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Breve recorrido por la ética feminista (extractos reunidos por V.

Canoni)

Acudimos a Francesca Gargallo, Angelika Krebs y Alison Jaggar para dar una
pequeña muestra de lo producido por las escritoras feministas en torno a la ética.

En un primer momento quiero aclarar mi propia postura. El feminismo me


posiciona de una manera particular en el mundo. Al derribar los mitos de la
división de roles que tradicionalmente sustentan el capitalismo, y aún más
lejanas en el tiempo, las sociedades precapitalistas, y poner en el centro la
deconstrucción política de los mismos, ya nuestro lugar en el mundo cambia de
perspectiva.

Las construcciones míticas han sostenido los prejuicios, pero también han dado
los cimientos para lograr identificaciones subjetivas particulares y colectivas. Por
estas causas, si bien es necesario desnaturalizarlas, también es cierto que
constituyen una herramienta de arraigo y homogeneización de las poblaciones
que las continúan sosteniendo. Tan fuerte es la mimetización que producen las
sociedades con sus estructuras míticas que han materializado sus creencias en
tótems, templos, elementos comunes de identificación. Los rasgos más
relevantes de estas materialidades tienen simbólica y legalmente un
reconocimiento.

La teoría ética feminista se distingue por explorar las formas en las cuales la
devaluación cultural de las mujeres y lo femenino se refleja y se racionaliza en
los conceptos y métodos centrales de la filosofía moral1.

Retomando a Jaggar podemos entender el posicionamiento, la perspectiva


central que aboca el interés de la ética feminista en los elementos culturales que
luego se reflejarán en las construcciones teóricas modernas que legitiman la
subvaloración de las mujeres y de lo femenino consecuentemente.

La mayoría de los grandes filósofos occidentales una mayor prioridad ética a


los intereses de los hombres que a los de las mujeres, con el argumento de
que el papel apropiado de aquellas era apoyarlos a ellos en sus proyectos2.

1
JAGGAR, Alison M., Ética Feminista. http://elsevier.es

2
JAGGAR, Alison M., Op. Cit.

1
La subalternidad es el lugar de las mujeres, nunca el poder hegemónico. Detrás
de un gran hombre hay una gran mujer, y frases similares han llenado las hojas
de muchos escritos de gran porte y tirado. La marginalidad, el borde, una simple
nota al pie.

La pregunta que se plantea en este artículo es si la ética discursiva, tal como


ha sido desarrollada por Habermas, Apel y Kambartel (en su obra temprana),
podría tener vigencia como ética feminista. La respuesta es no, la ética
discursiva no es idónea como ética discursiva por dos razones: en primer lugar
porque confunde la intelección (Einsicht) con el acuerdo (Einigung) y en
segundo lugar porque no le hace justicia a la moral tradicionalmente femenina
del cuidado (care) por quienes (todavía) (ya) no son capaces de discurso (niños
pequeños, ancianos seniles, retrasados mentales)3.

La tesis aquí expuesta es que la ética discursiva orientada al bienestar y la


integridad de los seres humanos personales y capaces de discurso, se pone de
manifiesto una visión masculina unilateral, que solo puede percibir de una
manera desfigurada el fenómeno moral, tradicionalmente femenino, del cuidado
de los seres humanos sin integridad personal.

En 1982 apareció un libro muy importante para la posterior teorización de la ética


feminista, se trata de “In a Different Voice. Psychological Theory and Women’s
Development” de Carol Gilligan.

Gilligan era colaboradora de Lawrence Kohlberg, este psicólogo crea una escala
de madurez moral que consiste en seis etapas, en la primera de las cuales bueno
es lo que se premia y malo lo que se castiga, y en la última de las cuales bueno
es tomar en cuenta imparcialmente los intereses de todos- esta última etapa
corresponde a la ética universalista kantiana.

Lo que le llamó la atención a Gilligan fue que, de acuerdo a esta escala,


resultaban siendo en promedio moralmente menos maduras que los hombres.
El promedio de las mujeres llegaba a la tercera etapa, mientras el de los hombres
alcanzaba la cuarta. Descubrió la psicóloga que el Dr. Kolhberg había utilizado
solo muestras de personas de sexo masculino para realizar su escala. Su

3
KREBS, Angelika, La ética feminista. Una crítica a la racionalidad discursiva, Areté revista de filosofía,
Vol. VI, N°2, 1994, pp. 253-272.

2
sospecha era que esta escala tenía una impronta masculina, es decir, que estaba
guiada por las competencias morales masculinas dejando de lado las
competencias morales femeninas, de modo que no había de sorprender en
absoluto si al final las mujeres resultaban siendo en promedio menos maduras
que los hombres.

A partir de entonces, Gilligan comenzó a hacer investigaciones empíricas por


cuenta propia -las hizo, por ejemplo, con estudiantes universitarios de ambos
sexos sobre la problemática del aborto-, pensando de ese modo descubrir las
competencias típicamente femeninas, es decir, prestando atención a la otra voz.
A esta voz femenina la llamó la ética del cuidado (ethics of care); a la voz
masculina, ética de la justicia (ethics of justice). Las características principales
que diferenciarían a la perspectiva ética del cuidado de la perspectiva ética de la
justicia serían: 1) un pensamiento contextual en lugar de un pensamiento guiado
por principios; 2) deberes morales positivos en lugar de deberes meramente
negativos; 3) una preocupación por las necesidades emocionales y corporales
en lugar de la insistencia en la autonomía y en la idea de que el temor solo surge
ante la opresión; 4) una valoración positiva de los sentimientos morales en lugar
de la satanización de las inclinaciones. Los representantes filosóficos de la ética
de la justicia eran, para Gilligan, Kant y Rawls, el kantismo y el contractualismo.

Ética feminista es la que, actuando contra el privilegio moral y social del macho
de la especie humana, reconocido como universal en la cultura, descubre que
éste constituye la injusticia inicial sobre la que se ha construido un sistema
lógico-político que ha llevado a la humanidad por una senda de destrucción e
incapacidad de paz4.

Como feminista, por tanto, actúo responsablemente en contra del sistema cada
vez que lo descalifico en una de sus injusticias. Asimismo, mediante esta acción
ética me libero. De tal modo la liberación ética feminista es la que impulsa mi
acción y es el resultado de mi accionar. Esto implica que, para mí, en la ética
feminista no hay fin ni medios para alcanzarlo, ya que ambos momentos de la
acción se confunden, son lo mismo.

4
GARGALLO, Francesca, Ética, ética feminista y libertad, en Ximena Bedregal (coord.), Ética feminista, 2°
edición, fem-e libros/Creatividad feminista, Ciudad de México, 2004.

3
El feminismo no se agota en la lucha (palabra de contenido competitivo
patriarcal) por la liberación de las mujeres, ni es un instrumento de recuperación
de los ideales más elevados de las utopías pasadas; el feminismo es una ética
porque no deja fuera de su razonamiento a ningún elemento de lo humano. Al
reivindicar que lo privado es también público, ha ampliado la esfera de la ética
(como acción individual libre y responsable) a la política (como acción de y en la
sociedad), negando a ésta última como ámbito desligado de la acción individual.
El feminismo es una ética y como tal una propuesta civilizatoria distinta, una
transformación de todas las relaciones que el ser humano es capaz de producir.

He llegado a esta posición a través de un camino plagado de rebeliones


individuales contra mi situación de desigual. Hoy no llamaría a todas ellas
feministas. Inconscientemente, cada vez que mi malestar se manifiesta a través
de “pugnas” o luchas sociales, estaba aceptando las reglas del sistema de
competitividad masculina. En él se ha permitido actuar a mujeres dispuestas a
muchos esfuerzos, pues son necesarios para demostrar que es posible
escaparse a la condición femenina, es decir, para probar que el mundo social no
ha sido impostado sobre lo masculino, sino que es supuestamente neutro. Sin
embargo, todas mis rebeliones conformaron la personalidad de una
cuestionadora que, cuando se encontró con otras cuestionadoras, fue capaz de
reconocer éticamente su diferencia sexual.

Desde entonces, para mí, la ética es el proceso de construcción de una relación


de respeto entre mi forma de ser y las de los demás, entre yo y la naturaleza de
la que soy parte, que arranca de la conciencia de que no hay normas iguales
para diferentes. La libertad a la que me enfrento por la no igualdad frente a la
norma me responsabiliza, me da vida, me impulsa a actuar en la humanidad.

La ética es, por lo tanto, una acción de libertad relacional, una humanización.

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