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Un día en particular, el zorro se escapó por poco de un cazador particularmente infame. Estaba corriendo a través de los
árboles, con el cazador siguiendo su rastro, cuando oyó una voz baja a su izquierda.
El zorro miró, y vio un conejo minúsculo. Tenía pelo blanco y ojos grandes, y brincó en su lugar con energía, llamando
con la pata.
El zorro dudó un momento; no supo por qué el conejo quería ayudarlo. De repente, el sonido del arma explotó por los
árboles a la derecha. El conejo desapareció por la boca de una madriguera pequeña y casi invisible en el suelo. El zorro no
tuvo tiempo para contemplar, y corrió a la boca. Apretó el cuerpo a lo largo de un túnel hasta que llegó a la madriguera del
conejito.
El conejito estaba a la escucha por si había algún sonido de arriba. El zorro también escuchó, pero no oyeron nada.
Finalmente, el conejo miró al zorro.
- Nosotros dos somos animales pequeños y presas del cazador. – explicó el conejo –. Como tú, siempre estoy
corriendo por los cazadores. Somos amigos, porque necesitamos ayudarnos uno a otro. ¡Juntos podemos sobrevivir!
El zorro comprendió, y estaba agradecido al conejo. Desde este momento, los dos fueron mejores amigos.