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MARTINE SEGALEN
Sociología de la familia
Traducción de Susana Murgía
1. Sociología. 2. Familia. I. Torricella, Andrea, prolog. II. Murgia, Susana, trad. III. Título
CDD 306.85
Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio o método, sin autorización
previa de los autores.
ISBN: 978-987-1921-14-0
© 2013, EUDEM
Editorial de la Universidad Nacional de Mar del Plata
EUDEM / Formosa 3485 / Mar del Plata / Argentina
Imagen de tapa: Joaquín Sorolla. Verano 1904. Óleo sobre lienzo. Ayuntamiento de
Valencia, Valencia.
CAPÍTULO 2
El parentesco
y las clases sociales
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A partir de los conceptos de antropólogos e historiadores, los especialistas de las
sociedades obreras y burguesas de Europa se preguntaron a su vez sobre el rol que
jugaba el parentesco en la estructuración de las relaciones sociales. Se abrió así una
nueva perspectiva tanto para la sociología de la familia como para la de las clases
sociales.
El rápido desarrollo del complejo movimiento designado con el término
de industrialización transformó profundamente las estructuras sociales de Europa,
haciendo emerger clases distintas en su modo y nivel de vida. Según la teoría
marxista, el capitalismo generó jerarquizaciones y divisiones sociales, con una clase
dominante, la de la burguesía industrial y una clase dominada, la de los obreros
proletarizados. En ambos casos, se han observado grandes transformaciones en el
ámbito familiar, sea que se trate de la organización de los grupos domésticos, de las
relaciones entre los sexos y las generaciones o de las normas y valores que rigen su
funcionamiento. Si bien hoy en día la teoría marxista se ha visto cuestionada como
ha ocurrido con todas las teorías (evolucionismo, estructuralismo, etcétera), la
noción de clases con intereses opuestos sigue siendo indispensable para analizar la
sociedad europea que se erigió con la industrialización, desde la segunda mitad del
siglo XIX hasta los años 1970.
Origen de la sociología, estas sacudidas sociales vinculadas con la
industrialización han suscitado diversas interpretaciones en las cuales el parentesco
ocupa un lugar variable. En los cursos que brindó acerca de la familia, Émile
Durkheim desarrolló la hipótesis del desmoronamiento de lo que él llama «el
comunismo familiar». Durkheim asocia el debilitamiento del sentimiento familiar
comunitario con la sociedad del salariado, planteando implícitamente la cuestión de
la ruptura de los lazos de parentesco. A falta de estudios empíricos, esta tesis no
tuvo respuesta alguna. La sociología de clases que se impuso desde los años 1930, y
más tarde, luego de la Segunda Guerra Mundial, dominada por la vulgata marxista,
se interesó muy poco en la cuestión de la familia y los lazos de parentesco. Por el
contrario, encarar el estudio de la familia y más aún el del parentesco, era, en los
ámbitos sociológicos de los años 1970, afiliarse al despreciable grupo de la
burguesía y de los «mandarines»51.
Es a través de la antropología y sobre todo de la historia social y
demográfica que la cuestión del parentesco en la sociedad industrial se ha vuelto a
plantear, al llevarse a cabo estudios empíricos sobre las sociedades obreras, a
menudo de la mano de investigadores anglosajones. Ciertamente la historia
51Nota de la traductora: Los «mandarines» eran los grandes profesores universitarios y los grandes
investigadores académicos con alto poder de decisión, muy cuestionados por aquellos investigadores
que sólo hablaban de igualdad en aquellos históricos años marcadamente marxistas.
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Parentesco e industrialización
En Francia y generalmente en Europa, un movimiento masivo de emigración
alcanzó a la mayoría de las comunas rurales a partir de 1850. El mismo permitía
aliviar el peso del empuje demográfico que se había registrado desde fines del siglo
XVIII. Estos migrantes partían hacia las diversas áreas de empleo que se
desarrollaban en las ciudades o en las proximidades de las fuentes de energía. Por
un lado, dejaban a su familia y a sus parientes en su lugar de origen, y por otro,
eran llevados a recrear una familia en su nuevo lugar de vida.
El estudio de la familia y del parentesco dentro del contexto industrial ha
generado un nuevo concepto: el family life course o «curso de vida familiar». No debe
confundírselo con el de «ciclo de vida familiar» (family life cycle) que permite seguir
las fases del grupo doméstico (fisión y fusión) en un contexto de relativa
estabilidad social, como es el caso de las sociedades rurales. El «curso de vida
familiar» se asienta más bien sobre las rupturas dentro del contexto de los grandes
cambios inducidos por los diversos fenómenos que se agrupan bajo el término de
industrialización (Elder, 1974, Hareven 1978).
Además, en un movimiento que acompaña el sentido de la evolución
social, este concepto toma en consideración el punto de vista del individuo en sus
interacciones con su grupo doméstico, su parentela, así como con otros actores
sociales. ¿Cómo se efectúan en un contexto social y económico cambiante, estas
grandes transiciones como son la partida del hogar, la búsqueda de un empleo, el
matrimonio? «La interacción entre los individuos y la unidad familiar en el curso
del tiempo y en el marco de condiciones históricas cambiantes es la esencia misma
de la aproximación a través del life course» (Hareven, 1987, p. xi).
De este modo, luego de los grandes estudios de demografía histórica
interesadas en las estructuras del hogar dentro del ámbito rural, una segunda ola de
trabajos se interesó en los derechos y deberes y en los sentimientos de obligación
que persistían en el marco de los cambios inducidos por la industrialización
(Medick y Sabean, 1984). Se preocuparon por analizar los lazos entre «el interés y la
emoción», es decir la creación de lazos familiares dentro de un contexto de cambio
social. Estos estudios han demostrado efectivamente la continuidad de los
intercambios de bienes y servicios entre las familias conyugales y su red de
parentesco a lo largo del «curso de vida familiar» de sus miembros.
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trabajar desde la edad de siete años. Se estima que la mayor parte del crecimiento
industrial de Inglaterra, hasta 1850, debe atribuirse a la inclusión del trabajo de
mujeres y niños en el marco de los talleres domésticos.
Contrariamente a lo que suponían los sociólogos en los años 1960, los trabajos de
historia social mostraron el rol de la institución familiar y del parentesco en la
instalación de los fenómenos complejos que se designan con el nombre de
industrialización, así como la fuerza de resistencia de esta institución. Aún en las
peores condiciones impuestas por las sacudidas económicas y sociales, los hombres
tienden a poner en juego estrategias que sean conformes a sus intereses: las mismas
pasan por la organización del parentesco.
Cuando la proto-industrialización fue barrida por la grave crisis económica
que castigó duramente a Europa en la segunda mitad del siglo XIX, las rupturas
sociales y familiares fueron evidentes. Pueden citarse entre otros el ejemplo de la
región de la Waldviertel en Austria en donde, a principios del siglo XIX, los grupos
domésticos hilaban y tejían a domicilio. Con la impresionante caída de los precios
del textil luego de los años 1850, la producción fue transferida a las fábricas en la
ciudad;; este cambio se vio acompañado por una emigración masiva, especialmente
en Viena. En lo que se refiere a los pueblos de origen, estos se replegaron sobre
una vocación puramente agrícola (Grandits, 2003).
Se plantea entonces la cuestión de la ruptura de los lazos
intrageneracionales, que ha sido dramáticamente subrayada por el historiador inglés
Edward Thompson, al observar la brutal industrialización de Inglaterra: «Cada
etapa de la especialización y de la diferenciación industrial golpea a la economía
familiar, perturba las relaciones entre marido y mujer, padres e hijos, introduciendo
un corte cada vez más acentuado entre «trabajo» y «vida». Durante este tiempo, la
familia era desgarrada cada mañana por la campana de la fábrica» (1958, p. 416).
Si bien no cabe duda de que la industrialización ha sido particularmente
brutal en Inglaterra, algunos trabajos de historia demográfica y social han venido a
matizar estas afirmaciones. Se suelen citar más a menudo los trabajos que Michael
Anderson dedicó a la ciudad de Preston, una ciudad textil del Lancashire en donde
se trabajaba el algodón importado de las colonias (1971). En el censo de 1851,
podían contarse 23% de grupos domésticos «extensos» o «múltiples» según la
tipología de Laslett, un porcentaje superior al que se observaba en las comunas
rurales de donde eran originarias estas familias.
La revolución urbana-industrial ha sido en efecto asociada a un aumento
considerable de la co-residencia entre las generaciones. La mitad de las parejas
jóvenes vivían con sus padres durante los primeros años de matrimonio. Cuando
se instalaban en forma independiente, su vivienda estaba situada en el mismo
edificio que la de sus padres. Contrariamente a lo propuesto por Edward
Thompson, podían encontrarse aquí, no menos, sino más hijos mayores viviendo
con sus padres que en las comunas rurales de los alrededores. Esta co-residencia
era sin embargo más forzada que elegida, impuesta por la escasez de viviendas y
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por la falta de lugares para cuidar a los hijos de corta edad, siendo que el trabajo de
las madres era indispensable para el presupuesto del hogar.
No cabe duda sin embargo de que, del campo a la ciudad, las estructuras
complejas, asociadas a un modo particular de valorización de las tierras,
desaparecieron. Así, a principios del siglo XIX, el 14% de los hogares que residían
en el centro de Bolonia estaban compuestos por personas que vivían solas, y sólo
el 2% por hogares múltiples. En cuanto se franqueaban los muros exteriores de la
ciudad, la situación era la inversa: el 21% de los hogares eran múltiples y sólo
raramente podían encontrarse individuos viviendo solos (Kertzer, 2002, p. 63). En
efecto, cuando el migrante abandonaba su lugar de origen para encontrar empleo
en la ciudad, no tenía la posibilidad de vivir en un grupo doméstico nuclear o
extenso. Muy a menudo soltero, era pensionista en casa de miembros de la familia
o del pueblo de origen. Para la familia que lo recibía, era un medio de incrementar
su precario presupuesto.
La primera manifestación del mantenimiento de los lazos se halla en la co-
residencia pero pueden observarse estos vínculos también en el marco del trabajo.
Así, un estudio dedicado a una usina textil norteamericana, en Manchester, New
Hampshire, demostró la multiplicidad de recursos que ofrecieron los lazos de
parentesco para esta gran empresa, fundada en 1832, Amoskeag Manufacturing
Company. El ejemplo desarrollado puede aplicarse a numerosas situaciones
europeas (Hareven y Langenbach, 1978).
Es cierto que la empresa por un lado y los obreros por otro no pueden
considerarse socios igualitarios, pero las redes familiares han constituido una fuerza
de resistencia notable frente al empleador, ofreciendo al mismo tiempo recursos y
sostén a sus miembros. Consciente de la importancia de estas redes, la compañía
las ha utilizado de manera deliberada, tanto para las contrataciones como para
controlar a los obreros.
Hasta principios del siglo XX, Amoskeag emplea a familias enteras, a
menudo pobres migrantes de Quebec, un modo para la empresa de maximizar los
esfuerzos relativos a la vivienda obrera. Las acciones de ayuda social estaban
principalmente destinadas a las familias y no a los individuos: plan de acceso a la
propiedad, curas dentales para los niños, etcétera. El impacto del poder familiar
sobre la organización industrial era importante: al facilitar la acomodación de sus
miembros, al encontrarles un empleo, una vivienda, la red familiar brindaba apoyo
moral y material. En el seno de la fábrica, cada taller se organizaba sobre una base
familiar y sobre una base étnica;; en ciertas condiciones, esta cohesión permitía
frenar la imposición de nuevos ritmos de trabajo.
Los contornos de los poderes familiares en el seno de la empresa
capitalista son sin embargo ampliamente dependientes de la coyuntura general. En
el período que va de la apertura de la fábrica hasta la Primera Guerra Mundial, la
mano de obra es relativamente escasa, la competencia es dura y la red de
parentesco constituye un recurso importante para los obreros. Al salir de la Gran
Guerra, la empresa licencia regularmente personal hasta su cierre y las familias se
sienten impotentes frente a este movimiento.
El ejemplo desarrollado por Tamara Hareven se observa también en las
grandes empresas francesas, en el momento más fuerte del desarrollo industrial.
Así, a comienzos del siglo XX, en una gran empresa de Nanterre (Hauts-de-Seine),
las «Papeteries de la Seine» (Papeleras del Sena) que empleaban a varios miles de
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El parentesco y las clases sociales
Las condiciones familiares del obrero en la ciudad son tan diversas como su
situación en el mercado de empleo;; se presenta sin embargo una correlación entre
el nivel del salario y el grado de «familiarización» del obrero. En el momento de las
migraciones masculinas masivas, durante la segunda mitad del siglo XIX en
Europa, se produjo frecuentemente un desequilibrio entre los sexos, porque eran
los jóvenes los que iban a emplearse en las minas o en las industrias. Debido a la
necesidad de acumular un peculio de base para poder fundar una unión, la edad en
la que los hombres se casaban era más elevada que en la de las regiones de las que
eran originarios.
Cuanto mejor es el salario, más estables son las condiciones de trabajo, y
más «ordenado» está el obrero. El caso de la ciudad de Marsella en el siglo XIX,
estudiado por William Sewell (1971), es característico de estos procesos de fijación
a través de la familia. La mitad de la producción industrial proviene de fábricas,
esencialmente de construcciones mecánicas relacionadas con la actividad portuaria
y las industrias del aceite. Los obreros no calificados son a menudo solteros y
móviles, los obreros calificados, casados y estables. Entre estos últimos, William
Sewell distingue a los «calificados cerrados», cuyo grupo es endogámico y en cuyo
seno familiar la transmisión del oficio es importante. Son los albañiles, toneleros,
curtidores y los empleados de las construcciones navales quienes comparten una
sociabilidad común en familia alrededor del cabanon, su cabaña de pesca a orillas del
mar en donde tienen lugar los momentos festivos y de descanso. Hostiles a recibir
a inmigrantes, son estructurados y obtienen salarios más elevados que los
denominados obreros «calificados abiertos»: carpinteros, obreros metalúrgicos,
pintores de la construcción. Este grupo está menos centrado en la familia;; su
sociabilidad, esencialmente masculina, tiene como marco la «guinguette»52
proporcionando los contingentes de obreros socialistas.
Los comienzos del capitalismo exigieron bajos salarios y una
descalificación de la mano de obra: lo que la fábrica compra, y al más bajo precio
posible, es la fuerza de trabajo del obrero a quien le pedirá cumplir con los mismos
gestos repetitivos, que no exigen ninguna fuerza física, de allí el recurrir al empleo
de mujeres y niños.
52Nota de la traductora: lugar de reunión y de baile popular a orillas del río Marne, afluente del Sena,
cerca de París, adonde acudían los obreros a fines del siglo XIX;; estilo de baile y música opuestos a
los de la burguesía.
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Las transformaciones económicas del siglo XIX no sólo vaciaron una parte de los
campos para llevar a individuos y familias hacia las ciudades, sino que cambiaron
también la naturaleza de las actividades económicas tanto en el medio rural como
el medio urbano. Luego de 1850, los campos fueron perdiendo poco a poco todas
sus actividades artesanales o proto-industriales para concentrarse en una
producción agrícola cada vez más mecanizada, exigiendo por ejemplo en las
explotaciones en Brie o en Beauce una mano de obra asalariada, ya que la familia
no bastaba para realizar el trabajo.
En la ciudad, en la fábrica, los comienzos del capitalismo, y en particular
del capitalismo textil, desorganizaron seriamente la vida familiar al poner a la mujer
en la fábrica y, en segundo lugar, a los niños. Los magros salarios masculinos
exigían que todos trabajaran en la fábrica. En Lille, en 1856, las hilanderías de
algodón empleaban a 12.939 hombres y a 12.792 mujeres que trabajaban de lunes a
sábado de 5.30 a 20 hs, trescientos días al año. El salario femenino era inferior al
de los hombres y el salario de los niños menor aún. El pequeño tamaño del niño es
muy apreciado en las fábricas textiles porque puede deslizarse debajo de la
máquina para volver a unir los hilos rotos, limpiar las bobinas de hilo, recoger los
restos de algodón. Aunque mínimo, el salario del niño puede marcar la diferencia
en el presupuesto familiar. Puede explicarse así que los principios de la
contracepción no entren en la lógica de la familia obrera cuya elevada fecundidad
constituye una respuesta a las condiciones de proletarización. En Roubaix, en
1862, una familia consigue agenciar su presupuesto gracias al trabajo de sus cinco
miembros, el padre, la madre y los tres hijos: sus gastos se elevan a 1000 francos, el
conjunto de los salarios a 1150 (Pierrard, 1976).
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La proletarización materna
Agotadas por estas condiciones de trabajo, las mujeres obreras son acusadas
de haber perdido sus saberes domésticos. La declinación del estatus
masculino dentro del grupo doméstico obrero no trae por otra parte como
consecuencia la revalorización del estatus de la mujer. Los observadores
subrayan los efectos destructores de la industrialización en sus saberes
tradicionales:
«La industrialización habrá de producir, por grupos enteros, un nuevo tipo
de madres que trabajan fuera del hogar entre doce y catorce horas por día y
vuelven a sus casas extenuadas, agotadas, exasperadas, incapaces a veces de
asumir las tareas maternas y domésticas fundamentales. La novedad no es
que el trabajo hace que la madre no pueda dedicarse a sus hijos (esto ocurría
a menudo en el campo), es el carácter masivo, colectivo, irrefutable del
fenómeno. Las campesinas y las granjeras trabajaban igual, pero cada una en
su casa y pocos testigos, con excepción de algunos médicos, tomaban
conciencia de su común fatiga. Ahora, la fábrica y los tugurios agrupan a
estas desdichadas y otorgan a su miseria una escandalosa dimensión»
(Knibielher y Fouquet, 1980, p. 245).
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La mejora de la condición obrera, entre las dos guerras, y sobre todo en la segunda
posguerra, fruto de luchas sindicales fundadas en el espíritu de la clase y la
prosperidad económica excepcional de Francia llevará a plantear la cuestión de la
persistencia de una clase obrera y de la especificidad de su modelo familiar.
La cuestión familiar obrera interrogará a la sociología a partir de una
problemática que seguirá sin resolverse hasta la construcción masiva de viviendas
sociales en los años 1970;; es lo que Michel Verret denomina «la miseria
domiciliaria»: viviendas improvisadas, viviendas insalubres, viviendas sin confort,
viviendas de superpoblación y de promiscuidad en las grandes ciudades (1983, p.
697). Los trabajos de Paul-Henri Chombart de Lauwe constituyen un ejemplo de
estos trabajos pioneros (1956).
La sociología de las clases obreras se ha focalizado en los rasgos y
características de los lazos conyugales y los lazos parentales.
Residencias obreras
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gremios del libro por ejemplo, el nepotismo familiar se ejerce a pleno, como lo
menciona el diario oficial del Sindicato Nacional de Obreros de la Imprenta, de la
Encuadernación y del Papel anunciando las siguientes contrataciones:
54 1RWDGHOD7UDGXFWRUD´WUiQVIXJDGHFODVHVµHVXQFRQFHSWRGH%HUnard Lahire que hace referencia
a aquellos que pueden escapar de su medio social para acceder a otro mejor.
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El parentesco y las clases sociales
La cuestión de la sucesión
Para las familias de la nobleza del siglo XIX se plantea la cuestión antropológica de
la «sucesión», definida por Meyer Fortes como «el instrumento que asegura la
continuidad de los grupos corporativos», es decir «la perpetuación de un agregado
humano a través de un reclutamiento exclusivo a fin de adquirir la calidad de
miembro de un grupo que confiere igualdad real o potencial de estatus, neutralidad
de intereses y obligaciones en sus asuntos internos» (1969, p. 305-306). Se trata de
grupos cerrados y que se bastan a sí mismos. Una definición de estas características
impide la transferencia de esta noción a las realidades sociales europeas, porque la
nobleza del siglo XIX no constituye un grupo cerrado y estructurado en torno a
principios internos, sino más bien, la sede de relaciones sociales que deben volver a
tejerse en cada generación. La antropología se interesa a partir de ese momento en
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Sociología de la Familia
los procesos por los cuales tal grupo social controla recursos específicos gracias a
los que obtienen ventajas materiales y simbólicas, prestigio y poder político. La
cuestión crucial es la de la figura de autoridad que habrá de ser la más apta para
asegurar la continuidad (Pinal Cabral y Pedroso de Lima, 2000).
Si el grupo familiar no es ni cerrado ni realmente estable, para mantenerse
a través del tiempo, es necesario que comparta un punto de vista en común sobre
sí mismo, es decir que la vida familiar se constituya en un proyecto asumido en
forma colectiva. Las relaciones familiares, lejos de replegarse sólo en el terreno de
lo doméstico, se encuentran en constante interacción con los ámbitos socio-
económicos y políticos del momento.
Este ha sido el caso de estos notables y nobles Lozériens que Yves
Pourcher (1987) ha estudiado partiendo desde el siglo XVIII hasta nuestros días.
El autor traza los diversos caminos del enriquecimiento y de la acumulación del
patrimonio de estos burgueses cuya fortuna se funda a veces en la adquisición de
cargos de escribanos o en el éxito de empresas textiles, pero sobre todo en una
«voracidad» de adquisiciones de tierras agregando a sus ingresos aquellos que
obtienen de las rentas de bienes raíces procuradas mediante la compra de bienes
del clero durante la Revolución. Para que la rica burguesía mercantil pueda acceder
a la nobleza, en el siglo XIX, tendrá que exhibir un modo de vida específico, en
torno a un castillo que embellecerán y amoblarán con cuidado, cuyo parque y
cuyos jardines acondicionarán;; es en el castillo en donde «se conciben las alianzas y
se amarran las relaciones en el transcurso de recepciones que reúnen a las personas
notables de la región». De este modo habrán de continuar o inventar una historia
familiar siempre edificante y encarnada en esos muros ennoblecidos. El pasado
familiar instaura a la familia que se enorgullece de sus árboles genealógicos.
Para asegurar la perennidad del linaje familiar, la primera estrategia reposa
sobre la educación. La adquisición de buenos modales y el aprendizaje de un
verdadero saber. Pero sobre todo, como ocurre también en las familias campesinas
acomodadas, las familias notables y nobles habrán de utilizar las estrategias
matrimoniales como herramienta principal de reproducción social para asegurar no
sólo una transmisión integral del patrimonio, sino, mejor aún, contribuir a
extenderlo. El matrimonio, en todos los casos, no será nunca cuestión de
sentimientos, sino que habrá de unir dos patrimonios y dos linajes familiares a
través de dos individuos que no se han elegido en forma personal, sino que han
sido seleccionados luego de lentas negociaciones en el seno de las parentelas. Los
mecanismos, por lo tanto, son idénticos a los que se han observado en las
sociedades rurales, pero a diferencia de éstas, la cantera de cónyuges posibles es
más amplia ya que hay que encontrar una familia de rango compatible. Hay
intermediarios que comienzan las negociaciones relativas a las dotes o a las
expectativas, recabando información acerca de la moralidad de las familias de los
pretendientes. Antes de la unión, los contratos de matrimonio fijan el monto de la
dote que constituye la contribución de la mujer a las cargas de la pareja y que se
coloca al servicio de la transferencia de la propiedad. En el caso que aquí se
describe, el del Gévaudan, se aplica la regla de primogenitura y un hijo,
generalmente el mayor, hereda el dominio principal en donde se encuentra el
castillo;; en este estrato de riqueza, y contrariamente a lo que ocurre con los
campesinos, los otros hijos, mujeres y varones, reciben también dotes, ya sea en
dinero o en tierras.
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Junto a las familias nobles, en los burgos o en las grandes ciudades, el siglo XIX
vio cómo se desarrollaron las familias burguesas de amplio espectro. Sea cual fuere
el nivel de riqueza en el que se encuentran, todas comparten una ideología que las
unifica más allá de sus diferencias de estatus: todas hacen de la institución familiar
el centro de sus valores, se trate ya de la pareja conyugal que están innovando o de
la red de parentesco en la que la misma se inserta.
La familia burguesa se define como el lugar del orden social del que se
prohíbe cualquier desvío. En este crisol se fundan los valores necesarios para la
realización individual, fruto de las virtudes morales inculcadas a lo largo de un
sostenido trabajo de socialización. De este modo la burguesía hará despuntar en el
transcurso de un siglo un modelo que terminará por autodestruirse: la pareja
conyugal será minada por el crecimiento del individualismo.
La burguesía capitalista del siglo XIX se edifica sobre la familia y, del
mismo modo que para la nobleza de los Lorézienns o de la Vendée, los objetivos
matrimoniales son de extrema importancia, habida cuenta de las necesarias
inversiones de capital. Pero más allá de los capitales, el peso de los valores
familiares de solidaridad ²que implican además tensiones y crisis² se inscribe en la
lógica económica. Esto es por otra parte extraño en la medida en que los valores
familiares no son valores mercantiles y en donde las relaciones familiares no están
orientadas hacia una maximización de las ganancias55. Así, se trate ya de familias
55 Aunque existen análisis que tratan las relaciones familiares en términos económicos (Gary Becker).
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textiles del Norte, del Este o del Centro de Francia, podremos ver cómo se asocian
dos patronímicos en la razón social de la empresa.
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«El culto de la pureza las hacía inaccesibles;; no se podía por lo tanto en tales
circunstancias buscar el placer sexual con aquellas que estaban dedicadas a la
maternidad» (1978, p. 340).
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Los trabajos referidos a los siglos pasados han permitido desarrollar algunas
características de las clases llamadas superiores: un ethos, la detentación de un
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Sociología de la Familia
8QHWKRVTXHQRKDFDPELDGR«
Serge Bosc (2003) caracteriza a las clases superiores contemporáneas según tres
polos: el del poder que remite a la categoría dirigente;; el polo de la fortuna que
connota la expresión tradicional de «burguesía poseedora», en la que la ocupación
profesional es secundaria en relación con la fortuna heredada y consolidada y en la
que se le acuerda la prioridad a la gestión y a la transmisión patrimonial;; y
finalmente el polo de las posiciones salariales sólidas que permiten la constitución
de un patrimonio importante que permite a su vez obtener un capital simbólico.
Hoy en día ni la definición de las clases burguesas ni la de los obreros
resulta clara, se trata de un grupo heterogéneo que asocia antigua nobleza, familias
ricamente dotadas en patrimonio, altos ejecutivos dirigentes. Más allá de la
diversidad, todas comparten un modo de vida caracterizado por la holgura
financiera y el acceso a los bienes culturales. Todas tienden a reproducir su lugar en
la sociedad, y es por este motivo que la institución familiar juega aquí un papel
central, a través de la escolarización de los hijos y del matrimonio.
Por su parte, Michel Pinçon y Monique Pinçon-Charlot (2003) no dudan
en afirmar que si existe en verdad una clase en Francia a principios del siglo XXI,
es justamente la burguesía, «familias poseedoras que llegan a mantenerse en la
cumbre de la sociedad en la que se encuentran a veces desde hace varias
generaciones» (p. 4). El mantenimiento de las riquezas en todas sus formas tales
como las del capital social pasa ante todo por el control de la socialización, el
dominio de los lugares de la educación y la cultura. En todos estos niveles, la
familia es a la vez el fin y el medio para llevar a cabo la perpetuación de la
dominación económica generación tras generación.
«HQGRQGHSDUHQWHVFR\OD]RVHFRQyPLFRVKDFHQEXHQDSDUHMD
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Sociología de la Familia
meritocracia, que asocia de este modo la continuidad familiar con los principios de
la racionalidad económica que exige la elección del mejor dirigente. En estas
familias, los intereses económicos son superiores a la sangre, se trata de «relaciones
de parentesco fundadas sobre la economía» o «de relaciones económicas fundadas
sobre el parentesco».
Parentesco y economía se han visto íntimamente asociados también en el
desarrollo de lo que se ha denominado la «tercera Italia», la de las pequeñas y
medianas empresas, especializadas en producciones industriales tradicionales como
el textil, el de la confección, el cuero, o la mecánica (Bagnasco, 1990). En la Emilia
Romana por ejemplo, la economía estuvo durante mucho tiempo fundada sobre
una agricultura de pequeña propiedad. El encuentro con la industrialización pasó
por la estructura familiar que formó a los individuos en una mentalidad de
empresarios. La probabilidad de poder organizarse por cuenta propia, la
posibilidad de un ahorro familiar permiten explicar la expansión de estas industrias
en las pequeñas ciudades y en los campos, en donde los pequeños empresarios
pueden apoyarse en redes sociales y familiares que permiten en particular la
movilidad social. El trabajo femenino a domicilio se extiende, especialmente en el
sector textil, lo que permite una rápida respuesta a los códigos cambiantes de la
moda. En contraposición con la gran industria que se extendió en el Norte de
Italia, esta región asocia parentesco y economía dentro de una estructura que
permite combinar los antiguos modelos de la proto-industria con la modernidad
industrial.
Orientación bibliográfica
SEGALEN Martine, «La révolution industrielle : du prolétaire au bourgeois», en
BURGUIERE André, KLAPISCH-ZUBER Christiane, SEGALEN
Martine, ZONABEND Françoise (dir.), Histoire de la famille, París, Le Livre
de Poche, 3, 1994, p. 487-532.
SCHWARTZ Olivier, Le monde privé des ouvriers. Hommes et femmes du Nord, París,
Presses universitaires de France, 1990.
THOMPSON Edward, The Making of the English working Class, New York,
Pantheon Books, 1985.
YOUNG Michaël, WILLMOTT Peter, Family and Kinship in East London, Londres,
Routledge y Kegan Paul, 1957. Traducido al francés con el título de Le
Village dans la ville, París, CCI, 1985.
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CAPITULO 8
Habitar, Residir
243
Espacio de estructuración de la vida conyugal y familiar, el hábitar puede ser objeto
de una reflexión sobre la privatización de los espacios familiares, sobre la
repartición espacial de los roles. En este sentido, se encuadra dentro de un análisis
que atañe al costado más privado, más íntimo de la familia. Pero no existe otro
ámbito dentro de la órbita del campo familiar ²con excepción probablemente de la
vida profesional² que no dependa en tanta medida de lo público. La vivienda es
objeto de normas que no han cesado de evolucionar con el correr de los tiempos.
En la medida en que lo que se instala allí depende del mercado (¿la «sociedad de
consumo» no tiene acaso como objetivo principal a las familias, su equipamiento
doméstico y su amoblamiento?), es objeto constante de la preocupación pública.
Punto focal de la vida en familia y en la ciudad, el hábitat es objeto de políticas que
desean actuar sobre lo social, en nombre de una política de la infancia (cómo hacer
que nuestros niños puedan vivir mejor en los suburbios) o de la familia (para
ayudar a las mujeres a conciliar mejor su vida familiar y profesional). El hábitat y
los modos de habitar se sitúan por lo tanto en la intersección entre lo privado y lo
público.
Alojarse, habitar, residir, ocupar, mudarse, vivir. Una vivienda, un
departamento, una ciudad, una casita obrera suburbana, una casa, una residencia
« (VWRV WpUPLQRV WUD]DQ HO KDOR VHPiQWLFR GHO KiELWDW-entorno construido, que
impone constreñimientos arquitectónicos y espaciales, pero es también reflejo de
QRUPDV IDPLOLDUHV« El vocabulario francés carece de un término comparable al
home del anglosajón, la «casa», el «hogar» que remite a todos los comportamientos
de apropiación de este espacio construido, ocupado. Porque el espacio residencial
nos habita tanto como lo habitamos.
En esa búsqueda del propio hogar, se agregan a las estrategias
inmobiliarias aquellas que buscan alcanzar las normas de lo que se denomina el
confort. La urgencia elemental de abrigar nuestro cuerpo nos empuja a rodearlo de
un refugio sólido que lo cobije de las intemperies y que nos permita subsistir. Pero
nuestra vivienda debe responder a un doble imperativo: debe tener valor a los ojos
de los otros preservando al mismo tiempo nuestro yo. Estas expectativas
satisfechas se manifestarían en el «confort», un ideal a menudo contrariado,
manifestado con mayor frecuencia en la noción de «bienestar» (Jacques Pezeu-
Massabuau, 2002).
Si se la considera dentro de una dinámica de múltiples temporalidades y
vinculadas con el ciclo de la vida (nacimiento de los hijos, tránsito a la edad
adolescente, partida de los hijos, etc., pero también divorcios, nuevas
convivencias), la residencia de la familia es en esencia móvil. ¿Cómo las familias,
245
Sociología de la Familia
todas más o menos de geometría variable, pueden actuar con astucia respecto de lo
construido que es, pareciera, perenne?
La sociología del hábitat tiene una larga tradición de investigaciones en
Francia, situadas en el cruce de los trabajos sobre los modos de vida, los socio-
estilos, las tipologías de las conductas del habitar y los modelos culturales;; durante
mucho tiempo se agotó en violentos debates ideológicos entre marxistas que
niegan la existencia de valores culturales transversales a las clases sociales, e
izquierdistas que rechazan el modelo que «apestaba a orden» (Léger, 1990, p. 23).
Es el habitante quien permanecía olvidado en estos enfrentamientos ya que los
diferentes sistemas conceptuales no fueron tan operacionales como para guiar a los
responsables de las programaciones y concepciones del espacio habitado. Hoy en
día los sociólogos del hábitat se hallan más cerca de los comportamientos y pueden
encontrar entonces naturalmente a las familias en sus diversidades morfológicas,
sociales y culturales. El estudio del modo de habitar, producción de la cultura
material, constituye un indicador de las estrategias familiares particularmente útil
para comprender las situaciones migratorias.
246
Habitar, residir
247
Sociología de la Familia
Figura 12. Plano de un hotel particular en el siglo XVIII, por Briseux, incluído en la
edición de Jonbert (1728)
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Habitar, residir
En el primer piso, uno al lado del otro, el dormitorio del Señor y el dormitorio de la Señora.
Fuente : G. Viollet-le-Duc, +LVWRLUHG·XQHPDLVRQ, Paris, Berger-Levrault, reed. 1978 (facsímil 1873), p.
182.
Bajo la influencia del mundo urbano, la renovación de las casas rurales consistió a
veces en transformar el piso del granero en dormitorios individuales durante la
segunda mitad del siglo XIX. Es más bien alrededor de los años 1950 cuando tuvo
lugar la modernización. De este modo, en menos de treinta años, «la casa D» en
Lozère, conservando aún el tosco envoltorio que los constructores le habían dado
en 1870, fue dotada de una sala de estar en la planta baja en el lugar de la antigua
alcoba en donde dormía la abuela, de un W.C., de un cuarto de aseo. A la única
habitación de los padres se agregaron tres dormitorios específicos para cada uno de
los hijos;; los D. que comenzaron su vida conyugal en la penuria y la
249
Sociología de la Familia
La privatización del espacio habitado fue mucho más lenta entre los obreros. La
vivienda obrera constituye la lacra de los comienzos del capitalismo en las grandes
aglomeraciones industriales, se trate ya de Lille, Roubaix, Manchester, Liverpool o
Essen. Un ejemplo entre muchos otros: en Thann, en el suburbio de Kattenbach,
el padre, la hija y el yerno viven en dos habitaciones estrechas con cuatro hijos: se
entra a la vivienda por la puerta del establo de los cerdos. La vivienda construida
para albergar a estos nuevos obreros llegados a la ciudad se cierra sobre sí misma
con el sistema del fort de Lille, de las courées de Roubaix, de los corons de las
explotaciones de hulla, de los courts de Liverpool, Birmingham o Wolverhampton
(Segalen, 1986, p. 384)89.
En sus Ouvriers des deux Mondes (Obreros de los dos mundos) Frédéric Le Play
estableció monografías muy detalladas de las viviendas obreras.
A mediados del siglo XIX, un carpintero parisino, su mujer y sus dos hijos
ocupan «en el 5to piso dos habitaciones de las cuales sólo una tiene aire y luz
provenientes de una ventana y de un tragaluz ovalado;; la habitación de la
entrada se halla iluminada y aireada sólo en forma indirecta.
La superficie total de esta pequeña vivienda es de 21 m 2, a saber dormitorio
con chimenea, ventana y tragaluz, 12 m2;; habitación de entrada con estufa, 9
m2;; la altura de la habitación es de 2 m. A esta vivienda se le anexa un
pequeño desván debajo del tejado en donde nadie puede estar de pie, y que
sirve para poner la ropa sucia y algunos objetos. El padre y la madre
duermen en la habitación principal, los dos hijos duermen, separadamente,
en la habitación de entrada.»
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Habitar, residir
Por otra parte, Frédéric Le Play señala que los utensilios «comprenden
todos los artículos de cocina y de mesa necesarios para recibir
honorablemente a uno o dos amigos». Por toda sociabilidad colectiva, el
carpintero y su mujer se reúnen con un primo, albañil, jefe de familia, en
ocasión de una cena habitualmente «FRPSXHVWDGHXQ´SRW-au-IHXµ90, de un
guiso de oveja o de ternera, una ensalada, algunas frutas, una pequeña taza
de café al agua con un vasito de aguardiente para cada comensal». Si la
mujer «busca particularmente las conversaciones con sus vecinas», el obrero,
por su parte, «se halla muy frecuentemente expuesto a distracciones que
provocan siempre algún gasto en lo del bodeguero».
Fuente: Frédéric Le Play, Ouvriers des deux mondes 5HSULQW O·HQVHLJQHGH O·$rbre
verdoyant éditeur, 1983, «Charpentier de Paris», p. 7-23).
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Sociología de la Familia
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Sociología de la Familia
para los niños, hasta ese momento exclusivos de la burguesía. Pero será la
erradicación de la sociabilidad del barrio lo que tendrá menor aceptación.
Poco a poco, con la elevación del nivel de vida, los obreros de Nanterre
abandonan algunos de esos HLM en los que se instala una población inmigrada
que acaba de dejar la villa miseria y los albergues de tránsito91. El malestar típico de
la década de 1970 de familias que no quieren estar «juntas» en un hábitat
demasiado «grande» revela el fracaso del proyecto de mixtura social de estas
edificaciones (Chamboredon, Lemaire, 1970);; algunos barrios comienzan a vaciarse
de su población original, en particular, los hijos de obreros que han conseguido
una cierta movilidad social se apresuraron a dejar esos lugares. Unas al lado de
otras, viven entonces algunas familias de obreros mayores y jubilados, quienes, a
falta de medios, no han podido irse y familias de inmigrados. Los esfuerzos de
recuperación de la edificación (incluso con la destrucción de los grandes conjuntos
habitacionales) dan testimonio de políticas habitacionales que quieren evitar los
fenómenos de los guetos, característicos de las grandes aglomeraciones
norteamericanas.
Los locatarios de HLM deben apropiarse de un bien que no es de ellos y
vivir en un lugar que no es elegido sino más bien impuesto por la situación
socioeconómica;; aprecian ciertamente el espacio y el confort pero se quejan de la
degradación de las partes comunes, del ruido, etc. La vida en HLM está hecha de
millares de pequeños conflictos que revelan diferentes culturas en lo que hace al
nivel sonoro, al uso de los pasillos (halls) y escaleras, pero también que federan las
familias en torno a un «uso promedio» que permite la vida en común (Kaufmann,
1983), si no es la guerrilla y de ser necesario la huida.
Los primeros tiempos de la inmigración son a menudo los del barrio étnico
integrado, incluso el inmueble étnico, como pueden dar testimonio los dramas del
verano de 2005 cuando se descubrieron los tugurios en los que se amontonaban
familias originarias de Africa Occidental. El problema de su realojamiento se vio
directamente confrontado con el de su poligamia y a la cuestión de la des-
cohabitación de las dos o tres esposas. La poligamia está prohibida en Francia, la
administración cierra actualmente los ojos hasta el momento en que estos dramas
humanos explotan.
Los promo-migrantes reconstituyen por lo tanto su hábitat tradicional,
pero lo hacen en pequeñas etapas. Así en un barrio inmigrado de argelinos en
Marsella, los movimientos de familias que se desplazan hacia la periferia traducen
los procesos de aculturación. En la periferia del barrio, se encontrarán aquellas
familias mejor integradas a la sociedad francesa;; en el interior, la espacialización de
las manzanas deberá garantizar una convivencia armoniosa de las diversas etnias, y
los hombres solteros se encuentran netamente separados, porque en esta sociedad
en donde el matrimonio garantiza la regulación social, son vistos como peligrosos.
Las casas edificadas en esos barrios por los propietarios responden a los
imperativos de la sociedad de origen. Las mismas dan la espalda al mar;; son
91 Nota de la Traductora: viviendas provisorias construidas con materiales livianos.
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Habitar, residir
«La realización efectiva de la movilidad residencial resulta del encuentro entre una
ambición de éxito profesional o simplemente personal y la voluntad de alejarse de
un lugar marcado por la presencia de poblaciones fracasadas cuya proximidad era
vista como un freno para la realización de esta ambición.» Barou et al., 2003.
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Sociología de la Familia
Dinámicas residenciales
92 1RWDGHOD7UDGXFWRUD´ERERµEXUJXpV-ERKHPLRGHOiOEXP´5RMR6DQJUHµGHOFDQWDQWH\
co-autor francés Renaud.
93 Nota de la Traductora: conjunto de viviendas obreras residenciales unifamiliares suburbanas.
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Sociología de la Familia
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Habitar, residir
La vivienda,
espacio íntimo, individual y familiar
La vivienda no es sólo envoltura exterior, sita en tal o cual entorno geográfico o
social. El habitar se caracteriza por una inversión colectiva de la pareja y de los
hijos. Es el blanco de las estrategias de consumo que están dominadas por los
cambios en las normas de confort. Una vez equipado el espacio, se trata de hacerlo
de uno, de apropiárselo;; pero aunque familiar, no deja de ser el teatro de divisiones
sexuales, y mucho más marcadas aún cuando el hogar es una casa, propia, de uno,
con un jardín.
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Sociología de la Familia
Normar lo doméstico
Lo que parecía «normal» todavía en los años 1950, compartir la misma cama, hacer
juntos las abluciones, comer y dormir en la misma habitación, utilizar WC
destinados a varias familias, hoy parece inaceptable. Todo un trabajo sobre la
sensibilidad corporal y doméstica se ha llevado a cabo. En efecto, paralelamente a
los proyectos relativos al hábitat y al hábitat social, un vasto movimiento se ha
desarrollado desde el fin de la Primera Guerra Mundial que tiende a imponer
nuevas normas, y es el de las Artes Domésticas.
Si el movimiento llamado de la Sociedad de consumo, que corresponde a
lo que se denomina los Treinta Gloriosos, pudo conocer semejante auge es porque
desde hacía décadas el cuerpo social venía siendo trabajado para el establecimiento
de nuevas normas que gobernaban lo doméstico. En el transcurso de este período,
las diferencias entre los modos de vida que constituían un verdadero abismo entre
los grupos sociales se redujeron considerablemente, aunque siguen existiendo
mecanismos sociales y culturales que contribuyen a mantener la distancia, lo que
Pierre Bourdieu denomina «la distinción».
Se ha evocado con frecuencia el incremento del trabajo femenino, el
repliegue familiar, el empuje del individualismo para explicar la revolución en lo
doméstico. De enorme importancia fue la desaparición de una categoría social tan
antigua como la estratificación social, a saber la de los sirvientes y la de los
servidores. Todos los hogares fueran ya rurales o urbanos, campesinos o
burgueses, en cuanto alcanzaban una cierta holgura poseían uno o varios
empleados domésticos en la casa. Se puede incluso esbozar la tesis de que el
servicio a domicilio se ha convertido en una categoría aparte dentro del mundo de
la producción, considerado como inferior, debido a esa mano de obra abundante,
barata, mal considerada, a la vez por dentro y por fuera de la familia. Entre 1896 y
1911, podían contarse en toda Francia, entre 900.000 y 1.000.000 de empleados
domésticos. Las grandes casas podían emplear en París en 1900 a hasta 30
personas, las casas un poco menos ricas, ¡a hasta casi 18! Los burgueses
acomodados tenían tres sirvientes: doncella, cocinera, mayordomo. La mayoría de
los hogares, una criada (Martin- Fugier, 1979). Las parejas casadas de la burguesía
empleaban hacia 1940 a una criada francesa;; hacia 1960 a una criada española o
portuguesa. A partir de 1970, menos de 1% de los hogares disponen de una mujer
para la limpieza.
La emergencia de la sociedad de consumo nació de la comprobación de la
desaparición del servicio doméstico y del hecho de que podía beneficiarse la casa
con los progresos que la industria parecía reservar sólo a los sectores de peso. La
misma se vio sostenida por un intenso esfuerzo de educación destinado a los
potenciales compradores (hombres y mujeres) y a los utilizadores, o más bien a las
utilizadoras. La formación de una compañía como el Salón de las Artes
Domésticas Hogareñas parece un ejemplo del movimiento de ideas que inundó la
sociedad francesa entre los años 1930 y 1970, precediendo y acompañando a los
Treinta Gloriosos. El control del ama de casa relevó al esfuerzo encarado en el
siglo XIX por los filántropos o los médicos higienistas de rescate de las clases
populares. Con el pretexto de hacer del hogar un lugar agradable y coqueto, se lo
convirtió en una unidad de consumo. Sobre la familia recaerá la responsabilidad de
hacer funcionar la economía.
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Sociología de la Familia
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Habitar, residir
tanto muebles que recibir en herencia y los de los obreros de Nanterre terminarán
por ser probablemente reciclados en el garaje-taller de una determinada residencia
secundaria.
Existen por el contrario otras categorías sociales que pertenecerán a los
herederos, herederos de capital social y cultural, herederos de muebles que
simbolizan la continuidad familiar y que forman parte de ese patrimonio
intergeneracional. Adquiridos o heredados, los muebles son objeto de discursos
siempre apasionados porque cada uno inscribe en ellos una parte de su ser;; son
verdaderamente portadores de la identidad de cada uno. En el caso de las parejas
de más edad, que pertenecen a un modelo conyugal tradicional, se puede incluso
hablar de una fusión, de una ósmosis entre los partenaires.
Los miembros más jóvenes de las clases medias, obreros calificados,
empleados, tienen una actitud más lúdica respecto de muebles que son menos
sacralizados y cuya función puede ser modificada. El éxito de comercios como
IKEA95 responde a estas nuevas tendencias. Sin embargo, toda decoración, todo
amoblamiento revela el proceso de individuación y de creación, obra de la pareja,
de su pasado familiar, de su historia social. Cada familia debe conjugar la
contradicción entre saber estar a la moda (por ejemplo poseer un sofá de cuero) y
personalizar al mismo tiempo la casa, que es a lo que se dedica la tarea cotidiana.
Los espacios del habitar, aunque son el producto de una estrategia familiar
fusional, no dejan de estar por ello menos segmentados. Si bien el incremento del
nivel de vida, la mejora del hábitat, el desarrollo de la tecnología doméstica, pero
también el reflujo de las grandes ideologías y de los militantismos tuvieron por
efecto el regreso del hombre al hogar, los espacios siguen estando siempre
marcados sexualmente. Ciertamente, la mayoría de los entretenimientos se realizan
en común, pero una observación atenta muestra que los campos espaciales y los
intereses domésticos son dispares. El estudio de la interacción conyugal revela la
afinidad femenina por lo doméstico, y sobre todo por la ropa, y la afinidad
masculina por el bricolaje. Los modos de vida cotidianos, vistos a través de la
vivienda, se inscriben por lo tanto dentro de una tensión sexuada entre lo colectivo
y lo individual. En los presupuestos de los hogares, un tercio de los gastos se
dedica a la casa. Pero ese colectivo alberga lógicas de individuación que van
acentuándose. Todos desean un espacio propio: una habitación para cada hijo, un
espacio para el bricolaje del marido, incluso garaje convertido en taller, una cocina
moderna para la mujer ya que es su lugar de evolución natural. La familia se equipa
hoy en día de varios televisores, de manera que, si bien en sus comienzos podía
decirse que la televisión reunía a la familia delante del aparato, actualmente la
multiplicidad de los receptores permite a cada uno seguir su programa favorito.
Dos automóviles comienzan a ser la norma. Se comparte con mucha más facilidad
al ser uno independiente.
La sobredimensión afectiva del ámbito privado se expresa a través de toda
una gama de formas de ser en familia. A cada categoría, familias «abiertas» y
familias «cerradas», le corresponden organizaciones espaciales que remiten a muy
diferentes estilos de sociabilidad para articular lo privado y lo público (Coenen-
Huther, 1991). La casa «salón», instrumento de sociabilidad de las clases superiores,
no da acceso a los espacios privados (del tipo gran comedor mundano);; la casa
95 Nota de la Traductora: cadena internacional de origen nórdico de muebles para armar.
263
Sociología de la Familia
«hogar», asociada a una sociabilidad amigable, en una relación vinculada con los
entretenimientos abre la puerta a la vida privada;; la casa «forum», propia de los
ámbitos artísticos, se caracteriza por un máximo de apertura y traduce el centrarse
en las preocupaciones públicas. La casa «molino» es la del proletariado;; las clases
populares oscilaban entre una casa «campo cerrado» que desalienta las visitas, y la
casa «refugio». De este modo, como lo señala Jacques Pezeu-Massabuau, hay «mil
maneras de estar en casa» (2003, p. 154).
La revelación de la dimensión afectiva del mobiliario y de la vivienda es
particularmente clara en cuanto se presenta una crisis familiar: es el caso de la
mudanza, más aún el de la separación conyugal, y el de una nueva instalación en
pareja.
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Sociología de la Familia
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Sociología de la Familia
96 Fuente: Agencia valona de Telecom, una encuesta realizada en 2003 daba cuenta de 50% de
poseedores de 12-13 años y 63% de 12-17 años. La progresión es muy rápida, cf. Régis Bigot, «La
GLIIXVLRQ GHV WHFKQRORJLHV GH O·LQIRUPDWLRQ GDQV OD VRFLpWp IUDQoDLVHª LQIRUPH GHO &5('2&
noviembre de 2003.
268
Habitar, residir
el hogar familiar a partir del momento en que éste se conecta a través del ADSL.
Queda la cuestión del control parental. Se solicitó un sondeo a la SOFRES
(Instituto de estudios de marketing y de opinión internacional) en el año 2000
titulado «Los padres frente a Internet» hecho por un proveedor de servicios de
internet97. Según esta encuesta el 80% de los padres piensan que la práctica de
Internet es «esencial» o «importante» para el futuro de sus hijos, pero el 60% de los
padres sienten preocupación al ver que sus hijos acceden a contenidos
inapropiados;; se trata también de limitar la presión publicitaria.
En los hogares conectados, la utilización de Internet se presenta como una
práctica regular que se transmite en el seno de la familia, pero, singular inversión en
la detentación de las técnicas de lo doméstico, el 7% de los padres tienen el
sentimiento de que sus hijos conocen y dominan mejor Internet que ellos mismos.
Los hijos sustituyen progresivamente a sus padres y sobre todo al padre. Una
investigación realizada entre alumnos de colegios y de liceos de 10 a 21 años de
edad explora las prácticas de control de los padres, que se relajan evidentemente
con el avance de la edad (Martin, 2004). El acceso a la computadora se inscribe en
el modo de control más general que los padres ejercen sobre las salidas, la forma
de vestirse, el orden de la habitación, etc., de sus hijos. «La lógica de la gestión
familiar de la computadora es sólo una de las dimensiones del control parental: la
computadora no parece constituir una excepción en las prácticas educativas de los
padres» (p. 45).
Cuatro grupos de usuarios de PC definen las muchas diferentes relaciones
con la computadora doméstica (2004, p. 47-52). Los «hogareños» autorregulan su
uso de la computadora y se sirven más que nada para los juegos antes que para los
mails o chats. El hijo lo ve como un divertimento de interior. En casa de los
«controlados», los padres vigilan tanto los deberes y las salidas como el uso de la
PC, de manera tal que el hijo sólo puede hacer un uso cultural, educativo o lúdico;;
la computadora se considera más bien como parental y el teléfono celular es una
mejor herramienta de sociabilidad. Para los «independientes», por el contrario, la
computadora garantiza un vínculo con el exterior como no lo hace ninguna otra
herramienta de comunicación y hace explotar las paredes de la casa;; enriquecidos
por una fuerte sociabilidad y gozando de una gran libertad, estos jóvenes
mantienen un contacto continuo con su grupo de amigos;; desde la casa, tienen
permanentemente acceso al mundo. Por último, el grupo «con libertad vigilada»
goza de una fuerte sociabilidad con los pares, pero los padres ejercen o intentan
ejercer un control, contentándose finalmente con resultados escolares
satisfactorios, y prefiriendo ver al joven evadirse desde su habitación antes que
verlo salir para siempre.
Estudiar a la familia frente a su televisor o a su computadora, en su baño,
frente a su horno micro-ondas, en su garaje-taller o su jardín, es restituir al sentido
genérico del término «casa» todo su sentido. Lejos de ser sólo una «máquina de
habitar» como lo pensaba Le Corbusier, la casa sigue siendo el lugar focal de la
observación de los modelos culturales, de los sistemas de objetos, de las
97 Sondeo realizado entre padres de hijos de 6 a 16 años, a pedido de AOL-France que lanzaba
entonces una política de « Control parental » que permite a los padres establecer un parámetro al
acceso de contenidos y a las funcionalidades de Internet de AOL de acuerdo con la edad y la madurez
de sus hijos.
269
Sociología de la Familia
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270
CAPÍTULO 9
Trabajar
271
Si bien la familia no es ya una unidad de producción como lo era en las sociedades
rurales en las que vivir en el hogar era también trabajar, las familias
contemporáneas continúan produciendo, en su gran mayoría, trabajo. Para referirse
al empleo asalariado, el lenguaje estadístico habla de uno o dos activos. Pero se
admite ahora, gracias a los movimientos feministas, que las actividades relativas al
mantenimiento del espacio residencial y de sus miembros son también trabajo. La
familia produce un trabajo de naturaleza doble, interno y externo, doméstico y
asalariado. Gracias a la emancipación femenina en el transcurso de la segunda
mitad del siglo XX, la articulación entre estas dos dimensiones ha cambiado
profundamente. Las mujeres se zambulleron en el mercado del trabajo a la par de
los hombres. Esto no significa que nunca hayan trabajado. En la granja, en el taller,
luego en la fábrica, las mujeres han participado en el proceso de producción.
Durante un corto período histórico, bajo la influencia de las normas burguesas, las
mujeres se retiraron del mercado laboral. Pero a partir de la Segunda Guerra
Mundial, habiendo adquirido un título de nivel equivalente al de los hombres, las
mujeres agregaron a su función materna una función de producción. El trabajo
femenino, comprobado en todas partes de Europa, a pesar de las sensibles
diferencias, conmociona a la institución familiar. Mientras que, a partir de los años
1980, las mujeres ² incluídas las madres con hijos de corta edad ² ingresaban cada
vez en mayor número en el mercado laboral, la participación de los hombres en las
tareas domésticas no prosperó. «La asignación de las mujeres al universo
doméstico constituye el núcleo duro de la dominación masculina contemporánea»
(Bihr, Pfefferkorn, 2000, p. 30). Si bien las normas relativas al reparto de los roles
han cambiado en un sentido mucho más igualitario, las prácticas no prosperaron.
La búsqueda de una igualdad entre hombres y mujeres suscita investigaciones y
guía la puesta en marcha de políticas públicas.
Estos trabajos establecen nuevos campos de investigación en la sociología
de la familia, a través de las entradas feministas (construcción social de los roles
sexuados) o de las entradas políticas (tema de la paridad), ambas íntimamente
asociadas «a tal punto que toda acción relativa a uno de los polos repercute sobre el
otro y en forma recíproca. De manera tal que si se «tiene» a la familia, se tienen el
trabajo y el empleo. El principio de «división familiar del trabajo» que consiste en
tomar en cuenta sistemáticamente juntos los fenómenos relativos al trabajo y a la
familia, constituye una herramienta de lectura de los fenómenos económicos y
sociales de nuestras sociedades y de sus evoluciones» (Barrère-Maurisson, 2003, p.
2).
273
Sociología de la Familia
La división sexual
de las tareas y de los roles
La teoría de Talcott Parsons
Recordemos (cf. capítulo 3) que esta tesis conoció una gran repercusión en la
sociología de la familia de la posguerra (Parsons, 1955). Según Talcott Parsons, los
procesos de industrialización segmentan a la familia, en primer lugar aislándola de
su red de parentesco, luego reduciendo el tamaño del grupo doméstico a una pareja
conyugal, con un pequeño número de hijos. Este grupo ya no es más que una
unidad de residencia y de consumo;; perdió sus funciones de producción, sus
funciones políticas y religiosas;; comparte sus responsabilidades financieras y
educativas con otras instituciones. Aislado de su parentela, está fundado en el
matrimonio que asocia a dos partenaires que se han elegido libremente y orientado
hacia valores de racionalidad y de eficacia. Los roles masculinos y femeninos,
especializados, contribuyen de este modo al mantenimiento del sub-sistema
familiar en el seno del sistema social. Estas propuestas se inscriben entonces
dentro del grupo de las teorías llamadas sistémicas. La sociedad es pensada como
una mecánica en el seno de la cual se recortan y se articulan sub-sistemas: la familia
es vista así como un engranaje de un gran reloj social.
La familia conyugal se especializa en el rol de proveedor de afecto a fin de
producir individuos que serán formados para servir al funcionamiento de la
sociedad industrial;; es la mujer la que se encuentra más especialmente encargada de
este rol denominado «expresivo», mientras que el hombre ejerce el rol
«instrumental», garantizando el vínculo con la sociedad y el de proveer bienes
materiales. Esta imagen de una mujer en el hogar era desmentida por los hechos
recientes ya que, durante la guerra, muchas mujeres habían sido empleadas en las
fábricas, luego al terminar la guerra, el empleo femenino comenzaba a crecer en
potencia. Las propuestas parsonianas fueron rápidamente relegadas al ruinoso
estante de las teorías nulas y sin valor.
La emergencia del trabajo doméstico como campo de estudio científico, surge, por
su parte, de la crítica marxista de los años 1970, en nombre de la cual los teóricos
denuncian la opresión de la que son víctimas las mujeres en el marco de una
explotación patriarcal. El modo de producción capitalista habría producido una
división sexual del trabajo y las feministas retomarán el argumento de Engels sobre
el matrimonio como esfera de dominación en el seno de la esfera privada,
homóloga a la explotación que produce el capitalismo en la esfera del trabajo. Esta
dominación de lo masculino sobre lo femenino se realiza en la invisibilidad de las
tareas domésticas a las cuales se les ha negado hasta el momento el ser reconocidas
dentro del estatus de «trabajo». Para las feministas, se trata de un trabajo, y de un
trabajo explotador, ya que la mujer es productora no remunerada y el cónyuge
disfruta de esto en forma gratuita.
274
Trabajar
275
Sociología de la Familia
En los mismos años 1970, las antropólogas feministas se interesaron también por
las cuestiones de género y demostraron que la dominación de las mujeres por los
hombres es una constante social: la explicación marxista a través de los
mecanismos del mercado capitalista es por lo tanto insuficiente, ya que, en las
sociedades de economía no mercantil, las mujeres se encuentran igualmente
dominadas (Godelier, 2003). No hay vínculo orgánico entre la aparición de las
clases y la dominación masculina.
Esta dominación, Françoise Héritier la explica refiriéndose a las
representaciones culturales relativas a ambos sexos y en particular su rol en el
hecho de la generación: en todas las sociedades del mundo, la potencia fecunda de
las mujeres es, desde los orígenes de la especie, considerada como el bien más
preciado del grupo. Las mujeres poseen el enorme poder de gestar hijos que el
grupo necesita para garantizar su supervivencia;; los hombres deben por lo tanto
tomar el control, y para hacerlo, en todas las sociedades, construyeron mitos y
sistemas de representación que jerarquizan los sexos, lo que Françoise Héritier
(1996) denomina la «valencia diferencial de los sexos». A los tres pilares planteados
por Claude Lévi-Strauss como base de las sociedades, prohibición del incesto,
reparto sexual de las tareas y forma reconocida de unión que permite la
legitimación de los hijos, Françoise Héritier agrega una cuarta que le parece el
cemento necesario para ligar la mezcla: la diferenciación de los roles en la
reproducción, evidencia tan irrefutable que hasta el momento se les había escapado
a los investigadores. El intercambio de mujeres entre grupos de hombres es un
medio para los hombres de apropiarse de su poder de fecundidad, apropiación
tanto más indispensable en la medida en que el hombre necesita a las mujeres para
producir varones. Los hombres no pueden crear a sus hijos, mientras que las
mujeres producen a sus hijas. «Esta injusticia y este misterio se hallan en el origen
de todo el resto, que tuvo lugar de manera parecida en los grupos humanos desde
el origen de la humanidad y que nosotras OODPDPRV ´GRPLQDFLyQ PDVFXOLQDµ»
(Héritier, 2002, p. 23). Françoise Héritier muestra la valoración implícita que
acompaña a las categorías binarias alto/bajo, calor/frío, derecha/izquierda,
claro/oscuro, etc., y que incluye dentro de la serie a masculino/femenino.
Para poner en marcha esta dominación, las sociedades van a decretar que
las tareas realizadas por las mujeres son siempre menos importantes que las de los
hombres. Las mujeres son reducidas al único rol de reproductoras y criadoras de
hijos, mientras que los hombres se han apropiado de las tareas nobles y de la
fabricación de armas y de herramientas (Tabet, 1998). Aunque las actividades de
recolección a las que las mujeres se dedican ²mientras los hombres cazan,
parlotean o realizan rituales² constituyen la más importante fuente de alimentación
para el grupo, estas tareas son consideradas como secundarias. «La valencia
diferencial de los sexos es el telón de fondo, la matriz que ordena y rige las
constantes de lo masculino y lo femenino» (Héritier, 2002, p. 78). La sociedad
francesa no se privó de llevar a cabo su singular ejecución en esta gran ópera
276
Trabajar
universal. Pero las cosas han comenzado a cambiar dentro de las ciencias, luego en
el terreno de la observación a partir de los años 1970 y, muy lentamente, en las
prácticas.
Trabajo y género
277
Sociología de la Familia
La felicidad de lo doméstico
278
Trabajar
279
Sociología de la Familia
para los otros: planchar crea un vínculo familiar y las mujeres planchan para sus
maridos, para sus hijos. Por este motivo la externalización del planchado es una
práctica reducida ya que las mujeres tienen el sentimiento de alcanzar la realización
mediante este acto: «Si yo entregara la ropa de mi familia para planchar, sentiría
que una parte íntima de la familia queda en manos de otra persona» (p. 47) dice
una entrevistada.
Las funciones que exigían un importante trabajo doméstico son cada vez
más externalizadas (comedores escolares, restaurantes de empresas, lugares de
comidas rápidas). Vastos sectores mercantiles de la actividad privada se desarrollan
en consecuencia: gamas de productos que dicen economizar el tiempo doméstico,
como las papas y las verduras ya peladas, las sopas en sachet, productos
congelados, etc. Ya nadie cose ni teje. Por eso son más valorados los pequeños
platos cocinados a fuego lento o la colcha tejida por la futura abuela.
7LHPSRGHWUDEDMRWLHPSRGRPpVWLFR«
280
activos. Polo masculino, polo femenino, tareas negociables*
Campo: activos dobles a tiempo completo. Un trabajo de tiempo completo es un trabajo de por lo menos 39 horas por semana, incluídas las horas que
se le dedican en la casa.
*El orden entre las tareas no se modificaría si se extendiera el campo al conjunto de parejas en las que el hombre está activo en tiempo completo, y
pudiendo la mujer también estar inactiva. Las polaridades se verían entonces más acentuadas.
Fuente: Zarca, 1990, p. 30.
Cuadro 10. Reparto de las tareas en el seno de los hogares en los que ambos miembros son
Trabajar
281
Sociología de la Familia
Partiendo del hecho comprobado de que las encuestas relativas al tiempo dedicado
a los hijos quedaban diluidas dentro de las encuestas referidas al tiempo doméstico
o al tiempo libre, un grupo de investigadores intentó delimitar la especificidad de
las tareas que hacen a la crianza y a la educación de los hijos. En efecto, lavar o
planchar la ropa siempre se puede dejar para mañana, pero no se puede hacer lo
mismo con la comida de los hijos que parten para la escuela. Esta encuesta es
innovadora en tanto lleva a denunciar el escándalo que significa el tratamiento
idéntico desde un punto de vista estadístico de la ropa y de los platos sucios con el
baño de los niños pequeños, la supervisión de los deberes o el escuchar a los
adolescentes.
¿Cómo se ordena el tiempo si se lo circunscribe a tres polos, el trabajo
remunerado, el trabajo no remunerado y el no trabajo? Puede verse aquí,
desvinculadas de su impronta marxista, la influencia de las categorías puestas al día
por las feministas en los años 1970 que hacían de lo doméstico un trabajo igual al
trabajo profesional pero no remunerado.
Ciertamente se sabía que la extensión de los tiempos masculinos y
femeninos dedicada a lo doméstico no presentaba modificación alguna a partir de
las primeras investigaciones realizadas a fines de los años 1980, 3 horas 30 para las
mujeres y 1 hora 15 para los hombres. Se había señalado que la llegada de un hijo
acentuaba fuertemente el reparto sexuado de los roles. Un hombre en pareja sin
hijos dedica 2 horas 09 a las actividades domésticas;; cuando está en pareja con dos
hijos, no dedica más que 1 hora 30, y su compañera 6 horas 40 (Dumontier, Pan
Ké Son, 2000). Pero cuando nos interesamos, ya no por los tiempos de los
individuos, sino por los tiempos de las familias, las desigualdades son más
evidentes aún. La encuesta distingue cinco tiempos en la vida de las parejas, ²
incluído el tiempo parental que es muy precisamente desglosado (Barrère-
Maurisson, 2001, p. 24-25).
El tiempo parental representa globalmente un trabajo de medio tiempo para
un individuo;; es de 19 horas 37 mn, es decir un medio tiempo en relación con la
norma profesional. En el interior de las parejas, las diferencias son muy
importantes entre los padres y las madres, quienes están dos veces más presentes
junto a sus hijos que los padres. Por otra parte, los padres se implican más en las
actividades de sociabilidad que en cualquier otra tarea parental. La sobrecarga de
tiempo es parental para las madres y profesional para los padres. El conjunto que
282
Trabajar
forman el tiempo profesional y el tiempo parental representa una carga más pesada
para las madres que para los padres. Para aquellos que están activos y tienen un
hijo a cargo, la suma de los dos tiempos, el profesional y el parental es equivalente,
en forma semanal, a 62 horas para las madres y 54 horas 30 para los padres;; en el
caso de una familia monoparental, se cuentan 59 horas para el jefe/la jefa de
familia.
El tiempo parental
² el tiempo parental doméstico: comprende todas las actividades que
consisten en ocuparse de los hijos, tales como vestirlos, asearlos, darles de
comer;;
² el tiempo parental «taxi»: llevarlos a la escuela o acompañarlos a
actividades extraescolares,
² el tiempo parental escolar: ayudarlos a hacer los deberes;;
² el tiempo de sociabilidad parental: jugar con ellos en la casa o afuera,
dedicar tiempo a los adolescentes (conversar, mirar juntos un programa de
televisión, etc.)
283
Sociología de la Familia
284
Trabajar
los políticos se jactan del desarrollo de los «empleos a proximidad», que serán una
externalización mercantil de los trabajos de la esfera doméstica. (Se les adjudicará
así un estatus a las asistentes maternas). La tercerización de las economías se ha
visto acompañada por la expansión de empleos precarios y poco remunerados que
conciernen prioritariamente a las mujeres.
El «incremento» de la actividad femenina a la que hoy en día se hace
referencia corresponde de hecho a una mutación dentro del campo laboral. Los
Treinta Gloriosos, se sabe, crearon numerosos empleos en el sector terciario, y las
mujeres cuyo nivel de educación no ha cesado de crecer se precipitaron dentro de
este mercado en expansión. Se observa que la desaceleración económica no frena
el desarrollo del empleo femenino que alcanza a todas las mujeres, es decir incluso
a las mujeres jóvenes que son madres de hijos de corta edad. En 2005, la parte
correspondiente a las mujeres dentro de la población activa es de 46,2%.
Ciertamente son ellas las primeras afectadas por el desempleo, el trabajo de tiempo
parcial (5% de los hombres trabajan a tiempo parcial, 30% de las mujeres) o
incluso las actividades precarias, indicios de la persistencia de considerables
desigualdades en lo que respecta al mercado laboral. Sin embargo las generaciones
más jóvenes no se desalientan y el desarrollo de la precariedad se ve acompañado
de un crecimiento en la demanda de actividad (cuadro 11).
Como ha sido señalado, la estadística se ha visto obligada a modificar las
categorías socioprofesionales con ayuda de las cuales podía comprender la
sociología familiar, incorporando a la misma la actividad profesional de la mujer.
Las familias se encuentran así clasificadas según el vínculo colectivo que mantienen
con la actividad profesional. En lo que se refiere a las mujeres, en este caso aún, el
reconocimiento de las evidencias ha forzado a los encuestadores a introducir una
variable sexuada en sus análisis. Por ejemplo, una encuesta sobre el lugar de las
mujeres en la investigación privada requirió trabajos específicos de varios
organismos de investigación, que se vieron obligados a extraer sus cifras según el
sexo (Dirección de Evaluación y de Prospectiva del Ministerio de la Juventud, de
Educación Nacional y de Investigación, Consejo Nacional de Ingenieros y
Científicos de Francia)100.
Si las mujeres trabajan, ¿quién es el «jefe» del hogar? ¿Hay uno? Los
prejuicios normativos subsisten entre ciertos estadísticos: Annie Bouquet (2003, p.
289) relata en forma humorística la manera en la que estos, pretendiendo
deconstruir esta categoría ²«los hogares ya no tendrán ningún jefe»², han
establecido criterios que designan sin embargo automáticamente al hombre en esta
posición.
100Livre Blanc 2004, Les mujeres en la investigación privada en Francia, Ministerio Delegado de Investigaciones y
Nuevas Tecnologías, Misión para la paridad en la investigación y la enseñanza superior, marzo de 2004,
p. 5. www.recherche.gouv.fr/parite.
Nota de la Traductora: Un Libro Blanco es una recopilación de información para un público
específico, encargada en general por un ministerio, a fin de que pueda tomar una decisión sobre un
tema en particular
285
Sociología de la Familia
Cuadro 11. Tasas de actividad de las mujeres de 25 a 49 años según la cantidad de hijos
menores 16 años entre 1962 y 2002 (en porcentaje)
286
Trabajar
De la cual
Tasa de
A tiempo A tiempo
actividad Sin empleo
parcial completo
M H M H M H M H
En pareja 75,1 92,2 46,5 84 21,8 3,1 6,9 5,2
² sin hijos 74,0 86,1 51,2 76,9 16,2 3,7 6,6 5,5
Lectura: en 2003, 74,0% de las mujeres que viven en pareja sin hijo son activas: 51,2% trabajan a
tiempo completo, 16,2% a tiempo parcial y 6,6% están desempleadas.
Campo: Francia metropolitana, personas de 15 a 59 años de edad.
Fuente: INSEE, encuesta «Empleo» 2003, e INSEE, «Miradas sobre la paridad », 2004.
287
Sociología de la Familia
Cuadro 13. Tasa de actividad de las mujeres de 25 años a 49 años Unión Europea, 1983-
2002 (en porcentaje)
288
Trabajar
Las dificultades que encuentran las mujeres en el mercado laboral pueden verse
con lupa aumentada en el empleo inmigrado. El trabajo inmigrado aparece
generalmente en las estadísticas como los empleos más dominados, con los más
bajos salarios y en los oficios más repulsivos. Si bien no existen «oficios étnicos»
(Wenden, 2003), varios factores se conjugan sin embargo para cerrar el empleo a
los inmigrantes: segmentación del mercado laboral, no-equivalencia de los títulos,
discriminación racial. Además del rechazo de la mano de obra nacional para ocupar
oficios juzgados demasiado penosos o poco valorizados, como los de la
construcción, la restauración, la confección, los empleos en las casas ofrecen
nichos en los cuales se precipitan los inmigrantes más recientes. Sin embargo, los
jóvenes de origen inmigrado adoptan en este caso comportamientos franceses de
rechazo para estos oficios, lo que explica que, a pesar de un desempleo que alcanza
al 10% de la población activa, varios cientos de miles de empleos no encuentran
postulantes.
Por el lado de las mujeres, en ciertos países, el empleo femenino explica la
presencia en el mercado laboral a partir de los años 1960 de portuguesas y
españolas. En cambio, en las familias originarias del Maghreb, y de confesión
musulmana, las reticencias del esposo impiden acceder a las mujeres a un empleo.
Desde hace algunos años, se abren empleos en el sector de limpieza de las
empresas: las mujeres inmigradas encarnan la figura del trabajador pobre (Guénif-
Souilamas, 2005). Pueden encontrarse también a estas mujeres en el servicio
directo particular, en el cuidado de personas mayores. La niñera del siglo XIX
renace con los rasgos de la «nounou» la nana africana o asiática que se ocupa de los
hijos de las mujeres ejecutivas. Además la discriminación étnica en el momento de
la contratación penaliza particularmente a los jóvenes con título, y entre ellos, a las
mujeres jóvenes.
Entre 1968 y 1975, el 83% de las creaciones de empleos asalariados tuvieron lugar
dentro de los sectores terciarios de los cuales una amplia parte correspondía al
sector público y parapúblico. El 60% del crecimiento del empleo asalariado en el
sector terciario se apoya en la mano de obra femenina (Bouillaguet-Bernard,
Germes, 1981). Podría haberse esperado que las mujeres empleadas encontraran en
el empleo un escalón para alcanzar una paridad con los hombres. Ahora bien, en el
mundo de la empresa, las mujeres han sido excluidas de los aspectos de
producción dominantes y de las estructuras de autoridad legítima de las
organizaciones. Son relegadas muy frecuentemente a sectores sin perspectiva de
promoción, lo que legitima los bajos salarios o el desnivel de los mismos,
consolidando la idea de que su trabajo sólo aporta un salario complementario en el
hogar.
En un estudio pionero referido a un sector en el que hombres y mujeres
comienzan en el mismo nivel y con los mismos títulos, Françoise Battagliola (1984)
revelaba cómo «una política de gestión del personal, un conjunto de reglas
informales y las estrategias de los agentes se ponen en marcha y reproducen la
289
Sociología de la Familia
290
Trabajar
Las disparidades observadas en el mundo del empleo del sector terciario ¿se
observan también cuando seguimos los pasos de las mujeres con títulos iguales a
los de los hombres? Su penetración en el mundo de los ejecutivos ha sido lenta
(Laufer, 1984). Ocuparon durante mucho tiempo diferentes puestos, fundados en
la utilización de cualidades supuestamente femeninas, reproduciendo la empresa la
división de roles, tal como sucede en el mundo del empleo en general.
291
Sociología de la Familia
292
Trabajar
son más numerosas las mujeres que son madres y están activas (78%);; además,
entre la pequeña elite femenina de las politécnicas, la tasa de fecundidad es superior
a la de las mujeres activas en general, lo que está vinculado con el origen social
(burguesía católica) y con una fuerte endogamia. Estas mujeres ingenieras dan
todas cuenta de que se han visto beneficiadas no sólo con el apoyo de sus padres
sino también con el de su marido, muy a menudo ingeniero y también ejecutivo. Y
sin embargo, en el caso de los ingenieros, puede observarse también que son los
«padres los que ganan» (Marry, Gadéa, 2000).
Ya sea que estén solas o en pareja, con igual título, las mujeres acceden
menos frecuentemente a funciones dirigentes. Para explicar este estado de hecho,
¿hay que contentarse con la única explicación de las limitaciones familiares?
Observemos que, en estas familias bien dotadas, el trabajo doméstico es delegado a
empleados de la casa, pero las mujeres rechazan en general el modelo masculino de
devoción total a la empresa, y valoran la maternidad así como las exigencias y las
felicidades que surgen de ella. La ayuda mutua en el seno de la pareja es
significativa, pero «estas evoluciones de los compromisos conyugales hacia una
mayor igualdad chocan con los tabúes sociales tales como el de una dedicación
doméstica demasiado pronunciada para los hombres o la superioridad profesional
(y sobre todo financiera) de la mujer en la pareja y en la empresa» (Marry, 2004, p.
252). Más allá de las cuestiones puntuales de la conciliación de las tareas, hay que
convocar un conjunto más amplio de representaciones formadas en el núcleo de la
empresa y de la sociedad en general sobre la virilidad, y «buscar explicaciones en
otra parte: en los modos de organización del trabajo, de gestión de las carreras, de
sociabilidad dentro y fuera de la empresa, etc.» (Laufer, 2003, p. 15).
Otro ejemplo de las disparidades está dado por un estudio dedicado a las
mujeres en la investigación privada en Francia102. Esas empresas emplean a 200.000
personas de las cuales sólo 23,7% son mujeres, y la estructura jerárquica les es
siempre desfavorable se trate ya de llegar a los órganos de dirección o en materia
de salario. Las investigadoras se ven aquí confrontadas, como las otras mujeres con
título, a lo que llaman el «techo de cristal», ese invisible obstáculo para acceder a
los puestos de responsabilidad profesional que nunca podrán atravesar. Porque
tanto aquí como en el sector del empleo, el discurso público es el de la igualdad.
En el nivel global de la investigación, sea ya pública o privada, la
participación de las mujeres es siempre inferior a la de los hombres, y mucho más
aún en el área privada que en la pública (20,5% en empresa, 31,3% en la
investigación pública);; la discriminación se marca en la categoría del personal
denominado de apoyo, ingenieros o técnicos que trabajan con un investigador pero
que no tienen la responsabilidad del proyecto. La disparidad es muy marcada en las
ramas de la investigación, con una tasa de mujeres investigadoras (todas las
categorías incluídas) de 54% en farmacia, contra sólo 10% en la construcción
eléctrica.
Lo que algunos denominan la «disminución» de la cantera potencial de las
mujeres con título respecto del empleo (por ejemplo, 45% de los bachilleres de las
series científicas son mujeres jóvenes, pero sólo 25% de entre ellas se lanzarán a
102Livre Blanc 2004, Les mujeres en la investigación privada en Francia, Ministerio Delegado de Investigaciones y
Nuevas Tecnologías, Misión para la paridad en la investigación y la enseñanza superior, marzo de 2004,
p. 9. www.recherche.gouv.fr/parite.
293
Sociología de la Familia
carreras de investigación) debe ser atribuída a esta ósmosis femenina entre vida
profesional, vida conyugal y vida familiar. Es siempre lícito en efecto para una
mujer con título hacer una pausa en su carrera con el fin de reorientarse. Y el
futuro no es alentador.
Debido a las condiciones del mercado laboral, el modelo masculino de
organización del trabajo se impone con una creciente competencia, que se
manifiesta en el alargamiento de los horarios cotidianos de trabajo, una
disponibilidad de tiempo totalmente entregada a la empresa incluídos los fines de
semana. En estas condiciones, la emergencia de las mujeres en los puestos de
responsabilidad, a pesar de su muy alta calificación profesional, no podrá llevarse a
cabo en forma significativa. El trabajo femenino sigue siendo siempre la variable de
ajuste dentro de la pareja. Son estas «normas» las que son internalizadas y las que
hacen que por el momento la paridad en el trabajo sea imposible.
Conciliar
vida familiar y vida profesional
El trabajo de la madre y el cuidado de los hijos
294
Trabajar
295
Sociología de la Familia
296
Trabajar
103Esta medida tiene sin embargo por efecto el retiro del mercado laboral de las mujeres que viven en
pareja con dos hijos de los cuales el benjamín tiene menos de tres años (y cuyo porcentaje bajó de
63% a 54%) y de las mujeres solas con dos hijos de los cuales uno tiene menos de tres años (51% a
39%). De 1990 a 2002, las tasas de actividad de las madres han progresado continuamente, con
excepción de estas dos categorías (Strobel, 2004, p. 61)
297
Sociología de la Familia
invisibilidad (Lallement, 2003). En cambio en las áreas en las que los horarios son
atípicos, irregulares o mal sincronizados con los ritmos familiares, la RTT se
traduce por una anualización del tiempo de trabajo que no permite una mejor
conciliación entre los ritmos del trabajo y de la vida familiar. Para ejemplificar este
último caso, Jeanine Fagnani (2000) cita las entrevistas con madres empleadas en el
área de distribución masiva de productos en donde el empleo a tiempo parcial, los
horarios flexibles, así como la práctica del trabajo el sábado o el domingo a veces
han alcanzado gran desarrollo. Las horas complementarias son atribuidas
frecuentemente de un día para otro de modo tal que las mujeres deben encontrar
con urgencia a alguien que pueda cuidar a sus hijos, si trabajan fuera de los
horarios regulares de una guardería. Se recurre a la abuela, a la vecina ² soluciones
siempre precarias.
En el conjunto sin embargo, las investigaciones muestran que el tiempo
liberado por la RTT permite a las madres y también a los padres pasar más tiempo
con su cónyuge y con sus hijos (cuadro 15) (Méda, Cette, Dromel, 2004).
Cuadro 15. Aumento en total, a partir de la RTT, del tiempo dedicado por los padres a
su(s) hijo(s) (en %)
Lectura del cuadro: 55% de los hombres ejecutivos con hijo(s) menor de 12 años, y cuya cónyuge está a
tiempo completo con RTT, consideran que la RTT los llevó a pasar más tiempo con su(s) hijo(s), de
manera general. Paralelamente, 63% de las mujeres ejecutivas con hijo(s) menor de 12 años, y cuyo
cónyuge está a tiempo completo con RTT, consideran que la RTT las llevó a pasar más tiempo con
su(s) hijo(s), de manera general.
ns = no significativo.
298
Trabajar
299
Sociología de la Familia
siendo el pilar central de la identidad masculina, por eso el desempleo alcanza más
duramente a los hombres que a las mujeres que construyen su identidad sobre
varios polos.
Mientras que las feministas vislumbraban en los años 1960 un futuro
prometedor y una marcha triunfante hacia la equidad entre los sexos, no es posible
ocultar una visión pesimista de la sociedad, la «valencia diferencial de los sexos»,
cara a Françoise Héritier, expresada en estos comienzos del siglo XXI a través de
formas diferentes de las que caracterizan a las sociedades no europeas.
Ciertamente, no existen como entre los Baruya «procedimientos imaginarios que
llevan a agrandar, a magnificar a los hombres en detrimento de las mujeres y a
legitimar frente a los hombres y frente a la sociedad entera su dominación»
(Godelier, 2003, p. 25). Pero los dados están cargados.
Resta saber si la «elección» que sólo las mujeres poseen de retirarse del
mercado laboral o de emplearse a tiempo parcial es la expresión de una
dominación o la manifestación de su deseo y de su placer de «ver crecer a sus
hijos».
Las recientes voluntades públicas dadas a conocer para ayudar a articular la vida
familiar y la vida profesional se inscriben dentro del marco de apoyo a la
parentalidad, es decir al ejercicio del rol de padre. Luego de que las medidas de
conciliación de lo parental y lo profesional apuntaran sólo a las mujeres, el discurso
público cambió. El mismo evoca el deseo masculino de comprometerse en los
cuidados y la educación de sus hijos de la misma forma que las mujeres. Existirían
trabas que las políticas públicas podrían esforzarse en superar: «los poderes
públicos ²puede leerse en un determinado documento oficial² deben así promover
una cierta evolución de los roles, la cual llevará a los padres a asumir de manera
más importante las responsabilidades y las obligaciones vinculadas con la
articulación entre vida familiar y trabajo104». Las recomendaciones abundan para
con los empleadores a fin de que tomen en cuenta los intereses de las familias.
No existe en Francia encuesta alguna sobre las parejas en las que el marido
se hubiera retirado de la vida profesional. En los Estados Unidos105, si se tiene en
cuenta la flexibilidad del mercado laboral, las parejas bi-activas pueden ver cómo
uno de los dos pierde brutalmente su empleo. En los comienzos del siglo XXI, los
oficinistas, poco habituados hasta ese momento al desempleo masivo, se vieron
enfrentados a esta situación. Más a la fuerza que con agrado, podemos verlos
dejándole a la mujer el rol de Mme Gagnepain (la Señora Traeplata), mientras que
M. Alamaison (el Señor Encasa) juega a ser el grillo del hogar106. Ciertas mujeres
ganan más que sus maridos: es el caso en el 30,7% de las parejas casadas, a estas
mujeres se las llama las Alpha Earners (en cierta forma «super-ganadoras»). De
modo que en estas situaciones los maridos eligen retirarse del mercado laboral y
104Dictamen del Alto Consejo de la población y la familia, julio de 2003.
1053HJ7\UH\'DQLHO0F*LQQ©6KHZRUNVKHGRHVQ·WªNewsweek, 12 de mayo de 2003.
106 1RWD GH OD 7UDGXFWRUD ´(O JULOOR GHO KRJDUµ REUD GH &KDUOHV 'LFNHQV *ULOOR TXH FDQWD \
300
Trabajar
ocuparse de la casa y de los hijos (en los Estados Unidos, no existen prácticamente
estructuras de guarderías colectivas como en Francia). Un tercio de las mujeres que
tienen situaciones de responsabilidad tienen maridos que se quedan en casa pero
esta situación también alcanza a familias de ingresos menos elevados. Si bien
ciertos padres dicen apreciar esta situación, la mayoría se muestra impaciente por
retomar el camino hacia la oficina o el taller y las normas se asustan todavía de los
padres que paternan en vez de cumplir con su clásico rol de proveedor. La
inversión de las posiciones genera fuertes tensiones conyugales, negándose ciertos
hombres a realizar las tareas domésticas, porque temen poner en peligro su
virilidad ya duramente afectada por el desempleo. El padre en el hogar es un
modelo desvalorizante, la madre en el hogar, un modelo valorizado, sobre todo en
la Norteamérica profunda.
La instauración de una licencia por paternidad en 2002 está relacionada
con una voluntad pública de ir hacia una mayor «paridad parental». Según los
términos del Primer Ministro de ese momento, Lionel Jospin, se trataba de
instituir, como en el caso de la licencia por maternidad, una licencia de varios días
para que el padre pueda establecer un vínculo con su bebé. De este modo se
restablecería en parte el desequilibrio que reina en el nacimiento. En realidad, hacer
un paralelo entre hombres y mujeres significa una impostura, ya que si aquellas que
trabajan tienen «naturalmente» necesidad de una licencia, es decir ausentarse de su
lugar de trabajo, los hombres por su parte ven que lo que se les está proponiendo
es volver al hogar.
Esta medida no respondía a ningún pedido de los padres (mientras que
éstos sí se hacen escuchar en el seno de las asociaciones de padres divorciados
respecto de otras causas);; además este derecho no es utilizado como lo habían
pensado los legisladores (Truc, 2006). El recurso a la licencia difiere según los
niveles socioprofesionales;; es objeto de eruditos cálculos en relación con otras
«licencias», lo que la banaliza y la convierte en una licencia como cualquier otra,
una licencia más. En lugar de instaurar un «paternazgo» a imagen del maternazgo
desde el nacimiento del hijo, lo que los legisladores estimaban necesario para
afirmar la solidez del vínculo entre el padre y su recién nacido, los padres utilizan
esta licencia en forma flexible (ya que la ley no obliga a tomarla en el momento del
nacimiento), y con mucha frecuencia la juntan con las vacaciones, o con períodos
de RTT. Además, lejos de substituir a la madre en los cuidados, el padre, en el
mejor de los casos, se ocupará de los otros hijos mayores, o utilizará su tiempo
libre para dedicarse a tareas de bricolaje, decoración de la habitación, etc. Por lo
tanto está lejos de reequilibrar las responsabilidades en torno al hijo. Es la madre la
que decide el momento de esta licencia, y para qué debe ser empleada, lo que
consolida el régimen «matricentrado». Algunas estadísticas establecidas a partir de
la instauración de esta medida muestran que son los padres más jóvenes los que
toman esta licencia, y sobre todo los ejecutivos de la función pública (Bauer, Penet,
2005). Aunque los efectos de esta medida no cumplieron con el efecto buscado, la
misma da testimonio al menos de una nueva actitud respecto de la paternidad. Los
hombres valoran hoy en día su función paterna, y no sólo para ejercerla de manera
autoritaria como antiguamente, sino en lo cotidiano al igual que las madres.
Ocuparse de los niños pequeños es valorado, y forma parte de la identidad
masculina.
301
Sociología de la Familia
Para las mujeres y actualmente cada vez más para los hombres, la llegada
del hijo afecta la mirada que se tiene sobre la importancia del trabajo. Una encuesta
llevada a cabo por el Instituto IPSOS (Instituto Independiente de Investigación de
Mercados) para Chronopost entre 2000 asalariados en 2003 mostraba que los
«hombres que manifiestan haberle dado menos importancia al trabajo en el
momento del nacimiento de un hijo son muy frecuentemente jóvenes (25-34 años),
profesionales o ejecutivos, con altos ingresos, y sólidos títulos, pertenecientes a una
pareja bi-activa» (Méda, 2004, p. 1). Esta encuesta referida a una muy joven
generación de padres podría estar indicando un relativo cambio de
comportamientos, y un próximo acercamiento entre los comportamientos de los
hombres y de las mujeres frente a su vida profesional. Este modelo alcanza a las
parejas con títulos más altos y a los ejecutivos que dicen haber reducido su tiempo
de trabajo. Pero, prudentes, los autores del estudio observan que se trata sólo de
comportamientos marginales, y que las mutaciones culturales son lentas (Méda,
Cette, Dromel, 2004, p. 19). A lo sumo puede señalarse que los valores familiares
están siendo integrados al proyecto de felicidad social a la par que los valores del
trabajo.
Orientación bibliográfica
BARRERE-MAURISSON Marie-Agnès, Travail, famille: le nouveau contrat, París,
Gallimard, 2003.
FAGNANI Jeanine, Un travail et des enfants. Petits arbitrages et grands dilemmes, París,
Bayard, 2000.
HÉRITIER Françoise, Masculin/Féminin. La pensée de la différence, París, Odile Jacob,
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302
CAPITULO 10
Vincular y transmitir
303
El debilitamiento de la institución familiar mediante el rechazo del matrimonio y el
desarrollo del concubinato indican que la familia ya no tiende a la perennidad del
linaje, sino más bien a los cuidados de lo cotidiano y a la satisfacción de las
necesidades del individuo. ¿Significa esto que no hay ya más vínculo, más
transmisión o más continuidad?
La vulgata científica, amplificada por los medios de comunicación, permite
pensarlo, mientras que nuestra posición nostálgica remite a una época muy antigua
en la que la solidaridad familiar era una obligación frente a la precariedad de lo
cotidiano, la muerte omnipresente y la ausencia de apoyo público. La demografía,
por su parte, al establecer la ininterrumpida disminución del tamaño promedio de
los hogares contribuye a acreditar la idea de la nuclearización de la familia y de la
desaparición de la familia extendida. La insistencia en el individualismo opera en el
mismo sentido. Además, el Estado se ha hecho cómplice desde hace tiempo del
olvido de las relaciones de parentesco, ya que hay que comprender
estadísticamente a la familia para poder comprenderse mejor: el grupo doméstico
representa a este respecto una unidad contable y manipulable mientras que la «red
de parentesco» otorga menos asidero a sus acciones.
Los desbaratadores de familia nacieron en la segunda posguerra, hijos de la
paz, de la sociedad de la abundancia y del consumo. Protegidos por la sociedad del
salariado que confiere a todos y a todas la independencia económica y por el
Estado providencia, se convirtieron en adultos en busca de autonomía. Ahora bien
todo indica que, aunque las relaciones entre individuo y familia han cambiado, los
lazos intergeneracionales siguen siendo muy poderosos, más aún quizás porque el
vínculo conyugal es frágil.
Nuevas figuras parentales emergen, la de los abuelos;; en mejor forma que
nunca, ofrecen su ayuda y brindan referencias a familias desestabilizadas. Si la
familia de antes era horizontal, y se apoyaba en los vínculos carnales y en la
parentela de los primos, los tíos y las tías, actualmente la familia es vertical,
articulándose en torno a generaciones que son copresentes, de tres o a veces de
FXDWUR JHQHUDFLRQHV« H LQFOXVR FLQFR JHQHUDFLones: de este modo la familia
«pentageneracional» está lejos de ser una excepción, pudiendo esta copresencia
durar varios años107.
Mientras que el vínculo conyugal es revisable, y el vínculo entre padres e
hijos pequeños se construye a través de las diversas parentalidades, la presencia de
las generaciones, los intercambios que las mismas ponen en escena, muestran que
la institución familiar contemporánea no queda resumida a las tribulaciones del
107 Yves Mamou, «Quand cinq générations coexistent», Le Monde, 5 de diciembre de 2000.
305
Sociología de la Familia
Las investigaciones sobre los hermanos y hermanas reflejan que «el vínculo de
carnalidad es estructuralmente secundario en relación con el lazo de filiación
directo entre padres e hijos adultos» (Crenner, Déchaux, Herpin, 2000). El vínculo
entre hermanos y hermanas muestra una gran variabilidad, está poco regulado,
dejando un amplio espacio a las relaciones de afinidad;; la frecuentación de los
hermanos es inferior a la de los padres. Además, y contrariamente a lo que se dice a
menudo, las grandes fratrías no son más unidas. Dentro de este círculo de
parientes, hay un ámbito que sigue siendo tabú, y es el del dinero. El dinero es
corruptor porque subraya las desigualdades de estatus entre los hermanos que se
manifiestan en particular en el momento de las discusiones en torno a las
herencias.
En el plano de la ayuda mutua, el vínculo entre hermanos carnales es
sostenido. Este vínculo, adormecido durante años, podrá ser reactivado en ciertos
momentos de la existencia. El vínculo de hermandad carnal como todos los
vínculos de parentesco es un conservatorio de los roles sexuales. Las mujeres son
muy frecuentemente las kin-keepers, guardianas de la memoria y de las relaciones
familiares. Existe por otra parte un sesgo matrilateral muy claro en las relaciones de
fratría, estando la pareja más a menudo absorbida por la fratría de la mujer, pero
ésta puede también organizar los vínculos con las hermanas de su marido
(Déchaux, Herpin, 2004). En definitiva, el vínculo de hermandad carnal, netamente
más débil y menos regulado que el vínculo parental, sigue estando marcado por su
carácter ambiguo, a la vez de afinidad y cercano por eso a la amistad y, al mismo
tiempo, portador de obligaciones. Sea como fuere, la fuerza de este vínculo, en
306
Vincular y transmitir
La historia del siglo XX da testimonio del debilitamiento del poder patriarcal sobre
los hijos y del relajamiento progresivo de la dominación sobre la esposa. La figura
tutelar de linaje se feminiza. Más que para los hombres, la evolución demográfica
de estos últimos años ha sido una revolución para las mujeres. En el transcurso de
los años 1930-1970, período del modelo familiar «clásico», las mujeres se han visto
beneficiadas por un alargamiento de la expectativa de vida y por una disminución
de la cantidad de nacimientos. En tales condiciones, luego de un matrimonio que
tenía lugar a muy joven edad, una vez alcanzados los cuarenta años y con los hijos
ya criados, se abría para estas generaciones de mujeres la perspectiva de una
expectativa promedio de vida de treinta y cinco años.
Michaël Young y Peter Willmott (1983) han sido los primeros en llamar la
atención sobre esta relación (cf. capítulo 2). En el barrio obrero de Londres de los
años 1950 que ellos estudiaron, la residencia era fuertemente matrilocal. Esto
explica sólo parcialmente la intensidad cotidiana de las relaciones, visitas, servicios,
intercambios que la madre y su hija casada mantienen. En el momento del
casamiento de la hija, la madre, cuyos hijos ya son todos grandes, tiene mucho más
tiempo libre mientras que su hija, joven mujer casada, comienza con el ciclo de
embarazos, nacimientos y cuidados a los hijos de corta edad. El apoyo moral,
afectivo y material de la madre le es más que nunca necesario en un momento en
que ésta se halla justamente en libertad de dispensarlo. Una relativa separación de
las tareas y de los roles entre los esposos favorece esta intromisión de la madre en
la cotidianeidad del hogar de su hija. En Bethnal Green, la familia matricentrada es
característica del universo familiar obrero:
«Cuando una hija se casa, y más aún cuando deja su trabajo para tener hijos,
vuelve al mundo de las mujeres y de su madre. El matrimonio inscribe a los sexos
en sus respectivos roles y refuerza así el vínculo entre madre e hija. Como dice el
YLHMR UHIUiQ ´0L KLMR HV KLMR KDVWD TXH VH FDVD 0L KLMD HV PL KLMD SDUD WRGD OD
vidaµ» (p. 60-61)
307
Sociología de la Familia
308
Vincular y transmitir
309
Sociología de la Familia
los hombres en el seno de la familia. Ellas y ellos han criado a sus hijos en un clima
de diálogo que rompe con la autoridad de las generaciones precedentes.
Esta generación alcanza la edad de la abuelitud, de acuerdo con los
resultados de la encuesta a tres generaciones, (de entre 48 y 52 años) habiéndose
beneficiado con un ascenso social sin precedente. Los «babyboomers» se
transformaron en «papyboomers», dinámicos y afectuosos. Entran en la nueva
tercera edad que no se asocia con la vejez, sino que caracteriza a un grupo de
hombres y de mujeres, «los seniors», que gozan de buenas jubilaciones, tienen
buena salud, y están disponibles para su familia. Entre las personas que tienen
nietos tempranamente, el 83% los cuidan ya sea durante las vacaciones, ya sea en la
vida cotidiana, y el 34% de manera aún más importante, con un ritmo semanal o
cotidiano. La ayuda de la madre (y en forma secundaria de la suegra) a su hija (o
nuera) aparece como claramente determinante en la figura de la abuela: al ayudar a
la joven madre a cuidar a sus hijos, ella le permite conservar su trabajo asalariado
cuyo aporte es indispensable para la supervivencia económica de la pareja (o para
contribuir a garantizar las cuotas de los créditos solicitados para la compra de una
casa). El cuidado de los nietos que los abuelos llevan adelante se sitúa en el
corazón de las transacciones generacionales, que son tomadas en parte como
deuda y en parte como donación.
Los nuevos abuelos brindan también, frente a la fragilidad de las parejas,
una base identitaria fundamental para sus descendientes. A pesar del sentimiento
de relativa juventud que pueden experimentar, son los viejos del linaje, los que
detentan la historia y la memoria de la familia. Garantizan la función de
transmisión del pasado: a los nietos les gusta encontrar en el álbum de fotos
aquellas de la infancia de sus propios padres.
Ofrecen una ayuda importante en el momento de las crisis conyugales.
Nuestra investigación mostró cómo estos recibían a la joven madre que había roto
con su cónyuge o su compañero poco tiempo después del nacimiento del hijo,
ayudándola a recomponer su vida. En las familias descompuestas, los abuelos
paternos pueden ayudar a los hijos de su hijo divorciado, aunque el niño tenga
poco contacto con éste último. Las abuelas paternas parecen particularmente
comprometidas, cuando tratan de mantener los vínculos entre primos
ofreciéndoles un lugar común para pasar las vacaciones. Ellas buscan compensar la
falta de apoyo que el hijo con un nuevo hogar reconstituido no pudo brindar a sus
propios hijos. Las ex suegras manifiestan a veces un importante apego y una
indefectible solidaridad por su antigua nuera. Además cuando los nietos se
convierten en jóvenes adultos y sus necesidades aumentan, ellas aportan un apoyo
financiero en la medida de sus posibilidades (Cadolle, 2004). Habrá de señalarse,
sin embargo, que estos «nuevos» abuelos constituyen también la primera
generación que se ha divorciado en forma masiva, y de ser así, la ayuda a los nietos
es siempre menos importante que en el caso de que la pareja no se hubiera
separado.
A lo largo de Europa, la figura de los abuelos se ejerce esencialmente en
relación con el auge del trabajo femenino (Attias-Donfut, Segalen, 2001). En
España, se observa el ingreso masivo y brutal de una generación de mujeres
jóvenes al mercado laboral, sin que existan estructuras colectivas de cuidado para
los hijos. Al igual que en Francia, las personas de más de sesenta años gozan de
una autonomía confortable, y la joven madre se vuelve hacia la abuela para que ésta
310
Vincular y transmitir
108Los nuevos jubilados que han dado y que siguen dando a sus hijos y a sus nietos saben sin
embargo que no les será fácil cuando lleguen a la vejez (75 años) poder contar con sus hijos: de allí la
importancia de los productos de ahorro a los que recurren en masa, se trate ya de un Livret A (caja de
ahorro especial) o de un seguro de vida (Le Monde, 5 de febrero de 2005).
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Sociología de la Familia
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Sociología de la Familia
al menos una vez por semana, 86% a su madre, 83% a su hijo, y 82% a su suegra.
Cuando las residencias son muy lejanas (más de 500 km), las personas interrogadas
ven a sus hijos incluso varias veces al año (77% ven a su hija más de una vez, 67%
a su hijo), pero no ven a sus propios padres más que una vez al año en general
(sólo 55% ven a su madre más de una vez al año, 42% a su suegra) (Gokalp, 1978).
De estos trabajos y a través del estudio detallado de la transmisión de
bienes, de las ocasiones de encuentros y de servicios (ayuda financiera, cuidado de
los hijos en caso de dificultad temporal o de manera regular, en el momento de las
vacaciones, etc.), se desprende un modelo coherente: la proximidad residencial
permite la frecuencia de la interacción siempre y cuando se preserve la
independencia de la joven pareja. De uno y otro lado desean mantener su libertad y
así eligen libremente verse y ayudarse.
Muy innovadora, la investigación de Louis Roussel trataba también de
delimitar la continuidad cultural de una generación a otra;; mediante la observación
de la movilidad general de las parejas jóvenes en relación con sus padres, se trataba
de ver si los mismos modelos familiares (caracterizados por algunas variables como
las opiniones sobre el reparto de las tareas masculinas-femeninas, el trabajo
profesional de la mujer, etc.) eran transmitidos de padres a hijos o si los padres
adoptaban los modelos de los hijos. Entrevistas realizadas en paralelo mostraban
que, en una sociedad en continuo cambio, muy ansiogénica, las relaciones entre los
grupos domésticos de ambas generaciones se presentan como un elemento de
estabilidad, «refugio», sobre todo para las clases medias más sensibles al cambio.
Realizada en los plenos «Treinta Gloriosos», esta investigación alcanzaba a
las parejas francesas en proceso de ascenso social. Contrariamente a la imagen que
podría tenerse en la actualidad, la sociedad de esa época no dejaba de estar
preocupada: así de frágil parecía la ascensión a un bienestar que la generación
precedente no había conocido. La protección de estas nuevas adquisiciones parecía
asegurada por el mantenimiento de relaciones familiares compactas entre las
generaciones, mantenimiento que debía tener lugar a cualquier precio ² incluso el
de un compromiso ideológico en caso de que hubiera desacuerdo sobre problemas
políticos, familiares o sobre la filosofía de vida en general
El autor funda la importancia de estas relaciones en la afectividad: «Todo
lo que se intercambia en la familia, todas las transacciones que se operan en ella
constituyen el soporte de relaciones afectivas intensas y sólo en relación con ellas
DGTXLHUHQVXVHQWLGR>«@La interdependencia afectiva es uno de los fundamentos
de la continuidad familiar» (p. 195).
Esta afectividad es sin embargo asimétrica, como lo mostraba la
investigación estadística nacional. Ahora nosotros podemos comprenderlo mejor,
gracias a esas entrevistas. Los padres ²y esto se vuelve cada vez más cierto con el
paso del tiempo² dependen del afecto de sus hijos. Sus múltiples regalos,
préstamos, servicios serían para ellos la manera de que este afecto les sea atribuido.
Si bien esta situación es perfectamente percibida de este modo de ambos lados, por
los donantes y por los donatarios, no debe ser enunciada: «todo tiene que suceder
como si los padres no dieran nada y como si los hijos no recibieran nada» (p. 244),
sirviendo los nietos de mediadores.
La interpretación de las observaciones se inscribe dentro de un contexto
neo-parsoniano que hace de la familia ² se trate ya de la familia conyugal o de la
familia extendida en varias generaciones ² el lugar de una intensa afectividad, fuera
314
Vincular y transmitir
de, incluso contra la sociedad. Según Roussel, ya no habría tampoco, como Parsons
lo sugería, armonía entre sociedad y familia, sino por el contrario disonancia;;
mientras que toda la sociedad estaría organizada alrededor de relaciones
funcionales, la familia seguiría siendo el último recurso, el único lugar de la
afectividad.
Luego de esta primera ola de trabajos pioneros sobre las relaciones entre las
generaciones, es sobre todo a partir de mediados de los años 1980 cuando el tema
de las solidaridades hace irrupción dentro del debate sociológico y político. La obra
de Agnès Pitrou, publicada en 1978 con el título de Vivre sans famille (Vivir sin
familia) será reeditada en 1992 con el título de Les solidarités familiales (Las solidaridades
familiares). La autora insiste aquí especialmente sobre los efectos recíprocos entre
los sistemas de ayuda mutua familiar y las políticas sociales, preguntándose acerca
de la solidez del apoyo dentro del marco de vínculos conyugales efímeros y de
lazos de filiación discordantes.
Estas nuevas olas de investigaciones se sitúan dentro de un contexto
económico diferente, marcado por la desaceleración económica endémica que
conoce la economía francesa y el aumento de las desigualdades sociales;; los
observadores coinciden en que la solidaridad familiar entre las generaciones ha
tenido un rol clave para amortiguar los efectos de la crisis que golpeó
principalmente a los jóvenes: la misma continúa ejerciéndose dentro del contexto
de morosidad económica que conoce Francia a comienzos del siglo XXI. Una clara
señal de apoyo familiar puede tener su lectura en el alargamiento de la edad en la
que los jóvenes dejan el hogar de los padres quienes acogen durante más tiempo a
sus hijos (o se han resignado a hacerlo). En 1999, el 61% de los jóvenes de 22 años
de edad siguen estando todavía en el hogar parental;; a los 25 años, quedan todavía
36%, a los 29 años, 13%. Diez años antes, a las mismas edades, las cifras
correspondientes eran respectivamente de 37%, 28% y 12%109.
La persistencia de los vínculos de parentesco continúa inscribiéndose en la
proximidad residencial. Según una investigación representativa de la población
francesa, realizada en el 2000, la mitad de los grupos domésticos en Francia
funcionan sobre el modelo que Catherine Bonvalet designa con el término de
«familia-entorno» (2003). Se trata, para el 30% de entre ellas, de parejas que viven
en la misma comuna en la que vive al menos uno de sus padres, que tienen
contactos por lo menos semanales y que intercambian servicios y ayudas muy
frecuentes;; 17% de entre ellas mantienen relaciones fuertes sin vivir cercanamente.
Estos vínculos estrechos pueden ser el fruto de la necesidad o bien la resultante de
una elección que hace aparecer una suerte de lógica de «creación de casa», de hecho
una red de relaciones entre varias residencias.
Una gran investigación nacional constituida por un muestreo
representativo de familias de tres generaciones, realizada en 1992, atacaba de frente
109 Fuente: Vigésimo octavo informe sobre la situación demográfica de Francia, Ministerio de Empleo y de la
Solidaridad, 1999, p. 32.
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Sociología de la Familia
110 Nota de la traductora: persona que cobra un subsidio.
316
Vincular y transmitir
Ejemplo de lectura: dentro de la generación pivote, 9% hacen donaciones de dinero a sus padres y 64%
a sus hijos.
Fuente: Attias-Donfut, 1995, p. 74.
317
Sociología de la Familia
318
Vincular y transmitir
de la parentela subrayan los desniveles culturales entre los países del norte y los del
sur.
Si bien la tendencia al alargamiento de la juventud es sensible en todos los
países de Europa, estudios realizados con diez años de intervalo muestran que los
modelos no son sin embargo cercanos (cf. capítulo 6). Los jóvenes mediterráneos
abandonan mucho más tardíamente a sus padres que los de los países
septentrionales. Entre los 22 y 25 años, sólo 15% de los daneses viven en lo de sus
padres, mientras que se cuenta todavía a 88% de los italianos y a 89% de los
españoles en la casa parental. Ciertamente esto no significa una dependencia de los
jóvenes respecto de sus padres, pero no están reunidas las tradiciones culturales y
las condiciones económicas para permitir un acceso a la autonomía (Galland, 2000,
Chambaz, 2001). Tomando en cuenta la mayor o menor rapidez con la que se
accede a los diversos signos de independencia (residencia independientes, estar o
no en pareja, ser asalariado), el «score de independencia», según la expresión de
Olivier Galland, varía de un país a otro. La duración de los estudios no explica por
sí sola las diferencias;; es más bien la concepción que tiene cada país de lo que
significa la edad adulta lo que cuenta. En Dinamarca, a partir de los 18 años, todo
individuo es considerado como adulto y este estatus lo habilita en el acceso a los
derechos cívicos, políticos y penales, pero también a los sociales, lo que se ve
reflejado en las ayudas públicas muy generosas para los jóvenes, en especial a
través de becas cuya atribución es independiente del nivel de ingresos de los
padres. Por contraste, en Francia la autonomía económica se alcanza mucho más
tarde, y por este motivo es necesario que la ayuda de los padres se combine con la
ayuda social para el alojamiento. Es posible oponer «un modelo familiarista
mediterráneo a un modelo público nórdico» (Galland, 2000, p. 635).
Las huellas históricas de este modelo son antiguas como lo recuerda David
Reher (1998) quien opone los países con lazos de parentesco «fuertes» a los países
con lazos de parentesco «débiles», utilizando también él como índice la edad en
que abandonan el hogar parental. A partir de la Edad Media, en Inglaterra, se
censaron hasta a 50 y 80% de los jóvenes de entre 15 y 19 años empleados como
criados o aprendices lejos de sus hogares de origen, mientras que este porcentaje
no alcanzaba más que el 30% en los países mediterráneos;; en Inglaterra, el
matrimonio sólo tenía lugar muchos años después de haber abandonado el hogar
parental, el tiempo para poder acumular un peculio, mientras que en los países
mediterráneos, el abandono del hogar parental estaba ligado generalmente al
matrimonio. La consecuencia evidente es que los jóvenes en los países con lazos
débiles debían arreglárselas solos, mientras que en los países con lazos fuertes, la
función protectora de la familia era mucho más importante.
Tomando otra variable, como la de los cuidados a las personas de edad,
David Reher muestra que en los países mediterráneos, esta carga era soportada
únicamente por la familia, mientras que Inglaterra fue el primer país en promulgar,
a partir del siglo XVII, las Poor Laws destinadas a hacer asumir a la colectividad el
cuidado de las personas de edad. Y este desnivel sigue persistiendo aún, ya que una
investigación realizada en los años 1990 (Van Nimwegan, Moors, 1997) mostraba
que en España, en Portugal, en Italia y en Grecia, 74% de las personas
entrevistadas estimaban que cuando se es viejo, es preferible vivir con los hijos,
contra 25% en Finlandia, Suecia, Gran Bretaña, Noruega. La tasa de convivencia
entre hijos casados y sus padres corresponde a 12% de los hogares en Italia, contra
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Sociología de la Familia
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Sociología de la Familia
Familias y generaciones
En 2008, la esperanza de vida se sitúa en 77,5 años para los hombres y 84,3 para
las mujeres, de manera que en nuestros días las generaciones coexisten, se
encabalgan y ya no se suceden. Un joven de 20 años de edad tiene hoy en día
todavía en promedio dos abuelos mientras que sólo tenía 0,14 en el siglo XVIII (Le
Bras, 1982). Los lazos de familia se ven por lo tanto profundamente afectados por
el alargamiento de la esperanza de vida.
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Vincular y transmitir
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Sociología de la Familia
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Vincular y transmitir
ejemplo. Una gran cantidad de padres consideran por otra parte que al brindarles a
sus hijos una sólida instrucción, antes que bienes tangibles, contribuyen más para
que puedan establecerse en la vida.
En su pionera investigación, Louis Roussel observaba que «el deber
prioritario de los padres no es ya mantener y transmitir un patrimonio. Consiste en
proveer a sus hijos de los medios para que estos puedan volverse autónomos
económicamente en el momento de casarse» (1976, p. 73). Por otra parte,
importantes «donaciones» van escalonándose a lo largo del ciclo familiar. Si bien la
dote ha desaparecido, en más del 40% de los casos, el matrimonio constituye la
ocasión de una donación cuya importancia varía de acuerdo con las categorías
socioprofesionales, la cantidad de hijos, etc. Donaciones en dinero o en especies
(auto, vivienda), provienen en uno de cada cinco casos de ambas familias, mientras
que dos de cinco parejas sólo reciben de un solo lado o de ninguno de los dos.
La posibilidad de disfrutar de una residencia secundaria constituye una
forma particular de herencia o de donación indirecta. Si los padres viven en el
campo, reciben durante las vacaciones a sus hijos y a sus nietos. Dentro de las
clases más acomodadas, compran una residencia secundaria de la que los hijos
pueden gozar sin incluso hacerse cargo de los gastos de mantenimiento. Es una
ayuda notable que contribuye, en forma más indirecta que las donaciones o los
préstamos, a que la joven pareja pueda conservar un nivel de vida igual al de sus
padres. La transmisión del patrimonio adquiere entonces vías muy sutiles que van
más allá de las evaluaciones numéricas que puedan hacerse.
A partir de los años 1980, la herencia ² en su forma clásica ² transmisión
de bienes de una generación a otra, ya sea pre o post-mortem, se ha vuelto visible,
mucho más aún en la medida en que la sociedad se ha visto enriquecida y ha
permitido la acumulación de capital, sobre todo inmobiliario. Pero sólo puede
comprendérsela si se supera el reducido marco del ciclo de vida que vincula
recursos y consumo (Masson, 1985). Conviene tomar en cuenta las transferencias
inter e intrageneracionales que intervienen entre los miembros de una familia que
incluye a múltiples individuos organizados en generaciones.
A la par de los economistas, algunos sociólogos examinan también los
fenómenos de transmisión. En los años 1990, se permitió afirmar que nuestras
sociedades del salariado son también sociedades de herencia. La idea misma de
herencia era ocultada tanto dentro de la sociología de la familia como dentro de la
sociología urbana. La herencia habría sido únicamente cultural y escolar, pero no
patrimonial. La moral de los ejecutivos, por un lado, forjada sobre la base del éxito
personal, rechazaba simbólicamente la herencia como forma de rechazo de la
autoridad del padre. Los sociólogos marxistas por su parte, han dejado la herencia
fuera del campo de sus investigaciones por considerarla una máquina odiosa e
indignante encargada de reproducir las desigualdades sociales (Gotman, 1988).
Contra estas ideas recibidas, Anne Gotman muestra que el 70% de los
franceses heredan en 1990: no son entonces los marginales los que pueden
encarnar, cada uno a su manera, a los agricultores o a los aristócratas, sino las
clases medias;; además, las transferencias patrimoniales se encuentran en alza y
juegan un rol considerable especialmente en la adquisición de la propiedad de una
vivienda o de una residencia secundaria. ¿Cómo aceptar esta «donación de la
muerte»? La situación de heredar implica un deber de recepción y de retransmisión
que reinscribe, circularmente, la vida familiar en la dimensión extendida. Heredar
325
Sociología de la Familia
estos bienes familiares no siempre es cosa fácil por otra parte. «La herencia es un
trabajo de duelo, de separación simbólica de los vivos con los muertos, y también
un trabajo de sucesión entre generaciones, la última etapa de resolución de las
antiguas relaciones» (Gotman, 1989, p. 127). Los objetos «absolutamente a
disposición de un tercero se vuelven tabúes, sagrados, como puede serlo el
sentimiento de la deuda respecto del difunto»;; pueden ser apreciados como
recuerdo o bien se puede desear desprenderse de ellos como para liquidar los
últimos signos de las malas relaciones entre generaciones. Si tienen la posibilidad
de elegir, los herederos seleccionarán dentro del conjunto de los objetos «para
conservar» aquellos que «contienen la esencia del difunto» (p. 143).
La herencia se manifiesta también por la multiplicación de las donaciones
entre vivos: la cantidad de este tipo de donaciones ha aumentado en 50% entre
1970 y 1990;; también se efectúan importantes transferencias monetarias,
esencialmente en beneficio de los jóvenes. Los economistas que trabajan en las
transferencias de los padres a los hijos clasifican las actitudes de los padres de
acuerdo con tres modelos:
² o bien los padres son altruistas y este altruismo «proyectivo» que debe
ayudar a los hijos cuando estos lo necesitan, sobre todo en el momento de
sus estudios será «recompensado» a través del éxito. A una ayuda
monetaria le corresponde un beneficio simbólico;;
² o bien los padres ayudan como ellos mismos han sido ayudados, es el
modelo «retrospectivo» que instaura una circulación de la deuda y de la
donación a lo largo de todo el linaje;;
² o bien los padres se brindan a sí mismos el placer de dar,
independientemente de las necesidades de los hijos;; es el modelo
«paternalista» que permite, a través del dominio del patrimonio, conservar
un control sobre la vida de los hijos, (Arrondel, Masson, 1994).
Memoria familiar
Apegarse a la dimensión simbólica de la generación como parte del imaginario
social, tanto en el orden colectivo como en el individual evita que se la reduzca a su
única función práctica (transmitir el estatus, los bienes, poner en marcha
intercambios en ambos sentidos). Pero reconocer el lugar de lo imaginario no se ha
logrado sin dificultad. Para que la sociología haya podido tener en cuenta esta
dimensión, fue necesario el desmoronamiento de las ideologías que señalaban el
orden del mundo. El repliegue sobre la vida privada, el acercamiento de las
generaciones cuya memoria viva permite acceder al pasado familiar han suscitado
nuevos trabajos. Los mismos muestran que los discursos y las representaciones de
326
Vincular y transmitir
los cuales las generaciones son portadoras, se trate ya del grupo de edad, de la
cohorte o del grupo familiar, ofrecen al individuo una forma de «estructuración
continua del tiempo social mediante la distinción del pasado, del presente y del
futuro» (Attias-Donfut, 1991, p. 61). Los trabajos sobre la memoria ² en tanto
vínculo entre las generaciones ² abren así nuevas perspectivas a la sociología. El
examen de las continuidades familiares está sólo en sus comienzos, porque
introduce una ruptura epistemológica y metodológica con la sociología, constituida
en base a la manipulación de datos sincrónicos referidos a las clasificaciones
profesionales o a las jerarquizaciones de los grupos sociales.
La memoria ofrece al individuo el recurso de enraizarse en alguna cosa que
le es preexistente. De modo que las personas nacidas de un parto anónimo no
tienen nada para compartir, literalmente, no tienen recuerdos.
Las obras de Maurice Halbwachs sobre la memoria están siendo hoy en día
redescubiertas. Fue el primero en mostrar el carácter colectivo de las memorias,
sean éstas familiares, religiosas o sociales. Los niveles de memoria se interpenetran,
sea que se inscriban dentro del pasado histórico o se articulen con las experiencias
singulares de cada grupo social. Para las clases medias, la memoria es la historia de
una vivencia, concretada a través de las experiencias de trabajo, de residencia, de
felicidad o de desdicha familiar (Le Wita, 1984). Para la burguesía, la memoria
familiar es mucho más;; es una moral y un modo de vida que cada generación debe
transmitir, adoptándolos siempre a las circunstancias sociales de la modernidad. Es
también un modo de socialización que sirve para inculcar a los hijos el patrimonio
cultural de las maneras y de las actitudes incorporadas antes de transmitirles el
patrimonio material (Le Wita, 1988). Esta memoria de los viejos que los jóvenes
escuchan con gusto es justamente «ese vínculo vivo de las generaciones»
(Halbwachs, 1950, p. 50).
Los recuerdos que se conservan del propio pasado están en función de lo
que se es en el presente, del propio ámbito sociológico y de la propia ideología
familiar (cuadro 16).
Existen así varias lógicas de reconstrucción del pasado: unos lamentan el
pasaje a una sociedad impregnada de individualismo, otros se felicitan por ello.
Para unos, tiempo social y tiempo privado están asociados;; para otros, la dinámica
del linaje es percibida en términos endógenos: es sólo a través de los esfuerzos de
voluntad de la familia como puede ésta progresar socialmente. En este caso, el
devenir del linaje «no está en relación con la evolución de la sociedad. La
´SULYDWL]DFLyQµ de la memoria responde aquí a la de la familia y el relato define a
ésta última como un espacio de libertad relativamente aislado del mundo exterior»
(Coenen-Huther, 1994, p. 247).
327
Sociología de la Familia
Cuadro 16. Las funciones de la memoria familiar y los diferentes modos de expresarla
Memorias generacionales113
1139HU QXHVWUR FDStWXOR ©/·KLVWRLUH LQFDUQpHª \ HQ SDUWLFXODU S -218 (Attias-Donfut, Lapierre,
Segalen, 2002).
328
Vincular y transmitir
más bien un nuevo tipo de relación con el pasado familiar, menos orgánico, a
través del cual autonomía individual y pertenencia incondicional intentan
conciliarse» (p. 307). Construcción de sí mismo y deseo de transmisión son
compatibles.
Con las migraciones, con los movimientos de población voluntarios o
forzados que conoció el siglo pasado, el tema de la memoria del exilio, en el cruce
entre memoria personal y memoria colectiva, vuelve a salir a la superficie. Más que
nunca, surgen interrogantes sobre la construcción identitaria de aquellos cuyo
pasado está «agujereado» y que intentan volver a dar un significado a la ausencia,
cuya historia se ha visto recubierta por un pesado velo, por ejemplo en el caso de
los Pieds-noirs de Argelia114 (Baussant, 2002). Se trata de comprender el trabajo de
reconstrucción de la memoria en situación de migración, cuando se han perdido las
referencias. De igual modo, entre las familias inmigradas en Francia, originarias del
Maghreb, la transmisión de la memoria familiar funciona mal o poco. Les es difícil
interiorizar una memoria familiar, vaciada de su contenido por la muerte o por la
separación con el país de origen. Muchos no conocen el lugar en donde vivían sus
abuelos. Desaparición de los lugares de residencia, desconocimiento de los linajes
parentales se conjugan para impedir la transmisión de una memoria del pasado,
aunque ciertos jóvenes se apoyan en el video para construirse una memoria
«retrospectiva» (Lepoutre, 2004). Para que haya transmisión no basta con la
existencia de una memoria, es necesario que ésta encuentre sentido entre sus
destinatarios. Ahora bien, en el caso que se analiza aquí, los que son depositarios
de la misma no ven la utilidad de transmitir la memoria de una sociedad aldeana de
la que provienen y que se halla totalmente desfasada con la experiencia urbana de
los jóvenes. Es una memoria muerta (Costa-Lacoux, 2004).
Para los hijos de los Pieds-Noirs, al igual que para los jóvenes provenientes
de la inmigración, la búsqueda de identidad es compleja. Los padres no saben qué
transmitir: su memoria se halla fragmentada. ¿Cómo se hace para reconstruir el
propio pasado cuando al final de una guerra interminable se es brutalmente
arrancado de aquel lugar que consideraban su país por un Estado del que se es
ciudadano pero que habrá de darle tan mala acogida? ¿Cuando, luego de una guerra
de independencia, van a entregar su fuerza de trabajo al antiguo colonizador?
Memoria, identidad, ciudadanía se encuentran íntimamente anudadas.
329
Sociología de la Familia
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Vincular y transmitir
331
Sociología de la Familia
332
Vincular y transmitir
Orientación bibliográfica
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333
CUARTA PARTE
337
En numerosas ocasiones, durante los años 1840, Catharina Rieth arrastró a su
marido Johann Georg ante el Schultheiss (el administrador del pueblo) de
Neckarhausen (Wurtemberg) para quejarse de su holgazanería y de su ebriedad y
obtener justicia. Basado en el testimonio de fe de los vecinos, el Schultheiss puso al
hombre en prisión y en cada ocasión le dirigía severas amonestaciones
conminándolo a trabajar (Sabean, 1990, p. 173). En los pueblos de Francia hasta
las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, era habitual que la «juventud del
pueblo» (es decir los varones solteros ² de cualquier edad) viniera a hacer un
alboroto nocturno ante la ventana de un viudo que había contraído matrimonio en
segundas nupcias con una mujer mucho más joven que él. Era a través de estos
tribunales de pueblo y de la música burlona de las cencerradas como se ejercía el
control público de la comunidad aldeana. Después de todo, un marido borracho
que dilapidaba el dinero corría el riesgo de llevar a la quiebra a la pareja cuyo
mantenimiento habría recaído en la comunidad, y si demasiados viejos se habían
casado con mujeres jóvenes, era todo el mercado matrimonial el que corría peligro.
En el transcurso de un largo proceso sociohistórico, las comunidades aldeanas
construyeron normas que ellas mismas se encargaban de aplicar. El control de la
vida privada tenía una finalidad colectiva, ya que se trataba de preservar el
equilibrio socioeconómico o demográfico de la comunidad. Pero este control local
se ejercía bajo la autoridad de Dios o del Rey. Orden público y orden privado eran
vividos como una «concepción fusional» (Commaille, 1987, p. 270).
La historia de la modernización de la familia sería la de la desimbricación
de estos dos órdenes. El ascenso de la vida privada tendría como corolario la
liberación de la comunidad local. Pero al dejar de vivir bajo la mirada de sus
vecinos, la familia se interna en el control del Estado, lo que suprime los grados
intermedios del interconocimiento. ¿No es entonces totalmente plausible tener
miedo de un poder o de una justicia central que ignora los lineamientos familiares y
sociales? Los Revolucionarios tuvieron una comprensión tan acabada de esto que
habían instaurado los Tribunales de Familia los cuales encarnaban una justicia de
«proximidad», una justicia «doméstica», rompiendo con la costumbre de las cartas
selladas mediante las cuales el omnipotente poder paterno apelaba a la
Administración del Estado para enajenar, arbitrariamente, la libertad de los hijos
(Commaille, 1989). Los mencionados tribunales tuvieron por otra parte una
duración muy corta.
A través del Código Civil y luego de diversas legislaciones, el Estado
substituyó a la Iglesia y a la comunidad local en la regulación de la familia, y esto
tiene lugar de doble manera: legislando y por intermedio de políticas públicas. En
efecto, el Estado moderno no puede mostrar desinterés por la reproducción social
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Sociología de la Familia
y por la perpetuación biológica, económica, cultural y social del pueblo que tiene a
su cargo. Como lo observa Rémi Lenoir, «el proceso de institucionalización estatal
de la familia se complejizó y se extendió a fines del siglo XIX: codificación de las
prácticas de puericultura, de las técnicas médico-pedagógicas, de las condiciones de
trabajo de las mujeres y de los niños;; tratamiento específico de los menores
delincuentes, el hacerse cargo en forma colectiva de los viejos y de los enfermos»
(2003, p. 80). La época siguiente está marcada por el ascenso del «familiarismo de
Estado» que se desarticula desde hace una veintena de años.
Tanto las profundas mutaciones de las estructuras familiares como las
incertidumbres económicas relacionadas con la construcción de Europa y la
mundialización económica llevan al Estado a incesantes reajustes a partir de los
años 1970. Puestas en marcha por el Estado providencia luego de la Segunda
Guerra Mundial, con intenciones natalistas y destinadas a todas las familias, estas
políticas se orientan hoy en día hacia sistemas de específica redistribución social.
El Estado «produce» también a las familias mediante las definiciones
jurídicas que da de las mismas;; de este modo regula la filiación, las modalidades de
transmisión a través del derecho a la herencia y las sucesiones. Legisla a propósito
de los hijos cuyos padres no quieren casarse, para permitir a las parejas que no
pueden casarse (homosexuales) o que no quieren hacerlo (heterosexuales)
establecer un contrato;; legisla para proteger a los hijos contra los efectos del
divorcio, para garantizar una mayor equidad entre hombres y mujeres a propósito
de la transmisión del apellido, etc. Se interroga en 2005 acerca de la necesidad de
ingresar mucho antes en la vida privada de las parejas para castigar la violencia
conyugal, etc. En resumen, como lo había previsto Durkheim, la familia moderna
se encuentra bajo la mirada del Estado. Pero ya no se trata de un Estado con
mandatos desde lo alto, que interviene en nombre de los intereses colectivos de la
Nación. Bajo formas muy diversas, y en particular las del derecho, reconoce la
democracia de la pareja, e intenta instaurar en su seno igualdad y libertad. Así
Jacques Commaille, Michel Villac y Pierre Strobel subrayan que: «Antiguamente se
trataba de imponer a los individuos que adecuaran los modos de organización de
su universo privado a lo que se consideraba como de interés para la sociedad en su
conjunto. A lo que se apunta actualmente es a que sean los individuos mismos los
que lleven adelante una autodeterminación de su universo privado» (2002, p. 41).
Estas evoluciones vienen a cuestionar incluso el término mismo bajo el cual son
estudiadas. ¿Se puede hablar propiamente de «políticas familiares»? Como lo señala
Michel Chauvière, «no es la familia la que es objeto de la política, sino toda una
configuración de derechos, de instituciones y de actores que ciñen a los vínculos
privados y al niño dentro del espacio público, es decir lo familiar. El familiarismo
es la sobrevaloración de lo familiar contra el individualismo» (2003, p. 46).
El derecho está llevado a volverse más flexible y a dejar cada vez más lugar
a las elecciones individuales. En efecto, modelos de sociedad, leyes y formas de
justicia se encuentran en estrecha conexión. A través de las incertidumbres relativas
tanto a las políticas como al derecho, el Estado no deja de interrogarse acerca de su
rol: puesto que ya no es como en tiempos de la monarquía de derecho divino el
microcosmos de la sociedad, ¿cómo actuar sobre la familia, en virtud de qué
principios, con qué finalidades y con qué medios?
La historia de estas acciones públicas se caracteriza en Francia por la lenta
emergencia de un Estado moderno constituido contra el antiguo orden político
340
La familia y el Estado: control social y producción de normas
que había hecho de la familia el microcosmos del Estado, en donde el poder del
padre en el seno de su reinado se ejercía del mismo modo que el poder real sobre
los ciudadanos. Quedan rasgos de este «familiarismo de Estado» ² cuyas raíces
profundas pueden encontrarse en la doctrina judeocristiana ² palpables en el hecho
de que en Francia, contrariamente a los países nórdicos por ejemplo (cf. capítulo
12), los destinatarios de las políticas públicas son a menudo unidades familiares,
hogar o pareja, y no individuos (Strobel, 2004, p. 58).
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La familia y el Estado: control social y producción de normas
medida «contribuye a reforzar las normas según las cuales la educación y los
cuidados de los hijos son aQWH WRGR XQ ´DVXQWR GH PXMHUHVµ» (Fagnani, 2004, p.
37). Y la misma va a contrapelo de los alardes relativos a la paridad hombre-mujer.
En Francia, el mantenimiento de una alta tasa de empleo de madres
jóvenes y de una tasa de fecundidad entre las más elevadas de Europa muestra que
las políticas de apoyo de la fecundidad pasan como políticas de apoyo para el
empleo de las madres, a través de medidas relativas al cuidado de los hijos de corta
edad que siguen siendo notoriamente insuficientes en 2008. Así la promoción de la
igualdad hombres-mujeres y del empleo femenino constituye el principal desafío
que le espera al Estado providencia en el siglo XXI (Esping-Andersen, 2008).
Lo político y la familia
La familia es una dimensión constitutiva de lo político, como nos lo ha mostrado el
ejemplo austríaco, como lo ha mostrado también la mirada enfocada sobre las
sociedades exóticas que ignoran al Estado y en las que filiación y lugar dentro de la
esfera pública, acceso a los derechos y al poder se encuentran íntimamente
asociados. Pero es también una dimensión propia de la política de los políticos, a
las que Jacques Commaille y Claude Martin para mayor claridad denominan politics
(1998). Las medidas que alcanzan a la institución fueron en un primer momento
relacionadas con los gobiernos de derecha, debido a la antigüedad de las
preocupaciones natalistas, pero ya no es éste el caso hoy en día. Desde hace mucho
tiempo, el Estado francés piensa que no puede mostrar desinterés en la baja de la
fecundidad, portadora ésta de consecuencias sobre el envejecimiento de la
población.
Una larga tradición familiarista en Francia hace que, sea cual fuere el color
político, los gobiernos se interesen por el futuro demográfico del país. Sin
embargo, a partir de finales de los años 1980, la intervención en el ámbito de la
vida privada no se dará por sobreentendida en todas las sensibilidades políticas. La
palabra clave de las políticas será neutralidad y libre elección ² un cebo, ya se ha
dicho. El Estado ha tomado acabada nota de las transformaciones de la familia,
admite e integra en sus esquemas la pluralidad de los modelos conyugales, los
procesos de recomposición familiar, el trabajo profesional femenino, las relaciones
intergeneracionales. Y dentro de este paisaje complejo y cambiante, los discursos
de los políticos dicen buscar favorecer el bienestar y el equilibrio armonioso de los
individuos.
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Sociología de la Familia
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Sociología de la Familia
buscando proteger tanto a las madres solas como a los hijos. De todas formas, las
políticas familiares han continuado, pasando de un objetivo natalista dirigido a
todas las familias a un objetivo social que apunta a las más desfavorecidas, esas
familias noparentales, consecuencia de rupturas de unión: lo que los especialistas
denominan «socialización de la política familiar».
Tanto las políticas llamadas familiares como las medidas jurídicas han dado
un giro notable a partir de fines de los años 1990, apuntando principalmente a:
Estas acciones públicas son por lo tanto cada vez menos familiaristas en el
sentido antiguo del término. Ya no buscan rectificar, en nombre del interés
superior de la nación, los errores o las insuficiencias de las familias. Las mismas
revisten sobre todo formas de gestión de los conjuntos sociales más frágiles de la
sociedad. Pero en su preocupación por aligerar los presupuestos públicos, el
Estado siente a menudo la tentación de hacer recaer ya sea sobre instituciones
locales, ya sea sobre las solidaridades familiares el peso de los más frágiles, niños y
ancianos. Ahora bien, como lo demuestran las investigaciones (cf. capítulo 10), las
solidaridades familiares son mucho más fuertes en la medida en que se
complementan con las solidaridades públicas;; debilitar las segundas constituiría una
grave amenaza para las primeras.
En nombre del respeto de la vida privada, el Estado se inclina tanto ante las
elecciones familiares de los individuos como ante las elecciones individuales en el
seno de las familias. Sin embargo las consecuencias de estas elecciones no son
idénticas según los distintos ámbitos sociales. Los mejor dotados social y
culturalmente pueden asumirlas, mantener nivel de vida y redes familiares, de
manera tal que la regla de no injerencia del Estado pueda ser respetada;; a la inversa,
«el derecho social, cuando se aplica a situaciones en las que se combinan desunión
y precariedad, se vuelve más normativo y tutelar: así las beneficiarias del subsidio
de padre solo (API) son ayudadas substancialmente, pero en condiciones muy
estrictas (de duración, de recuperación de las pensiones alimentarias debidas, del
no volver a estar en pareja)» (Strobel, 2004, p. 63).
Las políticas que continúan siendo denominadas familiares deben a la vez
tener en cuenta las consecuencias relativas a la democratización de la vida privada
marcada por la autonomía de las personas y la tensión hacia una igualdad entre los
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La familia y el Estado: control social y producción de normas
118El HCPF, encabezado por el Presidente de la República y formado por expertos de orígenes
diversos, está encargado de asesorar al gobierno y al Presidente sobre los problemas demográficos así
como sobre las cuestiones relativas a la familia.
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Al igual que las políticas familiares, el derecho ha tomado nota del pedido
de igualdad entre los sexos, de igualdad entre los hijos sea cual fuere el modo de
nacimiento y del deseo de libertad de los individuos. Los ciudadanos hacen ahora
interpelación de la «democracia providencial»: «ya no se trata sólo de garantizar la
libertad de todos ante la ley, sino de buscar la igualdad de todos mediante la ley»
(Schnapper, 2002, p. 36).
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Sociología de la Familia
En este ámbito, una primera reforma en 1965 autoriza a las mujeres a administrar
sus propios bienes, pero es la ley del 4 de junio de 1970 la que consagra la igualdad
de los esposos en el seno de la pareja, suprimiendo la noción de «jefe de familia» y
substituyendo el concepto de «poder paterno» por el de «autoridad parental»
ejercida por ambos padres. Pero como en el caso de las políticas, no sería
conveniente que con el pretexto de igualdad el Estado abandonara la protección
del más débil, de allí las provisiones relativas a las prestaciones compensatorias
luego de un divorcio o incluso las medidas tomadas contra las violencias
conyugales.
Libertad de vivir juntos sin estar casados, libertad de disolver su unión en
condiciones más rápidas y menos conflictivas. Igualdad de los individuos en el
tratamiento de las relaciones conyugales, un colectivo de leyes abierto en 1999 por
el Pacs y que se cierra temporalmente con la reforma del divorcio modificó
sensiblemente las formas instituyentes de la familia, sobre todo al disociar alianza y
filiación.
Françoise Dekeuwer-Défossez señala que «es sigilosamente y sin leyes
como las parejas se tomaron la libertad de vivir juntos sin estar casados» (2004, p.
76). Hubo que esperar finalmente el voto del Pacs para otorgar un estatuto civil a
los concubinos que, por este hecho, han entrado a pesar de ellos en el reino de la
ley. Napoleón decía de ellos: «ellos ignoran la ley, la ley los ignora».
El Pacs, por ley del 15 de noviembre de 1999, instaura un derecho de las
parejas no casadas, reconociendo que la vida en común es portadora de derechos
fiscales, sociales y civiles. El concubinato ingresa por primera vez en el Código
Civil, reconociendo que la pareja puede ser de distinto sexo o del mismo sexo. Esta
pareja construida sobre una voluntad recíproca, impone obligaciones y otorga
derechos, salvo el de la filiación. La ley reconoce así que la vida en común es
portadora de obligaciones recíprocas. El Pacs es entonces un paso importante en la
toma de conciencia de la igualdad de los sexos, haciendo cesar la discriminación
119Documento de orientación relativo a la reforma del derecho de familia, 4 de abril de 2001,
Ministerio de Justicia, Ministerio Delegado de la Familia, la Infancia y las Personas Discapacitadas.
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La familia y el Estado: control social y producción de normas
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Sociología de la Familia
división entre filiación legítima y natural, y establece que la división pasa por el
sexo. Por el lado de la madre, esté casada o no, la filiación se establece a través del
acto del nacimiento (sin que sea necesario realizar un reconocimiento);; el padre no
casado deberá por su parte someterse al mismo (Bosse-Platière, 2005, p. 47).
La preocupación de la ley ha sido la de garantizar al hijo la solidez de su
filiación, a través de las dos ramas, sea cual fuere el estatus de la pareja parental,
casada, concubina, separada: de la ley sobre la autoridad parental conjunta de 1987
a la del 21 de febrero de 2002 que abre la posibilidad de otorgar una residencia
alternada a los hijos, la preocupación de los legisladores ha sido la de hacer
responsables a los padres tanto en el plano material como en el educativo. Esta
última ley autoriza también al juez a nombrar un mediador familiar que facilitará la
organización de esta residencia alternada. La situación material de las familias, la
naturaleza de la ruptura familiar, el sistema de valores y de representaciones
respecto del matrimonio son examinadas;; parece ser que casi nunca se cumplen las
condiciones para poder instrumentar el principio de una residencia alternada, sobre
cuyos beneficios los expertos no logran por otra parte ponerse de acuerdo.
Finalmente, para el niño nacido a través del procedimiento jurídico de
«parto bajo X o parto anónimo» que lo priva del conocimiento de sus orígenes, la
ley del 22 de enero de 2002 intenta una apertura con la instauración de un Consejo
Nacional de Acceso a los Orígenes Personales;; la ley continúa sin embargo
otorgando a la madre la posibilidad de renunciar a su maternidad, a fin de proteger
los casos de miseria extrema.
Así para respetar la libre elección de los individuos en materia de vida
privada, los legisladores nombran a especialistas que suceden al filántropo del siglo
XIX y a los tribunales comunales de las aldeas de Austria. El juez de asuntos
familiares, los mediadores son llamados para arreglar los conflictos familiares.
La evolución del derecho de estos últimos treinta años ha avanzado en el
sentido de una separación entre la alianza y la filiación, a riesgo de
«desinstitucionalizar» a la familia. El derecho de las parejas y el derecho de los hijos
han sido disociados, pero, si bien la formación de las parejas, en las diversas
fórmulas, parece hacer realidad el ideal democrático de libertad y de igualdad
dentro del seno de la familia, no ocurre lo mismo con la cuestión de la filiación que
sigue siendo la pìedra angular instituyente. La familia se forma a través del hijo,
¿pero cómo (Dekeuwer-Défossez, 2004, p. 77-78)?
La libertad de procrear naturalmente no tiene límites en los países
democráticos pero ¿es necesario recordar que ciertos gobiernos dictatoriales
continúan poniendo trabas a esta situación? El control se vuelve muy estricto en
Francia cuando se trata de procreaciones médicamente asistidas o de adopción. En
efecto, el acceso al AMP120 es concebido como una gestión terapéutica destinada a
asistir a una pareja estéril. Así, el principio de «dos padres de distinto sexo» figura
en la ley de bioética del 6 de agosto de 2004, lo que impide a los homosexuales
contar con este beneficio.
El derecho permite que un soltero adopte, porque cuando la ley fue
instaurada en 1966, numerosos niños eran aún abandonados;; es claro que esta ley
120 El pasaje de PMA (Procreación Médicamente Asistida) a AMP (Asistencia Médica para la
Procreación) subraya que sólo las parejas heterosexuales pueden ser elegidas para este tipo de
asistencia en el estado actual de la legislación.
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La familia y el Estado: control social y producción de normas
se contradice con el principio de los dos padres. Puede apreciarse que el derecho
entra igualmente en flagrante delito de contradicción entre el apoyo a la filiación
social y a la filiación biológica. Si bien el derecho no le ha reservado ningún estatus
al padrastro, la ley del 21 de febrero de 2002 prevé que el juez podrá sin embargo
acordar a un padrastro alejado por un nuevo divorcio el derecho de mantener
relaciones con el niño.
En cuanto a la «verdad» de los orígenes, ésta es cada vez más reivindicada
ahora en nombre de la institución de la identidad psíquica de la persona, como lo
han mostrado recientemente los debates en torno al parto anónimo. La ley de 1972
había permitido cuestionar la falsa paternidad legítima mediante la recurrencia a
pruebas de ADN fiables en un 99, 9%. Estos recursos para consolidar la filiación
biológica son cada vez más corrientes, pero se conoce el importante peso psíquico
de este tipo de acciones judiciales cuyo ejemplo más tristemente célebre ha sido el
de la exhumación de Yves Montand en 1997.
A la luz de este dramático caso, los especialistas del derecho se preocupan
por reforzar la estabilidad del vínculo de filiación prohibiendo por ejemplo la
impugnación de una filiación más allá de cinco años de «posesión de estado», o
limitando la acción de reconocimiento de paternidad limitada. La filiación está lejos
de ser sólo un vínculo biológico, es ante todo un vínculo social fundado sobre
relaciones de co-presencia, de afecto, de control;; reducirla a su único aspecto
biológico abre la puerta a numerosos dramas familiares. Son igualmente
encendidos los debates entre los partidarios de la distinción entre filiación legítima
y filiación natural, ya que lejos de contraponerse, las parejas casadas y no casadas
tienen gran similitud lo que no ocurría en los tiempos en los que sólo el modelo
burgués predominaba, siendo todas las otras formas familiares rechazadas como
desviaciones.
Inscribir a un hijo en el Registro Civil es un gesto de un alcance social y
simbólico considerable hoy en día, ya que es por esa vía por la que se instituye la
familia, por la que el hijo queda unido a su doble linaje que traduce, en el plano
social, la dualidad biológica de ambos sexos. Se ha discutido la posibilidad de
establecer un nuevo ritual republicano que sería el equivalente de la solemnidad del
matrimonio para el padre no casado quien contraería un compromiso solemne en
el momento de la declaración de filiación en la alcaldía.
La filiación jurídica francesa se halla «fuertemente estructurada sobre la
alteridad sexual de los padres» (Dekeuwer-Défossez, 2004, p. 78), lo que tiende a
hacer imposible el establecimiento jurídico de una doble filiación respecto de dos
personas del mismo sexo. En nombre de la libertad y de la igualdad, el derecho se
ve interpelado en sus últimos atrincheramientos. Privado del pilar de la alianza, el
sistema instituyente descansa sobre la filiación. Volvemos a encontrarnos aquí con
lo que los antropólogos han mostrado desde hace mucho tiempo.
355
Sociología de la Familia
Orientación bibliográfica
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