pueden darse como imagen de las fuerzas que hacen de la
existencia un cambio incesante.
La conclusión de este análisis podría ser que, en efecto, la ciencia como sólo ha podido
constituirse a condición de limitarse a constatar y a medir relaciones, no ha podido rebasar el
terreno de las hipótesis sobre la naturaleza de las cosas, puesto que desde el principio ha
renunciado a conocerla con un conocimiento inmediato y cierto. Y si no hay más procedimiento
cognoscitivo que el conocimiento científico, ¿por qué no aplicarlo a la psicología? Pero el
propósito de Bergson no era otro, precisamente, que el de contraponer a la ciencia un modelo
distinto de conocimiento y de encontrar su pauta en la psicología.
creación continuos. Dado que de este modo nos es directamente accesible la realidad del ser
psíquico ¿a qué querer conocerla con la ayuda del lenguaje y del número que son lo más opuesto
que hay a la naturaleza?
Más aun, si existiera un medio para demostrar la realidad de las diferencias irreductibles que
hacen posible la distinción de los individuos entre sí cuando se abandonan al puro sentimiento de
vivir y de durar, este medio sólo podrían proporcionarlo los resultados de la psicología industrial,
que ha revelado, midiendo el trabajo del hombre en el trabajo de la máquina, diferencias de
ritmo irreductibles entre los individuos. Sería realmente poco verosímil que de esos ritmos
funcionales y motrices, de su variabilidad momentánea y de sus interacciones, no dependiera la
diversidad de matices que se operan en el sentimiento simultáneo de ser y de cambiar, que
Bergson se ha dedicado a describir. De modo que en el origen de la intuición, de donde él quería
obtener la prueba de que la experiencia psíquica escapa a cualquier medida, cabría encontrar lo
más inmediatamente reductible al número: ritmos.
¿Sería excesivamente paradójico mantener que del mismo modo que las leyes físicas sólo son
válidas para nosotros si las referimos a experiencias materiales que las confirman, también las
verdades propiamente psicológicas sólo se nos hacen inteligibles si las referimos a experiencias
mentales que somos capaces si no de realizar, de imaginar al menos?
O sea, un dualismo fundado en la naturaleza de las cosas. La grieta que actualmente se abre en
nuestra sensibilidad entre lo que contraponemos como resultado de factores no dependientes de
nosotros, ajenos, externos, y lo que nos parece más íntimamente unido a nuestros modos de ser
personales, nunca pudo, ni jamás podrá, producirse más que siguiendo las mismas líneas y de la
misma manera. El universo y sus leyes no serían una conquista gradual del pensamiento sobre
las impresiones y las veleidades subjetivas. Si llegáramos a reconocer ciertos efectos constantes
en el dominio de la subjetividad pura, el descubrimiento de sus leyes no los segregaría de
nuestro yo, al modo como se segregaron los movimientos de nuestro corazón y todas nuestras
funciones fisiológicas. En una palabra, habría que reservar en el universo un enclave que sería
para siempre jamás el dominio de la subjetividad. ¿Pero tiene la subjetividad un dominio propio?
Presente en nuestra experiencia total, ¿no es ella acaso, la que hace que exista en cada uno de
nosotros tanto el universo como nosotros mismos? ¿No está en esas circunstancias, también
sometida a leyes?
Según Blondel, si la biología y la sociología deben ser utilizadas por la psicología, no es porque
sean indispensables para el estudio de la vida interior, es, lisa y llanamente, por su utilidad como
medios de control.
La lógica parece exigir que, para actuar sobre el otro, sea necesario conocer y comprender los
motivos que pueden hacerle actuar y que únicamente la experiencia íntima pueda dar a conocer
y hacer comprender el sentido y el alcance de estos motivos; que el uso del lenguaje tenga corno
condición previa la comprensión de lo que éste significa, a la vez para el que habla y para el que
escucha; que no sea, en definitiva, concebible una acción, al menos en el dominio de la actividad
psíquica, si no existe en el agente, no solamente la previsión de los resultados a obtener, sino
también la inteligencia de los medios que pondrá en funcionamiento. De manera que en el origen
de toda conducta habría el poder de experimentar mentalmente los efectos de ella sobre el otro
como si fuera uno mismo. La hipótesis contraria cabría calificarla de absurda.
Por lo tanto, tomando algunos ejemplos, ¿se podría decir que el lactante consigue enternecer a
su madre porque es capaz de verificar en él el sentimiento de la vigilancia materna? ¿Que el
perverso, siendo él mismo incapaz de percibir sentimientos de bondad, es también incapaz de
explotar la bondad en los demás o que, si logra que otros caigan víctimas de sus engaños, es
porque, en la misma medida, es apto para sentirse generoso? ¿Que el manipulador de hombres
tiene su éxito tanto más asegurado cuanto que actúa sobre aquellos cuya vida interior es capaz
de representarse con más precisión porque, sin duda alguna, son los que se le parecen más, o
que extiende su poder de acción cultivando, en su experiencia íntima, los modos de sentir más
diversos y dispares? El recorrido que conduce a la realidad es el inverso.
El manipulador de hombres se orienta frente a los demás sobre la base de los efectos
sucesivamente producidos por su presencia, por sus trazas o por sus discursos. Percibe cómo su
interlocutor se resiste o vacila, sin necesidad de revivir él mismo los estados interiores a los que
les somete. Con la vista puesta en su objetivo acaso registre, en su experiencia cada vez más
avezada, los más exiguos signos anticipadores del éxito, pero se trata de una experiencia
totalmente orientada hacia afuera, en modo alguno de una experiencia íntima. Y sólo será mucho
más tarde, en Santa Elena, al elaborar la filosofía de su acción, cuando podrá demorarse
imaginando la personalidad psicológica de sus instrumentos o de sus antagonistas. En el caso del
perverso o del niño, por último, la sorpresa que puede ocasionarles un día la revelación de los
sentimientos y los móviles ajenos cuyos hilos movían con tanta pericia, es enorme.
5. La objeción de la literatura
Es inútil seguir multiplicando los ejemplos. Sin embargo, en la literatura, en el teatro, en las
confesiones, memorias o novelas, hay verdaderos tesoros para la psicología. Renunciar a ella ¿no
equivaldría a renunciar a la psicología de la vida interior?
chispas de verdad humana. Así es como antaño se leía a Horacio y Cicerón. El psicólogo, sin
embargo, a menudo tiene tareas más interesantes que cumplir que la de compartir los
resentimientos de Jean-Jacques contra Grimm y la pandilla holbáquica. Cierto tono compasivo de
autojustificación, una cierta manera de disponer los hechos, ciertos hallazgos expresivos pueden
suscitar en él evocaciones de experiencias clínicas, comparaciones, de las que derivará su
diagnóstico.
El ejemplo de Balzac. Para no pocas personas Balzac es el prodigioso médium que ha sabido
evocar, en su conmovedora verdad, los tipos humanos y sus pasiones. Nada ha contribuido más
a dar esta impresión que la presentación física que hace de sus personajes, de su estatura, de su
complexión, de su fisonomía. Pierre Abraham, en unos estudios que son un modelo de las
enseñanzas que el psicólogo puede obtener de la literatura, ha mostrado la escasa concordancia
que hay entre los rasgos descritos por el novelista y los que han sido revelados por los
etnógrafos y los morfólogos. A través de otras reducciones, en cambio, ha descubierto el modo
de apropiación íntima, que para Balzac existía, entre la imagen visible y las pasiones, los
intereses, la vida que comunicaba al mundo que emergía de él. Y esta apropiación revela
mecanismos y razones psicológicos que ponen al desnudo al creador, y tras él al hombre. Mucho
mejor que en los tests, porque aquí el documento es producto de la espontaneidad, las
comparaciones a las que recurre permiten captar, tras los inventarios de palabras, de imágenes y
de ideas, las afinidades que las combinan y las razones de esas afinidades. Como en el caso de
los tests, se reconoce en su eficiencia constatada, las virtualidades, las aptitudes, el fondo
mental.
eliminación. No sabe ver, en los hechos que pretende estudiar, más que las modalidades o las
diversas apariencias de este ser fundamental. Siempre se plantea la cuestión de lo que es
compatible, o no lo es, con su naturaleza, con su esencia. Le repugna aplicarle el número, en
razón de la antinomia que al parecer había entre las cualidades intrínsecas del psiquismo y los
caracteres del número: como si el número, aplicado a las cosas formara parte de su naturaleza y
se realizara sustancialmente en ella. En lugar de intentar formular relaciones, en la más
insignificante de sus actuaciones se advierte la obsesiva preocupación por expresar lo que existe
tal como debe existir en sí. Sucede en todas las ciencias, que, para dar soporte a sus fórmulas,
hay que representarse la estructura íntima de lo que existe. Pero, lejos de tomar esta estructura
como punto de partida, para decidir cuáles son los tipos de fórmulas que deben ser rechazadas o
aceptadas, es la estructura lo que modifican o sustituyen a tenor de lo que parecen exigir las
fórmulas. Imposibilidad y absurdo cuando se trata de la introspección, dado que ésta aparece
como la intuición y la expresión de lo inmediatamente presente, el ser humano mismo, del que
ella es la conciencia reflexiva.
un grupo de personas de la misma edad, de la misma condición social, del mismo sexo, de la
misma raza, de iguales condiciones climatéricas, de la misma época histórica, etc. Y se
distribuyen entre los capítulos de la psicología diferencial y de la psicología comparada.
Finalmente pueden ser agrupadas con arreglo a sus analogías, a la similitud de sus condiciones:
psicología funcional.
Pero no se trata únicamente de clasificar y de describir, hay que explicar, descubrir relaciones
de causalidad, es decir, rendir cuenta de las similitudes o disimilitudes constatadas.
La cuestión para la psicología, corno para cualquier otra ciencia, consiste en reconocer a qué
condiciones constantes van unidas las semejanzas, y qué modificaciones en las condiciones
acompañan a las disimilitudes. Pero la psicología presenta en grado máximo un carácter ya
manifiesto en biología que acarrea esta dependencia de la reacción frente al medio y, a la vez,
frente al individuo. Vinculada a esta conjunción hay una parte de azar. El acontecimiento y la
situación ante los cuales el individuo deberá reaccionar y que son susceptibles de transformarlo,
en una cierta medida, son imprevisibles. Inversamente, este acontecimiento, esta situación
pueden encontrar en diferentes individuos, diferentes fórmulas de reacción. De modo que, en
psicología, la causalidad reviste el aspecto de la probabilidad; y el grado de probabilidad sólo
puede ser establecido con la ayuda de la estadística. Extremadamente variable, puede acercarse
mucho a la unidad, esto es, a la certidumbre, como, por ejemplo, en determinadas
investigaciones de psicología experimental, en las que la reacción buscada y el dispositivo de
investigación son susceptibles de ser aislados con bastante rigor para que la parte de lo fortuito
sea casi reducida a cero. En consecuencia nunca podrá bastar una sola medida como en física.
Hay casos, por el contrario, en los que la distancia que separa de la unidad hace que sea más o
menos dudosa la influencia del factor considerado. Así es, en particular, cuando se trata de
factores tan polivalentes como ciertas influencias sociales. En tales casos, las leyes del cálculo de
probabilidades pueden proporcionar indicaciones, aunque la última palabra sólo podrá obtenerse
recurriendo a la experiencia.
Con el sistema de correlaciones y su cálculo, el número puede ser introducido en psicología, sin
que sea necesario plantearse si esto es compatible, o no, con la naturaleza de los hechos que se
miden. Cualquiera que sea la calidad específica que se presuponga a las series comparadas,
basta con que sus variaciones presenten una cierta regularidad de concordancia para ser legítimo
medirlas una a través de la otra.
Las correlaciones que pueden ser estudiadas en psicología son extremadamente diversas. Se
pueden dividir, toscamente, en dos grandes dominios, el de la biología y, por medio de ella, el
del mundo físico (influencias meteorológicas, por ejemplo) y el de las ciencias sociales en su
extensión más dilatada (sociología propiamente dicha, economía, lingüística, historia, etc.). Esta
clasificación, sin embargo, no implica, en modo alguno, que la psicología no sea, entre la biología
y la sociología, nada en sí misma. Los hechos de los que se ocupa son una forma particular de
integración, que se hace a expensas de esos dos dominios, del mismo modo que los hechos
biológicos representan una integración particular de las reacciones físicas y químicas.
Pascal situaba al hombre entre dos infinitos, no en el sentido de que su sustancia fuera una
especie de jirón de esos dos infinitos, lo que sería una concepción incoherente, sino porque al
profundizar en sí mismo el hombre descubre esos dos infinitos. El hombre de Pascal apostaba a
su destino, esto es que introducía en él la probabilidad, pero de una manera global, y en el plano
metafísico. El hombre psíquico se realiza entre dos inconscientes, el inconsciente biológico y el
inconsciente social. Integra, uno y otro, diversamente. Pero si quiere conocerse debe establecer
sus correlaciones con uno y otro. Y en todos los momentos de su vida presente se encuentra con
el azar, estimulante para los fuertes, motivo de abatimiento para los débiles.
II. La caracterología
El estudio del carácter, o de los caracteres, es, a la vez, muy antiguo y muy reciente. Es un
tema explotado en todos los tiempos por los moralistas, los autores cómicos, los novelistas. Pero
es también un capítulo de la psicología todavía muy inseguro en cuanto a sus métodos. La
observación y la imaginación, ante todo, se sienten atraídas y se ocupan de lo que es concreto,
individual y de lo que afecta de forma inmediata a nuestras personas. El conocimiento científico,
por el contrario, sólo puede desarrollarse a partir de nociones bien delimitadas y expurgadas de
todo elemento subjetivo. De ello algunos sacan la conclusión que hay objetos a los que sólo
puede aplicarse la intuición estética, la representación literaria, puesto que lo que en ellos hay de
esencial sufriría la disgregación de las fórmulas rígidas de la ciencia, las cuales afectarían, en el
caso de la conducta de un individuo, a la versátil unidad y a esa armonía difusa que mantiene la
identidad en la renovación. Del mismo modo que ciertas situaciones exigen que se sacrifique el
esprit de géométrie al esprit de finesse: por ejemplo, cuando se pretende manipular hombres, es
decir, utilizar su carácter para unos determinados fines.
1. El carácter en la literatura
Probablemente el arte sea una forma de conocimiento (Lucien Febvre). No actúa sobre todo el
mundo; pero, a aquellos sobre quienes actúa les revela las exigencias de su sensibilidad y de su
comprensión más que la realidad. Como consecuencia de ello les da más necesidades y nuevos
medios para enfrentarse a lo real. Presenta lo real tal como podría ser para satisfacer sus
necesidades, no lo presenta tal como es. Si se produjera un acoplamiento equivaldría a un paso
adelante dado por la ciencia.
Hay sabios, los más grandes, que ante el objeto de su ciencia obedecen a necesidades
estéticas. No pueden dejar de reconstruirlo, pero su construcción debe adaptarse a los datos de
la experiencia. El arte se halla dispensado de esta obligación, razón por la cual puede anticiparse
al conocimiento. El dramaturgo o el novelista disponen a su antojo de las circunstancias
necesarias para revelar un carácter tal como lo han concebido; este carácter se considerará
verdadero si es plausible y no si coincide más o menos con ejemplares más o menos corrientes;
de forma que debe representar una especie de coherencia íntima. Coherencia que no excluye los
cambios o los contrastes y cuya diversidad, de origen fundamentalmente imaginativo, es la razón
del enorme provecho que el observador puede obtener del trato frecuente con personajes de
ficción. Le enseñan a diversificar los conjuntos que es capaz de descubrir en la realidad. Es un
estímulo para él y le sugiere posibilidades.
Aunque el ingenuo que para enfrentarse con el mundo se pertrechara con sus semblanzas
podría exponerse a lances divertidos. Los rasgos utilizados para describirlos se asemejan tanto a
lo vivo como la sustancia de los colores se asemeja a la sustancia del color de la carne. Esto es lo
que Pierre Abraham ha logrado demostrar en relación a los personajes descritos por Balzac.
Entre su aspecto físico y su aspecto moral ha revelado contaminaciones bastante curiosas; bajo
el signo del oro los ojos amarillos revelan la avaricia del alma, y su color cambia en el mismo
personaje al ritmo de su destino. En realidad se trata de convenciones entre el autor y el lector
que puedan llegar a serles inmediatamente comunes, y no de relaciones que pudieran existir en
las cosas y que ya habría que haber descubierto. A cada artista sus medios de expresión. A lo
sumo puede apropiárselos de esa porción de experiencias comunes que más que constataciones
objetivas son más bien tradición o folklore y, con más frecuencia aun, utilización más o menos
simbólica de afinidades verbales, sensoriales o morales.
2. El carácter en psicología
Es la aparición de tales inquietudes en psicología, lo que de hecho explica el lugar que hoy en
día ocupa en ella la caracterología. Sucede, en efecto, que las conclusiones de la psicotécnica a
menudo son desmentidas por los hechos en la medida que se limitan a relacionar una aptitud con
un trabajo. Puesto que la aptitud es la de un hombre a la que ella no representa en su totalidad;
y el trabajo de un hombre puede estar en contradicción con el resto de su personalidad. De allí
procede el rápido decaimiento y el hastío, la carencia de empuje y las deficiencias profesionales,
los accidentes de trabajo„ los cambios de oficio, las pérdidas de dinero para el empleado y para
la empresa.
A esas constataciones prácticas cabría añadir la insuficiencia cada vez más evidente de las
concepciones atomísticas en psicología. La vida mental no es la mera adición o la mera
combinación de elementos que existirían por sí mismos como si fueran anteriores a ella. El
conjunto tiene más realidad que las partes, las cuales son solidariamente su expresión y cada
una obtiene de él su significación presente; en un conjunto diferente su significación sería
distinta. De modo que no es posible aislar una reacción psíquica e interpretarla en sí misma.
Corresponde a un complejo dado de circunstancias, a un cierto grado o nivel de actividad y a la
vida de un hombre.
El medio o el objeto, las disposiciones actuales del sujeto, la curva consumada o previsible de
su existencia, dicho de otro modo, el determinismo de las situaciones o de las cosas, el del
temperamento biopsicológico, el del tiempo, tales son las tres coordenadas que definen el
carácter. ¿En qué medida hay entre ellas independencia o dependencia recíprocas? Esta medida
varía ciertamente a tenor de los elementos y a tenor de los individuos; en cualquier caso la
independencia nunca es total. Uno u otro elemento puede parecer preponderante, pero siempre
es imposible mantenerlo haciendo estricta exclusión de los demás.
El carácter a menudo se define como la huella que la existencia imprime en el individuo, de ahí
el carácter común de los hombres de una misma profesión. No obstante, aunque la elección de la
profesión se hubiera producido fortuitamente, los hábitos profesionales jamás se adquieren de
forma puramente pasiva. Exigen un consentimiento que puede ser compacto o gradual y
molecular, o bien apresurado, o resignado y amalgamándose así diversamente en la persona de
cada uno. Desde un punto de vista opuesto, el carácter puede ser definido: lo que explica que en
presencia de las mismas circunstancias dos individuos que disponen de las mismas posibilidades
intelectuales y técnicas, reaccionen de modo diferente. En consecuencia, una situación no puede
ser percibida idénticamente por dos sujetos que difieren en cuanto a las disposiciones presentes,
al pasado y a los proyectos.
Tomada en cada uno de sus momentos sucesivos, la vida psíquica presenta una estructura que
expresa la acción recíproca del sujeto y del medio. Tomadas en su sucesión, estas estructuras se
ordenan en una estructura superior que confiere a la personalidad su fisonomía que permite
compararla u oponerla a otras. De modo que el análisis sólo puede encontrar factores que ya son
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Sin que debamos remontarnos a Hipócrates y a Galeno y sus cuatro temperamentos, en los
últimos treinta años, Heymans y Wiersma han propuesto reducir todos los caracteres a ocho
tipos. Obtenían esos tipos mediante la combinación variable de seis factores fundamentales, o
más bien de tres factores y de sus contrarios: emotividad y no-emotividad, actividad y no-
actividad, primariedad y secundariedad (la primariedad se refiere a quienes reaccionan ante sus
impresiones presentes y no a las impresiones que ya han pasado el estado de la tenia, como es
el caso de la secundariedad). Considerando a continuación las diferentes manifestaciones del
carácter, muestran, con la ayuda de minuciosas estadísticas, cómo cada una de ellas ve
aumentar o disminuir su porcentaje con la presencia o la ausencia de uno de los tres elementos
constitutivos de su carácter. Pero las fórmulas utilizadas son excesivamente estrechas,
excesivamente artificiales para no ser desbordadas por los hechos de toda suerte que surgen de
la observación y de la experiencia.
Los primeros hechos que su objetividad aparente ha impuesto son particularidades biológicas, y
en primer lugar particularidades morfológicas.
Así fue como un médico lionés, Sigaut, describió, en relación con la preponderancia de las
funciones digestiva, respiratoria, muscular o cerebral, cuatro tipos de individuos que se
distinguían entre sí por las aptitudes o las necesidades fisiológicas y por la vulnerabilidad
mórbida, además de por la conformación corporal: diferencias de proporción de altura y anchura
entre los planos de la cara, entre los segmentos del tronco, entre la cabeza y el resto del tronco.
Probablemente sea Pierre Abraham, entre los autores que han adoptado esta clasificación, quien
más haya insistido sobre su importancia en el estudio del carácter.
En el mismo orden de cosas hay la distinción de Viola entre los individuos en los que prevalece
el índice ponderal, es decir, el volumen del tronco, y aquellos en los que prevalece el índice
morfológico o longitud de los miembros. En el primer caso, el psiquismo guarda tina relación
mucho más estrecha con las funciones vegetativas; la vida de relación es más activa, más sutil
en el segundo caso. Pende, a su vez, se ha dedicado a explorar las relaciones que pueden existir
entre la complexión física y las disposiciones psíquicas. Puesto que el papel a la vez morfogénico
y psicogénico de las glándulas de secreción interna es sobradamente conocido, intenta relacionar
la diferencia de los temperamentos con las diferencias en el equilibrio de las secreciones
endocrinas.
La patología y la experimentación en los últimos años han demostrado que entre las funciones
motrices y las funciones psíquicas existen relaciones muy estrechas. Las componentes del
movimiento son diversas y sus relaciones no son las mismas en todos los casos.
La subordinación de los niveles inferiores a los niveles superiores del eje cerebro-espinal y la
regulación de sus diferentes funciones presentan variaciones individuales. La diversidad de las
complexiones psicomotrices, que es la consecuencia de ello, ha sido el objeto de recientes
estudios, los más completos de los cuales son los de Gourevitch y sus alumnos y los de H.
Wallon.
Otros conjuntos psicofisiológicos a menudo utilizados en el análisis del carácter tienen su origen
en el estudio de las desviaciones constitucionales de las que proceden determinadas afecciones
mentales. La enfermedad, en efecto, citando no es la reacción del organismo a un agente
patógeno, puede consistir en la simple exageración de manifestaciones y disposiciones que,
dentro de ciertos límites, pertenecen al estado normal.
En completa oposición con ellos, los esquizoides, los introvertidos de Jung, no se adaptan
espontáneamente a las realidades exteriores ni tampoco a los acontecimientos. Parecen
separados de los acontecimientos, de igual modo que entre los diferentes dominios de su vida
psíquica puede existir un aislamiento más o menos completo. Obedecen a motivos
fundamentalmente endógenos, que pueden ser, además, según los casos individuales, fanáticos,
apasionados. Esos dos tipos psicológicos, Kretschmer, ha intentado que se correspondieran con
dos tipos biomorfológicos: un tipo para los cicloides y tres tipos diferentes para los esquizoides.
La concordancia entre las dos series, la morfológica y la psíquica, a muchos observadores les ha
parecido poco rigurosa.
tercera clase, la de los histeroides, cuyo prototipo patológico es la histeria. Son sujetos que
conservan un cierto grado de infantilismo físico, motor y psíquico. Su actividad no se orienta
hacia motivos exteriores ni hacia motivos interiores, se orienta más bien hacia sí misma. Es su
propio objeto. Es amanerada, afectada, egoísta o, al menos, autoplástica. Puede, de hecho,
desembocar en manifestaciones profesionales o estéticas, pero sólo en la medida en que ésta
tiene por objeto o motivo el propio sujeto.
Esta forma de pensamiento, en cierto modo inseparable de la acción, a la que hemos llamado
proyectiva, la hemos vuelto a encontrar, no solamente en un determinado estadio del desarrollo
intelectual del niño, sino también en adultos normales. No es exclusiva de un nivel mental
elevado, pudiendo entonces tener como consecuencia una gran potencia de organización y de
realización, aunque con un objetivo normalmente limitado o al menos muy gradualmente
progresivo. De modo que a las tres categorías de origen psicopatológico admitidas por
Kretschmer se añadiría la de los epileptoides. No obstante, contra la opinión de la señora
Minkowska, que ha hecho en Suiza una encuesta entre familias de epíleptoides, nosotros nos
negamos a aceptar la existencia de una constitución epileptoide.
Entre las investigaciones que se refieren al sujeto, a pesar de las suspicacias que levantan hay
que mencionar el estudio de la escritura y de la mano.
los tegumentos, la circulación de sus manos. La pobreza expresiva o las contorsiones son
evidentes. Cuando son los instrumentos de una actividad más sutil, de intenciones más definidas
y más matizadas, de una sensibilidad sensorial y moral más intuitiva y más discriminatoria, de
un pensamiento y de una imaginación con mayor capacidad de invención, no cabe la menor duda
que todo ello deberá modificar las manos.
4. El ambiente y el tiempo
El estudio del temperamento individual, a pesar de las dificultades que opone para llevar a cabo
tina observación rigurosa, a pesar del peligro de las clasificaciones sistemáticas, tiene por lo
menos la ventaja de que se aplica a un objeto único, concreto. La acción del ambiente y la del
tiempo ofrecen a la caracterología objetos mucho más dispersos y cuyo agrupamiento exige
investigaciones de mucha mayor amplitud y una gran diversidad de puntos de vista.
El ambiente es complejo. En primer lugar está constituido, sin duda alguna, por las personas
con las que el sujeto está relacionado, luego por los objetos que le rodean; ya veremos el
sentido amplio que aquí tiene la palabra objetos.
El sujeto está en relación con ellas, bien a título puramente individual, bien porque forman
parte de un determinado grupo, una determinada colectividad. Y la estructura del grupo
reacciona entonces necesariamente sobre las relaciones individuales. Sucede incluso a menudo
que la actitud recíproca de dos individuos cambia según las ocasiones en las que se encuentran.
Pero si la influencia de la situación es clara, la naturaleza y el grado de la actitud recíproca
dependen asimismo de las dos personalidades que constituyen la pareja.
El mismo personaje puede no sólo presentar una gran diversidad sino también contrastes de
conducta en los diferentes medios en los que su existencia le mezcla. Arrogante y brutal con los
suyos, puede mostrarse conciliante o servil en su profesión; una gran sumisión, una excesiva
solicitud familiar pueden tener como contrapartida exigencias autoritarias o vejaciones en el
trabajo. Determinados sujetos son muy sensibles a la influencia del medio, ante el que pueden
reaccionar haciéndole frente. Otros se mantienen refractarios a él, se adaptan mal a la diversidad
de los medios y de las relaciones o saben imponer a sus variables entornos humanos la
constancia de sus modales y de su carácter. El contacto con personas conocidas o extrañas, de
más edad o más jóvenes, más ricas o más pobres, de situación superior o inferior, puede servir
de elemento revelador de las disposiciones del sujeto, pero también puede influir en su
orientación.
Deben ser entendidos aquí en su sentido más amplio. Los objetos materiales raramente tienen
una acción decisiva en sí mismos: son el símbolo o la causa de situaciones que ejercen una
El carácter se constituye y evoluciona ciertamente en función del tiempo, puesto que nunca está
plenamente fijado, puesto que cada día, cada nuevo acontecimiento e incluso la repetición de las
mismas situaciones le brindan la oportunidad, le crean la necesidad de modificarse. Pero eso no
es todo, en el curso de una existencia no sólo hay los incidentes que se van añadiendo uno tras
otro para transformar gradualmente al sujeto que reacciona ante ellos, sino que hay también el
empuje de un movimiento que le es propio y que obliga a la personalidad a salvar sucesivamente
etapas en orden irreversible. El estudio de la psicogénesis debe progresivamente orientar el
estudio de la psicología.
Freud ha sido uno de los primeros que ha subordinado las manifestaciones de la vida psíquica al
desarrollo del individuo, pero se ha representado esta evolución bajo la forma todavía muy
mecánica de una tendencia a la repetición. Los complejos que la libido, despierta desde el
nacimiento, empieza a recuperar son los de la especie de la época de la horda primitiva; la libido
persevera incesantemente, idéntica a sí misma, aunque desprendiéndose de sus viejos objetos
para fijarse en otros nuevos. Esas sucesivas fijaciones son la historia evolutiva del individuo. Una
fijación que le retiene a pesar de su edad es una causa de neurosis y de perversión. Bajo el
impacto de determinados traumatismos psíquicos, la libido también puede refluir hacia objetos
ya rebasados. Es el presente y el porvenir, al contrario que para otros, los que influyen en la
formación del carácter. Según la opinión de Adler, por ejemplo, el niño tanteando situaciones y
personas que pueden llegar a oprimirle, reacciona ante sus complejos de inferioridad volcándose
hacia el porvenir, localizando en él sus posibilidades de revancha o de triunfo y esforzándose por
desarrollar sus correspondientes aptitudes.
Esta influencia del pasado o del porvenir puede observarse en el curso de la evolución mental,
pero lo que la caracteriza esencialmente, es una sucesión de crisis psicofisiológicas que van
recomponiendo el orden de los factores de donde la conducta recibe sus impulsos y su
orientación. Antes de los tres años el niño se halla unido a su entorno circunstancial casi
exclusivamente por una especie de participación afectiva. Entonces percibe el sentimiento de su
propia persona, contrapuesto al de los otros, y al propio tiempo la noción de lo que corresponde
a cada una de ellas; es el punto de partida de exigencias propias, de astucias o de agresiones
frente a los otros. A los siete arios, otra actividad pasa a ocupar el primer plano: una especie de
interés técnico orientado hacia las cosas sustituye las simples relaciones entre personas;
gradualmente las relaciones del niño con las circunstancias que le rodean se ordenan en torno a
tareas que él mismo concibe; elige compañeros, colaboradores, modelos. La pubertad finalmente
cuestiona modos de hacer y de pensar que cada vez se van pareciendo más a los del adulto.
Experimentando bruscamente el sentimiento de estar desadaptado en relación a sí mismo,
insatisfecho de las relaciones que le unen a su entorno circunstancial, falto de armonía, acuciado
por impresiones ambivalentes, el adolescente parece presenciar bajo la superficie de las cosas un
misterio, una nueva dimensión, razones ocultas o metafísicas, y de este modo accede a una
noción que hasta entonces se le había escapado, la noción de ley, de un efecto en potencia, de
un mundo en el que las cosas no sólo yuxtaponen sus semejanzas y sus diferencias, sino que
también pueden ser referidas a principios de los que resulta su aspecto actual.
Otras crisis, más o menos aparentes, empujan al hombre hacia el cenit, luego hacia la
declinación de su destino. La más conocida es la menopausia, origen frecuente de
transformaciones afectivas y mentales, la cual no es exclusivamente femenina.
Esas crisis, comunes a todos, inciden de forma distinta en los individuos: sus manifestaciones y
el nuevo equilibrio que instauran no son los mismos en todos. Pero más allá de esta simple
sucesión, determinados autores como la señora Ch. Bühler, se plantean la cuestión de que si al
trazar la curva de una vida individual no sería posible reducirla a una fórmula total. ¿Las
fórmulas individuales se parecen todas entre sí o responden a diferentes tipos? En tal caso ¿no
presentan las etapas del carácter tina especie de solidaridad y una cierta estructura en el
tiempo? De ser así las posibilidades de previsión se verían incrementadas.
5. Los métodos
5.1. La observación
Inicialmente hay la simple observación como en todos los dominios de la psicología. Dado que
su objeto se compone de manifestaciones polimorfas y relativas a todos los momentos de la
existencia, esta observación debe ser realizada sistemáticamente mediante cuestionarios que se
refieren a las más diversas circunstancias de la existencia.
El interés del test, por otro lado, radica en llegar a obtener una respuesta modelo que permita
comparaciones rigurosas y cuantitativas. Pero intentar uniformizar así las reacciones del
carácter, a menudo conduce a despojarlas de lo que es eminentemente propio al individuo y a
las que sólo él es capaz de darles su auténtica y plena significación. De forma que los tests de
egoísmo, de ardid, de perseverancia, imaginados por Henning o por Decroly, corren el riesgo, a
pesar de su ingeniosidad, de desembocar en resultados menos seguros y menos ricos en
sugerencias que las consideraciones de un observador perspicaz.
El test-reacción con frecuencia ha sido sustituido por el test-dictamen, de más cómodo manejo.
Interrogado sobre un caso muy definido, el sujeto opina y dice cómo habría actuado él mismo.
Pero su actitud entonces es la de un árbitro. Su respuesta obedece más a sus opiniones morales,
o a las que cree recomendables, que a su eventual conducta.
Otro de los cuestionarios más difundidos es el de Pressey. Se basa, ante todo, en el principio de
las palabras-estímulo y de las asociaciones verbales. Pero las asociaciones no son totalmente
libres como en el método de Jung. El sujeto solamente debe marcar con un signo las palabras de
la lista que le causan una impresión agradable o desagradable. O bien debe subrayar en una
serie de algunas palabras las que le parecen tener más relación entre sí. Esta sistematización de
la prueba permite fijar mejor su significado facilitando amplias comparaciones.
Determinar en relación a cada rasgo de carácter -implicado en una de estas respuestas o
revelado por un test, o revelado por la observación biopsicológica- cuál es su distribución dentro
de una clase o categoría de individuos definida más o menos rigurosamente, lo que ya
representa establecer una especie de correlación entre este rasgo y esta definición; buscar el
grado de correlación que pueda existir entre varios de estos rasgos tomados de dos en dos;
comparar varias de estas correlaciones entre sí a través de algunos de esos procedimientos
matemáticos de los que Spearman ha dado un ejemplo con sus tétradas: todo eso es ineludible
para la caracterología puesto que en el terreno de las aptitudes donde se originó, este método ha
demostrado que es indispensable medir rigurosamente la cohesión o la independencia recíproca
de manifestaciones o de circunstancias observables dentro de un mismo conjunto.
De manera que subsiste la necesidad de utilizar formas de observación en las que la intuición,
el sentido estético, el olfato experimental tomen la iniciativa. Los métodos de verificación y de
comparación intervendrán ulteriormente. Pero el psicólogo debe estar en disposición de
representarse, a través de los individuos, tipos de caracteres. A menudo el tipo será una
individualidad en presencia de la cual habrá sentido cristalizar cuanto en él había de previsiones
o de vaticinios latentes, de conocimientos, de experiencias o de impresiones todavía difusas.
Operará a la manera del clínico cuyas observaciones comienzan por agruparse en torno a un caso
princeps, para ordenarse, controlarse sucesivamente entre sí en cada caso que va apareciendo,
dejando de lado lo que podría ser contingente, poniendo en evidencia lo esencial. De ahí que su
tarea se hermane con la actividad reconstructiva del artista, pero también con la del sabio cuyo
descubrimiento es una anticipación sobre la estructura de lo real, que debe verificar
inmediatamente, puesto que el orden que hay en las cosas y el orden de nuestra sensibilidad o
de la creencia común no son instantáneamente idénticos.
Conclusión general
Falsos y verdaderos problemas
La finalidad de esta obra ha sido reparar en los aspectos de la vida mental, en lugar de poner el
acento en los temas y las tesis de la psicología. Cuanto más cerca se halla una ciencia de sus
inicios tanto mayor es la cantidad de ídolos que la pueblan, en el sentido que les da Bacon. Los
de la psicología, con excesiva frecuencia, todavía ocupan la mayor parte del espacio en los
tratados clásicos. En torno a ellos se ordenan los capítulos, las discusiones, las encuestas.
Incluso habiendo sido rebatidos, siguen absorbiendo el esfuerzo de los investigadores en
detrimento de los hechos realmente observables. Propician «experiencias» que de hecho
producen un alejamiento de la verdadera experiencia. Dan lugar a distinciones que suelen ser
artificiales, entre lo que parece estar definitivamente en contradicción con los hechos observables
y lo que podría ser interpretado como relativamente aceptable. Sinuosos rodeos que impiden
abordar los auténticos problemas y que con excesiva frecuencia perpetúan procedimientos de
investigación que tienen mayor relación con los fantasmas de la psicología que con los datos de
la vida psíquica.
Un ejemplo es el de las imágenes. Dado que se ha pretendido que se encontraban tras todas las
manifestaciones de la actividad mental como elemento último y como explicación definitiva, se
han convertido en un sujeto privilegiado de estudio a las que su propia irrealidad ha provisto de
nuevos desarrollos, acreditando para combatirlas los mismos métodos que están en el origen de
su falaz existencia. En lugar de abordar directamente las manifestaciones del pensamiento para
desvelar cuáles son sus condiciones, niveles, formas, relaciones diversas, determinados
psicólogos han multiplicado los experimentos, delicados y problemáticos, de la introspección
provocada para demostrar que hay un pensamiento sin imágenes. La asociación de ideas que
todavía ocupa un lugar muy destacado en nuestras discusiones, podría prestarse a observaciones
de la misma índole, así como la atención, la voluntad y otros términos al uso, tras los cuales le
es muy difícil al psicólogo que los emplea, no imaginar una entidad con la que siente la tentación
de transigir, incluso cuando intenta demostrar su inconsistencia y su ambigüedad esencial.
Aun a riesgo de provocar el desconcierto de algunas personas, el único medio de evitar estas
vanas disgresiones consiste en operar una conversión total hacia las realizaciones de la vida
mental, en examinarla en sus diferentes niveles o estadios en todos los seres donde se
manifiesta, bajo sus condiciones endógenas o exógenas, esto es, simultáneamente en sus
relaciones con las estructuras que la hacen posible y las situaciones u objetos con los que se
enfrenta. La presente obra ha intentado hacer un esbozo de esta psicología que, aunque muy
imperfecta todavía, ofrece a partir de ahora, unos marcos en los que se irán inscribiendo
desarrollos ulteriores.
Su finalidad no consiste en establecer una doctrina. La unidad de doctrina entre varios autores
presupone consignas previas o mutuas reprimendas que tienden a erigir un cierto conformismo,
esto es, a eliminar las incursiones más osadas de cada uno en el campo de estudios que le es
más afín. El temor a las contradicciones sólo se justifica en el terreno de la ideología pura,
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Una psicología genético-dialéctica. El pensamiento de Henri Wallon Pág. 40
donde, en efecto, se traducen en incoherencia. Pero en el contacto con los hechos, las
contradicciones son saludables y necesarias. Cualquier problema nuevo surge de una
contradicción entre las ideas recibidas y la observación. Cualquier progreso de la observación
suscita una contradicción. Toda solución es la reducción de una contradicción. Si surgen
contradicciones entre autores igualmente empeñados en el examen de la realidad,
probablemente sea porque cada uno de ellos sólo posee una representación parcial de estas
realidades, bien porque las han abordado desde puntos de vista distintos o porque su
observación se mueve dentro de límites excesivamente estrechos. En un determinado sentido, la
contradicción habita en todo investigador original. Consciente o no, la contradicción le inquieta y
le estimula. Cuanto mayor es su capacidad para reconocerla o experimentarla, mayor es la carga
de novedad que posee su obra. Abolir uno de los términos de la contradicción o esforzarse en
limarla, en lugar de resolverla, significa renunciar a la oportunidad de descubrir relaciones más
profundas y más esenciales.
Tampoco ha parecido aplicable en este caso la unidad de método. Si las ciencias, en presencia
de lo real, se caracterizan cada una de ellas por métodos particulares es porque en lo real
intentan reconocer distintos sistemas de relación. Con la progresiva complejidad de los sistemas,
los métodos deben diferenciarse cada vez más. En psicología responden a conexiones tan
diversas que exigen métodos muy variados de exploración y de medida. Según los casos se
pueden utilizar métodos como el fisiológico, estadístico, estructural o el psicoanalítico. El único
regulador de la libre utilización de unos u otros son los respectivos resultados. Lo que equivale a
decir que no todos tienen necesariamente el mismo valor. La experiencia puede conducir al
abandono de alguno de ellos. En cualquier caso la experiencia debe hacerse, puesto que lo propio
de un nuevo método suele ser el descubrimiento de un nuevo modo de relaciones. De modo que
a priori ninguno es descartable mientras no pretenda, por el motivo que sea, escapar al control
de la experiencia.
Cada tipo de realizaciones puede dar origen a nuevas posibilidades. De forma que se irán
edificando comportamientos más complejos. De cualquier manera que surjan y cualesquiera que
sean sus condiciones, orgánicas o externas, parece que el necesario concurso de condiciones
más abundantes debe insertarlos en un determinismo más estricto y hacer más precaria su
existencia. Aunque inversamente también puede incrementarse la capacidad de sustraerse a las
circunstancias adversas o de modificarlas. Esa plasticidad del comportamiento animal suele
desconocerse. Su aparente fijación comúnmente se atribuye a una especie de vocación o de
finalidad íntimas, a pesar de que no lograría sobrevivir a una variación suficiente de la situación.
En las condiciones naturales la estabilidad de las situaciones es relativamente constante. Pero
con el hombre hace su aparición la capacidad de transformarlas. El desarrollo de esta capacidad,
en el hombre sigue una progresión acelerada a medida que el ambiente social, superpuesto al
medio físico, permite el descubrimiento y el uso de técnicas cada vez más estrictamente
fundadas en poner ele manifiesto las leyes que responden a la estructura de las cesas.
De manera que una nueva diversidad sucede a la diversidad natural. El hombre biológico recibe
no solamente la impronta del hombre social, sino también la del hombre histórico. Su ambiente
La infancia y su estudio
La evolución psicológica del niño
1. El niño y el adulto
Lo único que sabe el niño es vivir su infancia. Conocerla corresponde al adulto. Pero, ¿qué es lo
que va a predominar en este conocimiento, el punto de vista del adulto o el del niño?
El adulto, sin embargo, reconoce diferencias entre él y el niño. Pero frecuentemente las
considera como una simple operación de resta, ya sea de grado o de cantidad. Comparándose
con el niño, lo considera relativa o totalmente incapacitado para realizar acciones o tareas que él
es capaz de ejecutar. Estas incapacidades seguramente pueden crear magnitudes que,
combinadas convenientemente, mostrarían unas proporciones y una configuración psíquica
diferentes en el niño y en el adulto. Desde tal punto de vista, estas últimas adquirirían una
significación positiva. Pero el niño no es, pues, de ninguna manera, un simple adulto en
miniatura.
Sin embargo, y de un modo cualitativo, puede darse la resta si las sucesivas diferencias de
aptitud que presenta el niño se reúnen en sistemas y si un período determinado del crecimiento
puede remitirse a cada uno de estos sistemas. De esta manera estaremos frente a etapas o
estadios y cada uno de ellos comprenderá un conjunto de aptitudes o caracteres que debe
7
Muzater Sherif, The Psychology of Social Norms, Harper & Brothers, Nueva York, 1938.
Por último, el egocentrismo del adulto puede manifestarse en la convicción de que toda
evolución mental tiene como fin inevitable su manera personal de sentir y de pensar, que
corresponde a su medio y a su época. Si por casualidad el adulto llega a admitir que la manera
de sentir y pensar del niño es específicamente diferente de la suya, considerará tal hecho como
una aberración. Aberración constante, sin duda, y por esa razón, tan necesaria, tan normal como
su propio sistema ideológico; aberración cuyo mecanismo hay que tratar de descubrir. Pero se
impone dilucidar, previamente, una cuestión: aquella que se relaciona con la realidad de esta
aberración. ¿Es verdad que la mentalidad del niño y del adulto son heterónomas? ¿Hasta qué
punto el paso de una a otra supone una transformación total? ¿Es verdad que los principios a los
que el adulto cree que están ligados sus propios pensamientos son una norma inmutable e
inflexible que permiten rechazar los pensamientos del niño por estar fuera de la razón? ¿Es cierto
que las conclusiones intelectuales del niño no tienen ninguna relación con las del adulto? Y la
inteligencia del adulto, ¿habría podido mantener su fecundidad si se hubiese apartado de las
fuentes de las que surge la inteligencia del niño?
Otra actitud consistiría en observar al niño en su desarrollo, tomándolo como punto de partida,
siguiéndolo a través de sus edades sucesivas y estudiando los estadios correspondientes, sin
someterlos previamente a la censura de nuestras definiciones lógicas. Para quien considera cada
estadio dentro de la totalidad, la sucesión de estadios le parece discontinua; el paso de uno a
otro no es sólo una ampliación sino una reorganización. Actividades que son importantes en una
etapa se reducen y, a veces, se suprimen aparentemente en la siguiente. Entre una y otra, a
menudo, parece producirse una crisis que puede afectar visiblemente la conducta del niño. El
crecimiento está determinado por conflictos de modo que parece encontrarse frente a situaciones
de elección entre un tipo de actividad nuevo y otro viejo. La etapa que se somete a las leyes de
la otra va transformándose y pierde rápidamente su capacidad de regir el comportamiento del
sujeto. Pero la manera en que se resuelve el conflicto no es absoluta ni necesariamente uniforme
para todos. Aquélla deja huella en cada uno.
Algunos de esos conflictos han sido resueltos por la especie; es decir, el crecimiento por sí solo
lleva al individuo a resolverlos. Tomemos un ejemplo: el sistema motor del hombre presenta una
estratificación de actividades cuyos centros se escalonan sobre el eje cerebro-espinal, siguiendo
el orden en que aparecen en el curso de la evolución. Estas actividades entran sucesivamente en
juego durante la primera infancia, más o menos en la forma en que ellas se van a integrar en los
sistemas posteriores que las modifican. Esas actividades, realizadas en forma aislada, producirán
sólo efectos parciales y casi siempre inútiles. Pero más tarde, si una influencia patológica las
sustrae al control de las funciones que las había englobado, la oposición que las actividades
muestran hacia dichas funciones señala la existencia del conflicto latente que existía entre ellas.
Por otra parte, incluso en el estado normal, la integración entre los diferentes aparatos del
órgano motor puede ser más o menos estricta. De ahí proviene la gran variedad de estructuras
motrices. Sin embargo, en el campo de las funciones psicomotrices y psíquicas -y en el cual los
conflictos no se han definido completamente- es donde la integración se presenta débilmente,
por ejemplo, entre la emoción y la actividad intelectual, funciones que responden claramente a
dos niveles distintos de los centros nerviosos y a dos etapas sucesivas de la evolución mental.
En otros casos es el individuo como tal el que tiene que resolver sus conflictos. A veces el
conflicto es de una importancia tan decisiva que tan sólo existe una solución; otras veces, por el
contrario, es contingente y su solución se hace más personal. Elevándolos a una generalidad
mítica, Freud resume los conflictos en uno esencial: el conflicto entre el instinto de la especie que
se traduce para cada uno en el deseo sexual o libido y las exigencias de la vida en sociedad. La
vida psíquica constituye un drama continuo debido, por una parte, a rechazos y, por otra, a
subterfugios para burlar la vigilancia de la censura.
Toda la evolución mental del niño estará dirigida por las fijaciones sucesivas de la libido a los
objetos que están a su alcance. Ésta tendrá que apartarse de los primeros contactos para
dirigirse hacia otros. La elección no se realizará sin sufrimiento, sin pesar, sin regresiones
eventuales. Pero no es necesario imputar estos actos de elección al instinto sexual, por mucho
que haya rasgos de él en el niño. A despecho de la elección, nada queda destruido en lo que se
abandona, nada queda sin acción en lo que se supera. Al franquear cada etapa, el niño deja tras
de sí posibilidades que no están muertas.
La transformación del niño en el adulto que será más adelante no sigue un camino exento de
obstáculos, de bifurcaciones ni de rodeos. Las orientaciones fundamentales a las que obedece
normalmente -con frecuencia- son una fuente de incertidumbre y duda. Sin embargo, muchos
otros factores más fortuitos también intervienen para obligarle a escoger entre el esfuerzo y la
renuncia. Tales factores surgen del medio, medio de personas y medio de cosas. Su madre, sus
parientes, sus encuentros habituales o desacostumbrados, la escuela; así como contactos,
relaciones y estructuras diferentes, e instituciones a través de las cuales entrará a formar parte
de la sociedad, de buen grado o a la fuerza. El lenguaje interpone -entre él y sus deseos, entre él
y la gente- un obstáculo o un instrumento al que puede intentar torcer o dominar. Los objetos y,
ante todo los más próximos a él, los objetos usuales como su tazón, su cuchara, su orinal, sus
vestidos, la electricidad, la radio y la técnica más arcaica o la más reciente, son para él estorbo,
problema o ayuda, le disgustan o le atraen; es decir, modelan su actividad.
En definitiva, el mundo de los adultos es el mundo que el medio impone al niño y de ahí resulta,
en cada época, una cierta uniformidad en la formación mental. Pero el adulto no debe deducir de
ello que tiene el derecho de reconocer en el niño sólo aquello que él le ha dado. Y además, la
manera que tiene el niño de asimilar lo que el adulto le proporciona, puede no tener ninguna
semejanza con la manera en que el adulto lo utiliza. Si el adulto aventaja al niño, el niño también
aventaja, a su manera, al adulto. Este último tiene facultades psíquicas que otro medio utilizaría
de manera distinta. Varias dificultades, vencidas por los grupos sociales en forma colectiva, han
permitido la manifestación pública de dichas facultades. Con la ayuda de la civilización, ¿no
podrían salir a luz otras manifestaciones de la razón y los sentidos que existen potencialmente en
el niño?
Pese a que en vastos dominios del conocimiento se ha visto cómo la experimentación reemplaza
a la simple observación, el papel de esta última todavía prevalece en amplios campos de la
psicología. La física y la química han nacido de la experimentación. La experimentación no cesa
de ampliar su campo en la biología, y la fisiología le pertenece casi por completo. Se ha creado
una psicología experimental a imitación de la fisiología. Pero la psicología del niño, por lo menos
la psicología de la primera infancia, depende casi exclusivamente de la observación.
Pero, por el contrario, el conjunto debe ser efectivamente aprehensible de modo solidario en
todas sus partes. Por esta razón, sin duda alguna, la primera infancia es un objeto de elección
para la observación pura. Hasta los 3 o 4 años el niño no puede escapar al propio observador.
Así se registrarán todas las circunstancias de su vida y de su comportamiento. Esto es lo que se
han esforzado en hacer autores como Preyer, Pérez, Major, W. Stern, Decroly, Dearborn, Shinn,
Scupin, Cramaussel, P. Guillaume. Unos, como Preyer, han publicado el conjunto de sus
observaciones, si no en forma de un diario continuo, por lo menos clasificándolas bajo títulos
muy generales. Otros, como W. Stern, han deducido de sus observaciones monografías que
tratan de cuestiones particulares. Otros parecen también haber limitado sus observaciones a los
datos de ciertos problemas pero atendiendo, al mismo tiempo, a la existencia total del niño.
Estos trabajos siguen siendo la fuente más rica para el estudio de la primera edad.
A partir de los cuatro años se carece en absoluto de estos trabajos. Ante el hecho de que las
observaciones recogidas son sólo fragmentarias, se trata de organizar los conjuntos de los que
dichas observaciones pueden obtener su significación. Así se han elaborado métodos que
proceden de la observación pura, pero que deben superarla y se encuentran ante la tarea de
prolongar la experimentación, cuya finalidad esencial -como la de todo conocimiento- consiste en
poner en evidencia una relación determinada. El experimentador reconstruye esta relación o la
somete a variaciones que permiten aislar del resto los términos unidos por aquélla. Cuando es
imposible actuar sobre ella, no queda otro recurso que intentar la comprobación de sus
variaciones espontáneas o accidentales. Pero para reconocerlas hay que estar en condiciones de
compararlas con una norma, remitirlas a un sistema determinado de referencias. La norma
puede consistir, entre otras cosas, en equiparar las desviaciones patológicas al estado normal. El
sistema de referencias puede obtenerse a partir de las estadísticas resultantes de amplias
comparaciones. De todas maneras, una observación no se puede identificar como tal si no logra
encuadrarse en un conjunto del que reciba su sentido e incluso su fórmula. Esta necesidad es tan
fundamental que obliga a volver sobre la observación pura y a examinar mediante qué
mecanismo y bajo qué condiciones puede convertirse en un medio de conocimiento.
Hablando con propiedad, no hay observación que sea un calco exacto y completo de la realidad.
Además, suponiendo que la hubiera, el trabajo de observación estaría aún por comenzar desde
un principio. Aunque, por ejemplo, la filmación de una escena responde a una elección
frecuentemente muy forzada: la elección de la propia escena, del momento, del punto de vista,
etc., ese trabajo de observación directa podrá comenzar sólo sobre la película, cuyo mérito
consiste en hacer permanente una sucesión de detalles que habrían escapado al espectador más
atento y sobre los cuales se puede volver a voluntad. No hay observación sin elección, así como
tampoco la hay sin una conexión, implícita o no. La elección está dominada por las relaciones
que pueden existir entre el objeto o el acontecimiento y nuestra expectativa, en otros términos,
nuestro deseo, nuestra hipótesis, o incluso nuestros simples hábitos mentales. Sus razones
pueden ser conscientes o intencionales, pero también se nos pueden escapar, ya que se
confunden ante todo con nuestro poder de formulación mental. Pueden escogerse sólo aquellas
circunstancias que estén en condiciones de expresarse por sí mismas. Y, para expresarlas,
debemos aplicarlas a algo que nos sea familiar o inteligible, al cuadro de referencias del que nos
servimos a voluntad o sin saberlo.
La gran dificultad de la observación pura como instrumento del conocimiento consiste en que
utilizamos, frecuentemente sin saberlo, un cuadro de referencias cuyo empleo es instintivo,
infundado, indispensable. Cuando experimentamos, el dispositivo mismo de la experiencia
efectúa la transposición del hecho al sistema que permitirá interpretarlo. Si se trata de la
observación, la fórmula que damos a los hechos responde a menudo a nuestras relaciones más
subjetivas con la realidad, a las nociones prácticas de las que echamos mano para nosotros
mismos en nuestra vida diaria. De este modo se hace muy difícil observar al niño sin cederle algo
de nuestros sentimientos o de nuestras intenciones. Un movimiento no es un movimiento, sino lo
que nos parece que expresa. Y, a menos de que se trate de una costumbre frecuente, omitimos
en cierta forma el gesto mismo y registramos la significación que le hemos atribuido.
Para quienes estudian al niño, sin lugar a dudas, ese cuadro de referencias es la cronología de
su desarrollo. Todos los observadores han tenido buen cuidado en anotar, para cada uno de los
hechos que registran, la edad del niño en meses y días, como si postularan que el orden en el
que aparecen las manifestaciones sucesivas de su actividad tiene una especie de valor
explicativo. Y la experiencia ha verificado, en efecto, que ocurre lo mismo en todos los niños: Las
inversiones de este orden que se pueden observar no son superiores, según Shirley, que ha
seguido minuciosamente el desarrollo de veinticinco niños, al 12 % de los casos y, además,
nunca se dan en más de dos adquisiciones inmediatamente consecutivas. Sólo más tarde pueden
observarse, entre actividades fuertemente diferenciadas, casos de precocidad o de retraso
parciales.
Ante el primer caso, ciertos observadores, como Preyer, han empezado por preguntarse si su
descripción no habría sido deformada desde un comienzo, por una interpretación que se anticipó
al acontecimiento. Pero la experiencia ha demostrado que, a menudo, la anticipación está en los
hechos mismos. Toda reacción, explica Koffka, es un conjunto cuya unidad puede agrupar partes
o condiciones más o menos diversas e intercambiables. Estas condiciones son, en proporción
variable, circunstancias externas y disposiciones internas. Cuanto mayor es el número de
circunstancias externas, tanto mayor es el riesgo de que su realización simultánea sea
accidental. Por el contrario, cuanto más aumenta el número de disposiciones íntimas, tanto más
tiende el conjunto de éstas a convertirse en un todo unido, que estará a la disposición constante
del sujeto. Los progresos de la organización a través de las especies animales avanzan,
precisamente, en este sentido. Su comportamiento, por lo menos en su forma, depende cada vez
más de determinantes internos y, proporcionalmente, las influencias del medio externo dejan de
guiarlo de forma inmediata. Los progresos de organización que responden al período de la
infancia han de recoger, necesariamente, las estructuras ancestrales que aseguran al individuo la
plena posesión de los medios de acción propios de la especie. Por otra parte, es un proceso que
prolonga las actividades de cada uno: todo aprendizaje, toda adquisición de hábitos, tiende a
reducir la influencia de las situaciones externas a la de simples signos, realizándose el acto
consecutivo por sí mismo mediante la actuación de las estructuras íntimas que resultan del
aprendizaje.
A esta explicación habría que agregar que la anticipación funcional no es un simple accidente,
aun siendo frecuente, sino que parece ser la regla. Es normal que nuevas reacciones sufran un
largo eclipse después de haberse manifestado una o varias veces durante un corto período. Así
pues, no parece suficiente imputar el hecho al solo concurso favorable de circunstancias
externas; es más verosímil que, en muchos casos, la primera aparición de un gesto o de un acto
resulte de factores sobre todo internos. Su diversidad es, en efecto, más grande de lo que a
menudo suponemos. Los mecanismos de ejecución no son más que una parte de ella. Lo que los
pone en movimiento es una consecuencia de disponibilidades u orientaciones energéticas que
también tienen sus propios períodos. Intervienen, además, intereses de muy distinta naturaleza.
Por ejemplo, la novedad de la impresión que hace experimentar un gesto ejecutado por primera
vez puede ser suficiente para movilizar, por algún tiempo y en vista de su repetición, una suma
de energía que ya no podrá encontrarse cuando disminuya este atractivo. Desaparecerá pues
provisionalmente. La falta de cohesión entre los factores íntimos de una reacción expresa la
irregularidad que presenta para comenzar, aun en presencia de la excitación apropiada. También
hay que considerar que el umbral de una reacción, en sus comienzos, es elevado y que dicha
reacción, para producirse, exige un estímulo más enérgico o una cantidad mayor de energía que
en el estadio en que dicho umbral disminuirá debido a la maduración funcional o al aprendizaje.
La pérdida de una vieja adquisición es un hecho tan frecuente como para haber sido señalada
por varios autores. La explicación de este hecho, dada por W. Stern y luego por Piaget, es más o
menos semejante. La misma operación mental presenta diferentes niveles, y el paso entre ellos
se hace siempre en el mismo orden durante el transcurso de la evolución psíquica. Las
condiciones en que debe producirse la operación mental pueden presentar grados muy variables
de dificultad. Si aumenta la dificultad, la operación corre el riesgo de hacerse a un nivel más
bajo. Así, en el mismo individuo, con la misma edad, la misma operación es susceptible de
ejecutarse a niveles variables. W. Stern ha dado como ejemplo una prueba consistente en
describir una imagen, ya sea al mirarla o después de haberla mirado. En la forma que presenten
las dos descripciones puede observarse, de acuerdo con la edad del niño, un desnivel de uno o
dos escalones. El ejemplo de Piaget concierne a nociones tales como la de causalidad, y de las
cuales el niño puede hacer un uso objetivo en la práctica cotidiana de su vida, mientras que en
sus explicaciones -es decir en el «plano verbal»- retrocede hacia tipos de causalidad mucho más
subjetivos, tales como la causalidad voluntarista o afectiva.
A la inversa, ante una misma palabra, el acto mental puede pertenecer a dos niveles diferentes
de actividad. Esto explica cómo ciertos afásicos son, al mismo tiempo, capaces e incapaces de
utilizar un mismo vocablo según pertenezca a una exclamación afectiva o tenga que entrar en la
enunciación objetiva de un hecho. El lenguaje de un adulto normal conlleva una superposición de
planos, entre los cuales se mueve siempre sin saberlo. La enfermedad puede eliminar algunos de
ellos y el niño sólo puede pasar de uno a otro superior, de modo sucesivo. Pero el lenguaje no es
más que un ejemplo de la ley que rige la adquisición de todas nuestras actividades. Las más
elementales se integran, modificadas o bajo el mismo aspecto, a otras, a través de las cuales
aumentan gradualmente nuestros medios objetivos de relación con el medio. El observador debe
tener cuidado en no atribuir a los gestos del niño la significación completa que podrían tener en
el adulto. Sea cual fuere su identidad aparente no debe reconocerles otro valor que aquel que
puede justificar el comportamiento actual del sujeto. El comportamiento del niño, en cada edad,
responde a los límites de sus aptitudes y el del adulto está rodeado en todo momento por una
sucesión de circunstancias que permiten señalar el nivel de la vida mental en que se despliega.
El estar atento a estas diversas significaciones constituye una de las principales dificultades, pero
es una condición esencial de la observación científica.
Si el método de observación está obligado a tener en cuenta las variaciones que encuentra en el
efecto cuando cambian las condiciones, el estudio de los casos patológicos brinda la ocasión de
distinguir algunas de estas variaciones que se han hecho más notorias debido a la enfermedad, y
así puede suplir, en cierta medida, a la experimentación cuando es imposible recurrir a ella para
ponerlas en evidencia de una manera artificial.
distintos a los del hombre. Ribot y sus discípulos han adoptado dicho postulado pero no han
podido transferir el experimento a otros organismos, ya que los hechos que se estudian
pertenecen, en su mayor parte, sólo a la psicología del hombre. A diferencia de Cl. Bèrnard, que
actuaba en el campo experimental, ellos han trabajado en el patológico. Precisamente por esto,
al no tener la ventaja que significaba la verificación rápida que había buscado Cl. Bernard,
tuvieron que volver a establecer comparaciones minuciosas, y, a veces inciertas, de acuerdo con
los hallazgos de la clínica.
Este inconveniente quizá no ha sido para ellos, en un principio, tan evidente como lo es para
nosotros, puesto que era la época en que prosperaban los experimentos sobre la histeria, que,
efectivamente, han ocupado un lugar importante en los trabajos de los primeros psicopatólogos.
Los sorprendentes efectos que día a día les fueron atribuidos, hicieron creer que, provocándolos,
sería posible remontarse hasta su causa y explorar así el mecanismo de la vida psíquica.
Verificación demasiado fácil de las hipótesis más arbitrarias, ya que esos efectos eran resultado
directo de la sugestión o de la simulación. Aun siendo algo opuesto a la histeria, la doctrina
organicista mantenía, sin embargo, una ilusión muy parecida. Identificando cada manifestación
psíquica con el funcionamiento de cierto órgano, postulaba también la posibilidad de analizar la
vida psíquica efecto por efecto, función por función. Concepción reconocida después como
inadecuada a los hechos. Las consecuencias de una lesión no se resuelven en una simple
sustracción funcional. Traducen una reacción conforme a las posibilidades que han quedado
intactas o liberadas por la lesión. Son el comportamiento compatible con los cambios de la
situación interna.
Asimismo, los progresos del niño no son una simple adición de funciones. El comportamiento de
cada edad es un sistema en el que cada una de las actividades ya posibles concurre con todas las
otras, recibiendo su papel del conjunto. El interés de la psicopatología, al estudiar al niño, es
evidenciar los diferentes tipos de comportamiento de la mejor forma posible. Ya que el ritmo de
una evolución mental es tan precipitado en la primera infancia, que se hace difícil identificar, en
su estado puro, las manifestaciones que se superponen unas a otras. Por el contrario, una
perturbación en el crecimiento no sólo frena la evolución, sino también puede detener su curso
en un cierto nivel. Entonces todas las reacciones acaban por reunirse en un tipo único de
comportamiento, agotando completamente las posibilidades de éste, a veces incluso con un
grado de perfección que no podría lograrse cuando dichas reacciones se incorporan gradualmente
a otras de nivel más elevado. Siempre he comprobado que una virtuosidad parcial demasiado
grande es un mal pronóstico para el desarrollo ulterior del niño, ya que constituye el índice de
una función que gira indefinidamente sobre sí misma, a falta de un sistema más complejo de
actividad que llegue a integrarla y utilizarla para otros fines.8
Al mismo tiempo que cada estadio de una evolución truncada puede, de este modo, encontrarse
despojado de todos los rasgos que le son extraños, es sorprendente el contraste entre la
cohesión íntima del comportamiento y su incoherencia práctica. Si este comportamiento no tiene
siempre relación con las circunstancias exteriores, responde mal o no responde en absoluto a las
exigencias del medio. Su carácter absurdo permitirá comprender mejor los tipos de progreso que
son indispensables para permitir una vida normal. El régimen de vida está dirigido por
condiciones que puede transformar el medio social. La relación entre estas condiciones y el
desarrollo psíquico es uno de sus factores esenciales. Es necesario comparar, pues, las aptitudes
sucesivas o personales del niño con los objetos y los obstáculos que deben o pueden encontrar
dichas aptitudes, y después registrar el modo en que se efectuó la adaptación. Decroly
recomendaba considerar, para todo niño anormal, el régimen de vida que era y que podía ser
accesible para él. Se plantea el mismo problema para conocer y guiar mejor al niño normal.
La estadística utiliza otro medio de comparación cuya finalidad es bastante parecida. En lugar
de poner directamente en observación al individuo y sus condiciones de existencia, se lo compara
con el grupo de aquellos que están en las mismas condiciones que él. La comparación,
evidentemente, se realiza sobre un aspecto bien determinado. Se trata de anotar las variaciones
de este aspecto a través del conjunto del grupo y también de clasificar a cada individuo en
relación con el grupo entero. En un grupo donde se reúnen individuos de la misma edad, la
clasificación de cada uno entre los otros indicará, en relación con el rasgo considerado, si el
individuo va retrasado, avanzado respecto a los otros de su misma edad o está en el término
8
Henri Wallon, L'Enfant turbulent.
medio. Pero el principio de agrupamiento puede ser diferente: nacionalidad, medio social,
condiciones de vida más o menos particulares. Y así es como la comparación del mismo aspecto
en diversos agrupamientos, y en diferentes tipos de agrupamientos, permitirá reconocer cuáles
son los factores que influyen en su aparición, su desaparición y sus variaciones eventuales.
El método puede dar lugar a dos clases de comparaciones: la de cada individuo con una norma
procedente del conjunto de los resultados obtenidos a partir de las personas de su misma
categoría y la de las condiciones que se dan en cada categoría con el efecto estudiado. Ante el
hecho de que el término de referencia ha dejado de ser una observación o una experiencia
individual para convertirse en una pluralidad de casos individuales, resulta necesario eliminar ele
esta pluralidad lo que puede romper el justo equilibrio. La posibilidad de obtener esta garantía
reside sólo en respetar las condiciones que el cálculo de probabilidades ha permitido determinar.
El establecimiento de normas y el manejo de comparaciones propias de este método están
regidos por el cálculo de probabilidades.9
El rasgo estudiado puede ser un efecto natural, como la estatura del niño. Sin embargo, cuando
se trata de una aptitud se hace necesario evidenciarla mediante una prueba o test. El test
definirá una aptitud determinada sólo porque previamente se habrá diseñado para su medición. Y
la garantía de esta correspondencia exacta viene dada, precisamente, por el cálculo de
probabilidades. El porcentaje de resultados favorables obtenidos con individuos de quienes se
sabe prácticamente que presentan esta aptitud debe ser muy superior al porcentaje que dan
individuos corrientes. Si se trata de conocer el desarrollo de una aptitud de acuerdo con la edad,
la comparación versará sobre el número de resultados favorables obtenidos en dos edades
consecutivas.
El test es una observación provocada y, en este sentido, un experimento. Sin embargo, lo que
lo distingue de un experimento propiamente dicho es que ambos difieren en cuanto a referencia
y técnica. El experimento vale por su estructura, por la exacta relación de sus partes; su
resultado depende de las condiciones en que ha sido llevado a cabo; consiste en una
combinación adecuada de circunstancias; sus referencias están en una situación definida y que
puede ser más o menos compleja. El test, por el contrario, es un índice cuya significación está
basada en su frecuencia relativa a través de grupos definidos. La estructura está en ellos y no en
el test. Si hubiera una estructura, aunque tuviera pocos elementos heterogéneos, las
comparaciones a las que sirve se harían ambiguas y las manipulaciones estadísticas podrían
revelar determinadas anomalías en sus resultados. El test, en principio, debe ser lo más
depurado posible. Sus referencias están fuera de él: en el conjunto de casos sobre los que se ha
aplicado.
El estudio del niño -esencialmente- es el estudio de las fases que lo van a transformar en un
adulto.
¿En qué medida los tests pueden contribuir a ello? ¿En qué medida pueden ser insuficientes?
Suponiendo que fueran lo suficientemente numerosos como para responder a todas las
aptitudes, los tests podrían hacer un inventario de todas ellas para cada sujeto y para cada edad,
indicando sus respectivos niveles. Los tests yuxtapuestos proporcionarían lo que se llama un
«perfil psicológico», gráfico de indiscutible utilidad, pero que en el fondo es una simple reunión
de resultados que, por otra parte, es dudoso que agoten todas las posibilidades del sujeto. No
hay, pues, en ellos la verdadera expresión de una estructura mental.
9
Ver Borel y Deltheil, Probabilités, Erreurs, colección Armand Colin, nº 34; H. Wallon, Principes de Psychologie
Appliquée, 2.ª parte, colección Armand Colin.
Sin embargo, es posible investigar si existe o no una correlación entre los tests, calculando la
frecuencia con que concuerdan sus resultados. Una concordancia cuyo porcentaje sobrepase las
probabilidades del simple azar puede ser el índice de una relación funcional entre dos aptitudes
puestas en correlación, a condición de que no sea a causa de una dependencia común respecto a
circunstancias extrañas. Tal concordancia responderá pues a un elemento de estructura. Pero
encadenar estos elementos, calculando correlaciones cada vez más próximas, no es recomponer
la estructura, y los resultados le conjunto se hacen rápidamente muy confusos. Por otra parte, la
cohesión de cada elemento varía con el valor numérico de la correlación, en tanto que su
significación intrínseca permanece indeterminada. La investigación de las correlaciones es, pues,
un método le análisis y de verificación, pero no de reconstrucción.
En una palabra, la existencia de un conjunto no se confunde con las mutuas afinidades de sus
partes. El hecho de que a una edad determinada las distintas actividades que la constituyen
colaboren en la conformación de un comportamiento, no significa necesariamente que estas
actividades se condicionen entre ellas. Las causas de una evolución superan el instante presente.
Cada una de sus etapas no puede formar, pues, un sistema cerrado en el que todas sus
manifestaciones dependan estrictamente unas de otras.
Los estadios que permite estudiar la psicopatología son -ante todo- conjuntos que, además,
están depurados de todo elemento heterogéneo. Así es más fácil definir los rasgos esenciales de
dichos conjuntos. Pero pueden captarse sólo bajo su aspecto estático. Como fragmentos de una
evolución truncada dejan en seguida de responder a las necesidades de las edades sucesivas por
las que atraviesa el individuo. Poseen una existencia sólo mecánica, provista de efectos
estereotipados y absurdos. Desaparece su significación psicobiológica.
Las etapas del desarrollo deben ser referidas, fundamentalmente, a su sucesión cronológica.
Las leyes y factores de los que dependen se estudiarán más adelante. Pero, ¿de qué manera se
suceden unas a otras? Para ciertos autores el paso de una etapa a otra se efectúa mediante
transiciones insensibles. Cada una de ellas estaría en la etapa precedente y también contendría
la siguiente. Más que una realidad psicológica, estas etapas constituirían una división cómoda
para el psicólogo. Esta continuidad, sin duda, es todo lo que puede captar el que se aferre
exclusivamente a la descripción de las manifestaciones o aptitudes sucesivas que se van
mostrando en el comportamiento del niño. El desarrollo de cada una puede representarse
mediante una curva continua desde los tanteos extraños e imperfectos del comienzo hasta su
empleo según las necesidades y circunstancias, pasando por el período en el que -durante una
agitación lúdica- el efecto se busca insaciablemente. Las nuevas formas de actividad se hacen
posibles en función de su perfeccionamiento y puede considerárselas en cierto modo como una
consecuencia mecánica y necesaria. Esta actividad, al mismo tiempo se entremezcla con otras,
sincrónicas o no, que con ella forman una especie de tupimiento en el que se pierden las
distinciones de las etapas.
Al mismo tiempo en que las posibilidades actuales y las correspondientes condiciones de vida
llegan a un equilibrio estable en cada etapa, también se hace presente la tendencia al cambio,
cuya causa es ajena a esta exacta relación funcional. Esta causa es orgánica. En el desarrollo del
individuo la función se revela con el crecimiento del órgano, y el órgano, muchas veces, precede
en mucho a la función. El número de células nerviosas es el mismo desde el nacimiento hasta la
muerte, y si algunas se destruyen en el transcurso de la vida jamás son reemplazadas. Pero,
¿durante cuántas semanas, cuántos meses y años muchas de ellas permanecen dormidas?
Mientras no se cumpla la condición orgánica de su funcionamiento: la mielinización de su axón.
Muchos otros órganos deben terminar, también, su diferenciación estructural antes de revelar su
función y, a menudo, sus primeras manifestaciones no son más que un ejercicio libre sin otro
motivo que el ejercicio mismo.
Entre los dos no hay más que un pequeño margen de variación. Pero es difícil señalar la
magnitud de esta variación ya que sólo el fenotipo es directamente accesible a la observación. En
cuanto al contenido del genotipo, habría que deducirlo de una comparación entre progenitores y
descendientes, atribuyéndole aquellos rasgos comunes que no pueden ser explicados por la
influencia del medio o de los acontecimientos. La comparación entre grupos de gemelos homo y
heterozigóticos ha permitido a varios observadores atribuir al genotipo las aptitudes que son
semejantes entre los primeros y que son diferentes entre los segundos. Sin duda, en condiciones
normales, la enorme diversidad de modos de vida que presenta nuestra sociedad hace que las
comparaciones sean más complejas; sin embargo, también puede aclarar la distinción entre lo
que permanece constante y aquello que varía debido a múltiples circunstancias.
Sin embargo, hay que saber distinguir entre las influencias. Algunas son muy fuertes, otras
parecen estar muy repartidas. Si la comparación no fuera lo suficientemente amplia en el tiempo
y en el espacio, o si no pusiera en evidencia las variaciones accidentales para hacer un examen
rigurosamente diferencial de sus condiciones, los efectos de las influencias podrían prevalecer en
los rasgos permanentes y esenciales de una raza o en grupos fundamentalmente homogéneos.
En otros campos, la transformación de las circunstancias es mucho más rápida y mucho más
variada. Entre generaciones o entre grupos relativamente próximos, y a veces aun entre
individuos, las variaciones pueden ser sensibles. Hay que tener en cuenta este hecho para no
sacar conclusiones de superioridad o inferioridad fundamentales sin una base real.
Los juegos guerreros de los niños, por ejemplo, su invención o, más bien, su reinvención del
arco y las flechas, son una reminiscencia de edades desaparecidas. Lo mismo ocurre en lo que se
ha llamado su mentalidad mágica, es decir, su creencia en el poder de la voluntad sobre las
cosas y los acontecimientos, ya sea en forma directa o mediante invocaciones o fórmulas.
Freud asigna gran importancia dentro del psicoanálisis a esta reviviscencia de los pensamientos
ancestrales. Los juegos imaginativos, los cuentos que complacen a los niños, los sueños del
adulto, algunas de sus creaciones estéticas, serían un retorno a la forma mítica bajo cuyo
imperio se expresaban las más antiguas civilizaciones y que hoy día utilizan los deseos
rechazados por nuestra civilización para manifestarse de manera disimulada. De este modo
podrían sobrevivir en cada individuo aquellas situaciones que pertenecían a las primeras edades
de la humanidad y que la moral de los pueblos no ha dejado de combatir.
No hay reacción mental que sea independiente de las circunstancias externas, de una situación
y del medio, por lo menos a través de los medios y de su contenido, si no siempre, como mínimo
en el momento presente. Hay quienes se oponen a una exacta asimilación del desarrollo psíquico
con el desarrollo embrionario y hay otros que, por el contrario, se aferran a la influencia
exclusiva de factores orgánicos. La semejanza que puede evidenciarse entre algunas actitudes u
operaciones mentales de los niños y las de los llamados primitivos parece explicarse por una
semejanza de situación, por otra parte muy relativa. El medio aporta a nuestra actividad
instrumentos y técnicas tan íntimamente vinculados a la práctica y a las necesidades de nuestra
vida cotidiana, que a menudo ni nos percatamos de su existencia. El niño sólo aprende a
disponer de ellos progresivamente. Los presuntos primitivos se asimilarían a cada una de esas
situaciones sucesivas en las que, para el niño, ciertas técnicas no habrían existido todavía.
Las técnicas intelectuales que se transmiten al niño en la primera etapa, sobre todo a través del
lenguaje, pero sólo en la medida en que aprende a emplearlo, no son las menos importantes.
Este aprendizaje no concluye con los últimos años de la infancia y puede prolongarse a muy
diferentes niveles. Sin embargo, entre los lenguajes también hay niveles. De acuerdo con el
estado de las civilizaciones correspondientes los lenguajes son instrumentos intelectuales más o
menos elaborados. El trabajo de los pensadores nos ofrece un ejemplo explícito de esta
elaboración a través de la historia. ¡Cuántos esfuerzos de definición por parte de Descartes,
Aristóteles y Platón para las palabras y las nociones de las que depende nuestra comprensión
diaria del mundo! Nos parece ascender de uno a otro hacia lo menos comprensible y, a veces con
Platón, hasta el umbral de lo más incomprensible. ¿Acaso esto no nos abre algo de aquel
horizonte tan lejano de lo que Lévy-Bruhl llama la mentalidad prelógica? Pero esta elaboración,
deliberada en los filósofos de antaño y en los sabios de hoy, se realiza en la conciencia común y
en el lenguaje corriente, bajo la presión de las costumbres o de los objetos que pertenecen al
régimen de vida y a las técnicas de la época.
Entre el niño y el primitivo la diferencia es muy clara. El primero está en presencia de técnicas
que todavía no sabe utilizar; para el segundo, éstas no existen en absoluto. La comparación
entre uno y otro es, sin duda, útil, no porque nos brinde la oportunidad de encontrar un estadio
del pasado en el niño, sino porque nos permite precisar la parte que corresponde a los
instrumentos y a las técnicas de aquella otra que pertenece a la inteligencia en el ejercicio del
pensamiento. De esta manera estaremos prevenidos contra el riesgo de considerar a un niño
actual de 12 años más inteligente que Platón o por lo menos más inteligente que un primitivo
eminente en su clan, y también estaremos prevenidos para no confundir el nivel de la lógica con
el poder del pensamiento. Hay que añadir que, aun reduciéndolo a estos términos, el
acercamiento muestra la existencia de una enorme distancia entre el niño, cuyo pensamiento
está desprovisto de esquemas y sigue las pulsiones de la sensibilidad, y el primitivo, que está
influenciado por el sistema tenaz de sus hábitos mentales y de sus creencias.
Aunque el desarrollo psíquico del niño suponga una especie de implicación mutua entre factores
externos e internos, no es imposible distinguir la parte que corresponde a unos y otros. El orden
riguroso de las fases del desarrollo, cuya condición fundamental es el crecimiento de los órganos,
es imputable a los factores internos. Las estructuras del futuro organismo están dentro del
huevo, y en estado potencial, aunque todavía invisible. Compuestos químicos de constitución
relativamente simple parecen tener un papel decisivo como estimulantes y reguladores en la
diferenciación de aquellas estructuras. Son las hormonas, secreción de las glándulas endocrinas.
Dotada cada una de ellas de una rigurosa especificidad, aunque a menudo en relación de
dependencia recíproca, tienen bajo su control la aparición y el desarrollo de cada clase de tejido.
El encadenamiento de sus intervenciones responde con la más exacta precisión a las necesidades
del crecimiento y, en vista de que añaden a su papel morfógeno una acción igualmente electiva
sobre las funciones fisiológicas y psíquicas, von Monakow veía en todo ello algo así como un
sustrato material de los instintos.
De hecho, parece que dichas hormonas ejercen una influencia considerable sobre las
correlaciones psicosomáticas. La secreción de las glándulas intersticiales incluidas en los órganos
genitales se encuentra, por ejemplo, en el origen de los cambios psíquicos y físicos conocidos
bajo el nombre de pubertad. Las diferencias de conformación física y de temperamento
psicofisiológico, que hoy día muchos se afanan en clasificar por tipos para basar en ellos el
estudio del carácter y de las diversas afecciones mentales, se atribuyen con facilidad a la
preponderancia de esos cambios físicos o psíquicos. Tratándose de niños, tales investigaciones
podrían tener un doble interés: en primer lugar, identificar en el curso de su desarrollo los signos
premonitorios, las particularidades nacientes y quizás, en parte, las causas que determinan el
tipo que completará posteriormente; en segundo lugar, el interés de investigar si las etapas de
su crecimiento que traen consigo variaciones considerables y que se presentan en las
proporciones relativas a la cabeza y al tronco o en las que se dan entre éstos y las extremidades
y, por último, entre sus partes y segmentos, no emparentarían sucesivamente al niño con
diferentes biotipos a los que correspondería la diversidad de sus comportamientos sucesivos.
En todos los casos existe una relación entre el crecimiento de las extremidades y su actividad
propia. Pero ésta puede ser de sentido opuesto. A veces es positiva; es decir, que aumentan
simultáneamente las dimensiones y la habilidad de una región, por ejemplo, de la raíz o la
extremidad de un miembro. Y eso debe explicarse por una solidaridad trófica entre los órganos
periféricos y centrales de una misma función: por una parte aparato articular y músculos; por
otra, centros nerviosos. Otras veces, por el contrario, una torpeza más o menos duradera
acompaña a un rápido aumento de las dimensiones. Un ejemplo muy conocido es el cambio de
voz en la pubertad: los sonidos se vuelven bitonales y discordantes, porque los automatismos
adquiridos se alteraron momentáneamente debido a los cambios sufridos por el órgano. En el
primer caso se trataba de una aptitud bruta, elemental y potencial; en el segundo, por la
transformación de su instrumento, fallaron operaciones complejas que estaban constituidas en
sistema. La oposición de estos dos efectos se explica por la diferencia de su nivel funcional.
En la especie humana, el adulto dispone de actividades con ayuda de las cuales puede superar
las limitaciones del ambiente inmediato. A las circunstancias exteriores puede oponer un mundo
de motivos que descubre en sí mismo, sea cual fuere la fuente de la que procedan, y que son
como el regulador interno de su conducta. Hay que suponer, pues, en el punto de partida un
acervo psicobiológico mucho más complejo que en las otras especies. El niño, por el contrario,
permanece mucho más tiempo desarmado ante las necesidades más elementales de la vida, y
las oportunidades de aprendizaje que debe encontrar en el medio externo adquieren entonces
una importancia decisiva. De este modo, hay una relación inversa entre la riqueza del
equipamiento y el acabado de sus partes. Cuanto mayor es el número de posibilidades, mayor es
su grado de indeterminación. Cuanto mayor es la indeterminación, más aumenta el margen de
los progresos. Una función que no tiene que buscar su fórmula tampoco sabe adaptarse a
circunstancias diversas.
El hecho de que un ser no pueda subsistir por sí mismo en el momento de nacer a causa de una
maduración insuficiente de sus órganos, se ha asimilado a un caso de premaduración. Ningún
ejemplo es más sorprendente que el del canguro, cuya cría abandona el útero de su madre sólo
para reintegrarse de inmediato a la bolsa ventral, donde esperará hasta poder soportar los rudos
contactos del mundo exterior. La premaduración es normal en muchas especies de mamíferos.
Su precocidad parece aumentar al mismo tiempo que se eleva el nivel evolutivo de la especie.
Alcanza su grado más alto en el hombre y se acompaña de un trastorno en el orden de los
medios que están a su alcance, trastorno que prepara una orientación completamente nueva de
su existencia.
En tanto que, a veces, a costa de ejemplos y de incitaciones maternas, el animal joven adapta
directamente sus reacciones a las situaciones del mundo físico, el niño permanece meses y años
sin poder satisfacer sus deseos si no es por medio de otros. Aquellas de entre sus propias
reacciones que susciten en los demás conductas beneficiosas para él y las reacciones de los otros
que coincidan con su comportamiento o manifiesten conductas contrarias, son los únicos
instrumentos que sitúan al niño en relación con el ambiente. Desde los primeros días y semanas
se forman encadenamientos de los que surgirán las primeras bases de lo que servirá para
establecer relaciones interindividuales. Las funciones de expresión preceden en mucho a las de
realización. Preludiando al lenguaje propiamente dicho, las funciones de expresión son las
primeras que marcan al hombre, animal esencialmente social.
ABIOTROFIA
Proceso degenerativo, en particular de las células nerviosas.
AFASIA
Trastornos del lenguaje derivados de una lesión cerebral, sin que aparezcan lesiones en los órganos
periféricos. Conviene distinguir esquemáticamente la afasia llamada motriz de Broca, caracterizada por
trastornos de ejecución, y la afasia llamada sensorial de Wernicke caracterizada por trastornos de la
comprensión.
AGNOSIA
Pérdida patológica de la capacidad de reconocimiento perceptivo, a pesar de mantenerse la integridad, más
o menos completa, de las sensibilidades en juego.
AGNOSTICISMO
Doctrina que preconiza que todo cuanto rebasa las apariencias sensibles es incognoscible para la mente
humana.
AGORAFOBIA
Temor obsesivo a los grandes espacios abiertos.
ALGOFILIA
Perversión que consiste en apetencia de dolor físico.
ALVINO
Perteneciente o relativo al bajo vientre.
APONEUROSIS
Membrana fibrosa que envuelve un músculo e impide su desarrollo lateral cuando se contrae.
APRAXIA
Trastorno motor caracterizado por la incapacidad de ejecutar movimientos voluntarios a pesar de la
integridad de las funciones motrices elementales.
ASINERGIA
Trastorno en la realización de las sinergias musculares, es decir, de los conjuntos de contracciones
habitualmente asociadas en la ejecución de un movimiento, en el mantenimiento de una postura.
ATETOSIS
Síndrome caracterizado por movimientos ondulatorios, de ritmo lento, en particular de las manos, motivado
por lesiones del cuerpo estriado.
ATONÍA
Carencia de tono y de vigor, inercia de expresión.
CATATONÍA
Síndrome complejo que normalmente se detecta en la demencia precoz (esquizofrenia) y que comporta en
particular la conservación pasiva de las actitudes (catalepsia) e incluso la enérgica oposición muscular a su
modificación (negativismo)
CATEGORÍA DE LO OCULTO
Según Wallon, forma animista y sincrética del principio de causalidad, propia del pensamiento primitivo.
Wallon deriva este concepto de los trabajos de Lévy-Bruhl que hablaba de categoría afectiva de lo
sobrenatural.
CATEGORIAL, pensamiento
Que implica a las categorías. Wallon califica de categorial el pensamiento propio a la edad escolar (6-7/10-
11) que implica la regresión del sincretismo pero todavía vinculado a los casos particulares, esto es,
anterior a la idea de ley. Una fase precategorial (6-9 años) precede a la aparición del pensamiento
categorial propiamente dicho (9-11 años).
CONACIÓN
Término derivado del latín conatus equivalente a esfuerzo.
CINESTÉSICA, sensibilidad
Sinónimo de propioceptivo.
COREA
Síndrome caracterizado por una agitación desordenada que resulta de lesiones del cuerpo estriado
(putamen); vulgarmente: baile de San Vito; véase cuerpos optoestriados.
CRONAXIA
Tiempo fisiológico característico de la excitabilidad eléctrica de un tejido; designa el «tiempo de pasaje de la
corriente necesaria para obtener el umbral de la contracción con una intensidad doble de la reobase»;
noción propuesta por el fisiólogo Lapicque (1909) que la utilizaba particularmente para explicar la
transmisión, entre los elementos que constituyen el tejido, del influjo nervioso. Las concepciones modernas
han sustituido esta noción por la de mediador químico.
CRONÓGENO
Término que designa el carácter variable, plástico de las localizaciones cerebrales, que según los neurólogos
Monakow y Mourkue denota el desarrollo de las funciones.
DIPLEJÍA
Perturbación de la motricidad que afecta a los miembros de ambos lados del cuerpo, por oposición a la
hemiplejía.
DISCURSIVO, pensamiento
Relativo al discurso, que implica al lenguaje. Wallon llama pensamiento discursivo la forma de pensamiento
que implicando el lenguaje y la representación, comienza a desarrollarse hacia la edad de un año,
paralelamente a la inteligencia práctica. Bajo su primera forma (de 1 a 6-7 años), el pensamiento discursivo
todavía es sincrético.
DISTONÍA
Trastorno de la tonicidad muscular.
ECOLALIA
Repetición automática, como un eco, de las palabras que acaban de ser escuchadas; se observa en los
débiles sugestionables, en determinados estados de demencia y en la actividad de lalación del niño muy
pequeño (entre nueve y dore meses). Rudimentos de ello, Piaget los observa en el segundo mes
clasificándoles en la categoría de la «imitación esporádica» (La formation du symbole chez l'enfant, p. 16).
ECOPRAXIA
Forma muy primitiva de imitación que consiste en la reproducción inmediata y fiel de los gestos ejecutados
en presencia del sujeto; se observa en determinados débiles mentales, en determinados dementes o
confusos y también en el niño muy pequeño, a lo largo de su primer año.
ENCÉFALO
Parte del sistema nervioso cerebroespinal alojado en la caja craneal.
ENCEFALITIS EPIDÉMICA
Enfermedad infecciosa que afecta principalmente al mesencéfalo, aunque también puede afectar a la
médula y a los nervios periféricos; síntomas: fiebre, somnolencia, parálisis de determinados nervios
craneales, a veces perturbaciones psíquicas (Von Economo, 1917); véase cerebroespinal, eje, sistema
nervioso.
ENURESIS
Emisión completa e involuntaria de orina.
EPICANTO
Pliegue cutáneo, de forma semilunar, que aparece en el ángulo interno del ojo; este rasgo característico de
la raza mongola también se observa en los mongólicos.
EPISTEMOLOGÍA
Estudio histórico y crítico de las ciencias, del saber científico (griego epistéme = ciencia).
ERETISMO
Estado de excitación, de irritabilidad.
ESPASMOFILIA
Predisposición a menudo hereditaria a los espasmos viscerales y a las crisis de tetania, vinculada a
anomalías del metabolismo cálcico y de la excitabilidad neuromuscular (glándulas paratiroideas, núcleos
subcorticales.
ESPONGIOBLASTOS
Término de embriología que designa las cepas de células de la neuroglia, es decir de la sustancia intersticial
del tejido nervioso que posee una función de mantenimiento y de nutrición.
EXTEROFECTIVA, actividad
Según Wallon, la forma de actividad muscular coordinada a las sensibilidades exteroceptivas y orientada
hacia el mundo exterior, en oposición a la actividad propiofectiva, conectada con las sensibilidades intero-
propioceptivas y centrada en el modelado, en la conformación del propio cuerpo (función tónico-postural,
sentido de las actitudes).
FILOGÉNESIS
Evolución de una especie, de una serie de especies; ontogénesis.
GENÉTICA, psicología
Psicología del desarrollo: comprende la psicología del niño aunque no queda reducida a ella. Puesto que el
estudio del desarrollo infantil se refiere, en opinión de Wallon, al de otros de tipos de desarrollo: psicología
animal, psicopatología del niño y del adulto, sociología del pensamiento
primitivo, etc... Wallon concibe la psicología genética ipso facto como comparativa.
HEMATOSIS
Proceso de transformación, en el aparato respiratorio, de la sangre venosa en sangre arterial.
HIPERTONÍA
Incremento, estado subido del tono muscular.
HIPOTONíA
Disminución, estado flojo del tono muscular.
HISTERIA
Neurosis caracterizada por la existencia de dos tipos de síntomas: unos consistentes en perturbaciones
duraderas (parálisis, anomalías sensoriales), otros en manifestaciones agudas (crisis epileptiformes,
accidentes tetaniformes, ataques). El carácter común de estos síntomas es que no corresponde a ninguna
sistematización nerviosa. La personalidad histérica se distingue por la presencia de determinados rasgos de
carácter: la calidad de ceder a la sugestión, la tendencia a la mitomanía, el exhibicionismo moral.
HORÓPTER
Línea de los puntos del espacio cuyas imágenes se forman sobre puntos llamados correspondientes de las
dos retinas, dando lugar a una imagen visual única. Contrariamente, la superposición de dos imágenes
ligeramente dispares produce la percepción del relieve.
ICTUS
Afección súbita, por ejemplo, ictus emotivo, ictus apopléctico (del latín ictus = golpe, choque).
IDIOCIA
La forma más grave de la debilidad mental, denotada por un funcionamiento intelectual de nivel
sensoriomotor (dos años, coeficiente intelectual inferior a 20 o 30), la incapacidad de hacer uso del lenguaje
y anomalías de la afectividad que pueden acarrear la perversión de los instintos.
IMPERICIA
Carencia de habilidad.
INSIGHT
Intuición, perspicacia. Término inglés utilizado en psicología para designar el tipo de inteligencia práctica
propia del chimpancé y del niño muy pequeño que aplican en la solución de problemas de rodeo (con la
ayuda de hilos, bastones, etc.). Según Kohler, el descubrimiento surge a través de la reestructuración
súbita del campo perceptivo.
INTEROCEPTIVO
Véase exteroceptivo
INTUICIÓN
Forma directa e inmediata de conocimiento, opuesta al conocimiento discursivo, compuesto de momentos
sucesivos.
JUEGOS DE ALTERNANCIA
Juego que consiste en la alternancia de los roles de paciente y agente (esconderse y buscar, recibir y tirar
la pelota, etc.), características de la segunda mitad del tercer año y que, según Wallon, preludian la
afirmación de la identidad personal (crisis de los 3 años).
LABERINTO
Órgano que forma parte del oído interno y que controla las reacciones de equilibrio.
LITTLE, enfermedad de
Paraplejia (parálisis de los miembros, en particular de los inferiores) espasmódica, aparece en los primeros
meses de vida en niños nacidos prematuramente, o como consecuencia de un parto difícil; ocasionada por
lesiones cerebrales, entra en la categoría de las encefalopatías infantiles.
MECONIO
MEMORIA
(dialéctica funcional de la memoria).
MORIA
Trastorno mental caracterizado por una mezcla de excitación eufórica y de jovialidad con disposición para
las bromas, los juegos de palabras. Es característico de los tumores del lóbulo frontal.
MUDO/A
Se llama fonema mudo, o muda (vocal, consonante), un fonema que ha conservado la escritura, pero que
se pronuncia muy poco o no se pronuncia. Por ejemplo la h del español humo, hambre, es una h muda.
NISTAGMUS
Movimientos oscilatorios, involuntarios y bruscos de los glóbulos oculares. Junto a nistagmus normales
producto de excitaciones laberínticas en determinadas condiciones de experiencia (rotación en un sillón
rotatorio, objeto visual en movimiento, etc.), hay otros de origen patológico, ora congénitos (lesiones
extracerebelosas asociadas), ora adquiridas (enfermedad profesional de los mineros).
NÚCLEO CAUDADO
Uno de los núcleos grises de la base del cerebro; forma, asociado al putamen, striatum, véanse núcleo gris;
cuerpos optoestriados; cerebroespinal, eje, sistema nervioso.
NÚCLEO GRIS (de la base, centrales), optoesiriados, subcorticales; véanse cuerpos optoestriados;
cerebroespinal, eje, sistema nervioso.
NÚCLEOS MESENCEFÁLICOS
Conjunto de centros nerviosos situados a nivel del cerebro medio (mesencéfalo), entre otros el locus niger
(sustancia negra), y el núcleo rojo; véase cerebro espinal, eje, sistema nervioso.
OCULOGIRO
Término con el que se designa la rotación lateral de los ojos, de origen óptico o laberíntico.
ONTOGÉNESIS
Desarrollo del individuo; filo génesis
PALLIDUM
Una de las dos partes, junto al putamen, del núcleo lentiforme; cuerpos optoestriados.
PROPIOCEPTIVA, sensibilidad
Véase exteroceptivo.
PROPIOFECTIVA, actividad
Véase exterofectiva.
SENSUALISMO
Doctrina según la cual «encontramos en nuestras sensaciones el origen de todos nuestros conocimientos y
de todas nuestras facultades» (Condillac). Esta forma radical de empirismo considera a la mente como tabla
rasa, es decir, como enteramente pasiva en la formación de nuestros conocimientos.
SIMULACRO
Wallon designa con ese término el conjunto de las actividades que consisten en «fingir una acción».
Aparecen al final del segundo año y no deben confundirse con la imitación. Para Wallon, el simulacro
equivale, más o menos, a lo que Piaget llama «juego simbólico» (estadios 6, 7).
SINCINESIAS
Movimientos inconscientes e involuntarios, de carácter postural, que acompañan a otros movimientos
voluntarios o automáticos, a los que facilitan la ejecución realizando una actitud favorable; por ejemplo, el
balanceo de los brazos durante la marcha; sinónimo: movimientos asociados. Patología: tendencia
patológica a la ejecución simétrica de cualquier movimiento efectuado por un miembro, en general por la
mano.
SÍNDROME
Conjunto de síntomas que configuran una entidad patológica.
SINERGIA
Asociación de varios músculos o grupos de músculos para la ejecución de un movimiento, para la
realización de tina función.
VIDA DE RELACIÓN
Véase cerebroespinal, eje, sistema nervioso.
VIDA VEGETATIVA
Véase cerebroespinal, eje, sistema nervioso.
Psicología y marxismo
Henri Wallon según Rene Zazzo
“Uno de los pasos más difíciles de dar para la psicología, es el que debe unir lo orgánico y lo
psíquico, el alma y el cuerpo”. 10 Esta frase de Wallon, una de las últimas que escribió, podía ser
igualmente de Freud. Y en efecto, se halla tanto en uno como en otro, todo lo que esta corta
frase implica: que es la ciencia la que debe dar la solución, que no vale “rechazar como
extracientíficos los problemas relativos a la naturaleza, a los orígenes del psiquismo”. En suma,
un rechazo a la vez de la metafísica y del positivismo; y también la convicción de que de lo
orgánico a lo psíquico se da una verdadera génesis, es decir, que lo psíquico no podría reducirse
a lo orgánico ni explicarse sin ello. El objetivo de ambos autores es el mismo y es igualmente
firme su decisión de abandonar los caminos trillados.
[I]
Si el paso de que habla Wallon es tan difícil de dar, es muy probablemente porque nuestra
razón, tal como actualmente está estructurada es más o menos paralítica cuando se trata de
seguir y comprender el cambio y aún más claramente, cuando el cambio es pasaje: el paso
mayor de lo orgánico a lo psíquico, de la vida al pensamiento, y también de lo orgánico a lo vivo.
(Y podemos preguntarnos, y yo me lo pregunto independientemente de lo que Wallon haya
podido decir, si lo que percibimos como solución de continuidad, como ruptura, y el punto en que
queremos descubrir un pasaje es siempre un salto de la naturaleza y no, a veces, un hiato de
nuestra razón).
Wallon, al igual que Freud, experimenta profundamente esa insatisfacción que conduce a tantas
mentes a evadirse en el misticismo. Pero, al igual que Freud, no lo hace para renegar de la
razón, sino para revisarla, para “reformar o abolir las distinciones o categorías intelectuales del
10
“Fondements métaphysiques ou fondements dialectiques de la psychologie”, La Nouvelle Critique, nov. 1958;
reproducido en Enfance, 1, 1963, cii. p. 105.
pasado que pueden oponerse” a la obra del conocimiento 11. En este sentido, que no tiene nada
de peyorativo para mí, Wallon y Freud son científicos. Herederos los dos de la revolución
darwiniana, la transfieren a su campo y la hacen estallar allí, es decir, al nivel más elevado de las
transformaciones de la naturaleza.
Proclamar la necesidad de una revolución porque las cosas van mal, dista mucho todavía de
realizarla; “esto no es aportar la solución”, dice Wallon al respecto, “ni siquiera es proporcionar
un programa preciso de investigaciones, es sólo indicar una dirección”. 12 La dificultad de las
investigaciones, donde deben definirse métodos nuevos, inventarse nuevos procedimientos
siempre revocables, aflorar nuevos conceptos siempre revisables, se aprecia en todo lo que a
primera vista puede parecer laborioso, contradictorio, confuso, en la obra de Wallon y que da
una perpetua impresión de riesgo. Pero en la ciencia como en otras cosas, quien nada arriesga
nada consigue; y en una ciencia incierta más que en cualquier otra.
Una cierta ventaja de Wallon sobre Freud es quizá, paradógicamente, no haber conocido el éxito
popular, que multiplica infinitamente los riesgos, no haber reunido los miles de discípulos y de
aduladores prestos a traicionarle o a venderle. Recuerdo a este respecto un incidente muy
significativo. El primer año en que Wallon enseñaba en el Colegio de Francia y siendo yo
asistente suyo, algunos de sus alumnos vinieron a buscarme para pedirme que les “repitiera”,
que les explicara su curso. Wallon, a quien yo transmití esta petición, se opuso con vehemencia.
No puede haber mediación entre ellos y yo, me dijo, no puede haber una traducción en lenguaje
“claro” de lo que yo digo. Esa traducción sería una vuelta a la “lógica” que yo lucho por
denunciar.
Incluso hoy, hace casi más de treinta años, no me siento con derecho a ser su intérprete y. me
pregunto sobre el modo en que sus respuestas se distinguen de las de Freud, y de las razones de
una audiencia todavía tan restringida comparada con la popularidad del psicoanálisis.
Razones claras del éxito de Freud: el escándalo del sexo, la aportación de una psicoterapia, una
ideología a medida para las constestaciones de nuestro tiempo, el rigor de un sistema que tiene
respuesta para todo con el margen justo de sombra que hace falta para que encuentren en él su
alimento tanto los impulsos místicos como las exigencias de racionalidad.
A un nivel más profundo yo creo que la diferencia de audiencia entre Wallon y Freud se debe a
una diferencia de interpretatividad. Desde el punto de vista de la razón clásica, el escándalo
walloniano no es menor que el escándalo freudiano, pero es mucho menos traducible o
traicionable en lenguaje “claro” y no se identifica evidentemente con un escándalo de la “vida
ordenada y las costumbres”.
En Freud encontramos el gusto por el sistema, la tendencia a especializar las piezas del aparato
psicobiológico, junto con una búsqueda de conceptos y de imágenes jamás terminada de modo
que es difícil saber cuál es para él la parte de lo real y cuál la de las metáforas. Sin duda un
sistema así es dinámico y subsisten las contradicciones irreductibles a la razón clásica, pero los
conflictos se juegan entre sistemas netamente definidos y fácilmente imaginables.
En Wallon no hay nada comparable con los tópicos de Freud, ningún lugar donde pueda reposar
la imaginación del lector, ningún armazón en la que pueda apoyarse. No hay ninguna instancia
que sirva de mediador entre el cuerpo y la psique, ni siquiera a título de metáfora. La dinámica
se da en Wallon como en estado puro. Todo su análisis se basa sobre los procesos. Al intentar
explicar cómo lo orgánico deviene o es sustrato de lo psíquico, Wallon parte de cuatro nociones
estrechamente solidarias para él: la emoción, la motricidad, la imitación, el socius.
[II]
Es preciso poner en duda la lógica unilineal de los procesos y de las funciones. La contradicción
entre distintas doctrinas proviene a menudo de que cada una de ellas no ve más que un aspecto
de las cosas. La contradicción hay que buscarla en la realidad misma.
11
Les Origines du caractère chez l'enfant, Boivin, 1934; reeditado en P.U.F., cit. p. XI
12
Les origines du caractère chez l'enfant, op. cit.
Dejando aparte la noción de socius (que no aparecerá además de forma explicita más que
tardíamente en la obra escrita de Wallon), todos los procesos psico-biológicos fundamentales son
abordados mediante una investigación sobre su bipolaridad, de su ambivalencia funcional. Y es
precisamente al atacar el problema de la emoción donde Wallon se sitúa del todo en el centro de
las contradicciones, define su método dialéctico y afirma su proyecto revolucionario.
La emoción reviste en la obra de Wallon una importancia (si no una función), comparable a la
de la libido en la obra de Freud. Es anterior, cronológicamente en su elaboración teórica y es
también anterior en la génesis psico-biológica del ser humano. El niño nace a la vida psíquica por
la emoción. Y es a través de la emoción donde se capta mejor la indeterminación entre lo
orgánico y lo psíquico y el paso, después, de lo uno a lo otro. Es “la que solda al individuo a
través de lo que puede haber de más fundamental en su vida biológica”.13
Durante más de treinta años, desde su tesis en 1925 14 hasta sus artículos más recientes, Wallon
profundizará en su análisis de la emoción: en sus condiciones fisiológicas, como condicionante
del carácter y de la representación, como preludio del lenguaje, en los orígenes del pensamiento
humano y en la ontogénesis. El carácter equívoco de la emoción que la ha hecho ser considerada
por los teóricos como una actividad útil o como una reacción de perturbación, se debe a la
diversidad de centros nerviosos de que depende.
Es en 1925 cuando Wallon inicia el método que tantas veces utilizaría después. Expone,
oponiéndolas entre sí, las tesis de Lapicque y de Cannon. Lapicque sólo considera las
manifestaciones motrices de la emoción y la refiere en consecuencia a la corteza cerebral como a
su punto de partida. Cannon parte de las manifestaciones viscerales y resuelve así la emoción
como una actividad puramente vegetativa y bioquímica. No basta evidentemente con operar la
síntesis de dos concepciones opuestas para llegar a la verdad y, sobre todo, para captar la
realidad en sus mecanismos íntimos. El desacuerdo de las doctrinas puede expresar en una
primera aproximación, una contradicción real de las cosas. Pero, como en este caso, la
aproximación es demasiado esquemática, demasiado grosera para ofrecer otra cosa que una
orientación general, Wallon retoma entonces el conjunto de los datos fisiológicos, retiene,
afinándolas, cada una de las dos concepciones y después las hace confluir. Entre los dos
principios explicativos, entre la actividad cortical y las reacciones vegetativas, dice él, el arco
está demasiado abierto. Y recuerda que en el sistema cerebro-espinal existen centros
escalonados, dependientes en grado variable de la corteza pero que proporcionan también a la
vida de relación, energía y coordinación; y que, por otra parte, las manifestaciones viscerales
suponen una organización de gran complejidad, papel que está atribuido al sistema autónomo; y,
en fin, que estos dos sistemas no son totalmente independientes el uno del otro.
El análisis así conducido revela, no una oposición radical, sino una bipolaridad sobre la que
Wallon vuelve en muchas aproximaciones. “La emoción, dice, se mueve entre dos tipos de
centros nerviosos, los de la vida vegetativa en la zona del cerebro central y los que responden a
la parte frontal de los hemisferios cerebrales... Puede, según las circunstancias, aproximarse más
a uno u otro polo, pero su antagonismo puede darle también... un carácter equívoco”. 15
Conviene no olvidar esta bipolaridad fisiológica de la emoción para comprender lo que son las
contradicciones y las diferenciaciones funcionales del desarrollo. La emoción será el origen de los
sentimientos electivos, pero también en primer lugar, sensibilidad sincrética, contagio, confusión.
Particularmente favorable al establecimiento de reflejos condicionales, conduce, a la edad en que
toda reflexión es imposible, a la formación de complejos irreductibles a todo razonamiento. Pero
es también un preludio del razonamiento.
La función inicial de la emoción es, sin embargo, la comunión con otro. En efecto, “a la emoción
está signado el papel de unir a los individuos entre sí por sus reacciones más orgánicas y más
íntimas, esa confusión cuya consecuencia ulterior deberán ser las oposiciones y desdoblamientos
de donde podrán gradualmente surgir las estructuras de la conciencia”.16
13
“L'organique et le social chez l'homme”, Scientia, abril 1953; reproducido en Enfance, 1, 1963, cit. p. 64.
14
L'Enfant turbulent, Alcan, 1925.
15
“L'organique et le social chez l'homme”. Scientia, abril, 1953; reproducido en Enfance, 1, 1963, p. 64.
La influencia afectiva del medio tiene así sobre el niño una acción decisiva, lo que no significa
evidentemente que cree todo en todos sus aspectos, pero se infiltra y carga de significación a
medida que van apareciendo, en los movimientos, y las reacciones (la sonrisa por ejemplo) que
la maduración de las estructuras nerviosas supone en potencia.
Sin embargo, “a partir de que la mímica se hace lenguaje y convención, multiplica también los
matices, las complicidades tácitas, los sobreentendidos y recurre a la sutilización, a la búsqueda
del raptus unánime que constituye una auténtica emoción”. 18 Las emociones determinan así una
evolución que tiende de hecho a reducirlas.
En el bebé que aún no habla, “el movimiento es el único testigo de la vida psíquica y la traduce
por completo”.19 0 lo que es lo mismo, el movimiento contiene en potencia por su misma
naturaleza las diferentes direcciones que más tarde tomará la vida psíquica.
Para el fisiólogo, la función más clara del tono es, ante todo, la de acompañar el movimiento, la
de dar al gesto su ductilidad, su finura, su estabilidad, la de regular la adaptación justa a su
objetivo. Pero donde pone el énfasis Wallon es en la función hasta ahora mal conocida, de las
posturas y las actitudes, relacionándolas por una parte con la acomodación perceptiva y con la
vida afectiva por otra.
16
L'Evolution psychologique de l'enfant, A. Colin, 1936, p. 136. En su análisis sobre la carencia precoz de cuidados
maternales, René Spitz ha utilizado explícitamente la teoría de Wallon, cors quien estuvo largo tiempo
relacionado.
17
L'èvolution psychologique de l'enfant, p. 128.
18
Ibid., p. 136
19
“Importance du mouvement dans le développement psychologique de l'enfant”, Enfance 2, 1956; reproducido
en el número especial Enfance, 3, 1959, cit. p. 235.
designa como de impulsividad pura. “Incapaz de efectuar nada por sí mismo, es manipulado por
otro, y es en el movimiento del otro donde toman forma sus primeras actitudes”. 20 Se establece,
en efecto un lazo, de manera progresiva, entre las necesidades del niño, que expresa su
agitación, y la intervención del entorno. “Los primeros gestos que le resultan útiles, son pues
gestos de expresión, ya que sus actos no son aún susceptibles de procurarle directamente
ninguna de las cosas más indispensables” 21. Así comienza, a la edad de dos o tres meses, el
estadio emocional.
En efecto, todas las emociones responden, cada una a su manera, a variaciones de tono, tanto
periférico como visceral22. Variaciones que dependen todas de la inervación del simpático.
Espasmo intestinal u orgasmo, llantos y lágrimas, risas y sonrisas, actitudes y posturas, mímica
facial o corporal, lenguajes de los ojos y las manos, entonaciones de la voz. Por mucho que nos
alejemos de las fuentes orgánicas, no se interrumpirán nunca las afinidades y las dependencias,
la explosión emocional será siempre posible. La más sofisticada convención, la actitud más sutil
de simulación, no pueden ejercerse sino refiriéndolas a la verdad primaria de la emoción.
El movimiento, tanto en su aspecto cinético como en su función tónica, no es pues una línea de
unión, un simple mecanismo de ejecución entre las condiciones exteriores y las condiciones
subjetivas de un acto o de una actitud. Es la emoción exteriorizada. Es el acto mismo. “Pertenece
a la estructura de la vida psíquica”. 23 Principio de genética general, el movimiento puede
fundamentar también una psicología tipológica o diferencial, ya que el juego complejo de
funciones motrices y su exacta coordinación suponen “un conjunto de regulaciones que pueden
no ser las mismas en un sujeto y otro”.24
Esta tipología no tiene nada que ver con las antiguas nociones de morfología y de
temperamento como las que, aún hoy, encontramos por ejemplo, en Sheldon. Es a través de su
motricidad, de su tonicidad, de sus funciones posturales, así como por sus tipos de sensibilidad,
como el cuerpo llega a ser psique y ésta persona ésta y no otra. Wallon es alérgico a todo lo que
pueda parecer fijo, presentarse como una estructura inmutable. Pero si la importancia del tipo
psicomotor se manifiesta, según Wallon, en toda conducta, no debe concluirse que se pueda
deducir jamás una conducta concreta de un tipo determinado. “Porque en biología, y con mucha
más razón, en psicología, el gran número de factores en juego y, sobre todo, el de incidencias y
circunstancias imprevisibles, hacen imposible toda deducción”. 26
[III]
20
“Le rôle de l'autre dans la conscience du moi”, J. Egypt. Psych., 1, 1946; reproducido en Enfance, 3, 1959, cit.
p. 281.
21
“Importance du mouvement dans le développement psychocologique de l'enfant”, op. cit. p. 236.
22
L'évolution psychologique de l'enfant, p. 130
23
“Syndromes d'insufficance psychomotrice et types psychomoteurs”, Ann. Médic, Psychol., 4 1932; reproducido
en Enfance, 3, 1959, p. 241.
24
Ibid., p. 241
25
Ibid., p. 242; Enfance, 3, 1959, p. 240-241. Ver también la descripción del sindrome de “L'instabilité posturo-
psychique chez l'enfant”, Enfance, 1, 1963, p. 163-171
26
“Syndromes d'insuffissance psychomotrice et types psychomoteurs”, p. 251 op. cit.
Se plantea entonces un nuevo problema, otro gran paso que explicar: ¿cómo va a franquear el
niño, a lo largo del segundo año, ese pasaje decisivo desde la inteligencia de las situaciones
hasta la representación, del acto, al pensamiento?
Wallon explica ese paso por la imitación. Sin duda recurrir aquí a la imitación no tiene nada de
original en sí. También lo hace Piaget y, antes, en los principios de la psicología genética, J. M.
Baldwin. La originalidad de Wallon estriba en que, una vez más, pone en práctica la dialéctica, y
en estrecha relación con sus anteriores análisis de la emoción y de la motricidad 27.
Wallon distingue las primeras sonrisas respondiendo a la sonrisa, los balbuceos, los gestos de
eco a otros y a sí mismo, de la imitación propiamente dicha, para la cual el criterio es su carácter
de ser diferida. Son sin embargo, su materia prima: fenómenos de inducción, de contagio, de
consonancia. Pero el gesto, aunque fuera en sus inicios mimetismo o simple eco, lleva en sí la
razón de su propio progreso; modifica a quien lo hace. A través de la función postura/ a la que,
pertenece, va dando gradualmente al niño el sentimiento, la conciencia, todavía oscura, de su
coherencia, reforzada por la percepción de los desacuerdos con el modelo imitado, deseado,
rechazado29.
Así, en esta actividad primero mimética y después imitativa, a partir de esta motricidad
orientada al principio hacia sí misma, comienza una diferenciación, se prepara una especie de
vuelta. De la confusión va a salir su contrario: la distinción, incluso la oposición. Siempre es
posible una regresión, evidentemente, una oscilación entre los dos polos de la imitación:
alienación de sí en el objeto, en el otro, y desdoblamiento del acto según el modelo. “La
imitación se ha concretado... como un dinamismo productor, un modelo en potencia, que ha
comenzado por no dominarse más que en su realización efectiva, pero que ha podido
desprenderse en seguida para devenir representación pura”.30
La dialéctica de la imitación da pues cuenta del paso a la inteligencia discursiva, bajo la que
subsiste siempre, además, la inteligencia de las situaciones, intuición plástica del instante
presente. Se esclarece al mismo tiempo la formación conjunta del socius y del yo.
27
Ver en el epílogo de este libro el texto de Jean Piaget “El papel de la imitación en la formación de la
representación”. Wallon moriría algunos meses depués de la publicación del artículo de Piaget. No pudo
responder. Pero le conmovió e interesó esta tentativa de conciliación de Piaget.
28
De l'Acte à la Pensée, Flammarion, 1942. p. 243.
29
Wallon señala que, pasado el periodo de la imitación automática, la imitación es en el niño electiva y muy
ambivalente: absorber el objeto amado y, a la inversa, impregnarse de él. Las dos tendencias dice, pueden
estimularse o eclipsarse mutuamente, sucederse. A partir del análisis de esta imitación electiva, reinterpreta el
drama que Freud ha simbolizado con el complejo de Edipo generalizando su trascendencia. De l'acte á la pensée,
pp. 162-164.
30
Ibid. p. 244.
La idea de que el niño está al principio totalmente alienado en el ambiente humano, confundido
con su acompañante; la idea de una indiferenciación primitiva a partir de la que se construye el
yo, está presente en toda su obra, pero el término socius y la teoría explicita del yo, sólo
aparecen tardíamente, en un artículo publicado en 1946. Teoría precisada y profundizada en un
segundo artículo, diez años más tarde32. Parece como si Wallon hubiera dedicado veinte años a
elucidar los procesos, los medios (emoción, movimiento, imitación) por los que lo orgánico
deviene psiquismo, a madurar lentamente las implicaciones de sus análisis, antes de formular su
dialéctica del yo-otro.
¿Y no se da en Freud una evolución análoga? ¿No consiste el giro de 1920 en pasar del análisis
de los procesos fundamentales, de los conflictos, a los elementos conformantes de estos
conflictos y, como eje de una nueva temática, a la teoría del yo? ¿No es ese punto el camino casi
obligado del psicólogo que parte de lo biológico para llegar al hombre? Dejando aparte la
diferencia existente entre Freud y Wallon de que para el último la teoría del yo no tiene que
destruir o reestructurar una construcción anterior.
Resumiendo, la teoría de Wallon se formula así: la relación entre el yo y los otros se establece
mediante el intermediario del otro que todos llevamos dentro. Wallon designa también a este
otro con los términos de alter, de otro íntimo, de socius. ¿Y cuál es su origen? No es,
ciertamente, nos dice Wallon, una réplica abstraída a partir de las relaciones que el sujeto ha
podido tener con su madre y con personas reales. No existe al principio sujeto que pueda hacer
esa réplica, no existe un Narciso a la búsqueda de su imagen, sino un estado de indiferenciación
total. Wallon, aunque poco dado a las metáforas, compara este primer estado de la conciencia “a
una nebulosa en la que se difundirían, sin delimitación propia, acciones sensoriomotrices de
origen exógeno u endógeno. En su masa, continúa, acabaría por dibujarse un núcleo de
condensación, el yo, pero también un satélite, el semi-yo, y el otro”. 33 El reparto de la materia
psíquica nunca está entre ambos fijado del todo, nunca es constante. Varía con la edad, según el
individuo, y de acuerdo con las circunstancias de cada cual.
Es ahí donde vemos lo que hay de original en la concepción walloniana de socius: el otro íntimo
data de un período en que los otros no existían aún, “fantasma que todos llevamos dentro”, es él
y sus propias variaciones el que regula nuestras relaciones con los demás “teniendo en cuenta,
por supuesto, la adaptación a las circunstancias que exige una actividad normal”.
Si esto es así es porque el socius es el efecto de una necesidad absoluta para el niño. Incapaz
de hacer nada por si mismo, ni siquiera de sobrevivir, sus reacciones deben ser constantemente
31
Para una epistemología de la ciencia del desarrollo psico-biológico, para captar la obra de Wallon y de Piaget en
una de sus fuentes principales, y también, en menor medida, la de Freud, habrá que remontarse a James Mark
Baldwin, alimentado por Darwin y Hegel, que con Freud y al mismo tiempo que él, fue alumno de Charcot, en la
Salpêtriére. Fue Baldwin quien primero habló del yo ideal como el resultado de una “eyección”, de la dialéctica
emotiva y motriz de la imitación, el primero que construyó una teoría del socius en que Wallon se inspiró con toda
seguridad, también quien bosquejó esa lógica genética ulteriormente desarrollada por Piaget, proveyéndole
asimismo del famoso esquema funcional: asimilación-acomodación-adaptación.
Baldwin es un antecesor no tan lejano de nosotros: la última etapa de su carrera se desrrolló en París, donde
murió en 1934. Lamento la desenvoltura con que le traté en otro tiempo, hace un cuarto de siglo, en mis
Psychologues et Psychologies d Amerique. A modo de reparación y de ilustración, he aquí un texto de Baldwin que
da muy bien -a propósito de la noción de socius- la medida de su genio de precursor: “El yo y el otro tienen... un
origen común. Estos conceptos son, al principio, groseros y faltos de reflexión, bastante orgánicos, y aún no están
formados más que por agregados de sensaciones como las que resultan de los esfuerzos, impulsos y corrientes
nerviosas correspondientes al dolor y al placer. Pero, poco a poco, por la dialéctica (...) entre el sujeto y el ejecto
(...) estas nociones se precisan y se clarifican. El sentimiento del yo se desarrolla a través de la imitación de los
otros y el sentimiento del otro se enriquece en igual proporción con la riqueza del yo consciente. El yo y el otro, o
mejor aún, el ego y el alter, son pues esencialmente sociales; cada uno de ellos es un socius, un asociado, un
producto de la imitación”. Le développment mental chez l'enfant et dans la race, Paris, 1897, p. 309-310.
32
“Le rôle de l'autre dans la conscience du moi”, J. Egypt. Psychol., 1, 1946 y “Niveaux et fluctuations du moi”,
L'Evolution Psychiatrique, 1, 1956; reproducidos en los números especiales de Enfance, 1958 y 1963.
33
“Le rôle de l'autre dans la conscience du moi”, op. cit. p. 283.
[IV]
Podría discutirse hasta el infinito, igual que el biologismo o la tendencia naturalista de Freud, ya
que el significado de estas etiquetas es variable, incierto y polémico. Lo que parece claro es que
tanto para Wallon como para Freud, el sustrato orgánico es la materia prima del psiquismo o,
más exactamente, que el psiquismo, a todos sus niveles, procede o emerge de procesos
biológicos.
Wallon, como Freud, es evolucionista. Freud, como Wallon, y más aún en su segunda temática,
es genético. Ambos describen la génesis como una diferenciación a partir de fuentes orgánicas,
ambos descubren o imaginan las ambivalencias, las contradicciones, los conflictos a través de los
que se realizan los pasos de la ontogénesis y se organizan las estructuras de la personalidad.
Ambos hacen intervenir lo social simultáneamente a lo biológico, en la dialéctica del desarrollo.
Pero es precisamente aquí donde estalla su divergencia, mucho más profunda, yo creo, que
cuando Wallon sustituye la noción de sexualidad por la de sensualidad infantil.
La intervención de lo social se explica, tanto para Freud como para Wallon, por el desvalimiento
del niño en su nacimiento. Pero para Freud el factor social es exógeno, lo social es exterior a lo
biológico, el papel de la sociedad es de policía y de represor.
Para Wallon lo social es, en el hombre, consustancial al organismo. Por supuesto no niega que
el individuo pueda estar en conflicto con otros individuos, con grupos, con la sociedad y que las
estructuras sociales puedan perturbar el libre desarrollo de la personalidad. Pero esta oposición
individuo-sociedad no tiene el carácter irredimible, el tono pesimista que le atribuye la ideología
individualista y esto, por una parte, porque las sociedades mismas evolucionan por el juego de
sus luchas internas, pero sobre todo porque el individuo es en sí mismo un socius, un ser social.
La oposición radical individuo-sociedad es la de dos entidades metafísicas.
Es en una polémica con Piaget (que le acusa no de organicismo, sino de sociologismo al modo
de Durkheim), cuando Wallon expresa con más fuerza su punto de vista. “No he podido jamás
disociar lo biológico y lo social y no porque los crea mutuamente reductibles, sino porque me
parecen tan estrechamente complementarios en el hombre desde su nacimiento, que no es
posible observar la vida psíquica sino bajo la forma de sus relaciones recíprocas”. 34
En ningún momento, sin embargo, disminuirá Wallon el papel de la maduración, concepto que
él impulsó en Francia y que tanto contribuyó a su reputación de organicista. Es la maduración del
sistema nervioso “la que hace sucesivamente posibles diferentes tipos o diferentes niveles de
actividad”. Pero es necesario que a la maduración se añada el ejercicio y, el ser social está en la
naturaleza de la emoción, en la naturaleza de la imitación, en la naturaleza en suma del
organismo humano tal como la ha construido la filogénesis.
El destino no existe para Wallon. Lo biológico y lo social son condiciones necesarias, pero sólo
condiciones. El desvalimiento del niño al nacer se traduce en una necesidad absoluta de otro,
pero es una necesidad absoluta que abre el camino de la libertad, de un progreso indefinido. La
34
“Post-scriptum en réponse à M. Piaget”, Cah. intern. Sociol. 1951, vol. X, p. 175.
35
Introduction à la Psychanlyse, cap. XXII.
infancia del hombre es, efectivamente, el producto de la evolución del pasado, pero se explica
también por el medio en que se desarrolla el individuo, por las innovaciones de la técnica que
imponen formas nuevas de sentir y de pensar. El niño entra al mismo nivel en su civilización, no
tiene que recapitular y tiende como un sistema, a su estado de equilibrio, al tipo adulto que debe
configurar y quizá trascender. El futuro en construcción le explica tanto por lo menos como el
pasado.
Somete a una crítica sin piedad a la noción de inconsciente, al igual que a la de invariante
piagetiano, porque ve en ellas la supervivencia o al menos una forma modernizada del viejo
pensamiento sustancialista. Al formular por primera vez el “problema biológico de la conciencia”
comienza diciendo que si se toman al principio dos sustancias, el cuerpo y el alma, dos series
heterogéneas, no se conseguirá conciliarlas nunca. Y “qué futilidad imaginar un tercer término,
fantasma combinado de los otros dos, especie de psiquismo inconsciente, que flotaría, siempre
inaccesible a la experiencia, entre la conciencia y los fundamentos orgánicos de la conciencia”. 36
El artículo es de 1923 y la crítica no está dirigida a Freud, al que tampoco se cita, sino a Höffding
y a Herbetz. Lo que Wallon rechaza es una nueva entidad, un inconsciente que, duplicando los
procesos biológicos, no sería más que un “prejuicio metafísico”. 37 Pero concluye que el psicólogo
no se detendrá “en los límites de la conciencia si la experiencia revela un inconsciente no ya
teórico sino real, eficaz, indispensable a las manifestaciones de la vida mental”. 38
Puede preferirse por supuesto una concepción de la vida mental más ordenada, imágenes
menos huidizas, menos móviles.
Pero yo no comprendo que los psicoanalistas hayan reprochado a Wallon el “no haber estudiado
más que las manifestaciones desencarnadas, áridas y, por decirlo todo, desinvestidas de ese ser
social que es el niño a su venida al mundo”. 39 Ningún autor da a todas las manifestaciones
psíquicas una coloración más sensual, más carnal.
¿No ocurre quizá que Wallon ha franqueado al fin “el paso que debe unir lo orgánico y lo
psíquico” sin que él mismo lo sospeche? ¿Y que nosotros tenemos como un presentimiento sin
poder aún comprenderlo del todo?
36
“Le problème biologique de la conscience”, Traité de Psychologie de Dumas, 192A. T. 1, p. 202-229.
37
Su constante vigilancia para detectar y denunciar bajo todos sus disfraces la ideologia frxista, le lleva, como
ocurre también con muchos marxistas, a cultivar lo que yo denominaría ideología heracliteana. Es, cuando menos,
reticente a las teorías de la estructura, a los modelos de la herencia ofrecidos por la genética, a las primeras
formulaciones de la cibernética. No es sumisión por su parte a un credo político, es una cuestión de
temperamento. Y por supuesto, como hombre de ciencia, sabe inclinarse ante los hechos probados.
38
Le problème biologique de la conscience, op. cit.
39
Citado por M. Bergeron (Psychologie du premier âge, P.U.F., 1961, p. 250), de J.-L. Lang, que habría reunido en
1951 las críticas dirigidas a Wallon por los psicoanalistas...
¿Quién eres tú?, ¿qué puedo yo saber de ti? ¿Cómo puedes estar tan próximo de mí a veces y a
veces tan lejano? Eres parecido a mí y sin embargo tus pensamientos, tus sentimientos ¿cómo
puedo estar seguro de ellos? Eres yo y no eres yo y sin duda por eso, por esa íntima extrañeza,
te busco. ¿Cómo he podido salir de mi soledad y reunirme contigo? Pero ante todo, ¿dónde está
la ilusión: cuando me siento solo o cuando creo que estamos juntos?
¿Un soliloquio de enamorados? Sí, puede ser un lenguaje de enamorados puesto que es el amor
el que da la experiencia más aguda de comunión y separación, puesto que es la más intensa
investigación del otro. Pero las angustias y certidumbres del amor nos hacen tomar conciencia de
un problema mucho más amplio.
¿Cómo puedo conocer realmente al otro si es el otro, el extraño, y si no hay ninguna certeza
salvo de lo que yo experimento en lo más profundo de mí mismo y esta certeza es incomunicable
tanto para él como para mí? ¿Cuáles son las relaciones del yo y del otro? ¿Siguen siendo
superficiales, artificiales, ilusorias, o bien son profundas, esenciales? y, en fin, ¿cómo pueden
darse?
El problema del otro es también el problema del yo, de la condición humana. Todos los hombres
lo han experimentado con más o menos lucidez. Todos los grandes filósofos lo han formulado con
más o menos penetración.
Pero, ¿cómo formular un problema así sin correr el riesgo desde el principio, de una orientación
falsa, de una respuesta preconcebida? El entendimiento corta y separa siguiendo las categorías
comunes del lenguaje: el yo y el otro, dos palabras y por tanto dos realidades distintas.
Y cuando aparece la reflexión psicológica, confirma y refuerza esta distinción. Porque es ante
todo reflexión sobre sí misma, y a medida que el análisis se hace más exigente, más fino, más
inquieto, todo lo que no es el yo: los otros y las cosas, se hacen extraños e irreales. En último
extremo es el solipsismo del filósofo o el autismo del esquizofrénico, para los cuales nada existe
fuera de ellos mismos.
¿Es este un problema eterno, insoluble? ¿O sencillamente un problema real, sí, pero mal
planteado?
Lejos de resolverse o desvanecerse con el tiempo, el problema ha venido a ser cada vez más
agudo, si hemos de juzgar por las filosofas contemporáneas de la existencia y sobre todo por las
obras de ficción, novelas o films, que también dan testimonio de la sensibilidad de nuestra
época.
Si es cierto que el amor es la experiencia más profunda do relación con otro, sin duda no ha
sido nunca esta relación tan explicita, ardiente y desesperadamente deseada. El amante de Lady
Chatterley, el hombre vulgar de Musil y, con menos retórica, los personajes de Fellini y de
Bergman, parecen decirnos que en un mundo en que todo se hunde, el amor permanece como
valor fundamental y única esperanza, aunque continuamente frustrada.
La vertiginosa aceleración del tiempo, la extensión explosiva de la cultura, han hecho agrietarse
por todas partes los cimientos de nuestras evidencias y de nuestras creencias. ¿Una decadencia,
una corrupción? No; es más bien una crisis de crecimiento como si, demasiado brutalmente, la
civilización sufriera una metamorfosis o se hiciera adulta, con la entrega a cada uno de nosotros,
desamparado, de sus responsabilidades y de su soledad; una civilización de la inteligencia que
busca sus nuevos valores, un nuevo equilibrio. Y un primer valor se afirma en el hecho mismo de
esta búsqueda, mientras los otros se desvanecen: la lucidez.
Pero, ¿basta la lucidez si la luz ha perdido la llama? Los obstáculos del entendimiento se
convierten muy frecuentemente en un refugio del misticismo.
[II]
Henri Wallon vuelve a tomar el problema del otro y cambia profundamente los supuestos. Quizá
no ofrece una solución perfecta, pero indica una dirección.
No hay solución, dice, si se postula entre el yo y el otro un elemento exterior inicial y radical. La
investigación está abocada al fracaso si se encastilla uno en la introspección o en cualquier otra
forma de intuición subjetiva que nos encierre en nosotros mismos. Hay que observar lo que pasa
a lo largo de la evolución del niño, y se constata entonces que el psiquismo es en sus orígenes
como una nebulosa en que el yo y el otro están aún confundidos o, por mejor decir, inexistentes.
de filósofos creyentes o ateos, “la pareja yo-tu se impone, nos dice Maurice Nédoncelle, porque
un cogito estrictamente solitario es imposible”.
Pueden apreciarse tentativas de respuesta en Max Scheler y también en toda una tradición de la
psicología americana que, con William James, J. Marc Baldwin, George H. Mead, se ocupa en
definir la personalidad como un proceso integrado en la vida social.
Más cercano a nosotros, más cercano a Wallon, hay que nombrar por último, y especialmente, a
Pierre Janet. En su discurso en el Congreso internacional de Psicología de 1937, invita a las
nuevas generaciones de psicólogos a reformar la psicología, teniendo como idea directriz la
naturaleza social de la personalidad y como problema clave, el de la distinción entre el yo y el
tú.40 A título de hipótesis indica que la “distinción de mí mismo y de socius no es quizá tan
fundamental, tan primitiva como se creía” y que probablemente, el yo y el otro “se construyen
juntos de una manera confusa y presentan los dos a la vez los mismos progresos”.
Henri Wallon, cuyos trabajos citaba Janet en este mismo discurso, se nos presenta hoy como
quien ha realizado el proyecto, ejecutado el testamento del pionero de la psicología francesa. Y
con tanta más facilidad cuanto que existía ya una convergencia, en 1937, entre la orientación de
Pierre Janet y la suya.
A decir verdad, en la obra tan profundamente personal de Wallon, tan fuertemente integrada y
en la que las referencias a otros autores son tan raras, nadie podrá jamás saber con certeza,
cuáles han sido las influencias directas, las cosas tomadas, las coincidencias. Rica en legados de
la cultura clásica, creadora de un pensamiento dialéctico de vanguardia, y como anticipadora del
porvenir, está sin embargo sólidamente anclada en las preocupaciones, y temas de la psicología
de hoy. Siguiendo su trayectoria en la que se va aclarando gradualmente el aspecto social del
psiquismo, sin que en ningún momento pierda su importancia el aspecto biológico, se tiene la
sensación de una necesidad interna del descubrimiento, de tal modo que, tomada su obra al
revés, parece que las noches que aparecen tarde estaban ya en germen en sus orígenes. Esto
ocurre con las nociones relativas al problema del otro.
Wallon no ha dedicado más que dos artículos, distanciados por diez años, en 1946 y 1956, a
este problema. Estos artículos parecen como una continuación, una puesta al día, o más aún,
como la construcción teórica, la llave que permite captar plenamente lo que Wallon había escrito
anteriormente sobre los orígenes del carácter y sobre la emoción, como si, lo que es probable,
esta teoría del otro hubiera madurado lenta y tardíamente 41. Además, desde el artículo de 1946
al de 1956 se percibe claramente la maduración de esta teoría.
De un modo lapidario, la teoría de Wallon puede formularse así: la relación entre el yo y los
otros se establece por intermedio del otro que todos llevamos en nosotros mismos.
¿Qué es este otro, de dónde viene? Wallon también le denomina con el término de alter así
como por el de socius que toma de Pierre Janet, quien a su vez lo había tomado de Baldwin, y lo
40
Actas del XI Congreso Internacional de Psicología, París, 1937. P. Janet, “Les conduites sociales”, p. 138-149.
41
“Le rôle de l'autre dans la conscience du moi”, J. Egypt. Psychol., vol. 2, 1946, n° 1.- “Niveaux et fluctuations
du moi”, L Evolution Psychiatrique, 1956, n° 1, p. 389-401. Estos dos artículos han sido reeditados en las
colecciones de Wallon publicadas por la revista Enfance (N° especial de 1959 y N° especial de 1963).
califica de otro íntimo para oponerlo a los otros al concepto general del Otro y afirma que es el
fantasma del otro en nosotros.
Wallon, según Janet, captó desde el principio la existencia de este otro secreto a través de su
emancipación en determinados casos patológicos, como los descritos por Clérambault con el
nombre de automatismo mental. El enfermo se oye interpelar, insultar, se le roban sus
pensamientos más íntimos, se le impone a extraños, se le dictan sus actos; es perseguido y
poseído por un ser a la vez íntimo y extraño. Pero también normalmente todos nosotros
conocemos esos momentos de incertidumbre en que dialogamos con nosotros mismos,
mentalmente o en alta voz incluso. Todos tenemos, como Sócrates, nuestro demonio, consejero,
censor, objetor: el otro, “el partenaire perpetuo del yo en la vida psíquica”, casi siempre
rechazado, domesticado, ignorado, pero que revela su existencia y refuerza su papel en las
fluctuaciones y las dudas del yo.
¿Cuál es entonces su origen? En su primer, artículo, Wallon subraya con fuerza que el otro
íntimo no es una imagen, una interiorización de otros. No es, dice, “una réplica abstraída de las
relaciones habituales que el sujeto ha podido tener con las personas reales”. Esta afirmación da
un giro paradógico que ha desconcertado a la mayoría de sus lectores, empezando por Piaget y
terminando por los estudiantes de psicología, incapaces de comentarla un día en un examen, a
propósito de lo que Wallon escribió. “Las personas del entorno no son en suma para el sujeto
sino ocasiones o motivos para expresarse y realizarse”. Si puede darles vida, consistencia,
exterioridad, es gracias a este extraño esencial que es el otro, el socius.
Y cuando unas líneas más adelante, Wallon concluye, en una frase que se ha hecho célebre, que
el individuo no es un ser social “como consecuencia de contingencias exteriores”, sino que lo es
íntima, esencialmente y genéticamente, podría creerse con razón que, para él, el medio social
real no significa gran cosa en la evolución del niño y que lo esencial está en la subjetividad. Sin
embargo, esto seria un contrasentido total. Nada seria más contrario al pensamiento profundo de
Wallon que esa especie de idealismo. Parece como si Wallon en este artículo, hubiera querido
teclear con el máximo de fuerza y de concisión las frases que pudieran expresar toda la
originalidad de su pensamiento. Y ha golpeado demasiado fuerte para mentes aún mal
preparadas para comprenderlo.
En su artículo de 1956, en que están más ampliamente estudiadas las relaciones con el entorno
las personas y los grupos, Wallon emplea fórmulas complementarias de las utilizadas en 1946.
Complementarias pero de apariencia a menudo antitética, como si quisiera responder a las
objeciones, disipar los malentendidos, aclarar el sentido complejo de su exposición. “El Alter dice
entonces, no es más que un producto del ambiente”. Y precisa: “El Alter no tiene ninguna
prioridad sobre el otro”, él es “la primera forma”. Se aprecia aquí una ligera modificación de
terminología: la expresión de otro no designa aquí, o al menos, no exclusivamente, al alter ego,
el doble del yo, sino todas las formas que el otro puede tomar, tanto su forma íntima y larvada
como las otras formas reales “El Alter no es en absoluto el otro, también están los otros Alii”.
¿Cómo puede afirmar al mismo tiempo que “las personas del entorno no son más que
ocasiones” y al mismo tiempo que el alter no es más que un producto del ambiente, que el
individuo es social genéticamente y no a consecuencia de contingencias exteriores, y sin
embargo, que el socius íntimo no tiene ninguna prioridad?
[III]
Cuando Wallon dice que el hombre es un ser social genética y esencialmente y no en virtud de
influencias exteriores, se refiere a un hecho fundamental, pero lo hace con una ambigüedad en la
expresión. El mismo Wallon lo reconoce cuando concede a Piaget: “quizá sea exagerado decir...
que el niño es desde ese momento (en los dos primeros meses de la vida) un ser social”. 42 Es
evidente que en el momento del nacimiento y en las primeras semanas que siguen el niño no es
un ser social, que es incluso incapaz de cualquier reacción adaptada al entorno: es un período
vegetativo, el estadio de la impulsividad pura, identificado y analizado por el mismo Wallon. Y
también según Wallon, no es sino hacia los dos, tres meses cuando “se efectúa la unión del niño
con sus próximos”. ¿En qué sentido entonces puede decirse que es esencialmente social? Por su
estructura biológica, su fragilidad nativa, su incapacidad para sobrevivir sin la ayuda de otro. Más
bien de un modo negativo, por sus carencias, por su incomplección. La imperfección biológica del
recién nacido supone una sociedad, un medio, otro ser que vele por él y le complete.
Porque para Freud lo social no está en la naturaleza del hombre, mientras que para Durkheim
constituye precisamente toda su naturaleza. Según Freud es la libido, el impulso de la especie, lo
que da a la evolución psíquica del individuo sus fuerzas y su orientación mientras que su carácter
social, siempre superficial y su conciencia, más o menos frágil, le llega exclusivamente del
exterior, por el juego de los obstáculos, de las limitaciones, de los imperativos sociales.
Durkheim, por el contrario, ha descuidado lo biológico: todas las conductas individuales son
exclusivamente de naturaleza social, y si los individuos de una misma sociedad difieren entre si,
es porque cada uno se ha apropiado de las “representaciones colectivas” según ciertos aspectos
más o menos ricos, más o menos diversos.
Si la teoría del otro, aparece en su obra después de la teoría de la emoción, de la que es como
la consecuencia y desarrollo, esta última provee a aquella de los materiales y argumentos más
decisivos.
42
“L'étude psychologique et sociologique de l'enfant”, Cahiers Intern. Socio!., 1947, Vol. III, pág. 20. Este artículo
está reproducido en la primera colección de escritos de Wallon (Enfance, N° especial, 1959).
43
“Post-scriptum en réponse a M. Piaget”, Cahiers Intern. Socio!. 1951, vol. X, pág. 175.
En el momento del nacimiento el otro no existe, está claro, y la naturaleza social del recién
nacido se apoya en una definición negativa: por sus incapacidades que le atan inmediatamente a
otro.
Por tanto, mucho antes de que el niño pueda distinguir objetivamente entre su yo y otro y entre
las diversas personas del entorno, se establece una cierta delimitación en la sensibilidad del niño,
entre el yo y aquello que le es extraño. Volviendo a la imagen de la nebulosa podría decirse que
se forman en su masa “un núcleo de condensación, el yo, pero también un satélite, el sub-yo o el
otro”.
El yo y el otro se forman pues conjuntamente, y van a evolucionar como una pareja indisociable
de fuerzas para llegar a ser realidades y conceptos objetivos. A medida que el yo vaya afirmando
su intensidad y su integridad, rechazará al otro íntimo en un rol secundario y secreto. El otro va
a objetivarse en la multitud indefinida de las personas reales. Y en contrapartida, el yo sabrá
situarse a sí mismo entre el número de Otros con la reciprocidad de perspectiva necesaria a la
comprensión intelectual.
Pero cualesquiera que sean las formas evolucionadas del yo y el otro, sean como sean la
evidencia y la solidez de las realidades así conquistadas, las formas arcaicas permanecen. No
esencialmente como una amenaza de regresión, sino como el sustrato y la garantía de nuestra
comunicación, de nuestra comunión con el otro.
[IV]
[I]
Un planteamiento explicativo de este tipo es rentable hasta cierto punto en las ciencias físicas,
al menos, en los campos en que la realidad puede considerarse provisionalmente de un modo
estático. Pero es ilegítimo para el estudio de todo aquello que para ser, debe cambiar.
Pero sólo esta actitud no basta para explicar su originalidad y la dificultad profunda de su obra.
En Wallon no ocurre tal cosa. Si siente la necesidad de revisar las viejas distinciones y
categorías, si se dedica a romper los estrechos marcos de nuestro entendimiento, es
precisamente para ampliar nuestra razón.
Al contrario que la metafísica, dice, la ciencia no está fascinada por lo absoluto y la inmovilidad.
No sostiene la oposición irreductible entre el ser y el conocimiento. “Se ocupa en tejer nuevas
relaciones entre todos los sistemas en los que se reparte nuestra experiencia de las cosas y de la
vida, en fundirlos cada vez más los unos con los otros y, en la medida en que esta obra de
unificación por el conocimiento lo exija, en reformar o abolir las distinciones o categorías
intelectuales del pasado que se opongan a ello”.44
44
Les Origines du caractère chez l'enfant, p. XI, P.U.F., 21 edicc. 1949.
45
Me agrada reconocer que la respuesta dada por M. Bergeron en su artículo de 1950 (Evol. Psyquiatrique, p.
225), ha sido claramente abandonada en su actual estudio.
Por otra parte, Bergson tiene razón en un sentido al decir que el materialismo dialéctico no aparece explicitamente
en las primeras obras de Wallon. En el sentido de que Wallon no siente la necesidad de citar a Marx ni de declarar
que es marxista. En dichas obras, el materialismo dialéctico está explicito a través del método utilizado y no
mediante profesiones de fe.
Recordemos, sin embargo, que, ya en 1935, Wallon expresa su adhesión plena y total al materialismo dialéctico
(Cf. su introducción a la obra colectiva: A la lumière du marxisme, E. S. I.).
[II]
Este ejemplo tiene además la ventaja de poder establecer una comparación con la teoría que
Piaget ha construido en este mismo campo. La polémica que mantienen los dos grandes
psicólogos de la infancia desde hace más de un cuarto de siglo es siempre apasionante, pero
desconcierta a veces como un diálogo mal armonizado. Y es porque sus campos de observación y
de experimentación son habitualmente distintos.
Al abordar el tema de la inteligencia, Wallon se sitúa en el mismo campo que Piaget, por lo que
la confrontación entonces entre sus concepciones y métodos, es directa. Ambos parten de los
mismos problemas fundamentales, ambos se sitúan en una perspectiva genética, ambos parecen
en fin animados de una misma exigencia dialéctica.
Ni Piaget ni Wallon conciben la evolución de la inteligencia como un simple crecimiento. Los dos
admiten la existencia de estadios, es decir y en definitiva, de cambios cualitativos. Para los dos
hay toda una historia de transformaciones; reorganizaciones y emergencias que va de la
inteligencia sensoriomotriz a la inteligencia lógica, del acto al pensamiento, Y los dos, a fin de
cuentas, pretenden explotar la inteligencia simultáneamente en la permanencia de sus
condiciones y sus funciones y en la novedad de cada uno de sus estadios evolutivos.
En la evolución intelectual del niño, nos dice Piaget, se dan a la vez homogeneidad y
heterogeneidad, cosas que no cambian y cosas que cambian. Lo que cambia son las estructuras,
escalonadas por niveles, y cuya aparición depende de condiciones neurológicas y condiciones del
medio. Lo que no cambia es la función fundamental de adaptación mediante el juego perpetuo de
la asimilación y la acomodación; de modo que puede afirmarse una “continuidad funcional
radical” entre las formas inferiores de la adaptación motriz y las formas superiores del
pensamiento46.
En los mismos términos se plantea el problema para Wallon. También para él se trata de
explicar a la vez la continuidad y la heterogeneidad. La frase con que acaba De l'acte à la pensée
no está a primera vista en contradicción con la perspectiva de Piaget: “...del acto motor a la
representación, ha habido una transposición, una sublimación de esa intuición (del espacio) que,
de estar incluida en las relaciones entre el organismo y el medio físico, llega a convertirse en
esquematización mental. Entre el acto y el pensamiento, la evolución se explica simultáneamente
por lo opuesto y por lo idéntico”.47
Pero sabemos que su acuerdo no llega más lejos. ¿Por qué? ¿Cuál es la naturaleza exacta de las
divergencias? ¿Cuál es la vía correcta?
46
La psychologie de l'intelligence? p. 11. A. Colin, Paris, 1947.
47
De l'acte à la pensée, p. 250, Flammarion, Paris, 1942.
No me siento con fuerzas para poner a nuestros dos autores de acuerdo a partir de sus
desacuerdos. Piaget tiene tendencia a minimizarlos. Y Wallon a subrayarlos, a “resaltar las
diferencias”. Cuestión de temperamento y de manera de ver las cosas...
No me siento tampoco capaz de emprender, dentro de los límites de unas pocas páginas, una
comparación seria entre la concepción de Wallon y la de Piaget. Sin embargo, si se me permite
esquematizar al máximo y a riesgo de empobrecer tanto a Wallon como a Piaget, diría esto: la
preocupación de Piaget es ante todo la identidad funcional, se interesa arte todo por la
axiomática de los estados de equilibrio del pensamiento, por la logística. La preocupación de
Wallon se centra ante todo en las diferencias, los cambios de evolución. Esta preocupación
ordena sus perspectivas, le dicta sus enfoques y, en suma, su método.
[III]
La psicología tradicional busca un principio explicativo único para estas dos formas de
inteligencia. Wallon declara, por el contrario, que lo único que importa es “el problema del paso”
de una a otra48.
“Constatar los pasos y marcar las diferencias” es una cuestión de método, pero también lo es
de fondo. ¿Acaso es excesivo decir que sólo importa el problema del paso, que sólo él tiene un
sentido? Wallon afirma que si existe alguna identidad se desprenderá inmediatamente. Postular
un principio explicativo único es arriesgarse a olvidar lo esencial. Por eso, “el medio para
descubrir los factores comunes no es escamotear las diferencias sino ahondarlas y conducirlas
hasta sus últimas condiciones”.49
Parece totalmente evidente que un principio explicativo único, cualquiera que sea, llegará a
suprimir lo que convenía precisamente explicar y esto tanto vale para la psicología tradicional
como, para la psicología pragmática de la inteligencia.
En la psicología tradicional, el acto inteligente, o tomado por tal, como el instinto, es reducido
en última instancia a la inteligencia discursiva, al pensamiento: es decir, a las operaciones de
juicio que utilizan los modelos de la lógica y que son analizadas con los medios facilitados por la
introspección. Así, atribuimos el mérito de la inteligencia del comportamiento en los seres
desprovistos de lenguaje, como los niños muy pequeños y los animales, a la sabiduría de la
especie o, lo que es más, a la intención de Dios.
Este punto de vista es totalmente subvertido a principios de siglo con la concepción pragmática
de la inteligencia y el éxito del behaviorisino. Se da entonces un interés discreto por la
inteligencia sensoriomotriz que pasa a ser a su vez, el principio explicativo general. Entre la
inteligencia sensorio-motriz y la inteligencia discursiva o especulativa, se da una diferencia de
complejidad, de movilidad, pero no de naturaleza. Al principio demasiado general de la
adaptación, no se añade ningún nuevo principio que dé cuenta de la nueva forma de la
inteligencia, que es una prolongación de la inteligencia sensorio-motriz en una génesis simule y
continua. Según el antiguo dicho utilizado por Leibniz, la naturaleza no da saltos.
Wallon ve en la obra de Piaget el ejemplo más reciente de esta tesis: los esquemas
sensoriomotores se superponen, se combinan, se ordenan, se coordinan, para llegar a realizar
las representaciones. La representación no es, esencialmente, un hecho nuevo y original. Para
Piaget es, simplemente, un movimiento progresivamente interiorizado.
A decir verdad, Piaget se ha preocupado mucho del doble aspecto biológico y lógico, de la
inteligencia. Incluso puede decirse que toda su obra es un esfuerzo sistemático para elaborar una
teoría general, que se reúnan la lógica de la vida y la lógica del pensamiento. Para él, la
naturaleza de la lógica está en la lógica de la naturaleza. De tal modo que nunca se acabará la
48
Les Origines de la pensée chez l'enfant, p. VII, P.U.F. Paris, 1946.
49
Les Origines de la pensée chez l'enfant, p. VII, P.U.F. Paris, 1946.
polémica en que se reproche a Piaget tanto el reducirlo todo a lo biológico, como el reducirlo todo
a lo lógico.
En todo caso, la génesis de su teoría aparece claramente en un estudio que dedicó Piaget a la
obra de Edouard Claparéde, su maestro. Reaccionando contra el asociacionismo Claparéde define
la inteligencia desde un punto de vista biológico y funcional. La inteligencia, a todos sus niveles
es una adaptación a nuevas circunstancias. Su función es suplir la insuficiencia de las
adaptaciones innatas o ya adquiridas pero automatizadas. En sus niveles más bajos, su actuación
consiste en tanteos, en ensayos y errores. Su organización progresa por selección, a través de
las sanciones exteriores del éxito o el fracaso. La teoría pragmática de la inteligencia toma, con
Claparéde, su forma más coherente. Sin embargo, observa Piaget, Claparéde llega en sus
últimas obras a rectificar su posición inicial; al admitir que ningún tanteo se sustrae jamás
totalmente a una dirección, se ve llevado a “reintroducir sobre el mismo terreno que él había
elegido, una de las nociones centrales de la psicología del pensamiento lógico”, la noción de
implicación51. Claparède designa con el término de implicación, la capacidad de relacionar los
datos de la experiencia.
Piaget da la vuelta. El funda la implicación “en una asimilación sensoriomotriz que atribuye de
entrada a los datos perceptivos una significación en función del esquema motor de la acción”. La
inteligencia es vinculada a todos los poderes de la vida; pero la vida misma es asimilación,
implicación, lógica. La inteligencia es una estructura biológica entre otras, obediente a la lógica,
a la fórmula universal de todo sistema de equilibrio: asimilación, acomodación, adaptación.
Wallon extrae de cada una de estas dos teorías lo que contienen de positivo.
Es cierto que la inteligencia aparece antes que el lenguaje y que no requiere los criterios del
juicio y los medios de la introspección para definirla. El comportamiento correcto del animal y del
niño no se reduce al juego ciego de los instintos y de los hábitos. Por el contrario, debe hablarse
de inteligencia cuando aparece una conducta para compensar la insuficiencia de los
automatismos “cuando los movimientos espontáneos y simples del animal no pueden hacerle
alcanzar su objetivo”.52
50
La psychologie de l'intelligence, p. 25, A. Colin, Paris, 1947.
51
Introducción de Jean Piaget a Psychologie de l'enfant et Pédagogie expérimentale, de E. Claparède, tomo II, p.
21 y 22 Delachaux el Niestlé, Suiss, 1946
52
De l'acte à la pensée, p. 16.
llegados de las cosas no entran sino organizándose en sistemas que responden a la actividad
total del momento”.53 La inteligencia de la situación es, en la estructura que une el deseo del
sujeto con el objeto, un cierto “poder constelante que opera por la atracción mutua de lo real y
de los impulsos correspondientes”.
La inteligencia se distingue así, bajos sus primeras formas, del instinto y del entendimiento a la
vez. Se distingue del instinto en que es una reorganización en las formas de operar, pues
comienza “con la necesidad del recoveco y de su descubrimiento”. 54 Se distingue del
entendimiento en que no procede por análisis, sino en un conjunto dinámico “en que los factores
subjetivos y objetivos forman una unidad indivisible”. 55
En efecto, las condiciones formales del pensamiento, que habían sido la única preocupación de
la concepción tradicional, son ignoradas o mal conocidas en la nueva perspectiva biológica, en
que se define la inteligencia como función de adaptación a lo real.
Wallon vuelve a sacar a primer plano, sobre todo en su obra Les Origines de la pensée chez
l'enfant, el estudio de estas condiciones formales de la inteligencia verbal y discursiva,
conservando las aportaciones positivas de los trabajos anteriores sobre la inteligencia práctica. Y
no es que se dedique a un examen puramente ideológico de estas dos concepciones
contradictorias, sino a una descripción de dos inteligencias, acusando lo más posible su
contraste.
[IV]
La inteligencia discursiva es por el contrario el modo de escapar al orden actual de las cosas, de
sustituir la intuición del mundo por su representación, su doble. “En lugar de fusionarse con lo
real para realizar estructuras que organicen sus datos según fines utilitarios, el pensamiento la
hace un doble en el plano de la representación. En lugar de ordenar entre sí los elementos
concretos de una situación, opera sobre símbolos o con ayuda de símbolos”. 57
La aparición de la función simbólica, ese poder de operar sobre significaciones puras, marca el
umbral decisivo entre la inteligencia práctica y la inteligencia discursiva.
Quede claro que, si es evidente que este umbral separa radicalmente al hombre de otras
especies animales, la separación no aparece tan claramente en el desarrollo de la infancia
53
Ibid. p. 17.
54
Les Origines de la pensée chez l'enfant, p. VIII.
55
De l'acte à la pensée, p. 17.
56
De l'acte à la pensée, p. 123-124, op. cit.
57
Les Origines de la pensée, t I, p. IX.
humana. Y es porque desde los primeros estadios de su desarrollo el niño está sometido a las
influencias del medio, que cuentan anticipadamente con la potencialidad de poner la actividad
motriz al servicio de la representación. En la medida en que el niño está orientado hacia el medio
humano del que depende su subsistencia y su existencia, sus primeros comportamientos “llevan
ya el reflejo de las relaciones a las que la palabra y el don de imaginar las cosas, sirven de
instrumento indispensable en las relaciones humanas”. 58 Por otra parte, una vez franqueado el
umbral crítico, el-niño no accede de lleno, evidentemente, a la plena capacidad de la función
simbólica. La coherencia del pensamiento consigo mismo y del pensamiento con las cosas, es
una lenta conquista que puede decirse, no se culmina jamás, ni siquiera en el adulto. Antes de
convertirse en el instrumento por excelencia del análisis conceptual, “el lenguaje, sigue sujeto a
todo tipo de dependencias sensoriomotrices y afectivas”. 59 Y en último término, la coexistencia
de la intuición y de la representación no sirve sólo para hacer frente a los obstáculos que
progresivamente debe remontar el niño, sino que asegura también nuestra adhesión a lo real: el
acto intuitivo permite en ciertos momentos orientar la intelección, sobrepasarla para llegar a una
comprensión o evidencia nueva60. La intuición no pierde jamás su función positiva y sus
derechos.
Pero subrayar las diferencias no equivale sin embargo, a negar el paso que se realiza de una a
otra. Y este paso de la inteligencia práctica a la inteligencia discursiva constituye para Wallon,
como hemos dicho, el problema esencial.
La imitación es en la obra de Wallon, un tema tan importante, tan frecuentemente tocado desde
distintos ángulos, como el tema de la emoción. Y es que la imitación y la emoción son
comportamientos esencialmente ambivalentes y como las matrices de todas las dualidades
futuras, el yo y el otro, el sujeto y el objeto, la imagen y el concepto. Irreductibles a todo
principio unívoco, desconcertantes para aquellos teóricos que rechazan lo contradictorio, son
como las nociones claves de la psicología walloniana, y donde mejor se afirma la originalidad y el
genio de su análisis.
Baste nada más añadir que si Wallon describe la imitación, como aquello que asegura el paso
entre las dos formas de inteligencia es porque corresponde en su génesis a las dos, es porque se
inscribe entre dos polos contrarios: la fusión, la alienación de sí, la participación en el modelo; y
la copia, el desdoblamiento y en suma, la representación que acaba por oponerse al modelo.
58
De l'acte à la pensée, p. 129 op. cit.
59
Les Origines de la pensée, t. I, p. 146-147, op. cit.
60
Les Origines de la pensée, t. 1, pág. 146-147 op. cit.
61
De l'acte à la pensée, p. 17, op. cit.
62
Les Origines de la pensée, t. I, p. 147, op. cit.
Pero no basta mostrar que es a través de la actividad de la imitación como se realiza el paso de
una forma de inteligencia a otra. Es además necesario investigar las condiciones de este paso, un
fondo común a las dos inteligencias que lo posibilite y que lo explique.
El espacio imaginado y el espacio motor son ciertamente realidades distintas, entre las que
puede darse oposición y conflicto. Pero el espacio, es decir, una cierta ordenación, está tanto
implicado en la coherencia del lenguaje como en la coherencia del movimiento. Para ambas cosas
se precisa una cierta capacidad de intuición espacial.
Esta teoría del espacio como fondo común de toda inteligencia y como condición de paso, se
encuentra ya claramente desarrollada en 1937 en una comunicación de Wallon al Congreso
Internacional de Psicología. “El paso (de la actividad psicomotriz a la actividad mental), parece
producirse en el momento en que la noción de espacio, dejando de confundirse con el espacio de
nuestros movimientos y del propio cuerpo, parece sublimarse en sistemas de lugares, de
contactos, de posiciones y de relaciones independientes de nosotros. Los niveles de esta
sublimación van del más concreto al más abstracto y en ellos se basan los distintos esquemas,
con cuya ayuda puede clasificar y distribuir nuestra inteligencia las imágenes concretas o los
símbolos abstractos a partir de los cuales le es posible especular”.63
Cinco años más tarde, en su obra de síntesis De l'acte à la pensée, retomará y desarrollará esta
teoría de base común, a la que dedica un capítulo entero y las últimas líneas de la conclusión.
“Con orientaciones inversas la inteligencia discursiva y la inteligencia de las situaciones, aunque
operando una en el plano de las representaciones y de los símbolos, la obra en el plano sensorio-
motor; una a través de momentos sucesivos, la otra mediante la aprehensión y la utilización
global de las circunstancias, suponen ambas la intuición de relaciones que se desarrollan en el
espacio64.
Y es en este contexto, unas pocas líneas más allá, donde Wallon termina su obra con esta frase
lapidaria ya citada: entre el acto y el pensamiento la evolución se explica simultáneamente por lo
idéntico y por lo opuesto.
[V]
Igual que la realidad psicológica que pretende abarcar, el pensamiento de Wallon se resiste a
ser reducido a proposiciones simples. Para mantenerse fiel a su pensamiento y no traicionar sus
mecanismos y sus matices, se repiten sus frases, se multiplican las citas y se cae fácilmente en
el cepo de la paráfrasis.
Sólo Wallon puede repetir a Wallon y comentarlo. Y lo que puede parecer redundancia, es una
profundización progresiva, con nuevas aclaraciones, con hechos, con ejemplos, con
demostraciones que se multiplican de una obra a otra.
¿Cómo podría transferirse en un informe la riqueza de los Origines de la pensée chez l'enfant, ni
siquiera parcialmente? Y es precisamente esta riqueza de ideas y de hechos, desconcertante por
su abundancia y el modo en que se presenta lo que realmente permite comprender y seguir a
Wallon.
La imagen que yo he dado de él no es más que una pálida copia. Ojalá incite al lector, si aún no
lo ha hecho, a acudir al original.
63
Actas del Congreso Internacional de Psicología (París, 1937), p. 131.
64
De l'acte à la pensée, p. 250, op. cit.
Su campo es la psicología. En esta ciencia, la más incierta y ambigua de las ciencias, Wallon ha
realizado una obra profundamente innovadora. No se ha limitado a aportar su piedra al edificio
común, añadir sus ideas a otras ideas: ha realizado una reorganización total. Y si la psicología es
realmente una piedra clave entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del hombre, puede
considerarse la obra de Wallon, no sólo como una contribución a un campo especial y limitado,
sino como una aportación decisiva a la teoría del conocimiento.
Y sin embargo, a pesar de las dimensiones de esta obra, a pesar de su originalidad, creo que
Wallon es aún un sabio poco conocido.
Sin duda su celebridad ha traspasado ya hace tiempo nuestras fronteras. Y hoy mismo se le
hacen homenajes en el mundo entero. Pero estos homenajes no alcanzan, a pesar del fervor de
sus amigos y la estima de sus colegas, la universalidad que cabría esperar. ¿Cómo se explican?
Los poderes públicos no quieren honrar a un hombre que ha optado políticamente como él lo ha
hecho. Y es evidente que en el fondo es bastante normal. Pero también es claro que éste no es el
obstáculo esencial para el conocimiento y la comprensión de la obra de Wallon.
[I]
Una ciencia verdaderamente marxista es difícil de admitir y de comprender, no sólo por sus
adversarios, sino por los mismos marxistas.
Si el marxismo de Wallon es muy a menudo considerado como una opción política sin gran
relación con su obra es porque por distintas razones no se ha comprendido bien la solidaridad
que une política y ciencia.
La clase obrera honra a Wallon como a un camarada, como a un gran sabio, pero sin poder
entrar aún, está claro, en la comprensión íntima de su obra.
El mundo científico honra a Wallon como a un colega de valor, pero sin querer y sin poder
entrar en general, en la perspectiva marxista que da a su obra su pleno significado.
¿Pero puede decirse que los intelectuales marxistas mismos hayan realizado el necesario
esfuerzo de comprensión? Es más fácil hablar de marxismo que hacerlo. Es más cómodo repetir
citas que comprender el marxismo en sus nuevas creaciones.
Hay que buscar la fecundidad del materialismo dialéctico en físicos como Langevin y Joliot, en
biólogos como Prenant y Georges Tessier. Y, tratándose de psicología, en Henri Wallon.
Quisiera mostrar aquí hoy que el marxismo no está en Wallon superpuesto a su obra científica
como un simple pensamiento generoso, y mucho menos aún como el marco de un dogma. Que
es el mismo movimiento de su obra, el método gracias al cual Wallon ha podido quebrar todo
tipo de contradicciones doctrinales, para llegar hasta las contradicciones propias de las cosas,
para llegar hasta la mente humana en toda su complejidad.
Por supuesto no se puede dar en un cuarto de hora una panorámica completa y exacta de la
obra de Wallon. Me limitaré a algunos puntos de referencia, a algunas ideas clave.
[II]
Examinar a fondo la obra de Wallon equivaldría a hacer a la vez el inventario de las dificultades
claves de la psicología y a entrever las soluciones que la ciencia puede aportar a esas dificultades
a la luz del marxismo. Situándonos de lleno en el plano de estas grandes dificultades, podemos
enunciarlas así:
O, en otros términos, si hacemos una formulación aún más tradicional, ¿cuáles son las
relaciones del individuo y de la sociedad, cuáles son las relaciones del cuerpo y del alma?
Esta última cuestión puede parecer muy anticuada, pero tiene al menos el valor de poner a la
luz del día una actitud metafísica y substancialista que otras formulaciones más sutiles pretenden
camuflar.
Por supuesto no da lugar, desde el punto de vista de la ciencia, a admitir la noción de alma.
Pero mientras no se haya explicado, de forma realmente completa, cómo se opera la promoción
cualitativa de lo fisiológico a lo psíquico, el concepto de alma subsistirá, lo queramos o no. Y
subsistirá porque todos tenemos el sentimiento de nuestro yo, de una autonomía, de una
realidad espiritual que no es reductible pura y simplemente a nuestra carne.
El materialismo mecanicista que reduce el psiquismo a los correlatos físicos, o cierto tipo de
positivismo que, con Watson, suprime la conciencia para no dejar subsistir sino los movimientos
musculares, han tenido ciertamente su utilidad en un momento dado de la historia y desde un
punto de vista crítico y descriptivo. Pero ambos dejan entero el problema esencial de la
psicología, que es el de saber lo que es el psiquismo como nuevo plano de la realidad: cómo este
cuerpo es una persona, cómo esos movimientos llegan a ser conciencia.
No quiero disminuir en nada, al decir esto, el interés que Wallon dedica a la infancia por sí
misma. Como médico y como pedagogo no ha cesado de prodigar a los niños sus cuidados y su
ayuda. Y como psicólogo siempre ha considerado que cada niño y en cada edad es un ser original
que debe ser tratado con respeto y amor.
Pero nada sería más extraño a la sensibilidad y al pensamiento wallonianos que una concepción
del niño impregnada de sensiblería y con concesiones a la puerilidad. Por su parte, su concepción
de la infancia es esencialmente dinámica. Es decir, que al mismo tiempo que reconoce en el niño
los caracteres que le son propios, le concibe en relación con el adulto en que un día deberá
realizarse ese niño en una sociedad concreta. “El niño tiende al adulto, dice, como un sistema a
su estado de equilibrio”. Por otra parte la infancia no es sólo un objeto de estudio, un fin en sí
mismo, sino también un medio y un método de análisis. Para quien sabe observar, la génesis
realiza, al esclarecer las sucesiones, contradicciones, superaciones, el más fino y objetivo de los
análisis por que se da sin ningún artificio.
Se ha podido decir que todas las filosofías contemporáneas están marcadas por el dinamismo,
por el sentimiento del tiempo y de la duración. Pero la más célebre de ellas, el bergsonismo, nos
muestra hasta qué punto el mismo concepto de duración, de lo que es más concreto en su punto
de partida, puede convertirse en una pura abstracción cuando se le vacía de todo contenido
material.
Aunque Wallon se vincula a su época -y a todo el movimiento de ideas iniciado hace cien años
por el evolucionismo de Darwin-, aunque él mismo fue alumno de Bergson en la Escuela Normal,
no se adhiere sin embargo en absoluto a esa filosofa mística de la movilidad. La pura duración, la
duración incondicionada no existe, sólo hay seres que duran. Es decir, que nacen y se desarrollan
en función de un estatuto orgánico que les es propio y de las condiciones materiales y culturales
de su medio.
[III]
Si quieren situarse en orden discursivo las principales ideas de Wallon, que en su obra se
mezclan y solapan siempre, habría que subrayar en primer lugar que el niño, desde su
nacimiento, es un ser a la vez biológico y social. Esta doble determinación suprime la oposición
radical del organicismo y del sociologismo. Pero, ¿cómo hay que entenderla? ¿Qué quiere decir
Wallon exactamente?
No hay que decir que el comportamiento del recién nacido está determinado fisiológicamente.
Pero, ¿en qué sentido puede decirse que en ese momento es ya un ser social?
La respuesta es doble.
El niño es un ser social, virtualmente. “La aparición de zonas cerebrales, como la del lenguaje,
implica la sociedad, dice Wallon, del mismo modo que los pulmones implican la atmósfera”. En el
hombre, lo social está pues implicado en lo orgánico. Pero esa implicación, aun cuando sea
primordial, no basta. Si Wallon se limitara a esa afirmación, podría decirse de su obra que
perfecciona el organicismo, pero que no lo supera. El mérito de Wallon es el de llamar nuestra
atención sobre el hecho de que la impericia, la pobreza inicial del niño, es la condición negativa,
pero decisiva, de su socialización. “El individuo, dice, es un ser social, no como consecuencia de
contingencias exteriores, sino como consecuencia de una íntima necesidad. Lo es
genéticamente”.
Ha habido confusiones con esta observación tan simple y a la vez tan nueva de Wallon. Piaget,
el célebre psicólogo de Ginebra, y algunos autores soviéticos se han sorprendido de que pueda
calificarse al recién nacido de ser social y han manifestado el temor de que Wallon opere una
reducción de lo social a lo biológico. Sin duda estos autores daban a la palabra “social” un
sentido diferente y eran incapaces de comprender el razonamiento dialéctico de Wallon.
Conciliador respecto a las palabras, pero firme en su posición, Wallon intenta hacerse
comprender mejor. “Quizá es exagerado decir que el niño es desde ese momento un ser social”.
El recién nacido es evidentemente un miembro de la sociedad, pero no por ello deja de ser un
ser primitiva y totalmente orientado hacia la sociedad. Tiene necesidad de ser asistido “no sólo
para alimentarle, sino también para cambiarle de una posición desagradable, para sacarle de una
penosa inmovilidad, para moverle, transportarle, mecerle, limpiarle si se moja, para obtener la
satisfacción de sus exigencias más elementales y más urgentes. Resulta de ello que todas sus
actividades, todas sus aptitudes se polarizan... hacia las personas”.
Así, de esa observación totalmente banal, Wallon saca una consecuencia de la mayor
importancia y paradógica a primera vista. La debilidad física del recién nacido da al ser humano,
desde el nacimiento, una dimensión social. Su debilidad inicial, la condición de superioridad sobre
las demás especies animales.
Este enfoque de Wallon sobre la infancia del hombre nos aparta definitivamente del
materialismo mecanicista, del organismo. Para el organicismo, es el organismo tomado
aisladamente lo que se sitúa en el origen de los fenómenos propios de la vida y de todos los que
son propios de la sociedad. Por el contrario, para Wallon, la explicación está en la acción
recíproca incesante del ser vivo y de su medio.
[IV]
Hay que evitar aquí otro malentendido que ha originado numerosas polémicas.
Wallon no niega evidentemente la existencia de factores fisiológicos que puedan ser estudiados
aparte. Y por supuesto admite un plano de necesidades sociales que supere al individuo tanto en
el tiempo como en el espacio.
Pero si se trata del plano psicológico, hay que comprender bien que el individuo no es una
suma, una yuxtaposición de factores biológicos y sociales.
En una respuesta a Piaget que esta vez le acusaba no de organicismo, sino de sociologismo,
Wallon escribe: “No he podido disociar jamás lo biológico y lo social y no porque los crea
mutuamente reductibles, sino porque creo que en el hombre son tan estrechamente
complementarios desde su nacimiento que no es posible contemplar la vida psíquica sino bajo la
forma de sus relaciones recíprocas”.
Esta dialéctica de relaciones aparece más claramente cuando hacia la edad de dos o tres meses,
el niño comienza a dirigirse a las personas que le rodean no sólo con llantos relacionados con sus
necesidades materiales, sino con sonrisas, que son los primeros lazos afectivos con el medio, y
con toda una mímica que es el lenguaje antes del lenguaje.
En las teorías clásicas que estudian la emoción sobre todo en el adulto, se consideraba
primordialmente la emoción en sus aspectos negativos, en sus perturbaciones de la actividad
motriz e intelectual. Al estudiarla en sus orígenes en la primera infancia, Wallon ha puesto de
manifiesto que la emoción tenía funciones positivas de la mayor importancia.
Ante todo, la emoción realiza una unión estrecha, una simbiosis del niño con su medio, en un
nuevo plano de socialización. “A través de las emociones, dice Wallon, el niño domina su medio
antes de dominarse a sí mismo”. Las emociones son un medio de comunión afectiva, pero son
también un sistema de expresión, de comunicación. La paradoja de la emoción es que es a la vez
factor de perturbación y confusión, y la condición primera, el principio de la vida intelectual en
cuanto confronta en un juego de alternancias, al niño y al otro.
Pero llegar a este descubrimiento, muy empobrecido por mi exposición, no ha sido posible sino
mediante la observación de la emoción en sus orígenes, es decir, en el niño, y admitiendo, como
sugiere el método marxista, una lógica de la contradicción.
La teoría de la emoción nos conduce de un modo natural a la noción de conciencia, que sin duda
es la piedra de toque de todos los sistemas psicológicos y de todas las ideologías. Bajo la
influencia del llamado behaviorismo, doctrina de origen americano y de inspiración positivista, se
ha excluido durante largo tiempo la noción de conciencia de las investigaciones de laboratorio.
Wallon, en una época en que prevalecía esta actitud en los medios científicos, tanto en Francia
como en el extranjero, tuvo el mérito de rehusar esa condena de la conciencia. “Cualquiera que
sea la necesidad de reaccionar contra el rol tendencioso que intenta hacerle jugar el idealismo a
expensas de la realidad científicamente cognoscible, es necesario admitirla, sin embargo, como
una realidad junto con todas las demás. La conciencia supone un sujeto que siente, conoce,
delibera, decide y en función del cual actúan las leyes de sus diversas actividades”.
Otra vez vemos en Wallon los dos aspectos complementarios de una crítica positiva y negativa.
Contra el individualismo, niega a la conciencia y a la introspección la pretensión de darnos una
imagen fiel de las cosas y, menos aún, de nuestra vida íntima. Contra el positivismo, mantiene
que la conciencia es una realidad sin la cual la psicología no es más que una suma de ciegas
atestiguaciones.
A lo largo de toda su obra y desde la titulada Les Origines du caractère chez l'enfant hasta sus
últimos artículos, se ha esforzado en mostrar cómo emerge la conciencia, cuáles son sus
condiciones materiales, a través de qué contradicciones y fluctuaciones se desarrolla tanto en el
niño como en la historia de las civilizaciones y a través de las luchas sociales.
Hace un instante hablábamos de las primeras manifestaciones emotivas en el niño. “Es esa,
para Wallon, la primera fase por donde pasa la conciencia del niño”.
Tampoco aquí se da el paso de una individualidad cerrada a un ser socializado, sino una
construcción solidaria de la individualidad y de la sociabilidad.
[V]
Debo excusarme por haber sido tan extenso y a la vez por haber hecho una exposición tan
esquemática de la obra de Wallon. Brevedad y fidelidad no eran conciliables en este caso.
Esta exposición no ha dado una idea exacta de la obra de Wallon, de su riqueza, originalidad y
dificultad, pues Wallon no es un autor fácil. Y no lo es, no por el tecnicismo de su léxico sino
porque nos obliga a pensar en términos dialécticos. En suma, Wallon es marxista en todo el
proceso de su pensamiento.
¿En qué se traduce esa actividad para un sabio? El mismo Wallon nos lo dice en un artículo
aparecido hace algunos meses: “El conocimiento del materialismo dialéctico permite descubrir o
explicar las formas variadas de la causalidad: conflictos autógenos, resolución de
contradicciones, acciones recíprocas, etc. Es tanto más necesaria cuanto el objetivo de estudio
presenta relaciones más complejas, más embrolladas, más sutiles, más frágiles, más variables,
entre factores de aspecto más heterogéneo, como es el caso en la psicología, punto de unión
entre las llamadas ciencias de la naturaleza y las llamadas ciencias del hombre”.
El marxismo es, en suma, sentido común. Pero el sentido común del hombre nuevo, del hombre
del mañana, un sentido común que todavía no nos es familiar. Henri Wallon lo poseía.
Por eso su obra es tan desconcertante, tan renovadora y tan sorprendentemente esclarecedora
cuando llegamos al fin a comprenderla.
Ese hombre, este camarada al que expresamos esta tarde nuestros sentimientos de afecto y
admiración es, no sólo un gran sabio, sino también un precursor. En el futuro, espero que
próximo sus ideas darán su fruto.
He escrito y hablado demasiado de la obra de Wallon sin decir nada de él en cuanto hombre.
Quiero hoy ocuparme de él. Además, ¿me sería a mí posible, habiéndole conocido durante más
de treinta años, exponer de forma abstracta e impersonal sus ideas? La comprensión de una
obra es algo totalmente distinto cuando se la ha podido captar, día a día, en su creación, en su
desarrollo, cuando se la ha asociado indisolublemente al rostro del autor, de modo que la trama
de esta obra aparece a la vez, extrañamente, necesaria y contingente. ¿Es una comprensión
mejor o peor? No lo sé. Probablemente depende de la fuerza interna de la obra y de la nuestra
propia.
Mi comprensión de Wallon, en todo caso, está hecha de simpatía tanto como de razón. Sus
escritos me hablan con su voz, con la entonación de la voz que conozco de tal palabra, tal frase,
tal argumento, vacilante o perentorio. No puedo meditar sobre su obra sin escucharle, sin verle.
Cuando intento, sin embargo, encontrar, al cabo de los años, la correspondencia entre su rostro
y su pensamiento, no lo consigo. Tengo la sensación de seguir sin ruptura, en su continuidad, el
pensamiento de Wallon, que se amplía de una obra a otra. Pero del propio Wallon no conservo
sino imágenes discontinuas, la de la madurez y la de la vejez. Algo parecido a lo que nos ocurre
con los retratos de Víctor Hugo, entre los que nos es imposible restablecer cualquier tipo de
filiación, de reconocer, por ejemplo, en la fotografía del exilado de Jersey, la figura romántica
grabada por Devéria.
A decir verdad, raramente nos damos cuenta de esta discontinuidad del recuerdo, y cuando la
constatamos, nos conforta una profunda convicción de identidad y de continuidad. Es el mismo
hombre tras la multiplicidad de sus rostros, es la misma mirada de él a mi la que nos une, una
mirada que no puede envejecer. Hemos matado, juntos, al tiempo.
Una tarde de invierno, su último invierno. Wallon inmóvil, como petrificado en su sillón. Sobre
su mesa, papeles, revistas, su máquina de escribir. Alrededor de él algunos amigos, sus
alumnos, sus colaboradores. Discutimos. El nos escucha. Sus fuertes manos, en las que brillan
algunos pelos rojos, parecen clavadas a los brazos del sillón. Su cabeza, ligeramente inclinada,
no hace un solo movimiento. Pero su mirada va de un interlocutor a otro. Todo lo que le queda
de vida se ha refugiado en ese rostro. Rostro lleno de color, casi rosa, bajo la suave aureola de
pelo blanco. Rostro que recorre de vez en cuando un estremecimiento, como una onda de
emoción. Nos volvemos hacia él, le pedimos su opinión. Duda, como si buscara sus palabras y su
voz. Habla. Su voz, débil y frágil, se hace más firme. Con gran sencillez, modestamente, da su
opinión, examina nuestros argumentos, ordena poco a poco nuestras ideas. Con un parco gesto,
levanta la mano...
Tan diferente y sin embargo tan profundamente parecido al hombre que vi, que escuché por
primera vez hace un tercio de siglo. Mil novecientos veintinueve. Erraba yo de un curso a otro
por los corredores de la Sorbona, buscando no sé bien qué. Entro en el anfiteatro Guizot. Por
azar o por curiosidad. Es un jueves por la tarde. El anfiteatro está ya lleno, minutos antes de que
empiece la clase. Me quedo de pie, dominando la ruidosa multitud de estudiantes. Suena la hora
y, al punto, junto a la silla, se abre una puerta por la que entra el profesor. Con paso rápido va
hacia la inmensa mesa, donde brilla la pantalla verde de una lámpara. No me da tiempo a
prepararme, de situarme, de cambiar progresivamente las velocidades. Wallon ya se ha lanzado.
Sin frase de introducción, sin búsqueda de contacto con el público, entra de lleno en el tema,
como empalmando con la última palabra de su última lección, y sin siquiera tomarse el trabajo
de sentarse. Está de pie, derecho, con los dedos de las manos apoyadas sobre la mesa inundada
de luz. Habla. La voz alta de tono. La elocución es igual, sin inflexiones, sin pausas calculadas.
Wallon no es un orador y no intenta serlo. Su voz no posee ninguno de los encantos ni utiliza
ninguno de los artificios que suelen captar a un auditorio. Y sin embargo lo ha captado, a juzgar
por mí mismo y por el silencio que ahora reina en el anfiteatro. Sin duda la total desnudez de su
palabra, su ausencia de arte, nos pone en contacto directo con su pensamiento y quizá ocurre
también que la secreta emoción que dificulta su avance, da a este pensamiento una
insospechada fuerza de penetración.
Pero de momento, en ese primer encuentro, no sabría qué hacer con esa libertad. No son las
ideas lo que percibo, sería incapaz de ello, sino las palabras, un estilo y, a través de este estilo,
adivino a un hombre. Ese hombre rojo alto me choca por su sorprendente juventud. Aunque los
recuerdos que conservo de ese día hayan sufrido una lenta metamorfosis de modo que tienen
para mí el color indeciso del sueño, esa impresión de juventud es demasiado viva, demasiado
brusca para que pueda dudar en eso de mi memoria. Juventud de la voz, juventud del aspecto.
Es el momento en que descubro con sorpresa que los adultos pueden ser jóvenes. Henri Wallon
tiene exactamente cincuenta años. Yo no tengo veinte aún. Estoy en ese umbral de la vida en
que la perspectiva de las edades se modifica bruscamente. Apenas pasada la infancia se dice
entonces que las personas parecen más jóvenes de su edad, y es esta una observación tan
frecuente que resulta insólita. Probablemente los signos y la significación de la juventud no son
ya entonces los que eran unos años antes. De niños damos a la juventud el rostro de la infancia,
una simple apariencia exterior; de adolescentes la descubrimos en nosotros mismos, y después
fuera de nosotros, en la disponibilidad, el entusiasmo, la sinceridad que animan un rostro. El que
posee entonces esa cualidad espiritual de la juventud, conservando a la vez todo el prestigio del
adulto, tiene vocación de modelo y de maestro.
En este primer día Henri Wallon se me presenta así. Y esta imagen de Wallon, esta “idea” más
fuerte que el tiempo no se borrará nunca.
Pero, ¿qué pude retener de lo que dijo? ¿Con qué vincularle? No había leído nada de él. Sólo sé
que profesa opiniones heréticas, en psicología y en política. En política, en el plano de nuestras
acciones estudiantiles, I. Meyerson, ayudante entonces en la Facultad de Letras, nos es mucho
más cercano. En psicología no conozco gran cosa y, además, bajo la influencia de Bouglé y de
Fauconnet, he optado por la sociología contra la psicología. Me proclamo seguidor de Durkheim y
rechazo la psicología. Pero la reputación de Wallon es de organicista. El organicismo es todavía
una forma de negar la psicología. Sobre este malentendido, pues, basándome en esta reputación
falsa y malintencionada, estoy dispuesto a hacerme partidario suyo. ¿Cómo podía saber además
que el tupido tejido de sus frases, en el que probablemente me chocan términos extraños de
biología, es el origen de lo que llegará algunos años más tarde a ser la famosa obra Les Origines
du caractère?
Asisto al nacimiento de una obra, de una creación magistral que subvierte las perspectivas de la
psicología, y no sé nada. Miro, con toda ingenuidad, a un hombre que da su clase, y ese hombre
me agrada.
Será cinco o seis años más tarde, cuando aparezca ese curso en las librerías, cuando yo
descubriré su significado, y mucho más tarde aún, no hace tanto tiempo, a decir verdad, cuando
sepa situarlo en la génesis de su pensamiento. El curso sobre Les Origines du caractère chez
l'enfant sigue a L’Enfant turbulent y es su prolongación o, más exactamente, su desarrollo. Y
L’Enfant turbulent, presentado en 1925 como tesis de doctorado en letras, si bien no me atrevo a
decir que es el principio absoluto de la obra de Wallon, sí me parece al menos que marca el
principio de la era walloniana en psicología.
Un primer libro (si dejamos aparte la tesis de medicina sobre Le délire de persécution, publicada
en 1909). La primera formulación, la primera ubicación de un pensamiento, de una tesis, en el
sentido más completo de la palabra. Pero el título comercial de este libro limita hasta traicionarla
a su verdadera intención. El subtítulo es más satisfactorio, “estudio sobre los retrasos y las
anormalidades de desarrollo motor y mental”. Pero todavía peca de modestia. Ciertamente son
sólo los niños anormales los que proporcionan a Wallon las observaciones sobre las que se ha
construido la tesis. Pero la construcción supera en mucho la psicología patológica. Esta es sólo un
método de aproximación para alcanzar las leyes generales del desarrollo. La descripción de los
síndromes psicomotores que constituye la segunda parte de la obra, dibuja con un efecto de
amplificación en que el análisis de las causas es ya más fácil los tipos observables en los sujetos
normales, declarando, desde la primera línea de la introducción, la intención de reformular el
problema, muy general, de las relaciones entre la actividad mental y el movimiento. En la
primera parte, a través del rodeo por la patología, llega de hecho a revelar los primeros estadios
del desarrollo normal del niño. Y es entonces cuando Wallon enuncia, de forma ya completa y
perfecta, desde el primer momento, su concepción de la emoción, sin duda la pieza primera y
fundamental de toda su obra. En 1925, en un trabajo que se presenta inexactamente como una
psicología del niño difícil, lo que propone es una solución al problema clave planteado de las
relaciones entre motricidad, emoción y psiquismo. La noción de estas relaciones ya era corriente
en psicología, pero oscura, confusa y contradictoria entre los diversos autores. Reconsiderando
esta noción, y desembarazándola de las falsas facilidades del paralelismo y del organicismo
tradicionales, Wallon libera una reflexión prisionera hasta entonces de una lógica demasiado
simple. No hace nada menos que volver científicamente pensable lo que los metafísicos conocen
como problema de las relaciones entre el cuerpo y el alma.
Esta concepción de Wallon, mal conocida todavía hoy por los filósofos -esas personas que hacen
profesión sin embargo de pensar los problemas humanos a su nivel más elevado-, asimilada
imperfectamente por los mismos psicólogos y que no ha dado aún por tanto todo su fruto, esa
reorganización de la psicología genética, es una obra de madurez.
Wallon ha trabajado largos años antes de llegar a ella y él mismo la presenta como resultado a
la vez de una maduración y de una conversión. La tesis sobre L'Enfant turbulent estaba ya
prácticamente ultimada en vísperas de la primera guerra. Estaban redactadas todas las
observaciones, comentadas y casi coordinadas en agosto de 1914. ¿En qué perspectiva
exactamente? Es probable que nunca lo sepamos. Lo que sabemos es que, después de la guerra,
que ha hecho como médico de batallón, Wallon abandona su primer manuscrito y comienza una
redacción totalmente nueva. ¿Qué ha ocurrido? No dice gran cosa en su prefacio de L’Enfant
turbulent, salvo que su trabajo de 1914 no responde ya a su actual concepción. Doce años más
tarde, en 1937, en el proyecto de enseñanza que redacta para su candidatura al Colegio de
Francia, se explica más extensamente.
En ese jueves por la tarde, en que escucho a Wallon sin comprenderle, hace ya cuatro años que
esa teoría ha nacido o, en concreto, que ha sido publicada.
¿Cómo podía comprenderle yo? Muchos, más al tanto que yo, no la han escuchado o la
comprenden al revés. Habitualmente los médicos-psicólogos reducen la mente a lo orgánico o,
con más frecuencia hoy día, se desprenden por el contrario de su bagaje médico para profesar la
psicología y practicar la curación mental con una seguridad doctoral, tanto más discutible cuanto
que no tienen de doctor más que el título, ya que rechazan como inútil o falaz todo lo que han
podido aprender como médicos.
No es pues de extrañar que se haya clasificado a Wallon alternativamente entre uno y otro tipo
de estos médicos abusivos. A pesar de no ser de ninguno de ellos. Wallon es un hombre
desconcertante. Define la psicología como plano original de la realidad, pero la condición
material, una de las condiciones materiales del psiquismo, sigue siendo para él lo orgánico. En
cuanto psicólogo va más allá de la neurología, pero no la niega: la integra en el plano de las
conductas confiriéndole así un nuevo significado.
La dialéctica es esto. Y yo, que en esa época me apasiono por Hegel, que me gusta hacer
malabarismos con las oposiciones y las conciliaciones de las tríadas dialécticas, no me doy
cuenta de ello. Y es que precisamente no hay en Wallon ningún malabarismo. Su dialéctica es
esfuerzo y no juego intelectual.
Y sin embargo, en la lección de ese día no hay quizá nada que me permita descubrir' a Wallon.
Pero ese día, u otro cualquiera, Wallon no es un hombre que se dé en espectáculo, ni un autor
que comente su propio pensamiento, ni un profesor que lleva de la mano a sus alumnos. Sigue
su difícil camino por atajos o vericuetos, y le sigue quien puede.
No garantizo la exactitud literal de las frases que acabo de reconstruir, después de veinticinco
años, pero debo declarar hoy que han pesado con toda su importancia sobre mi propia actividad
en la enseñanza, provocando en mí malestar y ansiedad cada vez que debo hablar de la obra de
mi maestro, ahora o después de aquel mes de febrero de 1942, cuando Wallon, interdicto por las
autoridades de Vichy, me encargó que le supliera: iniciar a las generaciones sucesivas de
estudiantes al pensamiento de Wallon, sin traducirle, sin traicionarle.
Los contactos humanos, la relación con otro, han sido siempre problema para Wallon, y no sólo
en su obra, sino también, y ante todo, en la vida cotidiana. Wallon es un tímido. Pero esto no es
decir mucho. Todos somos tímidos y hay mil formas de serlo, de compensarlo y de enmascararlo.
Con la edad, lo que había de difícil en el acceso a Wallon, se fue dulcificando hasta desaparecer
y, en los últimos años, sólo subsistía de sus antiguas actitudes la tímida sonrisa afectuosa y los
temblores, el súbito rubor del rostro.
Pero aunque la expresión era más tranquila, más serena, su sensibilidad seguía siendo la
misma. Una sensibilidad hacia los demás, una sensibilidad hacia sí mismo, una conciencia aguda
del menor gesto, de la intención adivinada o imaginada, la tensión que una sola palabra podía
disolver o agravar, el ofrecimiento de una mirada y la reserva, la discreción y la necesidad de
comunión.
¿Se aplicará algún día a Wallon el análisis que él mismo ha facilitado de las complexiones
psicomotrices? Se sugerirá entonces seguramente que la torpeza de sus movimientos, la
paratonía de sus actitudes, explican su carácter. Será una explicación muy somera.
Lo que es cierto y lo único que ahora nos importa, es que Wallon ha vivido con intensidad la
complejidad, la perplejidad de las relaciones interpersonales, y que gracias a esta experiencia,
dolorosa unas veces, exaltante otras, ha llegado a ser el psicólogo que conocemos.
Gracias a esta experiencia, a su emotividad vigilante, a ese calor y a esa fuerza sacadas de las
fuentes más profundas, ha sabido dar la vuelta, en el campo de la psicología, a las antiguas
categorías intelectuales: no renegando de la razón ni siquiera imponiéndole los límites, sino por
el contrario, para descongelarla, vivificarla y conferirle ilimitados poderes de conquista.
Se ve entonces que la timidez de Wallon tiene como contrapartida una inesperada audacia al
nivel de las ideas. Contra los psicólogos que buscan la seguridad en una investigación demasiado
estrecha o que toman un seguro contra todo riesgo mediante minuciosos cálculos estadísticos, él
opone la fecundidad de las hipótesis. La búsqueda intelectual, dice, no puede reducirse nunca a
la simple aplicación mecánica (le técnicas, aunque sean intelectuales. Así, por ejemplo, cuando
se constata que una correlación entre dos series de hechos no es significativa estadísticamente,
eso no elimina totalmente la existencia de una relación real. La estadística no responde más que
a las cuestiones que se le plantean, y ni siquiera siempre es capaz de hacerlo.
A Wallon le gusta el riesgo y considera el riesgo como una necesidad. Sin duda de este modo ha
sido llevado a hacer afirmaciones discutibles, a errores a veces. Pero es el precio justo que hay
que pagar, aceptando el pago, para ir en vanguardia por los caminos del descubrimiento.
En todo caso, como muy bien ha dicho Minkowski, la intuición no es en Wallon subjetividad. Los
primeros escritos metodológicos de Wallon señalan un rechazo categórico del método subjetivo
en psicología, una crítica severa de la introspección. La intuición es simpatía, participación
afectiva, pero también fuerza estructurante de los datos objetivos. Wallon se explica claramente
a este respecto. Si el objetivo del psicólogo es la explicación del individuo, dice, si el objeto
esencial de la psicología es la personalidad más íntima del sujeto, entonces la descripción no
podría consistir en la simple recolección de caracteres antes dispersos y disociados. La
identificación de estos caracteres “supone habitualmente una especie de intuición adivinatoria
que precede a la visión neta de los detalles y que nos incita a verificar su existencia.” Por
ejemplo, un tipo psicológico no se capta a menudo en su fisionomía propia “sino a través de una
especie de intuición plástica. Interviene aquí el genio del observador.”
Felizmente este genio no exige que se sea genial. La intuición es sólo un momento de la
investigación, aunque un momento necesario, ya se trate del diagnóstico individual o de la
construcción de una teoría. La intuición es precedida, preparada, por la experiencia, la reflexión,
y la debe seguir un análisis escrupuloso. “El contacto siempre inmediato que el psicólogo debe
guardar con la realidad concreta, no es un contacto cualquiera. Debe delimitar en él el objeto
propio de sus estudios.” Será así en esos límites donde se aplique la verificación experimental y
el control estadístico en su caso.
La ciencia progresa pues, como bajo la acción de un movimiento alternativo del pensamiento,
entre la intuición y el análisis intelectual. Wallon desconfía por eso de todo lo que amenace
inmovilizar el pensamiento, de todo lo que parezca postular la fijeza de lo real: la práctica de los
tests, por ejemplo, o, en el campo de la biología, la teoría cromosomática de la herencia. Sería
conocer mal a Wallon el creer que sus posiciones contra la testología y contra la genética
traducen, aunque sea mínimamente, un conformismo con la ideología soviética de una época
determinada. Proceden en él de una convicción muy personal, de una reserva que, por otra
parte, no tiene nada de dogmática. Dejemos a un lado la genética que no es de su competencia
y sobre la cual tuvo además la prudencia de no pronunciarse públicamente, mientras tantos
otros, hasta los poetas, se ridiculizarían amalgamando ciencia y política. Sobre el método de los
tests, por el contrario, Wallon se explica con frecuencia y extensión. Si el tono de sus
explicaciones varía de una época a otra, según se trate de divulgarlo, como alrededor de 1930
cuando publica Psychologie appliquée, o, por el contrario quince años más tarde, de combatir el
abuso, su actitud fundamental en relación a este método no ha cambiado nunca. Ve en él, igual
que en la estadística de la que es solidario, “un precioso instrumento de investigación y de
análisis”. Mejor aún, el medio de “relacionar los diferentes aspectos o aptitudes del individuo, con
los efectos observados sobre las colectividades o las categorías apropiadas de individuos”.
Ciertamente, añade, testar a un individuo, es encuadrarle en un sistema impersonal de
referencias, pero no es ahogar su personalidad. Por el contrario, es poner “en evidencia los
indicios personales que parecen irreductibles y que atestiguan la originalidad del desarrollo
propio de cada individuo”.
Pero lo que teme, porque lo observa con demasiada frecuencia, es la actitud perezosa que
acompaña a menudo a la práctica de los tests, la esclerosis de la observación, la confusión entre
la realidad y el instrumento de su descripción, la reducción de la individualidad a un mosaico de
rasgos, la definitiva fijeza de una cifra. Y Wallon vitupera la imbecilidad del testólogo, la dimisión
del psicólogo.
La misma timidez y audacia se descubren en la vida de Wallon según se trate del compromiso
personal o de la promoción social y la carrera académica.
El carácter de Wallon tenía algo de provocador y de ingenuo: como cuando, por ejemplo, en el
frente de Madrid, durante la guerra de España, permanece de pie sobre un parapeto negándose
a ponerse al abrigo de las balas; como cuando en la ocupación alemana, milita en la Resistencia
pero rehúsa entrar en la clandestinidad al ser prohibido su curso por Vichy, y mientras, todos
tememos cada día su arresto por la Gestapo. Siempre recordaré su reacción de indignación y de
vergüenza, su cara bruscamente roja, ante mi relato del desastre de Dunkerque. Cuando se tiene
miedo no se retrocede, me dispara con una voz temblorosa de emoción, se huye hacia adelante.
No es este el tipo de valor que mejor va para tener éxito en el medio universitario. Hace falta
una elasticidad, una cierta flexibilidad, una afirmación de sí, pero que no provoque demasiada
desconfianza o inquietud, un sentido estratégico, en fin, ya que no de intriga, de que Wallon
carecía por completo. Y su carrera fue difícil. Sus amigos han pretendido que una oposición
política ha frenado siempre su promoción. Es posible e incluso probable. Pero esta oposición era
tanto más eficaz cuanto que Wallon era incapaz de maniobrar contra ella. Ha permanecido en la
Sorbona durante largos años en situación precaria, encargado de conferencias fuera de curso: no
se ha sabido asignarle una cátedra.
Su nominación para el Colegio de Francia, como sabemos hoy gracias a un reciente artículo de
Piéron, fue obtenida con justicia. La Asamblea del Colegio había aceptado a Wallon desde 1935,
pero hubo que esperar dos años para que fuera firmado el decreto permitiendo la creación de la
nueva cátedra. Piéron escribe: “Wallon, naturalmente, se inquietó y sufrió por este retraso,
revelador de manejos e intrigas.”
Cuatro años más tarde, en 1941, ocurría la prohibición del curso por Carcopino, antiguo
condiscípulo de Wallon y ministro de Pétain. El curso continuó tras la Liberación, pero en 1949
Wallon era jubilado, a la edad legal, sin que se le tuvieran en cuenta los años perdidos bajo la
ocupación alemana.
Parecía sin embargo que debía proseguir su carrera docente: con ocasión de las jornadas
internacionales de la infancia organizadas en su honor en París en 1950, la Universidad de
Cracovia le llamaba a ocupar una cátedra de psicología del niño.
Pero la desgracia le iba a golpear terriblemente. En 1953 moría Germaine Wallon, su mujer y
colaboradora. En 1954, Wallon, atropellado por un coche, quedó condenado, tras largos
sufrimientos, a una inmovilidad casi total. A un periodista indiscreto que le preguntara sobre la
prolongación de la vida humana, varios meses antes de su accidente, había respondido Wallon
con una cierta amargura: “habría que poder suprimir la vejez para extinguirnos una vez llegados
al final sin tener que soportar la enfermedad. Está además la desaparición de todos nuestros
íntimos, que es una cosa muy dura para el hombre que envejece. La prolongación de la vida
humana entonces...”
Solo y alcanzado por una enfermedad mucho peor de lo que él podía temer, no le interesaba ya
vivir. A pesar de ello, reúne valor y empieza otra vez a trabajar, por sus colaboradores, por los
niños que dependen de él, probablemente también porque no está en su temperamento y en sus
principios el huir. Trabaja hasta el último día. Cae enfermo un jueves. Los niños deben venir a su
consulta al día siguiente. Se les desconvoca en el último momento. Wallon muere el sábado, el 1
de diciembre de 1962.
Encima de su pequeña mesa, donde intento en vano redactar algunas líneas para anunciar su
muerte en la prensa, reina el desorden, vivo, de un hombre que no ha preparado su partida. En
la máquina de escribir descansa una hoja blanca: las primeras líneas de un artículo sobre la
memoria.
¿Qué hubiera dicho sobre la memoria, sobre el olvido, sobre el tejido de que está hecha nuestra
existencia? El azar ha querido que al día siguiente de su muerte encuentre un texto,
extraordinario, porque parece responder a mi pregunta, también porque es la imagen más
juvenil de Wallon que nos devuelve como por milagro: un discurso pronunciado en 1903 para
una distribución de premios, cuando Wallon era profesor de filosofía en el liceo de Bar-le-Duc. La
frase es algo enfática, pero llena de fuerza y de convicción. “¿Es pues el olvido de lo que
debemos tejer nuestra existencia?, pregunta a los alumnos mayores que van a dejar el liceo...?
¿Marchamos acaso hacia nuestra última hora en una progresiva anulación? ¿Por qué dejar al azar
de los acontecimientos el cuidado de hacer o deshacer nuestra vida? Si, en un impulso que nos
absorberá completamente, deseamos no ser más que en nuestras obras y por nuestras obras; si
toda nuestra vida no fuera más que nuestro ideal realizado por nosotros mismos y realizado por
los otros, entonces no podríamos ya olvidar, no podríamos ya morir.”
Y a través del discurso pasa toda la generosidad de Wallon, y le hace vibrar, su pasión por el
hombre y por la solidaridad entre los hombres. “Es preciso, y basta, que este ideal que hemos
querido con toda nuestra mejor voluntad no sea un sin-sentido, no sea una falta contra la
sociedad por la que existimos y para la que debemos actuar (...) Esforcémonos por ver sin
ambigüedad qué relaciones nos unen con los otros hombres (...) No podéis mantener dedicados
a los cuidados de vuestro cuerpo y de vuestra mente, a tantos trabajadores de todo tipo sin
restituir nunca nada (...) Vivir para los demás ¿no es vivir con intensidad, desafiar la muerte
oculta en el corazón del egoísmo?”
Luego la peroración explota como un canto de filgueros: “¿Cómo, entra en nuestros músculos
toda esa potencia desplegada por todos? ¿Soy yo toda su fuerza, son ellos toda mi fuerza?
Nuestra vida triunfal es el canto del trabajo emancipador, es la humanidad que avanza en un
gran clamor de fuerza, de confianza, de alegría y de libertad”.
Veo a Wallon. El, a quien no gustan los roles, rígido en su traje de circunstancias, con su aire
forzado de adolescente. Pero ha hablado a sus primeros alumnos con toda su fe; para ellos y
para él mismo ha hecho una promesa. Está rojo de emoción. Deslumbrante de juventud.
Tiene exactamente 24 años. Es la última imagen suya que me deja. Y encaja extrañamente con
el rostro inmóvil, sosegado, que admiro esta tarde del 1 de diciembre. Y que es un desafío a la
vejez, a la muerte, al olvido.
Datos biográficos
Henry Wallon nació en Paris en 1879 y murió en 1962. Se graduó en Filosofía en la École
Normale Supérieur en 1902, terminó medicina en 1908 y se doctoró en letras en 1925.
1920- 1927. Profesor del Instituto de Psicología de la Universidad de Paris.
Entre sus discípulos y continuadores de su obra están René Zazzo y Hélène Gratiot-Alphandéry.
Su obra no ha sido muy difundida. Entre otras razones, como señala Vila (1986), dos
fundamentales. La primera por la competencia de las Teoría de Piaget y Vygotsky, ampliamente
dominantes en el momento de traducirse al inglés la obra de Wallon. La segunda, por su
compromiso político, lo que provocaba desconfianza, especialmente en Estados Unidos.
Wallon, desde una postura antidualista, plantea que en la conciencia reside el origen del
progreso intelectual, pero ésta no se presenta en el momento del nacimiento sino que es una
cualidad que se construye socialmente, por medio de lo que denomina la simbiosis afectiva. En
consecuencia el objeto de la Psicología es la explicación de la formación y desarrollo de la
conciencia. Para este propósito se deben estudiar tanto los aspectos biológicos como los sociales.
Para ello, el autor se centra especialmente en cuatro factores para explicar la evolución
psicológica del niño (1987, pp. 103-132): la emoción, el otro, el medio (físico-químico, biológico
y social) y el movimiento (acción y actividad). En consecuencia, Wallon afirma (1958) que la
psicología es a la vez, una ciencia humanística y de la naturaleza. Algunos autores (Ochaíta y
Espinosa, 2004) ven en este planteamiento un anticipo de los postulados actuales de la Teoría
Sistémica y muy especialmente de la hipótesis de la integración funcional entre los diferentes
niveles de organización del ser humano: biológico, psicológico y social (Lerner 1998).
A su vez, el concepto de simbiosis afectiva no es exclusivo de nuestro autor. Lo podemos
encontrar también en el psicoanálisis y en autores contemporáneos de Wallon, como Spitz y M.
Mahler, que lo utilizaban para explicar los comienzos del desarrollo, a partir del primer mes.
Yo no he podido jamás disociar lo biológico y lo social, no porque lo crea reductibles el uno al otro,
sino porque me parecen en el hombre tan estrechamente complementarios desde su nacimiento
que es imposible enfocar la vida psíquica si no es bajo la formación de sus relaciones recíprocas.
La metodología
su método consiste en estudiar las condiciones materiales del desarrollo del niño, condiciones tanto
orgánicas como sociales, y en ver cómo, a través de esas condiciones, se edifica un nuevo plano de
la realidad que es el psiquismo, la personalidad (Zazzo, 1976, p.85)
El concepto de desarrollo
Wallon coincide con Vygotsky al afirmar que el niño es un ser social desde que nace y que en la
interacción con los demás va a residir la clave de su desarrollo. No obstante, a pesar de esta y
otras coincidencias importantes como la defensa del método dialéctico, se van a diferenciar en la
explicación del proceso de individuación. Es decir, en la manera que el niño se construye como
individuo desde el escenario social. De este modo, Vygotsky (1978) afirma que todas las
funciones psicológicas superiores aparecen primero a nivel interpsicológico, en interacción con
los demás y posteriormente se construye e interioriza a nivel intrapsicológico. Sin embargo, para
Wallon, la individuación se produce gracias al papel que desempeña la emoción en el desarrollo,
llegando a afirmar que gracias a ella los niños construyen su psiquismo. Los primeros gestos del
recién nacido y del niño de menos de tres meses, son llamadas de atención para los adultos que
le rodean. Estos gestos expresivos se convierten en culturales en la medida que son capaces de
suscitar en los otros un conjunto de reacciones dirigidas a satisfacer sus necesidades, sean éstas
biológicas o afectivas y en la medida que los adultos atribuyen intenciones a las conductas de los
niños que inicialmente no las tienen. A partir de estos primeros momentos, el bebé establece una
simbiosis afectiva con sus cuidadores que le posibilita el desarrollo. Pero para Wallon la emoción
no tiene sólo un valor adaptativo sino que posee también un valor genético, ya que es capaz de
generar nuevas estructuras de conocimiento.
Wallon decía:
El lenguaje ha sido precedido por medios de comunicación más primitivos. La base de estos medios
está en la expresión emocional.
En la ontógenesis, es la emoción lo primera que suelda al organismo con el medio social, pues el
tejido de las emociones está hecho del entramado de sus bases neurofisiológicas y de la
reciprocidad que asegura los intercambios con el medio. ..En la emoción y el lenguaje están las
claves que dan al hombre sus señas de identidad; emoción y lenguaje tienen raíces biológicas, pero
se constituyen y estructuran merced al intercambio social.
Es, por tanto, gracias a la emoción y a través de ella como el niño se convierte de ser biológico en
ser social.
Las reacciones que se producen en el niño, a partir de la conducta de los otros van a constituir
el origen de las primeras representaciones; y éstas son los mediadores que permiten la
integración de los factores biológicos y sociales, al mismo tiempo que explica sus vínculos. Otro
concepto que utiliza Wallon para explicar el Yo psíquico es el de socius o alter. Este se representa
a través de la simbiosis afectiva que se establece con el Otro, y del proceso tanto de simbiosis
como de diferenciación.
El concepto de desarrollo está vinculado al concepto de estadio, como sucede en, la teoría de
referencia de la psicología evolutiva del último tercio del siglo XX, la Teoría de Piaget.
Sin embargo los planteamientos de ambos autores fueron muy distintos. Piaget estableció unos
estadios del desarrollo cognitivo por medio de un modelo lógico-matemático dominante en la
ciencia del momento, evaluando las capacidades del niño, en cada una de las edades para utilizar
e interpretar las operaciones de dicho modelo en cada edad. De este modo el niño ponía en
juego un conjunto de capacidades necesarias para resolver problemas que se encontraban
fundamentalmente en los dominios de la matemática o de la física, aunque progresivamente
Piaget los fue extendiendo a otros ámbitos, como la moral o el juego. Sin embargo, Wallon
define un estadio como un conjunto características específicas que se establecen a partir de las
relaciones que el sujeto mantiene con el medio, en un momento dado del desarrollo. En
consecuencia, para la definición de cada estadio habría que tener en cuenta, tanto la función
dominante que está presente en el mismo (actividad dominante), como la orientación de la
actividad que desarrolla el sujeto (hacia sí mismo o hacia fuera). De este modo, la transición de
un estadio a otro se produce por el cambio de función dominante. A su vez, la secuencia y
organización de los estadios se regula por dos leyes: ley de alternancia funcional y ley de
preponderancia e integración funcional.
La ley de alternancia funcional es la ley principal que regula el desarrollo psicológico del niño.
Plantea que las actividades del niño, unas veces se dirigen a la construcción de su individualidad
y otras al establecimiento de relaciones con los otros; alternándose la orientación
progresivamente en cada estadio.
El medio más importante para la formación de la personalidad no es el medio físico sino el social.
Alternativamente, la personalidad se confunde con él y se disocia. Su evolución no es uniforme, sino
hecha de oposiciones y de identificaciones. Es dialéctica…No hay apropiación rigurosa y definitiva
entre el individuo y su medio. Sus relaciones son de transformación mutua.
Del pensamiento 6/7 - La conquista y el Hacia el exterior: especial interés por los
categorial 11/12 a. conocimiento del mundo objetos.
exterior Subperíodos:
- (6-9ª) Pensamiento sincrético: global e
impreciso, mezcla lo objetivo con lo
subjetivo. Ej: un niño de 7 años asocia el
sol con la playa y el juego en una unidad
asociativa.
- (a partir de 9ª) Pensamiento categorial.
Comienza a agrupar categorías por su uso,
características u otros atributos.
Referencias
Ochaíta, E. y Espinosa, M.A. (2004) Hacia una teoría de las necesidades infantiles y adolescentes. Madrid. McGraw-Hill
Prat, N. y Del Río, M. (2003). Desarrollo socioafectivo e intervención con las familias. Barcelona. Altamar.
Wallon, H. (1987) Psicología y educación del niño. Una comprensión dialéctica del desarrollo y la Educación Infantil.
Madrid, Visor-Mec.