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Sonjolio

Weber incorporó la lectura del monopolio, de la coerción legitima, se fijó en el tema de la


legitimidad que es, quizás, la parte fructífera de la versión weberiana, pero, en esta manera
marxista tradicional, era la de la máquina de dominación, olvidando lo que había dicho Marx
mucho antes, cuando hacía referencia a que el Estado es un “yo colectivo”, casi recuperando a
Kant, pero enajenado, es decir, un “yo colectivo enajenado”.

El primer tema que quisiera comentar con ustedes es el de la relación Estado-sociedad, ya sea en
su vertiente más weberiana o en su vertiente más tradicionalmente marxista; nos hemos
acostumbrado a entender al Estado como una máquina de dominación. En nuestra mente están
los textos de Lenin, El Estado y la revolución o del propio Marx, El manifiesto comunista o,
recientemente, a los profesores de los años 60, la corriente estructuralista que nos marcaba el
entendimiento del Estado como una máquina, uno se imagina como una industria, un conjunto de
fierros, rodillos, tuercas, rondanas que funcionan de manera infernal y casi de forma automática,
esa era la imagen del Estado, una maquinaria de dominación, usado por unos para dominar a
otros.

digresión del lenguaje, pero no; te permite otro tipo de entendimiento de la relación estatal.
La relación estatal es un vínculo entre personas, esa maquinalidad infernal es un vínculo entre
personas, no es una externalidad de la sociedad, no es un aparato impersonal, ciego, sordo y
mudo, como la canción de Shakira, sino que es un conjunto de vínculos estructurados
regularizados perpetuados, pero son vínculos entre personas.
En segundo lugar, son vínculos entre personas que nos involucran a todos. El Estado no puede
existir sin todos, aunque me aísle en mi comuna, en mi casa y cultive mi alimento en mi huerto y
no vaya al supermercado y no quiera saber del tranvía y apague la televisión y haga mi propia
ropa; el Estado me involucra, en mi silencio y en mi abandono y en mi retiro, el Estado me
involucra porque me silencia frente a los demás, aún en ese caso extremo de ruptura total del
vínculo mercantil, comercial, televisivo y educativo el Estado me involucra, porque el Estado
protege y garantiza mi distancia de los demás, es decir que el Estado me inutiliza.
Peor aun, si soy trabajador, obrero o campesino no obtengo ningún premio del Estado, no me
adjudico ninguna empresa pública; pero aun como obrero, como campesino, como estudiante
desocupado o como estudiante precario voy por la calle y obedezco la luz roja y la luz verde, uso el
dinero, un papel pintado de colores y lo utilizo para comprar comida, para pagar la colegiatura del
niño; voy, prendo la radio y oigo el comentario en la radio, uso mi carnet de identidad, uso mi
carnet de estudiante, tramito un descuento de un libro con mi carnet de estudiante, camino por la
calle que ha sido construida con los impuestos del trabajo de mis compañeros y míos y eso es el
Estado. El Estado es toda esa trama de obediencias, de acatamientos, de simbologías, de la vida
cotidiana que amarran, que garantizan el vínculo moral y permisivo de las clases dominantes
respecto a las clases dominadas, de las clases dominadas respecto a las clases dominantes.
En el uso del dinero, al acudir a la escuela, en el acatamiento a las señales públicas, en el uso de la
simbología pública, en el pago de mis impuestos, cuando voy a votar, cuando obtengo mi
titulación, cuando uso mi título como estudiante, como profesor, como licenciado, como doctor o
como trabajador capacitado para acceder a un puesto de trabajo, uso titulaciones y uso
recomendaciones estatales.
Cuando escucho decir algo a un gobernante, digo: “bueno, así será, o, bueno, qué me importa,
ellos son los que tienen que gobernar”, soy Estado. De alguna manera, el Estado atraviesa toda
nuestra vida, el Estado nos involucra, en nuestra pasividad o en nuestra resistencia, el Estado nos
atraviesa y, por supuesto, es una relación de dominación, nadie se vaya con la idea de que el
Estado es el escenario de las igualdades de oportunidades en las decisiones comunes. No. Un
estudiante de la Universidad Complutense tiene menos posibilidad de influencia que un diputado
en el parlamento, el diputado del parlamento tiene menos posibilidades de influencia en los
asuntos colectivos que administra el Estado que un ministro, el ministro tiene menos posibilidades
de influenciar que las decisiones que toma un presidente, un presidente tiene las mismas o menos
posibilidades de influencia que las que toma un conjunto, un bloque o una coalición de empresas
que garantiza el empleo o que garantiza las cuentas bancarias; a su vez, ellos tendrán menos
influencia que el conjunto de instituciones regionales o continentales que definen las tasas de
interés, los flujos de capital o el control de la circulación de capitales.
Existe una jerarquía o una escalada de posibilidades de influenciar, eso es el Estado. Esa trama de
influencias, esa trama de obediencias, esa trama de complacencias, esa trama de acatamientos
cotidianos, diarios de gobernantes y de gobernados, y de los gobernados respecto a los
gobernantes es la trama estatal; estamos enriqueciendo y la experiencia latinoamericana ayuda a
enriquecer el debate sobre el Estado. No es que se abandona la lógica de que es una máquina de
dominación, sino que se incorpora la lógica de que es una trama, es una relación de dominación
que involucra al conjunto de sociedad.
Tengo en mente el texto tan hermoso de La Boétie “el discurso de la servidumbre voluntaria", él lo
lleva hasta el extremo, nos lleva hasta el voluntarismo absoluto y dice: el poder de los poderosos
es tu poder, que tú le has entregado, basta que tú tomes la conciencia y renuncies para que el otro
deje de tener poder.
Él está exagerando porque reduce la trama del poder a un tema de voluntad, cuando la trama del
poder es voluntad y no es voluntad, es tolerancia, es silencio, es hábito, es consciente, es
preconsciente, es actividad reflexiva y es actividad prereflexiva, es actividad heredada incorporada
en tu niñez, incorporada en tu adolescencia, incorporada por tu madre, por tu padre, por tus
amigos, por la escuela y de la cual no te das cuenta, pero igual la activas; ¿acaso el dinero es un
tema voluntario? No. No dices, este papel multicolor vale cien euros, no es un tema de consenso,
lo usas, está el papel y lo has usado desde que estás en la barriga de tu madre. Has aprendido a
usarlo, a interpretarlo al margen de tu conciencia, solamente te preocupas de cuánto representa:
cien, cincuenta o diez euros; pero nunca te has preguntado ¿por qué ese papel pintado con un
número es efectivo? ¿Por qué funciona, por qué se acata, por qué la otra persona lo recibe y me
da a cambio comida, alimento, ropa, libro? El Estado es también eso, prereflexividad. El Estado
también es hábito, el Estado también es hábitus, decía el profesor Pierre, como una especie de
herencia acumulada en el cuerpo, en la carne, al margen de la conciencia. Entonces, La Boétie
tenía razón en parte, lo importante de él es que te permite ver al Estado como una relación viva
entre personas, no como una máquina, no como un acero que se mueve de manera automática.
Entonces, el Estado, como nos enseñan los profesores de ciencia política, es un proceso, una
relación política territorial que monopoliza exitosamente varias cosas. ¿Qué monopoliza?
Monopoliza la coerción, el tributo, los bienes comunes, monopoliza, esto es lo fundamental, el
sentido de lo universal y la voluntad general, es una trama de relaciones dirigida a monopolizar, a
lo largo de la historia, cien, doscientos, quinientos o mil años; lo que hemos de entender por
voluntad general, por interés colectivo, por lo universal, por lo común.
El Estado es monopolio, de los tributos, lo estudia Norberto Elías; de la coerción, lo estudia Max
Weber; de los bienes comunes, lo estudia Marx; de los universales, lo estudia Pierre Bordeau, es
una máquina, una relación de dominación que monopoliza bienes, especialmente, la voluntad
general. Entonces, si uno ve así las cosas, comienza a sacar otro tipo de conclusiones, el Estado es
un momento de la sociedad civil como voluntad general, es el momento en que la sociedad civil ya
no solamente asume intereses corporativos, locales o personales, que eso lo hace a diario, sino
cuando la sociedad civil, es decir, nosotros, en un momento determinado, asumimos o estamos en
estado de voluntad general, en estado de interés general.
Cuando uno comienza a preocuparse por intereses comunes está en una situación específica como
sociedad civil, pues el Estado es el que se apropia de ese estado de interés y de voluntad general
de la sociedad, es el proceso histórico, largo y centenario de gradual expropiación del interés o de
la sociedad en estado de interés general de voluntad colectiva.
Conclusiones políticas de esta manera académica de entender del Estado, nadie puede sustraerse
a la relación estatal, nadie puede sustraerse, hagan lo que hagan, uno tiene un vínculo con la
relación estatal.
¿Cuál es, digamos, la lección política? Si tú abdicas de la relación estatal, si tú dices: “políticamente
asumo que este Estado es una desgracia, que solamente domina, que me expropia del interés
colectivo y renuncio a involucrarme en el Estado”; en el fondo estás abdicando a la lucha social por
la transformación de esas relaciones entre las personas que generan monopolios, porque hay algo
en la lucha que va a dar lugar al monopolio, algo pasa en la lucha, algo pasa en el diálogo, en los
vínculos entre personas que, en vez de mantenerse como vínculo vivo entre personas, deviene en
un vínculo expropiado por el Estado.
Algo pasó, y si tú dices: “no me importa, qué giles estos tipos, cómo se hacen expropiar su
voluntad general y yo me repliego a lo mío”, la actitud de algunas corrientes autonomistas, la
virtud de las corrientes autonomistas es que denuncian la maquinalidad destructiva del Estado
frente a la sociedad, esa es su virtud. ¿Cuál es su defecto? Que renuncian a la lucha para
transformar esa relación maquinal y, al renunciar a esa lucha por transformar la relación maquinal
que expropia la voluntad general de la sociedad, aceptan que los que están expropiando la
voluntad general sigan haciéndolo, es una forma de complicidad, que es grave.
En el purismo de separarme de la relación estatal, de renunciar a mancharme en la relación
estatal, es una actitud de purista, estoy dejando que la relación estatal siga funcionando como tal
frente al trabajador, al obrero, al estudiante, a la ama de casa, al comprador, al vendedor, y
encima, estoy dejando que esa relación estatal siga consagrando el poder y el dominio de unos
frente otros. Entonces, mi purismo, en el fondo, es una complicidad hipócrita.
Esto lo comento a raíz del debate que se da en América Latina respecto a cambiar el mundo sin
tomar el poder, que lo ha difundido, fundamentalmente, el profesor, a quien respetamos, Jhon
Holloway, será posible, tal vez, algún día. Hoy por hoy, si yo me aparto y me encierro en mi casa, al
lado hay una familia que ve la televisión, que manda a su hijo a la universidad, que usa dinero, que
paga sus impuestos, que vota por un elector de derecha y al lado, y al lado, y al lado, sigue
habiendo la misma gente que vota, que cree, que aprende, que obedece, que sufre, que es
humillada, que es explotada. Esta es la paradoja, es una máquina infernal, pero si yo me aparto de
ese infierno, el infierno se consolida, el infierno se expande; su contrario tampoco es cierto ya que
es un infierno, me sumaré al infierno para que no sea tan infierno -lo vamos a ver luego- ese
contrario tampoco es cierto.
Si el Estado es una correlación de fuerzas, es un flujo social, es un vínculo que involucra,
consciente e inconscientemente, apática o activamente a la sociedad; un programa un proyecto
revolucionario, emancipativo, está obligado a plantearse la transformación de la correlación de
fuerzas, de transformación de las ideas que sostienen al Estado, de las relaciones maquinales
institucionales que le dan continuidad al Estado y de las correlaciones de fuerzas que permiten
que unos decidan o tengan más influencia que otros frente a las cosas comunes que administra el
Estado.
Hay que pelear, entonces, en la transformación del Estado como máquina, hay que pelear en la
transformación de las relaciones sociales que han quedado solidificadas, cosificadas como relación
estatal, pero también hay que pelear por una voluntad general no estatal, definitivamente, hay
que transformar la voluntad general enajenada como Estado, pero, a la vez, hay que transformar o
hay que construir una otra voluntad general no estatal.
La maldición hegeliana indica que todo lo que se objetiva, deviene en su contrario, eso decía
Hegel, surge y se dan en las revoluciones, en los procesos emancipativos, surge una
autoconstrucción de voluntad general desde la sociedad civil: hay que votar a una empresa
extranjera, se debe recuperar el gas, gestionar esta fábrica que la quiere cerrar el empresario. Es
una voluntad colectiva general, local o grande que emerge enteramente de la sociedad civil, fruto
de la movilización, pero la gente, y no olviden esto nunca, la gente no puede vivir perpetuamente
movilizada, que es la vieja lógica del trotskismo, que la gente pudiera vivir permanentemente
movilizada. Ojalá lo pudiera hacer, pero la vida no había sido así, la gente se moviliza hoy, se
moviliza mañana, se moviliza en un mes, marcha, hace huelga, asambleas, participa, confluye,
debate, critica, resiste, se hace gasificar, vuelve a resistir, se hace gasificar otra vez, un mes, dos
meses, tres meses, seis meses, un año, dos años, tres años, cuatro años, cinco años; pero luego se
repliega, siempre va a replegarse. Los sociólogos de los movimientos sociales estudian esto como
los ciclos de la acción colectiva, Marx lo definió como el ascenso por oleadas, en el texto de 1848
habla de los procesos sociales como procesos ascendentes por oleadas que tiene, en su momento
de plató, de cúspide, y luego el descenso por oleadas, pueden durar de seis meses a cinco o siete
años.
Entonces, si uno quiere pensar y planificar procesos duraderos construidos a partir de la sociedad,
tiene que pensar y ¿qué pasa después del descenso de la acción colectiva o cómo se convierte la
acción colectiva en lo que planteaba el compañero Iñigo, en algo que garantice la irreversibilidad
de las conquistas? ¿No fue, acaso, el Estado de bienestar europeo el producto de las luchas
sociales? ¿No fue la emergencia de los sindicatos comunistas socialistas de la gente trabajadora,
en un momento determinado, que se convirtió en ley, norma o constitución, en algunos casos,
procedimiento y que cuando bajó el flujo de la acción colectiva se estabilizó como un sentido
común de época? Eso fue en el Estado de bienestar. Pero, a la vez, ese reflujo va a dar a diez,
veinte, cuarenta, cincuenta años de aquí a que vengan otros sectores a desmantelar, como ya no
hay un flujo, la lava social que los sostiene, lo van a querer desmantelar y solamente va a tener
que ser otra erupción social la que permita reconquistar, reponer, ampliar y expandir el Estado
social que tendrá que, obligatoriamente, convertirse o en constitución, o en ley, o en norma, o en
procedimiento, o en juicio, o en perjuicio para estabilizarse; porque la sociedad se mueve por
flujos, no hay la movilización perpetua así como no hay el movimiento perpetuo que buscaban
nuestros viejos físicos y alquimistas del siglo XII y XIV, no hay eso.
Pero, entonces, lo que sí podemos hacer, es entender la dinámica del Estado para transformarla
porque es relación social e involucra a mis amigos, a mis compañeros, a los conciudadanos de mi
región, de mi país y de mi continente. Pero también, no renunciar y complementar en una
dualidad revolucionaria, en una dualidad de movilización mejor, la búsqueda de voluntad general
no estatal, eso es lo que ha pasado en Bolivia: hay transformaciones que se hacen en el Estado y
hay transformaciones que se hacen por fuera del Estado. Aún hoy eso sucede, alguna vez me
preguntaron ¿cómo es el sistema político en Bolivia? Yo respondía: es dual. Está el sistema
institucional constitucional muy avanzado, sistema de elecciones, justicia indígena originaria,
autonomías departamentales, autonomías municipales, elección de diputados indígenas por
asamblea. Es un sistema institucionalizado. Pero, también están los movimientos sociales como
sistema político no institucionalizado, no estatal. Alguna vez, yo comentaba que antes, un ministro
o un diputado para obtener la venia para seguir siendo diputado, tenía que ir a obtener la visa de
la embajada norteamericana, quien no tenía visa norteamericana en Bolivia era un marginal, un
terrorista, un Bin Laden y quien tenía visa estaba certificado en su pureza política para poder
acceder a un cargo público.
Hoy, en cambio los diputados, los senadores, ahora que vienen las elecciones, hasta los
comandantes de la policía hacen carrera juntando sellos de sindicatos obreros, de sindicatos
campesinos y le mandan a uno todo su expediente que ya no es cuántos cursos pasó, sino cuántos
sellos tiene de sindicatos campesinos para avalarlos, esta es la dualidad institucional.
Resumo mi lectura del aporte latinoamericano boliviano al debate entre Estado y sociedad civil:
hay que luchar por transformar las relaciones de dominación dentro y en el Estado, y hay que
luchar por transformar y construir voluntad general no estatal por fuera del Estado. Ambos se
retroalimentan quizás a eso es lo que Gramsci, alguna vez, llamó, de una manera muy encriptada,
el concepto de Estado integral o lo que Marx hablaba de la reapropiación por parte de la sociedad
de las estructuras estatales, en los textos de la comuna de París, quizá por ahí quería adelantarnos
a estas paradojas, a estas contradicciones y a estas dualidades de la acción política revolucionaria.
¿Cómo se vuelve irreversible un proceso? No hay manera de volverlo irreversible, uno puede
garantizar durabilidad, alguna vez, comentando con los compañeros en Bolivia, yo imaginaba que
los procesos revolucionarios son como esas oleadas que se estrellan contra una roca, un cerro
gigante y te lanzan en una oleada hasta un lugar, y ahí tienes que agarrar tu clavo o tu cincel y
clavarlo, y, luego, vendrá otra nueva oleada que te empujará más alto y tendrás que clavar tu
piolet en el cerro, luego la oleada bajará a su ritmo normal, bajará, pasará el tiempo de tormenta,
de explosión; pero tú ya clavaste en el cerro y tienes que detenerte ahí, contra viento y marea, y
ese clavar en el cerro y resistir en el tiempo del descenso del oleaje, esas son las instituciones,
esos son los procedimientos, esas son las leyes, esas son las constituciones que consagran un
derecho conquistado en el momento de máximo ascenso.
Lo ideal sería que siempre haya un nuevo ascenso que te lleve más arriba, pero la vida no había
sido así, la sociedad luego se repliega a su cotidianidad, el entusiasmo de la asamblea, de la
movilización, del enfrentamiento de un año de tres, de cinco, de siete años, se acaba y la gente lo
que te pide y reclama y te va a demandar es la regularidad de su vida, certidumbre en su vida y en
ese momento lo que has logrado consolidar en el cerro, en la montaña, al haber clavado con
firmeza tu piolet eso es lo que te garantiza que preserves derechos, es una ley, es un decreto es
una institución habilitada y, luego, a la espera, será en un año, diez, veinte, cuarenta o cincuenta y
una nueva oleada te llevará más arriba con el riesgo de que te baje o te llevará hasta más arriba, la
historia, un poco, avanza así.
Es un primer aporte de lo que estamos viviendo como relación Estado-sociedad, hay que tomar el
poder en verdad, hay que construir poder, más que tomar poder hay que construir poder dentro
del Estado, transformando el Estado, cambiando el Estado, cambiado la correlación de fuerzas de
quienes mandan y quienes no mandan; cambiando las ideas fuerza que se convierten en sentido
común de época emitidas desde el Estado, desde la academia, desde los medios de comunicación,
desde los textos escolares. Hay que cambiar la correlación de fuerzas en los mecanismos
institucionales burocráticos, no burocráticos, más centralizados, más descentralizados, más
participativos, menos participativos de la regularidad del funcionamiento estatal, pero también
hay que construir poder por fuera del Estado, al margen del Estado; no son dos temas
contradictorios, no es uno o el otro, son los dos obligatoriamente, porque, evidentemente, la
sociedad es más que el Estado, el Estado es un momento de su condensación y la sociedad es más
que Estado, pero es una condensación cualificada, es una cualificación connotada que influye
sobre la vida de la sociedad y uno no puede renunciar a modificar esa cualificación connotada
llamada Estado, pero tampoco puede renunciar a que la sociedad es más que el Estado y que sus
vínculos, sus relaciones, sus flujos de intercambio y de asociatividad son más que el Estado.
Entonces, construcción de autodeterminación dentro del Estado, construcción de
autodeterminación por fuera del Estado y ambos se influyen mutuamente, les pongo un ejemplo,
en el caso de Bolivia: el Estado, a partir de esta emergencia indígena campesino, ha permitido
consagrar algo que no había desde 1570, cuando muere el último indígena gobernante, Manco
Inca, que lo matan en Villcabamba que fue el último gobernante indígena, luego vino la
dominación colonial española, luego la república, posteriormente las dictaduras y, en todos los
casos, los indígenas jamás ocuparon cargos públicos; pero ha sido una insurrección, un
levantamiento, una lucha cultural que permite que haya el primer presidente indígena y eso se ha
vuelto constitución, se ha vuelto, digámoslo así, derecho, ya se ha vuelto Estado, una correlación
de fuerzas y un nuevo discurso.
Y desde esa presencia, hoy es posible, desde el Estado, asignar recursos, asignar presupuestos
para potenciar estructuras que no son Estado, que nunca van a poder ser Estado; como
estructuras comunales de propiedad, de apropiación, de producción, de gestión del agua y de
gestión de la tierra que no son Estado, es más, si hay algo que es no Estado es la comuna, la
comunidad fragmentada y golpeada. No es que el Estado está creando comunidad, pero un Estado
progresista, un Estado revolucionario y social, bajo ciertas circunstancias, puede ayudar a que se
desplieguen, que se expandan, con mayor facilidad, las estructuras asociativas y productivas no
estatales o, lo mismo, con el movimiento obrero.
En Bolivia está habiendo un conjunto de fábricas que se han ido cerrando porque no son
competitivas frente a los productos chinos. El empresario dice: “aquí ya no puedo generar
ganancias, la cierro, despido a los trabajadores y se acabó”. Muy bien, tiene el derecho legal de
cerrar su fábrica. Pero los trabajadores tienen el derecho legal de asumir el control de la
producción, el empresario ha cerrado la fábrica, los trabajadores le han dicho: “si tú cierras la
fábrica, nosotros vamos a producir y vamos a generar ganancia”, y se han animado y han agarrado
la fábrica, se han propuesto, se han auto asociado, se han propuesto un régimen de trabajo y de
coordinación y han dicho: “para que esto funcione, el empresario nos va a enjuiciar, qué hacemos
para que no nos enjuicie, lo indemnizaremos”. Se han ido al banco, les hemos apoyado con un
crédito, han conseguido dinero del banco, han sacado la plata, lo han indemnizado al empresario
con un costo mínimo, han obtenido capital de operación y se ha puesto en marcha la fábrica. Se
trata de una pequeña fábrica social, son 200, 250 trabajadores, es una forma de autogestión
obrera, una forma avanzada, en micro, de autogestión obrera. ¿Quién la ha hecho? No la ha hecho
el Estado, lo han hecho los trabajadores, ellos han asumido la gestión, el riesgo.
¿Qué ha hecho un Estado revolucionario? Brindar condiciones más favorables para que eso pueda
suceder. No es que el Estado se ha comprado la fábrica para entregar a los obreros, eso sería
estatización paternal de la fábrica. El Estado, simplemente, lo que ha hecho es brindar condiciones
administrativas y financieras para que esta iniciativa social autónoma, autogestionaria, obrera
pueda desplegarse con mayor rapidez y con mayor eficacia y hoy ya tenemos dos o cuatro fábricas
cerradas por la patronal, asumidas por los trabajadores y el Estado, coadyuvando y colaborando a
algo que es decisión de ellos, riesgo de ellos y gestión de ellos, de los trabajadores, de los obreros.
Un segundo concepto que lo voy a resumir, es la relación revolución y democracia. Hemos
aprendido que revolución y democracia serían conceptos antitéticos. Revolución es un proceso de
ruptura con el orden viejo y la construcción rápida de un nuevo orden. Entonces, uno dice: eso,
por supuesto, aquí es contradictorio a ir a votar, a elegir un representante, a formar un partido, a
hacer campaña pública, a conquistar los votos, a tener representantes y a ser electores. Si
reducimos la democracia como el momento meramente electoral de elecciones y de
representantes, evidentemente, la revolución es contraria y es antitética, es la asíntota de la
democracia, si reducimos a esa manera estrecha de entender la democracia; pero si re-
significamos la democracia como la participación colectiva, creciente y ampliada en las decisiones
sobre los asuntos comunes.
Si entendemos la democracia como proceso de construcción de lo común de una sociedad, de lo
que unifica, de lo que es algo que le pertenece a toda una sociedad, si entendemos la sociedad
como el mecanismo mediante el cual la gente se involucra en la gestión de lo común, puede ser la
facultad, el ayuntamiento, la región o el país; si entendemos de esa otra manera la democracia,
entonces, la contradicción entre democracia y revolución desaparece.
Si democracia es solo elecciones, eso no es revolución, si democracia es elecciones más
participación, más gestión, más involucramiento, más ampliación de los asuntos comunes de una
sociedad; entonces ese es un mecanismo revolucionario, quizás esa fuera la explicación encriptada
que nos deja Engels, cuando en 1891, hace su introducción a la guerra, a la lucha de clases en
Francia y comienza a escudriñar esta relación entre democracia, dictadura y revolución; en cierta
medida es posible debatir sobre la democracia como una vía al socialismo.
Ayer estábamos con el profesor Étienne Balibar y con el profesor Tosel y dialogábamos sobre este
tema, es más, yo me acuerdo que ante los peligros de re-significación de la democracia, ya hace
más de 25 años, la trilateral, encabezada por Samuel Huntington y otros, en sus documentos del
74 habló respecto a que la democracia era un estorbo para la sociedad moderna, que la
democracia era un peligro para la reproducción del capitalismo. El 74 lo escribieron, claro, porque
si democracia va más allá de las elecciones y es elecciones, es participación, es ampliación, es
involucramiento en lo común, ya no es la democracia el puente entre gestión y capitalismo, es el
puente entre participación y socialismo, participación y comunismo.
Si en el fondo, el comunismo o lo que se entiende por comunismo, por comunitarismo, por lo
universal, Marx hablaba de la comunidad universal llamaba Marx, me gusta esa frase de
comunidad universal, si la comunidad universal como horizonte es producción en común, de lo
común; gestión en común, de lo común; la democracia es la puerta de la participación en ese
común, de involucramiento en ese común, de creciente participación de las personas en las cosas
comunes de una sociedad, de las riquezas comunes comenzando por el lenguaje, por el
conocimiento, por la ciencia, por la riqueza, por el tiempo de trabajo, por el tiempo de ocio, por
los servicios básicos de una sociedad, por sus recursos naturales, por la biodiversidad de una
sociedad; si democracia es la gestión de lo común ampliada, entonces la democracia es también
un puente, una vía del socialismo, es también la fuente del comunismo, es también revolución.
Por eso, en Bolivia el Presidente Evo Morales tuvo el acierto, el año 2006, de hablar de revolución
democrática, ¿cómo fue posible que los indígenas, que durante 500 años que habían sido,
primero, que se había descartado que tenían alma, luego que se había descartado que eran
humanos, eran semihumanos, luego que eran demasiado niños e ignorantes, luego que eran un
estorbo para la modernidad y tenían que desaparecer y mestizarse, cómo era posible que esas
personas, hoy, gobiernen Bolivia y lo hagan de la mejor forma? ¿Cómo, qué ha pasado? Sud África
requirió una guerra civil para acabar con el apartheid, Bolivia requirió lo que el Presidente Evo
llama una revolución democrática, es voto, fue electores, pero fue más que voto, fue voto
acompañado con insurrecciones, fue electores acompañados con asambleas, con sindicatos, con
movimientos sociales, fue voto y elecciones acompañadas de una victoria previa a nivel cultural, a
nivel ideológico, a nivel de los símbolos de lo que debería ser el horizonte y el futuro de Bolivia.
Revolución democrática. Luego eso se consagró y se legitimó vía elecciones, sí; pero hubo un
trabajo previo de victorias revolucionarias, parlamentarias y extra parlamentarias que permitieron
que la victoria electoral, simplemente, fuera la crema de la torta, la torta había estado preparada
previamente; es un falso debate: democracia o revolución, es posible, no siempre, pero es posible
bajo ciertas circunstancias tener revoluciones democráticas o democracias revolucionarias.
Como tercera anotación, yo hacía un balance lapidario de la situación de las izquierdas en Europa,
decía: estamos derrotados, pero siempre hay derrotas y eso es lo que nos alimenta, y no hay
revolucionario que se foguee en la derrota, en la batalla, en la cárcel, en la represión, en la tortura;
no hay revolucionario que no se foguee así. La derrota es como la escuela de la formación y del
temple de los revolucionarios, entonces, una derrota más es una más en un largo camino.
Tampoco es novedad de que se hayan producido grandes cambios, que la globalización ha
modificado la estructura del mundo, sí lo sabemos, lo sabemos desde 1492 que el mundo va
cambiando cada diez, veinte, treinta años de una manera brutal, los cambios estructurales no son
novedad y pese a eso ha habido revoluciones. ¿Qué es lo novedoso de este momento? La pérdida
del horizonte, la ausencia del horizonte alternativo.
Es muy difícil levantar la palabra de socialismo porque lo vamos a asociar a la URSS y, está claro,
que eso es lo que no queremos. Podemos levantar la palabra comunismo, pero suena algo muy
lejano. ¿Qué cosa será comunismo? Es más, se asocia comunismo con capitalismo de Estado, con
ineficiencia económica, los revolucionarios, los jóvenes de hoy carecemos de un horizonte y esa,
quizá, sea la tragedia mayor. Y entonces, lo que hay es el horizonte, el metarrelato actual es la
ausencia de metarrelato, es decir la ausencia de voluntad y de esperanza, ese es el nuevo
metarrelato.
Los posneoliberales dicen que es el tiempo del fin de los metarrelatos. No es cierto hay otro
metarrelato, la ausencia del metarrelato es el metarrelato, pero es un metarrelato que
desmoraliza porque te ha quitado la opción, la alternativa, el nombre de la esperanza y eso es muy
grave, esa es una derrota de las peores. La derrota física perder una mano, perder un ojo, que te
den un balazo son derrotas de las que te puedes recuperar o la siguiente generación recuperará la
heroicidad de tu sangre y caminará hacia el objetivo, pero como no hay objetivo, no hay un
devenir, no hay un hacia dónde voy, para qué lucho; la gente lucha no porque sufre, la gente lucha
porque cree que luchando habrá un futuro, el que sufre habrá de luchar porque sabe que en su
lucha puede conseguir algo distinto y la gran tarea, lo que hicimos en Bolivia, lo que se ha hecho
en América Latina, lo que estamos haciendo en Europa es ¿cuál es ese futuro, cuál es ese
horizonte frente al cual vale la pena movilizarse, marchar, gritar, hacerse gasificar, votar, escribir,
no dormir, entregar tiempo, entregar recursos, para qué? Si voy a ir, ¿hacia dónde, cuál es el
nombre de eso?, ese nombre es la esperanza, cuando encontremos el nombre, ahí hemos
depositado la esperanza y el sentido de heroicidad de la vida y de la historia que reclamaba
siempre Hegel, el sentido de la heroicidad. Es decir, usando metáforas religiosas jesuíticas, la
misión, ¿cuál es la misión, cuál es tu causa, cuál es tu horizonte, cuál es tu objetivo? Esta es la gran
tarea de las izquierdas, la reconstrucción, la reinvención del nuevo nombre, del nuevo horizonte
frente al cual van a converger los sacrificios, las luchas, las esperanzas que quizás no las veamos en
esta generación o quizás sí las veamos, pero tendrá que conseguirse porque eso nos los han
arrebatado, eso se ha derrumbado, eso se cayó el 89, ¿cuál será ese nuevo horizonte?
Y este no es un tema de que debemos sentarnos en la clase de sociología política y decir, a ver,
buscaremos el nombre, cuál nos inventamos o estará quizá en Carlos Marx el texto, no. Es un tema
que está en el lenguaje de ustedes, que tiene que emerger del lenguaje de la gente, del joven, del
profesional, del obrero, del campesino, del insatisfecho, del que con rabia resiste, del que con
rabia se moviliza temporalmente, pero luego se queda quieto, ahí está mullendo el nuevo nombre,
los nuevos horizontes, los nuevos componentes del porvenir.
En Bolivia, una coalición de izquierdas fracasó en Bolivia, llegó al gobierno un partido comunista
con otros grupos de izquierda el año 82 y el 85 se derrumbó, lo asfixiaron, lo tumbaron y desde
entonces, antes de que se cayera el muro de Berlín, hablar de socialismo, hablar de comunismo en
Bolivia era una mala palabra, era un arcaísmo, era un sin sentido y la palabra de libre mercado de
managament de gestión empresarial de globalización del lenguaje que usaban los jóvenes, los
periodistas, los políticos, los dirigentes sindicales se había derrumbado un proyecto de gobierno
de izquierdas y cuando encima se derrumba la URSS, pierden los sandinistas en Nicaragua, la
guerrilla salvadoreña deja las armas y se impone la globalización en el mundo. ¡Ya!, era como que
se acababa la historia, no hay más alternativa.
Y fue, poco a poco, de los intersticios de ese discurso único, de esa dictadura del discurso, de la
gente, no de un partido, ni de la academia, sino de los que luchaban a diario, del que salía a la
marcha, del que salía a la caminata, a la movilización, a la pequeña resistencia, ahí se fue
gestando, en ese intelectual colectivo plebeyo y callejero, se fueron gestando los nuevos símbolos:
la recuperación de los recursos naturales, la nacionalización, la asamblea constituyente, el
gobierno indígena; emergieron los primeros síntomas de un programa de transición, de una
transición, no es del comunismo, no es el gran horizonte, es un paso. Hasta entonces, nadie se
había atrevido, fue una pequeña victoria, una empresa extranjera que se apropio del agua, se la
enfrenta para que no suban las tarifas, no quiere irse, se resiste y la enfrentan. Luego piden que se
vaya la empresa, se va la empresa y dicen: “¡ah! las empresas se pueden ir, no habían sido
todopoderosas” y, entonces, por qué no se van todas las empresas, fue una victoria que empezó a
engarzar una mirada total de las cosas. No es que vino un izquierdista a decir este es el programa,
hay que votar a las empresas extranjeras. No surgió así el horizonte de transición, surge de la
lucha, de las primeras victorias territoriales, locales y fragmentadas, ahí es donde se viene
gestando los horizontes articuladores, esa es la experiencia de Bolivia.
Hoy, hablamos de un programa posneoliberal en Bolivia, sí, se ha construido un programa
posneoliberal, cómo desmontar el neoliberalismo, pero no tiene un nombre, ya no hay empresas,
se han nacionalizado las empresas privatizadas, la inversión extranjera se ha subordinado y se han
modificado sus modos de presencia, se ha sustituido desregulación de la fuerza laboral, se ha
potenciado los recursos comunes, se ha internalizado los excedente que anteriormente se
externalizaba y demás.
Se trata de un programa posneoliberal y entorno a este se ha articulado un conjunto de fuerzas
muy diversas, que el Presidente Evo Morales saque el 64 % del voto te habla de una articulación
muy diversa y plural de fuerzas en torno a un programa mínimo de transición, que es el punto de
partida del gran programa, de la gran metarrelato que irá surgiendo en distintas partes del mundo
en los siguientes años, pero ya es, por lo menos, una esperanza intermedia, salir de lo que vivimos
mediante estas cuatro o cinco cosas, ya es una esperanza, ya es un horizonte intermedio, un
horizonte de corto plazo, pero horizonte y falta el horizonte de largo plazo; claro que falta y habrá
que construirlo y esa será una tarea ya no solamente de los bolivianos, será de los venezolanos,
ecuatorianos, brasileños, españoles, alemanes, húngaros, checos y será de más pueblos, pero
hubo el horizonte a corto plazo y en torno a ese horizonte, la articulación y la sumatoria de
múltiples fuerzas.
La cuarta enseñanza que sacamos de nuestra experiencia; la principal batalla es la batalla por la
ideas, es la más difícil, es la más costosa y es, obligatoriamente, la batalla previa que hay que
ganar para las victorias electorales, las victorias económicas y las victorias materiales. Nunca
olviden que el Estado es mitad idea y mitad materia. Que la lucha política es la lucha por el sentido
común de la sociedad, por los criterios comunes de la vida, de sentido común que tienen las
personas y si no hemos modificado la estructura de razonamiento de las personas, no hay victoria
posible, que los procesos revolucionarios se gestan previamente como reforma moral e
intelectual, decía Gramsci, se gestan previamente y tienen que ganarse, no en su totalidad, en
algunas batallas tienen que ganarse previamente.
tarde o temprano, hay un tipo de confrontación social, pero ya está el terreno conquistado.
Decía Íñigo: recuperar el concepto de hegemonía, evidentemente hegemonía es la capacidad de
liderizar, pero eso dice Gramsci y Lenin tiene una mirada más confrontacional del liderazgo; yo los
he sumado a los dos, la hegemonía es los dos, tienes que derrotar a tu adversario en las ideas,
solamente derrotando a tu adversario en las ideas, luego puedes conseguir liderazgo e irradiación
porque si no vas a estar en una actitud de sumar todo lo que puedes y te conviertes en una piñata
donde le metes todo, no sé si aquí hay alguna sopa donde uno le mete todas las sobras de todo
que se llama eso, ropa vieja, allí le llamamos chairo y le metemos todo. No, eso no es hegemonía,
hegemonía no es pegarle con masquin todas las ideas y a los grupos sueltos, eso no es hegemonía,
la hegemonía es la derrota del adversario y la incorporación del adversario como sector
subordinado en el proyecto liderizado.

En Bolivia, para derrotar al neoliberalismo previamente se ganaron las batallas, se consolidó, como
sentido común, la idea de nacionalización y la idea de la asamblea constituyente; esas ideas se
convirtieron en ideas fuerza, en sentido común, no solamente del activista, sino que se
convirtieron en sentido común de la señora que vende en el mercado, del dirigente sindical, del
transportista, del que está tomando el minibús o el microbús o el metro. Esa victoria lograda, en el
ámbito de las ideas, de las percepciones, fue la que habilitó las victorias electorales, las victorias
políticas, las victorias económicas y las victorias militares, porque, tarde o temprano, hay un tipo
de confrontación social, pero ya está el terreno conquistado.
Tenían razón Lenin y Gramsci, la verdad es la unión de Lenin y de Gramsci. Las transformaciones
en el continente van a depender mucho del papel de las ideas, de los debates, de los discursos y
de la desnaturalización del orden existente. Hoy, el neoliberalismo se nos presenta como un orden
natural, como el medio ambiente, un hecho de la naturaleza; esa desnaturalización, ese carácter
contingente de lo que hay, ese carácter arbitrario de lo que hay, tiene que penetrar en los poros
de la gente. No solamente en el debate académico de mi texto que he escrito para mi doctorado,
sino en el debate de los medios, en el joven, en el oficinista o en el transportista.
Esta desnaturalización de lo existente y la posibilidad de algo diferente que pueda ser alternativo
es la clave de otras victorias. Y luego vendrán otras más difíciles, vendrán los temas electorales y
luego vendrán otras, todavía, más complicadas con los temas económicos y otras más complicadas
con la justicia; vendrán otras más complicadas con los sistemas de coerción, pero la clave son las
victorias en pequeña escala, en mediana escala en el ámbito ideológico cultural. No hay victoria
revolucionaria sin previa victoria ideológica de las propuestas, de las iniciativas, de las ideas, de las
opciones que emergen alternativamente en la sociedad.
Y, por último, la relación partido-movimientos sociales. Creo que la experiencia latinoamericana
enriquece el debate mundial, enriquece el debate europeo de la relación partido-movimiento
social. Venimos de la escuela que nos decía que el partido es el que se hace cargo de la política, el
movimiento social es el que se hace cargo de las reivindicaciones, el sindicato está bien para el
pliego reivindicativo, el partido está bien para la lucha política revolucionaria, clandestina o
electoral; esta escisión es falsa o al menos en América Latina se ha complejizado.
Se necesita una estructura más centralizada, a veces es necesaria, no es imprescindible. Se
necesita fuerza de masa movilizada, sí, eso es imprescindible. Pero, ¿qué ha pasado en el caso de
Bolivia? Es la fuerza de masa organizada, la fuerza asociativa sindical, comunitaria, barrial la que
ha devenido en estructura política. Es la confederación de campesinos que dice: “somos
confederación de campesinos, luchamos por la tierra, luchamos por créditos; pero el día de
mañana, vamos a ir a votar orgánicamente para tener a nuestros representantes en el parlamento
porque nos abusan mucho”. Es la confederación, la federación de barrios y de gente que vive en
los barrios que decide, permanentemente: tenemos que reclamar agua potable y luz eléctrica para
nuestros barrios o alcantarillado; pero el día de mañana hemos decidido ir a votar en las
elecciones y colocar a nuestra gente en el parlamento, es la estructura reivindicativa, sindical y
corporativa la que deviene en estructura política, en estructura política partidaria o política
electoral. Entonces, esta separación, para unos la política, para otros la reivindicación, falso, están
entremezcladas y quizá esa sea una de las virtudes trae también sus complicaciones.
Porque en esta democratización de lo político, los procesos de toma de decisiones sobre temas
importantes comienzan, como son más amplios, como no es la estructura vertical, es más difícil
tomar decisiones, hay que hacer consultas, es más complicado, para hacer una ley hay que
consultar a uno, a dos, a tres, a cuatro, a cinco, a seis sectores. Haces la ley y luego aparece el
octavo sector que te dice: “a mí no me has tomado en cuenta, yo también quiero participar”.
Entonces vuelves a abrir el debate, estamos ahora debatiendo con la ley minera, estamos tres
años y medio para hacer una ley, es complicado pero es la manera democrática; en ese sentido de
participación de todos en la gestión de lo común para construir una ley, tres años y medio, es un
articulado de ciento veinte artículos y ya vamos debatiendo tres años y medio y quizá nos vamos a
pasar otros tres años más o medio año más en este debate, tal vez, por esta complicación de
quienes son los sujetos participantes en la toma de decisiones públicas, en la gestión de lo público.
Pero, es una forma hermosa de democratizar las decisiones, no es tan rápida, no es tan eficiente
pero es más democrática. Y hace que esa ley, una vez que se apruebe, se lo haga con una
legitimidad tal que se vuelve irreversible.
Preguntaban Iñigo, ¿cómo son los mecanismos de irreversibilidad? Es una pregunta que ahora me
está taladrando el cerebro, no la había reflexionado. Pero, en una repuesta rápida, amplia
participación social en la toma de decisiones, en las acciones tomadas que le dan legitimidad y
continuidad a lo decidido, con esta amplia participación y mecanismos, por supuesto,
institucionales que regularicen gradualmente esas decisiones, esas leyes y esos derechos; pero
aún así, siempre habrá algún mecanismo, la derecha siempre podrá tener un mecanismo de
reversibilidad de esa decisión, pero, en un principio, mecanismos institucionales y amplia
participación decisional en la construcción de esas normas o esos derechos.
En síntesis, es posible cambiar el mundo, es difícil cambiar el mundo, pero es posible hacerlo y las
circunstancias se están alineando, de tal manera, que estamos obligados a cambiar el mundo y en
esa obligación de cambiar el mundo, solamente puedo recomendarles, personalmente, tengamos
la mente abierta y el ánimo despierto para saber captar los símbolos, los signos, las tendencias, las
posibilidades que están latentes en la sociedad. El papel de un revolucionario, de un activista, de
un intelectual orgánico es básicamente eso, no es tanto exprimir el cerebro para encontrar la
fórmula exacta, sino tener el cerebro abierto para aprender a sorprenderse con las cosas nuevas
que surgen y saber encontrar en esas cosas nuevas que surgen las opciones de alternativa,
evidentemente, el intelectual, el académico tendrá mayores posibilidades de armar el esquema de
publicitar, de volver inteligible, de hacer pedagógico, podemos tener esa habilidad, pero no
podemos inventarnos.
El mundo posible no ha de ser un invento, el mundo posible ha de ser una tendencia, unas luchas,
unas ideas, unos frutos y unas acciones que están latentes y nosotros a lo más que podemos
aspirar es a darle cuerpo, a articularlo, a visibilizarlo, a expandirlo y entregar lo que podamos la
pasión, el tiempo y la vida, por eso que consideramos que es posible, necesario y real.

¿Qué nos ha enseñado la experiencia latinoamericana y boliviana? Que, ciertamente, el Estado es


una máquina de dominación, sirve a los intereses frente a otros, potencia los intereses frente a
otros y resguarda los intereses frente a otros. Cuando uno ve al Estado, por ejemplo, en tiempos
neoliberales, entregando empresas públicas a empresas privadas, es evidente que el Estado está
sirviendo a unos sectores frente a otros, cuando lo público, cuando el patrimonio de los fondos de
pensiones o de los ahorros colectivos son utilizados para favorecer a un banco o a una empresa de
inversión, está muy claro que el Estado funciona como un sector que defiende y protege los
intereses de unos frente a los intereses de otros; pero el Estado es más que eso, el Estado es
también una relación y, de hecho, es, fundamentalmente, una relación y, entonces, nuestro
entendimiento de la máquina cambia, es una máquina de relación, tiene instituciones, tiene
regularidades, tiene tornillos, tuercas, rondanas, por supuesto, pero esas tuercas, esas arandelas,
esas palancas son relaciones, son flujos, más que acero, son flujos, parece una simple

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