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Los 25 años de la publicación de El otro sendero, de Hernando de Soto, son una buena ocasión
para revisitar este influyente texto. El punto de partida del análisis de El otro sendero es la
gran migración indígena del siglo XX. De Soto explica que en su llegada a la ciudad los
migrantes tuvieron que afrontar la hostilidad de la institucionalidad existente que les impedía
acceder formalmente a la vivienda, la educación, la empresa y el trabajo. Esto los convirtió en
informales y su presencia provocó muchos problemas; pero ellos, dice De Soto, no son el
problema, son más bien la solución, siempre y cuando se les facilite dejar de serlo a través de
políticas muy simples y concretas para que puedan formalizarse: la simplificación
administrativa, la descentralización y la desregulación.
El otro problema que De Soto no menciona es que la inmensa mayoría de los informales que él
muestra como capitalistas en potencia participan en el mercado con recursos tan reducidos
que sólo forzando a la mala las categorías de la ciencia económica podría llamárseles
“empresarios”. La inmensa mayoría de ellos opera con un capital muy reducido, insuficiente
para generar utilidades reinvertibles, que permitan incrementar la escala de su negocio y
entrar en una lógica de acumulación capitalista. En general se trata de personas que inventan
sus empleos y están obligados a sobreexplotarse para poder sobrevivir precariamente. Afirmar
que los vendedores de emoliente están en camino de ser empresarios es pura ideología. No
tienen condiciones para incorporarse a la “reproducción ampliada del capital”, lo que
constituye la esencia de la acumulación capitalista. La mayoría de los informales generan
“utilidades” (más propiamente una remuneración a su propio trabajo) que les permiten
apenas satisfacer sus propias necesidades de consumo, y así reinician cada nuevo ciclo
económico sobre la misma escala anterior; participan pues en la “reproducción simple del
capital”, característica de la economía mercantil simple, no en la producción capitalista.