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MARTINE SEGALEN

Sociología de la familia
Traducción de Susana Murgía

Séptima edición revisada


Segalen, Martine
Sociología de la familia / Martine Segalen ;; con prólogo de Andrea Torricella. - 1a ed. - Mar del Plata :
EUDEM, 2013.
414 p. ;; 25x17 cm.

Traducido por: Susana Murgia


ISBN 978-987-1921-14-0

1. Sociología. 2. Familia. I. Torricella, Andrea, prolog. II. Murgia, Susana, trad. III. Título
CDD 306.85

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723 de Propiedad Intelectual.

Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio o método, sin autorización
previa de los autores.

ISBN: 978-987-1921-14-0

Fecha de edición: Junio 2013

Esta edición estuvo al cuidado de Andrea Torricella

© 2013, EUDEM
Editorial de la Universidad Nacional de Mar del Plata
EUDEM / Formosa 3485 / Mar del Plata / Argentina

© 2013 Martine Segalen

Traducción: Susana Murgía

Prólogo: Andrea Torricella


Arte y Diagramación: Luciano Alem

Imagen de tapa: Joaquín Sorolla. Verano 1904. Óleo sobre lienzo. Ayuntamiento de
Valencia, Valencia.

Impreso en: Departamento de Servicios Gráficos UNMdP, Mar del Plata


 
 

 
 
CAPÍTULO 2

El parentesco
y las clases sociales

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A partir de los conceptos de antropólogos e historiadores, los especialistas de las
sociedades obreras y burguesas de Europa se preguntaron a su vez sobre el rol que
jugaba el parentesco en la estructuración de las relaciones sociales. Se abrió así una
nueva perspectiva tanto para la sociología de la familia como para la de las clases
sociales.
El rápido desarrollo del complejo movimiento designado con el término
de industrialización transformó profundamente las estructuras sociales de Europa,
haciendo emerger clases distintas en su modo y nivel de vida. Según la teoría
marxista, el capitalismo generó jerarquizaciones y divisiones sociales, con una clase
dominante, la de la burguesía industrial y una clase dominada, la de los obreros
proletarizados. En ambos casos, se han observado grandes transformaciones en el
ámbito familiar, sea que se trate de la organización de los grupos domésticos, de las
relaciones entre los sexos y las generaciones o de las normas y valores que rigen su
funcionamiento. Si bien hoy en día la teoría marxista se ha visto cuestionada como
ha ocurrido con todas las teorías (evolucionismo, estructuralismo, etcétera), la
noción de clases con intereses opuestos sigue siendo indispensable para analizar la
sociedad europea que se erigió con la industrialización, desde la segunda mitad del
siglo XIX hasta los años 1970.
Origen de la sociología, estas sacudidas sociales vinculadas con la
industrialización han suscitado diversas interpretaciones en las cuales el parentesco
ocupa un lugar variable. En los cursos que brindó acerca de la familia, Émile
Durkheim desarrolló la hipótesis del desmoronamiento de lo que él llama «el
comunismo familiar». Durkheim asocia el debilitamiento del sentimiento familiar
comunitario con la sociedad del salariado, planteando implícitamente la cuestión de
la ruptura de los lazos de parentesco. A falta de estudios empíricos, esta tesis no
tuvo respuesta alguna. La sociología de clases que se impuso desde los años 1930, y
más tarde, luego de la Segunda Guerra Mundial, dominada por la vulgata marxista,
se interesó muy poco en la cuestión de la familia y los lazos de parentesco. Por el
contrario, encarar el estudio de la familia y más aún el del parentesco, era, en los
ámbitos sociológicos de los años 1970, afiliarse al despreciable grupo de la
burguesía y de los «mandarines»51.
Es a través de la antropología y sobre todo de la historia social y
demográfica que la cuestión del parentesco en la sociedad industrial se ha vuelto a
plantear, al llevarse a cabo estudios empíricos sobre las sociedades obreras, a
menudo de la mano de investigadores anglosajones. Ciertamente la historia
 
51Nota de la traductora: Los «mandarines» eran los grandes profesores universitarios y los grandes
investigadores académicos con alto poder de decisión, muy cuestionados por aquellos investigadores
que sólo hablaban de igualdad en aquellos históricos años marcadamente marxistas.

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Sociología de la Familia

industrial de Inglaterra, por su precocidad y por su rápida extensión, aparece como


una figura singular dentro de la historia europea.

Parentesco e industrialización
En Francia y generalmente en Europa, un movimiento masivo de emigración
alcanzó a la mayoría de las comunas rurales a partir de 1850. El mismo permitía
aliviar el peso del empuje demográfico que se había registrado desde fines del siglo
XVIII. Estos migrantes partían hacia las diversas áreas de empleo que se
desarrollaban en las ciudades o en las proximidades de las fuentes de energía. Por
un lado, dejaban a su familia y a sus parientes en su lugar de origen, y por otro,
eran llevados a recrear una familia en su nuevo lugar de vida.
El estudio de la familia y del parentesco dentro del contexto industrial ha
generado un nuevo concepto: el family life course o «curso de vida familiar». No debe
confundírselo con el de «ciclo de vida familiar» (family life cycle) que permite seguir
las fases del grupo doméstico (fisión y fusión) en un contexto de relativa
estabilidad social, como es el caso de las sociedades rurales. El «curso de vida
familiar» se asienta más bien sobre las rupturas dentro del contexto de los grandes
cambios inducidos por los diversos fenómenos que se agrupan bajo el término de
industrialización (Elder, 1974, Hareven 1978).
Además, en un movimiento que acompaña el sentido de la evolución
social, este concepto toma en consideración el punto de vista del individuo en sus
interacciones con su grupo doméstico, su parentela, así como con otros actores
sociales. ¿Cómo se efectúan en un contexto social y económico cambiante, estas
grandes transiciones como son la partida del hogar, la búsqueda de un empleo, el
matrimonio? «La interacción entre los individuos y la unidad familiar en el curso
del tiempo y en el marco de condiciones históricas cambiantes es la esencia misma
de la aproximación a través del life course» (Hareven, 1987, p. xi).
De este modo, luego de los grandes estudios de demografía histórica
interesadas en las estructuras del hogar dentro del ámbito rural, una segunda ola de
trabajos se interesó en los derechos y deberes y en los sentimientos de obligación
que persistían en el marco de los cambios inducidos por la industrialización
(Medick y Sabean, 1984). Se preocuparon por analizar los lazos entre «el interés y la
emoción», es decir la creación de lazos familiares dentro de un contexto de cambio
social. Estos estudios han demostrado efectivamente la continuidad de los
intercambios de bienes y servicios entre las familias conyugales y su red de
parentesco a lo largo del «curso de vida familiar» de sus miembros.

La gran familia de la proto-industrialización

En lo que respecta a Francia, numerosas investigaciones han permitido esclarecer


desde más cerca estos procesos, comenzando por la constatación de que la
industrialización no había comenzado con las grandes fábricas, sino en el
domicilio. Numerosos hogares, en el ámbito medio rural conocían dos tipos de
recursos, el que provenía de su explotación agrícola y otro originado en un trabajo

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El parentesco y las clases sociales

a domicilio, o situado cerca de las fuentes de energía. Los historiadores hablan de


«proto-industria».
Semi-obreros, semi-campesinos, estos hogares se emplean como mineros
o herreros durante determinados períodos, regresando a sus campos cuando los
tiempos de los cultivos lo exigen. Así las herrerías de Savignac-Lédrier en el
Périgord presentan el ejemplo excepcional de una explotación que funcionó entre
1480 y 1975, atravesando especialmente el siglo XIX al margen de las grandes
empresas capitalistas. El 75% de los habitantes del pueblo son a la vez campesinos
y obreros, trabajan durante el invierno en la fragua para acumular mediante este
trabajo complementario un capital destinado a la compra de un «bien propio».
Obreros en tanto campesinos y para continuar siéndolo.
Aquí, como en el caso de la mezzadria italiana, es la multiplicidad de brazos
la fuente de la riqueza. La granja es explotada por ciertos miembros de la familia,
otros trabajan en la fragua;; los miembros de la comunidad familiar ofrecen una
cantera de obreros pagados a destajo en caso de encargos urgentes (Lamy, 1982-3).
El desarrollo de la producción industrial se efectuó también mediante la
extensión del trabajo a domicilio que exige entonces una presencia constante en el
telar, o en la fragua familiar. Incluso en Inglaterra, hasta en los años 1840, una
amplia cantidad de producción industrial salía de talleres familiares.
Esta proto-industria se caracteriza por un cierto número de rasgos que
muestran que la explotación del obrero es anterior al desarrollo de la gran
industria. Denominada, en forma elocuente, sweating-system, coloca al obrero a
domicilio bajo la dependencia del contractor, intermediario entre el proveedor de
materias primas y la fábrica que compra el producto terminado o semiterminado.
En el momento de una crisis de superproducción, la mano de obra queda
desempleada;; cuando se acumulan los pedidos, estos obreros del campo son
obligados a interminables jornadas de trabajo, asociando en el mismo esfuerzo a
mujeres y niños, incluso a toda la comunidad familiar.
La estructura de estos hogares era generalmente compleja y albergaba a
numerosos miembros, con el fin de hacer trabajar a un máximo de personas. Por
ejemplo, en el valle de la baja Meuse, los hogares múltiples de artesanos poseían
una pequeña fragua que trabajaba para la poderosa industria liejesa de fabricación
de armas. Toda la familia se hallaba al servicio de la producción. Los hijos no
estaban destinados a servir a otros, como era el caso de las familias campesinas más
pobres, porque se los ponía a trabajar en la fragua en cuanto eran capaces de
hacerlo. La persistencia de estas «grandes» familias era un medio para repartir la
pobreza entre un número mayor de cabezas.
El esquema evolucionista que vincula industrialización y «nuclearización»
del grupo doméstico prevaleció en la sociología de los años 1960 y 1970 hasta que
se multiplicaron los trabajos que demostraban su falsedad. En los pueblos de
sistema protoindustrial, en donde artesanos rurales que trabajaban a domicilio y
cuya producción estaba destinada a un mercado dominado por una economía
capitalista, los grupos domésticos extensos eran numerosos. Sin embargo, el
sentido de esta concentración familiar no formaba parte del «comunismo familiar»
caro a Durkheim: «Eran mucho más numerosos los precursores de una comunidad
familiar proletaria que los de una variante del hogar del tipo familia troncal. No
servían como instrumento de conservación de bienes, como el lugar en donde se
protegía o se curaba a las personas de edad ²como era el caso del grupo doméstico

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Sociología de la Familia

campesino² sino como un medio personal de redistribuir la pobreza del hogar


nuclear a través del sistema de parentesco» (Medick, 1976, p. 308).
La organización de los hogares artesanos ofrece un modelo intermedio
entre el hogar campesino y el hogar obrero. Con el primero, tienen lazos de
parentesco y comparten una comunidad de valores;; del segundo, prefiguran,
mediante ciertos aspectos, el reparto de roles. El salariado permite una mayor
independencia de los cónyuges en relación con sus padres;; además las condiciones
económicas y sociales de trabajo crean las condiciones de un reparto relativamente
igualitario de los roles.

Nacimiento de una pareja igualitaria

Los hombres vuelven a casa y las mujeres pueden salir de ella:


«La situación proto-industrial se caracteriza por un fuerte grado de
asimilación en las funciones de producción entre los hombres y las mujeres.
En Alemania, se podía encontrar a mujeres en la cuchillería o en el
comercio de clavos como productoras u organizadoras de la
comercialización de productos industriales tan a menudo como a hombres
hilanderos o fabricantes de encajes. A veces, las necesidades económicas
conducían a una inversión de los roles tradicionales, las mujeres producían
mientras que los hombres cocinaban. Esta inversión se prolongaba en el
plano simbólico: las mujeres bebían y fumaban en público y durante las
revueltas de hambre, eran las más feroces y las más violentas» (Medick,
1976).
En Dauphiné en donde las mujeres ensamblaban piezas de guantería, es el
marido quien hace la sopa y se ocupa de los hijos. A a veces, es a la mujer a
quien le competen las relaciones con el intermediario que proporciona la
mano de obra y paga las piezas confeccionadas;; sobre ella recae la discusión
de los precios, que tiene lugar a menudo en el café. Es verdaderamente la
instauración del «mundo al revés», los hombres en la casa y las mujeres
afuera. El trabajo en el seno del grupo doméstico artesano está fundado,
mucho más estrechamente quizás, sobre la célula de trabajo marido, mujer,
hijos (cuyo importante rol en la producción agrícola y artesanal es bien
conocido). Tejedores apegados ambos a su oficio ²el marido que teje la
pesada sábana de Elbeuf, la mujer los pañuelos de hilo en un bastidor más
liviano, en Vraiville, en Eure² (Segalen, 1972), equipos conyugales de
cuchilleros, etcétera, deben adicionar dos salarios a fin de asegurar la
supervivencia del hogar. Si, en la familia agrícola, la asociación hombre-
mujer puede no ser la de marido y mujer, sino madre-hijo, padre-hijo,
hermana-hermano, en la familia de la proto-industria, la asociación de
producción no es otra que la pareja, en ausencia de un patrimonio que
retenga juntos a los parientes.

Además de la instauración de un reparto más igualitario de los roles, si se


la compara con las familias rurales, la familia proto-industrial presenta rasgos
nuevos en lo relativo a la formación de las uniones. La edad para contraer
matrimonio se eleva porque los padres tienden a conservar cerca de ellos durante la
mayor cantidad de tiempo posible la fuerza de trabajo del joven adulto;; por otra
parte, la endogamia profesional constituye una regla. Además, está caracterizada
por una alta fecundidad, porque los hijos pueden ser rápidamente puestos a

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El parentesco y las clases sociales

trabajar desde la edad de siete años. Se estima que la mayor parte del crecimiento
industrial de Inglaterra, hasta 1850, debe atribuirse a la inclusión del trabajo de
mujeres y niños en el marco de los talleres domésticos.

La familia urbana en la fábrica

¿Con o sin parientes?

Contrariamente a lo que suponían los sociólogos en los años 1960, los trabajos de
historia social mostraron el rol de la institución familiar y del parentesco en la
instalación de los fenómenos complejos que se designan con el nombre de
industrialización, así como la fuerza de resistencia de esta institución. Aún en las
peores condiciones impuestas por las sacudidas económicas y sociales, los hombres
tienden a poner en juego estrategias que sean conformes a sus intereses: las mismas
pasan por la organización del parentesco.
Cuando la proto-industrialización fue barrida por la grave crisis económica
que castigó duramente a Europa en la segunda mitad del siglo XIX, las rupturas
sociales y familiares fueron evidentes. Pueden citarse entre otros el ejemplo de la
región de la Waldviertel en Austria en donde, a principios del siglo XIX, los grupos
domésticos hilaban y tejían a domicilio. Con la impresionante caída de los precios
del textil luego de los años 1850, la producción fue transferida a las fábricas en la
ciudad;; este cambio se vio acompañado por una emigración masiva, especialmente
en Viena. En lo que se refiere a los pueblos de origen, estos se replegaron sobre
una vocación puramente agrícola (Grandits, 2003).
Se plantea entonces la cuestión de la ruptura de los lazos
intrageneracionales, que ha sido dramáticamente subrayada por el historiador inglés
Edward Thompson, al observar la brutal industrialización de Inglaterra: «Cada
etapa de la especialización y de la diferenciación industrial golpea a la economía
familiar, perturba las relaciones entre marido y mujer, padres e hijos, introduciendo
un corte cada vez más acentuado entre «trabajo» y «vida». Durante este tiempo, la
familia era desgarrada cada mañana por la campana de la fábrica» (1958, p. 416).
Si bien no cabe duda de que la industrialización ha sido particularmente
brutal en Inglaterra, algunos trabajos de historia demográfica y social han venido a
matizar estas afirmaciones. Se suelen citar más a menudo los trabajos que Michael
Anderson dedicó a la ciudad de Preston, una ciudad textil del Lancashire en donde
se trabajaba el algodón importado de las colonias (1971). En el censo de 1851,
podían contarse 23% de grupos domésticos «extensos» o «múltiples» según la
tipología de Laslett, un porcentaje superior al que se observaba en las comunas
rurales de donde eran originarias estas familias.
La revolución urbana-industrial ha sido en efecto asociada a un aumento
considerable de la co-residencia entre las generaciones. La mitad de las parejas
jóvenes vivían con sus padres durante los primeros años de matrimonio. Cuando
se instalaban en forma independiente, su vivienda estaba situada en el mismo
edificio que la de sus padres. Contrariamente a lo propuesto por Edward
Thompson, podían encontrarse aquí, no menos, sino más hijos mayores viviendo
con sus padres que en las comunas rurales de los alrededores. Esta co-residencia
era sin embargo más forzada que elegida, impuesta por la escasez de viviendas y

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Sociología de la Familia

por la falta de lugares para cuidar a los hijos de corta edad, siendo que el trabajo de
las madres era indispensable para el presupuesto del hogar.
No cabe duda sin embargo de que, del campo a la ciudad, las estructuras
complejas, asociadas a un modo particular de valorización de las tierras,
desaparecieron. Así, a principios del siglo XIX, el 14% de los hogares que residían
en el centro de Bolonia estaban compuestos por personas que vivían solas, y sólo
el 2% por hogares múltiples. En cuanto se franqueaban los muros exteriores de la
ciudad, la situación era la inversa: el 21% de los hogares eran múltiples y sólo
raramente podían encontrarse individuos viviendo solos (Kertzer, 2002, p. 63). En
efecto, cuando el migrante abandonaba su lugar de origen para encontrar empleo
en la ciudad, no tenía la posibilidad de vivir en un grupo doméstico nuclear o
extenso. Muy a menudo soltero, era pensionista en casa de miembros de la familia
o del pueblo de origen. Para la familia que lo recibía, era un medio de incrementar
su precario presupuesto.
La primera manifestación del mantenimiento de los lazos se halla en la co-
residencia pero pueden observarse estos vínculos también en el marco del trabajo.
Así, un estudio dedicado a una usina textil norteamericana, en Manchester, New
Hampshire, demostró la multiplicidad de recursos que ofrecieron los lazos de
parentesco para esta gran empresa, fundada en 1832, Amoskeag Manufacturing
Company. El ejemplo desarrollado puede aplicarse a numerosas situaciones
europeas (Hareven y Langenbach, 1978).
Es cierto que la empresa por un lado y los obreros por otro no pueden
considerarse socios igualitarios, pero las redes familiares han constituido una fuerza
de resistencia notable frente al empleador, ofreciendo al mismo tiempo recursos y
sostén a sus miembros. Consciente de la importancia de estas redes, la compañía
las ha utilizado de manera deliberada, tanto para las contrataciones como para
controlar a los obreros.
Hasta principios del siglo XX, Amoskeag emplea a familias enteras, a
menudo pobres migrantes de Quebec, un modo para la empresa de maximizar los
esfuerzos relativos a la vivienda obrera. Las acciones de ayuda social estaban
principalmente destinadas a las familias y no a los individuos: plan de acceso a la
propiedad, curas dentales para los niños, etcétera. El impacto del poder familiar
sobre la organización industrial era importante: al facilitar la acomodación de sus
miembros, al encontrarles un empleo, una vivienda, la red familiar brindaba apoyo
moral y material. En el seno de la fábrica, cada taller se organizaba sobre una base
familiar y sobre una base étnica;; en ciertas condiciones, esta cohesión permitía
frenar la imposición de nuevos ritmos de trabajo.
Los contornos de los poderes familiares en el seno de la empresa
capitalista son sin embargo ampliamente dependientes de la coyuntura general. En
el período que va de la apertura de la fábrica hasta la Primera Guerra Mundial, la
mano de obra es relativamente escasa, la competencia es dura y la red de
parentesco constituye un recurso importante para los obreros. Al salir de la Gran
Guerra, la empresa licencia regularmente personal hasta su cierre y las familias se
sienten impotentes frente a este movimiento.
El ejemplo desarrollado por Tamara Hareven se observa también en las
grandes empresas francesas, en el momento más fuerte del desarrollo industrial.
Así, a comienzos del siglo XX, en una gran empresa de Nanterre (Hauts-de-Seine),
las «Papeteries de la Seine» (Papeleras del Sena) que empleaban a varios miles de

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El parentesco y las clases sociales

obreros y tenían la reputación de ofrecer buenos salarios y vivienda a sus obreros,


era muy común que familias enteras fueran contratadas a lo largo de generaciones.
La integración entre familia y trabajo era entonces particularmente importante
(Segalen, 1990).
Estas poderosas redes, inscriptas en la cultura aldeana de origen, no
constituían sin embargo la transferencia de estructuras arcaicas rurales al mundo de
la industria;; las mismas ofrecen respuestas a las nuevas condiciones
socioeconómicas. Lo que caracteriza al parentesco es su dinamismo y sus
facultades de adaptación a nuevas situaciones.

Familiarismo obrero y filantropía patronal

Las condiciones familiares del obrero en la ciudad son tan diversas como su
situación en el mercado de empleo;; se presenta sin embargo una correlación entre
el nivel del salario y el grado de «familiarización» del obrero. En el momento de las
migraciones masculinas masivas, durante la segunda mitad del siglo XIX en
Europa, se produjo frecuentemente un desequilibrio entre los sexos, porque eran
los jóvenes los que iban a emplearse en las minas o en las industrias. Debido a la
necesidad de acumular un peculio de base para poder fundar una unión, la edad en
la que los hombres se casaban era más elevada que en la de las regiones de las que
eran originarios.
Cuanto mejor es el salario, más estables son las condiciones de trabajo, y
más «ordenado» está el obrero. El caso de la ciudad de Marsella en el siglo XIX,
estudiado por William Sewell (1971), es característico de estos procesos de fijación
a través de la familia. La mitad de la producción industrial proviene de fábricas,
esencialmente de construcciones mecánicas relacionadas con la actividad portuaria
y las industrias del aceite. Los obreros no calificados son a menudo solteros y
móviles, los obreros calificados, casados y estables. Entre estos últimos, William
Sewell distingue a los «calificados cerrados», cuyo grupo es endogámico y en cuyo
seno familiar la transmisión del oficio es importante. Son los albañiles, toneleros,
curtidores y los empleados de las construcciones navales quienes comparten una
sociabilidad común en familia alrededor del cabanon, su cabaña de pesca a orillas del
mar en donde tienen lugar los momentos festivos y de descanso. Hostiles a recibir
a inmigrantes, son estructurados y obtienen salarios más elevados que los
denominados obreros «calificados abiertos»: carpinteros, obreros metalúrgicos,
pintores de la construcción. Este grupo está menos centrado en la familia;; su
sociabilidad, esencialmente masculina, tiene como marco la «guinguette»52
proporcionando los contingentes de obreros socialistas.
Los comienzos del capitalismo exigieron bajos salarios y una
descalificación de la mano de obra: lo que la fábrica compra, y al más bajo precio
posible, es la fuerza de trabajo del obrero a quien le pedirá cumplir con los mismos
gestos repetitivos, que no exigen ninguna fuerza física, de allí el recurrir al empleo
de mujeres y niños.
 
52Nota de la traductora: lugar de reunión y de baile popular a orillas del río Marne, afluente del Sena,
cerca de París, adonde acudían los obreros a fines del siglo XIX;; estilo de baile y música opuestos a
los de la burguesía.

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Sociología de la Familia

El problema de la vivienda obrera, cuya otra cara puede leerse al examinar


la estructura de los grupos domésticos o de la presencia extendida de los
pensionarios, no es menor. Tanto los patrones de industria como los ediles locales
fueron incapaces de afrontar el flujo de proletarios que dejaban los campos para ir
a buscar trabajo en las nuevas fábricas. Los promotores privados edifican con prisa
viviendas exiguas en las que se amontonan familias cuya mayor fuente de recursos
tiene lugar en la vivienda. Todos los espacios se hallan ocupados, desde el sótano
hasta el altillo. En la Inglaterra victoriana, en 1840, 14.960 de los 240.000
habitantes con los que cuenta Manchester se alojan de manera permanente en los
sótanos. En Liverpool, es casi el 20% de la población, de la cual una gran
proporción es de origen irlandés, la que vive en cierta forma bajo tierra (Navaillès,
1983). Si no viven en la periferia de las ciudades cerca de las fábricas (también
construidas en los accesos a las ciudades), los obreros ocupan el centro urbano
abandonado por las familias más acomodadas. 50 o 60 personas viven entonces en
casas inicialmente destinadas a una única familia burguesa. Estas viviendas se
hallan a veces encerradas sobre sí mismas, como esos forts de Lille, esas courées de
Roubaix, esos corons mineros o esos courts de Liverpool, Birmingham o
Wolverhampton53.
Los observadores contemporáneos, Victor Hugo, Charles Dickens, Karl
Marx, fueron sensibles al horror de este tipo de situaciones de las que los
historiadores se hacen eco. Karl Polanyi evoca «el fango social y material de los
tugurios» (1983, p. 233);; Eric Hobsbawm considera que «la organización de la
economía es una conspiración permanente para restringir el nivel de vida de las
clases trabajadoras» (1962, p. 1050).
Los filántropos se emocionarán también con estas situaciones e intentarán
aportar una respuesta a la crisis de la vivienda proponiendo la edificación de
inmuebles colectivos. Estos alojamientos, regidos por reglamentos draconianos
(prohibición de pintar o de empapelar las paredes, en definitiva de apropiarse de su
espacio doméstico;; severo control, sobre todo en el tema de la bebida), no fueron
muy apreciados.
La construcción de viviendas obreras hechas por las empresas no se
relaciona con la filantropía, sino con el interés bien comprendido de los patrones
reforzar la fidelidad de su mano de obra. Al ofrecer, cerca de la empresa, una casa
en un barrio que dispone de un nivel de confort relativamente superior a lo que se
podía hallar en la ciudad, el industrial asienta su mano de obra, se asegura de su
fidelidad y de su regularidad en el trabajo.
El ejemplo arquetípico es el que ofrecen las fábricas Schneider en el
Creusot. Los hermanos Schneider se instalan en 1832 en un pueblo que cuenta con
800 habitantes. Van a desarrollar una considerable empresa industrial, desde la
extracción de metales hasta su transformación. Uno de los más importantes
centros metalúrgicos funcionará allí hasta su derrumbamiento en los años 1980.
El crecimiento demográfico fue muy rápido en el Creusot, un pueblo
todavía muy insalubre: en 1837, se cuentan 2.700 obreros, en 1866, 24.000. La
dinastía Schneider creó una nueva ciudad sobre la base de un trazado con sus
 
53Nota de la traductora: fort, courée, coron, court, nombre que se da en ciudades del norte de
Francia y en Inglaterra a la urbanización típica de los barrios industriales, constituidos de casas
unifamiliares estrechas, con una pequeña huerta detrás.

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El parentesco y las clases sociales

barrios obreros, con jardines obreros, escuelas, hospital e iglesia. A cambio de su


trabajo en las minas, las fraguas o las acerías, reciben alojamiento, salud, educación
e incluso la posibilidad de promoción. Los habitantes del Creusot decían «vivo aquí
por Schneider». Mundo total y totalitario, se «es» Schneider desde la cuna hasta la
tumba, a lo largo de varias generaciones. Sigue manifestándose aquí el parentesco a
través de la existencia de dinastías obreras como es el caso de la dinastía Schneider.
De allí la enorme crisis social que se produce al cerrar la fábrica (Les Schneider,
1995).

Las consecuencias familiares del trabajo de las mujeres y los niños

Las transformaciones económicas del siglo XIX no sólo vaciaron una parte de los
campos para llevar a individuos y familias hacia las ciudades, sino que cambiaron
también la naturaleza de las actividades económicas tanto en el medio rural como
el medio urbano. Luego de 1850, los campos fueron perdiendo poco a poco todas
sus actividades artesanales o proto-industriales para concentrarse en una
producción agrícola cada vez más mecanizada, exigiendo por ejemplo en las
explotaciones en Brie o en Beauce una mano de obra asalariada, ya que la familia
no bastaba para realizar el trabajo.
En la ciudad, en la fábrica, los comienzos del capitalismo, y en particular
del capitalismo textil, desorganizaron seriamente la vida familiar al poner a la mujer
en la fábrica y, en segundo lugar, a los niños. Los magros salarios masculinos
exigían que todos trabajaran en la fábrica. En Lille, en 1856, las hilanderías de
algodón empleaban a 12.939 hombres y a 12.792 mujeres que trabajaban de lunes a
sábado de 5.30 a 20 hs, trescientos días al año. El salario femenino era inferior al
de los hombres y el salario de los niños menor aún. El pequeño tamaño del niño es
muy apreciado en las fábricas textiles porque puede deslizarse debajo de la
máquina para volver a unir los hilos rotos, limpiar las bobinas de hilo, recoger los
restos de algodón. Aunque mínimo, el salario del niño puede marcar la diferencia
en el presupuesto familiar. Puede explicarse así que los principios de la
contracepción no entren en la lógica de la familia obrera cuya elevada fecundidad
constituye una respuesta a las condiciones de proletarización. En Roubaix, en
1862, una familia consigue agenciar su presupuesto gracias al trabajo de sus cinco
miembros, el padre, la madre y los tres hijos: sus gastos se elevan a 1000 francos, el
conjunto de los salarios a 1150 (Pierrard, 1976).

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Sociología de la Familia

La proletarización materna

Agotadas por estas condiciones de trabajo, las mujeres obreras son acusadas
de haber perdido sus saberes domésticos. La declinación del estatus
masculino dentro del grupo doméstico obrero no trae por otra parte como
consecuencia la revalorización del estatus de la mujer. Los observadores
subrayan los efectos destructores de la industrialización en sus saberes
tradicionales:
«La industrialización habrá de producir, por grupos enteros, un nuevo tipo
de madres que trabajan fuera del hogar entre doce y catorce horas por día y
vuelven a sus casas extenuadas, agotadas, exasperadas, incapaces a veces de
asumir las tareas maternas y domésticas fundamentales. La novedad no es
que el trabajo hace que la madre no pueda dedicarse a sus hijos (esto ocurría
a menudo en el campo), es el carácter masivo, colectivo, irrefutable del
fenómeno. Las campesinas y las granjeras trabajaban igual, pero cada una en
su casa y pocos testigos, con excepción de algunos médicos, tomaban
conciencia de su común fatiga. Ahora, la fábrica y los tugurios agrupan a
estas desdichadas y otorgan a su miseria una escandalosa dimensión»
(Knibielher y Fouquet, 1980, p. 245).

La sociabilidad femenina tradicional, por la que transitaban los saberes


femeninos, se encuentra destruida. Ahora bien, los mismos comprendían el ámbito
del hogar, cocina, el mantenimiento de la ropa, el cuidado de los niños, etcétera. Si
bien estas prácticas eran juzgadas a veces como «supersticiosas» en el medio
campesino, no dejaban de transmitirse, imponiéndose como saberes ancestrales. La
situación cambia en la ciudad en donde la oposición entre comportamiento
femenino obrero y saber culto y burgués es muy evidente. Los observadores se
muestran francamente hostiles hacia los modos del hacer obrero. Se esfuerzan en
comprobar que las mujeres se hallan desculturalizadas. A fines de siglo, las críticas
se acumulan: «Las obreras no saben ni coser, ni zurcir, ni cocinar un caldo, ni
educar a sus hijos. Que el trabajo industrial, abrumador como lo era, haya
destruido los antiguos saberes femeninos y las virtudes domésticas no tiene nada
de sorprendente. Lo peor es que no proponía nada en su lugar, que dejaba a las
mujeres, a las madres totalmente despojadas, acusadas de negligencia» (Knibielher
et Fouquet, 1980, p. 256).
Como Louise Tilly y Joan Scott han demostrado (1978), las condiciones de
trabajo de las mujeres y de las familias varían sin embargo considerablemente de un
sector industrial a otro. Salvo en los comienzos de la gran industria textil, la fuerza
femenina de trabajo era en su mayoría la de las jóvenes solteras, porque el trabajo
en la fábrica era difícilmente compatible con las cargas de la vida familiar de las
mujeres casadas y madres. Aquellas que se empleaban en la fábrica lo hacían en
caso de absoluta necesidad de un segundo salario para completar los insuficientes
ingresos, o en casos de crisis familiar (enfermedad del padre).
En los inicios de la industrialización, la unidad familiar obrera constituye,
como la de los campesinos y artesanos, una unidad económica integrada, en la que
deben fundirse diferentes salarios. Marido, mujer, adolescentes, niños (en tanto la
legislación no prohíba su trabajo) juntan sus salarios. En este contexto, el trabajo

90
El parentesco y las clases sociales

femenino está estrechamente vinculado con el ciclo de la vida familiar. Luego de la


relativa prosperidad de los primeros años de vida conyugal en la que los salarios se
suman, el trabajo en la fábrica se vuelve difícil para las madres con hijos de corta
edad. Pueden elegir entre abandonar su trabajo profesional, difícilmente conciliable
con la función materna, y sufrir una caída catastrófica de los ingresos del hogar, o
trabajar en condiciones precarias. Numerosas mujeres adoptan la primera solución
y permanecen en el hogar. Sin embargo, queda todavía un porcentaje de mujeres
para las cuales el trabajo en la fábrica es indispensable.
Cuando no trabaja en la fábrica, la mujer busca algún otro complemento
de ingreso: por ejemplo, en Londres, el repliegue de mano de obra femenina se
corresponde con el aumento de los pensionistas. En otras ciudades obreras, las
mujeres casadas se empleaban en los sectores no industrializados: eran lavadoras,
encargadas de café, hacían jornadas de limpieza o bien tomaban trabajo a
domicilio. Se observa un aumento de este tipo de trabajo, hacia fines del siglo XIX,
en especial a través de la máquina de coser. Si bien esta mecánica se presenta como
la aliada de la mujer burguesa en sus tareas tradicionales, «la costurera de hierro»
constituye el instrumento del capitalismo exterior en el seno del hogar. Por un
magro salario auxiliar, ligada a su máquina, la mujer se reencuentra con su posición
y su función tradicional, asienta la imagen simbólica de la mujer disciplinada (hoy
en día la misma imagen se prolonga en la de la mecanógrafa ligada primero a su
máquina de escribir, y en los años 1990 a su «computadora» con procesador de
textos). Con el desarrollo de la industria del vestido, numerosas mujeres obtienen
de su máquina el dinero necesario para el reembolso del instrumento de su
dominación y para completar el salario del marido. Para llegar a este magro ingreso,
hay que trabajar jornadas enteras, a veces tarde por la noche. Por este motivo, en el
alba del siglo XX, puede verse cómo las mujeres vuelven a la fábrica que les parece
preferible a los tormentos que impone el trabajo a domicilio ²esas mujeres se
precipitarán luego a las fábricas de la guerra (Perrot, 1978).
Sea cual fuere la implicación de la mujer en un trabajo asalariado, su rol
principal es el de asegurar la supervivencia de la familia a pesar de las condiciones
de extrema pobreza que caracterizan a toda la Europa industrial del siglo XIX. El
nacimiento de numerosos niños hacía más pesadas evidentemente las cargas
familiares. El abandono de los mismos creció de manera dramática con la
industrialización, lo que indujo a las autoridades públicas a poner en
funcionamiento estructuras de ayuda para los que se denominaron «niños
encontrados» o «niños abandonados» o «niños asistidos» ²en inglés foundlings
(Fuchs, 1984). A menudo, esas madres, ya solteras o casadas, son las recién llegadas
a la ciudad, sin red de parentesco o de vecinos para sostenerlas en su desamparo.
El trabajo y el cuidado de los hijos eran incompatibles, en particular para las
mujeres que se empleaban como domésticas, un trabajo en expansión en el siglo
XIX. En París, al menos un tercio de las mujeres que habían abandonado a su hijo
eran domésticas cuyo empleo era inconciliable con el rol materno;; otro tercio
estaba compuesto por costureras, obreras de fábrica (Fuchs, 2002, p. 176).

91
Sociología de la Familia

¿El fin de la familia obrera?

La mejora de la condición obrera, entre las dos guerras, y sobre todo en la segunda
posguerra, fruto de luchas sindicales fundadas en el espíritu de la clase y la
prosperidad económica excepcional de Francia llevará a plantear la cuestión de la
persistencia de una clase obrera y de la especificidad de su modelo familiar.
La cuestión familiar obrera interrogará a la sociología a partir de una
problemática que seguirá sin resolverse hasta la construcción masiva de viviendas
sociales en los años 1970;; es lo que Michel Verret denomina «la miseria
domiciliaria»: viviendas improvisadas, viviendas insalubres, viviendas sin confort,
viviendas de superpoblación y de promiscuidad en las grandes ciudades (1983, p.
697). Los trabajos de Paul-Henri Chombart de Lauwe constituyen un ejemplo de
estos trabajos pioneros (1956).
La sociología de las clases obreras se ha focalizado en los rasgos y
características de los lazos conyugales y los lazos parentales.

Residencias obreras

Un estudio que en nuestros días ha quedado en los anales de la investigación es el


que han llevado adelante Michael Young y Peter Willmott (1983) en la cual han
estudiado los lazos familiares (conyugales y parentales) en el Londres de la
posguerra. A estos dos sociólogos se les había encomendado el estudio de los
efectos sociales que tendría sobre los roles conyugales y las redes de parentesco el
realojamiento de una población que pasaba de un barrio de casas obreras muy
precarias fuertemente integrado a una instalación en nuevas urbanizaciones. Es un
caso de laboratorio de experimentación social bastante raro y la obra es
doblemente interesante: por el análisis en un momento dado de una comunidad
obrera y además por las consecuencias de la planificación urbana sobre las
estructuras familiares.
Los autores describen a principios de los años 1950 el barrio de Bethnal
Green, fundado en 1895, una de las primeras realizaciones del London City Council,
creado cinco años antes, con el fin de satisfacer las necesidades de la creciente
población de Londres. En esta segunda posguerra, el estudio demuestra en primer
lugar la importancia de los lazos de parentesco, resultante de la escasez de
viviendas, que obliga a un buen número de parejas a cohabitar con los padres de
uno de ellos (muy a menudo los padres de la mujer). Sin embargo, si las parejas
viven en forma separada, el lugar de residencia de los padres de la mujer se halla
siempre más cerca de la joven pareja que el de los padres del marido. Esta
proximidad residencial autoriza numerosos contactos con el personaje que se
presenta como pivote, la Mum, madre de la joven mujer, la que presta servicios,
ayuda en lo cotidiano, organiza las fiestas familiares y es omnipresente en el hogar
de la joven pareja. Los maridos, por su parte, frecuentan otros lugares en los que se
encuentran entre hombres (pub, salidas nocturnas, actividades colectivas masculinas
como la participación en una fanfarronada, etcétera). La parentela juega también
un rol importante en la búsqueda de empleo: proporciona un conjunto de
informaciones sobre el tejido industrial y las empresas, condiciones de empleo,
dificultad del trabajo, etcétera. En ciertos sectores, el de los estibadores o el de los

92
El parentesco y las clases sociales

gremios del libro por ejemplo, el nepotismo familiar se ejerce a pleno, como lo
menciona el diario oficial del Sindicato Nacional de Obreros de la Imprenta, de la
Encuadernación y del Papel anunciando las siguientes contrataciones:

«La lista de hijos y hermanos de los miembros se encuentra nuevamente abierta


>«@Los miembros de la oficina central de Londres que tengan hijos y hermanos
de 21 años y más cuyos nombres deseen agregar a las listas deben realizar
inmediatamente la demanda para obtener un formulario» (p. 97)

La destrucción de una parte de los tugurios de Bethnal Green lleva al


realojamiento de ciertas parejas jóvenes y de sus hijos en Greenleigh en donde
encuentran confort e independencia. Los autores observan que si los lazos
familiares se mantienen, es al precio de desplazamientos, de forma tal que la pareja
debe contar más consigo misma, lo que implica nuevas relaciones conyugales.
Finalmente, la mixtura social impone una cultura de la apariencia que se sustituye a
la cultura del conocimiento y de la vecindad tan característica del universo de los
barrios obreros.
En suma, el obrero ha conquistado el derecho a la vivienda, a su propio
hogar, al arte de habitar su propio mobiliario, a tener el beneficio del confort y de
la intimidad doméstica, tan bien descriptos por el elegante socioanálisis de Richard
Hoggart en 33 Newport Street (1991). Tránsfuga de clase54 obrera por fin respetable,
el autor nos muestra que la clase obrera alcanza en los años 1960 un «pequeño
aburguesamiento». Pero las convulsiones que se suceden en el mundo industrial y
obrero llevan a poner en duda hoy en día estas hipótesis. Contrariamente a los
felices pronósticos de los años 1970 y 1980, no se observa una «medianización» de
la sociedad europea, de manera tal que la problemática de los más despojados y de
su cultura sigue planteándose en términos específicos.

¿Un modo de ser en familia específico?

La pareja obrera, el lugar de la madre y la organización de las relaciones conyugales


son el producto de tensiones vinculadas con el modo de habitar y de trabajar, pero
también con un cierto número de valores morales.
Olivier Schwartz (1990) estudió una ciudad de la cuenca minera de la
Région Nord-Pas-de-Calais entre 1980 y 1985, en el momento de su transición de
una «cultura total», la de la mina, a una sociedad obrera, diversificada, enfrentada a
la crisis y al desempleo provocado por el cierre de las minas. Toma entonces a
estas familias en un momento de ruptura crucial, puesto que ya no son blanco de la
miseria inmobiliaria de la que hablaba Michel Verret, sino de una angustia más
insidiosa, la de la pérdida del empleo. El estudio hace foco sobre la familia obrera
en el momento en que las mujeres se han retirado del mercado de trabajo, lo que se
presentó como una victoria de los sindicatos que reclamaban un aumento de los
salarios masculinos para que las mujeres, liberadas de la necesidad de aportar un
salario auxiliar, pudieran dedicarse a su hogar.

 
54 1RWDGHOD7UDGXFWRUD´WUiQVIXJDGHFODVHVµHVXQFRQFHSWRGH%HUnard Lahire que hace referencia
a aquellos que pueden escapar de su medio social para acceder a otro mejor.

93
Sociología de la Familia

El autor señala tres estratos sociales: el estrato proletario, el estrato de la


desproletarización y finalmente el de la precarización. A través de la experiencia de
los personajes que encarnan estos diversos estratos se analiza la importancia
otorgada por el mundo obrero a los lugares cercanos (familia, barrio). «Propietarios
forzados por la única riqueza que le es accesible, llevan, ciertamente, una vida
privada, pero privada de muchas cosas. Estamos aquí en presencia de un
privatismo defensivo y retraído, que constituye una característica tradicional de las
clases populares» (p. 20).
El autor señala los rasgos típicos: «familiarismo», «que depende menos de
un conservadurismo de principio que de una forma de protección», moral familiar
centrada en el hogar e inversión en la vivienda acorde a los ingresos. Describe la
ambivalencia frente a los comportamientos de fecundidad, mientras que algunas
mujeres podían todavía valorar su función materna a través de nacimientos
numerosos, otras utilizaban los contraceptivos modernos puesto que se
consideraban a sí mismas como sujetos autónomos.
El personaje de la madre de la mujer tiene un valor de referencia muy
fuerte que perdura, ya sea el vínculo madre-hija así como el rol específico de la
pareja madre-hijo, del mismo modo, persiste un reparto tradicional de los roles:
reparto «natural» entre lo masculino y lo femenino, el hombre en el trabajo
aportando un salario, en tanto la mujer administra el presupuesto, y mantiene su
lugar en el seno del hogar.
En razón de la duración de su investigación y de su dedicación personal,
Oliver Schwartz ha podido obtener periodizaciones diferentes, marcadas por
mutaciones en sentido contrario: el enriquecimiento de los años 1960-1970 se
orientaba hacia un hedonismo familiar, mientras que luego de la crisis de los años
1980, se dio una reproletarización acompañada por un encierro sobre sí misma.
Cuando se refiere a una «privatización de los comportamientos obreros», Schwartz
muestra la coincidencia normativa con los empleados modestos, pero estima que
no se puede hablar de un aburguesamiento. Lejos de una medianización de los
comportamientos familiares, la familia y el parentesco obreros conservan toda su
especificidad.
Las familias inmigradas, que pertenecen también al mundo obrero, son
doblemente penalizadas cuando sobreviene el desempleo;; al malestar social se
agregan los problemas vinculados específicamente con la dimensión étnica. Tanto
el trabajo como la familia son insuficientes en un mundo en el que los hijos ya no
son portadores de la esperanza de los padres.
Por este motivo el rol de las parentelas es tanto más apreciada cuanto más
difíciles se vuelven las condiciones de contratación. En la fábrica de embotellado
de las aguas de Évian, empresa que tiene la reputación de pagar buenos salarios y
de no despedir a sus obreros, reina un verdadero nepotismo obrero ²tema tabú
(Desveaux, 1991). Las técnicas de contratación, sustentadas en las más modernas
normas, ocultan el fenómeno pero no impiden que, al momento de esa
investigación, el 50% de los nuevos contratados fueran hijos de obreros de la
fábrica. El parentesco parece ser una protección en los contextos de rigor
económico. Conocemos el drama de las familias obreras que cuando cierran
pequeñas fábricas dejan en la calle a dos generaciones que se han endeudado para
construir su casa.

94
El parentesco y las clases sociales

Parentesco y familia de las burguesías


La sociología marxista puso en evidencia la constitución de clases sociales que se
distinguían sobre todo por el lugar acordado a la institución familiar, a través de
sus normas y de sus representaciones. Desde este punto de vista, la «familia»
constituye uno de los pilares de la reproducción social en los ámbitos de la
burguesía, sobre el cual ésta sustentó ampliamente su dominación económica. La
importancia de los linajes y el rol de las estrategias matrimoniales fueron señalados
como estructurantes de estas clases dominantes;; por último, la globalización
industrial y financiera no impide que los lazos de parentesco estén también ligados
con la economía.
En los años 1980, dentro de la temática de las luchas de clases, numerosos
trabajos se refirieron a las luchas sociales de la condición obrera, mientras que las
clases superiores eran objeto de importantes trabajos como el estudio de Pierre
Bourdieu consagrado a las elites dirigentes y sus redes de parentesco (1989). Luego
esta temática fue desdibujándose un poco a favor de una sociología de las
profesiones, de las relaciones de género o de cuestiones relacionadas con la
inmigración. En la medida en que se observa un desarrollo de las desigualdades
sociales, la cuestión de las clases superiores vuelve a reflotarse (Chauvel, 2001). A
pesar de la dificultad para delimitarlos socialmente y también para designar a estos
grupos dominantes (¿se trata de una clase, de una burguesía de elites?) no deja de
ser menos cierto que siguen siendo los mejores dotados en el plano cultural y
financiero y que el parentesco continúa teniendo para ellos un papel muy
importante.
Aunque estos grupos sociales han adoptado los comportamientos
modernos especialmente encarnados en el divorcio y las recomposiciones
familiares, la importancia de la familia extensa continúa siendo reconocida en las
esferas más acomodadas. Sigue siendo el crisol de la reproducción de las
desigualdades constatadas desde siempre en el terreno de la cultura y de la
sociedad, a pesar de los esfuerzos realizados en pos de su democratización. Sea
cual fuere la forma en que se presenta, el elemento clave es el de la continuidad
sucesoria.

La cuestión de la sucesión

Para las familias de la nobleza del siglo XIX se plantea la cuestión antropológica de
la «sucesión», definida por Meyer Fortes como «el instrumento que asegura la
continuidad de los grupos corporativos», es decir «la perpetuación de un agregado
humano a través de un reclutamiento exclusivo a fin de adquirir la calidad de
miembro de un grupo que confiere igualdad real o potencial de estatus, neutralidad
de intereses y obligaciones en sus asuntos internos» (1969, p. 305-306). Se trata de
grupos cerrados y que se bastan a sí mismos. Una definición de estas características
impide la transferencia de esta noción a las realidades sociales europeas, porque la
nobleza del siglo XIX no constituye un grupo cerrado y estructurado en torno a
principios internos, sino más bien, la sede de relaciones sociales que deben volver a
tejerse en cada generación. La antropología se interesa a partir de ese momento en

95
Sociología de la Familia

los procesos por los cuales tal grupo social controla recursos específicos gracias a
los que obtienen ventajas materiales y simbólicas, prestigio y poder político. La
cuestión crucial es la de la figura de autoridad que habrá de ser la más apta para
asegurar la continuidad (Pinal Cabral y Pedroso de Lima, 2000).
Si el grupo familiar no es ni cerrado ni realmente estable, para mantenerse
a través del tiempo, es necesario que comparta un punto de vista en común sobre
sí mismo, es decir que la vida familiar se constituya en un proyecto asumido en
forma colectiva. Las relaciones familiares, lejos de replegarse sólo en el terreno de
lo doméstico, se encuentran en constante interacción con los ámbitos socio-
económicos y políticos del momento.
Este ha sido el caso de estos notables y nobles Lozériens que Yves
Pourcher (1987) ha estudiado partiendo desde el siglo XVIII hasta nuestros días.
El autor traza los diversos caminos del enriquecimiento y de la acumulación del
patrimonio de estos burgueses cuya fortuna se funda a veces en la adquisición de
cargos de escribanos o en el éxito de empresas textiles, pero sobre todo en una
«voracidad» de adquisiciones de tierras agregando a sus ingresos aquellos que
obtienen de las rentas de bienes raíces procuradas mediante la compra de bienes
del clero durante la Revolución. Para que la rica burguesía mercantil pueda acceder
a la nobleza, en el siglo XIX, tendrá que exhibir un modo de vida específico, en
torno a un castillo que embellecerán y amoblarán con cuidado, cuyo parque y
cuyos jardines acondicionarán;; es en el castillo en donde «se conciben las alianzas y
se amarran las relaciones en el transcurso de recepciones que reúnen a las personas
notables de la región». De este modo habrán de continuar o inventar una historia
familiar siempre edificante y encarnada en esos muros ennoblecidos. El pasado
familiar instaura a la familia que se enorgullece de sus árboles genealógicos.
Para asegurar la perennidad del linaje familiar, la primera estrategia reposa
sobre la educación. La adquisición de buenos modales y el aprendizaje de un
verdadero saber. Pero sobre todo, como ocurre también en las familias campesinas
acomodadas, las familias notables y nobles habrán de utilizar las estrategias
matrimoniales como herramienta principal de reproducción social para asegurar no
sólo una transmisión integral del patrimonio, sino, mejor aún, contribuir a
extenderlo. El matrimonio, en todos los casos, no será nunca cuestión de
sentimientos, sino que habrá de unir dos patrimonios y dos linajes familiares a
través de dos individuos que no se han elegido en forma personal, sino que han
sido seleccionados luego de lentas negociaciones en el seno de las parentelas. Los
mecanismos, por lo tanto, son idénticos a los que se han observado en las
sociedades rurales, pero a diferencia de éstas, la cantera de cónyuges posibles es
más amplia ya que hay que encontrar una familia de rango compatible. Hay
intermediarios que comienzan las negociaciones relativas a las dotes o a las
expectativas, recabando información acerca de la moralidad de las familias de los
pretendientes. Antes de la unión, los contratos de matrimonio fijan el monto de la
dote que constituye la contribución de la mujer a las cargas de la pareja y que se
coloca al servicio de la transferencia de la propiedad. En el caso que aquí se
describe, el del Gévaudan, se aplica la regla de primogenitura y un hijo,
generalmente el mayor, hereda el dominio principal en donde se encuentra el
castillo;; en este estrato de riqueza, y contrariamente a lo que ocurre con los
campesinos, los otros hijos, mujeres y varones, reciben también dotes, ya sea en
dinero o en tierras.

96
El parentesco y las clases sociales

Estrategias patrimoniales y matrimoniales forman el cimiento de las


estrategias políticas que permiten a los linajes familiares conservar funciones a nivel
local, regional y nacional, incluso en el marco de elecciones democráticas.
Un estudio consagrado a una comunidad rural del Choletais muestra la
influencia del propietario del castillo sobre una región (Carteron, 2002). En este
caso, y opuestamente al ejemplo de los Lozériens que acabamos de analizar, el
sistema de herencia es igualitario, pero el resultado es idéntico: el «mundo del
castillo» domina la vida social, impone su influencia política y afirma la obligación
del respeto de las reglas de la vida católica. La historia particular de la Vendée, en
tiempos de la Revolución, confiere a estos nobles una singular legitimidad en la
asociación del «noble y del cura». La imposición de sus normas modela la vida
social de todo el pueblo, desde las grandes explotaciones agrícolas hasta las
barracas de los jornaleros: esto ilustra el hecho de que el estudio del parentesco
excede ampliamente el marco privado y constituye un modo de introducción al
estudio de lo social. En Saint-Hilaire -de- Loulay, «las reglas jerárquicas desiguales
se imponen de arriba hacia abajo, es decir desde los propietarios de los castillos a
los campesinos, los principios igualitarios tienden a imponerse desde abajo hacia
arriba de la escala social» llevando a los propietarios de los castillos a adoptar los
rasgos que caracterizan a la cultura campesina de los pequeños bosques: «la
valentía».

La importancia de las normas burguesas

Junto a las familias nobles, en los burgos o en las grandes ciudades, el siglo XIX
vio cómo se desarrollaron las familias burguesas de amplio espectro. Sea cual fuere
el nivel de riqueza en el que se encuentran, todas comparten una ideología que las
unifica más allá de sus diferencias de estatus: todas hacen de la institución familiar
el centro de sus valores, se trate ya de la pareja conyugal que están innovando o de
la red de parentesco en la que la misma se inserta.
La familia burguesa se define como el lugar del orden social del que se
prohíbe cualquier desvío. En este crisol se fundan los valores necesarios para la
realización individual, fruto de las virtudes morales inculcadas a lo largo de un
sostenido trabajo de socialización. De este modo la burguesía hará despuntar en el
transcurso de un siglo un modelo que terminará por autodestruirse: la pareja
conyugal será minada por el crecimiento del individualismo.
La burguesía capitalista del siglo XIX se edifica sobre la familia y, del
mismo modo que para la nobleza de los Lorézienns o de la Vendée, los objetivos
matrimoniales son de extrema importancia, habida cuenta de las necesarias
inversiones de capital. Pero más allá de los capitales, el peso de los valores
familiares de solidaridad ²que implican además tensiones y crisis² se inscribe en la
lógica económica. Esto es por otra parte extraño en la medida en que los valores
familiares no son valores mercantiles y en donde las relaciones familiares no están
orientadas hacia una maximización de las ganancias55. Así, se trate ya de familias

 
55 Aunque existen análisis que tratan las relaciones familiares en términos económicos (Gary Becker).

97
Sociología de la Familia

textiles del Norte, del Este o del Centro de Francia, podremos ver cómo se asocian
dos patronímicos en la razón social de la empresa.

Un caso emblemático de solidaridad fraternal y endogámica

Este caso es proporcionado por la «Casa» Rothschild estudiada por Niall


Ferguson (1999) y Adam Kuper (2001). Mayer Amschel, fundador de la
Casa de Rothschild, engendró cinco hijos a los que les inculcó el sentido de
una intensa cohesión que debía garantizar la continuidad de la próspera
empresa bancaria:
«Yo les pido entonces, de forma apremiante, hermanos y sobrinos queridos,
que tengan siempre el cuidado de comunicar a sus herederos la misma
FRQFRUGLD\HOPLVPRVHQWLGRGHFRKHVLyQ«Esto será tan provechoso para
ustedes mismos como para sus descendientes. Esto preservará nuestros
intereses económicos de cualquier división e impedirá que otros gocen de
nuestros esfuerzos, de nuestro saber y de la experiencia que hemos
acumulado pacientemente a lo largo de los años» (p. 273). En el centro del
dispositivo de expansión económica y financiera del banco cuya red se
extendió a toda Europa en el transcurso del siglo XIX, el principio de
solidaridad familiar se encarnó en tres dimensiones: fraternidad,
preponderancia de la filiación masculina, endogamia. Los matrimonios en el
seno del parentesco cercano (tío/sobrina, primos hermanos) tendían a
reforzar los lazos entre las diversas ramas de la familia, constituyendo otras
tantas sucursales instaladas en Londres, París, Francfort, Viena o Nápoles.
Cuando examinamos las 36 uniones de los descendientes de los cinco
hermanos que tuvieron lugar entre 1824 y 1877, 28 tuvieron lugar entre
primos hermanos o primos segundos, a través del lazo masculino (cf. figura
2). Según Adam Kuper, «este sistema de alianza tan particular constituye
una adaptación a la estructura única de un banco familiar multinacional» (p.
287).

98
El parentesco y las clases sociales

Figura 2. Los Rothschild: la endogamia familiar al servicio de un banco

99
Sociología de la Familia

En Francia, el ejemplo histórico más sorprendente de una dinastía


empresaria es la de los hermanos Schneider en Le Creusot, que en cuatro
generaciones, desde 1836 hasta 1970, vincula el devenir de una ciudad, Le Creusot,
con el de una empresa familiar. Los intereses de una familia se mezclan con una
empresa que se convertirá en la primera empresa metalúrgica de Europa.
Gran capitalista o más modesto poseedor, el burgués trabaja para
administrar el capital. En él descansa la representación social. Aunque la mujer
haya aportado una importante dote ²y se sabe que el matrimonio burgués es un
matrimonio de interés, un establecimiento², el esposo es el único responsable de
los bienes de la pareja. Tanto en sentido propio como figurado, la burguesa es una
incapaz. Sin la carga del trabajo doméstico, su función principal es la de ser la
«señora de la casa»;; organiza, manda a los criados, sean muchos o pocos, de
acuerdo con el nivel social de la pareja. El trabajo material que realiza la mujer
obrera o campesina le es ahorrado. Desde ese momento, éste se vuelve secundario,
inferior y se encuentra relegado al rango de bajas tareas.
Cada vez más, el rol fundamental de la mujer burguesa en el siglo XIX es
el cuidado de los hijos, su función maternal. Al cuidar a los más pequeños, aunque
a menudo con la ayuda de una nodriza, se convierte más aún en la educadora, la
que forma el corazón y el espíritu. Sublimada a través de la maternidad, la mujer se
encuentra relegada a un segundo plano en el seno de la pareja conyugal. La
idealización romántica del personaje de la madre la vuelve intocable, tal como lo
señala Théodore Zeldin:

«El culto de la pureza las hacía inaccesibles;; no se podía por lo tanto en tales
circunstancias buscar el placer sexual con aquellas que estaban dedicadas a la
maternidad» (1978, p. 340).

La mujer dentro de la familia burguesa del siglo XIX es también y ante


todo un instrumento de representación y de relaciones sociales. ¿Se puede, en
efecto, reducir su rol al de madre? La mujer organiza la vida mundana, y esto es
tanto más verdad cuanto más nos elevamos en las clases sociales. Ella sale, realiza
gastos de vestimenta que no son sólo signo de frivolidad. Juega un papel social
importante, tanto más cuanto que su marido, comprometido con un perfil
profesional, desea hacer carrera y subir escalones en la escala social. Al contraer
matrimonio, y se sabe con cuánto celo, el hombre se ha casado con una red de
alianzas y de relaciones. La mujer, liberada de sus tareas domésticas gracias a las
«criadas», de sus tareas maternas gracias a las nodrizas, los preceptores y las
instituciones escolares, juega un rol capital mediante la activación de las relaciones
de alianza, de parentesco y de amistad. En las clases obreras, la mujer que
permanece en el hogar garantiza la reproducción de la fuerza de trabajo que su
marido intercambia en el mercado por un salario. En los ámbitos acomodados, la
carrera del esposo se construye en parte sobre la vida social y cultural de la mujer,
cuyo empleo del tiempo le permite visitas, bailes, su «día» para recibir a sus amigas,
ocasión que los maridos compartirán al volver del trabajo. La necesidad de esta
vida mundana se explica por la movilidad social propia del siglo XIX: es necesario
consolidar los ascensos rápidos, luchar contra la posibilidad de una declinación. Sin
embargo, sigue siendo también indispensable en nuestros días con el desarrollo del

100
El parentesco y las clases sociales

sector terciario cuyos ejecutivos son contratados en función de su capacidad de


trabajo. Como lo señala Jane Marceau (1978):

«La carrera de un obrero no depende de lo que ocurre en su familia y fuera de su


trabajo. En un trabajo puramente productivo, sólo se tienen en cuenta los criterios
de productividad. Pero en el ámbito de los ejecutivos, la productividad es mucho
más difícil de juzgar. Su mujer, la red social y de parentesco que ella puede cultivar
porque dispone de tiempo, es una garantía social importante para el marido».

La burguesía del siglo XIX no constituye una clase homogénea. En


mutación geográfica y social, esta categoría de límites imprecisos reúne a parejas
cuyas relaciones conyugales son a veces diferentes del modelo que acabamos de
esbozar y que caracteriza más bien a una burguesía media y superior.
Alrededor de la madre gravitan en efecto los valores fundamentales que
son los del hogar. Si bien la lengua inglesa ignora el equivalente de IHPPHG·LQWpULHXU
(mujer de interior), la lengua francesa no posee una expresión para traducir
realmente el término de home y sus derivados home making, home maker. A comienzos
del siglo XX, luego de la Primera Guerra Mundial que empobreció notablemente a
las clases dominantes, al punto de hacer desaparecer una parte de la servidumbre
que las caracterizaba treinta años antes, la burguesía desarrolló un modelo del
«dulce hogar», valorizado, decorado, embellecido, y de pronto convertido en sujeto
de una prensa femenina que se estaba desarrollando.

En Suecia, una nueva ideología, proveniente de la burguesía, y adoptada por


las nuevas clases medias, que se desarrolla entre 1880 y 1920, valoriza la
esfera de lo privado, adornado con todas las virtudes, en oposición al
mundo del afuera que encarna los desórdenes humanos y sociales. Una
vasta iconografía habrá de subrayar la supuesta dulzura del hogar familiar.

Esfera privada Esfera pública


Hogar Mundo exterior
Ocio Trabajo
Relaciones personales e íntimas Relaciones impersonales y anónimas
Proximidad Distancia
Amor y sexualidad legítima Sexualidad ilegítima
Sentimiento e irracionalidad Racionalidad y eficacia
Moralidad Inmoralidad
Calor, luz y suavidad Mundo duro
Armonía y totalidad
Vida natural y sincera Vida artificial y afectada

Fuente: Orvar Lofgren, 1984, p. 460.

Una clase innominable

Los trabajos referidos a los siglos pasados han permitido desarrollar algunas
características de las clases llamadas superiores: un ethos, la detentación de un

101
Sociología de la Familia

capital económico y cultural y de relaciones sociales, un mundo del trabajo que es


ante todo social, sin dependencia del trabajo manual.

8QHWKRVTXHQRKDFDPELDGR«

Serge Bosc (2003) caracteriza a las clases superiores contemporáneas según tres
polos: el del poder que remite a la categoría dirigente;; el polo de la fortuna que
connota la expresión tradicional de «burguesía poseedora», en la que la ocupación
profesional es secundaria en relación con la fortuna heredada y consolidada y en la
que se le acuerda la prioridad a la gestión y a la transmisión patrimonial;; y
finalmente el polo de las posiciones salariales sólidas que permiten la constitución
de un patrimonio importante que permite a su vez obtener un capital simbólico.
Hoy en día ni la definición de las clases burguesas ni la de los obreros
resulta clara, se trata de un grupo heterogéneo que asocia antigua nobleza, familias
ricamente dotadas en patrimonio, altos ejecutivos dirigentes. Más allá de la
diversidad, todas comparten un modo de vida caracterizado por la holgura
financiera y el acceso a los bienes culturales. Todas tienden a reproducir su lugar en
la sociedad, y es por este motivo que la institución familiar juega aquí un papel
central, a través de la escolarización de los hijos y del matrimonio.
Por su parte, Michel Pinçon y Monique Pinçon-Charlot (2003) no dudan
en afirmar que si existe en verdad una clase en Francia a principios del siglo XXI,
es justamente la burguesía, «familias poseedoras que llegan a mantenerse en la
cumbre de la sociedad en la que se encuentran a veces desde hace varias
generaciones» (p. 4). El mantenimiento de las riquezas en todas sus formas tales
como las del capital social pasa ante todo por el control de la socialización, el
dominio de los lugares de la educación y la cultura. En todos estos niveles, la
familia es a la vez el fin y el medio para llevar a cabo la perpetuación de la
dominación económica generación tras generación.

«HQGRQGHSDUHQWHVFR\OD]RVHFRQyPLFRVKDFHQEXHQDSDUHMD

El homo economicus que es el jefe de la empresa es también un pater familias, que, en lo


que hace al devenir de su empresa, muestra una preferencia muy marcada por una
transmisión en un marco familiar (Bauer, 1991). Cualquiera sea su tamaño, el
patrón intenta ²en la medida de sus posibilidades² que sea uno de sus
descendientes quien conserve la dirección de su negocio. Es el caso de la familia
Michelin que ya va por la cuarta generación. En la familia Mulliez, por ejemplo,
que controla el grupo Auchan, la estrategia consiste en colocar a los hijos en las
diversas ramas del grupo, para poder elegir al que saldrá de la caQWHUD« 8QD
excepción a la regla está dada por el grupo Wendel, cuyos numerosos
descendientes son accionistas, pero no conservan, desde hace ya dos generaciones,
responsabilidades dentro de la empresa, de modo que cuando hubo que encontrar
a un sucesor para Ernest-Antoine Seillière, el último miembro de la familia que
dirigía el grupo, fue necesario recurrir a los servicios de un «cazatalentos».
Algunos se sorprenden todavía por el hecho de que exista un capitalismo
familiar en el que los puestos de dirección y el capital se transmitan dentro de la

102
El parentesco y las clases sociales

familia, mientras que la empresa obedece a los estándares más conceptuales de la


gestión empresarial. Dentro del contexto de la mundialización que parece dominar
a empresas y razones sociales, quedan todavía dinastías familiares, incluso en los
Estados Unidos, un país bien conocido por su movilidad social. Así Georges
Marcus (2000) observa que la reproducción social de las clases superiores y medias-
superiores (upper and upper-middle class, intraducible en francés) es asegurada por la
entrada de los descendientes a determinadas escuelas, universidades, profesiones,
círculos sociales y residenciales: esto es lo que nos dice una «sociología de las
elites», pero señala que existen también procedimientos subterráneos inscriptos en
las familias y en sus tradiciones. Sus trabajos sobre familias muy ricas, como los
Kempner, los Rockefeller, los Bingham, los Guggenheim, en particular a través de
la recopilación de biografías familiares, dan muestra de las contradicciones entre el
modelo norteamericano de autonomía personal y el peso dinástico del grupo
familiar. El desarrollo de la autonomía se encuentra entorpecido por un discurso
familiar referido a los parecidos caracterológicos en el seno de la familia. Lo que,
en las sociedades exóticas, sería transmitido a través de rituales y de
representaciones colectivas, como ocurre entre los Big Men de Nueva Caledonia,
aquí se lleva a cabo en forma difusa mediante los giros de frases, el capital de las
historias, las conversaciones repetidas que crean esta tradición familiar. Estas
familias dinásticas constituyen entonces el único ámbito en donde se le da
prioridad a la colectividad por encima del individuo y su ego autónomo.
En estos tiempos de capitalismo internacional, podemos preguntarnos
cómo se organiza la sucesión en el seno de las grandes empresas, al ser la
competencia el criterio de selección de los dirigentes. Un estudio realizado sobre
las grandes firmas financieras de Lisboa muestra el peso del parentesco, en algunos
casos a lo largo de seis generaciones, para asegurar la continuidad familiar, una
finalidad expresamente demostrada a través de las conductas, valores y estrategias
(Pedroso de Lima, 2000). Una total adhesión al catolicismo, el respeto de la
autoridad patriarcal de los más ancianos del grupo y del orden de los nacimientos,
y de la distinción de los sexos son algunos de los componentes de esta moral
familiar. Cada uno de los miembros del linaje, incluso indirectamente, estima
participar en un proyecto colectivo como lo es la perpetuación de la empresa. Para
llevarlo a cabo, una poderosa red familiar une a los accionarios, red que atraviesa
igualmente a la parentela. Estos miembros viven juntos (sin co-residir no obstante,
disponen de suficientes residencias, casas, departamentos), trabajan juntos, se
frecuentan casi cotidianamente. Todos juntos saben que comparten un
patronímico, una historia, antepasados y una finalidad común: la de perpetuar el
todo. Más allá de las peleas internas, siempre comprobadas, la continuidad de la
empresa es la razón principal del mantenimiento de los lazos de parentesco. La
división sexual de los roles es importante, y del mismo modo que en el siglo XIX,
aunque hoy en día estudian, las mujeres tienen ante todo la tarea de mantener los
lazos familiares, a través de la circulación de las noticias relativas a la familia. Los
hombres se relacionan a través de ellas. En este grupo, las cualidades de una
anfitriona son especialmente valoradas.
Del lado masculino, la competencia internacional exige que los herederos
demuestren sus competencias profesionales, adquiridas en las mejores escuelas,
pero también en el seno de la familia y en su entorno social más amplio, desde la
más temprana edad. El lazo de parentesco debe justificarse mediante la

103
Sociología de la Familia

meritocracia, que asocia de este modo la continuidad familiar con los principios de
la racionalidad económica que exige la elección del mejor dirigente. En estas
familias, los intereses económicos son superiores a la sangre, se trata de «relaciones
de parentesco fundadas sobre la economía» o «de relaciones económicas fundadas
sobre el parentesco».
Parentesco y economía se han visto íntimamente asociados también en el
desarrollo de lo que se ha denominado la «tercera Italia», la de las pequeñas y
medianas empresas, especializadas en producciones industriales tradicionales como
el textil, el de la confección, el cuero, o la mecánica (Bagnasco, 1990). En la Emilia
Romana por ejemplo, la economía estuvo durante mucho tiempo fundada sobre
una agricultura de pequeña propiedad. El encuentro con la industrialización pasó
por la estructura familiar que formó a los individuos en una mentalidad de
empresarios. La probabilidad de poder organizarse por cuenta propia, la
posibilidad de un ahorro familiar permiten explicar la expansión de estas industrias
en las pequeñas ciudades y en los campos, en donde los pequeños empresarios
pueden apoyarse en redes sociales y familiares que permiten en particular la
movilidad social. El trabajo femenino a domicilio se extiende, especialmente en el
sector textil, lo que permite una rápida respuesta a los códigos cambiantes de la
moda. En contraposición con la gran industria que se extendió en el Norte de
Italia, esta región asocia parentesco y economía dentro de una estructura que
permite combinar los antiguos modelos de la proto-industria con la modernidad
industrial.

Orientación bibliográfica
SEGALEN Martine, «La révolution industrielle : du prolétaire au bourgeois», en
BURGUIERE André, KLAPISCH-ZUBER Christiane, SEGALEN
Martine, ZONABEND Françoise (dir.), Histoire de la famille, París, Le Livre
de Poche, 3, 1994, p. 487-532.
SCHWARTZ Olivier, Le monde privé des ouvriers. Hommes et femmes du Nord, París,
Presses universitaires de France, 1990.
THOMPSON Edward, The Making of the English working Class, New York,
Pantheon Books, 1985.
YOUNG Michaël, WILLMOTT Peter, Family and Kinship in East London, Londres,
Routledge y Kegan Paul, 1957. Traducido al francés con el título de Le
Village dans la ville, París, CCI, 1985.

104
CAPITULO 8

Habitar, Residir

243
Espacio de estructuración de la vida conyugal y familiar, el hábitar puede ser objeto
de una reflexión sobre la privatización de los espacios familiares, sobre la
repartición espacial de los roles. En este sentido, se encuadra dentro de un análisis
que atañe al costado más privado, más íntimo de la familia. Pero no existe otro
ámbito dentro de la órbita del campo familiar ²con excepción probablemente de la
vida profesional² que no dependa en tanta medida de lo público. La vivienda es
objeto de normas que no han cesado de evolucionar con el correr de los tiempos.
En la medida en que lo que se instala allí depende del mercado (¿la «sociedad de
consumo» no tiene acaso como objetivo principal a las familias, su equipamiento
doméstico y su amoblamiento?), es objeto constante de la preocupación pública.
Punto focal de la vida en familia y en la ciudad, el hábitat es objeto de políticas que
desean actuar sobre lo social, en nombre de una política de la infancia (cómo hacer
que nuestros niños puedan vivir mejor en los suburbios) o de la familia (para
ayudar a las mujeres a conciliar mejor su vida familiar y profesional). El hábitat y
los modos de habitar se sitúan por lo tanto en la intersección entre lo privado y lo
público.
Alojarse, habitar, residir, ocupar, mudarse, vivir. Una vivienda, un
departamento, una ciudad, una casita obrera suburbana, una casa, una residencia
« (VWRV WpUPLQRV WUD]DQ HO KDOR VHPiQWLFR GHO KiELWDW-entorno construido, que
impone constreñimientos arquitectónicos y espaciales, pero es también reflejo de
QRUPDV IDPLOLDUHV« El vocabulario francés carece de un término comparable al
home del anglosajón, la «casa», el «hogar» que remite a todos los comportamientos
de apropiación de este espacio construido, ocupado. Porque el espacio residencial
nos habita tanto como lo habitamos.
En esa búsqueda del propio hogar, se agregan a las estrategias
inmobiliarias aquellas que buscan alcanzar las normas de lo que se denomina el
confort. La urgencia elemental de abrigar nuestro cuerpo nos empuja a rodearlo de
un refugio sólido que lo cobije de las intemperies y que nos permita subsistir. Pero
nuestra vivienda debe responder a un doble imperativo: debe tener valor a los ojos
de los otros preservando al mismo tiempo nuestro yo. Estas expectativas
satisfechas se manifestarían en el «confort», un ideal a menudo contrariado,
manifestado con mayor frecuencia en la noción de «bienestar» (Jacques Pezeu-
Massabuau, 2002).
Si se la considera dentro de una dinámica de múltiples temporalidades y
vinculadas con el ciclo de la vida (nacimiento de los hijos, tránsito a la edad
adolescente, partida de los hijos, etc., pero también divorcios, nuevas
convivencias), la residencia de la familia es en esencia móvil. ¿Cómo las familias,

245
Sociología de la Familia

todas más o menos de geometría variable, pueden actuar con astucia respecto de lo
construido que es, pareciera, perenne?
La sociología del hábitat tiene una larga tradición de investigaciones en
Francia, situadas en el cruce de los trabajos sobre los modos de vida, los socio-
estilos, las tipologías de las conductas del habitar y los modelos culturales;; durante
mucho tiempo se agotó en violentos debates ideológicos entre marxistas que
niegan la existencia de valores culturales transversales a las clases sociales, e
izquierdistas que rechazan el modelo que «apestaba a orden» (Léger, 1990, p. 23).
Es el habitante quien permanecía olvidado en estos enfrentamientos ya que los
diferentes sistemas conceptuales no fueron tan operacionales como para guiar a los
responsables de las programaciones y concepciones del espacio habitado. Hoy en
día los sociólogos del hábitat se hallan más cerca de los comportamientos y pueden
encontrar entonces naturalmente a las familias en sus diversidades morfológicas,
sociales y culturales. El estudio del modo de habitar, producción de la cultura
material, constituye un indicador de las estrategias familiares particularmente útil
para comprender las situaciones migratorias.

La vivienda entre lo privado y lo público


El lugar de la vivienda procura a los individuos organizados en unidades familiares
(cuya estructura es diversa, desde la persona sola hasta las familias numerosas,
recompuestas, de varias generaciones) un espacio en donde alimentarse, dormir,
amar, trabajar, protegerse contra las intemperies del clima, reproducir su capacidad
de trabajo, mantener sus relaciones familiares y sociales, etc. La vivienda no se
encuentra por otra parte exclusivamente imbuida de esas funciones ya que las
mismas pueden también realizarse enteramente en el exterior. Pero en el seno de
un grupo doméstico, tienen la característica de concentrarse. Estas funciones,
transversales a todos los grupos sociales, se encuentran muy diferenciadas
socialmente, del departamento acomodado del distrito VII a la vivienda de barrio
carenciado, de la residencia de familia a la casa autoconstruida. La vivienda es
portador de distinciones sociales tan marcadas como las de la escuela, con la cual
tiene puntos en común (cf. capítulo 7). Pueden así observarse los diferentes ritmos
de acceso a la función privativa de la vivienda en los diferentes grupos sociales.

La emergencia de un espacio privado en los ámbitos burgueses y


campesinos

Fijado en las sociedades occidentales dentro de construcciones durables, destinado


a aislar al individuo de los rigores de los climas fríos o calurosos, el hábitat inscribe
una demarcación entre un adentro y un afuera, un ámbito privado y un ámbito
público. Es en la actualidad el lugar por excelencia de la intimidad doméstica.
El advenimiento de las nociones de intimidad, de pudor, de esfera privada
es sin embargo el fruto de un largo proceso histórico. Una de las tesis de la
«modernización» de la familia sugería que podía dimensionársela a través del
incremento de una privatización de los espacios. Esto mismo se verifica

246
Habitar, residir

efectivamente dentro de ciertos grupos sociales, burgueses y campesinos, las


familias obreras, víctimas de la interminable penuria de viviendas, sólo habrán de
experimentar esta separación mucho más tardíamente.

Figura 11. Plano de una casa de ciudad en el siglo XVII, de Le Muet

Fuente: G. Doyon S y R. Hubrecht, /·$UFKLWHFWXUHUXUDOHHWERXUJHRLVH, París, Vincent Fréal et Cie, 1942, p.


69.

Examinemos algunos planos de casas, reveladores de la organización


familiar espacial de la familia. En el plano de Le Muet (cf. figura 11), arquitecto del
siglo XVII, no hay comedor, la cocina no linda incluso con la «sala» cuya imprecisa
designación subraya la polivalencia. Los planos del siglo XVIII muestran una

247
Sociología de la Familia

relativa especialización de los espacios, pero el espacio público de recepción y el


espacio privado no se distinguen aún con claridad. El pasillo, elemento aislante, no
existe;; hay que atravesar sucesivas habitaciones, antecámaras y gabinetes para llegar
al dormitorio (cf. figura 12).

Figura 12. Plano de un hotel particular en el siglo XVIII, por Briseux, incluído en la
edición de Jonbert (1728)

Es la casa del siglo XIX, tal como la ve Viollet-le-Duc, la que instaura la


separación entre espacios privados y públicos y asigna a cada pieza una función
precisa (cf. figura 13). La segunda mitad del siglo XIX se caracteriza por una forma
paroxística del encerramiento en el interior. Los burgueses parisinos, aterrorizados
por los motines populares, se encierran literalmente dentro de su casa o
departamento cuyo decorado, acolchado de sargas, telas y alfombras, debe aislar
del exterior, del ruido y de las clases populares. Al mismo tiempo se trata de un
espacio de representación: el decorado y el amoblamiento de la residencia
constituyen la vitrina del éxito social de la familia (Bauhain, 1989).
Las familias campesinas, por su parte, compartieron durante mucho
tiempo la «sala común» en donde trabajaban, comían, dormían, vivían. Las mismas
albergaban camas muebles o separadas por telas colgadas, y todos los habitantes de
la casa compartían el mismo espacio para dormir, lo que derivó en numerosos
discursos sobre «la promiscuidad» de estas moradas.

248
Habitar, residir

Figura 13. Corte general de una casa burguesa en el siglo XIX

En el primer piso, uno al lado del otro, el dormitorio del Señor y el dormitorio de la Señora.
Fuente : G. Viollet-le-Duc, +LVWRLUHG·XQHPDLVRQ, Paris, Berger-Levrault, reed. 1978 (facsímil 1873), p.
182.

Bajo la influencia del mundo urbano, la renovación de las casas rurales consistió a
veces en transformar el piso del granero en dormitorios individuales durante la
segunda mitad del siglo XIX. Es más bien alrededor de los años 1950 cuando tuvo
lugar la modernización. De este modo, en menos de treinta años, «la casa D» en
Lozère, conservando aún el tosco envoltorio que los constructores le habían dado
en 1870, fue dotada de una sala de estar en la planta baja en el lugar de la antigua
alcoba en donde dormía la abuela, de un W.C., de un cuarto de aseo. A la única
habitación de los padres se agregaron tres dormitorios específicos para cada uno de
los hijos;; los D. que comenzaron su vida conyugal en la penuria y la

249
Sociología de la Familia

indiferenciación espacial se sienten muy orgullosos de estas transformaciones


(Bonnin, 1993).

Las familias obreras y el desarrollo de la vivienda en los suburbios

La privatización del espacio habitado fue mucho más lenta entre los obreros. La
vivienda obrera constituye la lacra de los comienzos del capitalismo en las grandes
aglomeraciones industriales, se trate ya de Lille, Roubaix, Manchester, Liverpool o
Essen. Un ejemplo entre muchos otros: en Thann, en el suburbio de Kattenbach,
el padre, la hija y el yerno viven en dos habitaciones estrechas con cuatro hijos: se
entra a la vivienda por la puerta del establo de los cerdos. La vivienda construida
para albergar a estos nuevos obreros llegados a la ciudad se cierra sobre sí misma
con el sistema del fort de Lille, de las courées de Roubaix, de los corons de las
explotaciones de hulla, de los courts de Liverpool, Birmingham o Wolverhampton
(Segalen, 1986, p. 384)89.
En sus Ouvriers des deux Mondes (Obreros de los dos mundos) Frédéric Le Play
estableció monografías muy detalladas de las viviendas obreras.

A mediados del siglo XIX, un carpintero parisino, su mujer y sus dos hijos
ocupan «en el 5to piso dos habitaciones de las cuales sólo una tiene aire y luz
provenientes de una ventana y de un tragaluz ovalado;; la habitación de la
entrada se halla iluminada y aireada sólo en forma indirecta.
La superficie total de esta pequeña vivienda es de 21 m 2, a saber dormitorio
con chimenea, ventana y tragaluz, 12 m2;; habitación de entrada con estufa, 9
m2;; la altura de la habitación es de 2 m. A esta vivienda se le anexa un
pequeño desván debajo del tejado en donde nadie puede estar de pie, y que
sirve para poner la ropa sucia y algunos objetos. El padre y la madre
duermen en la habitación principal, los dos hijos duermen, separadamente,
en la habitación de entrada.»

No puede haber aquí espacio separado alguno. El hábitat de esta familia


considerado por el autor de la monografía como perteneciente a obreros honestos
pero «poco previsores», que no tienen «tendencia a la vida burguesa», es el
arquetipo de una vivienda obrera del siglo XIX. La mujer no tiene un empleo
asalariado regular y efectúa trabajos de costura a domicilio para diversas personas.
Más allá de esta vida doméstica femenina, no hay lugar en el sentido espacial del
término, para una vida social.
La construcción de inmuebles haussmanianos tenía como objetivo el de
mezclar a los grupos sociales, ocupando las familias burguesas los primeros pisos
con sus espacios públicos y privados, mientras que las familias de obreros se
amontonaban en las habitaciones de los pisos más altos. Esta convivencia social
fue temporaria en la medida en que las industrias situadas dentro de las
aglomeraciones urbanas fueron desplazadas hacia los suburbios y también sus
obreros.
 
89Nota de la Traductora: fort, courée, coron, court, nombre que se da en ciudades del norte de
Francia y en Inglaterra a la urbanización típica de los barrios industriales, constituidos por casas
unifamiliares estrechas, con una pequeña huerta detrás..

250
Habitar, residir

Por otra parte, Frédéric Le Play señala que los utensilios «comprenden
todos los artículos de cocina y de mesa necesarios para recibir
honorablemente a uno o dos amigos». Por toda sociabilidad colectiva, el
carpintero y su mujer se reúnen con un primo, albañil, jefe de familia, en
ocasión de una cena habitualmente «FRPSXHVWDGHXQ´SRW-au-IHXµ90, de un
guiso de oveja o de ternera, una ensalada, algunas frutas, una pequeña taza
de café al agua con un vasito de aguardiente para cada comensal». Si la
mujer «busca particularmente las conversaciones con sus vecinas», el obrero,
por su parte, «se halla muy frecuentemente expuesto a distracciones que
provocan siempre algún gasto en lo del bodeguero».

Fuente: Frédéric Le Play, Ouvriers des deux mondes 5HSULQW ­ O·HQVHLJQHGH O·$rbre
verdoyant éditeur, 1983, «Charpentier de Paris», p. 7-23).

La vivienda obrera en el suburbio reúne todos los contrastes, porque el


suburbio es una mezcla, a la vez rechazo de la ciudad, pero también espacio
elegido. ¿Es el habitante de los suburbios el «bastardo de la ciudad» (Faure, 1991,
p. 74)? El trabajo atrae allí al obrero, del mismo modo que el precio de las
viviendas, menos elevado que el de la ciudad. Imágenes contrastadas de los
«pasajes» de Levallois-Perret que reúnen todos los clichés de la cultura popular:
ámbitos familiares inestables, ausencia del hombre del hogar, apertura de lo
doméstico sobre la sociabilidad colectiva y la mutua ayuda familiar y local
(Gervaise, 1991). Uno de los polos de la organización obrera familiar entre las dos
guerras se sitúa en estos lugares que hoy en día se nos presentan como pintorescos
y que la memoria magnifica, pero que eran muy a menudo tugurios insalubres. En
el otro polo del suburbio obrero, la parcelación urbanizada que se apoya sobre la
promoción de nuevas formas familiares: espacio, aire sano, verdor y también apego
del obrero a su urbanización mediante el acceso a la propiedad. Estos bellos
principios sirven a menudo para disfrazar las dudosas empresas de estafadores que
venden terrenos no acondicionados, de difícil acceso debido a la insuficiencia de
medios de comunicación. El sueño obrero de urbanización que traduce un deseo
real de repliegue sobre la familia no podrá tomar cuerpo inmediatamente y el
terreno comprado a crédito será más bien el lugar de los «lindos domingos» antes
que la residencia habitual. Es cierto sin embargo que el regreso del esposo hacia el
hogar pasa por esas esperanzas inmobiliarias que son a veces coronadas por el
éxito. De este modo las familias obreras italianas de Nanterre, especialmente
deseosas de volver a arraigarse en su país de acogida, habrán de construir casas en
familia. Pero la casa no estaba destinada a una sola familia. Los propietarios
ocupaban una habitación y alquilaban las otras habitaciones a jóvenes migrantes
llegados de su país. En el sótano, varias piezas para cocinar, y las mujeres
compartían, gracias a las puertas abiertas, un sistema de sociabilidad que las
ayudaba a la vez a conservar su identidad cultural y a insertarse en la sociedad
francesa (Segalen, 1990).
Entre los tugurios y las casas construidas en familia, existe una gama de
situaciones intermedias, ya que los suburbios son socialmente heterogéneos, a
veces verdes, inclinados a los cultivos o a la horticultura, a veces negros, tierras de
 
90 Nota de la Traductora: suerte de cocido rústico tradicional con carne de buey y hortalizas.

251
Sociología de la Familia

fábricas. A veces reciben a aquellos habitantes urbanos expulsados por la ciudad,


otras veces a provincianos que abandonan sus campos. Así se puede descubrir el
origen rural de estos habitantes de suburbios en Nouveau Domont (Seine-et-Oise)
a través de los reglamentos que impone la poderosa asociación sindical de gestión
del loteo: no criar cerdos, gansos o abejas. Las familias que habitan en casas
individuales, desde el momento en que pertenecen a conjuntos colectivos,
soportan el peso de las normas colectivas implícitas o explícitas que definen a una
sociedad de buenas costumbres burguesas (Fourcaut, 1991).
Antes de la Primera Guerra Mundial, luego entre las dos guerras, dos
instituciones destinadas no sólo a moralizar a las familias obreras y a apartar a los
hombres del cabaret, sino también del militantismo sindical y político, marcarán
igualmente la vivienda y el habitar obrero, la redefinición de los espacios y de los
roles. Se trata por un lado de los jardines obreros y por otro, de las ciudades-jardín.
Creadas por el Abate Lemire en 1896, los primeros se asignaban con la finalidad de
reeducar a la familia obrera con las virtudes simbolizadas por el trabajo de la tierra,
permitiéndole al mismo tiempo proveerse de legumbres que mejoraban sus
comidas, sin gravar su presupuesto. El cultivo de estos jardincitos combinaba el
trabajo individual con una sociabilidad colectiva (Dubost, 1984, Cabedoce, 1991).
El principio de las ciudades-jardín, inspirado en los proyectos sociales
ingleses, constituye el primer intento de construir viviendas populares,
predominantemente individuales y baratas. Empresa urbanística y proyecto social a
la vez, estas ciudades desarrollaban la vivienda individual en pequeñas casas
unifamiliares entremezcladas con algunos inmuebles que no excedían los cinco
pisos, dejando de lado al mismo tiempo el cuadriculado que había marcado el
HVSDFLR GH ODV SULPHUDV FLXGDGHV LQGXVWULDOHV FRPR ORV ´FRURQVµ GHO 1RUWH 6H OH
otorgaba una gran importancia al diseño de los espacios colectivos que hacían lugar
a pequeños patios con espacios serpenteantes y verdes. El nombre de Henri Sellier
está ligado a estos desarrollos que fueron realizados en los suburbios parisinos
entre las dos guerras y después de la Segunda Guerra Mundial. La vivienda debía
convertirse en el lugar de promoción de una vida social en la ciudad y permitir el
acondicionamiento de la vida fuera del trabajo: actividades culturales, jardinería,
juegos de plaza para niños y adultos.
Detrás de la vivienda obrera, eterno problema material, social y político a
la vez, se perfila entonces la figura del filántropo, del dador de consejos sociales y
morales, del reformador, del político y también del arquitecto en búsqueda de una
sociedad utópica, encargado de albergar a familias y a grupos sociales cuyos modos
de vida a menudo ignora.

Políticas públicas y nacimiento de las «ciudades»

Las experiencias de las ciudades-jardín, al igual que la vivienda obrera de los


suburbios, son poco representativas en definitiva en relación con las necesidades
de vivienda. La segunda posguerra está marcada por una escasez flagrante de
viviendas obreras. El 43% de los hogares constituidos en el Sena en 1948 conocen
condiciones de vivienda insuficientes, viviendas aún superpobladas (según las
normas de la época, una vivienda de dos habitaciones se halla superpoblada
cuando residen allí al menos cinco personas), mal equipadas, el 63% no tiene agua

252
Habitar, residir

corriente en el interior, 77% de las viviendas parisinas no poseen ni baño, ni ducha;;


los WC son frecuentemente externos a la vivienda, instalados en el pequeño patio,
o en el palier. Los trabajos de Paul-Henri Chombart de Lauwe (1959, 1977) lo han
demostrado ampliamente. Michel Verret (1979), por su parte, insiste en las
profundas aspiraciones obreras en la década de 1970 en materia de vivienda a partir
del análisis de los datos sociológicos a través de una prosa lírica:
«<HQSULPHUOXJDU´XQDYLYLHQGDVyOLGDµGHSLHGUDRSLHGUDVLOODU ´0XHEOHV
IXHUWHV \ GXUDGHURVµ SDUD WRGD OD FDVD FRPHGRU GRUPLWRULR VDOD GH HVWDU ª S.
138). Insiste particularmente en este ©KDPEUHGHGHFRUDGR«9HUGDGHUDILHVWDGHO
decorado, digno de risa para aquel que nunca ha tenido hambre» (p. 143). Para los
obreros, así como para las otras clases, la vivienda es también un espacio de
representación, de allí los cuidados de los que se ve rodeada cuando el cuasi
bienestar permite tener un hogar con más espacio, y propio, decorado a gusto de
cada uno «revancha contra lo unificado, lo gris, lo liso de la fábrica y de la vivienda
pobre» (p. 143). La comprobación de la superpoblación remite a una realidad
sociológica experimentada por los obreros adultos luego de la Segunda Guerra
Mundial: las trayectorias residenciales de familias obreras cuyos miembros habían
alcanzado la sesentena en 1990 hacían todas mención de la convivencia impuesta,
al estar recién casados, con sus propios padres, debido a la insuficiencia de
viviendas disponibles.
La ley Loucheur (1928) marcó el primer intento estatal en el ámbito de la
vivienda, con la construcción de los HBM, (habitations à bon marché /viviendas a
buen precio). La intervención masiva del Estado tiene lugar entre 1950 y 1963,
intervención legislativa reglamentaria, y sobre todo financiera para la construcción
de HLM, (habitations à loyer modéré / viviendas de alquiler moderado) (Merlin,
1988). En una segunda etapa, los financiamientos públicos fueron sustituidos por
una política que recurre al ahorro privado. A la construcción de viviendas
colectivas en alquiler le sucede, a mediados de 1980, la construcción de casas
individuales en los espacios denominados periféricos. En 1990, el 55% de las
parejas francesas viven en una casa individual de la que son propietarios y la mitad
de los hogares posee un jardín.
Las investigaciones sociológicas observan los modos de ser en sociedad en
esos diversos tipos de hábitat y las consecuencias de las imposiciones de la
edificación, sea que se trate de la edificación de la vivienda o del conjunto en
donde la misma se inserta. Tomemos el caso de la ciudad de Nanterre, comuna que
fue durante mucho tiempo de dominante perfil obrero. El crecimiento de la
población atraída por el desarrollo de las empresas, a partir de la Primera Guerra
Mundial, y sobre todo luego de la Segunda, plantea en forma permanente el
problema crucial de la vivienda. Fuera de la vivienda otorgada por la empresa, muy
apreciada, (cité des Cheminots, Papeteries de la Seine - Ciudad de los ferroviarios,
Papeleras del Sena), cada uno se aloja como puede. Algunos construyen su casa si
pueden hacerlo, otros alquilan, otros viven también en pequeños departamentos
amueblados. De modo que la construcción de los primeros HLM fue saludada por
la población y la municipalidad comunista como un gran éxito para mejorar la
condición familiar de los obreros. Era el modo de afirmar una promoción social
accediendo a las normas del confort moderno: una bañera o una ducha, WC en el
departamento, agua caliente y calefacción central. La edificación de la vivienda
complace, con sus espacios luminosos, y sobre todo la aparición de los dormitorios

253
Sociología de la Familia

para los niños, hasta ese momento exclusivos de la burguesía. Pero será la
erradicación de la sociabilidad del barrio lo que tendrá menor aceptación.
Poco a poco, con la elevación del nivel de vida, los obreros de Nanterre
abandonan algunos de esos HLM en los que se instala una población inmigrada
que acaba de dejar la villa miseria y los albergues de tránsito91. El malestar típico de
la década de 1970 de familias que no quieren estar «juntas» en un hábitat
demasiado «grande» revela el fracaso del proyecto de mixtura social de estas
edificaciones (Chamboredon, Lemaire, 1970);; algunos barrios comienzan a vaciarse
de su población original, en particular, los hijos de obreros que han conseguido
una cierta movilidad social se apresuraron a dejar esos lugares. Unas al lado de
otras, viven entonces algunas familias de obreros mayores y jubilados, quienes, a
falta de medios, no han podido irse y familias de inmigrados. Los esfuerzos de
recuperación de la edificación (incluso con la destrucción de los grandes conjuntos
habitacionales) dan testimonio de políticas habitacionales que quieren evitar los
fenómenos de los guetos, característicos de las grandes aglomeraciones
norteamericanas.
Los locatarios de HLM deben apropiarse de un bien que no es de ellos y
vivir en un lugar que no es elegido sino más bien impuesto por la situación
socioeconómica;; aprecian ciertamente el espacio y el confort pero se quejan de la
degradación de las partes comunes, del ruido, etc. La vida en HLM está hecha de
millares de pequeños conflictos que revelan diferentes culturas en lo que hace al
nivel sonoro, al uso de los pasillos (halls) y escaleras, pero también que federan las
familias en torno a un «uso promedio» que permite la vida en común (Kaufmann,
1983), si no es la guerrilla y de ser necesario la huida.

La vivienda de las familias inmigradas

Los primeros tiempos de la inmigración son a menudo los del barrio étnico
integrado, incluso el inmueble étnico, como pueden dar testimonio los dramas del
verano de 2005 cuando se descubrieron los tugurios en los que se amontonaban
familias originarias de Africa Occidental. El problema de su realojamiento se vio
directamente confrontado con el de su poligamia y a la cuestión de la des-
cohabitación de las dos o tres esposas. La poligamia está prohibida en Francia, la
administración cierra actualmente los ojos hasta el momento en que estos dramas
humanos explotan.
Los promo-migrantes reconstituyen por lo tanto su hábitat tradicional,
pero lo hacen en pequeñas etapas. Así en un barrio inmigrado de argelinos en
Marsella, los movimientos de familias que se desplazan hacia la periferia traducen
los procesos de aculturación. En la periferia del barrio, se encontrarán aquellas
familias mejor integradas a la sociedad francesa;; en el interior, la espacialización de
las manzanas deberá garantizar una convivencia armoniosa de las diversas etnias, y
los hombres solteros se encuentran netamente separados, porque en esta sociedad
en donde el matrimonio garantiza la regulación social, son vistos como peligrosos.
Las casas edificadas en esos barrios por los propietarios responden a los
imperativos de la sociedad de origen. Las mismas dan la espalda al mar;; son
 
91 Nota de la Traductora: viviendas provisorias construidas con materiales livianos.

254
Habitar, residir

espacios cerrados sobre sí mismos, alrededor de un patio, que garantiza la


transición entre la callecita por la que circula la familia extendida y los lugares de la
intimidad reservados a la familia restringida. Sin embargo, en el seno de la casa,
espacio esencialmente femenino, todas las habitaciones dan unas sobre otras, sin
permitir la posibilidad de aislarse. La evolución del hábitat inmigrado hace
referencia por lo tanto al modelo de la cultura de origen, pero se inscribe dentro
del movimiento social generado por un largo contacto con la sociedad de acogida
(Barou, 1986).
En 1999, 31,24% de los hogares inmigrados vivían en HLM, y cuando
eran reubicados, una aplastante mayoría de ellos deseaba que esto sucediera dentro
del mismo tejido social. En el marco de las políticas de rehabilitación de este
hábitat, se observa a menudo una resistencia a abandonar los barrios, a pesar de la
estigmatización de los medios de comunicación. Muchos jóvenes que viven aún
con sus padres desean la decohabitación, permaneciendo siempre dentro del
mismo perímetro;; el deseo de permanecer en el lugar refleja la ausencia de una
voluntad de movilidad social que, por el contrario, se traduce en todos los relatos
de «éxito» de los inmigrantes mediante la adquisición de una casita o de una
vivienda, fuera del espacio social.

«La realización efectiva de la movilidad residencial resulta del encuentro entre una
ambición de éxito profesional o simplemente personal y la voluntad de alejarse de
un lugar marcado por la presencia de poblaciones fracasadas cuya proximidad era
vista como un freno para la realización de esta ambición.» Barou et al., 2003.

La inversión de las proporciones de habitantes autóctonos y familias de


origen inmigrante en los HLM vuelve más agudo el choque de culturas. Las causas
de conflictos entre las dos poblaciones (por ejemplo en Montbéliard) revelan
diferentes estrategias familiares: los primeros acusan a los segundos de tener
demasiados hijos, de no cuidarlos, de enviarlos a jugar afuera, de preferir el ahorro
para llevar bienes a su país antes que apoyar a los hijos en el transcurso de su
escolaridad. La familia magrebí funciona todavía en base a la idea del retorno y de
la inversión en el país de origen, mientras que las familias francesas se esfuerzan
por reunir los medios necesarios para el éxito escolar de sus hijos a los que se
intenta mantener en casa, y a los que se les ofrecen buenas condiciones materiales
de trabajo (espacio, calma) (Beaud, Pialoux, 1999, p. 384-390).
Los conflictos familiares residenciales se articulan íntimamente con la
cuestión del empleo. En la historia de la inmigración francesa, la inserción se ha
llevado a cabo a través del empleo. Ahora bien, en Montbéliard, las contrataciones
son cada vez más difíciles para los jóvenes inmigrantes para quienes las áreas de lo
posible se restringen entonces muy seriamente (p. 390-396). Son percibidos en el
barrio como amenazas para las familias respetables, y debido a la pequeña
delincuencia cotidiana o a las «incivilidades», se temen los riesgos que ellos hacen
recaer sobre los otros niños cuando el dinero de la droga les permite vivir a lo
grande. La investigación etnográfica desmenuza la construcción de la categoría
«hijo de inmigrante» que resulta amenazante para las familias del vecindario. La
desindustrialización ejerce allí como en otras partes sus estragos sociales.
Al estigma del HLM se agrega el de su inscripción en la ciudad, cerrada
VREUHVtPLVPDFRPRORHVWDEDQODV´FRXUpHVµRORVcourts del siglo XIX. La ciudad

255
Sociología de la Familia

no es un barrio, le falta principalmente la apertura sobre las riquezas diversificadas


del tejido urbano (comercios, espacios verdes, antenas de servicios públicos). A
partir de ese momento, las familias se repliegan sobre sí mismas, y es así como se
ven más privadas aún de todos los recursos culturales y sociales (Oberti, 1993).

Dinámicas residenciales

La situación contemporánea de la vivienda está marcada por varios movimientos


complejos: una rehabilitación del centro de las ciudades que expulsa hacia las
periferias a las familias más desfavorecidas, como por ejemplo, la reconquista de
las familias burguesas del París del Este: los «bobos» en Belleville92;; la
multiplicación de un sector de viviendas individuales destinado sobre todo a
parejas jóvenes;; por último el abandono de los grandes conjuntos habitacionales a
los más desfavorecidos de entre las familias francesas o inmigradas que acumulan
todas las dificultades sociales y económicas.
El ´háitat-SDYLOORQDLUHµ periurbano93 tiene ya una larga historia en Francia:
ofrece a la familia una casa, un jardín, la proximidad con espacios verdes y cierta
protección espacial y social: los niños pueden jugar afuera y disfrutar de espacios
colectivos. Desde hace algunos años puede observarse un movimiento tendiente a
cercar las nuevas urbanizaciones, un poco a imagen de las gated communities
norteamericanas (Billard, Chevalier, Madoré, 2005). Destinadas a las clases medias,
se trata a menudo de conjuntos de hábitat colectivo, que se alquilan o se venden.
El cerco permite un compartir entre sí y conserva sólo para los residentes los
espacios de ocio instalados, canchas de tenis o piscina;; otorga simbólicamente una
protección respecto de los robos o perjuicios ocasionados por «los jóvenes». Estas
formas de habitar que instalan el tema de la inseguridad parecen extenderse en los
programas de los promotores inmobiliarios. Las mismas manifiestan una ruptura
del inquietante vínculo social que refuerza los fenómenos de exclusión. Pero sea ya
cerrado o abierto, el ´KiELWDW-SDYLOORQDLUHµ FRQVWLWX\H KR\ HQ GtD XQ FRPSRQHQWH
muy importante de la identidad social de los residentes (Charmes, 2005, p. 68).
El hábitat es particularmente clasista. Tiene que ser también flexible para
acomodarse a las dinámicas familiares. Antiguamente, en el campo, la casa se
abultaba con el nacimiento de los hijos, el alojamiento de los sirvientes o de los
aprendices, los parientes cercanos o lejanos, etc. La flexibilidad del grupo
doméstico podía adaptarse a un acondicionamiento inmobiliario que oscilaba entre
el simple haceme-un-lugar-en-la-cama-para-que-yo-pueda-entrar y el sobreagregado
de un mueble al conjunto mobiliario ya existente: así en Bretaña, la joven pareja
que se instalaba en la casa de sus padres no gozaba de una habitación
suplementaria, pero marcaba su territorio aportando su mueble cama y su armario.
Sin embargo, muy a menudo, se observaba una extrema movilidad de la edificación
familiar. Con las herencias y las sucesiones, incluso en las regiones con mejora de
herencia, las casas son divididas y redivididas, las puertas son perforadas, los

 
92 1RWDGHOD7UDGXFWRUD´ERERµEXUJXpV-ERKHPLRGHOiOEXP´5RMR6DQJUHµ  GHOFDQWDQWH\
co-autor francés Renaud.
93 Nota de la Traductora: conjunto de viviendas obreras residenciales unifamiliares suburbanas.

256
Habitar, residir

cerramientos suceden a los descerramientos, y puede llegar un tiempo en el que un


hijo aunará los pedazos de la casa (Collomp, 1978).
Según los modos de organización de la sociedad, los padres viejos y
jubilados podrán contentarse a veces con una habitación en la casa, o se les
construirá sino una pequeña casa del otro lado del jardín. Estos ejemplos que
pertenecen a un tiempo pasado muestran que los constructores de antes han
encontrado soluciones ² ¡no siempre por cierto del gusto de todos los herederos! ²
para dar más plasticidad a la edificación familiar. El problema es más complejo
actualmente. La edificación de por sí parece prefijada en una pesada estructura. Si
bien a veces la mudanza se impone debido a un cambio profesional, la mayoría de
las veces tiene lugar por efecto de la dinámica famiiar y por el aumento de la
cantidad de hijos que obliga a las parejas a optar por otra residencia.
A la plasticidad «biológica» del ciclo de vida familiar: nacimiento de los
hijos, adolescencia, partida de los hijos, y a su plasticidad social, divorcio,
monoparentalidad, recomposiciones, etc, se agrega la plasticidad social: movilidad
profesional, jubilación. Las necesidades de espacio son siempre mayores, no sólo
porque las normas han cambiado, (en particular, la idea de que se necesita una
habitación por hijo se impuso durante los años 1970), no sólo debido a la
interacción entre las generaciones que hace que los abuelos deseen conservar un
cuarto suplementario para recibir a sus nietos cuando se les confía su cuidado, sino
sobre todo en razón de las nuevas normas de conyugalidad.
Los jóvenes convivientes desean un espacio temporario en el centro de la
ciudad;; las parejas que se divorcian y que luego vuelven a convivir necesitan dos
unidades de vivienda, incluso tres, cuando la relación se tensa entre el nuevo
conviviente y los hijos del padre que tiene la guarda;; las personas de edad que
viven solas desean una habitación para recibir a algún pariente que esté de paso;; el
dormitorio de 9 m2 es demasiado pequeño para el joven de más de veinte años que
vive todavía con sus padres, etc.
Las familias desarrollan todo tipo de estrategias para arreglárselas con las
limitaciones del espacio y esto es mucho más evidente entre los más
desfavorecidos. Así los ocupantes de ciertas ciudades-jardín recuperaron pequeños
balcones para convertirlos en especies de lavaderos, extensión bienvenida para una
cocina demasiado exigua;; del mismo modo que los balcones de ciertos HLM
albergan toda clase de plantaciones, sucedáneos de jardincitos, o sirven también
como lugar de almacenaje. Incluso se puede jugar con un espacio limitado, aunque
no fuera más que al nivel de las palabras que remiten a una simbología del uso del
espacio. Una invastigación realizada entre familias residentes en un conjunto de
HLM de un suburbio parisino revela la diversidad de los modos de utilización del
espacio (Chevalier, 1993). Aunque la habitación principal sea de proporciones y de
dimensiones idénticas, los ocupantes la designan algunas veces con el nombre de
«sala de estar», «comedor», «salón» o «sala», que remiten a los diferentes usos
sociales y culturales. Para unos, es la función la que se prioriza, tomar los
alimentos;; el término de «sala de estar» evoca la multifuncionalidad de los lugares.
El salón es utilizado por las familias que se sienten desclasadas en esas viviendas
HLM y hacen referencia a un plano de departamento más burgués, o bien por
inmigranters de origen rural que utilizan muy poco ese espacio que se convierte en
un lugar solemne, como se lo puede encontrar en ciertas granjas modernas, en

257
Sociología de la Familia

donde la vida social se despliega en la cocina, el «salón» sin calefacción, con


muebles caros, que sólo se abre en algunas raras ocasiones (cf. la Casa D., p. 247).

De la residencia al «sistema de hábitat»

El modo de habitar, producción de la cultura material constituye un revelador de


estrategias familiares que están siempre en movimiento, se trate ya de un
movimiento demográfico, movimiento social, o de movilidad migratoria. Si las
familias son de geometría variable, el hábitat lo es también. Los sociólogos
substituyen la noción de utilidad social por aquella, más dinámica, de «sistema de
hábitat». Se trata de observar a las familias a través de sus múltiples facetas
residenciales, «como un modo de habitar que articula varias áreas de residencia
separadas en el espacio y ocupadas diferencialmente en el tiempo» (Bonvalet et al.,
1999, p. 242-243). Las investigaciones muestran cómo se hacen los ajustes
espaciales no sólo para la pareja, sino para toda la parentela involucrada. La
segunda casa es a menudo impropiamente considerada como «secundaria»
(Dubost, 1998). Sea cual fuere la forma del hábitat secundario, «la familia sigue
siendo el elemento motor y la razón mayor de la adquisición o del traspaso» (p. 34).
A veces se hereda, se compra o se alquila un lugar para llevar a cabo un
reagrupamiento familiar de temporada que, de un verano a otro, reúne a los
miembros de una parentela geográficamente dispersa. Es el lugar en donde se tejen
recuerdos comunes, o se inventa una identidad familiar. La tasa de propiedad de
una residencia de este tipo se acerca al 11% y viene a aumentar la de los
propietarios de una residencia que pasa entonces de 50 a 70%.
Si las estrategias residenciales de los franceses son difíciles de comprender,
mucho más incomprensibles aún lo son las de las familias inmigradas, si sólo se
tiene en cuenta su modo de habitar en el país de acogida;; la utilización del
concepto de «sistema de hábitat» es particularmente fructuosa en este contexto
para aclarar las estrategias familiares y residenciales de los migrantes. Portugueses,
magrebíes, turcos construyeron en el país de origen y su existencia se halla en
tensión entre estos dos hábitats. Se trata a menudo de un desdoblamiento de los
espacios residenciales.
Una encuesta realizada en 1992 pone en evidencia la importancia del
fenómeno entre los portugueses que eran 19,3% propietarios de otra vivienda
distinta de su residencia principal y 8,4% entre los magrebíes (Arbonville, Bonvalet,
1999). Las condiciones de vivienda son muy a menudo muy inferiores en Francia si
se las compara con la residencia construida en el país de origen, ya que el sacrificio
en una redunda en el éxito de la otra. Pero las actitudes difieren en lo que hace a
estas moradas en función de las generaciones, segundas para unos, principales para
los otros.
Al estudiar las residencias de marroquíes emigrados que han construido en
Francia, Daniel Pinson (1999) señala la diferencia de percepción que tienen al
respecto las diferentes generaciones: «Si bien para el iniciador de la emigración, la
vivienda en el país de acogida es, en términos de ocupación, principal, desde el
punto de vista de la representación mental será secundaria, mientras que la casa de
regreso, como proyecto en vías de realización, constituye una perspectiva y una
preocupación mucho más importante. Para su descendiente, por el contrario, las

258
Habitar, residir

frustraciones en la vivienda principal se vuelven tanto más pesadas en tanto la casa


construida por el padre en Marruecos alcanza la figura, ciertamente valorada, pero
secundaria, de residencia de veraneo» (p. 71). En efecto, si bien los padres se ven
volviendo allí en el momento de su jubilación, y viven la vivienda HLM como
transitoria, no ocurre lo mismo con los hijos, que ven allí un lugar de construcción
de su identidad. Por estas razones, impulsarán a sus padres a equiparse como las
familias francesas.
Esta distancia en las estrategias explica también las mutuas
incomprensiones con los franceses, que han relevado Stéphane Beaud y Michel
Pialoux. Desde el punto de vista del migrante, se trata de concentrar todo su
esfuerzo de ahorro en esta casa, mientras que los franceses no comprenden cómo
con igual salario viven peor que ellos. Estas casas constituyen el lugar de la
seguridad identitaria, los logros de todo un año de trabajo. Los migrantes parten
durante su mes de vacaciones pagas con el fin de gozar de los signos exteriores de
un pretendido éxito social que se encarna en la materialidad de los regalos. La casa,
al igual que para los franceses, se convierte en el lugar de construcción de una
memoria familiar, lugar de reagrupamiento de la parentela extendida. En cierta
forma, frente a sus vecinos franceses, se encuentran en una posición de
superioridad, ya que disponen de una reserva simbólica de identidad gratificante,
lejos de la única referencia de la vivienda en HLM.
El caso de la migración portuguesa es particularmente interesante debido a
su antigüedad y a la importancia de estrategias residenciales que muestran muy de
cerca los efectos de este sistema de residencia doble. Llegados a Francia, en pareja,
en los años 1960, los inmigrantes portugueses provenían de las clases más pobres
del campesinado, y su migración tenía por finalidad la de adquirir su independencia
construyendo en su país de origen. Trabajadores de la construcción en su gran
mayoría, han edificado a menudo con sus propias manos casas sin arquitectos que,
vistas desde Portugal, presentan todos los signos del mal gusto. Estas casas,
cerradas once meses sobre doce, parecen burlarse de las tradiciones arquitectónicas
locales, y los estudios de socioarquitectura muestran los sincretismos realizados
sobre estas fachadas, la ostentación de los decorados, y el confort a veces
extravagante de baños que jamás son utilizados (Villanova, Bonvalet, 1999).

La vivienda,
espacio íntimo, individual y familiar
La vivienda no es sólo envoltura exterior, sita en tal o cual entorno geográfico o
social. El habitar se caracteriza por una inversión colectiva de la pareja y de los
hijos. Es el blanco de las estrategias de consumo que están dominadas por los
cambios en las normas de confort. Una vez equipado el espacio, se trata de hacerlo
de uno, de apropiárselo;; pero aunque familiar, no deja de ser el teatro de divisiones
sexuales, y mucho más marcadas aún cuando el hogar es una casa, propia, de uno,
con un jardín.

259
Sociología de la Familia

Normar lo doméstico

Lo que parecía «normal» todavía en los años 1950, compartir la misma cama, hacer
juntos las abluciones, comer y dormir en la misma habitación, utilizar WC
destinados a varias familias, hoy parece inaceptable. Todo un trabajo sobre la
sensibilidad corporal y doméstica se ha llevado a cabo. En efecto, paralelamente a
los proyectos relativos al hábitat y al hábitat social, un vasto movimiento se ha
desarrollado desde el fin de la Primera Guerra Mundial que tiende a imponer
nuevas normas, y es el de las Artes Domésticas.
Si el movimiento llamado de la Sociedad de consumo, que corresponde a
lo que se denomina los Treinta Gloriosos, pudo conocer semejante auge es porque
desde hacía décadas el cuerpo social venía siendo trabajado para el establecimiento
de nuevas normas que gobernaban lo doméstico. En el transcurso de este período,
las diferencias entre los modos de vida que constituían un verdadero abismo entre
los grupos sociales se redujeron considerablemente, aunque siguen existiendo
mecanismos sociales y culturales que contribuyen a mantener la distancia, lo que
Pierre Bourdieu denomina «la distinción».
Se ha evocado con frecuencia el incremento del trabajo femenino, el
repliegue familiar, el empuje del individualismo para explicar la revolución en lo
doméstico. De enorme importancia fue la desaparición de una categoría social tan
antigua como la estratificación social, a saber la de los sirvientes y la de los
servidores. Todos los hogares fueran ya rurales o urbanos, campesinos o
burgueses, en cuanto alcanzaban una cierta holgura poseían uno o varios
empleados domésticos en la casa. Se puede incluso esbozar la tesis de que el
servicio a domicilio se ha convertido en una categoría aparte dentro del mundo de
la producción, considerado como inferior, debido a esa mano de obra abundante,
barata, mal considerada, a la vez por dentro y por fuera de la familia. Entre 1896 y
1911, podían contarse en toda Francia, entre 900.000 y 1.000.000 de empleados
domésticos. Las grandes casas podían emplear en París en 1900 a hasta 30
personas, las casas un poco menos ricas, ¡a hasta casi 18! Los burgueses
acomodados tenían tres sirvientes: doncella, cocinera, mayordomo. La mayoría de
los hogares, una criada (Martin- Fugier, 1979). Las parejas casadas de la burguesía
empleaban hacia 1940 a una criada francesa;; hacia 1960 a una criada española o
portuguesa. A partir de 1970, menos de 1% de los hogares disponen de una mujer
para la limpieza.
La emergencia de la sociedad de consumo nació de la comprobación de la
desaparición del servicio doméstico y del hecho de que podía beneficiarse la casa
con los progresos que la industria parecía reservar sólo a los sectores de peso. La
misma se vio sostenida por un intenso esfuerzo de educación destinado a los
potenciales compradores (hombres y mujeres) y a los utilizadores, o más bien a las
utilizadoras. La formación de una compañía como el Salón de las Artes
Domésticas Hogareñas parece un ejemplo del movimiento de ideas que inundó la
sociedad francesa entre los años 1930 y 1970, precediendo y acompañando a los
Treinta Gloriosos. El control del ama de casa relevó al esfuerzo encarado en el
siglo XIX por los filántropos o los médicos higienistas de rescate de las clases
populares. Con el pretexto de hacer del hogar un lugar agradable y coqueto, se lo
convirtió en una unidad de consumo. Sobre la familia recaerá la responsabilidad de
hacer funcionar la economía.

260
Habitar, residir

Según la definición del Larousse ménager (Diccionario Larousse hogareño) de


1950: «todas las artes domésticas permiten aplicar conocimientos razonados y
medios especiales para la realización del bienestar dentro de la vida doméstica. Las
artes domésticas no sólo contribuyen al buen cuidado del hogar según la fórmula
tradicional. Se extienden al conjunto de las actividades y entretenimientos
domésticos y a las disposiciones propias para garantizarlos. Es así como
principalmente mediante la práctica de las artes domésticas, se tiende en la propia
casa a resguardarse, alojarse, iluminarse, calentarse, lavarse y distraerse mejor, a
preparar mejor la comida, a consumir los alimentos, limpiar la habitación, ocuparse
de la ropa, criar a los hijos, protegerse más, en definitiva a dirigir mejor la casa
siguiendo las reglas de la economía doméstica y de la organización hogareña. En
resumidas cuentas, las artes domésticas constituyen el arte de saber hacer todo
aquello que permite y protege la felicidad en la casa». La expresión fue
concretamente inventada por Jules-Louis Breton quien lanzó en 1923 un concurso
para el perfeccionamiento del equipamiento doméstico, con el fin de incitar a los
industriales a aplicar las mejoras tecnológicas que revolucionaban la industria
pesada a las tareas llevadas a cabo en el ámbito doméstico (Segalen, Le Wita, 1993).
Los primeros salones tenían en la mira a una clientela burguesa,
empobrecida por las consecuencias de la guerra, obligada sobre todo a reducir a su
personal doméstico. Los primeros pequeños aparatos, que requieren de electricidad
doméstica, están destinados a ser utilizados por la criada antes que por la señora de
la casa. Pero muy rápidamnte, ante el creciente éxito de la exposición, el Salón
diversificará su clientela social y se instalará en el Grand Palais en 1926 en donde
permanecerá hasta 1961. La vocación educativa del salón se afirma y el público se
amplía: vienen en familia, pero traen también a los niños de las escuelas, a los
miembros de numerosas asociaciones familiares, a las Juventudes agrícolas
cristianas femeninas, etc., mientras que análogas manifestaciones tienen lugar en
provincia. De 1960 a 1980, el salón se instalará en el CNIT de la Défense94 para
mutar luego en salón profesional y abandonar su vocación pedagógica que parecía
anticuada en los últimos años.
El cliente buscado por el Salón de las Artes Domésticas no es un
«consumidor» abstracto, sino una «ama de casa», encargada de una familia y con
responsabilidades domésticas. Al poner a su disposición las mejoras aportadas por
el maquinismo y la electricidad, se busca aligerar el «fardo» del ama de casa.
Recordemos el slogan ¡«Moulinex libera a la mujer»! Las palabras clave son
«comodidad, higiene, flexibilidad, limpieza, confort, economía». La óptica es
propiamente familiarista, como lo testimonia, entre muchos otros ejemplos, el
discurso de inauguración del Salón, pronunciado por Henri Queuille, presidente
del Consejo en 1949:
«El Salón de las Artes Domésticas no presenta únicamente las soluciones
del progreso doméstico en su aspecto económico y material, su rol educador se
extiende a la vida espiritual del hogar. No se trata sólo de las mejoras del
equipamiento, del confort en las tareas domésticas, es también cuestión de las
ventajas del gusto, de la medida, de la cultura, todo lo que hace al encanto de la
vida familiar puesto en marcha tanto para la actividad doméstica como para los
 
94Nota de la Traductora: Centro Nacional de las Industrias y Técnicas del barrio de la Defensa cerca
de París inaugurado en 1958

261
Sociología de la Familia

reconfortantes entretenimientos. El alcance social de esta enseñanza no tendría que


ser subestimado. Mediante el bienestar en casa, se satisface en amplia medida esta
aspiración de felicidad que debe legítimamente animar al hombre en sus tareas
cotidianas. El mejoramiento del hogar es la mejor justificación del celo profesional,
el atractivo del home es la condición de los sanos y reparadores entretenimientos
familiares». Los objetivos están fijados: volver más eficaz al ama de casa, hacer que
el hombre entre en un hogar atrayente.

La construcción del «en casa»

Los ideólogos de la sociedad de consumo tendían a ver al consumidor sólo como a


un títere que seguía los dictados de la moda. Por otra parte, los bienes fabricados
de manera artesanal, en un cara a cara entre el productor y el usuario, se hallaban
en oposición a los bienes producidos en masa, en miles de ejemplares. El apego
afectivo sólo habría estado reservado a los primeros. La investigación realizada por
Sophie Chevalier (1993) muestra, por el contrario, el vínculo casi físico con
muebles adquiridos en momentos precisos de la vida familiar. La observación
etnográfica va a contrapelo de las proposiciones formuladas por los
socioeconomistas de los años 1970 y 1980.
Las familias adquieren sus muebles, luego de haber reflexionado
largamente, comparado precios, hojeado catálogos, discutido entre marido y mujer
los gustos de cada uno, realizado múltiples arbitrajes. Una vez ingresados en su
espacio doméstico, en su «interior», esos muebles, esos adornos, incluso
producidos en miles de ejemplares, se vuelven únicos. Cada pareja desarrolla
estrategias decorativas para personalizar su espacio;; aún podemos encontrar allí el
producto del trabajo manual, se trate ya de cuadros o de tapicería, o incluso del
cuidado de las plantas;; las parejas más jóvenes compran ahora en las mueblerías
«estilos» rústicos, exóticos, etc.
El interior constituye una construcción permanente y al hacer una lectura
del amoblamiento y de la decoración de una habitación, se puede comprender al
mismo tiempo la trayectoria pasada y futura de una pareja. Hoy en día se habla de
trayectorias residenciales, pero se puede forjar también perfectamente el término
de trayectorias mobiliarias. Veamos el caso de los antiguos obreros de Nanterre
(Segalen, 1990), quienes, luego de diversas viviendas «amuebladas», luego de haber
vivido entre muebles en cierta forma reciclados, experimentaban el orgullo de
adquirir la «sala» luego «el dormitorio». Las familias obreras con mayor desahogo
ofrecían estos conjuntos a sus hijos cuando éstos se casaban;; otros debían esperar
y ahorrar, porque el comprar a crédito no había penetrado aún en las costumbres
de los años 1950 y 1960. Se equipaban entonces con muebles «macizos» que debían
durar toda la vida, símbolos de la estabilización familiar y profesional, testimonio
de lo que el obrero había ganado con el sudor de su frente. Al padre se le reservaba
el sillón único de la habitación que recibía a ese cuerpo agotado por el trabajo
físico del taller. Los muebles que duran hacen del hogar «un santuario» (Schwartz,
1989, p. 102-108). Este tipo de amoblamiento marca por lo tanto a la vez una
época, una cultura obrera, una estrategia familiar muy integrada. Podemos
preguntarnos por su futuro. Los hijos de los obreros de Nanterre tendrán otros
gustos: los muebles pesados ya no son valorados. En estas familias, no hay por lo

262
Habitar, residir

tanto muebles que recibir en herencia y los de los obreros de Nanterre terminarán
por ser probablemente reciclados en el garaje-taller de una determinada residencia
secundaria.
Existen por el contrario otras categorías sociales que pertenecerán a los
herederos, herederos de capital social y cultural, herederos de muebles que
simbolizan la continuidad familiar y que forman parte de ese patrimonio
intergeneracional. Adquiridos o heredados, los muebles son objeto de discursos
siempre apasionados porque cada uno inscribe en ellos una parte de su ser;; son
verdaderamente portadores de la identidad de cada uno. En el caso de las parejas
de más edad, que pertenecen a un modelo conyugal tradicional, se puede incluso
hablar de una fusión, de una ósmosis entre los partenaires.
Los miembros más jóvenes de las clases medias, obreros calificados,
empleados, tienen una actitud más lúdica respecto de muebles que son menos
sacralizados y cuya función puede ser modificada. El éxito de comercios como
IKEA95 responde a estas nuevas tendencias. Sin embargo, toda decoración, todo
amoblamiento revela el proceso de individuación y de creación, obra de la pareja,
de su pasado familiar, de su historia social. Cada familia debe conjugar la
contradicción entre saber estar a la moda (por ejemplo poseer un sofá de cuero) y
personalizar al mismo tiempo la casa, que es a lo que se dedica la tarea cotidiana.
Los espacios del habitar, aunque son el producto de una estrategia familiar
fusional, no dejan de estar por ello menos segmentados. Si bien el incremento del
nivel de vida, la mejora del hábitat, el desarrollo de la tecnología doméstica, pero
también el reflujo de las grandes ideologías y de los militantismos tuvieron por
efecto el regreso del hombre al hogar, los espacios siguen estando siempre
marcados sexualmente. Ciertamente, la mayoría de los entretenimientos se realizan
en común, pero una observación atenta muestra que los campos espaciales y los
intereses domésticos son dispares. El estudio de la interacción conyugal revela la
afinidad femenina por lo doméstico, y sobre todo por la ropa, y la afinidad
masculina por el bricolaje. Los modos de vida cotidianos, vistos a través de la
vivienda, se inscriben por lo tanto dentro de una tensión sexuada entre lo colectivo
y lo individual. En los presupuestos de los hogares, un tercio de los gastos se
dedica a la casa. Pero ese colectivo alberga lógicas de individuación que van
acentuándose. Todos desean un espacio propio: una habitación para cada hijo, un
espacio para el bricolaje del marido, incluso garaje convertido en taller, una cocina
moderna para la mujer ya que es su lugar de evolución natural. La familia se equipa
hoy en día de varios televisores, de manera que, si bien en sus comienzos podía
decirse que la televisión reunía a la familia delante del aparato, actualmente la
multiplicidad de los receptores permite a cada uno seguir su programa favorito.
Dos automóviles comienzan a ser la norma. Se comparte con mucha más facilidad
al ser uno independiente.
La sobredimensión afectiva del ámbito privado se expresa a través de toda
una gama de formas de ser en familia. A cada categoría, familias «abiertas» y
familias «cerradas», le corresponden organizaciones espaciales que remiten a muy
diferentes estilos de sociabilidad para articular lo privado y lo público (Coenen-
Huther, 1991). La casa «salón», instrumento de sociabilidad de las clases superiores,
no da acceso a los espacios privados (del tipo gran comedor mundano);; la casa
 
95 Nota de la Traductora: cadena internacional de origen nórdico de muebles para armar.

263
Sociología de la Familia

«hogar», asociada a una sociabilidad amigable, en una relación vinculada con los
entretenimientos abre la puerta a la vida privada;; la casa «forum», propia de los
ámbitos artísticos, se caracteriza por un máximo de apertura y traduce el centrarse
en las preocupaciones públicas. La casa «molino» es la del proletariado;; las clases
populares oscilaban entre una casa «campo cerrado» que desalienta las visitas, y la
casa «refugio». De este modo, como lo señala Jacques Pezeu-Massabuau, hay «mil
maneras de estar en casa» (2003, p. 154).
La revelación de la dimensión afectiva del mobiliario y de la vivienda es
particularmente clara en cuanto se presenta una crisis familiar: es el caso de la
mudanza, más aún el de la separación conyugal, y el de una nueva instalación en
pareja.

Rupturas familiares, guerras mobiliarias

Michel Rautenberg (1989) ha hecho el seguimiento de varias familias de Lyon en el


transcurso del proceso de sus mudanzas, amplio momento revelador de las culturas
domésticas. ¿Qué objetos conservar, de cuáles separarse? ¿Cómo se acomodará el
nuevo espacio con la antigua decoración? La mudanza hace que la pareja pueda
expresar lo que es importante en su historia pasada y lo que no lo es. Si bien es a
menudo la ocasión de renovar los hábitos tecnológicos de la modernidad (comprar
un nuevo aparato de televisión, un horno micro-ondas, etc.), no impide que se
reconstituya la «sintaxis» del departamento precedente, que se pongan los mismos
adornos sobre el nuevo televisor. Sin dejar de pagar su tributo a las normas de la
sociedad de consumo, la pareja transporta todo lo que permite reconstituir el
decorado de su antigua vida. Se revela un «saber habitar» que se emparenta con los
«saber-hacer».
En la vida de una pareja cuya conyugalidad se desarrolla a lo largo de
mucho tiempo, puede comprenderse la invisibilidad de los muebles. Una vez
adquiridos, constituyen ese decorado realmente incorporado, del que se pierde
hasta la conciencia, que sirve de marco a lo cotidiano, al punto que habrá de
notarse enseguida el desplazamiento de un determinado adorno. Aunque los
desafíos financieros son relativamente pequeños en relación con los compromisos
inmobiliarios, el desgarramiento se produce con los muebles, porque cada uno de
los miembros de la pareja se ve afectado en su identidad profunda. Así en
Nanterre, al abocarse al seguimiento de varias parejas durante un largo período,
Sophie Chevalier (1993) observó los traumatismos mobiliarios provocados por un
divorcio. La Señora D. dejó morir sus plantas luego de que su marido la
abandonara. El futuro es incierto y no es posible aferrarse a esos objetos que habrá
que resignarse, a veces, a ver partir. Esto explica quizás, a contrario, las elecciones
mobiliarias efectuadas por los jóvenes convivientes, de muebles muy baratos,
desviados de sus funciones originales, pensados como temporales, a imagen y
semejanza del proyecto de la pareja. En caso de separación, será más fácil dejar
lugares y cosas con los que no se identifican. ¿Pero qué hacer con los objetos más
comunes de la pareja que debían significar la continuación de una fusión familiar,
como los álbumes de fotos? ¿Cómo repartirlos? ¿Quién se los llevará?
Los problemas mobiliarios e inmobiliarios plantean en efecto graves
dilemas a las parejas divorciadas o separadas que desean constituir nuevamente una

264
Habitar, residir

pareja. A diferencia de una primera instalación, en esta «recomposición familiar»,


hay tanto hijos como cosas ligadas a la unión precedente. Ella y él juntos
ciertamente, ¿pero ellos? La diversidad de las situaciones plantea un verdadero
desafío al análisis sociológico (Le Gall, Martin, 1991). ¿Cuántos hijos hay de cada
lado, qué edad tienen, de qué sexo? ¿Con qué presupuesto cuenta esta pareja?
Porque es cuestión de prever dos espacios residenciales, a veces tres, si existen
desentendimientos entre los hijos y el nuevo partenaire. Dos lógicas inmobiliarias
pueden distinguirse, una «lógica individualista y contractualista» referida a los
miembros de la pareja que desean preservar una parte de autonomía, y una «lógica
comunitaria y familiarista» para aquellos que quieren volver a poner en marcha un
ideal de fusión (p. 83).
A propósito de las estrategias comunitarias, la familia recompuesta se
presenta como un verdadero laboratorio de observación. Hay recomposición (y no
pareja con «visitante furtivo» como los esposos matrilineales amerindios que hacen
una visita nocturna a su esposa en su tienda) cuando se instalan, cuando se
apropian del espacio, cuando llegan a un arreglo en la distribución de ese espacio.
En la vasta mayoría de los casos, al ser la mujer la que conserva la guarda de los
hijos y la responsable de todo lo relativo a lo doméstico, es el hombre el que se
muda a lo de su nueva compañera. ¿Pero qué aporta él en esta nueva instalación
hogareña, sabiendo que la vivienda ya está amueblada y equipada? Mucho más que
en el caso de primeras uniones, se instala aquí una materia de discusión y de
negociación. Es la ocasión para dar los muebles;; los que estén menos seguros del
futuro los guardarán en caso de que sobreviniera una nueva ruptura. Las
reinstalaciones serán mucho más exitosas si el recién llegado puede recrear un
universo con el que se identifique y del que pueda apropiarse, en el que haya lugar
para sus propias posesiones: «Conservar sus muebles y sus adornos, es preservar
una parte de su identidad, cuando la propia elección de vida obliga a existir sólo
por el pasado del otro» (p. 122). Invertir en el espacio doméstico se transforma así
para la nueva pareja en la expresión del nuevo proyecto familiar: «la vivienda
constituye una apuesta determinante para que pueda tener lugar una mínima
cohesión familiar» (p. 126).
Incluso los objetos técnicos, de los que podría pensarse que tienen sólo
una función instrumental, están cargados de un gran valor emotivo. La
recomposición en torno a las PC presenta espinosos problemas (Pharabod, 2004).
El ejemplo de una familia recompuesta ilustra muy particularmente la implicación
de las herramientas multimedia en la reconstrucción de una vida común y en la
gestión del pasado.
A través de este ejemplo, es claro que la gestión familiar de estos nuevos
equipamientos se inscribe dentro de las estrategias comunes de mantenimiento de
un equilibrio entre espacio personal y vida familiar colectiva. Las nuevas
herramientas de comunicación acompañan las dinámicas de la vida en familia, con
sus fases naturales (partida de los hijos del hogar) y sus crisis.
Por el lado de los hijos que soportan las recomposiciones familiares, los
impactos tienen la misma gran importancia. En su investigación etnográfica, Agnès
Martial (2003, p. 127-128) hace un relevo de la forma en que los trastornos de las
trayectorias residenciales puede dejar severos traumatismos. Cita el caso de David,
nacido en 1947, que vive solo con su madre divorciada, su tío materno y su
hermano en los suburbios populares de una ciudad mediterránea. En 1956, su vida

265
Sociología de la Familia

de niño pequeño y pobre se ve súbitamente alterada cuando su madre se instala en


otra ciudad con un hombre al que ella le pide que lo llame «papá». David cambia
así brutalmente de casa, de ciudad, de estatus social y de entorno familiar. Su
infancia discurre entonces en dos tiempos, el de una vida monoparental, y el de
otra vida familiar en compañía de un hombre que apareció repentinamente, de su
hermano y de su tío y de otros cuatro niños que su madre tendrá con su nuevo
cónyuge.

Cuando Marie, 37 años y Paul, 42 años, decidieron vivir juntos, se separaron


de algunos equipos que tenían duplicados (TV, PC, videocassetteras), pero
no de sus equipos de audio, estando ambos repartidos actualmente entre el
salón y la habitación de Lucas, el hijo de Paul. También se separaron de sus
teléfonos celulares que les habían permitido, cuando no vivían juntos y no
habían oficializado todavía su relación, permanecer frecuentemente en
contacto. La vida en común exigía unificar teléfono, TV y PC. Si bien
separarse de uno de los dos televisores no fue difícil, Marie se separó de su
computadora con emoción. «Es como si hubiera cambiado de familia»
confía ella, lo que su cónyuge reformulará: «al adoptar la mía, es como si ella
me adoptara». «Su vida de antes» (es así como ella llama a su antigua
computadora) fue reacomodada en los placares de la casa de su infancia.
Porque la PC es a la vez una herramienta de trabajo, de comunicación y de
diversión (juegan, dibujan, navegan un poco, envían mails, cargan y
escuchan MP3) pero también un lugar de archivo y de memoria. Memoria
personal, como lo testimonian las correspondencias o escritos íntimos que
tanto uno como otro esconden en el fondo de las arborescencias del mismo
modo que guardan sus papeles en el fondo de sus cajones. Memoria
colectiva también: se guardan en la PC poemas y dibujos de los hijos,
antiguas fotos de familia escaneadas, fotos recientes transferidas de una
cámara digital que se pidió prestada para la ocasióQ« (Q WDQWR WDO HV
importante que la computadora sea común, que no quede relegada en una
habitación, ni que se transporte fuera del domicilio. A partir del momento
en que se conectó a Internet, la PC se convirtió en una compañera y en un
testigo central de la vida familiar. En el momento de la investigación, nos
encontramos ante una pareja aterrorizada frente a la computadora sin
funcionar y atacada por un virus. Dándose cuenta del terrible ambiente
reinante, Paul prosigue: «tendríamos que tranquilizarnos, parece como si
alguien de la familia hubiera muerto» (p. 93-94).

La imagen de un «archipiélago residencial» es particularmente revelador


cuando se observan las circulaciones residenciales en las familias recompuestas
(Bonnin, Villanova, 1999). Una investigación, realizada a partir de un cuestionario
del INED «Biografías y Entorno» y de entrevistas, estuvo dedicada a los «espacios
de vida de las familias recompuestas», referida no sólo a la residencia principal sino
a la totalidad de las residencias. La misma revela la importancia de las circulaciones,
tanto de los padres como de los hijos, en el transcurso de tiempos que están
fragmentados. La residencia secundaria tiene aquí un rol ambivalente, lugar de
reunión, de reajuste familiar, un lugar de familia para inventar, pero también a
veces lugar de discordia y de separación (Clément et Bonvalet, 2005).

266
Habitar, residir

Las nuevas tecnologías dentro de la familia

Recientes trabajos se dedicaron a los efectos en el seno de la familia de las nuevas


tecnologías de la información, se trate ya de teléfonos celulares, de
microcomputadoras o de Internet (Lelong, Thomas, 2001).
En lo que se refiere a las parejas, el teléfono, herramienta de comunicación
puede ser un divisor: proyecta a uno de los cónyuges fuera del círculo conyugal,
perturba lo que puede ser un tiempo de reunión familiar ante el televisor por
ejemplo. François de Singly observa que «como apertura al mundo exterior, el
teléfono forma uno de los eslabones débiles del entramado doméstico. Constituye
una escapatoria hacia otros horizontes aumentando al mismo tiempo los riesgos de
invasión de personas percibidas, si no como enemigas, al menos como
competidoras y amenazantes» (2000, p. 61). Incrementa incuestionablemente la
libertad en el interior del espacio conyugal.
En el esfuerzo de aculturación inducido bajo la presión de los hijos (cuyas
demandas llevan a menudo a modificar los modos de alimentación), el hogar
inmigrado en Francia se equipa con las comodidades modernas que serán luego
instaladas en la casa del país natal. De este modo los niños de las familias de
migrantes empujan a sus padres a equiparse, llaman por teléfono a los
interlocutores franceses en lugar de ellos, si estos no dominan bien el idioma. Si
bien los comportamientos telefónicos se parecen por otra parte a los
comportamientos de las familias francesas, se podrá notar la importancia de
locutorios exteriores que ofrecen un lugar de intimidad, y cuyo uso está regido por
la tarjeta de crédito (lo que evita conflictos con los padres en lo relativo a la factura
telefónica) (Calogirou, 1997).
¿No son acaso las redes familiares de Internet idealmente los lugares para
compartir en familia (Carmagnat, Deville, Mardon, 2004)? Los miembros de un
VLWLR FRPR ´QRWUHIDPLOOHµ R ´IDPLORRµ son incluso constantemente invitados a
enriquecerlo. En verdad, este modelo ideal no se hace nunca realidad. Tal vez los
miembros podrán ser activos en el momento en que el sitio se abre, pero a largo
plazo, sólo el creador ² llamado «administrador» ² del sitio sigue siéndolo. Estos
sitios parecen incluso dejar fuera de juego al cónyuge, porque en su gran mayoría,
son los hermanos o hermanas o primos del fundador los que son miembros del
mismo. La inscripción del cónyuge no siempre se hace, o bien éste es percibido
como poco interesado. Una informadora, al hablar de su marido dice: «le mostré
XQSRFRHOVLWLRSDUDTXHYHDGHTXpVHWUDWDSHURpO«pVWDHVPiVIDmilia mía por
PLODGRDVtTXH«» (p. 183).
Si bien el sitio es pensado como colectivo, es de hecho poco familiar, ya
que «es ante todo la expresión de una red de relaciones familiares cuyo centro lo
constituye el administrador» y que han sido elegidos por él. En el corazón del
domicilio conyugal, la red familiar es la herramienta de la individuación, utilizando
el linaje al servicio del yo, un poco como en el ejercicio genealógico.
Algunas investigaciones que se han interesado en la edad en la que el niño
comienza a hablar por teléfono muestran el rol socializador de esta herramienta
que le enseña a dominar la comunicación con los allegados. Para los hijos de
familias divorciadas, el teléfono crea un vínculo específico entre ellos y el padre
que no tiene la guarda: llaman a los hijos desde que éstos son muy pequeños para
que den cuenta de sus actividades, pero los hijos pueden también negarse al

267
Sociología de la Familia

intercambio cuando están ocupados en tareas que ellos consideran más


importantes. En cuanto a los hombres, llamar por teléfono a sus hijos pequeños
los lleva a adoptar una nueva actitud frente a este modo de comunicación que no
remite ya entonces a la funcionalidad, sino a lo afectivo y a una relación
«comprensiva» (Castelain-Meunier, 1997).
El film La Boum (La fiesta) ponía en escena el aumento de las turbaciones
amorosas de los jóvenes adolescentes, y una de las escenas más famosas muestra a
la heroína buscando un espacio íntimo para hablar por teléfono a espaldas de sus
padres;; éstos la descubren del otro lado del largo cable del teléfono que los lleva al
baño en donde ella se encerró con el único aparato telefónico. Luego de este film,
rodado en 1980, en las familias que tenían varios hijos adolescentes, se instaló una
segunda línea telefónica y los aparatos se multiplicaron, de manera tal que las
conversaciones pudieran tener un tono más íntimo.
Trabajos realizados en los años 1990 sobre los adolescentes y el teléfono
mostraban la importancia del teléfono fijo como instrumento de la sociabilidad
adolescente, garantizando permanentemente un vínculo con sus pares, y
autorizando las conversaciones fuera de la escucha de los padres sobre las salidas,
las fiestas, las citas ² o incluso la escolaridad (Fize, 1997). Los lugares para
comunicarse son la habitación de los padres (comunicaciones que se hacen), y el
salón (comunicaciones recibidas). La cuestión de las conversaciones telefónicas es
una fuente de conflictos entre padres e hijos. La explosión de la telefonía celular
con su sistema de comunicación instantánea de SMS volvió rápidamente caduco el
estudio de estas situaciones, dada la individuación radical que autoriza. Los
primeros ensayos de radiomensajería de fines del siglo XX, tatoo, kooby y otros
tam-tam, luego los balbuceos del celular con el bi-bop fueron rápidamente
olvidados. Nuevo rito de pasaje, el teléfono celular se les entrega a los hijos a partir
de los 10 años En 2005, está en el bolsillo de 66% de los niños de 11 a 14 años de
edad96.
Existen todavía muy pocas investigaciones en Francia sobre el teléfono
móvil. Es posible interesarse en los resultados de una investigación realizada en
Noruega, que aventaja a Francia en lo relativo a los índices de equipamiento (que
involucraba en 1998 al 38% de la población). Eran 18% los adolescentes que
poseían uno. «El teléfono móvil proporciona un sentimiento de accesibilidad, de
seguridad y la impresión de ser capaz de actuar en coordinación con el círculo
restringido de sus conocidos. No deja de ser menos cierto que el teléfono móvil no
es sólo símbolo de emancipación, sino también una forma de identificación
respecto de los propios padres» (Ling, 1999). Emanciparse del control parental,
poder ser localizable en todo momento.
En la adolescencia, si no antes, la autonomía del hijo se marca, además del
teléfono celular, al instalarle en su habitación una PC a la que puede darle múltiples
usos, desde el de apoyo escolar hasta el acceso a diversos sitios más o menos
autorizados por los padres. Porque los argumentos financieros que los padres
pueden oponer para la utilización del teléfono celular y de su costo, desaparecen en

 
96 Fuente: Agencia valona de Telecom, una encuesta realizada en 2003 daba cuenta de 50% de
poseedores de 12-13 años y 63% de 12-17 años. La progresión es muy rápida, cf. Régis Bigot, «La
GLIIXVLRQ GHV WHFKQRORJLHV GH O·LQIRUPDWLRQ GDQV OD VRFLpWp IUDQoDLVHª LQIRUPH GHO &5('2&
noviembre de 2003.

268
Habitar, residir

el hogar familiar a partir del momento en que éste se conecta a través del ADSL.
Queda la cuestión del control parental. Se solicitó un sondeo a la SOFRES
(Instituto de estudios de marketing y de opinión internacional) en el año 2000
titulado «Los padres frente a Internet» hecho por un proveedor de servicios de
internet97. Según esta encuesta el 80% de los padres piensan que la práctica de
Internet es «esencial» o «importante» para el futuro de sus hijos, pero el 60% de los
padres sienten preocupación al ver que sus hijos acceden a contenidos
inapropiados;; se trata también de limitar la presión publicitaria.
En los hogares conectados, la utilización de Internet se presenta como una
práctica regular que se transmite en el seno de la familia, pero, singular inversión en
la detentación de las técnicas de lo doméstico, el 7% de los padres tienen el
sentimiento de que sus hijos conocen y dominan mejor Internet que ellos mismos.
Los hijos sustituyen progresivamente a sus padres y sobre todo al padre. Una
investigación realizada entre alumnos de colegios y de liceos de 10 a 21 años de
edad explora las prácticas de control de los padres, que se relajan evidentemente
con el avance de la edad (Martin, 2004). El acceso a la computadora se inscribe en
el modo de control más general que los padres ejercen sobre las salidas, la forma
de vestirse, el orden de la habitación, etc., de sus hijos. «La lógica de la gestión
familiar de la computadora es sólo una de las dimensiones del control parental: la
computadora no parece constituir una excepción en las prácticas educativas de los
padres» (p. 45).
Cuatro grupos de usuarios de PC definen las muchas diferentes relaciones
con la computadora doméstica (2004, p. 47-52). Los «hogareños» autorregulan su
uso de la computadora y se sirven más que nada para los juegos antes que para los
mails o chats. El hijo lo ve como un divertimento de interior. En casa de los
«controlados», los padres vigilan tanto los deberes y las salidas como el uso de la
PC, de manera tal que el hijo sólo puede hacer un uso cultural, educativo o lúdico;;
la computadora se considera más bien como parental y el teléfono celular es una
mejor herramienta de sociabilidad. Para los «independientes», por el contrario, la
computadora garantiza un vínculo con el exterior como no lo hace ninguna otra
herramienta de comunicación y hace explotar las paredes de la casa;; enriquecidos
por una fuerte sociabilidad y gozando de una gran libertad, estos jóvenes
mantienen un contacto continuo con su grupo de amigos;; desde la casa, tienen
permanentemente acceso al mundo. Por último, el grupo «con libertad vigilada»
goza de una fuerte sociabilidad con los pares, pero los padres ejercen o intentan
ejercer un control, contentándose finalmente con resultados escolares
satisfactorios, y prefiriendo ver al joven evadirse desde su habitación antes que
verlo salir para siempre.
Estudiar a la familia frente a su televisor o a su computadora, en su baño,
frente a su horno micro-ondas, en su garaje-taller o su jardín, es restituir al sentido
genérico del término «casa» todo su sentido. Lejos de ser sólo una «máquina de
habitar» como lo pensaba Le Corbusier, la casa sigue siendo el lugar focal de la
observación de los modelos culturales, de los sistemas de objetos, de las

 
97 Sondeo realizado entre padres de hijos de 6 a 16 años, a pedido de AOL-France que lanzaba
entonces una política de « Control parental » que permite a los padres establecer un parámetro al
acceso de contenidos y a las funcionalidades de Internet de AOL de acuerdo con la edad y la madurez
de sus hijos.

269
Sociología de la Familia

innovaciones tecnológicas. Es un sistema articulado en diversas formas de


organización social y de trabajo que la comandan y la superan en parte: espacio
físico, espacio de prácticas y de relaciones microsociales, espacio de representación
y representación del espacio. Pero la casa es también, como lo ha dicho durante
mucho tiempo Gaston Bachelard (1957), un «espacio de centralidad» vivido e
imaginado. Vivienda, departamento, casita en las afueras o castillo, la casa es el
envoltorio protector, es la madre.

Orientación bibliográfica
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PEZEU-MASABUAU Jean, La maison espace social, París, Presses universitaires de
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VILLANOVA Roselyne de, LEITE Carolina, RAPOSO Isabel, Maisons de rêve.
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270
CAPÍTULO 9

Trabajar

271
Si bien la familia no es ya una unidad de producción como lo era en las sociedades
rurales en las que vivir en el hogar era también trabajar, las familias
contemporáneas continúan produciendo, en su gran mayoría, trabajo. Para referirse
al empleo asalariado, el lenguaje estadístico habla de uno o dos activos. Pero se
admite ahora, gracias a los movimientos feministas, que las actividades relativas al
mantenimiento del espacio residencial y de sus miembros son también trabajo. La
familia produce un trabajo de naturaleza doble, interno y externo, doméstico y
asalariado. Gracias a la emancipación femenina en el transcurso de la segunda
mitad del siglo XX, la articulación entre estas dos dimensiones ha cambiado
profundamente. Las mujeres se zambulleron en el mercado del trabajo a la par de
los hombres. Esto no significa que nunca hayan trabajado. En la granja, en el taller,
luego en la fábrica, las mujeres han participado en el proceso de producción.
Durante un corto período histórico, bajo la influencia de las normas burguesas, las
mujeres se retiraron del mercado laboral. Pero a partir de la Segunda Guerra
Mundial, habiendo adquirido un título de nivel equivalente al de los hombres, las
mujeres agregaron a su función materna una función de producción. El trabajo
femenino, comprobado en todas partes de Europa, a pesar de las sensibles
diferencias, conmociona a la institución familiar. Mientras que, a partir de los años
1980, las mujeres ² incluídas las madres con hijos de corta edad ² ingresaban cada
vez en mayor número en el mercado laboral, la participación de los hombres en las
tareas domésticas no prosperó. «La asignación de las mujeres al universo
doméstico constituye el núcleo duro de la dominación masculina contemporánea»
(Bihr, Pfefferkorn, 2000, p. 30). Si bien las normas relativas al reparto de los roles
han cambiado en un sentido mucho más igualitario, las prácticas no prosperaron.
La búsqueda de una igualdad entre hombres y mujeres suscita investigaciones y
guía la puesta en marcha de políticas públicas.
Estos trabajos establecen nuevos campos de investigación en la sociología
de la familia, a través de las entradas feministas (construcción social de los roles
sexuados) o de las entradas políticas (tema de la paridad), ambas íntimamente
asociadas «a tal punto que toda acción relativa a uno de los polos repercute sobre el
otro y en forma recíproca. De manera tal que si se «tiene» a la familia, se tienen el
trabajo y el empleo. El principio de «división familiar del trabajo» que consiste en
tomar en cuenta sistemáticamente juntos los fenómenos relativos al trabajo y a la
familia, constituye una herramienta de lectura de los fenómenos económicos y
sociales de nuestras sociedades y de sus evoluciones» (Barrère-Maurisson, 2003, p.
2).

273
Sociología de la Familia

La división sexual
de las tareas y de los roles
La teoría de Talcott Parsons

Recordemos (cf. capítulo 3) que esta tesis conoció una gran repercusión en la
sociología de la familia de la posguerra (Parsons, 1955). Según Talcott Parsons, los
procesos de industrialización segmentan a la familia, en primer lugar aislándola de
su red de parentesco, luego reduciendo el tamaño del grupo doméstico a una pareja
conyugal, con un pequeño número de hijos. Este grupo ya no es más que una
unidad de residencia y de consumo;; perdió sus funciones de producción, sus
funciones políticas y religiosas;; comparte sus responsabilidades financieras y
educativas con otras instituciones. Aislado de su parentela, está fundado en el
matrimonio que asocia a dos partenaires que se han elegido libremente y orientado
hacia valores de racionalidad y de eficacia. Los roles masculinos y femeninos,
especializados, contribuyen de este modo al mantenimiento del sub-sistema
familiar en el seno del sistema social. Estas propuestas se inscriben entonces
dentro del grupo de las teorías llamadas sistémicas. La sociedad es pensada como
una mecánica en el seno de la cual se recortan y se articulan sub-sistemas: la familia
es vista así como un engranaje de un gran reloj social.
La familia conyugal se especializa en el rol de proveedor de afecto a fin de
producir individuos que serán formados para servir al funcionamiento de la
sociedad industrial;; es la mujer la que se encuentra más especialmente encargada de
este rol denominado «expresivo», mientras que el hombre ejerce el rol
«instrumental», garantizando el vínculo con la sociedad y el de proveer bienes
materiales. Esta imagen de una mujer en el hogar era desmentida por los hechos
recientes ya que, durante la guerra, muchas mujeres habían sido empleadas en las
fábricas, luego al terminar la guerra, el empleo femenino comenzaba a crecer en
potencia. Las propuestas parsonianas fueron rápidamente relegadas al ruinoso
estante de las teorías nulas y sin valor.

Las tesis feministas: el trabajo doméstico como trabajo productivo

La emergencia del trabajo doméstico como campo de estudio científico, surge, por
su parte, de la crítica marxista de los años 1970, en nombre de la cual los teóricos
denuncian la opresión de la que son víctimas las mujeres en el marco de una
explotación patriarcal. El modo de producción capitalista habría producido una
división sexual del trabajo y las feministas retomarán el argumento de Engels sobre
el matrimonio como esfera de dominación en el seno de la esfera privada,
homóloga a la explotación que produce el capitalismo en la esfera del trabajo. Esta
dominación de lo masculino sobre lo femenino se realiza en la invisibilidad de las
tareas domésticas a las cuales se les ha negado hasta el momento el ser reconocidas
dentro del estatus de «trabajo». Para las feministas, se trata de un trabajo, y de un
trabajo explotador, ya que la mujer es productora no remunerada y el cónyuge
disfruta de esto en forma gratuita.

274
Trabajar

Al presentar en forma revolucionaria el trabajo doméstico en términos de


producción, los movimientos feministas obligaban a repensar a la vez las funciones
atribuídas a la familia y el funcionamiento general de la economía. (Chabaud-
Rychter, Fougeyrollas-Schwebel, Sonthonnax, 1985). Sus tesis han contribuido de
manera decisiva para sacar a la sociología de la familia del ámbito de la psicología.
La institución familiar plantea una cuestión pública: lo privado es también político.
Christine Delphy fue la primera en subrayar la cuestión del carácter
público de la familia al afirmar que el trabajo doméstico produce un valor. Los
economistas clásicos rechazaban esta posición, estimando que se trataba de
producciones inmediatas con valor de uso y no mercaderías que entraban en la red
de los intercambios mercantiles. Las feministas replicaban que la mayoría de los
servicios brindados en el seno del espacio doméstico podían ser adquiridos en el
mercado. La naturaleza del trabajo doméstico pertenece por lo tanto al dominio
público, aunque la contabilidad pública no lo tome en cuenta (1978, p. 74-96). Esta
crítica radical se apoyaba en ejemplos norteamericanos demostrando que al
contraer matrimonio, el hombre economizaba 218 horas anuales de tareas
domésticas, por lo tanto, si se multiplica por 44 la cantidad de años promedio de la
vida matrimonial, se llega a 9.592 horas, o 5 años que él podía dedicar a su carrera,
a su vida de ocio, etc. Si en lugar de obtener este servicio gratuitamente, el hombre
hubiera debido pagarlo, su familia tendría un tren de vida inferior, y él una carrera
ciertamente menos fácil. El esposo se apropiaba así del trabajo «invisible» de modo
que, si se describen las relaciones conyugales en términos económicos, él se
beneficia con todas las ventajas, mientras que la mujer soporta todos los costos.
Una encuesta del INSEE de 1979 calculaba el trabajo doméstico (limpieza
y cuidado de los hijos) en 48 mil millones de horas, contra 41 mil millones para el
trabajo profesional. En el año 2000, las actividades domésticas representan una
suma de trabajo que supera en importancia aquella que es medida anualmente por
el PBI (Bihr, Pfefferkorn, 2000, p. 24). Al hacer entrar en las cuentas públicas el
trabajo doméstico, se tendría una mejor apreciación de las faenas cotidianas del
hogar, decían las feministas;; pero ésta era una innovación social importante a la
que el Estado, los productores, los sindicatos se oponían: este rechazo de la
contabilización subrayaba por lo tanto «la invisibilidad» del trabajo femenino
doméstico.
«La eliminación de la producción doméstica de las familias en los
indicadores de la producción-consumo es causa de la desvalorización del estatus de
las mujeres dentro de la economía y dentro de la sociedad. Como las mujeres no
son «productoras» en una sociedad que cifró su orgullo en los indicadores de
crecimiento de la producción y del consumo mercantil, ellas sólo pueden ser un
sexo socialmente inferior y desvalorizado. La ocultación de las tareas productivas
de las mujeres provoca así su desvalorización social en la familia, en la economía,
en la sociedad y en la estima que ellas tienen de sí mismas», escribía Andrée Michel,
una pionera entre las sociólogas feministas (1978, p. 71).
Bajo la influencia de estas primeras corrientes teóricas, se desarrolla dentro
de la sociología francesa, no sin dificultad por otra parte, una corriente de
investigación que encara en forma conjunta trabajo asalariado y trabajo doméstico,
articulando los temas de la producción/reproducción. Las dos esferas son a partir
de ese momento pensadas indisolublemente, y los investigadores sustituyen el
concepto de «división sexuada de las tareas y de los roles» por el de «relaciones

275
Sociología de la Familia

sociales de sexo», que traduce más o menos felizmente el concepto anglosajón de


gender.

Las tesis antropológicas de la dominación femenina

En los mismos años 1970, las antropólogas feministas se interesaron también por
las cuestiones de género y demostraron que la dominación de las mujeres por los
hombres es una constante social: la explicación marxista a través de los
mecanismos del mercado capitalista es por lo tanto insuficiente, ya que, en las
sociedades de economía no mercantil, las mujeres se encuentran igualmente
dominadas (Godelier, 2003). No hay vínculo orgánico entre la aparición de las
clases y la dominación masculina.
Esta dominación, Françoise Héritier la explica refiriéndose a las
representaciones culturales relativas a ambos sexos y en particular su rol en el
hecho de la generación: en todas las sociedades del mundo, la potencia fecunda de
las mujeres es, desde los orígenes de la especie, considerada como el bien más
preciado del grupo. Las mujeres poseen el enorme poder de gestar hijos que el
grupo necesita para garantizar su supervivencia;; los hombres deben por lo tanto
tomar el control, y para hacerlo, en todas las sociedades, construyeron mitos y
sistemas de representación que jerarquizan los sexos, lo que Françoise Héritier
(1996) denomina la «valencia diferencial de los sexos». A los tres pilares planteados
por Claude Lévi-Strauss como base de las sociedades, prohibición del incesto,
reparto sexual de las tareas y forma reconocida de unión que permite la
legitimación de los hijos, Françoise Héritier agrega una cuarta que le parece el
cemento necesario para ligar la mezcla: la diferenciación de los roles en la
reproducción, evidencia tan irrefutable que hasta el momento se les había escapado
a los investigadores. El intercambio de mujeres entre grupos de hombres es un
medio para los hombres de apropiarse de su poder de fecundidad, apropiación
tanto más indispensable en la medida en que el hombre necesita a las mujeres para
producir varones. Los hombres no pueden crear a sus hijos, mientras que las
mujeres producen a sus hijas. «Esta injusticia y este misterio se hallan en el origen
de todo el resto, que tuvo lugar de manera parecida en los grupos humanos desde
el origen de la humanidad y que nosotras OODPDPRV ´GRPLQDFLyQ PDVFXOLQDµ»
(Héritier, 2002, p. 23). Françoise Héritier muestra la valoración implícita que
acompaña a las categorías binarias alto/bajo, calor/frío, derecha/izquierda,
claro/oscuro, etc., y que incluye dentro de la serie a masculino/femenino.
Para poner en marcha esta dominación, las sociedades van a decretar que
las tareas realizadas por las mujeres son siempre menos importantes que las de los
hombres. Las mujeres son reducidas al único rol de reproductoras y criadoras de
hijos, mientras que los hombres se han apropiado de las tareas nobles y de la
fabricación de armas y de herramientas (Tabet, 1998). Aunque las actividades de
recolección a las que las mujeres se dedican ²mientras los hombres cazan,
parlotean o realizan rituales² constituyen la más importante fuente de alimentación
para el grupo, estas tareas son consideradas como secundarias. «La valencia
diferencial de los sexos es el telón de fondo, la matriz que ordena y rige las
constantes de lo masculino y lo femenino» (Héritier, 2002, p. 78). La sociedad
francesa no se privó de llevar a cabo su singular ejecución en esta gran ópera

276
Trabajar

universal. Pero las cosas han comenzado a cambiar dentro de las ciencias, luego en
el terreno de la observación a partir de los años 1970 y, muy lentamente, en las
prácticas.

Trabajo y género

Para esclarecer estas cuestiones fue necesario dedicarse en principio al análisis


crítico de las categorías utilizadas dentro de la sociología. Los investigadores ²que
eran mayoritariamente investigadoras² pudieron relevar que hasta en los años
1980, las mujeres eran presentadas como un grupo marginado, menos bien
posicionado dentro del mercado laboral, debido a sus cargas familiares;; además,
dentro de la sociología del trabajo, las encuestadas correlacionaban siempre su
estado matrimonial y familiar con su empleo, mientras que era justo a la inversa en
el caso de los hombres, quienes nunca mencionaban su estatus matrimonial. La
introducción de la obra colectiva titulada Le Sexe du travail, (El sexo del trabajo)
publicada en 1984, señalaba que « sólo las mujeres se hallan inscritas dentro de una
familia, sólo los hombres están en su lugar en el mundo del trabajo: mujeres
inactivas y hombres sin familia», comprobación que explicitaba lo que eran todavía
las resistencias al empleo femenino en la segunda mitad del siglo XX. La obra
instauraba una ruptura al rechazar la categoría de masculino-neutro, o más bien
plural, ya que englobaba a hombres y mujeres.
Aunque en la actualidad tengan más de 20 años, la pertinencia de muchos
de estos análisis es sorprendente y sus cuestionamientos son desde entonces
retomados en las investigaciones relativas al trabajo. Un balance de la emergencia
de la categoría de «género» dentro de las ciencias sociales que se interesan por el
trabajo ha quedado plasmado en Le Travail du genre (El Trabajo del género) (2003) que
prolonga los interrogantes planteados en la primera obra. Si se admite entonces
que el trabajo tiene un sexo, la construcción de la categoría de género permite
reformular las aproximaciones económicas examinadas únicamente a través del
prisma de las clases sociales y romper con una visión uni-normada;; la misma
introduce dimensiones simbólicas dentro de las complejidades e invita igualmente a
repensar la construcción de las identidades.

El trabajo dentro del espacio doméstico


Dentro del espacio doméstico se concentran una multitud de tareas materiales,
físicas y mentales. Si bien es siempre el «epicentro de la dominación masculina»
(Bihr, Pfeff erkorn, 2000, p. 19), la retirada de los hombres puede explicarse por la
resistencia de las mujeres cuando quieren asumir ciertas tareas, en especial en el
ámbito del cuidado de los hijos.

277
Sociología de la Familia

La felicidad de lo doméstico

La expansión del trabajo de las mujeres, conjugado con el nuevo control de la


contracepción, tiene efectos considerables, sobre la fecundidad, la divorcialidad, la
distanciación respecto del matrimonio pero en lo relativo a la reorganización de los
roles en el seno de la unidad conyugal, son las formas clásicas de interacción las
que parecen prevalecer: las mujeres avanzaron sobre el terreno masculino, pero los
hombres se cuidaron muy bien de intervenir demasiado en el ámbito antes llamado
tradicionalmente femenino. Esto plantea interesantes cuestiones a la sociología de
la familia cuyo deber es articular las cuestiones de lo doméstico, del nivel de
educación y de responsabilidad profesional.
¿Cómo explicar que el reparto sexual de los roles siga subsistiendo?
Ciertamente el lugar de los hombres en la gestión de lo doméstico está lejos de ser
nulo, y se incrementa con el tipo de empleo y el nivel de educación de la mujer. No
deja de ser cierto que esta participación es siempre escasa, ya que ciertas tareas
siguen siendo «tabú», en particular aquellas relativas al cuidado de la ropa. Si las
mujeres, incluso aquellas que creen plenamente en la igualdad, se encuentran
recargadas con esta tarea, se debe a que esos gestos provienen «de un largo pasado
incorporado». Recoger las medias del marido lleva implícita «una infinidad de
categorías de clasificación, en particular de orden sexual» (Kaufmann, 1992, p.
193). Ocurre lo mismo con la cocina, una tarea pluricotidiana que no se puede
postergar o desplazar como puede hacerse eventualmente con el lavado, el
planchado o el mantenimiento. La misma sigue siendo un atributo
fundamentalmente femenino, porque la imagen de la esposa y de la madre nutricia
sigue siendo integrada por las mujeres (aún cuando hoy en día la publicidad
difunde una imagen de mujer muy diferente). Las mujeres que trabajan son llevadas
a reorganizar su programación doméstica en función de las comidas previstas, pero
de ninguna manera a reducir el tiempo que pasan en la cocina, ni incluso a obtener
de esto un mínimo placer. Si bien los hombres participan de ciertas tareas, por
ejemplo ir al mercado los sábados, la gestión cotidiana de la cadena de tareas
(prever el menú, comprar las provisiones, preparar la comida, servirla, levantar la
mesa, limpiar y acomodar) depende de la entera responsabilidad de las mujeres.
Como sucedía antiguamente, la cocina sigue siendo un aprendizaje que una hace
sola, a través del método de prueba y error: la transmisión culinaria
intergeneracional compite con los nuevos preceptos de dietética e higiene
alimentaria que las mujeres deben incorporar, a la par de los nuevos productos
accesibles en el mercado. Las mujeres no sólo se encuentran solas a la hora de
asumir la cocina en lo cotidiano (ya que el hombre se acerca al horno nada más que
en ocasiones festivas), sino que además reivindican esta tarea, incorporando las
presuntas expectativas de su rol (Sluys, Chaudron, Zaidman, 1997;; Kaufmann,
2005).
Lejos de la tesis de la dominación, el estudio de las tareas familiares se
sitúa dentro de una esfera muy diferente, la del don gratuito y la gratificación
afectiva. Es mediante la observación de los efectos de la externalización de ciertas
tareas (contratar a alguien para cuidar a los hijos, o a enfermeros en el caso de
tener padres mayores o ir a un restaurante en vez de cocinar en casa), como
pueden descubrirse los fundamentos del quehacer familiar en lo cotidiano del
trabajo.

278
Trabajar

«En los tiempos normales, todo transcurre como si a familia estuviera


principalmente interesada en la reproducción de los automatismos adquiridos,
insensible por lo tanto a las ofertas de servicios que presuponen el cuestionamiento
GHOVLVWHPDDGRSWDGR>«@/DDFWLYLGDGIDPLOLDUTXHOXHJRGHODWUDQVPLVLyQSXHGH
convertirse en un trabajo asalariado, no debe ser considerada como un trabajo en la
medida en que la misma se efectúa dentro del marco doméstico.» (Kaufmann, 1996,
p. 15)

De este modo se pone en funcionamiento la ficción del placer realizado


mediante la ejecución de automatismos interiorizados, «el don de sí sin cálculo que
funda el hecho familiar en el ejercicio cotidiano» (Kaufmann, 1996, p. 15).
Basándose en los trabajos antropológicos relativos a la técnica cultural e
inspirado por el concepto de «cadenas operatorias inconscientes» desarrolladas por
el prehistoriador André Leroi-Gourhan (1965), Jean-Claude Kaufmann (1997) se
interrogó acerca de la construcción de las rutinas hogareñas estudiando la
interacción no con los otros que componen el propio hogar, sino con las cosas.
Para el autor, las conclusiones de este trabajo apuntan más a una teoría de la acción
que a una Sociología de la familia, pero también podrán utilizarse para explicar la
colusión fundamental entre la mujer y la actividad hogareña, a pesar de todas las
transformaciones sociales, económicas y culturales que tuvieron lugar desde los
años 1970. La incapacidad de los actores (actrices) para explicar por qué toman a
su cargo las tareas hogareñas revela evidencias «incorporadas» en el sentido en que
el cuerpo es el centro principal de las mismas. Los hábitos hogareños se hallan
inscriptos en los esquemas mentales. La sociología de Jean-Claude Kaufmann, a
contrapelo de todas las posiciones ideológicas, arroja luz por lo tanto sobre las
prácticas domésticas en el seno de la familia de una nueva manera volviendo
inteligibles situaciones sociales e individuales raramente ²o no lo suficientemente²
estudiadas, lo que permite, a largo plazo, reorientar la teoría en función de estas
observaciones. Él hace notar que «en el interior de la movilización familiar, el
centro de resistencia a delegar se sitúa en la idea que se hace la mujer de su rol
hogareño» (p. 84) y aunque las mujeres tengan una actividad profesional, «sólo se
hallan en el comienzo del camino que debería conducirlas a la igualdad. Siguen
permaneciendo estrechamente apegadas a la familia y a la casa, piezas
fundamentales de su cimiento identitario» (p. 85). Es decir que la dominación
masculina también se halla incorporada: la principal resistencia que encuentran los
hombres para instalarse en el universo hogareño es la de las mujeres.
A propósito del planchado, Jean-Claude Kaufmann (1996) releva que
existen dos grupos de mujeres, aquellas para las que significa un «fastidio», un acto
penoso, y aquellas para las que esta actividad es una fuente de placer. Las primeras
son, a menudo, las más jóvenes, las que están comenzando en la pareja;; ellas
consideran el planchado como una manía anticuada, mientras que las segundas
están más avanzadas en edad y en la pareja e incorporarán con el correr del tiempo
hábitos familiares. Las mujeres planchadoras realizan esta tarea mirando televisión;;
a menudo se trata de un momento solitario, en el que sin soportar la música de los
otros (la de los hijos adolescentes), pueden escuchar la que ellas eligen. Planchar
procura los placeres sensuales del tacto y del olfato. No sólo la ropa planchada es
fuente de «placer carnal», sino que también el acomodarla en pilas procura un
sentimiento de autosatisfacción. Actividad para sí misma con el pretexto de hacerlo

279
Sociología de la Familia

para los otros: planchar crea un vínculo familiar y las mujeres planchan para sus
maridos, para sus hijos. Por este motivo la externalización del planchado es una
práctica reducida ya que las mujeres tienen el sentimiento de alcanzar la realización
mediante este acto: «Si yo entregara la ropa de mi familia para planchar, sentiría
que una parte íntima de la familia queda en manos de otra persona» (p. 47) dice
una entrevistada.
Las funciones que exigían un importante trabajo doméstico son cada vez
más externalizadas (comedores escolares, restaurantes de empresas, lugares de
comidas rápidas). Vastos sectores mercantiles de la actividad privada se desarrollan
en consecuencia: gamas de productos que dicen economizar el tiempo doméstico,
como las papas y las verduras ya peladas, las sopas en sachet, productos
congelados, etc. Ya nadie cose ni teje. Por eso son más valorados los pequeños
platos cocinados a fuego lento o la colcha tejida por la futura abuela.

7LHPSRGHWUDEDMRWLHPSRGRPpVWLFR«

Comprobando que las mujeres entraban masivamente en el mercado laboral, una


especie de vulgata circulaba en los años 1970 que establecía que el reparto de roles
se volvía más igualitario. Una primera investigación realizada en 1990 vino a
demostrar que no era así en absoluto (cuadro 10).
Diez años más tarde las cosas no han cambiado. Un estudio realizado
acerca de los valores de los franceses (Tchernia, 2001) que da cuenta, no de sus
prácticas, sino de sus ideas se concentró, a través de ocho preguntas diferentes, en
la relación mujer, hijos, trabajo. Ciertamente, en su conjunto, los franceses tienen
tendencia a aprobar que una mujer ejerza una actividad profesional;; esto se halla
ampliamente admitido en la medida en que le confiere a ella su independencia
material;; por otra parte, se considera que los padres son tan capaces como las
madres de ocuparse de los hijos. Entre los jóvenes, cuya mirada interesa porque
son portadores de los comportamientos del mañana, las opiniones a favor de la
actividad femenina son aún más claras y las mismas aumentan con el nivel del
título.
Lamentablemente las opiniones no se reflejan en los comportamientos. A
pesar de la muy elevada tasa de actividad profesional femenina, las desigualdades
domésticas siguen siendo muy fuertes (Dumontier, Pan Ké Son, 2000). Los
hombres dedican tres horas por día a tareas domésticas, las mujeres seis horas, y
esta proporción que podría pensarse más equilibrada entre los jóvenes, si estos
hicieran lo que dicen, varía muy poco según las generaciones. En cuanto a la
generización de las tareas domésticas, no ha cambiado, para los hombres el
bricolaje y el jardín, para las mujeres el cuidado de la ropa y de los baños, las
compras. Una investigación del INSEE realizada en 1999 muestra que los jóvenes
pasan menos tiempo en tareas domésticas que los de más edad, pero sólo se trata
en este caso de una fase del ciclo de vida: a esa edad, los jóvenes, solteros o en
pareja, entregan el cuidado de la ropa a su familia de origen;; una vez instalados en
la vida de pareja y con el nacimiento de los hijos, el nivel de obligación de las tareas
aumentará. A partir de los 25 años, las jóvenes pasan más tiempo que los varones
en las tareas domésticas, resultados que ilustran estadísticamente la demostración
de Jean-Claude Kaufmann en la Trame conjugale (La trama conyugal) (1992).

280
activos. Polo masculino, polo femenino, tareas negociables*

Campo: activos dobles a tiempo completo. Un trabajo de tiempo completo es un trabajo de por lo menos 39 horas por semana, incluídas las horas que
se le dedican en la casa.
*El orden entre las tareas no se modificaría si se extendiera el campo al conjunto de parejas en las que el hombre está activo en tiempo completo, y
pudiendo la mujer también estar inactiva. Las polaridades se verían entonces más acentuadas.
Fuente: Zarca, 1990, p. 30.
Cuadro 10. Reparto de las tareas en el seno de los hogares en los que ambos miembros son
Trabajar

281
Sociología de la Familia

En definitiva, si bien los jóvenes de ambos sexos rechazan la idea de la


mujer en el hogar, las jóvenes consideran que la actividad económica es para ellas
un modo de acceder a la independencia, mientras que para los varones jóvenes, su
salario dependería mucho más de una participación en los ingresos hogareños. Las
actitudes subyacentes muestran que los varones jóvenes tienen actitudes más
conservadoras sobre la cuestión del reparto de los roles en el hogar. Y Jean-
François Tchernia concluye: «aunque varios adhieren al modelo de la mujer
independiente, y se sienten solidarios con las mujeres jóvenes, algunos de ellos
parecen reticentes a abandonar las ventajas actuales dentro del reparto de las tareas
domésticas» (2001, p. 127).

La confrontación del tiempo parental y del tiempo profesional

Partiendo del hecho comprobado de que las encuestas relativas al tiempo dedicado
a los hijos quedaban diluidas dentro de las encuestas referidas al tiempo doméstico
o al tiempo libre, un grupo de investigadores intentó delimitar la especificidad de
las tareas que hacen a la crianza y a la educación de los hijos. En efecto, lavar o
planchar la ropa siempre se puede dejar para mañana, pero no se puede hacer lo
mismo con la comida de los hijos que parten para la escuela. Esta encuesta es
innovadora en tanto lleva a denunciar el escándalo que significa el tratamiento
idéntico desde un punto de vista estadístico de la ropa y de los platos sucios con el
baño de los niños pequeños, la supervisión de los deberes o el escuchar a los
adolescentes.
¿Cómo se ordena el tiempo si se lo circunscribe a tres polos, el trabajo
remunerado, el trabajo no remunerado y el no trabajo? Puede verse aquí,
desvinculadas de su impronta marxista, la influencia de las categorías puestas al día
por las feministas en los años 1970 que hacían de lo doméstico un trabajo igual al
trabajo profesional pero no remunerado.
Ciertamente se sabía que la extensión de los tiempos masculinos y
femeninos dedicada a lo doméstico no presentaba modificación alguna a partir de
las primeras investigaciones realizadas a fines de los años 1980, 3 horas 30 para las
mujeres y 1 hora 15 para los hombres. Se había señalado que la llegada de un hijo
acentuaba fuertemente el reparto sexuado de los roles. Un hombre en pareja sin
hijos dedica 2 horas 09 a las actividades domésticas;; cuando está en pareja con dos
hijos, no dedica más que 1 hora 30, y su compañera 6 horas 40 (Dumontier, Pan
Ké Son, 2000). Pero cuando nos interesamos, ya no por los tiempos de los
individuos, sino por los tiempos de las familias, las desigualdades son más
evidentes aún. La encuesta distingue cinco tiempos en la vida de las parejas, ²
incluído el tiempo parental que es muy precisamente desglosado (Barrère-
Maurisson, 2001, p. 24-25).
El tiempo parental representa globalmente un trabajo de medio tiempo para
un individuo;; es de 19 horas 37 mn, es decir un medio tiempo en relación con la
norma profesional. En el interior de las parejas, las diferencias son muy
importantes entre los padres y las madres, quienes están dos veces más presentes
junto a sus hijos que los padres. Por otra parte, los padres se implican más en las
actividades de sociabilidad que en cualquier otra tarea parental. La sobrecarga de
tiempo es parental para las madres y profesional para los padres. El conjunto que

282
Trabajar

forman el tiempo profesional y el tiempo parental representa una carga más pesada
para las madres que para los padres. Para aquellos que están activos y tienen un
hijo a cargo, la suma de los dos tiempos, el profesional y el parental es equivalente,
en forma semanal, a 62 horas para las madres y 54 horas 30 para los padres;; en el
caso de una familia monoparental, se cuentan 59 horas para el jefe/la jefa de
familia.

Los cinco tiempos de la vida de las parejas

El tiempo psicológico El tiempo doméstico


² dormir ² preparar las comidas, poner y
² asearse levantar la mesa, lavar los platos
² comer ² hacer las compras
² lavar, planchar y guardar la ropa
² limpiar y acomodar la casa
² hacer jardinería
² hacer bricolaje, reparar, mantener la
casa

El tiempo de trabajo profesional El tiempo personal


² tener o buscar un empleo ² no hacer nada en particular
² realizar un perfeccionamiento o ² mirar televisión
estudiar ² entretenerse en casa (leer, escuchar
² desplazarse entre el domicilio y el música, recibir amigos, etc.)
lugar de trabajo o estudios o ² ejercer actividades de servicio
perfeccionamiento voluntario o asociativas

El tiempo parental
² el tiempo parental doméstico: comprende todas las actividades que
consisten en ocuparse de los hijos, tales como vestirlos, asearlos, darles de
comer;;
² el tiempo parental «taxi»: llevarlos a la escuela o acompañarlos a
actividades extraescolares,
² el tiempo parental escolar: ayudarlos a hacer los deberes;;
² el tiempo de sociabilidad parental: jugar con ellos en la casa o afuera,
dedicar tiempo a los adolescentes (conversar, mirar juntos un programa de
televisión, etc.)

Fuente : Barrère-Maurisson, 2004, p. 23.

Cuando se incluye en este cálculo la totalidad de los tiempos profesional,


psicológico, personal, doméstico y parental, las mujeres aparecen como perdedoras
en todos los cuadros (Barrère-Maurisson, 2004). En el caso de los hombres activos
en tiempo completo, el tiempo profesional es muy importante, pero se ve
ampliamente compensado por un tiempo doméstico muy reducido, lo que le
otorga un tiempo psicológico y personal consecuente. Las mujeres que ejercen una

283
Sociología de la Familia

actividad de tiempo completo acumulan tiempos profesionales y parentales en


detrimento de su tiempo personal;; por fin, aquellas que trabajan a tiempo parcial, si
bien dedican por definición menos tiempo a su empleo, deben asumir solas tiempo
parental y doméstico. Siguiendo una lógica de clasificación de los tiempos que
compara, para los hombres y para las mujeres, por jornada de 24 horas, los tiempos
consagrados al trabajo remunerado, al trabajo no remunerado y al no trabajo
(tiempo psicológico del descanso, ocio), las mujeres aparecen como trabajando
siempre más que los hombres: las primeras, 11 horas por día, ( de las cuales 4 horas
20 corresponden al tiempo profesional, 4 horas 30 al tiempo doméstico y 2 horas
10 al tiempo parental): les quedan 13 horas para lo extra-laboral. Los hombres, por
su parte, efectúan menos de 10 horas (de las cuales 6 horas 30 son para el trabajo
profesional, 2 horas 10 para el tiempo doméstico y 1 hora para el tiempo parental)
y les quedan 14 horas para lo extra-laboral. «Los nuevos padres han desaparecido»,
titulaba el diario Le Monde del 27 de mayo de 2000. ¿Existieron alguna vez? La
investigación concluye con mucha justeza que para pensar en la paridad
profesional entre hombres y mujeres hay que pensar al mismo tiempo en la paridad
parental y doméstica (Barrère-Maurisson, 2003).
A principios del siglo XXI, se multiplican de este modo las investigaciones
en sociología del trabajo que atraviesan la cuestión familiar, la cuestión de los hijos
y el trabajo de las mujeres y toman en cuenta el alcance de los avances y de las
trabas que hacen al lugar de las mujeres en el trabajo98, lo que vuelve cada vez a
demostrar el «cúmulo femenino de las desventajas adquiridas», de acuerdo con la
expresión de Michel Verret (1997).
Lugares de trabajo y vida de familia han estado asociados durante mucho
tiempo en un mismo espacio que la industrialización ha disociado. Actualmente, la
separación física no implica necesariamente una disociación de las esferas
profesional y privada. Una extensa encuesta (Familias y empleadores 2004-2005,
realizada por el INED) señala que el desarrollo del equipamiento informático, la
difusión de la computadora portátil y de Internet, hacen a veces entrar al trabajo en
el domicilio. Las fronteras entre vida profesional y familiar se vuelven más difusas,
y la presencia mental del trabajo en la casa no siempre es bien vivida, tanto moral
como físicamente (Pailhé y Solaz, 2009, p. 467-468).

Hombres y mujeres en el trabajo99


El incremento del trabajo femenino

En lo que hace al empleo femenino, el inventario no ha cambiado en absoluto en


veinte años. Tal vez ciertas diferencias en los sectores laborales, en los salarios, en
los empleos de tiempo parcial o completo, en las tasas de desempleo, en la
organización del trabajo. Frente a la desindustrialización de los países occidentales,
 
98 Trabajos realizados por el grupo MAGE, Mercado de trabajo y género, que luego se abrió a una
dimensión internacional, bajo la dirección de Jacqueline Laufer, Catherine Marry y Margaret Maruani
(cf. Bibliografía).
99 Sobre este tema, ver el capítulo 3, p. 105-152, de Christine Guionnet, Erik Neveu (2004), y también

Margaret Maruani (2000), y los notables anexos estadísticos en Maruani, 2005.

284
Trabajar

los políticos se jactan del desarrollo de los «empleos a proximidad», que serán una
externalización mercantil de los trabajos de la esfera doméstica. (Se les adjudicará
así un estatus a las asistentes maternas). La tercerización de las economías se ha
visto acompañada por la expansión de empleos precarios y poco remunerados que
conciernen prioritariamente a las mujeres.
El «incremento» de la actividad femenina a la que hoy en día se hace
referencia corresponde de hecho a una mutación dentro del campo laboral. Los
Treinta Gloriosos, se sabe, crearon numerosos empleos en el sector terciario, y las
mujeres cuyo nivel de educación no ha cesado de crecer se precipitaron dentro de
este mercado en expansión. Se observa que la desaceleración económica no frena
el desarrollo del empleo femenino que alcanza a todas las mujeres, es decir incluso
a las mujeres jóvenes que son madres de hijos de corta edad. En 2005, la parte
correspondiente a las mujeres dentro de la población activa es de 46,2%.
Ciertamente son ellas las primeras afectadas por el desempleo, el trabajo de tiempo
parcial (5% de los hombres trabajan a tiempo parcial, 30% de las mujeres) o
incluso las actividades precarias, indicios de la persistencia de considerables
desigualdades en lo que respecta al mercado laboral. Sin embargo las generaciones
más jóvenes no se desalientan y el desarrollo de la precariedad se ve acompañado
de un crecimiento en la demanda de actividad (cuadro 11).
Como ha sido señalado, la estadística se ha visto obligada a modificar las
categorías socioprofesionales con ayuda de las cuales podía comprender la
sociología familiar, incorporando a la misma la actividad profesional de la mujer.
Las familias se encuentran así clasificadas según el vínculo colectivo que mantienen
con la actividad profesional. En lo que se refiere a las mujeres, en este caso aún, el
reconocimiento de las evidencias ha forzado a los encuestadores a introducir una
variable sexuada en sus análisis. Por ejemplo, una encuesta sobre el lugar de las
mujeres en la investigación privada requirió trabajos específicos de varios
organismos de investigación, que se vieron obligados a extraer sus cifras según el
sexo (Dirección de Evaluación y de Prospectiva del Ministerio de la Juventud, de
Educación Nacional y de Investigación, Consejo Nacional de Ingenieros y
Científicos de Francia)100.
Si las mujeres trabajan, ¿quién es el «jefe» del hogar? ¿Hay uno? Los
prejuicios normativos subsisten entre ciertos estadísticos: Annie Bouquet (2003, p.
289) relata en forma humorística la manera en la que estos, pretendiendo
deconstruir esta categoría ²«los hogares ya no tendrán ningún jefe»², han
establecido criterios que designan sin embargo automáticamente al hombre en esta
posición.

 
100Livre Blanc 2004, Les mujeres en la investigación privada en Francia, Ministerio Delegado de Investigaciones y
Nuevas Tecnologías, Misión para la paridad en la investigación y la enseñanza superior, marzo de 2004,
p. 5. www.recherche.gouv.fr/parite.
Nota de la Traductora: Un Libro Blanco es una recopilación de información para un público
específico, encargada en general por un ministerio, a fin de que pueda tomar una decisión sobre un
tema en particular

285
Sociología de la Familia

Cuadro 11. Tasas de actividad de las mujeres de 25 a 49 años según la cantidad de hijos
menores 16 años entre 1962 y 2002 (en porcentaje)

Sin Con Con Con Con cónyuge En


cónyuge cónyuge cónyuge cónyuge 3 hijos y más conjunto
sin hijo 1 hijo 2 hijos
1962 67,5 55,7 42,5 26,1 15,9 41,5
1968 71,8 57,3 46,8 30,3 17,8 44,4
1975 78,2 63,5 59,4 42,8 23,2 53,9
1982 83,0 71,9 70,1 59,4 31,6 65,2
1990 87,6 82,6 79,7 74,5 44,5 76,1
1999 86,4 83,2 84,0 77,3 55,4 81,6
1999* 87,9 86,9 84,4 74,4 51,6 80,4
2002* 87,1 87,6 86,3 76,5 52,8 81,3

Extraído de : Maruani, 2005, p. 446.


Fuente: Censos de la población de 1962 a 1999, y encuestas Empleo 1999 y 2002, INSEE.

El incremento del trabajo femenino es continuo, ya que en 2003, la tasa de


empleo de las mujeres de 25 a 49 años que son las más activas dentro del ámbito
de la maternidad, de la crianza de los hijos, de la supervisión y del entorno de los
adolescentes, es de 80,7%. A lo largo de un período de treinta años, el empleo
femenino ha aumentado constantemente en todas las edades (salvo 15-24 años
debido al alargamiento de los estudios) ² y esto a pesar de medidas incitativas para
que las mujeres vuelvan a la casa WDOHV FRPR O·$OORFDWLRQ SDUHQWDOH G·pGXFDWLRQ
(APE) (Subsidio parental de educación) (Strobel, 2004, p. 61) ² mientras que el
empleo masculino, por su parte, ha disminuído. Al mismo tiempo, el número de
mujeres que trabajan a tiempo parcial es muy superior al de los hombres, y la tasa
de desempleo femenino es superior al de los hombres, sobre todo cuando las
mujeres no están en pareja y están criando a un hijo. La tasa de actividad de las
mujeres varía por lo tanto de acuerdo con el nivel del título y es más elevada
cuanto más elevado es el título;; un segundo factor está referido a la cantidad de
hijos, teniendo lugar la «desvinculación» en el momento del tercer hijo. Todo esto
es absolutamente relativo: en efecto, la tasa de actividad de las mujeres con
cónyuge y con tres hijos es aún de 52,8% en 2002 (cuadro 11).
Incluso si está en vías de convertirse en una norma regular de la sociedad,
porque hoy en día hay más parejas en las que ambos esposos tienen una actividad
profesional que parejas en las que sólo uno de ellos tiene empleo, no es menos
cierto que el salario femenino posee esta especificidad de ser, en último término,
opcional. Nunca habrá de pensarse que un hombre tiene la elección de dejar de
trabajar.
El empleo femenino en Europa ha seguido las mismas evoluciones con las
especificidades propias de cada país. Puestas en marcha más tardías, diferencias en
la tasa de empleo a tiempo parcial o a tiempo completo. Así en 1987, las tasas de
actividad de las mujeres españolas eran sólo de 43% contra 72% para las de
Francia;; en 2002, son respectivamente de 67 y de 80%. La tasa de empleo a tiempo
parcial es muy baja en Grecia, mucho más elevada en Alemania y en el Reino
Unido (cuadros 12, 13 y 14).

286
Trabajar

Cuadro 12. Actividad, empleo y desempleo según el estatus matrimonial y


la cantidad de hijos en 2003 (en porcentaje)

De la cual
Tasa de
A tiempo A tiempo
actividad Sin empleo
parcial completo
M H M H M H M H
En pareja 75,1 92,2 46,5 84 21,8 3,1 6,9 5,2
² sin hijos 74,0 86,1 51,2 76,9 16,2 3,7 6,6 5,5

² 1 hijo 80,2 97,1 57,0 90,1 13,5 1,8 9,8 5,3


menor de
3 años
² 2 hijos 58,3 96,7 27,6 88,0 24,1 3,1 6,5 5,6
de los
cuales al
menos 1 es
menor de
3 años
² 3 hijos o 36,3 95,6 12,7 83,5 17,9 3,7 5,8 8,5
+, de los
cuales al
menos 1 es
menor de
3 años
² 1 hijos 79,9 92,4 52,2 83,9 21,2 3,6 6,5 4,9
de 3 años
o+
² 2 hijos 83,5 96,1 48,4 90,0 28,8 2,4 6,3 3,8
de 3 años
o+
² 3 hijos o 68,1 94,8 31,0 86,0 28,9 2,4 8,2 6,5
+ de 3
años o +
Sin pareja 52,9 59,1 34,0 44,9 10,5 4,5 8,4 9,8
² sin hijo 45,5 58,2 29,7 43,9 8,7 4,5 7,1 9,8
² 1 hijo o 81,7 88,8 50,7 76,0 17,3 4,8 13,7 8,0
+
En 67,1 79,2 42,0 68,6 17,7 3,6 7,4 7,0
conjunto

Lectura: en 2003, 74,0% de las mujeres que viven en pareja sin hijo son activas: 51,2% trabajan a
tiempo completo, 16,2% a tiempo parcial y 6,6% están desempleadas.
Campo: Francia metropolitana, personas de 15 a 59 años de edad.
Fuente: INSEE, encuesta «Empleo» 2003, e INSEE, «Miradas sobre la paridad », 2004.

287
Sociología de la Familia

Cuadro 13. Tasa de actividad de las mujeres de 25 años a 49 años Unión Europea, 1983-
2002 (en porcentaje)

1983 1987 1991 1994 1996 2000 2002


Europa de ² 61 66 69 ² ² ²
los12
Europa de ² ² ² ² 71 74 75
los 15
Alemania 58 62 68 75 75 75 79
Austria ² ² ² ² 76 79 81
Bélgica 59 64 68 72 73 78 75
Dinamarca 86 88 89 84 84 85 85
España ² 43 51 58 60 66 67
Finlandia ² ² ² ² 83 85 86
Francia 68 72 75 78 79 80 80
Grecia 45 51 52 57 60 65 67
Irlanda 38 43 49 56 60 68 70
Italia 48 53 57 56 58 61 64
Luxemburgo 45 51 55 59 59 68 69
Países Bajos 45 56 62 68 70 76 78
Portugal ² 66 74 76 78 80 80
Reino Unido 63 69 74 75 75 77 77
Suecia ² ² ² ² 87 85 86

Extraído de: Maruani, 2005, p. 462.


Fuente: encuestas sobre las fuerzas de trabajo, tratamiento Eurostat.

Cuadro 14. Empleo a tiempo parcial, Europa de los 15, 2002

En % de empleo En % de empleo En % de empleo


total femenino masculino
Europa de los 15 18 34 7
Bélgica 19 38 6
Dinamarca 21 31 11
Alemania 21 40 6
Grecia 5 8 2
España 8 17 3
Francia 16 30 5
Irlanda 17 31 7
Italia 9 17 4
Luxemburgo 12 26 2
Países Bajos 44 73 2
Austria 19 36 5
Portugal 11 16 7
Finlandia 12 17 8
Suecia 21 33 11
Reino Unido 25 44 9

Extraído de: Maruani, 2005, p. 463.


Fuente: encuestas sobre las fuerzas de trabajo, 2002, Eurostat.

288
Trabajar

El trabajo de las familias inmigradas

Las dificultades que encuentran las mujeres en el mercado laboral pueden verse
con lupa aumentada en el empleo inmigrado. El trabajo inmigrado aparece
generalmente en las estadísticas como los empleos más dominados, con los más
bajos salarios y en los oficios más repulsivos. Si bien no existen «oficios étnicos»
(Wenden, 2003), varios factores se conjugan sin embargo para cerrar el empleo a
los inmigrantes: segmentación del mercado laboral, no-equivalencia de los títulos,
discriminación racial. Además del rechazo de la mano de obra nacional para ocupar
oficios juzgados demasiado penosos o poco valorizados, como los de la
construcción, la restauración, la confección, los empleos en las casas ofrecen
nichos en los cuales se precipitan los inmigrantes más recientes. Sin embargo, los
jóvenes de origen inmigrado adoptan en este caso comportamientos franceses de
rechazo para estos oficios, lo que explica que, a pesar de un desempleo que alcanza
al 10% de la población activa, varios cientos de miles de empleos no encuentran
postulantes.
Por el lado de las mujeres, en ciertos países, el empleo femenino explica la
presencia en el mercado laboral a partir de los años 1960 de portuguesas y
españolas. En cambio, en las familias originarias del Maghreb, y de confesión
musulmana, las reticencias del esposo impiden acceder a las mujeres a un empleo.
Desde hace algunos años, se abren empleos en el sector de limpieza de las
empresas: las mujeres inmigradas encarnan la figura del trabajador pobre (Guénif-
Souilamas, 2005). Pueden encontrarse también a estas mujeres en el servicio
directo particular, en el cuidado de personas mayores. La niñera del siglo XIX
renace con los rasgos de la «nounou» la nana africana o asiática que se ocupa de los
hijos de las mujeres ejecutivas. Además la discriminación étnica en el momento de
la contratación penaliza particularmente a los jóvenes con título, y entre ellos, a las
mujeres jóvenes.

Cómo piensa la empresa el trabajo femenino

Entre 1968 y 1975, el 83% de las creaciones de empleos asalariados tuvieron lugar
dentro de los sectores terciarios de los cuales una amplia parte correspondía al
sector público y parapúblico. El 60% del crecimiento del empleo asalariado en el
sector terciario se apoya en la mano de obra femenina (Bouillaguet-Bernard,
Germes, 1981). Podría haberse esperado que las mujeres empleadas encontraran en
el empleo un escalón para alcanzar una paridad con los hombres. Ahora bien, en el
mundo de la empresa, las mujeres han sido excluidas de los aspectos de
producción dominantes y de las estructuras de autoridad legítima de las
organizaciones. Son relegadas muy frecuentemente a sectores sin perspectiva de
promoción, lo que legitima los bajos salarios o el desnivel de los mismos,
consolidando la idea de que su trabajo sólo aporta un salario complementario en el
hogar.
En un estudio pionero referido a un sector en el que hombres y mujeres
comienzan en el mismo nivel y con los mismos títulos, Françoise Battagliola (1984)
revelaba cómo «una política de gestión del personal, un conjunto de reglas
informales y las estrategias de los agentes se ponen en marcha y reproducen la

289
Sociología de la Familia

división sexual del trabajo en el marco de la producción. La división técnica del


trabajo que tiende a enmascarar, a través de su racionalidad la división sexual, la
recorta de hecho en forma prácticamente total» (p. 63). La autora realizó el
seguimiento de las carreras de empleados de ambos sexos en la Seguridad Social: si
bien este organismo público emplea a un hombre de cada diez mujeres, éstas
últimas son sin embargo relegadas a tareas de ejecución, mientras que, si se sigue su
recorrido a lo largo de diez años, los hombres han sido promovidos al rango de
ejecutivos. Evidentemente, en el plano formal, las modalidades de ascenso de los
hombres y de las mujeres son idénticos, combinando la antigüedad y el puntaje
atribuido según el criterio de los jefes de servicio, pero las reglas informales
inscriben en la institución la jerarquía de los sexos. La ideología vehiculizada en
todos los niveles de la institución refleja que los puestos monótonos (validación y
recuento de los legajos de los asegurados, etc, muchos de los cuales tienen todavía
un tratamiento manual en el momento de la investigación) no son trabajos de
hombre, mientras que las mujeres se contentan con ellos: es la imagen de un eterno
femenino con los dedos ocupados, desde la pequeña pastora que teje, pasando por
la obrera esclavizada en su máquina de coser en el siglo XIX hasta la secretaria con
dedos de hada, hoy en día atada a su trabajo con la computadora.
La ideología respecto de las mujeres, que serían pasivas, adaptables y que
sólo buscarían una ocupación remunerada que les deje bastante tiempo para
ocuparse de su familia, autoriza por lo tanto a confinarlas en puestos con los
salarios más bajos, y que son considerados como salarios complementarios.
Françoise Battagliola resume bien la perversidad del sistema que permite la
reproducción de la dominación masculina en la esfera de un trabajo asalariado a
pesar de hacer alarde de reglas oficiales democráticas e igualitarias: «la posición
familiar de las mujeres parece por lo tanto constituir, en gran parte, una coartada
para su posición profesional, así como la de los hombres justifica que sean
promovidos» (p. 67). El argumento de la carga familiar ²objetivado por medidas
sociales reservadas a las madres de familia² no es más que una coartada para
impedir su promoción y mantenerlas en puestos repetitivos de ejecución. Y en
forma circular, los hombres promovidos podrán invertir mucho más en su trabajo,
quedando dispensados del hacerse cargo de las tareas familiares, mientras que las
mujeres entrarán en la lógica del salario complementario y continuarán trabajando
más por el placer del contacto social con sus colegas que por el interés que el
trabajo en sí les presenta.
La ósmosis entre trabajo profesional y trabajo doméstico, en cada una de
ambas esferas, es característico del universo profesional femenino. En efecto,
ciertos trabajos revelan que las mujeres atraviesan estos dos ámbitos sin aplicar en
ellos las mismas separaciones que los hombres. Una original investigación referida
a «los pequeños beneficios del trabajo asalariado» (Bozon, Lemel, 1990) se interesa
por las prácticas no profesionales durante el tiempo de trabajo y en esos espacios:
discusiones, actividades de la pausa del mediodía, sociabilidad del trabajo, etc.
Diferentes comportamientos distinguen a los hombres de las mujeres, modulados
ciertamente según la naturaleza de los empleos ocupados, pero lo suficientemente
comunes para que pueda hablarse de una cultura femenina del trabajo. «La
identidad de las mujeres dentro del universo profesional está lejos de reposar
únicamente en su actividad profesional» (p. 103). Los temas abordados en las
conversaciones por los hombres y por las mujeres son muy diferentes, y es claro

290
Trabajar

que las cuestiones de lo doméstico, se trate ya de la cocina o de todo lo que rodea a


los hijos, son mucho más frecuentemente mencionadas por las mujeres que por los
hombres. «La identidad de las mujeres en el trabajo no puede construirse sin
integrar la existencia de una responsabilidad específica, permanente y problemática.
Por el contrario son raros los hombres que otorgan en las conversaciones de
trabajo un lugar notable a los problemas familiares y domésticos: esta abstención,
particularmente rotunda entre los ejecutivos, ilustra perfectamente la poca presión
de las exigencias domésticas en la vida profesional de los hombres» (p. 107-108).
Por otra parte, los autores señalan que las mujeres, mucho más frecuentemente que
los hombres, festejan en su lugar de trabajo los eventos familiares, nacimientos,
casamientos, cumpleaños (p. 123). Es justamente la fuerza de ese ámbito de
trabajo, específicamente femenino, lo que explica el apego de las mujeres a su
situación de empleada. Cuando ellas evocan la «apertura» al exterior que obtienen
de esto (en oposición al «encierro doméstico»), incluso en aquellas situaciones
profesionales poco valoradas y poco pagadas, lo hacen en referencia a un ámbito
femenino en donde comentan juntas las dificultades familiares (que pueden estar
causadas por ese mismo empleo ¡paradójicamente!). Además las preocupaciones
domésticas son compartidas por todas las mujeres, sea cual fuere su nivel de
responsabilidad, y crean una especie de «lenguaje común».
Si lo doméstico invade así el trabajo, a la inversa, el mundo del trabajo
femenino invade también lo doméstico. Las mujeres hablan a sus hijos de su
trabajo, tanto de los aspectos técnicos como de las relaciones humanas que se
ponen en juego allí. Ellas utilizan las «obras sociales» en beneficio de los
entretenimientos familiares, presentando los hijos a los colegas, trayendo al hogar
buena información, también recetas. Pareciera ser que la sociabilidad del lavadero,
ese lugar estigmatizado como la cuna de los chismes para los observadores, fuera
substituida por la sociabilidad de la oficina. Las mujeres inaugurarían una nueva
manera de vivir el salariado.
Desde hace algunos años, ciertas empresas, que reciben el nombre de
«family friendly», manifiestan su deseo de facilitar la conciliación trabajo-familia.
Rejuveneciendo el paternalismo de los primeros capitanes de la industria, sus
motivaciones son de orden económico y apuntan a garantizar una estabilidad de la
mano de obra y a luchar contra el ausentismo: es lo que muestra el análisis de la
encuesta INED «Familias y empleadores 2004-2005». Algunas empresas han
firmado incluso en 2008 una Carta de parentalidad (no coercitiva) mediante la cual
se comprometen a crear un entorno favorable para los asalariados-padres y para las
mujeres embarazadas (Pailhé y Solaz, 2009, p. 478-479), modestos avances que
empiezan a ir en el mismo sentido de las políticas públicas.

Mujeres, madres y ejecutivas

Las disparidades observadas en el mundo del empleo del sector terciario ¿se
observan también cuando seguimos los pasos de las mujeres con títulos iguales a
los de los hombres? Su penetración en el mundo de los ejecutivos ha sido lenta
(Laufer, 1984). Ocuparon durante mucho tiempo diferentes puestos, fundados en
la utilización de cualidades supuestamente femeninas, reproduciendo la empresa la
división de roles, tal como sucede en el mundo del empleo en general.

291
Sociología de la Familia

Existen varios modelos de mujeres ejecutivas. En su gran mayoría eligen


empleos que pueden adaptarse a su rol de madre, lo que excluye las posiciones que
implican riesgos, con horarios demasiado pesados y con numerosos
desplazamientos. Otras se apoyarán en su diferencia y explotarán sus cualidades
femeninas: puede vérselas trabajando en los sectores de las grandes tiendas, de los
medios de comunicación, del marketing, en la industria de productos de belleza.
Estas mujeres son las que sueñan con una pareja ideal y atraviesan una crisis a la
edad de 35 años cuando se dan cuenta de que su tiempo de fecundidad tiene los
días contados.
Sin embargo, luego de estos primeros análisis, en todos los sectores, la
feminización en los puestos ejecutivos se ha intensificado, en tanto las mujeres
constituyen ya el 53% de los profesores y las profesiones científicas, el 35% de las
profesiones liberales, y el 33% de los ejecutivos administrativos y comerciales de
empresa, pero sólo el 13% de los ingenieros y ejecutivos técnicos de empresa. Esta
penetración hacia arriba ha incitado a los investigadores a estudiar los éxitos y los
fracasos de estas evoluciones, sin descuidar la observación de los efectos en el seno
de la empresa de la relativa feminización de los puestos ejecutivos. Siguen
existiendo flagrantes desigualdades en materia de salarios y de carreras, sin hablar
incluso del hecho de que son rarísimas las mujeres en el más alto nivel del
organigrama (Laufer, Fouquet, 2001, p. 249). A nivel europeo, Noruega y Suecia
son las que cuentan con más mujeres que ocupan puestos de dirección: más de
15% contra 7% en Francia y 2% en Italia101.
Las mujeres ejecutivas pertenecen muy a menudo a parejas bi-activas. De
igual modo que para las empleadas, el nacimiento de los hijos tiene efectos sobre
sus carreras, inversos a los de los hombres: «Para los hombres ingenieros, todos los
indicios de realización profesional (salarios, responsabilidades jerárquicas) se
incrementan con el tamaño de su descendencia al mismo tiempo que aumenta su
tiempo de trabajo. El hombre con familia a cargo incrementa su compromiso en lo
profesional ya que su rol de «buen padre», de «buen esposo» se confunde con la
intensidad de este compromiso, contrariamente a lo que sucede con las mujeres del
mismo nivel. Por el lado de las mujeres en cambio, la relación entre situación
profesional y cargas familiares es globalmente negativa» (Laufer, 2001, p. 244). El
«costo de la vida conyugal» engendra siempre los mismos efectos diferentes según
el sexo. Estar casada penaliza a las mujeres, favorece a los hombres. Esta situación
revelada a partir de 1987 por François de Singly fue ocultada debido al constante
incremento del trabajo femenino (2003, p. 204). Pero más mujeres en el trabajo no
significa en absoluto más salario y más promoción.
La movilidad en el seno de las grandes empresas, que implica una
considerable cantidad de desplazamientos dentro de Europa o en el espacio
internacional constituye un freno suplementario para la carrera de las mujeres que
no «pueden» ausentarse demasiado tiempo de sus hogares. Porque pesa todavía y
siempre sobre ellas la sospecha de ser «malas madres» que sacrifican el bienestar de
sus hijos por sus carreras.
En los sectores masculinos de empleo en los que las mujeres penetran
lentamente, como el oficio de ingeniero, es aún la primacía de la carrera del marido
la que fija la regla (Marry, 2004). Si se comparan las cifras con 40 años de intervalo,
 
101 Fuente : Ethical Investment Research Service, The Economist.

292
Trabajar

son más numerosas las mujeres que son madres y están activas (78%);; además,
entre la pequeña elite femenina de las politécnicas, la tasa de fecundidad es superior
a la de las mujeres activas en general, lo que está vinculado con el origen social
(burguesía católica) y con una fuerte endogamia. Estas mujeres ingenieras dan
todas cuenta de que se han visto beneficiadas no sólo con el apoyo de sus padres
sino también con el de su marido, muy a menudo ingeniero y también ejecutivo. Y
sin embargo, en el caso de los ingenieros, puede observarse también que son los
«padres los que ganan» (Marry, Gadéa, 2000).
Ya sea que estén solas o en pareja, con igual título, las mujeres acceden
menos frecuentemente a funciones dirigentes. Para explicar este estado de hecho,
¿hay que contentarse con la única explicación de las limitaciones familiares?
Observemos que, en estas familias bien dotadas, el trabajo doméstico es delegado a
empleados de la casa, pero las mujeres rechazan en general el modelo masculino de
devoción total a la empresa, y valoran la maternidad así como las exigencias y las
felicidades que surgen de ella. La ayuda mutua en el seno de la pareja es
significativa, pero «estas evoluciones de los compromisos conyugales hacia una
mayor igualdad chocan con los tabúes sociales tales como el de una dedicación
doméstica demasiado pronunciada para los hombres o la superioridad profesional
(y sobre todo financiera) de la mujer en la pareja y en la empresa» (Marry, 2004, p.
252). Más allá de las cuestiones puntuales de la conciliación de las tareas, hay que
convocar un conjunto más amplio de representaciones formadas en el núcleo de la
empresa y de la sociedad en general sobre la virilidad, y «buscar explicaciones en
otra parte: en los modos de organización del trabajo, de gestión de las carreras, de
sociabilidad dentro y fuera de la empresa, etc.» (Laufer, 2003, p. 15).
Otro ejemplo de las disparidades está dado por un estudio dedicado a las
mujeres en la investigación privada en Francia102. Esas empresas emplean a 200.000
personas de las cuales sólo 23,7% son mujeres, y la estructura jerárquica les es
siempre desfavorable se trate ya de llegar a los órganos de dirección o en materia
de salario. Las investigadoras se ven aquí confrontadas, como las otras mujeres con
título, a lo que llaman el «techo de cristal», ese invisible obstáculo para acceder a
los puestos de responsabilidad profesional que nunca podrán atravesar. Porque
tanto aquí como en el sector del empleo, el discurso público es el de la igualdad.
En el nivel global de la investigación, sea ya pública o privada, la
participación de las mujeres es siempre inferior a la de los hombres, y mucho más
aún en el área privada que en la pública (20,5% en empresa, 31,3% en la
investigación pública);; la discriminación se marca en la categoría del personal
denominado de apoyo, ingenieros o técnicos que trabajan con un investigador pero
que no tienen la responsabilidad del proyecto. La disparidad es muy marcada en las
ramas de la investigación, con una tasa de mujeres investigadoras (todas las
categorías incluídas) de 54% en farmacia, contra sólo 10% en la construcción
eléctrica.
Lo que algunos denominan la «disminución» de la cantera potencial de las
mujeres con título respecto del empleo (por ejemplo, 45% de los bachilleres de las
series científicas son mujeres jóvenes, pero sólo 25% de entre ellas se lanzarán a
 
102Livre Blanc 2004, Les mujeres en la investigación privada en Francia, Ministerio Delegado de Investigaciones y
Nuevas Tecnologías, Misión para la paridad en la investigación y la enseñanza superior, marzo de 2004,
p. 9. www.recherche.gouv.fr/parite.

293
Sociología de la Familia

carreras de investigación) debe ser atribuída a esta ósmosis femenina entre vida
profesional, vida conyugal y vida familiar. Es siempre lícito en efecto para una
mujer con título hacer una pausa en su carrera con el fin de reorientarse. Y el
futuro no es alentador.
Debido a las condiciones del mercado laboral, el modelo masculino de
organización del trabajo se impone con una creciente competencia, que se
manifiesta en el alargamiento de los horarios cotidianos de trabajo, una
disponibilidad de tiempo totalmente entregada a la empresa incluídos los fines de
semana. En estas condiciones, la emergencia de las mujeres en los puestos de
responsabilidad, a pesar de su muy alta calificación profesional, no podrá llevarse a
cabo en forma significativa. El trabajo femenino sigue siendo siempre la variable de
ajuste dentro de la pareja. Son estas «normas» las que son internalizadas y las que
hacen que por el momento la paridad en el trabajo sea imposible.

Conciliar
vida familiar y vida profesional
El trabajo de la madre y el cuidado de los hijos

Los discursos relativos al trabajo asalariado de las madres han evolucionado


considerablemente a partir de los años 1970. Puesto que esta cuestión plantea la del
bienestar del hijo, los psicólogos no han dejado de dar su opinión, del mismo
modo que participan en el año 2005 en los encendidos debates referidos a una
posible doble residencia para los hijos de parejas separadas.
Hasta los años 1980, los psicólogos juzgaron negativamente el trabajo de
las madres, posición de la que los poderes públicos se hicieron eco, mientras que
por su parte la sociología se contentaba con denunciar la insuficiencia de las
instituciones colectivas. En efecto, en los primeros tiempos de la infancia (hasta el
segundo año), el entorno familiar y los modos institucionalizados se reparten la
guarda y los cuidados del niño. Se hablaba todavía de «elección» entre trabajar
profesionalmente y criar a los hijos. Las presiones eran entonces fuertes por parte
de una sociedad «maternante» en la cual «la valoración excesiva de la maternidad se
convertía en la herramienta más poderosa de la explotación de las mujeres,
mientras que el entorno ejercía una presión solapada para culpabilizarlas» (Coutrot,
1980, p. 10-12).
A partir de comienzos de los años 1990, estos debates parecen caducos y
ya no hay más alternativa. El 86% de las mujeres de 25 a 49 años con un hijo
trabajan, el 76,5 con dos hijos.
Tres principales acontecimientos marcaron la primera infancia desde
comienzos de los años 1960: los continuos progresos en materia de salud infantil
que erradicaron prácticamente de nuestro paisaje social y mental la enfermedad y la
muerte del niño pequeño;; el desarrollo de la actividad profesional femenina, y por
último y sobre todo «la oportunidad que se dejó pasar» de los modos de cuidado de
los hijos fuera del ámbito familiar (Norvez, 1990). Hoy en día parece más difícil
encontrar a alguien que pueda cuidar a los hijos que antiguamente conservarles la
vida. Mientras que todo contribuye a mantener y reforzar la parte de la actividad

294
Trabajar

Si Moulinex liberó a la mujer con su robot


hogareño, un ingeniero aeronáutico,
McLaren, liberó a la madre al inventar el
cochecito plegable, que le permite circular
en los transportes junto con su hijo.

femenina, los lugares en donde el niño pequeño ² «pequeña persona completa en


camino hacia su autonomía » ² debe aprender a dominar y a utilizar su cuerpo,
entrar en el mundo social, aprender el lenguaje y los códigos, no se desarrollan con
el suficiente ritmo.
¡Curiosa sociedad la nuestra que ha conseguido las más extraordinarias
hazañas médicas, en materia de salud de la madre y del hijo, que permite traer al
mundo niños deseados, a veces con ayuda de proezas de la ingeniería genética y
que se niega a poner en funcionamiento los modos de cuidado necesarios! Y sin
embargo, a nivel europeo, el apoyo público del Estado francés para las jóvenes
madres trabajadoras aparece muy desarrollado en relación con otros países (cf.
capítulo 12).
En el año 2000, mientras que la tasa de actividad femenina se eleva a 80%
²la más elevada de Europa², la escasez de vacantes es siempre igual de
contundente (son sólo recibidos alrededor del 10% de los niños menores de tres
años) que hace 20 años (Fagnani, 2004). Hasta ese momento el desarrollo de las
guarderías era alentado y los discursos públicos se jactaban de un medio de
socialización colectiva benéfico para la personalidad del niño. Luego, las políticas
públicas prefirieron concentrar sus esfuerzos en los modos de cuidado individuales
subvencionados (asistentes maternas y empleadas a domicilio), con el pretexto del
principio de la «libre elección del modo de cuidado». Estas nuevas disposiciones
buscaban tanto disminuir los costos de las estructuras colectivas como alentar a las
familias a desarrollar empleos. Entre los hogares con por lo menos un hijo menor
de seis años, 41% en 1999 recurrieron a una ayuda paga para cuidarlo contra sólo
32% en 1996. La asistente materna se convirtió en el principal modo de cuidado de
los hijos no escolarizados cuyos dos padres trabajan.
En el caso de las parejas con gran compromiso profesional, el cuidado del
hijo a domicilio representa una fórmula más costosa, pero conveniente para las
largas franjas horarias de los padres. Pero su costo hace que se convierta en una
categoría limitada a los que tienen muy elevados ingresos: sólo 51.000 padres la
utilizan en 2003.
Una investigación realizada por el CREDOC (Centre de Recherche pour
l'Étude et l'Observation des Conditions de Vie/ Centro de Investigación para el

295
Sociología de la Familia

Estudio y la Observación de las Condiciones de Vida) en 1997 referida a las


preferencias sobre los modos de cuidar a los hijos pequeños muestra que se
consideró que la niñera diplomada conformaba la situación más satisfactoria
(32%), en segundo lugar la guardería colectiva (27%) y luego los abuelos (24%). En
el plano social, los partidarios de las guarderías y del cuidado a domicilio se
encuentran proporcionalmente más presentes entre los ejecutivos superiores y
aquellos con títulos avanzados, mientras que los obreros, los empleados y las clases
de ingresos medios optan por la asistente materna (Damon, 2002). ¡Espectacular
vuelco cuando se conoce el estigma que pesaba, en los años 1960, sobre las
guarderías!
La oferta sigue siendo muy dispar según las ciudades y las regiones. De
este modo el hecho de recurrir a los abuelos que involucra a una de cada diez
personas ² aunque las opiniones demuestran que el deseo de esta forma de
cuidado de los hijos se halla en retroceso ² puede verse sobre todo en las pequeñas
aglomeraciones en donde la oferta de servicios es muy escasa. La encuesta del
CREDOC distingue tres tipos de modos de acogida, comparando el costo, las
ventajas/críticas;; la satisfacción:
² la niñera diplomada y los abuelos están a la cabeza;;
² las guarderías colectivas son apreciadas por sus bajos costos pero
consideradas muy rígidas (horarios) y a veces superpobladas;; por otra parte
la cantidad de vacantes se considera muy insuficiente;; del mismo modo, las
cuidadoras a domicilio no son lo suficientemente numerosas;;
² por último la niñera no diplomada aparece como el modo más
cuestionado (Damon, 2002, p. 40-41).

¿Quién cuida a los niños?

Los niños menores de tres años

Sobre 2,21 millones de niños menores de tres años:


² 250.000 están escolarizados;;
² 960.000 son cuidados por uno de sus padres de los cuales 548.000 por
un padre beneficiado con un APE.
Para los otros, es decir 1.009.000 niños cuyos padres trabajan:
² 201.900 están en guarderías, es decir 9% de la totalidad de los niños
menores de tres años;;
² 430.000 son cuidados por una asistente materna;;
² 32.000 son cuidados en su domicilio por una empleada de la casa.
Quedan 360.000 niños menores de tres años fuera del sistema de acogida
organizado es decir 36%, cuidados por un miembro de la familia o una
niñera « en negro ».

Los niños de tres a seis años

Casi todos están inscriptos en una guardería, es decir 2.129.000 niños en


guarderías y 10.400 en jardines de infantes.
En complemento de la escuela,
² 249.000 son cuidados por una asistente materna;;
² 300.000 frecuentan un centro de entretenimientos;;

296
Trabajar

² 49.000 son cuidados a domicilio por una empleada de la casa, teniendo


los padres el beneficio del AGED;;
² 1,1 millones son cuidados por sus padres;;
² 450.000 son cuidDGRVQRVHVDEHFyPR«RSRUSDGUHVTXHDFRPRGDQ
sus tiempos de trabajo.

Fuente: Kassai-Kocademir, 2002, p. 17-18.

En estas condiciones, no es sorprendente observar una correlación entre la


tasa de abandono de la actividad profesional de la mujer y su tipo de empleo.
Teniendo en cuenta las diversas dificultades encontradas según las categorías
sociales para poder cuidar a su o a sus hijos, ciertas mujeres eligen la solución más
radical, la de retirarse del mercado laboral. Las empleadas de comercio, las obreras,
el personal de servicio son las más numerosas a la hora de abandonar su actividad
luego del nacimiento del primero o segundo hijo. El trabajo de la mujer obrera es
poco gratificante en el plano profesional y poco remunerado. La interrupción
temporal de la actividad profesional puede resolver dificultades vinculadas con el
cuidado de los hijos, con la desincronización de los horarios de trabajo entre
marido y mujer, con los tiempos de trabajo irregulares o imprevisibles, con el
alargamiento de los tiempos de transporte. Aunque la combinación de las
dificultades y la compensación de los subsidios públicos explican la interrupción de
su trabajo profesional, las madres ponen generalmente por delante su
preocupación por el entorno que tendrán sus hijos (Meda, Wierink, Simon, 2003).
Ciertas medidas públicas contribuyen a hacer salir a las mujeres del
mercado laboral, se trate ya de licencia por maternidad, del APE (Allocation
SDUHQWDOHG·pGXFDWLRQ6XEVLGLRSDUHQWDOGHHGXFDFLyQ TXHOHSHUPLWHDXQSDGUH
(¡a la mujer evidentemente!) interrumpir su actividad hasta el tercer cumpleaños del
último hijo103. Estas medidas, utilizadas por 562.000 padres en 2003 (de los cuales
98% de mujeres), «contribuyen al mantenimiento de la división sexual del trabajo
en el VHQRGHODIDPLOLD«(VWRFRQWULEX\HDUHIRU]DUODVQRUPDVVHJ~QODVFXDOHVOD
educación y los cuidados de los hijos son ante todo una ´FXHVWLyQ GH PXMHUHVµ»
(Fagnani, 2004, p. 37). Y no es la licencia parental la que habrá de traer algún
cambio.
La aplicación efectiva de la reducción del tiempo de trabajo (RTT) parece
a priori una solución favorable a una liberación del tiempo, generalmente dedicada a
la vida familiar, es decir a los hijos. Ahora bien todo depende del área de actividad
y del contexto de la negociación vinculada con la aplicación de la ley (Fagnani,
2000). Los asalariados y asalariadas que tienen el beneficio de horarios normales y
previsibles están satisfechos con esta medida a tal punto que podemos escuchar
hoy en día cómo se conjuga un nuevo verbo «yo reteteo». Estas semi-jornadas de
las mujeres están dedicadas a menudo al trabajo doméstico ² lo que acrecienta su

 
103Esta medida tiene sin embargo por efecto el retiro del mercado laboral de las mujeres que viven en
pareja con dos hijos de los cuales el benjamín tiene menos de tres años (y cuyo porcentaje bajó de
63% a 54%) y de las mujeres solas con dos hijos de los cuales uno tiene menos de tres años (51% a
39%). De 1990 a 2002, las tasas de actividad de las madres han progresado continuamente, con
excepción de estas dos categorías (Strobel, 2004, p. 61)

297
Sociología de la Familia

invisibilidad (Lallement, 2003). En cambio en las áreas en las que los horarios son
atípicos, irregulares o mal sincronizados con los ritmos familiares, la RTT se
traduce por una anualización del tiempo de trabajo que no permite una mejor
conciliación entre los ritmos del trabajo y de la vida familiar. Para ejemplificar este
último caso, Jeanine Fagnani (2000) cita las entrevistas con madres empleadas en el
área de distribución masiva de productos en donde el empleo a tiempo parcial, los
horarios flexibles, así como la práctica del trabajo el sábado o el domingo a veces
han alcanzado gran desarrollo. Las horas complementarias son atribuidas
frecuentemente de un día para otro de modo tal que las mujeres deben encontrar
con urgencia a alguien que pueda cuidar a sus hijos, si trabajan fuera de los
horarios regulares de una guardería. Se recurre a la abuela, a la vecina ² soluciones
siempre precarias.
En el conjunto sin embargo, las investigaciones muestran que el tiempo
liberado por la RTT permite a las madres y también a los padres pasar más tiempo
con su cónyuge y con sus hijos (cuadro 15) (Méda, Cette, Dromel, 2004).

Cuadro 15. Aumento en total, a partir de la RTT, del tiempo dedicado por los padres a
su(s) hijo(s) (en %)

Hombres «FX\D «FX\D «FX\D «FX\D «FX\D


con cónyuge cónyuge cónyuge cónyuge cónyuge está
hijo(s) de no está a está a está a a tiempo
menos de trabaja tiempo tiempo tiempo completo con
12 años parcial completo completo RTT y
sin RTT con RTT modulaciones
Ejecutivos 56 72 48 ns 44 ns 75 88 5 63 38 ns
Profesiones 52 67 54 ns 64 ns 44 57 49 68 50 ns
intermedias
Empleados 44 62 38 ns 50 ns 56 68 36 64 50 50
Obreros 50 56 43 ns 54 ns 49 50 56 54 50 60
calificados
Obreros no 60 50 25 ns 67 ns 67 ns 78 29 75 50
calificados

Lectura del cuadro: 55% de los hombres ejecutivos con hijo(s) menor de 12 años, y cuya cónyuge está a
tiempo completo con RTT, consideran que la RTT los llevó a pasar más tiempo con su(s) hijo(s), de
manera general. Paralelamente, 63% de las mujeres ejecutivas con hijo(s) menor de 12 años, y cuyo
cónyuge está a tiempo completo con RTT, consideran que la RTT las llevó a pasar más tiempo con
su(s) hijo(s), de manera general.
ns = no significativo.

Extraido de : Méda, Cette, Dromel, 2004, p. 19.


Fuente: encuesta «RTT-modos de vida», DARES, 2001, Pregunta 6.27.

298
Trabajar

La conciliación ¿en masculino o en femenino?

Desde que las madres jóvenes demostraron su voluntad de trabajar criando al


mismo tiempo a sus hijos ² Francia puede enorgullecerse incluso en 2008 de una
de las tasas de fecundidad más elevadas de Europa, 2,1 ²el tono político de los
discursos ha cambiado: se trata ahora de permitir a las familias «conciliar» empleo e
hijos. Debe señalarse que el término de «conciliación» que reviste una imagen
positiva y neutra, tomada de la expresión anglosajona «work-family balance», esconde
en realidad la existencia de desigualdades. La mujer es en efecto la directora de
orquesta de una organización familiar compleja;; soporta la carga mental de la
organización de lo doméstico, de la gestión de los horarios y de los tiempos de los
hijos y los suyos propios, más difícil aún de asumir ya que los empleos precarios
han desestabilizado los tiempos del trabajo.

Conciliar/retirarse del mercado laboral

Una encuesta de la DARES (Direction de l'animation de la recherche, des études et


des statistiques/ Dirección de la animación de la investigación, de los estudios y de
las estadísticas)(Garnier, Meda, Senik, 2004) planteaba directamente la cuestión a
un conjunto de hombres activos y de mujeres activas «¿Piensan que su trabajo hace
difícil la organización de su vida familiar?»;; 39% de los activos con trabajo
responden sí, de los cuales 15% muy difícil y 24% sólo un poco. La relación entre
la sensación de que es difícil la conciliación y los ingresos mensuales muestra que
son los hombres los que se quejan de la difícil conciliación cuando los salarios son
muy bajos, y las mujeres en las franjas de ingresos superiores, lo que se explica por
las formas atípicas de organización del trabajo, en los oficios poco calificados y los
horarios alargados en los empleos más calificados.
Una conclusión sorprendente revela que no hay gran diferencia entre
hombres y mujeres. Lo que ocurre, observan los autores, es que aquellas que no
llegaban a conciliar las demandas se han retirado ya del mercado laboral, o han sido
retiradas como consecuencia de la pérdida del empleo. (80% de las mujeres ahora
en el hogar habían trabajado en efecto en el pasado y habían dejado su empleo para
criar a sus hijos. Casi la mitad declara extrañar su antiguo trabajo y, salvo las
obreras que percibían los salarios más bajos, todas desearían poder volver a
trabajar).
Estas comprobaciones pueden explicarse por el lugar central que tiene el
niño en nuestras sociedades, él, que funda la pareja y la familia y cuyo nacimiento
es planificado en función del proyecto profesional de la madre. Aunque nuestra
sociedad clama y reclama en voz alta y fuerte la equidad y la igualdad, la madre
sigue siendo el personaje central de esta red de relaciones trenzadas en el seno de la
pareja, con los hijos y con los ascendientes, así como con el mundo escolar. En
consecuencia, las mujeres valoran más que nunca este vínculo con el hijo;; la
sospecha de la «mala madre» nunca está demasiado alejada, si una mujer parece
comprometerse demasiado con su trabajo en detrimento de sus hijos. Ciertas
mujeres ingenieras encuestadas por Catherine Marry hablan de «culpabilidad». Esta
sospecha nunca pesará sobre el padre, ya que si este debe volver muy tarde, irse de
viaje, trabajar el fin de semana, es por su familia que lo hace. El trabajo sigue

299
Sociología de la Familia

siendo el pilar central de la identidad masculina, por eso el desempleo alcanza más
duramente a los hombres que a las mujeres que construyen su identidad sobre
varios polos.
Mientras que las feministas vislumbraban en los años 1960 un futuro
prometedor y una marcha triunfante hacia la equidad entre los sexos, no es posible
ocultar una visión pesimista de la sociedad, la «valencia diferencial de los sexos»,
cara a Françoise Héritier, expresada en estos comienzos del siglo XXI a través de
formas diferentes de las que caracterizan a las sociedades no europeas.
Ciertamente, no existen como entre los Baruya «procedimientos imaginarios que
llevan a agrandar, a magnificar a los hombres en detrimento de las mujeres y a
legitimar frente a los hombres y frente a la sociedad entera su dominación»
(Godelier, 2003, p. 25). Pero los dados están cargados.
Resta saber si la «elección» que sólo las mujeres poseen de retirarse del
mercado laboral o de emplearse a tiempo parcial es la expresión de una
dominación o la manifestación de su deseo y de su placer de «ver crecer a sus
hijos».

Del lado de los padres

Las recientes voluntades públicas dadas a conocer para ayudar a articular la vida
familiar y la vida profesional se inscriben dentro del marco de apoyo a la
parentalidad, es decir al ejercicio del rol de padre. Luego de que las medidas de
conciliación de lo parental y lo profesional apuntaran sólo a las mujeres, el discurso
público cambió. El mismo evoca el deseo masculino de comprometerse en los
cuidados y la educación de sus hijos de la misma forma que las mujeres. Existirían
trabas que las políticas públicas podrían esforzarse en superar: «los poderes
públicos ²puede leerse en un determinado documento oficial² deben así promover
una cierta evolución de los roles, la cual llevará a los padres a asumir de manera
más importante las responsabilidades y las obligaciones vinculadas con la
articulación entre vida familiar y trabajo104». Las recomendaciones abundan para
con los empleadores a fin de que tomen en cuenta los intereses de las familias.
No existe en Francia encuesta alguna sobre las parejas en las que el marido
se hubiera retirado de la vida profesional. En los Estados Unidos105, si se tiene en
cuenta la flexibilidad del mercado laboral, las parejas bi-activas pueden ver cómo
uno de los dos pierde brutalmente su empleo. En los comienzos del siglo XXI, los
oficinistas, poco habituados hasta ese momento al desempleo masivo, se vieron
enfrentados a esta situación. Más a la fuerza que con agrado, podemos verlos
dejándole a la mujer el rol de Mme Gagnepain (la Señora Traeplata), mientras que
M. Alamaison (el Señor Encasa) juega a ser el grillo del hogar106. Ciertas mujeres
ganan más que sus maridos: es el caso en el 30,7% de las parejas casadas, a estas
mujeres se las llama las Alpha Earners (en cierta forma «super-ganadoras»). De
modo que en estas situaciones los maridos eligen retirarse del mercado laboral y

 
104Dictamen del Alto Consejo de la población y la familia, julio de 2003.
1053HJ7\UH\'DQLHO0F*LQQ©6KHZRUNVKHGRHVQ·WªNewsweek, 12 de mayo de 2003.
106 1RWD GH OD 7UDGXFWRUD ´(O JULOOR GHO KRJDUµ REUD GH &KDUOHV 'LFNHQV *ULOOR TXH FDQWD \

permanece junto al fuego.

300
Trabajar

ocuparse de la casa y de los hijos (en los Estados Unidos, no existen prácticamente
estructuras de guarderías colectivas como en Francia). Un tercio de las mujeres que
tienen situaciones de responsabilidad tienen maridos que se quedan en casa pero
esta situación también alcanza a familias de ingresos menos elevados. Si bien
ciertos padres dicen apreciar esta situación, la mayoría se muestra impaciente por
retomar el camino hacia la oficina o el taller y las normas se asustan todavía de los
padres que paternan en vez de cumplir con su clásico rol de proveedor. La
inversión de las posiciones genera fuertes tensiones conyugales, negándose ciertos
hombres a realizar las tareas domésticas, porque temen poner en peligro su
virilidad ya duramente afectada por el desempleo. El padre en el hogar es un
modelo desvalorizante, la madre en el hogar, un modelo valorizado, sobre todo en
la Norteamérica profunda.
La instauración de una licencia por paternidad en 2002 está relacionada
con una voluntad pública de ir hacia una mayor «paridad parental». Según los
términos del Primer Ministro de ese momento, Lionel Jospin, se trataba de
instituir, como en el caso de la licencia por maternidad, una licencia de varios días
para que el padre pueda establecer un vínculo con su bebé. De este modo se
restablecería en parte el desequilibrio que reina en el nacimiento. En realidad, hacer
un paralelo entre hombres y mujeres significa una impostura, ya que si aquellas que
trabajan tienen «naturalmente» necesidad de una licencia, es decir ausentarse de su
lugar de trabajo, los hombres por su parte ven que lo que se les está proponiendo
es volver al hogar.
Esta medida no respondía a ningún pedido de los padres (mientras que
éstos sí se hacen escuchar en el seno de las asociaciones de padres divorciados
respecto de otras causas);; además este derecho no es utilizado como lo habían
pensado los legisladores (Truc, 2006). El recurso a la licencia difiere según los
niveles socioprofesionales;; es objeto de eruditos cálculos en relación con otras
«licencias», lo que la banaliza y la convierte en una licencia como cualquier otra,
una licencia más. En lugar de instaurar un «paternazgo» a imagen del maternazgo
desde el nacimiento del hijo, lo que los legisladores estimaban necesario para
afirmar la solidez del vínculo entre el padre y su recién nacido, los padres utilizan
esta licencia en forma flexible (ya que la ley no obliga a tomarla en el momento del
nacimiento), y con mucha frecuencia la juntan con las vacaciones, o con períodos
de RTT. Además, lejos de substituir a la madre en los cuidados, el padre, en el
mejor de los casos, se ocupará de los otros hijos mayores, o utilizará su tiempo
libre para dedicarse a tareas de bricolaje, decoración de la habitación, etc. Por lo
tanto está lejos de reequilibrar las responsabilidades en torno al hijo. Es la madre la
que decide el momento de esta licencia, y para qué debe ser empleada, lo que
consolida el régimen «matricentrado». Algunas estadísticas establecidas a partir de
la instauración de esta medida muestran que son los padres más jóvenes los que
toman esta licencia, y sobre todo los ejecutivos de la función pública (Bauer, Penet,
2005). Aunque los efectos de esta medida no cumplieron con el efecto buscado, la
misma da testimonio al menos de una nueva actitud respecto de la paternidad. Los
hombres valoran hoy en día su función paterna, y no sólo para ejercerla de manera
autoritaria como antiguamente, sino en lo cotidiano al igual que las madres.
Ocuparse de los niños pequeños es valorado, y forma parte de la identidad
masculina.

301
Sociología de la Familia

Para las mujeres y actualmente cada vez más para los hombres, la llegada
del hijo afecta la mirada que se tiene sobre la importancia del trabajo. Una encuesta
llevada a cabo por el Instituto IPSOS (Instituto Independiente de Investigación de
Mercados) para Chronopost entre 2000 asalariados en 2003 mostraba que los
«hombres que manifiestan haberle dado menos importancia al trabajo en el
momento del nacimiento de un hijo son muy frecuentemente jóvenes (25-34 años),
profesionales o ejecutivos, con altos ingresos, y sólidos títulos, pertenecientes a una
pareja bi-activa» (Méda, 2004, p. 1). Esta encuesta referida a una muy joven
generación de padres podría estar indicando un relativo cambio de
comportamientos, y un próximo acercamiento entre los comportamientos de los
hombres y de las mujeres frente a su vida profesional. Este modelo alcanza a las
parejas con títulos más altos y a los ejecutivos que dicen haber reducido su tiempo
de trabajo. Pero, prudentes, los autores del estudio observan que se trata sólo de
comportamientos marginales, y que las mutaciones culturales son lentas (Méda,
Cette, Dromel, 2004, p. 19). A lo sumo puede señalarse que los valores familiares
están siendo integrados al proyecto de felicidad social a la par que los valores del
trabajo.

Orientación bibliográfica
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employeurs, París, La Découverte, INED, 2009, p. 461-489.

302
CAPITULO 10

Vincular y transmitir

303
El debilitamiento de la institución familiar mediante el rechazo del matrimonio y el
desarrollo del concubinato indican que la familia ya no tiende a la perennidad del
linaje, sino más bien a los cuidados de lo cotidiano y a la satisfacción de las
necesidades del individuo. ¿Significa esto que no hay ya más vínculo, más
transmisión o más continuidad?
La vulgata científica, amplificada por los medios de comunicación, permite
pensarlo, mientras que nuestra posición nostálgica remite a una época muy antigua
en la que la solidaridad familiar era una obligación frente a la precariedad de lo
cotidiano, la muerte omnipresente y la ausencia de apoyo público. La demografía,
por su parte, al establecer la ininterrumpida disminución del tamaño promedio de
los hogares contribuye a acreditar la idea de la nuclearización de la familia y de la
desaparición de la familia extendida. La insistencia en el individualismo opera en el
mismo sentido. Además, el Estado se ha hecho cómplice desde hace tiempo del
olvido de las relaciones de parentesco, ya que hay que comprender
estadísticamente a la familia para poder comprenderse mejor: el grupo doméstico
representa a este respecto una unidad contable y manipulable mientras que la «red
de parentesco» otorga menos asidero a sus acciones.
Los desbaratadores de familia nacieron en la segunda posguerra, hijos de la
paz, de la sociedad de la abundancia y del consumo. Protegidos por la sociedad del
salariado que confiere a todos y a todas la independencia económica y por el
Estado providencia, se convirtieron en adultos en busca de autonomía. Ahora bien
todo indica que, aunque las relaciones entre individuo y familia han cambiado, los
lazos intergeneracionales siguen siendo muy poderosos, más aún quizás porque el
vínculo conyugal es frágil.
Nuevas figuras parentales emergen, la de los abuelos;; en mejor forma que
nunca, ofrecen su ayuda y brindan referencias a familias desestabilizadas. Si la
familia de antes era horizontal, y se apoyaba en los vínculos carnales y en la
parentela de los primos, los tíos y las tías, actualmente la familia es vertical,
articulándose en torno a generaciones que son copresentes, de tres o a veces de
FXDWUR JHQHUDFLRQHV« H LQFOXVR FLQFR JHQHUDFLones: de este modo la familia
«pentageneracional» está lejos de ser una excepción, pudiendo esta copresencia
durar varios años107.
Mientras que el vínculo conyugal es revisable, y el vínculo entre padres e
hijos pequeños se construye a través de las diversas parentalidades, la presencia de
las generaciones, los intercambios que las mismas ponen en escena, muestran que
la institución familiar contemporánea no queda resumida a las tribulaciones del
 
107 Yves Mamou, «Quand cinq générations coexistent», Le Monde, 5 de diciembre de 2000.

305
Sociología de la Familia

amor y del individuo, aunque el sentido de las «obligaciones familiares» haya


cambiado. De este modo, para partir nuevamente de definiciones antropológicas, a
la par de la filiación y entrecruzándose con ella, pueden observarse «relaciones de
parentesco», vistas desde el ángulo de la sociología como «solidaridades familiares».
No obstante, tanto en Francia como en los países de Europa, el sentido y el
contenido de esas solidaridades plantean debates, y ofrecen la oportunidad de
discutir sobre las diferentes concepciones de los modelos familiares.
La familia alberga a sus miembros, los alimenta y los socializa, pero
también transmite y crea un vínculo;; es el «pilar de las identidades» para el 86% de
las personas, 89% para las mujeres, 83% para los hombres, mucho antes que el
trabajo (Houseaux, 2003).

El vínculo familiar, un vínculo vertical


De todas las personas que componen la parentela de un individuo (cf. capítulo 1),
los ascendientes y sus descendientes directos se encuentran mucho más implicados
en las relaciones de ayuda mutua, de apoyo y de intercambio que los hermanos
carnales. Una configuración sigue siendo central ²la relación madre-hija², mientras
que emerge una nueva figura, la de los abuelos.

Los hermanos carnales en segundo lugar

Las investigaciones sobre los hermanos y hermanas reflejan que «el vínculo de
carnalidad es estructuralmente secundario en relación con el lazo de filiación
directo entre padres e hijos adultos» (Crenner, Déchaux, Herpin, 2000). El vínculo
entre hermanos y hermanas muestra una gran variabilidad, está poco regulado,
dejando un amplio espacio a las relaciones de afinidad;; la frecuentación de los
hermanos es inferior a la de los padres. Además, y contrariamente a lo que se dice a
menudo, las grandes fratrías no son más unidas. Dentro de este círculo de
parientes, hay un ámbito que sigue siendo tabú, y es el del dinero. El dinero es
corruptor porque subraya las desigualdades de estatus entre los hermanos que se
manifiestan en particular en el momento de las discusiones en torno a las
herencias.
En el plano de la ayuda mutua, el vínculo entre hermanos carnales es
sostenido. Este vínculo, adormecido durante años, podrá ser reactivado en ciertos
momentos de la existencia. El vínculo de hermandad carnal como todos los
vínculos de parentesco es un conservatorio de los roles sexuales. Las mujeres son
muy frecuentemente las kin-keepers, guardianas de la memoria y de las relaciones
familiares. Existe por otra parte un sesgo matrilateral muy claro en las relaciones de
fratría, estando la pareja más a menudo absorbida por la fratría de la mujer, pero
ésta puede también organizar los vínculos con las hermanas de su marido
(Déchaux, Herpin, 2004). En definitiva, el vínculo de hermandad carnal, netamente
más débil y menos regulado que el vínculo parental, sigue estando marcado por su
carácter ambiguo, a la vez de afinidad y cercano por eso a la amistad y, al mismo
tiempo, portador de obligaciones. Sea como fuere, la fuerza de este vínculo, en

306
Vincular y transmitir

tanto se manifiesta a través de intercambios, es siempre menor que el vínculo


vertical que se activa a través de la variedad de ayudas y apoyos, materiales,
afectivos y simbólicos.

La importancia de la relación madre-hija

La historia del siglo XX da testimonio del debilitamiento del poder patriarcal sobre
los hijos y del relajamiento progresivo de la dominación sobre la esposa. La figura
tutelar de linaje se feminiza. Más que para los hombres, la evolución demográfica
de estos últimos años ha sido una revolución para las mujeres. En el transcurso de
los años 1930-1970, período del modelo familiar «clásico», las mujeres se han visto
beneficiadas por un alargamiento de la expectativa de vida y por una disminución
de la cantidad de nacimientos. En tales condiciones, luego de un matrimonio que
tenía lugar a muy joven edad, una vez alcanzados los cuarenta años y con los hijos
ya criados, se abría para estas generaciones de mujeres la perspectiva de una
expectativa promedio de vida de treinta y cinco años.
Michaël Young y Peter Willmott (1983) han sido los primeros en llamar la
atención sobre esta relación (cf. capítulo 2). En el barrio obrero de Londres de los
años 1950 que ellos estudiaron, la residencia era fuertemente matrilocal. Esto
explica sólo parcialmente la intensidad cotidiana de las relaciones, visitas, servicios,
intercambios que la madre y su hija casada mantienen. En el momento del
casamiento de la hija, la madre, cuyos hijos ya son todos grandes, tiene mucho más
tiempo libre mientras que su hija, joven mujer casada, comienza con el ciclo de
embarazos, nacimientos y cuidados a los hijos de corta edad. El apoyo moral,
afectivo y material de la madre le es más que nunca necesario en un momento en
que ésta se halla justamente en libertad de dispensarlo. Una relativa separación de
las tareas y de los roles entre los esposos favorece esta intromisión de la madre en
la cotidianeidad del hogar de su hija. En Bethnal Green, la familia matricentrada es
característica del universo familiar obrero:

«Cuando una hija se casa, y más aún cuando deja su trabajo para tener hijos,
vuelve al mundo de las mujeres y de su madre. El matrimonio inscribe a los sexos
en sus respectivos roles y refuerza así el vínculo entre madre e hija. Como dice el
YLHMR UHIUiQ ´0L KLMR HV KLMR KDVWD TXH VH FDVD 0L KLMD HV PL KLMD SDUD WRGD OD
vidaµ» (p. 60-61)

Esta focalización familiar sobre la madre de la mujer dentro de la familia


obrera fue claramente confirmada por la investigación de Olivier Schwartz (1990)
llevada a cabo entre las familias de mineros del norte de Francia. Se trata de una
verdadera «segunda pareja», en la cual se refugia la hija para hablar, para dar cuenta
de las dificultades que ha encontrado en la gestión de lo cotidiano y que debe
enfrentar. Pero estas interpretaciones psicológicas se ven reforzadas por la
comprobación económica de que el trabajo de la mujer la vuelve aún más
dependiente de su madre.
La desaparición de los antiguos barrios integrados, la dispersión residencial
de las redes familiares, el ingreso masivo de las jóvenes madres al mercado laboral,
la igualdad entre los sexos proclamada como ideología social ¿no han erradicado

307
Sociología de la Familia

acaso la especificidad de la relación madre-hija? No es así en absoluto, y parece ser


incluso que el empleo refuerza las redes femeninas. Agnès Pitrou (1977) mostró,
desde fines de los años 1970 que dentro de las nuevas clases medias, la ayuda de
los padres de la mujer tomaba muy frecuentemente la forma de servicios
materiales, mientras que la ayuda de los padres del marido era más bien de
naturaleza financiera. Esta dimensión femenina que se enraíza en la cotidianidad de
las relaciones, en torno a los hijos de corta edad y a los padres mayores (Adune-
Richard, 1984) perdura actualmente, aunque la matrilocalidad residencial no esté a
la orden del día, y aunque las mujeres tengan menos disponibilidad debido a que
trabajan.

La división sexual de las relaciones de parentesco

En el transcurso de los trabajos llevados a cabo sobre los lazos familiares se


revelaron cuestiones sexuales que muestran que, al igual que lo que ocurre en la
pareja, la marcha hacia la igualdad tiene aún por delante un largo trecho. Las
mujeres son los pivotes de las relaciones de parentesco. Si bien algunos nostálgicos
de las órdenes patriarcales ven en ello la señal de un eterno femenino que, por
naturaleza, sería la devota madre amante y/o hija cuidadora, la continuidad de esta
posición es más bien el producto de fuerzas económicas, sociales y culturales
cambiantes, por así resumirlo, de la modernidad. El considerable alargamiento de
la esperanza de vida y el avance de la gerontología han tenido como resultado una
situación inédita para las mujeres a partir de fines del siglo XX. Es corriente hoy en
día que tres generaciones de adultos coexistan;; son las que Esther Brody designa
como «las mujeres del medio» (1981) y constituyen la segunda de las tres
generaciones adultas, responsables a la vez frente a los padres que envejecen y
frente a los hijos que están criando aún a sus propios hijos. En ese momento es
cuando ejercen a pleno su capacidad para dar. Al llegar a la cincuentena, estas
mujeres conocen conflictos desconocidos hasta entonces. ¿Tienen que abandonar
su trabajo para dedicarse a unos y a otros? ¿Es esto acaso razonable en una época
en la que los disloques del mercado laboral no dejan a nadie a salvo del desempleo?
La generación de mujeres de entre 55 y 70 años de edad conoce también
tensiones psicológicas graves con sus padres viejos en los casos en que estos
pierdan su autonomía. Cuando las relaciones anteriores estuvieron marcadas por
conflictos, cuando las mujeres no han tenido una vida social fuera de la familia,
estas imposiciones son desde el punto de vista psicológico difíciles de sobrellevar
(Wilbers, Lehrs, 1990). Con el inexorable aumento del envejecimiento de la
población y la estabilización de la fecundidad a una tasa apenas suficiente para
garantizar la renovación de las generaciones, podemos interrogarnos acerca de lo
que podrá devenir la relación ´hija de ya cierta edad-padres viejosµ a mediados del
siglo XXI. Un número menor de hijos y nietos deberán ocuparse de un número
mayor de personas de edad.
Una investigación realizada sobre familias con tres generaciones permite
explicar el mantenimiento de la fuerza del vínculo entre madres e hijas (Attias-
Donfut, Lapierre, Segalen, 2002). Las relaciones entre las generaciones y las
relaciones entre los sexos manifiestan respectivas evoluciones solidarias. El
movimiento de igualdad de los sexos implica un acercamiento entre generaciones.

308
Vincular y transmitir

La fusión entre el hogar de la madre y el de la hija, observado en los ámbitos


obreros, ha desaparecido, pero el vínculo privilegiado madre/hija continúa
expresándose a través del cuidado de los hijos pequeños, forma apreciada de
apoyar la promoción profesional de las jóvenes madres. Desde los años 1980,
mientras se desarrollaba el mercado del empleo femenino, una esclarecedora
investigación, que conserva aún toda su actualidad, mostraba cómo se articulaban
vida profesional y actividad doméstica en torno al linaje madre-hija (Daune-
Richard, 1984). Aunque la madre tenga un empleo, su hija cuenta con ella para que
esta le dé una mano en lo cotidiano: cuidado de los hijos, preparación de platos,
organización de una comida, participación en el mantenimiento de la ropa. La
simbiosis madre-hija se presenta como una condición sine qua non del
mantenimiento de la actividad profesional de la segunda. La contribución
masculina a las tareas de la casa es muy secundaria en relación con esta columna
vertebral femenina que sostiene el cuerpo doméstico.
Jean-Pierre Terrail (1995) revela un fenómeno idéntico al develar el rol de
las madres en el proceso de emancipación de las mujeres obreras, la abuela que
permanece en casa, la madre empleada sin calificación, y la hija que goza de un
empleo calificado.
En contraste, la relación suegra-nuera parece marcada por el sello de
numerosas tensiones (Lemarchant, 1999): los individuos que se unen en
matrimonio siguen siendo sin embargo hijas e hijos que deben esforzarse por
construir con sus respectivos padres «la distancia correcta». Esta relación de
parentesco no es electiva, pero corresponde al deber y se halla fuertemente
codificada. «Si bien los padres ya no intervienen en la designación del cónyuge, no
están ausentes de la historia conyugal de sus hijos» (p. 123). Es mediante el acceso
a la abuelidad como se apacigua la tensión con la suegra, cuando ésta a través del
nacimiento del nieto accede al estatus de «Abuelita».

El descubrimiento de los abuelos

Los abuelos son los grandes olvidados de la sociología de la familia (Attias-Donfut


y Segalen, 1998). Los demógrafos están comenzando recientemente a estudiar sus
características morfológicas. Según una investigación estadística nacional en 1999,
se estima su cantidad en 12,6 millones de los cuales dos millones son bisabuelos. A
los 56 años, una de cada dos personas tiene al menos un nieto;; las mujeres se
convierten en abuelas más tempranamente y tienen más posibilidades de ver nacer
a la cuarta y a la quinta generación de su linaje. Estos abuelos, cada vez más
numerosos, tienen un promedio de cuatro nietos, cantidad que depende
evidentemente de la de sus propios hijos (Cassan, Mazuy, Toulemon, 2005).
La investigación cuantitativa y cualitativa fundada sobre la base del estudio
de familias de tres generaciones devela la considerable importancia de su rol. Ellos
son «nuevos» abuelos en la medida en que han conocido todas las
transformaciones sociales y culturales de los años 1970. Las mujeres, en particular,
se han visto beneficiadas con las formas modernas de la contracepción, del
derecho al aborto;; se precipitaron en el mercado laboral. Su madurez es
contemporánea de los cambios legislativos que hacen de ellas las pares iguales de

309
Sociología de la Familia

los hombres en el seno de la familia. Ellas y ellos han criado a sus hijos en un clima
de diálogo que rompe con la autoridad de las generaciones precedentes.
Esta generación alcanza la edad de la abuelitud, de acuerdo con los
resultados de la encuesta a tres generaciones, (de entre 48 y 52 años) habiéndose
beneficiado con un ascenso social sin precedente. Los «babyboomers» se
transformaron en «papyboomers», dinámicos y afectuosos. Entran en la nueva
tercera edad que no se asocia con la vejez, sino que caracteriza a un grupo de
hombres y de mujeres, «los seniors», que gozan de buenas jubilaciones, tienen
buena salud, y están disponibles para su familia. Entre las personas que tienen
nietos tempranamente, el 83% los cuidan ya sea durante las vacaciones, ya sea en la
vida cotidiana, y el 34% de manera aún más importante, con un ritmo semanal o
cotidiano. La ayuda de la madre (y en forma secundaria de la suegra) a su hija (o
nuera) aparece como claramente determinante en la figura de la abuela: al ayudar a
la joven madre a cuidar a sus hijos, ella le permite conservar su trabajo asalariado
cuyo aporte es indispensable para la supervivencia económica de la pareja (o para
contribuir a garantizar las cuotas de los créditos solicitados para la compra de una
casa). El cuidado de los nietos que los abuelos llevan adelante se sitúa en el
corazón de las transacciones generacionales, que son tomadas en parte como
deuda y en parte como donación.
Los nuevos abuelos brindan también, frente a la fragilidad de las parejas,
una base identitaria fundamental para sus descendientes. A pesar del sentimiento
de relativa juventud que pueden experimentar, son los viejos del linaje, los que
detentan la historia y la memoria de la familia. Garantizan la función de
transmisión del pasado: a los nietos les gusta encontrar en el álbum de fotos
aquellas de la infancia de sus propios padres.
Ofrecen una ayuda importante en el momento de las crisis conyugales.
Nuestra investigación mostró cómo estos recibían a la joven madre que había roto
con su cónyuge o su compañero poco tiempo después del nacimiento del hijo,
ayudándola a recomponer su vida. En las familias descompuestas, los abuelos
paternos pueden ayudar a los hijos de su hijo divorciado, aunque el niño tenga
poco contacto con éste último. Las abuelas paternas parecen particularmente
comprometidas, cuando tratan de mantener los vínculos entre primos
ofreciéndoles un lugar común para pasar las vacaciones. Ellas buscan compensar la
falta de apoyo que el hijo con un nuevo hogar reconstituido no pudo brindar a sus
propios hijos. Las ex suegras manifiestan a veces un importante apego y una
indefectible solidaridad por su antigua nuera. Además cuando los nietos se
convierten en jóvenes adultos y sus necesidades aumentan, ellas aportan un apoyo
financiero en la medida de sus posibilidades (Cadolle, 2004). Habrá de señalarse,
sin embargo, que estos «nuevos» abuelos constituyen también la primera
generación que se ha divorciado en forma masiva, y de ser así, la ayuda a los nietos
es siempre menos importante que en el caso de que la pareja no se hubiera
separado.
A lo largo de Europa, la figura de los abuelos se ejerce esencialmente en
relación con el auge del trabajo femenino (Attias-Donfut, Segalen, 2001). En
España, se observa el ingreso masivo y brutal de una generación de mujeres
jóvenes al mercado laboral, sin que existan estructuras colectivas de cuidado para
los hijos. Al igual que en Francia, las personas de más de sesenta años gozan de
una autonomía confortable, y la joven madre se vuelve hacia la abuela para que ésta

310
Vincular y transmitir

cuide a su hijo. Contrariamente a lo que ocurre en Francia, en donde la tasa de


actividad femenina, aunque con fluctuaciones, ha sido siempre elevada, en España,
estas mujeres pertenecen a la última generación que tenía sólo un rol doméstico. A
los 60 años, con sus hijos criados y habiendo dejado estos ya el hogar, las abuelas
españolas vuelven a enfundarse en su antiguo rol, que les garantiza siempre un
estatus, mientras que los maridos, jubilados, tienen dificultad para volver a
encontrar su lugar. Por otra parte, las configuraciones residenciales facilitan el
ejercicio de este vínculo, ya que el 56% de las mujeres que trabajan tienen a su
madre en la misma ciudad, y el 43% a su suegra. En el caso de aquellas que viven
en la misma ciudad, la mitad vive en el mismo barrio, pero sólo el 11% en la misma
casa.
Contrariamente a los abuelos franceses, que según el esquema general
cuidan a sus nietos durante el fin de semana o durante las vacaciones, las abuelas
españolas los cuidan en su casa o en la de su hija o nuera, en forma prácticamente
cotidiana, van a buscarlos a la salida de la escuela;; 25% preparan la comida de los
hijos y de los nietos. Sin el apoyo de los abuelos, las mujeres españolas jóvenes no
podrían simplemente trabajar (Tobio, 2001). Pero ellas mismas, cuando se les
pregunta, declaran que seguramente no habrán de asumir ese rol cuando llegue el
momento;; las familias españolas por lo tanto harán pesar sobre el Estado los
pedidos para contar con estructuras acordes para cuidar a los niños, (lo que
contribuirá quizás a hacer crecer la tasa de fecundidad, si este tipo de servicio es
organizado). En Italia, Tullia Musatti (1992) muestra también la importancia
predominante de la nonna que cuida a los hijos de la madre que trabaja, incluso sotto
lo stesso tetto (bajo el mismo techo).
La abuelitud se inscribe en el debate sobre el lugar respectivo de las
solidaridades públicas y privadas, así como el de las políticas respecto de la familia
(cf. capítulo 11). En Francia, en estos comienzos del siglo XXI, los abuelos pueden
mostrarse generosos porque cuentan con el beneficio de poder cobrar una
jubilación, y porque han podido ahorrar en el transcurso de su vida activa 108. Los
vínculos afectivos y las donaciones monetarias (por ejemplo ropa que se le compra
al nieto y que constituye una ayuda indirecta para los jóvenes padres) van a la par,
sin que esto constituya un vínculo de dependencia. No ocurre lo mismo en la Rusia
post-soviética, en donde los abuelos mantienen una posición dominante porque
detentan las únicas fuentes de ingresos regulares. Las Babouchki estudiadas por
Elizabeth Gessat (2001) contrariamente a sus homólogas europeas que encarnan a
la nueva tercera edad, dinámica, no buscan seguir siendo jóvenes. Al cubrirse la
cabeza con un pañuelo, ellas mismas se autoasignan el rol de persona mayor;; pero
a cambio de la pérdida de su juventud y de su seducción, dominan a toda la familia,
porque son ellas las que garantizan la supervivencia y la subsistencia de sus hijos y
de sus nietos;; los sueldos no se pagan, pero sí se pagan las pensiones;; y las abuelas
poseen pequeñas casas, las datchas, con jardines que garantizan una parte
importante de la alimentación familiar.

 
108Los nuevos jubilados que han dado y que siguen dando a sus hijos y a sus nietos saben sin
embargo que no les será fácil cuando lleguen a la vejez (75 años) poder contar con sus hijos: de allí la
importancia de los productos de ahorro a los que recurren en masa, se trate ya de un Livret A (caja de
ahorro especial) o de un seguro de vida (Le Monde, 5 de febrero de 2005).

311
Sociología de la Familia

El caso de Alemania es muy emblemático a la hora de mostrar los efectos


de los cambios de las políticas familiares (Herlyn, 2001). Con la revolución
comunista, las alemanas del Este fueron incitadas a comprometerse
profesionalmente, mientras el Estado se ocupaba del cuidado de los hijos mediante
la vasta apertura de guarderías y de jardines de infantes;; en Alemania Occidental,
durante este mismo período las mujeres eran confinadas a un rol mucho más
tradicional, sin apoyo público para el cuidado de los hijos. Las dos Alemanias se
encuentran hoy en día reunificadas y, a pesar de algunas medidas de cuidados
colectivos de los hijos pequeños, se han alineado con el modelo de la ex-RFA, con
una notable desaparición de las estructuras públicas de cuidado. Los modos de ser
abuelas varían, por lo tanto, de un lado a otro del país. Las abuelas de la antigua
Alemania Oriental son actualmente mucho más tradicionales, cumpliendo
únicamente con su rol doméstico que han sumado siempre a su rol profesional
(¡aunque el Estado obligaba a los hombres a compartir los gastos del hogar!);; hoy
en día encuentran una gran satisfacción en comprometerse con su rol, porque ellas
no han tenido tiempo de gozar de los placeres de la maternidad;; en Alemania
Occidental, aunque con frecuencia las mujeres han trabajado poco, se inscriben
actualmente en la abuelitud conjuntamente con otros intereses familiares.
Estos ejemplos nos muestran que el rol de abuelos puede ser analizado
desde un ángulo psicológico, o incluso a través de las relaciones con la identidad y
con la filiación pero nos permiten sobre todo comprender que el mismo se halla
íntimamente articulado con cuestiones públicas de solidaridad y por último con
elecciones políticas relacionadas con la idea que los diferentes estados europeos
tienen de lo que debe ser la familia.

Solidaridades privadas, solidaridades públicas


El término de solidaridades, reservado antiguamente a los vínculos colectivos de la
sociedad, cuya manifestación actual es el Estado providencia, se emplea
corrientemente en los discursos públicos y científicos para designar también a los
vínculos intergeneracionales. En lo que respecta al ámbito familiar, ¿su empleo no
es acaso discutible? En efecto, éste sugiere que un grupo tiene la obligación moral
de servir a los otros. Así como uno no puede escapar de las solidaridades públicas
instrumentadas a través de los impuestos que permiten hacer más igualitaria la
condición social de todos, del mismo modo los lazos familiares pueden ser
electivos. Sin embargo, se ha tenido la costumbre de relacionar las ayudas
proporcionadas por la familia, que son del orden de lo privado con las que
provienen de las formas de asistencia pública. ¿Se encuentran las mismas en una
relación de compensación de modo tal que cuando se intensifican unas peligran las
otras?
La dialéctica privado/público se instauró luego de la Liberación, cuando el
Estado extendía su red protectora sobre la familia, tomando a su cargo numerosas
funciones que antiguamente le eran atribuidas a ésta: la educación de los niños, el
cuidado de los enfermos y de las personas de edad. En el momento en que Talcott
Parsons desarrolla sus hipótesis sobre «el aislamiento estructural» de la familia
moderna, un consenso nacional se creó en torno a la noción de pareja, reivindicada

312
Vincular y transmitir

en los discursos públicos como lugar de florecimiento personal dispensado de


otras responsabilidades. Tal como lo escribe Jean Stoetzel en 1954, «la familia
protectora es substituida cada vez más por el grupo social, en el que el Estado es
protector, no sólo en los hechos, sino también en las actitudes. En los casos en
que, en la sociedad tradicional, el individuo se habría vuelto hacia su familia, se
vuelve, legítimamente, opina él, hacia el Estado».
Las primeras investigaciones realizadas sobre los vínculos entre
generaciones en los años 1970 se presentan como una especie de incongruencia en
el seno del paisaje sociológico. Dentro de la vulgata parsoniana que dominaba aún,
estos trabajos provocaban una detonación. ¿Cómo, dentro de la familia moderna,
el vínculo generacional podía aún permanecer activo? Así como Alain Girard había
mostrado que el casamiento por amor no era incompatible con la homogamia
social y que había fuerzas sociológicas que creaban esas uniones, aunque la fuerza
del sentimiento se pusiera siempre por delante, del mismo modo Louis Roussel
mostraba que la autonomía de la pareja no era incompatible con el vínculo familiar,
muy por el contrario. Fuera de las investigaciones de los etnólogos sobre los lazos
de parentesco en el ámbito rural que parecían marginales dentro del universo de la
investigación sociológica (Segalen, 1985), habrá que esperar el final de los años
1980 para ver resurgir trabajos sobre estas cuestiones. El redescubrimiento de los
lazos familiares de usos múltiples, la nueva celebración de la familia, mientras que
hasta entonces sólo se hablaba de «crisis» se operaba en el momento en que
comenzaba a debilitarse el dispositivo del Estado providencia. En Francia y en
Europa, las nuevas problemáticas sobre los vínculos intergeneracionales atañen
más que nunca a la relación privado/público y ponen en evidencia sensibles
diversidades culturales.

Las primeras investigaciones

Con el propósito de poder medir la proximidad de las residencias entre padres e


hijos casados, la frecuencia de sus relaciones, la importancia de los servicios que
intercambian, las modalidades de transmisión de los bienes, se llevó a cabo una
primera investigación nacional realizada por Louis Roussel en 1974 que releva la
sorprendente proximidad entre la residencia de los padres y la de los hijos casados.
Sobre el muestreo nacional, más del 75% de estos viven a menos de veinte
kilómetros de sus padres. Aunque la proximidad geográfica no sea determinante en
la densidad de las relaciones padres-hijos, es claro que es un factor que la facilita.
Es por elección que los hijos, una vez casados, desean permanecer cerca de sus
padres, es decir en los lugares de su infancia y de su adolescencia, en la ciudad o la
región cuya cultura conocen y a la se sienten integrados. Las reivindicaciones
ecologistas y los movimientos vinculados con la calidad de vida no han hecho más
que amplificar este deseo de trabajar y de vivir en su provincia en los años 1970
(Roussel, 1976).
Una investigación subsiguiente referida a personas que están en ese
momento de su ciclo de vida familiar en el que tienen a la vez ascendientes vivos e
hijos casados confirma la inserción espacial cercana de las generaciones y cuantifica
la densidad de encuentros entre padres e hijos casados. Cuando las residencias son
muy cercanas (incluso comunes), el 90% de las personas interrogadas ven a su hija

313
Sociología de la Familia

al menos una vez por semana, 86% a su madre, 83% a su hijo, y 82% a su suegra.
Cuando las residencias son muy lejanas (más de 500 km), las personas interrogadas
ven a sus hijos incluso varias veces al año (77% ven a su hija más de una vez, 67%
a su hijo), pero no ven a sus propios padres más que una vez al año en general
(sólo 55% ven a su madre más de una vez al año, 42% a su suegra) (Gokalp, 1978).
De estos trabajos y a través del estudio detallado de la transmisión de
bienes, de las ocasiones de encuentros y de servicios (ayuda financiera, cuidado de
los hijos en caso de dificultad temporal o de manera regular, en el momento de las
vacaciones, etc.), se desprende un modelo coherente: la proximidad residencial
permite la frecuencia de la interacción siempre y cuando se preserve la
independencia de la joven pareja. De uno y otro lado desean mantener su libertad y
así eligen libremente verse y ayudarse.
Muy innovadora, la investigación de Louis Roussel trataba también de
delimitar la continuidad cultural de una generación a otra;; mediante la observación
de la movilidad general de las parejas jóvenes en relación con sus padres, se trataba
de ver si los mismos modelos familiares (caracterizados por algunas variables como
las opiniones sobre el reparto de las tareas masculinas-femeninas, el trabajo
profesional de la mujer, etc.) eran transmitidos de padres a hijos o si los padres
adoptaban los modelos de los hijos. Entrevistas realizadas en paralelo mostraban
que, en una sociedad en continuo cambio, muy ansiogénica, las relaciones entre los
grupos domésticos de ambas generaciones se presentan como un elemento de
estabilidad, «refugio», sobre todo para las clases medias más sensibles al cambio.
Realizada en los plenos «Treinta Gloriosos», esta investigación alcanzaba a
las parejas francesas en proceso de ascenso social. Contrariamente a la imagen que
podría tenerse en la actualidad, la sociedad de esa época no dejaba de estar
preocupada: así de frágil parecía la ascensión a un bienestar que la generación
precedente no había conocido. La protección de estas nuevas adquisiciones parecía
asegurada por el mantenimiento de relaciones familiares compactas entre las
generaciones, mantenimiento que debía tener lugar a cualquier precio ² incluso el
de un compromiso ideológico en caso de que hubiera desacuerdo sobre problemas
políticos, familiares o sobre la filosofía de vida en general
El autor funda la importancia de estas relaciones en la afectividad: «Todo
lo que se intercambia en la familia, todas las transacciones que se operan en ella
constituyen el soporte de relaciones afectivas intensas y sólo en relación con ellas
DGTXLHUHQVXVHQWLGR>«@La interdependencia afectiva es uno de los fundamentos
de la continuidad familiar» (p. 195).
Esta afectividad es sin embargo asimétrica, como lo mostraba la
investigación estadística nacional. Ahora nosotros podemos comprenderlo mejor,
gracias a esas entrevistas. Los padres ²y esto se vuelve cada vez más cierto con el
paso del tiempo² dependen del afecto de sus hijos. Sus múltiples regalos,
préstamos, servicios serían para ellos la manera de que este afecto les sea atribuido.
Si bien esta situación es perfectamente percibida de este modo de ambos lados, por
los donantes y por los donatarios, no debe ser enunciada: «todo tiene que suceder
como si los padres no dieran nada y como si los hijos no recibieran nada» (p. 244),
sirviendo los nietos de mediadores.
La interpretación de las observaciones se inscribe dentro de un contexto
neo-parsoniano que hace de la familia ² se trate ya de la familia conyugal o de la
familia extendida en varias generaciones ² el lugar de una intensa afectividad, fuera

314
Vincular y transmitir

de, incluso contra la sociedad. Según Roussel, ya no habría tampoco, como Parsons
lo sugería, armonía entre sociedad y familia, sino por el contrario disonancia;;
mientras que toda la sociedad estaría organizada alrededor de relaciones
funcionales, la familia seguiría siendo el último recurso, el único lugar de la
afectividad.

Las investigaciones de los años 1990: la cuestión de las generaciones y del


ámbito social

Luego de esta primera ola de trabajos pioneros sobre las relaciones entre las
generaciones, es sobre todo a partir de mediados de los años 1980 cuando el tema
de las solidaridades hace irrupción dentro del debate sociológico y político. La obra
de Agnès Pitrou, publicada en 1978 con el título de Vivre sans famille (Vivir sin
familia) será reeditada en 1992 con el título de Les solidarités familiales (Las solidaridades
familiares). La autora insiste aquí especialmente sobre los efectos recíprocos entre
los sistemas de ayuda mutua familiar y las políticas sociales, preguntándose acerca
de la solidez del apoyo dentro del marco de vínculos conyugales efímeros y de
lazos de filiación discordantes.
Estas nuevas olas de investigaciones se sitúan dentro de un contexto
económico diferente, marcado por la desaceleración económica endémica que
conoce la economía francesa y el aumento de las desigualdades sociales;; los
observadores coinciden en que la solidaridad familiar entre las generaciones ha
tenido un rol clave para amortiguar los efectos de la crisis que golpeó
principalmente a los jóvenes: la misma continúa ejerciéndose dentro del contexto
de morosidad económica que conoce Francia a comienzos del siglo XXI. Una clara
señal de apoyo familiar puede tener su lectura en el alargamiento de la edad en la
que los jóvenes dejan el hogar de los padres quienes acogen durante más tiempo a
sus hijos (o se han resignado a hacerlo). En 1999, el 61% de los jóvenes de 22 años
de edad siguen estando todavía en el hogar parental;; a los 25 años, quedan todavía
36%, a los 29 años, 13%. Diez años antes, a las mismas edades, las cifras
correspondientes eran respectivamente de 37%, 28% y 12%109.
La persistencia de los vínculos de parentesco continúa inscribiéndose en la
proximidad residencial. Según una investigación representativa de la población
francesa, realizada en el 2000, la mitad de los grupos domésticos en Francia
funcionan sobre el modelo que Catherine Bonvalet designa con el término de
«familia-entorno» (2003). Se trata, para el 30% de entre ellas, de parejas que viven
en la misma comuna en la que vive al menos uno de sus padres, que tienen
contactos por lo menos semanales y que intercambian servicios y ayudas muy
frecuentes;; 17% de entre ellas mantienen relaciones fuertes sin vivir cercanamente.
Estos vínculos estrechos pueden ser el fruto de la necesidad o bien la resultante de
una elección que hace aparecer una suerte de lógica de «creación de casa», de hecho
una red de relaciones entre varias residencias.
Una gran investigación nacional constituida por un muestreo
representativo de familias de tres generaciones, realizada en 1992, atacaba de frente
 
109 Fuente: Vigésimo octavo informe sobre la situación demográfica de Francia, Ministerio de Empleo y de la
Solidaridad, 1999, p. 32.

315
Sociología de la Familia

la cuestión y se interesaba por los intercambios entre miembros de familias de tres


generaciones, sea cual fuere su naturaleza. Ayudas en especie y en metálico,
alojamiento, dar una mano en lo cotidiano o en casos de situaciones difíciles,
transferencias financieras en el momento de la herencia. La doble originalidad de la
investigación realizada por la CNAV &DLVVH 1DWLRQDOH G·$VVXUDQFH 9LHLOOHVVH &DMD
Nacional del Seguro de Vejez), bajo la dirección de Claudine Attias-Donfut (1995) es la
de tomar en cuenta la situación específica de las tres generaciones copresentes cuya
experiencia ha sido muy diferente, y en segundo lugar la de establecer la relación
entre los apoyos recibidos a través de los sistemas públicos de redistribución y los
apoyos dados por el circuito privado. Así puede observarse que las transferencias
privadas entre generaciones circulan en sentido inverso del de las transferencias
públicas que orquestan los sistemas de jubilación.
La investigación «Trois générations» (Tres generaciones) confirma que las
solidaridades familiares se mantienen gracias al sistema público de protección
social, ya que el pago de las prestaciones estimula la ayuda mutua privada. La
complementariedad de las ayudas públicas y privadas se verifica por ejemplo en la
ayuda financiera a los jóvenes, siendo la estrategia parental la de ayudar a sus hijos
para prevenirlos contra el riesgo de descenso social. Los estudiantes acumulan
estas ayudas familiares con las prestaciones públicas (becas, subsidios para
alojamiento, etc.) y los padres los ayudarán más aún si los jóvenes reciben también
ayudas públicas (figura 14).
La articulación entre solidaridades privadas y solidaridades públicas se
manifiesta en sus formas límites, para los Rmistes110, entre los que el riesgo de
ruptura familiar se suma al riesgo de ruptura social. Una investigación realizada
entre una población beneficiaria de este subsidio muestra que la misma también
recibe un apoyo familiar, pero bajo ciertas condiciones: ayuda irregular disfrazada
bajo la denominación de regalos, ayuda regular menos frecuente, aportada
generalmente en especies (ropa, alimentos). Esta ayuda en especie permite
camuflar el apoyo en forma de donación a fin de que la deuda y la dependencia no
sean enunciadas, mientras que la «donación opera en el espacio del canje» (Ribert,
2005).
Si bien las donaciones de dinero se hacen siempre en sentido descendente,
los servicios de orden material, doméstico o social se intercambian entre las tres
generaciones. Entre los servicios más extendidos brindados por la generación
intermedia, figura la ayuda a los padres de edad. 50% reciben una ayuda regular por
parte de un miembro de su entorno, pero es el caso del 84%, cuando experimentan
dificultades para llevar a cabo los actos de la vida cotidiana. La ayuda mutua
familiar se incrementa significativamente cuando también existen ayudas
profesionales (subvencionadas por los poderes públicos).
La comprensión de estos resultados se vería truncada si no se tomara en
cuenta el contexto global para fundar sociológicamente la fuerza del lazo de
filiación, lo que permite el estudio de las relaciones de transmisión entre tres
generaciones afiliadas: pueden así medirse los efectos del contexto de educación,
de trabajo y de jubilación para los abuelos, los padres, los hijos adultos.

 
110 Nota de la traductora: persona que cobra un subsidio.

316
Vincular y transmitir

Figura 14. Los circuitos de intercambios de servicios y


de donaciones de dinero entre tres generaciones

Ejemplo de lectura: dentro de la generación pivote, 9% hacen donaciones de dinero a sus padres y 64%
a sus hijos.
Fuente: Attias-Donfut, 1995, p. 74.

En la investigación, llevada a cabo recordémoslo en 1992, la generación de


los de mayor edad (G1), nacidos entre 1910 y 1920 conoció una larga vida de
trabajo, poco desempleo, y se ve beneficiada al final de su vida por las ventajas del
Estado providencia. Aunque su nivel de educación sea reducido, reconocen haber
tenido una vida más fácil que la de sus padres. Es la «generación de labor». La
segunda generación (G2), la de los padres nacidos entre 1939 y 1943 (generación
pivote) tuvo el beneficio de la extensión de la educación, de un mercado laboral
muy dinámico y de una protección social en pleno desarrollo. Su condición es
netamente mejor que la de sus padres y la de sus hijos: «generación de abundancia».
La tercera generación (G3), la de los hijos nacidos en los años 1960-1970, a pesar
de contar con un nivel de formación superior al de sus padres, tiene mucha más
dificultad para ingresar al mercado laboral y verse beneficiado así por un estatus de
adulto: «generación de la desilusión».
Las relaciones entre las generaciones se basan en el sentimiento de su
discontinuidad que nos remite a la distancia en materia de valores de los que
hablaba Louis Roussel en su investigación realizada más de veinte años antes. La
encuesta de la CNAV muestra una verdadera cesura entre G1 y G2, mientras que
G2 y G3 tienen sistemas de valores relativamente cercanos. Por ejemplo, las dos
generaciones más jóvenes que han conocido los acontecimientos de 1968

317
Sociología de la Familia

comparten las mismas actitudes respecto de los modelos conyugales, el lugar de la


mujer y el reparto de los roles;; y ocurre lo mismo en lo que se refiere a los modelos
educativos, G2 y G3 se encuentran mucho más cerca que los G2 y G1 que han
criado a sus hijos con modelos educativos mucho más estrictos y autoritarios.
La importancia del vínculo, de la ayuda y de la afiliación varía según los
ámbitos sociales. Agnès Pitrou (1978), una de las primeras, distinguía entre la ayuda
de la parentela para permanecer dentro del mismo nivel social «ayuda de
subsistencia» y la ayuda para la «promoción». En la investigación sobre las tres
generaciones, a las familias que son muy solidarias y representan 11% de los
entrevistados, se les oponen 20% de familias dentro de las cuales los intercambios
son muy reducidos (Attias-Donfut, 2000, p. 671). La ayuda mutua de parentesco
viene en cierta medida a amortiguar la crisis y las desigualdades sociales, pero sólo
tiene efecto a nivel microsocial, es decir a nivel de la redistribución en el seno de
los linajes. La misma no compensa las desigualdades a nivel macrosocial y no tiene
ningún efecto igualitario entre los grupos sociales, sobre el conjunto de la
estratificación socio-económica (Herpin, Déchaux, 2004).
Existen casos límites en los que la ruptura social es muy fuerte, y en los
que la ayuda de la parentela, incluso ofrecida dentro de los cánones de la
autonomía de las generaciones, es rechazada junto con la totalidad de lo que
encarna la familia de origen. Las investigaciones sobre un mundo obrero en vías de
estratificación subrayan la profundidad de los desniveles que oponen hoy en día a
ambas generaciones obreras, las de los padres que se han criado en la condición
obrera, la han interiorizado y continúan adhiriendo a ella en una forma de
conciencia desdichada y la de los hijos, muy a menudo destinados a un futuro de
obrero o de empleado, pero que, habiendo sido escolarizados y estando abiertos a
la cultura joven (Internet, música, ropa) la rechazan. «Esta cultura ²con sus formas
de ascetismo, de identidad y de conciencia de clase² los hijos ya no pueden, ya no
quieren tenerla como herencia. De allí las tensiones que se manifiestan entre las
dos generaciones, particularmente visibles, por ejemplo, entre ciertos padres
obreros y sus hijos ya adultos, que se ven unos y otros imposibilitados de
comprenderse» (Schwartz, 2002, p. 223). El film de Laurent Cantet «Ressources
humaines» (Recursos humanos) volvía particularmente sensible la ruptura del
vínculo intergeneracional que dejaba sin esperanza tanto al padre como al hijo111.

Los lazos de parentesco en las familias de Europa

Si nos atenemos a las curvas demográficas de Europa, los modelos familiares


parecen cercanos, ya que todos los países, según los calendarios que les son
propios, han conocido las mismas evoluciones: baja y prórroga de la fecundidad,
aumento de las separaciones, nacimientos fuera del matrimonio, alza de la actividad
femenina. Más allá de estas convergencias, las divergencias aparecen, tanto más
sorprendentes a partir del momento en que nuestro interés recae en las variables
culturales (Gullestad y Segalen, 1995). Algunas características referidas a la ayuda
 
111 Como para atenuar el conflicto entre «sus» hombres, la madre, evidentemente, hacía de
intermediaria entre ellos a través de gestos cotidianos: llevando ropa limpia a su hijo y apoyando a los
huelguistas en la fábrica.

318
Vincular y transmitir

de la parentela subrayan los desniveles culturales entre los países del norte y los del
sur.
Si bien la tendencia al alargamiento de la juventud es sensible en todos los
países de Europa, estudios realizados con diez años de intervalo muestran que los
modelos no son sin embargo cercanos (cf. capítulo 6). Los jóvenes mediterráneos
abandonan mucho más tardíamente a sus padres que los de los países
septentrionales. Entre los 22 y 25 años, sólo 15% de los daneses viven en lo de sus
padres, mientras que se cuenta todavía a 88% de los italianos y a 89% de los
españoles en la casa parental. Ciertamente esto no significa una dependencia de los
jóvenes respecto de sus padres, pero no están reunidas las tradiciones culturales y
las condiciones económicas para permitir un acceso a la autonomía (Galland, 2000,
Chambaz, 2001). Tomando en cuenta la mayor o menor rapidez con la que se
accede a los diversos signos de independencia (residencia independientes, estar o
no en pareja, ser asalariado), el «score de independencia», según la expresión de
Olivier Galland, varía de un país a otro. La duración de los estudios no explica por
sí sola las diferencias;; es más bien la concepción que tiene cada país de lo que
significa la edad adulta lo que cuenta. En Dinamarca, a partir de los 18 años, todo
individuo es considerado como adulto y este estatus lo habilita en el acceso a los
derechos cívicos, políticos y penales, pero también a los sociales, lo que se ve
reflejado en las ayudas públicas muy generosas para los jóvenes, en especial a
través de becas cuya atribución es independiente del nivel de ingresos de los
padres. Por contraste, en Francia la autonomía económica se alcanza mucho más
tarde, y por este motivo es necesario que la ayuda de los padres se combine con la
ayuda social para el alojamiento. Es posible oponer «un modelo familiarista
mediterráneo a un modelo público nórdico» (Galland, 2000, p. 635).
Las huellas históricas de este modelo son antiguas como lo recuerda David
Reher (1998) quien opone los países con lazos de parentesco «fuertes» a los países
con lazos de parentesco «débiles», utilizando también él como índice la edad en
que abandonan el hogar parental. A partir de la Edad Media, en Inglaterra, se
censaron hasta a 50 y 80% de los jóvenes de entre 15 y 19 años empleados como
criados o aprendices lejos de sus hogares de origen, mientras que este porcentaje
no alcanzaba más que el 30% en los países mediterráneos;; en Inglaterra, el
matrimonio sólo tenía lugar muchos años después de haber abandonado el hogar
parental, el tiempo para poder acumular un peculio, mientras que en los países
mediterráneos, el abandono del hogar parental estaba ligado generalmente al
matrimonio. La consecuencia evidente es que los jóvenes en los países con lazos
débiles debían arreglárselas solos, mientras que en los países con lazos fuertes, la
función protectora de la familia era mucho más importante.
Tomando otra variable, como la de los cuidados a las personas de edad,
David Reher muestra que en los países mediterráneos, esta carga era soportada
únicamente por la familia, mientras que Inglaterra fue el primer país en promulgar,
a partir del siglo XVII, las Poor Laws destinadas a hacer asumir a la colectividad el
cuidado de las personas de edad. Y este desnivel sigue persistiendo aún, ya que una
investigación realizada en los años 1990 (Van Nimwegan, Moors, 1997) mostraba
que en España, en Portugal, en Italia y en Grecia, 74% de las personas
entrevistadas estimaban que cuando se es viejo, es preferible vivir con los hijos,
contra 25% en Finlandia, Suecia, Gran Bretaña, Noruega. La tasa de convivencia
entre hijos casados y sus padres corresponde a 12% de los hogares en Italia, contra

319
Sociología de la Familia

3% en Inglaterra. Cuando la residencia de los hogares es independiente, se observa


que los italianos se instalan el 57% a quince minutos de distancia de sus padres, los
húngaros el 43%, lejos delante de los otros países de Europa (Höllinger, Haller,
1990).
Solidaridades públicas y privadas se articulan en forma diferente en los
países de Europa. Tres modelos se desprenden a propósito de lo que la sociología
inglesa denomina «family obligations» (Finch, 1989): en los países escandinavos, el
énfasis está puesto más bien en la autonomía y los derechos individuales;; aquellos
que necesitan ser ayudados se vuelven hacia el Estado, sobre todo los viejos, antes
que hacia la familia. Por otra parte las ayudas financieras son destinadas a los
individuos, y no transitan por la familia. Dentro del segundo grupo, en el que
figuran Austria, Alemania, los Países Bajos, Francia, las ayudas públicas transitan
por las familias que son las que se supone deben ocuparse de sus jóvenes y de sus
viejos. Por último, dentro de un tercer grupo que reúne a los países mediterráneos,
se espera de la parentela extendida que ésta sostenga a los miembros, ascendientes,
descendientes y colaterales. Las ayudas públicas son relativamente reducidas. Estos
tres modelos coinciden con tres lógicas, sea que los actores insistan ellos mismos
en la sumisión a las prescripciones sociales y comunitarias, o la construcción de un
sentimiento de obligación a lo largo del tiempo y de las relaciones, o bien aún la
preservación de la autonomía en las relaciones de parentesco (Martin, 2002). Esta
diversidad confirma el diagnóstico de David Reher, quien estima que los contrastes
contemporáneos observados se arraigan en un largo pasado histórico y que su
persistencia, que depende de los rasgos antropológicos de cada país, está lejos de
atenuarse.
La Comisión de las Comunidades Europeas (1994) llevó adelante una
investigación entre personas de edad que da también testimonio de actitudes
significativamente diferentes, aunque el principio de «la intimidad a distancia»
funciona por todas partes. En promedio, casi cuatro personas de más de 60 años
de edad ven a un miembro de su familia al menos una vez por semana, pero las
diferencias europeas son importantes. Los países mediterráneos se hallan a la
cabeza: en Italia, más del 70% de las personas de edad dicen que ven a un miembro
de su familia todos los días, en Grecia 64,8%, en España, 60,7% mientras que en
Dinamarca la cifra desciende a 13,8%, 21,9% en Gran Bretaña, situándose Francia
en un intermedio de 34,2%112.

La naturaleza de los lazos de familia

Hablar del «redescubrimiento» de los lazos de parentesco en los años 1990 es


evidentemente un engaño, ya que éstos no han cesado de estar activos. Éste se
sitúa dentro del marco de una incertidumbre y preocupación por el futuro de las
formas de la solidaridad pública, que activan por otra parte las perspectivas de la
construcción de Europa que no es percibida como una Europa «social». Desde el
punto de vista de la demanda social y política, el objetivo del reconocimiento de las
solidaridades familiares es doble: reducir los costos del hacerse cargo institucional,
 
112 «Familia y personas de edad, una investigación europea», Gérontologie et Sociétés, marzo de 1994, 68,
p. 10-16.

320
Vincular y transmitir

y permitir a las personas de edad un mejor envejecimiento y una muerte en su


propio domicilio (Martin, 1995). Lo que significa que una parte de la organización
de los cuidados para esa persona habrá de descansar en la generación pivote, y más
precisamente en las mujeres de la generación pivote.
Las solidaridades sociales ¿son instrumentales o expresivas (Finch, 1989)?
En otras palabras, ¿son fruto del interés o de la afectividad? Las relaciones en el
seno de los ámbitos desfavorecidos se explicarían por el hecho de que éstos no
disponen de otro recurso, y que se dejaría de hacerlos intervenir en cuanto otras
ofertas pudieran estar disponibles. Propuesta desmentida por todas las
observaciones y no más sustentable que aquella que ve un deslizamiento de la
instrumentalidad hacia la expresividad. Los fundamentos de los lazos de
parentesco son demasiado complejos para que pueda atribuírseles sólo una razón
económica. En verdad, muchos de estos lazos van en contra del interés económico
de unos y otros: se sabe de hijas que, en detrimento de su trabajo, cuidan a sus
madres de edad con las cuales han mantenido relaciones hostiles durante toda la
vida.
Para poder captar el espíritu de las relaciones de parentesco, hay que tomar
en consideración la dimensión temporal: la duración de una vida, la duración de las
generaciones, lo que expresa la lenta construcción de un sentimiento de obligación.
El sentido de las relaciones se construye en el tiempo, en el transcurso del cual la
misma se reafirma y se refuerza. El término de «intercambios», que tan a menudo
se emplea en Francia, en la buena tradición de la teoría maussiana no da en
definitiva buena cuenta de esta dimensión. Los ****(cosas, bienes, servicios,
D\XGDV FRQVHMRV«  TXH FLUFXODQ QR VRQ QL GHO PLVPR PRQWR QL GHO PLVPR
contenido. Los padres, en un momento de su vida, dan a sus hijos quienes los
cuidarán más tarde, dando éstos a sus propios hijos, etc. La reciprocidad, que
implica la noción de intercambio, no es ni inmediata ni idéntica: ésta es más bien,
como dice Lévi-Strauss al referirse a los intercambios entre mujeres, generalizada.
Conviene más hablar de ciclos, porque esta noción toma en cuenta la idea de
«devolución» diferida, y la de expectativas normativas. Como lo señala Meyer
Fortes (1969, p. 242), «el parentesco une, crea derechos y obligaciones morales a
las cuales no es posible sustraerse», pero estas obligaciones no son en absoluto
reglas preenunciadas: constituyen un marco flexible, modelado por las fuerzas
culturales, sociales, económicas.
Las obligaciones en el seno de las familias no constituyen un conjunto de
reglas impuestas desde el exterior, sino más bien un paisaje normativo que se
negocia en cada situación, y se reevalúa si es necesario. El análisis de las entrevistas
realizadas entre un sub-muestreo de familias pertenecientes a la encuesta de las tres
generaciones (cf. más arriba, p. 311) revela la configuración de un «nuevo espíritu
de familia» (Attias-Donfut, Lapierre, Segalen, 2002). Este se caracteriza por su
flexibilidad y la democratización de las relaciones entre los de mayor edad y los
más jóvenes, un amplio reconocimiento del derecho a la autonomía, una
legitimación del sentimiento. En su conjunto, los linajes se encuentran al servicio
de los individuos, mientras que hasta los años 1930-1950, los individuos estaban al
servicio del linaje. Dichos linajes siguen siendo, bajo estas nuevas formas, lugares
de transmisión, si no de valores, al menos de un ser familiar.
Algunos sitios web familiares, llamados «Intranets familiares», que
aparecieron en el año 2000, en el seno de los cuales se puede hacer figurar toda

321
Sociología de la Familia

clase de informaciones y de documentos correspondientes a «grupo familiar»


participan del nuevo escenario de los lazos familiares, de este nuevo espíritu de
familia, que une todo dejando a cada uno su individualidad y preserva su
autonomía. Sitios como notrefamille. com o familoo.com han mostrado un crecimiento
excepcional a partir de su fundación. Una investigación realizada entre creadores y
utilizadores de estos sitios plantea cuestiones inéditas relativas al espacio de la
parentela contemporánea: ¿cómo tratar a las familias políticas? ¿cuáles son las
fronteras del grupo? pero también ¿qué imagen se da de la familia?
Los miembros que se inscriben con mayor frecuencia son los hermanos y
las hermanas, luego los cónyuges y los primos;; un tercio de los sitios incluyen
padre y madre, tíos y tías. La composición del grupo de parentesco otorga un lugar
principal a la relación horizontal, consecuencia del reducido grado de equipamiento
informático de los de mayor edad. La lógica del linaje predomina siempre, lo que
no es sorprendente para notrefamille, sitio orientado principalmente hacia la
genealogía, pero incluso en el caso de familoo, los creadores del sitio entrevistados
insisten en la presencia de un ancestro común (Carmagnat, Deville, Mardon, 2004).
Sin substituirse a los otros modos de comunicación, la herramienta
informática permite revivificar las redes familiares, sobre todo cuando los padres
no residen cercanamente. A menudo el sitio autoriza el restablecimiento de los
vínculos, y permite «la distancia correcta» entre personas que no desearían tal vez
una implicación mayor. Malas noticias, conflictos y duelos están ausentes;; nada que
pueda provocar celos habrá de ser mencionado, tampoco los resultados escolares,
los títulos o las medallas: «el igualitarismo es la regla» (p. 197);; «el sitio sólo puede
tener un rol positivo de reunión y los aspectos conflictuales o desagradables de la
familia adquieren en Internet un amplio carácter eufemístico» (p. 201). Estos sitios
ponen en escena una «reunión de familia feliz y sonriente», en suma una familia
«ideal».
La esfera íntima y familiar es pensada como un lugar específico de
intercambios, que conllevan una lógica del dar opuesta a la del mercado. ¿Pero cuál
es el «valor» de esos vínculos (Martial, 2009)? ¿Funcionan acaso en base a una
separación entre el universo del amor y de los sentimientos, ²lo que el sociólogo
inglés Anthony Giddens (1991) denomina «relación pura», incondicional y
gratuita², y el universo de las cuentas regido por la lógica del interés y del
provecho? Es generalmente a la luz de las crisis familiares (divorcio,
recomposiciones familiares) cuando los dos registros se enfrentan, implicando un
reajuste de las posiciones dentro de la esfera del género y dentro del campo del
parentesco.

Familias y generaciones
En 2008, la esperanza de vida se sitúa en 77,5 años para los hombres y 84,3 para
las mujeres, de manera que en nuestros días las generaciones coexisten, se
encabalgan y ya no se suceden. Un joven de 20 años de edad tiene hoy en día
todavía en promedio dos abuelos mientras que sólo tenía 0,14 en el siglo XVIII (Le
Bras, 1982). Los lazos de familia se ven por lo tanto profundamente afectados por
el alargamiento de la esperanza de vida.

322
Vincular y transmitir

Efecto de generación y movilidad social

A través de los intercambios descendentes, se opera una transmisión familiar. La


sucesión de las generaciones trabaja en el mantenimiento del estatus social, pero
opera dentro de contextos económicos que no siempre son favorables para la
movilidad. Desde 1973, Raymond Boudon observaba que: «La desigualdad de las
oportunidades, oportunidades escolares, oportunidades socioprofesionales, es,
junto con las desigualdades económicas, la única forma de desigualdad que no
parece estar afectada en forma sensible por el desarrollo de las sociedades
industriales. El hijo de un obrero tendrá ciertamente un nivel de vida superior al de
su padre. Pero sus posibilidades de acceder a la enseñanza superior no serán más
elevadas que las de la generación de su padre y las posibilidades de acceder a una
categoría social superior a la de su padre serán del mismo orden de amplitud que
ODVTXHVXSURSLRSDGUHWHQtD«3RURWUDSDUWHQRHVVHJXURTXHODGLIHUHQFLDHQWUH
su ingreso y el de un alto ejecutivo sea menor de lo que era en la generación de su
padre» (p. 12-13).
La herencia social sigue siendo muy fuerte, sobre todo entre los
funcionarios, de abajo hacia arriba de la jerarquía, ya sea que se ocupe un puesto en
la SNCF (Société Nationale des Chemins de fer français / Sociedad Nacional de
Ferrocarriles Franceses) o que ya sea uno alumno de la ENA (Ecole Nationale
G·$GPLQLVWUDWLRQ(VFXHOD1DFLRQDOGH$GPLQLVWUDFLyQ  7KpORW (QWUHODV
características del «efecto de linaje», es decir del rol de la posición socioprofesional
de los padres sobre la del hijo, la influencia materna aparecía como determinante
(Pohl y Soleilhavoup, 1982). Existe una transmisión del modelo de actividad
materna (Vallet, 1991). Los destinos de las hijas dependen más de la posición
materna que de la posición paterna y esto se acentúa más aún si la madre tenía un
empleo en el transcurso de la adolescencia de la hija. Sin lugar a dudas la actividad
profesional de las madres ha favorecido la disposición al trabajo de las hijas. Existe
por lo tanto una «herencia» de los modelos de trabajo así como existe una
«herencia» de los modelos de fecundidad.
En el espacio de treinta años, el contexto económico ha modificado
profundamente la relación triangular entre familia, generación y movilidad social.
La investigación de Louis Roussel (1976), anteriormente citada, delimitaba a
familias de fines de los años 1960;; se situaba dentro del contexto de desarrollo
económico de Francia, y hacía aparecer, en el espacio de dos generaciones
solamente, una significativa movilidad social ascendente.
Ya no ocurre lo mismo en 2006. Cuando se estudian las relaciones entre
generaciones, a nivel macrosocial, aparecen desniveles sociales y distancias
culturales considerables. Louis Chauvel (1998) pone así en evidencia la desigualdad
de oportunidades y de destinos sociales que separan a las cohortes nacidas en los
años 1940 (futuras «generaciones doradas») de aquellas nacidas luego de 1950. Las
generaciones que se hicieron adultas luego de la Segunda Guerra Mundial
acumularon los efectos positivos del mercado laboral y las ayudas del Estado
providencia, de manera que en forma simultánea, la sociedad se volvió más rica e
igualitaria. Pero esta tendencia se ha revertido luego de la expansión del desempleo
masivo, a pesar del desarrollo de las ayudas públicas específicas que disminuyeron
las desigualdades más evidentes: la distancia entre los más favorecidos y los
despojados no hace más que agrandarse.

323
Sociología de la Familia

Si bien las diferencias de niveles de vida entre las generaciones son


flagrantes, incluso en el seno de los linajes familiares que comprueban la dificultad
de los jóvenes para establecerse en un empleo duradero, no se observan conflictos
a nivel microsocial;; muy por el contrario, los lazos familiares están allí
precisamente para amortiguar los golpes, y como lo señalan Christian Baudelot y
Roger Establet (2000), que comparan el destino social de los treintañeros en 1968 y
en 1998 (mucho más desfavorable que el de sus padres): «la guerra entre
generaciones no tendrá lugar».

La movilidad social menguada para los Le Bihan

En la familia bretona de los Le Bihan, el abuelo, Jean, nacido luego de la


Primera Guerra Mundial de modestos padres agricultores, quedó huérfano
muy joven y fue criado por una tía en un colegio de la región de Lyon. Él
se «lanza», según sus propias palabras, como empleado de una compañía
de seguros. Casado con una parisina que encontró en una playa de
Bretaña, tiene cuatro hijos;; la guerra provoca un alto en su actividad ya
que se ven obligados a mudarse varias veces. Luego de la guerra, Yvette
Le Bihan retoma sus estudios y consigue un puesto en la alcaldía de
Rennes con la finalidad de aumentar los ingresos de la pareja. Jubilados,
ocupan un modesto HLM en los suburbios de Rennes. Sus cuatro hijos
nacidos entre 1942 y 1950 se convirtieron en docentes o ejecutivos en el
ámbito privado;; todos pudieron construir una casa en los alrededores de la
capital bretona.
Pero sus nietos, que han alcanzado ya la edad adulta, tienen dificultad para
insertarse en el mercado laboral. Así los cinco hijos de Alain, el hijo mayor
de Jean, van y vienen entre el domicilio parental y la habitación que
pueden alquilar en la ciudad cuando disponen de ingresos. El mayor,
Thomas se apasiona por un club de kayak, pero sólo se sostiene gracias al
apoyo financiero de su madre;; su hermano más joven Gilles consiguió un
puesto en la alcaldía de Rennes, en este caso también gracias al apoyo de
su madre. Los otros tres están terminando sus estudios, sin mucha
convicción. En cambio, sus primos que han seguido estudios superiores
han podido insertarse mejor, en conjunto, en la vida profesional (banco o
industria).

Transmisión del patrimonio

Uno de los mitos contemporáneos establece una oposición entre la sociedad


campesina, enteramente fundada en la transmisión del patrimonio entre las
generaciones y la modernidad de nuestras sociedades fundadas, éstas, en el
salariado. ¿Es necesario heredar para poder instalarse independientemente y poder
vivir? Las ideologías del individualismo hasta hace algunos años volvían tabú el
estudio de la herencia. Al mismo tiempo que se renueva la mirada sobre el lugar de
la familia, ciertas investigaciones muestran hoy en día el rol de la transmisión de los
bienes entre las generaciones Ciertamente, ya no es necesaria la herencia para
establecerse, salvo entre los agricultores, y la transmisión de un patrimonio se
efectúa de manera más sutil, bajo la forma de una dotación para estudios por

324
Vincular y transmitir

ejemplo. Una gran cantidad de padres consideran por otra parte que al brindarles a
sus hijos una sólida instrucción, antes que bienes tangibles, contribuyen más para
que puedan establecerse en la vida.
En su pionera investigación, Louis Roussel observaba que «el deber
prioritario de los padres no es ya mantener y transmitir un patrimonio. Consiste en
proveer a sus hijos de los medios para que estos puedan volverse autónomos
económicamente en el momento de casarse» (1976, p. 73). Por otra parte,
importantes «donaciones» van escalonándose a lo largo del ciclo familiar. Si bien la
dote ha desaparecido, en más del 40% de los casos, el matrimonio constituye la
ocasión de una donación cuya importancia varía de acuerdo con las categorías
socioprofesionales, la cantidad de hijos, etc. Donaciones en dinero o en especies
(auto, vivienda), provienen en uno de cada cinco casos de ambas familias, mientras
que dos de cinco parejas sólo reciben de un solo lado o de ninguno de los dos.
La posibilidad de disfrutar de una residencia secundaria constituye una
forma particular de herencia o de donación indirecta. Si los padres viven en el
campo, reciben durante las vacaciones a sus hijos y a sus nietos. Dentro de las
clases más acomodadas, compran una residencia secundaria de la que los hijos
pueden gozar sin incluso hacerse cargo de los gastos de mantenimiento. Es una
ayuda notable que contribuye, en forma más indirecta que las donaciones o los
préstamos, a que la joven pareja pueda conservar un nivel de vida igual al de sus
padres. La transmisión del patrimonio adquiere entonces vías muy sutiles que van
más allá de las evaluaciones numéricas que puedan hacerse.
A partir de los años 1980, la herencia ² en su forma clásica ² transmisión
de bienes de una generación a otra, ya sea pre o post-mortem, se ha vuelto visible,
mucho más aún en la medida en que la sociedad se ha visto enriquecida y ha
permitido la acumulación de capital, sobre todo inmobiliario. Pero sólo puede
comprendérsela si se supera el reducido marco del ciclo de vida que vincula
recursos y consumo (Masson, 1985). Conviene tomar en cuenta las transferencias
inter e intrageneracionales que intervienen entre los miembros de una familia que
incluye a múltiples individuos organizados en generaciones.
A la par de los economistas, algunos sociólogos examinan también los
fenómenos de transmisión. En los años 1990, se permitió afirmar que nuestras
sociedades del salariado son también sociedades de herencia. La idea misma de
herencia era ocultada tanto dentro de la sociología de la familia como dentro de la
sociología urbana. La herencia habría sido únicamente cultural y escolar, pero no
patrimonial. La moral de los ejecutivos, por un lado, forjada sobre la base del éxito
personal, rechazaba simbólicamente la herencia como forma de rechazo de la
autoridad del padre. Los sociólogos marxistas por su parte, han dejado la herencia
fuera del campo de sus investigaciones por considerarla una máquina odiosa e
indignante encargada de reproducir las desigualdades sociales (Gotman, 1988).
Contra estas ideas recibidas, Anne Gotman muestra que el 70% de los
franceses heredan en 1990: no son entonces los marginales los que pueden
encarnar, cada uno a su manera, a los agricultores o a los aristócratas, sino las
clases medias;; además, las transferencias patrimoniales se encuentran en alza y
juegan un rol considerable especialmente en la adquisición de la propiedad de una
vivienda o de una residencia secundaria. ¿Cómo aceptar esta «donación de la
muerte»? La situación de heredar implica un deber de recepción y de retransmisión
que reinscribe, circularmente, la vida familiar en la dimensión extendida. Heredar

325
Sociología de la Familia

estos bienes familiares no siempre es cosa fácil por otra parte. «La herencia es un
trabajo de duelo, de separación simbólica de los vivos con los muertos, y también
un trabajo de sucesión entre generaciones, la última etapa de resolución de las
antiguas relaciones» (Gotman, 1989, p. 127). Los objetos «absolutamente a
disposición de un tercero se vuelven tabúes, sagrados, como puede serlo el
sentimiento de la deuda respecto del difunto»;; pueden ser apreciados como
recuerdo o bien se puede desear desprenderse de ellos como para liquidar los
últimos signos de las malas relaciones entre generaciones. Si tienen la posibilidad
de elegir, los herederos seleccionarán dentro del conjunto de los objetos «para
conservar» aquellos que «contienen la esencia del difunto» (p. 143).
La herencia se manifiesta también por la multiplicación de las donaciones
entre vivos: la cantidad de este tipo de donaciones ha aumentado en 50% entre
1970 y 1990;; también se efectúan importantes transferencias monetarias,
esencialmente en beneficio de los jóvenes. Los economistas que trabajan en las
transferencias de los padres a los hijos clasifican las actitudes de los padres de
acuerdo con tres modelos:

² o bien los padres son altruistas y este altruismo «proyectivo» que debe
ayudar a los hijos cuando estos lo necesitan, sobre todo en el momento de
sus estudios será «recompensado» a través del éxito. A una ayuda
monetaria le corresponde un beneficio simbólico;;
² o bien los padres ayudan como ellos mismos han sido ayudados, es el
modelo «retrospectivo» que instaura una circulación de la deuda y de la
donación a lo largo de todo el linaje;;
² o bien los padres se brindan a sí mismos el placer de dar,
independientemente de las necesidades de los hijos;; es el modelo
«paternalista» que permite, a través del dominio del patrimonio, conservar
un control sobre la vida de los hijos, (Arrondel, Masson, 1994).

Más allá de la diversidad de estos modelos que son orquestados de


diferentes maneras en los linajes familiares (Attias-Donfut, Lapierre, Segalen,
2002), puede apreciarse que patrimonio y herencia contribuyen fuertemente a la
estructuración del cuerpo social. Los bienes materiales tienen además una fuerte
carga simbólica que constituye un poderoso vínculo entre los vivos y los muertos.

Memoria familiar
Apegarse a la dimensión simbólica de la generación como parte del imaginario
social, tanto en el orden colectivo como en el individual evita que se la reduzca a su
única función práctica (transmitir el estatus, los bienes, poner en marcha
intercambios en ambos sentidos). Pero reconocer el lugar de lo imaginario no se ha
logrado sin dificultad. Para que la sociología haya podido tener en cuenta esta
dimensión, fue necesario el desmoronamiento de las ideologías que señalaban el
orden del mundo. El repliegue sobre la vida privada, el acercamiento de las
generaciones cuya memoria viva permite acceder al pasado familiar han suscitado
nuevos trabajos. Los mismos muestran que los discursos y las representaciones de

326
Vincular y transmitir

los cuales las generaciones son portadoras, se trate ya del grupo de edad, de la
cohorte o del grupo familiar, ofrecen al individuo una forma de «estructuración
continua del tiempo social mediante la distinción del pasado, del presente y del
futuro» (Attias-Donfut, 1991, p. 61). Los trabajos sobre la memoria ² en tanto
vínculo entre las generaciones ² abren así nuevas perspectivas a la sociología. El
examen de las continuidades familiares está sólo en sus comienzos, porque
introduce una ruptura epistemológica y metodológica con la sociología, constituida
en base a la manipulación de datos sincrónicos referidos a las clasificaciones
profesionales o a las jerarquizaciones de los grupos sociales.
La memoria ofrece al individuo el recurso de enraizarse en alguna cosa que
le es preexistente. De modo que las personas nacidas de un parto anónimo no
tienen nada para compartir, literalmente, no tienen recuerdos.

Memorias familiares y grupos sociales

Las obras de Maurice Halbwachs sobre la memoria están siendo hoy en día
redescubiertas. Fue el primero en mostrar el carácter colectivo de las memorias,
sean éstas familiares, religiosas o sociales. Los niveles de memoria se interpenetran,
sea que se inscriban dentro del pasado histórico o se articulen con las experiencias
singulares de cada grupo social. Para las clases medias, la memoria es la historia de
una vivencia, concretada a través de las experiencias de trabajo, de residencia, de
felicidad o de desdicha familiar (Le Wita, 1984). Para la burguesía, la memoria
familiar es mucho más;; es una moral y un modo de vida que cada generación debe
transmitir, adoptándolos siempre a las circunstancias sociales de la modernidad. Es
también un modo de socialización que sirve para inculcar a los hijos el patrimonio
cultural de las maneras y de las actitudes incorporadas antes de transmitirles el
patrimonio material (Le Wita, 1988). Esta memoria de los viejos que los jóvenes
escuchan con gusto es justamente «ese vínculo vivo de las generaciones»
(Halbwachs, 1950, p. 50).
Los recuerdos que se conservan del propio pasado están en función de lo
que se es en el presente, del propio ámbito sociológico y de la propia ideología
familiar (cuadro 16).
Existen así varias lógicas de reconstrucción del pasado: unos lamentan el
pasaje a una sociedad impregnada de individualismo, otros se felicitan por ello.
Para unos, tiempo social y tiempo privado están asociados;; para otros, la dinámica
del linaje es percibida en términos endógenos: es sólo a través de los esfuerzos de
voluntad de la familia como puede ésta progresar socialmente. En este caso, el
devenir del linaje «no está en relación con la evolución de la sociedad. La
´SULYDWL]DFLyQµ de la memoria responde aquí a la de la familia y el relato define a
ésta última como un espacio de libertad relativamente aislado del mundo exterior»
(Coenen-Huther, 1994, p. 247).

327
Sociología de la Familia

Cuadro 16. Las funciones de la memoria familiar y los diferentes modos de expresarla

Funciones Modos Estatus del Usos del Naturalezas Contribuciones


narrativos discurso tiempo del tiempo del olvido
Transmisión nosotros normativo inscribirse colectivo apertura a la
dentro de histórico novedad
una historia
colectiva
posible
Reviviscencia yo subjetivo revivir su extratemporal forma de
pasado salvaguarda
Reflexividad Yo objectivante negociar su retrospectivo garantía de
pasado verdad
para
proyectarse
en un
futuro

Fuente : Muxel, 1996, p. 39.

Memorias generacionales113

Los testimonios de los individuos revelan los vínculos entre el funcionamiento de


los marcadores de generación y el de la memoria familiar. Uno puede identificarse
con su época a través de un acontecimiento faro («mayo del 68»), pero también a
través de experiencias más personales.
Las memorias generacionales son también sexuadas, ya que los hombres y
las mujeres no se sienten atraídos por los mismos hechos para narrar episodios
idénticos, que, por otra parte, han vivido juntos. Los hombres, a propósito de la
guerra, evocarán los hechos colectivos, los bombardeos, la Resistencia, las mujeres,
acontecimientos privados, un parto, la dificultad de conseguir leche para su hijo.
La memoria comporta funciones de transmisión, de reflexividad, de
reviviscencia que se manifiestan diferentemente en los modos narrativos, los usos
del tiempo y del olvido;; hoy en día tomaría formas más individuales: «La memoria
familiar es el producto de una negociación existencial efectuada al nivel de la
historia y del tiempo propios de un individuo antes de ser la negociación de un
grupo con su historia colectiva» (Muxel, 1996, p. 196): la norma se pliega a la
subjetividad y al decir «nosotros», es el «yo» el que se está afirmando. La memoria
sería un recurso para cada individuo quien extraería de la misma los elementos que
le permiten construirse, del mismo modo que olvidaría los recuerdos que no le son
convenientes. ¿Pero hasta dónde ese pasado puede ser «negociado»?
El estudio de los ritos en torno del recuerdo de los muertos ilustra la
fuerza de la elección en la construcción memorial: ciertos muertos son elegidos
para convertirse en figuras míticas, otros son olvidados (Déchaux, 1997). Sin
embargo, «el individualismo no engendra la amnesia o el reino de lo efímero, sino

 
1139HU QXHVWUR FDStWXOR ©/·KLVWRLUH LQFDUQpHª \ HQ SDUWLFXODU S -218 (Attias-Donfut, Lapierre,
Segalen, 2002).

328
Vincular y transmitir

más bien un nuevo tipo de relación con el pasado familiar, menos orgánico, a
través del cual autonomía individual y pertenencia incondicional intentan
conciliarse» (p. 307). Construcción de sí mismo y deseo de transmisión son
compatibles.
Con las migraciones, con los movimientos de población voluntarios o
forzados que conoció el siglo pasado, el tema de la memoria del exilio, en el cruce
entre memoria personal y memoria colectiva, vuelve a salir a la superficie. Más que
nunca, surgen interrogantes sobre la construcción identitaria de aquellos cuyo
pasado está «agujereado» y que intentan volver a dar un significado a la ausencia,
cuya historia se ha visto recubierta por un pesado velo, por ejemplo en el caso de
los Pieds-noirs de Argelia114 (Baussant, 2002). Se trata de comprender el trabajo de
reconstrucción de la memoria en situación de migración, cuando se han perdido las
referencias. De igual modo, entre las familias inmigradas en Francia, originarias del
Maghreb, la transmisión de la memoria familiar funciona mal o poco. Les es difícil
interiorizar una memoria familiar, vaciada de su contenido por la muerte o por la
separación con el país de origen. Muchos no conocen el lugar en donde vivían sus
abuelos. Desaparición de los lugares de residencia, desconocimiento de los linajes
parentales se conjugan para impedir la transmisión de una memoria del pasado,
aunque ciertos jóvenes se apoyan en el video para construirse una memoria
«retrospectiva» (Lepoutre, 2004). Para que haya transmisión no basta con la
existencia de una memoria, es necesario que ésta encuentre sentido entre sus
destinatarios. Ahora bien, en el caso que se analiza aquí, los que son depositarios
de la misma no ven la utilidad de transmitir la memoria de una sociedad aldeana de
la que provienen y que se halla totalmente desfasada con la experiencia urbana de
los jóvenes. Es una memoria muerta (Costa-Lacoux, 2004).
Para los hijos de los Pieds-Noirs, al igual que para los jóvenes provenientes
de la inmigración, la búsqueda de identidad es compleja. Los padres no saben qué
transmitir: su memoria se halla fragmentada. ¿Cómo se hace para reconstruir el
propio pasado cuando al final de una guerra interminable se es brutalmente
arrancado de aquel lugar que consideraban su país por un Estado del que se es
ciudadano pero que habrá de darle tan mala acogida? ¿Cuando, luego de una guerra
de independencia, van a entregar su fuerza de trabajo al antiguo colonizador?
Memoria, identidad, ciudadanía se encuentran íntimamente anudadas.

Los soportes de la memoria

La creación de la memoria se ha apoderado hoy en día de las clases medias y


populares en Francia y la genealogía ²concebida como la investigación de los
propios ancestros y el establecimiento de la propia filiación² se convierte en un
hecho social. La genealogía es ante todo una construcción. Dentro de la copiosidad
de sus ancestros, el genealogista elegirá a menudo a aquel o a aquellos con los
cuales desea identificarse. Ya sea que tome la forma de un árbol, de una dispar
acumulación de archivos o de un relato bien articulado, la genealogía permite la
construcción de una identidad individual, y luego familiar. Es una estructura mental
 
114Nota de la Traductora: los ciudadanos franceses de origen europeo que residían en Argelia y los
franceses nacidos allí y obligados a exiliarse luego de la Independencia de ese país en 1962.

329
Sociología de la Familia

compuesta por piezas escritas y orales cuya flexibilidad permite abarcar


representaciones y usos sociales muy diversos.
Reconocer la propia filiación es un ejercicio universalmente comprobado
en todas las sociedades y culturas del mundo. En las sociedades exóticas, se trata
de una función social colectiva: a través del conocimiento de los ancestros y de los
linajes, el grupo se reafirma en su memoria y en su territorio, legitima el poder
político de los jefes. Victor Segalen da un excelente ejemplo de esto en sus
Immémoriaux (Inmemoriales) tahitianos. En las sociedades europeas, constituye un
antiguo ejercicio social cuyas funciones han evolucionado con el transcurso del
tiempo. El reconocimiento de la genealogía, su diseño, han servido para establecer
la antigüedad de los linajes, para legitimar el origen cuasi divino de ciertos linajes
reales o nobles;; el desarrollo de las representaciones de genealogías, míticas o
reales, se asocia por lo tanto al de las estructuras de linaje de la Edad Media. Este
diseño servía también a otras finalidades como, por ejemplo, la de establecer el
cómputo de los grados de consanguinidad prohibidos para el matrimonio
(Klapisch-Zuber, 2000). La genealogía durante mucho tiempo estuvo asociada a las
clases superiores.
Los burgueses de los siglos XVII-XVIII subvirtieron el modelo
aristocrático utilizando la genealogía para insistir en su inserción dentro del ámbito
local;; algunos la falsificaban incluso para subrayar el carácter predestinado de su
éxito y para celebrar las virtudes militares, el valor moral, signos aristocráticos en
vez del trabajo o el dinero, exclusividades burguesas. Para este grupo social en
ascenso, el auge de las preocupaciones genealógicas estaba vinculado entonces con
una crisis de identidad colectiva y apuntaba a demostrar una inmemoriabilidad
nobiliaria (Burguière, 1971). En el siglo XIX el desarrollo del interés genealógico
de la burguesía no implicaba un tropismo nostálgico, sino por el contrario una
mirada proyectada hacia el futuro: la «aristocracia ha afirmado la especificidad de
su cuerpo, a través de la sangre, es decir de la antigüedad de sus alianzas» mientras
que la burguesía, por su parte, sólo se preocupaba por su descendencia y por la
salud de su organismo: «la preocupación genealógica se convirtió en preocupación
por la herencia;; las familias llevaban y ocultaban una especie de blasón invertido y
oscuro cuyas partes infamantes las constituían las enfermedades o las taras de la
parentela ² la parálisis general del abuelo, la neurastenia de la madre, la tisis de la
hermana menor, las tías histéricas o erotómanas, los primos con malas
costumbres» (Foucault, 1976, p. 164-165). Pero además de esta preocupación
higienista que debía fundar su expansionismo, la burguesía endosó rápidamente, a
través de sus alianzas con la aristocracia, los hábitos clásicos de la memoria
familiar, inculcada a sus descendientes, desde su más tierna infancia.
Hoy en día aún, en la aristocracia francesa, la genealogía sigue siendo un
signo distintivo. Es vivida en lo cotidiano, dentro del espacio doméstico: el lugar
de los ancestros se manifiesta entre los múltiples objetos que rodean con su
presencia «poniendo a la vista en las paredes y en las conversaciones, las huellas del
pasado y de la posición social». «El sentimiento de la filiación sigue estando
presente, sostenido por un permanente vaivén entre los rasgos materiales del
pasado y la transmisión oral» (Mension-Rigau, 1990).
A principios del siglo XXI, cinco millones de genealogistas aficionados
dan testimonio de la ampliación de la base social de esta actividad (Beaucarnot,
2002, p. 23-26). Una investigación llevada adelante entre genealogistas de la

330
Vincular y transmitir

asociación de los PTT ( Postes, télécommunications et télédiffusion /Correos y


Telégrafos), cuando estos sólo podían contarse aún en decenas de miles, concernía
a una población con la «memoria rota» (Segalen, Michelat, 1991). Profesiones
arquetípicas de la movilidad social y geográfica, los empleados de los PTT tienen
detrás de sí dos o tres generaciones de parientes que han dejado el campo para
acercarse a la aglomeración parisina, a lo largo de sucesivos empleos. Ellos ignoran
casi todo acerca de sus orígenes. Se trata a menudo de un fragmento de testimonio
disperso, o incluso el sentimiento de un misterio que contribuye a desencadenar la
búsqueda genealógica. Esta puede convertirse en una actividad devoradora al
punto de que la vida laboral, el ocio, y luego la jubilación se organizan alrededor de
investigaciones. Evidentemente habrán de identificarse, mediante una selección,
con aquellos ancestros que presentan un perfil más favorecedor, aunque también
se encariñan con los marginales y los humildes. El periplo de lo imaginario se ancla
en los lugares concretos. Los más «cautivados» por esta actividad que les confiere
un contacto nuevo y muy enriquecedor con la historia se vuelven especialistas, y
trabajan entonces para los historiadores profesionales. Pero mudan también en
especialistas familiares de la memoria, esos parientes «pivotes» evocados
anteriormente. Existen razones objetivas y conscientes para este entusiasmo por la
genealogía: la necesidad de «raíces» siempre predomina.
El auge contemporáneo del movimiento se debe en parte al de la
«cibergenealogía»: se cuentan 15.000 sitios a escala internacional, de los cuales
5.000 son franceses. El desarrollo de las nuevas tecnologías tiene efectos
paradójicos: si bien facilita la búsqueda de las informaciones acerca de los ancestros
familiares, esta herramienta parece antitética en relación a esa zambullida en el
pasado que constituye la actividad genealogista. La genealogía se vuelve de pronto
más «científica», ¿pero es esto en detrimento de la memoria? Una investigación115
muestra que las prácticas «tradicionales» de contacto con el archivo no han sido sin
embargo olvidadas. Por otra parte, se cuente o no con el apoyo de la informática,
pueden distinguirse dos tipos de genealogías: la genealogía ascendente que, por
retroacción, tiene un alcance estructurante sobre la parentela, y una genealogía
descendente que quisiera tener efectos inmediatos sobre la familia, volviendo a unir
los vínculos distendidos. Pero esta segunda finalidad es bastante menor.
Contrariamente a las apariencias, el ejercicio genealógico contemporáneo no
constituye la marca de renovación de un sentimiento familiar o el lugar de
valoración de un modelo de parentesco tradicional (Sagnes, 1998).
Al «escuchar los ruidos de fondo de la memoria familiar» como lo señalaba
un miembro de un círculo genealógico de los PTT, el genealogista se libra a un
ejercicio narcisístico centrado en sí mismo. Con el pretexto de «expresar familia» en
la genealogía descendente, se trata de hablar de sí, de intentar dejar una herencia.
La actividad imaginaria que comporta la manipulación del tiempo y del espacio de
los ancestros tiene sin duda un papel preponderante en la estructuración del yo, sea
cual fuere la edad. El ejercicio genealógico ¿produce un fantasma o un mito? Los
psicoanalistas distinguen entre uno y otro, siendo el fantasma una creación
imaginaria individual mientras que el mito proviene de un grupo colectivo. ¿Podrá
 
115Maïlys Falet, «/D SUDWLTXHGHODJpQpDORJLHjO·pSUHXYHGHVQRXYHOOHVWHFKQRORJLHVª3UHVHQWDFLyQ
para la Maestría, Université de Paris X-Nanterre, bajo la dirección de M. Segalen, 2003.

331
Sociología de la Familia

el fantasma genealógico acceder al estatus de mito? ¿Podrá el placer del


genealogista ser compartido, transmitido? En otras palabras, ¿Podrá el genealogista
colocarse a sí mismo como «ancestro » y dar respuesta así al eterno problema de la
sucesión y de la perpetuación de sí?
La cuestión se plantea precisamente a propósito de las nuevas clases
medias si se las compara con la burguesía sólidamente asentada sobre su pasado
familiar. En las familias burguesas, la memoria es incorporada desde la más tierna
edad de la socialización del niño. Entre las familias de los nuevos genealogistas,
este nuevo saber corre el riesgo de que nadie lo quiera heredar, como esos
aparadores que, comprados con mucho esfuerzo por padres obreros, por fin
«instalados con sus propios muebles», son relegados al fondo del garaje de los
hijos.
La memoria no funciona en el vacío;; se inscribe en relatos;; puede ser
memoria sensorial, involuntaria que convoca al pasado gracias a un grito fugitivo o
a una fragancia aspirada aquí o allá: es bien conocido el célebre episodio de la
«pequeña magdalena» de Marcel Proust. La memoria se ancla también en los
lugares y en los objetos. Puede tratarse de una casa, lugar mágico de la memoria de
un grupo que se ha fraccionado, como el de los judíos de Africa del Norte de
origen modesto de la región de Sétif que convivieron con familias árabes.
Recogidas casi 30 años luego de la partida, estas memorias se construyen en base a
tres estructuras narrativas «la del espacio, la de la comunidad doméstica que la
ocupa, la del tiempo que define la identidad del grupo». La descripción de la casa
hace surgir tiempos festivos y tiempos cotidianos, a través de los cuales se revelan
los momentos de interacción y de conflictos entre los dos grupos religiosos que
conviven. Los lugares hablan de un pasado abolido, y los ocupantes hablan de esos
lugares perdidos. La «casa de la memoria» sirve por lo tanto de poderoso revelador
de las identidades familiares, sociales y religiosas de ese grupo con esa experiencia
singular. Más aún, el pasado es una casa. Posee una estructura arquitectónica. La
casa, tal como la memoria la hace revivir, encarna raíces simbólicas dentro de un
entorno humano y geográfico que ha desaparecido (Bahloul, 1992). Objetos que
sin embargo están fabricados en serie entran dentro de los procesos de
memorización familiar en las familias populares (Segalen, Le Wita, 1993). Una vez
que han atravesado el umbral de la morada, estas «cosas» son apropiadas, se
convierten en soporte de un relato constituido: «este sofá lo compramos cuando
nació el menor, este adorno nos lo regalaron unos compañeros de mi marido
cuando él se jubiló».

El Sr y la Sra. A.G., con una edad de 55-56 años, ocupan un F3,


departamento de tres ambientes en una torre HLM (de Nanterre;; residen allí
desde 1968. El Sr A.G., ex obrero de Renault, se jubiló en forma anticipada.
Sus hijos residen también en Nanterre.
Todos los objetos decorativos se encuentran colocados sobre el televisor y
sobre el moderno aparador, en emplazamientos especiales. La Sra. A.G.
enumera esos objetos: un chop de cerveza comprado en Bélgica, recuerdo
de un viaje;; un plato de porcelana, un juego de té, vasos, juego de licor de
porcelana naranja, comprados en Vallauris en ocasión de una vacaciones
familiares;; unos vasos, regalo de casamiento;; un florero, compra realizada
en Camargue, dos estatuillas: recuerdos de unas vacaciones en Capri, un

332
Vincular y transmitir

mantel, regalo de una hermana, un recuerdo de un viaje a Grecia, tres


ceniceros, regalos de un tío, juego de té, regalo de una hermana a la vuelta
de un viaje a Rumania, una pequeña estatuilla realizada con un material de la
fábrica Renault, regalo de compañeros de trabajo del Sr. A.G. cuando llegó
el momento de su jubilación.
A través de los comentarios de su dueño, estos objetos se convierten en
referencias dentro de la decoración cotidiana;; permiten rememorar
vacaciones en familia, etapas del ciclo de la vida familiar y profesional;; son
un recuerdo permanente de la red social y amistosa en la que el Sr. y la Sra.
A.G. están integrados. Objetos de este tipo existen en miles de ejemplares,
pero su combinación es única. A través de ellos se expresa la personalidad,
la identidad social, las peripecias de la vida familiar y profesional.

Detrás de las cuestiones de vínculos familiares, de herencia, las


dimensiones del imaginario vuelven a adquirir legitimidad dentro de la sociología y
plantean la doble cuestión de la identidad personal y de la identidad colectiva.

Orientación bibliográfica
ATTIAS-DONFUT Claudine (dir.), Les solidarités entre générations: Vieillesse, famille,
État, París, Nathan, 1995.
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INED, Cahier n° 78, París, Presses universitaires de France, 1976.

333
CUARTA PARTE

Familias, Normas, Estados


CAPÍTULO 11

La familia y el Estado: control social


y producción de normas

337
En numerosas ocasiones, durante los años 1840, Catharina Rieth arrastró a su
marido Johann Georg ante el Schultheiss (el administrador del pueblo) de
Neckarhausen (Wurtemberg) para quejarse de su holgazanería y de su ebriedad y
obtener justicia. Basado en el testimonio de fe de los vecinos, el Schultheiss puso al
hombre en prisión y en cada ocasión le dirigía severas amonestaciones
conminándolo a trabajar (Sabean, 1990, p. 173). En los pueblos de Francia hasta
las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, era habitual que la «juventud del
pueblo» (es decir los varones solteros ² de cualquier edad) viniera a hacer un
alboroto nocturno ante la ventana de un viudo que había contraído matrimonio en
segundas nupcias con una mujer mucho más joven que él. Era a través de estos
tribunales de pueblo y de la música burlona de las cencerradas como se ejercía el
control público de la comunidad aldeana. Después de todo, un marido borracho
que dilapidaba el dinero corría el riesgo de llevar a la quiebra a la pareja cuyo
mantenimiento habría recaído en la comunidad, y si demasiados viejos se habían
casado con mujeres jóvenes, era todo el mercado matrimonial el que corría peligro.
En el transcurso de un largo proceso sociohistórico, las comunidades aldeanas
construyeron normas que ellas mismas se encargaban de aplicar. El control de la
vida privada tenía una finalidad colectiva, ya que se trataba de preservar el
equilibrio socioeconómico o demográfico de la comunidad. Pero este control local
se ejercía bajo la autoridad de Dios o del Rey. Orden público y orden privado eran
vividos como una «concepción fusional» (Commaille, 1987, p. 270).
La historia de la modernización de la familia sería la de la desimbricación
de estos dos órdenes. El ascenso de la vida privada tendría como corolario la
liberación de la comunidad local. Pero al dejar de vivir bajo la mirada de sus
vecinos, la familia se interna en el control del Estado, lo que suprime los grados
intermedios del interconocimiento. ¿No es entonces totalmente plausible tener
miedo de un poder o de una justicia central que ignora los lineamientos familiares y
sociales? Los Revolucionarios tuvieron una comprensión tan acabada de esto que
habían instaurado los Tribunales de Familia los cuales encarnaban una justicia de
«proximidad», una justicia «doméstica», rompiendo con la costumbre de las cartas
selladas mediante las cuales el omnipotente poder paterno apelaba a la
Administración del Estado para enajenar, arbitrariamente, la libertad de los hijos
(Commaille, 1989). Los mencionados tribunales tuvieron por otra parte una
duración muy corta.
A través del Código Civil y luego de diversas legislaciones, el Estado
substituyó a la Iglesia y a la comunidad local en la regulación de la familia, y esto
tiene lugar de doble manera: legislando y por intermedio de políticas públicas. En
efecto, el Estado moderno no puede mostrar desinterés por la reproducción social

339
Sociología de la Familia

y por la perpetuación biológica, económica, cultural y social del pueblo que tiene a
su cargo. Como lo observa Rémi Lenoir, «el proceso de institucionalización estatal
de la familia se complejizó y se extendió a fines del siglo XIX: codificación de las
prácticas de puericultura, de las técnicas médico-pedagógicas, de las condiciones de
trabajo de las mujeres y de los niños;; tratamiento específico de los menores
delincuentes, el hacerse cargo en forma colectiva de los viejos y de los enfermos»
(2003, p. 80). La época siguiente está marcada por el ascenso del «familiarismo de
Estado» que se desarticula desde hace una veintena de años.
Tanto las profundas mutaciones de las estructuras familiares como las
incertidumbres económicas relacionadas con la construcción de Europa y la
mundialización económica llevan al Estado a incesantes reajustes a partir de los
años 1970. Puestas en marcha por el Estado providencia luego de la Segunda
Guerra Mundial, con intenciones natalistas y destinadas a todas las familias, estas
políticas se orientan hoy en día hacia sistemas de específica redistribución social.
El Estado «produce» también a las familias mediante las definiciones
jurídicas que da de las mismas;; de este modo regula la filiación, las modalidades de
transmisión a través del derecho a la herencia y las sucesiones. Legisla a propósito
de los hijos cuyos padres no quieren casarse, para permitir a las parejas que no
pueden casarse (homosexuales) o que no quieren hacerlo (heterosexuales)
establecer un contrato;; legisla para proteger a los hijos contra los efectos del
divorcio, para garantizar una mayor equidad entre hombres y mujeres a propósito
de la transmisión del apellido, etc. Se interroga en 2005 acerca de la necesidad de
ingresar mucho antes en la vida privada de las parejas para castigar la violencia
conyugal, etc. En resumen, como lo había previsto Durkheim, la familia moderna
se encuentra bajo la mirada del Estado. Pero ya no se trata de un Estado con
mandatos desde lo alto, que interviene en nombre de los intereses colectivos de la
Nación. Bajo formas muy diversas, y en particular las del derecho, reconoce la
democracia de la pareja, e intenta instaurar en su seno igualdad y libertad. Así
Jacques Commaille, Michel Villac y Pierre Strobel subrayan que: «Antiguamente se
trataba de imponer a los individuos que adecuaran los modos de organización de
su universo privado a lo que se consideraba como de interés para la sociedad en su
conjunto. A lo que se apunta actualmente es a que sean los individuos mismos los
que lleven adelante una autodeterminación de su universo privado» (2002, p. 41).
Estas evoluciones vienen a cuestionar incluso el término mismo bajo el cual son
estudiadas. ¿Se puede hablar propiamente de «políticas familiares»? Como lo señala
Michel Chauvière, «no es la familia la que es objeto de la política, sino toda una
configuración de derechos, de instituciones y de actores que ciñen a los vínculos
privados y al niño dentro del espacio público, es decir lo familiar. El familiarismo
es la sobrevaloración de lo familiar contra el individualismo» (2003, p. 46).
El derecho está llevado a volverse más flexible y a dejar cada vez más lugar
a las elecciones individuales. En efecto, modelos de sociedad, leyes y formas de
justicia se encuentran en estrecha conexión. A través de las incertidumbres relativas
tanto a las políticas como al derecho, el Estado no deja de interrogarse acerca de su
rol: puesto que ya no es como en tiempos de la monarquía de derecho divino el
microcosmos de la sociedad, ¿cómo actuar sobre la familia, en virtud de qué
principios, con qué finalidades y con qué medios?
La historia de estas acciones públicas se caracteriza en Francia por la lenta
emergencia de un Estado moderno constituido contra el antiguo orden político

340
La familia y el Estado: control social y producción de normas

que había hecho de la familia el microcosmos del Estado, en donde el poder del
padre en el seno de su reinado se ejercía del mismo modo que el poder real sobre
los ciudadanos. Quedan rasgos de este «familiarismo de Estado» ² cuyas raíces
profundas pueden encontrarse en la doctrina judeocristiana ² palpables en el hecho
de que en Francia, contrariamente a los países nórdicos por ejemplo (cf. capítulo
12), los destinatarios de las políticas públicas son a menudo unidades familiares,
hogar o pareja, y no individuos (Strobel, 2004, p. 58).

Del control social al bienestar familiar


En el siglo XIX, la intervención del Estado era guiada esencialmente por la
preocupación de controlar a las familias marginales. Desde antes de la Segunda
Guerra Mundial, luego con la instauración del Estado providencia, el objetivo
cambia y la preocupación por el control es substituida por el argumento del
bienestar para todos. Pero sea cual fuere su legitimación, la intervención del Estado
se acompaña siempre de la constitución de un objeto que se trata de identificar
como «problema social»: será el caso de la familia pobre en el siglo XIX,
actualmente «la tercera edad», «el trabajo profesional de la mujer», o incluso «los
derechos del niño». Idénticos procesos se repiten por lo tanto, tomando como
blanco segmentos familiares específicos. En cada oportunidad, será cuestión de
reunir un cuerpo de datos estadísticos, de crear instituciones para gestionar estos
saberes, y de especialistas que se apropian de los mismos para defender la
especificidad de su campo (Lenoir, 2003).
Hoy en día el control social sobre la familia es más discreto, menos
coercitivo, pero probablemente más insidioso y más amplio, con el desarrollo del
psicoanálisis vulgarizado, que no conlleva un juicio: el sujeto tiene siempre algo que
decir. Estas técnicas son tan poderosas que parecieran no imponer ni normas
sociales ni reglas morales: no hay un responsable, no hay un culpable.

Las políticas ¿«natalistas» o «familiaristas»?

El examen de las políticas referidas a la fecundidad francesa constituye un buen


revelador de los cambios de actitudes del Estado.
Desde mediados del siglo XIX, y sobre todo después de la derrota de
1870, estadísticos (como Jacques Bertillon, el inventor de esta disciplina y fundador
en 1896 de la Alianza Nacional para el Crecimiento de la Población Francesa) y
economistas se inquietan por el descenso de la fecundidad francesa en relación con
otros países europeos (y con Alemania en particular).
Sean cuales fueren las causas que puedan atribuírsele ² desaparición del
derecho de primogenitura, debilitamiento del poder paterno ², este descenso trae
como consecuencia la formación de una corriente llamada «natalista» que se
esforzará por elevar nuevamente la fecundidad francesa a través de medidas de
ayudas a las familias. Traer al mundo numerosos hijos constituye una causa
nacional, sobre todo luego de la sangría de la Primera Guerra Mundial, y el
natalismo conoce un gran desarrollo a partir de 1939, con la creación de un Alto

341
Sociología de la Familia

Consejo de Familia y Población y la institución de un Código de la Familia y de la


Natalidad Francesa, luego bajo el gobierno de Vichy. En el marco de la puesta en
marcha del Estado providencia, las prestaciones sociales que habían sido
instauradas por el Código de Familia (1939) fueron englobadas dentro del sistema
general. La intervención del Estado encontraba su legitimidad en la difusión del
bienestar para todos los ciudadanos y para todas las familias. En 1945 se crea la
Seguridad Social con un sector de «familia» que abarca los subsidios familiares que
se suponía debían cubrir todas las necesidades familiares;; además, las cargas de
familia son contabilizadas en el cálculo del monto del impuesto a las ganancias por
intermedio del cociente familiar. Aunque no se registre directamente en el rubro
«familia», es evidente que la instauración del sistema de jubilación ha tenido
importantes consecuencias sobre el hecho familiar (Lévy, 1990), al igual que las
políticas de vivienda social dirigidas a las familias modestas y numerosas. Estas
políticas conocieron su apogeo en el transcurso de los años 1950-1970, en el
momento en que el empleo femenino se hallaba en su más bajo escalón y cuando
la sociedad adhería a una imagen de una familia con un solo proveedor que
trabajaba con la red de protección del Estado providencia.
No se trata aquí de entrar en el complejo y fuerte debate de la eficacia de
estas medidas;; algunos estiman que las medidas tomadas en Francia explican que el
descenso de la fecundidad haya sido aquí menor que en otros países europeos,
pero ¿cómo explicar entonces que Gran Bretaña haya conocido niveles
sensiblemente idénticos en ausencia de este tipo de medidas?
Las políticas familiares dan prueba de una capacidad limitada para
modificar las actitudes respecto de la fecundidad. Las parejas están a menudo mal
informadas y piensan más bien que el descenso de la población ² y sobre todo que
un menor número de jóvenes accedan al mercado laboral ² podría facilitar la lucha
contra el desempleo, permitir una elevación del nivel de vida. El éxito de una
política de natalidad exige la adhesión de las parejas, comprobación evidente, pero
que se hace necesario recordar. No puede asimilarse una política demográfica a una
política de la agricultura y de los transportes. La experiencia de los países de
Europa del Este, antes de la caída del Muro de Berlín, es a este respecto
esclarecedora (Lévy, 1981). La eficacia de las medidas aplicadas por algunos de
ellos dentro de perspectivas natalistas que apuntaban a contrarrestar el descenso de
la fecundidad es a la vez certera, ambigua y limitada. Certera, porque puede
observarse un alza de la fecundidad en ese momento luego de medidas que fueron
tomadas a este efecto;; ambigua, porque es difícil calcular el alcance real de este
efecto y de las diversas medidas como la de la limitación del aborto y el aliento a la
procreación;; limitada, porque luego de una fase de incremento de los nacimientos,
la fecundidad vuelve a bajar, lo que permite pensar que algunas parejas adelantaron
un nacimiento para obtener el beneficio de las medidas favorables para la natalidad,
pero no se observa un aumento en su descendencia total. En la Rumania
comunista por ejemplo, la aplicación de las más brutales de estas medidas, como la
prohibición del aborto legal (único medio de contracepción), triplicó en un primer
momento los nacimientos. Este impulso temporal de la fecundidad fue seguido por
un importante aumento del abandono de niños en orfelinatos que se hallaban tan
abandonados como los niños a los que se suponía estaban obligados a cuidar, y
cuya miseria fue descubierta por los países occidentales luego de la caída del
comunismo.

342
La familia y el Estado: control social y producción de normas

De fatalistas y familiaristas, las políticas francesas fueron reorientadas a


partir de los años 1970, en razón de las transformaciones profundas relativas a las
estructuras familiares, con la aparición de un número significativo de familias que
tienen a una mujer a la cabeza, las familias monoparentales. A partir de ese
momento, dichas políticas se esfuerzan por seguir las transformaciones de la
familia y del mercado laboral, instaurando medidas como mínimo ambivalentes116.
La política de la familia se convierte en una política social.

Ayudar a las madres en dificultad

El sistema de seguros y de subsidios que alcanzaba en sus comienzos al conjunto


de las familias francesas fue reorientado, mediante pequeños retoques, hacia las
familias llamadas en dificultad. Tenemos aquí un buen ejemplo del debate entre
individualización o «familiarización» de las acciones públicas que atraviesan
también al Estado. A partir de los años 1980, las políticas destinadas a la familia se
encuentran cada vez más determinadas;; se trata más bien de las políticas destinadas
al niño.
Políticas familiares del Estado providencia y desarrollo económico habían
ido generalmente a la par en los países europeos con el baby-boom, pero al mismo
tiempo que se quiebra la curva de nacimientos, que se detiene el ininterrumpido
crecimiento económico entre 1950 y 1975, el Estado se interroga sobre la
posibilidad de continuar. Además el sistema de subsidios familiares estaba
directamente asociado al trabajo;; ahora bien un número creciente de familias
corren el riesgo de quedar excluidas de éste. ¿Qué políticas adoptar para las
mismas?
Las familias monoparentales, en particular, han venido a constituir una
categoría de «riesgo familiar» que convenía socializar: una política categorial que le
está específicamente destinada se pone en marcha, rompiendo con la lógica
anterior. Diversas medidas son adoptadas a partir de los años 1970 (subsidio para
criar huérfanos), luego en 1976, el API (allocation de parent isolé /subsidio de
padre solo) que fue objeto de intensos debates, unos para criticar la sustitución del
Estado al padre incumplidor, otros para subrayar la incapacidad de los
beneficiarios para volver a encontrar un empleo autónomo o para reconstituir una
pareja, debiendo el beneficiario estar «solo» (Martin, 1997, p. 61-68).

Contradicciones y ambivalencia de las medidas destinadas a las madres


empleadas

Que el Estado salga en defensa de los más desprotegidos no es una revolución en


sí misma. En cambio, habrá dos fenómenos que enfrentarán al Estado con sus
propias contradicciones: la emergencia y luego la instalación definitiva de las
mujeres en el empleo;; el incremento de una reivindicación igualitaria en el
tratamiento entre hombres y mujeres. ¿Cómo conciliar la preocupación de no-
 
116 Para un detalle histórico de la evolución de estas medidas, e inventario, ver Montalembert (2004),
p. 65-70.

343
Sociología de la Familia

injerencia en el ámbito privado, y al mismo tiempo garantizar la generosa utopía de


la «libre elección» encarnada en la conciliación del trabajo y de la vida familiar? Las
respuestas del Estado son tanto más ambivalentes en la medida en que se inscriben
dentro de un contexto de fuerte desempleo. Las denominadas políticas familiares
constituyen a menudo los parches de las políticas de lucha contra el desempleo.
Tomando nota del compromiso cada vez más amplio de las madres en el
mercado laboral, el Estado crea en 1972 un subsidio para gastos de cuidado para
los hogares modestos y la cantidad de guarderías comienza a elevarse
significativamente. En 1968, el 60% de las francesas de entre veinte y cincuenta y
nueve años no trabajan;; en 1990, sólo 30%. Contra lo que podría esperarse, se
observa, luego de una constante progresión hasta 1994, una regresión de la tasa de
actividad de las madres jóvenes;; en 1994, 63,5% de las mujeres de 25 a 29 años y
con dos hijos trabajaban;; en 1997, sólo 52%. Las dificultades para volver a
encontrar un empleo estable y/o para que sus hijos fueran recibidos en estructuras
de cuidado colectivo, así como diversas medidas relativas a una política de la
familia explican este fenómeno.
El APE ²aOORFDWLRQSDUHQWDOHG·pGXFDWLRQ/subsidio parental de educación²
prestación pagada a una persona que interrumpe su actividad en el momento del
nacimiento de un hijo es creada en 1985. Las alarmas de la época, en tanto la tasa
de fecundidad desciende sensiblemente, son de naturaleza natalistas, y el APE se
presenta como un salario materno apenas disfrazado, destinado a la concepción de
un tercer hijo, ya que estaba destinado a las madres que traían al mundo a un tercer
hijo. En 1994, bajo el gobierno de Balladur, se creó el AGED ² allocation de garde
à domicile pour un enfant de moins de trois ans/subsidio de cuidado a domicilio
para un hijo menor de tres años² prestación que, con ayuda de deducciones
fiscales, aliviana los gastos de cuidado. Esta medida destinada a las madres
comprometidas con una carrera de extensa franja horaria permite aumentar la
cantidad de empleos declarados de las niñeras a domicilio;; por otra parte, las
condiciones de atribución del APE se amplían a madres que tienen dos hijos
(1994) y uno solo (2004).
Estas dos medidas apuntan a públicos diferentes: la primera permite a las
mujeres con título continuar con su carrera, lo que contribuye a la igualación de las
carreras de hombres y mujeres mientras que la segunda es ciertamente una medida
de incitación a regresar al hogar, por lo tanto una política de alcance natalista
encubierta y una política de lucha contra el desempleo.
El AGED (subsidio de cuidado de hijo a domicilio) fue considerablemente
disminuído por el gobierno de la izquierda en 1998, con el pretexto de que
favorecía a los hogares acomodados (y penalizaba así a las mujeres jóvenes que
seguían carreras equivalentes a las de los hombres);; puede verse aquí una regresión
en el plano de la equidad. En cuanto al APE, extendido a partir de 1994 al segundo
hijo, en principio accesible para los dos padres, las madres son en un 97%
beneficiaria, lo que se tradujo en una salida masiva de las mujeres del mercado
laboral. 562.000 madres se habían retirado del mercado laboral en 2003 (Fagnani,
2004, p. 37, Strobel, 2004, p. 58), perdiendo prácticamente toda posibilidad de
volver a encontrar luego un trabajo. El APE es por lo tanto una medida perversa
que tiende a contener el desempleo: hace salir a las mujeres del mercado laboral, en
contra de su voluntad por una parte, y, por otra parte, de las estadísticas del
desempleo. Por tratarse de un subsidio fijo y no de un salario de reemplazo, esta

344
La familia y el Estado: control social y producción de normas

medida «contribuye a reforzar las normas según las cuales la educación y los
cuidados de los hijos son aQWH WRGR XQ ´DVXQWR GH PXMHUHVµ» (Fagnani, 2004, p.
37). Y la misma va a contrapelo de los alardes relativos a la paridad hombre-mujer.
En Francia, el mantenimiento de una alta tasa de empleo de madres
jóvenes y de una tasa de fecundidad entre las más elevadas de Europa muestra que
las políticas de apoyo de la fecundidad pasan como políticas de apoyo para el
empleo de las madres, a través de medidas relativas al cuidado de los hijos de corta
edad que siguen siendo notoriamente insuficientes en 2008. Así la promoción de la
igualdad hombres-mujeres y del empleo femenino constituye el principal desafío
que le espera al Estado providencia en el siglo XXI (Esping-Andersen, 2008).

Lo político y la familia
La familia es una dimensión constitutiva de lo político, como nos lo ha mostrado el
ejemplo austríaco, como lo ha mostrado también la mirada enfocada sobre las
sociedades exóticas que ignoran al Estado y en las que filiación y lugar dentro de la
esfera pública, acceso a los derechos y al poder se encuentran íntimamente
asociados. Pero es también una dimensión propia de la política de los políticos, a
las que Jacques Commaille y Claude Martin para mayor claridad denominan politics
(1998). Las medidas que alcanzan a la institución fueron en un primer momento
relacionadas con los gobiernos de derecha, debido a la antigüedad de las
preocupaciones natalistas, pero ya no es éste el caso hoy en día. Desde hace mucho
tiempo, el Estado francés piensa que no puede mostrar desinterés en la baja de la
fecundidad, portadora ésta de consecuencias sobre el envejecimiento de la
población.
Una larga tradición familiarista en Francia hace que, sea cual fuere el color
político, los gobiernos se interesen por el futuro demográfico del país. Sin
embargo, a partir de finales de los años 1980, la intervención en el ámbito de la
vida privada no se dará por sobreentendida en todas las sensibilidades políticas. La
palabra clave de las políticas será neutralidad y libre elección ² un cebo, ya se ha
dicho. El Estado ha tomado acabada nota de las transformaciones de la familia,
admite e integra en sus esquemas la pluralidad de los modelos conyugales, los
procesos de recomposición familiar, el trabajo profesional femenino, las relaciones
intergeneracionales. Y dentro de este paisaje complejo y cambiante, los discursos
de los políticos dicen buscar favorecer el bienestar y el equilibrio armonioso de los
individuos.

A la derecha como a la izquierda

En la medida en que política natalista y política familiar se confundían, la derecha


parecía detentar el monopolio. Durante el transcurso de su primer septenio,
François Mitterrand se desmarca de las antiguas corrientes familiaristas y natalistas
y proclama la neutralidad respecto de las elecciones demográficas de las parejas,
denunciando al mismo tiempo la asignación de la mujer únicamente a la
maternidad. Estas miradas políticas no se encuentran exentas de contradicciones

345
Sociología de la Familia

que se manifiestan en la existencia de una Secretaría de Estado de la Familia y de


un Ministerio de los Derechos de la Mujer, que tienen a la cabeza respectivamente
a Georgina Dufoix y a Yvette Roudy. El Estado, plantea aquí un «doble juego», ya
que, en 1983, la Secretaría de Estado encargada del Derecho de las Mujeres
privilegia la dimensión profesional y la igualdad en el trabajo tanto para los
hombres como para las mujeres, mientras que la Secretaría de Estado encargada de
la Familia intenta conciliar «trabajo de las mujeres» y maternidad, ¡lo que vuelve a
promover medidas discriminatorias para el trabajo femenino (Singly, 1992)!
Mientras que los subsidios familiares habían sido fuertemente revalorados
a principios del primer septenio, a partir de 1984, Georgina Dufoix promovida
como Ministra de Asuntos Sociales y de Solidaridad, lanza «un plan familia» que se
caracteriza manifiestamente por medidas de severas economías.
Es por lo tanto un poco apresurado escribir que es en el año 2000 cuando
«la izquierda redescubre a la familia»117, pero es cierto que por primera vez se
afirma la existencia de una «política familiar de izquierda» llevada adelante por el
gobierno de Jospin que le asigna objetivos sociales (Commaille, Martin, 1998, p.
149). Pero, más allá de las medidas de asistencia a través de la redistribución de
subsidios, la izquierda había estimado hasta ese momento que la acción sobre los
individuos no debía traspasar la puerta de la vivienda y que se podía intervenir
sobre la familia a través de la escuela: es la prolongación del pensamiento
filantrópico de fines del siglo XIX que cifraba todas sus esperanzas en la
institución escolar para corregir los desvíos o las insuficiencias parentales. Ahora
bien, se tiene por lo tanto conciencia de que, sin la ayuda de las familias, las
instituciones escolares y sociales se ven impotentes para frenar los denominados
problemas de seguridad, de violencia en los suburbios, etc. Durante el gobierno de
Jospin se creó un Ministerio de la Familia y de la Infancia, dirigido por Ségolène
Royal, una de cuyas tareas era la de intentar rehabilitar la imagen y la función de la
autoridad paterna. Es en ese momento cuando emerge el tema de la «parentalidad»:
¿padres dimisionarios o desfavorecidos? Para reforzar el vínculo padre-hijo,
simbólicamente, lo que no es poca cosa, se creó la libreta de paternidad que es
entregada a los padres jóvenes.
Por su parte, la derecha, partidaria antiguamente de las políticas natalistas,
comprendió el deseo de las mujeres de estar presentes en el mercado laboral.
Algunos conservadores que, sin duda, al igual que sus colegas demócrata-cristianos
suecos o alemanes, estiman que el lugar de la madre se halla junto al hijo pequeño,
promulgaron especialmente medidas como la del APE que, de hecho, hizo regresar
al hogar a cientos de millares de jóvenes madres. La mayoría de los diputados de la
derecha, sin embargo, ha incorporado el modelo de la madre que trabaja. Es
dentro del ámbito de los modos de cuidado del niño en donde habrán de
manifestarse las diferentes sensibilidades políticas, prefiriendo la izquierda los
modos de cuidado colectivos que socializan al niño y la derecha los modos de
cuidado a domicilio, que reproducen lo más fielmente posible la figura materna y
de rebote representan yacimientos de empleos para la persona. Como prolongación
de la preocupación sobre la desaparición de los padres, la derecha nuevamente en
el poder establece la licencia por paternidad en 2002 permitiendo a los padres el
cese de su actividad durante once días en el momento del nacimiento del hijo o de
 
117 Marie-Pierre Subtil, Le Monde, 8 de abril de 2000.

346
La familia y el Estado: control social y producción de normas

la llegada de un hijo adoptado. En el espíritu de los legisladores, se trata de fundar


el vínculo padre-hijo desde el nacimiento. En la práctica, hemos visto que la
utilización de esta licencia difiere ampliamente de las intenciones que acompañaron
su gestación (cf. capítulo 9).
Las políticas que atañen a la familia se ocupan de otros muchos aspectos,
el del hábitat, por ejemplo. La vivienda es a la vez lugar de vida, bien afectivo,
patrimonio y mercancía en el mercado: junto con el trabajo, es uno de los
principales componentes de la organización familiar. Si bien el Estado es uno solo,
sus administraciones persiguen a veces fines contradictorios. Así la proclamación
pública del descenso de la fecundidad, del envejecimiento de la población, de la
reducción del tamaño promedio de los hogares, del número creciente de personas
«solas» puede hacer pensar que en lo relativo a los números, la cantidad de
viviendas de las que dispone Francia es globalmente suficiente. Un análisis que va
más allá de los simples y crudos datos muestra que esto no es en absoluto así y que
pueden proponerse medidas específicas para una política familiar de vivienda.
¿No es acaso un error construir pequeñas viviendas cuando las probables
evoluciones de la familia van en el sentido de una creciente necesidad de espacio?
El alargamiento del período de residencia de los adultos jóvenes (o sus idas y
venidas entre su primer domicilio y el de sus padres), los abuelos que reciben a sus
nietos, el alojamiento temporal de un padre inválido, las recomposiciones
familiares exigen espacios más grandes para acomodar a familias de geometría
variable. Convendría revisar los criterios de acceso a la vivienda social,
proporcionar medidas que alienten la renovación de un parque inmobiliario de
alquiler privado, etc.
Una política familiar de la vivienda debería por lo tanto tomar en cuenta el
deseo de espacio, el deseo de valoración social a través de una buena localización
de la vivienda, el deseo de propiedad y de constitución de un patrimonio, el deseo
de proximidad entre los miembros de la familia. Otorgar una dimensión familiar a
la dimensión política de la vivienda es reconocer también que los actores privados
tienen la facultad de operar arbitrajes y de efectuar elecciones, sin imponerles un
recorrido residencial tipo. Si bien el Estado proclama la «neutralidad» respecto de
las estructuras familiares, no deja de ser menos necesaria una «acción» real y
voluntaria para el entorno de la familia.

Tensiones contemporáneas de las políticas públicas

Políticas familiares y transformaciones del derecho se hallan en estrecha


resonancia, articuladas alrededor de un triple movimiento característico de la
institución familiar contemporánea:

² el reconocimiento de la fragilidad de las uniones;;


² la necesaria protección del hijo frente a la precariedad del vínculo filial;;
² el aumento de la demanda de equidad en el tratamiento de hombres y
mujeres tanto en el dominio de la vida privada como en el de la vida
profesional.
El derecho ha acompañado estas evoluciones, adaptándose a la
inestabilidad de las uniones estén o no institucionalizadas mediante el matrimonio,

347
Sociología de la Familia

buscando proteger tanto a las madres solas como a los hijos. De todas formas, las
políticas familiares han continuado, pasando de un objetivo natalista dirigido a
todas las familias a un objetivo social que apunta a las más desfavorecidas, esas
familias noparentales, consecuencia de rupturas de unión: lo que los especialistas
denominan «socialización de la política familiar».
Tanto las políticas llamadas familiares como las medidas jurídicas han dado
un giro notable a partir de fines de los años 1990, apuntando principalmente a:

² las mujeres/madres en situación de precariedad económica;;


² los hijos a través de la apelación a la responsabilidad de los padres. El
tema de la «parentalidad» o capacidad de cumplir con sus obligaciones de
padres es consecutivo con las preocupaciones vinculadas con el tema de la
inseguridad. Algunos ven en esto una voluntad de «rearme moral» a través
de fórmulas de mediación para el «apoyo a la parentalidad» que permiten
revalorar la función parental con suavidad, sin atentar contra las libertades
individuales (Chauvière, 2003, p. 45-46);;
² y, desde hace algunos años, el «riesgo» ligado a la dependencia de las
personas de edad cuyo peso demográfico es creciente en la sociedad.

Estas acciones públicas son por lo tanto cada vez menos familiaristas en el
sentido antiguo del término. Ya no buscan rectificar, en nombre del interés
superior de la nación, los errores o las insuficiencias de las familias. Las mismas
revisten sobre todo formas de gestión de los conjuntos sociales más frágiles de la
sociedad. Pero en su preocupación por aligerar los presupuestos públicos, el
Estado siente a menudo la tentación de hacer recaer ya sea sobre instituciones
locales, ya sea sobre las solidaridades familiares el peso de los más frágiles, niños y
ancianos. Ahora bien, como lo demuestran las investigaciones (cf. capítulo 10), las
solidaridades familiares son mucho más fuertes en la medida en que se
complementan con las solidaridades públicas;; debilitar las segundas constituiría una
grave amenaza para las primeras.

La familia ¿un mundo privado?

En nombre del respeto de la vida privada, el Estado se inclina tanto ante las
elecciones familiares de los individuos como ante las elecciones individuales en el
seno de las familias. Sin embargo las consecuencias de estas elecciones no son
idénticas según los distintos ámbitos sociales. Los mejor dotados social y
culturalmente pueden asumirlas, mantener nivel de vida y redes familiares, de
manera tal que la regla de no injerencia del Estado pueda ser respetada;; a la inversa,
«el derecho social, cuando se aplica a situaciones en las que se combinan desunión
y precariedad, se vuelve más normativo y tutelar: así las beneficiarias del subsidio
de padre solo (API) son ayudadas substancialmente, pero en condiciones muy
estrictas (de duración, de recuperación de las pensiones alimentarias debidas, del
no volver a estar en pareja)» (Strobel, 2004, p. 63).
Las políticas que continúan siendo denominadas familiares deben a la vez
tener en cuenta las consecuencias relativas a la democratización de la vida privada
marcada por la autonomía de las personas y la tensión hacia una igualdad entre los

348
La familia y el Estado: control social y producción de normas

sexos, y al mismo tiempo, garantizar la igualdad social, esforzándose por corregir


los desequilibrios. Además, las mismas deben velar para que la autonomía de
algunos no conduzca al abandono de las responsabilidades respecto de los más
débiles. Las tensiones a las cuales se encuentran sometidas son por lo tanto
numerosas.
Los actos públicos ya no pueden ser impuestos verticalmente ² como lo
muestran Jacques Commaille, Pierre Strobel y Michel Villac (2002) ² sino que
resultan de un compromiso entre los diversos actores sociales, se trate ya de
políticas, de expertos (a menudo instrumentalizados), de los movimientos de la
opinión pública y de los medios de comunicación. Estos autores citan así la puesta
en marcha de «Redes de escucha, de apoyo y de acompañamiento de los padres»
5($$3 5pVHDX[ G·pFRXWH G·DSSXL HW G·DFFRPSDJQHPHQW GHV SDUHQWV  SDUD OD
promoción de acciones de mediación. «Este tipo de orientaciones ilustra la
búsqueda de una redefinición radical de las relaciones entre el Estado y los
ciudadanos en lo que hace a la gestión de su universo privado y de la relación de
éste con lo político» (p. 105).
Así uno de los dictámenes del Haut Conseil de la Population et de la
Famille (Alto Consejo de la Población y de la Familia), instituido en 1985118,
formulado en julio de 2003 se refiere a «la articulación de la vida familiar y de la
vida profesional y el apoyo a la parentalidad». Hace un relevamiento del aumento
de la incertidumbre relativa al ejercicio de la función parental y, frente a esta
comprobación, propone la realización de estudios más profundos para una mejor
comprensión de estas disfunciones y generar las posibles soluciones. Más
conminaciones, pero se reclaman inventarios de las situaciones que demandan la
intervención de expertos sociólogos o psicólogos (Martin, 2003).
Del mismo modo, el HCPF (Alto Consejo de la Población y de la Familia)
estima que «la política familiar debe fijarse como objetivo el de acompañar a los
padres para ayudarlos a asumir su rol y velar para que el imperativo de protección
del hijo no se imponga sistemáticamente al apoyo acordado al padre y a la madre,
que son vectores fundamentales tanto de su equilibrio psicológico y afectivo, como
de su inscripción familiar y social».
Con el fin de implementar estos objetivos, no se trata de establecer desde
arriba nuevas estructuras, sino de identificar «diversas formas de acción colectiva»
que han permitido «socializar» los problemas con los que los padres se han
enfrentado. Tampoco es cuestión de judicializar estas acciones, sino por el
contrario de apelar a los servicios públicos, asociaciones y redes que puedan
aportar un apoyo.
En el espacio de veinte años, tanto los discursos del Estado como sus
acciones se han dedicado a escuchar a la «Francia de abajo» para referirnos a una
célebre fórmula. Pragmático, el Estado deberá evaluar el éxito de tal o cual
iniciativa privada para generalizarla con el fin de ayudar a los padres a ejercer
responsabilidades respecto de sus hijos, de los cuales muy a menudo la precariedad
de su situación los priva. Los cambios son por lo tanto impresionantes.

 
118El HCPF, encabezado por el Presidente de la República y formado por expertos de orígenes
diversos, está encargado de asesorar al gobierno y al Presidente sobre los problemas demográficos así
como sobre las cuestiones relativas a la familia.

349
Sociología de la Familia

De la institución familiar al individuo:


el desplazamiento de las normas
A la par de lo que aún se denomina (a falta de algo mejor) las políticas familiares, la
sociología de la familia tiene el deber de interesarse por el derecho de la familia.
Este se encuentra entre dos exigencias contradictorias, dar referencias normativas,
autorizar y prohibir, y al mismo tiempo tomar en cuenta las evoluciones sociales.
Sin embargo, sin descuidar las nuevas aspiraciones a la autonomía, a la voluntad
individual de los miembros de la pareja, y a la igualdad, el derecho intenta mostrar
direcciones y fija elecciones.
Esta área depende principalmente del derecho civil, rigiendo lo que se
refiere al estado de las personas, apellido, filiación, matrimonio. Fija las
condiciones de establecimiento de los vínculos familiares y las reglas de la vida de
familia. El derecho instituye. El momento fundador en Francia ha sido el Código
Civil que consagró un modelo familiar del cual la mayoría de los fundamentos han
sido actualmente abolidos. Inspirada tanto en la moral judeo-cristiana como en las
ideas revolucionarias, la familia se presenta en el mismo como una institución
jerárquica, fundada exclusivamente en el matrimonio, la autoridad del marido que
gestiona el patrimonio (el de su esposa incluído) y sólo él ejerce el poder paterno
frente a los hijos. La unión libre está fuera del derecho y los hijos nacidos fuera del
matrimonio en situación muy desventajosa respecto de aquellos que son legítimos.
A partir de fines del siglo XIX, importantes reformas tuvieron lugar, entre
las cuales especialmente la reinstauración de un divorcio en 1884 con la ley Naquet
(cf. capítulo 4), la legitimación de los hijos adulterinos en 1907, la ley sobre
adopción en 1923, pero lo esencial de las remodelaciones data de los años 1960: los
profundos cambios del derecho desde hace una treintena de años reflejan y
acompañan los cambios en las costumbres.

Principales medidas relativas a la familia en el ámbito del derecho


civil, de las políticas públicas y de las políticas sociales

1939. Código de la familia


1944. Derecho de voto otorgado a las mujeres (ordenanza del 21 de abril)
1945. Instauración del cociente familiar
1946. Area familia de la Seguridad Social (subsidios familiares, subsidio de
salario único, subsidios prenatales, subsidio de maternidad)
1948. Subsidio vivienda
1965. Reforma de los regímenes matrimoniales instaurando la igualdad y la
solidaridad conyugal
1967. Ley Neuwirth sobre la contracepción
1970. Ley que substituye el principio de poder paterno por el de autoridad
parental conjunta. La noción de jefe de familia desaparece del Código Civil
1970. Subsidio-orfandad
1972. Subsidio para gastos de cuidado de los hijos
² Ley que determina la igualdad de las filiaciones (natural, legítima o
adulterina);; verdad de la filiación biológica: la filiación se vuelve una realidad
demostrable (marcas genéticas de paternidad)
1974. Segunda ley Neuwirth que instaura el reembolso de los
anticonceptivos

350
La familia y el Estado: control social y producción de normas

1975. Ley Veil sobre la interrupción voluntaria del embarazo


² La ley instituye un divorcio por mutuo consentimiento, a la par de los
procesos contenciosos
1976. Subsidio de padre solo (API)
1982. Subsidio parental de educación (APE)
1987. Ley que establece la autoridad parental conjunta
1989. Convención Internacional de los Derechos del Niño votada por la
ONU
1994. Subsidio de cuidado de hijo a domicilio (AGED)
1999. La ley instituye un Pacto Civil de Solidaridad, Pacs, contrato
establecido para organizar la vida común entre dos personas del mismo
sexo o de distinto sexo. El concubinato es reconocido por el Código Civil
2000. Los niños son también personas de igual categoría que los adultos:
instauración de una autoridad jurídica, superior e independiente, el defensor
de los niños
2001. El plazo legal para efectuar una IVG (Interrupción Voluntaria de
Embarazo) se lleva a doce semanas
² Ley que suprime la discriminación sucesoria respecto de los hijos
adulterinos y que refuerza los derechos del cónyuge sobreviviente
2002. Instauración de una licencia por paternidad en el momento del
nacimiento de un hijo: los padres pueden tener el beneficio de once días de
licencia en el momento del nacimiento de uno de sus hijos
² Ley que generaliza el principio de la autoridad parental compartida, que
abre la posibilidad de una residencia alternada para el hijo, y que hace entrar
la mediación familiar en el Código Civil y prevé la posibilidad de una
delegación de la autoridad parental a un tercero sin desposeimiento por
parte de uno u otro padre
² Ley relativa al acceso a los orígenes de las personas adoptadas y creación
de un Consejo Nacional para el Acceso a los Orígenes
² Ley Gouzes relativa al apellido de familia
² Refuerzo de la coparentalidad (en caso de separación de la pareja, haya
estado casada o no, los padres tienen un estatus rigurosamente similar en lo
que se refiere a la autoridad parental)
2004. Substitución y fusión de las antiguas medidas de ayuda para el cuidado
de los hijos en la Prestación de Acogida del Niño Pequeño (PAJE,
3UHVWDWLRQG·DFFXHLOGXMHXQHHQIDQW
² Reforma del divorcio, que suprime en ciertos casos la noción de culpa
2005. Una ordenanza presentada en el Consejo de Ministros llevó a suprimir
del Código Civil los términos de filiación «natural» y «legítima». La madre
²incluso no casada² no tendrá ya que establecer un acta de reconocimiento
de su hijo: la filiación queda establecida para ella por el nacimiento, pero el
padre no casado deberá realizar siempre este trámite.

Fuentes: Commaille, Strobel, Villac, 2002, p. 69-70, Montalembert, 2004.

Al igual que las políticas familiares, el derecho ha tomado nota del pedido
de igualdad entre los sexos, de igualdad entre los hijos sea cual fuere el modo de
nacimiento y del deseo de libertad de los individuos. Los ciudadanos hacen ahora
interpelación de la «democracia providencial»: «ya no se trata sólo de garantizar la
libertad de todos ante la ley, sino de buscar la igualdad de todos mediante la ley»
(Schnapper, 2002, p. 36).

351
Sociología de la Familia

En abril de 2001, el gobierno que quería llevar adelante una reforma de


conjunto de la familia reafirmaba los principìos que guiaban su acción119: «igualdad
de los esposos entre sí en la gestión de su patrimonio, en la educación de sus hijos;;
igualdad de los hijos entre sí sea cual fuere la situación de sus padres», pero debe
también «reconocer a las familias como lugar de construcción y de referencia para
el hijo, confortarlas como factor de cohesión social, como espacio de solidaridad,
como células estructurantes de la sociedad». Así el derecho ya no habla más de la
familia como institución de base de la sociedad, aunque afloran algunos acentos
familiaristas en la expresión de «células», sobre todo al no ser ya más cuestión de
individuos.
El documento de orientación subraya las exigencias contradictorias de una
reforma del derecho de la familia: «garantizar el equilibrio entre la evolución de las
costumbres, la libertad individual, y la organización necesaria de la sociedad».

Libertad, igualdad, familia

En este ámbito, una primera reforma en 1965 autoriza a las mujeres a administrar
sus propios bienes, pero es la ley del 4 de junio de 1970 la que consagra la igualdad
de los esposos en el seno de la pareja, suprimiendo la noción de «jefe de familia» y
substituyendo el concepto de «poder paterno» por el de «autoridad parental»
ejercida por ambos padres. Pero como en el caso de las políticas, no sería
conveniente que con el pretexto de igualdad el Estado abandonara la protección
del más débil, de allí las provisiones relativas a las prestaciones compensatorias
luego de un divorcio o incluso las medidas tomadas contra las violencias
conyugales.
Libertad de vivir juntos sin estar casados, libertad de disolver su unión en
condiciones más rápidas y menos conflictivas. Igualdad de los individuos en el
tratamiento de las relaciones conyugales, un colectivo de leyes abierto en 1999 por
el Pacs y que se cierra temporalmente con la reforma del divorcio modificó
sensiblemente las formas instituyentes de la familia, sobre todo al disociar alianza y
filiación.
Françoise Dekeuwer-Défossez señala que «es sigilosamente y sin leyes
como las parejas se tomaron la libertad de vivir juntos sin estar casados» (2004, p.
76). Hubo que esperar finalmente el voto del Pacs para otorgar un estatuto civil a
los concubinos que, por este hecho, han entrado a pesar de ellos en el reino de la
ley. Napoleón decía de ellos: «ellos ignoran la ley, la ley los ignora».
El Pacs, por ley del 15 de noviembre de 1999, instaura un derecho de las
parejas no casadas, reconociendo que la vida en común es portadora de derechos
fiscales, sociales y civiles. El concubinato ingresa por primera vez en el Código
Civil, reconociendo que la pareja puede ser de distinto sexo o del mismo sexo. Esta
pareja construida sobre una voluntad recíproca, impone obligaciones y otorga
derechos, salvo el de la filiación. La ley reconoce así que la vida en común es
portadora de obligaciones recíprocas. El Pacs es entonces un paso importante en la
toma de conciencia de la igualdad de los sexos, haciendo cesar la discriminación
 
119Documento de orientación relativo a la reforma del derecho de familia, 4 de abril de 2001,
Ministerio de Justicia, Ministerio Delegado de la Familia, la Infancia y las Personas Discapacitadas.

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La familia y el Estado: control social y producción de normas

respecto de los homosexuales, como una posibilidad suplementaria de elección


para los heterosexuales, que, a la inversa de los homosexuales, cuentan con el
beneficio de una paleta de elecciones: unión libre, Pacs, matrimonio. La ventaja del
Pacs es la facilidad teórica de su ruptura.
La ley relativa al apellido de la familia, llamada ley Gouzes del 21 de
febrero de 2002, prevé que los padres podrán elegir inscribir a su hijo en el
Registro Civil con el patronímico de la madre o del padre o con los dos juntos. Es
aún demasiado pronto para apreciar el uso que se hará de esta medida de la cual
algunos detractores piensan que va en contra de las medidas que buscan reforzar el
estatus del padre en relación con el hijo.
La ley del 4 de marzo de 2002 establece el ejercicio conjunto de la
autoridad parental ² lo que se denomina la «coparentalidad » ² y valoriza los libres
acuerdos entre los padres pero a condición de que estos sean conformes a los
intereses del hijo, lo que puede limitar seriamente la libertad de los padres: en este
caso una vez más el derecho francés no quiere reconocer a individuos, sino a
padres que, incluso separados o divorciados, continúen garantizando
conjuntamente la educación de sus hijos. La innovación de la ley sobre el divorcio
del 26 de mayo de 2004 (cf. capítulo 4) consiste en autorizar a un solicitante a
romper con su unión, sin que exista culpa, sino sólo porque la vida en pareja se ha
vuelto intolerable. Luego de una separación de dos años, el divorcio podrá ser
declarado, mientras que hasta ese momento y a pesar de la reforma del divorcio de
1975, este tipo de divorcio no podía llevarse a cabo. Así, la ley toma nota de los
deseos individuales, en detrimento del mantenimiento de la pareja conyugal.

La filiación, pilar de la institución

En el ámbito de las filiaciones, luego de varias etapas jurídicas, el Código Civil


enuncia que a partir de ese momento todos los hijos tienen los mismos derechos y
deberes respecto de sus padres y madres, suprimiendo definitivamente la infamante
distinción de los hijos nacidos fuera del matrimonio o surgidos de un adulterio.
Los «bastardos» de antes, pobres víctimas inocentes, ¡significaban un perjuicio para
el orden social! Con la multiplicación de los nacimientos fuera del matrimonio (6%
en 1965, 47,4% en 2004) debido al desarrollo de la unión libre, la noción de hijo
ilegítimo desaparece y la distinción relativa a la herencia se vuelve caduca. Sin
embargo, subsistía hasta en 2005 en el Código Civil la distinción entre filiación
legítima y natural. En efecto, mediante el matrimonio, los esposos se prometen
fidelidad, y en el momento del nacimiento, el hijo es ligado a su padre y a su madre:
la filiación legítima es automática e indivisible, mientras que en la unión libre
ningún acto designa oficialmente a aquel que vive con la madre, lo que obliga al
padre y a la madre a hacer un reconocimiento por separado del hijo. No existe en
efecto ningún mecanismo de presunción de paternidad, y para que el vínculo sea
establecido, es conveniente que la voluntad se manifieste: es el proceso del
«reconocimiento», que es, en sí, divisible, contrariamente a la filiación legítima, ya
que uno solo de los padres puede reconocer al hijo.
La ordenanza del 4 de julio de 2005 viene a reconocer que la igualdad
entre los sexos tiene límites;; el derecho determina que hay una diferencia entre
hombres y mujeres en la procreación. De este modo quedó abolida la antigua

353
Sociología de la Familia

división entre filiación legítima y natural, y establece que la división pasa por el
sexo. Por el lado de la madre, esté casada o no, la filiación se establece a través del
acto del nacimiento (sin que sea necesario realizar un reconocimiento);; el padre no
casado deberá por su parte someterse al mismo (Bosse-Platière, 2005, p. 47).
La preocupación de la ley ha sido la de garantizar al hijo la solidez de su
filiación, a través de las dos ramas, sea cual fuere el estatus de la pareja parental,
casada, concubina, separada: de la ley sobre la autoridad parental conjunta de 1987
a la del 21 de febrero de 2002 que abre la posibilidad de otorgar una residencia
alternada a los hijos, la preocupación de los legisladores ha sido la de hacer
responsables a los padres tanto en el plano material como en el educativo. Esta
última ley autoriza también al juez a nombrar un mediador familiar que facilitará la
organización de esta residencia alternada. La situación material de las familias, la
naturaleza de la ruptura familiar, el sistema de valores y de representaciones
respecto del matrimonio son examinadas;; parece ser que casi nunca se cumplen las
condiciones para poder instrumentar el principio de una residencia alternada, sobre
cuyos beneficios los expertos no logran por otra parte ponerse de acuerdo.
Finalmente, para el niño nacido a través del procedimiento jurídico de
«parto bajo X o parto anónimo» que lo priva del conocimiento de sus orígenes, la
ley del 22 de enero de 2002 intenta una apertura con la instauración de un Consejo
Nacional de Acceso a los Orígenes Personales;; la ley continúa sin embargo
otorgando a la madre la posibilidad de renunciar a su maternidad, a fin de proteger
los casos de miseria extrema.
Así para respetar la libre elección de los individuos en materia de vida
privada, los legisladores nombran a especialistas que suceden al filántropo del siglo
XIX y a los tribunales comunales de las aldeas de Austria. El juez de asuntos
familiares, los mediadores son llamados para arreglar los conflictos familiares.
La evolución del derecho de estos últimos treinta años ha avanzado en el
sentido de una separación entre la alianza y la filiación, a riesgo de
«desinstitucionalizar» a la familia. El derecho de las parejas y el derecho de los hijos
han sido disociados, pero, si bien la formación de las parejas, en las diversas
fórmulas, parece hacer realidad el ideal democrático de libertad y de igualdad
dentro del seno de la familia, no ocurre lo mismo con la cuestión de la filiación que
sigue siendo la pìedra angular instituyente. La familia se forma a través del hijo,
¿pero cómo (Dekeuwer-Défossez, 2004, p. 77-78)?
La libertad de procrear naturalmente no tiene límites en los países
democráticos pero ¿es necesario recordar que ciertos gobiernos dictatoriales
continúan poniendo trabas a esta situación? El control se vuelve muy estricto en
Francia cuando se trata de procreaciones médicamente asistidas o de adopción. En
efecto, el acceso al AMP120 es concebido como una gestión terapéutica destinada a
asistir a una pareja estéril. Así, el principio de «dos padres de distinto sexo» figura
en la ley de bioética del 6 de agosto de 2004, lo que impide a los homosexuales
contar con este beneficio.
El derecho permite que un soltero adopte, porque cuando la ley fue
instaurada en 1966, numerosos niños eran aún abandonados;; es claro que esta ley
 
120 El pasaje de PMA (Procreación Médicamente Asistida) a AMP (Asistencia Médica para la
Procreación) subraya que sólo las parejas heterosexuales pueden ser elegidas para este tipo de
asistencia en el estado actual de la legislación.

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La familia y el Estado: control social y producción de normas

se contradice con el principio de los dos padres. Puede apreciarse que el derecho
entra igualmente en flagrante delito de contradicción entre el apoyo a la filiación
social y a la filiación biológica. Si bien el derecho no le ha reservado ningún estatus
al padrastro, la ley del 21 de febrero de 2002 prevé que el juez podrá sin embargo
acordar a un padrastro alejado por un nuevo divorcio el derecho de mantener
relaciones con el niño.
En cuanto a la «verdad» de los orígenes, ésta es cada vez más reivindicada
ahora en nombre de la institución de la identidad psíquica de la persona, como lo
han mostrado recientemente los debates en torno al parto anónimo. La ley de 1972
había permitido cuestionar la falsa paternidad legítima mediante la recurrencia a
pruebas de ADN fiables en un 99, 9%. Estos recursos para consolidar la filiación
biológica son cada vez más corrientes, pero se conoce el importante peso psíquico
de este tipo de acciones judiciales cuyo ejemplo más tristemente célebre ha sido el
de la exhumación de Yves Montand en 1997.
A la luz de este dramático caso, los especialistas del derecho se preocupan
por reforzar la estabilidad del vínculo de filiación prohibiendo por ejemplo la
impugnación de una filiación más allá de cinco años de «posesión de estado», o
limitando la acción de reconocimiento de paternidad limitada. La filiación está lejos
de ser sólo un vínculo biológico, es ante todo un vínculo social fundado sobre
relaciones de co-presencia, de afecto, de control;; reducirla a su único aspecto
biológico abre la puerta a numerosos dramas familiares. Son igualmente
encendidos los debates entre los partidarios de la distinción entre filiación legítima
y filiación natural, ya que lejos de contraponerse, las parejas casadas y no casadas
tienen gran similitud lo que no ocurría en los tiempos en los que sólo el modelo
burgués predominaba, siendo todas las otras formas familiares rechazadas como
desviaciones.
Inscribir a un hijo en el Registro Civil es un gesto de un alcance social y
simbólico considerable hoy en día, ya que es por esa vía por la que se instituye la
familia, por la que el hijo queda unido a su doble linaje que traduce, en el plano
social, la dualidad biológica de ambos sexos. Se ha discutido la posibilidad de
establecer un nuevo ritual republicano que sería el equivalente de la solemnidad del
matrimonio para el padre no casado quien contraería un compromiso solemne en
el momento de la declaración de filiación en la alcaldía.
La filiación jurídica francesa se halla «fuertemente estructurada sobre la
alteridad sexual de los padres» (Dekeuwer-Défossez, 2004, p. 78), lo que tiende a
hacer imposible el establecimiento jurídico de una doble filiación respecto de dos
personas del mismo sexo. En nombre de la libertad y de la igualdad, el derecho se
ve interpelado en sus últimos atrincheramientos. Privado del pilar de la alianza, el
sistema instituyente descansa sobre la filiación. Volvemos a encontrarnos aquí con
lo que los antropólogos han mostrado desde hace mucho tiempo.

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Sociología de la Familia

Orientación bibliográfica
COMMAILLE Jacques, MARTIN Claude, Les enjeux politiques de la famille, París,
Bayard, 1998.
COMMAILLE Jacques, STROBEL Pierre, VILLAC Michel, La politique de la
famille, París, La Découverte, Repères, 2002.
LENOIR Rémi, Généalogie de la morale familiale, París, Le Seuil, 2003.

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